slibera
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Este relato es pura ficción. Eché a volar la imaginación y ... bueno, pues por si gusta lo comparto.
Desde el torreón de la Casa Grande, Miguel observa el atardecer. Hace apenas dos años que es el dueño y señor de La Salceda y aún no es del todo consciente de la enorme extensión de terreno que posee. Desde esa altura su sensación de poder es tremenda, porque todo lo que alcanza la vista desde allí forma parte de la finca y por lo tanto, es de su propiedad. Comprarla es la mejor decisión que ha tomado en su vida después de rellenar a boleo aquella apuesta de los euromillones que cambió su vida.
Mientras contempla la vista con los brazos en jarras apoyados en sus caderas, su mujer Ana se acerca desde atrás. Ella a sus cincuenta años, luce un cuerpo espectacular, fruto de mucho trabajo de gimnasio y de una dieta muy estricta. Tampoco tiene mucho más que hacer, ya que la inmensa fortuna de su marido hace que solamente tenga que dedicarse a sí misma. Bueno, y a su marido, claro. Lleva en cada mano una copa con champán y pega su cuerpo desnudo al de su marido, mientras por debajo de cada uno de los brazos pasa las copas.
Miguel nota la piel cálida de su mujer en su espalda desnuda y toma una de las copas. “Gracias, cielo”. Ahora que tiene una mano libre, ella la baja por el vientre de su marido hasta agarrar su polla totalmente depilada y que aún está mojada y morcillona. “Lo de hoy ha estado increíble, gracias”. Se abraza a su marido y lo masturba suavemente. Mientras lo hace, nota como entre sus muslos una gota de semen caliente va escurriendo lentamente de su coño dilatado y recién follado. El sonríe mientras nota la mano de su mujer jugando con su polla fofa, mientras aprieta sus grandes y preciosas tetas a su espalda. Le da un buen trago al champán y se gira hacia ella besándola apasionadamente. En la lengua nota el sabor a polla y a semen que son el resultado de una larga sesión de sexo que acaba de terminar.
“¿Para mí no hay champán?” El acento americano resulta casi de chiste, pero a pesar de llevar más de 25 años en España y de hablar castellano correctamente, Andrew es incapaz de dejar de sonar como un guiri. Miguel y Ana le sonríen mientras ella le entrega una copa, luego se acerca a su amante y le coge por la cintura besándole levemente en los labios. El contraste entre el color de la piel de Ana y el de su amante llama la atención de Miguel. Ella no es pálida precisamente, pero es que él tiene la piel muy oscura.
Ana propone una ducha antes de la cena. “Bueno, creo que hemos empezado a preparar el fin de semana muy bien, a ver mañana cuando empiecen a llegar nuestros invitados”. Andrew camina cogido de la cintura de Ana y se gira hacia Miguel “¿quiénes van a venir?”. Miguel hace un gesto con la mano, como apartando una mosca imaginaria de delante de su cara. “bueno, ya sabes, los conoces a todos, la panda de siempre". Luego, tras andar dos pasos más, añade "ah, que también viene una pareja nueva” “¿vírgenes?” pregunta Andrew, “a estrenar, ya verás, material de primera”. El americano, suelta la cintura de Ana y lanza la mano abierta al aire hacia Miguel que choca sonoramente la suya contra la manaza negra “gracias Miguel, tus fiestas siempre son las mejores”.
Desde el torreón de la Casa Grande, Miguel observa el atardecer. Hace apenas dos años que es el dueño y señor de La Salceda y aún no es del todo consciente de la enorme extensión de terreno que posee. Desde esa altura su sensación de poder es tremenda, porque todo lo que alcanza la vista desde allí forma parte de la finca y por lo tanto, es de su propiedad. Comprarla es la mejor decisión que ha tomado en su vida después de rellenar a boleo aquella apuesta de los euromillones que cambió su vida.
Mientras contempla la vista con los brazos en jarras apoyados en sus caderas, su mujer Ana se acerca desde atrás. Ella a sus cincuenta años, luce un cuerpo espectacular, fruto de mucho trabajo de gimnasio y de una dieta muy estricta. Tampoco tiene mucho más que hacer, ya que la inmensa fortuna de su marido hace que solamente tenga que dedicarse a sí misma. Bueno, y a su marido, claro. Lleva en cada mano una copa con champán y pega su cuerpo desnudo al de su marido, mientras por debajo de cada uno de los brazos pasa las copas.
Miguel nota la piel cálida de su mujer en su espalda desnuda y toma una de las copas. “Gracias, cielo”. Ahora que tiene una mano libre, ella la baja por el vientre de su marido hasta agarrar su polla totalmente depilada y que aún está mojada y morcillona. “Lo de hoy ha estado increíble, gracias”. Se abraza a su marido y lo masturba suavemente. Mientras lo hace, nota como entre sus muslos una gota de semen caliente va escurriendo lentamente de su coño dilatado y recién follado. El sonríe mientras nota la mano de su mujer jugando con su polla fofa, mientras aprieta sus grandes y preciosas tetas a su espalda. Le da un buen trago al champán y se gira hacia ella besándola apasionadamente. En la lengua nota el sabor a polla y a semen que son el resultado de una larga sesión de sexo que acaba de terminar.
“¿Para mí no hay champán?” El acento americano resulta casi de chiste, pero a pesar de llevar más de 25 años en España y de hablar castellano correctamente, Andrew es incapaz de dejar de sonar como un guiri. Miguel y Ana le sonríen mientras ella le entrega una copa, luego se acerca a su amante y le coge por la cintura besándole levemente en los labios. El contraste entre el color de la piel de Ana y el de su amante llama la atención de Miguel. Ella no es pálida precisamente, pero es que él tiene la piel muy oscura.
Ana propone una ducha antes de la cena. “Bueno, creo que hemos empezado a preparar el fin de semana muy bien, a ver mañana cuando empiecen a llegar nuestros invitados”. Andrew camina cogido de la cintura de Ana y se gira hacia Miguel “¿quiénes van a venir?”. Miguel hace un gesto con la mano, como apartando una mosca imaginaria de delante de su cara. “bueno, ya sabes, los conoces a todos, la panda de siempre". Luego, tras andar dos pasos más, añade "ah, que también viene una pareja nueva” “¿vírgenes?” pregunta Andrew, “a estrenar, ya verás, material de primera”. El americano, suelta la cintura de Ana y lanza la mano abierta al aire hacia Miguel que choca sonoramente la suya contra la manaza negra “gracias Miguel, tus fiestas siempre son las mejores”.