Crónica de una traición

chabomperdido2

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20 Jun 2024
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Hola a todos y todas soy danny52 y como no puedo publicar con mi nombre lo hago en el de este amigo. Tampoco he podido hacerlo en la oTRa orilla, por cuestiones tecnonológicas que no cmprendo.
Esta historia me surgió leyendo La cena del idiota y, la imposibilidad de continuar una relación, después que se cruzan circunstancias y situaciones imposibles de aceptar.
Espero que sea del agrado de ustedes. un fuerte abrazo.

El hombre no tema al hombre porque el temer perjudica
La idea, aunque a veces chica, de que aquel es superior

Obliga a ser inferior y a que haga carne la pica

Herencia pa’ un hijo gaucho
José Larralde



Crónica de una traición: capítulo uno

La escena era altamente inquietante. Ella y su amante estaban fuertemente amarrados al respaldo de una cama vieja y rústica. Cuando despertaron, lo hicieron con una fuerte jaqueca y un acre gusto metálico en las gargantas y los paladares. El sonido del agua, que les llegaba junto con el rumor del frondoso monte, les permitió darse cuenta de que estaban en una región perdida y aislada, casi selvática, que bordea la zona sur del Río de la Plata. Este estuario de agua dulce presenta características similares a las de una ribera marítima.
En el momento en que fueron recuperando el estado de conciencia y, al levantar la mirada, pudo ver, con gran estupor, la sonrisa sardónica del marido de ella.

Veintidós años antes.

Ignacio ingresó a un salón de convenciones que había sido remodelado para celebrar una fiesta de empresa. Había sido invitado por su amigo Demetrio, quien, gracias a un buen matrimonio, había contraído nupcias con Tamara, la bella y codiciada hija del acaudalado e influyente empresario ítalo-argentino Vicenzo Sturba.

Una vez dentro de las instalaciones donde se celebraba el evento, pudo observar a Tamara reunida con un grupo de ejecutivos de la firma. Cuando ella lo vio, pidió permiso, dejó a ese grupo de personas y se dirigió hacia donde estaba Ignacio. Después de un afectuoso saludo, lo tomó del brazo y lo acompañó hacia las personas con las que, momentos antes, había estado hablando. Lo presentó como un viejo y querido amigo, excompañero de facultad y asesor externo en inversiones y finanzas del grupo.

Tamara lo invitó a la barra para tomar una copa y conversar un rato. Le dijo:
—Hace tanto que no nos vemos. Quiero saber cómo van tus cosas.
—¿Mis cosas? Como siempre. Me he convertido en un ser absolutamente previsible, predecible y aburrido. Agrégale que mi profesión no contiene ningún tipo de divertimento…
—Cuando te conocí no eras un tipo aburrido, muy por el contrario, y puedo dar fe de ello.
—¡Bueno! No nos vamos a poner a hablar de períodos geológicos. Jajaja.
—¡Cheee! Somos muy jóvenes. Hemos llegado a lugares importantes: yo, por ser la hija del presidente del grupo, y tú, por ser el tipo más brillante que he conocido. Pero somos jóvenes, y tú sigues siendo el bombón que fuiste siempre.
—Si hay alguien que realmente está bien, eres tú: tres hijos y mira qué silueta y qué cara tan hermosa.
—Te lo perdiste.
—A ti te perdí, pero zafé de todo lo demás.
—No hablemos más de ese tema. Ya no tiene solución ni arreglo.
—Te lo agradezco.

En ese momento, don Vicenzo se acercó para hacerle una consulta a Tamara. Al reconocer a Ignacio, le dio un afectuoso abrazo y le agradeció porque, gracias a los informes que recibió de la consultora que él dirige, pudo tomar la decisión correcta y concretar un muy buen negocio.

Después de una conversación no muy extensa, se anunció que iba a ser servida la cena. Con la promesa de seguir la charla en otro momento, la bella Tamara se despidió de su amigo para dirigirse al lugar que, junto a su padre y miembros del directorio, le había sido asignado.

En ese momento apareció Demetrio para saludarlo e indicarle el lugar que también tenía reservado. Ante la pregunta de Ignacio, sobre si conoció a algunos de sus circunstancias acompañantes, Demetrio respondió:
—De los que están en tu mesa, no conozco a nadie. —Y, risueño, agregó—: Espero que tú conozcas o puedas conocer a alguien.

Cuando llegaron a la mesa correspondiente, sólo quedaba libre el lugar que debía ocupar Ignacio. Su amigo, con una sonrisa cómplice y, acercándose al oído, le dijo:
—Parece que esta es tu noche de suerte.

No era para menos. La joven mujer ubicada junto a la silla donde él tenía que sentarse era de una belleza y un atractivo tal que produjo una deslumbrante sugestión en la sensibilidad del joven invitado.

En el momento en que comenzó a servirse la cena, Demetrio dejó a Ignacio en compañía de la joven y bella muchacha Después de los comentarios de rigor sobre el exquisito sabor de lo que se estaba degustando, ella le preguntó:
—¿Trabajas en la empresa?
—Trabajo para una consultora que le presta, a la empresa, servicios de asesoramiento financiero. ¿Y tú? ¿Trabajas para la empresa?
—No, soy amiga de una chica que es ejecutiva y está intentando que yo pueda ingresar como empleada.

Ignacio pensó: “Hablo con Tamara o con Demetrio, y mañana estás trabajando. Pero primero tendremos que conocernos. No puedo recomendar a alguien sin tener idea de quién es”.

—Perdón, me llamo Natalia, ¿y tú?
—¡Ignacio!
—Por tu actividad, debes ser economista.
—Sí, soy doctor en Economía. ¿Y tú?
—Tengo una Tecnicatura en Relaciones Públicas y algunos cursos de capacitación relacionados con ese tema. Hice primaria y secundaria en una escuela bilingüe, y tengo un curso de perfeccionamiento en idioma inglés. Actualmente, estoy cursando cuarto año de Sociología.
—¡Guau! ¡Qué prolífica estudiante! Si no te molesta, ¿te puedo preguntar la edad?
—Jajaja, claro que no me molesta. Me va a molestar cuando tenga la edad suficiente para que me moleste. Tengo veintitrés años.
—¿Vivís con tu familia?
—Alquilo un departamento. Vivo sola. Mi familia no es de acá, pero, sin ser adinerados, me apoyan económicamente. Poder trabajar en esta empresa sería muy importante para mi presente, mi futuro y también para el alivio económico de mi familia.

La conversación continuó por otros temas. Entre la música que se escuchaba de fondo mientras la concurrencia cenaba, sonaba Persiana Americana de Soda Stereo. Natalia comenzó a tararear ya moverse lentamente al ritmo de la música. Ignacio la siguió, tarareando y cantando muy despacito.

—Dime, Ignacio, ¿te gusta Soda Stereo?
-Si. No soy de separar géneros; Me gusta el pop y el rock. No hago diferencias entre estilos. Una buena banda lo es, al margen de su género. Tampoco busco identificarme con determinados grupos que siguen a ciertas bandas. Eso lo dejo para los adolescentes. Ya estoy crecidito para eso.
—A mí también me sucede lo mismo. Me gusta lo que expresan los artistas. Para lo otro, me basta con ser hincha de River. Jajaja. ¿Has ido a algún concierto últimamente?
—¡Uf! Hace mucho. Antes de que falleciera mi madre fui a ver a Nirvana. ¿Y tú?
—Jajaja, ¿en mi pueblo? Nooo. Lo único que pasó cerca fueron Los Redondos. Me moría por ver al Indio, pero mis viejos ni locos me iban a dejar ir.

—Ahora he ido a ver a Soda, Charly y, en cuanto salga la fecha, no importa dónde, me voy a ver a los Redondos.

—Avisame así vamos juntos.

—¿En serio? Te tomo la palabra.
—A mí también me gustan los redondos.
—Muero por participar del pogo más grande del mundo.
—Así he escuchado que le dicen.
—Hace algún tiempo fui a alquilar una peli y alquilé un video, no sé si casero, era de distintos recitales de los Redondos y me quedé impactada.
—¿No alquilaste la peli que ibas a buscar?
—Sí, pero me entusiasmé tanto con los Redondos que al final no la vi.
—jajaja por eso cada vez que voy a alquilar una peli, alquiló una sola.
—¿Qué peli has visto últimamente?
—No soy de ir al cine. Como programa de salida es entretenido e interesante, Iría si tuviera pareja. ir solo no me seduce. Cuando alguien me da un dato o leo alguna crítica que me interese, alquilo la película y la veo. Muy pocas veces suelen ser estrenos. Me gusta el cine negro y de suspenso, en ese rubro, los mejores films son de los sesenta y setenta. Hay películas francesas y norteamericanas, de esa época, que son muy buenas. Me han hecho comentarios muy interesantes del cine coreano.
—¿Y tú qué películas has visto últimamente?
—Soy muy romántica. Tampoco soy de ir mucho al cine. También alquilo pelis. Lloré con “los puentes de Madison” “El guarda espalda” “Tacones lejanos” en esa línea y, si el ánimo lo permite, soy de leer cuentos y novelas.
—¿Qué es lo último que leíste?
—Jajaja ¿últimamente? libros y apuntes de sociología. En casa de mis padres había una pequeña biblioteca. He leído algunos cuentos de cortázar y leí una novela viejísima, de los años del hippismo: “Los caminos a Katmandú” y Tú ¿que leíste últimamente?.
—Jajaja Después de leer los mamotretos sobre economía, no me quedaron muchas ganas de seguir leyendo.
Más adelante sirvieron confituras dulces y saladas, vino espumante, discursos y brindis. Las luces disminuyeron su intensidad y la música aumentó su volumen. Ignacio la invitó a bailar, y ella aceptó de buena manera.

Bailaron, bebieron, rieron, y cuando la música bajó su ritmo, lo hicieron muy pegados: ella tomada de su cuello y él de su cintura. Cuando la música retomó su intensidad, siguió bailando sin separarse demasiado. En algunos momentos, lo hicieron con los ojos fijos el uno en el otro, como si sus miradas de embeleso intentaran decir algo que escapaba a la comprensión de ambos. Solo sentir un extraño sentimiento de atracción y aprensión.

Cuando se quedaron solos en la pista, Natalia le hizo saber que el evento había llegado a su fin y que podía continuarlo en algún boliche cercano.

En la discoteca siguieron los tragos y comenzaron los besos. Bailaban pegados, sin dejar de besarse y acariciarse. La mirada de ella estaba sumergida en la de él, y la de él, en la de ella. Entre los vahos etílicos, la intensidad de la música y la intermitencia de las luces, no pudieron comprender qué les pasaba por dentro. Tenían la sensación, desde el corazón y el alma de cada uno, de que algo, a través de sus ojos, intentaba desentrañar el presagio de lo inescrutable.

Cada uno, por su parte, supuso que todas esas sensaciones eran producto de ese carrusel de vivencias, de una loca noche de excitada diversión. La ingesta de alcohol fue tal, que lo único que pudo hacer fue irse cada uno a su casa, darse una buena ducha, tomar una taza de café bien fuerte y rogar que la resaca del día siguiente no fuera tan terrible. Pero lo fue.

Al mediodía del sábado, Ignacio ya había tomado su segundo café bien cargado, y una intensa languidez comenzaba a invadir su sistema digestivo. En ese momento, recibió la llamada de Natalia, quien le preguntó cómo había amanecido. Él le contó el lamentable estado en que se encontraba y le dijo que necesitaba almorzar, porque la languidez lo estaba matando. Ella respondió que se encontraba en idénticas condiciones.

—Te voy a buscar y vamos a algún restaurante.
—Me tendría que cambiar y estoy muy cómoda con “las poquitas ropas” que llevo puesta. Compra algo en una casa de comidas y vení que te espero en mi departamento.

—¿Qué comida prefieres?
—La que tú quieras
—¿Pastas?
—¡Síii! Ravioles.
—¿Qué tipo de ravioles?
—Rellenos de pollo al champignon.
—¿Dónde los consigo?.
—Acá a la vuelta de mi casa. Es una trattoria que tiene venta al público y se llama il buon mangiare.

—¿Postre?

—Ahí tienen, pero, si no hay nada que te apetezca, voy a tratar de darte un postre que, estoy segura que te va a gustar.

—Voy a llevar algún postre, pero estaré ilusionado con el que tú me ofrezcas.

—Mientras tú haces todos esos trámites, voy a decorar tu postre para que esté bien tentador y puedas disfrutarlo.
—Espero que el postre que te lleve puedas tú también disfrutarlo.
—Por lo poco que probé anoche, te prometo que me va a encantar.
En la trattoria, le dijeron que el pedido iba a estar listo en cuarenta minutos. Para combatir la languidez mientras esperaba, pidió una tabla de fiambres y dos latas de cerveza.

Al ingresar al departamento de Natalia, Ignacio se encontró con la deslumbrante, desbordante y sensual belleza de una mujer espectacular: sandalias de altísimos tacones de aguja, un baby doll rojo semitransparente

Ignacio buscó rápidamente un lugar donde dejar la tabla de fiambres y las latas de cerveza, con el oscuro propósito de lanzarse sobre Natalia. Pero ella lo contuvo, diciéndole que primero debían almorzar.

¿Tu serás mi postre?, preguntó él. ¡Y tú serás el mío!, contestó ella y se colgó del cuello de él para comerse la boca, dejando de lado la espera del almuerzo.

Al acariciar la tersa piel de la muchacha y sumergirse, besando cada centímetro de su vientre, Ignacio, tuvo la sensación, que el cielo le hacía un guiño a su vida. Al ir ascendiendo hasta llegar a la turgencia perfecta de sus senos, que sus labios, recorrieron con avidez, mientras sus manos, con delicadeza y la habilidad de un prestidigitador, quitaron su brevísima tanga. Al momento que sus labios se sellaban y sus lenguas intentaban un duelo de lujuria. Con delicada firmeza, penetró en su interior y una melodía de gemidos, suspiros e interjecciones acariciaron, como una dulce canción, la piel excitada y estremecida de los amantes.
La llegada del delivery los sorprendió el uno encima del otro, desparramados, agitados y desfogados. Ignacio, comenzó a buscar la ropa, sin tener idea a donde la había tirado. Ella comenzó a reír, ante esa desopilante escena. Cuando volvió a sonar el timbre, Ignacio, solo tenía puesta la camiseta, las medias y el calzoncillo, aún permanecía en sus manos. Natalia, se incorporó, se acomodó el baby doll, se colocó las sandalias de altura, abrió la puerta de par en par para recibir la vianda, que ya había sido abonada. Hizo esperar al cadete y, zarandeando su hermoso culo, fue por la propina. El flaco alucinaba, no podía salir de su asombro. Cuando quiso agradecer la propina y despedirse, no hizo más que tartamudear.
Natalia colocó la comida en la mesa y arregló todo para almorzar. Ignacio, todavía no había terminado de vestirse y aún, se encontraba sentado en un sillón. Ella se acercó, lo besó y cuando le pidió que se sentará a la mesa para almorzar; fue cuando él le dijo: eres una asesina. El flaco del delivery se va a matar a pajas. Ella lanzó una carcajada, se le tiró encima y volvieron a repetir la sublime aventura de amarse, envueltos en un aura de amorosas sensaciones.
la relación fue idílica un hombre y una mujer se amaban con toda la intensidad que los sentimientos y la fuerza de sus jóvenes años les exigían.

Ignacio, que durante sus años estudiantiles había acumulado un sinnúmero de romances y noviazgos, hacía tiempo que no mantenía más que relaciones ocasionales y, en algunos casos, furtivas. Pensó que con esta muchacha no se repetiría esa posibilidad. Por su belleza, carácter, personalidad, frescura y trato amoroso, Ignacio no pudo pensar en otra cosa que no fuera Natalia.

Él sintió que todo a su alrededor había cambiado: lo que antes era monotonía, hastío y agobio se transformó en sonrisas, ilusiones y esperanzas. Los colores, los aromas y los sabores comenzaron a tener una intensidad distinta.

Ignacio recuerda aquellas palabras que le dijo a Tamara y que tan solo pretendían ser una ironía: que se había vuelto un ser solitario, predecible y previsible. Pero no eran una ironía. Él sentía que, de un tiempo a esta parte, se había convertido en una persona retraída y abstraída. El largo padecimiento que culminó con la muerte de su padre, sumado a la de su madre unos años atrás, lo llevó a replantearse el tener que asumir que, a pesar de contar con buenos amigos y colegas, estaba solo. Desde que se alejó de Tamara no había vuelto a tener una relación de la que, en ese momento, pudiera haberse aferrado para no sentir la angustia de ese vacío que le taladraba el pecho.

Acompañó a su padre hasta sus últimos momentos en la vieja casona donde pasó los años de su niñez y adolescencia, hasta el inicio de la universidad. Tras el fallecimiento de su padre, decidió volver a su departamento. Cargó sus cosas en el auto, cerró la puerta de entrada, caminó hasta el portal, aseguró la puerta de metal con una cadena y puso un candado. Se paró en la vereda y, de frente a la vieja casona, dijo: “Papá, Mamá: el día que tenga que morir, sólo pido poder hacerlo aquí y, desde aquí, poder llegar a ustedes”.

Desde que ingresó a la universidad hasta que su padre enfermó, vivió solo, pero nunca sintió la soledad como en ese momento.

Natalia no solo lo enamoró, lo colmó de amor. Le regaló todas las sonrisas, todos los besos, todos los “te quiero”. Las noches más locas, los días más bellos. Ignacio había renacido en los abrazos y las caricias de esa muchacha a la que amaba con locura.

A las pocas semanas, en conversaciones perdidas y por mera curiosidad, él le preguntó si su amiga había logrado algún avance para hacerla ingresar al holding que, financieramente, controla Vicenzo Sturba. Ella le contestó que estaba en esos trámites y que no le estaba siendo fácil. Él le preguntó si lo dejaba intentar. Con un gesto de desconcierto, ella respondió: “Sí, por supuesto”. Ignacio pensó: Habrá creído que si su amiga no puede, él tampoco iba a poder. Nunca le habló de su relación con la familia Sturba. A los pocos días, Natalia ingresaba a la empresa en el área de personal.

Dado que en su currículo figuraba la tecnicatura en relaciones públicas y algunos cursos de capacitación en esa área, su puesto en la oficina de personal la hacía apta para el trato complejo y conflictivo con los empleados. Después de un tiempo de una relación amorosa e intensa, Ignacio le pidió a Natalia que se fuera a vivir a su departamento. Ella le dijo que estaba muy ilusionada con eso; pero que, con el trabajo, si agregaba la distracción que sería tenerlo a su lado, “adiós estudios”. “Los viernes me buscas a la salida de la universidad. Vamos a tu departamento o al mío y, entre caricias, besos y ‘algo más’, sigo estudiando. No mucho, pero algo es algo”.

Los viernes a la tarde, Ignacio iba a buscar a Natalia a la salida de la facultad de Ciencias Sociales, y ella se quedaba con él hasta la media mañana del domingo. La avidez por tenerla en sus brazos era un deseo sin límites. Además, una o dos veces a la semana, ella pasaba por su departamento y se quedaba hasta la mañana siguiente, cuando salía rumbo al trabajo. La avidez y el deseo eran un juego de dos. Esta relación continuó de esa manera hasta que Natalia se recibió como licenciada en Sociología.

A pocos días de recibir su título, esto fue un miércoles, Natalia se quedó con Ignacio hasta el sábado a la mañana. Ese día, tenía previsto ir por una semana a visitar a su familia con su soñado título universitario. Por viajes y horas acumuladas, le debían días de licencia, así que se los tomó todos.

A su regreso, Ignacio la invitó a viajar a Santa Fe al recital de los Redondos. Toda una aventura. Había que ir con algún día de anticipación para conseguir entradas; la hostelería estaba toda ocupada. Compraron una carpa, almohadones inflables, comidas envasadas y enlatadas, elementos para acampar, y se instalaron, como otros miles, en las inmediaciones de donde se iba a celebrar lo que —los acólitos seguidores de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota— llamaban “la misa”. No se trataba sólo de encontrar un lugar sino de conseguir dónde acampar. Cuando lo lograron, instalaron la carpa, inflaron los colchones, se encerraron en la tienda, se fumaron un porro y tuvieron sexo.

Ignacio fue a averiguar la ubicación de los baños, puestos sanitarios y agua para higienizarse. Todo estaba como debía estar; la organización era buena. Al regresar, no encontró a Natalia. Fue al auto a buscar su celular y encontró los dos. Por aquellos años no estaba tan difundido el uso de estos teléfonos y, en esa zona, no había señal. No pudo precisar el tiempo, pero cuando Natalia apareció, habían pasado horas. Dijo que salió a caminar y no supo cómo volver, hasta que vio a una pareja de chicos que estaban acampando cerca de donde ellos estaban y pudieron volver juntos.

Al día siguiente, Ignacio fue en busca de los baños químicos y tuvo que esperar un buen rato. Se quedó asombrado de la heterogeneidad social y etaria de la concurrencia. Pudo ver a la distancia algún ejecutivo de empresa, y encontrarse con otros. Entre esos otros estaba un conocido. Al comentar ese aspecto etario y social de la concurrencia, este le dijo: Acá vas a encontrar de todo, desde pibes que trabajan en la construcción, empleados de bancos y ejecutivos como yo o empresarios como vos.

Toda esta fauna, que somos nosotros, venimos a divertirnos: cantamos, bailamos, nos abrazamos para hacer pogo sin importar con quién. Después salimos de acá y volvemos a la idiotez de todos los días, pero por un día, como reza el poema de Machado: El rico y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha.
¡Ah! Para que veas lo que es esta fauna, ayer lo vi, entre la gente, a ese que es muy amigo tuyo e insoportable nariz parada de Demetrio; Iba acompañado por una chica que está buenísima.
 
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Hola a todos y todas soy danny52 y como no puedo publicar con mi nombre lo hago en el de este amigo. Tampoco he podido hacerlo en la oTRa orilla, por cuestiones tecnonológicas que no cmprendo.
Esta historia me surgió leyendo La cena del idiota y, la imposibilidad de continuar una relación, después que se cruzan circunstancias y situaciones imposibles de aceptar.
Espero que sea del agrado de ustedes. un fuerte abrazo.

El hombre no tema al hombre porque el temer perjudica
La idea, aunque a veces chica, de que aquel es superior

Obliga a ser inferior y a que haga carne la pica

Herencia pa’ un hijo gaucho
José Larralde



Crónica de una traición: capítulo uno

La escena era altamente inquietante. Ella y su amante estaban fuertemente amarrados al respaldo de una cama vieja y rústica. Cuando despertaron, lo hicieron con una fuerte jaqueca y un acre gusto metálico en las gargantas y los paladares. El sonido del agua, que les llegaba junto con el rumor del frondoso monte, les permitió darse cuenta de que estaban en una región perdida y aislada, casi selvática, que bordea la zona sur del Río de la Plata. Este estuario de agua dulce presenta características similares a las de una ribera marítima.
En el momento en que fueron recuperando el estado de conciencia y, al levantar la mirada, pudo ver, con gran estupor, la sonrisa sardónica del marido de ella.

Veintidós años antes.

Ignacio ingresó a un salón de convenciones que había sido remodelado para celebrar una fiesta de empresa. Había sido invitado por su amigo Demetrio, quien, gracias a un buen matrimonio, había contraído nupcias con Tamara, la bella y codiciada hija del acaudalado e influyente empresario ítalo-argentino Vicenzo Sturba.

Una vez dentro de las instalaciones donde se celebraba el evento, pudo observar a Tamara reunida con un grupo de ejecutivos de la firma. Cuando ella lo vio, pidió permiso, dejó a ese grupo de personas y se dirigió hacia donde estaba Ignacio. Después de un afectuoso saludo, lo tomó del brazo y lo acompañó hacia las personas con las que, momentos antes, había estado hablando. Lo presentó como un viejo y querido amigo, excompañero de facultad y asesor externo en inversiones y finanzas del grupo.

Tamara lo invitó a la barra para tomar una copa y conversar un rato. Le dijo:
—Hace tanto que no nos vemos. Quiero saber cómo van tus cosas.
—¿Mis cosas? Como siempre. Me he convertido en un ser absolutamente previsible, predecible y aburrido. Agrégale que mi profesión no contiene ningún tipo de divertimento…
—Cuando te conocí no eras un tipo aburrido, muy por el contrario, y puedo dar fe de ello.
—¡Bueno! No nos vamos a poner a hablar de períodos geológicos. Jajaja.
—¡Cheee! Somos muy jóvenes. Hemos llegado a lugares importantes: yo, por ser la hija del presidente del grupo, y tú, por ser el tipo más brillante que he conocido. Pero somos jóvenes, y tú sigues siendo el bombón que fuiste siempre.
—Si hay alguien que realmente está bien, eres tú: tres hijos y mira qué silueta y qué cara tan hermosa.
—Te lo perdiste.
—A ti te perdí, pero zafé de todo lo demás.
—No hablemos más de ese tema. Ya no tiene solución ni arreglo.
—Te lo agradezco.

En ese momento, don Vicenzo se acercó para hacerle una consulta a Tamara. Al reconocer a Ignacio, le dio un afectuoso abrazo y le agradeció porque, gracias a los informes que recibió de la consultora que él dirige, pudo tomar la decisión correcta y concretar un muy buen negocio.

Después de una conversación no muy extensa, se anunció que iba a ser servida la cena. Con la promesa de seguir la charla en otro momento, la bella Tamara se despidió de su amigo para dirigirse al lugar que, junto a su padre y miembros del directorio, le había sido asignado.

En ese momento apareció Demetrio para saludarlo e indicarle el lugar que también tenía reservado. Ante la pregunta de Ignacio, sobre si conoció a algunos de sus circunstancias acompañantes, Demetrio respondió:
—De los que están en tu mesa, no conozco a nadie. —Y, risueño, agregó—: Espero que tú conozcas o puedas conocer a alguien.

Cuando llegaron a la mesa correspondiente, sólo quedaba libre el lugar que debía ocupar Ignacio. Su amigo, con una sonrisa cómplice y, acercándose al oído, le dijo:
—Parece que esta es tu noche de suerte.

No era para menos. La joven mujer ubicada junto a la silla donde él tenía que sentarse era de una belleza y un atractivo tal que produjo una deslumbrante sugestión en la sensibilidad del joven invitado.

En el momento en que comenzó a servirse la cena, Demetrio dejó a Ignacio en compañía de la joven y bella muchacha Después de los comentarios de rigor sobre el exquisito sabor de lo que se estaba degustando, ella le preguntó:
—¿Trabajas en la empresa?
—Trabajo para una consultora que le presta, a la empresa, servicios de asesoramiento financiero. ¿Y tú? ¿Trabajas para la empresa?
—No, soy amiga de una chica que es ejecutiva y está intentando que yo pueda ingresar como empleada.

Ignacio pensó: “Hablo con Tamara o con Demetrio, y mañana estás trabajando. Pero primero tendremos que conocernos. No puedo recomendar a alguien sin tener idea de quién es”.

—Perdón, me llamo Natalia, ¿y tú?
—¡Ignacio!
—Por tu actividad, debes ser economista.
—Sí, soy doctor en Economía. ¿Y tú?
—Tengo una Tecnicatura en Relaciones Públicas y algunos cursos de capacitación relacionados con ese tema. Hice primaria y secundaria en una escuela bilingüe, y tengo un curso de perfeccionamiento en idioma inglés. Actualmente, estoy cursando cuarto año de Sociología.
—¡Guau! ¡Qué prolífica estudiante! Si no te molesta, ¿te puedo preguntar la edad?
—Jajaja, claro que no me molesta. Me va a molestar cuando tenga la edad suficiente para que me moleste. Tengo veintitrés años.
—¿Vivís con tu familia?
—Alquilo un departamento. Vivo sola. Mi familia no es de acá, pero, sin ser adinerados, me apoyan económicamente. Poder trabajar en esta empresa sería muy importante para mi presente, mi futuro y también para el alivio económico de mi familia.

La conversación continuó por otros temas. Entre la música que se escuchaba de fondo mientras la concurrencia cenaba, sonaba Persiana Americana de Soda Stereo. Natalia comenzó a tararear ya moverse lentamente al ritmo de la música. Ignacio la siguió, tarareando y cantando muy despacito.

—Dime, Ignacio, ¿te gusta Soda Stereo?
-Si. No soy de separar géneros; Me gusta el pop y el rock. No hago diferencias entre estilos. Una buena banda lo es, al margen de su género. Tampoco busco identificarme con determinados grupos que siguen a ciertas bandas. Eso lo dejo para los adolescentes. Ya estoy crecidito para eso.
—A mí también me sucede lo mismo. Me gusta lo que expresan los artistas. Para lo otro, me basta con ser hincha de River. Jajaja. ¿Has ido a algún concierto últimamente?
—¡Uf! Hace mucho. Antes de que falleciera mi madre fui a ver a Nirvana. ¿Y tú?
—Jajaja, ¿en mi pueblo? Nooo. Lo único que pasó cerca fueron Los Redondos. Me moría por ver al Indio, pero mis viejos ni locos me iban a dejar ir.

—Ahora he ido a ver a Soda, Charly y, en cuanto salga la fecha, no importa dónde, me voy a ver a los Redondos.

—Avisame así vamos juntos.

—¿En serio? Te tomo la palabra.
—A mí también me gustan los redondos.
—Muero por participar del pogo más grande del mundo.
—Así he escuchado que le dicen.
—Hace algún tiempo fui a alquilar una peli y alquilé un video, no sé si casero, era de distintos recitales de los Redondos y me quedé impactada.
—¿No alquilaste la peli que ibas a buscar?
—Sí, pero me entusiasmé tanto con los Redondos que al final no la vi.
—jajaja por eso cada vez que voy a alquilar una peli, alquiló una sola.
—¿Qué peli has visto últimamente?
—No soy de ir al cine. Como programa de salida es entretenido e interesante, Iría si tuviera pareja. ir solo no me seduce. Cuando alguien me da un dato o leo alguna crítica que me interese, alquilo la película y la veo. Muy pocas veces suelen ser estrenos. Me gusta el cine negro y de suspenso, en ese rubro, los mejores films son de los sesenta y setenta. Hay películas francesas y norteamericanas, de esa época, que son muy buenas. Me han hecho comentarios muy interesantes del cine coreano.
—¿Y tú qué películas has visto últimamente?
—Soy muy romántica. Tampoco soy de ir mucho al cine. También alquilo pelis. Lloré con “los puentes de Madison” “El guarda espalda” “Tacones lejanos” en esa línea y, si el ánimo lo permite, soy de leer cuentos y novelas.
—¿Qué es lo último que leíste?
—Jajaja ¿últimamente? libros y apuntes de sociología. En casa de mis padres había una pequeña biblioteca. He leído algunos cuentos de cortázar y leí una novela viejísima, de los años del hippismo: “Los caminos a Katmandú” y Tú ¿que leíste últimamente?.
—Jajaja Después de leer los mamotretos sobre economía, no me quedaron muchas ganas de seguir leyendo.
Más adelante sirvieron confituras dulces y saladas, vino espumante, discursos y brindis. Las luces disminuyeron su intensidad y la música aumentó su volumen. Ignacio la invitó a bailar, y ella aceptó de buena manera.

Bailaron, bebieron, rieron, y cuando la música bajó su ritmo, lo hicieron muy pegados: ella tomada de su cuello y él de su cintura. Cuando la música retomó su intensidad, siguió bailando sin separarse demasiado. En algunos momentos, lo hicieron con los ojos fijos el uno en el otro, como si sus miradas de embeleso intentaran decir algo que escapaba a la comprensión de ambos. Solo sentir un extraño sentimiento de atracción y aprensión.

Cuando se quedaron solos en la pista, Natalia le hizo saber que el evento había llegado a su fin y que podía continuarlo en algún boliche cercano.

En la discoteca siguieron los tragos y comenzaron los besos. Bailaban pegados, sin dejar de besarse y acariciarse. La mirada de ella estaba sumergida en la de él, y la de él, en la de ella. Entre los vahos etílicos, la intensidad de la música y la intermitencia de las luces, no pudieron comprender qué les pasaba por dentro. Tenían la sensación, desde el corazón y el alma de cada uno, de que algo, a través de sus ojos, intentaba desentrañar el presagio de lo inescrutable.

Cada uno, por su parte, supuso que todas esas sensaciones eran producto de ese carrusel de vivencias, de una loca noche de excitada diversión. La ingesta de alcohol fue tal, que lo único que pudo hacer fue irse cada uno a su casa, darse una buena ducha, tomar una taza de café bien fuerte y rogar que la resaca del día siguiente no fuera tan terrible. Pero lo fue.

Al mediodía del sábado, Ignacio ya había tomado su segundo café bien cargado, y una intensa languidez comenzaba a invadir su sistema digestivo. En ese momento, recibió la llamada de Natalia, quien le preguntó cómo había amanecido. Él le contó el lamentable estado en que se encontraba y le dijo que necesitaba almorzar, porque la languidez lo estaba matando. Ella respondió que se encontraba en idénticas condiciones.

—Te voy a buscar y vamos a algún restaurante.
—Me tendría que cambiar y estoy muy cómoda con “las poquitas ropas” que llevo puesta. Compra algo en una casa de comidas y vení que te espero en mi departamento.

—¿Qué comida prefieres?
—La que tú quieras
—¿Pastas?
—¡Síii! Ravioles.
—¿Qué tipo de ravioles?
—Rellenos de pollo al champignon.
—¿Dónde los consigo?.
—Acá a la vuelta de mi casa. Es una trattoria que tiene venta al público y se llama il buon mangiare.

—¿Postre?

—Ahí tienen, pero, si no hay nada que te apetezca, voy a tratar de darte un postre que, estoy segura que te va a gustar.

—Voy a llevar algún postre, pero estaré ilusionado con el que tú me ofrezcas.

—Mientras tú haces todos esos trámites, voy a decorar tu postre para que esté bien tentador y puedas disfrutarlo.
—Espero que el postre que te lleve puedas tú también disfrutarlo.
—Por lo poco que probé anoche, te prometo que me va a encantar.
En la trattoria, le dijeron que el pedido iba a estar listo en cuarenta minutos. Para combatir la languidez mientras esperaba, pidió una tabla de fiambres y dos latas de cerveza.

Al ingresar al departamento de Natalia, Ignacio se encontró con la deslumbrante, desbordante y sensual belleza de una mujer espectacular: sandalias de altísimos tacones de aguja, un baby doll rojo semitransparente

Ignacio buscó rápidamente un lugar donde dejar la tabla de fiambres y las latas de cerveza, con el oscuro propósito de lanzarse sobre Natalia. Pero ella lo contuvo, diciéndole que primero debían almorzar.

¿Tu serás mi postre?, preguntó él. ¡Y tú serás el mío!, contestó ella y se colgó del cuello de él para comerse la boca, dejando de lado la espera del almuerzo.

Al acariciar la tersa piel de la muchacha y sumergirse, besando cada centímetro de su vientre, Ignacio, tuvo la sensación, que el cielo le hacía un guiño a su vida. Al ir ascendiendo hasta llegar a la turgencia perfecta de sus senos, que sus labios, recorrieron con avidez, mientras sus manos, con delicadeza y la habilidad de un prestidigitador, quitaron su brevísima tanga. Al momento que sus labios se sellaban y sus lenguas intentaban un duelo de lujuria. Con delicada firmeza, penetró en su interior y una melodía de gemidos, suspiros e interjecciones acariciaron, como una dulce canción, la piel excitada y estremecida de los amantes.
La llegada del delivery los sorprendió el uno encima del otro, desparramados, agitados y desfogados. Ignacio, comenzó a buscar la ropa, sin tener idea a donde la había tirado. Ella comenzó a reír, ante esa desopilante escena. Cuando volvió a sonar el timbre, Ignacio, solo tenía puesta la camiseta, las medias y el calzoncillo, aún permanecía en sus manos. Natalia, se incorporó, se acomodó el baby doll, se colocó las sandalias de altura, abrió la puerta de par en par para recibir la vianda, que ya había sido abonada. Hizo esperar al cadete y, zarandeando su hermoso culo, fue por la propina. El flaco alucinaba, no podía salir de su asombro. Cuando quiso agradecer la propina y despedirse, no hizo más que tartamudear.
Natalia colocó la comida en la mesa y arregló todo para almorzar. Ignacio, todavía no había terminado de vestirse y aún, se encontraba sentado en un sillón. Ella se acercó, lo besó y cuando le pidió que se sentará a la mesa para almorzar; fue cuando él le dijo: eres una asesina. El flaco del delivery se va a matar a pajas. Ella lanzó una carcajada, se le tiró encima y volvieron a repetir la sublime aventura de amarse, envueltos en un aura de amorosas sensaciones.
la relación fue idílica un hombre y una mujer se amaban con toda la intensidad que los sentimientos y la fuerza de sus jóvenes años les exigían.

Ignacio, que durante sus años estudiantiles había acumulado un sinnúmero de romances y noviazgos, hacía tiempo que no mantenía más que relaciones ocasionales y, en algunos casos, furtivas. Pensó que con esta muchacha no se repetiría esa posibilidad. Por su belleza, carácter, personalidad, frescura y trato amoroso, Ignacio no pudo pensar en otra cosa que no fuera Natalia.

Él sintió que todo a su alrededor había cambiado: lo que antes era monotonía, hastío y agobio se transformó en sonrisas, ilusiones y esperanzas. Los colores, los aromas y los sabores comenzaron a tener una intensidad distinta.

Ignacio recuerda aquellas palabras que le dijo a Tamara y que tan solo pretendían ser una ironía: que se había vuelto un ser solitario, predecible y previsible. Pero no eran una ironía. Él sentía que, de un tiempo a esta parte, se había convertido en una persona retraída y abstraída. El largo padecimiento que culminó con la muerte de su padre, sumado a la de su madre unos años atrás, lo llevó a replantearse el tener que asumir que, a pesar de contar con buenos amigos y colegas, estaba solo. Desde que se alejó de Tamara no había vuelto a tener una relación de la que, en ese momento, pudiera haberse aferrado para no sentir la angustia de ese vacío que le taladraba el pecho.

Acompañó a su padre hasta sus últimos momentos en la vieja casona donde pasó los años de su niñez y adolescencia, hasta el inicio de la universidad. Tras el fallecimiento de su padre, decidió volver a su departamento. Cargó sus cosas en el auto, cerró la puerta de entrada, caminó hasta el portal, aseguró la puerta de metal con una cadena y puso un candado. Se paró en la vereda y, de frente a la vieja casona, dijo: “Papá, Mamá: el día que tenga que morir, sólo pido poder hacerlo aquí y, desde aquí, poder llegar a ustedes”.

Desde que ingresó a la universidad hasta que su padre enfermó, vivió solo, pero nunca sintió la soledad como en ese momento.

Natalia no solo lo enamoró, lo colmó de amor. Le regaló todas las sonrisas, todos los besos, todos los “te quiero”. Las noches más locas, los días más bellos. Ignacio había renacido en los abrazos y las caricias de esa muchacha a la que amaba con locura.

A las pocas semanas, en conversaciones perdidas y por mera curiosidad, él le preguntó si su amiga había logrado algún avance para hacerla ingresar al holding que, financieramente, controla Vicenzo Sturba. Ella le contestó que estaba en esos trámites y que no le estaba siendo fácil. Él le preguntó si lo dejaba intentar. Con un gesto de desconcierto, ella respondió: “Sí, por supuesto”. Ignacio pensó: Habrá creído que si su amiga no puede, él tampoco iba a poder. Nunca le habló de su relación con la familia Sturba. A los pocos días, Natalia ingresaba a la empresa en el área de personal.

Dado que en su currículo figuraba la tecnicatura en relaciones públicas y algunos cursos de capacitación en esa área, su puesto en la oficina de personal la hacía apta para el trato complejo y conflictivo con los empleados. Después de un tiempo de una relación amorosa e intensa, Ignacio le pidió a Natalia que se fuera a vivir a su departamento. Ella le dijo que estaba muy ilusionada con eso; pero que, con el trabajo, si agregaba la distracción que sería tenerlo a su lado, “adiós estudios”. “Los viernes me buscas a la salida de la universidad. Vamos a tu departamento o al mío y, entre caricias, besos y ‘algo más’, sigo estudiando. No mucho, pero algo es algo”.

Los viernes a la tarde, Ignacio iba a buscar a Natalia a la salida de la facultad de Ciencias Sociales, y ella se quedaba con él hasta la media mañana del domingo. La avidez por tenerla en sus brazos era un deseo sin límites. Además, una o dos veces a la semana, ella pasaba por su departamento y se quedaba hasta la mañana siguiente, cuando salía rumbo al trabajo. La avidez y el deseo eran un juego de dos. Esta relación continuó de esa manera hasta que Natalia se recibió como licenciada en Sociología.

A pocos días de recibir su título, esto fue un miércoles, Natalia se quedó con Ignacio hasta el sábado a la mañana. Ese día, tenía previsto ir por una semana a visitar a su familia con su soñado título universitario. Por viajes y horas acumuladas, le debían días de licencia, así que se los tomó todos.

A su regreso, Ignacio la invitó a viajar a Santa Fe al recital de los Redondos. Toda una aventura. Había que ir con algún día de anticipación para conseguir entradas; la hostelería estaba toda ocupada. Compraron una carpa, almohadones inflables, comidas envasadas y enlatadas, elementos para acampar, y se instalaron, como otros miles, en las inmediaciones de donde se iba a celebrar lo que —los acólitos seguidores de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota— llamaban “la misa”. No se trataba sólo de encontrar un lugar sino de conseguir dónde acampar. Cuando lo lograron, instalaron la carpa, inflaron los colchones, se encerraron en la tienda, se fumaron un porro y tuvieron sexo.

Ignacio fue a averiguar la ubicación de los baños, puestos sanitarios y agua para higienizarse. Todo estaba como debía estar; la organización era buena. Al regresar, no encontró a Natalia. Fue al auto a buscar su celular y encontró los dos. Por aquellos años no estaba tan difundido el uso de estos teléfonos y, en esa zona, no había señal. No pudo precisar el tiempo, pero cuando Natalia apareció, habían pasado horas. Dijo que salió a caminar y no supo cómo volver, hasta que vio a una pareja de chicos que estaban acampando cerca de donde ellos estaban y pudieron volver juntos.

Al día siguiente, Ignacio fue en busca de los baños químicos y tuvo que esperar un buen rato. Se quedó asombrado de la heterogeneidad social y etaria de la concurrencia. Pudo ver a la distancia algún ejecutivo de empresa, y encontrarse con otros. Entre esos otros estaba un conocido. Al comentar ese aspecto etario y social de la concurrencia, este le dijo: Acá vas a encontrar de todo, desde pibes que trabajan en la construcción, empleados de bancos y ejecutivos como yo o empresarios como vos.

Toda esta fauna, que somos nosotros, venimos a divertirnos: cantamos, bailamos, nos abrazamos para hacer pogo sin importar con quién. Después salimos de acá y volvemos a la idiotez de todos los días, pero por un día, como reza el poema de Machado: El rico y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha.
¡Ah! Para que veas lo que es esta fauna, ayer lo vi, entre la gente, a ese que es muy amigo tuyo e insoportable nariz parada de Demetrio; Iba acompañado por una chica que está buenísima.
Soy un cascote en materia de sintaxis y puntuación. las fallas que se puedan observar son de chat gtp.
 
En su cara pelada le puso los cuernos?, al menos es lo que parece. Si es así, la chica va sin escrúpulos como si se rascara el coño.
Me tiene muy entusiasmado esta historia, en su introducción danny52 hace referencia a su inspiración en LCDI, y a una diferente forma de actuar ante lo inaceptable de algunas situaciones y circunstancias.
Bueno, parecen enredarse las cosas para Ignacio, me temo que esas horas que Natalia "se perdió caminando", pudieron transcurrir en la carpa de esos dos que la ayudaron a venir(se), y/o con Demetrio.
No pierde tiempo Natalia, así se entiende mejor su deseo de mantenerse viviendo "a solas" en su propio departamento.
Magistral presentación de los personajes principales, sin ser explícito en ninguna situación, desde ya el autor nos deja con una duda en todo lo que Natalia dice hacer, los días que no se ven, su viaje a casa de sus familiares, el extravío por horas, y recién vamos comenzando.
Como sea, la historia promete intriga y morbo, lamentablemente a costa de nuestro enamorado Ignacio. ;)
 
Última edición:
Me tiene muy entusiasmado esta historia, en su introducción danny52 hace referencia a su inspiración en LCDI, y a una diferente forma de actuar ante lo inaceptable de algunas situaciones y circunstancias.
Bueno, parecen enredarse las cosas para Ignacio, me temo que esas horas que Natalia "se perdió caminando", pudieron transcurrir en la carpa de esos dos que la ayudaron a venir(se), y/o con Demetrio.
No pierde tiempo Natalia, así se entiende mejor su deseo de mantenerse viviendo "a solas" en su propio departamento.
Magistral presentación de los personajes principales, sin ser explícito en ninguna situación, desde ya el autor nos deja con una duda en todo lo que Natalia dice hacer, los días que no se ven, su viaje a casa de sus familiares, el extravío por horas, y recién vamos comenzando.
Como sea, la historia promete intriga y morbo, lamentablemente a costa de nuestro enamorado Ignacio. ;)
Por supuesto.

Igual, yo apuntaba a las circunstancias. Una cosa es que te cuerneen alejado de ti, y otra en el mismo entorno, en una cita contigo. Eso ya no es sólo un calentón, ya es querer herirte y humillarte, no tenerte ni un atisbo de respeto.

Como en LCDI
 
Hola a todos y todas soy danny52 y como no puedo publicar con mi nombre lo hago en el de este amigo. Tampoco he podido hacerlo en la oTRa orilla, por cuestiones tecnonológicas que no cmprendo.
Esta historia me surgió leyendo La cena del idiota y, la imposibilidad de continuar una relación, después que se cruzan circunstancias y situaciones imposibles de aceptar.
Espero que sea del agrado de ustedes. un fuerte abrazo.

El hombre no tema al hombre porque el temer perjudica
La idea, aunque a veces chica, de que aquel es superior

Obliga a ser inferior y a que haga carne la pica

Herencia pa’ un hijo gaucho
José Larralde



Crónica de una traición: capítulo uno

La escena era altamente inquietante. Ella y su amante estaban fuertemente amarrados al respaldo de una cama vieja y rústica. Cuando despertaron, lo hicieron con una fuerte jaqueca y un acre gusto metálico en las gargantas y los paladares. El sonido del agua, que les llegaba junto con el rumor del frondoso monte, les permitió darse cuenta de que estaban en una región perdida y aislada, casi selvática, que bordea la zona sur del Río de la Plata. Este estuario de agua dulce presenta características similares a las de una ribera marítima.
En el momento en que fueron recuperando el estado de conciencia y, al levantar la mirada, pudo ver, con gran estupor, la sonrisa sardónica del marido de ella.

Veintidós años antes.

Ignacio ingresó a un salón de convenciones que había sido remodelado para celebrar una fiesta de empresa. Había sido invitado por su amigo Demetrio, quien, gracias a un buen matrimonio, había contraído nupcias con Tamara, la bella y codiciada hija del acaudalado e influyente empresario ítalo-argentino Vicenzo Sturba.

Una vez dentro de las instalaciones donde se celebraba el evento, pudo observar a Tamara reunida con un grupo de ejecutivos de la firma. Cuando ella lo vio, pidió permiso, dejó a ese grupo de personas y se dirigió hacia donde estaba Ignacio. Después de un afectuoso saludo, lo tomó del brazo y lo acompañó hacia las personas con las que, momentos antes, había estado hablando. Lo presentó como un viejo y querido amigo, excompañero de facultad y asesor externo en inversiones y finanzas del grupo.

Tamara lo invitó a la barra para tomar una copa y conversar un rato. Le dijo:
—Hace tanto que no nos vemos. Quiero saber cómo van tus cosas.
—¿Mis cosas? Como siempre. Me he convertido en un ser absolutamente previsible, predecible y aburrido. Agrégale que mi profesión no contiene ningún tipo de divertimento…
—Cuando te conocí no eras un tipo aburrido, muy por el contrario, y puedo dar fe de ello.
—¡Bueno! No nos vamos a poner a hablar de períodos geológicos. Jajaja.
—¡Cheee! Somos muy jóvenes. Hemos llegado a lugares importantes: yo, por ser la hija del presidente del grupo, y tú, por ser el tipo más brillante que he conocido. Pero somos jóvenes, y tú sigues siendo el bombón que fuiste siempre.
—Si hay alguien que realmente está bien, eres tú: tres hijos y mira qué silueta y qué cara tan hermosa.
—Te lo perdiste.
—A ti te perdí, pero zafé de todo lo demás.
—No hablemos más de ese tema. Ya no tiene solución ni arreglo.
—Te lo agradezco.

En ese momento, don Vicenzo se acercó para hacerle una consulta a Tamara. Al reconocer a Ignacio, le dio un afectuoso abrazo y le agradeció porque, gracias a los informes que recibió de la consultora que él dirige, pudo tomar la decisión correcta y concretar un muy buen negocio.

Después de una conversación no muy extensa, se anunció que iba a ser servida la cena. Con la promesa de seguir la charla en otro momento, la bella Tamara se despidió de su amigo para dirigirse al lugar que, junto a su padre y miembros del directorio, le había sido asignado.

En ese momento apareció Demetrio para saludarlo e indicarle el lugar que también tenía reservado. Ante la pregunta de Ignacio, sobre si conoció a algunos de sus circunstancias acompañantes, Demetrio respondió:
—De los que están en tu mesa, no conozco a nadie. —Y, risueño, agregó—: Espero que tú conozcas o puedas conocer a alguien.

Cuando llegaron a la mesa correspondiente, sólo quedaba libre el lugar que debía ocupar Ignacio. Su amigo, con una sonrisa cómplice y, acercándose al oído, le dijo:
—Parece que esta es tu noche de suerte.

No era para menos. La joven mujer ubicada junto a la silla donde él tenía que sentarse era de una belleza y un atractivo tal que produjo una deslumbrante sugestión en la sensibilidad del joven invitado.

En el momento en que comenzó a servirse la cena, Demetrio dejó a Ignacio en compañía de la joven y bella muchacha Después de los comentarios de rigor sobre el exquisito sabor de lo que se estaba degustando, ella le preguntó:
—¿Trabajas en la empresa?
—Trabajo para una consultora que le presta, a la empresa, servicios de asesoramiento financiero. ¿Y tú? ¿Trabajas para la empresa?
—No, soy amiga de una chica que es ejecutiva y está intentando que yo pueda ingresar como empleada.

Ignacio pensó: “Hablo con Tamara o con Demetrio, y mañana estás trabajando. Pero primero tendremos que conocernos. No puedo recomendar a alguien sin tener idea de quién es”.

—Perdón, me llamo Natalia, ¿y tú?
—¡Ignacio!
—Por tu actividad, debes ser economista.
—Sí, soy doctor en Economía. ¿Y tú?
—Tengo una Tecnicatura en Relaciones Públicas y algunos cursos de capacitación relacionados con ese tema. Hice primaria y secundaria en una escuela bilingüe, y tengo un curso de perfeccionamiento en idioma inglés. Actualmente, estoy cursando cuarto año de Sociología.
—¡Guau! ¡Qué prolífica estudiante! Si no te molesta, ¿te puedo preguntar la edad?
—Jajaja, claro que no me molesta. Me va a molestar cuando tenga la edad suficiente para que me moleste. Tengo veintitrés años.
—¿Vivís con tu familia?
—Alquilo un departamento. Vivo sola. Mi familia no es de acá, pero, sin ser adinerados, me apoyan económicamente. Poder trabajar en esta empresa sería muy importante para mi presente, mi futuro y también para el alivio económico de mi familia.

La conversación continuó por otros temas. Entre la música que se escuchaba de fondo mientras la concurrencia cenaba, sonaba Persiana Americana de Soda Stereo. Natalia comenzó a tararear ya moverse lentamente al ritmo de la música. Ignacio la siguió, tarareando y cantando muy despacito.

—Dime, Ignacio, ¿te gusta Soda Stereo?
-Si. No soy de separar géneros; Me gusta el pop y el rock. No hago diferencias entre estilos. Una buena banda lo es, al margen de su género. Tampoco busco identificarme con determinados grupos que siguen a ciertas bandas. Eso lo dejo para los adolescentes. Ya estoy crecidito para eso.
—A mí también me sucede lo mismo. Me gusta lo que expresan los artistas. Para lo otro, me basta con ser hincha de River. Jajaja. ¿Has ido a algún concierto últimamente?
—¡Uf! Hace mucho. Antes de que falleciera mi madre fui a ver a Nirvana. ¿Y tú?
—Jajaja, ¿en mi pueblo? Nooo. Lo único que pasó cerca fueron Los Redondos. Me moría por ver al Indio, pero mis viejos ni locos me iban a dejar ir.

—Ahora he ido a ver a Soda, Charly y, en cuanto salga la fecha, no importa dónde, me voy a ver a los Redondos.

—Avisame así vamos juntos.

—¿En serio? Te tomo la palabra.
—A mí también me gustan los redondos.
—Muero por participar del pogo más grande del mundo.
—Así he escuchado que le dicen.
—Hace algún tiempo fui a alquilar una peli y alquilé un video, no sé si casero, era de distintos recitales de los Redondos y me quedé impactada.
—¿No alquilaste la peli que ibas a buscar?
—Sí, pero me entusiasmé tanto con los Redondos que al final no la vi.
—jajaja por eso cada vez que voy a alquilar una peli, alquiló una sola.
—¿Qué peli has visto últimamente?
—No soy de ir al cine. Como programa de salida es entretenido e interesante, Iría si tuviera pareja. ir solo no me seduce. Cuando alguien me da un dato o leo alguna crítica que me interese, alquilo la película y la veo. Muy pocas veces suelen ser estrenos. Me gusta el cine negro y de suspenso, en ese rubro, los mejores films son de los sesenta y setenta. Hay películas francesas y norteamericanas, de esa época, que son muy buenas. Me han hecho comentarios muy interesantes del cine coreano.
—¿Y tú qué películas has visto últimamente?
—Soy muy romántica. Tampoco soy de ir mucho al cine. También alquilo pelis. Lloré con “los puentes de Madison” “El guarda espalda” “Tacones lejanos” en esa línea y, si el ánimo lo permite, soy de leer cuentos y novelas.
—¿Qué es lo último que leíste?
—Jajaja ¿últimamente? libros y apuntes de sociología. En casa de mis padres había una pequeña biblioteca. He leído algunos cuentos de cortázar y leí una novela viejísima, de los años del hippismo: “Los caminos a Katmandú” y Tú ¿que leíste últimamente?.
—Jajaja Después de leer los mamotretos sobre economía, no me quedaron muchas ganas de seguir leyendo.
Más adelante sirvieron confituras dulces y saladas, vino espumante, discursos y brindis. Las luces disminuyeron su intensidad y la música aumentó su volumen. Ignacio la invitó a bailar, y ella aceptó de buena manera.

Bailaron, bebieron, rieron, y cuando la música bajó su ritmo, lo hicieron muy pegados: ella tomada de su cuello y él de su cintura. Cuando la música retomó su intensidad, siguió bailando sin separarse demasiado. En algunos momentos, lo hicieron con los ojos fijos el uno en el otro, como si sus miradas de embeleso intentaran decir algo que escapaba a la comprensión de ambos. Solo sentir un extraño sentimiento de atracción y aprensión.

Cuando se quedaron solos en la pista, Natalia le hizo saber que el evento había llegado a su fin y que podía continuarlo en algún boliche cercano.

En la discoteca siguieron los tragos y comenzaron los besos. Bailaban pegados, sin dejar de besarse y acariciarse. La mirada de ella estaba sumergida en la de él, y la de él, en la de ella. Entre los vahos etílicos, la intensidad de la música y la intermitencia de las luces, no pudieron comprender qué les pasaba por dentro. Tenían la sensación, desde el corazón y el alma de cada uno, de que algo, a través de sus ojos, intentaba desentrañar el presagio de lo inescrutable.

Cada uno, por su parte, supuso que todas esas sensaciones eran producto de ese carrusel de vivencias, de una loca noche de excitada diversión. La ingesta de alcohol fue tal, que lo único que pudo hacer fue irse cada uno a su casa, darse una buena ducha, tomar una taza de café bien fuerte y rogar que la resaca del día siguiente no fuera tan terrible. Pero lo fue.

Al mediodía del sábado, Ignacio ya había tomado su segundo café bien cargado, y una intensa languidez comenzaba a invadir su sistema digestivo. En ese momento, recibió la llamada de Natalia, quien le preguntó cómo había amanecido. Él le contó el lamentable estado en que se encontraba y le dijo que necesitaba almorzar, porque la languidez lo estaba matando. Ella respondió que se encontraba en idénticas condiciones.

—Te voy a buscar y vamos a algún restaurante.
—Me tendría que cambiar y estoy muy cómoda con “las poquitas ropas” que llevo puesta. Compra algo en una casa de comidas y vení que te espero en mi departamento.

—¿Qué comida prefieres?
—La que tú quieras
—¿Pastas?
—¡Síii! Ravioles.
—¿Qué tipo de ravioles?
—Rellenos de pollo al champignon.
—¿Dónde los consigo?.
—Acá a la vuelta de mi casa. Es una trattoria que tiene venta al público y se llama il buon mangiare.

—¿Postre?

—Ahí tienen, pero, si no hay nada que te apetezca, voy a tratar de darte un postre que, estoy segura que te va a gustar.

—Voy a llevar algún postre, pero estaré ilusionado con el que tú me ofrezcas.

—Mientras tú haces todos esos trámites, voy a decorar tu postre para que esté bien tentador y puedas disfrutarlo.
—Espero que el postre que te lleve puedas tú también disfrutarlo.
—Por lo poco que probé anoche, te prometo que me va a encantar.
En la trattoria, le dijeron que el pedido iba a estar listo en cuarenta minutos. Para combatir la languidez mientras esperaba, pidió una tabla de fiambres y dos latas de cerveza.

Al ingresar al departamento de Natalia, Ignacio se encontró con la deslumbrante, desbordante y sensual belleza de una mujer espectacular: sandalias de altísimos tacones de aguja, un baby doll rojo semitransparente

Ignacio buscó rápidamente un lugar donde dejar la tabla de fiambres y las latas de cerveza, con el oscuro propósito de lanzarse sobre Natalia. Pero ella lo contuvo, diciéndole que primero debían almorzar.

¿Tu serás mi postre?, preguntó él. ¡Y tú serás el mío!, contestó ella y se colgó del cuello de él para comerse la boca, dejando de lado la espera del almuerzo.

Al acariciar la tersa piel de la muchacha y sumergirse, besando cada centímetro de su vientre, Ignacio, tuvo la sensación, que el cielo le hacía un guiño a su vida. Al ir ascendiendo hasta llegar a la turgencia perfecta de sus senos, que sus labios, recorrieron con avidez, mientras sus manos, con delicadeza y la habilidad de un prestidigitador, quitaron su brevísima tanga. Al momento que sus labios se sellaban y sus lenguas intentaban un duelo de lujuria. Con delicada firmeza, penetró en su interior y una melodía de gemidos, suspiros e interjecciones acariciaron, como una dulce canción, la piel excitada y estremecida de los amantes.
La llegada del delivery los sorprendió el uno encima del otro, desparramados, agitados y desfogados. Ignacio, comenzó a buscar la ropa, sin tener idea a donde la había tirado. Ella comenzó a reír, ante esa desopilante escena. Cuando volvió a sonar el timbre, Ignacio, solo tenía puesta la camiseta, las medias y el calzoncillo, aún permanecía en sus manos. Natalia, se incorporó, se acomodó el baby doll, se colocó las sandalias de altura, abrió la puerta de par en par para recibir la vianda, que ya había sido abonada. Hizo esperar al cadete y, zarandeando su hermoso culo, fue por la propina. El flaco alucinaba, no podía salir de su asombro. Cuando quiso agradecer la propina y despedirse, no hizo más que tartamudear.
Natalia colocó la comida en la mesa y arregló todo para almorzar. Ignacio, todavía no había terminado de vestirse y aún, se encontraba sentado en un sillón. Ella se acercó, lo besó y cuando le pidió que se sentará a la mesa para almorzar; fue cuando él le dijo: eres una asesina. El flaco del delivery se va a matar a pajas. Ella lanzó una carcajada, se le tiró encima y volvieron a repetir la sublime aventura de amarse, envueltos en un aura de amorosas sensaciones.
la relación fue idílica un hombre y una mujer se amaban con toda la intensidad que los sentimientos y la fuerza de sus jóvenes años les exigían.

Ignacio, que durante sus años estudiantiles había acumulado un sinnúmero de romances y noviazgos, hacía tiempo que no mantenía más que relaciones ocasionales y, en algunos casos, furtivas. Pensó que con esta muchacha no se repetiría esa posibilidad. Por su belleza, carácter, personalidad, frescura y trato amoroso, Ignacio no pudo pensar en otra cosa que no fuera Natalia.

Él sintió que todo a su alrededor había cambiado: lo que antes era monotonía, hastío y agobio se transformó en sonrisas, ilusiones y esperanzas. Los colores, los aromas y los sabores comenzaron a tener una intensidad distinta.

Ignacio recuerda aquellas palabras que le dijo a Tamara y que tan solo pretendían ser una ironía: que se había vuelto un ser solitario, predecible y previsible. Pero no eran una ironía. Él sentía que, de un tiempo a esta parte, se había convertido en una persona retraída y abstraída. El largo padecimiento que culminó con la muerte de su padre, sumado a la de su madre unos años atrás, lo llevó a replantearse el tener que asumir que, a pesar de contar con buenos amigos y colegas, estaba solo. Desde que se alejó de Tamara no había vuelto a tener una relación de la que, en ese momento, pudiera haberse aferrado para no sentir la angustia de ese vacío que le taladraba el pecho.

Acompañó a su padre hasta sus últimos momentos en la vieja casona donde pasó los años de su niñez y adolescencia, hasta el inicio de la universidad. Tras el fallecimiento de su padre, decidió volver a su departamento. Cargó sus cosas en el auto, cerró la puerta de entrada, caminó hasta el portal, aseguró la puerta de metal con una cadena y puso un candado. Se paró en la vereda y, de frente a la vieja casona, dijo: “Papá, Mamá: el día que tenga que morir, sólo pido poder hacerlo aquí y, desde aquí, poder llegar a ustedes”.

Desde que ingresó a la universidad hasta que su padre enfermó, vivió solo, pero nunca sintió la soledad como en ese momento.

Natalia no solo lo enamoró, lo colmó de amor. Le regaló todas las sonrisas, todos los besos, todos los “te quiero”. Las noches más locas, los días más bellos. Ignacio había renacido en los abrazos y las caricias de esa muchacha a la que amaba con locura.

A las pocas semanas, en conversaciones perdidas y por mera curiosidad, él le preguntó si su amiga había logrado algún avance para hacerla ingresar al holding que, financieramente, controla Vicenzo Sturba. Ella le contestó que estaba en esos trámites y que no le estaba siendo fácil. Él le preguntó si lo dejaba intentar. Con un gesto de desconcierto, ella respondió: “Sí, por supuesto”. Ignacio pensó: Habrá creído que si su amiga no puede, él tampoco iba a poder. Nunca le habló de su relación con la familia Sturba. A los pocos días, Natalia ingresaba a la empresa en el área de personal.

Dado que en su currículo figuraba la tecnicatura en relaciones públicas y algunos cursos de capacitación en esa área, su puesto en la oficina de personal la hacía apta para el trato complejo y conflictivo con los empleados. Después de un tiempo de una relación amorosa e intensa, Ignacio le pidió a Natalia que se fuera a vivir a su departamento. Ella le dijo que estaba muy ilusionada con eso; pero que, con el trabajo, si agregaba la distracción que sería tenerlo a su lado, “adiós estudios”. “Los viernes me buscas a la salida de la universidad. Vamos a tu departamento o al mío y, entre caricias, besos y ‘algo más’, sigo estudiando. No mucho, pero algo es algo”.

Los viernes a la tarde, Ignacio iba a buscar a Natalia a la salida de la facultad de Ciencias Sociales, y ella se quedaba con él hasta la media mañana del domingo. La avidez por tenerla en sus brazos era un deseo sin límites. Además, una o dos veces a la semana, ella pasaba por su departamento y se quedaba hasta la mañana siguiente, cuando salía rumbo al trabajo. La avidez y el deseo eran un juego de dos. Esta relación continuó de esa manera hasta que Natalia se recibió como licenciada en Sociología.

A pocos días de recibir su título, esto fue un miércoles, Natalia se quedó con Ignacio hasta el sábado a la mañana. Ese día, tenía previsto ir por una semana a visitar a su familia con su soñado título universitario. Por viajes y horas acumuladas, le debían días de licencia, así que se los tomó todos.

A su regreso, Ignacio la invitó a viajar a Santa Fe al recital de los Redondos. Toda una aventura. Había que ir con algún día de anticipación para conseguir entradas; la hostelería estaba toda ocupada. Compraron una carpa, almohadones inflables, comidas envasadas y enlatadas, elementos para acampar, y se instalaron, como otros miles, en las inmediaciones de donde se iba a celebrar lo que —los acólitos seguidores de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota— llamaban “la misa”. No se trataba sólo de encontrar un lugar sino de conseguir dónde acampar. Cuando lo lograron, instalaron la carpa, inflaron los colchones, se encerraron en la tienda, se fumaron un porro y tuvieron sexo.

Ignacio fue a averiguar la ubicación de los baños, puestos sanitarios y agua para higienizarse. Todo estaba como debía estar; la organización era buena. Al regresar, no encontró a Natalia. Fue al auto a buscar su celular y encontró los dos. Por aquellos años no estaba tan difundido el uso de estos teléfonos y, en esa zona, no había señal. No pudo precisar el tiempo, pero cuando Natalia apareció, habían pasado horas. Dijo que salió a caminar y no supo cómo volver, hasta que vio a una pareja de chicos que estaban acampando cerca de donde ellos estaban y pudieron volver juntos.

Al día siguiente, Ignacio fue en busca de los baños químicos y tuvo que esperar un buen rato. Se quedó asombrado de la heterogeneidad social y etaria de la concurrencia. Pudo ver a la distancia algún ejecutivo de empresa, y encontrarse con otros. Entre esos otros estaba un conocido. Al comentar ese aspecto etario y social de la concurrencia, este le dijo: Acá vas a encontrar de todo, desde pibes que trabajan en la construcción, empleados de bancos y ejecutivos como yo o empresarios como vos.

Toda esta fauna, que somos nosotros, venimos a divertirnos: cantamos, bailamos, nos abrazamos para hacer pogo sin importar con quién. Después salimos de acá y volvemos a la idiotez de todos los días, pero por un día, como reza el poema de Machado: El rico y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha.
¡Ah! Para que veas lo que es esta fauna, ayer lo vi, entre la gente, a ese que es muy amigo tuyo e insoportable nariz parada de Demetrio; Iba acompañado por una chica que está buenísima.
Soy un admirador tuyo. Seguiré tu relato.

Un beso.- Cristina
 
Por supuesto.
Igual, yo apuntaba a las circunstancias. Una cosa es que te cuerneen alejado de ti, y otra en el mismo entorno, en una cita contigo. Eso ya no es sólo un calentón, ya es querer herirte y humillarte, no tenerte ni un atisbo de respeto.
Como en LCDI
Es lo que me temo, no veo a Natalia muy escrupulosa a la hora de tomar decisiones.
Parece el tipo de mujer que impone su propio ritmo, quien esté cerca sólo le quedará seguirlo o hacerse a un lado, consciente de las sensaciones que provoca, y lo sencillo de usarlo en su beneficio, necesita un hombre fuerte a su lado, de lo contrario sólo serán herramientas para cumplir sus metas.:rolleyes::confused:
 
Crónica de una traición 2

“La misa”, como la llaman los seguidores de los Redondos, fue un concierto de una intensidad formidable. Abrazados con Natalia, cantamos, bailamos y saltamos en un frenesí de locura. Una fiesta maravillosa.
El Indio: cantor, poeta, pensador. No solo líder de la banda, sino líder de toda esa multitud que lo idolatra. Ni un solo desmán. Como me dijo el amigo con el que hablé: pura catarsis.
Llegando al final, con el tema “Ji, ji, ji”, se anunció el pogo más grande del mundo. Cuando Skay comenzó su solo de guitarra, había más de cien mil personas saltando. Se movía el piso.
Excitados y demolidos. Así es como terminamos.
Todo el equipo que llevé para acampar, antes de ir a ver el concierto, lo había cargado en el auto. Nos sentamos en el vehículo, saqué la última botella de agua que nos quedaba en la conservadora y nos la bebimos sin respirar. Nos quedamos dormidos.
Cuando despertamos ya estaba aclarando. Todavía había una multitud intentando abandonar el lugar. Cuando logramos llegar a la ruta, el tránsito aún era lento. En cuanto pudimos desviarnos de la ruta principal, lo hicimos y buscamos algún pueblo o parador. Encontramos una pequeña población y preguntamos por un hotel.
Tomamos una habitación, desayunamos, nos duchamos y recién nos levantamos para cenar. Una hermosa aventura que, pensé, siempre recordaremos con Natalia.
Nos quedamos a pasar la noche en el hotel. Descansados y bien alimentados, nos fuimos a la cama, no necesariamente a dormir.
Al día siguiente, después de desayunar, emprendimos el regreso. En ese viaje, Natalia me dijo que quería venirse a vivir conmigo. Nuestra aventura ricotera no podría haber terminado de mejor manera.

Al cumplirse un año de la relación, contrajeron matrimonio.
Por la mañana se concretó la ceremonia en el registro civil y, al mediodía, hicieron bendecir los anillos por un cura amigo de la familia de Ignacio. La fiesta se realizó en los jardines de una instalación para eventos, que contó con la concurrencia de familiares, amigos y algún allegado. Demetrio estaba por ser amigo de Ignacio, pero parecía más un invitado de Natalia.
Por compromisos laborales y profesionales, el viaje de bodas fue de algo más de una semana. Cuando Natalia terminó el ciclo de educación secundaria, por restricciones económicas de su familia, no pudo hacer el viaje de fin de estudios con sus compañeros de curso.
Ignacio, que conocía esta circunstancia, le propuso ir a Bariloche.
Mil seiscientos kilómetros de distancia. Se turnaban para conducir y descansar. Más de veinticuatro horas de viaje. El primer día recorrieron los bellos lugares de las inmediaciones.
Al día siguiente, recorrieron el camino de los Siete Lagos y contemplaron las bellezas naturales de esa región precordillerana: los lagos inmensos y profundos, cuyo azul contrasta con el verde intenso de los bosques y, en el fondo, la magnificencia de las montañas con sus cumbres nevadas. Todo ese paisaje daba un marco imponente a los sentimientos y sensaciones que estremecieron la piel de Natalia, quien, maravillada, se aferraba amorosamente a Ignacio.
Con los años, al recordar esos momentos, supo que esos sentimientos y sensaciones, que no recordaba haber tenido estando con otra pareja, no eran otra cosa que amor y felicidad.


El regreso a la actividad laboral implicó para Natalia, por acumulación de trabajo, una carga horaria y laboral extenuante. "Hazte la fama y échate a dormir", reza el refranero.
Recorrer empresas para relevar y elaborar informes sobre cuestiones inherentes a las distintas temáticas administrativas y de otra índole en el desarrollo de la cuestión laboral era algo que Natalia realizaba con solvencia. La licencia por los días que le debían, las vacaciones y los días de licencia por matrimonio, sumado a que el nuevo organigrama la tenía como encargada de esa actividad, hicieron que el regreso al trabajo fuera de una gran carga horaria y laboral. Viajes, reuniones con jefes de personal en distintas empresas, entrevistas con miembros de los cuerpos de delegados y una reunión para entregar el parte de la actividad semanal, en la que invariablemente se extendía hasta altas horas de la noche.
Con todo eso, a los tres meses Natalia quedó embarazada.


Fueron meses de ilusión, de esperar la llegada de la bebé. Natalia eligió el nombre: se llamaría Noemí. Un nombre que me sonaba cercano. ¡Bueno! Hay muchas personas con ese nombre; no me debería sonar ni cercano ni extraño.
Ella me cuenta que en el nuevo organigrama, y por su solvencia en el tema, la han colocado en un área donde la conflictividad laboral es recurrente, y ella ha demostrado tener la capacidad necesaria para el manejo de un tema tan sensible, elevando informes y recomendaciones que permiten la resolución de los conflictos.
Entre papeleos, viajes y reuniones de trabajo, en su estado, llegaba rendida. La cuido como lo que es, el ángel que iluminó mi vida. Vivo pendiente de que no le falte nada; cuido cada detalle de su bienestar. La amo con toda mi alma.

Natalia no paró de trabajar ni de viajar, visitando empresas del grupo para supervisar y elaborar informes sobre el estado de la conflictividad laboral.
Ignacio, por no haber convivido de manera permanente con Natalia, desconocía los horarios que cumplía antes. Tenía la sospecha de que no eran tan intensas ni tan extensas las jornadas laborales, pero era solo un parecer. Natalia volvía extenuada. Se sentaban a ver televisión, ella asentaba su cabeza sobre el regazo de él y se quedaba dormida.
Cuando se enteró del cambio de organigrama, la designación y la nueva responsabilidad de Natalia, no tardó en asumir esa realidad y proceder en consecuencia. Vivía para asistirla y contenerla.

Hablé con Tamara y le pedí, sin que se enterara nadie, ni siquiera Natalia, porque todavía faltaba para la fecha de la licencia que concede la ley, si la empresa le podría dar licencia por reconocimiento a su trabajo.
No podía creerlo cuando Natalia me contó que gracias a Demetrio le habían dado licencia adelantada hasta la fecha de parto que concede la ley. Le dije: "Debe ser por reconocimiento a tu trabajo; esas cosas no se consiguen por influencias de nadie. Algún responsable del directorio debe firmar esa planilla". Pero también pensé: "¿Será mérito de Demetrio?".
No supe qué decirle. ¿Qué pretende Demetrio con mi mujer? Esto ya ha empezado a molestarme.
Lo llamé para “agradecerle el gesto”. Me dijo:
—Cuando fui para hablar con Tamara, esta ya había tomado la decisión y firmado la planilla. Me pidió que le informara a Natalia la decisión. Nada tuve que ver. Que se lo haya comunicado yo puede haber sido lo que generó la confusión.
—De todas maneras, te agradezco.
—No, Nacho. Faltaba más.
¡Bueno! Me dije: nada que objetar.

El embarazo avanzaba. Su amorosa madre había pedido licencia en su trabajo y, durante el periodo prenatal, vino para estar y cuidar a su hija.
Yo había restringido mi jornada laboral para poder estar con Nati.
Ella pasaba mucho tiempo abstraída, como pensativa. Algunas veces, mientras mirábamos televisión o estaba ocupada en algún otro menester, pensando que yo no le prestaba atención, noté que se quedaba mirándome de una manera que no sabía desentrañar y siempre que esto sucedía, en algún momento se acercaba donde yo pudiera estar, me abrazaba y me besaba, sin poder disimular su angustia. Le preguntaba, y me decía: "Creo que son cosas del embarazo y, además, porque te quiero, tonto".
Después de trabajar, me dedicaba de lleno a las tareas del hogar: comprar, cocinar, después de cenar lavar y limpiar la cocina, etc., hasta que, al día siguiente, Elena, la señora que es empleada de la familia, se haga cargo de la limpieza general de toda la casa.
Yo me ocupaba de hacer las compras, de llevar la ropa al lavadero, de preparar el desayuno y la cena. Mi suegra preparaba el almuerzo para ella y Natalia.
Un buen día, al regresar de mis ocupaciones, me encontré en la puerta de casa con un camión estacionado, un equipo de dieciocho ruedas. Aroldo, mi suegro, aprovechando que estaba de paso y, a la espera de que la empresa de transporte le indicara dónde tenía que ir a buscar carga, había venido a visitar a su hija y a su bella esposa.
Una persona de más de cincuenta años. Corina, su esposa y mamá de Natalia, algo más de cuarenta. Con estudios secundarios completos al igual que Corina. Una persona de trato agradable, instruida y culta. Afecto a la lectura, al igual que su esposa. Me comentó que la lectura es su pasatiempo en las interminables esperas, tanto para cargar como para descargar.
Su visita no duró mucho. Pasó la noche en casa y, al otro día, tenía que ir a recibir carga a un molino harinero.

Los días transcurrieron entre la ilusión, la espera y Natalia, discurriendo entre la esperanza, una angustia mal disimulada y esas miradas indescifrables con las que me observaba y que, invariablemente, terminaban en abrazos, caricias, besos y, algunas veces, lágrimas.

El nacimiento de nuestra niña inundó mi vida de dicha, alegría y una indescriptible sensación que trascendía todos los sentimientos amorosos. Estaba todo el tiempo pendiente de ella y de su mamá. Todo fue un maravilloso viaje al cielo de la felicidad.
Era una bebé preciosa. Corina, su abuela, me dijo que era una foto de Natalia recién nacida.
Al día siguiente, en su vehículo particular, llegó su papá Aroldo con los dos hermanos de Natalia. Hacía años que no se reunía toda la familia; el momento lo ameritaba. Un desfile de amigas de Natalia y amigos míos pasaron por nuestra casa en esos días.

Al poco tiempo, hubo bautismo y celebración. Natalia quiso que el padrino fuera Demetrio. Siempre me he allanado a sus decisiones, no encontraba la manera de negarle nada; la amaba hasta lo indecible. La madrina fue Carmen, amiga y compañera de trabajo, con quien solía juntarse para salir a cenar y tomar algo. Se conocían desde antes de que Natalia ingresara a trabajar en el grupo. Según Natalia, Carmen había intentado, sin éxito, hacerla ingresar a la empresa.
Yo hubiera querido que la madrina, tanto en la boda como en el bautismo, hubiera sido Tamara. Ya le había contado a Natalia que, en nuestras épocas universitarias, había tenido un romance con Tamara; pero supongo que Demetrio dio información más detallada de aquello y Natalia no la aceptó para acontecimientos tan íntimos. Le pregunté si lo que sabía de Tamara venía del lado de Demetrio. Me respondió: "Esa historia la conocen varios en la empresa".

Natalia tuvo que reintegrarse a su labor. Corina, por un tiempo, se hizo cargo del cuidado de Noemí, mientras que yo acomodé mi horario para asistir a mi suegra, quien en ese tiempo me enseñó todo lo que debía saber sobre el cuidado de la niña.
La chica que reemplazaba a Corina en el estudio contable tenía que marcharse, por lo que esta tuvo que regresar. Fueron unos meses de amorosos cuidados, tanto para su hija como para su nieta.
Tuvimos que contratar a una muchacha para que se hiciera cargo de la bebé.
La chica encargada de cuidar a Noemí lo hacía con mucho amor, estaba pendiente de todo en lo atinente al cuidado de la niña.
Hablando con ella, supe que era allegada de la familia de Demetrio.

Ignacio notaba cómo Demetrio estaba presente en todas las conversaciones y decisiones que tomaba Natalia. No le dio importancia; él se sentía amado por su esposa y Demetrio era su amigo. Nada que objetar.

Terminada la licencia por maternidad, más algunas semanas que le concedió la empresa, Natalia tuvo que volver al trabajo.
Al regresar, se encontró con la novedad de que había sido asignada al departamento de estadística, que dependía del organigrama de la gerencia de Demetrio. El buen desempeño demostrado a lo largo del tiempo que llevaba en la empresa y los conocimientos adquiridos en sus estudios le permitieron llevar adelante la tarea de recolección, sistematización y análisis estadísticos de información que luego serían puestos a disposición para la toma de decisiones.

La intensidad laboral y los cuidados de la niña fueron apagando los ímpetus de los primeros tiempos. La relación de dependencia laboral de Natalia y la carga horaria que le imponían al estar como sub encargada del departamento de estadística hacían que yo tuviera que hacerme cargo de las consultas al pediatra, controlar sus vacunas, llevarla e ir a buscarla a la guardería. Para darle a Gladis tiempo libre para sus cosas, solía llevar a Noemí conmigo a la oficina. ¿Molestia? Nada me daba más felicidad que atender a mi niña y estar con ella.
Cuando Natalia y yo logramos tener un tiempo para nosotros, lo vivimos con amorosa y placentera intensidad. De todas maneras, extraño aquellos fines de semana cuando iba a buscarla a la salida de la universidad. Pero bueno, es lo que me toca; la amo, y eso no es poco.

El departamento debía hacer relevamientos periódicos de estadísticas de producción, ventas y comercialización. Encontrar información necesaria para tomar algunas decisiones era caótico. El archivo y el departamento tuvieron que ser reorganizados. Natalia, con la asistencia de personal de informática, lo hizo.
Al poco tiempo, el encargado de ese departamento fue desplazado, y al frente del mismo quedó Natalia.
Esto implicó viajes, carga horaria y agotamiento, que se notaba cuando, en muchas ocasiones, se quedaba dormida sentada mientras esperaba que yo sirviera la cena.
En algún momento le sugerí dejar de trabajar.
—Sé que no es por dinero, pero te estás matando —le dije.
Ella respondió:
—Estudié y me preparé para esto, y lo estoy haciendo bien en un grupo empresarial importante, con reconocimiento por mi labor. Cuando me asiente en el cargo y tenga respaldo, voy a exigir que me asignen personal para delegar funciones y actividades. Mientras tanto, tendré que apechugar.
Más de una vez tuve que ir a buscarla al aeropuerto o a la terminal de ómnibus cuando regresaba de algún viaje de trabajo.

Natalia quedó al frente del departamento, cuyo organigrama dependía de la gerencia de Demetrio, pero operativamente respondía al personal adscrito al directorio. Una vez reorganizado el sistema, cada vez que el directorio requería información, por ejemplo, para hacer memoria y balance o informes trimestrales para accionistas, los tenían disponibles en sus terminales. Antes debían pedírselo al antiguo encargado.
Este hecho generó algunos chispazos con Demetrio. El antiguo encargado era muy allegado a él. Natalia no se cortó sola; por una cuestión de funcionamiento, estaba más ligada al personal adscrito al directorio que al organigrama de la gerencia. Toda esta operatoria se decidió desde el directorio. Con el tiempo, esta situación sacaría a la luz algunas cosas. Al menos, para Natalia.
El tiempo transcurrió, y Demetrio entendió que lo ocurrido no fue algo hecho de modo deliberado por parte de Natalia. Utilizando su influencia, puso el departamento bajo su total responsabilidad y repuso como adjunto y segundo de Natalia, con funciones de supervisor, al antiguo encargado.

Por un tiempo, la carga laboral sobre Natalia fue aligerada. Esto sirvió para que pasara más tiempo con su bebé y le dedicara a Ignacio todo el cariño que se debía a sí misma y a él. Se encargó de preparar la fiesta para el primer cumpleaños de Noemí, al que acudieron muchas mamás, compañeras de trabajo y amigas con niños pequeños.
La fiesta se realizó en un local que contaba con la actuación de jóvenes especializados en divertir a los pequeños. Carmen, la madrina, estaba acompañando a su hermana con su hijo.
Ignacio miró la lista de invitados. Todos acompañaban a sus pequeños. "¿Quién lo invitó?", se preguntó cuando vio a Demetrio ingresar al local con un gran oso de peluche para su ahijada. Cuando Natalia lo vio, se acercó a Ignacio.
Demetrio tomó a su ahijada, la alzó, la besó y durante un rato estuvo haciéndola jugar con el oso de peluche. Después se acercó al matrimonio, le dio un abrazo a Ignacio y un beso a Natalia, y se marchó. Durante todo ese tiempo, Natalia permaneció al lado de su marido.

Las cosas siguieron en esa tónica. Natalia, alguna vez a la semana, debía quedarse después de hora y regresaba bastante tarde, algo que se había vuelto habitual. Una vez al mes, para realizar relevamientos estadísticos, viajaba a una empresa ubicada en una región bastante lejana. Por cuestiones de trasbordo y horarios del transporte, salía los viernes por la mañana y recién volvía los domingos a última hora.
Natalia iba a trabajar y, a juzgar por el bronceado que traía, parecía que, más que trabajar, había ido a tomar sol. Según dijo, en la espera para volver, aprovechaba que el hotel tenía piscina, gimnasio y solárium, lo que le permitía nadar, distenderse y tomar sol.
Ignacio veía que, algunas veces, Natalia se acercaba, lo abrazaba y se quedaba así por un rato, mientras le decía:
—Te he descuidado tanto que tengo miedo de perderte.
Ignacio la amaba más que a su vida y se preguntaba:
—¿Cómo es que no se me nota?

Noemí estaba pronto a cumplir tres años, y la carga laboral de Natalia había retomado la impronta de tiempos que se pensaban superados. Esta vez, a diferencia de los dos cumpleaños anteriores, fue Ignacio quien tuvo que hacerse cargo de todos los preparativos.
Las invitaciones fueron complicadas, porque la mayoría de los niños eran hijos de las compañeras y amigas de Natalia. Tuvo que llamar a Carmen para que lo ayudara en su cometido. Ella se ocupó, pues conocía a casi todas las mamás. Lo demás lo tuvo que llevar adelante Ignacio, quien lo hizo con gusto y placer.

La fiesta había comenzado cuando apareció Natalia, después de que nuestra amada hija había preguntado cantidad de veces por su mamá.
Natalia le trajo una caja llena de regalos y se puso a jugar con su niña. La felicidad en el rostro de Noemí era total. Después de que los anfitriones comenzaron a hacer jugar a los niños, Natalia empezó a buscarme con la mirada. Cuando me localizó, corrió hacia mí, abrazándome y pidiendo perdón. Le dije:
—Si tienes que pedir perdón, debes hacérselo a nuestra hija, que estuvo preguntando por ti con angustia.
Al rato apareció Demetrio con una caja de regalos. Él es el responsable directo de la carga laboral de Natalia. Cuando lo vi entrar, me retiré a otra dependencia de las instalaciones. No quería verlo ni estar con él.

Al día siguiente, fui para retirar aquellas cosas que quedaron de la fiesta y podrían estar estorbando el funcionamiento del espacio de eventos. Abrí el baúl del auto y me cargaron con dos bolsas de consorcio repletas de lo que había sobrado: cajas vacías de regalos con sus envoltorios, bolsas de snack... Me puse a ver qué cosas se debían tirar y cuáles no.
Me tomé el trabajo de seleccionar los envoltorios de los regalos para después acomodarlos, de modo tal que, por un tiempo, le quedaran de recuerdo. Intenté identificar a quiénes correspondían, si esto fuera posible, y, en nombre de Noemí, enviar tarjetas de agradecimiento para esos niños.
En esa búsqueda me encontré con dos cajas y envoltorios similares que eran del mismo comercio. Una, estoy seguro, era la caja del regalo que trajo Natalia, y la otra no la recuerdo. Sé que Demetrio también trajo una caja, pero no puedo determinar tamaño ni color. Ni bien lo vi entrar, me fui.
"No, debe ser solo una coincidencia", pensé.


Continuará
 
Crónica de una traición 2

“La misa”, como la llaman los seguidores de los Redondos, fue un concierto de una intensidad formidable. Abrazados con Natalia, cantamos, bailamos y saltamos en un frenesí de locura. Una fiesta maravillosa.
El Indio: cantor, poeta, pensador. No solo líder de la banda, sino líder de toda esa multitud que lo idolatra. Ni un solo desmán. Como me dijo el amigo con el que hablé: pura catarsis.
Llegando al final, con el tema “Ji, ji, ji”, se anunció el pogo más grande del mundo. Cuando Skay comenzó su solo de guitarra, había más de cien mil personas saltando. Se movía el piso.
Excitados y demolidos. Así es como terminamos.
Todo el equipo que llevé para acampar, antes de ir a ver el concierto, lo había cargado en el auto. Nos sentamos en el vehículo, saqué la última botella de agua que nos quedaba en la conservadora y nos la bebimos sin respirar. Nos quedamos dormidos.
Cuando despertamos ya estaba aclarando. Todavía había una multitud intentando abandonar el lugar. Cuando logramos llegar a la ruta, el tránsito aún era lento. En cuanto pudimos desviarnos de la ruta principal, lo hicimos y buscamos algún pueblo o parador. Encontramos una pequeña población y preguntamos por un hotel.
Tomamos una habitación, desayunamos, nos duchamos y recién nos levantamos para cenar. Una hermosa aventura que, pensé, siempre recordaremos con Natalia.
Nos quedamos a pasar la noche en el hotel. Descansados y bien alimentados, nos fuimos a la cama, no necesariamente a dormir.
Al día siguiente, después de desayunar, emprendimos el regreso. En ese viaje, Natalia me dijo que quería venirse a vivir conmigo. Nuestra aventura ricotera no podría haber terminado de mejor manera.

Al cumplirse un año de la relación, contrajeron matrimonio.
Por la mañana se concretó la ceremonia en el registro civil y, al mediodía, hicieron bendecir los anillos por un cura amigo de la familia de Ignacio. La fiesta se realizó en los jardines de una instalación para eventos, que contó con la concurrencia de familiares, amigos y algún allegado. Demetrio estaba por ser amigo de Ignacio, pero parecía más un invitado de Natalia.
Por compromisos laborales y profesionales, el viaje de bodas fue de algo más de una semana. Cuando Natalia terminó el ciclo de educación secundaria, por restricciones económicas de su familia, no pudo hacer el viaje de fin de estudios con sus compañeros de curso.
Ignacio, que conocía esta circunstancia, le propuso ir a Bariloche.
Mil seiscientos kilómetros de distancia. Se turnaban para conducir y descansar. Más de veinticuatro horas de viaje. El primer día recorrieron los bellos lugares de las inmediaciones.
Al día siguiente, recorrieron el camino de los Siete Lagos y contemplaron las bellezas naturales de esa región precordillerana: los lagos inmensos y profundos, cuyo azul contrasta con el verde intenso de los bosques y, en el fondo, la magnificencia de las montañas con sus cumbres nevadas. Todo ese paisaje daba un marco imponente a los sentimientos y sensaciones que estremecieron la piel de Natalia, quien, maravillada, se aferraba amorosamente a Ignacio.
Con los años, al recordar esos momentos, supo que esos sentimientos y sensaciones, que no recordaba haber tenido estando con otra pareja, no eran otra cosa que amor y felicidad.


El regreso a la actividad laboral implicó para Natalia, por acumulación de trabajo, una carga horaria y laboral extenuante. "Hazte la fama y échate a dormir", reza el refranero.
Recorrer empresas para relevar y elaborar informes sobre cuestiones inherentes a las distintas temáticas administrativas y de otra índole en el desarrollo de la cuestión laboral era algo que Natalia realizaba con solvencia. La licencia por los días que le debían, las vacaciones y los días de licencia por matrimonio, sumado a que el nuevo organigrama la tenía como encargada de esa actividad, hicieron que el regreso al trabajo fuera de una gran carga horaria y laboral. Viajes, reuniones con jefes de personal en distintas empresas, entrevistas con miembros de los cuerpos de delegados y una reunión para entregar el parte de la actividad semanal, en la que invariablemente se extendía hasta altas horas de la noche.
Con todo eso, a los tres meses Natalia quedó embarazada.


Fueron meses de ilusión, de esperar la llegada de la bebé. Natalia eligió el nombre: se llamaría Noemí. Un nombre que me sonaba cercano. ¡Bueno! Hay muchas personas con ese nombre; no me debería sonar ni cercano ni extraño.
Ella me cuenta que en el nuevo organigrama, y por su solvencia en el tema, la han colocado en un área donde la conflictividad laboral es recurrente, y ella ha demostrado tener la capacidad necesaria para el manejo de un tema tan sensible, elevando informes y recomendaciones que permiten la resolución de los conflictos.
Entre papeleos, viajes y reuniones de trabajo, en su estado, llegaba rendida. La cuido como lo que es, el ángel que iluminó mi vida. Vivo pendiente de que no le falte nada; cuido cada detalle de su bienestar. La amo con toda mi alma.

Natalia no paró de trabajar ni de viajar, visitando empresas del grupo para supervisar y elaborar informes sobre el estado de la conflictividad laboral.
Ignacio, por no haber convivido de manera permanente con Natalia, desconocía los horarios que cumplía antes. Tenía la sospecha de que no eran tan intensas ni tan extensas las jornadas laborales, pero era solo un parecer. Natalia volvía extenuada. Se sentaban a ver televisión, ella asentaba su cabeza sobre el regazo de él y se quedaba dormida.
Cuando se enteró del cambio de organigrama, la designación y la nueva responsabilidad de Natalia, no tardó en asumir esa realidad y proceder en consecuencia. Vivía para asistirla y contenerla.

Hablé con Tamara y le pedí, sin que se enterara nadie, ni siquiera Natalia, porque todavía faltaba para la fecha de la licencia que concede la ley, si la empresa le podría dar licencia por reconocimiento a su trabajo.
No podía creerlo cuando Natalia me contó que gracias a Demetrio le habían dado licencia adelantada hasta la fecha de parto que concede la ley. Le dije: "Debe ser por reconocimiento a tu trabajo; esas cosas no se consiguen por influencias de nadie. Algún responsable del directorio debe firmar esa planilla". Pero también pensé: "¿Será mérito de Demetrio?".
No supe qué decirle. ¿Qué pretende Demetrio con mi mujer? Esto ya ha empezado a molestarme.
Lo llamé para “agradecerle el gesto”. Me dijo:
—Cuando fui para hablar con Tamara, esta ya había tomado la decisión y firmado la planilla. Me pidió que le informara a Natalia la decisión. Nada tuve que ver. Que se lo haya comunicado yo puede haber sido lo que generó la confusión.
—De todas maneras, te agradezco.
—No, Nacho. Faltaba más.
¡Bueno! Me dije: nada que objetar.

El embarazo avanzaba. Su amorosa madre había pedido licencia en su trabajo y, durante el periodo prenatal, vino para estar y cuidar a su hija.
Yo había restringido mi jornada laboral para poder estar con Nati.
Ella pasaba mucho tiempo abstraída, como pensativa. Algunas veces, mientras mirábamos televisión o estaba ocupada en algún otro menester, pensando que yo no le prestaba atención, noté que se quedaba mirándome de una manera que no sabía desentrañar y siempre que esto sucedía, en algún momento se acercaba donde yo pudiera estar, me abrazaba y me besaba, sin poder disimular su angustia. Le preguntaba, y me decía: "Creo que son cosas del embarazo y, además, porque te quiero, tonto".
Después de trabajar, me dedicaba de lleno a las tareas del hogar: comprar, cocinar, después de cenar lavar y limpiar la cocina, etc., hasta que, al día siguiente, Elena, la señora que es empleada de la familia, se haga cargo de la limpieza general de toda la casa.
Yo me ocupaba de hacer las compras, de llevar la ropa al lavadero, de preparar el desayuno y la cena. Mi suegra preparaba el almuerzo para ella y Natalia.
Un buen día, al regresar de mis ocupaciones, me encontré en la puerta de casa con un camión estacionado, un equipo de dieciocho ruedas. Aroldo, mi suegro, aprovechando que estaba de paso y, a la espera de que la empresa de transporte le indicara dónde tenía que ir a buscar carga, había venido a visitar a su hija y a su bella esposa.
Una persona de más de cincuenta años. Corina, su esposa y mamá de Natalia, algo más de cuarenta. Con estudios secundarios completos al igual que Corina. Una persona de trato agradable, instruida y culta. Afecto a la lectura, al igual que su esposa. Me comentó que la lectura es su pasatiempo en las interminables esperas, tanto para cargar como para descargar.
Su visita no duró mucho. Pasó la noche en casa y, al otro día, tenía que ir a recibir carga a un molino harinero.

Los días transcurrieron entre la ilusión, la espera y Natalia, discurriendo entre la esperanza, una angustia mal disimulada y esas miradas indescifrables con las que me observaba y que, invariablemente, terminaban en abrazos, caricias, besos y, algunas veces, lágrimas.

El nacimiento de nuestra niña inundó mi vida de dicha, alegría y una indescriptible sensación que trascendía todos los sentimientos amorosos. Estaba todo el tiempo pendiente de ella y de su mamá. Todo fue un maravilloso viaje al cielo de la felicidad.
Era una bebé preciosa. Corina, su abuela, me dijo que era una foto de Natalia recién nacida.
Al día siguiente, en su vehículo particular, llegó su papá Aroldo con los dos hermanos de Natalia. Hacía años que no se reunía toda la familia; el momento lo ameritaba. Un desfile de amigas de Natalia y amigos míos pasaron por nuestra casa en esos días.

Al poco tiempo, hubo bautismo y celebración. Natalia quiso que el padrino fuera Demetrio. Siempre me he allanado a sus decisiones, no encontraba la manera de negarle nada; la amaba hasta lo indecible. La madrina fue Carmen, amiga y compañera de trabajo, con quien solía juntarse para salir a cenar y tomar algo. Se conocían desde antes de que Natalia ingresara a trabajar en el grupo. Según Natalia, Carmen había intentado, sin éxito, hacerla ingresar a la empresa.
Yo hubiera querido que la madrina, tanto en la boda como en el bautismo, hubiera sido Tamara. Ya le había contado a Natalia que, en nuestras épocas universitarias, había tenido un romance con Tamara; pero supongo que Demetrio dio información más detallada de aquello y Natalia no la aceptó para acontecimientos tan íntimos. Le pregunté si lo que sabía de Tamara venía del lado de Demetrio. Me respondió: "Esa historia la conocen varios en la empresa".

Natalia tuvo que reintegrarse a su labor. Corina, por un tiempo, se hizo cargo del cuidado de Noemí, mientras que yo acomodé mi horario para asistir a mi suegra, quien en ese tiempo me enseñó todo lo que debía saber sobre el cuidado de la niña.
La chica que reemplazaba a Corina en el estudio contable tenía que marcharse, por lo que esta tuvo que regresar. Fueron unos meses de amorosos cuidados, tanto para su hija como para su nieta.
Tuvimos que contratar a una muchacha para que se hiciera cargo de la bebé.
La chica encargada de cuidar a Noemí lo hacía con mucho amor, estaba pendiente de todo en lo atinente al cuidado de la niña.
Hablando con ella, supe que era allegada de la familia de Demetrio.

Ignacio notaba cómo Demetrio estaba presente en todas las conversaciones y decisiones que tomaba Natalia. No le dio importancia; él se sentía amado por su esposa y Demetrio era su amigo. Nada que objetar.

Terminada la licencia por maternidad, más algunas semanas que le concedió la empresa, Natalia tuvo que volver al trabajo.
Al regresar, se encontró con la novedad de que había sido asignada al departamento de estadística, que dependía del organigrama de la gerencia de Demetrio. El buen desempeño demostrado a lo largo del tiempo que llevaba en la empresa y los conocimientos adquiridos en sus estudios le permitieron llevar adelante la tarea de recolección, sistematización y análisis estadísticos de información que luego serían puestos a disposición para la toma de decisiones.

La intensidad laboral y los cuidados de la niña fueron apagando los ímpetus de los primeros tiempos. La relación de dependencia laboral de Natalia y la carga horaria que le imponían al estar como sub encargada del departamento de estadística hacían que yo tuviera que hacerme cargo de las consultas al pediatra, controlar sus vacunas, llevarla e ir a buscarla a la guardería. Para darle a Gladis tiempo libre para sus cosas, solía llevar a Noemí conmigo a la oficina. ¿Molestia? Nada me daba más felicidad que atender a mi niña y estar con ella.
Cuando Natalia y yo logramos tener un tiempo para nosotros, lo vivimos con amorosa y placentera intensidad. De todas maneras, extraño aquellos fines de semana cuando iba a buscarla a la salida de la universidad. Pero bueno, es lo que me toca; la amo, y eso no es poco.

El departamento debía hacer relevamientos periódicos de estadísticas de producción, ventas y comercialización. Encontrar información necesaria para tomar algunas decisiones era caótico. El archivo y el departamento tuvieron que ser reorganizados. Natalia, con la asistencia de personal de informática, lo hizo.
Al poco tiempo, el encargado de ese departamento fue desplazado, y al frente del mismo quedó Natalia.
Esto implicó viajes, carga horaria y agotamiento, que se notaba cuando, en muchas ocasiones, se quedaba dormida sentada mientras esperaba que yo sirviera la cena.
En algún momento le sugerí dejar de trabajar.
—Sé que no es por dinero, pero te estás matando —le dije.
Ella respondió:
—Estudié y me preparé para esto, y lo estoy haciendo bien en un grupo empresarial importante, con reconocimiento por mi labor. Cuando me asiente en el cargo y tenga respaldo, voy a exigir que me asignen personal para delegar funciones y actividades. Mientras tanto, tendré que apechugar.
Más de una vez tuve que ir a buscarla al aeropuerto o a la terminal de ómnibus cuando regresaba de algún viaje de trabajo.

Natalia quedó al frente del departamento, cuyo organigrama dependía de la gerencia de Demetrio, pero operativamente respondía al personal adscrito al directorio. Una vez reorganizado el sistema, cada vez que el directorio requería información, por ejemplo, para hacer memoria y balance o informes trimestrales para accionistas, los tenían disponibles en sus terminales. Antes debían pedírselo al antiguo encargado.
Este hecho generó algunos chispazos con Demetrio. El antiguo encargado era muy allegado a él. Natalia no se cortó sola; por una cuestión de funcionamiento, estaba más ligada al personal adscrito al directorio que al organigrama de la gerencia. Toda esta operatoria se decidió desde el directorio. Con el tiempo, esta situación sacaría a la luz algunas cosas. Al menos, para Natalia.
El tiempo transcurrió, y Demetrio entendió que lo ocurrido no fue algo hecho de modo deliberado por parte de Natalia. Utilizando su influencia, puso el departamento bajo su total responsabilidad y repuso como adjunto y segundo de Natalia, con funciones de supervisor, al antiguo encargado.

Por un tiempo, la carga laboral sobre Natalia fue aligerada. Esto sirvió para que pasara más tiempo con su bebé y le dedicara a Ignacio todo el cariño que se debía a sí misma y a él. Se encargó de preparar la fiesta para el primer cumpleaños de Noemí, al que acudieron muchas mamás, compañeras de trabajo y amigas con niños pequeños.
La fiesta se realizó en un local que contaba con la actuación de jóvenes especializados en divertir a los pequeños. Carmen, la madrina, estaba acompañando a su hermana con su hijo.
Ignacio miró la lista de invitados. Todos acompañaban a sus pequeños. "¿Quién lo invitó?", se preguntó cuando vio a Demetrio ingresar al local con un gran oso de peluche para su ahijada. Cuando Natalia lo vio, se acercó a Ignacio.
Demetrio tomó a su ahijada, la alzó, la besó y durante un rato estuvo haciéndola jugar con el oso de peluche. Después se acercó al matrimonio, le dio un abrazo a Ignacio y un beso a Natalia, y se marchó. Durante todo ese tiempo, Natalia permaneció al lado de su marido.

Las cosas siguieron en esa tónica. Natalia, alguna vez a la semana, debía quedarse después de hora y regresaba bastante tarde, algo que se había vuelto habitual. Una vez al mes, para realizar relevamientos estadísticos, viajaba a una empresa ubicada en una región bastante lejana. Por cuestiones de trasbordo y horarios del transporte, salía los viernes por la mañana y recién volvía los domingos a última hora.
Natalia iba a trabajar y, a juzgar por el bronceado que traía, parecía que, más que trabajar, había ido a tomar sol. Según dijo, en la espera para volver, aprovechaba que el hotel tenía piscina, gimnasio y solárium, lo que le permitía nadar, distenderse y tomar sol.
Ignacio veía que, algunas veces, Natalia se acercaba, lo abrazaba y se quedaba así por un rato, mientras le decía:
—Te he descuidado tanto que tengo miedo de perderte.
Ignacio la amaba más que a su vida y se preguntaba:
—¿Cómo es que no se me nota?

Noemí estaba pronto a cumplir tres años, y la carga laboral de Natalia había retomado la impronta de tiempos que se pensaban superados. Esta vez, a diferencia de los dos cumpleaños anteriores, fue Ignacio quien tuvo que hacerse cargo de todos los preparativos.
Las invitaciones fueron complicadas, porque la mayoría de los niños eran hijos de las compañeras y amigas de Natalia. Tuvo que llamar a Carmen para que lo ayudara en su cometido. Ella se ocupó, pues conocía a casi todas las mamás. Lo demás lo tuvo que llevar adelante Ignacio, quien lo hizo con gusto y placer.

La fiesta había comenzado cuando apareció Natalia, después de que nuestra amada hija había preguntado cantidad de veces por su mamá.
Natalia le trajo una caja llena de regalos y se puso a jugar con su niña. La felicidad en el rostro de Noemí era total. Después de que los anfitriones comenzaron a hacer jugar a los niños, Natalia empezó a buscarme con la mirada. Cuando me localizó, corrió hacia mí, abrazándome y pidiendo perdón. Le dije:
—Si tienes que pedir perdón, debes hacérselo a nuestra hija, que estuvo preguntando por ti con angustia.
Al rato apareció Demetrio con una caja de regalos. Él es el responsable directo de la carga laboral de Natalia. Cuando lo vi entrar, me retiré a otra dependencia de las instalaciones. No quería verlo ni estar con él.

Al día siguiente, fui para retirar aquellas cosas que quedaron de la fiesta y podrían estar estorbando el funcionamiento del espacio de eventos. Abrí el baúl del auto y me cargaron con dos bolsas de consorcio repletas de lo que había sobrado: cajas vacías de regalos con sus envoltorios, bolsas de snack... Me puse a ver qué cosas se debían tirar y cuáles no.
Me tomé el trabajo de seleccionar los envoltorios de los regalos para después acomodarlos, de modo tal que, por un tiempo, le quedaran de recuerdo. Intenté identificar a quiénes correspondían, si esto fuera posible, y, en nombre de Noemí, enviar tarjetas de agradecimiento para esos niños.
En esa búsqueda me encontré con dos cajas y envoltorios similares que eran del mismo comercio. Una, estoy seguro, era la caja del regalo que trajo Natalia, y la otra no la recuerdo. Sé que Demetrio también trajo una caja, pero no puedo determinar tamaño ni color. Ni bien lo vi entrar, me fui.
"No, debe ser solo una coincidencia", pensé.


Continuará
Todo apunta en una dirección... Solo espero que si al final es lo que pienso, que el protagonista actúe en consecuencia. Y esa consecuencia la dejo en manos de cada lector. La mía no es buena.

Un besazo.- Cristina
 
Me está encantado este relato, parece que apunta en esa dirección, pero también creo, que lo que fue en un principio, ha ido cambiando con los años, esa extraña "culpabilidad" que ataca a Natalia de vez en cuando, puede ser el origen.
 
Es enorme la cantidad de pistas que danny52 nos va dejando en estos escasos dos capítulos, podría albergar algún tipo de esperanza para ellos pero el inicio parece marcar el fin, aunque no siempre lo evidente es lo que sucede, y pudo ahí estar presente la mano de don Vincenzo.
Son demasiadas alertas que Ignacio decide pasar por alto, Natalia desde su preferencia de películas ya era delatada por su subconsciente, amores secretos, prohibidos, mujeres obligadas por un compromiso social/familiar a mantener una fachada que muestre normalidad.
Secretos y apariencias que abundan, Demetrio y su matrimonio con tres hijos con una no tan feliz Tamara, cuyo pasado con Ignacio parece ignorar su esposo.
Demasiado contradictorio el carácter de Ignacio, parece mantener una posición dominante en una brillante carrera profesional, validado constantemente, algo que debe incidir de forma más que positiva en su vida diaria, incluyendo lo familiar, sin embargo, lo emocional no parece ser su fuerte, creo es el típico caso del tipo que ama tanto a su mujer, a su familia, que no deja espacio al amor propio.
Bueno, nos quedan por conocer poco menos de veinte años de este "feliz matrimonio".
Espero que Noemí sea realmente su hija, lo contrario sería un golpe devastador a su frágil equilibrio emocional y mental. :cool:
 
Crónica de una traición 3
Los primeros tiempos junto a Natalia fueron de una gran intensidad. Una mujer torbellino: su trabajo, los estudios. Después de terminar su carrera y recibirse, madre. Siempre que pudo, estuvo pendiente de Noemí y, debo aceptar que, en ese tiempo, fui quedando en un lejano segundo plano. El trabajo, el gimnasio, la niña y, allá a lo lejos, aparecía yo.
No solo ella estaba entregada a su trabajo. Las horas que le entregaba al mío también eran cuantiosas e intensas.
Intensidad que íbamos perdiendo en nuestra relación. A pesar de nuestro amor, permanecíamos mucho tiempo en nuestras actividades y desaprovechamos, muchas veces, la oportunidad de tener más intimidad, para lo obvio, pero también para conversar, estar solos, compartir momentos. La dependencia de Nati con la empresa era totalmente absorbente.
En ese devenir fueron pasando los meses y los años. Tenía muchas obligaciones y responsabilidades, pero tenía la ventaja de acomodar mi rutina de acuerdo a mis necesidades, fundamentalmente en el cuidado de nuestra pequeña.

Uno de esos sábados en los que Natalia viajaba por cuestiones de trabajo, Tamara nos invitó a pasar el día en el chalet que su familia tiene en una muy coqueta zona de quintas: jardines, juegos, pileta. Todo para que Noemí pase el día jugando con los hijos de Tamara, que tienen algunos años más, pero jugaban con ella y la cuidaban como si fuese su hermanita más pequeña.
Llegamos a media mañana. Demetrio estaba cargando, en su camioneta, equipos e instrumentos que utiliza para la navegación. Lo saludé con la distancia que nuestra relación había adquirido en estos últimos tiempos. No podía dejar de pensar que él era el responsable de la carga horaria y laboral de Natalia.
—¿Cómo estás, Nacho?
—Hola, Demetrio. Yo bien, ¿y vos?
No me salió decirle "Demote", como lo hacíamos en el grupo de amigos.
—Como ves, estoy preparando el equipo para navegar. ¿Y Natalia?
Con gestos y tono molesto, le respondí:
—En las montañas. Supongo que tú, mejor que nadie, sabe dónde está Natalia.
—No, ella está al frente del departamento y maneja su propia agenda. Y sí, está en las montañas. Son molinos que muelen granza para la construcción, ripios para caminos y otros usos. Es la empresa del grupo que más factura; por esa razón, se requieren permanentemente estadísticas de producción actualizadas.
En otros tiempos yo supervisaba las tecnológicas, nunca tuve que ir a esa región aislada de todo. No hay señal, y el servicio de transporte, dadas las características de la zona, es de escasa frecuencia.
Quise cambiar el tema de conversación, por aquello de que una palabra trae la otra. Vine a pasar un día de recreación con mi niña y eso es lo que iba a hacer.
—¿A dónde pensás ir a navegar?
—Para el sur. Hoy hay buenos vientos. Voy a ir para Punta Lara; por esa zona hay un embarcadero. Hago noche y mañana pego la vuelta.

Cuando estaba explicando el itinerario de viaje, vi que, detrás de él, Tamara hacía unos gestos que no entendí.
—¿Todos los fines de semana hacés este tour?
—No, cada tanto. Algo así como una vez al mes. Por mi función, tengo compromisos sociales que atender, y eso muchas veces implica fines de semana. Pero, ya sea sábado o domingo de esos fines de semana, salgo a navegar con los chicos, que les encanta.

Demetrio me saludó, se despidió de sus hijos, alzó a Noemí para besarla, subió a la camioneta y partió al embarcadero en San Fernando, donde está su velero.
Me fui al jardín y me senté en una cómoda reposera viendo a mi niña jugar con los otros chicos.
Por el portón que da a la cochera, vi ingresar un vehículo del cual se bajaron tres personas. Me pareció reconocer a una de ellas.
Tamara, con clara muestra de cariño, salió a recibirlas. Después de afectuosos gestos, palabras y exclamaciones, Tamara le dijo algo a una de las mujeres, y se encaminaron hacia donde yo estaba recostado.

La mujer en cuestión era Sami, amiga de Tamara desde la época universitaria, a la que, por supuesto, conocía. Extrovertida e incurable bromista. Ni bien me vio, empezó a los gritos:
—¡Nacho, mi amor imposible! ¡Qué alegría verte!
Nos abrazamos, besamos y, sabiendo lo zafada que es, le dije, en términos de chanza:
—¿Amor imposible? Nunca lo supe.
—Estás casado y yo también. Ahora te lo puedo decir sin comprometer ni generar situaciones embarazosas: ¡Eres mi amor imposible!
—No me diste chance de saberlo para intentarlo; podríamos haber llegado a algo.
—No, imposible. Por eso eres mi amor imposible.
—¿Cuál sería la razón?
—Nunca saldría con el ex de una amiga.
La miré a Tamara, que traía a Noemí cargada en sus brazos. Bajó la mirada. Pensé: si este es un principio inviolable, que no lo es, el que debería bajar la mirada es Demetrio, no tú.
Sami preguntó:
—¿Y esta preciosura?
—Es Noemí, hija de Nacho.
Sami, con un gesto exaltado de admiración, cargó en sus brazos a mi niña diciendo:
—¡Es una belleza! ¡Para comérsela a besos!
Tamara se retiró para atender al matrimonio que llegó con Sami. Después de jugar y hacer reír a la beba, ella también se retiró para ingresar al interior de la casa.
Cuando me quedé solo, pensé en las divertidas y graciosas chanzas que me hizo Sami, y me pregunté si alguna vez hubiera salido con la ex de un amigo. Me dije: por cuestiones de principios, jamás hubiera ido por la ex de un amigo. Otra cosa es que, por raras circunstancias de la vida, hubiera llegado a tener algo con la ex de un amigo.
Lo de Demetrio con Tamara no fue por circunstancias de la vida; él fue por Tamara.
¡Bueno! Demetrio ha vulnerado principios mucho más sólidos que este.
El día estaba espléndido para zambullirse en la pileta, tomar sol e hidratarse con algo intenso. No terminé de pensar en esto cuando apareció, cargando una mesa de jardín, el marido de la pareja recién llegada. Colocó la mesa frente a la reposera en la cual me había recostado. Se presentó diciendo llamarse Gino. Ni bien ocurrió esto, se hizo presente su esposa, que dijo llamarse Graciela. Traía con ella una bandeja con cinco vasos de gran capacidad cúbica repletos de cerveza de barril, bien helada. Mientras los empleados de la casa preparaban el asado en el quincho, no demoraron Sami y Tamara en llegar con sendas tablas de quesos, fiambres y panificados para un rico aperitivo.
El almuerzo, además de exquisita carne asada, deliciosas ensaladas y regada con un buen cabernet sauvignon, contó con las amenas, divertidas y graciosas ocurrencias de Sami. Después de los postres, busqué una buena sombra, puse una colchoneta al lado de la reposera, hice dormir a mi niña y, para hacer la digestión, me dormí una buena siesta. Me desperté cuando el sol me estaba recalentando la piel. Me incorporé, corrí la colchoneta para que el sol no afectara la piel de mi niña, me fui a la ducha que está al costado de la pileta, alimentada con agua de una cisterna en altura que, para esta época y a esa hora, siempre está tibia. Me enjuagué y me zambullí en la pileta. Después de un buen rato de nadar, apareció Noemí. Le apliqué crema protectora y nos pusimos a jugar los dos en la pileta. Los gritos y las risotadas de mi niña hicieron que viviera unos momentos de felicidad intensa y maravillosa.

Cuando salí con Noemí de la pileta, Gino y Graciela tomaban té frío junto con Tamara. En la mesa, para los niños, había una jarra de leche chocolatada fría y una bandeja repleta de bizcochos dulces y salados. Le serví un vaso con leche chocolatada con un bizcocho dulce a mi nena y, recordando tiempos universitarios, me fui a tomar mate amargo con Sami, a conversar y recordar aquellas épocas.

A media tarde, Gino y Graciela decidieron retirarse después de haber disfrutado de un hermoso día. Sami se iba a ir con ellos, pero me miró y me preguntó si la podía acercar hasta la ciudad, ya que tenía que encontrarse con su esposo más tarde. Le dije que con todo gusto.

Ya el sol estaba en el poniente cuando salimos del chalet de la quinta de la familia de Tamara. Partimos hacia la ciudad con mi pequeña bella durmiente en el asiento trasero, junto con Sami, que la cuidaba amorosamente.

El tránsito a esa hora era intenso, no se podía ir más rápido. Durante el día conversamos bastante con Sami sobre los tiempos universitarios e hicimos un repaso recordatorio de muchos amigos de aquellas épocas. Ella sigue en contacto con algunos y me contó cómo están y cómo les va la vida.
En el viaje de regreso, surgió el tema de la relación de Tamara con Demetrio.
—¡Bueno! —dijo Sami—. Él ya no necesita ser el marido de Tamara Sturba para ocupar un lugar en la estructura gerencial del grupo. Ha logrado hacer rentables algunas empresas deficitarias y cuenta con el aval de casi todo el directorio. El padre de Tami, aunque le falte un tiempo para retirarse, si estuviera en su ánimo sacarlo de la empresa, se tendría que enfrentar a unos cuantos directivos y accionistas. Su padre tiene el 33% de las acciones. Es un conglomerado muy grande, y Demetrio ha sabido trabajar muy bien con algunos directores. Esto lo llevó a mostrar su verdadera cara. Ella está convencida de que lleva una doble vida.
—No lo entiendo, ¿no le mueve nada esta actitud de mierda de él?
—Dentro de algún tiempo (no sé cuánto), Tami tendrá que hacerse cargo de la empresa. Para entonces, el pacto de su padre con su “parentela” italiana habrá terminado, y el de ella con su padre también. El matrimonio tiene fecha de caducidad.
—No imaginaba que las cosas estuvieran tan mal entre ellos.
—No deberías asombrarte. Las razones por las que tú rompiste su corazón son las mismas por las que él intentó conquistarlo. Tú, por no quedar atrapado en la trama de intereses y contubernios con los que hay que lidiar dentro de la estructura societaria; y él, porque la ambición lo puede, y en ese mar navega como un pez.
Cuando, gracias a tu mediación, ingresó a la empresa como ingeniero en el área de electrónica, tuvo un gran desempeño y se acercó a ella. Más la presión de su padre, terminó casándose. No ha sido feliz, Ignacio. Lo de ustedes ocurrió siendo muy jóvenes. Ella siempre me cuenta que creía en aquella canción de Gardel, esa que dice: “Hoy un juramento, mañana una traición, amores de estudiantes, flores de un día son”. Pero las flores no son de un día, Ignacio. Para ella, no lo son. Tú, para ella, eres muy especial. Ya no te piensa como el gran amor de su vida, sino en alguien a quien acude, acudió y lo va a seguir haciendo cada vez que se sienta mal.
—Mirá por lo que está pasando y nunca me llamó para que conversemos.
—No está triste por lo que le está pasando en lo personal. Para ella, Demetrio es un problema más societario que matrimonial.

Llegué al lugar donde estaba esperándola su marido. Me lo presentó, nos despedimos y fui con mi princesa a nuestra casa. La tenía que bañar, hacerle la cena y acostarla. Estaba exhausta.


Noemí cumplió cuatro años. Tuve que organizar nuevamente la fiesta y, nuevamente, con la colaboración de Carmen, una madrina de verdad. Esta vez, Natalia llegó antes y nos ayudó con la organización. Algo había ocurrido. Se la veía angustiada y nerviosa; abrazaba a la niña, también me abrazaba y me besaba. Ella nunca fue distante conmigo. El problema era la distancia. Nunca estaba en casa.
Otra vez la alegría de los niños. Mi pequeña reía, jugaba, bailaba, y yo, al verla tan alegre y divertida, abrazado a Natalia, era el ser más pleno y feliz de la tierra. Demetrio envió un regalo, no vino a saludar a su ahijada. No lo lamenté.

Mi pequeña dejó la guardería para ingresar a la salita de cuatro años. Entraba a las nueve de la mañana y salía a las doce del mediodía. Las primeras semanas, hasta que tomara confianza y fuera conociendo a las maestras y compañeritos, me tuve que quedar con ella, y después lo hizo Gladis, la niñera.
El estado de ánimo de Natalia era deplorable; se la veía angustiada, nerviosa, irascible. Pero jamás una actitud discordante para conmigo y la niña. No lo puedo aseverar, pero sospecho que se escondía a llorar. Esta duda me hacía sospechar sobre sus sentimientos: ¿por quién lloraba?
La carga laboral siguió siendo importante, pero los viajes de fines de semana completos se terminaron. No quise preguntar. No quise agregar más zozobra a su estado de ánimo. En esos meses viajaba bastante, pero volvía en el día y, algunas veces, me pedía que la fuera a buscar a la terminal de Retiro o al aeropuerto. En uno de esos viajes, al regreso de un vuelo, cuando me vio en el hall del aeropuerto, corrió hacia mí. A pesar de que traía una cantidad importante de carpetas y papeles, me abrazó y, con lágrimas, me besó como si hiciera tiempo que no nos veíamos. Esa noche hicimos el amor después de un tiempo extenso, y su ánimo cambió.

Después de que Noemí cumplió los cuatro años, pero fundamentalmente después de aquella vez que la fui a buscar al aeropuerto, que volvió exultante, tuvimos un tiempo que no puedo precisar su extensión; pero, a pesar de la carga horaria, las reuniones y los viajes, se daba tiempo para estar en casa, salir a pasear con nuestra hija, jugar con ella. No digo que se volvió cariñosa porque nunca dejó de serlo. Me daba mucha ternura ver a la madre y a la hija quedar dormidas en el sillón viendo un programa infantil.
En otras épocas, con carga laboral y horaria tan intensas como ahora, no se la notaba tan extenuada.

Noemí cumplió seis años y ya había iniciado el período escolar. Al llevar a mi princesa a la escuela, sentía que el cielo me resultaba pequeño para agradecer tanta felicidad.
Ocho años de relación con Natalia. Debería sentir la comezón del séptimo año, no por mi parte y debo suponer que de ella tampoco. Estamos muy abocados en nuestras actividades profesionales y le damos al resto todo lo que está a nuestro alcance.
La consultora se ha expandido y, por requerimientos, desde hace algunos años, he tenido que abrir tres agencias en distintos puntos del país y, en aquellos años, tenía que viajar a menudo por cuestiones operativas.

De a poco, Natalia comenzó nuevamente con sus ausencias. El tiempo que, hasta no hace tanto, trataba de sacarle a sus obligaciones para estar con nosotros, ya no lo tenía más. Había vuelto a ser una visita.

El distanciamiento con Natalia no solo siguió su curso, sino que se fue profundizando. Su trabajo, el gimnasio, sus amistades, los viajes, las reuniones y todos los etcéteras que se puedan agregar. Yo también tenía todo tipo de compromisos sociales y operativos, pero jamás desatendía a mi niña ni las cuestiones de nuestro hogar.

Natalia seguía viajando a las montañas una vez al mes, pero, desde aquella vez que volvió tan exultante y cargada de carpetas, salía el viernes por la mañana y, el sábado a primera hora, la tenía que ir a buscar al aeropuerto. La pregunta que me hacía era: ¿por qué ahora puede hacer este viaje y antes no podía? No quise preguntar. Me podría decir la verdad o cualquier otra explicación, y no iba a tener otra opción que aceptarla y quedar como un controlador.

En uno de esos sábados que Natalia volvía de las montañas, la fui a buscar al aeropuerto, la llevé a casa. Le dije que iba a llevar a nuestra niña a pasar el día en la quinta de la familia de Tamara. Me dijo que la perdonara, pero que estaba agotada, y añadió algo que me sorprendió: "Dale mis saludos a Tamara".

Llegamos al chalet donde nos esperaba Tamara. Sus niños ya han entrado en la adolescencia y preadolescencia; no los puede retener mucho tiempo bajo su control y supervisión.
Como hice aquella otra vez, me recosté en la reposera. Noemí nadaba en la pileta. Me regocijaba viendo su excelente estilo de bracero.
Cuando apareció Tamara, trayendo un refresco para mí, para Noemí y otro para ella.
Le agradecí. Ella sonrió. Es una mujer realmente hermosa. Bebí un sorbo de refresco, la miré y le dije:
—Es un imbécil.
—¿Quién?
—Demetrio.
—¡Jajaja! Siempre supe que eras brillante, pero esta vez te llevó tiempo llegar a esta, no muy complicada, conclusión.
—Éramos jóvenes, y en esos tiempos no reparas en detalles que ahora te das cuenta de que no eran pequeños.
—Todos nos equivocamos, y él no es menos imperfecto que los demás.
—Por lo que me enteré por parte de Sami, la relación de ustedes estaba en estado terminal.
—Y lo sigue estando. Solo hemos cambiado los modos. Aparentamos una normalidad ficticia. Es lo que tú temías con respecto a cómo se dan los negocios, las pujas societarias y cómo esto interfiere en las relaciones personales.
—Siempre lo supe, y fue muy duro el dolor que sufrí y te causé. De no haber sido así, es probable que hoy no estaríamos teniendo esta conversación ni tendríamos esta inmensa amistad que hace que a mí me duela tu dolor, y a ti te pase lo mismo conmigo.
—Me costó aceptarlo; por eso, cada tanto, te lo reprocho. ¡Jaja!
—Perdóname que insista: es un imbécil. Él quiso estar aquí. Él quiso estar contigo. Él se maneja bien en este medio. La única explicación a su proceder tiene que ver con el hecho de que es un imbécil. A propósito, recuerdo aquel día que Sami me hizo reír tanto. Previo a ese momento, estuve hablando con Demetrio y él me contaba por dónde pensaba navegar, y tú hacías unos gestos que no pude interpretar.
—Te explico mis gestos. Pensé que tú lo habías entendido, pero parece que no fue así. Solo intentaba decirte que todo lo que estaba diciéndote sobre los vientos y la navegación era “puro verso”.

Esto ya hace un tiempo que dejó de suceder; pero, por esa época y, desde hacía ya bastante, un sábado de cada mes cargaba sus cosas de navegación, se iba al aeropuerto a buscar a alguien, que nunca supe ni me interesó saber quién era. Se dirigían al embarcadero y, hasta el domingo a la tarde, no aparecía por acá.
Esa mañana, a la que tú te refieres, tuvo un inconveniente que lo retrasó; pero, después de hablar contigo, seguro que fue al aeropuerto a buscarla, para luego subirse al velero.
¿Navegar? Se alejaba un poco de la costa, se ponía a tomar sol y a coger con su puta.

Continuará
 
Comprobar nuestras sospechas era cuestión de tiempo, es evidente que se refieren a Natalia, el asunto con Demetrio parece llevar tiempo, lo que podría involucrar una víctima inocente, "su hija" Noemí, y según nos vamos enterando, la infidelidad de estos dos puede ser el menor de los problemas para Ignacio y Tamara, no es una locura pensar que los infieles se han ido preparando durante años para lo que pronto puede ser una vil lucha de poderes por la empresa.:cool:
 
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