Permaneció encima de él, cabalgando con un ritmo cadencioso, sus caderas giraban y subían, trazando círculos, mientras sus pechos, libres y pesados, se balanceaban con cada movimiento. La luz de la lámpara dibujaba el una imagen idílica, se sudoroso cuerpo brillaba por la curva de su espalda y la redondez de sus nalgas.
Mientras el macho gemía bajo ella, con las manos agarrando sus caderas con fuerza, ella le miraba fijamente. Su rostro estaba sonrojado, los labios entreabiertos, dibujando una sonrisa cómplice, llena de un secreto que solo ella entendía.
Él, tomo el control y la agarro con más fuerza por las caderas y comenzó a empujar desde abajo, acelerando el ritmo. Sus cuerpos chocaban ahora con un sonido húmedo. Ella cerró los ojos un momento, dejando escapar un gemido largo, pero volvió a abrirlos de inmediato en medio de un gesto de profundo placer.
—Así… —susurró—. Así me gusta…
Entonces, con un movimiento fluido pero firme, él la giró hasta ponerla boca arriba. Antes de colocarse sobre ella, se detuvo un momento y tomó su rostro entre sus manos. Sus bocas se encontraron en varios besos profundos pero breves, húmedos y audibles. Él le mordió el labio inferior suavemente antes de separar sus bocas.
Sin perder la intensidad de la mirada que se dedicaban, ella sonrió entre jadeos.
Después, él se colocó de rodillas entre sus piernas. Con sus manos firmes, abrió sus muslos hasta exponerla completamente ante mis ojos. Agarró sus caderas y, con un empuje decidido, comenzó a bombearla con fuerza. Cada embestida era profunda y resonante, haciendo temblar todo su cuerpo.
Sus pechos, ahora libres, botaban con violencia al ritmo del impacto. La piel de sus vientres chocaba con un sonido sordo y húmedo. Él mantenía los ojos fijos en el punto donde sus cuerpos se unían, concentrado en el ritmo que marcaba. Ella, con cada embestida, gemía más alto, y sus manos se aferraban a las sábanas arrugadas.
De pronto, se volvió a mirarme. Sus ojos vidriosos me sostuvieron mientras su cuerpo recibía aquellas embestidas cada vez más rápidas. Su sonrisa cómplice se transformó en una mueca de placer intenso, pero no dejaba de ser para mí.
—¡Sí! —gritó, y supe que aunque el grito era por la sensación que él le provocaba, su mirada me confirmaba que yo era el verdadero destinatario de su éxtasis.
Fue entonces cuando su cuerpo comenzó a convulsionar. Un temblor violento la recorrió de los pies a la cabeza, sus piernas se estiraron rígidas y sus dedos se crisparon en el aire. Un gemido largo y gutural escapó de su garganta mientras su vientre palpitaba alrededor del miembro que la llenaba. Él se detuvo por completo, clavado en lo más hondo de su interior, sosteniendo sus caderas con fuerza mientras ella sucumbía al orgasmo. Podía ver cada espasmo recorriendo su abdomen, cada contracción que hacía temblar sus muslos, y cómo sus pechos se tensaban con los pezones extraordinariamente erectos.
Permanecieron así, unidos en la quietud, durante lo que pareció una eternidad. Solo el jadeo de sus respiraciones y los últimos temblores de su cuerpo rompían el silencio. Él observaba orgulloso cómo los espasmos de placer la recorrían, manteniéndose profundamente dentro de ella como para prolongar cada contracción.
Lentamente, se desprendió y la giró suavemente hasta colocarla de lado. Se situó detrás de ella, curvándose sobre su espalda como una sombra protectora. Con una mano le abrió la pierna superior, exponiéndola de nuevo a mi vista, y volvió a penetrarla con movimientos suaves pero firmes.
Su boca se acercó a su oído y comenzó a susurrar. Yo, desde mi butaca, veía cómo sus labios se movían contra su piel, cómo sus palabras provocaban que una sonrisa traviesa apareciera en el rostro de ella.
Ella asentía levemente, sus ojos entrecerrados, mientras sus cuerpos se mecían con un ritmo sensual y constante.
Sus susurros eran inaudibles para mí, pero ella me miraba con sonrisa de complicidad me confirmaba que, aunque no pudiera oír las palabras, seguía siendo para ella parte de aquel momento. Sus manos se entrelazaron con las de él sobre su vientre, y pude ver cómo sus dedos se apretaban al ritmo de cada nueva penetración.
Entonces, su mano comenzó un lento recorrido por su cuerpo. Primero acarició su pecho desde atrás, tomando su peso en la palma de su mano, sintiendo cómo el pezón se endurecía aún más bajo su tacto. Los dedos ascendieron por su clavícula, trazando un camino húmedo sobre su piel sudorosa, hasta llegar a su cuello.
El macho continuaba penetrándola con ese ritmo constante, pero ahora su mano subía más, hasta llegar a su rostro. Dos dedos se deslizaron por su mejilla, recorrieron la línea de su mandíbula, y finalmente se posaron sobre sus labios entreabiertos. Ella los recibió abriendo la boca para envolverlos con su lengua.
Los chupaba con avidez, como si estuviera saboreandolos mientras sus ojos se cerraban. La saliva comenzó a escapar por las comisuras de sus labios. Él aumentó entonces el ritmo de sus embestidas, que pasaron de ser movimientos sensuales a empujes secos y profundos que hacían temblar todo su cuerpo.
Cada gemido de ella vibraba alrededor de sus dedos, cada jadeo se mezclaba con el sonido húmedo de su sexo siendo invadido.
Él mantenía sus dedos en su boca mientras su cadera marcaba un compás cada vez más rápido.
Ella seguía chupando sus dedos con devoción, mientras con la mano libre buscaba la nuca del macho para atraerlo más. Sus cuerpos estaban perfectamente sincronizados en ese ballet carnal, y yo era el privilegiado testigo de como ella se entregaba al placer con cada gemido.
Mi mujer no se olvidaba de mí en cada mirada, en cada sonrisa que me dedicaba entre jadeo y jadeo.
Pero eso lo vamos viendo otro día.