Dominada por mi alumno

joselitoelgallo

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Este es un relato de un colega que escribió en otro foro hace muchísimos años, y que traigo a este, espero que os guste.


Capítulo 1: Iniciación:

Aún no comprendo cómo pasó. No entiendo cómo he podido acabar así. Nunca hubiera imaginado que guardase todo eso dentro de mí, ni sabía la clase de persona que podía llegar a ser.

Cuando escuchaba historias de ese tipo, pensaba que la gente que las contaba o bien mentía, o eran unos enfermos. Nunca soñé que nadie sería capaz de despertar esos sentimientos en mí, simplemente porque no creía que pudiese tenerlos.

Él ha despertado mi mitad más oscura, ha hecho aflorar desde lo más profundo de mi alma una mujer completamente distinta a la que creía ser.

Y me ha hecho hacer cosas que ni en mis más salvajes fantasías soñé con hacer…

Todo empezó hace un mes, con el curso ya a medias. Era el mes de Enero y acabábamos de reanudar las clases después de las vacaciones navideñas, con todo el mundo, profesores y alumnos, inmersos en esos tristes días que llaman de depresión post vacacional, una vez pasada la novedad de reencontrarte con los compañeros y comentar cómo hemos pasado las fiestas.

Para no presionar mucho a mis adormilados alumnos, habíamos dedicado la primera semana de clases a repasar los contenidos del trimestre anterior, con vistas a que los suspensos prepararan los exámenes de recuperación que pronto iba a convocar.

Llevo sólo un par de años dedicada a la enseñanza, pero en ese tiempo ya me he ganado reputación de ser bastante “hueso”. La verdad, no sé por qué, pues mis niveles de suspensos son muy similares a los de mis compañeros de claustro. Y es que una cosa es bien sabida, si un alumno es buen estudiante, las aprueba todas y si no lo es, aprueba aquellas que le da la gana (o en las que el profesor pasa la mano).

Lo único que se me ocurre que justifique mi fama de dura es que obligo a mis alumnos a llamarme “Señorita Sánchez” o profesora, pues dada mi propia juventud, no quiero que se tomen demasiadas confianzas llamándome por el nombre pila.

Yo procuro no regalar los aprobados e intento que mis alumnos trabajen y, en general, creo que lo consigo bastante bien. El año pasado, todos los alumnos que aprobé pasaron el examen de selectividad sin problemas, por lo que estoy bastante orgullosa del nivel de mis clases. No regalo nada, pero el que trabaja conmigo aprueba sin problemas.

Pero este curso tenía conmigo a la excepción… Jesús Novoa.

No entendía qué le pasaba a este chico. Obtenía magníficos resultados en todas las asignaturas del curso, lo mismo que en años anteriores. Y así fue con mi asignatura los primeros meses, pero en los últimos exámenes se había producido una debacle en sus resultados, lo que le había llevado a suspender el primer trimestre.

Extrañados, mis compañeros de claustro me habían interrogado sobre las malas notas de Jesús, con expresiones de desconcierto en el rostro. ¡Joder! A ver si se creían que yo le tenía manía al muchacho. No sé por qué, pero llegué incluso a mostrarles los exámenes, para que comprobaran que el chico de veras había suspendido. Me molestó mucho hacerlo, pues parecía que estaba justificándome ante los demás. Vale que yo era la profesora más joven (e inexperta) del claustro, pero estaba segura de estar haciendo un buen trabajo.

Fue precisamente esa molestia la que provocó que comenzase a prestarle especial atención a Novoa. Me di cuenta de que el chico se pasaba las clases mirándome con disimulo, escribiendo continuamente en su cuaderno, aunque tenía la sensación de que no estaba tomando apuntes precisamente.

Cuando Jesús se daba cuenta de que yo le miraba, apartaba los ojos con rapidez, clavando la vista en su pupitre y volviendo a su cuaderno. Eso sí, nunca noté que se ruborizara.

Tanta miradita y tanto secretito me dio las primeras pistas de lo que pasaba en realidad. No era la primera vez que me pasaba eso con un alumno, por lo que me sentí bastante segura de poder manejar la situación. Y además, para ser completamente sincera, he de reconocer que, en lo más hondo, me sentí un poco halagada con el comportamiento del chico.

Era obvio que Jesús se sentía atraído por mí y eso inflamó un poco mi ego. Está mal que yo lo diga, pero a mis 26 años soy una mujer bastante atractiva; cuando me arreglo bien, soy capaz de hacer que cualquier hombre vuelva la vista para mirar cómo me alejo. Pero últimamente mi vanidad andaba un poco de capa caída, pues las cosas no iban del todo bien con mi novio; por eso, al notar que un chico me encontraba atractiva, me sentí secretamente halagada.

De todas formas, no vayan a pensar que hice algo para acrecentar su interés, no cambié un ápice mi forma de comportarme ni con él ni con sus compañeros. Pero claro, había que encontrar solución al problema, pues no podía permitir que un buen estudiante echara por tierra su futuro suspendiendo una asignatura que sería fácil para él si no se hubiese encoñado con la profesora.

Decidí coger el toro por los cuernos, por lo que pensé en obligarle a que me enseñara lo que escribía en clase, pero no me atreví, pues si resultaba ser lo que me imaginaba, no ganaría nada poniéndole en evidencia ante sus compañeros y haciéndole pasar vergüenza.

Sabía que lo mejor era tener una charla con él, pero no acababa de decidirme, pues sabía, por experiencias previas, que esas situaciones solían ser bastante embarazosas y no me apetecía comerme un marrón de ese calibre nada más volver de las vacaciones.

Pero algo había que hacer.

No sé cómo sucedió, pero, poco a poco, el problema de Jesús fue llenando mi mente. Día tras día él seguía observándome subrepticiamente en clase y yo continuaba retrasando el momento en que debía enfrentarle y poner fin a aquello, pero no me decidía a hacerlo.

Comencé a pensar en él incluso en mi casa, mientras hacía la comida o limpiaba el polvo. Pero lo que creo que agravó la situación fue la ausencia de Mario, mi novio.

Mario es piloto, por lo que pasa bastante tiempo fuera de la ciudad, volando a lejanos países. Al principio de nuestra relación me parecía una profesión maravillosa, llena de romanticismo y aventura, y con la posibilidad de volar gratis a exóticos destinos durante las vacaciones.

Pero, a medida que nos estabilizamos como pareja, fui descubriendo el lado malo de tener a tu novio siempre por ahí de viaje. ¿Estará bien? ¿Vendrá otra vez enfermo por haber comido en Nueva Delhi? ¿Me será fiel? ¿Se estará follando a esa azafata con la que siempre anda?

Y lo más jodido… Si se pasa dos semanas sin aterrizar en la ciudad… ¿Quién me folla a mí?

Pues sí, señores, pienso que, en todo lo que sucedió después, una buena parte de culpa la tuvo la frustración y la insatisfacción sexual que sentía. De hecho, en ese momento llevaba cerca de un mes sin ver a Mario, con el único consuelo de MC.

MC (que significa Made in China, como pone en la base) es un consolador de unos 25 centímetros, negro bragao, de unos 200 gramos de peso, que me meto en el coño con una frecuencia directamente proporcional a la duración de los viajes de mi novio el piloto.

Y precisamente estaba en plena faena con MC cuando me di cuenta de que el rostro que ocupaba mi mente mientras me lo clavaba no era el de Mario… sino el de Jesús.

Pero, ¿qué cojones me pasaba? (que llevaba un mes sin echar un kiki) ¿Estaba loca? (no, sólo cachonda) ¡Era un alumno! (sí, uno bastante guapo, por cierto) ¡Menor de edad! (ya tenía 17, casi 18) ¡Y yo tenía novio! (sí, uno a 10000 kilómetros de distancia)…

Además, ni siquiera estaba segura de que Jesús estuviese realmente encaprichado de mí. A lo mejor era otra cosa y yo me había estado montando la película.

Enfurecida conmigo misma (pero extrañamente caliente), rebusqué en la mesilla hasta encontrar mi otro amiguito. Un consolador más pequeño que MC, pero con un motorcito que lo hacía vibrar, que me ponía el clítoris a mil por hora. En más de una ocasión Mario había usado este juguete cuando practicábamos sexo. Sin embargo, siempre se había negado a usar a MC, creo que un poco acomplejado por la magnitud del instrumento (no me extraña).

Todavía muy caliente, me hundí bien a MC en el coño (no entero, no seáis bestias), lo suficiente para sentirme llena por completo. Encendí entonces el vibrador y me dediqué e frotarme el clítoris con el marchoso aparatejo, mientras MC continuaba su labor de horadar mis entrañas.

Mis ojos estaban clavados en la foto que había en mi mesilla, en la que aparecía Mario, elegantemente vestido con su uniforme de piloto mientras miraba a la cámara con expresión de latin lover.

Continué masturbándome lentamente pero con intensidad, hundiendo poco a poco el consolador en mi interior mientras las vibraciones me atravesaban el clítoris, subían por mi columna y enviaban enloquecedoras señales de placer a mis sentidos. Por fin, mi mente se centró en el hombre apropiado y pude así alcanzar un buen orgasmo con la imagen de mi querido Mario bailando en mis retinas…. Mario… Mario… Vuelve pronto…. Jesús Novoa…

¡Mierda! De la mañana siguiente no pasaba. Tenía que solucionar el problema de mi alumno de una vez por todas. Y rezar para que Mario volviera pronto y me diera un buen repaso…

A la mañana siguiente me costó levantarme, pues no había pasado buena noche. Hice la cama y preparé la ropa para el día, un suéter de lana y una falda gris, algo no demasiado sexy debido a la fastidiosa tarea que tenía que afrontar.

Me desnudé y fui a ducharme, dándome cuenta entonces de que seguía un poco cachonda. Mis senos estaban duros como rocas mientras el agua caliente resbalaba sobre ellos y se deslizaba por mi plano vientre, hasta perderse entre mis muslos. Un poco atontada, cogí la ducha de teléfono y enchufé el chorro directamente sobre mi coño, provocando que me pusiese más caliente todavía.

Pensé en salir de la ducha y buscar a MC para que me aliviara un poco, pero andaba muy justa de tiempo (no me gusta madrugar) y tenía clase con los de segundo a primera hora, por lo que no podía retrasarme.

Un poco frustrada, salí de la ducha y me sequé, regresando al cuarto a vestirme. Me puse la ropa interior, funcional, cómoda, ninguna de las exquisiteces que reservaba para Mario y me enfundé unos panties, muy apropiados para el frío de la época. Acabé de vestirme y me di cuenta de que era muy tarde, por lo que no tuve tiempo de desayunar siquiera, así que salí disparada al garaje donde cogí el coche.

Mientras conducía, me sentía nerviosa, inquieta, no sé si por la perspectiva de la inevitable charla con Jesús o porque aún andaba medio cachonda.

Posteriormente, y a tenor de lo que pasó después, he pensado que fue un error no hacerme una paja en la ducha y haber aliviado así un poco mi calentura. Quizá, si lo hubiera hecho, las cosas no habrían salido como finalmente salieron. Pero, pensándolo fríamente, dudo que una simple paja hubiera cambiado mucho el resultado final.

Llegué por los pelos a clase, sin poder pasar por la sala de profesores, aunque no había problema pues llevaba todos los papeles en mi maletín.

La mañana era jodida, pues tenía clase todas las horas, sin huecos de descanso, excepto el recreo. Durante esa media hora, aproveché para comprar uno de esos sándwiches de cartón de las máquinas expendedoras con el que matar un poco el hambre hasta la hora de salir y recobrar además algo de energía de cara al mal rato que iba a pasar con Jesús.

Por fin, llegó la hora de ir al aula de Novoa, donde, para más inri, me tocaba una clase doble de dos horas. Cuando comencé con la materia, pude sentir la mirada del chico fija en mí con más intensidad que otros días. Aturdida, me concentré en las explicaciones, tratando de expulsar de mi mente la imagen mí misma masturbándome soñando con la cara del chico. Y peor era cuando miraba directamente al muchacho, pues siempre le descubría con los ojos clavados en mí, para, a continuación, inclinarse sobre su cuaderno a escribir.

Tenía que acabar con aquello de una vez, no estaba concentrada en la clase y desde luego no iba a permitir que una tontería semejante influyera en mi trabajo.

Escribí unos ejercicios en la pizarra y les di diez minutos para resolverlos, que yo aproveché para despejar mi cerebro paseando entre las mesas y ayudando a los alumnos que me lo pedían.

Inconscientemente (o quizás no tanto) me mantuve alejada de Jesús, vagando por la otra punta de la clase. Cuando pasaron los diez minutos, pedí un voluntario para salir a la pizarra y ante la avalancha habitual de candidatos, tuve que coger la lista para escoger uno.

Entonces se me ocurrió darle una última oportunidad a Jesús. Si salía y lo resolvía correctamente, el asunto no era tan grave como creía y podría darle unos días más de margen, hasta que llegase el examen de recuperación y entonces ya se vería.

Como ven, una forma de evitar enfrentar el problema como cualquier otra.

- A ver, Novoa – dije soltando la lista de alumnos sobre mi mesa – Sal a hacer el problema.

Sin embargo, mi gozo en un pozo. Jesús salió a la pizarra y se quedó allí medio alelado, sin saber cómo meterle mano al asunto. Esbozó unos números al pié de las ecuaciones pero no supo continuar, mientras me echaba disimuladas miraditas por el rabillo del ojo.

Tras un par de minutos sin hacer adelantar nada, le di permiso al chico para que volviese a su asiento. Me extrañó un poco que no se mostrase más avergonzado por no haber sabido resolver el problema, él que era un estudiante de matrícula, lo que para mí fue la primera señal de que algo no iba bien.

Resignada, solté un suspiro y pronuncié las palabras que me había estado resistiendo a decir:

- Jesús, al final de la clase quédate un momento. Quiero hablar contigo.

Un murmullo se levantó entre los alumnos, señal inequívoca de que un compañero se ha metido en un lío. El resto de chicos se reían por lo bajo, contentos, al parecer, de ver al empollón de la clase metido en dificultades.

Jesús, cabizbajo, se dirigió a su asiento y justo entonces me pareció ver una leve sonrisilla en sus labios. Segunda señal de que algo estaba jodido.

Una vez afrontada la situación y dado el primer paso para solucionarla, mi espíritu pareció librarse de un gran peso, con lo que pude impartir el resto de la clase con relativa normalidad.

Por fin, a las 14:30 sonó el timbre y los alumnos se apresuraron a recoger sus cosas, para salir disparados como todos los días.

- Hey, hey, hey – grité para hacerme oír por encima de la barahúnda – No os olvidéis de que el miércoles de la semana que viene es el examen de recuperación. Ya sabéis los que tenéis que presentaros, pero si alguno de los aprobados quiere subir nota, tiene hasta este viernes para avisarme.

La verdad es que no sé si me escucharon, pues todos se largaban a toda prisa sin hacerme ni puto caso.

Todos menos Jesús.

Cuando el último alumno hubo salido hice de tripas corazón y me volví para enfrentarme con Jesús. Yo tenía una idea bastante clara de por dónde iba a ir la conversación e, ilusa de mí, pensaba que lo tenía todo controlado.

Recogí todas mis cosas y las guardé en el maletín, mirando por el rabillo del ojo a Jesús, que también había recogido y aguardaba sentado en su pupitre.

Decidida a no echarme atrás, aunque todo aquello me diera vergüenza, me acerqué a Jesús y me senté encima de la mesa de al lado, con los pies encima de la silla de Arturo, su compañero de pupitre.

- Bueno – dije suspirando – Creo que ya sabes por qué te he hecho quedarte.

El chico simplemente asintió con la cabeza.

- Jesús, no comprendo qué te pasa – mentí – Eres un estudiante excelente y sin embargo te has hundido en mi asignatura. Tus notas han ido a peor y has acabado suspendiendo. Jesús, mírame.

El alzó la vista y clavó sus ojos en los míos…

- ¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué te va tan mal en mi clase? ¿Es culpa mía? ¿No entiendes cómo explico?

Dije eso como una pequeña trampa, sabedora de que, si lo que yo pensaba era cierto, él reaccionaría defendiéndome, lo que sería un buen indicio de lo que sucedía. No me equivoqué.

- ¡No! ¡Señorita Sánchez! ¡No es culpa suya! ¡Es culpa mía! ¡No logro concentrarme! – exclamó con vehemencia.

Yo sonreí mentalmente al ver confirmadas mis sospechas; ahora sólo tenía que conseguir que admitiera que se sentía atraído por mí para poder soltarle el discurso que llevaba días ensayando, que me sentía muy halagada, pero que no podía ser, que él era muy joven… ya saben, el rollo típico en estos casos.

Pero, no sé por qué, lo que salió de mi boca fue:

- Llámame Edurne, que ahora estamos solos…

¿Qué coño me pasaba? ¿Por qué había dicho eso? ¡A saber qué podría pensar el muchacho al otorgarle tanta confianza! ¡Así le iba a librar de su encaprichamiento por los cojones!

Un poco avergonzada, le miré a los ojos y el brillo que aprecié en el fondo de su mirada hizo que me estremeciera de la cabeza a los pies. Azorada, aparté la vista de él, arrepintiéndome inmediatamente por semejante muestra de debilidad, sintiendo que aquella mirada escondía mucho más de lo que sospechaba.

Intenté tranquilizarme y recuperar el control de la situación, fingiendo que nada había pasado.

- ¿Y bien? – le dije – Puedes confiar en mí. Cuéntame cual es el problema y buscamos una solución. Estoy segura de que a un chico tan inteligente como tú debe pasarle algo para no aprobar mi asignatura…

- Señorita Sánchez – dijo compungido – Es que… no puedo decírselo.

¡Bien! El que siguiera tratándome de usted, unido al hecho de que se mostrase avergonzado me devolvió gran parte de mi aplomo. Después de todo era posible que todo saliera bien, el chico se mostraba razonable y violento por la situación, con lo que recobré la confianza en poder manejar a aquel adolescente encoñado.

Seguimos con el tira y afloja un rato más, yo tratando de sonsacarle una confesión para largarle el discursito y él resistiéndose a admitir que su problema es que estaba encaprichado de su profesora.

Yo estaba más relajada, conduciendo la conversación hacia el terreno que me convenía, pero, aún así, me pilló un poco de sorpresa cuando él, de sopetón, lo admitió.

- Lo que me pasa es que estoy enamorado de usted, señorita Sánchez.
 
Capítulo 2: No sé qué pasó:



- Lo que me pasa es que estoy enamorado de usted, señorita Sánchez.

Me quedé paralizada un segundo. Bueno, ya estaba, ya lo había dicho. Ahora podría soltarle el rollo y aconsejarle que visitara al psicólogo de la escuela… que se encargara él del problema.

Le miré y me quedé parada un segundo, pues, en vez de encontrarme con un rostro avergonzado y todo rojo, me encontré con un chico bastante seguro de si mismo que me miraba con cierto… descaro. Otra señal de que algo no iba como debía.

- Caray, Jesús – continué – Me siento halagada… Pero tienes que entender que yo soy tu profesora y además eres muy joven para mí. Y esas serían razones suficientes para que no pueda pasar nada entre nosotros.

- Pero…

- Pero nada, Jesús. Y no sé si sabrás que tengo novio y que vamos a casarnos pronto – exageré.

- Sí, un novio que nunca está en la ciudad y que la deja sola. Un imbécil así no se la merece… - me espetó secamente

Aquello me dejó perpleja.

- ¿Y cómo sabes tú donde está mi novio? – le dije un tanto enojada.

- Gloria me lo dijo – respondió.

Tenía lógica. El padre divorciado de Gloria (otra alumna) vivía en mi bloque y conocía a Mario.

- Bueno – continué más tranquila – entonces sabrás que es piloto y es por eso que se ausenta.

- ¡Si yo fuera su novio no la dejaría sola jamás! – exclamó infantilmente.

- Claro, claro – asentí pisando terreno más firme – Pero tienes que entender que yo le quiero mucho y que no puedo corresponder a tus sentimientos.

Él apartó la mirada, aunque no parecía nada apesadumbrado.

- Mira, no me malinterpretes – seguí – No pretendo despreciar tus sentimientos, pero, la experiencia me dice que lo que sientes en un simple encaprichamiento. Ya sé que no me crees, pero en serio, te juro que yo a tu edad pasé por lo mismo y cuando pase un poco de tiempo te fijarás en alguna compañera, saldrás con ella y te olvidarás de mí. Por ejemplo, la misma Gloria es muy atractiva ¿verdad?

- Sí – respondió – Gloria está muy buena.

Esa simple afirmación y el tono en el que la dijo me inquietaron bastante, pero decidí que eran imaginaciones mías y seguí con la charla.

- ¡Con lo guapo que eres seguro que no tienes problema para ligar! ¡Y además eres buen deportista! Y en cuanto arreglemos lo de tu suspenso… uno de los mejores estudiantes del centro. ¡Eres un partido magnífico!

Mierda. Había vuelto a meter la pata. ¿Por qué le echaba tantos piropos? ¡A ver si iba a pensarse que le encontraba atractivo!

Sin embargo, su respuesta volvió a descolocarme.

- Yo no he dicho que me cueste ligar – me dijo muy seriamente – He tenido varias novias y con todas he tenido sexo.

Algo en su tono me asustó. No sé por qué, pero me sentí súbitamente azorada. Noté cómo la sangre afluía a mis mejillas, lo que hizo que me enfadara conmigo misma, pues me hacía perder el control de la situación.

- Pu… pues entonces no te entiendo – balbuceé – Quizás sería mejor que hablaras con el consejero del centro…

- Paso del psicólogo – dijo de nuevo con esa voz firme – Si fuera una tía todavía me lo planteaba.

¿Qué coño estaba pasando? De repente, parecía que estaba hablando con otra persona. Ya no era el chico tímido que confesaba avergonzado que estaba enamorado de su profesora, sino un hombre desnudando con la mirada a una mujer. Y ahora que lo pensaba bien ¿de veras fue en algún momento ese tímido alumno?

Un escalofrío recorrió mi columna a medida que me daba cuenta de la situación. Noté, sorprendida, que mis pechos estaban como rocas bajo mi suéter, pero, ¿por qué?

- Mira, Jesús. Se está haciendo un poco tarde y tengo hambre. Si te parece continuamos la charla mañana. Podríamos llamar a tus padres – dije intentando meterle un poco de miedo.

- Mi madre murió hace 3 años. Mi padre siempre anda de viaje y mi madrastra… bueno, si quiere llamamos a mi madrastra.

Otra vez ese tono amenazador.

- Pero, señorita, creo que si charlamos un poco más podríamos solucionar mi problema…

- ¿En serio? – dije estúpidamente.

- Estoy seguro. Mire, ¿quiere saber cual es realmente mi problema?

- ¡Claro! – respondí sin pensar, sólo por decir algo.

- Que me paso sus horas de clase completamente empalmado y pensando en cómo sería tumbarla encima de su mesa y follármela.

Me quedé petrificada. El corazón me latía en los oídos, provocando que su voz me llegase como desde lejos.

- ¿No me cree? – me preguntó - ¡Pues mire, si ahora mismo la tengo dura!

Mientras decía esto echó hacia atrás su silla, exponiendo ante mis atónitos ojos su entrepierna. No sé qué demonios pasó por mi mente pero, en vez de largarme de allí echando leches, clavé mi mirada en el notable bulto que había en su pantalón e, incomprensiblemente, mi cerebro comenzó a calcular el calibre del arma que se ocultaba en sus pantalones.

Por fin, mis neuronas reanudaron su funcionamiento y, levantándome de la mesa de un salto, me di la vuelta y fui hacia mi mesa, para recoger mi maletín y largarme. Traté de no acelerar el paso, intentando mantener una apariencia de normalidad y no demostrarle a Jesús lo turbada que me encontraba. El camino hasta la mesa se me hizo eterno, pero por fin llegué y recogí mi maletín. Me di la vuelta para enfrentarme con él una vez más, para decirle que iba a contárselo todo al director y tratar de recuperar así un poco de la dignidad perdida, pero, al hacerlo, me encontré de bruces con él, con lo que las palabras de amonestación murieron en mis labios.

- Vamos, Edurne – me dijo con aquella sonrisilla que había empezado a temer – No te vayas, si ahora estamos solos. Y quiero que veas lo que te vas a perder si me rechazas.

Como un rayo, su mano salió disparada y me agarró por la muñeca. Con fuerza sorprendente, tiró de mi mano hasta apretarla contra el duro bulto de su entrepierna. Yo tironeé tratando de escapar de su presa, pero su garra era firme como el acero y no permitió que me separara ni un centímetro. Podía sentir la dureza de su pene a través del pantalón, apretándose contra el revés de mi mano.

Yo miré a Jesús con expresión suplicante, encontrándome de nuevo con aquel brillo acerado en su mirada.

- Jesús – dije con voz apagada – Suéltame e intentaré olvidarme de lo que ha pasado.

- Ahí te equivocas, Edurne – me respondió – Precisamente lo que quiero es que no lo olvides.

Un nuevo escalofrío recorrió mi columna e hizo que mis pechos se estremecieran. No quería admitirlo, pero me sentía extrañamente excitada. Sin embargo, luché por volver a recuperar el control tratando de aparentar calma.

- Te he dicho que me sueltes. Si no lo haces gritaré.

- Hazlo si te place. A estas horas sólo queda el conserje en el colegio. Si te escucha y viene puedes contarle lo que quieras. Me expulsarán y saldremos los dos en los periódicos. ¡Alumno trata de abusar de su maestra! – se burló.

- Exactamente.

- Pues, adelante, ¡grita! – me desafió – Pero si vas a hacerlo, ¡que sea de verdad!

Mientras decía esto, su mano libre se disparó hacia delante y aferró con fuerza mi seno izquierdo. Debido a la sorpresa, pegué un respingo y dejé caer el maletín al suelo. No sé por qué, pero fue como si la última barrera de protección que me protegía de él cayera junto con el maletín.

Debía reconocerlo. Estaba excitada.

- ¿Y bien? ¿No gritas? – me dijo mientras estrujaba con saña mi pecho - ¡No me extraña! ¡A juzgar por lo duras que tienes las tetas creo que hoy voy a salirme con la mía!

Su mano apretó con fuerza mi seno. Me dolía, pues el chico clavaba sus dedos sin piedad en la suave carne, pero también me gustaba… Podía sentir el calor que desprendía su mano apretando, notaba cómo sus dedos se hincaban en mi ser, arrancando los últimos vestigios de resistencia de mi alma. Ya era suya.

Y él lo sabía.

- ¡Vaya! – exclamó – No dices nada… Pues si no hablas tendré que pensar que quieres que esto pase….

No dije nada.

- ¡Estupendo! ¡Buena chica! – dijo riendo – Te has ganado un premio… ¡Agárralo con fuerza que enseguida te lo doy!

Yo sabía perfectamente a qué se refería, pero, aunque sentí un fuerte impulso de obedecerle, logré resistir un poco más. Aunque fue en vano.

- ¡Te he dicho agarres tu premio!

Mientras decía esto, me retorció el brazo y el pecho a la vez, obligándome a darle la vuelta a la mano, de forma que la palma quedó apretada contra su erección.

- ¡Que lo agarres, zorra!

Aquel insultó recorrió mi cuerpo como un rayo. Me gustó, ahora, viéndolo con perspectiva, he de reconocer que me gustó. Estaba excitada… más de lo que lo había estado en mucho tiempo… Sin casi darme cuenta, mis dedos ciñeron su erección por encima del pantalón, apretando y sobando el duro falo de aquel muchacho.

Ya no había vuelta atrás.

Con una sonrisa de triunfo en los labios, Jesús liberó mi mano, pero yo, medio hipnotizada, seguí sobándole la verga por encima del pantalón.

Con más delicadeza esta vez, sus dos manos se apropiaron de mis pechos, que fueron sobados y estrujados a conciencia, aunque sin hacerme daño como antes. A esas alturas yo estaba medio loca de excitación, mucho más que nunca antes.

No me di cuenta de dónde la sacó, pero, cuando me quise dar cuenta, vi que tenía una navaja en su mano. Pulsando un botón, hizo que la hoja surgiera del mango y el brillo de la misma hizo que tratara de retroceder, asustada. Pero él no me dejó.

- ¡Tranquila, zorra! – me insultó – No voy a cortarte.

Y dijo la verdad. Lo que hizo fue rasgarme el suéter de arriba abajo, dejando mis pechos al aire, cubiertos por el sostén.

- ¡Sigue sobándome el nabo! – me ordenó.

Obedecí sin dudarlo mientras él usaba la navaja para cortar el sujetador por el punto en que se unían ambas copas. Al hacerlo, el sujetador saltó a los lados, dejando mis pechos al aire, bamboleando duros como rocas.

- ¡Menudas tetas! – dijo Jesús silbando de admiración - ¡Mejores de lo que esperaba!

Y volvió a sobármelas, no sin antes cerrar la navaja y guardarla en un bolsillo del pantalón.

- ¡Qué duras las tienes, puta! ¡Sabía que esto era lo que a ti te gustaba! ¡Sabía que te iba la marcha!

No respondí. Mi mente racional pugnaba por encontrar una salida, por salir escopetada de allí a la comisaría más próxima… Pero no lo hice, porque, en el fondo, sabía que él tenía razón.

- ¡Para ya, zorra! – dijo - ¡Lo haces tan bien que voy a correrme en el pantalón!

Yo solté su verga, con el corazón latiendo con fuerza de expectación por lo que iba a suceder.

- ¡Date la vuelta! ¡Y apóyate en el escritorio!

Con la cabeza ida, obedecí, quedando de espaldas a él con las manos apoyadas sobre mi mesa. Él se situó a mi espalda y, empujándome, me obligó a inclinarme, haciendo que mi trasero quedara en pompa.

- ¡Saca más el culo! – exclamó haciéndome obedecer.

Medio sonámbula por la excitación, aguardaba expectante su siguiente paso. Miré hacia abajo y vi los moratones que habían comenzado a aparecer sobre el seno que me había estrujado. No tuve tiempo de lamentarme, pues enseguida me levantó la falda por encima de la figura y me dio un seco azote en el culo, aprovechando para amasar con ganas la nalga.

- ¡Vaya mierda de bragas que llevas! – me espetó inesperadamente - ¡Y encima con panties! ¡Al que inventó esta mierda deberían colgarlo por los huevos!

Con rudeza, sus dedos se engancharon en la tela del panty y lo rasgaron violentamente. De un tirón, me bajó las bragas hasta los tobillos, dejándome desnuda e indefensa.

No sé por qué, supongo que porque estaba acostumbrada a practicar el sexo de otra forma, pero lo cierto es que me sorprendí mucho cuando, de repente, noté cómo situaba la punta de su pene en la entrada de mi vagina y con fuerza, comenzó a penetrarme desde atrás.

- ¡Espera! ¡Espera! – acerté a decir - ¡Más despacio!

No me hizo ni caso. Sentí cómo su dura barra se abría paso como un émbolo entre los labios de mi vagina, separándolos con violencia y enterrándose hasta el fondo en mis entrañas.

Mi cuerpo experimentó un fuerte espasmo ante la súbita intrusión, lo que al parecer gustó mucho a Jesús.

- ¡Joder, cómo aprietas, puta! – me gritó - ¡Esto sí es un coño y lo demás son tonterías!

Sin poder ni hablar, sentí como su poderoso falo me llenaba por completo, llegando a profundidades que nunca antes había alcanzado nadie… ni siquiera MC. Con el cuerpo tenso al máximo, sentí cómo mis entrañas se derretían de placer y experimenté el más violento orgasmo que jamás había tenido. Mi coño se inundó todavía más, provocando que cada embestida de aquel émbolo produjese un chapoteo que me excitaba todavía más. Podía sentir cómo mis propios líquidos resbalaban entre mis muslos, hasta mojar lo que quedaba de mis panties. Ante mis ojos, cerrados con fuerza, estallaron luces de colores e incluso creo que perdí el sentido durante unos segundos.

Pero a Jesús no le importó, concentrado únicamente en su placer personal continuó bombeando y bombeando, agarrado a mi cintura y usándola como asidero para que sus pollazos fueran más certeros.

Derrotada y sin fuerzas, me derrumbé sobre la mesa, permitiéndole que hiciese lo que quisiera conmigo.

El émbolo humano siguió horadándome sin piedad, y sucesivos orgasmos fueron asaltándome como fogonazos, dejándome devastada sobre la mesa, mero instrumento para que Jesús metiera la polla.

Por fin, el chico llegó al clímax. No sé si por precaución o porque le dio por ahí, pero lo cierto es que no se corrió dentro como me temía. Justo antes del orgasmo, me sacó la polla del coño y me soltó.

Como él ya no me sujetaba, mis piernas no pudieron sostenerme y caí de culo al suelo. Jesús, de pie a mi lado, me agarró por el pelo y tiró hacia atrás, para que mi cara quedara a su merced. Se pajeó la polla un par de veces hasta que se corrió, haciéndolo directamente sobre mi rostro, mi pelo y mis tetas, que quedaron pringosas de semen.

Cuando hubo vaciado los testículos y satisfecho por fin, se guardó la ahora fláccida verga en el pantalón y se sacudió la ropa, tremendamente orgulloso de la hazaña realizada. Yo, sin fuerzas, sentía cómo su pegajosa leche se deslizaba en gruesos pegotes sobre mi piel, formando regueros semen que me quemaban como tizones.

Jesús, tras mirarme unos segundos, miró su reloj y me dijo con tono impertinente:

- Uf, señorita Sánchez, ¡qué tarde es! ¿Sería tan amable de llevarme en coche a mi casa?

No tuve fuerzas ni para contestar, así que sólo asentí con la cabeza.

- ¡Muchas gracias! – exclamó él, fingiendo que yo tenía elección - ¡Pues vamos!

Con delicadeza (por primera vez en todo aquel episodio), Jesús me ayudó a incorporarme. Sorprendentemente, mis piernas me sostuvieron. Compungida, eché un vistazo a mis destrozadas ropas.

De pronto, Jesús se arrodilló a mi lado y agarró mis bragas, que seguían en mis tobillos.

- ¡Quítate esta cosa tan fea! – me dijo.

Y yo le hice caso. Alzando primero un pie y después el otro, permití que el chico me librara de mis cómodas bragas de algodón. Tras hacerlo, volvió a levantarme la falda, echando un buen vistazo debajo.

- ¡Joder, que bien puestecito que lo tienes todo! – exclamó mientras me sobaba el trasero y mi dolorida entrepierna.

Un nuevo escalofrío recorrió mi columna, incapaz de resistirme al dominio de aquel chico.

Como pude, me libré de los restos de mi suéter y mi sostén, quedando con las tetas al aire. Aprovechando la tela del jersey, me limpié los restos de semen de la cara y las tetas, con el dolor dibujado en la cara mientras aseaba el pecho que Jesús había maltratado.

Cuando terminé, el chico esperaba a mi lado para entregarme mi propio abrigo, que estaba colgado en el perchero cerca de la puerta. Me lo abroché hasta arriba, para disimular que, menos la falda, iba completamente desnuda debajo.

Por fortuna, no nos encontramos con el conserje al salir del centro, pues el tipo no estaba en su puesto. Cualquier otro día me habría enfadado ante semejante negligencia y le habría buscado para llamarle la atención, pero para eso estaba la cosa.

Renqueante, llegué junto a mi coche y accioné el mando para abrir las puertas, permitiendo que Jesús ocupara el asiento del copiloto.

Me indicó donde vivía y arranqué. Yo esperaba que, durante el trayecto, se dedicara a humillarme más todavía o intentara alguna otra canallada, pero permaneció en silencio, limitándose a darme indicaciones para llegar a su casa.

Cuando llegamos frente a su bloque, detuve el coche y esperé a que se bajara, pero él aún tenía algo que decirme.

- Vamos a ver, Edurne. Como ya te habrás imaginado, todo esto formaba parte de mi plan para lograr echarte un polvo.

Un poco más recuperada, me di cuenta de que tenía fuerzas para contestarle.

- ¿Has llegado incluso a suspender la asignatura para eso?

- ¡Claro! Con tal de follarme a un pedazo de coño como tú, bien merece la pena hacer un pequeño sacrificio.

No supe qué contestar.

- ¿Te acuerdas de Ángel Ríos?

Por supuesto que sí. El curso anterior tuve una charla con él idéntica a la que esperaba tener con Jesús. Sólo que no acabó igual.

- Pues eso – continuó – Me contó que había estado encoñado contigo y que tú le habías dado una charla en vez de llamar a los padres. Que eras muy guay, que si patatín que si patatán, y eso me dio la idea para quedarnos a solas. Total, puedo recuperar tu asignatura con la gorra.

- Y te has salido con la tuya – concluí resignada.

- Pues claro. Nena, a las zorritas como tú las huelo a dos kilómetros – dijo – No sé si será la forma en que os movéis, o cómo habláis, pero lo cierto es que detecto a las putas a las que les va la caña como si tuviera un radar.

No respondí. En lo que a mí se refería, debía reconocer que era verdad.

- Pues eso. Ahora todo depende de ti.

Me quedé estupefacta. ¿Qué coño decía?

- Si quieres – continuó – Lo dejamos aquí y sanseacabó. Pero, si lo prefieres…

- ¡¿Qué cojones dices?! – exclamé con rabia - ¡Si prefiero el qué! ¡Me has violado, hijo de puta!

- ¿Violado? – exclamó él con genuina sorpresa – Te he dado duro, que no es lo mismo. Si hubieras querido largarte, podrías haberlo hecho.

- ¡Tenías una navaja!

- En ningún momento te he amenazado con ella y no digas lo contrario porque tú sabes que digo la verdad.

De nuevo no supe qué decir.

- Bueno, resumiendo. Si no te apetece, lo dejamos aquí y punto. Si quieres puedes echarte flores en el claustro de profesores cuando mis notas mejoren, diciendo que ha sido gracias a tu habilidad como maestra.

Sería hipócrita el hijo de puta.

- Pero, si te ha gustado… y yo sé que te ha gustado… - dijo con sorna – El próximo día ven a clase con este colgante en el cuello. Eso sí, a partir de ahora tienes que usar ropa interior sexy, nada de panties ni esa mierda de bragas de vieja.

Estaba atónita por la desfachatez de aquel chaval. No podía creerlo. Estaba tan aturdida (o eso me dije a mí misma) que no acerté a rechazar el colgante que me tendía. Como una boba, me quedé mirando el brillante objeto. Era un corazón de acero atravesado por una espada, pequeñito, hasta podría haberme gustado de haberlo visto por ahí.

Furiosa apreté la mano sobre el colgante, dispuesta a tirárselo a la cara. Pero él no esperó mi respuesta y abrió la puerta del coche. Antes de bajarse, acarició mis senos por encima del abrigo, con firmeza, pero sin la violencia de antes, provocando que un nuevo temblor de placer recorriera mi cuerpo.

Cuando quise darme cuenta, Jesús se alejaba del coche y entraba en su portal, dejándome sola, al borde de las lágrimas…. Y caliente como una perra.
 
El relato promete. Muchas gracias
 
Capítulo 3: Aceptación:
Conduje hasta casa con mil pensamientos atronando en mi cabeza. Ira, desesperación, odio, rabia… pero, lo peor de todo, era que, en el fondo, sabía que había disfrutado siendo un juguete en manos de Jesús.

Pero, ¿qué me pasaba? ¿Estaba enferma? ¿Era una pervertida? ¡Aquel cabrón me había violado! ¡Me había usado para vaciarse los huevos sin importarle lo más mínimo mis súplicas!

Aunque… ¿realmente le había suplicado? No recordaba haberlo hecho… sólo aquella sensación de sumisión… de… alegría por obedecer sin rechistar lo que él me ordenaba, cumpliendo sus deseos sin tardanza, dispuesta a todo por complacerle…

No, no, no… me estaba volviendo loca. ¿Qué me pasaba?

No, estaba equivocada, no había disfrutado… había sido el miedo, el pánico a que me hiciera daño había sido lo que me forzó a obedecer… ¡claro, eso era! ¡Llevaba una navaja!

Pero él en ningún momento me amenazó… Y yo podría haber gritado pidiendo auxilio… Yo sabía que no era cierto que, al poco de terminar las clases, el conserje fuera el único en el edificio…. Seguro que como poco Armando, el director, estaría en su despacho, como hacía todos los días, terminando el papeleo pendiente de la jornada…

¿Por qué no grité? ¿Por qué no traté de escapar? El chico era más fuerte que yo, pero aún así… ¿por qué no me resistí?

Porque me gustaba.

………………………………………..

No recuerdo cómo llegué hasta mi casa, pues, cuando me quise dar cuenta, me encontré estúpidamente parada enfrente de la puerta de mi piso, esperando que la puerta se abriese sola.

Completamente hundida, abrí mi maletín en busca de las llaves, encontrándome en su interior con los restos de mi jersey. No recordaba haberlo guardado allí, pero ahí estaba… Así la tela y, al hacerlo, rememoré los instantes en que Jesús había destrozado mi jersey y mi sujetador y cómo sus manos habían acariciado mis pechos… y el calor y la excitación que sentí mientras lo hacía…

Y seguía excitada… Allí, delante de mi casa me di cuenta de que mi coño seguía ardiendo, notaba perfectamente la humedad entre mis muslos y la dureza de mis senos… el vello de la nuca se me erizaba mientras recordaba cómo me había penetrado la durísima verga de Jesús, cómo me había follado sin piedad…

¡NO! Enfadada conmigo misma, sacudí la cabeza tratando de hacer desaparecer aquellas imágenes. Rebusqué en el maletín y saqué las llaves, penetrando en la seguridad de mi hogar. Tras cerrar la puerta, eché la llave, tratando de sentirme más a salvo, más lejos del chico que había destrozado mi vida.

Agotada, me dejé caer en el sofá del salón y cerré los ojos, pero enseguida tuve que volver a abrirlos, pues continuamente me asaltaban imágenes de lo sucedido. ¿Qué podía hacer? ¿Denunciarlo? ¿Denunciar el qué?

Ya sabía lo que pasaría si iba a la comisaría… me mandarían al hospital donde me harían un humillante test de violación… sí, mi ropa destrozada y los moratones en mi pecho serían pruebas incriminatorias contra Jesús y seguro que, si me hacían un examen vaginal, advertirían señales de desgarro por la violencia con que me había penetrado.

¿Seguro? Podía recordar perfectamente que, cuando me la metió, mi coño estaba más que suficientemente lubricado… aunque con fuerza, su polla se había deslizado en mí como cuchillo en mantequilla….

¿Y si después del juicio, el escándalo, la humillación pública, algún juez hijo de puta concluía que había sido sexo consentido? ¿Por qué no gritó, señorita? ¿Por qué no se resistió? ¿Por qué no trató de huir?.....

No, no podía enfrentarme con todo aquello… Si por lo menos Mario estuviera a mi lado….

¡Mario! ¿Qué día era hoy? ¡Miércoles! ¡Y él regresaba el sábado! ¿Qué pensaría de mí si se enteraba? ¿Y si él creía que no me había resistido lo suficiente?

Y lo más importante… ¿me había resistido en realidad?

No… No podía pasar por todo aquello. Jesús había ganado, se había salido con la suya… se había follado a su profesora y no le iba a pasar nada, simplemente porque no me veía con fuerzas ni valor suficientes para enfrentarme a todo aquello.

Lo mejor era olvidar, seguir con mi vida, con las clases, con Mario…. Sí, eso iba a hacer… De ahora en adelante ignoraría por completo a Novoa, si hacía falta, le aprobaría la asignatura por la cara, para que aprobase el curso y pasase la selectividad. Cuando entrara en la universidad no volvería a verle en mi vida, sólo tenía que aguantar unos meses, hasta Junio… Podía hacerlo…

Un poco más calmada una vez decidido un plan de acción (aunque el plan consistiera en no hacer nada) me levanté y fui al baño a darme una ducha.

Me desnudé frente al espejo y claro, al quitarme el abrigo apareció mi cuerpo desnudo, vestido únicamente con la falda gris y los restos destrozados de mis panties. Entonces pude ver los moratones que habían aparecido en la piel de mi seno izquierdo, allí donde Jesús había apretado y estrujado. Lágrimas de rabia afloraron a mis ojos y, por un instante, deseé que el maldito chico muriera esa misma noche entre atroces dolores. Pero entonces me fijé en mis pezones, duros como rocas, mirándome desafiantes desde el reflejo en el espejo…

¡NO! Enfurecida, acabé de desnudarme, tirándolo todo al suelo. Me metí en la ducha y abrí el agua caliente al máximo, dejando que el agua resbalara por mi cuerpo, intentando borrar de mi piel el recuerdo de lo sucedido.

Cuando el agua se puso insoportablemente caliente, le di al agua fría, regulándola hasta hacer la temperatura soportable. Aquello hizo que me sintiera mejor y, durante unos minutos, dejé resbalar el agua sobre mí.

Me lavé el pelo a conciencia, sabiendo que en él quedaban restos del semen de Jesús y después comencé a asearme con la esponja y el gel. Al hacerlo, tuve mucho cuidado al limpiar el seno izquierdo, totalmente dolorido por los hematomas. Finalmente, usé delicadamente la esponja en los genitales, muy sensibles y escocidos por todo lo que había pasado.

Seguí frotando y frotando, intentando borrar de mi vagina cualquier rastro del paso de Jesús, pero, cuando me quise dar cuenta, noté que lo que hacía realmente era masturbarme con la esponja…

Mis pechos estaban duros, mis pezones enhiestos, me estaba frotando el coño…. ¡No podía negarlo! ¡Estaba excitada!

Como una furia descorrí la cortina de baño y salí disparada a mi cuarto, empapando el suelo de toda la casa. De un tirón, abrí el cajón de la mesita de noche, con tanta fuerza que lo saqué del todo, desparramando todo su contenido por el suelo.

Aún no había terminado de rebotar sobre el piso cuando mi mano agarró con violencia a MC, el consolador negro, y regresé con él al baño, acabando de completar el desastre en mi casa.

Esta vez me tumbé en la bañera, con las piernas bien abiertas y comencé, como era habitual en mí cuando lo hacía, a deslizar suavemente el consolador por mis labios vaginales, para ir poniéndome a tono.

Pero, ¡no! ¡No era eso lo que yo quería! El rostro sonriente de Jesús invadió mi mente y comprendí qué era lo que necesitaba. De un tirón me clavé el consolador en el coño mucho más profundo que nunca antes. Mis ojos se abrieron como platos ante la súbita intrusión y mi espalda se arqueó ante el eléctrico calambrazo que recorrió mi columna.

Enfebrecida, comencé a meter y sacar a MC con violencia, apuñalándome el coño más bien que masturbándome. Para acabar de redondear la escena, agarré la ducha de teléfono y dirigí un cálido chorro de agua a mi entrepierna, concentrándome especialmente en el clítoris que asomaba la cabecita en el culmen de excitación.

No tardé ni un minuto en correrme, con devastadores espasmos de placer agitando mis caderas. Doy gracias porque el orgasmo llegara tan pronto, pues si hubiera seguido mucho rato clavándome así el consolador, sin duda me habría hecho daño.

Quedé derrengada, con medio consolador aún metido en el coño, mientras los últimos estertores de placer agitaban mi cuerpo. Había sido un orgasmo bestial pero… con Jesús había sido mejor…

Como pude, puse el tapón de la bañera y dejé abierto el grifo, de manera que ésta fue llenándose conmigo dentro. Eché unas cuantas sales y jabón para que se formase espuma y me quedé medio dormida.

Cuando quise darme cuenta, el agua había empezado a salirse de la bañera. Adormilada, cerré el grifo, abrí un poco el tapón para sacar un poco de líquido y me volví a tumbar para permitir que el relajante baño caliente borrase las huellas de todo lo sucedido.

Ahora me encontraba mucho más sosegada y allí me quedé, sumergida en el agua caliente, con la mente completamente en blanco después de la más agotadora jornada de mi vida.

Desperté un buen rato después, con el agua ya fría. Abrí el tapón y me levanté como pude, e incluso sonreí cuando vi a MC nadando entre la espuma disfrutando también de su baño. Se lo había ganado.

Me sequé con la toalla y contemplé desanimada el desastre que era mi casa. Agua en el suelo del baño, agua en el salón, en mi cuarto… Resignada, fui a la cocina a por la fregona, unos trapos y un cubo y me dediqué a la tediosa tarea de recogerlo todo.

Tras un rato, me di cuenta de que estaba limpiando completamente desnuda, como si fuera lo más natural del mundo. Me encogí de hombros, dispuesta a seguir con la tarea, pero entonces recordé que, en alguna ocasión había sospechado que el vecino de enfrente me espiaba desde su ventana, así que dejé lo que estaba haciendo y me puse la ropa interior y el pijama. Usé unas braguitas y un sostén de algodón, cómodas, mientras me acordaba de lo que Jesús había dicho de ese tipo de lencería: bragas de vieja.

Que le dieran mucho a Jesús por el culo. Así que me las puse como una especie de desafío hacia aquel cabrón. Me sentí mejor al hacerlo, más dueña de mí.

Acabé de recoger cerca de las 8 de la tarde y me di cuenta de que ni siquiera había almorzado. Llevaba todo el día sin comer. Mis tripas, ajenas a todas las desgracias del día, se quejaban con ganas, así que fui a la cocina y me preparé una cena temprana.

Después, me dispuse a preparar la clase del día siguiente, pero no me veía con ánimo de enfrentar a Jesús tan pronto. No, mejor llamaría por la mañana al instituto y diría que estaba enferma. Total, ya sería jueves, podía faltar un par de días al trabajo y me libraría de encontrarme con ese cabrón. Y el sábado venía Mario y seguro que él me animaría.

Ahora, un mes después, reconozco que lo único que hice fue evitar enfrentar el problema, huir de él como una cobarde, pero mi estado de ánimo pendía de un hilo muy fino y era mejor no tensar la situación. El descanso me vendría bien.

Aquella noche me fui a dormir temprano, exhausta a pesar de la siesta en la bañera. Me dormí enseguida, pero mi subconsciente estaba decidido a impedirme olvidar, por lo que, inevitablemente, mis sueños rememoraron los sucesos del aula con nitidez absoluta.

Desperté sudorosa, agitada, con un nudo en la garganta… e increíblemente caliente. Los pechos me dolían y no precisamente por los moratones, que había aliviado con una crema antes de acostarme, sino de duros que estaban… Mi coño era un charco, con los labios vaginales abiertos e hinchados…

Sollocé desesperada… ¿Qué había hecho aquel hijo de puta conmigo? ¿En qué me había convertido? O mejor… ¿Qué había despertado en mí?

Resignada, saqué los dos consoladores de la mesita y volví a masturbarme, consiguiendo volver a dormir tras procurarme un nuevo orgasmo.

Desperté tarde por la mañana, pero aún así, bastante cansada, por lo que no me costó fingir que me encontraba enferma mientras llamaba al centro. Más tarde llamaría a Susana, una doctora amiga mía que no me pondría pegas para tramitarme una baja de dos días.

El jueves y el viernes fueron clónicos, las horas pasaban lentamente mientras yo trataba de mantener la mente ocupada realizando tareas… limpié la casa, preparé clases, escribí los exámenes de recuperación… cualquier cosa con tal de mantenerme ocupada, porque, cuando no hacía nada, me acordaba de Jesús y me ponía caliente.

Menudo montón de pajas me hice en esos dos días, parecía un adolescente en celo. MC trabajó más en dos jornadas que en los dos meses anteriores. Estaba medio embrutecida, ya me daba igual aceptar que era una zorra a la que le gustaba que la violaran, que no era más que una puta, me daba igual todo… sólo me encontraba bien después de correrme.

Y en toda aquella espiral de degeneración y autodestrucción Mario era la única luz al final del túnel. Sí, cuando Mario volviera todo iría bien, él me abrazaría, me haría el amor y todo volvería a estar en su sitio. Quizás incluso le contara todo lo que había pasado y él me vengaría, buscando al cabrón de Jesús y dándole una paliza de muerte…

Por fin llegó el sábado y yo esperaba expectante a mi novio. Las horas eran eternas, mientras aguardaba al que creía sería la solución de todos mis problemas. Estaba muy cansada, pues la noche anterior había transcurrido igual, soñando con la verga de Jesús Novoa.

No me di cuenta, pero la verdad es que esperaba el regreso de Mario cachonda perdida.

Cuando escuché la llave introduciéndose en la cerradura me levanté como un resorte y corrí hacia la puerta. Mario se quedó sorprendido al verme abalanzarme sobre él y, de un salto, le obligué a sostenerme con sus fuertes brazos, mientras mi boca buscaba con ansia la suya.

Cuando por fin le permití recuperar el aliento, él me miró con expresión divertida mientras me sostenía todavía en brazos, con mis piernas anudadas a su cintura.

- ¡Vaya! – dijo – Parece que por aquí me han echado de menos.

- No te imaginas cuanto, cariño – respondí – Vamos a la cama.

Él me miró extrañado, pues, normalmente, yo no era tan fogosa. Por desgracia, no se mostró tan bien dispuesto como yo esperaba (y necesitaba) por lo que me hizo bajar al suelo y trató de tranquilizarme.

- Espera un poco cariño, que vengo con 10 horas de vuelo en el cuerpo. Ni siquiera me he parado a comer algo en el aeropuerto para venir derechito a verte. Apesto a sudor y estoy que me caigo de hambre.

Resignada y sabiendo que él tenía razón, asentí con la cabeza y le conduje al salón. Allí nos esperaba la mesa ya preparada y echándole un vistazo al reloj vi que ya eran más de las 2 de la tarde. Hora de comer.

- Vale, cariño – asentí más relajada ahora que por fin estaba allí – Vamos a comer algo y después te das una buena ducha.

- Estupendo, nena… Vamos a ver qué has preparado.

Obviamente, tras un mes separados, había cocinado el plato favorito de Mario, lo que le alegró enormemente.

- Eres estupenda – me alabó – Cada vez te sale mejor.

Comimos entre risas, conmigo escuchando con paciencia las anécdotas que le habían sucedido durante el largo viaje. Sin embargo, aunque prestaba atención a lo que me contaba, una parte de mi cerebro estaba concentrada en la excitación que sentía, en las ganas que tenía de que terminara de hablar y me llevara al cuarto a follarme bien follada.

Por debajo de la mesa apretaba con fuerza los muslos, frotándolos entre sí, tratando de calmar aunque fuera un poco el volcán que había en mis entrañas.

Por fin acabamos de comer y Mario dijo que iba a ducharse. Yo aproveché para recoger la mesa y meter los platos en el lavavajillas, pero llegó un momento en que no pude más.

Me acerqué sigilosamente al baño y abrí la entornada puerta. Mario, tan pulcro como siempre, había metido toda su ropa sucia en el cesto adecuado. Podía escuchar el agua derramarse sobre él tras la cerrada cortina del baño. Imaginaba perfectamente su cuerpo desnudo empapado, mientras sus poderosas manos se frotaban por todas partes, especialmente…. Por su polla.

Sin perder un instante me desnudé por completo y me deslicé hacia la bañera. Con cuidado, abrí la cortina y vislumbré entre el vapor el espléndido cuerpo de macho ibérico de mi Mario.

Sonriente y cachonda, me colé en la bañera junto a él, abrazándole desde atrás.

- No podías aguantar más, ¿eh pequeña? – oí que me decía.

Por toda respuesta, mis manos, que habían abrazado su pecho, se deslizaron por su cuerpo hasta llegar a su verga, que comenzaron a acariciar para hacerle ganar volumen. Poco a poco, noté cómo la sangre comenzaba a circular por su miembro, que iba ganado vigor y grosor con rapidez.

Bruscamente, Mario se volvió hacia mí y quedamos frente a frente. Con decisión, me agarró por los hombros y me atrajo hacia sí, besándome con pasión mientras mi lengua buscaba la suya. Su cada vez más dura polla quedó atrapada entre nuestros cuerpos, pero yo no estaba dispuesta a soltar mi juguete tan pronto, por lo que deslicé mis manos entre nosotros y volví a agarrársela con ganas.

- ¡Uf! – gimió – Hacía mucho que no te veía tan cachonda…

- Es que llevamos un mes separados, cariño… y ya no podía más….

Lentamente, deslicé mi cuerpo hacia abajo, hasta quedar de rodillas frente a él. Mario, comprendiendo mi intención, me dejó a mi aire, mientras sus sorprendidos ojos se clavaban en los míos.

Sin desviar la mirada, agarré su pene por la base y deslicé mi ardiente lengua por su ya completamente empalmado falo. Lo chupé y lamí por todas partes, huevos incluidos, sin dejar ni por un instante de mirarle a los ojos.

En pocos segundos, mis labios recibieron con deseo la endurecida barra de carne y comencé a chupársela con ganas, notando cómo la punta se apretaba contra el interior de mi mejilla y la abultaba. Me la metí más adentro que nunca antes, apretando mi rostro contra su ingle cuando me la tragaba por completo. Pero, incluso en esos instantes de inmensa lujuria, no podía evitar pensar que Jesús la tenía mucho más grande.

El agua caía sobre nuestros cuerpos y el vapor que producía parecía sumergirnos en una atmósfera de irrealidad, en un mundo en el que sólo estábamos nosotros, en el que sólo importaban su verga y mi boca.

Mario se encendió como una antorcha, poco acostumbrado a aquel salvaje comportamiento por mi parte y enseguida quedó a punto de caramelo. Yo deseaba que se corriera, quería recibir su leche en lo más profundo de mi garganta, pero Mario, creyendo que estaba con la misma mujer de siempre, se retiró bruscamente, con lo que su semen cayó a la bañera y se perdió por el desagüe, arrastrado por el agua de la ducha, dejándome inexplicablemente frustrada.

- Madre mía, Edurne – masculló Mario entre jadeos – Nunca te había visto así. Parecías querer devorarme entero.

- Y así es, cariño – le respondí mientras me incorporaba y volvía a besarle – Pero ahora quiero que tú me comas a mí.

Mientras decía esto me separé de Mario y me apoyé en la pared del baño. Con sensualidad, levanté una pierna y apoyé el pie en el borde de la bañera, de forma que mis muslos quedaran bien separados y mi palpitante coño bien abierto. Mario, caliente como un toro, se arrodilló ante mí y hundió la cara en mi entrepierna, provocándome un estremecedor escalofrío de placer.

Su boca se apoderó de mi coño y pronto tuve su lengua recorriendo hasta el último centímetro de mi vagina.

Mis manos se engarfiaron en su cabello, acariciándole mientras me comía el coño. Lo quería para mí, así que apretaba su cabeza contra mi cuerpo, como si pretendiera metérmela dentro. Me estaba encantando, pero, por desgracia, Mario dejó de hacerlo.

- No puedo más – siseó incorporándose – En mi vida he estado tan cachondo…

Su verga volvía a estar como una roca y Mario quería meterla ya. Dedicó sólo unos instantes a frotarla contra mi húmeda gruta, pero enseguida la colocó en posición y me la clavó hasta las bolas.

- ¡AAHHHHHHH! – gemí al sentir cómo su émbolo me penetraba.

- ¡DIOS! – gemía él - ¡Te quiero! ¡Edurne, te quiero!

Sentí deseos de gritarle. ¿Te quiero? ¿Te quiero? ¡Qué cojones te quiero! ¡Fóllame, cabrón! ¡FÓLLAME!

Pero me contuve.

Mario comenzó a bombearme, con más violencia de lo que era habitual en él, y aquello me encantaba, pero una diminuta parte de mi psique me recordaba que con Jesús había sido más intenso, mejor.

Me sentía llena, repleta de polla, pero la de Jesús me había llenado más…

Era increíble, estaba follando salvajemente con el hombre al que amaba y no paraba de recordar al hijo de puta que me había violado.

Y entonces Mario se corrió.

¡No, no, no, no! ¡Todavía no! Aullaba mi mente. ¡Yo no me he corrido!

Pero era inútil. Mario, agotado, retiraba su menguante miembro de mi interior, mientras yo sentía cómo su leche salía también de mi coño y resbalaba por mis muslos. Se había corrido dentro con tranquilidad, sabedor de que yo tomaba precauciones.

Quedé frustrada, enfadada, comprendiendo que aquello era lo máximo que Mario podía ofrecerme; había sido mejor que nunca… pero ya no bastaba para mí.

- Ha sido increíble –susurró Mario besándome – El mejor de mi vida.

- Sí, cariño – asentí acariciándole el rostro – Ha merecido la pena el mes de espera.

- Digo. Si llego a saber que un mes sin mí te iba a poner así, habría tardado más en volver.

Sonreí sin ganas.

Acabamos juntos de ducharnos, frotándonos el uno al otro. Mi coño latía insatisfecho, deseando más, pero, aunque intenté entonar de nuevo a Mario dedicándome con esmero a asear su pene, no conseguí hacerle despertar.

Mario me preguntó entonces por el moratón en el pecho. Por fortuna, como Jesús había estrujado con ganas y por todas partes, no se apreciaban las marcas de sus dedos, sino simplemente un gran hematoma, así que pude engañarle diciéndole que había tropezado y había ido a estrellarme contra un mueble. Se ofreció a aplicarme luego un poco de crema. Se lo agradecí.

Nos secamos y nos tendimos juntos en la cama, desnudos, y Mario pronto roncaba quedamente a mi lado.

Le contemplé durmiendo durante un buen rato, el rostro amado, pero que de pronto ya no parecía suficiente. Cuando me quise dar cuenta, mi mano se había deslizado entre mis muslos y había comenzado a masturbarme lentamente.

Con lágrimas de frustración en los ojos, busqué a MC en la mesilla y me encerré en el baño, pues no quería que Mario se enterara de lo que iba a hacer; sabía que se sentiría humillado al enterarse de que no había sido capaz de satisfacerme.

Y la verdad es que tendría razón.

Nos levantamos de la siesta, bastante descansados, Mario tras horas de reparador sueño y yo, por fin saciada gracias a MC.

Juntos preparamos la cena y comimos en la cocina, para no tener que recoger el salón y después nos acurrucamos en el sofá a ver una peli.

En ese momento me sentía en paz, feliz entre sus brazos, lo que me calmó muchísimo.

Ahora comprendo que, en realidad, ya había aceptado que Mario no era suficiente para mí y que ya había decidido lo que iba a hacer.

El resto del fin de semana fue muy tranquilo. Salimos a comer, a pasear, hicimos el amor… pero no logré alcanzar el orgasmo ni una sola vez con Mario y siempre acababa masturbándome a solas en el baño.

Pero no pasaba nada. Era un novio maravilloso.

Lo único malo fue que me dijo que el miércoles embarcaba de nuevo, pero que esta vez tardaría sólo 3 o 4 días en volver.

No pasaba nada. Era un novio maravilloso.

El domingo por la noche intentamos repetir el numerito de la ducha, pero no fue igual de intenso, supongo porque Mario estaba bastante saciado de sexo ese fin de semana o porque yo misma había aceptado que no iba a obtener mucho más de él.

Pero no pasaba nada. Era un novio maravilloso.
 
Buuuf, cada vez se pone mejor
 
Capítulo 4: El examen:




El lunes por la mañana me levanté temprano, apagando rápidamente el despertador para no despertarle.

Me duché y me quedé contemplándome desnuda en el espejo, mirando especialmente el moratón de mi pecho izquierdo que ya había empezado a amarillear. Me pasé una mano por los pechos, notándolos duros, en el que parecía haberse convertido en su estado habitual. Me pellizqué incluso los pezones, enviando pequeños y placenteros calambres a mi cerebro. Ya sabía lo que iba a hacer.

Me puse ropa interior sexy, tanga y ligueros de color negro y sostén a juego. Las medias de color carne, no iba a pasarme poniéndome unas de rejilla y escandalizando a los demás profesores; pero eso sí, la falda un pelín más corta de lo que solía ser habitual en mí. El suéter de color oscuro, con escote en pico, bien ajustado y ceñido.

Lo que importaba era que se viera bien el colgante que llevaba al cuello: un corazón atravesado por una espada.

No lo había tirado. Lo encontré en el bolsillo del abrigo que llevaba aquel día…

Me fui al trabajo en mi coche (que gracias a Dios estaba en el garaje, aunque no recordaba haberlo aparcado allí el miércoles anterior). Tuve que soportar en la sala de profesores las preocupadas preguntas de mis compañeros sobre los días que había estado enferma.

Un cólico nefrítico les decía, logrando así que no indagaran más, pues ya se sabe que, cuando una chica tiene cagaleras, lo educado es no hacerle preguntas.

Impartí mis clases como siempre, más tranquila a cada minuto que pasaba. Pedí disculpas a los alumnos por haber faltado y pregunté si había alguien que quisiera apuntarse a las recuperaciones para subir nota, pues el plazo para hacerlo concluía el viernes y claro, yo no había venido. Apunté los nombres de un par de chicos que querían hacerlo y me marché a un aula de primero, donde repetí el proceso.

Después tenía una hora libre antes del recreo, pero estuve bastante liada preparando las copias de los exámenes de recuperación de los diferentes cursos y entregando los cuestionarios al claustro.

Y por fin, llegó la hora de ir a la clase de Novoa.

Yo temblaba por los nervios, pensando que quizás el chico había contado su hazaña entre los compañeros y ahora todos me mirarían acusadoramente. No pasó nada.

Los alumnos me recibieron como siempre, sin hacerme ni puto caso mientras charlaban en grupitos entre ellos. Asustada, mis ojos buscaron a Jesús en su pupitre, pensando que le encontraría como todos los días, mirándome fijamente.

Ni de coña. El chico estaba sentado en una mesa charlando con otros compañeros, entre los que estaba Gloria, la hija de mi vecino. Me quedé chafada.

Había imaginado cómo sería el momento en que volvería a encontrarme con él, había incluso visto su rostro con esa sonrisa sardónica que no me dejaba dormir por las noches mientras miraba con aire de triunfo el colgante de mi cuello.

Pero nada.

Me di cuenta de que algunos alumnos me miraban extrañados, pues llevaba varios minutos allí parada, dejándolos hablar a su aire sin poner orden y eso era algo muy raro en mí.

Despertando por fin, di unas palmadas ordenándoles callar y volver a sus asientos, cosa que hicieron como siempre, con cierta reluctancia.

Repetí la charla que había dado en las otras clases, pidiendo disculpas por mi ausencia y apuntando los nombres de los que querían sumarse a la recuperación. Y después inicié la clase.

Estaba nerviosísima, preocupada porque mis alumnos notaran que me pasaba algo extraño, pero supongo que, si lo notaron, lo atribuyeron a que había estado enferma.

Continué con la materia, pero mis ojos involuntariamente buscaban una y otra vez a Jesús, quien por primera vez en mucho tiempo se portaba con normalidad en clase, tomando apuntes con seriedad y atendiendo.

¿Qué coño pasaba? ¡Estaba enfadada porque aquel cabrón no me prestaba atención! ¡Aquello era el colmo! ¡Llevaba días sin dormir bien acordándome de él y ahora no me hacía ni caso! ¿Por qué?

¡Espera! ¡Quizás no había visto el colgante! El símbolo de mi aceptación de todo que había pasado y de todo lo que iba a pasar. ¡Seguro que era eso!

Más tranquila, volví a escribir unos ejercicios en la pizarra y les ordené que los resolvieran. Esta vez me fui directamente a por Jesús, nada de vagar por la clase y le pregunté directamente:

- ¿Qué, Jesús? ¿Crees que podrás resolverlo? – le dije mientras jugueteaba ostentosamente con el colgante que llevaba al cuello.

- Sin problemas, señorita Sánchez. Este fin de semana he estudiado mucho. No quiero volver a suspender su asignatura.

Sin duda había visto el corazón en mi cuello, pero no dio muestra alguna de ello, volviendo a bajar la mirada y a sumergirse en su tarea.

Yo estaba atónita, temblaba de ira. ¡Estaba pasando de mí! ¡Maldito cabrón, debería haberte denunciado! ¡Con el escándalo, habría destruido tu vida como tú habías hecho con la mía!

Utilizando hasta la última pizca de autocontrol que me quedaba, seguí paseando por la clase resolviendo dudas. Cuando llegó la hora de resolver el ejercicio, pedí voluntarios, más por costumbre que por esperanza de que hubiera alguno. Pero esta vez sí lo había.

- ¡Señorita Sánchez! – dijo Novoa levantando la mano – Si no le importa salgo yo a hacerlo. El otro día me quedó muy mal cuerpo por no haber sabido resolver el problema.

El angelito. Qué tierno.

Mientras yo le dirigía miradas con todo el veneno que era capaz de reunir, Novoa fue a la pizarra, dejando incluso su cuaderno encima de la mesa, como si no lo necesitara. Resolvió el ejercicio en un visto y no visto y se volvió hacia mí esbozando la sonrisilla que yo tan bien conocía, mientras sus ojos se clavaban en el colgante de mi cuello.

- ¿Está correcto, señorita?

Yo asentí y permití que regresara a su pupitre.

Bueno, no todo estaba perdido. Aquella sonrisilla había hecho que se me erizara el vello de la nuca y que un súbito pinchazo de excitación se me clavara en las entrañas. Seguro que al final de clase me daría lo que yo estaba buscando…. Y necesitaba.

Pero no. Cuando el timbre sonó, Jesús recogió sus cosas como los demás y se largó charlando con un compañero, sin dirigirme ni una sola mirada. No podía creerlo.

Frustrada, regresé a casa para descubrir con sorpresa que ni siquiera me apetecía hacerlo con Mario. Él, que es un sol, se había encargado de preparar el almuerzo y me esperaba con todo listo. La comida estaba muy buena y la conversación, como siempre, era amena e inteligente, pero mi mente estaba en otra parte, pensando en Jesús y en por qué no me había hecho ni caso.

Me acosté con Mario más por inercia que por otra cosa. Él se encargó de casi todo el trabajo, vaciando sus huevos dentro de mí y derrumbándose agotado a mi lado.

Y el día siguiente no fue mejor, pues los martes no tenía clase con el grupo de Novoa. Aún así me las arreglé para verle en los descansos entre clases, pasando como quien no quiere la cosa cerca de su aula, pero él no me prestó ni la más mínima atención.

Empezaba a desesperar.

El miércoles Mario y yo nos levantamos muy temprano. Nos duchamos por turnos y cogimos el coche, pues yo iba a llevarle en coche hasta casa de un compañero y así juntos podrían ir al aeropuerto.

Además me encontré con que allí estaba Pili, la guapa azafata rubia con la que tanto me disgustaba que anduviese Mario, que también iba con ellos; pero aquella mañana me importó un pimiento que aquella zorra zascandileara alrededor de mi hombre. Estaba que echaba humo.

Pero todo cambió.

Dediqué la mañana a los exámenes de recuperación, mostrándome más feroz con mis alumnos de lo habitual. Al ser controles sólo para los suspensos, en cada clase tenía que enfrentarme a lo sumo con diez o doce alumnos, por lo que era fácil sentarlos separados unos de otros. En cuanto tenía la más mínima sospecha de que alguno podía estar copiando le llamaba la atención, y si la sospecha era algo más que mínima le expulsaba de clase sin miramientos.

Así me cargué a cuatro alumnos en diferentes exámenes, por lo que, cuando llegó la última hora, la del grupo de Novoa, ya se había extendido el rumor entre los alumnos de que yo estaba hecha una fiera y que cateaba al que fuera sin motivo.

Y al que sin duda iba a catear estaba en aquella clase.

Como un huracán entré en el aula y arrojé los papeles encima de mi mesa, sí, aquella en la que tan sólo una semana atrás Jesús me había follado como a una perra.

Levanté la vista y me encontré con 14 alumnos de ambos sexos, entre suspensos y los que querían subir nota, que me miraban inquietos, pensando que aquella furia iba a catearlos sin remedio.

Todos menos uno, que me miraba con su habitual sonrisa de autocomplacencia. Me dejó parada.

Por fin, reaccioné y les ordené que se sentaran dejando al menos 2 pupitres libres entre cada uno.

- ¡Por delante y por detrás! – les grité.

Jesús, mirándome con la sonrisa que me hacía estremecer, se fue derechito al final de la clase y se sentó en el último pupitre. Mirándome con descaro, inclinó su silla hacia atrás, dejándola apoyada en las patas traseras y recostándose contra la pared del fondo del aula.

Me estremecí, mi corazón iba a mil por hora, consciente de que algo se traía entre manos.

Temblorosa, recorrí las mesas dejando boca abajo las hojas de examen, mientras repetía la letanía propia de esas situaciones:

- Nada de calculadoras, ni papeles raros. Los folios, los que os entrego yo con mi firma. Tres para cada uno; si necesitáis más (que no creo) me los pedís. Las respuestas en limpio en la hoja de examen, pero me entregáis también las otras hojas con el desarrollo. Al que no me entregue todas las hojas con mi firma lo suspendo, aunque estén en blanco. Y, obviamente, al que pille hablando o copiando ya sabe dónde está la puerta.

Mientras hablaba, me fui aproximando a la mesa de Novoa, que estaba solo al fondo. Tragué saliva, pues la boca se me había quedado seca. Sabía que algo iba a pasar, pues el chico me miraba fijamente con su sonrisa descarada en el rostro.

Por fin, le entregué el examen y me di la vuelta, contemplando a todos los alumnos de espaldas a mí, esperando nerviosos el comienzo de la prueba.

En ese preciso instante, noté que la mano de Novoa me agarraba por la muñeca, sujetándome. Un escalofrío me recorrió de la cabeza a los pies y, lentamente, desvié mi mirada hacia él.

El chico, sin dejar de sonreír, soltó mi mano, sabedor de que yo no iba a irme a ninguna parte. Con aire displicente, llevó sus manos a su bragueta y la abrió, aprovechando para sacar hábilmente su erecto nabo del pantalón y dejarlo al aire, mirando al techo.

El corazón parecía ir a salírseme por la boca, mientras mis ojos permanecían clavados en la formidable erección de mi alumno. Me sentía incapaz de moverme, poseída por el intenso deseo de dejar que aquel chico me poseyera allí mismo, delante de sus compañeros, en la mesa o en el suelo, me daba igual.

Entonces Jesús me hizo un gesto con la cabeza, apuntando hacia el resto de la clase. Con un vuelco en el corazón, volví a mirar a los chicos, asustada por si alguno había contemplado la escena, pero todos permanecían de espaldas a nosotros, esperando a que les diera permiso para iniciar el examen.

Haciendo de tripas corazón, reuní fuerzas suficientes para hablar y darles las últimas instrucciones.

- A… a partir de ahora – balbuceé – Tenéis hora y media para hacer el examen.

Mientras hablaba, por el rabillo del ojo contemplaba el excitado falo que Jesús exhibía impúdicamente.

- Os quiero a todos con la vista en vuestro pupitre. Al que vea que la levanta le suspendo. No olvidéis que, desde aquí atrás, os veo perfectamente a todos. Si alguien tiene alguna duda, que levante la mano que ya me acercaré yo. Podéis darle la vuelta al examen.

La clase se llenó del sonido del revuelo de hojas al ser giradas y ordenadas. Todos los chicos, advertidos por sus compañeros de los controles vespertinos, optaron por obedecerme al pie de la letra y se inclinaron sobre sus papeles, sin atreverse a mirar ni a los lados.

Perfecto para mí.

Lentamente me acerqué todavía más al pupitre de Jesús, hasta que mi pierna quedó pegada a su silla. Con miedo por si algún alumno me veía, pero con una calentura que no era normal, me agaché un poco para que su enhiesto nabo quedara a mi alcance. Con torpeza pero con avidez, mis dedos ciñeron su ardiente barra, acariciándola con dulzura mientras su calor penetraba en mi piel.

Podía notar que mi coño estaba encharcado, mis sexys braguitas estaban empapadas, mientras yo apretaba con fuerza los muslos, tratando de acentuar el placer.

Lentamente, comencé a deslizar mi mano sobre el enardecido falo, haciéndole una silenciosa paja al chico mientras todos sus compañeros se concentraban en su examen. Como yo estaba de pie, debía agarrársela de arriba abajo, con el pulgar apuntando hacia su ingle, no hacia arriba como es habitual en estos casos.

Seguí masturbándole durante varios minutos, mirando a su rostro sonriente y controlando como buenamente podía al resto de chicos. Incluso en un par de ocasiones, con una sangre fría que me sorprendió, reprendí a alguno obligándole a agachar todavía más la cabeza, no porque se hubieran movido ni un centímetro, sino para meterles el miedo en el cuerpo y evitar que de verdad miraran a otro lado.

Seguí con la paja, notando cómo aquella verga se endurecía cada vez más. A medida que ganaba confianza, fui incrementando el ritmo, poseída por el increíble morbo que tenía la situación, sin importarme ya que nos pillaran. Mi cerebro empezó incluso a desvariar…

- No importa que nos pillen – pensé – Si eso pasa le haré también una paja al que sea y conseguiré que no cuente nada. A ver, ¿Quién va a ser el afortunado?

Jesús gemía muy bajito, tapándose la boca con las manos, ahogando el placer que yo le estaba suministrando. Podía percibir que estaba a punto de correrse pero, justo entonces, una chica levantó la mano y me obligó a abandonar mi premio.

Bastante molesta, caminé por el aula hasta la mesa de la chica y le pregunté que qué quería, con un tono algo más seco de lo que hubiera querido.

Tras resolver su duda, paseé entre los pupitres lentamente, para que los alumnos no notaran que volvía disparada junto a Jesús, aunque lo que me pedía el cuerpo era saltar por encima de las mesas para regresar junto a la polla que se había adueñado de mi alma.

Usando toda la resistencia que pude reunir, volví despacito con él y me dispuse a reanudar mi tarea.

Pero entonces Jesús negó con la cabeza. Estirando la mano, señaló los folios que había sobre la mesa. En uno de ellos, había escrito en letras grandes:

NO QUIERO MANCHARME LA ROPA.

Entendí perfectamente lo que quería, por lo que le miré con los ojos desorbitados por el pánico ¿Estaba loco? ¡Aquello era demasiado!

Pero él no se inmutó y se limitó a agarrarse la polla por la base y a hacerla oscilar lentamente.

Con la cabeza medio ida, miré a mi alrededor, encontrándome únicamente con alumnos concentrados en su examen. Completamente sometida a los deseos del chico, me arrodillé lentamente junto a él y, muy despacio, fui deslizando su ardiente estaca entre mis labios.

Con mucho cuidado y rezando para que nadie se diera la vuelta, comencé a chupar aquella deliciosa polla que me llenaba por completo la boca. Podía sentir los latidos del corazón de Jesús en las venas de su pene.

- ¡Menuda forma de tomar el pulso! – pensó mi enloquecido cerebro.

Muy lentamente, dejé que mis labios se deslizaran por todo el tronco, mientras mi lengua bailaba alrededor de él. El morbo de todo aquello me tenía medio loca de excitación, así que, como pude, apreté mi entrepierna con una mano, pensando en meterla bajo la falda y acariciarme, pero el último vestigio de cordura que me quedaba me hizo desistir, pues si me tocaba el coño seguro que me ponía a aullar, con lo que mi vida como maestra acabaría en un segundo.

Por fin, noté que la polla entraba en tensión, preludio de que iba a vomitar su carga. Jesús sujetó mi cabeza contra su ingle, para evitar que me retirara, pero no era necesario, pues yo estaba decidida (y deseosa) a tragarme toda su leche.

Su verga entró en erupción con fuerza, disparando su carga directamente en mi garganta, provocándome incluso arcadas que, por fortuna, fui capaz de reprimir. El espeso semen se derramó por toda mi boca, mientras yo chupaba y bebía decidida a obedecer el deseo de Jesús.

Me lo tragué todo y no fue hasta que noté que el nabo del chico empezaba a menguar que no lo saqué de mi boca, deslizando lentamente los labios sobre él para limpiar hasta el último resto de saliva y semen.

Tras sacarlo, miré de nuevo a la clase, acordándome por fin de que allí había más gente, pero nadie se había dado cuenta de nada. O eso pensé.

Torpemente, pues las rodillas me temblaban, me levanté y me alisé la ropa, sin quitar ojo al resto de chicos. Miré a Jesús y vi que se había guardado la polla en el pantalón. Aquello no me gustó. ¿Y qué pasaba conmigo? No sé qué esperaba, quizás que me subiera en su regazo y me follara allí mismo.

Con un simple gesto, Jesús me despidió y yo volví a quedarme frustrada, dolorida y caliente al máximo, como últimamente me pasaba siempre. Como pude, dediqué el resto del tiempo a pasear entre las mesas, vigilando el examen.

Cuando llegó la hora, les ordené que dejaran de escribir.

Como sabía que Jesús había escrito aquello en una de las hojas de examen, no podía arriesgarme a que otro alumno la leyera, así que le pedí a él mismo que se encargara de recoger todos los exámenes, mientras yo me sentaba a mi mesa.

Él obedeció con presteza, recogiéndolos todos y entregándomelos. Encima de todas las hojas, estaba la que tenía escrito el mensaje, sólo que estaba tachado y ahora ponía otra cosa.

NO TE VAYAS A CASA TODAVÍA. ESPERA UN RATO.

Un aguijonazo de placer se clavó en mi coño, haciéndome apretar los muslos bajo la mesa, con el corazón a punto de salírseme por la boca.

Pronto, todos los alumnos abandonaron el aula y yo me quedé allí sola, obediente, esperando que Jesús regresara.
 
Buuuf, me está encantando. Gracias.
 
Aunque algo extremas algunas situaciones, en general la historia va bien, el morbo cubre con creces cierta carencia de verosimilitud.

En vista de los acontecimientos no veo mucha esperanza de vida a lo que Edurne tiene junto a Mario, independiente de como termine esta irrupción de Jesús en la vida de la señorita Sánchez.

Sucedido lo sucedido, Edurna Sánchez es ahora otra, lo experimentado con su alumno la llevó a conocer un nivel sexual que ha vuelto insuficiente a su novio, incapaz de llevarla al éxtasis. En adelante, si no es Jesús, serán otros los que cubrirán esa incapacidad, su nueva necesidad de ser follada salvajemente.

Los daños colaterales provocados por esta escandalosa (y morbosa) relación serán extensos, no hay forma de que esto acabe bien para alguno, sin distinción de inocentes o culpables.
 
Capítulo 5: No hay vuelta atrás:




Me hizo esperar más de 10 minutos, hasta que, finalmente, la puerta del aula se abrió y apareció Jesús haciéndome un gesto para que me acercara.

Poco me faltó para salir corriendo tras de él, pero logré reunir la suficiente dignidad para poder caminar tranquilamente. Aunque mi ánimo estaba de todo menos tranquilo.

Salí al desierto pasillo del instituto, mirando a los lados para asegurarme de que no había nadie.

Jesús me esperaba cerca, junto a la puerta de los lavabos. Intrigada, me acerqué y le interrogué con la mirada acerca de la extraña elección de escenario, ante lo que él contestó:

- Es que siempre he deseado follarme a una profesora en el lavabo de los tíos.

Bastó que pronunciara la palabra “follarme” para disipar todas mis dudas, por lo que le seguí como una corderilla.

Parecerá una tontería, pero nunca antes había estado en unos lavabos masculinos. Los había visto en películas y eso, pero era la primera vez que entraba en uno. Miré a los lados con curiosidad, viendo que eran parecidos a los nuestros, había menos cubículos de retretes, pero a cambio había varios urinarios. En cuanto al espejo, era igual que el nuestro, con lavabos delante de él.

- Mírame – me ordenó.

Yo obedecí instantáneamente.

- Buena chica - me sonrió – Vaya, veo que no has tardado mucho en aceptar lo zorra que eres.

No repliqué. Me daba igual que me insultara, sólo quería que me la metiera de una vez.

- Muy bien, me gusta que no me repliques – dijo sonriente - Súbete la falda.

Obedecí en el acto, tironeando con la prenda hasta subírmela por encima de la cintura. Jesús se agachó frente a mí y me inspeccionó la entrepierna, forzándome a separar un poco los muslos.

- ¡Joder! ¡Estás empapada! ¡Menuda puta estás hecha!

Era verdad.

- ¿No dices nada? – me espetó.

- ¿Qué quieres que diga?

- Quiero que admitas que no eres más que una golfa, que te encantó que te follara el otro día y que estás deseando que vuelva a hacerlo.

- Es verdad – asentí.

- ¡Dilo!

- ¡Soy una puta! – exclamé - ¡Y desde que me follaste no he podido pensar en otra cosa! ¡Y estoy deseando que vuelvas a hacerlo!

Creo que mi intensa respuesta le sorprendió un poco, no sé por qué a juzgar por los líquidos que fluían de mi coño y resbalaban por mis muslos, pero enseguida se recuperó y su sonrisa volvió a sus labios.

- Así que quieres que te folle… ¿eh?

- Sí.

- Bueno, como has sido una buena chica te haré el favor, pero es la última vez que hago lo que tú quieras. A partir de ahora sólo haré lo que quiera yo… Y tú también…

- Lo que tú digas – gimoteé – Pero fóllame ya…

- Señor….

- ¿Cómo dices? – dije sin comprender.

- Llevo dos años llamándote Señorita Sánchez y ahora tú me vas a llamar Señor Novoa, o Amo, porque quieres algo que yo tengo y si no, no te lo voy a dar, ¿entiendes?

- Sí, Señor.

- Vaya… lo coges rápido. ¡Date la vuelta!

Como un resorte, me giré quedando de espaldas a él. Pude contemplar nuestro reflejo en el espejo, allí con la falda subida hasta la cintura y el coño chorreándome por las patas abajo.

- ¡Joder qué culo tienes, cabrona! – exclamó mientras se acercaba por detrás y plantaba sus manos en mis nalgas.

El chico pegó su cuerpo contra el mío, empujándome, sin dejar de estrujar mi tierno culito. Yo me sujetaba como podía a los lavabos, tratando de no caerme y estrellarme contra el espejo.

- Bonito tanga – me susurraba al oído – Me encanta que las putitas sean buenas y me obedezcan.

- Sí, Señor – siseé – Pero, por favor, ¡fólleme ya!

- Vale, vale, putita, voy a darte lo tuyo.

Bruscamente, se apartó de mí y se desabrochó la bragueta, sacando su de nuevo enhiesto falo de su encierro.

- ¡Quítate las bragas! – me gritó.

Y yo obedecí como un rayo, arrojándolas a un lado sobre los lavabos.

Se acercó hacia mí y, agarrándome por la cintura, apoyó su miembro contra mi grupa, donde empezó a frotarla.

- Dime, guapetona – me susurró al oído - ¿Te han dado por el culo alguna vez?

Un estremecimiento de terror sacudió mi cuerpo. ¡No! ¡Eso no era lo que necesitaba!

- N… no – balbuceé.

- ¿En serio que eres virgen por el culo?

Asentí temblorosa con la cabeza.

- Pero, ¿tu novio es gilipollas o qué? ¡Tener a su disposición semejante culo y no estrenarlo!

Recordé las charlas que había tenido con Mario al comienzo de nuestra relación, cómo había fijado unos límites claros en materia de sexo y como él, tan racionalmente como lo hacía todo en la vida, había aceptado sin rechistar mis deseos, sin insistir en lo mucho que le apetecía encular a su noviecita (como a todos los tíos ¿verdad?).

- Bueno, entonces lo dejaremos para otro día. Hoy no tenemos mucho tiempo.

Ahora sé que él ya tenía en mente el día en que mi culo estaría a su disposición.

Más calmada, ahora que sabía que no iba a darme por saco, me incliné hacia delante yo misma, sin esperar instrucciones, ofreciéndole mi ardiente rajita manteniendo mis muslos bien separados, apretándome tanto como pude contra su tieso bálano.

- ¡Vale, vale, cordera! – rió Jesús - ¡Ábrete el coño que allí voy!

Y obedecí.

Una vez más, el cipote de Jesús se abrió paso en mis entrañas de un tirón. Me sentí tan llena de carne que mis pies despegaron del suelo un momento, en el que juro que levité y todo. Mi rostro quedó apretado contra el espejo debido al zurriagazo que me había propinado en el coño y, cuando él se echó hacia atrás, me arrastró consigo empalada en su verga.

- ¡AAAAAAHHHHHHH! – Aullé a sentirme llena de polla.

- ¿Te gusta, zorra? ¿Te gusta? – gritaba Jesús sin dejar de bombearme.

Cerré los ojos y me dediqué a disfrutar. Mi postura era más estable, pues conseguí afirmar bien los pies en el suelo y apoyar la cintura en el lavabo, con lo que conseguía soportar los culetazos con mejor equilibrio. A Jesús no le importaba nada de esto y seguía martilleando mi coño con su herramienta, que se hundía en mis entrañas, colmándolas por completo.

¡Sí! Aquello era por lo que llevaba una semana suspirando. ¡Aquella polla era todo lo que necesitaba! Me sentí mucho más feliz que en mucho tiempo. Había encontrado mi sitio en el mundo.

- ¡Abre los ojos, zorra! ¡Quiero que veas tu cara de puta mientras te follo!

Abrí los ojos y me miré en el espejo. Me encontré con una desconocida, con la cara desencajada por el placer, que recibía los arreones del chico como si le fuera la vida en ello.

De pronto, Jesús me agarró un muslo y tiró hacia arriba, obligándome a levantar la pierna del suelo. Hizo que la pusiese sobre el lavabo, de forma que mi coño quedaba totalmente abierto a él.

Para no caerme, apoyé directamente las manos en el espejo, sujetándome a duras penas para no caerme.

Fue entonces, estando abierta de patas al máximo, cuando mis entrañas entraron en erupción y un impresionante orgasmo devastó mi cuerpo.

- ¡Me corro! ¡Me corro! – aullaba mientras mis manos resbalaban contra la superficie de cristal.

- ¡Sí, puta, córrete! ¡Que yo seguiré follándote!

Incapaz de sostenerme, caí de bruces resbalando sobre el lavabo. Afortunadamente, Jesús me sujetó y evitó que me abriera la cabeza, aunque dudo que eso le hubiera importado. Sin desclavarme ni un segundo, me ayudó a ponerme a cuatro patas en el suelo, donde, tras arrodillarse tras de mí, continuó follándome como un poseso.

- ¡Ah, puta, me ha gustado! ¡Cómo apretaba tu coño mientras te corrías! ¡No dirás que no soy bueno, te hago correrte una y otra vez!

Decía la verdad, allí postrada, tirada debajo de los lavabos, viendo la mierda y la suciedad que se acumulaba allí debajo, sometida y humillada por completo, no paraba de correrme una vez tras otra. Mi coño era una fuente donde la barra de Jesús se hundía rítmicamente, chapoteando en mis flujos como si fuera una perforadora buscando petróleo.

Finalmente, Jesús se corrió. Me la clavó hasta el fondo, tan adentro que podía sentir sus huevos aplastándose contra mi culo.

- ¡Voy a correrme dentro, guarra! – me dijo inclinándose sobre mí.

- No… no pasa nada – balbuceé – Tomo la píldora…

- ¿Y te crees que eso me importa?

Su leche volvió a llenarme por completo, esta vez en mi interior. Menudo día, primero me había rellenado de semen por arriba y ahora lo hacía por abajo… Completito.

Podía sentir su ardiente semilla derramándose en mi vientre, golpeando las paredes de mi útero, llenando por completo mi ser.

Una vez más, cuando hubo acabado, Jesús se levantó y se compuso la ropa, demostrando una vez más que, para él, yo era un simple recipiente en el que vaciar los huevos. No me importó.

- ¡Vístete puta, que tienes que llevarme a casa!

Obediente, me puse en pié como pude. Con torpeza, desenrollé mi falda de la cintura y la bajé, mientras sentía cómo su semen volvía a deslizarse por la cara interna de mis muslos. Como un autómata me arreglé lo mejor que pude y me dirigí al lavabo donde había dejado mi tanga.

- ¡Déjalo ahí! – dijo de repente.

- ¿Qué? – respondí sin comprender.

- ¡Que dejes tus bragas ahí tiradas! – me espetó - ¡Que no tenga que repetírtelo!

Resignada, le hice caso y dejé mis mojada braguitas sobre el lavabo. Imaginé que, si no las encontraba una de las limpiadoras, servirían como trofeo a algún adolescente pajillero, para una buena temporada.

- ¡Vámonos! – dijo saliendo del baño.

Y yo le seguí como la perrita obediente que era.

Pero esta vez, Jesús no caminó delante de mí, sino que me abrazó por la cintura, posando su mano directamente en mi culo.

- Pe… pero… Señor… – recordé el tratamiento en el último segundo – El conserje podría vernos.

- No te preocupes, putita, seguro que no está en la puerta.

Era verdad. Una vez más el conserje estaba ausente de su puesto. Podría haber pensado que era una casualidad sino fuera porque intuía que Jesús tenía algo que ver con aquello.

Montamos en el coche y arranqué en dirección a su casa, conforme a los datos que Jesús acababa de suministrarme . Él como quien no quiere la cosa, puso su mano izquierda en mi muslo, acariciándolo delicadamente, casi con cariño.

- Has sido una putilla muy buena – me dijo entonces.

- Gracias – respondí sin pensar.

- ¿Gracias, qué? – dijo apretando sobre mi muslo.

- Gracias, Señor – respondí.

- Por esta vez te perdono – respondió él reanudando su caricia.

Conduje en silencio, rememorando los sucesos de la mañana. Me encontraba satisfecha, quizás como nunca antes lo había estado. Pero sentía que quería más, mucho más…

El tráfico se hizo más denso, con lo que tuve concentrarme en la conducción. Un poco más adelante, se veía una obra en la calle, por lo que se había formado caravana. Atrapados en medio, no tuve más remedio que detener el coche a la espera de que los de delante arrancaran.

Justo entonces se detuvo a nuestro lado un autobús municipal. Distraída, miré por la ventanilla al vehículo y me encontré con algo a lo que ya estaba acostumbrada. Sentado junto a la ventanilla que estaba a la altura de mi coche, estaba un vejete que contemplaba desde arriba mis muslos, pues la falda se me había subido un poco al conducir. Además, seguro que, desde su posición, el viejo verde podía ver la mano de Jesús acariciándome la cacha.

No era la primera vez que veía a un viejo de estos, sin duda del mismo grupo que se dedican a manosear jovencitas en el metro, sólo que éste era del tipo voyeur. Me removí inquieta en el asiento, molesta por el viejo salido y traté de colocarme bien la falda.

- ¿Qué te pasa? –me interrogó Jesús.

- Nada – respondí – Hay un viejo asqueroso mirándome las piernas desde el autobús.

- Comprendo.

Pasaron unos segundos de absoluto silencio, y supe que algo iba a pasar.

- Súbete la falda – dijo Jesús de repente.

- ¿Qué?

- Ya me has oído. Súbete la falda y dale al ancianito un buen espectáculo. Se lo merece…

Mientras me daba esa orden, su mano volvió a oprimirme con fuerza el muslo, obligándome a obedecer. Su voz, firme y dura, me había puesto la piel de gallina, con lo que me di cuenta de que estaba excitada otra vez.

Yo, con la mente obnubilada, hice caso de su orden y, levantando el culo del asiento, me las arreglé para volver a enrollarme la falda en la cintura dejando mi coñito expuesto ante los desorbitados ojos del viejo verde.

- ¡Mírale! – me ordenó.

Obedecí, encontrándome con los ojos como platos del anciano. Seguro que en toda su carrera de voyeur no se había encontrado en una situación como aquella.

- ¡Tócate!

No dudé ni un segundo antes de llevar mi mano a la entrepierna y comenzar a frotarme el coño, todo sin dejar de mirar la cara al extasiado anciano. No me estaba masturbando realmente, sino frotando ostentosamente mis labios vaginales con la mano, para ofrecerle un buen show al vejete.

- Usa tu mano libre.

Me volví hacia Jesús y vi que había vuelto a sacarse la polla. Sin dudarlo, se la agarré con la mano derecha y comencé a pajearle, dándole al viejo el espectáculo de su vida.

Estaba cachonda perdida pero, por desgracia, el tráfico se aclaró y el autobús arrancó, dejándonos atrás. Seguro que el viejo lo lamentó profundamente.

Al poco, también nosotros pudimos arrancar, por lo que tuve que apartar mi mano izquierda del coño para llevarla al volante. Pero no solté la verga de Jesús, que seguí pajeando como podía.

Para hacer los cambios de marcha tenía que soltar el volante para agarrar la palanca de cambios con la izquierda (una palanca en cada mano), pero, al ir en ciudad, con marchas cortas, me apañé bastante bien.

Creo que más de un peatón se dio cuenta de lo que pasaba en el coche, pues podía verlos en el retrovisor mirándonos estupefactos, pero ya me daba todo igual.

Poco después llegamos a la calle de Jesús, pero él me hizo pararme un centenar de metros antes de su portal, junto a la acera.

- Vamos, acaba de una vez – siseó.

Yo redoblé mis esfuerzos masturbatorios, pero no era eso lo que él tenía en mente.

- ¿Qué coño haces? ¿No te dije antes que no quería mancharme la ropa?

Sin rechistar, me incliné hacia el asiento del copiloto y, por segunda vez ese día, me encontré con la boca llena de la verga de Jesús Novoa.

- ¿Has oído la expresión “Todas putas”? – me preguntó el chico mientras se la comía.

- Sgllii – asentí yo con la boca llena de polla.

- Es una expresión machista – continuó él - ¿Y sabes qué? Es completamente falsa.

Yo seguía a lo mío, comiéndole la chorra con pasión mientras me masturbaba con una mano hundida entre los muslos, aunque eso sí, prestando atención a todo lo que él decía.

- Es mentira que todas las mujeres sean unas putas. Las hay que les gusta el sexo, pero sin obsesionarse con él, las hay que llevan una vida sexual sana e incluso a las que no les va mucho, hay de todo. ¿Entiendes?

Asentí sin dejar de chupar.

- Lo que tienes que comprender, lo que es importante que aceptes es que ¡TÚ SÍ ERES UNA PUTA!

Mientras decía esto me agarró por la barbilla y me levantó la cabeza, para poder clavar sus ojos en los míos.

- ¿Me entiendes Edurne? ¿Verdad que sí? ¡Pues, dilo!

- Soy una puta – respondí sin dudar.

- Estupendo. Una puta de las güenas, como decía Torrente. Acaba de una vez – dijo soltando mi cabeza.

Yo reanudé la mamada sin perder un segundo.

- Y eso es lo que pasa conmigo. No sé por qué, pero a las guarras como tú las detecto de lejos. No a todas, no creas, a algunas las encuentro tras acostarme con ellas, otras tras un par de citas, pero a ti… en cuanto te vi lo supe.

Un escalofrío azotó mi cuerpo.

- Esa manera de comportarte, tan estirada… esa manía de obligarnos a tratarte de usted, ese aire de suficiencia… estabas pidiendo a gritos un macho que te domine y te diga lo que has de hacer…

Me di cuenta de que estaba cachondísima perdida y fue entonces, en aquel preciso instante, cuando lo comprendí todo.

En los últimos días yo había pensado que lo que me pasaba era que había quedado enganchada a la polla de Novoa, que su manera de follar, unida a que tenía una verga bastante más respetable de lo que yo estaba acostumbrada, me habían vuelto una “adicta” a su polla.

Pero no era así… lo que me sucedía era que yo era una perra sumisa. Lo que me encendía era cumplir las órdenes que un macho fuerte y firme me daba. Lo que me ponía era obedecer, que era justo lo que me faltaba con Mario, que era un macho beta arquetípico, sumiso y complaciente.

Fue una catarsis, por fin entendí las implicaciones de lo que me pasaba, comprendí el significado de lo acontecido en la última semana… ¿y saben qué?... Me dio igual. Lo único que sabía era que tenía una polla en la boca, me habían ordenado hacer que se corriera y así iba a hacerlo…

Por fin, Jesús se derramó en mi boca. Menos que antes, pero aún así soltó una cantidad bastante respetable teniendo en cuenta que era su tercera corrida en poco tiempo. Obediente cual perrita, lo tragué todo sin dejar gota y, tras hacerlo, guardé su verga en el pantalón y le cerré la cremallera, para que viera lo buena que yo era y me diera mi premio.

Pero Jesús tenía prisa, pues, mirando el reloj, abrió la puerta del coche y bajó, dejándome una vez más, insatisfecha. Se volvió y se inclinó para darme las últimas instrucciones.

- Edurne, nena…

- ¿Sí, Amo? – respondí llamándole así por vez primera.

- Mañana tienes el día libre. Tengo cosas que hacer así que, probablemente me salte el instituto, pero el viernes…

- ¿Sí?

- Ven a clase con otro bonito tanga. Me gusta ese liguero, pero que las medias sean negras. Y otra cosa…

- ¿Ahá?

- Prepara tu culo….
 
Me está gustando mucho la historia. Muchas gracias
 
Capítulo 5: No hay vuelta atrás:




Me hizo esperar más de 10 minutos, hasta que, finalmente, la puerta del aula se abrió y apareció Jesús haciéndome un gesto para que me acercara.

Poco me faltó para salir corriendo tras de él, pero logré reunir la suficiente dignidad para poder caminar tranquilamente. Aunque mi ánimo estaba de todo menos tranquilo.

Salí al desierto pasillo del instituto, mirando a los lados para asegurarme de que no había nadie.

Jesús me esperaba cerca, junto a la puerta de los lavabos. Intrigada, me acerqué y le interrogué con la mirada acerca de la extraña elección de escenario, ante lo que él contestó:

- Es que siempre he deseado follarme a una profesora en el lavabo de los tíos.

Bastó que pronunciara la palabra “follarme” para disipar todas mis dudas, por lo que le seguí como una corderilla.

Parecerá una tontería, pero nunca antes había estado en unos lavabos masculinos. Los había visto en películas y eso, pero era la primera vez que entraba en uno. Miré a los lados con curiosidad, viendo que eran parecidos a los nuestros, había menos cubículos de retretes, pero a cambio había varios urinarios. En cuanto al espejo, era igual que el nuestro, con lavabos delante de él.

- Mírame – me ordenó.

Yo obedecí instantáneamente.

- Buena chica - me sonrió – Vaya, veo que no has tardado mucho en aceptar lo zorra que eres.

No repliqué. Me daba igual que me insultara, sólo quería que me la metiera de una vez.

- Muy bien, me gusta que no me repliques – dijo sonriente - Súbete la falda.

Obedecí en el acto, tironeando con la prenda hasta subírmela por encima de la cintura. Jesús se agachó frente a mí y me inspeccionó la entrepierna, forzándome a separar un poco los muslos.

- ¡Joder! ¡Estás empapada! ¡Menuda puta estás hecha!

Era verdad.

- ¿No dices nada? – me espetó.

- ¿Qué quieres que diga?

- Quiero que admitas que no eres más que una golfa, que te encantó que te follara el otro día y que estás deseando que vuelva a hacerlo.

- Es verdad – asentí.

- ¡Dilo!

- ¡Soy una puta! – exclamé - ¡Y desde que me follaste no he podido pensar en otra cosa! ¡Y estoy deseando que vuelvas a hacerlo!

Creo que mi intensa respuesta le sorprendió un poco, no sé por qué a juzgar por los líquidos que fluían de mi coño y resbalaban por mis muslos, pero enseguida se recuperó y su sonrisa volvió a sus labios.

- Así que quieres que te folle… ¿eh?

- Sí.

- Bueno, como has sido una buena chica te haré el favor, pero es la última vez que hago lo que tú quieras. A partir de ahora sólo haré lo que quiera yo… Y tú también…

- Lo que tú digas – gimoteé – Pero fóllame ya…

- Señor….

- ¿Cómo dices? – dije sin comprender.

- Llevo dos años llamándote Señorita Sánchez y ahora tú me vas a llamar Señor Novoa, o Amo, porque quieres algo que yo tengo y si no, no te lo voy a dar, ¿entiendes?

- Sí, Señor.

- Vaya… lo coges rápido. ¡Date la vuelta!

Como un resorte, me giré quedando de espaldas a él. Pude contemplar nuestro reflejo en el espejo, allí con la falda subida hasta la cintura y el coño chorreándome por las patas abajo.

- ¡Joder qué culo tienes, cabrona! – exclamó mientras se acercaba por detrás y plantaba sus manos en mis nalgas.

El chico pegó su cuerpo contra el mío, empujándome, sin dejar de estrujar mi tierno culito. Yo me sujetaba como podía a los lavabos, tratando de no caerme y estrellarme contra el espejo.

- Bonito tanga – me susurraba al oído – Me encanta que las putitas sean buenas y me obedezcan.

- Sí, Señor – siseé – Pero, por favor, ¡fólleme ya!

- Vale, vale, putita, voy a darte lo tuyo.

Bruscamente, se apartó de mí y se desabrochó la bragueta, sacando su de nuevo enhiesto falo de su encierro.

- ¡Quítate las bragas! – me gritó.

Y yo obedecí como un rayo, arrojándolas a un lado sobre los lavabos.

Se acercó hacia mí y, agarrándome por la cintura, apoyó su miembro contra mi grupa, donde empezó a frotarla.

- Dime, guapetona – me susurró al oído - ¿Te han dado por el culo alguna vez?

Un estremecimiento de terror sacudió mi cuerpo. ¡No! ¡Eso no era lo que necesitaba!

- N… no – balbuceé.

- ¿En serio que eres virgen por el culo?

Asentí temblorosa con la cabeza.

- Pero, ¿tu novio es gilipollas o qué? ¡Tener a su disposición semejante culo y no estrenarlo!

Recordé las charlas que había tenido con Mario al comienzo de nuestra relación, cómo había fijado unos límites claros en materia de sexo y como él, tan racionalmente como lo hacía todo en la vida, había aceptado sin rechistar mis deseos, sin insistir en lo mucho que le apetecía encular a su noviecita (como a todos los tíos ¿verdad?).

- Bueno, entonces lo dejaremos para otro día. Hoy no tenemos mucho tiempo.

Ahora sé que él ya tenía en mente el día en que mi culo estaría a su disposición.

Más calmada, ahora que sabía que no iba a darme por saco, me incliné hacia delante yo misma, sin esperar instrucciones, ofreciéndole mi ardiente rajita manteniendo mis muslos bien separados, apretándome tanto como pude contra su tieso bálano.

- ¡Vale, vale, cordera! – rió Jesús - ¡Ábrete el coño que allí voy!

Y obedecí.

Una vez más, el cipote de Jesús se abrió paso en mis entrañas de un tirón. Me sentí tan llena de carne que mis pies despegaron del suelo un momento, en el que juro que levité y todo. Mi rostro quedó apretado contra el espejo debido al zurriagazo que me había propinado en el coño y, cuando él se echó hacia atrás, me arrastró consigo empalada en su verga.

- ¡AAAAAAHHHHHHH! – Aullé a sentirme llena de polla.

- ¿Te gusta, zorra? ¿Te gusta? – gritaba Jesús sin dejar de bombearme.

Cerré los ojos y me dediqué a disfrutar. Mi postura era más estable, pues conseguí afirmar bien los pies en el suelo y apoyar la cintura en el lavabo, con lo que conseguía soportar los culetazos con mejor equilibrio. A Jesús no le importaba nada de esto y seguía martilleando mi coño con su herramienta, que se hundía en mis entrañas, colmándolas por completo.

¡Sí! Aquello era por lo que llevaba una semana suspirando. ¡Aquella polla era todo lo que necesitaba! Me sentí mucho más feliz que en mucho tiempo. Había encontrado mi sitio en el mundo.

- ¡Abre los ojos, zorra! ¡Quiero que veas tu cara de puta mientras te follo!

Abrí los ojos y me miré en el espejo. Me encontré con una desconocida, con la cara desencajada por el placer, que recibía los arreones del chico como si le fuera la vida en ello.

De pronto, Jesús me agarró un muslo y tiró hacia arriba, obligándome a levantar la pierna del suelo. Hizo que la pusiese sobre el lavabo, de forma que mi coño quedaba totalmente abierto a él.

Para no caerme, apoyé directamente las manos en el espejo, sujetándome a duras penas para no caerme.

Fue entonces, estando abierta de patas al máximo, cuando mis entrañas entraron en erupción y un impresionante orgasmo devastó mi cuerpo.

- ¡Me corro! ¡Me corro! – aullaba mientras mis manos resbalaban contra la superficie de cristal.

- ¡Sí, puta, córrete! ¡Que yo seguiré follándote!

Incapaz de sostenerme, caí de bruces resbalando sobre el lavabo. Afortunadamente, Jesús me sujetó y evitó que me abriera la cabeza, aunque dudo que eso le hubiera importado. Sin desclavarme ni un segundo, me ayudó a ponerme a cuatro patas en el suelo, donde, tras arrodillarse tras de mí, continuó follándome como un poseso.

- ¡Ah, puta, me ha gustado! ¡Cómo apretaba tu coño mientras te corrías! ¡No dirás que no soy bueno, te hago correrte una y otra vez!

Decía la verdad, allí postrada, tirada debajo de los lavabos, viendo la mierda y la suciedad que se acumulaba allí debajo, sometida y humillada por completo, no paraba de correrme una vez tras otra. Mi coño era una fuente donde la barra de Jesús se hundía rítmicamente, chapoteando en mis flujos como si fuera una perforadora buscando petróleo.

Finalmente, Jesús se corrió. Me la clavó hasta el fondo, tan adentro que podía sentir sus huevos aplastándose contra mi culo.

- ¡Voy a correrme dentro, guarra! – me dijo inclinándose sobre mí.

- No… no pasa nada – balbuceé – Tomo la píldora…

- ¿Y te crees que eso me importa?

Su leche volvió a llenarme por completo, esta vez en mi interior. Menudo día, primero me había rellenado de semen por arriba y ahora lo hacía por abajo… Completito.

Podía sentir su ardiente semilla derramándose en mi vientre, golpeando las paredes de mi útero, llenando por completo mi ser.

Una vez más, cuando hubo acabado, Jesús se levantó y se compuso la ropa, demostrando una vez más que, para él, yo era un simple recipiente en el que vaciar los huevos. No me importó.

- ¡Vístete puta, que tienes que llevarme a casa!

Obediente, me puse en pié como pude. Con torpeza, desenrollé mi falda de la cintura y la bajé, mientras sentía cómo su semen volvía a deslizarse por la cara interna de mis muslos. Como un autómata me arreglé lo mejor que pude y me dirigí al lavabo donde había dejado mi tanga.

- ¡Déjalo ahí! – dijo de repente.

- ¿Qué? – respondí sin comprender.

- ¡Que dejes tus bragas ahí tiradas! – me espetó - ¡Que no tenga que repetírtelo!

Resignada, le hice caso y dejé mis mojada braguitas sobre el lavabo. Imaginé que, si no las encontraba una de las limpiadoras, servirían como trofeo a algún adolescente pajillero, para una buena temporada.

- ¡Vámonos! – dijo saliendo del baño.

Y yo le seguí como la perrita obediente que era.

Pero esta vez, Jesús no caminó delante de mí, sino que me abrazó por la cintura, posando su mano directamente en mi culo.

- Pe… pero… Señor… – recordé el tratamiento en el último segundo – El conserje podría vernos.

- No te preocupes, putita, seguro que no está en la puerta.

Era verdad. Una vez más el conserje estaba ausente de su puesto. Podría haber pensado que era una casualidad sino fuera porque intuía que Jesús tenía algo que ver con aquello.

Montamos en el coche y arranqué en dirección a su casa, conforme a los datos que Jesús acababa de suministrarme . Él como quien no quiere la cosa, puso su mano izquierda en mi muslo, acariciándolo delicadamente, casi con cariño.

- Has sido una putilla muy buena – me dijo entonces.

- Gracias – respondí sin pensar.

- ¿Gracias, qué? – dijo apretando sobre mi muslo.

- Gracias, Señor – respondí.

- Por esta vez te perdono – respondió él reanudando su caricia.

Conduje en silencio, rememorando los sucesos de la mañana. Me encontraba satisfecha, quizás como nunca antes lo había estado. Pero sentía que quería más, mucho más…

El tráfico se hizo más denso, con lo que tuve concentrarme en la conducción. Un poco más adelante, se veía una obra en la calle, por lo que se había formado caravana. Atrapados en medio, no tuve más remedio que detener el coche a la espera de que los de delante arrancaran.

Justo entonces se detuvo a nuestro lado un autobús municipal. Distraída, miré por la ventanilla al vehículo y me encontré con algo a lo que ya estaba acostumbrada. Sentado junto a la ventanilla que estaba a la altura de mi coche, estaba un vejete que contemplaba desde arriba mis muslos, pues la falda se me había subido un poco al conducir. Además, seguro que, desde su posición, el viejo verde podía ver la mano de Jesús acariciándome la cacha.

No era la primera vez que veía a un viejo de estos, sin duda del mismo grupo que se dedican a manosear jovencitas en el metro, sólo que éste era del tipo voyeur. Me removí inquieta en el asiento, molesta por el viejo salido y traté de colocarme bien la falda.

- ¿Qué te pasa? –me interrogó Jesús.

- Nada – respondí – Hay un viejo asqueroso mirándome las piernas desde el autobús.

- Comprendo.

Pasaron unos segundos de absoluto silencio, y supe que algo iba a pasar.

- Súbete la falda – dijo Jesús de repente.

- ¿Qué?

- Ya me has oído. Súbete la falda y dale al ancianito un buen espectáculo. Se lo merece…

Mientras me daba esa orden, su mano volvió a oprimirme con fuerza el muslo, obligándome a obedecer. Su voz, firme y dura, me había puesto la piel de gallina, con lo que me di cuenta de que estaba excitada otra vez.

Yo, con la mente obnubilada, hice caso de su orden y, levantando el culo del asiento, me las arreglé para volver a enrollarme la falda en la cintura dejando mi coñito expuesto ante los desorbitados ojos del viejo verde.

- ¡Mírale! – me ordenó.

Obedecí, encontrándome con los ojos como platos del anciano. Seguro que en toda su carrera de voyeur no se había encontrado en una situación como aquella.

- ¡Tócate!

No dudé ni un segundo antes de llevar mi mano a la entrepierna y comenzar a frotarme el coño, todo sin dejar de mirar la cara al extasiado anciano. No me estaba masturbando realmente, sino frotando ostentosamente mis labios vaginales con la mano, para ofrecerle un buen show al vejete.

- Usa tu mano libre.

Me volví hacia Jesús y vi que había vuelto a sacarse la polla. Sin dudarlo, se la agarré con la mano derecha y comencé a pajearle, dándole al viejo el espectáculo de su vida.

Estaba cachonda perdida pero, por desgracia, el tráfico se aclaró y el autobús arrancó, dejándonos atrás. Seguro que el viejo lo lamentó profundamente.

Al poco, también nosotros pudimos arrancar, por lo que tuve que apartar mi mano izquierda del coño para llevarla al volante. Pero no solté la verga de Jesús, que seguí pajeando como podía.

Para hacer los cambios de marcha tenía que soltar el volante para agarrar la palanca de cambios con la izquierda (una palanca en cada mano), pero, al ir en ciudad, con marchas cortas, me apañé bastante bien.

Creo que más de un peatón se dio cuenta de lo que pasaba en el coche, pues podía verlos en el retrovisor mirándonos estupefactos, pero ya me daba todo igual.

Poco después llegamos a la calle de Jesús, pero él me hizo pararme un centenar de metros antes de su portal, junto a la acera.

- Vamos, acaba de una vez – siseó.

Yo redoblé mis esfuerzos masturbatorios, pero no era eso lo que él tenía en mente.

- ¿Qué coño haces? ¿No te dije antes que no quería mancharme la ropa?

Sin rechistar, me incliné hacia el asiento del copiloto y, por segunda vez ese día, me encontré con la boca llena de la verga de Jesús Novoa.

- ¿Has oído la expresión “Todas putas”? – me preguntó el chico mientras se la comía.

- Sgllii – asentí yo con la boca llena de polla.

- Es una expresión machista – continuó él - ¿Y sabes qué? Es completamente falsa.

Yo seguía a lo mío, comiéndole la chorra con pasión mientras me masturbaba con una mano hundida entre los muslos, aunque eso sí, prestando atención a todo lo que él decía.

- Es mentira que todas las mujeres sean unas putas. Las hay que les gusta el sexo, pero sin obsesionarse con él, las hay que llevan una vida sexual sana e incluso a las que no les va mucho, hay de todo. ¿Entiendes?

Asentí sin dejar de chupar.

- Lo que tienes que comprender, lo que es importante que aceptes es que ¡TÚ SÍ ERES UNA PUTA!

Mientras decía esto me agarró por la barbilla y me levantó la cabeza, para poder clavar sus ojos en los míos.

- ¿Me entiendes Edurne? ¿Verdad que sí? ¡Pues, dilo!

- Soy una puta – respondí sin dudar.

- Estupendo. Una puta de las güenas, como decía Torrente. Acaba de una vez – dijo soltando mi cabeza.

Yo reanudé la mamada sin perder un segundo.

- Y eso es lo que pasa conmigo. No sé por qué, pero a las guarras como tú las detecto de lejos. No a todas, no creas, a algunas las encuentro tras acostarme con ellas, otras tras un par de citas, pero a ti… en cuanto te vi lo supe.

Un escalofrío azotó mi cuerpo.

- Esa manera de comportarte, tan estirada… esa manía de obligarnos a tratarte de usted, ese aire de suficiencia… estabas pidiendo a gritos un macho que te domine y te diga lo que has de hacer…

Me di cuenta de que estaba cachondísima perdida y fue entonces, en aquel preciso instante, cuando lo comprendí todo.

En los últimos días yo había pensado que lo que me pasaba era que había quedado enganchada a la polla de Novoa, que su manera de follar, unida a que tenía una verga bastante más respetable de lo que yo estaba acostumbrada, me habían vuelto una “adicta” a su polla.

Pero no era así… lo que me sucedía era que yo era una perra sumisa. Lo que me encendía era cumplir las órdenes que un macho fuerte y firme me daba. Lo que me ponía era obedecer, que era justo lo que me faltaba con Mario, que era un macho beta arquetípico, sumiso y complaciente.

Fue una catarsis, por fin entendí las implicaciones de lo que me pasaba, comprendí el significado de lo acontecido en la última semana… ¿y saben qué?... Me dio igual. Lo único que sabía era que tenía una polla en la boca, me habían ordenado hacer que se corriera y así iba a hacerlo…

Por fin, Jesús se derramó en mi boca. Menos que antes, pero aún así soltó una cantidad bastante respetable teniendo en cuenta que era su tercera corrida en poco tiempo. Obediente cual perrita, lo tragué todo sin dejar gota y, tras hacerlo, guardé su verga en el pantalón y le cerré la cremallera, para que viera lo buena que yo era y me diera mi premio.

Pero Jesús tenía prisa, pues, mirando el reloj, abrió la puerta del coche y bajó, dejándome una vez más, insatisfecha. Se volvió y se inclinó para darme las últimas instrucciones.

- Edurne, nena…

- ¿Sí, Amo? – respondí llamándole así por vez primera.

- Mañana tienes el día libre. Tengo cosas que hacer así que, probablemente me salte el instituto, pero el viernes…

- ¿Sí?

- Ven a clase con otro bonito tanga. Me gusta ese liguero, pero que las medias sean negras. Y otra cosa…

- ¿Ahá?

- Prepara tu culo….
Muy buena historia
 
Capítulo 6: Sometimiento:




Prepara tu culo…

Estas tres simples palabras, que Jesús me dirigió como despedida, bastaron para mantenerme inquieta dos días. Después de habérsela chupado junto a su casa y todavía con su sabor a macho en mis labios, conduje medio ida de regreso a mi hogar, con esas tres palabras resonando en mi cabeza.

¿Sería capaz de hacerlo? Hasta la fecha, me había cerrado en banda ante cualquier intento en esa dirección (y nunca mejor dicho). Mario no había sido muy insistente en el tema, pero, antes de él, algún que otro chico que había sido mi pareja insistió bastante en lo del sexo anal… pero yo, nada de nada.

Y ahora allí estaba yo, nerviosísima en mi coche, sudando como una cerda ante la perspectiva de que el chico que me tenía robado el seso me rompiera por fin el culito.

Me pasé el resto del día y el siguiente hecha un manojo de nervios. En los ratos en que estuve en casa, intenté practicar un poco sola, usando el vibrador pequeño para estimularme y ensancharme el ano, pero no adelantaba mucho, pues los nervios hacían que apretase mucho el esfínter y no me atrevía a forzarlo. Eso sí, acababa poniéndome bastante cachonda con los jueguecitos y terminaba con MC enterrado hasta el fondo en el coño.

Al fin llegó el viernes y yo conduje hasta el trabajo con las manos temblando sobre el volante. Me había vestido como ya sabía que le gustaba a Jesús: jersey ajustado y falda amplia, larga esta vez, y, debajo, un sensual conjunto de tanguita y sostén negros, a juego con las medias y el liguero que Jesús me había ordenado que llevara. Para darme ánimos, había escondido en el bolso una pequeña petaca con coñac, a la que ya le había dado dos callados tientos.

Como buenamente pude, encaré las clases matutinas, que al menos me permitieron concentrarme en otra cosa, pero, conforme se acercaba la hora de ir a la clase de Novoa, el canguelo (y para qué negarlo, la excitación) iban a más.

Ese día me tocaba con ellos justo después del recreo, tratándose de mi última clase del día, con lo que, tras terminar, a los alumnos aún les faltaría una hora para salir, pero yo, ingenua de mí, esperaba que Jesús se saltara la última hora para pasarla a solas conmigo. Nada más lejos de su intención.

Mientras me dirigía a su clase, recibí un sms en el móvil. Distraída, pues no esperaba que fuera él (no sabía cómo había conseguido mi número), le eché un ojo y, al hacerlo, la piel se me puso de gallina y el coño se me inundó: TU CULO SERÁ ROTO AL SALIR DE CLASE. ESPERA EN LA SALA DE PROFESORES.

La súbita excitación que me poseyó fue la mejor respuesta al interrogante que llevaba dos días planteándome… Por supuesto que iba a dejarle que hiciera conmigo y con mi culo lo que gustase. Ya me tenía completamente atrapada y a su merced.

Impartí la materia como un autómata. Por fortuna, la clase anterior había sido con otro grupo de último curso, por lo que pude repetir punto por punto lo que había explicado la hora anterior.

Intimidada, intentaba no mirar directamente a Novoa, pero los ojos se me iban involuntariamente hacia él, topándome siempre con su sonrisilla burlona. Una vez incluso, tuvo el descaro de hacerme un gesto obsceno, formando un círculo con el pulgar y el índice de su mano izquierda, atravesándolo con el índice de la mano derecha. Más gráfico imposible. Me estremecí.

La hora de clase se me hizo larguísima, pero no miento si les digo que fue un suspiro comparada con la eterna hora siguiente que me pasé en la sala de profesores. Por fortuna, no había mucha gente allí pues, siendo viernes, los compañeros o bien estaban en clase o bien se habían largado a sus casas por tener la última hora libre (como yo hacía habitualmente).

Tratando de distraerme, me dediqué a corregir los exámenes de recuperación del miércoles anterior, pero pronto comprendí que no podía concentrarme, así que lo dejé. Mi mano jugueteaba nerviosa con el colgante de mi cuello, mientras mis muslos se frotaban el uno contra el otro, tratando de contener mi creciente excitación.

Cuando por fin tocó el timbre que marcaba el final de las clases, el corazón casi se me salió por la boca del susto que me llevé. El instituto entero pareció estallar en una barahúnda de ruido y gritos que proferían los alumnos mientras salían huyendo en busca del fin de semana.

Algunos profesores pasaron por la sala en busca de papeles u otras cosas, pero ninguno se entretuvo demasiado, también locos por largarse de allí, cosa que agradecí infinitamente.

Poco a poco, el silencio fue apoderándose del centro, a medida que los últimos alumnos abandonaban el edificio. Yo, con los nervios a flor de piel, esperaba a que Jesús viniera a por mí. Para disimular, fingía estar corrigiendo los exámenes, por si venía algún compañero más a la sala. No apareció nadie.

Mi pierna derecha se movía frenéticamente arriba y abajo, en un tic nervioso que reflejaba mi excitación. De pronto, mientras mis ojos estaban clavados en la puerta, esperando que se abriese, el móvil volvió a sonar con un nuevo mensaje.

Enfebrecida, rebusqué en mi maletín en busca del aparatito y leí el mensaje: TE ESPERO JUNTO AL DESPACHO DEL DIRECTOR.

Aún temblorosa, recogí todos los papeles y los guardé como buenamente pude en el maletín junto con el móvil, lamentándome mentalmente por el follón que había organizado y que después tendría que ordenar.

Con el maletín apretado contra el pecho y con los nervios en tensión, salí de la sala de profesores, mirando a izquierda y derecha por si había alguien por allí…

Nadie.

Era inquietante caminar por los solitarios pasillos del instituto, sobre todo teniendo en cuenta la perspectiva de lo que iba a suceder (bueno, de lo que iba a sucederle a mi culo). Rezando para no encontrarme con nadie, subí las escaleras al piso de arriba, donde estaba el despacho del director.

Al fondo del pasillo, junto a la puerta del despacho, me esperaba Jesús. Al verle, un escalofrió recorrió mi cuerpo de la cabeza a los pies. Había llegado la hora.

Pero nada fue como yo lo esperaba.

- Vamos putita – fue lo primero que me dijo – Que nos van a dar las uvas.

- Sí, Amo – respondí bajando la mirada.

- Veo que eres una zorrita buena. Venga, mueve ese culito que te lo vamos a estrenar.

Un nuevo escalofrío me recorrió mientras, obediente, me acercaba a Jesús. Entonces él, para mi sorpresa, puso la mano en el pomo de la puerta del despacho del director y abrió.

Me quedé parada. No esperaba que fuera a meternos allí dentro. Pensé que el mensaje indicaba el despacho como simple punto de reunión, pero que iríamos a cualquier sitio. Además, ¿de dónde había sacado la llave del despacho de Armando?

- Venga, ¿a qué esperas? – dijo Jesús manteniendo la puerta abierta para que yo entrase – No me hagas ir a por ti.

Completamente acojonada, entré en el despacho que, para mi alivio, estaba completamente vacío.

Miré a mi alrededor, comprobando que todo estaba como siempre: estanterías abarrotadas de libros y papeles, archivadores, un viejo ordenador y el enorme escritorio de roble, no demasiado alto, que llenaba el centro de la sala. Nada amenazador.

Más tranquila, me quedé de pié en medio del despacho, esperando instrucciones. Escuché cómo la puerta se cerraba tras de mí; de pronto, Jesús se me acercó por detrás y, rodeándome con sus brazos, se apoderó de mis pechos estrujándolos con pasión. Su pelvis se apretó contra mis nalgas, permitiéndome sentir la dureza que se había formado en su pantalón. Me estremecí.

- Vaya, vaya, putita… has venido – me susurró sin dejar de estrujar mis tetas.

- Sí, Señor – atiné a responder.

- Debo reconocer que tenía mis dudas. Esta mañana se te veía muy acojonada en clase y pensé que a lo mejor te echabas para atrás. Puedes responder con libertad.

- No, Amo – dije balbuceante – Es cierto que estoy muy nerviosa, pero también estoy deseando que el Amo me folle…

Sus manos se deslizaron hacia abajo y se colaron por debajo del jersey. Hábilmente, liberaron a mis tetas del encierro del sostén, tirando de él hacia arriba y volvieron a prenderse de mis pechos, jugueteando con los duros pezones. Un gemido de placer escapó de mis labios sin que pudiera contenerme.

- Madre mía, qué duras las tienes – susurró Jesús – Está siendo una putita muy buena… Luego te daré un premio….

- Gracias Amo.

Justo entonces se apartó de mí, dejándome de pié, temblorosa y excitada, con las tetas desnudas bajo el jersey. Jesús caminó hacia la mesa del despacho y se sentó en el sillón del director, mientras consultaba la hora en su reloj.

- Bien – dijo – Creo que ya es la hora. Ven aquí.

Asustada pero decidida, caminé hasta la mesa, quedando a su lado en espera de órdenes. Éstas no tardaron en llegar.

- Quita todo lo que hay en la mesa y colócalo por ahí. Ten cuidado y no desordenes nada.

- Sí, Amo.

Dediqué unos minutos a despejar por completo el escritorio de Armando, repartiendo los papeles y objetos por todo lados, consciente de que la mesa del director iba a ser el campo de operaciones. Un poco más tranquila, me atreví a interrogar a Jesús.

- Perdone, Amo. ¿Puedo hacerle una pregunta? – dije sin dejar de recoger.

- Sí, putita, puedes. Te estás portando muy bien.

- ¿Cómo es que hemos podido entrar aquí? Me consta que el director cierra siempre con llave…

- Pues muy fácil, putita… porque tengo copia. Tengo una llave maestra que abre tooooodas las puertas del centro. Tranquila, que aquí nadie nos molestará.

- ¿Y cómo la consiguió?

- Eso ya son dos preguntas, nena, pero te diré que… tengo mis contactos.

No seguí insistiendo, pues justo en ese momento aparté el último montón de papeles de la mesa que quedó dispuesta para ser el escenario del enculamiento. No sabía yo hasta qué punto.

- Muy bien, putita. Te quiero de pié aquí subida – dijo Jesús palmeando sobre la mesa.

Nerviosa y expectante, me subí con torpeza al escritorio, poniéndome de pié. Veía a Jesús desde arriba, mientras él me miraba divertido haciendo girar su sillón hacia los lados, disfrutando del espectáculo.

- Súbete la falda – me ordenó – Quiero verte las cachas.

Sin dudar un momento, me agaché y me subí la falda hasta la cintura, volviéndome hacia él para que pudiera admirar mis largas piernas. Interiormente, me alegré de haber escogido mi conjunto de lencería más sexy, con medias negras y el liguero que a él le gustaba.

- Uffff, qué buena estás puta – me aduló Jesús – Date la vuelta que quiero admirar tu culazo.

Así lo hice, subiéndome la falda también por detrás y poniéndome un poco en pompa, para que mi alumno no perdiera detalle de mi anatomía. Él volvió a piropearme, cosa que me encantó.

- Madre mía qué culo tienes. Sigo sin entender cómo el imbécil de tu novio no se ha apoderado de él todavía. Bueno, mejor para mí. Más pasta.

Aquellas palabras me extrañaron muchísimo. ¿A qué se refería? Iba a preguntarle, pero Jesús me interrumpió con una nueva orden.

- Hoy vas a probar algunas cosas nuevas putita, además del sexo anal. Te advierto que alguna quizás no te guste, así que ésta es tu última oportunidad. Si quieres, puedes largarte, ponte bien la ropa y vete, poniendo así fin a nuestra relación. Pero si te quedas, debes obedecerme en todo sin rechistar, y te aseguro que hoy no quedarás insatisfecha…

No me esperaba para nada aquellas palabras. ¿Estaba loco? ¿Me tenía allí encaramada a una mesa, con la falda subida hasta la cintura y aún dudaba de si iba a obedecerle? No tardé ni un segundo en responder.

- No, Amo, yo no voy a ninguna parte. Haré todo lo que me ordene el Amo.

- Buena chica, eso te hace merecedora de un segundo premio. Luego los recibirás.

- Gracias Amo – respondí ilusionada.

- Bueno – dijo levantándose del sillón – Vamos a empezar con los preparativos.

Sus palabras me hicieron estremecer… el momento se avecinaba.

- Ponte a cuatro patas sobre la mesa, mirando hacia mí.

Obedecí con presteza, colocándome en la posición requerida. La falda se me desenrolló al hacerlo, volviendo a taparme por completo. Jesús rodeó la mesa hasta quedar detrás de mí y colocó sus manos sobre mis nalgas, apretándolas suavemente, casi con dulzura.

- Pero qué culo… - susurró – Es una lástima…

Volvió a rodear la mesa y quedó de nuevo frente a mí, mirándome a los ojos. Su sardónica sonrisa volvió a aparecer en su rostro, mientras una de sus manos acariciaba mi mejilla.

- Quítate el jersey – me ordenó.

Yo obedecí a toda velocidad, incorporándome un poco. Una vez liberada de la prenda, la tiré al suelo y miré al amo, con los enhiestos pezones apuntando hacia él.

- ¿El sostén también Amo? – pregunté.

- No, déjatelo así, es más excitante.

Así lo hice, quedándome con la pieza de lencería puesta pero sin tapar mis pechos, tal y como Jesús la había dejado antes.

- Ahora quiero que abras tus piernas al máximo, separando las rodillas, para que quedes lo más pegada posible a la mesa.

Con torpeza, pero sin miedo a caerme, pues la mesa era inmensa, adopté la posición que se me pedía. Mientras lo hacía, Jesús abrió uno de los cajones de la mesa y sacó unos objetos que yo no acerté a ver. Aquello debería haberme extrañado muchísimo, verle trasteando con tanta confianza en el escritorio del director, pero, nerviosa por lo que iba a suceder, ni me detuve a pensar en ello.

- Muy bien – dijo Jesús volviendo a colocarse detrás de mí – Ahora quiero que bajes la cabeza todo lo que puedas, hasta que toques la mesa, echando las manos para atrás.

Obedecí en todo. De esa forma, arrodillada, con las piernas abiertas y las manos hacia atrás, mi culo quedaba abierto al máximo y ofrecido sin defensa posible a mi Amo.

- Vale, ahora voy a atarte…

¿Atarme? El miedo volvió a sacudirme sin compasión. Giré la cabeza para mirar a Jesús con los ojos desorbitados por el pánico, pero él no se apiadó.

- Tranquila, putita. Quedamos en que obedecerías en todo ¿no? Esta va a ser una de las cosas nuevas que vamos a probar. Confía en mí.

Dudé un instante, en el cual sopesé el largarme de allí y poner mi culo a salvo. Pero entonces me fijé en los objetos que Jesús había dejado sobre la mesa, junto a mis pies: un juego de bolas chinas y un bote de vaselina.

No sé por qué, pero la visión de aquellas cosas me calmó, pues me hicieron pensar que, si iba a usar vaselina, su intención era sodomizarme con cuidado, no romperme el culo a lo bestia. Pero aún tenía mis dudas porque, si le dejaba atarme, estaría completamente indefensa, sería completamente un juguete en sus manos….

Como si hasta ese momento no lo hubiese sido.

Resignada pero nerviosa, volví a adoptar la posición requerida. Jesús, muy satisfecho, me acarició con dulzura una nalga, pero pronto reanudó sus actividades.

Me subió por completo la falda, descubriendo mi grupa y me la enrolló en la cintura. Con habilidad, colocó mis manos junto a las piernas, atándome el antebrazo derecho a la pantorrilla derecha y lo mismo con el otro brazo. De esta forma, yo quedaba inmovilizada en esa postura, con la cara pegada a la mesa y el coño y el culo bien abiertos. Forcejeé un poco con los nudos, comprobando que, aunque no estaban muy apretados, me impedían moverme por completo. Estaba atrapada.

- Muy bien, Edurne, muy bien - me dijo – No puedes ni imaginarte lo sexy que estás.

- Gra… gracias, Amo – respondí cada vez más nerviosa.

- Bien. Seguro que te has preguntado por qué hemos venido a este despacho para tu iniciación anal ¿verdad?

- Sí, Amo – asentí.

- Bien, hay varias razones. Una de ellas es… la altura de esta mesa.

Súbitamente lo comprendí. Aquel escritorio era un poco más bajo de lo habitual. Colocándome en aquella posición, agachada encima de la mesa, a Jesús le bastaría con ponerse de pie detrás de mí para tener franco el acceso a mi grupa. Qué listo era mi chico… Pensaba en todo…

- Entiendo Amo.

- Bueno, pongámonos manos a la obra – dijo Jesús dándome un ligero cachete en el culo.

Mi cuerpo volvió a ponerse en tensión. Tenía miedo de lo que se avecinaba.

- Tranquila, nena, que esto vamos a hacerlo bien. Ese culito vale mucho y no vamos a desgraciarlo. Tú déjame a mí.

En un instante, me bajó el tanga hasta dejármelo por las rodillas. Sentí entonces cómo las manos de Jesús se posaban en mis nalgas. Con firmeza separaron los cachetes, manteniéndolos abiertos unos segundos, mientras él examinaba mi ano.

- Veo que te lo has limpiado a conciencia – dijo tan cerca de mi culo que pude sentir su aliento sobre él.

- Sí, Amo – respondí súbitamente avergonzada.

Era verdad, aquella mañana, mientras me duchaba, me había aseado a fondo. Había llegado incluso a abrírmelo todo lo que pude con los dedos y a aplicarme el chorro de la ducha.

- ¡Snif! ¡Snif! ¡Pero si hasta te has echado perfume! – rió Jesús mientras me olisqueaba como a una perra – Ja, ja, ja…

Las mejillas me ardían por la vergüenza. Y yo que creía que una par de gotas no se notarían…

- ¡Menuda puta que estás hecha! ¡Cada día me sorprendes más! ¡Me gusta! – exclamó mi alumno volviendo a darme un cachetito en el culo.

- Gracias, Amo.

- Bien, eso se merece un tratamiento especial. ¡Vamos a estimular bien la zona!

Esa fue la primera vez que sentí la lengua de mi Amo recorrer mis genitales. Hasta ese momento, Jesús me había usado siempre como simple objeto sexual, cuya utilidad era únicamente procurarse placer. Esa fue la primera vez que se dedicó a darme placer a mí.

Sus manos se aferraron con fuerza a mis nalgas y volvieron a separarlas, dejándole expedito el acceso a mi intimidad. Su serpenteante lengua se clavó entre mis muslos, provocándome un devastador estremecimiento de placer. Sus dedos chapotearon en la humedad entre mis piernas, y pronto me encontré con un par de sus dedos enterrados en el coño.

Mientras me comía, me masturbaba dulcemente, arrancándome gemidos y suspiros de placer cada vez más intensos. ¡Joder! ¡Qué bueno era haciéndolo! ¡Lo comía de puta madre!

Yo, muerta de gusto, apretaba mi rostro contra la mesa, tratando de abrir todavía más las piernas para ofrecerle mi coño por completo. Pero aquello era el preludio para comenzar a estimular mi ano y pronto comencé a sentir la cálida lengüita del chico jugueteando alrededor de mi esfínter.

Usando mis propios flujos como lubricante, Jesús comenzó a introducir muy despacio su dedo índice en mi ano. Al principio sólo la puntita, pero abriéndose paso cada vez más.

- Lo tienes muy estrechito, Edurne - susurró desde atrás – Esto vale por lo menos 1000 euros.

Ya no me extrañaba nada de lo que decía. Sentía aproximarse el imparable orgasmo y mi cerebro era incapaz de procesar la información de lo que sucedía a mi alrededor.

- Noto que vas a correrte ¿verdad?

Incapaz de hablar, asentí con la cabeza.

- Estupendo. Es el momento de pasar a mayores.

Pensé que había llegado la hora de que me la clavara en el culo, pero no era así. Aprovechando mi estado de suprema excitación, Jesús comenzó a utilizar las bolas chinas. Por el rabillo del ojo, vi cómo las embadurnaba de vaselina, pero enseguida volví a perderle de vista mientras volvía a situarse tras mi culo.

Novoa reanudó la comida de coño, masturbándome más deprisa, precipitándome hacia el clímax y cuando estuve casi a punto, introdujo la primera de las bolas en mi ano. A pesar de que lo esperaba, mi cuerpo se tensó muchísimo al sentir cómo el intruso se abría camino en mi culo. Jesús aprovechó para redoblar esfuerzos en mi vagina y por fin, me corrí como una burra.

- ¡AAAAHHHHH! – aullaba yo mientras las devastadoras olas del orgasmo azotaban mi cuerpo.

Al correrme, mis músculos se contrajeron, con lo que estuve a punto de expulsar la bolita de mi interior, cosa que Jesús impidió. Cuando fui calmándome, el chico aprovechó la relajación para introducir la segunda bola en mi ano, provocándome un ligero espasmo de dolor.

- ¿Te ha dolido? – me preguntó.

- Un poco – respondí olvidándome del “Amo”, mientras sentía las dos bolas enterradas en mis entrañas.

- Como has sido muy buena chica he procurado hacerlo con cuidado. Hoy te lo has ganado.

- Gracias, Amo.

- ¿Ves? No soy ningún monstruo, cuido de ti.

- Sí, Amo, lo sé.

- ¡Espera! Hay que inmortalizar el momento. ¿Dónde tienes el móvil?

- En el maletín.

Como un rayo, Jesús fue a la butaca donde había dejado mi cartera y sacó el móvil de su interior. Lo manipuló un segundo, supongo que para activar la cámara y situándose detrás, realizó varias fotografías de mi culo, dilatado por la dos bolitas que había en su interior, mientras la tercera quedaba fuera, colgando de su cuerdecita, mientras esperaba su turno.

- Mira hacia atrás – me dijo - ¡Y di patata!

Como pude, le obedecí, mirando hacia atrás. Él se retiró un poco para tener un campo de visión más amplio y me hizo unas fotos en las que se me ve desnuda sobre la mesa del despacho de mi jefe, atada con el culo en pompa, con las dos terceras partes de un juego de bolas chinas metidas en el ano. Creo que las voy a ampliar y a colgarlas en mi salón.

- Bueno – dijo Jesús cuando sus inquietudes artísticas quedaron satisfechas – Vamos por la tercera.

Miré adelante y apreté los dientes, preparándome para lo que venía. Noté que Jesús daba unos tironcitos del juego de bolas, como asegurándose de que mi culo podía retenerlas. Por fin, noté cómo la última esfera era apretada contra mi esfínter y poco a poco, comenzaba a introducirse en mi interior.

- Relájate, Edurne – me dijo Jesús – Esto lo hacemos para que tu ano se acostumbre a abrirse más de lo habitual y para que mejores el control de los músculos anales. Así te será más fácil lo que viene después.

- Gracias Amo – respondí mientras las lágrimas, mitad de dolor, mitad de agradecimiento, resbalaban por mis mejillas.

- Bien, ya está – exclamó Jesús cuando la tercera bolita estuvo dentro – Ahora debes aguantar con ellas dentro. Si lo haces bien, te irá mejor luego.

- Sí, Amo.

- Esperaremos un rato para que tu culito se aclimate a tener algo dentro. Después no sé si tendrán tantos miramientos, así que será mejor que te acostumbres.

Nuevo comentario extraño.

- La verdad es que todo esto me ha puesto a mil, así que creo que vas a tener que chupármela un rato.

Mientras decía esto, Jesús rodeó la mesa y se situó frente a mí. Delicadamente, limpió las lágrimas de mi rostro y esa muestra de cariño me hizo ronronear como una gatita, olvidándome por un instante de las bolas en mi culo. Jesús estaba a punto de abrirse la bragueta para sacar mi premio cuando, inesperadamente, sonó su móvil.

- Vaya, creo que es la hora – dijo echándole un vistazo al inoportuno aparatejo – Tengo que salir un instante, pero vuelvo enseguida.

- ¿Cómo? – exclamé de nuevo asustada - ¿Vas a dejarme aquí sola? ¿Y así?

Entonces Jesús clavó en mí su mirada más fría, una que me hizo estremecer.

- ¡Pues claro que sí, puta! ¿Has olvidado cuál es tu lugar? ¿Desde cuándo puedes replicarme? ¡Con lo bien que te estabas portando! ¡Ahora te vas a quedar ahí subida todo el tiempo que me dé la gana! ¡Y reza para que no te deje ahí hasta el lunes!

- No, Amo… perdón – respondí llorando de pánico esta vez – No lo haré más…

- Veremos si te perdono – respondió él fríamente – No sé cuando volveré, pero cuando lo haga, será mejor que encuentre esas tres bolas bien metidas en tu ano, así que ¡aprieta bien el culo!

Y se dirigió a la puerta, dejándome llorosa y temblorosa encima del escritorio. Humillada, sí, pero también excitada. Me gustaba hasta que me echara la bronca. Soy una cerda.

- ¡No te muevas de ahí! – se burló Jesús, riendo mientras salía.

Me quedé sola y asustada, rezando de verdad para que volviera pronto. No entendía adonde coño había ido. Si me tenía allí, completamente entregada, a su entera disposición ¿por qué se iba? Me daba igual, que me la metiera en el culo, en el coño… donde quisiera… ¡Pero no me dejes sola!

¿Y si venía alguien? No podía ni siquiera imaginar la vergüenza, la humillación que sufriría si esa maldita puerta se abría y entraba alguien que no fuera Jesús. Preferiría que nos pillaran follando, así estando atada, como fuera, pues eso tendría justificación, aunque me echaran del trabajo… pero si me descubrían allí sola, expuesta, humillada… me moriría.

Los minutos fueron pasando inexorables, enloquecedoramente lentos y yo cada vez era más consciente de los intrusos que había en mi culo. Mi cuerpo estaba intentando expulsarlos, resistiéndose a la invasión, pero yo me oponía, apretando el esfínter y tensando los músculos al máximo. La vaselina en que estaban untadas las bolas jugaba en mi contra y estaba comenzando a notar que la primera comenzaba a resbalar hacia fuera. Entonces, súbitamente, la puerta se abrió de golpe y el susto hizo que el culo se me cerrara de golpe, volviendo a atrapar las bolas con firmeza… No hay mal que por bien no venga.

Miré hacia atrás, encontrándome con Jesús, que mantenía la puerta abierta. Contenta, le sonreí, demostrándole que había sido una niña buena, pero la sonrisa murió en mi rostro cuando vi que otro hombre entraba en la habitación: Armando, el director.

Creí que me moría.

- ¡Dios, mío! – exclamó el director.
 
Capítulo 7: No esperaba esto:




Yo me eché a llorar, forcejeando con mis ataduras, pensando que Jesús me la había jugado y había traído al director para humillarme y hacer que me despidieran. Me equivocaba…

- ¡Qué visión celestial! – exclamó Armando abalanzándose sobre mis nalgas y comenzando a cubrirlas de besos.

Yo estaba petrificada. No podía creerlo. Apenas sentía los pellizcos y apretones que el director me propinaba en el culo, mientras mi colapsado cerebro trataba de encontrarle sentido a lo que estaba sucediendo.

- Quieto, quieto, amiguito… - dijo Jesús apartando al director de mi cuerpo tirando de uno de sus hombros.

- ¡Fíjate! ¡Si lleva unas bolas chinas en el culo! ¡Mira cómo asoma la primera, mira!

- Ya lo veo – respondió Jesús – Y será mejor que esta puta la meta otra vez para adentro si no quiere que la castigue…

Su tono de voz me hizo apretar el culo con ganas.

- Buena chica – continuó Jesús – Bueno, Armando, antes de tener la mercancía, tienes que pagar lo acordado. Ya sabes, el número de cuenta de siempre.

- Sí, sí, claro. No te preocupes, enseguida lo hago.

¿Mercancía? Poco a poco fui comprendiendo lo que pasaba. ¡Aquel cabrón había vendido mi culo! ¡No podía creerlo!

El director rodeó la mesa y se dirigió a la supletoria en la que estaba el ordenador, encendiéndolo. Mientras el sistema operativo se iniciaba, Armando me miraba sonriente con ojos lujuriosos, anticipando el momento en el que mi culo sería suyo. No aguanté más.

- Ya basta – dije intentando mantenerme firme – Esto ya es demasiado. Suéltame.

La sonrisa se congeló en el rostro del director. Muy nervioso, se dirigió al joven.

- ¿Qué pasa? ¡Esto no es lo que habíamos acordado! ¡Me dijiste que ella estaba conforme!

- ¡Cállate, imbécil! – le respondió Jesús.

Rodeó la mesa y se sentó en el sillón del director, acercándolo hasta quedar delante de mí. Puso sus manos sobre la madera, apoyando la barbilla encima, de modo que su rostro quedó a escasos centímetros del mío.

- Habíamos acordado que harías todo lo que yo te ordenase… - me dijo en tono sorprendentemente suave.

- Sí, que lo haría contigo. No dijiste que fueras a venderme al director.

- Mira, si eres mía, me perteneces por completo. Y puedo usarte como me plazca.

- No quiero – respondí desafiante – No voy a hacerlo con él.

- Está bien – concedió Jesús – Creo que me he equivocado contigo, no me sirves. Te soltaré.

Y se levantó.

- Espero que comprendas que no quiero volver a verte. Me has decepcionado mucho. De ahora en adelante seré un alumno más y quiero que me trates como a cualquier otro. Sin rencores. Espero que tu novio sea capaz de darte lo que necesitas, porque yo no volveré a follarte más.

Mi corazón latía desbocado. Mi yo consciente se alegraba por escapar de esa encerrona, pero mi cuerpo protestaba, insatisfecho y caliente. Noté cómo los dedos de Jesús asían los nudos, completamente decidido a soltarme.

- ¡Espera! – intervino Armando - ¿Qué haces? ¿Vas a soltarla?

- Pues claro – respondió el chico – Ella no quiere participar y aún no es mi esclava…estaba en periodo de pruebas y no lo ha superado.

- ¡Te pagaré el doble! Dos… no, tres mil euros si no la sueltas. ¡Me prometiste su culo virgen! – dijo el director, acercándose a Jesús y aferrándole de la pechera.

Jesús dejó de desatarme. Pensé que se estaba pensando la oferta del director, pero no era así. Su mano salió como una flecha y le propinó una bofetada de revés al viejo en toda la cara. Éste cayó derribado al suelo, con una mano apoyada en la mejilla mientras miraba a mi Amo con ojos llorosos. Sí… a mi AMO.

- ¡No me toques, desgraciado! ¡Yo no soy un asqueroso violador! ¡Si la chica no quiere, no quiere! ¡Me busco a otra mejor dispuesta y en paz!

- Pe… pero… - balbuceó el director - Me habías prometido… su culito…

- Vete a la mierda – dijo Jesús volviéndose a ocupar de los nudos.

Fue entonces cuando noté que, a pesar del follón, inconscientemente había estado esforzándome en mantener las bolas chinas en mi ano. Comprendí que, aunque yo me negara, mi cuerpo ya pertenecía a mi Amo por completo… para lo que él quisiera.

- ¡Espera, Amo! – le detuve – Me lo he pensado mejor.

Lentamente, él volvió a rodear la mesa y me miró a los ojos.

- ¿Estás segura? Si no es así te suelto y en paz. Te repito que no voy a obligarte a nada. Aún no eres mi esclava y estás a tiempo de olvidarlo todo y dejarlo.

- No, Amo… no es eso lo que quiero. Me había asustado por la presencia del director y no sé en lo que pensaba. Mi cuerpo es tuyo y puedes hacer con él lo que quieras…

Jesús me sonrió, haciendo que mi corazón latiese con fuerza. Volvió a acariciarme la mejilla y enjuagó mis lágrimas.

- Está bien…

Volvió a rodearme y rehizo los nudos que había soltado. Armando, entusiasmado, se había puesto en pié y casi daba saltitos de excitación. Fue entonces cuando me fijé en el bulto que había en su pantalón. El cabrón estaba a mil por hora.

- ¡Estupendo! – exclamó exultante – Entonces, ¿hay trato?

Jesús dio el último tirón a las cuerdas y regresó al sillón, donde se dejó caer. Miró al director como quien mira a una cucaracha y renegoció los términos del acuerdo.

- El trato sigue en pié, pero el precio ha subido. Dos mil euros por el culito de mi chica.

- Pe… pero… - balbuceó Armando.

- Hace dos minutos me ofreciste tres mil, así que no te quejes. Y da gracias a que no te parta la cara por haberme puesto la mano encima. Si te parece mucho, no hay problema, su culito me lo quedo yo, que está apeteciéndome cada vez más.

El director dudó sólo un instante antes de contestar…

- De… de acuerdo… Desde el primer día que la vi, he querido tirarme a Edurne. Y cuando me dijiste que su culo era virgen…. No aguanto más.

- De acuerdo entonces – asintió Jesús – Pero primero paga.

Sin añadir nada más, Armando se dirigió al ordenador e inició el servicio de banca electrónica.

- De tu cuenta personal, no vayas a tocar la cuenta del colegio, que te conozco – intervino mi Amo.

- Sí, sí claro…

En pocos minutos, la transferencia quedó hecha. Jesús ocupó el puesto del director frente al ordenador y accedió a su propia banca electrónica, verificando la transacción.

- Bien, todo correcto – concluyó – Enseguida será tuya.

- Va… vale.

Jesús volvió a sentarse en el sillón frente a mí y me dijo:

- Hoy te he perdonado tu rebeldía, porque aún no eres mi esclava ¿lo entiendes?

No le entendía. ¿Cómo que aún no era su esclava? De todas formas, asentí con la cabeza.

- Por eso y porque te habías estado portando muy bien, te has librado del castigo que te mereces, pero, cuando seas mi esclava… tendrás que obedecerme siempre sin rechistar.

- Sí, Amo… es sólo que quiero tanto al Amo… que no podía soportar que otro me tocara. Pero si es lo que el Amo quiere… aguantaré.

- Bien…

Jesús volvió a levantarse y se situó detrás de mí.

- ¡Porque si no me obedeces, tendré que darte un buen montón de estos!

Sin avisar, me azotó el culo con la mano abierta con muchísima fuerza. Fue un solo cachete, pero seco, intenso, que hizo que volvieran a saltárseme las lágrimas. El inesperado dolor provocó que perdiese momentáneamente el control, por lo que la primera de las bolas se salió de mi culo, quedando colgando de mi esfínter. Por fortuna, el Amo no me reprendió.

- Esto ha sido, un simple ejemplo – continuó Jesús – para que no te fueras de rositas. Pero… la próxima vez… será peor.

- Sí, Amo – asentí ahogando las lágrimas.

- ¿Puedo castigarla yo? – intervino el director, al parecer entusiasmado con la perspectiva de azotarme el culo.

- Ni pensarlo. Esta zorrita es mía y sólo yo puedo impartir disciplina.

- ¡Te pagaré!

- ¡Que te calles, gilipollas!

- Pero, la otra vez…

- La otra vez fue distinto. Y ahora dedícate a lo tuyo, que para eso has pagado.

Armando se puso en marcha. Inclinándose sobre mí, me susurró al oído.

- No sabe usted las ganas que le tenía, señorita Sánchez. Desde el día en que la vi, decidí que sería mía. Me ha salido un poco cara, pero le aseguro que voy a disfrutar cada puto euro…

Armando se desplazó hasta quedar a mi espalda y pronto sentí sus manos apoderándose de mis nalgas.

- ¡Madre mía, qué culo! ¡Y es todo mío!

Sus labios comenzaron a besarme y chuparme el trasero, mientras me metía mano por todas partes.

- ¡Qué maravilla! ¡Fíjate cómo resalta la huella de tu mano en la nalga! ¡Le has dado un buen azote!

Debía ser verdad, pues cuando me rozaba esa parte de la piel me dolía un poco, además de notarla caliente y sensible. El tipo no era ni de lejos tan hábil como Jesús, por lo que sus caricias no me ponían a tono. En cambio, él se percibía cada vez más excitado.

- Mejor – pensé – Así acabará antes.

El tío seguía sobándome a su gusto, pronto me encontré con una mano explorando entre mis muslos, frotando mis labios vaginales con fuerza, con toda la palma. Por fin, hundió la cara entre mis nalgas y comenzó a estimular mi esfínter con la lengua, jugueteando con el trocito de cuerda que asomaba, del que colgaba la bola que había expulsado antes.

Aunque como digo no era especialmente hábil, la verdad es que una no es de piedra y tanta caricia había comenzado a estimularme. Cuando me quise dar cuenta, me había abierto de piernas todavía más, dejándole franco el acceso. Mis líquidos comenzaban a rezumar, excitada especialmente por estar mirando a los ojos de mi Amo, que había vuelto a sentarse frente a mí y me observaba divertido.

Finalmente, Armando ya no pudo más y se preparó para encularme. Pude notar cómo se bajaba febrilmente los pantalones, forcejeando con la hebilla del pantalón. Entonces se lo pensó mejor y rodeó la mesa, caminado como los patos por llevar los pantalones enrollados en los tobillos. No pretendía hacerlo, pero, involuntariamente, mis ojos miraron a su entrepierna, para apreciar el calibre del arma que me iba a romper el culo.

No estaba mal, Armando no estaba mal dotado. Pero las había visto más grandes, la de mi Amo sin ir más lejos. Eso sí, se apreciaba durísima, con la escarlata cabeza asomando y las venas a punto de reventar. Y bastante gruesa, lo que me inquietó.

Armando se situó frente a mí y pronto me encontré con su polla presionando contra mis labios, mientras el muy cabrón me gritaba:

- ¡Ensalívala bien, puta, que te la voy a meter por el culo!

Yo miré a los ojos a Jesús y él asintió en silencio, por lo que abrí levemente los labios, recibiendo en mi boca la durísima verga del director. Obedeciéndole, procuré mojarla bien con mi saliva, pero no desaproveché para juguetear un poco con la lengua, intentando excitarle más para que tardara menos en correrse.

- ¡Qué puta es! – aulló Armando - ¡Cómo la chupa! ¡Se ve que le gusta que le metan pollas en la boca!

- La tuya no, rico – pensé sintiendo cómo su miembro se hinchaba cada vez más.

Pocos segundos después, Armando me la sacó de un tirón. Me dio igual, pero aún sentía miedo por lo que se avecinaba.

Volviendo a caminar como un pingüino, corrió a situarse de nuevo a popa. Sentí cómo sus dedos jugueteaban con mi ano y comenzaban a tirar suavemente de la bola que había expulsado.

Mi cuerpo volvió a tensarse, mientras notaba cómo las bolas iban ensanchando mi recto de nuevo a medida que eran extraídas de mi cuerpo. Ya era la hora.

Por fin, con un “plop” audible, Armando extrajo la última bolita. Notaba el ano caliente y sensibilizado. Recé para que aquello acabara lo más pronto posible.

- ¡Joder, cómo se te ha quedado el culo! ¡No se cierra del todo! ¡Parece estar pidiendo verga!

No me gustó que aquel cerdo me humillara. Eso sólo podía hacerlo mi amo.

- ¡Ya no puedo más! – aulló el viejo verde.

Armando aprovechó para volver a subirme el tanga, lo que me extrañó muchísimo. Aunque claro, aquel diminuto hilo de tela no iba a proteger mi retaguardia de un pervertido como él.

- ¡Así me gusta más! – jadeó.

Apartó a un lado la tela del tanga, dejando de nuevo mi ano expuesto, pero con la braguita puesta. A continuación, sentí cómo la punta de su cipote se apoyaba en mi agujerito. Me estremecí por el miedo, con el corazón nuevamente desbocado. Entonces, mi Amo se inclinó sobre mí y muy dulcemente, me besó por vez primera en los labios.

- Relájate – me susurró - O lo pasarás mal.

Yo, agradecida, traté de hacerle caso, intentando relajar el esfínter. Aún así, cuando el director metió la punta de su estoque, me dolió y mis ojos se abrieron como platos.

- ¡AAAAHHHH! ¡Joder! ¡Qué estrecho! ¡No mentías diciéndome que era virgen! ¡Qué culito! – gemía Armando.

Yo apreté los labios, tratando de soportar el dolor mientras notaba cómo la verga de mi jefe iba abriéndose camino en mi culo. Debo reconocer que fue bastante delicado, no me la clavó de un tirón ni nada, pero empujó con firmeza hasta el final, hundiéndose en mi culo hasta que sus huevos quedaron aplastados contra mis nalgas. Me dolió horrores y lágrimas de auténtica agonía resbalaban por mis mejillas, mojando la mesa.

Ahora comprendo que, sin duda, el mío no era el primer culito que rompía el maldito viejo verde, pues sabía bien lo que se hacía. Tras clavármela entera, se mantuvo un buen rato sin moverse, permitiendo que mi cuerpo se acostumbrara al invasor.

Poco a poco fui calmándome, notando que cada vez dolía menos. Sin embargo, cuando comenzó a moverse, el dolor regresó con toda intensidad. Pero, a esas alturas, Armando ya no se aguantaba las ganas, así que dejó de lado toda delicadeza y se dedicó a enterrarse en mis entrañas una y otra vez. Lo hizo despacio al principio, pero pronto me encontré con su nabo bombeando en mi culo a ritmo bastante rápido.

Miré a los ojos a mi Amo y vi que su mirada estaba clavada en mi colgante, que oscilaba adelante y atrás debido a las embestidas que me estaba propinando el viejo.

Yo no paraba de llorar, deseando que todo aquello acabase. No comprendía cómo aquello podía gustarle a algunas mujeres, yo sólo sentía dolor y humillación. Sin embargo, mi Amo hizo que todo mejorase.

- Relájate, Edurne – me susurró al oído – Vamos a probar una cosa.

Se levantó y escuché cómo buscaba algo. Yo no le veía, pues tenía los ojos apretados tratando de soportar el incesante martilleo en mi culo, mientras Armando relinchaba y jadeaba agarrado a mis caderas.

- Frena un poco, Armando – oí que decía Jesús – Tranquila Edurne, este jueguecito te va a gustar.

Entonces noté que me apartaban un poco el tanga y me metían algo en el coño. La sorpresa hizo que me agitara, con lo que nuevos ramalazos de dolor se produjeron en mi culo, que seguía empalado en la verga del director.

- Soooooo, yeguaaaaa – gritó Armando, al parecer encantado con lo que Jesús estaba haciendo.

Por fin, Jesús volvió a colocarme la braguita bien, supongo que para que mi cuerpo no expulsara el objeto que me había metido en el coño. Tras hacerlo, volvió a sentarse frente a mí, con su acostumbrada sonrisa en el rostro.

No sabía qué demonios me había metido, no lograba identificarlo. No eran las bolas como pensaba al principio, pues percibía que su forma era más angulosa. Pronto averiguaría de qué se trataba.

Justo entonces, Armando volvió a bombearme en el culo, pero, esta vez, noté con agradecimiento que me dolía un poco menos, no sé si por el objeto enterrado en mi coño o porque la pequeña pausa me había permitido amoldarme mejor a su calibre.

Armando siguió enculándome con entusiasmo, mientras yo miraba a Jesús, que, extrañamente, se había puesto a llamar por teléfono.

De pronto, una melodía muy conocida por mí resonó entonces en el despacho, aunque sonaba extrañamente ahogada. En el mismo instante en que comprendí lo que Jesús había hecho, mi móvil activó su modo de vibración.

- ¡UAAAAHHHHH! – gemí agitándome mientras sentía cómo mi propio teléfono móvil me vibraba en las entrañas.

- ¡Ostias! – gritó el director exultante - ¡Puedo notar cómo vibra contra mi polla! ¡Es increíble!

El maldito aparatejo se agitaba y tocaba música en mi interior. La vibración me excitaba notablemente, permitiéndome olvidarme un poco del dolor de mi culo. Además, la misma vibración provocó que Armando se excitara más y, de pronto, noté cómo se corría dentro de mí, enterrándome la polla hasta el fondo mientras ésta vomitaba su carga en lo más profundo de mi cuerpo.

Por fin, el satisfecho director sacó su aún morcillona polla de mi ano. Podía notar cómo su semen resbalaba de mi interior y caía sobre la mesa, pues mi culo había quedado completamente abierto.

Mientras, mi Amo seguía llamando una y otra vez a mi teléfono, para que éste estuviera vibrando continuamente en mi interior. Agradecida, le dirigí una cansada sonrisa y musité:

- Lo siento, Amo, no he podido cogerlo. ¿Qué es lo que usted quería?

Fue la primera vez que logré hacerle reír. Me gustó. Mientras reía, Jesús me sacó con cuidado el empapado teléfono de mi interior y me lo enseñó para que lo viera.

- Joder, ha sido increíble – oí que musitaba el pervertido director – Me he quedado con ganas de más. Es la primera vez que no se me baja tras correrme desde hace mucho tiempo ¡Y sin pastillita! ¡Quiero más!

Me asusté. No creía que fuera capaz de soportar que aquel cerdo volviera a sodomizarme. Ahora que me había librado de su polla, notaba cómo mi ano latía de dolor y, si volvía a metérmela, me volvería loca.

- Lo siento – dijo Jesús – Pagaste por estrenarle el culo y ya lo has hecho.

Me tranquilicé.

- Si quieres más, tendrás que pagar.

¡Oh, Dios mío!

- Vale, ¿cuánto?

No podía ser, no podía ser… ¿No iba a acabarse nunca?

- Mil euros por su coño. El culo hay que dejárselo reposar unos días.

- Sí, chico, ya lo sé. Ya sabes que no es mi primer culito. ¿Y cuánto por la boca?

- Su boca es mía. No está en venta.

- Espera – insistió el director – Te daré los mil euros si te follas su boca mientras yo me follo su coño ¿de acuerdo?

- De acuerdo.

Me tranquilicé enormemente. No me iban a volver a encular ese día. Les juro que no me importó escucharles negociar con mi cuerpo como si fuese un saco de patatas, tan grande fue el alivio al escuchar que mi culo estaba a salvo.

Segundos después, los dos hombres repetían el proceso de las transferencias desde el ordenador. Yo, exhausta, levantaba la cabeza tratando de verles y así pude comprobar que el director se había quitado los pantalones por completo, caminando por el despacho con su enhiesta polla bamboleando frente a él, sin pudor alguno.

- Bien – dijo el director dando una palmada - ¡Manos a la obra! ¡Ayúdame a darle la vuelta.

Entre los dos, me cogieron y me levantaron de la mesa, haciéndome quedar ahora boca arriba, pero todavía con las manos atadas a los tobillos. Así quedaba totalmente expuesta, con mi abierto coño ofrecido a quien lo quisiera. Todo mi cuerpo se quejó, pues, a esas alturas, estaba completamente entumecida y acalambrada.

Expertos en aquellas lides, los dos hombres dedicaron varios minutos a masajearme el cuerpo, reactivando la circulación. Incluso me aflojaron un poco las ligaduras, de forma que, aunque seguía sujeta, notaba que podría librarme de ellas forcejeando un poco, pero no lo hice, pues mi Amo no me había dado permiso.

Cuando me encontré mejor, comencé a notar que los masajes de ambos hombres se volvían cada vez más íntimos, más sensuales. En cuanto noté las manos de mi Amo acariciar mis senos, volví a excitarme, si es que en algún momento había dejado de estarlo. Las manos de Armando simplemente las toleraba porque Jesús me lo había ordenado. El viejo no significaba nada para mí.

- ¡No aguanto, Jesús, no aguanto! – gimió Armando - ¡Vamos a follárnosla ya!

- Como quieras – respondió el joven – Tú has pagado…

Me colocaron boca arriba sobre la mesa, pero esta vez con la cabeza colgando fuera, entendí que para que mi Amo tuviera fácil el acceso a mi boca. Al acercar mi cuerpo a uno de los lados de la mesa, Armando ya no podía follarme desde el otro lado, pero eso no supuso ningún problema, pues él simplemente se subió a la tabla junto a mí, arrodillándose entre mis abiertas piernas.

- ¡Qué visión tan sublime! ¡Está buenísima! – gimoteó el asqueroso viejo.

- Sí, es muy hermosa – asintió mi Amo, haciendo que me estremeciera de placer.

Sin perder un segundo, Armando me cogió por la cintura y levantó mi pelvis, para permitir que su polla se colocara justo a la entrada de mi coño. Fácilmente gracias a lo mojado que lo tenía, Armando me penetró sin miramientos, haciéndome gemir de placer.

- AAAAAHHH – gemí sin poder resistirme.

- Sí, puta, sí… Te gusta, ¿eh?

- Sí me gusta – respondí tras un gesto de asentimiento de mi Amo.

- Estupendo… Ahora quiero que me llames Amo a mí… ¡Venga, puta, dilo!

Pero Jesús no lo permitió.

- Su único Amo soy yo, así que ella no puede llamarte así.

- ¡Pues que me diga señor director! ¡Venga!

- Sí, señor director. Como usted diga señor director – respondí mientras el viejo comenzaba a propinarme culetazos.

- ¡Eso es! ¡ASÍ, PUTA, ASÍ! ¿QUIÉN TE ESTÁ FOLLANDO EL COÑO?

- El señor director me folla mi sucio coñito – respondí adivinando por donde iban los gustos del viejo – Primero me ha roto el culito y ahora me está llenando el coño…

- ¡SÍIIII!

Pude ver cómo mi Amo me sonreía complaciente. Emocionada, vi que ya se había sacado la polla del pantalón, y ésta se mostraba desafiante ante mis ojos. Aquella visión me excitó mucho más que todo lo que me había estado haciendo el director. Yo era esclava de esa polla.

Sin mediar palabra, Jesús acercó su verga a mis labios, que se abrieron con lujuria para recibirlo. Enseguida su calor inundó mi boca, a medida que su barra de carne se abría paso y se enterraba hasta el fondo de mi garganta, provocando que los ojos me lagrimearan.

- ¡Fóllatela! – aullaba Armando - ¡Fóllale la boca bien follada!

Lo que siguió fue justo lo que Armando deseaba. Jesús comenzó a bombearme en la boca, follándome hasta la tráquea con su gordo rabo. No fue una mamada ni mucho menos, pues yo no podía hacer más que mantener la boca bien abierta para que mi Amo me la metiera hasta el fondo, cuidando en todo momento de no rozarle siquiera con los dientes.

Mientras, el director, enloquecido de pasión, me martilleaba sin piedad en el coño, con sus manos agarradas a mis tetas, que usaba como asidero.

El viejo no aguantó mucho más y pronto comencé a notar que se corría. Como un poseso, me la sacó del coño y comenzó a pajearse sobre mi cuerpo, para que sus lechazos cayeran sobre mí.

Ese preciso momento fue aprovechado por mi Amo para retirarse de mi boca, sin duda para evitar que el semen del director pudiera alcanzarle.

Tras correrse, el viejo se derrumbó a mi lado, jadeando, completamente agotado por lo que acababa de pasar.

Pasaron varios minutos en los que no me moví ni un ápice, agotada y derrengada por todo lo que había pasado, pero nuevamente insatisfecha sexualmente, pues no me había corrido con Armando.

Escuché un “clic” característico y alcé la cabeza, a tiempo de ver a Jesús librándome de mis ataduras con su navaja. Una vez libre, volvió a darme friegas por todas partes, especialmente en las muñecas, para reactivar la circulación.

Me sentí mucho mejor con aquello, pero aún así me faltaban fuerzas para moverme, por lo que Jesús, sin decir palabra, se encargó de todo. Hábilmente, me quitó las bragas y el sostén y las guardó en mi maletín. Me colocó bien la falda y me ayudó a ponerme mi jersey, entregándome una toalla que no sé de dónde sacó para que me limpiara un poco el semen de los pechos y de la cara.

Abrió la puerta y recogió mi maletín. Yo, haciendo un soberano esfuerzo, me deslicé sobre la mesa, tratando de ponerme de pié pero, sorprendentemente, Jesús me detuvo.

- Aún estás acalambrada – me dijo – No creo que puedas caminar en un buen rato.
 
Me encanta la historia.
¡Gracias!
 
Capítulo 8: Descubrimiento:




Me entregó mi maletín y, delicadamente, me tomó entre sus brazos y me levantó como si yo fuese una pluma. Me sorprendí de lo fuerte que era, pues, si le costaba cargar conmigo, no lo demostraba en absoluto.

Sin despedirse del viejo, me sacó de aquel despacho y bajó las escaleras conmigo en brazos hasta la calle. Nuevamente no nos encontramos con nadie, pero yo ya empezaba a estar segura de que Jesús sabía que no íbamos a toparnos con el conserje.

Al parecer, antes había aprovechado para sacar las llaves de mi coche del maletín, pues al acercarnos, accionó el mando del cierre centralizado. Con cuidado, abrió la puerta de los asientos de atrás y me depositó allí, donde quedé tumbada, con el corazón a mil por horas por ver lo amable y delicado que se mostraba en ese momento mi Amo. Empecé a sospechar que estaba enamorándome de él.

Sin decir nada, Jesús se sentó al volante y arrancó. Yo sabía que no tenía carnet pero a esas alturas qué importaba.

Condujo durante unos minutos sin decir nada, mientras yo contemplaba su rostro desde atrás, preguntándome cómo era posible que, en tan solo una semana, aquel chico hubiera logrado poner patas arriba todo mi mundo. Justo entonces, él comenzó a hablar.

- Mierda, creo que hay caravana otra vez. Y yo quería llegar pronto.

- No pasa nada Amo. Aparque por ahí y déjeme descansar un rato. Seguro que usted a pié llega a tiempo adonde sea. No se preocupe por mí.

- ¿Y quién ha dicho que yo vaya a ningún sitio? Vamos a tu casa.

El corazón me dio un vuelco.

- ¿A mi casa?

- Claro. ¿Te has olvidado de lo que te dije? Hoy no te ibas a quedar insatisfecha…

Un estremecimiento de placer asoló mi cuerpo. ¡El Amo venía a mi casa! ¡Decía que iba a dejarme satisfecha!

- Gracias Amo – dije nuevamente con lágrimas en los ojos.

Jesús se volvió a mirarme, y pudo ver que de nuevo estaba llorando.

- Menudo día de lágrimas llevas hoy. Estás llorando cada cinco minutos – me dijo.

- Lo siento Amo. Pero ahora son lágrimas de alegría.

- No, si no me importa. Me gusta ver a una mujer llorosa. Me excita.

Callamos unos instantes.

- ¿Y bien? ¿Te encuentras mejor? – me preguntó.

- Sí, Amo. Espere, trataré de incorporarme.

- No lo hagas. Sigue tumbada que ahora lo único que vamos a hacer es charlar y tienes que recuperar fuerzas para luego.

- De acuerdo.

- Bien, Edurne. Vamos a hacer una cosa. En el rato que tardemos en llegar hasta tu casa, eres libre para decirme lo que quieras. Puedes hablar con libertad, aunque no te garantizo que vaya a responderte.

- Gracias, Amo.

- Y puedes dejar lo de Amo si quieres, hoy te lo has ganado.

- Gracias, Amo… digo, Jesús.

- Vale, ¿qué quieres preguntarme?

Dudé unos instantes. Tenía tantas preguntas agolpándose en mi cabeza. Por fin, me decidí por la más importante de todas.

- ¿Hay otras como yo? – le interrogué.

- ¿Tú que crees? – retrucó

- Que sí. Lo que ha pasado con Armando no era ni de lejos la primera vez y con las cosas que me has dicho otras veces, de que detectabas a las mujeres como yo y eso… estoy segura de que sí.

- Pues ya tienes tu respuesta.

- ¿Conozco yo a alguna?

- No voy a responderte a eso. Ya te enterarás.

- Deduzco entonces que sí – dije sonriendo para mí.

- Muy lista. ¿Algo más?

- ¿Por qué has dicho que todavía no soy tu esclava? No lo entiendo ¿qué más quieres?

- Verás, cuando estoy con una chica nueva, como es tu caso… le doy libertad. Ha habido alguna que no ha podido soportarlo y lo ha dejado, pero normalmente acaban volviendo a mí. Pues bien, cuando la mujer decide que lo que desea es estar a mi servicio (y fíjate que recalco que es ella quien lo decide), pasa a ser una auténtica esclava, obediente de todos mis deseos. Su razón de existencia pasa a ser cumplir con mi voluntad y ya no tiene derecho a no hacer lo que yo le mande. Por ejemplo, si a una esclava se le ocurriese montarme el numerito que tú has organizado antes, le hubiera dado tantos azotes que no habría podido sentarse en un mes.

- Entonces, ¿la esclava queda atrapada para siempre? – insistí.

- No. La única libertad que les concedo es poder marcharse cuando quieran. Como te dije a ti antes, la que quiera que se largue, que yo ya no querré saber nada más de ella. Aunque eso todavía no ha pasado nunca.

- ¿En serio?

- ¿Qué pasa? ¿No me crees?

Le miré fijamente, consciente de su masculinidad y su magnetismo. Y le creí sin problemas.

- ¿Y son muchas?

- Tampoco te lo digo. Si te conviertes en esclava lo sabrás.

- ¿Y qué tengo que hacer para serlo?

- Nada en especial. Sigue obedeciéndome y pronto lo serás.

- Pues no lo entiendo. Si alguna se porta mal le bastaría con decirte que ya no quiere seguir a tu servicio y escapar del castigo.

- Cuando por fin lo entiendas, estarás lista para convertirte en mi esclava.

Titubeé un segundo antes de continuar.

- Amo… digo… Jesús – dije insegura.

- Ten cuidado. A ver si alguna vez te vas a equivocar en clase y la vamos a liar.

- Sí – sonreí – Es que… quiero preguntarle algo un poco delicado.

- No tengas miedo, dispara.

- ¿Es habitual que prostituya a sus esclavas?

Él se volvió a mirarme fijamente. Pensé que se había enfadado y tuve un poco de miedo, pero no era así.

- Verás. Mis zorritas tienen que hacer siempre lo que yo les ordene, así que sí que es normal que, si te conviertes en una de ellas, tengas que realizar algún “servicio” de este tipo en alguna ocasión. Pero…

- ¿Pero? – insistí.

- No es demasiado habitual. Mis coñitos son míos y no me gusta compartirlos con nadie. No me ha gustado nada ver a ese cerdo haciéndose un culito que debería haber sido mío, pero andaba corto de pasta y un culito virgen no se encuentra todos los días. Además, el viejo llevaba dos años dándome el coñazo para que le consiguiera un polvo contigo…

- ¿Dos años?

- Sí, no te ha mentido. Desde el día en que llegaste al instituto. Es que estás muy buena… - rió.

- Pero, ¿cuánto tiempo llevas haciendo estas cosas? – le pregunté.

- La primera vez fue a los catorce.

Me dejó de piedra.

- ¿Tan joven?

- Sí, bueno… soy bastante precoz para todo. Ya conocerás a mi primera esclava.

- Ah, vale – dije sin saber qué decir.

- Mira, Edurne. Mis zorritas han de realizar todo tipo de trabajos para mí, pero siempre para que yo obtenga algún beneficio, ya sea económico, social, sexual, sensorial…

- ¿Sensorial? – me extrañé.

- Sí. Por ejemplo, el otro día cuando te subiste la falda para que el viejo del bus te viera el coño. Me excité mucho.

- Comprendo.

- Pero no soy un desalmado. No me dedico a explotar a mis chicas por la cara. Ellas también sacan algo, además de tener acceso a mi verga – dijo riendo.

- ¿En serio?

- Sí. Mira, cuando puedas, consulta tu cuenta. Verás que, de los tres mil pavos que has ganado hoy, mil están ya en tu cuenta.

- ¡No hablas en serio!

- Claro que sí. Cuando accedí a la banca electrónica en el despacho de Armando, te los transferí a tu cuenta.

- ¿Y cómo averiguaste tú mi número de cuenta?

- Pues igual que tu número de móvil. De tu expediente en el instituto, así me enteré del número de cuenta donde se te ingresa la nómina. El instituto conserva justificantes de las transacciones e ingresos que efectúa la consejería de educación a sus empleados, así que fue fácil.

- Madre mí – silbé admirada.

- Bueno, hemos llegado – exclamó Jesús - ¿Cómo te encuentras?

Más recuperada, me incorporé en el asiento y miré a mi alrededor, comprobando que estábamos en mi calle.

- El mando del garaje está en la guantera – le indiqué.

Jesús lo encontró en un segundo y lo accionó, abriendo la puerta del sótano del edificio. Yo estaba muy inquieta, por si alguien nos veía, con Jesús conduciendo mi coche, pero no había nadie cerca.

- ¿Cuál es tu plaza de aparcamiento? – me preguntó.

Le guié por el garaje hasta que el coche quedó correctamente estacionado. Nos bajamos y descubrí que mis piernas, aunque temblorosas, ya eran capaces de sostenerme.

- Si quieres, te llevo otra vez en brazos – se ofreció.

- No, gracias, Amo – me negué – Ya estoy mucho mejor.

- ¿Amo? – me interrogó.

- Ya hemos llegado a mi casa – concluí, haciéndole sonreír.

Aún con el paso vacilante, guié a Jesús hacia el ascensor. Usé la llave (no había botón en el sótano, para impedir el acceso a los maleantes) y esperamos a que llegase. Cuando las puertas se abrieron, nos metimos dentro y pulsé el botón del octavo piso, mi planta.

El ascensor arrancó y comenzamos a subir, pero se detuvo enseguida en la planta baja, porque algún otro vecino lo había llamado.

Se abrieron las puertas y nos encontramos con un quinceañero que vivía un par de plantas por debajo de mí.

- Buenas tar… - comenzó a saludar el chico, aunque la voz le murió en los labios.

Yo no entendía qué le pasaba al chaval, habitualmente muy educado, hasta que me di cuenta de que su mirada estaba clavada en mis pechos. ¡Claro! Era lógico. Excitada por los acontecimientos del día y aún insatisfecha, mis pezones seguían duros a más no poder, y al no llevar sostén, se marcaban contra mi ajustado jersey, provocando el aturrullamiento del muchacho.

Avergonzada, crucé mis brazos frente al pecho, simulando que no me había dado cuenta, pero Jesús negó silenciosamente con la cabeza, obligándome a bajarlos de nuevo.

El chico, muy colorado, se echó a un lado tras pulsar el botón del sexto, intentando no mirarme directamente, aunque se notaba sin problemas que, de reojo, no le quitaba la vista de encima a mis pezones.

El ascensor continuó su viaje, en un trayecto que se me hizo largo y corto a la vez, avergonzada y excitada al mismo tiempo.

Por fin, llegamos al sexto, las puertas se abrieron y el chico, tras balbucear una despedida, salió del ascensor atropelladamente, echándome un último vistazo, mientras sus orejas parecían estar a punto de arder de rojas que las tenía.

- ¡Eh, chico! – le llamó Jesús haciéndole que se diera la vuelta.

El corazón me volaba en el pecho. Sabía lo que se avecinaba, pues Jesús mantenía pulsado el botón de apertura de la puerta, impidiendo que se cerrara.

- ¿Quieres ver algo increíble? – le preguntó.

El chico, avergonzado, simplemente asintió.

- Enséñaselas – me susurró Jesús al oído.

Y yo obedecí sin dudarlo. Me subí el jersey manteniéndolo arriba, enseñándole al afortunado chaval mis tetas al natural.

El chico, alucinado, se quedó con la boca abierta admirando mis mamas, que estaban tan duras que los pezones hasta me dolían.

- ¿Qué te parecen? – le preguntó.

- Preciosas… - respondió el chico sin pensar.

- ¿Y esto?

Mientras pronunciaba esas palabras, Jesús me subió la falda hasta arriba, enseñándole al chico mi coñito desnudo. Al chaval, los ojos iban a salírsele de las órbitas mientras la puerta del ascensor se cerraba poniendo punto y final al espectáculo.

- ¿Ves? – me dijo Jesús – Otro beneficio sensorial. Me he puesto cachondo.

- Y, yo, Amo.

- Estupendo. Dentro de un rato solucionaremos eso. Pero antes vamos a comer, que tengo hambre.

- Claro, Amo. Le prepararé algo. ¿Qué es lo que te gusta?

- No te preocupes de eso ahora. Estás cansada y no voy a ponerte a cocinar. Tengo otras cosas en mente. Nos preparamos un par de sándwiches y ya está.

- Como quieras.

Llegamos a mi planta y entramos en mi casa. Estúpidamente, como si se tratara de un amigo que visitaba mi hogar por primera vez, me esforcé en enseñarle el piso a Jesús, mientras él fingía interés.

- Muy bonito. Lo tienes decorado con muy buen gusto.

- Me alegro de que te guste, Amo.

- Oye, no es necesario que me llames Amo cada vez que abres la boca. Es cansino. Basta con que lo hagas de vez en cuando, pero procurando hablarme siempre con respeto. Si lo haces así, no me importa que me llames por mi nombre. Esa fase ya quedó atrás.

- Va… vale… Jesús – asentí dubitativa.

- Venga, vamos a comer.

Contrariamente a lo que yo esperaba, Jesús participó activamente en la preparación del tentempié, ocupándose de cortar el embutido mientras yo preparaba las demás cosas. Cuando acabamos, recogí lo poco que habíamos ensuciado y aguardé instrucciones.

- Edurne, tengo que hacer unas llamadas. Prepara el baño con mucha espuma y espérame allí. Enseguida me reúno contigo.

- ¿Le espero en la bañera, Amo?

- No. Quiero ver cómo te desnudas. ¡Ah! Y el agua bien caliente.
 
Mmmm, no me ha gustado demasiado la deriva que ha tomado la historia.
 
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