Dominada por mi alumno

Capítulo 9: En casa:




Emocionada, corrí al baño y abrí el grifo de la bañera, deseando saber qué planes tenía Jesús en mente. Me senté en el borde y esperé, comenzando otra vez a mover frenéticamente la pierna, por el tic que tengo cuando estoy nerviosa.

Jesús tardó casi 10 minutos en aparecer y para ese entonces yo ya había tenido que vaciar la bañera y vuelto a llenarla para mantener el agua caliente al máximo. El vapor comenzaba a invadir el cuarto de baño.

- Buen trabajo – me alabó – Ahora quiero que me quites la ropa.

Como un rayo, le obedecí, quitándole el jersey y la camiseta interior, contemplando por vez primera su torso desnudo. Era musculoso, bien formado y, aun sin llegar a los extremos del culturismo, se observaba una apetitosa tableta de chocolate en la zona abdominal.

Diez días antes, no me hubiera creído que semejante cuerpazo se ocultara bajo la ropa del tímido alumno que me miraba con ojos de cordero degollado durante las clases.

Continué con los zapatos, calcetines, el pantalón. Cuando estuvo solamente con los calzoncillos puestos, un latido de excitación azotó mi vagina, pues se notaba el bulto que su morcillona polla provocaba en los bóxer. Tratando de contenerme, le bajé los calzones mientras él levantaba alternativamente los pies para permitirme librarle de ellos.

Yo trataba de no mirar directamente su bamboleante falo, pero era superior a mí y lo observaba de reojo. Comprendí cómo había debido de sentirse el chico del ascensor, mirándome de refilón los pezones, aunque en su caso, sin posibilidad de hacerse con ellos y en el mío… deseando que aquel rabo se ocupara de mí.

Lentamente, Jesús se introdujo en el baño de espuma, permitiendo que el agua caliente borrara el cansancio de la intensa mañana. Su expresión me hizo comprender que a mi Amo le gustaba bañarse, con lo que algo teníamos en común.

- En cuanto he visto esta bañera tan grande, me han entrado ganas de probarla.

- ¿Activo el hidromasaje?

- Espera un poco. Ya te avisaré. Ahora, desnúdate tú.

No había mucha ropa que quitarse y en un segundo, mi falda y el jersey estaban en el suelo, quedándome sólo con el liguero y las medias.

- Lástima de medias – me dijo Jesús – Tenían pinta de caras.

Miré hacia abajo y me di cuenta de que las medias estaban destrozadas. No me había dado ni cuenta. No era extraño, debido a que había estado mucho rato de rodillas sobre una mesa de madera, donde me habían tratado con rudeza. Me encogí de hombros, qué se le iba a hacer.

- Bueno – dije – Ya me compraré otras.

- No lo hagas hasta que yo te lo indique – me respondió enigmáticamente.

- Claro, Amo. Como ordenes.

- Venga, quítate el liguero y métete conmigo. Tienes que lavarme.

Como un rayo, le obedecí, arrojando la prenda al suelo y metiéndome en la bañera. Iba a sentarme delante de Jesús (cabíamos perfectamente, la bañera es muy grande) pero él se puso de pié, con su espléndido cuerpo cubierto espuma.

- Lávame – me indicó dándome la espalda.

Obediente. Cogí una esponja y me dediqué a limpiar su cuerpo. Le frotaba dulcemente, sin apretar, pues no veía nada sucio y mi Amo no me indicó otra cosa. Froté su espalda, sus piernas, su trasero hasta que quedó satisfecho y se volvió hacia mí.

Repetí el proceso con su pecho, sus brazos, su estómago, sus muslos… dejando lo mejor para el final.

Delicadamente, agarré su miembro y deslicé la esponja sobre él, aunque procuraba asearlo directamente con la mano desnuda, sintiendo cómo comenzaba a incrementarse su dureza.

- No puedes más, ¿eh? – me preguntó sonriendo Jesús.

- No, Amo… la necesito.

- Espera un poco… Sé obediente y pronto te la daré.

Diciendo esto se sentó de espaldas a mí, dejándome de nuevo frustrada. Comprendía que a él le gustaba jugar con mi excitación, pero si seguía así, iba a ser yo la que acabara violándole.

- Lávame el pelo… Con ese champú – me dijo señalando uno de los botes.

Me gustó que escogiera el que yo usaba. La idea de que su cabello oliera como el mío me agradaba.

Me arrodillé detrás de él para lavarle el pelo, pero entonces sucedió algo inesperado. Al agacharme, mi trasero quedó sumergido bajo el agua, con lo que el agua caliente rozó por fin mi torturado ano. Me dolió.

- ¡Ay! – me quejé dando un respingo que salpicó agua fuera de la bañera.

- ¿Qué te pasa? – me interrogó Jesús volviéndose.

- ¡Mi culo! – gemí - ¡Me duele!

En la cara de Jesús se dibujó un gesto de comprensión.

- Vaya, joder, me había olvidado. Ahora mismo tu ano está muy sensible y escocido. Debería haberte avisado de que podía dolerte el contacto con el agua caliente. Aguanta unos segundos, enseguida se te pasará.

Poco después el dolor pareció remitir, como si mi desflorado culito se acostumbrara a la temperatura del agua. Haciendo de tripas corazón, comencé a lavarle el pelo al Amo, poniendo especial cuidado en que la espuma no le llegara a los ojos.

- Buena chica – me susurró.

Cuando estuvo satisfecho, me hizo enjuagarle con la ducha de teléfono, primero la cabeza y luego, poniéndose en pié, el resto del cuerpo.

- Vacía la bañera de esta agua sucia y vuélvela a llenar.

Yo obedecí sin dudarlo, quitando el tapón y usando el chorro de la ducha para eliminar los restos de espuma de nuestros cuerpos y de la superficie de la bañera. Cuando estuvo todo limpio, volví a poner el tapón y abrí el grifo, para que, lentamente, fuera llenándose de nuevo.

Jesús, que seguía de pie, observaba mis manejos en silencio. Cuando abrí los grifos le miré en busca de nuevas órdenes. No me hizo esperar.

- Métetela en la boca – me dijo – Sácala cuando la bañera esté llena.

Un nuevo estremecimiento me recorrió al escuchar sus palabras. Con ansia, me arrodillé frente a él y engullí la todavía blanda polla, comenzando juguetear con mi lengua sobre ella.

- ¡No te he dicho que me la chupes! ¡Sólo que te la metas en la boca!

Obediente, dejé de lamerle el nabo y me limité a permanecer con él dentro de la boca, con mi nariz clavada en su ingle, mientras escuchaba el sonido del agua del grifo llenando la bañera.

Aquello bastó para que mi excitación se desbocase. El coño me latía de placer mientras el culo lo hacía de dolor, pero no me importaba, pues tenía allí a mi Amo conmigo. Y su polla crecía dentro de mi boca.

Cuando la bañera estuvo llena, Jesús me avisó y yo, con desgana, saqué su falo de entre mis labios y cerré los grifos. Jesús volvió a sentarse en el agua, mientras yo permanecía de rodillas frente a él, aguardando instrucciones.

- ¿Confías en mí, putilla? – me preguntó.

Yo no dudé al responder.

- Sí, Amo.

- Bien. Buena chica. Puedes chupármela.

Al estar sentado, su polla quedaba debajo del agua, pero yo no dudé un instante en sumergirme entre sus abiertos muslos y volver a tragarme su cada vez más enhiesto falo. Comencé a chupársela aplicando todo mi arte, mientras cerraba los ojos y aguantaba la respiración bajo el agua.

Tras treinta o cuarenta segundos de mamada, saqué la cabeza un segundo para respirar y volví a sumergirme para reanudar mi tarea. Me encantaba sentir cómo su polla iba ganando vigor gracias a mi tratamiento; se la chupaba con la boca llena de agua caliente, jugueteando con mi lengua en la punta.

Entonces la cosa cambió. Tras haber salido varias veces a respirar, me quedé sin aire una vez más e intenté volver a emerger a por más oxígeno. Sin embargo, esta vez la mano de Jesús sobre mi cabeza me impidió salir, obligándome a mantenerme bajo el agua con su verga hundida hasta la garganta.

El pánico me asaltó y luché por escapar de su garra, apoyando mis manos en su muslos y tirando hacia arriba, pero su mano se mantuvo firme manteniéndome bajo el agua.

¿Qué pretendía? ¿Matarme? ¡No podía más! ¡No me quedaba aire en los pulmones!

Entonces recordé su pregunta de antes “¿Confías en mí?” y comprendí sus intenciones.

Dejé de luchar y, haciendo un esfuerzo supremo, reanudé decididamente la mamada, a pesar de que ya veía lucecitas a causa de la falta de aire. Pocos instantes después, la mano de Jesús me liberó y me ayudó a salir del agua, donde su sonriente rostro me esperaba para besarme tiernamente en los labios.

- Buena perrita – me susurró mientras tironeaba de uno de mis pezones – Te has ganado tu recompensa.

Mientras yo boqueaba, tratando de recobrar el aliento, Jesús, muy dulcemente, hizo que me diera la vuelta, quedando a cuatro patas, arrodillada en la bañera de espaldas a él. Entonces, agarrándome por la cintura, me incorporó, haciendo que quedara sentada sobre su regazo.

Podía sentir su nabo, ya completamente duro, apretado contra mi culo, lo que me inquietó un poco, pero Jesús quería darme mi premio.

Con habilidad, levantó mis caderas y ubicó su polla a la entrada de mi vagina. Dándome una palmadita, me dio permiso para deslizarme hacia atrás y empalarme por completo en su erección.

Bastó aquello para que me corriera. La excitación de la jornada, las revelaciones experimentadas, las emociones, todo se concentró en un enorme y devastador orgasmo que azotó mi cuerpo, haciéndome salpicar agua por todas partes, mientras sentía cómo las manos de mi Amo se apoderaban de mis senos y los estrujaban con ganas.

Tras darme unos minutos para recuperarme, Jesús me obligó a comenzar a cabalgar sobre él. Dada nuestra posición, yo era la encargada de marcar el ritmo de la follada y pronto, sabedora de que al chico le gustaba bien duro, me encontré galopando desbocada sobre su verga, aullando de placer, olvidados ya el dolor de mi culo, los vecinos o la puta que los parió a todos. Todo mi mundo era mi Amo.

Me corrí nuevamente antes de que el joven alcanzara el clímax, así que éste, un poco harto de la posición, me hizo levantarme y ponerme de nuevo a cuatro patas. Colocándose a popa, Jesús volvió a clavármela desde atrás y enseguida me tuvo rendida frente a él, manteniendo a duras penas la cabeza fuera del agua, mientras se follaba sin piedad mi tierno chochito.

- ¡AAAAAAAHH! ¡MÁSSSSSS! – gemía yo - ¡ASÍ! ¡FÓLLAME!

Y por una vez, mi Amo me hizo caso.

La tercera corrida fue igual de violenta que las anteriores, por lo que ya me quedé sin fuerzas. Derrotada, me derrumbé en la bañera, con la cabeza bajo el agua, pues me daba igual hasta ahogarme allí mismo, qué mejor manera de morir que empalada en la verga de mi Amo.

Medio desmayada, sentí que la polla de Jesús entraba en erupción, desparramando su semilla en mi interior. Su semen ardía como el fuego y yo apreté los muslos tratando de retenerlo dentro, de fundirme con él.

Si no me ahogué durante esa follada fue porque Jesús tuvo la precaución de tirar de la cadena del tapón, vaciando la bañera mientras me embestía. No me había dado ni cuenta.

Finalmente y una vez vaciadas sus pelotas, Jesús se apartó de mí y salió de la bañera, dejándome desmadejada dentro.

Desde mi posición, pude percibir cómo Jesús se secaba con una toalla. Una vez seco, salió del baño y me dejó allí, con las fuerzas justas para respirar. Me pareció escucharlo hablar por teléfono, aunque no entendí nada.

Sin embargo, cuando minutos después sonó el timbre de la puerta, me desperté un poco, asustada por quien pudiera ser. Reuniendo mis últimas fuerzas, me senté en la bañera y así pude oír cómo Jesús abría la puerta e intercambiaba unas palabras con alguien. Inquieta por lo que podía estar pasando, traté de incorporarme, pero las piernas no me sostenían, así que desistí.

Instantes después, Jesús, aún completamente desnudo, regresó al cuarto de baño y me miró.

- Menudo desastre has montado aquí – me dijo mientras chapoteaba en el agua que inundaba el suelo.

- Lo… lo siento – balbuceé.

- No, si a mí me da igual. Vas a ser tú quien tenga que limpiarlo.

- Lo haré… luego.

- Sí, ya te veo. Ven aquí.

Diciendo esto, Jesús se inclinó hacia mí y, por segunda vez ese día, me encontré transportada por sus fuertes brazos.

Me llevó hasta el salón, depositándome cuidadosamente sobre el sofá, donde me acurruqué agotada.

Regresó al baño y poco después volvió con una gran toalla y mi albornoz, que había estado colgado tras la puerta.

Con delicadeza, dedicó varios minutos a secar mi cuerpo, poniendo especial cuidado en no dañar las partes de mi piel especialmente sensibles, como los pechos, la vagina y el culito. Una vez satisfecho, me colocó boca arriba sobre el sofá y se dirigió a una bolsa que había sobre una silla. Una bolsa que yo jamás había visto antes.

De su interior sacó dos botes. Uno era de la misma marca de crema anti hematomas que yo había usado en mi pecho la semana anterior, pero el otro no supe lo que era.

Con delicadeza, casi amorosamente, Jesús extendió por mi pecho una fina capa de la crema para los moratones, acariciando y masajeando mi seno con cariño. El pezón se me puso duro, no pude controlarme.

Ignorándolo, Jesús volvió a levantarme a pulso del sofá, como si yo fuera una muñeca y esta vez fue él el que se sentó, conmigo tumbada boca abajo en su regazo. Entonces, repitió el proceso sobre mis castigadas nalgas, haciendo que me estremeciera de dolor cuando rozó la zona en que me había azotado. El alivio fue inmediato.

- Gracias, Amo – susurré amándole intensamente.

- No es nada, Edurne. Te has portado muy bien y yo soy amable cuando me obedecen.

Me sentí feliz en su regazo, allí tumbada con el culo en pompa mientras se ocupaba de las contusiones que él mismo me había provocado. No tiene sentido, pero le amé.

- Esto te va a doler un poco - me susurró.

Volví a asustarme y le miré. Vi que había dejado a un lado el bote de crema y había cogido el otro. Debió leer el pánico en mirada, pues me explicó lo que pretendía.

- Esta otra crema es para tu culito. Sirve para calmarte un poco el dolor y para ayudar a cicatrizar los desgarros que hayas podido sufrir en el ano. Te escocerá un poco al principio, pero pronto notarás el alivio. ¿Confías en mí?

Vaya si confiaba.

Más tranquila, volví a darme la vuelta y le dejé a cargo de las operaciones. Aún así me mis nalgas se tensaron cuando noté que él las separaba, pero me las arreglé para relajarme y dejarle hacer.

Cuando la punta de su dedo empapado del potingue me rozó el ano, vi las estrellas y los luceros por el dolor que me sacudió. Con un supremo acto de voluntad, intenté relajarme de nuevo, dejando que Jesús me aplicara la crema.

Lo hizo con mucho cuidado, extendiéndola por la parte de fuera. Poco a poco, fue introduciendo su dedo en mi interior, llevando la crema adentro. Repitió el proceso varias veces y, cuando estaba acabando, me di cuenta de que el dolor había remitido y una refrescante sensación invadía mi culo. ¡Ni que me hubiera metido un Happydent, coño!

Cuando hubo acabado, volvió a levantarme en volandas y, tras ayudarme a ponerme el albornoz, me depositó de nuevo en el sofá.

- Jesús – le dije – Si quieres, puedes usar el albornoz de Mario. Estaba en la puerta junto a éste.

- Mario es tu novio, ¿no? – me preguntó.

- Sí, así es – respondí algo cohibida.

- No, gracias, no quiero usar nada suyo. Hay una sola cosa de ese hombre que quiero y ya es mía.

Volví a estremecerme.

- Por cierto, he puesto la calefacción. No quiero resfriarme por pasearme en pelotas por tu casa.

No respondí. Yo era suya, por lo que podía hacer en mi casa lo que le viniera en gana.
 
Capítulo 10: Felicidad:




Nos quedamos sentados, charlando, o más bien conmigo respondiendo a todas las preguntas que Jesús me hacía. Algunas eran muy personales, que cuando había perdido la virginidad (a los 15), si me había enrollado con alguna chica (no), que a qué edad me había comido mi primera polla (a los 16)… pero otras eran más coloquiales, gustos en cine, literatura, televisión… Allí me enteré de que mi Amo era aficionado al fútbol, aunque no diré de qué equipo para no provocar polémicas.

Hablamos más de una hora y poco a poco, fui recuperando fuerzas. Cuando me encontré mejor, me senté en el sofá, enfrente de mi Amo, que seguía tranquilamente desnudo. Seguimos hablando y así se enteró de que el piso me pertenecía a mí y no a Mario, pues mis padres me habían pagado la entrada cuando acabé la carrera. Que llevábamos poco más de un año viviendo juntos y que, aunque no habíamos hablado de matrimonio, pensaba que antes o después Mario querría sentar la cabeza.

De pronto, Jesús, que había echado algunas miradas al ventanal que había a mi espalda, me dijo con voz firme:

- Desabróchate el albornoz.

Yo obedecí con el corazón latiéndome en el pecho y le mostré mi cuerpo desnudo a mi Amo.

- Hay que reconocer que estás buenísima – dijo mientras se acariciaba la polla distraídamente.

- Gracias, Amo.

- Oye, ¿quién cojones es el tipo ese que nos mira desde la ventana de enfrente?

El corazón me dio un vuelco y miré hacia atrás, hacia la ventana, notando que, efectivamente, el salido de mi vecino estaba espiándome de nuevo. Sin darme cuenta, me cerré el albornoz tapando mi cuerpo, pero eso a Jesús no le gustó.

- ¿Acaso te he dicho que te tapes? – me dijo con dureza.

- Perdón, Amo – respondí soltando los bordes del albornoz y volviendo a revelar mi desnudez.

- ¿Y bien? ¿Quién es ese?

- Es un asqueroso salido que vive enfrente. Más de una vez le he visto espiándome. Por eso casi siempre tengo las cortinas echadas.

- Ya lo noté antes. Pero a mí me gustan abiertas, por eso las abrí mientras descansabas en el baño.

No me había dado cuenta.

- Por tu tono deduzco que no te gustan mucho los voyeurs – me dijo.

- No – respondí.

- ¿Y por qué?

- Son asquerosos.

- ¿Más asquerosos que una puta que le enseña las tetas a un crío? ¿Más asquerosos que una guarra que permite que le revienten el culo?

No supe qué responder.

- Pues a mí me dan pena. Son tristes reprimidos que no se ven capaces de enfrentarse a una mujer y darle lo que necesita. Perdedores.

- Es verdad.

- Pero, como te digo, me dan pena.

Ya sabía lo que iba a pasar a continuación.

- Así que vamos a darle un regalito a nuestro amigo. Ve a la ventana y quítate el albornoz.

Traté de obedecer, pero las piernas casi no me sostenían de puro agotamiento. Tambaleante, me acerqué a la ventana, pero mis temblores le restaban erotismo al asunto. Jesús lo solucionó

- Espera – me dijo – Que te vas a caer.

Con su proverbial fuerza, agarró uno de los dos sillones individuales que había en el salón y lo colocó frente al ventanal, encarado hacia la calle. Con un gesto, hizo que me quitara el albornoz y que, completamente desnuda, me sentara en el sillón para ofrecerle un espectáculo al vecino.

Por los movimientos que aprecié en la cortina de su ventana, estuve bastante segura de que el asqueroso no se estaba perdiendo detalle.

- Tócate – me ordenó Jesús.

Sin dudarlo un instante, me despatarré en el sillón, colocando una pierna en cada brazo. Así, completamente abierta hacia la ventana, recorrí mi vulva con mis dedos, que previamente había ensalivado en mi boca. Mi otra mano se dedicó a mis pechos, tironeando y pellizcando mis duros pezones.

Seguí masturbándome unos minutos, excitada más por el morbo de saberme observada que por las caricias que me estaba suministrando. Quien sí que estaba excitado era Jesús, que de pronto apareció a mi lado exhibiendo una gran erección.

- Chúpamela – me exigió.

Y yo obedecí con rapidez, recibiendo entre mis labios su durísimo nabo. En pocos segundos, me encontré chupando decididamente la polla de mi Amo, mientras mi mano se movía con frenesí entre mis piernas. Tras un rato de intensa chupada, Jesús me detuvo y me hizo levantarme del sillón para sentarse él, atrayendo a continuación mis caderas hacia su regazo, con la indudable intención de empalarme de nuevo.

Cuando quise darme cuenta, estaba de nuevo ensartada en la gorda polla de mi alumno, cabalgando frenética sobre su hombría, sacando energías de no sé dónde.

Cada vez más excitada, alcé los ojos y miré por la ventana, encontrándome con que mi vecino, abandonada cualquier precaución de voyeur, nos miraba desde la ventana mientras se masturbaba con furia.

Me dio asco pero, al mismo tiempo, me excitó enormemente. El morbo de la situación era insoportable y, cuando quise darme cuenta, un nuevo orgasmo recorrió mi cuerpo, dejándome por fin completamente derrotada y sin fuerzas.

Jesús, próximo a su propio clímax, usó mi desmadejado cuerpo a su antojo, corriéndose por fin dentro de mí.

Medio desmayada, noté cómo Jesús me llevaba a mi dormitorio en brazos y me deslizaba entre las sábanas, arropándome a continuación. Después, salió del cuarto y regresó al salón, pero ya no sé lo que hizo, pues me quedé dormida.

Cuando desperté, era ya de noche. Miré el reloj de mi mesita y comprobé que eran cerca de las once. No sabía si Jesús se habría marchado pero, al escuchar ruido en el salón, comprendí que no era así. Me alegré.

Tras ponerme una bata de mi armario, entré renqueante en el salón, encontrándome con que Jesús estaba viendo la tele con el volumen muy bajo, supongo que para no perturbar mi sueño. Seguía descolocándome la aparente ambigüedad de su comportamiento, pues tan pronto se mostraba duro e inflexible, como atento y considerado. Era un misterio para mí.

Al notar que entraba en la habitación, levantó la cabeza hacia mí y me sonrió.

- ¿Has dormido bien? – me preguntó.

Yo asentí con la cabeza.

- Me alegro. Necesitabas recuperar fuerzas. ¿Tienes hambre?

Me di cuenta de que estaba hambrienta. Fue mencionarlo él y mi estómago comenzó a hacer sonidos bastante reveladores. Jesús se rió por lo bajo y me dijo:

- Tomaré eso como un sí. Vamos. He pedido la cena y la he guardado en el horno. Te he esperado para comer.

Otra vez se mostraba considerado. Me desconcertaba.

- He pedido comida fácil de digerir y con poca fibra, pues ahora mismo es mejor… que uses poco el inodoro.

Enrojecí como una colegiala estúpida.

- Co… comprendo – balbuceé.

- Durante unos días, es posible que en ocasiones sientas que tienes que ir al baño, pero una vez sentada en la taza no harás nada. No te preocupes, es completamente normal.

- Vale.

- Y sigue usando la crema durante unos días, hasta que ya no notes molestia alguna.

- De acuerdo.

Mientras hablaba, Jesús había ido un par de veces a la cocina, colocando los recipientes con la comida en la mesa del salón, que había organizado antes. Justo entonces, me di cuenta de que ya no iba desnudo, sino que vestía una ropa distinta de la que trajo puesta. Intrigada, y confiada por lo amable que se estaba mostrando, me aventuré a preguntarle.

- Perdona, Amo. Esa no es la ropa que traías puesta, ¿verdad?

- No, no lo es. Ésta la he sacado de la bolsa en que estaban las cremas.

- ¿Y de dónde salió esa bolsa?

- Me la trajeron antes, mientras estabas en el baño.

Recordé el timbre sonando mientras yacía agotada en el fondo de la bañera. Quise saber más.

- ¿Y quién la trajo?

- Eso no te importa. Ya te enterarás si yo lo juzgo necesario. Ahora cenemos, que tengo hambre.

Como no quería cabrearle (no me veía con fuerzas de soportar otra sesión intensa con Jesús esa noche) y además tenía mucha hambre, le obedecí y me senté a la mesa, disfrutando de una agradable cena.

Conversamos un buen rato, pero esta vez logré que la conversación girara un poco más en torno a él.

Descubrí así que vivía con su padre y su madrastra, que era mucho más joven que su padre. Jesús hablaba con cierto resentimiento sobre su progenitor, lo que me indicó que la relación entre ambos no era demasiado fluida. Aunque, por lo visto, eso no importaba mucho, pues el trabajo de su padre, comercial de una gran empresa, le mantenía fuera de casa la mayor parte del tiempo.

Tras la agradable cena, recogimos los platos entre los dos y entonces me di cuenta de que era tardísimo. Preocupada, me ofrecí a acercarle a su casa, pero él me contestó con una sonrisa sardónica.

- ¿Acaso quieres que me vaya? – me dijo sonriente.

- ¡No! ¡Por supuesto que no! – respondí de inmediato.

- Pues entonces me quedo.

- ¡Estupendo! ¿Pero no tienes que avisar en casa?

- Ya lo hice antes, mientras dormías.

Me sentía feliz. Mi Amo se había dignado a pasar la noche en mi casa. Me estremecí de pensar en si tendría algún plan especial en mente, por más que no me viera con fuerzas de afrontar otra sesión con él.

Pero resultó que no era así y que su intención era simplemente descansar.

- Edurne – me dijo de pronto.

- ¿Sí?

- Habrás visto que esta tarde he sido muy amable contigo.

- Es verdad, has sido muy dulce – respondí sonriendo.

- Me alegro de que lo pienses así. Has de saber que ésta es mi forma habitual de comportarme con mis chicas, siempre y cuando ellas se porten bien y me obedezcan en todo.

- Comprendo.

- Pero eso sí, en cualquier momento puede antojárseme cualquier cosa, ordenar lo que me parezca y espero una pronta respuesta por su parte. La menor duda o vacilación puede desatar mi ira y el castigo contra quien sea.

- Lo entiendo.

- Bien. Pues ahora vamos a dormir.

- Estupendo.

Apagamos las luces de la casa y regresamos al dormitorio. Jesús se desnudó por completo y se metió bajo las sábanas. Pensé en ofrecerle un pijama de Mario, pero, recordando su comentario de por la tarde, no lo hice.

No queriendo ser más que mi Amo, me acosté también desnuda, acurrucándome junto a él. Jesús, que reposaba boca arriba, me dio unas palmaditas en el hombro, indicándome que podía recostarme en su pecho. Agradecida, así lo hice, mientras sentía que su brazo me rodeaba los hombros. Me sentí feliz.

- Mañana por la mañana, quiero el desayuno listo a las nueve y media – me dijo.

- Sin problemas – respondí mientras ponía la alarma del despertador a las 8:30.

- Y debes recoger también el desastre del baño, que está todavía patas arriba.

- Claro.

- Después, ven a levantarme, y espero que lo hagas de forma agradable, pues tengo muy mal despertar.

- De acuerdo.

- Hoy ha sido un día muy largo, pero provechoso ¿verdad?

- Ahá.

- ¿No quieres preguntarme nada? – me dijo.

Dudé un instante antes de interrogarle.

- ¿No le tienes miedo a nada?

- No te entiendo.

- Antes, con el voyeur de enfrente. Ese tío ha podido grabarnos en vídeo y buscarnos la ruina. Si se descubre que una profesora de instituto y un alumno…

- No tienes que preocuparte de ese tío en absoluto – me dijo – Confía en mí.

Me sentí tranquila, pues pude sentir cómo él sonreía en la oscuridad.

- He cumplido lo que te dije. Te has quedado satisfecha ¿verdad?

- No sabes hasta que punto – respondí, ronroneando como una gatita contra su pecho.

Estaba ya medio dormida, cuando Jesús me hizo una última pregunta.

- Por cierto, ¿tu novio no regresa mañana?

- Sí, por la tarde.

- Estupendo. Tendremos la mañana para nosotros.

Y me dormí.

…………………………..

Por la mañana estaba despierta antes de que sonara el despertador, cosa muy rara en mí, así que pude pararlo antes de que perturbara el sueño de Jesús.

Me levanté cuidadosamente y me eché la bata por encima, dirigiéndome silenciosamente al baño. Tras usar el inodoro (afortunadamente sólo para orinar, pues el ano me latía con un dolor sordo), me lavé un poco la cara y dediqué la media hora siguiente a limpiar el follón que había organizado en el suelo.

Por fortuna, esta vez el desastre había quedado limitado al cuarto de baño, así que pude arreglarlo con rapidez.

Tras acabar, y siguiendo las instrucciones recibidas, preparé el desayuno: café, leche, tostadas, zumo de naranja, jamón cocido, queso… todo lo que se me ocurrió quedó dispuesto sobre la mesa del salón, pues no sabía cuáles eran los gustos del chico.

Controlando la hora, cuando eran casi las nueve y media, regresé al cuarto, donde, dejando caer la bata, volví a quedar completamente desnuda.

Deslizándome bajo las sábanas, busqué en la penumbra la ansiada polla de mi Amo, que presentaba, divina juventud, una deliciosa erección matutina.

Sin dudarlo ni un segundo, engullí su pene con deseo, comenzando a practicarle una cadenciosa mamada, notando pronto cómo su volumen aumentaba todavía más entre mis labios.

Mi lengua bailaba sobre su carne, haciendo que mi cuerpo se estremeciera al sentir su dureza. Mis manos acariciaban sus rotundos huevos, palpándolos y sopesándolos con cariño.

Pronto noté que una mano de mi Amo se apoyaba en mi cabeza, haciéndome ajustar el ritmo de la chupada a lo que él le apetecía.

En el cuarto, bajo las sábanas, sólo se escuchaba el sonido de los chupetones que le estaba proporcionando a su verga y los quedos gemidos de placer del chico, señal inequívoca de que le estaba gustando lo que le hacía, llenándome de felicidad.

Finalmente, Jesús alcanzó el clímax y yo, sabedora de que no le gustaba mancharse de semen, lo engullí todo sin dudar, recibiendo la semilla del muchacho una vez más en la boca y tragándola sin perder un instante. Cuando hubo acabado, la agarré por la base y terminé de limpiarla con la lengua, dejándola aseada y preparada para la nueva jornada.

- Buenos días, putita – me saludó mi Amo mientras nos destapaba a ambos.

- Buenos días, Amo.

Desperezándose, me miró sonriente y me preguntó si el desayuno estaba listo.

- Por supuesto, ¿quiere desayunar en la cama?

- No, no… es mejor levantarse, que si me apoltrono aquí, luego no va a haber quien me saque.

Jesús se levantó, estirándose de nuevo voluptuosamente, permitiéndome admirar su cuerpo. Se dirigió a la puerta del dormitorio, haciéndome un gesto de que le siguiera.

Juntos, fuimos al baño, y él se paró delante del inodoro.

- Quiero mear – me dijo.

Durante un segundo, no entendí qué quería, pero enseguida la luz se hizo en mi mente y acudí rauda a su lado. Levanté la tapa del váter y, agarrando su polla, esperé unos segundos hasta que el poderoso chorro de orina surgió, encargándome yo de dirigirlo convenientemente para no salpicar nada, hasta que hubo acabado.

- ¿A qué esperas? – me dijo entonces - ¡Sacúdemela!

Sin tener una idea clara de lo que debía hacer, le sacudí el pene un par de veces, procurando que las últimas gotitas cayeran en la taza. Una vez satisfecho, Jesús salió del baño, mientras yo tiraba de la cisterna, bajaba la tapa y me lavaba las manos, pues no quería tocar el desayuno de mi Amo con las manos sucias.

Pero no hizo falta, pues, cuando llegué al salón, Jesús ya estaba sirviéndose café y tostadas y, para mi sorpresa, también me las sirvió a mí.

- ¿No quieres que te unte las tostadas ni nada? – le pregunté.

- Habrá ocasiones en que así será, pero esta mañana me siento muy bien. Tú simplemente obedece lo que te pida.

- Por supuesto, Amo – respondí.

Desayunamos en silencio, con la mirada de Jesús clavada en mi desnudez. Me agradaba sentir los ojos del chico recorriendo mi cuerpo y pronto comencé a notar que los rescoldos de la excitación comenzaban a reavivarse.

- Después tendré que salir un momento – me dijo mientras mordía una tostada.

- ¿Te acompaño?

- No, no tardaré mucho. Aprovecha para cambiar las sábanas de tu cama. No queremos que tu novio note el olor de otro macho…

- Claro.

- Y recoge toda mi ropa y la metes en la bolsa. Nos la llevaremos luego cuando me lleves a mi casa.

- ¿Es que se va, Amo? – pregunté súbitamente alterada.

- Pues claro. No voy a quedarme a vivir aquí. No tengo ganas de encontrarme con tu novio.

- ¡Ah! Es verdad – dije, dándome cuenta de que me había olvidado por completo de Mario.

- Pero antes… - dijo mirándome sonriente – Vamos a darnos una ducha. Me apetece follarte de nuevo en la bañera.

El corazón volvió a desbocárseme de alegría. ¡Menuda forma de empezar el día! Nerviosa, terminé de desayunar y esperé a que Jesús acabara, para recoger los platos con rapidez, deseando que nos metiéramos en la ducha.

Cuando todo estuvo listo, nos metimos en la bañera, donde repetimos el ritual de limpieza del día anterior, conmigo aseando el soberbio y juvenil cuerpo de mi alumno.

Esta vez no llenamos la bañera, sino que dejamos que el agua de la ducha limpiara nuestros cuerpos. De pronto, Jesús me atrajo hacia sí y me besó con intensidad, recorriendo por vez primera mi extasiada boca con su lengua.

Enseguida sentí cómo uno de sus muslos se metía entre los míos, apretándose vigorosamente contra mi entrepierna. Cuando quise darme cuenta, la excitación había hecho que me frotara como una perra contra su muslo, gimiendo y suplicando que me la metiera ya.

Bruscamente, Jesús apoyó mi espalda contra la pared y, mientras el agua de la ducha resbalaba por nuestros cuerpos, me la metió de un tirón, haciéndome ver las estrellas.

Con fuerza y poderío, comenzó a machacarme el coño a pollazos, mientras yo me abrazada a su cuello y apoyaba un pié en el borde de la bañera, para ofrecerme por completo.

Aquella máquina sexual logró hacer que me corriera dos veces antes de hacerlo él, con lo que la debilidad del día anterior retornó con intensidad. Pero Jesús no me dejó caer, sino que me sujetó con fuerza mientras descargaba los últimos culetazos en mi coño.

Cuando estuvo a punto, deslizó mi cuerpo hasta dejarme sentada en la bañera y, agarrándose el nabo, descargó una buena cantidad de leche en mi rostro, que estaba levantado hacia él, esperando recibir su cálida esencia.

Por fin satisfecho, Jesús nos enjuagó a ambos con la ducha, para a continuación, muy amablemente, ayudarme a salir y secar mi cuerpo y el suyo con la toalla.

Después, regresamos al salón, donde repetimos las operaciones del día anterior con las cremas.

Noté que el ano me dolía un poquito menos que el día anterior y así se lo hice saber.

- Estupendo. Creo que en una semana estará lo suficientemente recuperado como para ser mío. Estoy deseándolo.

Sus palabras me hicieron estremecer. Sentí miedo, al recordar el doloroso desfloramiento del día anterior, pero también deseo y expectación porque fuera esta vez Jesús quien se encargara de mi culo.

Seguimos hablando mientras se vestía, poniéndose otra muda limpia que sacó de la bolsa, que ya quedó vacía. Eso me hizo volver a preguntarme que quien la habría traído, pero no dije nada. Ya me enteraría si mi Amo lo juzgaba necesario.

- Bien, me voy – me dijo cuando estuvo vestido – Quiero que abras las cortinas de par en par y que hagas las tareas de la casa completamente desnuda.

Me estremecí al recordar al voyeur de enfrente, que, al parecer, iba a tener una nueva ración de espectáculo, pero ni se me pasó por la imaginación desobedecer.

- Claro, Amo.

Jesús se marchó y yo me dediqué a las tareas del hogar. Encendí el lavavajillas, recogí su ropa y la guardé doblada en la bolsa, cambié las sábanas, limpié un poco el polvo… todo en pelotas como me había ordenado Jesús, mientras miraba de reojo por la ventana para ver si descubría al pervertido de enfrente espiándome. He de reconocer que estaba un poquito cachonda por la morbosa situación, pero, como me encontraba muy satisfecha y mi Amo no me había dado instrucciones al respecto, no hice nada para aliviarme.

Como una hora después sonó el timbre y, tras comprobar por la mirilla que era Jesús el que llamaba, abrí la puerta.

Pero la sonrisa con que le recibí murió en mis labios cuando, tras abrir, apareció desde un lado un hombre mayor, de cincuenta y tantos, que miraba mi desnudez con los ojos desencajados.
 
Me está encantando. Estoy deseando ver como conitua.

Gracias por la historia.
 
Capítulo 11: Una caja de sorpresas:




Jesús, como si fuera lo más natural del mundo, le hizo pasar al piso y cerró la puerta. Yo miraba asustada al tipo, recordando el episodio del día anterior y pensando que volvía a verme envuelta en uno similar. Me equivocaba.

- Edurne, te presento al señor Roberto Ramírez, tu vecino de enfrente.

Entonces le reconocí. ¡Era el voyeur de enfrente! ¡El que se masturbaba mientras follábamos! Me asusté mucho.

- Si recuerdas, ayer te dije que no tenías que preocuparte por este tío ¿verdad?

- Sí – respondí yo con el corazón disparado.

- Pues verás, he ido al bloque de enfrente para localizar la casa de este señor y, tras hacerlo, hemos tenido una charla muy interesante. ¿No es cierto, señor Ramírez?

El hombre, con los ojos clavados en mi cuerpo, sólo emitió un gruñido de asentimiento, mientras literalmente me follaba con la mirada. No pude evitarlo, pero mis ojos se desviaron para constatar que se apreciaba un notable bulto en su pantalón. Me dio asco y me excitó al mismo tiempo.

- Bien, ambos hemos llegado a un acuerdo que será beneficioso para ambas partes.

¿Un acuerdo? Me temía lo peor.

- Edurne, tú, por tu parte, te comprometes a darle periódicos shows a nuestro querido vecino desde tu ventana. No es preciso que sea todos los días ni mucho menos, pero sí de vez en cuando, para darle un poco de vidilla a la existencia de nuestro amigo.

Me tranquilicé. Parecía que, de momento, mi culo estaba a salvo.

- Él, por su parte, se convertirá en tu recadero particular. Te dará su número de móvil y estará siempre a tu entera disposición siempre que lo necesites.

- ¿Recadero? – pregunté dubitativa.

- Para lo que quieras. Que te haga la compra, te haga recados, lo que se te ocurra.

- Entiendo – asentí.

- Y además, nuestro amigo Roberto, que es conductor de mercancías en el mercado central, se encargará de traerte “obsequios” de su trabajo, como esta deliciosa bolsa de manzanas que ha tenido a bien regalarnos.

Me fijé entonces en que Jesús llevaba en la mano una enorme bolsa con fruta. El susto que había pasado había hecho que no me diera cuenta de nada.

- Bien, Roberto, eso es todo – dijo Jesús abriendo de nuevo la puerta – Recuerda nuestro acuerdo y lo que puede pasar si no lo cumples.

- Sí, sí claro – dijo el tipo en voz baja, sin apartar la vista de mis tetas ni un segundo.

Sonriente, Jesús prácticamente tuvo que echarle fuera del piso, cerrando la puerta tras de él.

- ¿Y bien? – me dijo - ¿Qué te parece?

- No sé qué decir – respondí todavía nerviosa.

- Te dije que no tenías que preocuparte del voyeur. Conozco a este tipo de gente.

- Pero, Amo, ¿para qué quiero yo un recadero?

- ¿No te dije que mis putitas también obtenían beneficio? Pues ahí tienes. Tu esclavo particular.

- ¿Esclavo?

- ¡Pues claro! Ese cerdo hará cualquier cosa que le pidas y a cambio sólo tendrás que pasearte desnuda por la casa de vez en cuando y a lo sumo hacerte alguna pajita.

- Ya.

- A cambio, lo tendrás comiendo en la palma de tu mano. Y tendrás frutas y hortalizas gratis, que, con esta crisis, un ahorro es un ahorro – dijo pragmáticamente.

- Pero, ¿y si se va de la lengua?

- ¿Qué crees? ¿Que no he pensado en todo? – me reprendió.

- No, no es eso – dije compungida.

- Ayer, mientras te follaba en el sillón, grabé con el móvil a ese cerdo pajeándose en la ventana. A pesar del movimiento, me ha salido un vídeo bastante bueno, ¿quieres verlo?

- No gracias, ya lo vi en directo.

Aquello le hizo reír.

- Muy graciosa. Pues eso, he ido a su piso y le he amenazado con enseñarle el vídeo a sus hijos (tiene dos, que ya me he informado con los vecinos) y ahora le tengo en la palma de la mano. Pero, como premio por haber sido una putita buena, te lo regalo a ti, para que lo uses como te venga en gana. ¡Ni siquiera tendrás que verle si no quieres, pues hemos acordado que te dejará los obsequios delante de tu puerta!

La idea empezaba a gustarme.

- Gracias Amo.

- Buena chica – dijo él dándome unas palmaditas en la cabeza, como si yo fuera un cachorrito.

Jesús entró en la casa y echó un vistazo, comprobando que había recogido su ropa y limpiado el baño. Le seguí hasta el dormitorio y entonces, inesperadamente, se puso a registrar los cajones de mi cómoda, hasta localizar el cajón que estaba buscando.

- ¡Ah! ¡Aquí están!

El chico había localizado el cajón donde guardaba mis braguitas y el resto de la ropa interior. Sacándolo por completo del mueble, lo vació sobre la cama y parsimoniosamente, comenzó a arrojar al suelo todas las bragas y sostenes que no le satisfacían. Y por supuesto, todos los panties, prenda que no le gustaba lo más mínimo.

- Mete todo esto en una bolsa, que vamos a tirarlo.

Obediente, fui a la cocina a por una bolsa de basura y me dediqué a recoger todas mis cómodas braguitas de algodón, pues, obviamente, Jesús sólo me iba a permitir conservar los tanguitas y la lencería sexy.

- Tienes poca lencería – me dijo contemplando el género que había quedado sobre el colchón – Tendrás que comprarte más.

- A la tarde iré – respondí.

- No. Ya te avisaré yo cuando. ¿Dónde está tu maletín? – preguntó inesperadamente.

- En el salón – respondí.

- Tráelo.

Sin dudar, fui en busca del bolso y regresé, entregándoselo, sin saber para qué lo quería.

Jesús lo abrió y enseguida extrajo las bragas y el sostén que había llevado puestas el día anterior. Ya no me acordaba de que el chico las había metido allí cuando me sacó del instituto.

- Toma, esto para lavar – me dijo alargándome el sostén.

Sin embargo, se quedó con el tanga. Con él salió del dormitorio hacia el salón, para guardarlo en la bolsa junto con su ropa.

- Beneficios adicionales – me dijo misteriosamente mientras lo hacía.

No pregunté.

Después, regresamos al cuarto donde repetimos el proceso con la ropa de mi armario, aunque aquí no se mostró tan exigente y sólo me hizo librarme de una par de conjuntos bastante serios que, de todas formas, casi no me ponía.

- Por cierto – me dijo entonces – Tu móvil sigue en el maletín.

Me había olvidado. Agitada, saqué el teléfono de la cartera, encontrándome con que estaba todo pegajoso, sin duda por haber estado metido el día anterior donde nunca debe meterse un teléfono.

Poco después, Jesús me observaba divertido desde la puerta del baño mientras yo me afanaba en limpiar como podía el teléfono con alcohol.

Cuando acabé, era casi la una de la tarde; hora de llevar a mi Amo a su casa.

Me vestí con la ropa que él me indicó, un juego de lencería celeste, con liguero y medias de color claro, falda por debajo de la rodilla, camisa blanca y una chaqueta. Un conjunto sorprendentemente sobrio para lo que yo esperaba.

Una vez lista, Jesús recogió la bolsa con sus cosas, haciendo yo lo mismo con la que contenía toda la ropa de la que debía librarme y salimos, tomando a continuación el ascensor. Hice girar la llave para poder acceder al sótano y el elevador se puso en marcha.

Me acordé entonces del episodio del día anterior, en el que suministré a mi vecinito del sexto material para pajearse durante una buena temporada. Jesús, como si me leyera el pensamiento, me interrogó al respecto:

- Te estabas acordando del chaval de ayer, ¿verdad? – susurró.

- Sí.

- ¿Te pone cachonda?

Debía admitir que así era.

- Sí – repetí.

- Bien, buena chica. Me gusta que seas sincera – hizo una pausa – Se me ocurre una cosa…

Me estremecí.

- De ahora en adelante… cada vez que coincidas a solas con el chico… le harás… un regalito.

- ¿Qué clase de regalito?

- Lo dejo a tu elección. Pero no te pases.

- De acuerdo Amo – respondí mucho más excitada por la idea de lo que estaba dispuesta a admitir.

- Y después, cuando estés conmigo, me lo cuentas con todo lujo de detalles. Ya sabes que esas cosas me ponen – me susurró al oído mientras me acariciaba el culo con la mano.

Llegamos al garaje y enseguida estuvimos a bordo de mi coche, con las bolsas de ropa en el asiento trasero. Conduje mientras charlábamos amigablemente, por una vez, de temas relacionados con el colegio. Me enteré de que Jesús deseaba ser maestro, lo que hizo que me echara a temblar al pensar en el futuro que esperaba a sus alumnas.

Pronto llegamos a su casa, pero, en vez de bajarse, Jesús me hizo estacionar el coche, indicándome que bajara.

Nerviosa, obedecí, presintiendo que la jornada con mi Amo no había terminado todavía para mí.

- Tu novio no regresa hasta la tarde, ¿verdad? – me preguntó.

- Sí, así es – asentí.

- Bien.

Y me condujo hasta el portal de su edificio, aunque antes aprovechamos para echar la bolsa con mi ropa en un contenedor de beneficencia que había por allí cerca.

Tomamos el ascensor y subimos a su piso, encontrándonos pronto en su casa. Me sentía nerviosa mientras miraba a mi alrededor, estúpidamente sorprendida de lo normal que parecía todo. No sé qué esperaba, una mazmorra con látigos y cadenas o algo así.

De repente, escuché pasos en la habitación de al lado y una voz femenina preguntó:

- Jesús, ¿eres tú?

Se abrió una puerta y entró en la estancia la que supuse era la madrastra de mi Amo. Era sorprendentemente joven, a ojo le calculé poco más de los treinta y he de reconocer que realmente bonita. Rubia, ojos claros, vestida con sobriedad, con falda ajustada por debajo de las rodillas y un suéter de algodón de color negro, que dibujaba sus sensuales formas.

Sentí un ramalazo de celos cuando Jesús se adelantó para saludarla, dándole un beso en la mejilla, sobre todo cuando noté que los ojos de la mujer estaban clavados en mí.

- ¡Oh! – dijo con voz suave – Tenemos una invitada.

- Sí. Señorita Sánchez, le presento a Esther, mi madrastra.

- Encantada.

- Esther, esta es mi profesora del instituto, la señorita Sánchez.

- Por favor, llámeme Edurne – dije adelantándome para estrecharle la mano.

Mientras lo hacía, noté que, de pronto, la mano de Esther se ponía tensa y pude ver cómo sus pupilas se dilataban por la sorpresa. En ese instante no supe lo que le pasaba, pero la mujer pronto se recuperó y me dedicó una encantadora sonrisa.

- ¡Oh! ¿Y qué haces con tu profesora en sábado? – preguntó la mujer.

- Ya te he hablado de esta maestra – respondió Jesús – Es la que me cateó el primer trimestre. Pero ha sido muy amable y me está dando unas clases de “refuerzo”.

Me estaba poniendo nerviosa otra vez.

- Como agradecimiento, la he invitado a comer. No hay problema, ¿verdad Esther?

Más por la fuerza de la costumbre que por otra cosa, intenté protestar por la inesperada invitación, pero una mirada de Jesús bastó para que la queja muriera en mis labios.

- No, no… por supuesto que no es molestia – dijo Esther con voz dubitativa – Será un placer que almuerce con nosotros. Además, así podrá contarme qué tal va mi chico este trimestre y si cree usted que va recuperar la asignatura.

- ¡Oh, encantada! Seguro que la aprueba sin problemas. De hecho está haciendo méritos más que suficientes para el sobresaliente – respondí juguetona, haciendo sonreír a Jesús.

- Ven por aquí, Edurne. Quiero enseñarte donde estudio. Por cierto, Esther, ¿le queda mucho a la comida?

- Como una media hora.

- Avísanos.

- Claro.

Tomándome de la mano, me condujo fuera del salón, llevándome a su dormitorio. Era bastante normal, propio de un chico de su edad, abarrotado de libros, discos y videojuegos.

Haciéndome un gesto, Jesús me indicó que me sentara en la cama. Él, por su parte, se ubicó ante su escritorio, encendiendo el ordenador.

Cuando estuvo arrancado, enchufó su móvil y procedió a descargar todos los archivos recopilados el día anterior. Mientras se realizaba la descarga, Jesús se dio una palmaditas en el regazo, indicándome que quería que me sentara allí.

Obediente, pero un poco nerviosa por si su madrastra nos pillaba, me senté encima suyo, apoyando mi culito en uno de sus muslos. Para entretenerse, Jesús me acarició un seno con aire distraído, mientras se completaba la transferencia de archivos.

Cuando hubo terminado, desenchufó el teléfono y ejecutó algunos de los ficheros, para que yo viese su contenido. El primero resultó ser el vídeo de mi vecino el pajillero, lo que hizo reír a Jesús al ver la cara que yo ponía, pero los demás eran fotos mías.

Así pude contemplarme en la pantalla de su ordenador desnuda con las bolas chinas en el culo, con el dolor dibujado en la cara mientras el director me sodomizaba, en pelotas sobre el sofá de mi casa o medio desmayada en el fondo de mi bañera. Ni siquiera me había enterado de cuando me hizo la mayor parte de ellas.

- Ya las ordenaré luego – dijo mientras me daba unas palmaditas en el culo para hacerme levantar.

Un poco remolona, me levanté de su regazo y le seguí fuera del dormitorio. Fuimos a la cocina, donde Esther se afanaba entre los fogones.

Por cortesía, me ofrecí a echarle una mano y Esther, un poco agobiada, me pidió que pusiera la mesa. Acepté sin problemas, aunque me extrañó un poco que no le ordenase a su hijastro que me ayudara a ponerla.

Mientras preparábamos el almuerzo, Jesús se retrepó en el sofá encendiendo la tele para ver un programa deportivo que hablaba de los partidos que se celebrarían por la tarde.

Cuando todo estuvo listo, avisamos a Jesús, que se sentó a la mesa con nosotras, mientras yo me quitaba la chaqueta y la colgaba en el respaldo de la silla. Nos pusimos a comer, teniendo un almuerzo bastante agradable. Esther resultó ser una mujer moderna y culta, y descubrimos que teníamos bastantes cosas en común, lo que no era de extrañar pues sólo nos llevábamos 4 años, pues ella tenía 30.

Me interrogó sobre el suspenso de Jesús, pero yo la tranquilicé asegurándole que estaba tomándose mucho más en serio la asignatura y que, de hecho, había sacado muy buena nota en el examen de recuperación (aunque, en realidad todavía no los había corregido, mi idea era ponerle un sobresaliente a Jesús). Justo entonces, Jesús nos interrumpió.

- Esther. El almuerzo estaba delicioso. Hoy te has superado.

Esther, que estaba hablando en ese momento, se calló bruscamente, mirando nerviosa a su hijastro. Yo, un poco despistada, me apresuré a alabar la categoría de la cocina de la mujer, pero ella ni siquiera me escuchó, mirando fijamente al chico.

- Te has ganado un buen premio. Puedes tomártelo.

- Gracias, Amo – respondió Esther haciendo que me quedara estupefacta.
 
Que gran telaraña ha ido formando Jesús alrededor de Edurne, está estableciendo un férreo e inteligente control a su vida, su nueva vida.

La señorita Sánchez, una joven de 26 años, exigente profesora de secundaria, fiel pareja de un joven piloto comercial, en menos de una semana se ha transformado, en una incipiente y sumisa escort, dispuesta a satisfacer a cualquier costo familiar, social o laboral, todos los deseos que antojan a su proxeneta alumno de 17 años.

Sí, lo leyó bien.
 
Capítulo 12: Compartir:




Deslizándose de su silla, Esther se metió bajo la mesa y en pocos segundos escuché el característico sonido de una cremallera al bajarse.

Todavía en shock, me quedé con la boca abierta mirando el sonriente rostro de Jesús, que me observaba divertido. Cuando por fin reaccioné, me incliné bajo la mesa, encontrándome con la escena que ya esperaba: Esther estaba arrodillada entre las piernas de su hijo y le estaba comiendo la polla con una pasión y un deseo tales que volvieron a despertar mis celos.

- Edurne, guapa – me dijo Jesús haciéndome sacar la cabeza de bajo la mesa – Me apetece un flan de postre. Ve a la nevera a por uno.

Como un autómata y sin acabar de creerme lo que estaba pasando, fui a la cocina a por el flan y una cucharilla. Regresé al salón y se los entregué a mi alumno, mientras escuchaba de fondo los jadeos y chupetones que venían de debajo de la mesa.

- Buena chica – me dijo Jesús - ¿Tú también quieres tu premio?

Estaba cachonda perdida. Por supuesto que lo quería, así que asentí con la cabeza.

- Pues adelante, compartidlo como buenas hermanas.

En un segundo, estuve codo con codo con Esther bajo la mesa, disputando por el duro falo del chico que nos había cambiado la vida a ambas. Mirándonos a los ojos, descubrimos la una en la otra idéntico brillo de adoración, esclavas sumisas de aquella polla y de lo que ésta deseara.

Yo jamás había hecho un trío, por lo que no sabía muy bien cómo practicar una mamada a dúo, pero la lengua de Esther, que se enlazaba con la mía, me fue mostrando el camino, elaborando una complicada danza de lenguas con el enhiesto rabo de Jesús atrapado en medio.

En un momento dado, Esther, guiñándome un ojo, deslizó sus labios hacia abajo y empezó a chupetearle las pelotas al chico, absorbiéndolas por completo entre sus labios. Agradecida, no desaproveché la oportunidad que se me brindaba y me apoderé de la polla, hundiéndome un buen trozo en la garganta.

En ese preciso momento, mi móvil se puso a sonar en mi chaqueta, que seguía colgada en la silla. Nerviosa, no supe qué hacer y pensé en salir de debajo de la mesa para colgar rápidamente, pero Jesús, estirando el brazo, sacó el teléfono y, tras mirarlo, me lo pasó y me indicó que contestara.

El corazón me dio un vuelco cuando comprobé que era Mario quien llamaba. Haciendo de tripas corazón y nerviosísima, pulsé el botón verde, contestando la llamada de mi novio.

- Hola cariño – dije titubeante mientras veía por el rabillo del ojo cómo Esther seguía chupando polla.

- ¿Se puede saber dónde estás? – me dijo Mario.

- Pues… - dudé sin saber qué decir.

- Miéntele – oí que me susurraba Jesús.

- Estoy… comiendo con una amiga – dije mientras miraba a Esther comiendo de verdad.

- ¡Vaya! ¡Y yo que había pensado darte una sorpresa llegando antes de tiempo! – dijo él.

La sorpresa te la hubieras llevado tú si hubieras llegado todavía más temprano.

- Lo siento cariño – respondí – No te esperaba hasta la tarde. Y he quedado para almorzar con Esther.

Mientras decía esto, la mano de Jesús se posó en mi cabeza y me atrajo de nuevo hacia su polla. Entendiendo sus deseos, volvía a lamérsela y chupársela mientras conversaba con el cornudo de mi novio.

- ¿Esther? – dijo Mario – No la conozco.

- Egh que haghcia muchof que no la feiiaff – le respondí como pude con la polla de Jesús entre los labios.

- ¿Cómo dices?

- Que hacía mucho que no la veía. Es compañera de la universidad – repetí sacándome el nabo de la boca un segundo.

Mientras, Esther, sin dejar de chupar, se reía a mi lado. Divertida, le di un codazo amistoso en el costado.

- ¿Quieres saludarla? – se me ocurrió decirle – ¡Esther, saluda a Mario! – exclamé acercándole el móvil.

- ¡Hofa, Maddio! – exclamó Esther con entusiasmo, con uno de los huevos de su hijo en la boca.

- Ho… hola – respondió mi novio - ¿Tenéis poca cobertura? No os entiendo bien.

- Sí – respondió Esther riendo – Ahora mismo estamos bajo techo y tampoco te escuchamos bien.

- Oye, pues encantado. A ver cuando nos conocemos.

- Cuando quieras – respondió Esther con aplomo – Podríamos quedar para comer un día de estos. Podríamos venir a este restaurante, ¡tienen unas salchichas estupendas!

- ¡Es verdad! – asentí riendo, volviendo a ocuparme de la salchicha.

- Bueno, pásatelo bien, cariño. Yo te espero en casa. Voy a darme una ducha y a echar una siesta…

- Falef, cadiño – respondí concentrada de nuevo en mi tarea.

- Adiof, Maddio – añadió Esther jovialmente.

- Hasta luego.

Y se cortó la comunicación, permitiéndonos volver a centrarnos en lo que nos interesaba.

- Menudo par de putas estáis hechas. Pobre hombre – oí que decía Jesús.

Me sorprendí. Era verdad. Apenas una semana antes, Mario era lo más importante para mí, todo mi mundo, y ahora estaba burlándome de él, conversando tranquilamente por teléfono mientras le comía la polla a uno de mis alumnos. Me dio exactamente igual.

Seguimos con la mamada un buen rato, hasta que nuestro Amo notó que se aproximaba su corrida. Apartando las silla, se puso en pié ante nosotras que esperábamos su bautismo arrodilladas frente a él.

- Enseñadme las tetas – nos ordenó.

Y ambas obedecimos con presteza, subiéndonos la ropa y apartando los sostenes, con lo que pude constatar, con cierto orgullo, que mis senos eran algo más grandes que los de mi compañera de viaje.

Pronto ambas estuvimos empapadas de los lechazos que Jesús nos propinaba, haciendo que la piel nos ardiera al sentir su calor. Esther, más conocedora de los gustos del Amo, usó sus manos para extenderse la corrida por el pecho, mientras se relamía de gusto con expresión lujuriosa. Yo, deseosa de complacer, la imité enseguida, quedando las dos embadurnadas de semen.

- Buenas zorritas – nos dijo Jesús sonriente.

- Gracias, Amo – respondimos las dos al unísono.

- Bueno, ahora recogedlo todo, que vamos a asearnos.

Debía reconocer que aquel chico sería muchas cosas, pero desde luego limpio sí que lo era. Aprovechaba la mínima ocasión para ducharse.

Mientras él volvía a su sofá, Esther y yo recogimos la mesa. Ella seguía con el jersey subido y las tetas al aire, pero a mí se me había desenrollado la camisa, cubriéndolas.

- Ábrete la camisa – me susurró mientras recogíamos.

- ¿Por?

- Él no te ha ordenado que te las tapes. No le gusta que nos vistamos si él no lo dice.

Agradecida por el consejo, desabotoné por completo mi camisa, dejando los faldones colgando y mis tetas al aire.

- Bonito colgante – me dijo Esther apuntando con la barbilla a mi corazón de acero.

- Gracias – respondí – ¿Tú no tienes el tuyo?

- Claro que lo tengo. Como todas – respondió con sonrisa enigmática.

Cuando hubimos acabado, nos reunimos con Jesús y entramos en el baño.

En la bañera repetimos la secuencia del aseo del Amo, pero esta vez con una chica a cada lado, ocupándome yo del frente y ella de la espalda. Pronto observé que Esther no usaba sólo la esponja para asear a Jesús, sino que, usando sus propios senos, los deslizaba jabonosos sobre la piel del muchacho, acariciándole con cuidado con sus duros pezones.

Tomando buena nota del sistema, volví a imitarla, y pronto Jesús se encontró rodeado de cuatro tetas, que le acariciaban y se deslizaban por su piel.

Cuando estuvimos limpios, salimos de la bañera y nos secamos, permaneciendo nosotras unos instantes más limpiando el baño.

Esther, tras acabar, me condujo su propio dormitorio, donde ya nos esperaba Jesús, desnudo sobre la cama y con la polla bastante morcillona por el lavado que acabábamos de propinarle. Nos quedamos de pié, desnudas junto a la cama, esperando que el chico expresara sus deseos.

- Besaos – nos ordenó.

Nunca antes había besado a una chica (exceptuando un rato antes, cuando teníamos una polla entre nuestras bocas), pero no dudé un instante en hacerlo. La excitación flotaba en el aire y aquella atmósfera cargada de sexo hacía que olvidara las pocas inhibiciones que pudieran quedarme… si es que me quedaba alguna.

Nuestras lenguas bailaron la una con la otra de nuevo y pronto me encontré con la de Esther metida en mi boca, recorriéndola hasta el último rincón.

- Frotaos las tetas.

Agarré mis senos con las manos y los hice frotarse con los de Esther, que sujetaba los suyos de igual modo. Noté que mis pezones se endurecían y podía percibir que los de Esther también hubieran podido cortar el cristal.

Tras unos minutos de morreo, Jesús dio unas palmaditas en la cama, haciendo que nos tumbáramos en el colchón junto a él. Mientras me acercaba, pude constatar con alegría que su polla había recuperado completamente su vigor y nos contemplaba orgullosa.

- Haced el 69. Pero no vayas a tocarle el culo, Esther, que lo tiene recién estrenado

Madre mía. Iba a comerme mi primer coño. Estaba un poco inquieta.

Me tumbé boca arriba y Esther se colocó sobre mí, colocando su bien depilada rajita al alcance de mis labios. La tenía muy cerradita, pues era chica de coño estrecho, así que yo, un poco titubeante, separé sus labios vaginales, encontrándome con una buena sorpresa.

- ¡OH! – exclamé sin poder contenerme.

Entonces el rostro de Jesús apareció junto a mí y me susurró al oído.

- Ya lo has visto, ¿verdad putita?

Asentí vigorosamente con la cabeza, mientras mis ojos seguían clavados en el pequeñito corazón metálico que la madrastra llevaba como piercing en el clítoris.

- Aprendiz de esclava – me dijo Jesús – Te presento a mi esclava número uno. Ella fue la primera ¿no querías saber quién era?

- Sí.

- Desde los catorce años me estoy follando a la puta de mi madrastra. Aliviando su frustración porque el imbécil de mi padre no sabe satisfacerla…

Ahora lo entendía todo.

- Bueno, pues ya que sois buenas amigas… dale un besito.

Con cuidado y un poco temerosa, mis labios se apoderaron del diminuto dije en forma de corazón y lo absorbieron, tirando suavemente de él, provocando que el cuerpo femenino se estremeciera sobre el mío.

Esther, agradecida, hundió su cara entre mis muslos y enseguida noté cómo su lengua se abría paso en mi coño con habilidad. Un ramalazo de placer azotó mi cuerpo y decidí darle las gracias a la chica de la forma apropiada.

Nos dedicamos a comernos el coño mutuamente durante un buen rato; Esther, con más práctica en estas lides, enseguida penetró mi coñito con dos dedos, masturbándome dulcemente mientras me lamía y chupaba por todas partes. Yo, por mi parte, aprendía rápido, pues me bastaba con aplicarle el tratamiento que me gustaba que me aplicaran a mí, aunque entreteniéndome especialmente a juguetear con el pequeño colgante, lo que provocaba continuos espasmos de placer en el cuerpo de la chica.

De pronto, noté que la cama se agitaba, pues Jesús se estaba moviendo encima del colchón. Se situó detrás de Esther, con sus rodillas a los lados de mi cabeza y comprendí que su intención era follarse a su madrastra desde atrás.

Deseosa de ayudarle, le agarré la verga y la coloqué en posición, provocándole a Jesús un gruñido de placer. De un solo viaje, se la clavó hasta el fondo, mientras yo contemplaba atónita, desde primerísima fila, cómo la polla de Jesús se hundía una y otra vez en el chorreante coño de la mujer.

Extasiada por el placer, Esther redobló sus esfuerzos en mi coño, pajeándome con velocidad y con su legua moviéndose por todas partes. Deseando devolver el placer recibido, estiré la lengua para poder chupar los labios vaginales de la chica y el nabo de mi Amo a medida que se lo enterraba una y otra vez.

Por fin, me alcanzó el orgasmo, obligándome a apretar los muslos, atrapando en medio la cabeza de Esther, a la que no le importó, pues continuó chupando y bebiendo todo lo que surgía de mi coño.

De repente, Jesús se la sacó de golpe del coño, sorprendiéndome. Agarrándosela firmemente, la situó a la entrada del culito de la chica y se la clavó hasta los huevos, mientras yo lo miraba alucinada en primer plano.

- Pronto ésa seré yo – pensé mientras veía cómo la verga de Jesús se enterraba en el culo de su madrastra.

En cuanto la enculó, Esther, se corrió como una burra, derrumbándose sobre mi cuerpo. Mientras, yo le daba besitos y lametoncitos en sus labios vaginales, notando perfectamente cómo se estremecían y temblaban por los estertores del orgasmo.

Tras bombearla unos minutos, Jesús se la sacó del culo y se bajó de la cama, rodeándola hasta quedar a mis pies.

- Quiero acabar en tu coño – me dijo, llenándome de felicidad.

Con cierta rudeza, Jesús me quitó de encima el exangüe cuerpo de Esther, que quedó desmadejado sobre el colchón. Agarrándome por las caderas, me levantó el culo del colchón y, de rodillas, me la clavó de un viaje. A pesar de estar empapada, vi las estrellas por el zurriagazo que me endiñó, pero no me importó pues sentía que se aproximaba un nuevo orgasmo como una ola devastadora.

Nos corrimos casi al unísono, lo que me llenó de ilusión, mientras sentía cómo la leche de mi Amo volvía a derramarse en mi seno, llenándome por completo. El éxtasis.

Tardé un buen rato en recuperar las fuerzas para levantarme de aquella cama. Jesús no estaba en el cuarto y nos había dejado allí a las dos, desmayadas, descansando un rato.

Sentí un poco de frío, pero no me atreví a vestirme sin permiso de Jesús, así que me reuní con él en el salón completamente desnuda. Él estaba tumbado, leyendo un libro, también en pelotas, aunque la temperatura en el salón era más agradable, supongo que por la calefacción.

- Siento que tengas que irte - me dijo apartando la mirada de su libro.

- Yo también lo siento. Si quieres, me quedo.

- ¿Y tu novio?

- Me da igual – respondí.

- ¿Le quieres?

- Sí. Pero no tanto como a ti.

- Si te lo ordeno, ¿cortarías con él?

Un pequeño aguijonazo de pena me sacudió. Pero no dudé.

- Ahora mismo si hace falta – respondí con firmeza.

- Buena perrita – me dijo sonriente – Creo que ya estás lista para convertirte en esclava.

Una sonrisa radiante se dibujó en mi cara. Me sentía feliz y emocionada.

- ¿Estás segura de que quieres hacerlo? – me preguntó.

- Segurísima.

- Bien, entonces está decidido. La semana que viene iremos a que te marquen.

Aunque no se explicó, entendí perfectamente a qué se refería.

- ¿Dónde lo quieres? – me preguntó.

- ¿Cómo?

- El piercing. Puedes llevarlo en el clítoris, en los labios vaginales o en un pezón…

Me lo pensé unos segundos hasta que se me ocurrió una idea.

- ¿Y qué tal un tatuaje? – le pregunté.

- ¿Un tatuaje?

- Sí. Un piercing se puede quitar, pero un tatuaje es mucho más difícil. Demostraría que soy tuya para siempre.

Jesús sonrió. La idea le gustaba.

- ¿Y dónde te lo harías?

- Donde tú quieras.

- Me gustan en la base de la espalda, un poco por encima del culo.

- Perfecto. Además, así podré seguir llevando este bonito colgante – dije acariciándolo.

- Me parece bien.

Sonriente, me incliné y le besé suavemente en los labios.

- Creo que ha llegado la hora de irte. Se hace tarde.

- De acuerdo – asentí con tristeza.

Recuperé mis ropas y me vestí, comprobando que Esther seguía dormida. Regresé al salón a despedirme, pero Jesús aún tenía otra orden.

- Tus bragas – dámelas.

Con torpeza, me libré del tanga y lo saqué de bajo la falda, entregándoselo. Él, las olió profundamente, haciendo que me sorprendiera bastante al descubrir que Jesús, que disponía de mujeres a su antojo, tuviera un fetiche como ese.

- Bien – dijo entonces – Huelen a hembra cachonda.

Vaya si debían de oler a eso.

Volví a besarle y le dije adiós, pidiéndole que me despidiera de Esther.

Me marché con el corazón rebosante de alegría, satisfecha y con una sonrisa de felicidad en el rostro.

Conduje hasta casa y me reuní con Mario, que me esperaba muy solito, el pobre.

Cenamos e hicimos el amor, con la luz apagada, no fuera a ser que notase las marcas que tenía por todo el cuerpo.

Creo que quedó un poco insatisfecho, pues esperaba una nueva sesión con la tigresa de días atrás. Pero yo no tenía ganas.

El domingo se presentaba aburrido, pues pensaba que no volvería ver a Jesús hasta el lunes.

Craso error.
 
Capítulo 12: Compartir:




Deslizándose de su silla, Esther se metió bajo la mesa y en pocos segundos escuché el característico sonido de una cremallera al bajarse.

Todavía en shock, me quedé con la boca abierta mirando el sonriente rostro de Jesús, que me observaba divertido. Cuando por fin reaccioné, me incliné bajo la mesa, encontrándome con la escena que ya esperaba: Esther estaba arrodillada entre las piernas de su hijo y le estaba comiendo la polla con una pasión y un deseo tales que volvieron a despertar mis celos.

- Edurne, guapa – me dijo Jesús haciéndome sacar la cabeza de bajo la mesa – Me apetece un flan de postre. Ve a la nevera a por uno.

Como un autómata y sin acabar de creerme lo que estaba pasando, fui a la cocina a por el flan y una cucharilla. Regresé al salón y se los entregué a mi alumno, mientras escuchaba de fondo los jadeos y chupetones que venían de debajo de la mesa.

- Buena chica – me dijo Jesús - ¿Tú también quieres tu premio?

Estaba cachonda perdida. Por supuesto que lo quería, así que asentí con la cabeza.

- Pues adelante, compartidlo como buenas hermanas.

En un segundo, estuve codo con codo con Esther bajo la mesa, disputando por el duro falo del chico que nos había cambiado la vida a ambas. Mirándonos a los ojos, descubrimos la una en la otra idéntico brillo de adoración, esclavas sumisas de aquella polla y de lo que ésta deseara.

Yo jamás había hecho un trío, por lo que no sabía muy bien cómo practicar una mamada a dúo, pero la lengua de Esther, que se enlazaba con la mía, me fue mostrando el camino, elaborando una complicada danza de lenguas con el enhiesto rabo de Jesús atrapado en medio.

En un momento dado, Esther, guiñándome un ojo, deslizó sus labios hacia abajo y empezó a chupetearle las pelotas al chico, absorbiéndolas por completo entre sus labios. Agradecida, no desaproveché la oportunidad que se me brindaba y me apoderé de la polla, hundiéndome un buen trozo en la garganta.

En ese preciso momento, mi móvil se puso a sonar en mi chaqueta, que seguía colgada en la silla. Nerviosa, no supe qué hacer y pensé en salir de debajo de la mesa para colgar rápidamente, pero Jesús, estirando el brazo, sacó el teléfono y, tras mirarlo, me lo pasó y me indicó que contestara.

El corazón me dio un vuelco cuando comprobé que era Mario quien llamaba. Haciendo de tripas corazón y nerviosísima, pulsé el botón verde, contestando la llamada de mi novio.

- Hola cariño – dije titubeante mientras veía por el rabillo del ojo cómo Esther seguía chupando polla.

- ¿Se puede saber dónde estás? – me dijo Mario.

- Pues… - dudé sin saber qué decir.

- Miéntele – oí que me susurraba Jesús.

- Estoy… comiendo con una amiga – dije mientras miraba a Esther comiendo de verdad.

- ¡Vaya! ¡Y yo que había pensado darte una sorpresa llegando antes de tiempo! – dijo él.

La sorpresa te la hubieras llevado tú si hubieras llegado todavía más temprano.

- Lo siento cariño – respondí – No te esperaba hasta la tarde. Y he quedado para almorzar con Esther.

Mientras decía esto, la mano de Jesús se posó en mi cabeza y me atrajo de nuevo hacia su polla. Entendiendo sus deseos, volvía a lamérsela y chupársela mientras conversaba con el cornudo de mi novio.

- ¿Esther? – dijo Mario – No la conozco.

- Egh que haghcia muchof que no la feiiaff – le respondí como pude con la polla de Jesús entre los labios.

- ¿Cómo dices?

- Que hacía mucho que no la veía. Es compañera de la universidad – repetí sacándome el nabo de la boca un segundo.

Mientras, Esther, sin dejar de chupar, se reía a mi lado. Divertida, le di un codazo amistoso en el costado.

- ¿Quieres saludarla? – se me ocurrió decirle – ¡Esther, saluda a Mario! – exclamé acercándole el móvil.

- ¡Hofa, Maddio! – exclamó Esther con entusiasmo, con uno de los huevos de su hijo en la boca.

- Ho… hola – respondió mi novio - ¿Tenéis poca cobertura? No os entiendo bien.

- Sí – respondió Esther riendo – Ahora mismo estamos bajo techo y tampoco te escuchamos bien.

- Oye, pues encantado. A ver cuando nos conocemos.

- Cuando quieras – respondió Esther con aplomo – Podríamos quedar para comer un día de estos. Podríamos venir a este restaurante, ¡tienen unas salchichas estupendas!

- ¡Es verdad! – asentí riendo, volviendo a ocuparme de la salchicha.

- Bueno, pásatelo bien, cariño. Yo te espero en casa. Voy a darme una ducha y a echar una siesta…

- Falef, cadiño – respondí concentrada de nuevo en mi tarea.

- Adiof, Maddio – añadió Esther jovialmente.

- Hasta luego.

Y se cortó la comunicación, permitiéndonos volver a centrarnos en lo que nos interesaba.

- Menudo par de putas estáis hechas. Pobre hombre – oí que decía Jesús.

Me sorprendí. Era verdad. Apenas una semana antes, Mario era lo más importante para mí, todo mi mundo, y ahora estaba burlándome de él, conversando tranquilamente por teléfono mientras le comía la polla a uno de mis alumnos. Me dio exactamente igual.

Seguimos con la mamada un buen rato, hasta que nuestro Amo notó que se aproximaba su corrida. Apartando las silla, se puso en pié ante nosotras que esperábamos su bautismo arrodilladas frente a él.

- Enseñadme las tetas – nos ordenó.

Y ambas obedecimos con presteza, subiéndonos la ropa y apartando los sostenes, con lo que pude constatar, con cierto orgullo, que mis senos eran algo más grandes que los de mi compañera de viaje.

Pronto ambas estuvimos empapadas de los lechazos que Jesús nos propinaba, haciendo que la piel nos ardiera al sentir su calor. Esther, más conocedora de los gustos del Amo, usó sus manos para extenderse la corrida por el pecho, mientras se relamía de gusto con expresión lujuriosa. Yo, deseosa de complacer, la imité enseguida, quedando las dos embadurnadas de semen.

- Buenas zorritas – nos dijo Jesús sonriente.

- Gracias, Amo – respondimos las dos al unísono.

- Bueno, ahora recogedlo todo, que vamos a asearnos.

Debía reconocer que aquel chico sería muchas cosas, pero desde luego limpio sí que lo era. Aprovechaba la mínima ocasión para ducharse.

Mientras él volvía a su sofá, Esther y yo recogimos la mesa. Ella seguía con el jersey subido y las tetas al aire, pero a mí se me había desenrollado la camisa, cubriéndolas.

- Ábrete la camisa – me susurró mientras recogíamos.

- ¿Por?

- Él no te ha ordenado que te las tapes. No le gusta que nos vistamos si él no lo dice.

Agradecida por el consejo, desabotoné por completo mi camisa, dejando los faldones colgando y mis tetas al aire.

- Bonito colgante – me dijo Esther apuntando con la barbilla a mi corazón de acero.

- Gracias – respondí – ¿Tú no tienes el tuyo?

- Claro que lo tengo. Como todas – respondió con sonrisa enigmática.

Cuando hubimos acabado, nos reunimos con Jesús y entramos en el baño.

En la bañera repetimos la secuencia del aseo del Amo, pero esta vez con una chica a cada lado, ocupándome yo del frente y ella de la espalda. Pronto observé que Esther no usaba sólo la esponja para asear a Jesús, sino que, usando sus propios senos, los deslizaba jabonosos sobre la piel del muchacho, acariciándole con cuidado con sus duros pezones.

Tomando buena nota del sistema, volví a imitarla, y pronto Jesús se encontró rodeado de cuatro tetas, que le acariciaban y se deslizaban por su piel.

Cuando estuvimos limpios, salimos de la bañera y nos secamos, permaneciendo nosotras unos instantes más limpiando el baño.

Esther, tras acabar, me condujo su propio dormitorio, donde ya nos esperaba Jesús, desnudo sobre la cama y con la polla bastante morcillona por el lavado que acabábamos de propinarle. Nos quedamos de pié, desnudas junto a la cama, esperando que el chico expresara sus deseos.

- Besaos – nos ordenó.

Nunca antes había besado a una chica (exceptuando un rato antes, cuando teníamos una polla entre nuestras bocas), pero no dudé un instante en hacerlo. La excitación flotaba en el aire y aquella atmósfera cargada de sexo hacía que olvidara las pocas inhibiciones que pudieran quedarme… si es que me quedaba alguna.

Nuestras lenguas bailaron la una con la otra de nuevo y pronto me encontré con la de Esther metida en mi boca, recorriéndola hasta el último rincón.

- Frotaos las tetas.

Agarré mis senos con las manos y los hice frotarse con los de Esther, que sujetaba los suyos de igual modo. Noté que mis pezones se endurecían y podía percibir que los de Esther también hubieran podido cortar el cristal.

Tras unos minutos de morreo, Jesús dio unas palmaditas en la cama, haciendo que nos tumbáramos en el colchón junto a él. Mientras me acercaba, pude constatar con alegría que su polla había recuperado completamente su vigor y nos contemplaba orgullosa.

- Haced el 69. Pero no vayas a tocarle el culo, Esther, que lo tiene recién estrenado

Madre mía. Iba a comerme mi primer coño. Estaba un poco inquieta.

Me tumbé boca arriba y Esther se colocó sobre mí, colocando su bien depilada rajita al alcance de mis labios. La tenía muy cerradita, pues era chica de coño estrecho, así que yo, un poco titubeante, separé sus labios vaginales, encontrándome con una buena sorpresa.

- ¡OH! – exclamé sin poder contenerme.

Entonces el rostro de Jesús apareció junto a mí y me susurró al oído.

- Ya lo has visto, ¿verdad putita?

Asentí vigorosamente con la cabeza, mientras mis ojos seguían clavados en el pequeñito corazón metálico que la madrastra llevaba como piercing en el clítoris.

- Aprendiz de esclava – me dijo Jesús – Te presento a mi esclava número uno. Ella fue la primera ¿no querías saber quién era?

- Sí.

- Desde los catorce años me estoy follando a la puta de mi madrastra. Aliviando su frustración porque el imbécil de mi padre no sabe satisfacerla…

Ahora lo entendía todo.

- Bueno, pues ya que sois buenas amigas… dale un besito.

Con cuidado y un poco temerosa, mis labios se apoderaron del diminuto dije en forma de corazón y lo absorbieron, tirando suavemente de él, provocando que el cuerpo femenino se estremeciera sobre el mío.

Esther, agradecida, hundió su cara entre mis muslos y enseguida noté cómo su lengua se abría paso en mi coño con habilidad. Un ramalazo de placer azotó mi cuerpo y decidí darle las gracias a la chica de la forma apropiada.

Nos dedicamos a comernos el coño mutuamente durante un buen rato; Esther, con más práctica en estas lides, enseguida penetró mi coñito con dos dedos, masturbándome dulcemente mientras me lamía y chupaba por todas partes. Yo, por mi parte, aprendía rápido, pues me bastaba con aplicarle el tratamiento que me gustaba que me aplicaran a mí, aunque entreteniéndome especialmente a juguetear con el pequeño colgante, lo que provocaba continuos espasmos de placer en el cuerpo de la chica.

De pronto, noté que la cama se agitaba, pues Jesús se estaba moviendo encima del colchón. Se situó detrás de Esther, con sus rodillas a los lados de mi cabeza y comprendí que su intención era follarse a su madrastra desde atrás.

Deseosa de ayudarle, le agarré la verga y la coloqué en posición, provocándole a Jesús un gruñido de placer. De un solo viaje, se la clavó hasta el fondo, mientras yo contemplaba atónita, desde primerísima fila, cómo la polla de Jesús se hundía una y otra vez en el chorreante coño de la mujer.

Extasiada por el placer, Esther redobló sus esfuerzos en mi coño, pajeándome con velocidad y con su legua moviéndose por todas partes. Deseando devolver el placer recibido, estiré la lengua para poder chupar los labios vaginales de la chica y el nabo de mi Amo a medida que se lo enterraba una y otra vez.

Por fin, me alcanzó el orgasmo, obligándome a apretar los muslos, atrapando en medio la cabeza de Esther, a la que no le importó, pues continuó chupando y bebiendo todo lo que surgía de mi coño.

De repente, Jesús se la sacó de golpe del coño, sorprendiéndome. Agarrándosela firmemente, la situó a la entrada del culito de la chica y se la clavó hasta los huevos, mientras yo lo miraba alucinada en primer plano.

- Pronto ésa seré yo – pensé mientras veía cómo la verga de Jesús se enterraba en el culo de su madrastra.

En cuanto la enculó, Esther, se corrió como una burra, derrumbándose sobre mi cuerpo. Mientras, yo le daba besitos y lametoncitos en sus labios vaginales, notando perfectamente cómo se estremecían y temblaban por los estertores del orgasmo.

Tras bombearla unos minutos, Jesús se la sacó del culo y se bajó de la cama, rodeándola hasta quedar a mis pies.

- Quiero acabar en tu coño – me dijo, llenándome de felicidad.

Con cierta rudeza, Jesús me quitó de encima el exangüe cuerpo de Esther, que quedó desmadejado sobre el colchón. Agarrándome por las caderas, me levantó el culo del colchón y, de rodillas, me la clavó de un viaje. A pesar de estar empapada, vi las estrellas por el zurriagazo que me endiñó, pero no me importó pues sentía que se aproximaba un nuevo orgasmo como una ola devastadora.

Nos corrimos casi al unísono, lo que me llenó de ilusión, mientras sentía cómo la leche de mi Amo volvía a derramarse en mi seno, llenándome por completo. El éxtasis.

Tardé un buen rato en recuperar las fuerzas para levantarme de aquella cama. Jesús no estaba en el cuarto y nos había dejado allí a las dos, desmayadas, descansando un rato.

Sentí un poco de frío, pero no me atreví a vestirme sin permiso de Jesús, así que me reuní con él en el salón completamente desnuda. Él estaba tumbado, leyendo un libro, también en pelotas, aunque la temperatura en el salón era más agradable, supongo que por la calefacción.

- Siento que tengas que irte - me dijo apartando la mirada de su libro.

- Yo también lo siento. Si quieres, me quedo.

- ¿Y tu novio?

- Me da igual – respondí.

- ¿Le quieres?

- Sí. Pero no tanto como a ti.

- Si te lo ordeno, ¿cortarías con él?

Un pequeño aguijonazo de pena me sacudió. Pero no dudé.

- Ahora mismo si hace falta – respondí con firmeza.

- Buena perrita – me dijo sonriente – Creo que ya estás lista para convertirte en esclava.

Una sonrisa radiante se dibujó en mi cara. Me sentía feliz y emocionada.

- ¿Estás segura de que quieres hacerlo? – me preguntó.

- Segurísima.

- Bien, entonces está decidido. La semana que viene iremos a que te marquen.

Aunque no se explicó, entendí perfectamente a qué se refería.

- ¿Dónde lo quieres? – me preguntó.

- ¿Cómo?

- El piercing. Puedes llevarlo en el clítoris, en los labios vaginales o en un pezón…

Me lo pensé unos segundos hasta que se me ocurrió una idea.

- ¿Y qué tal un tatuaje? – le pregunté.

- ¿Un tatuaje?

- Sí. Un piercing se puede quitar, pero un tatuaje es mucho más difícil. Demostraría que soy tuya para siempre.

Jesús sonrió. La idea le gustaba.

- ¿Y dónde te lo harías?

- Donde tú quieras.

- Me gustan en la base de la espalda, un poco por encima del culo.

- Perfecto. Además, así podré seguir llevando este bonito colgante – dije acariciándolo.

- Me parece bien.

Sonriente, me incliné y le besé suavemente en los labios.

- Creo que ha llegado la hora de irte. Se hace tarde.

- De acuerdo – asentí con tristeza.

Recuperé mis ropas y me vestí, comprobando que Esther seguía dormida. Regresé al salón a despedirme, pero Jesús aún tenía otra orden.

- Tus bragas – dámelas.

Con torpeza, me libré del tanga y lo saqué de bajo la falda, entregándoselo. Él, las olió profundamente, haciendo que me sorprendiera bastante al descubrir que Jesús, que disponía de mujeres a su antojo, tuviera un fetiche como ese.

- Bien – dijo entonces – Huelen a hembra cachonda.

Vaya si debían de oler a eso.

Volví a besarle y le dije adiós, pidiéndole que me despidiera de Esther.

Me marché con el corazón rebosante de alegría, satisfecha y con una sonrisa de felicidad en el rostro.

Conduje hasta casa y me reuní con Mario, que me esperaba muy solito, el pobre.

Cenamos e hicimos el amor, con la luz apagada, no fuera a ser que notase las marcas que tenía por todo el cuerpo.

Creo que quedó un poco insatisfecho, pues esperaba una nueva sesión con la tigresa de días atrás. Pero yo no tenía ganas.

El domingo se presentaba aburrido, pues pensaba que no volvería ver a Jesús hasta el lunes.

Craso error.
Enganchadisimo al relato
 
Voy a intentar ser suave y no crear polémica.
Pero si no doy mi opinión, no me quedo tranquilo.
En esta historia hay 2 personas que no valen absolutamente nada, no tienen ni ética ni valores ni absolutamente nada, Jesús y Edurne.
Así que espero que Mario se entere de la clase de mujer con la que está, la mandé a paseo y se la casa es suya, la dejé en la calle, porque se merece lo peor.
Y a Jesús, lo que me encantaría es que el karma le pegue bien fuerte al niñato asqueroso este. Me dan tela de asco los dos.
 
Voy a intentar ser suave y no crear polémica.
Pero si no doy mi opinión, no me quedo tranquilo.
En esta historia hay 2 personas que no valen absolutamente nada, no tienen ni ética ni valores ni absolutamente nada, Jesús y Edurne.
Así que espero que Mario se entere de la clase de mujer con la que está, la mandé a paseo y se la casa es suya, la dejé en la calle, porque se merece lo peor.
Y a Jesús, lo que me encantaría es que el karma le pegue bien fuerte al niñato asqueroso este. Me dan tela de asco los dos.
Es un foro, y tienes todo el derecho en descargar la frustración que te genera tal o cual personaje.;)(y)
 
Me encantaría, que en realidad Mario este tanto tiempo fuera porque en realidad está con otra mujer que valga más la pena que Edurne, lo cual no es nada difícil.
 
Capítulo 13: ¡Sorpresa!:




Me desperté tarde la mañana del domingo, gracias a que Mario, tan dulce y solícito como siempre, me trajo el desayuno a la cama, que si no, yo hubiera seguido gustosa durmiendo a pierna suelta, pues seguía muy cansada por el intenso sábado que había vivido.

Mientras comía, Mario se tumbó a mi lado en el colchón y se puso a contarme cómo le habían ido las cosas en el trabajo durante los días que había estado fuera. Yo le escuchaba sólo a medias, pues mi mente estaba puesta en los fabulosos sucesos que habían azotado mi vida en los últimos días.

Bastaba acordarme del rostro de Jesús, para que un embriagador calorcillo recorriera mi cuerpo de la cabeza a los pies, haciéndome desear que ya fuera lunes. Como pude, me las apañé para simular que estaba pendiente de lo que Mario me decía, asintiendo de vez en cuando y procurando tener siempre la boca llena para no tener que contestarle.

Por fortuna, Mario simplemente tenía ganas de desahogarse y no pretendía conversar, por lo que no se dio cuenta de nada. Mientras hablaba, su mano se posó distraída sobre mi muslo, acariciándome dulcemente sobre las sábanas, pero yo no me sentía demasiado juguetona, por lo que no hice caso.

Cuando acabé de desayunar, Mario recogió los platos y se los llevó a la cocina. Yo, un poco a regañadientes, me levanté por fin y arreglé el dormitorio, cambiando las sábanas, bastante revueltas después de haber follado con Mario la noche anterior. Más tarde, los dos nos dedicamos a adecentar un poco el piso, aunque no hizo falta esmerarse demasiado, pues yo ya había estado limpiando la mañana anterior, mientras Jesús iba a charlar con mi vecino, el voyeur pajillero.

Después me duché y me vestí con un chándal y una camiseta para estar cómoda, pero, eso sí, llevando un tanguita negro como ropa interior, pues Jesús se había deshecho de todas mis bragas. Sostén no me puse… total, para estar por casa…

Mario me preguntó que si íbamos a salir a comer fuera, pero yo le dije que no, pues tenía que corregir todos los exámenes de recuperación, pues iba muy retrasada, así que él, amable como siempre, se ofreció a preparar el almuerzo.

Agradecida, recogí mi maletín con todos mis papeles y me encerré en mi despachito, un cuarto pequeño que usaba para estos menesteres.

Tardé un buen rato en ordenar todos los papeles de examen, pues días atrás los metí sin ton ni son dentro del maletín, alterada por haber recibido la llamada de mi Amo.

La mañana se me fue corrigiendo exámenes y tratando de digerir los disparates que algunos de los chicos cometían al resolver los problemas. Me sentí, como supongo les pasa a todos los maestros en estas ocasiones, un poco frustrada al ver que mis clases y explicaciones no servían de mucho, pues había alumnos que no comprendían absolutamente nada de la asignatura.

Afortunadamente, había excepciones, claro, y eran precisamente esas las que me devolvían el optimismo. Chicos que habían mejorado claramente sus resultados, logrando aprobar o mejorar su nota anterior.

Y por encima de todos estaba Jesús.

Me quedé de piedra. Sabía que era inteligente, así que no me remordía mucho la conciencia por tener la intención de aprobarle por la cara. Sin embargo, pronto descubrí que mi ayuda era completamente innecesaria, pues el chico había clavado el examen hasta la última letra. Un sobresaliente perfecto.

Y encima, lo había logrado en menos tiempo que los demás, pues buena parte del tiempo de examen lo había dedicado a que su profesora le hiciera una paja y se tragara su corrida. Menuda guarra era esa tía.

Sintiéndome inexplicablemente orgullosa, seguí corrigiendo exámenes hasta la hora de comer. Creo que los que corregí después del de Jesús tuvieron suerte, pues al sentirme contenta, fui un poco más benevolente con ellos.

Sobre las dos, Mario llamó a la puerta para indicarme que el almuerzo estaba listo. Comimos juntos entre risas, pues la comida se le había quemado un poco, por lo que no paré de burlarme (cariñosamente) de él.

Agradecida por su amabilidad, le besé profundamente a modo de postre y le prometí que esa noche iba a “recompensarle” convenientemente, con lo que sus ojos brillaron de felicidad.

Satisfecha y con la barriga llena, regresé al despacho para terminar con el trabajo, pensando que, si terminaba pronto, podría salir un rato con Mario por ahí para tomar un café y pasar una agradable tarde de domingo juntos, para intentar reforzar un poco los cada vez más tenues sentimientos que me unían a él.

Estuve pensando un rato en ello, a solas en el despacho, antes de reiniciar la tarea. Me daba cuenta de que le quería, de que estaba a gusto con él, pero también comprendía que, a esas alturas, lo que Jesús era capaz de ofrecerme me atraía mucho más que la vida de paz y armonía que suponía estar con Mario. Antes o después tendría que tomar una decisión. ¿Cortar con Mario? ¿O seguir engañándole con Jesús, aparentando que todo estaba bien entre nosotros? Como pueden ver, en ningún momento me planteé siquiera la tercera opción: abandonar a Jesús.

Como buenamente pude, volví a concentrarme en la corrección de exámenes y logré alcanzar un buen ritmo. Pero, cuando eran más o menos las cinco de la tarde, el timbre de la entrada sonó de pronto. Me sorprendí bastante, pues no esperábamos a nadie y no era muy habitual que ningún amigo se presentara un domingo por la tarde sin avisar.

Oí los pasos de Mario dirigiéndose a la puerta y yo, bastante curiosa, me acerqué a la del despacho y la abrí un poquito, para poder escuchar y enterarme así de quien era el molesto visitante.

Oí el sonido de la puerta al abrirse y a Mario saludando cortésmente al recién llegado.

- Hola, buenas tardes.

- Buenas tardes – respondió una juvenil voz femenina que me sonaba muchísimo - ¿Es esta la casa de la señorita Sánchez?

- Sí, aquí es. Y tú eres…

No escuché bien la respuesta, pero mi cerebro trabajaba a toda velocidad tratando de poner rostro a la conocida voz.

- ¡Ah! – exclamó Mario - ¡Eres alumna de Edurne!

- Sí, verá, mi padre es vecino de ustedes, vive en este mismo edificio, en el cuarto.

¡Coño! ¡Si era Gloria! En mi mente evoqué el encantador rostro de mi alumna, no una de las más brillantes por desgracia, pero eso sí, con lo buena que estaba y la fama de ligera de cascos que tenía, seguro que no le costaría mucho abrirse paso en la vida. Precisamente, no hacía ni diez minutos que acababa de suspenderle el examen de recuperación. Interesada, asomé la cabeza por la puerta, para escuchar mejor.

- ¿Y qué queréis, hablar con ella?

- Sí – respondió la chica – Es que… el otro día hicimos el examen de recuperación. Y mi padre me ha dado mucho la lata durante las vacaciones por el suspenso. Me ha dicho que ni de coña me compra la moto como no las apruebe todas y claro, no podía esperar hasta mañana para ver si he aprobado o no… Y se me ha ocurrido, ya que estaba en casa de mi padre, subir un segundo a ver si la señorita me podía decir la nota. Es que estoy intentando convencerle…

En soltar toda esa parrafada, Gloria no tardó ni 5 segundos. Podía imaginarme la cara divertida de Mario mientras la aturrullada joven intentaba explicarle el por qué de su visita.

- Iré a ver si quiere recibiros. A propósito, soy Mario, el novio de Edurne.

- Yo soy Gloria.

Resignada, pues sabía que Mario no iba a negarle la entrada a una cara bonita, regresé al interior del despacho para buscar el examen de Gloria. No me apetecía nada hacerlo, conociéndola, era capaz de echarse a llorar allí mismo por el suspenso, pero no se me ocurría cómo negarme a decirle la nota, pues no había nada malo en ello. Justo cuando lo encontré, llamaron a la puerta del despacho.

- ¿Edurne? – dijo Mario desde el otro lado de la puerta – Han venido a verte unos alumnos tuyos.

- Adelante – dije antes de darme cuenta de que había dicho “alumnos” en plural.

Cuando se abrió la puerta me quedé petrificada. Detrás de Mario, acompañando a la bonita Gloria, se encontraba mi Amo Jesús, con una sonrisa de oreja a oreja, mirándome con expresión divertida.

Mario les hizo pasar, un poco sorprendido por la expresión atónita que había en mi rostro.

Gloria, un poquito avergonzada, intentó explicarme el motivo de su visita, hablándome de su padre, de una moto y no sé de qué demonios más, pues yo no le prestaba la más mínima atención, con mis cinco sentidos enfocados en la perturbadora presencia de Jesús.

Tras unos instantes de indecisión, Mario acudió en mi rescate, haciendo pasar a los chicos al interior del despacho. Yo, aún sin saber qué decir, estrujaba entre mis dedos el examen suspenso de la chica, sin saber cómo reaccionar. Hasta que Jesús tomó las riendas de la situación.

- Pues eso, señorita – dijo de repente interrumpiendo la explicación de Gloria – Como estaba en casa de mi novia y ella me había dicho que usted también vivía en este bloque, se me ha ocurrido subir a ver si era posible que nos dijera usted la nota del examen. Ya sabe, para quedarnos más tranquilos.

¿Su novia? Yo aún me quedé sin habla unos segundos, pero Mario, creyendo que me lo estaba pensando, intercedió a favor de los chicos.

- Vamos, cariño, no seas tan estricta. No pasa nada porque les digas a estos chicos la nota. Estoy seguro de que no se lo dirán a nadie y, aunque lo hicieran, no creo que nadie considerara que es un trato de favor el simple hecho de decírselo.

- Por favor, señorita… - me dijo Gloria con expresión suplicante.

Fue justo en ese instante cuando me di cuenta de que Mario no le quitaba ojo de encima a mi encantadora alumna. Y no era para menos, pues la muy zorrita iba vestida de forma bastante provocativa. Llevaba una minifalda a cuadros que dejaba ver perfectamente una buena porción de sus juveniles muslos, combinada con unos calcetines largos que le llegaban por encima de la rodilla. El torso lo cubría con una camisa blanca con varios botones desabrochados y encima de todo una rebeca de color azul. Era justo el look de Britney Spears en su primer videoclip.
 
Capítulo 14: Encajando piezas:




Una semana atrás me hubiese molestado mucho que mi novio se comiera con los ojos a una zorrilla como aquella, pero, en aquel instante, nada estaba más lejos de mi mente que los celos porque Mario mirara a otra.

- Venga, señorita Sánchez – me dijo Jesús mirándome a los ojos – No nos haga suplicar…

Por fin, logré reaccionar y sacudiendo la cabeza, regresé al mundo real justo a tiempo de evitar destrozar los papeles que tenía en las manos.

- Está bien, está bien – asentí – Supongo que no pasa nada si os adelanto los resultados.

- Buena, chica – me dijo Mario besándome en la mejilla – Aunque aquí vais a estar un poco apretados ¿Por qué no vamos al salón?

Diciendo esto, se llevó a mis alumnos del despacho, dejándome tiempo para recuperar el aliento y buscar también el examen de Jesús.

Estaba nerviosísima, pues la presencia de mi Amo allí sólo podía tener un significado. Y el hecho de que Gloria le acompañara, dejaba pocas dudas acerca de la relación que les unía. De todas formas, no me había gustado que la llamara “su novia”. Un poco picada, recogí los papeles, apagué la luz y salí del despacho.

En el salón me encontré con los chicos sentados a la mesa que usábamos para almorzar, mientras conversaban animadamente, con Mario sonriendo como un bobo a la guarrilla de Gloria.

Aún con los nervios a flor de piel, me acerqué al grupo y tomé asiento junto a Jesús, que no me quitaba los ojos de encima. Miré a Mario un segundo, asustada por lo que podía pasar, pero él malinterpretó esa mirada, pues pensó que era debida a que no me gustaba cómo miraba a Gloria. Un poco turbado, se disculpó y nos dejó solos, yendo a sentarse en el sofá, donde se puso a ver la tele.

- A ver, señorita – dijo Gloria sentándose a mi otro lado, de forma que yo quedaba en medio de los dos alumnos - ¿He aprobado o no?

Mientras decía esto, Jesús me dirigió una mirada muy significativa. Temerosa de no haberle entendido, guardé silencio, pero Gloria, muy entusiasmada cogió su examen con el suspenso bien visible en tinta roja y dio un gritito de alegría:

- ¡Estupendo! ¡Un notable! – exclamó ante mi sorpresa.

Mientras gritaba, se abalanzó sobre mí y rodeándome el cuello con los brazos, me estampó un sonoro beso en la mejilla.

- ¡Gracias, señorita! ¡Es usted estupenda!

En ese preciso instante, la mano de Jesús apretó con fuerza mi muñeca. Me puse tensa bajo su contacto, sabiendo lo que venía a continuación. Con firmeza, Jesús tiró de mi mano, arrastrándola debajo de la mesa, aprovechando que el cuerpo de Gloria nos tapaba de la vista de Mario, aunque éste estaba enfrascado en la tele.

En un segundo, mi mano fue apretada contra la entrepierna del chico, notando perfectamente la dureza que se ocultaba bajo el pantalón. Excitada por el morbo de la situación, no dudé un segundo en sobar su dura polla por debajo de la mesa, mientras con el rabillo del ojo controlaba que Mario no nos pillara.

Entonces Jesús le hizo un simple gesto a Gloria con la cabeza y ella, entendiéndole perfectamente, se levantó de la mesa y dando saltitos se aproximó al sofá donde estaba Mario, dejándose caer sentada a su lado.

- ¡Mario, he aprobado! – exclamaba la chica dando pequeños botes sobre el sofá, provocando que su faldita se agitara y lograra borrar de un plumazo el interés de mi novio por lo que emitían por televisión.

Comprendiendo la maniobra de distracción, aproveché sin dudarlo para abrir la bragueta de mi excitado alumno para dejar expuesta su enhiesta verga, que comencé a pajear lentamente, sopesando y sintiendo su embriagadora dureza en mi mano, mientras miraba divertida cómo mi novio desnudaba con la mirada a la diabólica ninfa.

Jesús, satisfecho por mi comportamiento, me dedicó una de sus seductoras sonrisas, permitiendo que yo le sobara el falo con una mano mientras con la otra le enseñaba su examen, con un soberano 10 estampado en la primera hoja.

Yo, más tranquila, apenas prestaba atención a las maniobras de seducción que Gloria estaba utilizando con Mario, pero he de reconocer que debían ser muy eficaces pues mi novio ni siquiera sospechó que, a menos de dos metros de donde se sentaba, su modosita novia le estaba pelando la polla a un chaval.

De repente, Mario habló, sobresaltándome un poco.

- ¿Os apetece un café? – dijo el buen anfitrión – Así podremos celebrar el aprobado.

- ¡Genial! – exclamó Gloria entusiasmada - ¡Déjame que te ayude!

- ¡Vale! ¿Cómo os gusta tomarlo?

A pesar de que Mario se había puesto de pié y nos miraba, mantuve la sangre fría y no solté mi presa ni un momento. Jesús, impertérrito, contestó a Mario que lo tomaba solo, con una cucharada de azúcar.

Como sabía perfectamente cómo lo tomaba yo, se marchó a la cocina, seguido de cerca por la entusiasta Gloria, que parloteaba sin parar. En cuanto hubieron salido del salón, Jesús se levantó de golpe y me agarró por la cintura, metiéndome la lengua hasta la tráquea.

Sin decir nada más, me dio bruscamente la vuelta, haciéndome quedar de espaldas a él. Empujándome, me echó contra la mesa y me bajó el pantalón del chándal de un tirón junto con el tanga. En menos que canta un gallo, colocó su espolón en la posición adecuada y me la clavó hasta las entrañas, tapándome la boca con la mano para ahogar mis gritos.

- He echado de menos tu coñito esta noche – me susurró al oído acercando su rostro al mío.

Yo no pude contestarle con la boca tapada, pero estoy segura de que los líquidos que chorreaban entre mis muslos eran respuesta suficiente.

Con fuerza y firmeza, como a mí me gustaba, Jesús empezó a follarme el coño sin compasión. Yo literalmente aullaba de placer contra su mano, con la mente en blanco, sin importarme un carajo que volviera Mario y nos pillara.

El martilleo inmisericorde de aquella dura barra de carne, unida a la extremada excitación que me embargaba debido a la morbosa situación, provocaron que el orgasmo me devastara con rapidez. Desmadejada sobre la mesa, soporté un par de minutos más los culetazos de Jesús contra mi grupa, mientras sentía cómo su polla llegaba cada vez más adentro.

Cuando por fin se corrió, sentí cómo su fuego se desparramaba por mis entrañas, llenándome por completo, estremeciendo hasta la última fibra de mi ser. Con pena noté cómo la polla de mi Amo se retiraba satisfecha de mi interior, dejándome medio desmayada sobre la mesa.

Tardé un par de minutos en recuperarme lo suficiente como para incorporarme, mientras Jesús esperaba tranquilamente sentado en su silla a mi lado, al parecer tan indiferente como yo a que Mario pudiese volver.

Cuando me sentí capaz, me incorporé y, con torpeza, me subí el tanga y el pantalón del chándal, sintiendo cómo el semen de Jesús desbordaba mi vagina y resbalaba por la cara interna de mis muslos.

Segundos después de que me sentara, Gloria regresó de la cocina portando una bandeja con tazas y una jarra de café. Echándonos una mirada divertida, dejó la bandeja en la mesa y volvió a sentarse a mi lado con una sonrisa de oreja a oreja. Instantes después, regresó Mario con expresión un poco turbada y se sentó al otro lado de la mesa, sirviéndonos el café.

No recuerdo muy bien de qué charlamos, pues mi mente estaba centrada únicamente en Jesús, mientras sentía cómo su semilla rezumaba entre mis piernas.

Un rato después, los chicos anunciaron que se marchaban, lo que me contrarió un poco, pues al tener a mi Amo tan cerca, mi libido había vuelto a dispararse y no bastaba con un solo orgasmo para quedar satisfecha. Por desgracia, no había forma de que Jesús volviera a follarme en ese momento sin descubrir el pastel, por lo que tuve que conformarme.

Mario y yo les acompañamos a la puerta para despedirles, felicitándoles a ambos por haber aprobado el examen de recuperación. Aprovechando que Mario estaba un poco distraído por llevar a la pizpireta jovencita agarrada de su brazo, Jesús me llevó aparte un segundo y me dijo en voz baja:

- Mañana por la mañana, Gloria pasará a recogerte para que vayáis juntas al instituto. Quiero que pases todo el día con ella y que obedezcas todas sus instrucciones.

- Entonces, ella es una de tus esclavas – pregunté estúpidamente.

- No preguntes tonterías – respondió Mario secamente.

- Sí, Amo.

Y se marcharon.

Esa noche, la tigresa cachonda asaltó de nuevo al pobrecito piloto. Me follé a Mario con violencia en todas las posturas que se me ocurrieron, mientras rezaba para que no se diera cuenta de que el motivo de que estuviera tan cachonda no era él precisamente.

No importaba, pues él también se mostró más intenso de lo habitual, supongo que porque en su cabeza bailaba la imagen de una jovencita guarrilla vestida de colegiala de película porno.

Fue una buena sesión de sexo. Pero con Jesús era mejor.

………………………..

Por la mañana me desperté agotada, apagando con pereza el despertador. Mario, derrengado, dormía como un tronco a mi lado y ni siquiera escuchó cómo me levantaba y me daba una ducha.

Estaba acabando de vestirme, cuando el timbre sonó, volviéndome a poner en tensión.

¿Qué sería lo que Jesús me había preparado para ese lunes?

Queriendo evitar que el timbre despertase a Mario y tener así que enfrentarme a sus preguntas, me apresuré en acudir a abrir la puerta, encontrándome, como ya esperaba, con Gloria y con su sonrisilla sarcástica.

- ¿Aún no estás lista? – me preguntó a modo de saludo.

- No, estoy a medio vestir. Y todavía no he desayunado.

- Pues termina de vestirte y vayámonos.

- Espera un segundo, Gloria, no tardo ni 5 minutos en prepararme un café y nos vamos. Todavía es temprano.

- He dicho AHORA – respondió la chica en tono severo.

Sus palabras me frenaron en seco, estremeciéndome. La miré y percibí el brillo cortante en su mirada, lo que me hizo comprender que más me valía hacerle caso. Recordé las palabras de Jesús diciéndome que debía “obedecer” las órdenes de Gloria y supe lo que tenía que hacer.

- De acuerdo, Ama – le respondí sin pensar.

- No seas estúpida – me replicó ella – Yo no soy tu ama. Soy Gloria. Es sólo que hoy tienes que hacerme caso en todo, pues debo explicarte una serie de cosas e ir a un par de sitios. Así que no pierdas tiempo y haz lo que te digo.

Asintiendo con la cabeza, regresé al baño y terminé de acicalarme y vestirme lo más rápido que pude. Enseguida me reuní con Gloria y juntas tomamos el ascensor al sótano y cogimos mi coche, sin mediar palabra. Una vez en el coche, Gloria pareció relajarse un poco y empezamos a charlar animadamente.

- Ji, ji – me dijo de pronto – Si a principios de curso me hubieran dicho que la “Dama de Hielo” del instituto iba a convertirse en miembro del grupito de Jesús, no me lo habría creído ni en mil años.

- ¿Dama de Hielo? – pregunté yo, aunque ya había escuchado ese mote anteriormente.

- Sí, es como te llaman muchos chicos en el insti. “Está muy buena y yo me la follaba, pero seguro que la polla se me quedaba congelada” – me dijo riendo – Eso decía el otro día un compañero de clase.

- ¿En serio? – respondí divertida - ¿Y quién fue?

- ¿Ves? Por eso te llaman así. Ya estás maquinando para atrapar al alumno y castigarle.

- Vale, vale… No te chives… Aunque, podríamos cambiar tu notable por un sobresaliente ahora mismo – bromeé – Ya sabes, como en la peli esa, “quid pro cuo”

- ¡Ah, no! Mis labios están sellados. Además, no debemos abusar. Nadie de la clase iba a creerse que he sacado un sobresaliente. ¡Pensarían que estábamos liadas!

- Menuda putada para ti – respondí - ¡Liarte con la “Dama de Hielo”!

- Bueno, no sé si eso sería tan malo – respondió ella con una curiosa mirada en los ojos - ¡Por lo poco que he visto, la “Dama” es bastante ardiente!

- ¿Lo poco que has visto? – pregunté extrañada.

- ¡Digo! ¡Me quedé alucinada cuando te comiste la polla de Jesús en el examen! ¡No podía creer que te atrevieras!

- ¡¿Nos viste?! – exclamé incrédula.

- ¡Coño, claro! Yo sabía que Jesús iba a hacer algo contigo ese día. Y cuando vi que se sentaba atrás, no a mi lado como siempre y que tú también te ibas para allá y empezabas a gritarnos que no nos moviéramos, ya no tuve dudas. Así que os espié con disimulo… ¡y no veas si me pusisteis cachonda! A lo mejor hubiera aprobado la recuperación yo solita si no me hubierais dado el espectáculo. ¡Tuve que hacerme una paja en el baño al salir del examen y todo!

- Madre mía, qué vergüenza – dije sin poderlo evitar.

- ¿Vergüenza? Cariño, si vas a entrar a formar parte de nuestro grupito será mejor que te olvides por completo de lo que es eso.

- Ya, ya, si lo entiendo…

- Aunque la verdad, no creo que tengas problemas con eso – dijo Gloria.

- ¿Por qué dice eso?

- ¡Porque te he visto en acción! Mira, cuando yo empecé con Jesús pasaron meses hasta que me atreví a hacer cosas semejantes con él. En cambio tú, las haces como si tal cosa desde el primer día. ¡Eres una guarra! – me dijo riendo la joven.

- Oye, no te pases, que soy tu profesora – le espeté un poco picada.

- En eso te equivocas, Edurne – respondió ella sonriente – Puedo hablarte como me dé la gana. Ahora mismo eres una simple aprendiz de esclava, por lo que mi jerarquía es superior a la tuya.

- ¿Jerarquía? – pregunté sin entender.

- Dentro del grupo. Jesús mantiene una jerarquía entre sus mujeres. Cuando una ingresa en el grupo, empieza por abajo y después, con su comportamiento, puede subir o bajar de rango.

- Parece el ejército.

- Parecido, sólo que no hay rangos iguales. No hay chicas de igual rango, todas tenemos que obedecer a las que tenemos por encima y podemos ordenar lo que sea a las que tenemos por debajo.

- ¿Y por qué este sistema?

- Porque funciona. Verás, al principio no era así, pero se daba el problema de que había rencillas entre nosotras.

- ¿Rencillas?

- Sí, peleas. Chica, es obvio, todas las que estamos en el grupo estamos enamoradas de Jesús…

Un escalofrío recorrió mi espalda.

- ¿Enamoradas? – repetí estúpidamente.

- Sí, enamoradas. O al menos sentimos algo muy intenso por él. ¿Acaso no te sucede a ti?

- He de reconocer que sí – respondí tras meditarlo un segundo.

- Pues eso, un grupo de chicas disputando por el mismo hombre, hacían que surgieran celos, peleas… la cosa no funcionaba.

- E instauró el sistema de rangos.

- Exacto – asintió Gloria – Y funciona realmente bien.

- Pero, si una quiere fastidiar a una de rango inferior… puede hacer lo que le venga en gana.

- Sí, es cierto. Pero piensa que Jesús hace muy frecuentes cambios en los rangos y que, si un día puteas a alguna, a lo mejor al día siguiente ella puede putearte a ti, así que procuramos no jodernos mucho las unas a las otras. Ya te digo… funciona.

- Y oye… - dije un poco nerviosa.

- Dime.

- ¿Y no nos vio nadie más?

- ¿A Jesús y a ti durante el examen? No, no lo creo.

- ¿Estás segura?

- Bastante. Imagínate, un rumor así habría corrido como la pólvora.

- Sí, tienes razón – asentí más tranquila.

Nos callamos un par de minutos, pues había un poco de tráfico y tuve que concentrarme en la conducción. Aproveché para digerir todo lo que Gloria acababa de contarme, lo que no me costó mucho, pues no había nada que me costara asimilar. Mi único deseo era seguir junto a Jesús y no me importaba si para ello tenía que obedecer las órdenes de unas cuantas chicas.

- Bueno – dije más tranquila – Supongo que ésta es una de las cosas que debías explicarme hoy, ¿verdad?

- Exacto.

- Oye, no he podido evitar darme cuenta de que el tono estúpido e infantil que usabas ayer al hablar ha desaparecido… - le dije.

- ¿Te molesta?

- ¡Oh, no! ¡Para nada! Prefiero con mucho conversar con una mujer que escuchar las tonterías de una niñata sin cerebro.

- ¿Eso te parecí ayer? – rió ella.

- No te ofendas, pero sí.

- ¡Si no me ofendo! Más bien es un halago. Quiere decir que tengo dotes de actriz.

- ¿De actriz?

- ¡Claro! Ayer interpretaba un personaje. Colegiala guarrilla…

Empezaba a comprender.

- Jesús vino a casa y me dijo que era necesario distraer un poco a tu novio. Así que adopté ese personaje. Todavía no conozco a ningún tío hetero que sea capaz de no despistarse cuando la colegiala guarrilla está cerca.

- Madre mía – dije riendo - ¿Y qué pasó?

- ¿Estás celosa?

Volví a meditarlo un segundo.

- No sé. Quizás un poco. Pero la verdad es que, estando Jesús allí, no me paré a pensar en Mario ni un segundo.

- Te comprendo – dijo ella.

- Bueno, pero entonces, ¿qué pasó?

- Ja, ja, ja, ja… Así que no te importaba…

- Ya te he dicho que un poco sí…

Gloria me miró unos segundos antes de contestar.

- ¡Bah! No te preocupes. Me limité a enseñarle un poco de carne y él se aturrulló por completo. Pero no pasó nada.

- ¿Y qué hubiera pasado si él hubiera intentado propasarse?

- Pues que le habría dejado. Me habían ordenado entretenerle como fuera para que os quedarais los dos a solas durante un rato. Así que si lo hubiera intentado…

No completó la frase. No hacía falta.

- O sea – continué – Que cuando entre definitivamente en el grupo seré el último mono y todas podréis hacer conmigo lo que os venga en gana.

- Casi.

- ¿Casi? – la interrogué.

- Hay una chica que siempre está por debajo de los demás. Ella es la última de todas.

- ¿Por qué?

- Luego te lo cuento.

- Vale.

- Y además, no es cierto que podamos hacer lo que queramos con las que están por debajo. Si alguna se pasa, Jesús puede bajarte el rango rápidamente, con lo que podrías pasarlo bastante mal.

- ¿Y cuál es tu rango? – pregunté con curiosidad.

- ¿Ahora mismo? Soy el número dos.

- El uno será Esther, ¿verdad?

- En efecto.

- ¿Y cuántas chicas hay en el grupo?

- ¿No lo sabes?

- Si lo supiera, no te preguntaría.

- A ver un segundo – dijo Gloria mientras hacía sus cálculos – Contigo seremos siete.

- ¿Siete? No son tantas… - dije sin pensar.

- ¿Te parecen pocas? Pues no es nada fácil para Jesús encargarse de un grupo de mozas lozanas como nosotras, no te creas…

- Pero todas nos dedicamos a complacerle a él…

- ¿Y él te ha dejado alguna vez insatisfecha? Profe, Jesús es nuestro Amo y hacemos lo que nos ordena, pero si estamos con él es porque nos da a todas lo que necesitamos. Y por lo menos a mí, lo que me gusta es que me folle bien follada.

- Supongo que tienes razón – dije encogiéndome de hombros.

- Pues claro.

Seguimos charlando de cosas intrascendentes hasta que llegamos al instituto. Era temprano, pues faltaba más de media hora para que empezaran las clases. Yo me preguntaba por qué habíamos ido tan pronto y la respuesta no tardó en llegar.

- Acompáñame – me dijo Gloria una vez hube aparcado.

Sin hacer preguntas, la seguí al interior del edificio. Gloria llevaba en las manos su carpeta con los apuntes de clase y una bolsa de plástico. En vez de dirigirnos a la zona de las aulas, fuimos a la parte trasera, donde estaba el gimnasio. Cuando llegamos al fondo del edificio, Gloria, tras mirar a los lados para asegurarse de que no había nadie por allí cerca, sacó una llave del bolsillo y abrió la puerta de un pequeño cuartillo, que yo sabía se usaba como almacén de material de limpieza.

Efectivamente, tras entrar en el cuartucho (muy pequeño, de un par de metros de ancho por dos de largo, más o menos), pude verificar que así era. Era un sucio cuchitril, con estanterías metálicas en las paredes, llenas de botes de productos de limpieza, rollos de papel, trapos y cosas por el estilo.

Para acabar de completar el cuadro, la única luz existente provenía de una solitaria bombilla que colgaba de un cable suspendido del techo en el centro de la habitación.

- ¿Qué coño hacemos aquí? – pregunté un poco preocupada.

- Ahora lo verás – respondió Gloria mientras hacía una llamada por el móvil y colgaba antes de permitir que su interlocutor contestara.

Yo estaba con la mosca detrás de la oreja, temiéndome lo peor, pero Gloria se apresuró a tranquilizarme.

- Jesús me ha dicho que ya te contó que sus chicas tienen ciertas… “obligaciones” para obtener ciertos “beneficios”, ¿verdad?

- Sí, así es – respondí recordando la charla en cuestión.

- Pues bien, te he traído para que veas cómo desempeño una de mis obligaciones – me dijo mientras dejaba su carpeta y la bolsa en uno de los estantes.

- ¿Y cuál es?

No le dio tiempo a contestar, pues, en ese preciso momento, la puerta del cuartillo se abrió y apareció en el umbral el conserje del instituto, un vejete de sesenta y pico años que debía estar a punto de jubilarse.
 
Me alegra que os esté gustando el relato. Mi único objetivo con él es que más gente se interese en los relatos, le demos más bombo y cada día hayan más y mejores relatos en este foro.
El relato original son 11 capítulos exageradamente largos, algunos de 20 minutos de lectura y otros de más de una hora, por lo que he optado por separarlo para que sea más fácil la lectura. Cuando empecé a compartir el relato, iba por esta parte que estoy compartiendo hoy, y la verdad que hay partes que se me hace un poco cuesta arriba, y otras muy entretenidas. El capítulo final, para el cual queda aún mucho, soluciona todas las dudas que se van planteando por el camino, que no son pocas.
Pues eso, que espero que os siga gustando, si tenéis algo que objetar, o alguna crítica constructiva acerca de la forma de compartirlo, decídmelo. Pero eso, de la forma de compartirlo (si queréis capítulos más largos, o más frecuentes), ya que lo que es la historia, por respeto al autor original, no voy a cambiar nada, ya que creo que hizo un buen trabajo.
Gracias a todos por el apoyo
 
Me alegra que os esté gustando el relato. Mi único objetivo con él es que más gente se interese en los relatos, le demos más bombo y cada día hayan más y mejores relatos en este foro.
El relato original son 11 capítulos exageradamente largos, algunos de 20 minutos de lectura y otros de más de una hora, por lo que he optado por separarlo para que sea más fácil la lectura. Cuando empecé a compartir el relato, iba por esta parte que estoy compartiendo hoy, y la verdad que hay partes que se me hace un poco cuesta arriba, y otras muy entretenidas. El capítulo final, para el cual queda aún mucho, soluciona todas las dudas que se van planteando por el camino, que no son pocas.
Pues eso, que espero que os siga gustando, si tenéis algo que objetar, o alguna crítica constructiva acerca de la forma de compartirlo, decídmelo. Pero eso, de la forma de compartirlo (si queréis capítulos más largos, o más frecuentes), ya que lo que es la historia, por respeto al autor original, no voy a cambiar nada, ya que creo que hizo un buen trabajo.
Gracias a todos por el apoyo
Te tengo que felicitar, porque es de los mejores relatos que he leido, impresionante, ya el sumun seria alguna foto ilustrativa, pero ya te digo, felicidades.
 
Capítulo 15: Lo que me enseñó Gloria:




El hombre se quedó parado un segundo mirándome, sorprendido de mi presencia allí, pero Gloria intervino enseguida.

- Tranquilo, Mariano – le dijo – Ella está sólo para mirar. Cosas de Jesús.

¿Mirar? Comenzaba a intuir por donde iban los tiros.

- Vale, no me importa – dijo el conserje - ¿Las has traído?

- Claro, como siempre – respondió la chica.

Yo aún no sabía lo que estábamos haciendo allí los tres en ese cuartillo, pero empezaba a tenerlo claro.

- Venga, sácatela, que las clases empiezan ya mismo y esto se va a llenar de gente.

- Sí, sí, lo que tú digas – dijo Mariano un tanto cohibido – Pero ya sabes que aquí detrás no viene nunca nadie….

Mientras hablaba, Mariano había comenzado a forcejear con su cinturón y en menos que canta un gallo, se había bajado los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos, enarbolando una erección bastante respetable. No estaba nada mal dotado el Mariano.

Gloria, sonriente, se agachó un poco y, ni corta ni perezosa, agarró el cimbreante nabo con su manita y empezó a administrarle una experta paja.

- ¡Uffffffff! – resopló Mariano al sentir el contacto de los juveniles dedos sobre su verga.

- Te gusta, ¿eh? – dijo risueña Gloria, mientras seguía cascándosela.

- Ya… ya lo sabes – balbuceaba Mariano mientras se agarraba a los estantes con las manos para no caerse.

Yo contemplaba atónita la escena, con los ojos bien clavados en la formidable erección del conserje. La mano de Gloria se deslizaba sobre la polla con habilidad, haciendo unos elegantes giros de muñeca que, al parecer, le encantaban al vejete.

- ¿Ves? – dijo Gloria mirándome – Esta es una de mis tareas. Los lunes vengo temprano y le doy a Mariano una enjabonadita rápida, ya sabes, para que empiece la semana con energía. ¿Verdad Mariano?

Él asintió con una especie de mugido.

- A cambio, tenemos acceso al instituto siempre que nos dé la gana. Una copia de la llave maestra, acceso a los despachos de los profesores, el gimnasio… lo que nos haga falta…

Ahora entendía las misteriosas desapariciones del conserje cada vez que Jesús me pillaba en el instituto. Las piezas empezaban a encajar.

- Alguna de las tareas que tengo que hacer no son muy agradables, pero esta no está nada mal, pues Mariano es muuuuuuy amable y su pichita es bastante respetable – dijo la zorrilla dándole un cariñoso apretón al endurecido nabo.

- Sí… - resoplaba Mariano – Yo estoy aquí para servir…

- Ji, ji, ji – se reía Gloria sin dejar de meneársela - ¿A que mi Mariano tiene una buena polla, Edurne?

La muy guarra me miraba sonriente mientras decía esto. Mariano, por su parte, al oír mi nombre, había abierto sus ojos y me miraba con lujuria.

- Sí, sí – asentí avergonzada – Está muy bien.

- ¡Y está durísima! ¡Y sin pastillitas ni nada! ¡Mariano está hecho un campeón!

El campeón resoplaba como un fuelle; parecía que iba a darle una apoplejía de un momento a otro.

- ¿Cuántos años tienes ya, Mariano? – le preguntó Gloria acelerando el ritmo de su manita.

- Se… sesenta y dos – farfulló el tipo.

- ¡Sesenta y dos! ¡Y se le pone como un leño! ¡Mi padre tiene cuarenta y tres y ya he visto que tiene las pastillitas azules en un cajón! ¡Eres un monstruo, Mariano!

El vejete simplemente se reía resollando.

- ¿No quieres tocarla, Edurne? ¡Verás lo dura que está!

Mariano, encantado con la idea, clavó sus suplicantes ojos en mí, lo que me hizo gracia. Pensé en acceder, pero, al no estar Jesús presente, algunas de mis inhibiciones volvían a aflorar, así que atiné a negarme.

- No, no, no te preocupes. Estoy bien así – respondí como una imbécil.

- ¿Entonces por qué la miras tanto? – insistió la chica - ¡Estoy segura de que te apetece sobarla un poco!

- No, no…

- Te he dicho que la toques – ordenó Gloria, repentinamente seria, mientras dejaba libre la verga del viejo.

Un estremecimiento me sacudió al percibir el tono perentorio en la voz de Gloria. Como una autómata, estiré la mano y agarré la dura barra de carne del conserje, que me miraba con los ojos desorbitados.

Me gustó.

Aunque no me habían ordenado nada, reanudé la paja a Mariano, pero mi estilo era más lento que el de Gloria, deslizando mi mano muy despacio por toda la longitud de la polla del vejete. Era verdad que estaba durísima, podía sentir cómo palpitaba en mi mano; me estaba poniendo un poquito cachonda.

Mariano, por su parte, estaba a punto de caramelo. Mi inesperada intervención le había llevado a niveles altísimos de excitación y estaba a punto de correrse. Me disponía a culminar la faena cuando Gloria me detuvo.

- Espera, déjale. Yo me encargo.

A regañadientes, solté la dura polla del viejo. El pene daba pequeños saltitos espasmódicos, señal inequívoca de que iba a disparar su carga de un momento a otro.

- Me han ordenado a mí que Mariano se corra. Es mi tarea – dijo Gloria a modo de explicación mientras volvía a empuñar el arma.

Yo me aparté un paso, pues no sabía a dónde podían ir a parar los disparos, aunque Gloria parecía tenerlo todo controlado. Entonces, Mariano balbuceó unas palabras:

- Glo… Gloria… por favor… ¿me dejas?

- ¿Cómo? – dijo la chica haciéndose la sorprendida - ¿No te ha parecido bastante que te la toquen dos mujeres en vez de una?

- Por favor… - insistió Mariano, suplicante.

- ¿Y qué me das a cambio?

- Lle… llevo 10€ en la cartera…

- No seas idiota. Sabes que no quiero tu dinero. Haremos una cosa. Habla con Manolo, el del bar y que nos invite a las dos a desayunar en el recreo.

- Cla… claro – asintió Mariano.

- Bueeeeeno. Entonces vale.

Con la mano izquierda, pues la derecha seguía ocupada, Gloria se subió el jersey hasta el cuello, dejando al aire sus turgentes senos enfundados en un precioso sostén de encaje blanco. Con habilidad, soltó el broche de la parte delantera, de forma que el sujetador se abrió de golpe, descubriendo sus juveniles pechos. En ese momento, vi que de uno de sus pezones colgaba el corazoncito que la marcaba como esclava de nuestro Amo. Mariano, sin perder un segundo, disparó su mano hasta posarla en las tetas que tan gustosamente se le ofrecían y las acarició y sobó con delicadeza.

Y, claro, se corrió.

Mientras Mariano bufaba y resoplaba como un tren diesel subiendo una cuesta (eso sí, sin soltar las tetas ni un segundo), Gloria, con la habilidad que da la experiencia, apuntó la rezumante polla hacia abajo, con lo que los espesos goterones de semen cayeron directamente al suelo.

El cuerpo de Mariano se agitaba con los espasmos del orgasmo, especialmente en la zona pélvica, que se movía sin control mientras se le vaciaban los huevos por completo.

Por fin, las últimas gotas salieron de la ya menguante polla y Gloria, ya acostumbrada a esas situaciones, la soltó, procediendo a limpiarse las manos con un rollo de papel que cogió de un estante.

Cuando se recuperó, Mariano volvió a vestirse con aire avergonzado, como si una vez culminada la tarea, se diese cuenta de lo que había estado haciendo.

Gloria, una vez aseada y con la ropa arreglada, cogió la bolsa de plástico que había traído consigo y se la alargó a Mariano, que la agarró con presteza. Con los ojos brillantes, el vejete abrió la bolsa y sacó su contenido: un puñado de bragas usadas.

- Un momento, ese tanga es mío – protesté al reconocer la braguita que Jesús me había pedido el sábado cuando me marché de su casa.

- ¿En serio? ¿Son tuyas? – exclamó Mariano entusiasmado.

- Sí, son mías. Me las…. – traté de contestar.

Sin esperar a mi respuesta, Mariano se llevó las bragas a la cara y aspiró profundamente. Yo le miraba alucinada, viendo cómo el viejo olisqueaba mi olor corporal como si le fuera la vida en ello.

- Déjalo – me dijo Gloria poniendo su mano sobre mi brazo – Es parte del trato. Aunque normalmente no se entera de a quién pertenece la ropa interior que le damos. Pero eso ha sido fallo tuyo.

Todavía un poco aturdida, dejé que Gloria me sacara de aquel armario. Antes de salir, la chica se aseguró de que no hubiera moros en la costa y, tras recordarle a Mariano que nos debía un desayuno, se despidió de él hasta el lunes siguiente.

Tardé un par de minutos en recuperarme lo bastante del shock como para volver a dirigirme a Gloria.

- ¿Y esto lo haces todos los lunes? – fue lo único que se me ocurrió preguntar.

- Sí, así es – asintió Gloria – Y no te creas que me importa hacerlo. Mariano es un tipo muy amable y simpático. Nunca intenta propasarse y respeta los términos de su acuerdo con Jesús al milímetro. La única putada es tener que darme un madrugón por la mañana.

- Comprendo.

- Yo lo veo un poco como hacerle un pequeño favor a un anciano. Me recuerda a mi abuelo.

- ¿También se la meneabas a tu abuelo? – bromeé.

- ¡No, tonta! – respondió Gloria riendo – Aunque he de reconocer que era un poco viejo verde. Le gustaba demasiado sentarme en sus rodillas.

- Bueno, eso es normal en un abuelo con su nieta.

- Sí. Pero es que no empezó a hacerlo hasta que cumplí los quince – respondió Gloria entre carcajadas.

Como yo tenía que ir a la sala de profesores y Gloria a sus clases, nos despedimos hasta la hora del desayuno, que tomaríamos en el bar del instituto, cortesía del pervertido de Mariano.

Las clases de la mañana fueron bien e incluso la hora que tenía libre antes del recreo pasó muy deprisa, pues la dediqué a actualizar las actas de notas con los alumnos que habían aprobado los exámenes de recuperación.

Cuando terminé, era casi la hora del recreo, así que le llevé las actas al jefe de estudios. Me quedé parada al ver que estaba charlando con el director, pero hice de tripas corazón y me acerqué a los dos hombres, entregando los papeles.

No me gustó nada la sonrisilla socarrona con la que me miraba Armando, pero aguanté el tirón como pude y me marché de la sala, dirigiendo mis pasos al bar.

Gloria ya me esperaba allí y había logrado guardarme sitio en una de las mesas. Para disimular, me había llevado una copia de su examen de recuperación, aunque Gloria me dijo que no era necesario, pues había comentado con algunos compañeros que su padre vivía en mi mismo bloque y que fuera del trabajo yo era muy enrollada, por lo que estábamos empezando a hacernos amigas.

- Así no le extrañará a nadie si alguna mañana me traes al insti en el coche – dijo riendo.

- Muy lista – concedí.

- ¡No te quejes! ¡que lo estoy haciendo por ti! ¡Poco a poco, lograré que pierdas la fama de “Dama de Hielo”!

- Vaya, gracias – respondí riendo.

Me sorprendí en ese instante al darme cuenta de que Gloria me caía bastante bien. Una vez abandonada la pose de niñata pijilla y estúpida, descubrí que era una chica bastante más inteligente de lo que yo pensaba y, sobre todo, enormemente directa.

Charlamos un rato sobre nosotras, conociéndonos un poco más. Ya sabía que sus padres estaban divorciados, por lo que Gloria orbitaba entre los pisos de ambos. Últimamente pasaba más tiempo en casa de su padre (en mi edificio) pues, al parecer, su madre se había echado un novio nuevo y a Gloria no le gustaban las miraditas que el tipo le echaba.

Yo, por mi parte, le hablé un poco de mi relación con Mario, de mis estudios y de mi familia. Pronto estuvimos las dos contándonos cosas personales, pero, cuando la conversación iba a empezar a derivar hacia Jesús, sonó el timbre del fin del recreo y tuvimos que marcharnos a clase.

Como me tocaba precisamente con la clase de Jesús y Gloria, fuimos juntas hacia el aula y fue entonces cuando Gloria me dio mis siguientes instrucciones.

- La nuestra es tu última clase del día ¿verdad? – me dijo.

- Sí, los lunes, a última hora, no tengo clase, así que suelo marcharme a casa.

- Estupendo. Pues cuando acabemos la clase me voy contigo.

- ¿Te vas a saltar la última hora?

- Pues claro. Es gimnasia y como ves, no me he traído el chándal – dijo abriendo los brazos para que observara cómo iba vestida.

- Vale, ¿y adónde vamos?

- Primero de compras y después a almorzar. Luego ya veremos.

- ¿De compras? – inquirí.

- Exacto.

Llegamos a la clase y nos sumergimos en la algarabía de alumnos charlando y gritándose unos a otros. Tras poner orden y lograr que todos se sentaran, impartí la materia del día bastante contenta y relajada.

Jesús, tras intercambiar unas palabras con Gloria, me miró sonriente y me guiñó un ojo, lo que hizo que me ruborizara como una colegiala.

La clase pasó volando y, cuando acabó, todos los chicos recogieron sus cosas para ir al patio a clase de gimnasia. En la algarabía que se organizó, nadie se dio cuenta de que Gloria y yo nos marchábamos juntas camino del aparcamiento, sin olvidarnos eso sí, de despedirnos subrepticiamente de nuestro Amo Jesús.

Para evitarme complicaciones posteriores, aproveché para llamar a Mario con el móvil, para avisarle de que no iba a almorzar. No hubo problema, pues él también iba a salir con un compañero y estaba a punto de llamarme para decirme que no venía a casa. Un problema menos.

Una vez en el coche, Gloria me dio la dirección de un conocido centro comercial y allí nos marchamos retomando nuestra conversación.

- ¿Y también todos los lunes le llevas bragas usadas al conserje? – le pregunté tras unos minutos de charla.

- Sí. El pobre tiene un fetichismo incurable por la lencería femenina usada. Muchas veces le digo que debe tener antepasados japoneses – me respondió.

- Sí, alguna vez he escuchado por la tele que en Japón esas cosas son muy normales.

- Digo. ¿Y no has visto los vídeos con las cosas que hacen?

- Alguno.

- Una vez Jesús me enseñó uno alucinante en el que habían puesto una caja enorme en mitad de la calle. Por fuera era como de espejos, pero desde dentro se veía la calle perfectamente. ¿Entiendes lo que digo?

- Sí, desde dentro se veía a la gente, pero desde fuera no se podía ver el interior de la caja.

- Exacto, como en los espejos de las ruedas de identificación en las pelis de policías.

- Sí ya sé.

- Pues eso. Dentro de la caja, había una pareja de chinos…

- Japoneses – la interrumpí.

- Bueno, lo que sea… - dijo ella agitando una mano – Pues eso… En la caja había un agujero grande por el que la chica sacaba la cabeza a la calle y charlaba con los transeúntes. Mientras, el chino se la follaba a lo bestia dentro de la caja y la tía aguantaba el tirón poniendo unas caras de gusto que te cagabas, mientras la gente, que se imaginaba lo que estaba pasando dentro, le daba palique a la tía como si nada.

- ¡Joder! – exclamé sorprendida.

- ¡Y eso no es lo mejor! Cuando el tío se iba a correr la quitó del agujero y se le corrió en toda la boca. ¡Y la tía volvió a sacar la cabeza y a seguir charlando con la gente mientras la lefa le resbalaba de los labios! ¡Increíble!

- Madre mía, espero que a Jesús no se le ocurra hacer algo como eso.

- Ya te digo. Eso mismo le dije a él cuando vimos el vídeo y me miró con una sonrisilla que me acojonó bastante.

- ¡Joder! – exclamé, haciéndonos reír a las dos.

Finalmente llegamos al centro comercial, en cuyo parking dejamos el coche. Dejándome guiar por Gloria, fuimos a la zona de las boutiques y la chica me condujo como una flecha hasta una de ellas, cuyo nombre no daré por si algún lector lo reconoce.

Entramos en el establecimiento y pude ver que era una elegante tienda de ropa femenina. A primera vista tenían de todo, elegantes trajes de noche, ropa más juvenil, vestidos de temporada… y una amplia sección de lencería.

Yo me había fijado en alguna ocasión en la tienda cuando venía de compras al centro comercial, pero nunca me había decidido a entrar, pues mi sueldo de profesora chocaba frontalmente con los precios de los vestidos que había en el escaparate.

Nada más entrar, una bonita joven vestida con sobriedad se acercó para atendernos, pero, al fijarse en Gloria, se detuvo y, tras saludarla, dijo que iba a avisar a su jefa.

- Veo que aquí te conocen – le dije mientras esperábamos.

- Sí. Soy amiga de la dueña.

- Esto… Gloria – dije un poco titubeante.

- Dime.

- Esta tienda… Es un poco cara ¿no?

- Sí que lo es.

- Pues eso, cariño, yo no gano mucho y…

- ¡Anda, no seas tonta! – me interrumpió - ¡No te preocupes por eso!

Un poco desconcertada, vi cómo se aproximaba a nosotras la que debía ser la encargada de la boutique. Era una mujer de unos cuarenta años, pero increíblemente bien llevados, guapísima, de ojos almendrados y con una mata de pelo negrísimo recogido en un moño muy profesional. Vestía un traje de falda y chaqueta que debía costar lo que yo ganaba en un mes.

Pero lo que realmente impresionaba de aquella mujer era el formidable par de tetas que abultaban su camisa. A ojo, debían de medirle120 centímetrosde contorno, si es que no me quedaba corta debido a que llevaba los botones de la parte baja de la chaqueta abrochados, comprimiendo un poco su pecho.

- ¡Gloria, cariño! – saludó acercándose - ¡Cuánto me alegro de verte! ¡Me tienes abandonada!
 
Capítulo 16: Conociendo a todas, parte 1:





- ¡Hola, Natalia! ¿Cómo estás? – respondió Gloria besándola en ambas mejillas – Perdona que no haya pasado últimamente por aquí. Ya sabes, los exámenes y eso…

- Nada, nada, no tienes excusa – bromeó la mujer – Sólo vienes a verme cuando necesitas algo…

- Vamos, vamos, Nati, no te pases. Si nos vimos la semana pasada ¿no te acuerdas? Cuando comimos con Yolanda.

- ¡Ah, es verdad! Y por cierto, ¿no vas a presentarme a tu amiga?

- ¡Oh! Disculpa. Esta es mi profesora del instituto, la señorita Sánchez.

- Edurne, por favor – saludé yo estirando la mano.

Natalia ignoró mi mano por completo y acercándose a mí, me estampó dos ligeros besitos en las mejillas, mientras yo notaba cómo sus formidables aldabas se estrujaban contra mis pechos, de los que yo me había sentido tan orgullosa hasta hacía dos minutos.

- Yo soy Natalia. Encantada de conocerte. Las amigas de Gloria son mis amigas. ¿Y bien, nena, qué necesitas esta vez? – dijo la mujer volviéndose hacia mi alumna.

- No he venido por mí. Necesitamos algo de ropa para mi amiga Edurne.

- ¿Para ella? – dijo Natalia algo extrañada –

- Sí, para ella.

- ¡Ah, comprendo! Venid por aquí.

La siguiente hora me la pasé acompañada de las dos mujeres escogiendo y probándome ropa. Yo aún seguía nerviosa, pues cuando lograba atisbar el precio de alguno de los modelitos, no podía evitar que la sangre se me helara en las venas.

Gloria, con toda confianza, se metía al probador conmigo para ayudarme a vestirme y yo enseguida perdí el pudor, como si fuéramos amigas de toda la vida.

Finalmente escogimos tres conjuntos, uno de minifalda de color gris y chaqueta a juego, con camisa blanca, un vestido largo de color verde y un precioso vestido de noche negro que casi me hizo caer de culo al mirar el precio.

- Estás preciosa con éste, querida – me dijo Natalia mientras me miraba al espejo.

- Gracias – respondí encantada.

- Bueno, Natalia y ahora tráenos lencería. Mi amiga necesita reponer de todo. Braguitas, sostenes, medias… Ya sabes lo que a mí me gusta.

- ¿Lo que a ti te gusta? – dijo Natalia.

- Sí, ya sabes… Como si fuera para mí.

A esas alturas, Natalia sabía perfectamente mi talla, así que se marchó a por la lencería. Aprovechando que la mujer salía de la zona de los probadores, decidí insistirle a Gloria sobre el tema del dinero.

- Gloria, ¿cómo voy a pagar esto? ¡Para poder pagarme este vestido tendría que estar sin comer un mes!

- Te he dicho que no te preocupes – respondió ella distraída – Ahora quítatelo que tienes que probarte la ropa interior.

- ¿Probármela? – dije extrañada – pero la lencería no se prueba.

- Aquí sí. ¡Vamos, desnúdate!

Otra vez el tono perentorio.

Obediente, me quité el vestido y lo colgué de una percha, quedando vestida únicamente con mis braguitas y el sujetador. Gloria me echó un vistazo apreciativo tan intenso, que hasta sentí el calor de su mirada sobre mi piel.

En ese momento, se abrió la cortina del probador y entró Natalia, cargada con un montón de cajas que Gloria le ayudó a depositar en el asiento que había en el probador.

Me sentí un poco avergonzada, allí en bragas delante de aquella mujer a la que conocía desde hacía un rato. Percibiendo mi incomodidad, Gloria intervino, mostrándome lo que yo debería haber comprendido sola.

- Y bien, ¿a qué esperas? ¡Desnúdate que vamos a probarte algunos conjuntos!

- Pero, ¿no basta con la talla? Normalmente en las tiendas no permiten que una se pruebe la ropa interior.

- Cariño – intervino Natalia – Esta tienda es especial ¿no te habías dado cuenta?

- La verdad es que eres un poco espesita para ser maestra, Edurne – me zahirió mi alumna – Anda Nati, enséñaselas.

Ni corta ni perezosa, Natalia se desabotonó la chaqueta por completo y sin dudar un segundo, se subió el suéter dejando al aire el más formidable par de domingas que había visto en mi vida. Mientras yo la contemplaba con la boca abierta, la dependienta soltó el broche del sujetador y sus monumentales tetas quedaron libres, botando a su aire en el interior del probador.

En sus gruesos pezones, aparecía lo que debería de haber imaginado mucho antes: un par de piercings de acero representando un corazón atravesado por una espada. Lógico.

Lo único distinto en aquellos adornos era que llevaban un pequeño aro en la parte inferior, colgando de la base del corazón. No sabía por qué y no me atreví a preguntar.

- Número 3, te presento a la futura número 6.

- Encantada – dijo burlona Natalia, estrechándome enérgicamente la mano, lo que hizo que sus tetas botaran sin control.

Yo, aún estupefacta, le devolví el saludo sin quitarle ojo de encima a sus senos, lo que hizo que las dos mujeres se carcajearan a mi costa.

- Oye, seguro que ésta es hetero, ¿no? – dijo Natalia – Como no me quita ojo de las tetas…

- Sí, querida, doy fe de ello. Aunque a lo mejor también le gusta el rollo bollo…

Avergonzada, aparté la vista mientras las dos esclavas se reían de mí. Afortunadamente, no se pasaron mucho y enseguida retomamos la sesión de lencería.

Me obligaron a probarme varios conjuntos de ropa interior de lujo, braguitas de encaje, tangas, medias, sostenes… todo de gran calidad, bastante superior a lo que solía comprarme. Ellas no abandonaron el probador en ningún momento, sentadas muy juntitas en el asiento del cuartito, mientras hacían comentarios bastante descarados sobre mi anatomía. Mientras charlaban, Gloria le había pasado una mano por encima de hombro a Natalia y jugueteaba distraídamente con uno de los piercings, lo que no parecía molestar en absoluto a su dueña.

Estuvimos cerca de una hora allí metidas, hasta que finalmente juntaron un considerable montón de lencería fina, incluyendo un par de bodies de color negro que resaltaban especialmente mis senos.

- A Jesús le va a encantar todo esto – me dijo Gloria guiñándome un ojo.

- Doy fe – aseveró Nati mientras se abrochaba el sostén y se recomponía la ropa.

Por fin, salieron juntas, dejándome sola para que me vistiera, una vez finalizado el espectáculo. Eran más de las tres y mis tripas rugían de hambre.

Cuando salí, me encontré con que ambas me esperaban charlando junto a la caja registradora. Gloria iba cargada con un montón de bolsas, de las que me entregó la mitad, para repartir el peso.

- Bueno, Nati, gracias por todo. Ya te avisaré cuando quedemos para la cena.

- Estupendo. Oye, ¿por qué no coméis conmigo y con Yoli? Debe estar al llegar.

- Lo siento guapa, no podemos – respondió Gloria – Tengo que presentarle a Kimiko y seguir explicándole el tema.

- Bueno, qué se le va hacer. Pues otro día.

- Claro, Nati, sin problemas. Nos vemos – dijo la chica volviendo a besar a la tetona en las mejillas.

- Y a ti te digo lo mismo, Edurne – dijo la mujer dirigiéndose a mí – A partir de hoy, ésta es tu casa, puedes venir siempre que quieras.

- Muchas gracias – atiné a decir, aún un tanto avergonzada.

- Estoy segura de que seremos buenas amigas – se despidió Natalia besándome a mí también.

- Hasta la semana que viene entonces – dijo Gloria.

- Adiós.

Nos marchamos dejando a la exuberante mujer despidiéndose desde la puerta de su tienda. Gloria iba risueña, moviendo de un lado a otro las bolsas como si bailara. Yo me moría por hacerle un montón de preguntas, pero decidí esperar hasta el coche.

Cuando salimos del parking conduciendo (nos salió gratis, pues Natalia nos había sellado el ticket), no aguanté más y comencé el interrogatorio:

- O sea que Natalia es una del grupo, ¿no? – empecé torpemente.

- Es obvio.

- ¿Y todo lo que hemos comprado lo paga ella? – pregunté, pues era consciente de que Gloria no había pagado nada.

- Más o menos.

- Pero, esto es pasarse ¿no? ¿Has visto el montón de ropa que llevamos? ¡El vestido de noche vale cerca de 1500€!

- Pues mejor para ti…

- Pero…

- Pero nada – me cortó Gloria – Ella es una más de las esclavas de Jesús. Su tarea es proveernos a todas de ropa, especialmente de lencería. Cuando seas iniciada tendrás una cuenta abierta en esta tienda de 3000€ mensuales.

- ¡¿3000?! – exclamé incrédula.

- Ya me has oído. Bueno, la verdad es que casi nunca lo gastamos todo, pero ese es el límite que Jesús nos impuso. Todas intentamos no abusar, claro, pero siempre que te apetezca, puedes pasarte por aquí a pillar ropa. Y si algún mes te pasas del límite, pues pagas lo que sea y punto. Natalia te hará descuento de todas maneras. ¿No te habló Jesús de los beneficios que tenía estar con él?

- Pero, no lo entiendo… ¿De qué vive? Si anda regalando ropa.

- Ya veo que no lo entiendes. Jesús lo ordena así y ya está. Mira, el marido de Natalia es precisamente el jefe del padre de Jesús. Es director de una compañía y gana miles de euros al mes. Le puso esta tienda a su esposa para que tuviera algo en lo que entretenerse y le da igual si gana o no dinero. Además, la tienda es bastante famosa y factura un montón todos los meses, por lo que no se nota si regala algo a unas cuantas chicas un par de veces al mes.

- Madre mía.

- Jesús piensa que incluso es muy probable que el marido de Nati use la boutique para blanquear dinero, pues dice que es bastante corrupto, así que imagínate.

- Joder…

- Pues eso, Natalia es sin duda la más amable de todas las chicas del grupo y no le importa que vengamos a llevarnos ropa si es para hacer feliz a nuestro Amo.

- ¿En serio? ¿Más amable que tú? – pregunté jocosa.

- Cariño… Tú todavía no me has visto cabreada.

Tardé un par de minutos en digerir todo aquello, hasta que Gloria rompió el silencio.

- Te he visto bastante cortada en la tienda. La verdad, no me lo esperaba.

- No creas, normalmente soy así. Me avergüenzo con facilidad.

- Ya veo, pero Jesús es capaz de sacar a flote tu lado más salvaje – concluyó ella.

- Ni te lo imaginas – respondí sin pensar.

- Claro que me lo imagino. A todas nos pasa igual.

Tras un segundo de pausa, me di cuenta de que no sabía a dónde íbamos, por lo que interrogué a Gloria.

- ¿Adónde crees que vamos? ¡A comer! ¿Acaso no tienes hambre?

- Pues la verdad es que sí.

- ¡Estupendo! ¿Te gusta el sushi?

- Sí, bastante – asentí.

- Pues de coña, pues vamos al restaurante de Kimiko.

- ¿Kimiko? Antes te he oído mencionar ese nombre. ¿Quién es?

- ¿Tú quién crees?

Mi cerebro, un poco menos embotado, fue capaz esta vez de procesar mejor la información.

- Otra esclava – sentencié.

- ¡Premio!

- Y tiene un restaurante japonés donde vamos a comer gratis.

- ¡Coño! ¡Por fin espabilas! ¡Pareces Sherlock Holmes! – rió ella.

- ¿En serio?

- ¡Lo has clavado, chata! Vamos a presentarte a la número cinco.

Hice mis cuentas mentales.

- A ver, seríamos Esther la número uno, tú la dos, Natalia la tres, Kimiko la cinco y yo la siete, ¿no es así? – le pregunté.

- No. Tú serás la seis. Hay una chica que es siempre la última. Luego la conocerás.

- ¿Y por qué?

- Luego, si tenemos tiempo, te lo explico.

- Vale – asentí - ¿Y la número cuatro?

- No la has conocido por poco. Es Yolanda, la hija de Natalia.

- ¿Su hija? – grité alucinada.

- ¡No chilles, coño! – exclamó Gloria algo molesta – Sí, su hija, ya me has oído.

- ¿Jesús se está follando a la madre y a la hija? ¿Y a ellas les parece bien?

- Si tu madre tuviera un par de tetas como las de Natalia y Jesús quisiera follársela ¿tú se lo impedirías?

La idea de que mi Amo quisiera zumbarse a mi madre no entraba en mi cabeza, pero la de que ella tuviera aquellas ubres de vaca me parecía todavía más remota, pues mi madre es delgadísima y pequeñita, pesando apenas 45 kilos.

- Bueno, supongo que no – concedí no muy convencida.

- Pues Yoli está casi tan bien dotada como su madre.

- ¿De veras?

- Te lo juro. Entre las dos hacen que me sienta muy pequeñita, no sé si me entiendes.

- A mí ya me ha pasado simplemente con ver a la madre – dije riendo.

- Tienes razón. Con la madre basta.

- ¡Menudo par de campanas! – exclamé divertida.

- ¡Cierto! ¡Una casi espera escucharlas repicar!

Nos reímos un buen rato, mientras Gloria me hacía gestos indicándome la dirección. A una indicación suya, busqué aparcamiento, encontrándolo en zona azul, por lo que tuvimos que pagar un par de horitas en el parquímetro, por si las moscas. Por desgracia, no todo iba a salirme gratis ese día.

Dejando la ropa en el maletero del coche, caminamos un par de calles hasta un restaurante japonés del que había oído hablar. En un par de ocasiones había intentado que Mario me llevara, pero él odia el sushi.

- Oye - le dije a Gloria - ¿No es un poco tarde para ir a un restaurante?

- Normalmente lo sería – respondió Gloria mirando su reloj y viendo que eran cerca de las cuatro – Pero en éste sitio nos atienden siempre que queramos.

- Y no nos cobran nada – concluí.

- Lo vas pillando.

Entramos al local, que me impresionó por lo exquisitamente decorado que estaba. Tenía el aspecto de un restaurante tradicional japonés, nada de los locales chillones y funcionales en que había estado otras veces.

El centro lo ocupaba una enorme barra cuadrada con una plancha rodeándola, para que el cocinero pudiera preparar la comida delante de los clientes. Las paredes estaban decoradas con láminas clásicas japonesas, pero nada de geishas y samurais con katanas, sino con motivos florales y escenas de la naturaleza. Todo muy zen.

Al fondo había varios reservados, con puertas hechas con papel de arroz, para reuniones de grupos más numerosos. La atmósfera que desprendía el local era de tranquilidad absoluta y de paz.

Un chico asiático muy joven nos saludó al entrar y, como había pasado en la boutique, tras reconocer a Gloria se marchó en busca de la tal Kimiko. Cuando la chica apareció, pude confirmar una vez más que, a Jesús, desde luego no le gustan feas (aunque esté mal que yo lo diga).

Kimiko era sencillamente preciosa. Más o menos de mi edad, bajita, de 1,60 aproximadamente y bastante delgada; su pelo, muy negro como el de Natalia, iba recogido en el tradicional peinado japonés, sujeto con dos palillos. Parecía una muñequita de porcelana.

Tras las presentaciones de rigor, durante las que Kimiko no paró de hacerme reverencias que yo devolví con torpeza, nos condujo hasta uno de los reservados del fondo. Nos dejó solas unos segundos, en los que supongo encargó la comida y enseguida volvió a reunirse con nosotras.

- Kimiko – le dijo Gloria - ¿Por qué no comes con nosotras? Conociéndote, seguro que todavía no has almorzado.

- ¡Oh! No quisiera ser una molestia.

- ¡En absoluto! Insisto – repitió la chica – Así podréis conoceros mejor.

Un poco avergonzadas, pues ambas conocíamos el secreto que nos unía, esperamos a que nos trajeran la comida. Poco a poco, fuimos empezando a charlar, más que nada por combatir el tenso silencio que se había producido. Por una vez, eché de menos el incesante parloteo de Gloria, pues la chica permanecía callada, observándonos divertida.

- Entonces, ¿este establecimiento es tuyo? – le pregunté.

- Sí, así es. Este humilde local pertenece a mi familia y yo soy la encargada de dirigirlo.

- Pues es un sitio precioso. He tenido ganas de venir muchas veces, pero mi novio no es muy aficionado al sushi.

- ¿Tu novio? – preguntó con interés.

- Sí – dijo Gloria interviniendo groseramente – A mi profesora no le basta con el rabo del Amo Jesús, así que tiene otro más para que se la folle por las noches.

- ¡Gloria! – exclamé escandalizada.

- ¿Qué pasa? ¿No es verdad? – respondió la chica con descaro.

Me sentí avergonzada por el exabrupto de la joven y, al parecer, lo mismo le sucedía a Kimiko, pues su pálida piel había enrojecido enormemente.

- Bueno – continué tratando de aliviar la situación – Es cierto que tengo pareja desde hace tiempo, pero ahora que el Amo ha aparecido en mi vida, no tengo muy claro de si seguiré con él o no.

- Simplemente, haz lo que el Amo te ordene – me dijo Kimiko mirándome con simpatía – Es lo más fácil.

- Pues tienes razón, esperaré a que él me diga lo que hacer – respondí, sorprendida de que algo tan obvio no se me hubiese ocurrido antes.

En ese momento abrieron un panel de la pared y dos camareros entraron portando bandejas de sushi y sashimi, acompañadas con botellitas de sake frío.

Como me pirro por el sushi y tenía un hambre de lobo, me concentré en disfrutar de la comida. Sin duda, era el mejor sushi que había probado en mi vida, lejos de esos sucedáneos que sirven en los restaurantes chinos y woks en que había estado.

Encantada, no paré de ponderar las virtudes del cocinero y la exquisitez de la comida, lo que hizo que mi interlocutora, sonriente, enrojeciera de nuevo mientras me hacía nuevas reverencias.

No me di cuenta en ese momento, pero el hecho de que Kimiko y yo congeniáramos, no le gustó demasiado a Gloria, por lo que trató de fastidiar un poco.

- Oye, Kimiko, me he dado cuenta de que no nos das el tratamiento debido, ¿por qué?

Kimiko se puso muy seria, callándose de repente.

- ¿Y bien?

- Tiene razón, Gloria-sama – dijo la japonesa agachando la cabeza.

- Así está mejor. No te olvides de que soy la número dos.

- No lo olvido. Espero que me perdone.

- Gloria –intervine – No creo que sea necesario…

- ¡Tú te callas! – me espetó – Parece que también has olvidado cual es tu lugar.

Me quedé helada. Tenía razón. Me había relajado pasando un día de compras con Gloria, pensando que nos estábamos haciendo amigas, pero, en realidad, lo único que nos unía era la devoción por nuestro Amo.

- Lo siento Gloria – me disculpé – No volverá a pasar.

- Bueno, no pasa nada. Sigamos comiendo, que es cierto que está muy rico.

En un violento silencio, continuamos almorzando. Gloria, feliz por haber dejado claro quién mandaba y volviendo a llevar la voz cantante, fue la encargada de romperlo.

- Y bien, Kimiko, ¿cómo van los preparativos para lo de la semana que viene?

- Perfectamente, Gloria-sama. La noche del martes de la próxima semana el local permanecerá cerrado al público. Acondicionaremos la sala grande con las comodidades que Esther-sama me ha solicitado y prepararemos también comida occidental para las invitadas a las que no les guste la japonesa.

- Muy bien.

- Ya he cursado las invitaciones para todas.

- Estupendo. ¿Ves? Cuando haces las cosas bien no me enfado contigo. Has hecho un buen trabajo.

- Domo arigato, Gloria-sama.

- ¡Muy bien! ¡Me encanta que me hables en japonés!

Un poco más relajadas, continuamos comiendo. De todas formas, Kimiko no decía nada y se limitaba a contestar cuando nosotras nos dirigíamos a ella, siempre con la cabeza gacha, sin atreverse a mirarnos a los ojos. Me dio pena.

- No sé si debo preguntar – me atreví a decir – Pero, ¿a qué os referís con lo del martes?

- ¡Coño, es verdad! ¡Tú aún no lo sabes! – exclamó Gloria.

- Que no sé el qué.

- Cuéntaselo, Kimiko.

- De acuerdo, Gloria-sama. El martes que viene es el cumpleaños del Amo.

- ¿En serio?

- Sí, el Amo alcanza la mayoría de edad.

- ¡Vaya!

- Esther-sama ha organizado una cena en mi humilde local a la que asistirán todas las honorables compañeras del Amo.

- ¿Yo también? – pregunté.

- Por supuesto. El Amo me llamó esta mañana y me dio su dirección. Hace un rato he echado su invitación al correo, Edurne-san; la recibirá en un par de días.

- ¿Y qué voy a regalarle? – pregunté súbitamente angustiada.

- Si me permite la sugerencia, Edurne-san, todas nos hemos puesto de acuerdo en hacerle un regalo en común.

- ¡Estupendo! – exclamé con alivio - ¿Y qué es?

- Un coche.

- ¿Un coche? – exclamé atónita.

- Así es. Obviamente, cada una de nosotras colabora de acuerdo a la medida de sus posibilidades.

- Claro, tía – intervino Gloria – Yo no puedo poner tanta pasta como por ejemplo Natalia, que está forrada, así que pon lo que puedas y punto.

- Cla… claro – respondí insegura.

- Si le parece bien, Edurne san, ahora le doy un número de cuenta en el que podrá efectuar el ingreso. No es preciso que ponga su nombre, así no se sabe quien ha puesto cada cantidad.

- Bien pensado – dijo Gloria – Seguro que es idea de Esther y no tuya.

- Así es – dijo Kimiko con humildad.

Empezaba a molestarme la actitud de Gloria hacia Kimiko, pero ¿qué podía hacer?

- Por cierto – continuó mi alumna – Has dicho antes que Jesús te ha llamado, ¿verdad?

- Así es. El Amo ha tenido a bien llamarme esta mañana por teléfono.

- ¿Y ha sido sólo para darte la dirección de Edurne? ¿No podíamos encargarnos Esther o yo misma de eso?

- El Amo también me ha anunciado que esta noche pasará por mi humilde morada.

- ¡Vaya! ¡Así que esta noche le apetece la japo! Entonces, ¿las llevas puestas?

- Hai, así es… - respondió Kimiko toda colorada.

- ¡Quiero verlas! ¡Enséñanoslas!

Yo no sabía de qué demonios hablaban, así que, cuando Kimiko se puso lentamente de pié y empezó a desnudarse, me quedé de piedra.

En cuanto se sacó el jersey, comprendí a qué se refería Gloria. Bajo la ropa, Kimiko iba completamente desnuda, pues, en vez de ropa interior, llevaba atada al cuerpo una cuerda que describía complicadas líneas sobre la pálida piel de la chica. Sus pequeños senos, aprisionados por la cuerda, apuntaban al frente con los pezones muy duros. Su vagina, por otra parte, estaba abierta por una cuerda incrustada en medio, deslizándose también entre las nalgas.

Colgando de cada labio vaginal, aparecían dos corazones de acero a modo de piercing. Como los que llevaba Natalia, ambos disponían de un pequeño arito en la parte inferior.

- ¿Ves esos aros? – me dijo radiante Gloria, leyéndome el pensamiento.

- Sí – respondí.

- De ahí se le ata una cadenita y se puede estirar de ellos.

- ¿Y no le duele?

- Supongo. ¡Pero a esta furcia es lo que le pone! ¡Menudo descubrimiento hizo Jesús con ella! ¡A ésta le da igual que se la follen, lo que la calienta es que la aten y la humillen!

- Gloria, no sé si… - dije avergonzada.

- ¿No te lo crees? ¡Tócale el coño y verás que está empapada! ¡Y mira esos pezones como rocas!

- Pero…

- ¡Que se lo toques!

Mirando compungida a Kimiko a modo de disculpa, introduje mi mano entre los muslos de la chica y palpé con cuidado el chochito japonés, lo que la hizo estremecerse, supongo que porque tenía la zona muy sensible.

- Qué, ¿está mojada o no?

- Sí que lo está – respondí en voz baja.

- ¡Y eso no es lo mejor! ¡Kimiko, dile a Edurne quién te ha atado así para el Amo! Porque claro, esto no ha podido hacérselo ella sola.

- Ha sido Yoshi-chan – respondió Kimiko avergonzadísima.

- ¿Y quién es Yoshi-chan, eh? ¡Díselo a Edurne!

- Mi hermano. Yoshi es mi hermano.

- ¿Lo ves? ¡Menuda puta!

Estaba alucinada. Me daba cuenta de que me estaba sumergiendo en un mundo sórdido del que quizás no podría escapar nunca. Y lo peor era que me encontraba a gusto, estaba excitada.

Una vez satisfechas las ganas de humillar a la pobre Kimiko, Gloria permitió que se vistiera. Kimiko se veía avergonzada, por lo que mi simpatía por ella aumentó notablemente, no sé si por pena o por qué.

Gloria, muy satisfecha de sí misma, la miraba triunfante en silencio, mientras la pobre chica se vestía.

Una vez arreglada y a una señal de Gloria, Kimiko avisó a sus empleados para que despejaran la mesa. Nos ofreció tomar una copa de licor pero Gloria contestó que no podíamos, pues eran las cinco pasadas y teníamos una cita a las seis.

Nos despedimos y Kimiko me entregó una tarjeta del restaurante y un papel con un número de cuenta. Subrepticiamente, deslizó en mi mano otra tarjeta, esta vez con su número personal, procurando que Gloria no lo viera.

Nos despedimos entre obsequiosas reverencias, que al parecer divertían mucho a Gloria, pues la obligó a repetirlas varias veces.

- ¡Espero que te lo pases bien esta noche! – le gritó socarrona mi alumna desde la puerta.

Y salimos.

Fuimos hacia el coche sin mediar palabra, pues yo iba bastante molesta con Gloria por su forma de comportarse con Kimiko y ella, a su vez, iba sumida en sus propios pensamientos.

- ¿Adónde vamos? – le pregunté mientras abría las puertas del coche.

- Regresamos al centro comercial.

- ¿A la boutique? – dije extrañada.

- No. A un centro de estética. También está allí.

- No me digas que…

- Sí. Allí trabaja Rocío. Ella es la eterna última de la lista. Vamos a ponernos guapas y a que nos den un buen masaje.

- Y supongo que allí tampoco pagaremos nada – dije con filosofía.

- Exacto.

- ¿Y la tal Rocío es la dueña del negocio?

- ¿Quién? ¿Rocío? ¡Ni de coña! Allí es el último mono.

- Entonces, ¿cómo?

- Luego le damos tus datos para que te hagan socia del centro de estética. Cuando te vayan a pasar el cobro, Rocío se encarga de anularlo. De todas formas de vez en cuando, para disimular, te cobrarán algo, pero poca cosa.

- ¿Y no la pueden pillar?

- Por lo que me ha explicado es difícil que la pillen, por lo visto el encargado es un poco gilipollas y mientras Rocío sigua follándoselo, no va ni a sospechar.

- ¿Se acuesta con el jefe para que nosotras no paguemos? – exclamé.

- Órdenes de Jesús.

- Pero él me dijo que no era normal que nos obligara a acostarnos con otros hombres, que quería a sus chicas para él – insistí preocupada.

- Y así es. Pero es que Rocío es un caso especial.

- ¿Por qué?

- Ya te lo contaré.

Tratando de digerir la nueva información, me callé un rato, concentrándome en el tráfico. Gloria, que no podía estar callada dos minutos, retomó la charla.

- Vas muy callada – me dijo.

- Tengo mucho en qué pensar – respondí sin hacerlo.

- ¿Te ha molestado cómo he tratado a Kimiko?

Desvié la mirada hacia ella un segundo por toda respuesta.

- Puedes hablar con franqueza. No te preocupes – me dijo para tranquilizarme.

- Pues entonces te diré que creo que te has pasado un montón con ella. No había necesidad de humillarla de esa forma. No somos precisamente nosotras las más adecuadas para juzgar a nadie por tener unas preferencias sexuales “especiales”…

- Es cierto.

- Y se veía que la pobre lo estaba pasando mal.

- Sí, pasándolo mal, pero cachonda perdida.

- Bueno, como tú digas, pero creo que te has pasado.

Gloria guardó silencio durante unos minutos, meditando mis palabras, hasta que decidió cómo continuar.

- Ya te dije antes que las relaciones entre las chicas eran complicadas a veces.

- Ya veo – asentí.

- Kimiko y yo nos hemos llevado bastante mal desde siempre.

- Y tú aprovechas que ahora estás por encima de ella para putearla.

- ¿Putearla? ¡Eso no ha sido nada!

- Pues a mí me ha parecido que lo pasaba mal.

- ¿Mal? ¡Mal lo pasé yo cuando esa puta me obligó a acostarme con su hermano! ¡No sabes lo que es que te metan una polla como la suya cuando no quieres!

Me quedé estupefacta, pero la respuesta no tardó en acudir a mis labios.

- No te creas, niña, que a lo mejor sí que lo sé.

- ¿El qué? ¿Te quejas por la polla de Armando? ¡Cuando veas la de Yoshi ya me contarás!

Permanecimos en silencio. Me di cuenta de que Gloria estaba muy enfadada, tanto que hasta los ojos le brillaban por las lágrimas.

- Vale, vale, lo siento – me disculpé – No tengo ni idea de lo que ha pasado antes entre vosotras, ni de qué te ha hecho…

- ¡Bah! No te preocupes – dijo ella desviando los ojos hacia la ventanilla.

- No te enfades, que hoy lo estábamos pasando muy bien.

- Si no me enfado – dijo ella infantilmente, haciéndome recordar que todavía era una cría de 17 años.

Tras unos segundos de violento silencio, decidí bromear un poco para aliviar la tensión.

- ¿Tan grande era el pene del tal Yoshi? Tenía entendido que los asiáticos la tenían pequeña.

- Eso es un mito.

- ¿En serio? ¿Y cómo la tenía?

Por toda respuesta, Gloria separó las manos dejando un buen espacio entre ambas, tanto que pensé que exageraba.

- ¡Dios mío! ¿Y te metió todo eso?

- Me llegó hasta el estómago…

- ¡Joder! ¡No me extraña que estés cabreada!

Nos miramos a los ojos y nos echamos a reír. Estaba contenta de haber solucionado el mal rollo con Gloria, pero en mi interior, seguía pensando que se había pasado humillando a Kimiko delante de una extraña, con lo que mi simpatía hacia la japonesa no disminuyó.

- Y prepárate tú – me dijo entonces – Porque pronto vas a conocer a Yoshi.

- ¿Y por qué? – pregunté sorprendida.

- Es el que nos hace los piercings. A través de él conoció Jesús a Kimiko. Y normalmente cobra “en especie”.

- Bueno, no sé si Jesús te lo habrá dicho, pero yo me voy a hacer un tatuaje, no un piercing…

- No te preocupes, Yoshi es un experto tatuador.

Tragué saliva, repentinamente inquieta.

Llegamos al centro comercial y volvimos a meter el auto en el parking. Gloria me llevó esta vez a la planta superior, donde estaba el centro de estética. Era un lugar enorme, perteneciente a una franquicia, y tenía de todo, gimnasio, spa, sauna, peluquería, clínica láser. Ocupaba prácticamente toda la planta superior del edificio.

Nos dirigimos a la recepción, donde una bellísima chica nos saludó con una sonrisa, preguntándonos si teníamos cita. Gloria le dijo que sí, dándole nuestros nombres y la chica confirmó nuestra reserva, con Rocío y con una tal Romina.

Mientras esperábamos sentadas en unos sillones junto a la recepción, le pregunté a Gloria algo que llevaba un rato reconcomiéndome por dentro:

- Perdona, Gloria, no sé si debo preguntarte esto…

- Dispara.

- ¿Cuánto vas a poner tú para el regalo de Jesús? No es por nada, pero es que no tengo ni idea…

- ¿Yo? Unos 2000€. Pero no te preocupes, si no puedes poner tanto no pasa nada. De hecho, Jesús ni sabe que le vamos a comprar el coche, ha sido todo idea de Natalia y Esther, que son las que más pasta tienen.

- No, no, creo que algo así puedo permitírmelo. El otro día me gané un extra…

- Sí, sí, ya me lo contó Jesús. A propósito, ¿cómo tienes el culo? ¿Aún te duele?

- Estoy mejor, gracias – respondí ruborizada.

- La primera vez es jodida, pero luego se le va cogiendo el gusto.

- ¿En serio? – respondí dudosa.

- De verdad. Y mejor que te acostumbres pronto, pues a Jesús le encanta el anal y anda loquito porque te recuperes para poder encularte.

- ¡Oh!

Me di cuenta de que la recepcionista no se estaba perdiendo detalle de nuestra conversación, pues nos dirigía disimuladas miradas de asombro. Gloria también se había dado cuenta, pero no le importó en absoluto.

- ¡Ah! – dijo de repente la joven – Aquí están.

Nos levantamos y saludamos a las dos chicas que venían. Ambas eran muy guapas, vestidas con el uniforme del centro de estética, pantalón y camisa de enfermera blancos. Me sorprendió enterarme de que Rocío era la más joven de las dos, más o menos de la misma edad que Gloria. Romina, por su parte, era una mujer muy alta, rumana creo a juzgar por el acento, que tomaba nota profesionalmente, mientras Gloria le explicaba lo que habíamos venido a hacernos.

Rocío, por su parte, permanecía en un discreto segundo plano, sin atreverse a mirar a Gloria directamente, aunque a mí me echaba disimuladas miraditas.

Una vez concretados los tratamientos a recibir, Gloria me indicó que me marchara con Rocío, mientras que de ella se encargaría Romina.

- Trátamela bien, Rocío – le dijo mientras se alejaba - ¡Ya sabes, tratamiento completo!

Con un educado gesto, Rocío me indicó que la siguiera, lo que hice obediente. Me condujo a través de unos sobrios pasillos con puertas a los lados, que supongo que llevarían a las diferentes salas de tratamiento.

Por fin, Rocío abrió una de las puertas y se apartó para que yo pasara primero. Me encontré en una sala pintada de blanco, con una camilla de masajes en el centro. A un lado había un enorme espejo y un sillón. En la otra pared, unos estantes estaban a rebosar de toallas blancas y junto a la camilla, una mesita con ruedas estaba llena de botes y potingues.

- Desnúdese y túmbese en la camilla. Cúbrase con una toalla. Yo regresaré en unos minutos.
 
Capítulo 17: Conociendo a Rocío:




Tras decir esto, Rocío salió de la sala cerrando la puerta. Yo eché un vistazo a mi alrededor y, un poco cohibida, comencé a quitarme la ropa, que deposité en el sillón.

Una vez desnuda, me contemplé en el espejo, constatando que las marcas de las sesiones con Jesús estaban comenzando a desaparecer. Tras acariciarme distraídamente un pecho como suelo hacer, me tumbé boca abajo en la camilla, cubriendo mi trasero con una toalla.

Tras esperar un par de minutos, oí que llamaban a la puerta y, después de que yo diera permiso, Rocío se asomó para asegurarse de que estaba lista.

- ¿Puedo pasar? – preguntó cortésmente.

- Sí, claro, adelante.

Ella entró cerrando la puerta tras de sí. Muy profesional, ordenó los botes que había encima del carrito y cogió uno que tenía un expendedor como los del jabón líquido y se lo guardó en un bolsillo que tenía en la cadera; de esta forma, le bastaba con bajar la mano y presionar el botón para echarse un chorro de crema en la mano.

- Coloque la cara en el hueco, por favor.

Yo obedecí y puse mi rostro contra la almohadilla circular de la camilla, con lo que mi vista quedó clavada en las baldosas del suelo. Enseguida noté las cálidas manos de Rocío, embadurnadas de aceite, deslizándose por mi espalda. Tras unos segundos en los que extendió la crema sobre mi piel, comenzó el masaje propiamente dicho, empezando por los dorsales para ir subiendo hasta los hombros y el cuello.

Era bastante buena y pronto empecé a sentir cómo la tensión que últimamente acumulaba en los músculos se desvanecía. Sus manos se deslizaban con habilidad por mi espalda, deshaciendo nudos y refrescando músculos. De vez en cuando, sus manos resbalaban por mis costados, rozando levemente mis senos apretados contra la camilla, lo que me provocaba unas cosquillitas deliciosas.

Me relajé por competo, disfrutando enormemente de aquel soberbio masaje. Al rato, Roció abandonó mi espalda y se dedicó a mis pies, presionando en los puntos justos para aliviar la tensión. Mis pantorrillas y mis muslos fueron acariciados con vigor y delicadeza, aproximándose cada vez más a la parte tapada por la toalla.

- ¿Quiere que la masajee bajo la toalla?

Tan bien lo estaba haciendo que no tardé ni un segundo en responder.

- Sí, por favor. Quita la toalla si te estorba – dije sin pensar.

Rocío descubrió mi culo, dejando caer la toalla al suelo. Sus manos se posaron en mis nalgas, que pasó a amasar con intensidad. Notaba perfectamente cómo la chica separaba mis nalgas al masajearlas, con lo que imaginé que estaría obteniendo un panorama perfecto de mi ano y de mi coñito, pero me daba igual, al fin y al cabo ella era como yo.

Giré la cabeza para mirar nuestro reflejo en el espejo y pude ver cómo la preciosa chica me amasaba una y otra vez el culo, deslizando sus manos entre mis muslos hasta casi rozar mis labios vaginales.

Ella alzó entonces la cabeza, encontrándose nuestras miradas en el reflejo del espejo. Yo le sonreí un poco atontada, pero ella no me devolvió la sonrisa, sino que me preguntó:

- El Ama Gloria me ha dicho que el tratamiento completo, ¿lo quiere así, Ama Edurne?

- Sí, sí, por supuesto – respondí sin pensar – Pero no hace falta que me llames Ama. Puedes llamarme Edurne.

- No, no puedo – respondió la chica.

Mientras decía esto, una de sus manos completó el viaje hacia el norte entre mis muslos, frotando directamente sobre mi vulva. Sorprendida, di un respingo levantando la pelvis de la camilla, lo que ella aprovechó para meter la mano bien adentro entre mis muslos. Su otra mano, mientras, presionaba sobre mi culo para impedir que me levantara.

- Pe… pero ¿qué haces?

- El tratamiento completo – contestó ella simplemente.

Completamente embadurnado de aceite, su inquieto dedo corazón penetró en mi vagina fácilmente, haciendo que mi cuerpo se estremeciera de placer. Con gran habilidad, Rocío empezó a masturbarme dulcemente, haciéndome notar cómo sus juguetones dedos se hundían una y otra vez en mi intimidad.

Poco después, otro de sus dedos comenzó a acariciar suavemente la zona clitoriana, haciéndome morder la sábana de la camilla de puro placer.

Rocío, con dulzura, tiró de mi cuerpo para hacerme quedar a cuatro patas sobre la camilla, para tener mejor acceso a mi coño. Yo, sin dudar, le hice caso, aunque mantuve el torso abajo, con la cara apretada contra la almohadilla para ahogar mis gritos y jadeos.

Entonces, aprovechando que estaba abierta de piernas para sentirla mejor, Rocío aprovechó para deslizar suavemente un dedo de la otra mano en el interior de mi culo. Me tensé como la cuerda de un arco al sentir la súbita intromisión, pero me relajé enseguida al darme cuenta de que no me dolía en absoluto, sino que sentía sólo placer.

Poco después, me corrí como loca, mientras Rocío acariciaba mi clítoris describiendo suaves movimientos circulares con los dedos de una mano sobre él, mientras el dedo corazón de la otra mano se agitaba dulcemente en mi culo.

Me derrumbé extenuada sobre la camilla y Rocío, muy diligente, me ayudó a tumbarme boca arriba, reanudando el masaje sobre mi cuerpo, esta vez por la zona delantera.

Yo estaba desmadejada, dejándome hacer, mientras sus expertas manos recorrían hasta el último centímetro de mi piel, extendiendo el cálido aceite por mis senos, mis muslos, mi vientre… Una delicia.

Pero me di cuenta de que seguía cachonda. Cada vez que sus manos se deslizaban por mis pechos y rozaban mis durísimos pezones, sentía un estremecimiento que me llegaba hasta el alma. Necesitaba más.

Entonces caí en las cosas que me había contado Gloria.

- Rocío – le dije.

- ¿Sí, Ama? – respondió ella.

- Según me han contado tú eres siempre la última en el escalafón, ¿verdad?

- Sí, así es Ama Edurne.

- ¿Y estás incluso por debajo de mí, aunque yo todavía no sea miembro del grupo?

- Sí, Ama. Yo debo obedecer incluso a las aprendices del Amo Jesús.

- O sea, que debes hacer lo que yo te mande, ¿no?

- Sí.

El diablillo juguetón de mi cerebro estaba los mandos en ese momento.

- Pues entonces, cómemelo – le ordené mientras me abría de piernas al máximo sobre la camilla.

Sin dudarlo un segundo, Rocío, que estaba a la cabecera de la camilla, la rodeó y se colocó entre mis abiertas piernas. Ya he dicho antes que no soy lesbiana, pero entre que me acordaba con placer de la sesión con Esther y que estaba cachonda como una perra, no dudé en obligarla a que me comiera el coño.

Y desde luego, ella no se quejó.

Con habilidad, Rocío hundió su cara entre mis muslos, chupándome el coño con pasión sin importarle que estuviera empapado de aceite y de flujos. Me hizo ver las estrellas cuando un par de sus deditos se clavaron en mi vagina, mientras mi clítoris era lamido y chupeteado con habilidad.

Enloquecida por el placer, mis caderas se agitaban espasmódicamente, golpeando sus mejillas con mis muslos, que se abrían y cerraban de forma incontrolada. No le llevó más de un par de minutos llevarme a un nuevo orgasmo, que me dejó derrengada sobre la camilla.

- ¿Desea algo más, Ama? – me preguntó Rocío saliendo de entre mis piernas y limpiándose la boca con la manga del uniforme, como si acabase de darse una comilona.

- No, no, nada más – resollé – Puedes seguir con el masaje.

Obediente y profesional, Rocío continuó masajeándome durante unos diez minutos más, hasta que sonó un suave timbre que marcaba el final de los 45 minutos de rigor.

Tras ayudarme a levantarme, Rocío me entregó un albornoz blanco e hizo que me lo pusiera. Una vez abrochada la bata me calzó unas zapatillas y me condujo fuera de la sala.

- Luego podrá volver a por su ropa – me dijo.

Yo sólo asentí con la cabeza.

Volvió a llevarme por los pasillos, hasta que llegamos a la zona de las piscinas. Me condujo hasta una habitación en la que había un jacuzzi, en el que me esperaba, totalmente desnuda, la pequeña Gloria.

- ¿Qué tal ha ido? – me dijo mi alumna mientras daba un sorbo a un batido de frutas que tenía junto al borde del jacuzzi.

- Ha sido fabuloso – respondí quitándome el albornoz y deslizándome en el agua junto a la joven.

Total, ya me había visto desnuda aquel día cuanto había querido en los probadores.

- Ya veo, ya. Te han aplicado el tratamiento completo ¿eh? – dijo ella, burlona.

- ¿Tú que crees?

- Rocío, tráele a Edurne otro batido.

Sumisamente, Rocío se marchó y nos dejó solas.

- Oye, en estos sitios ¿no se exige llevar bañador?

- No te preocupes, este jacuzzi es privado y no va a venir nadie.

- ¡Ah, vale!

- Por cierto, cuéntame cómo te ha ido con Rocío.

Durante un rato, sólo hablé yo, describiéndole con todo lujo de detalles la sesión de masaje.

- Vaya – dijo Gloria cuando hube acabado – Ya vas cogiéndole el truco a esto.

- Gracias.

- Y no me refiero tan sólo al tema de los rangos, sino al de contar tus aventurillas.

- ¿Por qué dices eso?

- Verás, una cosa que le gusta mucho a Jesús es que le contemos las situaciones eróticas o sexuales en las que nos veamos mezcladas. Se pone muy caliente. Es bueno que se te dé bien hacerlo, pues te lo pedirá muy a menudo.

- ¿Y a ti que tal se te da?

- Me defiendo.

- Pues, ¿por qué no me cuentas cómo empezaste con Jesús? Total, tú ya sabes cómo me fue a mí porque él te lo ha contado ¿no?

- No hay problema, aunque te advierto que no es nada especial. Empezamos hace 3 años, como una pareja de adolescentes normal y corriente. Salimos juntos y eso.

- No me lo creo – dije sonriendo.

- En serio. Pero no hay problema, te lo cuento…

Y comenzó a narrarme su historia mientras veíamos cómo Rocío se aproximaba con mi batido en una bandeja.

Gloria y yo charlábamos relajadamente en el jacuzzi mientras la obediente Rocío me traía la bebida que habíamos pedido. Con un simple gesto, Gloria le indicó a la chica que se arrodillara detrás de ella y le masajeara suavemente los hombros mientras me contaba su historia.

Saboreé con placer el refrescante batido, sonriéndole a Rocío para demostrarle que me gustaba mucho. Ella agradeció el gesto con un leve asentimiento, sin dejar en ningún momento de acariciar y masajear la espalda de la otra joven, que continuó con su narración.

- Como te decía – dijo Gloria – No hay nada especial que contar sobre cómo empecé con Jesús. Era un chico guapo e inteligente y todas las chicas andábamos detrás de él.

- Me lo creo – asentí.

- Por fin, reuní el valor suficiente y le invité a salir. Y él aceptó.

- ¿Fuiste tú el que le invitó a él?

- Sí. Tenía miedo de que otra se me adelantara, así que reuní valor y lo hice.

- Vaya. Yo nunca he sido lo bastante valiente como para declararme a un chico – confesé.

- Bueno – dijo Gloria – Yo sólo lo he hecho una vez…

- Ya. Claro.

- Pues eso. Salimos durante un tiempo y la cosa fue normal al principio. Ya sabes, dos adolescentes tímidos yendo al cine y a pasear. Lo típico, vaya.

- ¿En serio?

- Sí. Todo muy corriente y moliente. Empezamos a tener sexo a los dos meses de empezar a salir.

- ¿Perdisteis la virginidad juntos?

- Yo sí. Pero, para ese entonces, Jesús ya no era virgen. Y entonces la cosa empezó a cambiar.

- Ya veo – asentí – Fue cuando empezó a montárselo con su madrastra.

- Exacto – corroboró Gloria – Ella le descubrió un mundo nuevo, pues Esther es una sumisa de cuidado y claro, todo lo que aprendía con ella lo aplicaba luego conmigo. Fue todo tan progresivo que casi no me di cuenta de que cada día me iba pidiendo un poco más.

- Entiendo.

- Cuando me quise dar cuenta, me encontré totalmente dependiente de él. Sólo vivía para complacer sus deseos y era feliz únicamente cuando él me usaba como quería. Me volví una adicta. Ya verás, ya, a ti acabará pasándote lo mismo.

- Creo que ya me está pasando – asentí dándole otro sorbo al batido.

- Pues claro.

- Y fue entonces cuando Jesús te hizo el piercing – dije señalando el corazoncito de plata que colgaba del pezón de mi alumna.

- No, no… Lo de marcar a sus esclavas se le ocurrió tiempo después, cuando Kimiko se unió al grupo.

- ¿Kimiko? ¿Ella fue la tercera?

- No, la tercera fue nuestra querida amiga aquí presente. Y esa sí que es una historia interesante. ¿Verdad Rocío?

- Sí, Ama – respondió la chica sin dejar su masaje.

- ¿Te gustaría oírla? – me interrogó Gloria – Aunque te advierto que es un poco dura.

Miré unos instantes a Rocío, tratando de descubrir alguna señal que mostrase si le daba vergüenza o no que me contaran su historia, aunque su rostro impasible no dejaba traslucir nada.

Entonces me acordé del masaje que la chica me había administrado un rato antes y de lo bien que me había comido el coño… Y ya no tuve dudas.

- Claro que me gustará escucharlo. A partir de ahora vamos a pasar mucho tiempo juntas; mejor será que nos conozcamos bien.

- ¡Estupendo! – exclamó Gloria – Pero antes, Rocío, tráenos un par de batidos más…
 
Capítulo 18: La historia de Rocío (Parte 1):



- Bueno. Todo empezó hace un par de años, en el instituto. Rocío estaba en nuestra misma clase.

- ¿En serio? – la interrumpí - ¿Y cómo es que no sigue en vuestro curso?

- Verás, nunca fue muy buena estudiante. Tenía fama de ser bastante busca problemas.

- ¿Esa chica tan tranquila?

- Te lo juro. Tenía compañías bastante malas y en más de una vez la expulsaron temporalmente del centro, una vez por darle una paliza para quitarle el móvil o dinero, o algo así. Otra vez se rumoreó que fue por un asunto de drogas… La pillaron trapicheando en los servicios.

- ¡Joder!

- Era muy conocida en el insti, tanto por lo peligrosa que era como por lo buena que estaba, porque además, se vestía de una forma que revolucionaba bastante a los chicos. Pero claro, ninguno se atrevía a intentar nada con ella, pues siempre se mostraba muy arrogante y despreciativa. A más de uno lo cascó por mirarla de forma que no le gustó.

- ¿En serio? ¿Esa chica? Si parece muy poca cosa.

- Sí, así quedó después de que Jesús terminara con ella…

Un escalofrío me recorrió al escuchar esas palabras.

- Pues eso, que era una quinqui de cuidado hasta que un día tropezó con Jesús.

- ¿Jesús fue a por ella?

- No, no… Lo digo literalmente. En ese tiempo, Jesús no tenía ni el pensamiento de montarse un harén de esclavas. Se acostaba con dos mujeres que hacían todo lo que se le antojaba, ¿para qué quería más? Además, también ligaba bastante y se follaba a toda la que se le ponía a tiro”.

- Ya, claro – asentí.

- Hasta que una mañana… Jesús y Rocío atravesaron la puerta de la clase en direcciones opuestas al mismo tiempo y claro, chocaron.

- ¿Se cayeron?

- No, pero se dieron un buen golpe. Jesús, más inseguro de lo que es ahora, se apresuró a disculparse, pero Rocío cometió el error de enfrentarse a él.
  • ¿Qué coño haces, imbécil? – le espetó Rocío a Jesús.
  • Perdón. No te había visto.
  • Pues ten más cuidado gilipollas.
- La cosa podía haber terminado ahí – continuó Gloria – Pero Rocío tenía ganas de marcha y continuó atacando.
  • Vaya, vaya… Tienes cara de no haber cagado esta mañana.
- Jesús nunca me lo ha dicho, pero creo que lo que en realidad le cabreó fue que la gente que había alrededor se riera del comentario de Rocío. Así que no dudó en contestarle.
  • En cambio tú sí has desayunado bien esta mañana... Por cierto, tienes una cosa blanca en la comisura de los labios. ¿No has estado antes en el despacho del director?
- La gente se descojonó con la respuesta. Rocío se cabreó, y no estando acostumbrada a que le plantaran cara en el instituto, hizo lo peor que pudo hacer.

- ¿Qué hizo? – pregunté con interés, cautivada por la narración.

- Abofeteó a Jesús.

- ¡¿CÓMO?!

- En serio. Allí delante de todos le dio una torta.

- ¡Madre mía! ¿Y el profesor?

- Todavía no había llegado.

- ¿Y qué pasó?

- En ese momento, nada más. Jesús le miró con desprecio, pero no le devolvió la bofetada.

- Claro, no iba a pegarle a una chica.

- Exacto. De hecho, el respeto que todos sentían por Jesús aumentó mucho, pues le había plantado cara a la macarra de la clase y encima había mantenido el tipo. Quizás la cosa habría acabado ahí, pero Rocío no tuvo bastante y siguió metiéndose con Jesús. Durante los días siguientes, aprovechaba cualquier momento para burlarse de Jesús. Ya sabes, humillarle delante de los demás, insultarle… una vez, cuando iba con un par de amigotes suyos, llegó incluso a tirarle al suelo de un empujón. Hasta que Jesús puso su plan en marcha.

- Cuenta, cuenta – le dije.

- Un viernes, Jesús me dijo que no me marchara. Además, me entregó una bolsa que pesaba bastante para que la guardara en mi taquilla.

- ¿Y qué contenía?

- Le eché un vistazo durante el recreo. Y lo que vi me acojonó al máximo.

- ¿Y qué era?

- Un montón de cosas de sexshop... Consoladores, una mordaza, esposas… pero lo peor de todo era un pedazo de consolador negro de casi medio metro tan grueso como mi brazo – dijo la chica mostrándome su antebrazo.

- ¡Joder! – exclamé.

- Y claro, yo no sabía para quién era, con lo que me pasé el resto de la mañana con el corazón en un puño. Yo pensaba que íbamos a montarnos algún numerito de los nuestros después de clase, por lo que, al ver todas aquellas cosas, me preocupé un montón.

- Lo entiendo.

- Por fin, a última hora, Jesús me indicó que le siguiera y, aunque dudé un segundo, le obedecí. Pero no me esperaba lo que pasó.

- ¿El qué?

- Jesús, me llevó hasta el gimnasio y, cuando entramos, nos dimos de bruces con Rocío, que estaba dentro.

- ¿Y qué hacía allí?

- Al parecer la había citado el director. Que estaba en el ajo. No sé cómo, pero Jesús ya tenía trato con él. Creo que al principio le pasaba vídeos en los que salía follándose a alguna de las alumnas y el director le pagaba, con pasta o con favores…

- Sí, ya lo supongo – asentí rememorando mi escabroso encuentro con él.

- Pues eso. Cuando entramos en el gimnasio no sé quien se sorprendió más, si Rocío o yo. Casi se me cayó la bolsa al suelo.

- Lógico – asentí.

- Sí. Lógico. En cuanto se recuperó de la impresión, Rocío empezó a insultar de nuevo a Jesús, pero, esta vez, vio algo en su mirada que hizo que perdiera la seguridad en sí misma. Empezó a mirar a los lados pensando en cómo salir de allí, pues Jesús no se había movido de la puerta.

- Seguro que se asustó al verse a solas con vosotros.

- Claro. Estaba acostumbrada a ir con sus amiguitos para abusar de la gente. Encontrarse sola era algo nuevo. Tras comprender el asunto, Rocío amagó con marcharse. Jesús, se echó a un lado para dejarla salir, pero entonces hizo algo...

- ¿El qué?

- Cuando pasó a su lado, la agarró por la espalda y le puso en la cara un pañuelo con algo impregnado. Y tras forcejear, Rocío se desmayó en sus brazos.

- ¡Madre mía!

- Yo estaba aterrada, pero Jesús me ordenó que cerrara la puerta. Estaba asustada pero también deseando saber qué iba a pasar. Tras obedecerle, Jesús empezó a darme órdenes.
  • Ayúdame a moverla – me indicó.
- Yo, como un autómata, obedecí. Dejé la bolsa con las cosas en el suelo y ayudé a Jesús a arrastrarla al interior del gimnasio. La llevamos hasta donde están los listones esos de madera en la pared que usamos en gimnasia.
  • Desnúdala – me ordenó Jesús mientras él regresaba a recoger la bolsa con los artilugios.
- Temblorosa, le obedecí. Estaba shock, aturdida por lo que estaba pasando. Llevaba ya mucho tiempo dedicada a obedecer hasta el más ínfimo de los deseos de Jesús, por lo que hice lo de siempre: acatar sus órdenes.

- Lo entiendo – respondí al recordar cómo yo misma había permitido incluso que un viejo verde me desvirgara el culo por su deseo.

- En cuanto la tuve desnuda, Jesús usó un juego de esposas para atarle las muñecas al listón, para que no pudiera levantarse. Después, con mi ayuda, le sujetamos las piernas con unos grilletes para los tobillos.

- Ya veo – asentí, haciéndome una imagen mental de la escena.

- Pero no se conformó con eso. Además, usó unas ligaduras especiales en las piernas sujetándolas encogidas.

- ¿Para qué?

- Para evitar que pudiera incorporarse. Verás, las cuerdas le permitían como máximo ponerse en cuclillas, pero nunca ponerse de pie. Si a eso le unimos que estaba esposada a la barra más baja de la escalera…

- ¿Y para qué?

- Eso me pregunté yo hasta que ví que Jesús sacaba de la bolsa el descomunal consolador. Primero amordazó a Rocío con una correa con una bolita roja en el centro. ¿Sabes cómo te digo?

- Sí. Como las que salían en Pulp Fiction.

- ¡Eso! Le colocó a Rocío la bola en la boca y le anudó la correa en la cabeza.

- Para que no pidiera ayuda.

- Bingo. Y entonces la despertó.

Un nuevo escalofrío volvió a agitar mi cuerpo.

- Aún puedo recordar la cara de espanto que puso Rocío cuando se dio cuenta de que estaba completamente desnuda y atada. Nos miró con los ojos como platos, forcejeando desesperada con sus ataduras, sin lograr nada.
  • Ahora no te metes conmigo, ¿eh? No pareces tan valiente sin los macarras de tus amigos.
- Rocío se puso a llorar – dijo Gloria.
  • ¿A que ahora no quieres darme una torta?¡Puta! Por fin estas como mereces. ¡De rodillas y atada como una perra!
- Siguió insultándola, tocándole los pechos y el coño. Rocío se estremecía ante su contacto, aterrorizada por lo que estaba pasando. Cuando se hartó de insultarla, Jesús me hizo ayudarle a poner en práctica lo que tenía en mente.

- ¿Qué hicisteis? – pregunté sobrecogida.

- Jesús la cogió por las caderas desde detrás y la levantó del suelo. Después me dio indicaciones para que fijara el consolador gigante al piso, con una ventosa que tenía en la base para que no se moviera. Rocío, que ya se imaginaba lo que venía a continuación, se debatió en los brazos de Jesús, aunque claro, no podía hacer nada.

Yo también me imaginaba lo que venía después.

- Lentamente, fue haciendo bajar el cuerpo de la chica, mientras yo me encargaba de mantener su coño bien abierto para que fuera empalándose en el consolador. Rocío luchaba mientras sentía cómo el artilugio iba enterrándose en su vagina.

- Por fin, los pies de Rocío tocaron el suelo, con lo que pudo detener la penetración. Aún así, tenía sus buenos catorce o quince centímetros en su interior, lo que hacía que espesos lagrimones resbalaran por sus mejillas. Su cuerpo estaba tenso, en cuclillas sobre el consolador, con el torso inclinado, pues seguía esposada.

- Vaya posturita.

- Ya te digo. Era imposible que aguantara así mucho tiempo y lo sabía, por lo que miraba suplicante a Jesús.

- Pero no se ablandó – concluí.

- Ni un pelo – asintió ella – Yo, en cambio, sentía pena por la chica, pero estaba…

- Extrañamente excitada – continué.

- Exacto – dijo Gloria sonriéndome.

- Te entiendo – dije – Yo me siento así ahora.

- Sabía que lo entenderías. Pues bien, tras mirarla un par de minutos, Jesús me tomó de la mano y me condujo hacia la puerta. No podía creérmelo…

- ¿La dejasteis allí? – exclamé atónita.

- Sí. Cuando Rocío comprendió nuestras intenciones, volvió a agitarse presa del pánico, pero lo único que logró fue empalarse todavía más.

- Por Dios…
  • Ahora vamos a comprobar la clase de zorra que estás hecha – le dijo – Tu te has pasado el último mes puteándome todo lo que has podido. Yo soy mejor persona que tú, voy a putearte sólo un par de horas. Nos vemos luego.
- Antes de que cerrara la puerta, eché un último vistazo y pude ver cómo forcejeaba frenéticamente, mirándo con ojos desencajados. Ella gritaba y aullaba, aunque la mordaza evitaba que se oyera nada.

Levanté la vista y vi que Rocío se aproximaba llevando nuestros batidos en una bandeja. Con habilidad, depositó los vasos junto a nosotras, al borde del jacuzzi.

- Justo ahora le estaba contando a Edurne cómo fue tu primera tarde con el Amo – le dijo Gloria - ¿No te importa, ¿verdad?

- Por supuesto que no – respondió Rocío sumisamente.

- ¿No te dolía? – balbuceé.

- Al principio sí. Pero después empezó a gustarme – respondió la chica.

- ¿En serio? – pregunté atónita.

Rocío miró a Gloria, como solicitando permiso para continuar.

- Habla con libertad. No pasa nada.

La muchacha asintió con la mirada y contestó a mi pregunta.

- Me quería morir. Sentí vergüenza, asco, miedo… pero por encima de todo… terror. No sabía qué iba a pasarme. Hasta donde yo sabía, podían dejarme allí hasta el lunes, porque nadie iba a echarme de menos.

- Sí, claro.

- Me sentí desamparada, no sabía lo que iba a pasarme. La vagina me dolía por el consolador, pero pronto empezaron a dolerme mucho más las piernas, por tener que mantenerme de puntillas para evitar que se me clavara más. El tiempo pasaba y yo estaba cada vez más cansada. No podía más, así que tuve más que aceptar que lo único que podía hacer era relajar el cuerpo para tratar de meterme aquella cosa lo máximo posible y poder así arrodillarme en el suelo. Como pude, me empalé al máximo en el consolador. Sudaba a chorros y podía sentir las lágrimas en mis mejillas. Por fin, lo logré y pude quedar arrodillada, aunque claro, eso hacía que el consolador se me clavara hasta el fondo. Tenía hasta calambres en las piernas.

- Dios – siseé.

- Pero fue entonces cuando noté el placer. Me sentía humillada al máximo, pero, extrañamente bien…

No podía creer lo que escuchaba.

- Mientras tanto – la interrumpió Gloria, continuando con su narración - Jesús me llevó a almorzar. Se lo tomó con toda la tranquilidad del mundo, pero yo era un manojo de nervios, sin quitarme de la cabeza lo que le habíamos hecho a Rocío y lo que nos podía pasar si nos pillaban.

- ¿Y Jesús? – pregunté.

- Perfectamente tranquilo. En un par de ocasiones llegó a regañarme para que me tranquilizara. Me aseguró que no iba a pasar nada, que tenía a Rocío calada y pronto iba a tenerla comiendo de la palma de su mano.
  • Y qué es lo que vas a hacer con otra chica? ¿Vas a montarte un harén?
- Jesús se me quedó mirando con un extraño brillo en los ojos.
  • No es mala idea – me dijo.
- ¿Me estás diciendo que fuiste tú quien le dio la idea del grupo de esclavas? – casi grité.

- Precisamente – dijo Gloria dándole un sorbo al batido – Aunque, tal y como se desarrollaron las cosas, se le habría ocurrido a él solito.

- Sí, en eso tienes razón – asentí.

- Pues bien, después de un par de horas y tras habernos dado un buen paseo, regresamos al instituto. Jesús, que llevaba las llaves en el bolsillo, abrió una puerta de servicio y nos colamos dentro, con cuidado de que nadie nos viera, aunque aquello estaba desierto. Fuimos al gimnasio y Jesús abrió la puerta. Entré rápidamente, para ver cómo se encontraba Rocío…

- ¿Y cómo estaba? – dije mirando a la muchacha.

- Se había desmayado clavada en el consolador. Estaba de rodillas, con el torso pegado al suelo y las manos esposadas. El consolador se había enterrado en su interior mucho más de la mitad, no sé cómo no la partió en dos.

- ¡Fiuuuu! – silbé admirada.

- Junto a su cara, que estaba apoyada en el suelo, se había formado un charco de saliva que resbalaba de su boca por la comisura de los labios, señal de que llevaba un buen rato en coma.

- Joder.

- Pero, el charco era todavía mayor alrededor de la base del consolador – dijo Gloria mirando con ojos brillantes a Rocío.

- Madre mía – dije mirando con los ojos como platos a la chica.

- Te lo juro. La tía se había corrido como una burra allí clavada.

Un tanto avergonzada, Rocío se limitó a asentir con la cabeza.

- ¿Entiendes lo que te digo, Edurne? Jesús había comprendido la clase de golfa que es nuestra querida Rocío y le administró el tratamiento que necesitaba y que más le gustaba, ¿verdad?

Nuevo asentimiento.

- Entonces, Jesús se agachó al lado de Rocío y volvió a despertarla.
  • Despierta, zorra… Que ahora empieza lo bueno y no querrás perdértelo.
- Rocío se despertó con la mirada perdida, como si no supiera donde estaba. La saliva seguía escurriéndosele por la comisura de los labios, por un lado de la bolita, dándole un aspecto todavía más desamparado.
  • ¿Sabes lo que viene ahora, puta? ¡Mira cómo tienes el coño! ¡Menuda puta! ¡Te has metido un consolador de medio metro sin problemas! ¡Te has corrido!
- Rocío lloraba – decía Gloria mirándola – Pero su expresión había cambiado. Ya no había miedo como antes, parecía más bien… como si estuviera en otro sitio. Me pareció incluso que sonreía, aunque la bola de su boca me impidió estar segura.

- No recuerdo muy bien aquel momento – respondió Rocío – Recuerdo el intenso dolor que sentía en las piernas, pero internamente me sentía… bien.

Yo estaba flipando.

- Entonces, Jesús le dijo:
  • Madre mía, qué pedazo de coño de guarra que tienes. ¡Si la meto ahí no me voy ni a enterar, así que vamos a probar por otro sitio!
- Mientras decía esto – dijo Gloria – le separó las nalgas con las manos dejando al aire su ano. Se veía hinchado y mojado, sin duda por el sudor y por la presencia consolador en su vagina y supe lo que se proponía a hacer Jesús.
  • Chúpaselo un poco, Gloria – me ordenó- Creo que voy a encularla un rato.
- Como siempre, obedecí. Me arrodillé detrás del culo de Rocío y, separé sus nalgas, le chupé el ano. Lo tenía muy dilatado, por lo que no me costó nada meterle la lengua dentro. Por fortuna, Rocío lo tenía bastante limpito.

- ¿Te gustó? – pregunté a Rocío.

- Sí. Noté cómo su lengua se introducía en mi interior. Seguía llorando de miedo por lo que iba a pasarme, pero también… lo deseaba – respondió la chica.

- ¿Era tu primera vez? – indagué.

- ¿Por el culo? – intervino Gloria en vez de Rocío - ¡Ni de coña! ¡A ésta se la habían follado sus amigos de todas las maneras posibles! ¿No es verdad?

Rocío simplemente asintió, con una leve sonrisilla en los labios.

- Y desde luego Jesús notó que el culito de Rocío estaba ya estrenado.
  • ¡Joder, puta! ¿Cuántas veces te han dado por el culo? ¡No voy a tener nada para estrenar!¡Déjalo ya, Gloria, que me muero por meterla!
- Sabiendo por experiencias previas con Esther lo que le apetecía al Amo, abandoné el culito de Rocío y me arrodillé frente a él – dijo Gloria – En un segundo le saqué el nabo de la bragueta, que ya estaba bastante duro, y empecé a chupárselo para acabar de empalmarlo y para ensalivarlo bien. Cuando estuvo a punto, Jesús me apartó de su polla y se colocó detrás de Rocío, que ya no forcejeaba como antes.

- ¿Se la metió con todo aquello metido en el coño? – pregunté incrédula.

- No. Pero no lo hizo gracias a mí – respondió mi alumna.

- ¿Cómo?

- Me di cuenta de que si se la metía con el consolador dentro de la vagina iba a hacerle daño de verdad y así se lo hice notar a Jesús.
  • Amo – le dije un tanto insegura – Si se la metes en el culo con ese pedazo de consolador en el coño la vas a partir en dos. Le vas a hacer mucho daño.
- Se lo pensó unos segundos antes de contestar.
  • Tienes razón – dijo – No quiero desgraciarla y que luego no me sirva. Sácaselo y desátale las piernas, pero no los tobillos.
- Dando gracias mentalmente, me apresuré a liberar a Rocío de sus ataduras. Las cuerdas le habían dejado fuertes marcas en la piel y Rocío gemía mientras la desataba.

- Es que me dolía un montón – dijo la chica ante la mirada de Gloria – Tenía fortísimos calambres.

- Te entiendo – dije rememorando mi experiencia con cuerdas y directores.

- Estaba completamente agarrotada – siguió Gloria – Tanto que, cuando le solté las piernas, no se sostuvo y se derrumbó, clavándose otro buen palmo de consolador en el coño.

- ¿No te dolió? – pregunté.

- Vi las estrellas. Eso sí, durante un segundo me olvidé de lo mucho que me dolían las piernas – respondió la chica.

- Jesús me hizo darle masajes en las piernas, mientras él se acariciaba distraídamente el falo. Entonces, se lo pensó mejor y se acercó a nosotras. Con habilidad, le quitó a Rocío la mordaza y, antes de que me diera cuenta, la agarró por el pelo, le levantó la cabeza y le metió la polla en la boca hasta el fondo.
  • Así no perderé dureza – dijo por toda explicación – Ensalívala bien, que así te entrará más fácilmente en el culo.
- ¿No pensaste en resistirte? – le pregunté a Rocío pensando en la técnica del mordisco en la salchicha.

- No tenía fuerzas… Ni ganas… En aquel momento no lo hubiera admitido de ninguna manera… Pero hoy reconozco que tenía ganas de que me follara de una vez.

- Continúo – dijo Gloria retomando el hilo – Con cuidado, le saqué el consolador del coño, mientras Jesús se movía lentamente en el interior de su boca. A medida que iba saliendo cada centímetro, Rocío gemía y se estremecía levemente, mientras yo contemplaba atónita el increíble trozo de consolador que esta zorra había logrado meterse.

Yo miraba con admiración a la zorra.

- Por fin, salió la punta y, junto con ella, un buen borbotón de flujos del coño de esta guarra, ¿verdad?

- Sí. Cuando salió por completo sentí un mini orgasmo.

- Le di unas cuantas friegas más y, después de que Jesús la sacara de su boca, la ayudé a ponerse de rodillas con la cara pegada al suelo y el culo en pompa. Jesús, majestuosamente, se situó a su grupa y mirándome a los ojos, me indicó que quería que yo hiciera de mamporrera.

- Joder… je, je – reí sin poder evitarlo.

- Pues eso. Le agarré la verga toda pringosa de babas y coloqué la punta en la entrada del culito de la zorrita. ¿Y qué hizo Jesús entonces, chata?

- Me la clavó hasta el fondo de un tirón. Primero metió la punta con cuidado y recuerdo que pensé tontamente que estaba siendo muy delicado. Pero, en cuanto comenzó a entrar el tronco, me dio un viaje que me hizo ver las estrellas. Cuando me quise dar cuenta su ingle estaba apretada contra mis nalgas y su pene me llegaba hasta las tripas. Ni siquiera noté que estaba gritando como loca.

- Digo. Menudo cipotazo – dijo Gloria – Yo ni me lo creía. Lo único que atinaba a pensar era que, si se le ocurría hacerme eso a mí, me mataba fijo. Ésta daba auténticos alaridos mientras Jesús, sonriente, la agarraba de las caderas y empezaba a bombearle el culo. Rocío, desesperada, tironeaba de las esposas y chillaba, mientras el nabo se hundía inmisericorde una y otra vez en su culo.

- Sentí un dolor atroz. Pensaba que me había destrozado el culo. Yo lloraba y le pedía perdón, le rogaba que parase, pero él no hacía caso – dijo Rocío ya inmersa en la narración – Entonces, Jesús llevó una mano hasta mi coño y empezó a frotármelo.
  • ¿De qué te quejas, puta? – me gritó - ¡Si estás empapada! ¡No me digas que no te está gustando!
- No me preguntes por qué – dijo Rocío – pero sus palabras me hicieron darme cuenta de que… ¡en el fondo disfrutaba! ¡Me gustaba lo que hacía! Estaba alucinada, no podía creérmelo, así que seguí chillando y pidiéndole que parara, pero, en realidad, ¡no quería que parase!

- Te entiendo – le dije recordando cómo me sentí yo después de que Jesús me follara la primera vez.

- Jesús siguió enculándola un buen rato – continuó Gloria – sobándole las tetas y dándole unos empellones que amenazaban con estrellarla contra la pared. He de reconocer que aquello me había puesto cachondísima, sobre todo desde el momento en que los gritos de ésta comenzaron a menguar y sus gemidos de placer empezaron a subir…

- Me corrí varias veces – siguió Rocío – Aunque yo me esforzaba por disimularlo mordiéndome los labios, pues no quería que se diera cuenta de que estaba disfrutando… pero era inútil, pues él leía en mí como en un libro abierto.
  • Te lo pasas bien, ¿eh, puta? ¿Cuántas veces te has corrido ya?
  • ¡Ni…ninguna! – mentí - ¡Déjame ya, hijo de puta!
  • ¿En serio? ¿Quieres que deje tu culo? ¡Pues va a ser que no!
- Y la verdad es que me alegré de que no parase.

Se produjo entonces una pausa en el relato. Gloria y yo aprovechamos para echar sendos tragos a los batidos, para recobrar el aliento. Amablemente, le ofrecí mi batido a Rocío, que dudó unos segundos hasta que Gloria asintió con la cabeza.

- Gracias, Ama – me dijo la chica.

Tras calmar la sed, nos quedamos mirándonos las unas a las otras unos segundos, hasta que Gloria decidió seguir.

- Por fin, Jesús se corrió a lo bestia. No sólo le llenó el culo hasta el fondo, sino que después se la sacó y se le corrió encima pringándola por completo.

- Sentí como fuego en mis entrañas cuando el Amo se derramó en mi interior. Mi mente se quedó en blanco y volví a correrme simplemente por sentir su semilla dentro de mí. Después noté mareada cómo su semen quemaba mi piel y me sentí feliz… aunque no quería reconocerlo.
  • Hi… hijo de puta – sollocé – Ya te has quedado a gusto. Ahora suéltame.
  • ¿Por qué? ¿Ya no tienes más ganas de fiesta? ¡Porque yo sí!
- Entonces me dí cuenta de que, a pesar de la monumental corrida, su polla seguía como el mástil de la bandera. No podía creérmelo. Nunca había visto nada así con ninguno de los chicos con que me había acostado.

- Y fueron unos cuantos, ¿verdad, guarra? – la interrumpió Gloria riendo – Aunque hay que reconocer que la semana previa a tu fiestecita Jesús se había abstenido de… usarnos, por lo que iba bien cargado y dispuesto.

- Y es algo que le agradezco profundamente al Amo – dijo Rocío, sumisa.

- Entonces Jesús me indicó que le alcanzase las llaves de las esposas. Lo hice un poco remisa, pues lo que me apetecía era que me dedicase a mí un rato – dijo Gloria – Él debió de notarlo, porque me dijo:
  • Te estás portando muy bien, nena. Tienes permiso para masturbarte.
- Tras decirme esto, desató una de las muñecas de Rocío y, con bastante rudeza, la hizo incorporarse…

- Las piernas no me sostenían, de lo contrario habría intentado huir. Aunque quizás no, pues en el fondo deseaba que me maltratara un rato más.

- Estirando sus brazos hacia arriba – siguió Gloria – pasó las esposas por el listón más alto y volvió a atarla, de forma que quedó de pié con los brazos alzados. Como los grilletes le estorbaban, Jesús se arrodilló y la libró de ellos. Supongo que primero pensó en ordenármelo a mí, pero, cuando me miró, yo ya estaba despatarrada en el suelo, con las bragas en los tobillos y pasándome un vibrador por la vulva, mientras observaba sus maniobras, anhelando ser yo la afortunada.
  • Siempre he deseado hacer esto – dijo Jesús acercándose a Rocío con la verga en ristre.
- Yo – dijo Rocío – al verle venir, pataleé indefensa, aunque sin mucha convicción. Jesús lo notó, pues me miraba con su típica sonrisa en los labios.

- La conozco bien – asentí.

- Agarrándome por los muslos, apretó su erección contra mi entrepierna y empezó a frotarla. Yo, deseando que me la metiera de una vez, cerré los ojos y aparté la cabeza, pero el Amo tenía ganas de jugar.
  • ¿La quieres? – me preguntó sin dejar de frotarla contra mis hinchados labios.
  • ¡NO! ¡Suéltame, cabrón! – atiné a decir, aunque me moría por tenerla dentro.
  • ¿En serio? – dijo él, juguetón - ¿De veras que no la quieres? Entonces será para otra. ¡Gloria, ven aquí!
- Como un cohete me levanté y corrí hacia el Amo. Me agarró con rudeza y me dio la vuelta, obligándome a inclinarme y a agarrarme a un peldaño de la escalera junto a Rocío. Sin miramientos, como a él le gusta, me la clavó en mi encharcado coño y empezó a follarme. Me corrí a los cinco segundos y si no me derrumbé fue porque él me sostuvo en pié con sus fuertes brazos.
  • Deberías ser más sincera – dijo Jesús mirando a Rocío a los ojos - ¿Ves cómo hace Gloria? Como se porta bien obtiene su recompensa. ¿No quieres tú lo mismo?
  • N… no – balbuceé.
  • Pues tu cuerpo dice otra cosa. ¡Gloria, tócale el coño y dime cómo está!
- Como buenamente pude, solté una mano del peldaño y lo llevé a la entrepierna de Rocío. Efectivamente los jugos resbalaban por la cara interna de los muslos de esta guarra, mientras que su coño estaba caliente y palpitante.
  • E… está empapada Amo – gemí mientras él seguía follándome, arrastrándome hacia un nuevo orgasmo.
  • ¿Lo ves? – resolló Jesús bombeando con más ganas. ¿Seguro que no la quieres? ¡Sólo tienes que pedirlo!
- Me resistí, aunque sabía que no iba a conseguirlo. Además, el Ama Gloria no dejó en ningún momento de juguetear en mi vagina con sus dedos, por lo que estaba caliente al máximo. Finalmente, me rendí.
  • Va… vale… - farfullé.
  • ¿Cómo dices? – dijo el Amo.
  • Que tú ganas… La quiero…
  • ¿El qué quieres? No te entiendo.
  • ¡TU POLLA! – aullé - ¡QUIERO TU POLLA! ¡QUIERO QUE ME FOLLES!
- Por desgracia – dijo Gloria – eso era justo lo que Jesús estaba esperando. Sin perder un segundo, me la sacó del coño y se fue a por esta guarra, que ya estaba abierta de patas. En un momento, la tuvo ensartada y empezó a follársela, mientras la muy zorra gemía y chillaba con las piernas anudadas a la cintura de Jesús.

- Me pasó como a Ama Gloria – dijo Rocío - En cuanto me penetró, me llevó al orgasmo. Estaba como loca, nunca me había sentido así. Me encantaba que me insultara, que me llamara guarra, puta… estaba excitadísima. Ya se me había olvidado todo lo que me había hecho, mis amigos, mi novio… todo. Lo único que quería era sentir cómo me follaba… cómo me usaba…

Volví a sentarme en el suelo y cogí el consolador. Entonces me asaltó una duda y cogí el consolador gigante, el de Rocío y, torpemente, me metí la punta en el coño.

- Yo vi cómo el Ama Gloria hacía aquello, y eso me encendió más todavía.

- Sin embargo, al sentir aquella enormidad en mi interior, me di cuenta de que era demasiado para mis posibilidades, así que lo saqué y seguí masturbándome con uno más normalito.

- El Amo hizo que me corriera varias veces – siguió Rocío mirándome – Hasta que finalmente se corrió. Lo hizo directamente en mi interior, sin preocuparse. Tras correrse, me la sacó de dentro, con lo que volví a quedar colgada de las esposas, con los pies en el suelo, mientras sentía cómo su simiente se deslizaba en mi interior y por mis muslos. Él, tranquilamente se tumbó en una colchoneta a echar un pitillo.

- Se quedó allí tumbadito mirándonos – dijo Gloria – A mí machacándome el coño con un consolador y a esta zorra atada, sudorosa y pringada de semen. Cuando me corrí, Jesús me dio un par de minutos para recuperarme y me dijo:
  • Gloria, ve a comprar unos cafés y unos bollos.
- Yo obedecí con presteza y salí del gimnasio.

- ¿Y qué pasó mientras estuviste fuera?

- Nada – intervino Rocío – El Amo se echó una cabezadita en la colchoneta, dejándome allí esposada, mientras mi mente trataba de encajar lo que había pasado. No podía creer lo que el Amo me había hecho pero, sobre todo, no podía creer estar deseando que me hiciera mucho más.

Los batidos se habían acabado, así que Rocío fue a por más. Gloria le dio permiso para traerse uno para ella. Durante un rato, no dijimos nada, mientras yo trataba de asimilar lo que me habían contado, representando en mi mente con gran claridad lo que acababan de contarme.

Lo cierto era que, aunque estaba un poco aturdida por la magnitud de lo que acababa de escuchar, me sentía muy excitada, sobre todo por haberlo escuchado todo directamente de labios de la víctima, que confesaba sin tapujos haber disfrutado de aquello.

No podía evitar trazar paralelismos entre la iniciación de Rocío y la mía propia, entendiendo que la chica hubiera sido capaz de disfrutar en una situación como esa pues, al fin y al cabo, a mí me había pasado algo semejante.

Poco después regresó Rocío con las bebidas. Las repartió y volvió a situarse junto a Gloria, reanudando el masaje en sus hombros.

- Por donde iba – dijo Gloria como si la pausa no hubiese existido – Regresé como a la media hora, con cafés y unos croissants que compré por allí cerca. Cuando volví me encontré con Jesús dormido sobre una colchoneta, mientras Rocío, medio desmayada, seguía esposada al listón.

- Me dolían las muñecas por las esposas, pero no lo notaba, pues el coño me latía tan fuerte que tuve que empezar a frotar los muslos intentando darme un poco de placer. Estaba llorando y siseaba por lo bajo maldiciendo al Amo, pero interiormente estaba deseando que se levantara y volviera a follarme – dijo Rocío.

- O sea que, Jesús te había calado bien – dije.

- Sí. Con el tiempo me contó que había percibido mi sumisión observándome con mi pandilla. Yo nunca llevaba la voz cantante, excepto cuando me enfrentaba a gente más débil que yo y siempre que me sintiera respaldada por mis amigos. Creo que por eso me metí tanto con el Amo antes de que me iniciara: porque había tenido miedo de él cuando nos enfrentamos en el aula y esa era una sensación que yo odiaba con toda mi alma. En el fondo, lo que yo quería era que alguien me dijera lo que debía hacer. Y eso lo notaban mis amigos y se aprovechaban de mí.

- Sí – dijo Gloria – En realidad, aunque Rocío era una macarra en el colegio, en su grupo era una piltrafilla y todos hacían con ella lo que querían. Era un juguete sexual. Pero todo eso cambió gracias a Jesús, ¿verdad, Rocío?

- Así es.

Se produjo una nueva pausa hasta que Gloria continuó.

- Desperté a Jesús y nos sentamos a merendar. Ésta – dijo señalando a Rocío – nos insultaba sin entusiasmo. Yo ya no sentía miedo porque fuera a denunciarnos o algo así, sobre todo después de haberla escuchado gemir de gusto y pedirle que se la follara. Comprendí que seguía resistiéndose más porque era lo que se suponía que tenía que hacer.

- Es cierto. Era así – confirmó Rocío.

- Jesús estaba super tranquilo, charlando amigablemente conmigo, haciendo planes para después. Yo pensaba que íbamos a reanudar la sesión de sexo, pues, yo tenía ganas de más, pero Jesús estaba satisfecho, por lo que me conformé. Tras acabar, Jesús me ordenó que recogiera todas las cosas y yo obedecí mientras él se ponía la ropa. Cuando estuvimos listos, me dijo que saliera.

- En ese momento volví a asustarme muchísimo, pues pensé que pretendía dejarme allí atada – dijo Rocío – Pero no era así. Mientras me soltaba, el Amo me dio las primeras instrucciones de nuestra relación:
  • Ahora estamos en paz, putilla – me susurró – Puedes hacer lo que te venga en gana. Si quieres ir a denunciarme, no te cortes, aunque te advierto que te tengo grabada suplicando que te follara. Ahora me voy con Gloria a mi casa. Mis padres no regresan hasta el lunes y hoy se ha ganado que me la folle bien. Ésta es mi dirección – dijo dejando caer una tarjeta a mis pies – Si quieres que retomemos donde lo hemos dejado, puedes venir en cualquier momento.
  • Una mierda – respondí sin convicción.
  • Como tú quieras. Tú te lo pierdes.
  • Bastardo – acerté a escupirle.
  • Sí, lo que tú quieras – dijo él riendo – Pero eso sí, las putas que entran en mi casa han de venir sin bragas. Así que ya sabes, si quieres volver a disfrutar de mi polla tendrás que venir así. Por cierto, me gustan las minifaldas esas que te pones.
- Tras decirme esto, soltó las esposas y caí al suelo, sin fuerzas. Miré cómo el Amo se alejaba de mí, dirigiéndose a la puerta del gimnasio, sintiendo cómo mi corazón latía desbocado, tratando de resistir el impulso de gritarle que volviera y acabara lo que había empezado… Lo logré a duras penas…

- Jesús, fuera del gimnasio, sonriente como si no hubiera pasado nada. Sorprendiéndome, pues no solía mostrarse muy cariñoso en público, me rodeó los hombros, atrayéndome hacia sí y me dio un beso en el pelo, agradeciéndome.
  • Te has portado muy bien– me dijo – Ahora vamos a pasar por tu casa y cogerás ropa para todo el fin de semana. Te vienes a mi casa, que mis padres no están y te quedas hasta el lunes. Te has ganado tu premio.
Se quedaron calladas tras acabar su relato. Yo me sentía bastante caliente por todo aquello e incluso sopesé ordenarle a Rocío que volviera a aplicarme el “tratamiento completo”, pero no me atreví. En vez de eso pregunté:

- ¿Y qué pasó? ¿Fuiste finalmente a casa de Jesús?

- ¿Quieres saber el resto? Te has puesto un poquito cachonda, ¿verdad?

- La verdad es que sí – respondí incorporándome un poco para que mis tetas surgieran del agua y pudieran observar lo duros que estaban mis pezones.

Aquello hizo sonreír a Rocío. Tenía una bonita sonrisa.

- Bueno – dijo Gloria – pues Jesús cumplió lo prometido y se pasó la tarde del viernes follándome. Me lo pasé de puta madre. Por desgracia, esta guarra no aguantó más y el sábado se presentó en casa de Jesús.

- Lo siento, Ama Gloria – dijo Rocío bajando la mirada.

- ¡No seas tonta! – rió Gloria - Sabes perfectamente que me alegro mucho de que te unieras a nosotras…

- Gracias, Ama.

Era obvio que a Gloria Rocío le caía infinitamente mejor que Kimiko. Me juré que averiguaría qué había pasado entre las dos para detestarse.

- Pues eso, estábamos en plena faena en la cama de sus padres cuando el timbre sonó – continuó Gloria – Extrañamente, pues lo habitual era que me ordenase a mí abrir la puerta, Jesús me la sacó y se levantó de la cama, saliendo del dormitorio en pelotas, sudoroso y con la polla como un leño, dejándome confundida y agitada.

- Ya lo supongo – reí.

- Shh, no interrumpas, guarrilla – bromeó Gloria – Escuché cómo la puerta se abría y a Jesús saludando. Oí una voz femenina que respondía, pero claro, yo no sabía quien era porque Jesús no me había dicho nada.

- Comprendo.

- Muerta de curiosidad, me asomé con cuidado a la puerta para ver quien era la visitante y me encontré con ésta, con la falda levantada en el umbral de la puerta, enseñándole el coño a Jesús, para que pudiera comprobar que iba sin bragas.

- ¡Vaya! – exclamé – Así que te rendiste.

- ¡Oh, no! – respondió Rocío – En absoluto fue así.

- ¿En serio?

- Y tanto. Después de que me dejaran sola en el gimnasio, tardé un buen rato en poder vestirme. Medio sonámbula, abandoné el centro. Hundida, pues no tenía más remedio que reconocer que me quedé con ganas de más, me dirigí a mi casa y me encerré en mi cuarto.

- ¿Lloraste? – pregunté, acordándome de mi propia reacción tras mi primer encuentro con Jesús.

- Como una condenada. Me sentía triste, asqueada conmigo misma, pero sobre todo insatisfecha, lo que acentuaba el asco que sentía por mí.

- Te entiendo – afirmé.

- Aunque me repugnaba hacerlo, no tuve más remedio que masturbarme varias veces, tratando de calmar el fuego que ardía en mis entrañas, intentando calmarme lo suficiente para no salir corriendo en busca de la casa del Amo.

- A medida que iba calmándome, la rabia iba creciendo en mi interior. Y cuando llegó la noche, estaba más que decidida a vengarme. La mañana del sábado me sorprendió sin haber pegado ojo. Ni siquiera había tratado de dormir. Completamente decidida, me duché para despejarme la cabeza y me colé en el despacho de mi padre.

- ¿No estaban tus padres?

- No. Estaban fuera – respondió Rocío – Me dejaban sola muy a menudo. Saqué la llave del escritorio de mi padre de su escondite (que yo conocía perfectamente) y abrí el cajón.

- ¿Qué buscabas? – pregunté intrigada.

- La pistola de mi padre.
 
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