Dominada por mi alumno

Capítulo 32: La historia de Natalia y su hija Yolanda (Parte 2):





- El lunes recibí una llamada de Natalia. Me dijo que Gloria no se encontraba bien, así que era mejor suspender la clase.

- Uf, un poco inquietante, ¿eh? – dije.

- ¡Bah! Para nada. Ya tenía a Yoli bien calada. Sabía que no iba a chivarse. Se resistiría un poco más pero… ya era mía. Como tú.

Era verdad. Yo había pasado por lo mismo tras la primera vez con Jesús. Comprendí que él SABÍA cómo íbamos a reaccionar.

- El miércoles me presenté como si nada en su casa. Natalia, sonriente como siempre, me condujo al salón para tomar un refresco y poco después, la silenciosa Yolanda se reunió con nosotros.

- ¿Y?

- Cuando vi sus exquisitos y enhiestos pezones marcándose en su camiseta, supe que la tarde iba a estar bien.

- Y sonreíste – dije sin pensar.

- Vaya si lo hice.

Justo en ese momento, Gloria gorgoteó medio ahogada. La miré, preocupada pues se veía claramente que no aguantaba más con la polla de Jesús embutida en la garganta. Dando arcadas, parecía estar a punto de echar la papilla en cualquier momento.

- Amo – le dije a Jesús apiadándome de ella – Creo que ya ha aprendido la lección. Por favor, te pido que la perdones. Estoy pasándolo muy bien con tus historias y no olvido que ha sido gracias a ella que me la has contado.

Jesús clavó su mirada en mí, haciendo que me encogiera un poco inquieta, pensando en si se habría molestado.

- ¿Qué te parece si te castigo a ti en su lugar? – me espetó inesperadamente.

Tragué saliva imaginándome cómo sería estar en el lugar de Gloria. Pero entonces la miré, llorando desconsolada, esforzándose por mantener la verga en su boca para complacer a su Amo. Y me apiadé.

- De acuerdo, Amo – castígame a mí en su lugar.

Inesperadamente, Jesús se inclinó hacia mí y me dio un tenue besito en los labios. Yo le miraba sorprendidísima, mientras él me contemplaba con una sonrisa de oreja a oreja.

- Estoy muy contento contigo, perrita – me dijo – No es habitual entre mis putas el sacrificarse las unas por las otras. Creo que una chica como tú hará un gran bien en la estabilidad del grupo.

- Gra… gracias Amo – balbuceé.

- Zorra, da las gracias a Edurne. Ya has cumplido el castigo.

La pobre chica, con el rostro empapado de lágrimas, fue sacándose la verga de nuestro Amo muy despacio de la boca, tratando de controlar las arcadas. Por fortuna lo logró, aunque no pudo evitar que su saliva resbalara y empapara la entrepierna de Jesús.

Aparentando calma, usé mis propias sábanas para limpiar las babas de la joven y evitar el enfado del chico que, por suerte, no dijo nada. Como pudo, Gloria se las apañó para agradecerme el gesto.

- Gracias, Ama. Agradezco que haya liberado del castigo a esta humilde puta.

Me sorprendieron las palabras de Gloria. No sólo que me llamara Ama, sino la forma de expresarse. Aunque claro, como yo no había experimentado en mis carnes la disciplina de Jesús, no sabía muy bien cuales eran las formas apropiadas de comportamiento. Tomé nota.

- No te preocupes número seis – le dije muy seria – Espero que hayas aprendido la lección. Ahora ve a lavarte, estás que das asco.

Traté de aparentar dureza para que Jesús se sintiera orgulloso de mí, pero en el fondo, lo que pretendía era darle un respiro a la chica para que pudiera recuperarse. ¿O no era así? La verdad es que me gustaba darle órdenes a Gloria. Me acordé de cómo ella me había hecho comerle el coño el día anterior… y ahora podía ordenárselo yo…

- Y cuando vuelvas, tráenos 2 refrescos – le ordené mientras salía.

Cuando volvió, cinco minutos después, Jesús había reanudado su relato y esta vez era mi manita la que acariciaba con mimo el falo de nuestro Amo, sintiéndolo caliente y mojado por la saliva de la putilla.

- Ponte a los pies de la cama, puta. Y no quiero volver a oírte – le ordenó Jesús.

La pobre, visiblemente compungida, obedeció en silencio y, tras entregarnos los refrescos, se hizo un ovillo a los pies del colchón.

- Bueno, sigamos – dijo Jesús.

- Volviste a follarte a Yoli esa tarde – dije ayudándole a retomar el hilo.

- Esa y las siguientes. La puse de vuelta y media. Me la follé en la cama, en el baño, sobre su escritorio… Lo único que lamentaba era que no podía follármela en el resto de la casa, pues su madre, aunque se pasaba las tardes en la piscina, era un peligro… Así que decidí follármela también.

- Me lo imaginaba – asentí dándole un cariñoso apretón en la verga.

- Comprendí que si la hija, que tenía pinta de modosita, había resultado ser una golfa de cuidado, la madre, que ya tenía pinta de puta, debía ser sencillamente la ostia.

- ¿Y Yolanda no se resistió?

- A esas alturas la niña hacía todo lo que yo lo decía. Se había vuelto adicta a mi polla y prácticamente me suplicaba que me la tirara. Todos los días, mientras charlábamos con su madre antes de las clases, se la veía inquieta y nerviosa, deseando que terminásemos de hablar y subiéramos a su habitación.

- Entiendo.

- Bueno, aún tuvimos un pequeño conato de rebelión con ella, aunque lo superamos sin muchas dificultades.

- ¿A qué te refieres?

- Ya sabes. Cuando me cansé de darle por delante…

- Quisiste darle por detrás – completé la frase, comprendiendo perfectamente a qué se refería.

- A veces me sorprendo de por qué mujeres que han demostrado ser unas completas golfas, se solivianten tanto por una cosa tan sencilla.

- Porque duele – dije sin pensar – Además, es humillante…

- Ah, ¿te lo parece? – dijo él mirándome con curiosidad.

- Sí, Amo – le respondí muy seria alzando la cabeza para mirarle – Pero eso no quiere decir que no esté dispuesta si tú me lo pides.

- Estupendo perrita – dijo acariciándome la mejilla – Además, te aseguro que, tras probarlo unas cuantas veces, te gustará.

- Si es contigo… seguro que sí – le dije.

Él me besó.

- Pues bien, un día Yoli estaba inesperadamente seria cuando subimos a su cuarto. Me dijo que ese día no íbamos a poder hacer nada, pues le había bajado la regla y le dolía un poco.

  • No te preocupes por eso Yoli – le dije – Ya sabes que hay otras maneras de pasarlo bien.
- La pobre me dedicó una sonrisa tan encantadora que inmediatamente supe que no me había entendido – continuó Jesús – Al poco rato, la tenía de rodillas en la cama comiéndome la polla, con mi mano perdida bajo su falda, amasando los redonditos molletes de sus nalgas.

Jesús refrescó un poco su garganta, echando un trago a su lata antes de continuar.

- Pues bien, cuando la tuve bien ensalivada se la saqué de la boca, mientras ella me miraba con extrañeza. Me arrodillé detrás de ella y le subí la faldita, quedando su magnífica grupa al descubierto, dejándola a merced de mis manos, que la estrujaban y acariciaban por todas partes.

- ¿Y no se dio cuenta de lo que pretendías?

- Para nada. Me coloqué detrás de ella y empecé a darle tiernos besitos en las nalgas, que la hacían reír y gemir quedamente. Pero claro, yo ya no podía más, así que, irguiéndome sobre el colchón, me agarré el húmedo falo y lo coloqué a la entrada de su retaguardia.

- ¿Y se la clavaste de un tirón?

- ¿Como a Gloria antes? No, no, fui más delicado. Antes de que le diera tiempo a reaccionar le había metido la punta, pero ahí me detuve. Ella se asustó muchísimo y empezó a gimotear, tratando de apartarse de mí, pero yo la tenía bien agarrada por las caderas y le impedía escapar.

  • Shist… Tranquila Yoli… Relájate, que te prometo que esto te va a encantar – le susurré.
  • No, eso no… Por el culo no, por favor, deja que termine de chupártela, me lo tragaré todo… Mira, la regla me dura pocos días, seguro que para la próxima clase podemos hacerlo…
  • Pero yo no puedo esperar más…
- Muy lentamente, fui empujando mi émbolo, que fue penetrando sin compasión en el ano de la chica. Cuando tuvo dentro la mitad, me detuve de nuevo. Yoli tenía un rictus de dolor en el rostro, pero yo no permití que se librara.

  • Relájate, tonta – le susurré – Ya está casi toda dentro. Sólo falta un poco. Y en cuanto esté toda metida empezarás a disfrutar.
- La putilla intentó hacerme caso, pero su culito era muy estrecho y estaba sin estrenar, así que no pudo evitar llorar un poco hasta que logré metérsela entera. Cómo apretaba aquel culito. Era genial.

- ¿Y ella no decía nada?

- A esas alturas ya me conocía lo suficiente como para saber que iba a hacer lo que me diera la gana, así que no intentó protestar, pero lloraba y gemía sin parar. Yo, que a cosa hecha había hecho que me la chupara un buen rato para dejarme próximo al orgasmo, empecé a moverme muy lentamente, enterrándosela una y otra vez, disfrutando al máximo de aquel tierno culito, pero sin perder el control.

- ¿Te corriste en su culo o fuera?

- En lo más profundo de sus entrañas. Verla después, tirada en la cama, con la falda levantada, sollozando mientras mi leche se salía de su culo… Joder. Impresionante. El próximo día que vayas a mi casa te enseñaré la foto. La imagen era tan increíble que no pude resistirme a fotografiarla con el móvil.

- Me encantará verla – dije.

- Pues bien. Cuando se recuperó un poco, tuvimos una nueva bronca, aunque no te aburriré contándotela pues fue un calco de la anterior. Y sus consecuencias fueron las mismas, pues el día de la siguiente clase, ella ya estaba esperándome cachonda perdida.

- ¿Te la follaste de nuevo por el culo sin esperar a que se recuperara? – pregunté extrañada de que hubiera tenido esa deferencia conmigo y no con Yolanda.

- ¡No, no! Verás, el día de la siguiente clase fui yo el que llamó para decir que no me encontraba bien y la posterior me la salté también, por lo que estuvimos unos cuantos días sin vernos.

- ¿Y por qué lo hiciste?

- Por 3 motivos. Por un lado, al dejar a Yoli varios días sin su ración de rabo me aseguraba de que estuviera bastante desesperada esperando mi regreso. También le daba una semana a su culito para recuperarse. Y por último, me aseguré de que ya hubieran pasado esos días del mes.

- ¡Ah, claro! – asentí.

- Cuando regresé a las clases, Yoli me había perdonado por completo. Durante un par de días me la follé sólo por el coño, pero la tercera vez, la enculé de nuevo. Esa vez me llevé un pequeño vibrador con el que estimulé su clítoris mientras la sodomizaba, con lo que la experiencia le fue mucho más grata. Tras un par de sesiones, resultó que la muy golfa empezó a disfrutar por el culo tanto o más que por la vagina.

- Madre mía – dije en tono un tanto incrédulo, que fue percibido por Jesús.

- Te lo aseguro, y la prueba es lo que pasó a continuación.

- Dime, dime.

Jesús echó un último trago a su lata y la dejó, vacía, sobre la mesilla.

Por ese entonces yo estaba de nuevo como una motillo, más caliente que el palo de un churrero. Mi mano aferraba cada vez con más ganas la erección de mi Amo y me costaba Dios y ayuda resistirme para no abalanzarme sobre ella y metérmela por donde fuera. Pero entonces vi a Gloria, encogida a los pies de la cama, la viva imagen de la tristeza. Y se me cortó un poco el rollo.

- Gloria – le dije – Trae más refrescos.

Sin decir ni mu, la chica se levantó y salió del cuarto.

- Jesús – le dije con tono comprensivo – Me da un poco de pena Gloria. Lo estábamos pasando tan bien.

- Estás en tu casa y ahora mismo tu número es más bajo que el de ella, así que haz lo que te plazca – respondió él, comprendiendo mis intenciones.

Cuando Gloria regresó, le levanté el castigo. Ella me sonrió agradecida y sin poder contenerse, se inclinó sobre mi y me dio un besito en la mejilla. Por un instante, me pareció más joven de lo que era.

- No te quejarás, Gloria – dijo Jesús – Ya es la segunda vez que Edurne intercede por ti. Te he perdonado porque ella me lo ha pedido, que si no, esta noche habrías dormido en el puto suelo.

- Gracias, Amo – dijo ella – Gracias Ama.

- Anda, ven aquí, putilla – dijo Jesús iluminando el rostro de la joven.

Ella volvió a subirse a la cama de un salto, recuperando su posición abrazada al cuerpo de Jesús. Nuestros ojos se encontraron y ella volvió a sonreírme, mientras sus labios dibujaban un “gracias” silencioso. Me sentí mejor.

- Bueno, sigamos con la historia – dijo Jesús cuando nos tuvo a las dos de nuevo reclinadas sobre su pecho – Como iba diciendo, Yoli empezó a disfrutar del anal de mala manera, empezó a preferirlo a la vía más común.

- ¿En serio? – pregunté aunque ya sabía la respuesta.

- Y tanto. Cuando le daba por el culo, parecía que se le iba la cabeza (vaya, sigue igual, ya lo verás) y yo encantado, pues disfrutaba mucho sodomizándola mientras agarraba sus tetas con las manos.

- ¿Y Natalia?

- Ahora voy con eso. Pues bien, en mi mente ya había ideado cómo atraer a Natalia a nuestro jueguecito. Ya la conocía bastante bien, era la típica cuarentona (espectacularmente atractiva) que se encontraba bastante frustrada por la falta de atención de su marido y que se desfogaba tonteando un poco con el jovencito que le daba clases a su hija, aunque, en el fondo, la muy estúpida ni se imaginaba lo que el jovencito y su hija estaban haciendo. Así que decidí que lo más eficaz sería enfrentarla a la cruda realidad y usar el shock en mi beneficio.

- Jesús, me tienes cautivada con la historia.

- Me alegro. Pues bien, una tarde, cuando aún estaba dándole vueltas a la idea, la fortuna se puso de mi parte.

- ¿Qué pasó?

- Mientras estábamos charlando antes de la clase, estalló una repentina tormenta de verano, con lo que Natalia no pudo ir a la piscina, teniendo que quedarse encerrada en la casa. Y, para mayor suerte, esa era la tarde libre de la criada, por lo que estábamos los tres solitos en la casa.

- Me voy imaginando por dónde van los tiros – dije.

- Muy lista. Esa tarde, dejé disimuladamente la puerta del cuarto entreabierta, para que se escucharan bien los relinchos de Yolandita por toda la casa. Me la follé con toda el alma, dándole con ganas, hasta que sus gemidos y aullidos de placer atrajeron inevitablemente a su madrecita.

- Oye, acaba de ocurrírseme una cosa.

- Dime.

- ¿Y la criada? Porque Natalia no escucharía vuestras sesiones por estar fuera de la casa, pero la criada…

- La criada tenía veinte años y la había escogido el padre de Yoli, así que estaba buenísima. Por ese entonces ya me la había follado un par de veces, así que no decía esta boca es mía.

- ¿TELA HABÍAS FOLLADO? – exclamé sorprendidísima – Pe… pero… de ella no sabía nada.

- De ella no hay nada que saber. Ella no es como vosotras. Fue sexo sin compromisos, más convencional. Ya te dije en otra ocasión que vosotras no sois las únicas mujeres con quien me acuesto. Sólo cuando encuentro a alguna especial es que la convierto en una de mis putitas.

- Comprendo.

Era verdad que me lo había dicho, pero hasta ese momento no me había parado a pensarlo. Sólo de imaginar que Jesús anduviera por ahí follándose a otras me molestaba bastante.

- Bueno, sigo. Como decía, esa tarde hice gemir y aullar a la tetona con ganas y claro, al poco rato, su incrédula mamaíta vino a ver qué le pasaba a su hijita.

- Y se llevó la sorpresa de su vida.

- Ya te digo. Cuando entró en el cuarto, se encontró de bruces con la escena que a todas las madres les encantaría ver. Yo estaba sentado en la silla de estudios de Yolanda, que tiene dos brazos; la chica estaba empalada por el culo en mi nabo, de espaldas a mí, de forma que sus tetas eran estrujadas por mis manos después de haberle enrollado el top en el cuello. Para tener más estabilidad, sus piernas estaban abiertas al máximo, apoyadas sobre los brazos de la silla, colgando a los lados. La tía, con una mano apoyada en el escritorio y la otra no sé donde, se las apañaba para botar sin descanso sobre mi polla, enculándose ella solita una y otra vez, berreando como loca.

  • ¡YOLANDA! – aulló con voz histérica la buena mujer - ¡DIOS MÍO! ¡¿QUÉ ESTÁIS HACIENDO?!
  • GGGGHH… AHHHHGGGG - gorgoteaba Yolanda mientras la saliva se le escapaba de los labios.
  • ¡HIJO DE PUTA! – exclamó Natalia acercándose a mí con llamas en los ojos - ¡ESTÁS VIOLANDO A MI HIJA!
  • ¿Violándola? – exclamé echándome a reír - ¿A ti te parece que esto es una violación?
- Natalia nos miró durante un segundo y pude percibir perfectamente cómo sus pupilas se dilataron cuando comprobó que era su propia hijita la que se empalaba una y otra vez en mi hombría. Tartamudeando, trató de insistir.

  • No… no… no puede ser… Has debido de… drogarla…
  • ¿Drogarla? ¡Muy bueno! ¡Yoli, dile a tu madre cómo se llama la droga que te estoy dando!
- Y la muy puta se las apañó para contestar:

  • ¡LA POLLA! ¡ME ESTÁ DANDOLA POLLA! ¡LA POLLA ENMI CULO! ¡OH, MAMI, NUNCA SOÑÉ QUE ME SENTIRÍA ASÍ!
- Natalia se quedó petrificada, muda. No podía creer lo que estaba pasando. Pude leer en su rostro cómo su mundo se desmoronaba a su alrededor. Y se volvía vulnerable…

- Una pena que no pudieras hacer una foto del momento.

- ¿Y quién dice que no la hice? Bueno, una foto no, pero el móvil desde una estantería grabó un vídeo que te cagas. Es super morboso, aunque no se ve muy bien. ¿Verdad Gloria?

- Sí, es muy excitante – dijo la joven hablando después de un buen rato – Sobre todo porque conoces a las que salen en él y eso le da más morbo.

La entendía perfectamente.

- Pues bien, no aguantando más y sin saber cómo reaccionar, Natalia optó por negarlo todo y huir, así que salió como una exhalación del cuarto dando un portazo.

- ¿Y qué hiciste?

- Yo sabía que no podía dejarla sola, pues su reacción natural en esa situación sería sin duda llamar a su marido en busca de ayuda… o puede que incluso a mi padre.

- Sí, la cosa podía írsete de las manos.

- Precisamente. Además, era necesario golpear el hierro ahora que estaba caliente, sin darle tiempo a enfriarse. Con desgana, pero con perspectivas de algo mejor, se la saqué del culo a Yolanda, ignorando las protestas de ella.

  • Dame dos minutos – le susurré besándola – Y después sígueme.
  • ¿Adónde vas? – me preguntó.
  • Ya lo sabes.
- Sus ojos se abrieron como platos cuando la comprensión de lo que yo tenía en mente penetró en la suya. Pareció ir a protestar, pero finalmente optó por quedarse callada.

  • Buena chica – le dije besándola de nuevo.
- Salí tras la madre enseguida, sin molestarme en guardarme la polla en el pantalón, pues sabía que así impresionaría más. No estaba seguro de hacia donde había ido, pero, al ver la puerta de su dormitorio matrimonial abierta, comprendí que estaba cerca.

- Joder, cómo se lo monta Jesús. Sigue sorprendiéndome – pensé para mí sin dejar de acariciar su erección.

- Cuando entré en el cuarto, me encontré con que, efectivamente, Natalia había cogido el teléfono y estaba marcando. Sin pensármelo dos veces, caminé hacia ella y le quité el aparato de un tirón tirándolo a un lado. Natalia se quedó atónita, asustada por mi presencia en su cuarto. Pero logró reunir el suficiente ánimo para enfrentárseme.

  • ¿Qué coño haces aquí? – me espetó – ¡Fuera de aquí ahora mismo! ¡Si no te vas llamaré a la policía!
  • No creo que estuvieses llamando a la policía – le dije – Seguro que llamabas al imbécil de tu marido, ese que no te folla porque es gilipollas.
- Se quedó petrificada ante mi respuesta. Pero entonces, vio mi picha por fuera del pantalón y eso la hizo reaccionar.

  • ¡Tápate eso, puerco! ¡Cuando tu padre se entere de esto te vas a acordar de este día!
- La tía se quejaba mucho, pero sus ojos no se apartaban de mi polla, lo que me hizo sonreír. Deseando metérsela ya, decidí poner las cosas en su sitio.

  • No, mi polla está bien como está. La voy a necesitar para lo que voy a hacer a continuación.
- Una sombra de inquietud cubrió su rostro. Por fin empezó a entender cuales eran mis intenciones.

  • Có… cómo has dicho. Sal de aquí inmediatamente. Voy a… a tener…
  • Vas a tener que callarte de una puta vez – le solté – Si no cierras esa bocaza, te la meteré primero en la garganta, en vez de empezar con tu coño como había pensado.
  • ¡¿QUÉ?! – aulló ella con los ojos como platos.
  • Digo que a tu hija no la he violado, pero a ti sí que voy a hacértelo.
- Entonces ella reaccionó abalanzándose de uñas hacia mi. Pero yo la estaba esperando y, de un empujón, la hice caer sobre la cama. Con rapidez, me subí encima de ella y le sujeté los brazos a la espalda. En ese momento llegó Yolanda.

  • ¡Yoli, rápido, huye! – gimió Natalia al verla – Pide ayuda.
  • Si, eso Yoli, es ayuda lo que necesitamos – le dije – Anda coge la funda de las almohadas.
- Para mi alegría y desesperación de Natalia, Yolanda no dudó ni un segundo en obedecer mi orden. Con las fundas, procedí a atarle las manos a la espalda a la mujer. Cuando estuvo sujeta, la hice sentarse en el colchón. Ella me miraba desafiante, pues no se atrevía a mirar a su hija.

- Menudo cuadro – dije.

- Precioso. Y para mejorarlo, agarré la camiseta que llevaba Nati por el cuello y la desgarré de arriba abajo. En menos de un segundo, el sujetador siguió el mismo camino, con lo que las dos tetas más impresionantes que había visto en mi vida quedaron desnudas frente a mí.

  • Yoli – le susurré a la chica acercándome - Tenéis cámara digital, ¿verdad? Tráela y graba la escena.
- Obediente, la chica salió para cumplir mi encargo.

  • ¿Adónde va? – gimió Natalia.
  • Tranquila, enseguida vuelve.
- Mientras decía esto, me aproximé a ella enarbolando mi erección hasta dejarla frente a su cara. Agarrándola del pelo, intenté metérsela en la boca, pero ella se resistió manteniendo sus labios bien cerrados.

  • Bien, como quieras – siseé – Te la meteré sin lubricación.
- Un brillo de alarma se encendió en su mirada, pero yo no le di ocasión de protestar. Agarrándola del brazo la hice ponerse en pié para volver a arrojarla de bruces sobre el colchón. En menos de un segundo estaba arrodillado detrás de ella, forcejeando con sus shorts hasta que logré bajárselos a medio muslo junto con sus bragas. Menudo espectáculo, la madre no desmerecía a la hija.

- ¿Y te la follaste? – pregunté para animarle a continuar.

- Esperé unos segundos hasta que Yolanda regresó. Cuando empezó a filmar, no aguardé más y, de un viaje, se la metí hasta los huevos.

  • ¡AAAAHHHHHHHH! – gimoteó Natalia mientras la invadía.
  • Te gusta, ¿verdad puta? ¡Si estás deseándolo desde el primer día!
- Y empecé a follármela con ganas. Para tener una mejor posición, pues no podía apoyarse en las manos por tenerlas atadas, coloqué bajo el vientre de Natalia un par de almohadas, con lo que su coño se me ofrecía desde un mejor ángulo. Sin pensármelo dos veces, inicié un mete y saca feroz, follándola con todas las ganas que tenía acumuladas desde que aquella golfa me abrió la puerta en bikini por primera vez. Ella se quejaba y me gritaba que la soltara, pero pronto noté cómo su coño chorreaba y ella, inconscientemente, empezaba a separar los muslos para facilitarme el acceso.

- ¿Y te corriste dentro?

- Aún no. Quería llevarla un paso más allá, así que se la saqué del coño y me senté al borde del colchón, con los pies en el suelo. Ayudado por Yolanda, la senté en mi entrepierna de espaldas, metiéndosela hasta el fondo de nuevo, en un remedo de la postura en que nos había sorprendido a Yoli y a mí minutos antes, sólo que no era anal sino vaginal.

- Y todo esto está en vídeo – dije sonriendo.

- Hasta ese momento sí, pero después la grabación no es muy buena porque Yoli tuvo que dejar la cámara en una mesa.

- ¿Por qué? – pregunté estúpidamente.

- ¿Y tú que crees?

- ¡Ah, claro! – asentí comprendiendo por fin.

  • Yoli, cariño, demuéstrale a tu madre cuanto la quieres.
- Yolanda no había hecho eso en su vida, pero bastó con mirarme a los ojos para entender lo que yo quería. Sin pensar, se arrodilló entre los muslos abiertos de su madre y empezó a chuparnos los genitales a ambos, mientras mi polla se hundía una y otra vez en el coño.

  • ¡YOLI, NO, QUÉ HACES! – aullaba Natalia - ¡NO HAGAS ESO! ¡POR DIOS NOOOO!
- El primer orgasmo asoló el cuerpo de Natalia, haciéndola estremecer entre mis brazos. Su cuerpo se agitaba en espasmos de placer, que provocaban que su coño apretara mi polla de forma harto satisfactoria. Fue genial.

- ¿Y la dejaste?

- ¡Pero qué dices! Seguí follándomela en esa postura un buen rato más, mientras su hijita, a cuatro patas, con sus deliciosos melones colgando, nos mamaba a los dos, dándonos un placer impresionante. Aún logré que Natalia se corriera una segunda vez antes de hacerlo yo, llenándole el coño por completo de leche. Mi semen resbalaba de su interior, pero no llegaba a caer al suelo, pues era sistemáticamente recogido por la lengua de Yolanda, que lo tragaba todo.

- Joder – musité.

- Estaba tan excitado que ni se me bajó, así que la cambié de postura y volví a follármela. No puedo decirte cuantas veces logramos entre Yoli y yo que se corriera Natalia, pero estuvimos horas dándole, hasta que quedó desmayada por el placer.

- Y después te encargaste de Yoli.

- Por supuesto. Se había portado divinamente así que le di su premio. Y no sólo eso, al día siguiente, aunque no teníamos clase, la invité al cine y volví a follármela. Fue entonces cuando le hablé de las demás esclavas y ella me suplicó que la aceptara como una más.

- ¿Y lo hiciste inmediatamente?

- Claro, no te olvides que llevaba casi dos meses zumbándomela a mi antojo. Estaba totalmente entregada a mi voluntad.

- ¿Y Natalia?

- Como la seda. Cuando despertó no supo ni cómo reaccionar. Le dije que lo teníamos todo grabado en vídeo y que, se pusiera como se pusiera, no podía negar que había disfrutado Le dije que iba a seguir follándome a su hija como me viniera en gana y, si ella quería, podía participar.

- ¿Y qué pasó?

- Como su marido estaba de viaje, me quedé allí a pasar la noche. La pobre Natalia nos miraba a su hija y a mí durante la cena sin saber ni qué decir, se percibía la lucha en su interior entre sus convicciones morales y lo que su cuerpo le pedía.

- ¿Y qué pasó?

- Por la noche, Yoli y yo nos bañamos desnudos en la piscina y, cuando al poco rato Natalia apareció también completamente desnuda y se unió a nosotros, supe que había logrado mi objetivo.

- ¿Y también la hiciste tu esclava?

- Al tiempo. Al principio pasamos unas cuantas tardes geniales follando en la casa. No hubo problemas de ningún tipo, pues Natalia se encargó de darle todas las tardes libres a la criada.

- No quería más competencia – dije.

- Creo que sí. A las dos o tres semanas, Yoli le enseñó el colgante del corazón y le habló del grupo. Natalia me dijo que quería ingresar y puso su tienda a disposición de las chicas. Jugada redonda.

- ¿Y siempre te las follas a las dos juntas?

- Prácticamente siempre. Y es que no te imaginas lo increíble que es estar rodeado por las enormes tetas de esas dos. Es el paraíso.

- Joder. Menuda historia – dije incorporándome y mirando a Jesús a los ojos.

- ¿Te ha gustado?

- Me ha encantado… Pero Amo….

- Dime perrita.

- Ya no puedo más – dije dándole un pequeño estrujón a su enhiesta verga que seguía en mi mano.

- Vale perrita, a mí también me apetece.

En pocos segundos, estuve cabalgando sobre la polla de Jesús, en la misma postura en que se había follado a Natalia. Gloria, ocupando el puesto de Yoli, estaba a cuatro patas entre nuestras piernas chupándome el coño y lamiendo el falo de Jesús mientras se hundía una y otra vez en mí, elevando el placer hasta límites insospechados.

Me pasó como a Natalia, pues no recuerdo cuantas veces me corrí y cuando sentí cómo la polla de Jesús entraba en erupción en mi interior y me llenaba con su semilla, me sentí completamente feliz.

Tras la sesión, los tres reposamos en la cama un buen rato y no nos levantamos hasta que empezamos a tener hambre. Demasiado cansados para cocinar, Jesús pidió unas pizzas y nos sentamos juntos en el sofá a cenar y a ver el fútbol.

Su equipo ganó. Jesús se puso contento. Y volvimos a follar por la noche antes de quedarnos dormidos.

La mañana siguiente desperté bastante tarde, tras haber dormido toda la noche de un tirón, agotada por los intensos acontecimientos de la víspera.

Adormilada, miré a mi alrededor, contemplando el apocalíptico revoltijo de sábanas y cuerpos que había sobre mi cama. Gloria, dormida como un tronco, estaba abrazada a mí, con su cara apoyada directamente en mi pecho. Sin poder evitarlo, sonreí en silencio al observar que un fino hilillo de saliva había escapado de entre sus labios mientras dormía, con lo que la piel de mi teta izquierda brillaba por sus babas. No me molestó.

Aún un poco aturdida, tardé unos segundos en darme cuenta de que no se veía a Jesús por ninguna parte, señal inequívoca de que ya se había levantado. Me angustié un segundo al pensar en si se habría molestado porque sus esclavas fuésemos tan dormilonas, pero supuse que, si hubiera requerido nuestra presencia, no se habría cortado en despertarnos.

Con mucho cuidado, aparté lentamente el brazo de Gloria que me rodeaba y me las ingenié para escapar de su abrazo sin llegar a despertarla. Pienso que mis precauciones fueron innecesarias, pues la chica, más que dormida, parecía comatosa. Juguetona, incluso pensé en pegarle un buen grito en la oreja, a ver si se espabilaba.

En lugar de hacerlo, me quedé unos instantes contemplándola en silencio. Tenía que admitir, a mi pesar, que Gloria era realmente bella. Sentí un repentino ramalazo de celos al pensar en que ella; con todos sus defectos, compartía con Jesús una relación a la que yo no podía aspirar. Me acordé de las veces en que se había referido a la joven como “su novia”, lo que me hizo sentir mal.

Yo era plenamente consciente de mi propio atractivo, pero no pude evitar envidiar la juventud de Gloria, a pesar de que yo no era ni mucho menos mayor.

Pero pronto pasó ese momento de debilidad y sonreí en silencio rememorando el intenso placer que aquella jovencita me había suministrado el día anterior. Y los que estaban por venir…

- Mírala – dije para mí – Parece un angelito. Cualquiera diría que en realidad es una golfa de cuidado.

- Como tú – exclamé en voz alta esta vez, dirigiéndome a mi misma.

Gloria se estremeció levemente en la cama, pero no llegó a despertar, limitándose a girarse, poniéndose boca arriba, con lo que sus deliciosas tetitas quedaron a la vista, apuntando desafiantes hacia el techo. Sentí el inexplicable impulso de morderlas.

- No, si al final haremos de ti una lesbiana – dije de nuevo para mí.

En ese instante un escalofrío recorrió mi cuerpo, lo que me devolvió a la realidad. Aquella mañana hacía un poco de frío y estar allí de pie, en pelota picada, una vez abandonada la calidez del lecho, me hizo sentirlo con intensidad.

Procurando no hacer ruido, abrí el armario, saqué mi bata y me la puse, abandonando a continuación el dormitorio, decidida a dejar que Gloria durmiese un ratito más. Justo antes de entrar en el salón escuché unos tenues jadeos que, durante un loco instante, me hicieron pensar que Jesús podía estar masturbándose en mi sofá, por lo que, al descubrir lo que hacía en realidad, no pude evitar sonreír.

Mi Amo (como era lógico por otra parte, si no cómo explicar su cuerpazo bien cuidado) estaba realizando una sesión de gimnasia matutina, vestido únicamente con un pantalón corto de deporte. En aquel preciso momento, estaba enfrascado en la realización de una larga serie de abdominales, de espaldas a la puerta por la que yo había entrado.

Durante unos segundos permanecí en silencio, admirando con placer la musculada espalda, recordando cómo mis manos habían recorrido hasta el último centímetro de su piel, cómo mis uñas se habían clavado en ella mientras la enhiesta verga del muchacho me horadaba sin compasión una y otra vez. Sentí un ligero estremecimiento entre mis muslos, lo que me indicó que mi excitación estaba empezando a despertar.

- Buenos días, perrita – dijo entonces mi Amo, sacándome bruscamente de mi ensimismamiento.

Sorprendida por el inesperado saludo, me quedé unos instantes con la boca abierta, sin comprender cómo había notado Jesús mi presencia.

- Bu… buenos días – contesté - ¿Sabías que estaba aquí?

- Pues claro – dijo él sin interrumpir su ejercicio.

- Pero, ¿cómo…?

- Desde aquí huelo tu coño… – respondió él con voz cavernosa.

Mientras decía estas palabras, Jesús interrumpió su ejercicio y se volvió hacia mí, clavando sus ojos en los míos con tal intensidad que las rodillas me temblaron y pensé que iba a caerme.
 
Capítulo 7: No esperaba esto:




Yo me eché a llorar, forcejeando con mis ataduras, pensando que Jesús me la había jugado y había traído al director para humillarme y hacer que me despidieran. Me equivocaba…

- ¡Qué visión celestial! – exclamó Armando abalanzándose sobre mis nalgas y comenzando a cubrirlas de besos.

Yo estaba petrificada. No podía creerlo. Apenas sentía los pellizcos y apretones que el director me propinaba en el culo, mientras mi colapsado cerebro trataba de encontrarle sentido a lo que estaba sucediendo.

- Quieto, quieto, amiguito… - dijo Jesús apartando al director de mi cuerpo tirando de uno de sus hombros.

- ¡Fíjate! ¡Si lleva unas bolas chinas en el culo! ¡Mira cómo asoma la primera, mira!

- Ya lo veo – respondió Jesús – Y será mejor que esta puta la meta otra vez para adentro si no quiere que la castigue…

Su tono de voz me hizo apretar el culo con ganas.

- Buena chica – continuó Jesús – Bueno, Armando, antes de tener la mercancía, tienes que pagar lo acordado. Ya sabes, el número de cuenta de siempre.

- Sí, sí, claro. No te preocupes, enseguida lo hago.

¿Mercancía? Poco a poco fui comprendiendo lo que pasaba. ¡Aquel cabrón había vendido mi culo! ¡No podía creerlo!

El director rodeó la mesa y se dirigió a la supletoria en la que estaba el ordenador, encendiéndolo. Mientras el sistema operativo se iniciaba, Armando me miraba sonriente con ojos lujuriosos, anticipando el momento en el que mi culo sería suyo. No aguanté más.

- Ya basta – dije intentando mantenerme firme – Esto ya es demasiado. Suéltame.

La sonrisa se congeló en el rostro del director. Muy nervioso, se dirigió al joven.

- ¿Qué pasa? ¡Esto no es lo que habíamos acordado! ¡Me dijiste que ella estaba conforme!

- ¡Cállate, imbécil! – le respondió Jesús.

Rodeó la mesa y se sentó en el sillón del director, acercándolo hasta quedar delante de mí. Puso sus manos sobre la madera, apoyando la barbilla encima, de modo que su rostro quedó a escasos centímetros del mío.

- Habíamos acordado que harías todo lo que yo te ordenase… - me dijo en tono sorprendentemente suave.

- Sí, que lo haría contigo. No dijiste que fueras a venderme al director.

- Mira, si eres mía, me perteneces por completo. Y puedo usarte como me plazca.

- No quiero – respondí desafiante – No voy a hacerlo con él.

- Está bien – concedió Jesús – Creo que me he equivocado contigo, no me sirves. Te soltaré.

Y se levantó.

- Espero que comprendas que no quiero volver a verte. Me has decepcionado mucho. De ahora en adelante seré un alumno más y quiero que me trates como a cualquier otro. Sin rencores. Espero que tu novio sea capaz de darte lo que necesitas, porque yo no volveré a follarte más.

Mi corazón latía desbocado. Mi yo consciente se alegraba por escapar de esa encerrona, pero mi cuerpo protestaba, insatisfecho y caliente. Noté cómo los dedos de Jesús asían los nudos, completamente decidido a soltarme.

- ¡Espera! – intervino Armando - ¿Qué haces? ¿Vas a soltarla?

- Pues claro – respondió el chico – Ella no quiere participar y aún no es mi esclava…estaba en periodo de pruebas y no lo ha superado.

- ¡Te pagaré el doble! Dos… no, tres mil euros si no la sueltas. ¡Me prometiste su culo virgen! – dijo el director, acercándose a Jesús y aferrándole de la pechera.

Jesús dejó de desatarme. Pensé que se estaba pensando la oferta del director, pero no era así. Su mano salió como una flecha y le propinó una bofetada de revés al viejo en toda la cara. Éste cayó derribado al suelo, con una mano apoyada en la mejilla mientras miraba a mi Amo con ojos llorosos. Sí… a mi AMO.

- ¡No me toques, desgraciado! ¡Yo no soy un asqueroso violador! ¡Si la chica no quiere, no quiere! ¡Me busco a otra mejor dispuesta y en paz!

- Pe… pero… - balbuceó el director - Me habías prometido… su culito…

- Vete a la mierda – dijo Jesús volviéndose a ocupar de los nudos.

Fue entonces cuando noté que, a pesar del follón, inconscientemente había estado esforzándome en mantener las bolas chinas en mi ano. Comprendí que, aunque yo me negara, mi cuerpo ya pertenecía a mi Amo por completo… para lo que él quisiera.

- ¡Espera, Amo! – le detuve – Me lo he pensado mejor.

Lentamente, él volvió a rodear la mesa y me miró a los ojos.

- ¿Estás segura? Si no es así te suelto y en paz. Te repito que no voy a obligarte a nada. Aún no eres mi esclava y estás a tiempo de olvidarlo todo y dejarlo.

- No, Amo… no es eso lo que quiero. Me había asustado por la presencia del director y no sé en lo que pensaba. Mi cuerpo es tuyo y puedes hacer con él lo que quieras…

Jesús me sonrió, haciendo que mi corazón latiese con fuerza. Volvió a acariciarme la mejilla y enjuagó mis lágrimas.

- Está bien…

Volvió a rodearme y rehizo los nudos que había soltado. Armando, entusiasmado, se había puesto en pié y casi daba saltitos de excitación. Fue entonces cuando me fijé en el bulto que había en su pantalón. El cabrón estaba a mil por hora.

- ¡Estupendo! – exclamó exultante – Entonces, ¿hay trato?

Jesús dio el último tirón a las cuerdas y regresó al sillón, donde se dejó caer. Miró al director como quien mira a una cucaracha y renegoció los términos del acuerdo.

- El trato sigue en pié, pero el precio ha subido. Dos mil euros por el culito de mi chica.

- Pe… pero… - balbuceó Armando.

- Hace dos minutos me ofreciste tres mil, así que no te quejes. Y da gracias a que no te parta la cara por haberme puesto la mano encima. Si te parece mucho, no hay problema, su culito me lo quedo yo, que está apeteciéndome cada vez más.

El director dudó sólo un instante antes de contestar…

- De… de acuerdo… Desde el primer día que la vi, he querido tirarme a Edurne. Y cuando me dijiste que su culo era virgen…. No aguanto más.

- De acuerdo entonces – asintió Jesús – Pero primero paga.

Sin añadir nada más, Armando se dirigió al ordenador e inició el servicio de banca electrónica.

- De tu cuenta personal, no vayas a tocar la cuenta del colegio, que te conozco – intervino mi Amo.

- Sí, sí claro…

En pocos minutos, la transferencia quedó hecha. Jesús ocupó el puesto del director frente al ordenador y accedió a su propia banca electrónica, verificando la transacción.

- Bien, todo correcto – concluyó – Enseguida será tuya.

- Va… vale.

Jesús volvió a sentarse en el sillón frente a mí y me dijo:

- Hoy te he perdonado tu rebeldía, porque aún no eres mi esclava ¿lo entiendes?

No le entendía. ¿Cómo que aún no era su esclava? De todas formas, asentí con la cabeza.

- Por eso y porque te habías estado portando muy bien, te has librado del castigo que te mereces, pero, cuando seas mi esclava… tendrás que obedecerme siempre sin rechistar.

- Sí, Amo… es sólo que quiero tanto al Amo… que no podía soportar que otro me tocara. Pero si es lo que el Amo quiere… aguantaré.

- Bien…

Jesús volvió a levantarse y se situó detrás de mí.

- ¡Porque si no me obedeces, tendré que darte un buen montón de estos!

Sin avisar, me azotó el culo con la mano abierta con muchísima fuerza. Fue un solo cachete, pero seco, intenso, que hizo que volvieran a saltárseme las lágrimas. El inesperado dolor provocó que perdiese momentáneamente el control, por lo que la primera de las bolas se salió de mi culo, quedando colgando de mi esfínter. Por fortuna, el Amo no me reprendió.

- Esto ha sido, un simple ejemplo – continuó Jesús – para que no te fueras de rositas. Pero… la próxima vez… será peor.

- Sí, Amo – asentí ahogando las lágrimas.

- ¿Puedo castigarla yo? – intervino el director, al parecer entusiasmado con la perspectiva de azotarme el culo.

- Ni pensarlo. Esta zorrita es mía y sólo yo puedo impartir disciplina.

- ¡Te pagaré!

- ¡Que te calles, gilipollas!

- Pero, la otra vez…

- La otra vez fue distinto. Y ahora dedícate a lo tuyo, que para eso has pagado.

Armando se puso en marcha. Inclinándose sobre mí, me susurró al oído.

- No sabe usted las ganas que le tenía, señorita Sánchez. Desde el día en que la vi, decidí que sería mía. Me ha salido un poco cara, pero le aseguro que voy a disfrutar cada puto euro…

Armando se desplazó hasta quedar a mi espalda y pronto sentí sus manos apoderándose de mis nalgas.

- ¡Madre mía, qué culo! ¡Y es todo mío!

Sus labios comenzaron a besarme y chuparme el trasero, mientras me metía mano por todas partes.

- ¡Qué maravilla! ¡Fíjate cómo resalta la huella de tu mano en la nalga! ¡Le has dado un buen azote!

Debía ser verdad, pues cuando me rozaba esa parte de la piel me dolía un poco, además de notarla caliente y sensible. El tipo no era ni de lejos tan hábil como Jesús, por lo que sus caricias no me ponían a tono. En cambio, él se percibía cada vez más excitado.

- Mejor – pensé – Así acabará antes.

El tío seguía sobándome a su gusto, pronto me encontré con una mano explorando entre mis muslos, frotando mis labios vaginales con fuerza, con toda la palma. Por fin, hundió la cara entre mis nalgas y comenzó a estimular mi esfínter con la lengua, jugueteando con el trocito de cuerda que asomaba, del que colgaba la bola que había expulsado antes.

Aunque como digo no era especialmente hábil, la verdad es que una no es de piedra y tanta caricia había comenzado a estimularme. Cuando me quise dar cuenta, me había abierto de piernas todavía más, dejándole franco el acceso. Mis líquidos comenzaban a rezumar, excitada especialmente por estar mirando a los ojos de mi Amo, que había vuelto a sentarse frente a mí y me observaba divertido.

Finalmente, Armando ya no pudo más y se preparó para encularme. Pude notar cómo se bajaba febrilmente los pantalones, forcejeando con la hebilla del pantalón. Entonces se lo pensó mejor y rodeó la mesa, caminado como los patos por llevar los pantalones enrollados en los tobillos. No pretendía hacerlo, pero, involuntariamente, mis ojos miraron a su entrepierna, para apreciar el calibre del arma que me iba a romper el culo.

No estaba mal, Armando no estaba mal dotado. Pero las había visto más grandes, la de mi Amo sin ir más lejos. Eso sí, se apreciaba durísima, con la escarlata cabeza asomando y las venas a punto de reventar. Y bastante gruesa, lo que me inquietó.

Armando se situó frente a mí y pronto me encontré con su polla presionando contra mis labios, mientras el muy cabrón me gritaba:

- ¡Ensalívala bien, puta, que te la voy a meter por el culo!

Yo miré a los ojos a Jesús y él asintió en silencio, por lo que abrí levemente los labios, recibiendo en mi boca la durísima verga del director. Obedeciéndole, procuré mojarla bien con mi saliva, pero no desaproveché para juguetear un poco con la lengua, intentando excitarle más para que tardara menos en correrse.

- ¡Qué puta es! – aulló Armando - ¡Cómo la chupa! ¡Se ve que le gusta que le metan pollas en la boca!

- La tuya no, rico – pensé sintiendo cómo su miembro se hinchaba cada vez más.

Pocos segundos después, Armando me la sacó de un tirón. Me dio igual, pero aún sentía miedo por lo que se avecinaba.

Volviendo a caminar como un pingüino, corrió a situarse de nuevo a popa. Sentí cómo sus dedos jugueteaban con mi ano y comenzaban a tirar suavemente de la bola que había expulsado.

Mi cuerpo volvió a tensarse, mientras notaba cómo las bolas iban ensanchando mi recto de nuevo a medida que eran extraídas de mi cuerpo. Ya era la hora.

Por fin, con un “plop” audible, Armando extrajo la última bolita. Notaba el ano caliente y sensibilizado. Recé para que aquello acabara lo más pronto posible.

- ¡Joder, cómo se te ha quedado el culo! ¡No se cierra del todo! ¡Parece estar pidiendo verga!

No me gustó que aquel cerdo me humillara. Eso sólo podía hacerlo mi amo.

- ¡Ya no puedo más! – aulló el viejo verde.

Armando aprovechó para volver a subirme el tanga, lo que me extrañó muchísimo. Aunque claro, aquel diminuto hilo de tela no iba a proteger mi retaguardia de un pervertido como él.

- ¡Así me gusta más! – jadeó.

Apartó a un lado la tela del tanga, dejando de nuevo mi ano expuesto, pero con la braguita puesta. A continuación, sentí cómo la punta de su cipote se apoyaba en mi agujerito. Me estremecí por el miedo, con el corazón nuevamente desbocado. Entonces, mi Amo se inclinó sobre mí y muy dulcemente, me besó por vez primera en los labios.

- Relájate – me susurró - O lo pasarás mal.

Yo, agradecida, traté de hacerle caso, intentando relajar el esfínter. Aún así, cuando el director metió la punta de su estoque, me dolió y mis ojos se abrieron como platos.

- ¡AAAAHHHH! ¡Joder! ¡Qué estrecho! ¡No mentías diciéndome que era virgen! ¡Qué culito! – gemía Armando.

Yo apreté los labios, tratando de soportar el dolor mientras notaba cómo la verga de mi jefe iba abriéndose camino en mi culo. Debo reconocer que fue bastante delicado, no me la clavó de un tirón ni nada, pero empujó con firmeza hasta el final, hundiéndose en mi culo hasta que sus huevos quedaron aplastados contra mis nalgas. Me dolió horrores y lágrimas de auténtica agonía resbalaban por mis mejillas, mojando la mesa.

Ahora comprendo que, sin duda, el mío no era el primer culito que rompía el maldito viejo verde, pues sabía bien lo que se hacía. Tras clavármela entera, se mantuvo un buen rato sin moverse, permitiendo que mi cuerpo se acostumbrara al invasor.

Poco a poco fui calmándome, notando que cada vez dolía menos. Sin embargo, cuando comenzó a moverse, el dolor regresó con toda intensidad. Pero, a esas alturas, Armando ya no se aguantaba las ganas, así que dejó de lado toda delicadeza y se dedicó a enterrarse en mis entrañas una y otra vez. Lo hizo despacio al principio, pero pronto me encontré con su nabo bombeando en mi culo a ritmo bastante rápido.

Miré a los ojos a mi Amo y vi que su mirada estaba clavada en mi colgante, que oscilaba adelante y atrás debido a las embestidas que me estaba propinando el viejo.

Yo no paraba de llorar, deseando que todo aquello acabase. No comprendía cómo aquello podía gustarle a algunas mujeres, yo sólo sentía dolor y humillación. Sin embargo, mi Amo hizo que todo mejorase.

- Relájate, Edurne – me susurró al oído – Vamos a probar una cosa.

Se levantó y escuché cómo buscaba algo. Yo no le veía, pues tenía los ojos apretados tratando de soportar el incesante martilleo en mi culo, mientras Armando relinchaba y jadeaba agarrado a mis caderas.

- Frena un poco, Armando – oí que decía Jesús – Tranquila Edurne, este jueguecito te va a gustar.

Entonces noté que me apartaban un poco el tanga y me metían algo en el coño. La sorpresa hizo que me agitara, con lo que nuevos ramalazos de dolor se produjeron en mi culo, que seguía empalado en la verga del director.

- Soooooo, yeguaaaaa – gritó Armando, al parecer encantado con lo que Jesús estaba haciendo.

Por fin, Jesús volvió a colocarme la braguita bien, supongo que para que mi cuerpo no expulsara el objeto que me había metido en el coño. Tras hacerlo, volvió a sentarse frente a mí, con su acostumbrada sonrisa en el rostro.

No sabía qué demonios me había metido, no lograba identificarlo. No eran las bolas como pensaba al principio, pues percibía que su forma era más angulosa. Pronto averiguaría de qué se trataba.

Justo entonces, Armando volvió a bombearme en el culo, pero, esta vez, noté con agradecimiento que me dolía un poco menos, no sé si por el objeto enterrado en mi coño o porque la pequeña pausa me había permitido amoldarme mejor a su calibre.

Armando siguió enculándome con entusiasmo, mientras yo miraba a Jesús, que, extrañamente, se había puesto a llamar por teléfono.

De pronto, una melodía muy conocida por mí resonó entonces en el despacho, aunque sonaba extrañamente ahogada. En el mismo instante en que comprendí lo que Jesús había hecho, mi móvil activó su modo de vibración.

- ¡UAAAAHHHHH! – gemí agitándome mientras sentía cómo mi propio teléfono móvil me vibraba en las entrañas.

- ¡Ostias! – gritó el director exultante - ¡Puedo notar cómo vibra contra mi polla! ¡Es increíble!

El maldito aparatejo se agitaba y tocaba música en mi interior. La vibración me excitaba notablemente, permitiéndome olvidarme un poco del dolor de mi culo. Además, la misma vibración provocó que Armando se excitara más y, de pronto, noté cómo se corría dentro de mí, enterrándome la polla hasta el fondo mientras ésta vomitaba su carga en lo más profundo de mi cuerpo.

Por fin, el satisfecho director sacó su aún morcillona polla de mi ano. Podía notar cómo su semen resbalaba de mi interior y caía sobre la mesa, pues mi culo había quedado completamente abierto.

Mientras, mi Amo seguía llamando una y otra vez a mi teléfono, para que éste estuviera vibrando continuamente en mi interior. Agradecida, le dirigí una cansada sonrisa y musité:

- Lo siento, Amo, no he podido cogerlo. ¿Qué es lo que usted quería?

Fue la primera vez que logré hacerle reír. Me gustó. Mientras reía, Jesús me sacó con cuidado el empapado teléfono de mi interior y me lo enseñó para que lo viera.

- Joder, ha sido increíble – oí que musitaba el pervertido director – Me he quedado con ganas de más. Es la primera vez que no se me baja tras correrme desde hace mucho tiempo ¡Y sin pastillita! ¡Quiero más!

Me asusté. No creía que fuera capaz de soportar que aquel cerdo volviera a sodomizarme. Ahora que me había librado de su polla, notaba cómo mi ano latía de dolor y, si volvía a metérmela, me volvería loca.

- Lo siento – dijo Jesús – Pagaste por estrenarle el culo y ya lo has hecho.

Me tranquilicé.

- Si quieres más, tendrás que pagar.

¡Oh, Dios mío!

- Vale, ¿cuánto?

No podía ser, no podía ser… ¿No iba a acabarse nunca?

- Mil euros por su coño. El culo hay que dejárselo reposar unos días.

- Sí, chico, ya lo sé. Ya sabes que no es mi primer culito. ¿Y cuánto por la boca?

- Su boca es mía. No está en venta.

- Espera – insistió el director – Te daré los mil euros si te follas su boca mientras yo me follo su coño ¿de acuerdo?

- De acuerdo.

Me tranquilicé enormemente. No me iban a volver a encular ese día. Les juro que no me importó escucharles negociar con mi cuerpo como si fuese un saco de patatas, tan grande fue el alivio al escuchar que mi culo estaba a salvo.

Segundos después, los dos hombres repetían el proceso de las transferencias desde el ordenador. Yo, exhausta, levantaba la cabeza tratando de verles y así pude comprobar que el director se había quitado los pantalones por completo, caminando por el despacho con su enhiesta polla bamboleando frente a él, sin pudor alguno.

- Bien – dijo el director dando una palmada - ¡Manos a la obra! ¡Ayúdame a darle la vuelta.

Entre los dos, me cogieron y me levantaron de la mesa, haciéndome quedar ahora boca arriba, pero todavía con las manos atadas a los tobillos. Así quedaba totalmente expuesta, con mi abierto coño ofrecido a quien lo quisiera. Todo mi cuerpo se quejó, pues, a esas alturas, estaba completamente entumecida y acalambrada.

Expertos en aquellas lides, los dos hombres dedicaron varios minutos a masajearme el cuerpo, reactivando la circulación. Incluso me aflojaron un poco las ligaduras, de forma que, aunque seguía sujeta, notaba que podría librarme de ellas forcejeando un poco, pero no lo hice, pues mi Amo no me había dado permiso.

Cuando me encontré mejor, comencé a notar que los masajes de ambos hombres se volvían cada vez más íntimos, más sensuales. En cuanto noté las manos de mi Amo acariciar mis senos, volví a excitarme, si es que en algún momento había dejado de estarlo. Las manos de Armando simplemente las toleraba porque Jesús me lo había ordenado. El viejo no significaba nada para mí.

- ¡No aguanto, Jesús, no aguanto! – gimió Armando - ¡Vamos a follárnosla ya!

- Como quieras – respondió el joven – Tú has pagado…

Me colocaron boca arriba sobre la mesa, pero esta vez con la cabeza colgando fuera, entendí que para que mi Amo tuviera fácil el acceso a mi boca. Al acercar mi cuerpo a uno de los lados de la mesa, Armando ya no podía follarme desde el otro lado, pero eso no supuso ningún problema, pues él simplemente se subió a la tabla junto a mí, arrodillándose entre mis abiertas piernas.

- ¡Qué visión tan sublime! ¡Está buenísima! – gimoteó el asqueroso viejo.

- Sí, es muy hermosa – asintió mi Amo, haciendo que me estremeciera de placer.

Sin perder un segundo, Armando me cogió por la cintura y levantó mi pelvis, para permitir que su polla se colocara justo a la entrada de mi coño. Fácilmente gracias a lo mojado que lo tenía, Armando me penetró sin miramientos, haciéndome gemir de placer.

- AAAAAHHH – gemí sin poder resistirme.

- Sí, puta, sí… Te gusta, ¿eh?

- Sí me gusta – respondí tras un gesto de asentimiento de mi Amo.

- Estupendo… Ahora quiero que me llames Amo a mí… ¡Venga, puta, dilo!

Pero Jesús no lo permitió.

- Su único Amo soy yo, así que ella no puede llamarte así.

- ¡Pues que me diga señor director! ¡Venga!

- Sí, señor director. Como usted diga señor director – respondí mientras el viejo comenzaba a propinarme culetazos.

- ¡Eso es! ¡ASÍ, PUTA, ASÍ! ¿QUIÉN TE ESTÁ FOLLANDO EL COÑO?

- El señor director me folla mi sucio coñito – respondí adivinando por donde iban los gustos del viejo – Primero me ha roto el culito y ahora me está llenando el coño…

- ¡SÍIIII!

Pude ver cómo mi Amo me sonreía complaciente. Emocionada, vi que ya se había sacado la polla del pantalón, y ésta se mostraba desafiante ante mis ojos. Aquella visión me excitó mucho más que todo lo que me había estado haciendo el director. Yo era esclava de esa polla.

Sin mediar palabra, Jesús acercó su verga a mis labios, que se abrieron con lujuria para recibirlo. Enseguida su calor inundó mi boca, a medida que su barra de carne se abría paso y se enterraba hasta el fondo de mi garganta, provocando que los ojos me lagrimearan.

- ¡Fóllatela! – aullaba Armando - ¡Fóllale la boca bien follada!

Lo que siguió fue justo lo que Armando deseaba. Jesús comenzó a bombearme en la boca, follándome hasta la tráquea con su gordo rabo. No fue una mamada ni mucho menos, pues yo no podía hacer más que mantener la boca bien abierta para que mi Amo me la metiera hasta el fondo, cuidando en todo momento de no rozarle siquiera con los dientes.

Mientras, el director, enloquecido de pasión, me martilleaba sin piedad en el coño, con sus manos agarradas a mis tetas, que usaba como asidero.

El viejo no aguantó mucho más y pronto comencé a notar que se corría. Como un poseso, me la sacó del coño y comenzó a pajearse sobre mi cuerpo, para que sus lechazos cayeran sobre mí.

Ese preciso momento fue aprovechado por mi Amo para retirarse de mi boca, sin duda para evitar que el semen del director pudiera alcanzarle.

Tras correrse, el viejo se derrumbó a mi lado, jadeando, completamente agotado por lo que acababa de pasar.

Pasaron varios minutos en los que no me moví ni un ápice, agotada y derrengada por todo lo que había pasado, pero nuevamente insatisfecha sexualmente, pues no me había corrido con Armando.

Escuché un “clic” característico y alcé la cabeza, a tiempo de ver a Jesús librándome de mis ataduras con su navaja. Una vez libre, volvió a darme friegas por todas partes, especialmente en las muñecas, para reactivar la circulación.

Me sentí mucho mejor con aquello, pero aún así me faltaban fuerzas para moverme, por lo que Jesús, sin decir palabra, se encargó de todo. Hábilmente, me quitó las bragas y el sostén y las guardó en mi maletín. Me colocó bien la falda y me ayudó a ponerme mi jersey, entregándome una toalla que no sé de dónde sacó para que me limpiara un poco el semen de los pechos y de la cara.

Abrió la puerta y recogió mi maletín. Yo, haciendo un soberano esfuerzo, me deslicé sobre la mesa, tratando de ponerme de pié pero, sorprendentemente, Jesús me detuvo.

- Aún estás acalambrada – me dijo – No creo que puedas caminar en un buen rato.
Me está encantando el relato enhorabuena
 
Capítulo 33: Cada vez más salida:




- ¿Q… qué? – balbuceé sin saber qué decir.

Entonces se echó a reír.

- ¡Ay, perrita! ¡Qué ingenua eres!

- ¿Cómo? – dije aún bastante aturrullada.

- Te he visto reflejada en el cristal de ese mueble – dijo Jesús señalándomelo con un gesto de su cabeza.

Resoplé divertida, haciendo un mohín medio de enfado medio de humor, lo que hizo que Jesús sonriera todavía más alegremente.

- Da gusto decirte esas cosas – me dijo – Te lo crees todo.

Extrañas palabras que adquirirían una enorme dimensión en mi vida.

- ¿Has desayunado? – pregunté deseosa de complacer a mi Amo.

- No. He puesto la cafetera y he tomado café. Pero no quería desayunar antes de hacer ejercicio.

- ¿Y eso lo haces todas las mañanas? – pregunté recordando su anterior estancia en mi casa.

- ¡Oh, no, no! – dijo él – Voy al gimnasio un par de veces por semana. Pero esta mañana me he levantado un poco anquilosado y quería desentumecerme un poco.

- Comprendo – asentí.

- ¡La verdad es que ayer me disteis un buen tute! – exclamó de nuevo con su lobuna sonrisa en los labios.

- Y tú a nosotras – respondí juguetona – Nos dejaste echas polvo. Ni me he enterado de cuando te has levantado.

- Pero seguro que quieres más, ¿eh? – dijo él guiñándome un ojo.

Sin poder evitarlo, me ruboricé. Aquella actitud cariñosa y amable de Jesús siempre me desubicaba por completo. Sabía que él lo hacía para jugar conmigo, para que bajara mis defensas antes de sorprenderme con alguna orden que debía ser obedecida con presteza. Pero el saberlo no evitaba que me sintiera insegura.

- ¿Preparo el desayuno? – pregunté más por cambiar de tema que por otra cosa.

- Te lo agradezco – dijo él – Voy a hacer unas cuantas series más y después me daré una ducha.

- Vale – asentí dirigiéndome a la cocina.

Antes de empezar a preparar el desayuno, me serví una taza de café recién hecho. Para ello utilicé la misma taza de Jesús, pues el chico, apañado como el solo, había lavado la taza en el fregadero tras utilizarla y la había dejado en el escurreplatos. Una vez más, me sorprendía lo detallista que podía mostrarse.

Tras echar un trago al café, empecé a disponerlo todo para llevarlo a la mesa del salón. Saqué magdalenas, galletas, embutidos… todo lo necesario para un buen desayuno continental que nos sirviera para recobrar fuerzas de cara a la intensa jornada que se nos presentaba.

Mientras preparaba unas tostadas, unos poderosos brazos me abrazaron desde atrás, haciéndome dar un respingo por el sobresalto. Sin embargo, cuando las manos se deslizaron dentro de mi bata y comenzaron a acariciar mi carne con la intensidad y el deseo que tan bien conocía, mi cuerpo se estremeció de placer y no pude evitar que un tenue gemido escapara de mis labios.

- No te he dicho lo bien que te queda esta bata ¿verdad perrita? – me susurró Jesús al oído sin dejar de acariciarme.

- Me… me alegro de que te guste, Amo – susurré con los ojos cerrados, enardecida por el lujurioso contacto del joven.

- Hoy va a ser un día estupendo – continuó – Seguro que lo pasamos muy bien.

- Seguro que sí – asentí.

Justo entonces, cuando empezaba a sentir una creciente presión en mi grupa, nos interrumpieron.

- Buenos días… - resonó la somnolienta voz de Gloria en la cocina.

Durante un instante, me enfadé con Gloria, pensando que había aprovechado la oportunidad de interrumpir mis jueguecitos con Jesús adrede, pero bastó echar un vistazo a su cara de sueño para comprender que la chica simplemente acababa de levantarse.

- ¿Hay café? – preguntó ignorando por completo el hecho de que Jesús estuviese metiéndome mano.

- Sí… sí… - asentí – En ese armario tienes las tazas.

Y Jesús, como si nada, seguía sobándome a placer, dificultando mi tarea de preparar el desayuno, que seguía realizando pues él no me había indicado otra cosa.

Mi corazón latía desaforado mientras sus firmes manos estrujaban y acariciaban mis pechos, que poco a poco iban poniéndose duros.

Cuando, inesperadamente, una de sus manos bajó por mi torso, abriendo por completo mi bata y se incrustó entre mis muslos, un arrasador estremecimiento de placer azotó mi cuerpo, tan intenso que casi me hizo caer, por lo que tuve que sujetarme como pude a la encimera, mientras los hábiles dedos de Jesús no dejaban ni por un segundo de explorar en mi intimidad.

Al doblarme hacia delante, mi trasero se incrustó contra la ingle de Jesús, permitiéndome percibir que el monstruo comenzaba a despertar, lo que me alborozó enormemente.

Entonces, inesperadamente, Jesús abandonó mi cuerpo y se apartó de mí, provocando que, en mi interior, estallara un gigantesco grito de frustración que a duras penas pude ahogar.

- Has tardado en despertarte, ¿eh? – dijo prestando atención por vez primera a Gloria.

- Sí, Amo… lo siento – dijo ella apartando la taza de café de sus labios – Anoche terminé agotada…

- No te preocupes – dijo él en tono despreocupado.

El alivio que se dibujó en el rostro de Gloria fue tan intenso que no pude evitar sonreír.

- ¿Has escrito los mensajes?

Durante un instante, Gloria no supo a qué se refería. Cuando el entendimiento penetró en su mente, sus ojos se dilataron momentáneamente, volviendo a mostrar una expresión de intensa angustia.

- No, Jesús, perdóname - dijo la pobre chica con nerviosismo – Ayer se me olvidó.

- No te preocupes – dijo mi alumno tranquilizándola – Hazlo ahora y luego ve a atenderme en la ducha.

- ¡Vaya! – pensé – Se ve que esta mañana Jesús está de buenas.

De nuevo Gloria mostró una radiante sonrisa de felicidad y, tras apurar su café, salió disparada de la cocina.

Consciente de haberme perdido algo y percibiendo que el estado de ánimo de Jesús era propicio, me animé a interrogarle, a pesar de saber a él le gustaba explicarnos las cosas cuando le parecía apropiado.

- Perdona, Jesús – dije mientras quitaba unas rebanadas del tostador - ¿A qué mensajes te referías?

- Tranquila – me dijo – Enseguida recibirás el tuyo.

Tras decir esto, me dio un cariñoso cachete en el culo y salió de la cocina, dejándome sola para que acabara de preparar el desayuno. Mientras lo llevaba todo al salón, escuché el sonido del agua de la ducha proveniente del baño, acompañado de unos grititos y risitas de Gloria que me confirmaron que, esa mañana, Jesús estaba con el ánimo juguetón. Nuevamente envidié a la joven.

Mientras esperaba en el salón a que terminaran, me acordé de los mensajes. Como Gloria había dicho que iba a enviarlos enseguida, supuse que se trataría de un sms.

Efectivamente, al comprobar mi móvil me encontré con un mensaje proveniente de mi alumna. El texto era bastante conciso: “Os comunico a todas que paso a ser la nº 6”.

- ¡Ah! Así es como lo hacemos – pensé.

Era bastante lógico, por otra parte. Un sistema sencillo y eficaz. Yo aún no tenía los teléfonos de todas las chicas, pero ahora veía que tenía que conseguirlos sin tardanza.

- O sea, que ahora soy la nº5 – dije en voz alta - Un ascenso rápido… Cuando tenga los móviles de todas crearé un grupo en la agenda: “Las furcias de Jesús”

Entonces me eché a reír.

- ¡Las furcias de Jesús! – exclamé riendo – ¡Parece un grupo de rock satánico!

Cuando Jesús y Gloria regresaron al salón con los cabellos mojados por la ducha y vestidos con sus propios albornoces (que supuse habían traído en la bolsa de deporte) observaron con extrañeza cómo yo aún seguía riéndome. Por fortuna, no preguntaron el motivo.

Poco después, los tres desayunábamos alegremente en armonía, charlando animadamente de temas que nada tenían que ver con el sexo. Aquello incluso logró por un momento serenar mi líbido, pues me convertí simplemente en una joven profesora conversando tranquilamente con dos de sus alumnos.

Durante un rato hablamos de las clases y de cómo les iba con los otros profesores, aunque, en el fondo de mi mente, no perdía de vista el momento en que Jesús se cansaría de tanta charla y volvería a clavarme la polla hasta las entrañas.

Sin embargo, Jesús nos tenía reservada una pequeña sorpresa desagradable, pues anunció que un rato después empezaba la carrera de Fórmula 1 y que quería verla.

- ¿Pero eso no fue ayer? – pregunté sin pensar al darme cuenta de que el momento del disfrute iba a retrasarse.

- No – dijo Jesús mirándome seriamente – Ayer fue la clasificación. Hoy es la carrera.

Consciente de haber metido la pata, me apresuré a responder.

- Vale, pues ponte cómodo en el sofá mientras nosotras recogemos la mesa. Gloria tú lo recoges todo y yo cargo el lavavajillas. ¡Vamos, muévete!

Le di un tono perentorio a mis palabras, ordenándole a Gloria que me obedeciera, pues, como decía el sms, ahora ella era de rango inferior al mío. La chica, sin dudar un instante, se apresuró a obedecer mis órdenes, lo que hizo que Jesús sonriera en silencio, cosa que me alivió enormemente.

- ¡Uf! Casi la meto hasta el fondo – le dije a Gloria en voz baja cuando estuvimos solas en la cocina.

- Bienvenida a mi mundo – dijo ella riendo – No sabes la de veces que la cago por hablar a destiempo.

- No, nena, si me hago una idea – respondí rememorando la jornada anterior.

- Es que, a veces una no puede evitarlo.

- Cariño – le dije mirándola fijamente – Tú no lo evitas nunca.

Y las dos nos echamos a reír.

Un poco después regresé al salón y pregunté a Jesús si necesitaba algo. Como me dijo que no, regresé para terminar de recogerlo todo con Gloria.

- Otra vez estamos como ayer – me dijo la chica.

- Sí – asentí - ¿Cómo dijiste ayer? ¡Ah, sí! “Que preferiría estar ya con la polla de Jesús metida hasta el fondo”.

- Pues aquí estamos – dijo ella - ¡Fregando platos!

Volvimos a reír.

Incapaz de seguir callada, Gloria me reveló lo que andaba dándole vueltas por su calenturienta cabecita.

- Oye Edurne…

- Dime – respondí mientras guardaba el azucarero en un armario.

- Verás… Ayer, cuando estábamos en esta misma situación…

- Te fuiste al salón a comerte la polla de Jesús mientras yo preparaba el almuerzo – retruqué con rapidez.

Gloria me miró sorprendida, antes de echarse a reír al ver que yo bromeaba.

- ¡Cierto! – asintió divertida – Aunque reconoce que lo que hice fue obedecer sus órdenes.

- Claro, claro – afirmé sin dejar de sonreír.

- Pues verás… Antes de que Jesús me llamara… tuve una pequeña idea para… ponerle en marcha y acelerar los acontecimientos.

Aquello me interesó vivamente.

- ¿En qué estabas pensando?

- Verás… es una táctica que ya ha funcionado otras veces…

- Vale, vale, ve al grano – la apremié.

- Bueno, te cuento. Jesús, en este momento, no nos ha dado instrucciones de ningún tipo. Somos libres de hacer lo que nos plazca mientras él no nos diga otra cosa.

Empezaba a comprender por donde iban los tiros.

- Bien – continuó – Se me ocurrió que… podríamos ir a salón y repetir lo del otro día… cuando me comiste el coño tan bien…

- Y claro, Jesús se pondría cachondo y nos follaría.

- Exacto – dijo ella con su sonrisilla maliciosa en los labios.

- Es un buen plan – concedí.

- Lo sé.

- Pero te olvidas de una cosa.

- ¿De qué? – preguntó extrañada.

- De que ahora soy yo la jefa, así que no voy a ser yo la que te coma el coño… - dije con expresión de suficiencia.

- ¡Eso no es problema! – exclamó ella demostrando una vez más su completa falta de pudor en materia sexual - ¡Te lo como yo a ti!

- ¡Estupendo! – exclamé, aunque en el fondo estaba un poco sorprendida.

Gloria, entusiasmada, se dirigió a la puerta de la cocina, mientras yo la seguía un poco aturrullada. Inesperadamente, se detuvo y se volvió hacia mí con los ojos brillantes.

- ¡Espera! – exclamó - ¡Se me ocurre algo mejor!

Y salió disparada dejándome en la estacada sin darme tiempo a reaccionar.

Un poco inquieta por no saber qué tenía la chica en mente, regresé al salón y me senté junto a Jesús, que contemplaba con aire aburrido la televisión mientras hacía zapping.

- ¿Aún no ha empezado? – le pregunté.

- No. Falta un poco. Aún están con la previa. Y lo interrumpen cada dos minutos para echar anuncios. Al que inventó la publicidad en la tele tendrían que haberlo ahorcado.

Estaba de acuerdo, pero no llegué a decirlo pues Gloria regresó portando algo en las manos que me hizo estremecer. Jesús alzó la vista y, al verla, sonrió ladinamente con lo que comprendí que nuestras intenciones eran completamente cristalinas para él.

La chica portaba un arnés de cuero, del que asomaban dos vigorosos consoladores de color negro. Uno, el de tamaño más normal, estaba sin duda pensado para ser introducido en la vagina de la chica que se colocaba el arnés, mientras el otro, el enorme, serviría de miembro viril a la chica para follarse el agujerito que se le pusiese a tiro.

- A… aquí traigo lo que me pediste – dijo Gloria con inseguridad.

- ¿Se lo has pedido tú? – dijo Jesús mirándome con sorpresa.

- Bueno… Sí… Le he ordenado que traiga algo para entretenernos. No te molesta ¿verdad?

- Para entreteneros, ya veo… - dijo Jesús asintiendo con la cabeza – Y claro, si le dices una cosa así a Gloria, ten por seguro que ella no va a traer una baraja de cartas precisamente…

Aparté la cara de Jesús para que no pudiera ver mi sonrisa. Gloria, sin molestarse en absoluto por la insinuación, agitaba de un lado a otro el instrumento, de forma que los consoladores bamboleaban como las negras alas de un cuervo. Uno bastante pervertido por cierto.

- Sí, bueno – continué – He pensado en usar un poco mi rango con Gloria y hacer que me practicara un poco de sexo oral, como yo tuve que hacerle a ella hace un par de días. Pero luego se me ha ocurrido probar otras cosas y ella me ha sugerido…

- Vale, vale – me interrumpió Jesús divertido – Me parece muy bien. Además, será un bonito espectáculo hasta que empiece la carrera. Por mí no os cortéis.

Mientras decía esto, Jesús se pasó de forma casi inconsciente una mano por la entrepierna, lo que me regocijó enormemente, pues eso demostraba que el plan de Gloria, aunque obvio a más no poder, podía resultar eficaz.

Ni corta ni perezosa, Gloria se repantingó en el sofá y se abrió el albornoz, dejando al descubierto sus juveniles curvas. Sin dudar un segundo, se abrió el coño con dos dedos y, tras chuparse los de la otra mano, empezó a frotarse vigorosamente el clítoris.

- ¿Qué haces? – pregunté estúpidamente.

- Quiero lubricarme un poco antes de ponerme el arnés. Yo en tu lugar haría lo mismo. Ese dildo es bastante gordo, te lo digo por experiencia.

No me había parado a pensarlo. Obcecada con la idea de calentar a Jesús, no se me había ocurrido que aquel trozo de goma iba a clavarse en mi coñito. El día anterior me había metido uno mayor, pero si la que bombeaba era Gloria…

- Mejor ve a por el tarro de lubricante que usamos ayer – dije tras sopesarlo un instante.

- ¡Buena idea! – exclamó Gloria levantándose de un salto y saliendo escopetada.

Mientras la chica volvía cogí el arnés y lo examiné cuidadosamente. Sintiéndome observada, levanté la vista y me encontré con la sonrisa ladina de Jesús.

- Te advierto que Gloria puede ser un poco borrica – me advirtió sin dejar de sonreír – Sobre todo cuando se entusiasma.

Cuando la susodicha regresó, yo ya había decidido un pequeño cambio de planes, un poco inquieta por cómo se presentaba la situación.

- Creo que será mejor que yo sea la parte activa de esto… - dije con voz insegura – Y tú la pasiva.

Aquello no alteró a Gloria en lo más mínimo, supongo que porque no perdía el objetivo final (el rabo de Jesús) de vista en ningún momento.

- Como ordenes. ¿Has usado uno de estos alguna vez? – preguntó con pragmatismo.

- La verdad es que no – respondí clavando de nuevo los ojos en los consoladores.

- Déjame a mí.

Empujándome suavemente, Gloria hizo que me sentara en el sofá. Deslizando sus dedos por mi bata, abrió con destreza el cordón que la sujetaba, rebelando mi desnudez. Con la habilidad que da la experiencia, separó mis muslos y se arrodilló en el suelo en medido de ellos y suavemente, deslizó su cálida mano por mi cada vez más húmeda rajita.

- Hay que lubricarlo bien – susurró empezando a acariciarme.

Con la respiración acelerada y el corazón latiendo cada vez más deprisa, alcé la mirada y vi que Jesús no se perdía detalle, lo que hizo que una nueva oleada de calor recorriera mi cuerpo.

Mientras tanto, Gloria había abierto el bote de lubricante y había hundido los dedos en él, para, a continuación, comenzar a extender la crema por mis labios vaginales, llegando cada vez un poquito más adentro.

Enseguida me encontré con los inquietos deditos de mi alumna horadando mi intimidad, incrementando mi creciente humedad con el lubricante que había sacado del bote, hasta que quedó satisfecha con el resultado.

Simultáneamente, su otra mano se había perdido entre sus propios muslos, aplicándose en el coño un tratamiento similar al mío. En un par de minutos, estuvimos ambas dispuestas para ofrecerle un buen show a Jesús.

Agarrando el arnés con cuidado, Gloria extendió una buena capa de lubricante en el consolador más corto. Tras hacerlo lo aproximó a mi vagina y, separando bien los labios con los dedos, comenzó a frotarlo suavemente por toda la longitud de mi rajita, enviando deliciosos calambres de placer a mis sentidos.

Lentamente, con habilidad, Gloria fue introduciendo el consolador en mi gruta, logrando que las paredes de húmeda carne fueran separándose para acoger al negro invasor.

Cuando me quise dar cuenta, el intruso de goma estaba hundido hasta el fondo de mi ser, con lo que su hermano mayor parecía surgir de entre mis muslos como una erección. Me resultó curiosa la sensación de tener verga.

- Levántate un segundo – me dijo Gloria con voz queda.

Comprendiendo sus intenciones y ayudada por la chica, me puse trabajosamente en pié, pues aún no me había acostumbrado por completo al visitante que había en mi intimidad.

Gloria, toda hacendosa, volvió a empujármelo hasta el fondo, pues al incorporarme se había salido un poco, lo que me hizo estremecer de nuevo. Tras hacerlo, se ubicó detrás de mí y, asiendo las correas del arnés, las sujetó a mi espalda, cerrando las hebillas, de forma que el consolador quedó firmemente sujeto y clavado en mis entrañas, mientras su hermano mayor bamboleaba entre mis piernas, como buscando un lugar acogedor donde meterse.

- Ya estás lista – exclamó Gloria dándome un cachete en el culo.

Me volví hacia ella con mi falo bamboleante asomando entre las piernas. Me contemplé un instante, sintiéndome extraña por tener polla y a continuación miré a Jesús, que observaba la escena divertido.

- ¿Y ahora qué hago? – pregunté bastante estúpidamente.

- ¿Y tú qué crees? – respondió Gloria tumbándose boca arriba en el sofá.

Moviéndome con torpeza, pues cada paso me hacía sentir con intensidad el visitante que había en mis entrañas, me acerqué al sofá y me arrodillé sobre los cojines, justo a los pies de Gloria.

La chica, deseosa de marcha, abrió sus muslos todo lo que pudo, ofreciéndome sin vergüenza alguna acceso completo a su coño.

Caminando sobre mis rodillas, avancé hacia ella por encima de los cojines hasta situarme en la posición adecuada. Lentamente, para no hacerme daño con el consolador, me incliné hacia delante hasta quedar sobre Gloria, apoyando mis manos en el sofá.

- Espera – me dijo – Yo me encargo.

Tratándome como si yo fuese un inexperto jovenzuelo perdiendo la virginidad con una prostituta, la propia Gloria se encargó de agarrar mi “polla” con las manos y colocarla en la entrada de su gruta. A una señal suya, eché para adelante mis caderas, con lo que el émbolo de goma fue abriéndose paso en su interior sin encontrar apenas resistencia. La sensación que experimenté al penetrar a mi alumna fue extrañamente placentera y no lo digo sólo por el consolador alojado en mi coño. Me sentí, no sé muy bien cómo expresarlo… poderosa. El ver cómo la chica cerraba los ojos y gemía de placer mientras yo la empitonaba, fue una experiencia muy intensa, casi mística… Me excité increíblemente.

Sin esperar a ver si la chica estaba lista, empecé lentamente a mover mis caderas entre sus muslos. El movimiento que tenía que imprimir era ligeramente distinto a cuando era yo la que cabalgaba sobre una verga, pero no tardé en cogerle el tranquillo. En pocos instantes, tenía a Gloria completamente entregada, gimiendo y resoplando de placer por mis culetazos, mientras era yo la que progresivamente iba perdiendo el control.

El consolador que tenía metido me procuraba gran placer, a pesar de estar fijo por las correas, por lo que no era su movimiento lo que me enardecía, sino la manera en cómo se clavaba en mi interior al ritmo de mis propios empellones.

Pero ese placer no era nada comparado con el que sentía al ver cómo Gloria gemía y disfrutaba. Enfebrecida, la chica rodeó mi cuello con sus brazos, atrayéndome hacia sí para poder besar mi boca con lujuria. Nuestras lenguas se entrelazaron y bailaron al unísono mientras mis caderas hundían el émbolo de látex una y otra vez en el juvenil coñito.

Nuestros pechos, apretados los unos contra los otros, se frotaban lujuriosamente entre sí, aumentando el placer si es que eso era posible. Enardecida por el placer, desvié la mirada hacia Jesús, encontrándome con que nuestro Amo, excitado por nuestro coito, se había abierto el albornoz y masturbaba lentamente su enhiesto pene, visión que logró ponerme por fin en órbita.

El orgasmo me azotó intensamente, eléctrico, de improviso, tensando mis músculos y recorriendo mi cuerpo de la cabeza a los pies. Con la cabeza un poco ida, mordí los labios de mi deliciosa compañera y ella me devolvió el mordisco, inmersas ambas en un mar de incontrolable lujuria.

Queriendo sentirme todavía más, la pequeña Gloria rodeó mis caderas con sus piernas, anudándolas a mi espalda, obligándome a penetrarla cada vez más hondo, cada vez más fuerte…

Y yo bombeé y bombeé, cada vez más intensamente, rugiendo como una tigresa mientras traspasaba una y otra vez el coño de mi compañera.

En ese momento sentí la mano de mi Amo en mi hombro, lo que me hizo abrir los ojos y mirar a mi alrededor. Me di cuenta de que Gloria, a pesar del paroxismo de placer, había empezado a quejarse por la violencia de mi embite. Comprendí que, follando, yo era tan violenta y despiadada como lo era el propio Jesús. Si hubiera nacido hombre…hubiera sido como él.

Pero el simple contacto de mi Amo me había devuelto a la realidad y a recuperar el control. Preocupada, pregunté a Gloria si se encontraba bien.

- Sí, sí, no te preocupes – gimió ella mientras luchaba por recuperar el resuello – Hay que ver cómo te pones.

- Lo siento.

- No te preocupes, no pasa nada. Ha sido genial, sólo que al final te has desmadrado un poco.

- Perdóname, debería haber dejado que fueras tú la que manejara este cacharro. Pero tenía miedo de que me hicieras daño y al final he sido yo la que se ha vuelto loca.

Aquella conversación era un poco surrealista, pues yo seguía tumbada sobre ella con mi “polla” enterrada en su interior. Mientras, Jesús había vuelto a su asiento y nos observaba en silencio.

- Espera, vamos a cambiar – dijo la joven.

Trabajosamente, me incorporé en el sofá, sacando lentamente el consolador del interior de mi alumna. Observé hipnotizada cómo su coño parecía abrirse como una flor a medida que el intruso de látex abandonaba sus profundidades.

Siguiendo las indicaciones de la joven, me senté en el sofá, con la espalda apoyada en el respaldo y los pies bien afirmados en el suelo. Gloria, por su parte, se incorporó y, tras estirar un poco los músculos, se ubicó a horcajadas sobre mis muslos, con las rodillas apoyadas en el asiento y, con destreza, se empaló de nuevo en el consolador, hundiéndoselo hasta el fondo, hasta que su culito quedó pegado a mis muslos.

- ¡Ufffffffffff! – resopló la chica cuando el chisme le llegó hasta el fondo - ¿Lo ves? Ahora marcaré yo el ritmo.

Tras decir esto volvió a rodearme el cuello con los brazos y me dio un tierno piquito en los labios. Empezaba a cogerle cariño a aquella zorrilla.

- ¡Pues cabalga, vaquera! – exclamé.

Mientras decía esto, le propiné una sonora palmada en la nalga a la joven ninfa, que le hizo dar un gritito mitad de sorpresa mitad de placer. Riendo, empezó a hacer bailar sus caderas sobre las mías, clavándose y desclavándose una y otra vez del consolador al compás que más le gustaba, mientras el que yo tenía dentro se agitaba al son de la misma tonada.

Mis ojos se encontraron con los de Gloria y pude ver el brillo del placer bailando en el fondo de los mismos. Sus labios dibujaban una media sonrisa lujuriosa mientras dejaban escapar dulces gemiditos de gozo al ritmo de sus caderas. Su tez sonrosada, tersa, hermosa, me hizo envidiarla una vez más.

Un poco celosa, pues involuntariamente había vuelto a pensar que Gloria era más guapa que yo, aparté mi mirada de la suya y busqué a Jesús, deseosa de constatar si habíamos logrado nuestro objetivo de excitarle.

Vaya si lo habíamos hecho.

Sorprendida, observé que nuestro Amo había abandonado su asiento en el sillón y se encontraba de pié, a menos de un metro de donde estábamos nosotras. Completamente desnudo, su poderosa erección apuntaba al frente, desafiante, anhelando unirse a la acción.

Con un silencioso gesto, llevó un dedo hasta sus labios y me dedicó el signo internacional de “quédate calladita”. Yo era plenamente consciente de lo que se proponía y, deseosa de ayudarle distrayendo a la pequeña Gloria, acerqué mis labios al desprevenido cuello de mi alumna, donde clavé ligeramente los dientes mientras mis labios succionaban con intensidad, proporcionándole a la chica la huella de un buen chupetón.

- ¡Ay! – se quejó la joven sin dejar de danzar sobre mi regazo.

Mis ojos buscaron nuevamente el rostro de mi Amo por encima del hombro de la chica, encontrándome de nuevo con su estremecedora sonrisa.

- Gloria, agárrate que viene curvas – pensé en silencio.

Jesús, sigiloso como un gato, se situó justo a la espalda de la desprevenida muchacha, mientras estaba completamente concentrada en su tarea de proporcionarnos placer a ambas.

Jesús no se molestó en usar el bote de lubricante, sino que, empleando métodos más tradicionales, escupió un poco en su mano y se extendió la saliva por su enhiesto rabo.

En ese preciso momento, Gloria percibió que algo no iba del todo bien, o quizás es que notó la respiración de Jesús en su nuca… lo cierto es que, repentinamente asustada, giró la cabeza y se encontró de bruces con nuestro Amo, cuyas intenciones fueron comprendidas instantáneamente por la muchacha.

- ¡Espera, Jesús, no…! – gimoteó.

Demasiado tarde.

Con la habilidad de mil culitos partidos, Jesús colocó su hierro en la entrada trasera de la chica (“la puerta de la Gloria”) y sin prisa pero sin pausa, se la clavó en el culo hasta las bolas.

- ¡UAAAAAAAAAAHHHH! – aulló la pobre chica doblemente penetrada.

- Te gusta, ¿eh puta? – susurraba nuestro Amo al oído de la joven.

Para ahogar sus propios gritos, esta vez fue Gloria la que hundió el rostro en mi cuello donde mordió con fuerza.

- ¡Ay, guarra! – me quejé - ¡No muerdas!

Esta vez le propiné un azote mucho más contundente y severo. Realmente se lo di más bien en el muslo, pues sus nalgas estaban bien cubiertas por las caderas de Jesús, pero aún así logré mi objetivo, pues la chica dejó de morderme.

Una vez la tuvo empitonada, Jesús cargó contra nosotras, por lo que su peso, combinado con el de Gloria, cayó sobre mí, amenazando sofocarme contra el sofá. No me importó, pues el cuerpecito de Gloria, sometido al doble tratamiento, se agitaba espasmódicamente sobre mí, haciendo bailar el consolador de mi coño.

- ¡¡DIOS MÍO, DIOS MÍO, DIOS MÍO! – aullaba Gloria descontrolada - ¡ME VAIS A PARTIR!

Como si eso a Jesús le importara.

Inmisericorde, empezó a propinar certeros culetazos al ídem de Gloria. Yo no podía ni moverme, inmovilizada por el peso combinado de mis dos alumnos, mientras la parte central de aquel sándwich berreaba y aullaba enfebrecida.

Mentalmente, di gracias por haber acabado en aquella posición, con mi culito bien a salvo apoyado contra el sofá. Gloria, por su parte, disfrutaba como loca de su segunda doble penetración del fin de semana.

Sin embargo, Jesús pronto se cansó de aquella postura, pues al estar nosotras sobre el sofá, él tenía que colocarse prácticamente en cuclillas para tener buen acceso a la grupa de la joven. Por eso decidió cambiar de posición y lo hizo como siempre: sin dar explicaciones a nadie.

Haciendo un increíble alarde de fuerza, como en él era habitual, se limitó a incorporarse hasta quedar completamente de pié. Mientras lo hacía, sus brazos se deslizaron bajo los muslos de la joven y, usándolos como asidero, la levantó en vilo, sacando el consolador de su coño y sosteniéndola en el aire con la polla bien enterrada en su culo.

Sorprendida, alcé la vista y me encontré de bruces con el coño de mi alumna, pues Jesús la sostenía completamente despatarrada frente a mí. Un poco alucinada, observé cómo los labios vaginales de la chica iban cerrándose lentamente, una vez liberados del grueso juguete de látex que los mantenía separados. La visión me excitó.

- Levántate Edurne – resonó la firme voz del Amo – Vamos a follárnosla de pié.

Como un resorte me puse en pié dispuesta a obedecer las instrucciones, pero entonces tropezamos con un inesperado problema logístico.

Como yo era más corta de estatura que Jesús, mi “polla” quedaba un poco más baja de lo necesario para efectuar la doble penetración.

- No llego Amo – le dije mientras daba estúpidos saltitos para ver si lograba alcanzar el coño de Gloria.

- ¡Mierda! – se quejó el chico.

Pero yo no estaba dispuesta a dejar insatisfechos los deseos de mi Amo. Miré a mi alrededor, a ver si encontraba algo donde pudiera subirme para ganar altura. Una silla… demasiado alta. El sofá… tampoco. Un momento…

Dando un gritito de entusiasmo, me abalancé a la mesita donde reposaba el teléfono, con el consolador dando botes de un lado a otro. En una pequeña repisa de cristal que había en la base, se amontonaban unas cuantas guías telefónicas y páginas amarillas.

- Bien pensado perrita – me dijo Jesús, al comprender mis intenciones, lo que me llenó de felicidad.

Mientras yo preparaba un pequeño podio con 4 guías (dos montones, uno para cada pié), Jesús permanecía de pié en medio del salón, con Gloria empalada analmente, mientras sujetaba en vilo el cuerpo de la chica sin esfuerzo aparente.

Ella, por su parte, medio desmayada, tenía la cabeza echada para atrás, apoyada en el hombro de Jesús, diciendo cosas ininteligibles, mientras sus caderas experimentaban leves espasmos que hacían que sus pies dieran graciosos saltitos de vez en cuando.

- Y pronto seré yo… - pensé con inquietud.

El montón de guías quedó que ni hecho a medida. Rápidamente me encaramé encima, comprobando que los 10 o 15 centímetros que había ganado eran más que suficientes para lo que nos proponíamos hacer.

Como yo no podía moverme sin bajarme de las guías, Jesús se acercó a mi portando a la semi inconsciente Gloria. Esta vez fui yo la que apuntaló el consolador en la posición adecuada y, cuando estuve lista, Jesús hizo descender lentamente el cuerpo de la chica, volviendo a clavarle el juguete hasta el fondo.

Aquello espabiló a Gloria de golpe. Sus ojos se abrieron como platos y comenzó a gemir y resoplar de nuevo, aferrándose a mis hombros como si le fuese la vida en ello, lo que pareció enardecer todavía más a Jesús.

Más que follársela, lo que Jesús hacía era levantarla unos centímetros y luego dejarla caer para que su polla y la mía se le clavaran hasta el fondo. Miré preocupada a Gloria, por si aquello era demasiado para ella, paro la chica gemía con la cara desencajada por el placer. Pensé que yo jamás sería capaz de hacer las cosas que ella hacía.

Qué ilusa.

El cuerpo de la chica se agitaba contra el mío, mientras yo me afanaba en hundir una y otra vez el dildo en su tierno chochito. No sé ni cuantas veces alcanzó Gloria el orgasmo, pero si sé que llegó un punto en que mis fuerzas se agotaron y fui incapaz de aguantar más sobre las guías.

- ¡Amo! – jadeé – No aguanto más…No puedo…

- Tranquila perrita – respondió Jesús jadeando por el esfuerzo – Yo la sostengo.

Derrotada, me dejé caer de rodillas en el suelo, obteniendo una vista en primer plano de la sodomización de Gloria.

Pero el espectáculo no duró mucho, pues Jesús también estaba a punto.

- ¡Joder, perrita! – siseó - ¡Me corro! ¡Chúpame los huevos!

Como un autómata, me incorporé y me arrodillé frente a Jesús, con el cuerpo de Gloria suspendido sobre mi cabeza. Inclinándome bajo ellos, estiré el cuello para que mis labios tuvieran acceso al tenso escroto de mi alumno. Amasé y chupé sus pelotas con pasión y pude sentir perfectamente el instante en que entraron en erupción y descargaron su contenido en el ano de la chica.

- ¡Cómele el culo! – gimió Jesús – ¡Que no se escape nada!

Colocándome entre los abiertos muslos de la joven, llevé mi boca hasta su ano y empecé a chupar con fruición. Jesús se corrió intensamente en su interior y, al estar en posición vertical, el semen resbalaba del interior del culito, momento en que era atrapado por mi ansiosa boca.

Una vez vaciados sus testículos, Jesús se apartó de mí y depositó con sumo cuidado el exánime cuerpo de Gloria sobre el sofá.

- Acaríciala un poco – me ordenó – Hoy se lo ha ganado…

Obediente, dediqué los siguientes minutos a confortar y aliviar el cuerpo de la chica. La besé, la acaricié, la abracé… todo con el mayor de los cariños, agradecida una vez más a aquella jovencita por el intenso placer que era capaz de suministrarme… y al Amo también.

Mientras confortaba a Gloria, Jesús fue a la cocina y regresó con refrescos para todos. Ambas agradecimos la dosis de azúcares y pronto nos encontramos más recuperadas.

- Menudo par de putas estáis hechas – nos dijo un sonriente Jesús mirándonos por encima de su lata de cola – Habéis logrado que me pierda media carrera.

Era verdad. En la parte superior de la pantalla de televisión ponía 33/65 y aunque no entiendo ni una mierda de Fórmula 1, comprendí perfectamente qué significaban aquellas cifras.

- Lo siento Amo – dije sin sentirlo en absoluto.

- No pasa nada. Esta “carrera” ha estado mejor.

Cuando nos recuperamos un poco, Jesús nos mandó a las dos a la ducha.

Para nuestra sorpresa, anunció que iba a preparar algo de pasta para comer mientras nosotras nos aseábamos.

- Jo, se ve que hoy está de muy buen humor – me dijo una sorprendida Gloria mientras nos metíamos juntas en la ducha.

- Sí que es verdad – coincidí.

Nos lavamos mutuamente bien a fondo, jugueteando divertidas bajo el agua caliente. Una vez aseadas y bastante más recuperadas, nos secamos, nos pusimos los albornoces y regresamos al salón.

- Poned la mesa mientras yo me doy una ducha rápida – nos indicó Jesús cuando entramos en la cocina.

Menos de diez minutos después, compartíamos los tres el almuerzo. Las dos felicitamos efusivamente a Jesús, pues la pasta estaba en su punto y la salsa, sencilla pero casera, estaba realmente rica.

- ¿Veis? Se me dan bien otras cosas aparte de las que ya sabéis – dijo con un guiño.

Gloria y yo nos ruborizamos como colegialas.

El almuerzo fue ameno y divertido, pero, por desgracia, todo lo bueno se acaba y la cosa se torció a media tarde.

Mientras tomábamos café en el salón, un teléfono móvil se puso a sonar inesperadamente. Era el de Gloria.
 
Capítulo 34: La preparación para la fiesta:





- ¡Mierda! – exclamó tras echarle un vistazo – Es mi padre.

Tras mirar a Jesús y tras un sutil gesto de éste, la chica contestó al teléfono.

- Dime papi… Sí, con Jesús… Venga, no fastidies…

La expresión de la chica, tan relajada segundos antes, había cambiado profundamente. Sus ojos buscaron anhelantes a Jesús, pero no encontraron comprensión en él.

- ¿Qué quiere tu padre? – preguntó el chico.

- Quiere pasar la tarde conmigo. Dice que no me ha visto en todo el fin de semana… - dijo la chica tapando el micrófono con la mano.

- Pues ya sabes lo que te toca – sentenció Jesús.

Gloria asintió, resignada. Yo la entendía perfectamente. Era una putada tener que marcharse y perderse lo que quedaba de diversión ese fin de semana. Pero claro, un padre es un padre…

- Vale… Ahora voy – dijo la chica colgando el teléfono enfurruñada.

Una expresión indescifrable se dibujó en el rostro de Jesús. ¿Se habría enfadado con Gloria por tener que marcharse? Esperaba que no, pues no era culpa de ella…

- Venga, Gloria, no te enfades – la consoló el chico, aliviándome al comprobar que no estaba enojado – Sabes que a tu padre le gusta pasar tiempo contigo y no siempre puede hacerlo. Hasta que no cumplas 18 y puedas emanciparte, se supone que tu custodia la tiene tu madre. Y tu padre tiene derecho a disfrutar de ti…

Era verdad, no me acordaba de que los padres de Gloria estaban divorciados.

- Pero ya estuve con él el viernes… - se quejó la chica.

- Gloria… - la amonestó Jesús con seriedad, lo que, por fortuna, indicó a la chica que no debía seguir protestando.

- Vale…

Con aire cansado., Gloria se dirigió al dormitorio para vestirse y recoger sus cosas. Pocos minutos después regresó, portando una bolsa con la ropa sucia.

- Bueno – dijo Gloria con tristeza – Nos vemos mañana.

- Estupendo – dijo Jesús – Ven temprano y Edurne nos lleva al instituto. Recuerda que tienes cita con Mariano…

- Sí Amo – dijo ella tan dócilmente que me dio pena.

- Bueno… - intervine – Si tu padre se cansa pronto de ti quizás puedas volverte a la noche…

Gloria miró un segundo a Jesús antes de contestar.

- No creo. Estaría feo salir corriendo a las primeras de cambio y dejando a mi padre solo otra vez.

- Buena chica – dijo Jesús sonriendo.

La joven se despidió de nosotros con sendos besos en la mejilla y se marchó, dejándonos solos. Por un instante, el corazón se me aceleró al comprender que iba a pasar el resto de la tarde a solas con mi Amo, pero luego comprendí que follar con Gloria de por medio había resultado tremendamente divertido… y placentero. Iba a echarla de menos.

- ¿Te parece si vemos una peli? – me preguntó Jesús.

- Vale – respondí encogiéndome de hombros.

Y eso hicimos.

La tarde fue increíblemente normal para lo que estábamos acostumbrados. Lúgubremente, pensé que aquella tarde de domingo podría haberla pasado perfectamente con Mario, pues nos dedicamos exclusivamente a charlar, bromear y hacer el tonto… parecíamos novios.

Y lo peor estaba por llegar.

Cuando llegó la noche, después de cenar, a Jesús le entraron ganas de follar y yo… SIEMPRE TENÍA GANAS DE FOLLAR CON ÉL.

Sin embargo, el sexo fue incomprensiblemente decepcionante.

Jesús se metió en la cama conmigo y se mostró extrañamente dulce, amoroso incluso. Me besó y acarició por todas partes, explorando cada centímetro de mi piel, con cariño, con suavidad… como nunca lo había hecho.

Yo estaba descolocada, sorprendida, dejándome hacer y tomando parte activa, pero la pasión, la intensidad, el desenfreno… brillaban por su ausencia.

No podía creérmelo… Jesús me no me folló… me hizo el amor… Durante un loco momento, soñé que se había enamorado de mí y por eso había empezado a tratarme con dulzura… Pero todo mi ser clamaba contra aquello, no era lo que yo necesitaba, no era lo que Jesús siempre me brindaba…

Cuando se corrió estuve a punto de gritar de frustración. Había sido dulce, considerado, pero a mí no había logrado enardecerme en absoluto. No llegué ni una sola vez, aunque, obviamente, aterrada por la posibilidad de enfadar a mi Amo, fingí los orgasmos más intensos mientras me retorcía presa de devastadoras oleadas de falso placer.

La madrugada me sorprendió insomne, con los ojos clavados en el techo, mientras Jesús dormía profundamente a mi lado. Decepcionada e insatisfecha, sopesé por un instante agarrar a MC y encerrarme con él en el baño, pero no lo hice pues me asustaba la posibilidad de que Jesús me sorprendiera dándome placer.

Por fin logré dormirme y descansar unas pocas horas. El despertador me levantó temprano y, cansinamente, fui al baño a ducharme.

Cuando acabé, Jesús ocupó mi lugar bajo el grifo, mientras yo, muy cansada, regresaba al cuarto y hacía la cama.

Justo entonces, mientras me inclinaba sobre el colchón para remeter las sábanas por debajo, Jesús aprovechó para asaltarme con violencia. Me dio tal susto que el corazón casi se me sale por la boca.

Cuando me quise dar cuenta, Jesús me había arrojado encima del colchón y de un brusco tirón, me desgarró las bragas dejándome desnuda de cintura para abajo.

Sin darme tiempo a decir ni mu, mi Amo colocó su dura polla en la entrada de mi coño y me la clavó de un tirón. Su falo penetró sin oposición, pues bastó el simple contacto violento de sus manos para que mi coño se convirtiera en un charco.

- ¡AAAAHHHHHHH! – gemí con la cara incrustada en la almohada mientras experimentaba el orgasmo que se me había negado la noche anterior.

- Te gusta, ¿eh maldita furcia? – me susurró Jesús tirando con fuerza de mis cabellos y echando mi cabeza para atrás – Esto es lo que te gusta de verdad ¿eh?

Joder. Vaya si lo era.

Jesús inició su mete y saca inmisericorde, horadando una y otra vez mi coño. Yo me afanaba en apartar mi rostro de la almohada, esforzándome simplemente en respirar. El chico tironeaba sin compasión de mis cabellos, haciendo que se me saltaran las lágrimas de dolor, pero me era completamente indiferente… estaba disfrutando al máximo.

Me corrí un par de veces en rápida sucesión, con los orgasmos estallando como fuegos artificiales en mi interior. Jesús tampoco tardó mucho, quizás porque la noche anterior tampoco había acabado muy satisfecho.

Su polla se vació a placer en mi interior, provocando que una vez más su ardiente semilla abrasara mis entrañas. Noté como su dura verga se retiraba de mi cuerpo y, aunque no me hubiera importado seguir un rato más, no pude evitar que una sonrisilla de gatita satisfecha se dibujara en mi semblante.

- Vístete que vamos tarde – me dijo Jesús dándome un ligero azote en el trasero como parecía haber tomado por costumbre.

Mientras me cambiaba de bragas y me vestía, no dejé de darle vueltas al comportamiento de Jesús la noche previa. Imaginé que el chico simplemente había querido probar otra cosa, sexo un poco más normal y, por fortuna, había comprobado que no le satisfacía.

Ronroneé feliz. La velada había sido una mierda, pero la mañana había empezado muy bien

Mujer de poca fe. A esas alturas ya deberías saber que todo lo que hace tu Amo obedece a un propósito. Aunque aún tardaría un poco en averiguar cual era el de aquella extraña noche.

Una vez vestida, fui a la cocina, donde Jesús me aguardaba con café y tostadas. Minutos después se nos unió Gloria, que se mostró un poco más silenciosa de lo habitual. Pero yo estaba tan pletórica por sentirme recién follada que apenas presté atención a lo insólito del hecho.

Un rato después llegábamos los tres al instituto. Todavía era temprano, pues Gloria tenía que asistir a su clase de “manualidades” con Mariano, así que nos separamos en la entrada.

Gloria se fue a sus quehaceres y Jesús y yo también nos separamos, pues tenía que pasar por la sala de profesores a recoger unos papeles.

Las dos primeras clases fueron una mierda, pues yo no dejaba de rememorar los acontecimientos del fin de semana, con lo que no podía concentrarme.

Después tenía una hora libre antes del recreo y fue entonces cuando me acordé del cumpleaños de Jesús.

- ¡Mierda! ¡Es mañana! – me dije.

Tenía que llamar a Kimiko y lo hice sin tardanza. No me extrañó encontrármela bastante nerviosa y estresada, pues era la encargada de preparar la comida de la fiesta.

- Ha habido un pequeño cambio de planes – me dijo con voz tensa.

- ¿En serio? – la interrogué - ¿Qué sucede?

- Cambio de sede.

- ¿Cómo? – pregunté intrigada.

- Perdóname, Edurne, pero ando super liada. ¿Podrías pasarte por el restaurante luego y te lo explico todo? Vente a comer.

- Bueno – contesté.

Pero ya me había colgado.

- Joder, cómo se estresa – pensé – Espero que no haya cambiado de idea sobre nuestro regalo…

Nyotaimori. Me gustaba como sonaba la palabreja.

El resto de clases también fueron un asco, pero, por fortuna, los lunes tras el recreo tenía clase con el grupo de Jesús y luego… podía largarme.

Así que me fui derechita al restaurante de Kimiko, con idea de ver si podía echarle un cable con los preparativos.

A esas horas el restaurante ya estaba abierto al público y pude constatar que, a pesar de tratarse de un lunes laborable, había una buena cantidad de clientes en el local.

Me recibió el mismo chico asiático que en mi anterior visita y, como buen maitre, me reconoció enseguida a pesar de haber estado una única vez en el local.

Mostrándose muy amable, me condujo a un reservado donde, minutos después, aparecía Kimiko con idea de almorzar conmigo.

- Hola Edurne – me saludó besándome en las mejillas.

- Hola Kimiko. ¿Qué tal lo llevas? Por teléfono te noté un poquito agobiada.

- ¡Y que lo digas!

Y procedió a explicarme todas las tareas que se había visto obligada a realizar en los últimos días así como en qué consistía el cambio de planes.

Al parecer, Jesús le había llamado por la mañana para comunicarle que la cena no se haría en el restaurante, sino que celebrarían la fiesta en casa de Natalia y Yolanda.

- ¿Y eso? – exclamé un poco sorprendida - ¿No pasa nada por decidir hacerla allí tan repentinamente? ¿No habrá problemas?

- Olvidas que Jesús es nuestro Amo – dijo la japonesa muy seria – Si quiere disponer de la casa de una de sus mujeres, ésta no puede negarse.

- No, si no me refiero a eso – insistí – Estaba pensando más bien en el marido de Natalia… ¿No dirá nada?

- ¡Ah! No te preocupes por él.

Supuse que Natalia sabría manejarle. Aunque no me imaginaba cómo se las iban a apañar las tetonas para expulsar al hombre de su propia casa para permitir que Jesús celebrara su cumpleaños con las mujeres de su harén.

El almuerzo transcurrió de manera tranquila. Kimiko aprovechó la comida para descansar un poco de tanto ajetreo, pues, aunque ya tenía dispuestas todas las cosas que iba a necesitar al día siguiente, había tenido que currárselo para organizar el transporte hasta casa de Natalia.

- Y tú – me dijo – lo que tienes que hacer ahora es pasarte por el spa de Rocío. Ella ya está avisada y sabe qué tratamientos tienes que hacerte.

- ¡Ah, vale! ¿Y qué tratamientos son esos? – pregunté.

- ¿Tú qué crees? ¡Hay que depilarte de la cabeza a los pies! – respondió ella guiñándome un ojo.

Lógico.

- ¿Y mañana? – inquirí - ¿Me paso por aquí y nos vamos juntas?

- No, no. Ahora te doy la dirección de Natalia. La fiesta empieza a las nueve, así que procura estar por lo menos tres horas antes. No hace falta que te arregles, después podrás hacerlo en la casa, pero eso sí, ven con tiempo – me insistió.

- Tranquila. Pero si quieres me paso y te recojo. O me vengo a comer otra vez y te ayudo con todo.

- Te lo agradezco, pero no hace falta. Además, casi con seguridad yo me iré por la mañana apara empezar a prepararlo todo. Eso sí, tú procura almorzar bien que luego no podrás probar bocado…

- Ah, vale, tienes razón.

Seguimos charlando un rato hasta que empezó a aproximarse la hora de mi cita en el spa. Kimiko me recordó una vez más que fuese puntual al día siguiente y me dio un papel con la dirección de las tetonas escrita.

Me planté rápidamente en el centro de estética y confirmé la cita en recepción. La chica que allí había se me quedó mirando unos segundos, lo que me recordó que había escuchado la conversación subida de tono que había mantenido con Gloria en mi primera visita. Me ruboricé un poco, así que me aparté del mostrador y fui a sentarme en un sofá hasta que Rocío pasó a buscarme.

La chica se mostró tan tímida y sumisa como siempre, a pesar de mis esfuerzos para lograr que se relajara.

Como ella no era la encargada de la depilación, me condujo hasta un cuarto donde una compañera suya se encargó del tratamiento.

No deseo extenderme sobre lo doloroso de la depilación a la cera. Por fortuna, yo mantenía mi vello corporal bastante bajo control, pero aún así, cuando eliminaron el mechoncito del pubis, vi las estrellas y los luceros.

Cuando terminó, me miré en un espejo comprobando que me habían dejado el chocho como el de una muñeca. Axilas, brazos, piernas… ni el más diminuto pelo había escapado al profesional tratamiento.

Y tras el dolor… el placer de un buen masaje con aceites aromáticos. Aunque, por desgracia, la encargada del mismo no fue Rocío, así que no pude solicitar el “tratamiento completo”.

Después, una horita en el jacuzzi, un par de batidos de frutas… me fui para mi casa con una boba sonrisa de satisfacción en la cara.

Justo al salir, Rocío vino a despedirse, disculpándose por no haber podido encargarse ella misma de mi masaje.

- Es que, mi jefe, Martín… Había que poner al día unas cosas y he tenido que ayudarle…

- Tranquila, cariño – le dije – No pasa nada. Por cierto, ¿te han avisado ya del cambio de sede de la fiesta?

- Sí, sí – respondió mirándome con una extraña expresión – Kimiko me mandó un mensaje…

- Bueno, pues nos vemos mañana.

Una vez sola en mi piso, tras una buena cena y una pequeña dosis de televisión, rememoré en la cama los acontecimientos del día, pero no duré demasiado despierta pues, agotada por no haber descansado bien la noche anterior y profundamente relajada por la sesión en el spa, enseguida me quedé dormida como un tronco.

Como me olvidé de poner el despertador, el día siguiente empezó bastante acelerado, conmigo llegando tarde a trabajar.

Las clases se me hicieron eternas, especialmente porque ese día no tenía clase con el grupo de mi Amo. Aunque intenté localizarle (para felicitarle por su cumpleaños), averigüé que ese día no había acudido al instituto. Ni Gloria tampoco. Al parecer la pequeña golfa estaba pasando el día con nuestro Amo. No me gustó.

Mejor no les cuento lo nerviosa que estaba en mi casa, horas después, tomando un buen almuerzo (como Kimiko me había ordenado), a pesar de tener un nudo hecho en el estómago por los nervios.

El cumpleaños de mi Amo… la fiesta… el regalo del coche… el regalo privado que íbamos a hacerle Kimiko y yo… y finalmente… mi culo sería esa noche propiedad de Jesús…

Tratando de olvidarme de todo eso, me zambullí en los preparativos. El vestido de noche (sí, el que “adquirí” en la tienda de Natalia el día que me la presentaron) fue revisado una vez más, para asegurarme de que estuviese impoluto y, a continuación, devuelto a su funda. Los zapatos de tacón alto… listos. En el cuello no llevaría joyas, sino el colgante que me había regalado Jesús, del que no me separaba nunca. Eso sí, pasé un buen rato escogiendo unos delicados pendientes y una pulsera que hicieran juego con el mismo. La ropa interior… la más sexy que pude encontrar en los cajones, de color negro, medias, tanguita y liguero… sostén no, pues el vestido dejaba la espalda al descubierto.

A pesar de tener GPS en el móvil y de haber programado la dirección de Natalia, me aseguré todavía más accediendo a la web de Googlemaps e imprimiendo un plano en papel. Sólo por si acaso. La batería del móvil… bien cargada.

A eso de las cinco de la tarde, me di una ducha, me vestí con ropas cómodas, recogí todas las cosas y me marché del piso con el corazón a punto de salírseme disparado por la boca.

Me llevó una media hora el salir de la ciudad y conducir hasta la urbanización de lujo ubicada en las afueras a la que correspondía la dirección de las tetonas. Admirada, conduje mi coche entre lujosas mansiones, separadas las unas de las otras por centenares de metros, gozando todas ellas de extensos jardines rodeados por muros que aseguraban la completa intimidad a sus ocupantes.

Por fin, llegué a la dirección correcta y bajando la ventanilla del conductor llamé a un timbre con videovigilancia que quedaba al lado del auto. Tras unos segundos de espera, me sorprendió escuchar la voz de la propia Kimiko que me saludaba por el telefonillo. Tras devolverle el saludo, se escuchó un chasquido y las puertas que daban acceso al jardín empezaron a abrirse lentamente.

- El garaje está siguiendo el camino de la derecha – oí que me decía la japonesa mientras ponía de nuevo el coche en marcha.

Minutos después, la misma Kimiko me abría la puerta de la casa, saludándome con los dos besos de rigor.

- Estupendo – me dijo – Llegas temprano. Espera, que te ayudo con eso.

Agarrando una de las bolsas que llevaba, me condujo al interior de la casa, mientras yo contemplaba admirada el lujo del que se rodea la gente que tiene pasta. Entramos en un pequeño dormitorio que había cerca de la cocina, que según me dijo Kimiko pertenecía a la criada y allí dejamos las cosas.

- Dejémoslo todo aquí de momento – me dijo.

- Vale – asentí resoplando.

- ¿Estás lista?

- Sí, claro – asentí.

- Estupendo. ¿Un poquito nerviosa?

- Sí.

- Tranquila, que lo único que tienes que hacer es estarte quietecita. Ahora vamos a la cocina, que estamos organizándolo todo.

La cocina era tan grande como mi salón. Todo se veía impolutamente limpio. Sobre la enorme mesa central (hecha de azulejos) reposaban los ingredientes no perecederos de la comida. El resto, al parecer, estaba en las neveras.

Allí nos aguardaban dos japoneses, que imaginé serían los cocineros, afanándose en ordenarlo todo.

- Edurne, te presento a Kenji-san y Tooru-san, mis chefs, que se van a encargar de preparar el sushi que luego serviremos.

- Encantada – dije mientras ellos me saludaban con ligeras reverencias.

- La comida occidental la traerá una empresa de catering y debe llegar sobre las ocho. Para esa hora debemos haber empezado ya contigo. Calculo que nos llevará como una hora u hora y media prepararte. Aprovechemos para enseñarte la casa y después vamos a darte un buen baño.

- Vale, pero acabo de bañarme.

- Tienes que estás impoluta para el Nyotaimori.

- Lo que tú digas. Eres la experta.

Kimiko me sonrió.

- Chicos, ¿tenéis todo lo que necesitáis? Pues manos a la obra – dijo Kimiko añadiendo a continuación unas frases en japonés.

La joven me tomó de la mano y me sacó de la cocina, procediendo a actuar como cicerone en la visita de aquella fabulosa mansión.

Primero me condujo al salón, donde iba a celebrarse la fiesta. Allí parecía estar todo bien dispuesto. La sala no había sido decorada especialmente, nada de carteles con “Felicidades” ni guirnaldas o globos, sino que se había respetado la decoración del lugar, moderna y elegante.

Lo que llamaba la atención era la enorme mesa que habían colocado en el centro, al menos de tres metros de largo por 1.50 de ancho. Ordenados alrededor del borde había un montón de cubiertos, palillos chinos y platos artísticamente decorados, con las servilletas dobladas adoptando diferentes formas. Hasta ese día yo ignoraba que pudieran hacerse tantas figuras con un simple trozo de tela. Pero fue otra cosa lo que atrajo mi atención.

- Kimiko – dije insegura – En la mesa hay bastantes más de 8 cubiertos…

- Verás – dijo ella mirándome un poco aturrullada – Es que… además de nosotras… Va a haber algunos invitados más.

- ¡¿CÓMO?! – exclamé sin poderlo evitar.

Ella me miró muy seria, cortando de raíz cualquier idea que yo pudiera tener de protestar.

- ¿Te supone eso algún problema? – me dijo en tono cortante.

- No, no… si es el deseo de Jesús…

- Buena chica – respondió ella sonriéndome con ternura.

Con tranquilidad, me mostró el resto del salón, la barra de bar, conteniendo una impresionante variedad de bebidas alcohólicas, los cómodos sofás que habían sido arrimados a las paredes, un par de divanes, sillones… todo con pinta de cómodo… y de caro.

A continuación salimos por unas puertas de cristal que daban a la terraza y en ella, una enorme piscina, donde supuse se había desarrollado el último capítulo de la historia con Natalia y Yolanda que Jesús me había contado un par de días antes. En uno de los extremos, había un jacuzzi que nada tenía que envidiar al del spa.

- Mira – me dijo Kimiko señalándome una senda de losas – ese camino rodea la casa y lleva hasta el garaje donde has dejado el coche. Y esta puerta de aquí – me dijo abriendo una puerta de madera que había cerca de la cristalera por la que habíamos salido – Lleva a un dormitorio.

Abrió la puerta y me condujo a un lujoso dormitorio, decorado como yo sólo había visto en las películas. Una enorme cama ubicada junto a una de las paredes parecía reinar en la estancia. Me estremecí pensando en las sesiones que habrían contemplado aquellas 4 paredes.

- Esa puerta lleva al baño privado y ésta otra… - dijo mientras la abría – Nos devuelve al salón.

- ¿Este es el dormitorio principal? – pregunté intrigada.

- ¡Ay, no nena! – respondió la chica - Es un simple cuarto de invitados. Te lo he enseñado porque es el que suele utilizar Jesús…

- ¿El que suele utilizar?

- Sí, cariño. Verás, en nuestro grupo, es muy normal celebrar ciertas… reuniones en las que Jesús nos junta a todas.

- Comprendo.

- Lo hacemos más o menos una vez al mes y claro, con semejante palacio a su disposición, solemos hacerlas aquí.

Me imaginaba en qué debían de consistir esas reuniones.

- Eso me recuerda algo – dije - ¿Dónde están las dueñas de la casa?

- ¡Oh! Es verdad. Me había olvidado. Después de comer Natalia y su hija se han ido al spa para hacerse un masaje y un tratamiento de belleza.

- Ah, claro.

- La verdad es que yo he influido un poquito en que se fueran – dijo sonriendo la joven – Así, con un poco de suerte, conseguiremos mantener en secreto nuestro regalo hasta la hora de la fiesta.

- Bien pensado – asentí sonriendo.

Pasamos un rato más visitando el resto de la casa, envidiando en silencio el lujo y la opulencia que me rodeaba. Y lo peor era que la decoración era realmente apropiada, nada de extravagancias, lo que demostraba que la voluptuosa Natalia estaba dotada de un gusto exquisito.

- Bueno – dijo Kimiko consultando su reloj – creo que ha llegado la hora de asearnos.

Me llevó al dormitorio de invitados al que se accedía desde el salón y me dijo que entrara al baño y fuera duchándome. Mientras, ella se dirigió a la cocina a ver cómo iba todo y pasó por el cuarto donde estaban mis cosas para recogerlas.

Me desnudé y dejé mi ropa en un confuso montón en el suelo. Abrí la mampara de la ducha y me introduje bajo el caliente chorro de agua, que dejé resbalar sobre mi piel durante varios minutos, tratando de relajarme y borrar todo rastro de nerviosismo de mi ánimo.

Inesperadamente, sentí cómo la mampara volvía a abrirse y con la vista enturbiada por el agua vislumbré como la pequeña Kimiko, completamente desnuda, había decidido compartir la ducha conmigo.

- Eres muy hermosa – susurró mientras se aproximaba a mí.

- Gracias – atiné a responder mientras la observaba con atención.

Era muy delgada, pero aún así, su cuerpo tenía curvas en los lugares apropiados, sólo que no tan exuberantes como las mías. Su piel, lisa y muy pálida, aún dejaba entrever las tenues marcas de las sesiones de bondage que Kimiko practicaba con Jesús. Era bellísima.

Su presencia allí me había hecho sospechar que la chica tenía intenciones de combatir el estrés de la jornada con una sesioncita lésbica y lo cierto es que no me hubiera parecido mal (amén de no haber podido negarme), pero Kimiko simplemente quería asegurarse de que mi aseo era lo suficientemente concienzudo.

Asiendo una esponja, la empapó de gel líquido, pero no usó el bote que había en la repisita de la ducha, sino uno que había traído con ella.

- Es jabón inodoro – me dijo en respuesta a mi mirada interrogadora – No podemos usar jabón de olor, pues contaminaría el sabor de la comida.

Dicho esto, la japonesita procedió a frotar todo mi cuerpo con la esponja, añadiendo jabón cada vez que el volumen de espuma empezaba a menguar. Fue muy agradable sentir las caricias de sus expertas manos sobre mi piel y, aunque no tenía intención de hacerlo, no pude evitar sentirme un poquito excitada mientras me aseaba.

Sintiéndome un poco juguetona, agarré otra esponja y empecé a lavarla a ella a mi vez, logrando que la chica me dedicara una encantadora sonrisa. Estuvimos así un buen rato, aseándonos mutuamente hasta que Kimiko quedó satisfecha. Agarró entonces la ducha de teléfono y suavemente, dirigió el chorro hacia nuestros cuerpos, eliminando por completo el jabón.

Sin decir nada, ya que no hacía falta, Kimiko me sacó de la ducha una vez estuvimos bien enjuagadas y utilizando varias toallas, nos secamos la una a la otra.

- Siéntate aquí – me dijo señalando un pequeño banquillo.

La obedecí, quedando sentada frente al espejo y ella comenzó a secarme cuidadosamente el cabello, usando un secador de mano que allí había. A continuación procedió a cepillármelo amorosamente durante varios minutos, para finalmente recogérmelo en un moño estilo japonés, muy similar al peinado que ella lucía habitualmente.

- Preciosa – me susurró mientras miraba nuestro reflejo en el espejo.

- Gracias – respondí enrojeciendo levemente.

- Ahora vamos a maquillarte.

Lejos de lo que yo esperaba (por la imagen mental que tenía de las geishas) el maquillaje que me aplicó Kimiko fue muy sobrio y sencillo. Un poco de sombra de ojos, una pizca de polvos, perfil para los labios… la chica tenía buena mano.

- Ya lo he dicho, pero lo repito. Eres preciosa – dijo haciéndome enrojecer de nuevo.

En aquel rato de intimidad con Kimiko, nuestros lazos de amistad se estrecharon. En aquel instante aprecié de veras a la pequeña japonesa y, sin poder evitarlo, le sonreí a través de mi reflejo, haciéndole una pequeña inclinación de cabeza que ella correspondió.

- Ahora te toca a ti – le dije levantándome.

- Ay, no cariño, me temo que debes ir ya al salón. Tooru y Kenji ya deben estar esperándote.

Tragando saliva para armarme de valor, me vestí únicamente con un ligero albornoz que Kimiko me entregó y salí del baño, dejando allí a la joven mientras se acicalaba. Bastante nerviosa, encaminé mis pasos al salón, donde me aguardaban los dos chefs japoneses con todo preparado.

Haciendo de tripas corazón, respiré hondo, recordándome a mi misma que todo aquello lo hacía por Jesús y me planté en la sala, tratando de aparentar seguridad y confianza frente a los dos hombres.

Cuando entré, los dos se volvieron hacia mí, saludándome con una reverencia. Yo la devolví torpemente y me reí con nerviosismo, pero los dos japoneses se mostraban imperturbables, lo que me tranquilizó un poco.

- ¿Tú lista? – me dijo uno de ellos, aunque no supe cual, pues no sabía quien era Tooru y quien Kenji.

- Sí – dije asintiendo con la cabeza.

- Tú desnuda – me dijo moviendo las manos indicándome que me librara del albornoz.

Un poquito acojonada, obedecí acordándome una vez más de Jesús. Tratando de aparentar tranquilidad, me quité el albornoz y lo dejé sobre un sillón, mientras, por el rabillo del ojo, veía que los dos cocineros no se perdían detalle.

Decidida a mostrarme dura, me volví hacia ellos como si estar allí en medio como Dios me trajo al mundo fuera la cosa más natural imaginable.

Las pupilas de los dos japoneses se dilataron, en un inequívoco signo de admiración. El que me había hablado susurró unas palabras en japonés a su compañero, que se limitó a asentir con la cabeza sin apartar la mirada de mí. Me sentí cohibida, pero al mismo tiempo… halagada.

- Tú mucho guapa – dijo mi interlocutor poniéndose por fin en marcha.

- Gracias – respondí sonriéndole – Veo que no hablas mucho español.

Él me miró sin entender.

- Español… - insistí – Tú no hablar mucho bien mi idioma – le dije hablando en voz alta y adoptando inconscientemente la lengua de los indios arapahoes.

¿Por qué coño hacemos eso cuando alguien no habla nuestro idioma?

Pero funcionó, pues su cara se iluminó al entender lo que yo lo decía.

- ¡Ah! Yo poco español – dijo haciendo el signo de “pequeñito” con los dedos – Tooru – dijo apuntando a su colega – Nada.

Bueno, ya sabía quien era quien.

- Bueno – dije - ¿Me tumbo?

- Sí, sí – dijo Kenji asintiendo vigorosamente – Tú tumba.

- Espero que no te refieras a una del cementerio – dije riendo.

El japonés también se rió, aunque estoy segura de que no había entendido un carajo. Aunque, bien pensado, quizás se reía por el júbilo que experimentaba por el espectáculo que yo estaba ofreciendo.

Sintiendo sus miradas clavadas en mi culito, avancé hasta el extremo de la mesa, que había sido despejado de platos para permitir que me subiese. De un saltito, quedé sentada sobre la madera y, ayudándome de las manos, fui arrastrando el trasero por la madera hasta quedar ubicada más o menos en el centro de la mesa.

- Tú tumba – repitió Kenji, insistiendo en sus deseos de enviarme a la cripta.

Si bien, hay que reconocer que su frase estaba preñada de sentido, pues, en el fondo, lo que se esperaba de mí es que me quedara quieta como una muerta.

Y así lo hice.

En cuanto me hube tumbado, los dos chefs se inclinaron sobre mí. Uno se encargó de colocar bien mis brazos, que yo había puesto pegados al cuerpo, colocándolos en un ángulo de 30º con las palmas abiertas y pegadas a la mesa. El otro, mientras tanto, ponía en posición mis piernas, separándolas un poco, con lo que estuve segura de que obtuvo un excelente primer plano de mi afeitadito pubis de muñeca.

Una vez satisfechos, comenzaron a colocar la comida sobre mi cuerpo. El encargado de hacerlo fue Kenji, mientras su compañero iba trayendo lo necesario desde la cocina.

He de reconocer que me sorprendieron bastante pues, a tenor de las miraditas que me habían dedicado, yo esperaba que aprovecharan la ocasión para sobarme un poco… Ya había pensado antes en que algo así podía pasar y estaba totalmente decidida a dejarme hacer, pues cualquier sacrificio era poco con tal de hacerle un buen regalo a mi Amo Jesús; pero los japoneses fueron extraordinariamente profesionales. Kenji ni siquiera usó las manos para colocar las delicadas porciones de sushi y sashimi sobre mi cuerpo, sino que utilizó unos palillos chinos, que usaba con tal destreza, que pensé que ni con cien años de práctica lograría emularle.

- Tú quieta – me reconvino Kenji en una ocasión en que alcé la cabeza un poco en un intento de ver cómo iba quedando la cosa.

Obedecí y les aseguro que fue un acto de tremenda fuerza de voluntad. Durante casi una hora los dos chefs japoneses se afanaron trabajando sobre mi cuerpo, organizando la comida que los invitados iban a disfrutar usándome como bandeja humana. Yo intentaba no mover ni un músculo, pero aún así algún trocito resbaló y cayó sobre la mesa. Ni un mal gesto, ni una protesta, los hombres se limitaban a limpiar lo ensuciado, deshacerse de lo que había caído y colocar un nuevo trocito sobre mi piel, en una posición más adecuada para evitar que volviese a caer.

Progresivamente fui logrando controlar los nervios y sumirme en un estado letárgico, de relajación extrema, tratando de ignorar todo lo que sucedía a mi alrededor. Apenas si me di cuenta de que Kimiko se reunía con nosotros y ayudaba a sus empleados, encargándose de ciertos arreglos florales que iban a quedar sobre la mesa, rodeando mi cuerpo.

Al rato, Kimiko salió para recibir a los del catering con la comida occidental, a los que, por fortuna, condujo directamente a la cocina, privándoles del espectáculo de la tía en bolas del salón. Ayudada por Tooru, fue disponiendo las bandejas en varias mesitas que habían distribuido por la habitación, pero no en la mesa central, donde reposaba el plato principal… Yo.

Por fin, la actividad a mi alrededor fue menguando y los profesionales fueron dándole los últimos toques a su obra, mientras intercambiaban palabras entre ellos en su lengua materna. Entonces, Kimiko, que hasta ese instante no me había dicho ni mú para no alterar mi concentración, se acercó a mí y me habló quedamente al oído.

- Estás sublime querida. No, no hables, es necesario que permanezcas quieta. Falta poco para que la gente empiece a llegar y tengo que ir a acabar de arreglarme. Pero Kenji y Tooru desean despedirse y quieren decirte que ha sido un placer trabajar contigo, que eres muy bella y que están seguro de que los invitados van a disfrutar enormemente de la comida. Al principio tenían sus dudas de hacer esto contigo, pues es difícil incluso para las profesionales quedarse quieta para el Nyotaimori, pero tú lo has hecho fabulosamente bien.

Tan sólo mis ojos se movieron hacia un lado para captar la imagen de los dos chefs haciéndome una reverencia. Yo, sin poder moverme, sólo pude corresponder cerrando los ojos, pero ellos me entendieron perfectamente. No podía ni hablar, pues habían colocado porciones sobre mi cuello, por lo que se habrían caído de haber intentado articular palabra.

- Ahora se marchan, pues sólo los invitados podemos estar aquí durante la fiesta. Voy a cerrar las puertas y vas a quedarte un ratito sola. Tranquila que no será mucho tiempo, son casi las nueve y todas somos muy puntuales cuando se trata de Jesús.

- Y tanto – pensé sin decir ni pío.

- Este ratito va a ser el más duro, pero es necesario que no te muevas ni un ápice para que no se caiga nada. Luego, cuando llegue la gente, podrás relajarte, pues, en cuanto empiecen a comer, no pasará nada si algo se cae… Lo tirarán ellos. Por cierto, he puesto la calefacción, pero no muy alta. Lo justo para que nos sientas frío.

Volví a cerrar los ojos asintiendo, agradeciéndole el gesto.

Muy cariñosa, Kimiko me dio un tenue beso en la frente y salió de la sala acompañando a los dos chefs. Sentí cómo cerraban la puerta tras de si, dejándome allí sola.

Por desgracia la nº 4 del harén de Jesús (ascendida en virtud a la bocaza incontrolable de Gloria) tenía razón y los siguientes minutos se me antojaron eternos. Ni siquiera podía respirar hondo para relajarme pues, de haberlo hecho, quizás habría desparramado la comida.

Traté de concentrarme en cosas tranquilizadoras, evitando pensar en todo lo que pudiera ponerme nerviosa. Jesús, Amo, culo, sodomización se convirtieron en temas tabús durante ese periodo, en los que repasé mis horarios de clase, la planificación de la materia, la revisión del coche, las fechas de los cumpleaños de mis padres…

Joder… mis padres. Si me hubieran visto en ese momento… Qué orgullosos se habrían sentido… sic…

Pero todo lo bueno se acaba y lo malo también, así que, tras unos 20 minutos que a mí me parecieron horas, comenzó a sentirse cierta actividad al otro lado de las puertas.

Saludos, grititos, risas, sonidos de seres humanos interactuando llegaban hasta mí, bastante amortiguados por las gruesas puertas de madera que cerraban la sala. Aquello, en lugar de tranquilizarme, me puso más nerviosa, pues el momento en que iba a ofrecerme a mí misma como regalo para Jesús se aproximaba.

Mentalmente imaginaba lo que estarían haciendo. ¿Actuaría Kimiko como anfitriona? ¿Habrían llegado ya las dueñas de la casa? ¿Y los misteriosos invitados?

Apurada, logré tranquilizarme lo suficiente para no echarme a temblar, pero aún así mi respiración se aceleró un poco, lo que me puso todavía más nerviosa.

- Vamos, entrad ya, entrad ya – repetía mentalmente – Jesús, Amo, ven a mí… Contempla a tu esclava que lo haría todo por ti…

Escuché entonces una puerta que se abría, lo que disparó los latidos de mi corazón, pero no se trataba de la principal, sino la del dormitorio. Instantes después, Kimiko, vestida con un elegante vestido chino (aunque no pude apreciarlo muy bien) se acercaba a la mesa para hablarme.

- Impresionante Edurne – susurró – Me he adelantado para comprobar que todo iba bien. Increíble chica, no has movido ni un pelo.

Le respondí con una ligera sonrisa.

- Les vas a encantar – me dijo – Tranquila que enseguida venimos.

Apreté los ojos.

- ¿Sabes? Jesús está un poco enfadado contigo, pues piensa que no has venido a la fiesta. Nos ha salido perfecto. ¡La sorpresa que se va a llevar!

Me sentí eufórica. Estaba segura de que aquello iba a gustarle a mi Amo.

- Te dejo, cariño. Vuelvo en un minuto.

El corazón me latía jubiloso en el pecho. Todo nos había salido bien. Esperaba que el esfuerzo que habíamos invertido Kimiko y yo fuera recompensado por Jesús. Bueno, qué coño, esperaba ser recompensada yo y Kimiko… otro día.

Sin querer, me había puesto a pensar en Jesús, en su polla y en lo que había prometido hacerme esa noche. Sin poder evitarlo, la zorra que hay en mí empezó a calentarse.

- Joder – pensé – El que se coma el sushi que me han puesto en la entrepierna se lo va a llevar bien mojadito…

No sabía yo cuanto.

Por fin, las puertas del salón se abrieron de par en par y las luces se encendieron. Una exclamación de asombro resonó en la sala cuando los invitados vieron el extraordinario servicio que había dispuesto sobre la mesa.

- ¡No me jodas! – escuché la inconfundible voz de Gloria - ¡Si es Edurne!

Una barahúnda de voces riendo y profiriendo exclamaciones de asombro inundaron la habitación, aunque yo, incapacitada para moverme, no pude apreciar las expresiones faciales de los que las emitían.

Enseguida me vi rodeada por las mujeres del harén de Jesús, que me miraban asombradas mientras cuchicheaban entre ellas. Me sentí orgullosa y feliz al percibir la admiración (y un poquito de envidia) de mis compañeras, que nos felicitaban a Kimiko y a mí por la extraordinaria idea que habíamos tenido.

Pero ni punto de comparación a lo que experimenté cuando percibí la perturbadora presencia de Jesús, que se había aproximado a mí desde atrás, donde no podía verle. Inclinándose sobre mí me susurró al oído, haciendo que se me erizase la piel. Por fortuna el día anterior habían eliminado todo el vello de mi cuerpo, si no los pelos se me habrían puesto tan de punta que se habría caído todo el sushi.

- Exquisito, perrita – me dijo mi Amo colmándome de felicidad – Me preguntaba donde estarías y resulta que estabas haciéndome este maravilloso regalo…

Tras decir esto, me besó muy suavemente en los labios y yo creí morir de felicidad. Por desgracia, las felicitaciones no eran sólo para mí.

- Kimiko, un trabajo delicioso – dijo Jesús.

- Gracias, Amo – respondió la chica – Estábamos ansiosas por complacerte y pensé que una cosa así te encantaría.

- ¡Pensamos, cacho zorra! – exclamé para mí.

- Y Edurne-san está haciendo un trabajo realmente impresionante. Estaba deseosa de hacer esto por ti…

- Bueno, vale… te perdono – pensé.

Con pena sentí cómo el Amo se apartaba de mi lado, intercambiando palabras de afecto con todas sus esclavas.

Kimiko tenía razón, una vez que no estuve sola no me resultó tan difícil permanecer quietecita. Las conversaciones de las demás me distraían y sus felicitaciones y celosas miraditas me halagaban, por lo que pude relajarme un tanto. Por el rabillo del ojo, traté de vislumbrar a mis compañeras, intentando sobre todo encontrar a Yolanda, la única a la que no conocía.

La puta que la parió (bien pensado, era verdad que su madre era bastante puta), qué buena estaba la jodía. Ataviada con un vestido largo de noche de color blanco y negro (a juego con el de su madre), estaba simplemente arrebatadora. Con su media melena peinada a lo paje de cabello negrísimo, que le daba un aire de infantil, pero con una sonrisilla pícara en el rostro… y con un par de tetas que dudaba mucho mi espalda hubiera podido sostener.

- Bien, chicas – dijo de pronto Natalia – Id tomando asiento que el resto de invitados acaba de llegar.

Me había olvidado de que aquella noche no íbamos a estar solas. Nuevamente la inquietud se apoderó de mí.

Las chicas, en un revuelo de risas y bromitas, fueron sentándose a la mesa, rodeándome. Curiosamente, no se sentaron unas junto a otras, sino que iban dejando una silla vacía entre ellas. Enseguida averigüé por qué.
 
Capítulo 35: El inicio del fin:




- Bienvenidos – resonó la voz de Jesús apagando todas las conversaciones.

El ambiente había cambiado. Las chicas se habían quedado calladas, mirando hacia la puerta del salón. Gloria, que estaba cerca de mi cabeza, dibujó una sonrisilla maliciosa y me dirigió un guiño cómplice. Se lo agradecí, pues me tranquilizó bastante.

- Bien, ya estamos todos – dijo Jesús – Sentaos amigos míos.

Joder, qué acojonada estaba. Y la cosa no mejoró.

Las sillas vacías empezaron a ser ocupadas por hombres vestidos de smoking negro y pajarita, lo que no era nada extraordinario teniendo en cuenta los elegantísimos vestidos que portaban las mujeres. Lo intimidante era que todos llevaba el rostro cubierto por un antifaz decorado, que les cubría desde la frente hasta el labio superior, ocultando sus rostros.

La escena me recordó a la peli esa de Tom Cruise, “Eyes Wide Shut”, aunque mi enloquecida mente pensó que el título de la película en la que me encontraba sería más bien “Eye Wide Open” a tenor de lo pretendía hacerme Jesús después.

Muy nerviosa, observé a los invitados masculinos. Era seis en total, lo que sumado a Jesús hacía un total de 7 hombres y siete mujeres, con lo que no hacía falta saber muchas matemáticas para imaginarse lo que iba a acontecer en aquella fiesta. Me armé de valor mientras me repetía mentalmente que Jesús había prometido estar conmigo esa noche (bueno, por lo menos con mi culo), así que los desconocidos se repartirían a las demás.

- Es preciosa – dijo uno de los tipos, que por sus canas parecía ser el mayor.

- Sublime – respondió otro – Menudo espectáculo Jesús, no me habías dicho que la cena iba a estar tan bien presentada.

- Yo mismo no lo sabía. Ha sido un regalo especial – respondió mi Amo.

- Hijo mío, qué vida te pegas – dijo otro - Qué bien te tratan.

- Así que ésta es la famosa Edurne – volvió a intervenir el canoso.

- Así es.

- Es muy hermosa. ¡Seguro que la comida va a saber mucho mejor servida en semejante fuente! ¡Me pregunto cuánto pagarían en Christie´s por semejante bandeja!

Todos rieron.

- Bueno, no hagamos más cumplidos – dijo Jesús - ¡Que aproveche!

- ¡Jesús! – exclamó el tipo mayor - ¡Déjame que me encargue yo de trinchar el pavo!

Nuevas risas.

- ¡A mí no me gusta mucho el sushi! ¡Pero está tan bien servido que creo que voy a probarlo!

- ¡Yo voy a rebañar el plato!

A pesar de las burlas (unas encantadoras, otras bastante groseras) me fijé en que había dos hombres que no participaban en la algarabía general, no alzando nunca la voz. Se limitaban a conversar con la chica que les había tocado al lado, uno con Yolanda y el otro con su madre, por lo que en medio del follón no pude escuchar sus voces.

Sin esperar más, empezó el rumor de cubiertos y platos, mientras los comensales comenzaban a servirse pedazos de comida de mi cuerpo.

- ¡Sushi con sorpresa! – exclamó el canoso tras coger un trocito que cubría uno de mis pezones - ¡Y qué bonita sorpresa! ¡Dan ganas de llevársela a la boca!

El jolgorio continuó en el salón, animándose cada vez más a medida que los comensales regaban la comida con buen sake. Algunos de ellos se levantaban de tanto en cuanto para servirse de las bandejas que había sobre las otras mesitas, aunque ninguno se privó de servirse de lo que había sobre mi piel.

Alguno, un poco más osado, llegó incluso a juguetear donde no debía. Di un pequeño respingo cuando me pellizcaron en un pezón, pero, por fortuna, no derramé nada.

Como no podía hacer nada más, me dediqué a observar en silencio a los misteriosos invitados y fui bautizándolos mentalmente a todos. Primero teníamos al del pelo canoso, al que llamé viejo verde; después había uno que parecía ser ligeramente más joven al que denominé tito Luis, pues me recordaba a mi tío; luego estaba golfo, que debía tener la misma edad que tito Luis, al que llamé así porque hablaba menos… y metía mano más. Luego estaba timidín, que no parecía muy mayor y que parecía estar un poquito azorado. Y por último estaban los dos silenciosos.

Mudito 1 y mudito 2… Y en ese preciso instante reconocí a uno de los dos: Yoshi.

Al llevarse la copa con la mano izquierda, la manga dejó al descubierto un tatuaje sobre el brazo. Aunque sólo lo vi un segundo me bastó para reconocer al hermano de Kimiko.

Así que la gigantesca polla de Yoshi estaba en la fiesta… aquello me inquietó bastante, pero luego pensé que no había nada raro en que Jesús invitara a su cumpleaños a un buen amigo como Yoshi. Además, no había que olvidar que el japonés conocía al dedillo las actividades y aficiones del Amo, las compartía e incluso había llegado al punto de entregarle a su propia hermana en bandeja. Su presencia era normal.

Mudito 2 tenía algo familiar, la manera en que me miraba… pero mis ensoñaciones se cortaron de raíz cuando Jesús se puso en pié para hacer un brindis.

- Quiero agradeceros a todos que hayáis venido esta noche a celebrar conmigo mi cumpleaños. Que estemos juntos muchos años más y que podamos celebrar cien fiestas como estas. ¡Salud!

Extrañamente, sólo los hombres correspondieron al brindis con sus copas, pero enseguida Jesús se dirigió a las chicas.

- Y a mis zorras – dijo alzando su copa de nuevo – Porque sigan tan buenas y obedientes como hasta ahora. ¡Ése es el mejor regalo que pueden hacerme!

Esta vez todos brindaron.

- Y esta noche quiero agradecer especialmente a Kimiko y a Edurne por la extraordinaria cena que nos han servido. Os habéis portado muy bien. Estoy muy satisfecho.

Casi pude sentir físicamente las miradas del resto de mujeres clavándose en mi desnuda piel. Pero todas acompañaron el brindis.

- Bien – dijo Jesús – veo que me habéis guardado la mejor parte.

- Claro, hombre – dijo viejo verde – Es tu cumpleaños.

- ¡Y ganas de comérmelo no han faltado! – asintió golfo.

- Bien. Hagamos los honores.

No sabía muy bien a qué se refería, pero como ya casi no quedaba sushi sobre mi cuerpo, aventuré una miradita hacia el sur. No pude evitar sonreír al darme cuenta de que los invitados habían respetado el sushi que había colocado directamente sobre mi vagina. Bocatto di cardinale.

- ¡A vuestra salud! – dijo Jesús cogiendo la porción con los palillos.

- ¡Pero mójalo, hombre! – exclamó tito Luis - ¡La salsa es lo mejor!

Durante un breve instante, no entendí a qué se refería, pero Jesús lo había pillado a la primera. Muy lentamente aproximó la porción a mi entrepierna, y frotándolo un poco, logró introducirlo entre mis labios vaginales, mojándolo bien en mi intimidad. Me estremecí.

- Ummm… Delicioso – siseó Jesús tras probar el manjar bien sazonado.

Los demás estallaron en aclamaciones y gritos, mitad burlones mitad ebrios.

Yoshi y los demás palmearon a Jesús en la espalda y le llevaron a un lado, hacia la barra de bar, para servirse unas copas. Kimiko, aprovechando la tregua, se acercó a mí y me ayudó a incorporarme, cosa que hice muy trabajosamente, pues estaba bastante entumecida.

- Ven, por aquí cariño – me dijo ayudándome aponerme en pié – Lo has hecho muy bien. Estoy muy orgullosa.

Por fortuna, la maternal Natalia se acercó a ayudarnos, pues las piernas, acalambradas, no me sostenían. Entre las dos, me sacaron del salón y me condujeron de vuelta al cuarto de baño.

- Menudo par de zorras estáis hechas – nos reconvenía la tetona señora – Qué calladito os lo teníais. Podríais haber dicho algo, que así sólo vosotras habéis quedado bien.

- Vamos, Nati – le dijo Kimiko - ¿Me quieres explicar cómo habríamos podido colocar el sushi encima de ese par de montañas? ¡Se habría caído todo!

- Y el superglue no está bueno – dije con una sonrisa cansada.

- ¡Par de fulanas! – exclamó Natalia riendo - ¡Encima cachondearos! ¡Que lo habéis hecho en mi casa! ¡Podríais haberme avisado!

- ¿Y estropear la sorpresa? Ya sabes que eres incapaz de guardar un secreto.

- ¡Claro! ¡Por eso nos mandaste a Yoli y a mí al spa! – exclamó Natalia comprendiendo de repente.

Seguimos bromeando mientras me reponía en el baño. Muy atenta, Kimiko me dio unas friegas en los músculos, para recuperarme un poco.

Poco a poco, todas las chicas fueron asomándose al aseo para ver cómo estaba. Comentaron admiradas cómo había sido capaz de permanecer tanto rato sin moverme y, en general, no detecté demasiada hostilidad en el ambiente.

- Seguro que esta noche serás tú la que Jesús se lleve al cuarto – dijo Yoli a la que acababan de presentarme.

- ¡Eso seguro! – exclamó Gloria – Pero eso se sabía ya de antes. ¡Hoy va a estrenarle el culito!

- ¿En serio? – preguntó Yolanda - ¿Te lo ha respetado hasta hoy? ¡Querría guardárselo de pastel de cumpleaños!

- No es eso Yoli – dijo mi alumna – Vente conmigo, que te voy a contar la historia del director de mi insti…

Cuando me dejaron tranquila pude por fin tomar una ducha para asearme, con cuidado de no mojarme el pelo, para no estropear el encantador peinado que Kimiko me había hecho.

Justo cuando me secaba, Natalia y la japonesa regresaron con mis cosas y, delicadamente, me ayudaron a vestirme.

- Edurne, tengo que decirte una cosa – me dijo Natalia mientras me enfundaba las medias.

- Dime.

- Es sobre esta noche, sobre esta fiesta y el hecho de que se haya celebrado aquí.

- Cuenta – contesté con un breve atisbo de inquietud.

- Verás, una de las razones de que estemos aquí… eres tú.

- ¿Yo?

- Esta noche va a ser… tu prueba final.

- ¿Mi prueba? – pregunté cada vez más nerviosa.

- Sí. Jesús me ha pedido que te avise.

- No lo comprendo. ¿Prueba para qué?

- Para pertenecer definitivamente al grupo.

- Pe… pero – balbuceé – Creía que ya pertenecía al grupo.

- Sí. Pero aún te queda una cosa más por hacer. Hoy tienes que decidir cómo va a ser tu vida de aquí en adelante – me dijo Natalia muy seria – Aún puedes cambiar de opinión y volver a tu vida de antes.

- Eso es ridículo – respondí con sequedad – Jesús es todo mi mundo y haré cualquier cosa que me pida.

- Entonces no habrá problemas.

Contemplé unos segundos a las dos mujeres, sopesando lo que acababan de decirme.

- ¿Y cual es esa prueba?

- Jesús te lo dirá. No puedo decirte más.

- ¿Tiene algo que ver con esos hombres?

No me respondieron, pero la mirada que se dirigieron la una a la otra fue suficiente respuesta.

- Pues me da igual – continué – Si me pide que folle con todos ellos, lo haré. Pero no me apartaré de Jesús por nada.

- Entonces ya eres una de las nuestras – me dijo Kimiko sonriéndome.

- Por supuesto.

Natalia me miró sonriente, se encogió de hombros y, rodeando a Kimiko por la cintura, la condujo fuera del baño.

- Como te digo, no creo que tengas problemas. Termina de arreglarte y reúnete con todos en el salón. Vamos a tomar unas copas y luego le daremos a Jesús las llaves del coche. Está aparcado fuera.

- Vale.

- Si tienes hambre, puedes picar algo fuera – dijo la japonesa – Queda mucha comida en las mesas. Aunque nada de sushi; se lo han comido todo – añadió guiñándome un ojo.

Estuve dándole vueltas a la cabeza a sus palabras mientras terminaba de acicalarme. ¿Estaban locas? ¿Qué iba a ordenarme Jesús que pudiera hacer que yo quisiera apartarme de su lado? ¡Nada!

Minutos después, salí del dormitorio y me reuní con los demás. Al verme llegar, me recibieron con efusivos saludos y felicitaciones, alguno incluso aplaudió. Un poco azorada, busqué a Jesús con la mirada, localizándole cerca de la barra, charlando con Mudito 2, ambos con sendas copas en la mano. Cuando me vio, alzó su copa hacia mí a modo de saludo. Yo le sonreí.

A pesar de que deseaba acercarme a él, me vi arrastrada por viejo verde y por golfo, quienes, tras ponerme una copa en la mano, me condujeron hasta un sofá, donde no pararon de piropearme y hacer bromas subidas de tono a mi costa. Yo, imitando a las demás, me vi obligada a seguirles la corriente, actuando como la perrita obediente que era, siguiéndoles el juego a los invitados de Jesús.

A pesar de todo, no me caían mal los dos tipos, especialmente viejo verde, que lograba que sus bromas soeces resultaran bastante graciosas.

Entonces Natalia, golpeando suavemente su copa con una cucharilla, atrajo la atención de todo el mundo.

- Quisiera proponer un brindis por nuestro querido Jesús – dijo alzando su copa – Querido, no exagero un ápice cuando digo que has cambiado profundamente la vida de todos los que aquí estamos, lo que nunca te agradeceremos lo suficiente.

No la entendí. ¿La vida de todos? ¿De los hombres también?

- Así que brindo para felicitarte por tu décimo octavo cumpleaños, tu mayoría de edad. Gracias Amo.

- ¡Ahora las cosas que haces son legales! – gritó viejo verde a mi lado.

Jesús sonrió, alzó su copa y todos brindamos.

Minutos después, estábamos todos en el jardín enseñándole a Jesús el regalo que le habíamos hecho. Él sonreía satisfecho sentado en el asiento del conductor, soportando las jocosas felicitaciones masculinas.

Una vez examinado el regalo, Jesús se bajó del auto y fue acercándose una a una a sus esclavas, susurrándonos unas palabras al oído que nos hicieron enrojecer de placer a todas. Yo fui la última.

- Perrita, gracias por haberte portado tan bien en mi cumpleaños, me habéis hecho muy feliz. Me ha encantado el coche y tu regalo… mucho más. Pero no te olvides de que hoy me habías prometido otra cosa…

- Soy toda tuya Amo – respondí en voz baja.

- Esta noche promete ser muy, muy larga – me dijo – Y va a empezar a tu lado…

Sonreí encantada.

- Espérame en el dormitorio. Sabes cual es, ¿verdad? Enseguida estoy contigo. Es hora de empezar la fiesta de verdad.

Mi corazón volvió a desbocarse. Sentía intensamente los latidos atronando en mis oídos, por lo que apenas percibí las burlas que me dirigieron los hombres cuando, toda azorada, me dirigí a la puerta lateral que daba al dormitorio.

Con una sonrisilla tonta caminé hacia la puerta, deseando que Jesús viniera ya, mirando ruborizada al resto de invitados que me miraban sonrientes, sabiendo perfectamente lo que iba a pasar en la intimidad del cuarto. Entonces vi a mudito 2, que me miraba intensamente.

- Espera tu turno campeón – pensé en silencio – Si mi Amo me lo ordena quizás luego puedas catarme.

Premonitorias palabras.

En cuanto hube entrado en el cuarto cerré la puerta tras de mí y apoyé la espalda contra la misma, respirando profundamente con los ojos bien cerrados. Traté de calmarme, para serenar los latidos de mi corazón, lo que logré tras un par de minutos.

- No seas estúpida – dije hablando sola en voz alta – Ya has follado con Jesús veinte veces. No tienes por qué estar nerviosa. Y el sexo anal no es para tanto, todas las demás lo practican y les gusta y tú no vas a ser menos. La otra vez fue duro pues fue con el mierda de Armando, pero esta vez es con Jesús…

Más tranquila, me senté en la cama a esperar. Pensé en desnudarme, pero recordé que el chico me había ordenado que le esperase allí, no que lo hiciera en pelotas.

Para distraerme, dejé vagar la mente por los acontecimientos de la noche. ¿Quiénes serían esos hombres? Si Yoshi estaba allí, debía ser un grupo de amigos de Jesús, aunque algunos eran bastante mayores… Y era indiscutible que todos sabían lo que Jesús hacía con nosotras, es más, estaba bastante segura de que la noche iba a acabar en una orgía…

Mis elucubraciones fueron bruscamente interrumpidas por el clic de la puerta que daba al salón. Todos mis intentos por tranquilizarme acabaron en fracaso, pues bastó aquel sonido para que mi corazón volviera a dispararse.

Como un resorte, me puse en pie de un salto y permanecí quieta como una estatua junto a la cama.

Y por fin entró Jesús.

Me miró, allí quieta y me dirigió una de sus sonrisas, tan intensa que las rodillas me flaquearon. En ese momento me di cuenta de que estaba muy excitada, aunque eso no tenía nada de extraño.

- Bueno perrita – me dijo sin dejar de sonreír – Aquí estamos.

- Sí Amo – respondí sin que mi cerebro fuera capaz de articular otra cosa.

- Esta noche estoy muy contento contigo – dijo mirándome fijamente – Estás bellísima.

- Gracias – respondí azorada.

- Desnúdate.

El corazón me dio un vuelco. La entrepierna me ardía. Los pezones, duros como diamantes. El momento había llegado.

Sin decir nada, deslicé los tirantes de mi vestido de mis hombros y simplemente lo dejé resbalar por mi cuerpo, donde quedó hecho un guiñapo a mis pies.

- Eres muy bella – repitió él haciéndome estremecer.

Con paso firme, Jesús caminó hacia mí, pero, aunque yo lo ansiaba desesperadamente, no me tocó. Con aire descuidado se quitó la chaqueta y la dejó sobre una silla. Se aflojó la pajarita y, tras desabrocharse un par de botones de la camisa, se dejó caer sobre el colchón.

- Quítame los zapatos – me ordenó.

Vestida únicamente con la ropa interior y los tacones (con las tetas al aire) caminé hasta los pies de la cama para obedecer las instrucciones de mi Amo. Sentía su mirada sobre mi cuerpo, abrasando mi piel, lo que hacía que mi corazón latiese todavía más deprisa.

Sumisamente, desaté los cordones y le descalcé, dejando sus zapatos bien colocados a los pies de la cama.

- Los calcetines – me indicó – Quiero que me chupes los dedos de los pies.

- ¿Eso era todo? ¿Esa era la prueba que tenía que superar? – me dije mientras le obedecía – Sin problemas.

Obedeciéndole, le quité los calcetines de ejecutivo y, sin pensármelo dos veces, empecé a masajear delicadamente sus pies con las manos, mientras mi lengua empezaba a deslizarse entre sus dedos. Estaban salados, pero no me dio reparo ninguno hacerlo. Hasta los saboreé como un manjar, pues eran los dedos de mi Amo.

- Quítame los pantalones.

Con rapidez, gateé por encimadle colchón y desabroché el cinturón de sus pantalones. No pude evitar sonreír complacida al percibir el notable bulto que tensaba la tela del pantalón.

Con rapidez y un poquito de ansiedad, libré a Jesús de la prenda encontrándome de bruces con su erección, pues el joven había optado por ir sin calzoncillos.

- Te gusta ¿eh perrita? He pensado que era mejor no ponérmelos porque no iba a durar mucho tiempo con ellos puestos.

- Estupendo Amo.

- Cállate y empieza a chupar.

No tardé ni un segundo en obedecerle. Con ansia, agarré su erecto falo, que sentí ardiente entre mis dedos y, lentamente, deslicé todo el tronco entre mis labios, hasta que mi cara quedó apretada contra su ingle. Alzando los ojos, miré el rostro sonriente de mi Amo, que contemplaba cómo su perrita se metía su polla hasta el fondo de la garganta.

Deleitándome en el momento, fui poco a poco retirando mi boca del ardiente pene, dejando que mis labios resbalaran voluptuosamente por toda su longitud, provocando que Jesús emitiera un ligero gruñido de placer, cosa que me encantó.

Cuando sólo me quedó la punta dentro de la boca, empecé a juguetear con la lengua en el glande, logrando que mi Amo cerrara los ojos estremecido por el placer.

- Mejoras día a día, zorra – me susurró.

- Gfafias – le respondí.

Su mano se apoyó en mi cabeza, marcándome el ritmo que le gustaba. Sin embargo, no permanecimos mucho tiempo con aquel saludable ejercicio, pues Jesús tenía otras cosas en mente.

- Para, perrita, para – me ordenó – Esta noche estoy muy excitado y no quiero acabar tan pronto. La primera corrida va a ir al fondo de tu coño, para así durar más rato encargándome de tu culo.

- Como digas Amo – respondí tras abandonar a regañadientes mi jugoso caramelo.

- Arrodíllate sobre la cama, a mis pies.

- ¿Me quito los zapatos? – le pregunté mientras seguía sus instrucciones.

- No. Me excitan las mujeres con medias y tacones.

Nota mental: A la basura con todos los zapatos de suela plana.

- Acaríciate – me dijo una vez hube adoptado la posición indicada.

Sensualmente, comencé a deslizar mis manos por mi cálida piel. Siguiendo sus indicaciones, me entretuve acariciando mis senos, poniendo especial interés en mis pezones que pellizqué suavemente con los dedos.

- Enséñame el coño – siseó.

Incorporándome sobre las rodillas, me bajé las bragas hasta medio muslo, dejando mi depilado coñito expuesto a los lujuriosos ojos de Jesús.

- Te lo has depilado por completo – me dijo mientras yo me abría bien el coño para que pudiera recrearse con las vistas.

- Sí. Tuve que hacerlo para el Nyotaimori. Me depilaron todo el cuerpo.

- Normalmente no me gustan los chochos pelados. Pero a ti te queda bien.

- Gracias.

Tras decir esto, Jesús se inclinó hacia un lado para abrir el cajón de una mesita de noche. Tras rebuscar en su interior unos segundos me arrojó uno objeto que rebotó sobre el colchón frente a mí. Un vibrador.

- Úsalo.

Sin pensármelo un instante, agarré el juguetito e hice girar el conmutador para ponerlo en marcha. Un suave zumbido inundó el cuarto mientras yo, muy despacito, empezaba a juguetear con el ronroneante aparato en mi vulva.

Un calambrazo de placer se extendió por mi cuerpo cuando las vibraciones se desataron en mi coñito. Cuando empecé a frotar el cacharro en mi clítoris, no pude evitar dejar escapar un pequeño gemido de placer.

- Me encanta que seas tan puta – me dijo Jesús.

Mientras yo me masturbaba, Jesús aprovechó para librarse de la camisa, última prenda que quedaba sobre su cuerpo. Ya completamente desnudo, colocó una almohada contra la cabecera de la cama y apoyó la espalda, dedicándose a disfrutar del espectáculo mientras se sobaba distraídamente el falo.

- Métetelo hasta el fondo.

Y lo hice. Abriéndome bien el coño coloqué el vibrador en la entrada de mi gruta y lo deslicé sin problemas hasta el fondo, pues ya estaba muy mojada. No me costó trabajo el admitir el juguete en mi interior, pues no era demasiado grande, sin embargo al sentir las vibraciones en el fondo de mi ser me puse a resoplar sin control, con los ojos bien cerrados para sentirlo por completo.

De repente, noté cómo Jesús se movía sobre el colchón, lo que me hizo abrir los ojos. El chico se desplazó hasta quedar también de rodillas frente a mí, con su enhiesto nabo apuntando hacia mí con descaro.

- Vuelve a chupármela.

Inclinándome hacia delante, apoyé las manos sobre la cama, quedando a cuatro patas, con mi boca justo frente a la picha de Jesús. Sin decir nada, separé los labios y fue el mismo chico el que simplemente echó las caderas hacia delante, deslizando una buena porción de rabo en mi boca.

Con delicadeza, inició un suave movimiento de vaivén, con lo que lo único que yo tenía que hacer era mantener la cabeza firme y los labios bien apretados, mientras sentía cómo la verga de mi Amo se hundía una y otra vez en mi boca. Mientras, el vibrador seguía clavado en mi coño y sus insidiosos movimientos estaban empezando a provocar que mi jugo escapara a borbotones, resbalando por mis muslos hasta mojar las sábanas.

- Ah, perrita, cómo me pones – siseó Jesús.

Echándose para adelante, Jesús deslizó un buen trozo de nabo en mi garganta. Mientras, sus manos se deslizaron por mi espalda, acariciándome, hasta que finalmente llegaron a mis nalgas, que fueron amasadas con fruición.

Justo entonces, una de sus manos agarró el extremo que asomaba del vibrador y empezó a deslizarlo en mi interior, logrando que el placer que experimentaba se incrementara.

- Ughghggghh – gorgoteaba yo con la polla de mi Amo enterrada hasta la garganta.

- Te gusta, ¿eh zorrilla? Qué bien te conozco.

Era verdad. En un par de minutos, Jesús me puso a punto de caramelo y cuando quise darme cuenta, experimenté el primer orgasmo arrasando mi cuerpo, logrando a duras penas mantener la polla del joven en la boca y reprimiendo unas irrefrenables ganas de morderla.

Con desgana, noté cómo la verga de Jesús iba saliendo de entre mis labios, pues su dueño no tenía intención de acabar allí dentro. Dejándose caer a mi lado, Jesús me observó sonriente, mientras los últimos estertores del orgasmo recorrían mi cuerpo.

- Échate boca arriba.

Pletórica, obedecí de inmediato, quedando tumbada a su lado. Con firmeza, su mano se deslizó por todo mi cuerpo, empezando por el cuello, estrujando mis enardecidos pechos, acariciando mi estómago hasta perderse finalmente entre mis piernas, en busca del insidioso juguetito que no había parado de vibrar.

No pude evitar retorcerme de placer cuando Jesús extrajo el vibrador de mi interior. Sin apagarlo, repitió la trayectoria que antes había seguido su mano sobre mi cuerpo pero en sentido contrario, usando esta vez el vibrador.

Cuando llegó a mis pechos, se entretuvo unos instantes jugueteando en los pezones, que se pusieron más enhiestos si cabe debido a las placenteras vibraciones.

- Chúpalo – me dijo cuando apoyó el juguete en mis labios.

Y así lo hice. Fue una extraña sensación el sentir el cacharro zumbando dentro de mi boca, pero aquel juego me permitió paladear mi propio sabor.

Entonces Jesús se incorporó, arrodillándose a mi lado, dejando el vibrador activado entre mis labios. Su polla quedó suspendida sobre mi cuerpo, proyectando su libidinosa sombra sobre mi piel, mientras mis ansiosos ojos no se despegaban de él ni un segundo.

Caminado de rodillas sobre el colchón, Jesús avanzó hasta quedar a mis pies y entonces, bruscamente, me agarró por los tobillos y levantó mis piernas, empujándolas al máximo, hasta que mis pechos quedaron apretados contra mis muslos y mis pies, aún con los tacones puestos, tocaron el colchón a los lados de mi cabeza, plegando mi cuerpo por completo, totalmente ofrecida a él.

- ¡Ah! – gemí sorprendida sin poder evitarlo.

Sin soltar mis tobillos ni un instante, Jesús deslizó sus caderas sobre mí hasta dejar su polla bien apuntada en la entrada de mi coño. La tenía tan dura que no precisó usar las manos para colocarla bien y, de un tirón, me la clavó hasta las bolas sin más contemplaciones.

Mis ojos se dilataron al sentir la súbita penetración. Sin poder evitarlo, mis dientes mordieron el consolador, lo que produjo un extraño sonido de repiqueteo al vibrar el juguete contra mi dentadura e incontrolables balbuceos escaparon de mis labios mientras sentía cómo aquella verga me asolaba.

Lejos de molestarle, aquello pareció enardecer aún más a Jesús, pues apretó con muchísima fuerza mis tobillos contra la almohada, redoblando la intensidad de los pollazos en mi expuesto coñito.

- Joder, puta, cómo me pones – siseó Jesús con los dientes apretados por el esfuerzo – Tu coño es increíble. No me canso de follarlo.

Sus palabras me hicieron regocijarme de placer, pero no pude responderlas, pues seguía con el vibrador en la boca. Por fortuna, Jesús me libró de él.

- ¡Escupe eso! – ordenó - ¡Quiero oírte chillar de placer!

Girando la cabeza, escupí el juguete a un lado sobre la cama, donde permaneció emitiendo su perturbador zumbido tras rodar unos centímetros. Volví la mirada y clavé mis ojos en los de Jesús, leyendo en ellos la lujuria más absoluta.

- ¿Te gusta zorra? – me dijo – ¿Te gusta cómo te follo?

- Sí Amo, me gusta – gimoteé – Mi coño es tuyo para que lo uses, me encanta cómo me follas, me gusta todo de ti.

- ¿Harás todo lo que te diga?

- Pues claro, Amo. Haré cualquier cosa que me pidas.

- Bien. Espero que eso sea verdad.

Y siguió follándome sin compasión.

A pesar de la incómoda postura, sentí un placer terrible con la intensa follada. Me sentía llena de gratitud con el Amo por el inmenso placer que me daba cada vez que me jodía y experimenté alivio al constatar que no pensaba volver a follarme delicadamente como había hecho un par de noches antes. Comprendí que ese tipo de sexo no me bastaría nunca más. Era la zorra de Jesús.

- ¡Uf! Date la vuelta Edurne. Quiero follarte desde atrás.

Desclavándome un instante, Jesús me liberó de sus manos para permitirme colocarme a cuatro patas. Sin aguardar un segundo, se colocó tras de mí y me empitonó el coño con destreza, obligándome a morder la almohada para no ponerme a aullar de placer.

Agarrado a mis caderas, Jesús bombeó a su antojo, hundiendo una y otra vez su durísima estaca en mi interior, dándome empellones tan fuertes que pronto me encontré empotrada contra la cabecera de la cama.

Y justo cuando estábamos en lo mejor, sentí de pronto como uno de los dedos de Jesús se hundía por completo en mi ano. Sorprendida y agitada, mi cuerpo se tensó enormemente, pero he de reconocer que me gustó la sensación. Instantes después, me corrí nuevamente, mientras Jesús penetraba mis dos agujeros.

- Perrita – siseó entonces – Voy a llenarte el coño de leche…

- Co… como tú quieras, Amo…

Y se corrió. Sentí cómo el semen se desparramaba en mi interior, llenado mis entrañas de fuego. Enfebrecida, volví a hundir el rostro en la almohada y me puse a pegar berridos sin control, afortunadamente amortiguados por la tela. Jesús se había quedado muy quieto, agarrándome con firmeza de las caderas, procurando que toda su semilla se alojara dentro de mí. Apuesto a que lo hizo así para no mancharse de leche después, pues la sesión no había ni mucho menos acabado.

Una vez vaciadas sus pelotas, Jesús me la sacó y se dejó caer a mi lado. Derrengada, me tumbé junto a él, mirando el techo mientras luchaba por recuperar el resuello.

- Ha estado muy bien perrita – me susurró – Pero lo mejor aún está por venir.

- Claro, Amo.

Permanecimos unos instantes en silencio, recuperándonos. De reojo, observé la rezumante verga de mi Amo, que aún permanecía morcillona reposando sobre su ingle. Sabía que, cuando aquella cosa recobrara su vigor, se hundiría de nuevo en mi cuerpo por la vía menos transitada.

Jesús, como quien no quiere la cosa, alargó la mano y agarró el vibrador, que no había parado de zumbar y lo apagó, dejándolo sobre la mesilla.

- Te ha gustado el juguetito, ¿eh? – me dijo.

- Me gusta cualquier cosa que tú me des – respondí.

- Buena perrita.

Más recuperado, Jesús se giró hacia mí, quedando sobre un costado. Su polla dio un saltito y quedó apoyada en mi cadera. Al sentir su calor me estremecí, deseando que volviera aponerse gorda y regresara a mi interior, aunque fuera por el culo.

- Me encanta follarte – me dijo mientras jugueteaba con sus dedos en uno de mis pezones.

- Y a mí que me folles.

- Veremos si es así después de esta noche.

La angustia me embargó. Clavé mis ojos llorosos en él, pero no llegué a preguntarle, pues sus palabras me lo impidieron.

- Date la vuelta.

Temblorosa, obedecí al instante, quedando tumbada boca abajo sobre el colchón. Incorporándose, Jesús quedó sentado a mi lado y sentí cómo sus manos acariciaban mi espalda, especialmente la zona que exhibía el tatuaje.

- Yoshi hizo un buen trabajo – dijo – Aunque claro, el lienzo es inmejorable.

- Gracias – respondí amándole intensamente.

- He visto que tienes el culito ya recuperado. No te has quejado cuando te he metido el dedo.

- Es todo para ti.

- Lo sé.

Sus manos aferraron mis nalgas y las separaron, dejando mi ano al descubierto. Un inquieto dedo recorrió el borde del agujerito, pero no llegó a penetrarlo.

- Perrita, me pones a mil, no puedo esperar más. Este culito tiene que ser mío.

Me estremecí con nerviosismo, pero también con ansiedad, expectante por lo que iba a pasar. Jesús volvió a abrir el cajón de la mesilla (donde al parecer había de todo) y extrajo un bote de lo que yo supuse era vaselina.

- Esto lo usaremos las primeras veces – me dijo – para hacértelo más fácil. Pero pronto no lo necesitarás más.

Con cuidado, abrió el botecito y dejó la tapa en la mesilla junto al vibrador. A continuación metió dos dedos y los sacó con un grueso pegote de crema, que procedió a extender por mi ano.

Yo trataba de relajarme, de mantenerme calmada, pero aún así no pude evitar tensarme cuando un dedo embadurnado de vaselina penetró, con lo que mi culo se contrajo, ciñendo al intruso con fuerza.

- Cómo aprietas, perrita – me dijo Jesús – Cuando tenga la polla dentro espero que hagas lo mismo. Así disfrutaré más.

- Claro – respondí sin saber que más decir.

Durante un par de minutos, Jesús trabajó en silencio en mi retaguardia. Como tenía la cara vuelta hacia él, pude constatar que aquellas maniobras preparatorias excitaban terriblemente al chico, pues su verga había vuelto a despertar ella solita y volvía a estar apuntando al techo.

- Madre mía – pensé -Y me va a meter todo eso en el culo…

Y además estaba lo de la última prueba a la que me tenían que someter para aceptarme en el grupo. Claro, eso era, sin duda se trataba de mi sodomización. Jesús disfrutaba con el anal y quería comprobar que podía hacerlo sin problemas. Pues no iba a sentirse defraudado, no me importaba lo que doliera, iba a aguantarlo sin quejarme… por Jesús.

- Creo que ya está bien lubricado, Edurne. ¿Estás lista?

- Claro. Cuando tú quieras.

Delicadamente, Jesús hizo que levantara un poco el torso del colchón y deslizó una almohada debajo, para que mi culito quedara más alzado. Yo estaba nerviosísima, mientras sentía una extraña sensación en el ano debido a la crema que me había puesto.

Finalmente, Jesús quedó satisfecho y, nabo en ristre, se colocó detrás de mi grupa. Se entretuvo unos instantes más acariciando mis nalgas, hasta que por fin sentí su ardiente barra en contacto con mi piel. Para lubricarse, Jesús llevó su polla hasta mi coño y la frotó repetidas veces, para que se empapara con mi humedad y cuando la tuvo lista, la colocó apoyada en mi ano.

- Allá vamos – susurró.

Yo no dije nada, simplemente clavé mis uñas en las sábanas, preparándome para soportar el dolor.

Y vaya si me dolió.

Sin prisa pero sin pausa, la verga de Jesús fue abriéndose paso en mis entrañas. No puedo decir que fuera violento ni salvaje, pero lo cierto es que me la clavó de un tirón, lentamente eso sí, pero de un tirón.

Mientras sentía cómo aquella gruesa barra de carne me invadía, apreté los dientes para soportar mejor el dolor, clavando las uñas salvajemente en las sábanas hasta que los nudillos se me pusieron blancos.

Por fin, sentí cómo las pelotas de mi Amo quedaban apoyadas contra mi grupa. Me la había clavado hasta el fondo.

- Joder qué culo… qué culo… - siseó Jesús – Barato se lo vendí al cabrón del director.

A pesar del dolor, las palabras de Jesús me llenaron de gozo. A mi Amo le gustaba mi culo, le gustaba darme por detrás. Si él era feliz, si él disfrutaba, yo no necesitaba nada más.

- Tranquila – me dijo entonces – Lo peor ha pasado ya. Me quedaré quieto un minuto. Si después te duele un poco tendrás que aguantarte, porque yo voy a follarme este culo sea como sea.

Sus palabras me hicieron estremecer… Allí estaba el Jesús que yo adoraba. El que me usaba como si yo fuese simplemente una funda para su polla. Cerré los ojos sintiéndome exultante.

Lentamente, Jesús se retiró un poco de mi interior y, con sorpresa, noté que no me dolía tanto como al principio, lo que me tranquilizó enormemente. Tras extraerme unos centímetros, volvió a clavármela de un tirón hasta las bolas, esta vez más violentamente. Me dolió, pero no tanto como había pensado. Soportable.

- ¿Te ha dolido? – preguntó.

- Un poco – respondí.

- Me importa una mierda – respondió él haciendo que mis rodillas temblaran.

Y empezó a follarse mi culo.

Poco a poco, la polla de Jesús empezó a incrementar su ritmo en mi recto. La vaselina que me había aplicado lograba que su verga se deslizara sin problemas en mi interior y pronto me encontré con su pelvis aplaudiendo alegremente contra mi trasero.

Me dolía, sí, pero descubrí que también me gustaba. Que te dieran por el culo era algo… humillante. Y a mí me encantaba que mi Amo me humillara, que me usara a su antojo.

Cuando me quise dar, cuenta, estaba gimiendo como una perra.

- Joder, qué puta eres – resoplaba Jesús sujetándome firmemente por las caderas – Tanto gimotear y ya estás disfrutando de la enculada. Eres peor que la tetona.

No podía discutírselo. Estaba disfrutando. Me dolía, pero el placer era mayor.

- Tienes razón Amo, me gusta que me des por el culo – gemí – Tenía miedo, pero tu polla es magnífica. Me encanta que me encules.

Estaba exagerando para excitarle, claro. Pero no demasiado.

- Eres perfecta, zorrita – siseó el chico – Pero aún te falta un poco…

- ¿El qué, Amo? – pregunté con angustia.

- Debes estar dispuesta a todo para estar conmigo.

- ¡Y lo estoy!

- ¿En serio? Pues empieza por chuparle la polla a mi amigo.

Alucinada, giré la cabeza y me encontré con un hombre completamente desnudo junto a la cama, exhibiendo una erección tan intensa que su polla parecía un cohete a punto de despegar. Sorprendida, me fijé en que el hombre llevaba todo el cuerpo depilado, sin rastro de vello corporal, como yo.

Justo entonces reconocí el diseño del antifaz que cubría su rostro. Era mudito 2.

El tipo había sido super sigiloso para entrar en el cuarto, pues yo no había escuchado ni la puerta ni sus pasos, aunque, bien mirado, quizás había sido por estar concentrada en otros asuntos.

- Así que ésta es la prueba – pensé – Follarme a sus amigos. Pues vaya cosa.

Sin decir nada, simplemente estiré la mano y agarré la ardiente polla que me miraba con descaro. Tirando suavemente, lo atraje hacia mí, hasta que logré que quedara de rodillas sobre el colchón a nuestro lado. Sin embargo, no era aquello lo que buscaba aquel tipo, pues, dando un gruñido, liberó su polla de mi mano, para asirla a continuación con la suya propia.

Yo estaba algo confusa, pues no entendía qué quería el desconocido, pero pronto se hicieron patentes sus intenciones. Con la mano libre, me aferró por los cabellos y tiró, acercando mi rostro a su erección. Luego, enarbolando su verga como si fuese una porra, me golpeó varias veces en la cara con ella, lo que me sorprendió muchísimo.

- Abre la boca, perrita, o nuestro amigo te va a ostiar a pollazos – dijo Jesús riendo mientras redoblaba sus esfuerzos en mi culo.

Un poquito anonadada, separé levemente mis labios para admitir entre ellos la erección de mudito 2, que aprovechó el estrecho hueco para hundírmela en la garganta sin contemplaciones. Medio asfixiada, no pude reprimir dar arcadas cuando el trozo de carne me llegó hasta el fondo, pero logré controlarme tras unos segundos, pues el volumen era algo inferior al de la polla de Jesús, con lo que ya estaba acostumbrada a manejarme con tallas mayores.

El cabrito aquel no se cortó un pelo y, aferrando con fuerza mis cabellos, empezó a follarme la boca con ganas. Al principio aquello me molestó mucho, pues me impedía respirar con normalidad y me costaba lo mío reprimir las arcadas; sin embargo, poco a poco, fui cogiéndole el gusto al asunto; me encantaba que el tipo fuera tan brusco, que se limitara a obtener de mí lo que le apetecía, me sentía cada vez más caliente, cada vez más puta…

En ese momento, Jesús me propinó un fuerte azote, que apunto estuvo de provocar un buen mordisco en la polla que tenía en la boca por la sorpresa. Por fortuna, supe controlarme.

- Para, zorra – me ordenó Jesús – Vamos a probar otra cosa.

Con reluctancia, tuve que dejar escapar la cada vez más sabrosa polla de entre mis labios. Satisfecha, no pude reprimir una sonrisa de agradecimiento a nuestro misterioso invitado. Me había gustado chupársela.

Justo entonces Jesús se puso en acción. Lentamente, me extrajo la verga del culo, cosa que me dolió un poquito, consiguiendo que volviera a concentrarme únicamente en él.

- Ah, perrita, qué maravilla de culo.

Entonces hizo algo inesperado. Se levantó de la cama y caminó hacia un armario, en cuyo interior estuvo rebuscando unos instantes. Cuando regresó a la cama, portaba un objeto que no tardé mucho en identificar: una cámara digital.

- Enséñame el culo, zorra – me ordenó mientras activaba la cámara.

Y yo, obediente, me incliné y separé las nalgas con mis manos, ofreciéndole a mi Amo un primer plano de mi culito recién follado.

- Me encanta cómo se te va cerrando el agujerito después de sacarte la polla – dijo mientras me grababa.

- Gracias, Amo – respondí avergonzada.

- Tú – dijo haciéndole un gesto a Mudito 2 – Túmbate boca arriba – Y tú, quiero que te claves su polla en el coño.

Súbitamente comprendí sus intenciones. Recordé el fin de semana pasado con Gloria en mi casa y comprendí que iba a experimentar la doble penetración. Tragué saliva y respirando hondo, me armé de valor para subirme a horcajadas sobre la verga del tipo, que ya había adoptado su posición.

- Así me gusta – dijo Jesús mientras yo me clavaba lentamente en la polla del desconocido.

Cuando quedé bien empalada en la verga, con mi culito apoyado contra la ingle del hombre, éste agarró con fuerza mis nalgas con las manos, con tantas ganas que me hizo daño, sin embargo no me quejé. El muy cabrón tiró hacia los lados con intensidad de mis mofletes, ofreciéndole a Jesús una vista completa de mi culito y de mi coño penetrado.

- ¡Estupendo primer plano! ¡Menuda grabación! ¡Spielberg, muérete de envidia!

Seguimos un par de minutos con el jueguecito de la grabación. El tipejo estrujaba mis nalgas con ganas, recreándose en mis curvas, pero he de reconocer que aquello me excitaba. A pesar de permanecer un rato sin hacer nada, la verga en mi interior no decreció un ápice, si acaso se sentía cada vez más gorda e hinchada.

Por fin, Jesús se cansó de grabar y, tras dejar la cámara encendida sobre la mesita de noche, ocupó su posición en mi popa. No pude evitar sentirme asustada.

- Tranquila, perrita, que esto te va a encantar.

Sentí cómo su polla se frotaba entre mis nalgas, buscando la posición adecuada como un espeleólogo busca la entrada de una cueva. Mis uñas volvieron a clavarse en la almohada cuando sentí cómo el glande se abría paso de nuevo en mi esfínter. Justo entonces, mis ojos se encontraron con los de mudito 2 y eso provocó que me embargara una inexplicable sensación de inquietud.

Sin embargo Jesús logró borrarla de un plumazo por el sencillo sistema de encularme hasta los huevos.

- ¡AAAHHAHHAHHHHH! – aullé cuando me sentí completamente llena por las dos barras de carne.

- ¡Oh, perrita! – gimió Jesús - ¡Cómo aprietas! ¡Es genial!

Mudito 2 también gruñía de placer, pero no dijo nada inteligible.

Sentí como mi cuerpo se acalambró al sentirme repleta de verga. A duras penas era capaz de mover mis miembros y mucho menos de articular un pensamiento racional. Mi mente era un fogonazo de luz, me sentía deslumbrada por la intensidad de las sensaciones. Y cuando Jesús empezó a bombearme, llegó el éxtasis.

- ¡Qué te dije, colega! – resoplaba Jesús mientras me follaba el culo – Ya se ha corrido otra vez. ¡Esta zorra es de marca mayor! ¡Categoría extra!

- Sí, insúltame, humíllame – repetía mi mente – Dime lo zorra que soy, la guarra que estoy hecha por estar aquí follando con un alumno, dime que me joderás el resto de mi vida, que harás conmigo lo que te plazca, te obedeceré en todo, pero por favor…

- ¡DAME CON TODO! – grité mientras los dos hombres se hundían en mí una y otra vez sin compasión.

Creo que en ese momento perdí incluso el conocimiento durante unos instantes. Cuando desperté, la cabeza me daba vueltas y me sentí momentáneamente desorientada, hasta que noté los empellones que Jesús propinaba en mi culo y cómo la otra verga se retorcía en mi coño. Una sonrisa demente se dibujó en mi cara, abandonada por completo al placer.

Al desmayarme, me había derrumbado por completo sobre el cuerpo de mudito 2. Agradecida, empecé a chupar y a besar su cuello, pero de pronto me detuve, pues la extraña inquietud que había sentido antes volvió a apoderarse de mi ser.

Y justo entonces se corrieron. Primero mudito 2 se tensó enormemente bajo mi cuerpo. Sus dedos se clavaron como garras en mis nalgas, apretándome con toda el alma, lo que me hizo dar un gritito. Sentí cómo su semilla inundaba mi interior y mi mente alucinada pensó en cómo su semen iba a mezclarse con el de mi Amo.

Y mi Amo también estalló. Su leche se desparramó en el interior de mi recto, quemándome como lava ardiente, inundándome por completo, arrasándome.

Me sentía elevada, próxima al nirvana, con aquellos dos hombres prendidos a mi cuerpo, dándomelo todo y exigiéndomelo todo a cambio.

Cuando estuvo saciado, Jesús salió de dentro de mí, se derrumbó sobre el colchón a nuestro lado y me sonrió alegremente. Agotada, le devolví la sonrisa como pude y él me respondió con un guiño.

- Espera – vamos a inmortalizar el momento.

Tras decir esto, Jesús recogió la cámara de encima de la mesita y la enfocó hacia nosotros.

- Bueno, perrita, creo que ha llegado el momento de que conozcas a nuestro invitado. Quítale la máscara.

La inquietud retornó. El corazón atronaba en mi pecho y me retumbaba en los oídos. No sabía por qué, pero de repente, no quería saber quien era el desconocido. Temblorosa, alargué la mano hacia su rostro y miré a Jesús, que seguía grabándonos.

No es exacto, en realidad me grababa A MÍ, queriendo sin duda captar mi expresión cuando descubriera la identidad del misterioso desconocido. Estaba asustadísima.

Con torpeza, mis dedos aferraron el borde de la máscara y, muy lentamente, la despegaron del sudoroso rostro de mudito 2.

Me quedé petrificada, el espanto se abrió paso por mis venas. No entendía nada, no sabía qué estaba pasando, todo a mi alrededor se me antojaba irreal…

Tumbado en la cama bajo mi cuerpo, con su cada vez más menguante polla aún hundida en mi interior, los ojos de mi novio me contemplaban con una indescifrable expresión en el rostro.

Era Mario.
 
Capítulo 36: Terminando el puzzle:




(Estamos llegando al final, quedan 3-4 capítulos máximo, espero que os haya gustado)

He leído que algunas personas, cuando han estado cerca de la muerte, han experimentado experiencias extra corpóreas, en las que veían su propio cuerpo desde fuera.

Me lo creo. En aquel instante me pasó a mí.

No estoy diciendo que el shock de descubrir que mi misterioso amante era mi propio novio fuera a matarme, sino que la sensación de irrealidad que me embargó era tan intensa que me parecía estar contemplándolo todo desde lejos, como si no fuera yo la que estuviera a horcajadas sobre Mario, con su polla aún enterrada en las entrañas, mientras mi Amo, divertido, filmaba toda la escena.

No, esa no era yo. Aquello era un sueño, eso es, una terrible pesadilla de la que no tardaría en despertar. No era posible, no podía ser que todo aquello en lo que creía, mis vivencias personales, todo lo que había experimentado la últimas semanas, fueran una tremenda mentira. Yo era la que engañaba a su novio, yo era la depravada, la que disfrutaba obedeciendo los más insignificantes caprichos de su amante… ¿verdad?

- ¿Estás bien perrita? Te has puesto pálida.

La voz de Jesús me llegó muy lejana, como si no estuviera a un metro escaso de mí. Aturdida, volví a mirar al hombre sobre el que estaba montada y acerqué una temblorosa mano a su rostro, rozándolo con las yemas de los dedos, para asegurarme de que estaba allí, de que era real.

Entonces me di cuenta de que Mario, como quien no quiere la cosa, no había dejado de juguetear con los dedos en uno de mis pezones, pellizcándolo con ganas, pero el cuerpo se me había quedado insensible, por lo que ni lo había notado.

De igual forma ya no notaba su polla en mi interior. Igual podía haber estado sentada sobre una nube. No sentía nada. Fue entonces cuando la cabeza empezó a darme vueltas, mareada. Cuando quise darme cuenta, las fuerzas me habían abandonado y estuve a punto de desmayarme sobre Mario.

- Espera, acostémosla – dijo Jesús dejando de nuevo la cámara sobre la mesilla – La impresión ha sido mucho para ella.

Ayudada por los dos hombres, me tumbé desmadejada sobre el colchón, justo donde Mario había estado instantes antes. Como en un sueño, miré a mi alrededor, viendo como los dos hombres me observaban en silencio, de pie junto a la cama, con sus sudorosos cuerpos desnudos semejando estatuas griegas.

Con las fuerzas justas para mover los ojos, contemplé cómo Jesús caminaba hasta la puerta que comunicaba con el salón y la abría, asomándose y diciendo algo que no entendí.

Enseguida regresó al cuarto, dejando la puerta abierta, hasta que, segundos después, penetró en el cuarto Yolanda, portando una bandeja con una botella y copas que dejó sobre la mesita de noche. La joven iba desnuda de cintura para arriba, pues se había bajado (o le habían bajado) su hermoso vestido de noche hasta dejarlo enrollado en su cintura.

A la tenue luz de la lámpara, pude ver cómo los dos diminutos piercings que demostraban su pertenencia a Jesús brillaban en sus pezones. Sus enormes pechos bamboleaban mientras la chica servía una buena dosis de coñac en una de las copas. Cuidadosamente, me acercó la copa a los labios y me ayudó a beber un buen trago.

El efecto fue milagroso. La ardiente bebida se derramó en mi interior y reactivó la circulación de la sangre en mis venas. Enseguida noté cómo la vida regresaba a mí y un agradable calorcillo se extendió por todo mi cuerpo.

Yolanda, solícita, empezó a masajearme las muñecas en cuanto me hube recuperado lo suficiente como para sostener la copa yo sola.

Y en cuanto me encontré mejor… llegó la ira.

Con un creciente enfado brotando en mi interior, clavé la mirada en los dos hombres que me habían engañado, mientras ellos charlaban tranquilamente entre si, sin prestarme la más mínima atención. Me sentí estafada, timada, usada, todo era mentira… recordé lo mucho que me había preocupado pensando en cómo afrontar el problema de Mario… y al final él sabía perfectamente que estaba engañándole con Jesús…

Sin poder evitarlo, mis ojos se desviaron hacia la entrepierna de los hombres, observando sus cansadas vergas, brillantes todavía por los jugos de mi interior en los que se habían bañado…

- No, no - me dije agitando la cabeza - ¿En qué estás pensando? ¡Te han mentido! ¡Te han utilizado! ¡TODO ERA MENTIRA!

Me obligué a mirar con odio a los dos hombres y justo entonces comprendí las palabras de Natalia de un rato antes, aunque a mí me pareciera que había sido años atrás: mi prueba final.

- Esta puta ya está llena – dijo de repente Mario señalando hacia mí con la cabeza – Mira cómo le sale leche del coño…

La sorpresa me paralizó. Escuchar a Mario decir algo semejante me desconcertaba por completo. Él no era así. ¿O no? Aturdida, miré hacia abajo y comprobé que, efectivamente, mi cuerpo había expulsado un buen pegote del semen mezclado de los dos hombres, manchando el colchón. Se me revolvió el estómago.

- No te preocupes – respondió Jesús mientras se servía una copa – Aún le cabe mucho más.

Y sucedió. Escucharles hablar de mí de esa forma provocó un estremecimiento de placer en mis entrañas. Debía reconocerlo, me había gustado que Mario dijera eso, que se refiriera a mí como a un objeto. ¿Pero qué clase de puta era yo?

Enfadada conmigo misma aparté la mirada, yendo a encontrarme con los comprensivos ojos de Yolanda, que no había parado de reactivar la circulación en mis venas frotando vigorosamente mis muñecas. Sin poder evitarlo, mis ojos se clavaron en sus tetazas, que se agitaban rítmicamente con las friegas. ¿Es que todo lo que me rodeaba era sexo?

No. Tenía que poner fin a aquello. Tenía que recuperar el control de mi vida.

- Gracias, Yoli – le dije tratando de sonreírle – Ya me encuentro mejor.

Sin decir nada, la chica interrumpió las friegas y, tras dirigirme una callada mirada de complicidad, se volvió hacia Jesús en busca de nuevas instrucciones. Los dos hombres habían tomado asiento en sendas sillas que había en la habitación y nos miraban mientras daban pequeños tragos a sus copas de coñac.

- Puedes volver a la sala, Yolanda – le dijo Jesús – A no ser que Mario quiera algo más.

Mario permaneció con los ojos clavados en la bella joven durante un segundo, hasta que, finalmente, en sus labios se dibujó una sonrisa perturbadoramente similar a las que Jesús solía esbozar. Me estremecí.

- Pues, si no te importa – dijo mi novio – Creo que me apetece que esta guapa joven me chupe un rato la polla.

Sin poder evitarlo, en mi rostro se dibujó una expresión de infinito asombro. No podía creer que mi solícito novio, el hombre más educado del mundo, hubiera dicho algo semejante.

- ¿Y por qué iba a importarme? Ya sabes cómo va esto – dijo simplemente Jesús.

Alucinada, observé cómo Yolanda, sin dudarlo un segundo, caminó hasta quedar justo frente a Mario, que la miraba sonriente. Mi novio, sin cortarse un pelo, se apoderó con su mano libre de las formidables tetazas de la chica y las amasó con evidente placer. Muda de asombro, mis ojos se desviaron hacia su entrepierna, constatando que su polla había empezado a despertar.

- Venga, zorra, chúpamela – dijo por fin mi novio.

- Sí, Mario – respondió ella arrodillándose entre los abiertos muslos del joven.

Desde mi posición en la cama, no podía ver directamente la mamada, pues quedaba justo a la espalda de Yolanda, pero, alucinada por lo que estaba sucediendo, no podía apartar la mirada de la escena. Mario se dio cuenta y me guiñó el ojo libidinosamente, mientras se recostaba en la silla para disfrutar la felación.

¿Quién era ese hombre que me miraba? No le conocía.

Entonces Jesús me devolvió a la realidad.

- ¿Y bien perrita? ¿Qué va a ser? – me dijo repentinamente.

Dando un respingo, me volví hacia él desconcertada. Aunque el corazón me iba a mil por hora, mi cerebro estaba casi al ralentí, no comprendía nada de lo que pasaba.

- ¿Qué? – dije sin saber qué más decir.

Anonadada, mi vista se desviaba alternativamente, posándose un instante en el rostro de mi Amo para a continuación ser atraída como un imán por la escenita de sexo que estaba produciéndose. Incrédula, observaba la nuca de Yolanda mientras su cabecita subía y bajaba en la entrepierna de mi novio, mientras ella seguía a cuatro patas en el suelo. Y tenía que reconocerlo. Me hubiera gustado ocupar su lugar.

- Digo que qué piensas hacer. ¿Te vas o te quedas? – insistió Jesús.

Por fin logré concentrarme lo suficiente para prestarle toda mi atención. Jesús tenía razón, había llegado el momento de elegir.

- No lo sé – respondí con sinceridad – No sé qué hacer.

- Te lo pondré más fácil – dijo el chico – Te expondré claramente cuales son tus opciones.

- De acuerdo – asentí.

- Bien. Opción número uno. Decides que todo esto es demasiado para ti. Has sobrepasado tú límite. Recoges tus cosas, te vistes y te vas. Puedes salir por la puerta que da al jardín, no es necesario que veas a nadie más. Rodeas la casa, coges tu coche y sales de nuestras vidas para siempre.

- Entiendo.

- No me malinterpretes. Sin rencores. Seguiremos viéndonos en clase de vez en cuando, aunque procuraré asistir sólo lo necesario para no incomodarte. Te aseguro que puedo aprobar tu asignatura sin problemas aun sin ir a clase. Obviamente, no querré saber nada más de ti, así que, si luego cambias de opinión, tendrás que aguantarte. Pero eso sí, te juro que nadie se enterará jamás de lo que ha pasado entre nosotros, no te preocupes, no te encontrarás tus vídeos colgados en Internet ni nada. Lo borraré todo.

- Te lo agradezco – dije sintiéndome más tranquila al comprender que, si quería, me quedaba una salida digna de todo aquello.

- Por supuesto, tu relación con Mario acabará. Mañana mismo enviaríamos a alguien a recoger sus cosas de tu casa. Él ya es uno de los nuestros.

- ¿De los nuestros? – exclamé, sintiendo renacer la ira en mi interior.

- Paciencia perrita. Déjame continuar.

- De acuerdo – concedí.

- Opción número dos. Te sometes. Te conviertes en mi esclava con todas sus consecuencias. Y habría dos consecuencias especialmente importantes.

- ¿Cuáles? – dije por decir algo.

- La primera, es que serías también esclava de Mario. Y la segunda, es que, una o dos veces al mes, cuando celebremos estas fiestas, serás usada también por todos los demás.

Sentía bullir la ira en mi interior. Menuda encerrona. Los últimos jirones de independencia ardían dentro de mí, deseaba mandarles a todos al carajo, largarme de allí echando leches y borrar todo aquel capítulo de mi vida como si todo hubiese sido un mal sueño. Pero, ¿podría tener una vida normal después de todo aquello?

- ¿Y no hay opción número tres? – dije, mientras el sonido de los chupetones que Yolanda propinaba a la polla de Mario amenazaba con volverme loca.

- Bueno, realmente no. O lo tomas o lo dejas. Ahora bien, si quieres podría hacerte una concesión.

- ¿Cuál?

- Podría contarte toda la verdad. Bueno, no es que te haya mentido en nada, pero es obvio que hay muchas cosas que no sabes.

Desvié la mirada hacia Mario, contemplando cómo disfrutaba de la mamada. Vaya si había cosas que ignoraba.

- Podría contártelo todo para que después puedas tomar una decisión. Durante estas semanas he disfrutado muchísimo contigo y creo que te mereces saberlo todo. No me malinterpretes, no es que piense que te deba algo, es sólo que… creo que te mereces una recompensa por haber sido tan buena perrita.

- Ya. Y una mierda – dije reuniendo los pocos arrestos que me quedaban – Eres tú el que está deseando contármelo. Te encanta alardear de cómo has sido más listo que yo, de cómo me has engañado y usado para que hiciera todo lo que te ha dado la gana…

Jesús sonrió mientras bebía de su copa.

- Ya te he dicho muchas veces que me conoces muy bien, perrita.

Mierda. Su sonrisa seguía haciendo que me temblasen las rodillas.

- Pero yo también te conozco – continuó – Y estoy seguro de que te mueres por saberlo todo…

Joder. Vaya si me conocía.

- ¿Y bien? ¿Qué decides?

Justo entonces Mario se puso en acción.

- Ostias, zorra, qué bien la comes. Para, que quiero correrme en tus tetas.

Obediente, Yolanda detuvo la felación y abandonó el nabo de mi novio, arrodillándose delante de él y sujetándose los melones con las manos, ofreciéndolos sumisamente al hombre. Éste, entusiasmado, se agarró la polla y la meneó con ganas, precipitando su orgasmo y dirigiendo hábilmente los espesos lechazos, que aterrizaron sobre la desnuda piel de la jovencita, mientras Mario literalmente rebuznaba de placer.

- ¡Toma puta, aquí tienes mi leche! ¿Te gusta sentir mi semen en tus tetazas?

- Sí Mario, me gusta. Gracias por regalarme tu leche.

Observé que no le llamaba Amo, sino que le tuteaba. ¿Por qué? Otra cosa que me moría por averiguar. Y tomé mi decisión.

- De acuerdo – dije – Tú ganas. Quiero saber todo lo que me has ocultado hasta hoy.

- Estupendo – dijo el sonriente Jesús, aunque estoy segura de que él ya sabía cual iba a ser mi respuesta.

- Pero quiero algo más – dije tratando de tener el control aunque fuese sólo un poquito.

- Dime – dijo Jesús un poquito sorprendido.

- Quiero saberlo todo. Quiero conocer tu historia desde el principio.

Su sonrisa se ensanchó. Mi petición le había complacido.

- Claro perrita. Aunque va a ser un relato largo.

- No importa, tenemos toda la noche – respondí algo más segura.

- Y si tú quieres… toda la vida – dijo él mirándome fijamente.

Maldito cabrón. Su mirada ardió en mis entrañas, haciéndome estremecer. Seguía siendo suya.

- Yolanda, trae otra botella de coñac. Edurne y yo vamos a quedarnos aquí un rato.

- Yo también me quedo – dijo Mario estirando voluptuosamente los músculos – Necesito un rato para recuperarme y también me gustaría oír cómo empezaste a follarte a tu madre. Está un rato buena.

- Está a tu disposición – dijo el chico.

- Lo sé. Dentro de un rato quizás. Aquí hay tantos hermosos coñitos que es difícil decidirse por uno.

- Tiempo tendrás de probarlos todos.

- Seguro que sí.

Mientras los dos chicos charlaban, Yolanda, con las tetas embadurnadas de semen, salió del cuarto en busca de la botella. Yo, sintiéndome un tanto rebelde, cubrí mi desnudez con una sábana y miré desafiante a Jesús, pero él no dijo nada para impedir que me tapara. El mensaje estaba claro, hasta que tomara mi decisión, yo era libre de hacer lo que me viniera en gana, no era su esclava, pero después…

- Bien perrita – dijo Jesús una vez que Yolanda hubo vuelto con la botella y marchado de nuevo – Empezaremos por el principio…



LA HISTORIA DE JESÚS:

- Tal y como me has pedido, voy a contarte mi historia desde el principio, para que conozcas un poco mi pasado y comprendas por qué soy como soy.

- De acuerdo. Es lo que quiero – asentí.

- Supongo que mi historia empieza en 2003…

- ¿2003? Si sólo tendrías… 11 años – dije sorprendida – Creí que empezaste con Esther a los 14… ¿Hasta en eso me mentiste?

- Tranquila, Edurne, vayamos por partes… Yo no te he mentido en nada. Déjame continuar.

- Disculpa – asentí echando un trago de coñac.

- Como bien dices, en 2003 yo era un crío de 11 años… Y no, antes de que digas nada, con esa edad no me dedicaba a perseguir chicas… Es sólo que siempre he pensado que fue entonces cuando empezó a forjarse mi manera de ser.

- ¿Entonces?

- Fue cuando murió mi madre.

Me quedé callada un momento, sin saber bien qué decir, como nos pasa a todos en circunstancias similares.

- Lo siento – susurré.

- Gracias. Pero no te preocupes. Fue hace mucho. Para ese entonces, llevaba ya 2 años divorciada de mi padre. Creo que el origen de mis problemas con él fue que, interiormente, le echaba la culpa a él del divorcio y de que mi madre ya no estuviera.

- Ya, y supongo que sería culpa de ambos, como suele pasar en estos casos – intervino Mario muy serio.

- Bueno… la verdad es que no. La culpa fue toda de ella.

- ¿En serio? – dije un poco sorprendida.

- ¡Oh, sí! Mamá era una golfa de cuidado.

El tono en que pronunció estas palabras me dejó helada. No es muy habitual que nadie hable así de su propia madre y menos si está muerta.

- No me mires con esa cara, Edurne, es la pura verdad. El matrimonio con mi padre fue de conveniencia. El capital de la empresa en que trabaja mi padre (y el de Yolanda) es extranjero y se trata de gente… muy tradicional. Un hombre soltero no puede aspirar a ascender en una empresa como esa, así que mi padre se arregló un matrimonio. No había mucho amor entre mis padres.

- Joder, es horrible – dije sin poder reprimirme.

- No te creas, no es tan raro – continuó Jesús – De hecho, su segundo matrimonio, con Esther, fue por idéntico motivo.

- Entiendo.

- Mamá provenía de una familia adinerada venida a menos y al casarse con mi padre dispuso de dinero para recuperar algo de su antiguo estilo de vida. Pero pronto eso dejó de ser suficiente para ella, así que empezó a buscarse amantes que satisficieran sus necesidades… y que pagaran sus caprichos.

- Parece sacado de una novela – dijo Mario.

- Te aseguro que es algo más común de lo que crees.

- No, si te creo – asintió mi novio.

- Pues bien. Cuando sus desmadres se hicieron demasiado notorios, hasta el punto de que empezó a perjudicar la reputación de mi padre, éste simplemente pidió el divorcio. Tenía pruebas más que sobradas de las infidelidades de mi madre, así que no le salió muy caro. Y mamá simplemente se largó sin mirar atrás.

- ¿No luchó por tu custodia? – exclamé anonadada.

- No. De hecho, hasta su muerte, sólo la vi 2 o 3 veces más.

- No te ofendas, pero tu madre era un poco… - dijo Mario.

- Un poco no. Era una puta con todas las letras – sentenció Jesús.

Mentalmente le di la razón.

- Aún así, un crío de11 años echaba de menos a su madre y culpaba a su padre de todo lo sucedido. Hasta que un día, harto de mis reproches, mi padre me contó con pelos y señales las infidelidades de mi madre, mostrándome incluso las fotos y vídeos que el detective que contrató para el divorcio había tomado. Fue un shock.

- Qué cruel – dije, sin poder evitar sentir lástima por aquel niño.

- Bueno, sí. Pero fue efectivo. Ya no volví a mencionar a mi madre. Aunque la relación con mi padre se agrió todavía más. Tardamos años en reconciliarnos.

- ¿Y cómo murió tu madre? – preguntó Mario.

Jesús sonrió entonces y me miró con intensidad, haciendo que mi boca se secara.

- Pues… murió como la puta que era.

Otra vez esa frialdad, ese odio… me estremecí bajo las sábanas y me arropé mejor.

- Un día iba chupándole la polla a uno de sus amantes mientras éste conducía. Se salieron de la carretera y se estrellaron, muriendo ambos en el acto. En la autopsia, le sacaron a mi madre la polla del muerto de la boca. Se la había arrancado de cuajo de un mordisco al estrellarse, supongo que por el impacto.

Atónitos, Mario y yo nos miramos el uno al otro un instante, para a continuación volver a clavar la mirada en el joven, mirándole en silencio unos segundos. Entonces se echó a reír.

- ¡Ja, ja, ja! Perrita, ya te he dicho que eres muy crédula… Pero no me esperaba que tú también lo fueras – dijo riendo dirigiéndose a Mario.

- Vete a la mierda – respondió éste enfurruñado, al comprender que habíamos sido víctimas de una broma macabra.

- Venga, que os he visto tan serios que no he podido evitar cachondearme. Es cierto que murió en accidente de coche y que iba con su novio… lo demás es inventado.

Jesús bebió de su coñac, todavía riendo. Pero sus ojos no reían, lo que me hizo preguntarme si estaría diciendo la verdad… o la habría dicho antes…

- Bueno, como decía, todos estos hechos dejaron a un chico de 11 años, huérfano de madre y con una relación muy poco cordial con su padre. Y entonces llegó Esther…

- ¿Se casaron enseguida?

- Fue un noviazgo muy corto, como te digo, otro matrimonio de conveniencia. A Esther la conocí como un mes antes de la boda, se casaron y de repente, me encontré con una madrastra.

- ¿Y eso fue en…?

- Primavera de 2006… Yo tenía 14 recién cumplidos…

- Ajá – asentí recordando que fue a esa edad cuando Jesús perdió la virginidad.

- Imaginaos el cuadro. Un adolescente en plena pubertad, de pronto empieza a compartir techo con una joven veinteañera, bellísima y con un padre con el que no se lleva bien y que casi no estaba en casa.

- Serías un volcán de hormonas – dijo Mario.

- Y tanto. Los primeros meses de convivencia con Esther fueron el periodo de mi vida en que más me la he machacado… fue un auténtico infierno.

- Ya – asintió Mario riendo – Te entiendo.

- Al principio, ella se mostraba algo distante conmigo, pero, poco a poco, cuando fue viendo que no me llevaba bien con mi padre, fue cogiendo más confianza. Era obvio que no estaba muy feliz con su matrimonio y, al comprender que yo era enemigo del hombre que la subyugaba, fue acercándose cada vez más a mí.

- Sigo sin comprender cómo se casó con tu padre si no le amaba. Creía que eso de las bodas concertadas era cosa del pasado.

- ¿En serio? – dijo Mario en tono burlón – Pregúntale a un japonés. A Kimiko, por ejemplo.

- Exacto. Mira, Edurne, tienes que comprender que, aun hoy en día, hay familias acaudaladas que educan a sus hijas para ser… damas. No tienen una carrera universitaria, pero sí una exquisita educación… Están entrenadas para ser la esposa del embajador, pero no saben hacer otra cosa. Mira a Isabel Preysler, por ejemplo.

- Entiendo – asentí.

- No es ninguna broma. Te aseguro que Esther sabría comportarse con exquisita corrección en una cena en la casa real, pero no sabes lo que le costó aprender a cocinar…

- Vale, vale, ya lo entiendo – repetí.

- Continúo. Como decía, me encontré de pronto con una guapa joven en la misma casa que yo y, aunque trataba de resistir mis impulsos, no podía evitar que los ojos se me fueran detrás de ella cada vez que pasaba por mi lado.

- Te comprendo. A mí me pasaba lo mismo con mi hermana – intervino Mario, dejándome boquiabierta.

- Pero no pasó absolutamente nada. Todo lo más, algunas pajas a escondidas e infernales noches en vela cuando mi padre estaba en casa y hacía uso de sus prerrogativas maritales. Escucharle resoplar en el cuarto de al lado, mientras me imaginaba lo que estaría haciéndole a Esther no mejoró mi relación con él precisamente.

- Y empezaste a hacer acercamientos con la infeliz esposa – intervino Mario en tono burlón.

- Te equivocas. Nada de eso. Era mi madrastra y yo luchaba tenazmente contra los impulsos sexuales que sentía al estar con ella. Yo deseaba de verdad que ella se convirtiera en mi madre.

Era lógico. Por mucha pubertad que estuviera atravesando no había que olvidar que Jesús era entonces un crío huérfano de madre y prácticamente de padre. Normal que quisiese tener una figura maternal.

- ¿Y qué pasó? – pregunté ansiosa por saber.

- ¿Recuerdas cómo hace unas semanas, en mi coche, te dije que no todas las mujeres son putas?

- Sí – respondí muy seria – Y también me dijiste que yo sí lo era.

- Exacto – dijo Jesús sonriendo satisfecho al comprobar que me acordaba – Pues bien. Ella también lo era.

Empecé a imaginarme lo que venía a continuación.

- Yo me esforzaba y me esforzaba en apartar de mi mente los pensamientos libidinosos que sentía por mi madrastra. Y poco a poco lo fui consiguiendo, especialmente gracias a Gloria.

- ¿A Gloria? – dije extrañada.

- Sí. Por ese entonces Gloria me pidió que saliéramos y claro, con una chica tan sexy, acepté sin pensármelo dos veces, aunque tenía fama de ser un tanto guarrilla.

- Y vaya si lo era.

- No te creas. Vaya si lo es ahora. Pero, a los 14, lo de Gloria era más bien apariencia. Era virgen, como yo, y, aunque había salido con un par de chicos antes que conmigo, no tenía mucha más experiencia.

Me reproché a mí misma el haber juzgado tan mal a Gloria. Mi experiencia como maestra me había obligado a enfrentarme en más de una ocasión a casos similares, en los que chicas adquirían fama de “guarras” y ellas lo aceptaban en un intento de integrarse y ser aceptadas, aunque, en realidad, tenían muy poca experiencia en materia de sexo.

- Salimos durante un tiempo y poco a poco empezamos a iniciarnos en el sexo.

- ¿Te la follaste? – dijo Mario con ese nuevo lenguaje soez que yo desconocía.

- No, no. Empezamos poco a poco, como todos los adolescentes. Primero nos besábamos, luego empezó a dejarme meterle mano bajo el jersey… Ya sabes. Tardé más de un mes en lograr que me la meneara. Fue en su casa, mientras estudiábamos en el dormitorio, con su padre en el salón viendo la tele… El morbo fue tremendo…

- Todo muy normal – dije para alentarle a continuar.

- Mi relación con Esther era cada días más estrecha. Ella era mi confidente y yo le contaba cómo me iban las cosas con Gloria; parecía sinceramente feliz de que todo me fuera bien con ella, se alegraba por mí, me daba consejos... nada escabroso, no penséis mal, en fin…

- Se comportaba como una madre…

- Exacto.

- Pues bien. Todo cambió en junio del 2006, pocos días antes del final de curso. Una mañana terminé las clases muy temprano. Como lo había aprobado todo, no tenía exámenes de recuperación que hacer, así que me encontré con que a la hora del recreo había terminado mis clases, por lo que, deseando mostrarle las buenas notas a Esther, me escabullí del centro y me fui a casa.

Instintivamente supe lo que venía a continuación.

- Llegué al piso, pero no vi a nadie, por lo que pensé que Esther estaría comprando. Cogí un refresco de la nevera y me dirigí a mi cuarto, para jugar un rato al ordenador hasta que volviera. Pero entonces, al entrar en el pasillo, escuché sonidos provenientes del cuarto de mis padres.

- Estaba follando con otro – dijo Mario de forma innecesaria.

- Así era – respondió el joven asintiendo con la cabeza – Cuando escuché los inconfundibles sonidos del sexo, mi libido se despertó y pensé en echar un disimulado vistazo, a ver si podía pillar a Esther follando con mi padre.

- Claro – dije – Tú pensabas que estaría con tu padre.

- Ni se me pasó por la imaginación que la dulce y encantadora Esther fuera capaz de hacer lo mismo que mi madre. Pero me equivocaba.

Ya no me extrañaba que Jesús sintiera ese velado desprecio por las mujeres y que su pasión fuera usarlas y dominarlas. Sus malas experiencias había tenido.

- Me asomé en silencio al cuarto y me quedé petrificado. Esther, completamente desnuda, cabalgaba enloquecida sobre el cuerpo de un muchacho al que reconocí enseguida. Era el hijo de la vecina, el de la puerta de al lado, un gañán maleducado que estaba siempre fumando porros en el parque que hay cerca de mi bloque.

- Sería un shock.

- Y tanto. Hasta me mareé como tú antes – dijo señalándome – Me agarré al marco de la puerta y observé la escena en silencio, decepcionado, amargado y excitado a partes iguales.

- ¿Te vieron?

- No. Estaban demasiado concentrados en lo que hacían. El niñato, estrujaba las tetas de Esther con ganas, pellizcándolas con dureza, pero aquello parecía encantarle a mi madrastra, que chillaba y le pedía que le diera más fuerte. Cuando se cansaron de la postura, se la folló de lado y luego Esther se puso a cuatro patas y el tipejo empezó a follársela por detrás, dándole vigorosos azotes en el culo hasta que se le puso como un tomate, mientras le gritaba una y otra vez que era una puta y le preguntaba si le gustaba.

- Y a ella le encantaba, ¿no? – dijo Mario.

- Y tanto.

- Y entonces fue cuando decidiste que te acostarías con ella – intervine.

- No, no olvides que mi experiencia era casi nula. No voy a negar que estaba excitadísimo por haber visto a mi madrastra follando, pero, aparte del shock y la sorpresa, tampoco era para tanto. Me sentía un poquito traicionado, pero tampoco era tan raro que Esther follara con otro, ya que la relación con mi padre era una pantomima. El enfado con ella vino después.

- No te entiendo – dije extrañada.

- Espera. Que enseguida llegamos. Como decía, el niñato aquel se la folló como quiso y mientras, como es lógico, aproveché para hacerles unas cuantas fotos a escondidas con la cámara digital que tenía en mi cuarto. Ya sabéis que me encanta hacerlo.

- ¿Por qué no usaste el móvil?

- Porque el que tenía entonces no tenía cámara.

- ¡Oh! – exclamé sintiéndome tonta – Claro.

- Me refugié en mi dormitorio y me masturbé furiosamente tras descargar las fotos en el ordenador, mientras la parejita terminaba con lo suyo. Escuché entonces que se dirigían al salón y no sé qué impulso me hizo salir detrás para espiarles. Quizás, si no lo hubiera hecho, mi vida habría sido muy distinta.

Aquellas palabras me intrigaron muchísimo, por lo que me incorporé en la cama, decidida a no perderme detalle de la narración.

- Los dos se habían sentado en el sofá, de espaldas a mí y bebían cerveza de la misma lata.

  • Qué buena estás cabrona – decía el niñato en ese preciso momento – Me están entrando ganas de follarte otra vez.
  • Mañana mejor, guapo. Ya es la una y mi “hijo” llega antes de las dos.
  • ¿Tu hijo? – dijo él, riendo - ¡Ah, el mariquita ese que anda siempre cargado de libros! No pasa nada, cuando venga le doy un par de ostias y le encierro en su cuarto.
  • Mejor no. No quiero que el cabrón de mi marido se entere de que ando follando por ahí con otros. A su anterior esposa le dio la patada por eso mismo y la dejó en la calle. No quiero que me pase lo mismo.
  • ¿”Follando con otros”?
  • A ver si te crees que eres la única polla que me meto – dijo Esther dejándome atónito.
  • Pero la mía es la mejor, ¿eh? Anda, chúpamela un poquito…
  • No seas imbécil. Ya te he dicho que Jesús volverá pronto.
  • ¿Y qué? Seguro que igual le apetece unirse y todo. Como necesitas tantas pollas…
  • ¿Ese? No sabría ni por donde meterla. Está más verde que una lechuga. Se ha echado una novia o no sé qué y anda por ahí con ella.
  • ¿El mariquita tiene novia?
  • Sí y me alegro. No veas el coñazo que era antes, siempre babeando detrás de mí como un perro. Pensaba que cualquier día iba a correrse en los pantalones simplemente por rozarle. Ahora ha espabilado un poco, pero seguro que se caga del susto si me pilla contigo.
  • Está hecho un mierda bueno, ¿eh?
  • ¿Y qué quieres? Con semejante padre…
Jesús nos miró unos segundos en silencio antes de continuar.

- Bueno, ya os imagináis lo que sigue, ¿no? La muy zorra empezó a contarle al niñato todas las intimidades que yo le había confiado, riéndose ambos a mi costa. No aguanté demasiado escuchando y pronto me largué de allí sin hacer ni un ruido, ardiendo de rabia en mi interior. Me sentí engañado y traicionado, pero completamente decidido a hacérselo pagar. Las confidencias que le había hecho… y mientras, aquella puta no había parado de reírse de mí a mis espaldas.

Le entendía. Un rato antes, yo me había sentido igual.

- Enojado, decidí llamar a mi padre y contárselo todo, pero entonces un flash estalló en mi cerebro y de pronto lo vi todo con claridad meridiana. Y fue entonces, Edurne, cuando decidí que me acostaría con ella.

Yo asentí en silencio.

- Mi mente empezó a trabajar a toda velocidad. Conocía el secreto de Esther, tenía pruebas de su infidelidad, ella no quería que mi padre se divorciara y sabía que lo haría si se enteraba… no tenía escapatoria.

- Desde luego que no la tenía – asentí.

- Entonces volviste a por ella y te la tiraste, ¿no? – dijo Mario tras rellenarse la copa.

- No. En ese momento no. Como os digo, mi mente pareció expandirse en aquel instante. Tratando de serenarme, me fui al parque a sentarme en un banco y dediqué un buen rato a hacer planes. Poco a poco, el sentimiento de enojo fue desapareciendo, siendo sustituido por una especie de júbilo al irse dibujando en mi cabeza las líneas maestras del plan que me llevaría a follarme a Esther. No pasaba nada, yo había querido que aquella mujer se convirtiera en mi madre, pero ella me había traicionado. Bien, pues entonces se convertiría en mi puta…

No pude evitar estremecerme bajo las sábanas. Yo era su puta también…

- Esperé en el parque casi una hora, serenándome, aunque seguía muy excitado. Cuando estuve listo, regresé a casa y me comporté con absoluta normalidad con Esther, exactamente como hacía ella. Llegué incluso a decirle que estaba muy guapa, mientras interiormente pensaba que era normal, pues estaba recién follada. Almorzamos tranquilamente, conversando como hacíamos todos los días; mientras, yo estaba cada vez más excitado, pensando en las mil y una formas en que iba a follármela.

- ¿Y lo hiciste? – dijo Mario, al parecer deseoso de que el protagonista de la historia se zumbara a la princesa ya de una vez.

- Unos días después. Ahora llego a eso. Me pasé el resto de la semana recopilando nuevas pruebas de las infidelidades de Esther. Como alumno modelo, no me costó mucho colar un justificante para escaquearme de unas cuantas clases, por lo que todos los días regresaba a casa antes de lo habitual y así pude constatar que Esther había mentido, pues sólo tenía un amante, el niñato descerebrado; pero éste la visitaba a diario, así que pronto me encontré con una buena cantidad de material audiovisual en mi ordenador.

- ¿No se enteraron de nada? – pregunté.

- Fui muy discreto.

- ¿Y para qué querías tantas fotos?

- Quería tener bastante material para abrumarla con la amenaza de decírselo a mi padre. Pero también he de reconocer que me excitaba espiarles mientras follaban. Y aprendía…

- Más pajas a escondidas, ¿eh? – dijo Mario.

- Sí. Pero no tantas como antes. No te olvides de Gloria…

Tragué saliva en silencio, cautivada por el relato.

- La pequeña Gloria pagó el pato de mi permanente estado de excitación. La misma tarde en que descubrí lo de Esther, me cité con ella para ir al cine. Ella no quería, pues tenía que estudiar pues estaban a punto de suspenderle un par de materias, pero yo le prometí que la ayudaría a estudiar. Fuimos a ver una puta mierda titulada “Ultravioleta”, que aunque mala de cojones, recordaré siempre con cariño, pues Gloria me la chupó por primera vez mientras la veíamos.

- ¿En el cine?

- Y con gente cerca – continuó Jesús – Ella no quería, pero yo prácticamente la obligué. Le dije que si no lo hacía cortaríamos, que no querría saber nada más de ella… todo lo que se me ocurrió. Hasta que, finalmente, me puse duro y se lo ordené… y ella me obedeció.

No me extrañaba.

- Fue genial, que me la chupara allí en medio de la sala tuvo un morbo increíble. No había mucha gente, 15 o 20 personas todo lo más, pero la pareja que estaba en nuestra misma fila lo vio todo… y lo disfrutó.

- Tendré que probar eso – dijo Mario.

- Te lo recomiendo. Y cuando me corrí… Uffff… Qué delicia. La agarré por el cuello y la obligué a tragárselo todo… Qué maravilla, sentir cómo mi leche se derramaba en su boca mientras ella se afanaba por escapar de mí… y mientras, no dejaba de imaginar que era la boca de Esther la que me la estaba chupando…

Jesús hizo una pausa para echar un trago de coñac, vaciando su copa. Antes de que se lo pidieran, Mario volvió a rellenársela.

- Tras aquello se cabreó muchísimo y se largó a su casa. Pensé que lo nuestro se había acabado y la verdad es que me importó una mierda. Pero, al día siguiente, una Gloria muy sumisa se acercó temblorosa a mí y me pidió disculpas por haberme dejado tirado. Me dejó de piedra: ¡ELLA ME PEDÍA DISCULPAS A MÍ POR HABERLA OBLIGADO A TRAGARSE MI CORRIDA EN EL CINE!!

- Fliparías en colores.

- Y tanto. Pero imaginé el infinito abanico de posibilidades que se abría ante mí… y me puse muy contento.

No pude evitar ponerme en la piel de Gloria y tuve que reconocer que, muy probablemente, yo habría actuado como ella.

- La pobre me preguntó si querría ir a ayudarla para preparar los exámenes como le había prometido y claro, dije que sí. Me largué a casa durante el recreo y volví a fotografiar a Esther con el vecino y por la tarde… mamada en casa de Gloria. Iba cogiéndole gusto al asunto.

- Qué envidia – dijo Mario.

- ¿Por qué? Si te apetece, llámala y que venga a chupártela. Eso sí, si está complaciendo a uno de los otros, tendrás que esperar turno…

Me encogí bajo las sábanas. Si no me largaba de allí, ese era el futuro que me esperaba. Pero, ¿quería largarme realmente?

- Las sesiones con Gloria durante esos días me hicieron ganar aplomo, así que decidí empezar con Esther aquel mismo fin de semana. Mi padre iba a estar fuera, así que era la ocasión perfecta.

Sin darme cuenta, me incorporé un poco en la cama, con los cinco sentidos pendientes de las palabras de Jesús.

- Dejé que el día transcurriera tranquilo y, tras la cena, le dije a Esther si le apetecía ver una película. Me preguntó que cual y yo le dije que era una sorpresa.

- Y menuda sorpresa – intervino Mario.

- Ni te lo imaginas. Todavía tengo grabada en la memoria la imagen de la cara que puso cuando pulsé el play del DVD que había grabado en mi ordenador. Cuando en la tele apareció ella, follando como loca con el vecino, abrió tanto la boca que casi se le desencaja la mandíbula; los ojos parecían ir a salírsele de las órbitas y durante un minuto no supo ni cómo reaccionar.

  • Buena peli, ¿eh? – le dije.
 
Capítulo 36: Terminando el puzzle:




(Estamos llegando al final, quedan 3-4 capítulos máximo, espero que os haya gustado)

He leído que algunas personas, cuando han estado cerca de la muerte, han experimentado experiencias extra corpóreas, en las que veían su propio cuerpo desde fuera.

Me lo creo. En aquel instante me pasó a mí.

No estoy diciendo que el shock de descubrir que mi misterioso amante era mi propio novio fuera a matarme, sino que la sensación de irrealidad que me embargó era tan intensa que me parecía estar contemplándolo todo desde lejos, como si no fuera yo la que estuviera a horcajadas sobre Mario, con su polla aún enterrada en las entrañas, mientras mi Amo, divertido, filmaba toda la escena.

No, esa no era yo. Aquello era un sueño, eso es, una terrible pesadilla de la que no tardaría en despertar. No era posible, no podía ser que todo aquello en lo que creía, mis vivencias personales, todo lo que había experimentado la últimas semanas, fueran una tremenda mentira. Yo era la que engañaba a su novio, yo era la depravada, la que disfrutaba obedeciendo los más insignificantes caprichos de su amante… ¿verdad?

- ¿Estás bien perrita? Te has puesto pálida.

La voz de Jesús me llegó muy lejana, como si no estuviera a un metro escaso de mí. Aturdida, volví a mirar al hombre sobre el que estaba montada y acerqué una temblorosa mano a su rostro, rozándolo con las yemas de los dedos, para asegurarme de que estaba allí, de que era real.

Entonces me di cuenta de que Mario, como quien no quiere la cosa, no había dejado de juguetear con los dedos en uno de mis pezones, pellizcándolo con ganas, pero el cuerpo se me había quedado insensible, por lo que ni lo había notado.

De igual forma ya no notaba su polla en mi interior. Igual podía haber estado sentada sobre una nube. No sentía nada. Fue entonces cuando la cabeza empezó a darme vueltas, mareada. Cuando quise darme cuenta, las fuerzas me habían abandonado y estuve a punto de desmayarme sobre Mario.

- Espera, acostémosla – dijo Jesús dejando de nuevo la cámara sobre la mesilla – La impresión ha sido mucho para ella.

Ayudada por los dos hombres, me tumbé desmadejada sobre el colchón, justo donde Mario había estado instantes antes. Como en un sueño, miré a mi alrededor, viendo como los dos hombres me observaban en silencio, de pie junto a la cama, con sus sudorosos cuerpos desnudos semejando estatuas griegas.

Con las fuerzas justas para mover los ojos, contemplé cómo Jesús caminaba hasta la puerta que comunicaba con el salón y la abría, asomándose y diciendo algo que no entendí.

Enseguida regresó al cuarto, dejando la puerta abierta, hasta que, segundos después, penetró en el cuarto Yolanda, portando una bandeja con una botella y copas que dejó sobre la mesita de noche. La joven iba desnuda de cintura para arriba, pues se había bajado (o le habían bajado) su hermoso vestido de noche hasta dejarlo enrollado en su cintura.

A la tenue luz de la lámpara, pude ver cómo los dos diminutos piercings que demostraban su pertenencia a Jesús brillaban en sus pezones. Sus enormes pechos bamboleaban mientras la chica servía una buena dosis de coñac en una de las copas. Cuidadosamente, me acercó la copa a los labios y me ayudó a beber un buen trago.

El efecto fue milagroso. La ardiente bebida se derramó en mi interior y reactivó la circulación de la sangre en mis venas. Enseguida noté cómo la vida regresaba a mí y un agradable calorcillo se extendió por todo mi cuerpo.

Yolanda, solícita, empezó a masajearme las muñecas en cuanto me hube recuperado lo suficiente como para sostener la copa yo sola.

Y en cuanto me encontré mejor… llegó la ira.

Con un creciente enfado brotando en mi interior, clavé la mirada en los dos hombres que me habían engañado, mientras ellos charlaban tranquilamente entre si, sin prestarme la más mínima atención. Me sentí estafada, timada, usada, todo era mentira… recordé lo mucho que me había preocupado pensando en cómo afrontar el problema de Mario… y al final él sabía perfectamente que estaba engañándole con Jesús…

Sin poder evitarlo, mis ojos se desviaron hacia la entrepierna de los hombres, observando sus cansadas vergas, brillantes todavía por los jugos de mi interior en los que se habían bañado…

- No, no - me dije agitando la cabeza - ¿En qué estás pensando? ¡Te han mentido! ¡Te han utilizado! ¡TODO ERA MENTIRA!

Me obligué a mirar con odio a los dos hombres y justo entonces comprendí las palabras de Natalia de un rato antes, aunque a mí me pareciera que había sido años atrás: mi prueba final.

- Esta puta ya está llena – dijo de repente Mario señalando hacia mí con la cabeza – Mira cómo le sale leche del coño…

La sorpresa me paralizó. Escuchar a Mario decir algo semejante me desconcertaba por completo. Él no era así. ¿O no? Aturdida, miré hacia abajo y comprobé que, efectivamente, mi cuerpo había expulsado un buen pegote del semen mezclado de los dos hombres, manchando el colchón. Se me revolvió el estómago.

- No te preocupes – respondió Jesús mientras se servía una copa – Aún le cabe mucho más.

Y sucedió. Escucharles hablar de mí de esa forma provocó un estremecimiento de placer en mis entrañas. Debía reconocerlo, me había gustado que Mario dijera eso, que se refiriera a mí como a un objeto. ¿Pero qué clase de puta era yo?

Enfadada conmigo misma aparté la mirada, yendo a encontrarme con los comprensivos ojos de Yolanda, que no había parado de reactivar la circulación en mis venas frotando vigorosamente mis muñecas. Sin poder evitarlo, mis ojos se clavaron en sus tetazas, que se agitaban rítmicamente con las friegas. ¿Es que todo lo que me rodeaba era sexo?

No. Tenía que poner fin a aquello. Tenía que recuperar el control de mi vida.

- Gracias, Yoli – le dije tratando de sonreírle – Ya me encuentro mejor.

Sin decir nada, la chica interrumpió las friegas y, tras dirigirme una callada mirada de complicidad, se volvió hacia Jesús en busca de nuevas instrucciones. Los dos hombres habían tomado asiento en sendas sillas que había en la habitación y nos miraban mientras daban pequeños tragos a sus copas de coñac.

- Puedes volver a la sala, Yolanda – le dijo Jesús – A no ser que Mario quiera algo más.

Mario permaneció con los ojos clavados en la bella joven durante un segundo, hasta que, finalmente, en sus labios se dibujó una sonrisa perturbadoramente similar a las que Jesús solía esbozar. Me estremecí.

- Pues, si no te importa – dijo mi novio – Creo que me apetece que esta guapa joven me chupe un rato la polla.

Sin poder evitarlo, en mi rostro se dibujó una expresión de infinito asombro. No podía creer que mi solícito novio, el hombre más educado del mundo, hubiera dicho algo semejante.

- ¿Y por qué iba a importarme? Ya sabes cómo va esto – dijo simplemente Jesús.

Alucinada, observé cómo Yolanda, sin dudarlo un segundo, caminó hasta quedar justo frente a Mario, que la miraba sonriente. Mi novio, sin cortarse un pelo, se apoderó con su mano libre de las formidables tetazas de la chica y las amasó con evidente placer. Muda de asombro, mis ojos se desviaron hacia su entrepierna, constatando que su polla había empezado a despertar.

- Venga, zorra, chúpamela – dijo por fin mi novio.

- Sí, Mario – respondió ella arrodillándose entre los abiertos muslos del joven.

Desde mi posición en la cama, no podía ver directamente la mamada, pues quedaba justo a la espalda de Yolanda, pero, alucinada por lo que estaba sucediendo, no podía apartar la mirada de la escena. Mario se dio cuenta y me guiñó el ojo libidinosamente, mientras se recostaba en la silla para disfrutar la felación.

¿Quién era ese hombre que me miraba? No le conocía.

Entonces Jesús me devolvió a la realidad.

- ¿Y bien perrita? ¿Qué va a ser? – me dijo repentinamente.

Dando un respingo, me volví hacia él desconcertada. Aunque el corazón me iba a mil por hora, mi cerebro estaba casi al ralentí, no comprendía nada de lo que pasaba.

- ¿Qué? – dije sin saber qué más decir.

Anonadada, mi vista se desviaba alternativamente, posándose un instante en el rostro de mi Amo para a continuación ser atraída como un imán por la escenita de sexo que estaba produciéndose. Incrédula, observaba la nuca de Yolanda mientras su cabecita subía y bajaba en la entrepierna de mi novio, mientras ella seguía a cuatro patas en el suelo. Y tenía que reconocerlo. Me hubiera gustado ocupar su lugar.

- Digo que qué piensas hacer. ¿Te vas o te quedas? – insistió Jesús.

Por fin logré concentrarme lo suficiente para prestarle toda mi atención. Jesús tenía razón, había llegado el momento de elegir.

- No lo sé – respondí con sinceridad – No sé qué hacer.

- Te lo pondré más fácil – dijo el chico – Te expondré claramente cuales son tus opciones.

- De acuerdo – asentí.

- Bien. Opción número uno. Decides que todo esto es demasiado para ti. Has sobrepasado tú límite. Recoges tus cosas, te vistes y te vas. Puedes salir por la puerta que da al jardín, no es necesario que veas a nadie más. Rodeas la casa, coges tu coche y sales de nuestras vidas para siempre.

- Entiendo.

- No me malinterpretes. Sin rencores. Seguiremos viéndonos en clase de vez en cuando, aunque procuraré asistir sólo lo necesario para no incomodarte. Te aseguro que puedo aprobar tu asignatura sin problemas aun sin ir a clase. Obviamente, no querré saber nada más de ti, así que, si luego cambias de opinión, tendrás que aguantarte. Pero eso sí, te juro que nadie se enterará jamás de lo que ha pasado entre nosotros, no te preocupes, no te encontrarás tus vídeos colgados en Internet ni nada. Lo borraré todo.

- Te lo agradezco – dije sintiéndome más tranquila al comprender que, si quería, me quedaba una salida digna de todo aquello.

- Por supuesto, tu relación con Mario acabará. Mañana mismo enviaríamos a alguien a recoger sus cosas de tu casa. Él ya es uno de los nuestros.

- ¿De los nuestros? – exclamé, sintiendo renacer la ira en mi interior.

- Paciencia perrita. Déjame continuar.

- De acuerdo – concedí.

- Opción número dos. Te sometes. Te conviertes en mi esclava con todas sus consecuencias. Y habría dos consecuencias especialmente importantes.

- ¿Cuáles? – dije por decir algo.

- La primera, es que serías también esclava de Mario. Y la segunda, es que, una o dos veces al mes, cuando celebremos estas fiestas, serás usada también por todos los demás.

Sentía bullir la ira en mi interior. Menuda encerrona. Los últimos jirones de independencia ardían dentro de mí, deseaba mandarles a todos al carajo, largarme de allí echando leches y borrar todo aquel capítulo de mi vida como si todo hubiese sido un mal sueño. Pero, ¿podría tener una vida normal después de todo aquello?

- ¿Y no hay opción número tres? – dije, mientras el sonido de los chupetones que Yolanda propinaba a la polla de Mario amenazaba con volverme loca.

- Bueno, realmente no. O lo tomas o lo dejas. Ahora bien, si quieres podría hacerte una concesión.

- ¿Cuál?

- Podría contarte toda la verdad. Bueno, no es que te haya mentido en nada, pero es obvio que hay muchas cosas que no sabes.

Desvié la mirada hacia Mario, contemplando cómo disfrutaba de la mamada. Vaya si había cosas que ignoraba.

- Podría contártelo todo para que después puedas tomar una decisión. Durante estas semanas he disfrutado muchísimo contigo y creo que te mereces saberlo todo. No me malinterpretes, no es que piense que te deba algo, es sólo que… creo que te mereces una recompensa por haber sido tan buena perrita.

- Ya. Y una mierda – dije reuniendo los pocos arrestos que me quedaban – Eres tú el que está deseando contármelo. Te encanta alardear de cómo has sido más listo que yo, de cómo me has engañado y usado para que hiciera todo lo que te ha dado la gana…

Jesús sonrió mientras bebía de su copa.

- Ya te he dicho muchas veces que me conoces muy bien, perrita.

Mierda. Su sonrisa seguía haciendo que me temblasen las rodillas.

- Pero yo también te conozco – continuó – Y estoy seguro de que te mueres por saberlo todo…

Joder. Vaya si me conocía.

- ¿Y bien? ¿Qué decides?

Justo entonces Mario se puso en acción.

- Ostias, zorra, qué bien la comes. Para, que quiero correrme en tus tetas.

Obediente, Yolanda detuvo la felación y abandonó el nabo de mi novio, arrodillándose delante de él y sujetándose los melones con las manos, ofreciéndolos sumisamente al hombre. Éste, entusiasmado, se agarró la polla y la meneó con ganas, precipitando su orgasmo y dirigiendo hábilmente los espesos lechazos, que aterrizaron sobre la desnuda piel de la jovencita, mientras Mario literalmente rebuznaba de placer.

- ¡Toma puta, aquí tienes mi leche! ¿Te gusta sentir mi semen en tus tetazas?

- Sí Mario, me gusta. Gracias por regalarme tu leche.

Observé que no le llamaba Amo, sino que le tuteaba. ¿Por qué? Otra cosa que me moría por averiguar. Y tomé mi decisión.

- De acuerdo – dije – Tú ganas. Quiero saber todo lo que me has ocultado hasta hoy.

- Estupendo – dijo el sonriente Jesús, aunque estoy segura de que él ya sabía cual iba a ser mi respuesta.

- Pero quiero algo más – dije tratando de tener el control aunque fuese sólo un poquito.

- Dime – dijo Jesús un poquito sorprendido.

- Quiero saberlo todo. Quiero conocer tu historia desde el principio.

Su sonrisa se ensanchó. Mi petición le había complacido.

- Claro perrita. Aunque va a ser un relato largo.

- No importa, tenemos toda la noche – respondí algo más segura.

- Y si tú quieres… toda la vida – dijo él mirándome fijamente.

Maldito cabrón. Su mirada ardió en mis entrañas, haciéndome estremecer. Seguía siendo suya.

- Yolanda, trae otra botella de coñac. Edurne y yo vamos a quedarnos aquí un rato.

- Yo también me quedo – dijo Mario estirando voluptuosamente los músculos – Necesito un rato para recuperarme y también me gustaría oír cómo empezaste a follarte a tu madre. Está un rato buena.

- Está a tu disposición – dijo el chico.

- Lo sé. Dentro de un rato quizás. Aquí hay tantos hermosos coñitos que es difícil decidirse por uno.

- Tiempo tendrás de probarlos todos.

- Seguro que sí.

Mientras los dos chicos charlaban, Yolanda, con las tetas embadurnadas de semen, salió del cuarto en busca de la botella. Yo, sintiéndome un tanto rebelde, cubrí mi desnudez con una sábana y miré desafiante a Jesús, pero él no dijo nada para impedir que me tapara. El mensaje estaba claro, hasta que tomara mi decisión, yo era libre de hacer lo que me viniera en gana, no era su esclava, pero después…

- Bien perrita – dijo Jesús una vez que Yolanda hubo vuelto con la botella y marchado de nuevo – Empezaremos por el principio…



LA HISTORIA DE JESÚS:

- Tal y como me has pedido, voy a contarte mi historia desde el principio, para que conozcas un poco mi pasado y comprendas por qué soy como soy.

- De acuerdo. Es lo que quiero – asentí.

- Supongo que mi historia empieza en 2003…

- ¿2003? Si sólo tendrías… 11 años – dije sorprendida – Creí que empezaste con Esther a los 14… ¿Hasta en eso me mentiste?

- Tranquila, Edurne, vayamos por partes… Yo no te he mentido en nada. Déjame continuar.

- Disculpa – asentí echando un trago de coñac.

- Como bien dices, en 2003 yo era un crío de 11 años… Y no, antes de que digas nada, con esa edad no me dedicaba a perseguir chicas… Es sólo que siempre he pensado que fue entonces cuando empezó a forjarse mi manera de ser.

- ¿Entonces?

- Fue cuando murió mi madre.

Me quedé callada un momento, sin saber bien qué decir, como nos pasa a todos en circunstancias similares.

- Lo siento – susurré.

- Gracias. Pero no te preocupes. Fue hace mucho. Para ese entonces, llevaba ya 2 años divorciada de mi padre. Creo que el origen de mis problemas con él fue que, interiormente, le echaba la culpa a él del divorcio y de que mi madre ya no estuviera.

- Ya, y supongo que sería culpa de ambos, como suele pasar en estos casos – intervino Mario muy serio.

- Bueno… la verdad es que no. La culpa fue toda de ella.

- ¿En serio? – dije un poco sorprendida.

- ¡Oh, sí! Mamá era una golfa de cuidado.

El tono en que pronunció estas palabras me dejó helada. No es muy habitual que nadie hable así de su propia madre y menos si está muerta.

- No me mires con esa cara, Edurne, es la pura verdad. El matrimonio con mi padre fue de conveniencia. El capital de la empresa en que trabaja mi padre (y el de Yolanda) es extranjero y se trata de gente… muy tradicional. Un hombre soltero no puede aspirar a ascender en una empresa como esa, así que mi padre se arregló un matrimonio. No había mucho amor entre mis padres.

- Joder, es horrible – dije sin poder reprimirme.

- No te creas, no es tan raro – continuó Jesús – De hecho, su segundo matrimonio, con Esther, fue por idéntico motivo.

- Entiendo.

- Mamá provenía de una familia adinerada venida a menos y al casarse con mi padre dispuso de dinero para recuperar algo de su antiguo estilo de vida. Pero pronto eso dejó de ser suficiente para ella, así que empezó a buscarse amantes que satisficieran sus necesidades… y que pagaran sus caprichos.

- Parece sacado de una novela – dijo Mario.

- Te aseguro que es algo más común de lo que crees.

- No, si te creo – asintió mi novio.

- Pues bien. Cuando sus desmadres se hicieron demasiado notorios, hasta el punto de que empezó a perjudicar la reputación de mi padre, éste simplemente pidió el divorcio. Tenía pruebas más que sobradas de las infidelidades de mi madre, así que no le salió muy caro. Y mamá simplemente se largó sin mirar atrás.

- ¿No luchó por tu custodia? – exclamé anonadada.

- No. De hecho, hasta su muerte, sólo la vi 2 o 3 veces más.

- No te ofendas, pero tu madre era un poco… - dijo Mario.

- Un poco no. Era una puta con todas las letras – sentenció Jesús.

Mentalmente le di la razón.

- Aún así, un crío de11 años echaba de menos a su madre y culpaba a su padre de todo lo sucedido. Hasta que un día, harto de mis reproches, mi padre me contó con pelos y señales las infidelidades de mi madre, mostrándome incluso las fotos y vídeos que el detective que contrató para el divorcio había tomado. Fue un shock.

- Qué cruel – dije, sin poder evitar sentir lástima por aquel niño.

- Bueno, sí. Pero fue efectivo. Ya no volví a mencionar a mi madre. Aunque la relación con mi padre se agrió todavía más. Tardamos años en reconciliarnos.

- ¿Y cómo murió tu madre? – preguntó Mario.

Jesús sonrió entonces y me miró con intensidad, haciendo que mi boca se secara.

- Pues… murió como la puta que era.

Otra vez esa frialdad, ese odio… me estremecí bajo las sábanas y me arropé mejor.

- Un día iba chupándole la polla a uno de sus amantes mientras éste conducía. Se salieron de la carretera y se estrellaron, muriendo ambos en el acto. En la autopsia, le sacaron a mi madre la polla del muerto de la boca. Se la había arrancado de cuajo de un mordisco al estrellarse, supongo que por el impacto.

Atónitos, Mario y yo nos miramos el uno al otro un instante, para a continuación volver a clavar la mirada en el joven, mirándole en silencio unos segundos. Entonces se echó a reír.

- ¡Ja, ja, ja! Perrita, ya te he dicho que eres muy crédula… Pero no me esperaba que tú también lo fueras – dijo riendo dirigiéndose a Mario.

- Vete a la mierda – respondió éste enfurruñado, al comprender que habíamos sido víctimas de una broma macabra.

- Venga, que os he visto tan serios que no he podido evitar cachondearme. Es cierto que murió en accidente de coche y que iba con su novio… lo demás es inventado.

Jesús bebió de su coñac, todavía riendo. Pero sus ojos no reían, lo que me hizo preguntarme si estaría diciendo la verdad… o la habría dicho antes…

- Bueno, como decía, todos estos hechos dejaron a un chico de 11 años, huérfano de madre y con una relación muy poco cordial con su padre. Y entonces llegó Esther…

- ¿Se casaron enseguida?

- Fue un noviazgo muy corto, como te digo, otro matrimonio de conveniencia. A Esther la conocí como un mes antes de la boda, se casaron y de repente, me encontré con una madrastra.

- ¿Y eso fue en…?

- Primavera de 2006… Yo tenía 14 recién cumplidos…

- Ajá – asentí recordando que fue a esa edad cuando Jesús perdió la virginidad.

- Imaginaos el cuadro. Un adolescente en plena pubertad, de pronto empieza a compartir techo con una joven veinteañera, bellísima y con un padre con el que no se lleva bien y que casi no estaba en casa.

- Serías un volcán de hormonas – dijo Mario.

- Y tanto. Los primeros meses de convivencia con Esther fueron el periodo de mi vida en que más me la he machacado… fue un auténtico infierno.

- Ya – asintió Mario riendo – Te entiendo.

- Al principio, ella se mostraba algo distante conmigo, pero, poco a poco, cuando fue viendo que no me llevaba bien con mi padre, fue cogiendo más confianza. Era obvio que no estaba muy feliz con su matrimonio y, al comprender que yo era enemigo del hombre que la subyugaba, fue acercándose cada vez más a mí.

- Sigo sin comprender cómo se casó con tu padre si no le amaba. Creía que eso de las bodas concertadas era cosa del pasado.

- ¿En serio? – dijo Mario en tono burlón – Pregúntale a un japonés. A Kimiko, por ejemplo.

- Exacto. Mira, Edurne, tienes que comprender que, aun hoy en día, hay familias acaudaladas que educan a sus hijas para ser… damas. No tienen una carrera universitaria, pero sí una exquisita educación… Están entrenadas para ser la esposa del embajador, pero no saben hacer otra cosa. Mira a Isabel Preysler, por ejemplo.

- Entiendo – asentí.

- No es ninguna broma. Te aseguro que Esther sabría comportarse con exquisita corrección en una cena en la casa real, pero no sabes lo que le costó aprender a cocinar…

- Vale, vale, ya lo entiendo – repetí.

- Continúo. Como decía, me encontré de pronto con una guapa joven en la misma casa que yo y, aunque trataba de resistir mis impulsos, no podía evitar que los ojos se me fueran detrás de ella cada vez que pasaba por mi lado.

- Te comprendo. A mí me pasaba lo mismo con mi hermana – intervino Mario, dejándome boquiabierta.

- Pero no pasó absolutamente nada. Todo lo más, algunas pajas a escondidas e infernales noches en vela cuando mi padre estaba en casa y hacía uso de sus prerrogativas maritales. Escucharle resoplar en el cuarto de al lado, mientras me imaginaba lo que estaría haciéndole a Esther no mejoró mi relación con él precisamente.

- Y empezaste a hacer acercamientos con la infeliz esposa – intervino Mario en tono burlón.

- Te equivocas. Nada de eso. Era mi madrastra y yo luchaba tenazmente contra los impulsos sexuales que sentía al estar con ella. Yo deseaba de verdad que ella se convirtiera en mi madre.

Era lógico. Por mucha pubertad que estuviera atravesando no había que olvidar que Jesús era entonces un crío huérfano de madre y prácticamente de padre. Normal que quisiese tener una figura maternal.

- ¿Y qué pasó? – pregunté ansiosa por saber.

- ¿Recuerdas cómo hace unas semanas, en mi coche, te dije que no todas las mujeres son putas?

- Sí – respondí muy seria – Y también me dijiste que yo sí lo era.

- Exacto – dijo Jesús sonriendo satisfecho al comprobar que me acordaba – Pues bien. Ella también lo era.

Empecé a imaginarme lo que venía a continuación.

- Yo me esforzaba y me esforzaba en apartar de mi mente los pensamientos libidinosos que sentía por mi madrastra. Y poco a poco lo fui consiguiendo, especialmente gracias a Gloria.

- ¿A Gloria? – dije extrañada.

- Sí. Por ese entonces Gloria me pidió que saliéramos y claro, con una chica tan sexy, acepté sin pensármelo dos veces, aunque tenía fama de ser un tanto guarrilla.

- Y vaya si lo era.

- No te creas. Vaya si lo es ahora. Pero, a los 14, lo de Gloria era más bien apariencia. Era virgen, como yo, y, aunque había salido con un par de chicos antes que conmigo, no tenía mucha más experiencia.

Me reproché a mí misma el haber juzgado tan mal a Gloria. Mi experiencia como maestra me había obligado a enfrentarme en más de una ocasión a casos similares, en los que chicas adquirían fama de “guarras” y ellas lo aceptaban en un intento de integrarse y ser aceptadas, aunque, en realidad, tenían muy poca experiencia en materia de sexo.

- Salimos durante un tiempo y poco a poco empezamos a iniciarnos en el sexo.

- ¿Te la follaste? – dijo Mario con ese nuevo lenguaje soez que yo desconocía.

- No, no. Empezamos poco a poco, como todos los adolescentes. Primero nos besábamos, luego empezó a dejarme meterle mano bajo el jersey… Ya sabes. Tardé más de un mes en lograr que me la meneara. Fue en su casa, mientras estudiábamos en el dormitorio, con su padre en el salón viendo la tele… El morbo fue tremendo…

- Todo muy normal – dije para alentarle a continuar.

- Mi relación con Esther era cada días más estrecha. Ella era mi confidente y yo le contaba cómo me iban las cosas con Gloria; parecía sinceramente feliz de que todo me fuera bien con ella, se alegraba por mí, me daba consejos... nada escabroso, no penséis mal, en fin…

- Se comportaba como una madre…

- Exacto.

- Pues bien. Todo cambió en junio del 2006, pocos días antes del final de curso. Una mañana terminé las clases muy temprano. Como lo había aprobado todo, no tenía exámenes de recuperación que hacer, así que me encontré con que a la hora del recreo había terminado mis clases, por lo que, deseando mostrarle las buenas notas a Esther, me escabullí del centro y me fui a casa.

Instintivamente supe lo que venía a continuación.

- Llegué al piso, pero no vi a nadie, por lo que pensé que Esther estaría comprando. Cogí un refresco de la nevera y me dirigí a mi cuarto, para jugar un rato al ordenador hasta que volviera. Pero entonces, al entrar en el pasillo, escuché sonidos provenientes del cuarto de mis padres.

- Estaba follando con otro – dijo Mario de forma innecesaria.

- Así era – respondió el joven asintiendo con la cabeza – Cuando escuché los inconfundibles sonidos del sexo, mi libido se despertó y pensé en echar un disimulado vistazo, a ver si podía pillar a Esther follando con mi padre.

- Claro – dije – Tú pensabas que estaría con tu padre.

- Ni se me pasó por la imaginación que la dulce y encantadora Esther fuera capaz de hacer lo mismo que mi madre. Pero me equivocaba.

Ya no me extrañaba que Jesús sintiera ese velado desprecio por las mujeres y que su pasión fuera usarlas y dominarlas. Sus malas experiencias había tenido.

- Me asomé en silencio al cuarto y me quedé petrificado. Esther, completamente desnuda, cabalgaba enloquecida sobre el cuerpo de un muchacho al que reconocí enseguida. Era el hijo de la vecina, el de la puerta de al lado, un gañán maleducado que estaba siempre fumando porros en el parque que hay cerca de mi bloque.

- Sería un shock.

- Y tanto. Hasta me mareé como tú antes – dijo señalándome – Me agarré al marco de la puerta y observé la escena en silencio, decepcionado, amargado y excitado a partes iguales.

- ¿Te vieron?

- No. Estaban demasiado concentrados en lo que hacían. El niñato, estrujaba las tetas de Esther con ganas, pellizcándolas con dureza, pero aquello parecía encantarle a mi madrastra, que chillaba y le pedía que le diera más fuerte. Cuando se cansaron de la postura, se la folló de lado y luego Esther se puso a cuatro patas y el tipejo empezó a follársela por detrás, dándole vigorosos azotes en el culo hasta que se le puso como un tomate, mientras le gritaba una y otra vez que era una puta y le preguntaba si le gustaba.

- Y a ella le encantaba, ¿no? – dijo Mario.

- Y tanto.

- Y entonces fue cuando decidiste que te acostarías con ella – intervine.

- No, no olvides que mi experiencia era casi nula. No voy a negar que estaba excitadísimo por haber visto a mi madrastra follando, pero, aparte del shock y la sorpresa, tampoco era para tanto. Me sentía un poquito traicionado, pero tampoco era tan raro que Esther follara con otro, ya que la relación con mi padre era una pantomima. El enfado con ella vino después.

- No te entiendo – dije extrañada.

- Espera. Que enseguida llegamos. Como decía, el niñato aquel se la folló como quiso y mientras, como es lógico, aproveché para hacerles unas cuantas fotos a escondidas con la cámara digital que tenía en mi cuarto. Ya sabéis que me encanta hacerlo.

- ¿Por qué no usaste el móvil?

- Porque el que tenía entonces no tenía cámara.

- ¡Oh! – exclamé sintiéndome tonta – Claro.

- Me refugié en mi dormitorio y me masturbé furiosamente tras descargar las fotos en el ordenador, mientras la parejita terminaba con lo suyo. Escuché entonces que se dirigían al salón y no sé qué impulso me hizo salir detrás para espiarles. Quizás, si no lo hubiera hecho, mi vida habría sido muy distinta.

Aquellas palabras me intrigaron muchísimo, por lo que me incorporé en la cama, decidida a no perderme detalle de la narración.

- Los dos se habían sentado en el sofá, de espaldas a mí y bebían cerveza de la misma lata.

  • Qué buena estás cabrona – decía el niñato en ese preciso momento – Me están entrando ganas de follarte otra vez.
  • Mañana mejor, guapo. Ya es la una y mi “hijo” llega antes de las dos.
  • ¿Tu hijo? – dijo él, riendo - ¡Ah, el mariquita ese que anda siempre cargado de libros! No pasa nada, cuando venga le doy un par de ostias y le encierro en su cuarto.
  • Mejor no. No quiero que el cabrón de mi marido se entere de que ando follando por ahí con otros. A su anterior esposa le dio la patada por eso mismo y la dejó en la calle. No quiero que me pase lo mismo.
  • ¿”Follando con otros”?
  • A ver si te crees que eres la única polla que me meto – dijo Esther dejándome atónito.
  • Pero la mía es la mejor, ¿eh? Anda, chúpamela un poquito…
  • No seas imbécil. Ya te he dicho que Jesús volverá pronto.
  • ¿Y qué? Seguro que igual le apetece unirse y todo. Como necesitas tantas pollas…
  • ¿Ese? No sabría ni por donde meterla. Está más verde que una lechuga. Se ha echado una novia o no sé qué y anda por ahí con ella.
  • ¿El mariquita tiene novia?
  • Sí y me alegro. No veas el coñazo que era antes, siempre babeando detrás de mí como un perro. Pensaba que cualquier día iba a correrse en los pantalones simplemente por rozarle. Ahora ha espabilado un poco, pero seguro que se caga del susto si me pilla contigo.
  • Está hecho un mierda bueno, ¿eh?
  • ¿Y qué quieres? Con semejante padre…
Jesús nos miró unos segundos en silencio antes de continuar.

- Bueno, ya os imagináis lo que sigue, ¿no? La muy zorra empezó a contarle al niñato todas las intimidades que yo le había confiado, riéndose ambos a mi costa. No aguanté demasiado escuchando y pronto me largué de allí sin hacer ni un ruido, ardiendo de rabia en mi interior. Me sentí engañado y traicionado, pero completamente decidido a hacérselo pagar. Las confidencias que le había hecho… y mientras, aquella puta no había parado de reírse de mí a mis espaldas.

Le entendía. Un rato antes, yo me había sentido igual.

- Enojado, decidí llamar a mi padre y contárselo todo, pero entonces un flash estalló en mi cerebro y de pronto lo vi todo con claridad meridiana. Y fue entonces, Edurne, cuando decidí que me acostaría con ella.

Yo asentí en silencio.

- Mi mente empezó a trabajar a toda velocidad. Conocía el secreto de Esther, tenía pruebas de su infidelidad, ella no quería que mi padre se divorciara y sabía que lo haría si se enteraba… no tenía escapatoria.

- Desde luego que no la tenía – asentí.

- Entonces volviste a por ella y te la tiraste, ¿no? – dijo Mario tras rellenarse la copa.

- No. En ese momento no. Como os digo, mi mente pareció expandirse en aquel instante. Tratando de serenarme, me fui al parque a sentarme en un banco y dediqué un buen rato a hacer planes. Poco a poco, el sentimiento de enojo fue desapareciendo, siendo sustituido por una especie de júbilo al irse dibujando en mi cabeza las líneas maestras del plan que me llevaría a follarme a Esther. No pasaba nada, yo había querido que aquella mujer se convirtiera en mi madre, pero ella me había traicionado. Bien, pues entonces se convertiría en mi puta…

No pude evitar estremecerme bajo las sábanas. Yo era su puta también…

- Esperé en el parque casi una hora, serenándome, aunque seguía muy excitado. Cuando estuve listo, regresé a casa y me comporté con absoluta normalidad con Esther, exactamente como hacía ella. Llegué incluso a decirle que estaba muy guapa, mientras interiormente pensaba que era normal, pues estaba recién follada. Almorzamos tranquilamente, conversando como hacíamos todos los días; mientras, yo estaba cada vez más excitado, pensando en las mil y una formas en que iba a follármela.

- ¿Y lo hiciste? – dijo Mario, al parecer deseoso de que el protagonista de la historia se zumbara a la princesa ya de una vez.

- Unos días después. Ahora llego a eso. Me pasé el resto de la semana recopilando nuevas pruebas de las infidelidades de Esther. Como alumno modelo, no me costó mucho colar un justificante para escaquearme de unas cuantas clases, por lo que todos los días regresaba a casa antes de lo habitual y así pude constatar que Esther había mentido, pues sólo tenía un amante, el niñato descerebrado; pero éste la visitaba a diario, así que pronto me encontré con una buena cantidad de material audiovisual en mi ordenador.

- ¿No se enteraron de nada? – pregunté.

- Fui muy discreto.

- ¿Y para qué querías tantas fotos?

- Quería tener bastante material para abrumarla con la amenaza de decírselo a mi padre. Pero también he de reconocer que me excitaba espiarles mientras follaban. Y aprendía…

- Más pajas a escondidas, ¿eh? – dijo Mario.

- Sí. Pero no tantas como antes. No te olvides de Gloria…

Tragué saliva en silencio, cautivada por el relato.

- La pequeña Gloria pagó el pato de mi permanente estado de excitación. La misma tarde en que descubrí lo de Esther, me cité con ella para ir al cine. Ella no quería, pues tenía que estudiar pues estaban a punto de suspenderle un par de materias, pero yo le prometí que la ayudaría a estudiar. Fuimos a ver una puta mierda titulada “Ultravioleta”, que aunque mala de cojones, recordaré siempre con cariño, pues Gloria me la chupó por primera vez mientras la veíamos.

- ¿En el cine?

- Y con gente cerca – continuó Jesús – Ella no quería, pero yo prácticamente la obligué. Le dije que si no lo hacía cortaríamos, que no querría saber nada más de ella… todo lo que se me ocurrió. Hasta que, finalmente, me puse duro y se lo ordené… y ella me obedeció.

No me extrañaba.

- Fue genial, que me la chupara allí en medio de la sala tuvo un morbo increíble. No había mucha gente, 15 o 20 personas todo lo más, pero la pareja que estaba en nuestra misma fila lo vio todo… y lo disfrutó.

- Tendré que probar eso – dijo Mario.

- Te lo recomiendo. Y cuando me corrí… Uffff… Qué delicia. La agarré por el cuello y la obligué a tragárselo todo… Qué maravilla, sentir cómo mi leche se derramaba en su boca mientras ella se afanaba por escapar de mí… y mientras, no dejaba de imaginar que era la boca de Esther la que me la estaba chupando…

Jesús hizo una pausa para echar un trago de coñac, vaciando su copa. Antes de que se lo pidieran, Mario volvió a rellenársela.

- Tras aquello se cabreó muchísimo y se largó a su casa. Pensé que lo nuestro se había acabado y la verdad es que me importó una mierda. Pero, al día siguiente, una Gloria muy sumisa se acercó temblorosa a mí y me pidió disculpas por haberme dejado tirado. Me dejó de piedra: ¡ELLA ME PEDÍA DISCULPAS A MÍ POR HABERLA OBLIGADO A TRAGARSE MI CORRIDA EN EL CINE!!

- Fliparías en colores.

- Y tanto. Pero imaginé el infinito abanico de posibilidades que se abría ante mí… y me puse muy contento.

No pude evitar ponerme en la piel de Gloria y tuve que reconocer que, muy probablemente, yo habría actuado como ella.

- La pobre me preguntó si querría ir a ayudarla para preparar los exámenes como le había prometido y claro, dije que sí. Me largué a casa durante el recreo y volví a fotografiar a Esther con el vecino y por la tarde… mamada en casa de Gloria. Iba cogiéndole gusto al asunto.

- Qué envidia – dijo Mario.

- ¿Por qué? Si te apetece, llámala y que venga a chupártela. Eso sí, si está complaciendo a uno de los otros, tendrás que esperar turno…

Me encogí bajo las sábanas. Si no me largaba de allí, ese era el futuro que me esperaba. Pero, ¿quería largarme realmente?

- Las sesiones con Gloria durante esos días me hicieron ganar aplomo, así que decidí empezar con Esther aquel mismo fin de semana. Mi padre iba a estar fuera, así que era la ocasión perfecta.

Sin darme cuenta, me incorporé un poco en la cama, con los cinco sentidos pendientes de las palabras de Jesús.

- Dejé que el día transcurriera tranquilo y, tras la cena, le dije a Esther si le apetecía ver una película. Me preguntó que cual y yo le dije que era una sorpresa.

- Y menuda sorpresa – intervino Mario.

- Ni te lo imaginas. Todavía tengo grabada en la memoria la imagen de la cara que puso cuando pulsé el play del DVD que había grabado en mi ordenador. Cuando en la tele apareció ella, follando como loca con el vecino, abrió tanto la boca que casi se le desencaja la mandíbula; los ojos parecían ir a salírsele de las órbitas y durante un minuto no supo ni cómo reaccionar.

  • Buena peli, ¿eh? – le dije.
Una pena que se esté acabando. Me encanta. ¡Gracias por la historia!
 
Capítulo 37: Continuación de la historia de Jesús




- Ella me miró, alucinada, incapaz de articular palabra. Sus ojos me miraban asombrados, con una expresión casi cómica de incredulidad en el rostro. Me miraba… no sé. Como si no supiera quien era yo.

- No me extraña – asentí.

  • Y tengo también fotos… ¿Quieres verlas? – le dije mientras le alargaba algunas instantáneas que, dada su extraordinaria calidad artística, habían sido impresas en papel.
- Sin saber muy bien lo que hacía, Esther cogió las fotos y las miró anonadada, sin acabar de creerse lo que estaba pasando. Yo permanecí en silencio a su lado, observando cómo poco a poco iba recuperando el control de sí misma.

  • Jesús, cariño… Esto no es lo que piensas. Ya sabes que tu padre y yo…
  • ¡¿CARIÑO!? – exclamé con furia - ¿Ya no soy el mariquita? ¿Ni babeo detrás de ti como un perro?
- Se quedó petrificada por la sorpresa. No sabía qué decir. Miraba alternativamente mi rostro y las fotos, como queriendo deducir por su contenido lo que yo habría podido escuchar de sus conversaciones íntimas con el vecino. Todo esto con la banda sonora de sus propios gemidos en el DVD.

  • Pero, eso no… - trató de decir.
  • ¿Pero, qué?¿Quien coño te crees que soy, puta?¿Crees que voy a consentir que una furcia como tú humille a mi padre follándose al mierda del vecino?
- Quizás decir eso fue un error, pues ella sabía bien que a mí me importaba una mierda que humillaran al viejo, pero estaba tan acojonada que no se dio ni cuenta. Eso sí, pude ver perfectamente cómo se encogía ante la simple mención de mi padre.

  • Pero cari… Jesús. Te lo suplico. No le cuentes nada esto a tu padre. Te prometo que no volveré a hacer nada semejante. Es que me sentía tan sola…
  • ¿Sola? ¡Haberlo dicho antes, mujer! ¡Entonces no pasa nada! ¡Te has follado al vecino porque las mañanas se te hacían muy largas aprendiendo a preparar la bazofia que haces en la cocina! ¡Y claro, un buen nabo cura la soledad de puta madre! ¡Canela fina! ¡Es lo mejor para las putas!
  • No digas eso…- gimoteó ella, apartando la mirada.
  • ¿Y lo del mariquita? – le grité.
  • Eso fue… Perdona, eran estupideces… Charla de amantes.
  • ¿Charla de amantes? ¡Estúpida puta! ¿Y crees que con una simple disculpa es suficiente? ¡Le contaste a ese cabrón todo lo que te había confiado a ti!
- No sé si me estoy explicando bien, Edurne – dijo Jesús – Lo que trato de expresar es que, a pesar de mis calculados planes, cuando los puse en práctica no pude evitar que la ira hiciera presa de mí. Estaba deseando follármela, pero tampoco hubiera estado mal darle un par de ostias.

- Pero tú no eres así – dije mirándole fijamente – Tú consigues que las cosas salgan como quieres.

- Exacto, perrita – dijo él olvidándose por un instante de no usar mi apodo de esclava – Así que respiré hondo y seguí con el plan.

  • ¿Y qué quieres que haga? – preguntó con desesperación – Haré cualquier cosa para que me perdones.
  • ¿Perdonarte? ¡A ti eso te importa una mierda! ¡Lo que no quieres es que mi padre se entere y te plante en la calle por puta!
- Se quedó muda. Había dado en el blanco.

  • Pero algo sí que puedes hacer… - dijesin poder aguantarme más.
  • ¿El qué?
  • ¡CHÚPAME LA POLLA!
- Y poniéndome de pie un salto, me levanté del sofá y me saqué la verga del pantalón. La tenía durísima, rezumante y deseosa de hundirse entre sus carnosos labios. Ella me miró un instante y puedo jurar que lo que leí en sus ojos no fue sorpresa. Hacía rato que Esther había adivinado por donde iban a ir los tiros. Lo que no se esperaba, es que el niñato inseguro que ella conocía fuera capaz de manejar a su antojo la situación.

  • Estás loco – dijo tratando de resistirse – Guárdate eso y haré como si…
  • ¡QUE ME LA CHUPES! – aullé.
- Mientras gritaba eso, la agarré del pelo y tiré con ganas, empotrando su rostro contra mi erección. Un tanto descontrolado, agité las caderas, frotando mi nabo contra su cara, mientras ella luchaba por liberar su cabello de mi garra. Aquello me excitó terriblemente. Agarrándome la polla con la mano libre, la apoyé en sus labios y traté de de meterla dentro, pero ella se resistía, con la boca firmemente cerrada.

  • Chúpamela, zorra o mi padre tendrá en su poder el vídeo esta misma noche. Y mañana, el bloque entero amanecerá empapelado de fotos tuyas con el vecino.
- Palabras mágicas. Como el “ábrete sésamo”. Mi madrastra abrió lo suficiente la boca para que mi polla se deslizara entre sus labios. Solté un resoplido de placer al sentir el calor de su garganta y, completamente feliz, me dejé caer de nuevo en el sofá, arrastrándola tras de mí por los cabellos, haciendo que se le saltaran las lágrimas. Esther comprendió que no tenía otra salida, así que enseguida me encontré recibiendo una soberbia felación que me hizo comprender rápidamente las diferencias entre una mujer experimentada y una novata. Las mamadas de Gloria me habían encantado, pero Esther… cómo la chupaba.

  • CHUP, CHUP, CHUP – decía Esther mientras aplicaba todo su arte a mi nabo, sin duda deseosa de complacerme para ver si encontraba una escapatoria a aquella situación.
  • Sí, puta, muy bien… Sigue… - decía yo – Enséñame las tetas…
- Y ella lo hizo sin dudar, se abrió la chaquetilla del pijama que llevaba puesto y siguió chupándomela con las tetas al aire. Fue fantástico comprobar que tenía los pezones duros… Me sentí poderoso… Y me corrí enseguida. Demasiada excitación.

- ¿Se lo tragó? – preguntó Mario, al parecer muy interesado.

- La obligué, como a Gloria. Pero ésta estaba más acostumbrada y no se resistió mucho.

- ¿Y qué hiciste?

- Seguir el plan. Sin decir nada, la empujé bruscamente, haciéndola caer de culo en el suelo y salí del salón sin dirigirle la palabra. Me metí en mi cuarto y me encerré, con el corazón a mil por hora y sintiéndome eufórico. Sabía que ya era mía.

- ¿No te la follaste?

- Esa noche no, aunque me hizo falta reunir toda mi fuerza de voluntad para contenerme. Quería que se pasara la noche preguntándose qué iba a pasar, insegura y asustada por no saber qué esperar. Oí cómo se refugiaba en su cuarto.

- ¿Y por la mañana?

- Me la follé – dijo Jesús sonriendo – Me levanté temprano y la encontré en la cocina, sentada a la mesa, con unas ojeras que demostraban que mi plan había sido un éxito. Le ordené que me preparara el desayuno y ella, sin decir nada, me obedeció. Cuando estuvo listo, empecé a tomármelo y le dije:

  • Chúpamela.
  • ¿Qu… qué?
  • Ya me has oído. Que me la chupes. Me apetece correrme en tu boca mientras me tomo el café.
- De nuevo aquella estúpida expresión de aturdimiento apareció en su rostro. Pero esta vez no la dejé recuperarse. Ya sabía lo que iba a hacer.

  • Te he dicho que me la chupes – repetí sin alterar el tono.
  • N… no – se atrevió a responder.
- Justo lo que yo esperaba – sentenció Jesús - Como un rayo, me levanté de la mesa y volví a agarrarla por el pelo. Tirando con fuerza, la arrastré fuera de la cocina y la llevé al dormitorio que compartía con mi padre, arrojándola sobre el colchón.

  • Jesús, por favor – suplicaba ella, como, si a esas alturas, fuera a ser capaz de conmoverme.
- No le hice ni caso. Me subí a la cama, arrodillándome sobre el colchón y desgarré la camiseta que llevaba puesta. Ella dio un gritito y trató de resistirse, pero logré inmovilizarla con bastante facilidad, sentándome sobre su estómago. Le arranqué el sostén y empecé a sobarle las tetas con ganas, como había visto que le hacía el vecino. Ella apartó la mirada, avergonzada, pero sus pezones se pusieron como piedras en cuestión de segundos.

- Seguro que sonreíste – pensé para mí.

- La polla la tenía como un leño, así que la saqué del pijama y la coloqué entre sus senos.

  • Agárratelas – le ordené – Quiero follarme tus tetas.
- Y ella obedeció. No puedo describiros el placer que experimenté cuando ella hizo lo que le ordenaba y se sometió a mis deseos. Fue increíble. Di unos cuantos culetazos entre sus pechos, sintiendo su cálida piel sobre mi nabo. Pero yo quería más, el lote completo.

  • Ahora voy a follarte – sentencié – Tu verás como quieres que sea.
- Y ni corto ni perezoso la libré del pantalón y las bragas, dejándola en pelotas sobre la cama. Qué buena estaba.

Jesús bebió otro trago de coñac antes de continuar.

- Y me la follé. Perdí la virginidad zumbándome a mi madrastra. Aunque decía que no quería, no dudó ni un instante en indicarme cómo debía ir haciéndolo, completamente plegada a mi voluntad. La primera vez no duré mucho, pero, un par de horas después, cuando me apeteció tirármela en el salón, me fue mucho mejor. Y a ella también.

- ¿A ella? – dije extrañada.

- Sí. A ella. En cuanto le fui cogiendo el tranquillo a la cosa, empecé a aplicar las cosas que había aprendido espiándola con el vecino, especialmente aquellas que la habían hecho gritar con más ganas. Le estrujé los pezones, le azoté el culo, me la follé a cuatro patas… Y logré que se corriera. No una, sino varias veces… y ya fue mía para siempre.

- Joder. Buena historia – dijo Mario apurando su copa.

- Tranquilo. Queda mucho más. Ahora esperad un segundo que voy a mear.

Jesús se levantó para ir al baño del dormitorio y no pude evitar espiar subrepticiamente su musculoso cuerpo desnudo mientras caminaba. Cuando cerró la puerta tras de sí, me di cuenta de que estaba a solas con Mario.

- Eres un cabrón – le espeté sin más preámbulos – Habéis estado engañándome.

El, simplemente, se echó a reír.

- Cabrón, ¿yo? Ja, ja ,ja. Cariño, tú eres la golfa que ha estado follándose al novio de la vecina. ¡A tu propio alumno! ¿Y me llamas cabrón a mí? Ja, ja, ja, ¡qué bueno!

Aparté la vista avergonzada. Tenía más razón que un santo. No me explicaba cómo había sido capaz de decir semejante gilipollez. Por fortuna, Jesús regresó y ocupó de nuevo su lugar en la silla, retomando la narración.

- Bueno, sigamos – dijo Jesús rellenándose la copa – Con mis nuevos conocimientos adquiridos, no tardé muchos días en aplicarlos con Gloria, así que me la follé una tarde en su casa. Con ella fui bastante más cuidadoso, así que no fue una experiencia traumática para ella. Poco a poco, fui dándome cuenta de que, si les daba a ambas lo que querían, no dudaban en darme lo que quería yo, especialmente Gloria, que parecía estar deseando plegarse a todos mis caprichos.

- ¿Y Esther?

- Igual, aunque con ella me quedaba la duda de si lo hacía por temor a que la delatase, pero, fuese por la razón que fuese, lo cierto es que hacía todo lo que yo le decía. Lo primero fue mandar a tomar por saco al niñato de al lado. No sé cómo lo hizo, pero lo cierto es que el tipo no protestó demasiado ni organizó ninguna escena, lo que podría haber provocado problemas con mi padre. Éste seguía en Babia, mientras yo me zumbaba a placer a su mujer y a mi novia. Me pasaba los días puliendo aquellos dos diamantes en bruto, sometiéndolas a mi voluntad, consiguiendo que vivieran pendientes de mis deseos… pero eso sí, dándoles a cambio lo que ambas querían…

Otra vez el ramalazo de celos. No me gustó que se refiriera a Gloria como su novia.

- Cada día les exigía un poquito más. Obligaba a Esther a esperarme desnuda cuando llegaba a casa y a recibirme con una mamada. Más de una vez hice que pidiera pizzas para cenar y que abriera la puerta al repartidor en pelota picada, sólo por el placer de ver la vergüenza que pasaba. Me la follaba cuando mi padre estaba en casa, con el corazón a mil por hora por si nos pillaba… Y con Gloria era todavía mejor…

- Cuenta, cuenta – exclamó Mario, muy interesado.

- Por ejemplo, una vez la hice subirse a un autobús, vestida con minifalda y sin ropa interior. Yo me senté frente a ella y la grabé mientras separaba las piernas para darles un buen espectáculo a los viajeros que se dieron cuenta. Esto lo tengo en vídeo, podéis verlo cuando queráis…

- ¿Y qué más?

- Uf… todo lo que se me ocurrió. Podríamos estar días contándoos las cositas que hicimos ese verano. Pero quiero hablaros de otras cosas.

- Lo que tú digas – dijo Mario un tanto decepcionado.

- Como iba diciendo, el verano de 2006 fue una auténtica maravilla. Me pasaba las mañanas en casa, usando a Esther a mi antojo y las tardes con Gloria. Por desgracia, como había suspendido algunas asignaturas, se veía obligada a asistir a unas clases de recuperación que organizó el instituto, así que no podía verla por las mañanas. No la presioné para que se saltara las clases, porque ya tenía las mañanas bien ocupadas…

- Y, además, en gran parte era culpa tuya que no hubiera aprobado en junio – intervine sin poder aguantarme.

- Es cierto – asintió Jesús – Y, aunque no me creas, sentía ciertos remordimientos por ello. Pero, por fortuna, se me presentó la ocasión de solucionar el problema.

- ¿Cómo? – pregunté extrañada.

- Una tarde, mientras tomábamos café en un bar, noté que Gloria estaba un tanto enfurruñada. Cuando le pregunté, me dijo que había tenido problemas en los cursos de verano, pues, al parecer, los impartía un viejo verde de cuidado… - dijo Jesús sonriéndome.

- Armando – afirmé con absoluta seguridad.

- Precisamente. Por lo visto, el tipejo no dejaba pasar la ocasión de sobar a las jovencitas; ya sabéis, un cachetito en el culo por aquí, una disimulada caricia en la pierna por allá… bueno, ya le conoces…

- Demasiado – asentí enfadada.

- Pues bien, mientras ella iba explicándome cómo se portaba el director, yo fraguaba un nuevo plan en mi mente. Ese verano me había hecho comprender que yo era capaz de ejercer un gran dominio sobre mujeres sumisas, y quería saber más sobre el tema. Había indagado incluso por Internet, en foros y blogs sobre fetichismo, sumisión y bdsm, pero no estaba muy satisfecho con el resultado, pues en todos sitios explicaban cómo infligir daño para obtener placer, pero no era eso lo que yo buscaba. Yo quería averiguar donde estaba el límite de lo que aquellas chicas serían capaces de hacer si yo se lo ordenaba y acababa de ocurrírseme el plan perfecto…

- Le entregaste a Gloria al director… - siseé.

- No – respondió Jesús mirándome fijamente – A ella no.

Mario y yo le entendimos perfectamente.

- No me costó nada organizarlo todo. Me presenté en el instituto y me planté en el despacho de Armando, diciéndole lo que Gloria me había contado. Se escandalizó (y se acojonó muchísimo), pero yo me apresuré a tranquilizarle, diciéndole que no pensaba denunciarle por acoso, que tenía otra cosa en mente. Él siguió negándolo todo hasta que le hice un regalo: una completa colección de fotos de Gloria desnuda… Se quedó mudo.

- No me extraña – dije.

- Le dije que pensara si quería colaborar conmigo y que regresaría al día siguiente para charlar con él. Pero no volví solo…

- Llevaste a Esther.

- La pobre no sospechaba lo que se le venía encima. Yo le había dicho que el director del instituto quería hablar con ella de cara a unas actividades para el curso siguiente y ella acudió conmigo pensando que, por una vez, iba a poder desempeñar el papel de madrastra.

- Menuda encerrona.

- Como la tuya – respondió él simplemente, haciéndome rememorar los sucesos en el despacho del director – No fuiste la primera a la que Armando enculó sobre esa mesa, Edurne.

Aparté la mirada, avergonzada.

- Armando estaba acojonado, pues no sabía muy bien qué esperar. Las fotos que le había dado podían ser una trampa para incriminarle en una denuncia por acoso, así que estaba nerviosísimo. Esther, completamente despistada, trató de preguntarle sobre las supuestas actividades, pero el pobre tipo, que no sabía de qué coño estaba hablándole, no paraba de mirarme sin enterarse de nada. Cuando me hube divertido bastante con la escena, decidí poner las cartas boca arriba.

  • Vamos a ver, Armando, le voy a explicar cómo están las cosas…
- Mientras decía esto, le arrojé al director un sobre repleto de fotos de Esther follando con el vecino. El viejo, tras echarles un vistazo, se quedó mirándonos a ambos con una cómica expresión de asombro. Miré a Esther y pude percibir que, aunque no había visto el contenido del sobre, empezaba a comprender por qué estábamos en ese despacho. Su rostro estaba lívido.

  • ¿Y bien, señor director? ¿Le gustan? – pregunté juguetón, recreándome en el momento – Es una simple muestra. Si quiere usted disfrutar de lo auténtico no tiene más que pedirlo…
- Armando me miró alucinado y Esther, tres cuartos de lo mismo.

  • ¿Có… cómo? – balbuceó el profesor.
  • ¿No estarás pensando…? – exclamó Esther, hablando casi al unísono.
  • Si estoy pensando el qué – repliqué clavando en ella mi mirada – Tú harás lo que yo te diga o ya sabes lo que te espera.
- Esther me miraba con incredulidad. No entendía cómo podía estar pasando aquello. Pero justo entonces, apartó los ojos, derrotada, sumisa. Os juro que tuve una erección instantánea cuando aceptó someterse.

  • ¿Y bien? – le dije al director - ¿Le gustaría follarse a mi madrastra?
- Él aún no atinaba a responder.

  • Aunque claro, no va a ser gratis…
  • No entiendo…
  • ¿No? Bueno, le haré una demostración. Esther, quiero que te desnudes, que el director pueda examinar la mercancía…
- Esther dudó sólo un segundo, lo justo para mirarme con ojos suplicantes, pero yo no me dejé conmover… Estaba deseando ver si me obedecía… Y lo hizo. En pocos instantes, mi madrastra estaba completamente desnuda en el despacho del director, mirando al suelo, avergonzada.

  • Acércate para que pueda verte bien – le dije.
- Y ella obedeció, rodeando la mesa hasta quedar junto a la silla del director, que la miraba incapaz de pestañear.

  • ¿Se le ha puesto dura? – pregunté a Esther – Compruébalo.
- Un nuevo calambrazo de placer me sacudió cuando la mujer se agachó levemente, lo justo para llevar su temblorosa mano a la entrepierna del director. Éste, cada vez más convencido de que el negocio le iba a interesar, no tardó ni un segundo en retirar su silla de la mesa y separar los muslos, para que Esther pudiera palparle a conciencia.

  • ¿Y bien?¿La tiene dura?
- Esther sólo asintió con la cabeza.

  • No te oigo, puta.
  • Sí… Sí, la tiene dura.
  • Estupendo. Ven aquí.
- Caminó de regreso hasta mí, mientras el viejo no le quitaba ojo de encima. Hice que se quedase en pié a mi lado, dándome la espalda y mirando hacia el director, separados de él únicamente por la mesa. Aproveché la postura para, desde atrás, deslizar una mano entre sus muslos y empezar a acariciarle el coño voluptuosamente, para que Armando no se perdiera detalle. Sonreí cuando comprobé que estaba empapada.

  • Entonces, Armando… ¿Le interesa nuestro trato?
- El viejo asintió vigorosamente, mientras devoraba con los ojos a mi madrastra. Por fin había comprendido que aquello no era ninguna encerrona ni ningún tipo de trampa. Y era obvio que le apetecía follarse a aquel pivón.

  • Ummm – gimió entonces Esther, sin poder resistirse a mis caricias. Aquel gemido se la hubiese puesto dura a un santo.
  • ¿Cú… cuánto me va a costar? – jadeó el viejo, haciéndome sonreír.
  • Pongamos… 1000€. Aunque… - dijecomo si acabara de ocurrírseme – Podríamos dejarlo en la mitad si te aseguras de que Gloria aprueba en septiembre todas las que le han quedado. No te preocupes, seguirá asistiendo a los cursos, pero quiero que apruebe.
  • Hecho – dijo el director sin dudar un segundo.
  • Vale. Toda tuya – dije empujando bruscamente a Esther hacia la mesa, donde tuvo que apoyar las manos para no caerse. Armando se levantó con una agilidad impropia de su edad y se abalanzó sobre ella, tumbándola sobre la madera y empezando a sobarla por todas partes.
- ¿No le cobraste por adelantado como conmigo? – pregunté.

- Me faltaba experiencia, Edurne. Pero me aseguré el cobro grabando la sesión con mi cámara.

- Entiendo.

- El viejo me sorprendió bastante, pues aguantó el combate como un campeón. Logró correrse tres veces, incluida una en el culo de Esther, que le vendí por otros 500€.

- Qué barato – dije sintiéndome extrañamente orgullosa.

- Qué quieres, el suyo no estaba ni mucho menos por estrenar. Por cierto Mario, no sabes lo que te has perdido – dijo Jesús alzando su copa hacia mi novio, en clara alusión a mi culito virgen.

- Sí. Me he perdido muchas cosas – respondió éste mirándome enigmáticamente.

Me sentí incómoda.

- Bueno, pues así empezó mi relación con el dire. Pronto llegamos a un acuerdo por el que Gloria se la chuparía después de las clases de recuperación, aunque no le permití follarla por mucho que me lo suplicó. Ella accedió a hacérselo porque se lo ordené yo, pero también porque le hice creer que era el pago por aprobar en septiembre; pero bueno, por lo que fuera, el caso es que se la chupaba. La única complicación surgió cuando Mariano, el conserje, les pilló en plena faena y tuve que llegar a un acuerdo similar con él. No importó mucho. De hecho Gloria siempre se sintió mucho más cómoda con Mariano que con Armando, así que no hubo más problemas…

- Es cierto – asentí, recordando mi encuentro con la joven y la polla de Mariano en el armario de las escobas.

- Bien, durante una buena temporada seguimos así, manteniendo nuestros acuerdos durante el curso. Ayudado por Gloria, me follé a unas cuantas compañeras más, vendiéndoles fotos de todas al director y regalando sus bragas a Mariano, pero en ninguna percibí lo mismo que en Gloria y Esther, así que la cosa no fue a mayores. Una parte del sueldo del director iba a parar a mis bolsillos, para pagarse las mamadas, pero sólo pudo permitirse un par de sesiones más con Esther, pues le pedí mucha pasta. De lo que saqué, entregué una parte a Gloria, pues se lo había ganado, pero a Esther no le di ni un céntimo, bastante tenía con el dinero de mi padre.

Volví a percibir la ira de Jesús contra Esther. Estaba segura de que, en el fondo, no la había perdonado.

- Seguimos así un par de años. Yo tenía todo el sexo que quería y me sacaba algún dinerillo con los vicios del director. Estuvimos así hasta octubre de 2008, cuando tuvo lugar el “reclutamiento” de Rocío, aunque creo que ya sabes esa historia – dijo Jesús.

- Así es – asentí – Me la contaron entre Gloria y ella.

- Pues yo no la conozco – intervino Mario.

- Otro día. Además, te aseguro que disfrutarás más si te la cuenta su protagonista.

Mentalmente le di la razón.

- Vale – convino Mario.

- La llegada de Rocío al grupo alteró un poco el equilibrio. A esas alturas, las dos chicas estaban completamente sojuzgadas a mí, pero eso no evitaba que hubiera ciertos roces entre ellas, supongo que por celos. Aún así, era genial follárselas a las dos a la vez, pues se desvivían por ser la que más placer me daba. Y con Rocío fueron tres…

- ¿Te las follabas a la tres a la vez? – exclamó Mario.

- Más de una vez. Pero acababa medio muerto.

- No me extraña.

- Gloria se llevaba muy bien con Rocío, supongo que porque se sentía un poquito culpable por su papel en la iniciación de la chica; eso mismo motivaba el enfado de Esther, por lo que se pasaba bastante con la chica, aunque Rocío lo encajaba todo sin rechistar. Gloria, en cambio, la defendía y andaban siempre a la gresca. Más de una vez tuve que ponerles el culo en carne viva para que dejaran de dar el coñazo, pero bueno, en definitiva merecía la pena.

- Ya lo supongo – exclamó Mario – Tres coñitos para ti solo…

- Precisamente. Y además, a esas alturas ya tenía en mente ampliar el rebaño.

- Gloria te dio la idea – intervine.

- ¿Te lo dijo? Pues sí, fue un comentario de Gloria lo que me hizo darme cuenta de que podía reunir un pequeño grupo de esclavas para hacer mi vida… más llevadera – dijo Jesús riendo.

- Bueno, no tan pequeño – dijo Mario.

- No tan pequeño – convino Jesús – Y fue precisamente por eso que empecé a incluir nuevos miembros masculinos en mis asuntos…

- Llegamos al meollo de la cuestión – pensé.

- Me ocupé de que Rocío recibiera cierta formación y la aparté de la pandilla de niñatos que se aprovechaban de ella.

Le miré fijamente sin decir nada.

- Sí, tienes razón – dijo Jesús adivinando mis pensamientos – Empecé a ser yo el que se aprovechaba de ella, pero te aseguro que ella disfrutó en todo momento. Y mírala ahora, tiene un trabajo que se le da bien en vez de estar por ahí tirada, enganchada a las drogas o Dios sabe qué.

- Gloria me dijo que le pagaste un curso de esteticién.

- Sí. Impartido en el centro en el que trabaja ahora. Rocío me contó que uno de los encargados no le quitaba el ojo de encima, un tal Martín y yo la animé a follárselo. Ni que decir tiene que, al acabar el curso, Rocío fue una de las dos chicas que contrataron.

- ¿Cuándo fue eso?

- Más o menos en junio del 2009. Pues bien, una vez en el curro, le ordené a Rocío que siguiera follándose a Martín, pero que no lo hiciera gratis. Un día libre por aquí, unos eurillos por allá… poco a poco el tipo se acostumbró a que, si quería marcha… no le salía gratis.

- En definitiva, chuleabas a Rocío. Era tu puta – dije un poco resentida.

- No exactamente, Edurne – dijo Jesús sin alterarse lo más mínimo – Rocío se acostaba únicamente con un hombre, no con cientos como las putas. Y el dinero que sacaba se lo quedaba ella. Nunca le pedí ni un euro.

No tenía motivo alguno para creerle. Me había mentido al decirme que no obligaba a sus chicas a acostarse con otros… Pero aún así… le creí.

- Y ese mismo verano, conocí a Yoshi.

Me estremecí. Sabía perfectamente que el joven japonés estaba en el salón, oculto tras una máscara, sin duda disfrutando de la orgía que debía haberse organizado. Me pregunté cual de las chicas habría sido empalada por la monumental polla del asiático.

- Él es unos años mayor que yo, pero, a pesar de ello, congeniamos enseguida. Coincidimos varias veces en algunos bares, en el gimnasio y pronto nos hicimos colegas. Cada día había más confianza entre nosotros e incluso llegábamos a apostar a ver quien se ligaba antes a alguna tía. Nos lo pasábamos bien.

- Me lo imagino – asentí.

- Cuando nuestra amistad estuvo lo suficientemente asentada, nos abrimos el uno al otro y nos contamos nuestros secretillos. Yo le hablé de mis chicas y él… me habló del motivo por el que ligaba tanto – dijo Jesús con una sonrisa.

La imagen de la gigantesca verga de Yoshi bailó unos instantes en mi mente.

- Y entonces te presentó a su hermana.

- Pasaron meses hasta eso. Fue en Marzo del año pasado y yo estoy hablándote del otoño – invierno de 2009.

- Ah, ya veo – asentí recordando que Kimiko me había contado que llevaba menos de un año con Jesús.

- Al principio, Yoshi no me creía, pensaba que estaba burlándome de él, así que le presenté a Rocío, que se encargó de complacerle sin una sola queja. A Yoshi le atraía mucho más Gloria, pero decidí reservarla, por si más adelante quería obtener algo de él. Tras aquello, Yoshi creyó a pies juntillas todo lo que le dije y prácticamente me suplicó que le permitiera participar en mis correrías. Pero claro, no iba a salirle gratis…

- No lo entiendo – dije – Si ligaba tanto y se follaba a la que quería. ¿Para qué iba a pagarte por tirarse a Rocío?

- ¿En serio no lo entiendes? – me dijo Jesús mirándome muy fijamente - ¿Es igual el sexo que tenías antes de conocerme que el que tienes ahora? ¿Te conformarías con lo de antes? Yoshi ligaba, sí, pero, tras follarse a algunas con su vergajo, pocas querían volver a repetir. Más de una se acojonó y se largó dejándole en la estacada (nunca mejor dicho). La experiencia de tener a una mujer dispuesta a complacer el más mínimo de tus deseos no puede compararse a ninguna otra.

- Doy fe de eso – intervino entonces Mario, mirándome con intensidad.

No tuve más remedio que darles la razón. Me acordé de la noche en que Jesús me hizo el amor dulcemente y lo frustrada que me había sentido. ¡Claro! Por eso lo había hecho, para forzarme a comprender que mi vida sería insoportable lejos de él. Y eso me preocupaba, pues veía que la salida de aquella situación iba cerrándose poco a poco para mí, porque era plenamente consciente que el sexo de antes ya no me bastaba. Quizás acabaría tirando la llave yo misma…

- Además, no era dinero lo que yo le pedía a Yoshi. Pequeños favores, informaciones, que me llevara en su coche… él me enseñó a conducir, por ejemplo.

- Y se le ocurrió lo de los piercings – dije.

- Precisamente. Fue una gran idea que tuvo cuando le dije que me gustaría ampliar el rebaño. Fue por la época en que empecé a interesarme en temas de bondage. Como los japoneses son bastante aficionados, le pregunté a Yoshi y él me dijo que conocía a una experta.

- Kimiko – afirmé.

- Exacto. Desde hacía algún tiempo, Yoshi estaba muy preocupado por su hermana. Estuvo bastante tiempo dudando si presentármela, hasta que finalmente decidió que podía confiar en mí.

- ¿Te entregó a su hermana para que te la follaras? – preguntó Mario, sorprendido.

- Pero fue para no acabar follándosela él – intervine, recordando la historia que me había contado Kimiko.

- Sí, así fue en aquel entonces – dijo Jesús sonriéndome misteriosamente.

- ¿Entonces?

- Sí, cariño – respondió Jesús con su sonrisa ensanchándose todavía más - ¿Acaso piensas que esa situación se prolongó eternamente?

Me quedé sin palabras.

- Así que en Marzo del año pasado, mi rebaño aumentó a cuatro. 4 zorritas deseando que me las follara, deseando complacerme en todo. Y vaya si lo hicieron… Además, dados los problemas que surgieron, instauré el sistema de rangos, lo que alivió la situación bastante.

- Y en el verano llegaron dos más – dije pensando en Yoli y su madre.

- Exacto. Pero antes sucedió algo que lo cambió todo…

- ¿El qué? – pregunté extrañada, pues no sabía a qué demonios podías referirse.

- Mi padre descubrió el pastel.

No pude evitarlo. Me quedé con la boca abierta.

- ¿A qué te refieres? – pregunté tras recuperarme.

- Os cuento – dijo Jesús echándose un nuevo trago al coleto – Esto fue… a finales de Marzo o principios de Abril del año pasado. Kimiko llevaba un par de semanas con nosotros y he de reconocer que la novedad de los “jueguecitos” que me proporcionaba la chica hizo que desatendiera un tanto a las otras.

Tragué saliva preocupada. Era justo lo que me preocupaba a mí.

- Por eso, una tarde relajé un tanto las precauciones habituales que seguía para evitar que mi padre se enterase de los cuernos que portaba. Las chicas tenían ganas de pasarlo bien y yo decidí complacerlas. Estando mi padre en la ciudad, lo normal era que no nos hubiésemos arriesgado a montárnoslo en casa por la tarde, pues aunque él solía llegar a las tantas de trabajar, no era imposible que algún día regresara más temprano.

- Y volvió y os pilló en plena faena – dijo Mario.

- Más o menos. Aquella tarde yo había estado tomando café con Gloria en un bar y ella me había hecho un par de insinuaciones bastante obvias, así que decidí contentarla y nos fuimos a mi casa. Empezamos a enrollarnos en el salón y en menos de un minuto tenía su cara enterrada en mi entrepierna, devorándome con ansia, como si el mundo fuese a acabarse. Mientras disfrutaba la mamada, Esther, que había estado echando la siesta en su cuarto, apareció en la habitación y me pidió humildemente permiso para unirse a la fiesta y, como estaba bastante contento con ellas, accedí.

- Menudo sacrificio – bromeó Mario.

- Y tanto. Te juro que es la ostia que te la chupen a la vez dos tías que no se llevan bien entre ellas. – respondió Jesús dirigiéndose a mi novio - Las dos disputaban por mi rabo, tratando de ser las que más placer me daban, pero sin enfrentarse abiertamente, pues eso me habría enojado y habrían sido castigadas. Si una engullía mis huevos por completo, la otra se tragaba mi polla hasta el fondo, si una deslizaba su lengua por todo el tronco, la otra estimulaba mi ano con las suya… Ya te digo… la ostia.

- Dentro de un rato lo probaré – sentenció Mario con expresión ilusionada.

- Te lo recomiendo. Cuando me harté de que me la chuparan, les ordené practicar algunos juegos.

  • Gloria – le dije – Ponte de pie frente a mi; quiero que dobles la cintura hacia delante hasta agarrarte la punta de los dedos de los pies con las manos.
- Y ella obedeció. Como es muy flexible, no le costó mucho quedar en esa postura, plegada sobre sí misma como una bisagra, con el culo en pompa.

  • Y tú – le dije a Esther – Cómele el coño.
- Aunque estoy seguro de que no le hacía mucha gracia, años de relación habían enseñado a Esther a obedecer sin rechistar, así que se arrodilló tras la grupa de Gloria e hundió la cara entre sus nalgas, para poder acceder a su tierno chochito. Gloria mantenía el equilibrio como podía, luchando vigorosamente contra los temblores que el placer le estaba provocando, intentando por todos los medios permanecer en la postura que yo le había ordenado. Mientras, yo las miraba sonriente, acariciándome el nabo.

  • Muy bien. Buenas putas – las felicité – Ahora tumbaos en el suelo y haced el 69. Me follaré a la que tarde más en correrse.
- Soy muy aficionado a estos juegos y ellas estaban más que acostumbradas a practicarlos, así que no tardaron ni un segundo en adoptar la posición y empezar a devorarse los coños mutuamente. Había dado cierta ventaja a Esther, haciendo que se lo chupara un rato a Gloria, simplemente porque me apetecía clavársela primero a mi madrastra.

- Magnífico deporte – asintió Mario.

- El mejor. Pero justo entonces, mientras observaba excitado a las dos mujeres entregadas en cuerpo y alma a la tarea de llevarse al orgasmo, escuché el inconfundible sonido de la puerta de entrada. Sorprendido, me levanté de un salto y me guardé la polla en el pantalón. Bastante nervioso, me asomé al pasillo, pero no vi a nadie. Estaba ya empezando a pensar si no lo habría imaginado cuando vi el móvil de mi padre sobre la mesita del recibidor, donde lo dejaba siempre que regresaba a casa, para no olvidárselo al volver a salir. Inmediatamente comprendí que mi padre había regresado, encontrándose con la escenita del salón y se había largado enseguida, supongo que bastante cabreado.

- No era para menos – dije – Te estabas follando a su mujer. Gracias a que no se le ocurrió montar alguna escena.

- Sí. Aunque hay un matiz que se te escapa, Edurne.

- ¿Cuál? – pregunté extrañada.

- No me estaba “follando” a su mujer. Estaba “usándola” a placer.

Entendí perfectamente a qué se refería.

- Como la cosa ya no tenía remedio, regresé al salón a seguir disfrutando de la tarde.

- Joder, tienes los nervios de acero – se admiró Mario.

- ¿De qué servía preocuparse? - se encogió de hombros Jesús – Estaba empalmado y de allí no me iba si follármelas a ambas. Las chicas, que no habían oído nada, habían continuado con su competición, pues yo no les había ordenado otra cosa y finalmente ganó Esther, por lo que me la follé la primera. Después me apeteció el culito de Gloria, así que la sodomicé cuanto quise.

- Una tarde bien aprovechada – rió Mario.

- Sí. Después de despachar a Gloria para su casa, me recluí en mi cuarto mientras Esther preparaba la cena, dándole vueltas a cómo afrontar la situación. Decidí dejar que fuera mi padre el que actuara, para después actuar en consecuencia, pero él… no hizo nada.

- ¿Te pilló tirándote a su mujer y no dijo ni pío?

- No te olvides de que él no sabía que yo había notado su presencia. Supongo que pensó que era mejor fingir ignorancia y seguir como si nada hubiera pasado. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, percibí que su actitud hacia mí había cambiado. Me miraba continuamente de reojo, cuando creía que no me daba cuenta, observándome, como si… fuera la primera vez que me veía.

- Como si fueras un extraño para él – concluí.

- Precisamente – asintió Jesús – Me has entendido perfectamente.

- ¿Y qué hiciste?

- Dejé pasar unos días y cada vez veía a mi padre un poquito más hundido. Le notaba un tanto triste y, por primera vez en muchos años, me compadecí un poco de él. Cuando estaba en casa, se mostraba muy nervioso si estaba en el mismo cuarto que Esther y yo. Y todavía era peor si, por la razón que fuera, se encontraba con Gloria. Ésta lo encontraba muy gracioso y empezó a bromear diciendo que mi padre le tenía miedo. Pero yo sabía lo que le pasaba…

Me imaginé lo que venía a continuación.

- Y decidí tomar el toro por los cuernos – sentenció Jesús – Una tarde, en la que sabía que mi padre iba a estar en la oficina, me presenté en su trabajo acompañado por Rocío y Gloria.

- Uf – resopló Mario, imaginándose también lo que venía.

- Como la secretaria de su sección me conocía, no puso pegas a que pasara a su despacho y mi padre, cuando me vio entrar con las dos chicas, se puso blanco como el papel.

  • ¿Qué… qué haces aquí? – balbuceó.
  • Buenas tardes a ti también – repliqué dejándome caer en el sofá que allí había, mientras las dos chicas, siguiendo mis instrucciones, permanecían de pie en silencio, una a cada lado mío.
  • Perdóname hijo, pero estoy muy ocupado. No tengo tiempo…
  • Papá, creo que ya es hora de que tengamos una charla sobre lo que pasó el otro día…
  • No… no te entiendo.
  • ¿En serio? Me refiero a la otra tarde, cuando me pillaste follando con Gloria y con tu mujer.
- Mi padre se puso pálido y se derrumbó sobre su asiento, como si las piernas ya no le sostuvieran. Me miraba con los ojos casi aterrorizados y los labios temblorosos. Me dio pena.

  • No sé… - intentó decir.
  • Vamos papá. No me mientas. Sé perfectamente que nos viste.
- No se atrevió a negarlo, apartando la mirada, avergonzado.

  • Lo que no sé si sabes… es que llevo años haciéndolo.
- Y se lo conté todo. Hablamos durante varias horas. Bueno, más bien hablé yo, mientras él me miraba con incredulidad. Mientras, las chicas permanecían de pie como estatuas, pues yo no les había dado permiso para que se sentaran.

- ¿Por qué? – inquirió Mario.

- Para que mi padre fuera comprendiendo que mi dominio sobre ellas era absoluto.

- Entiendo.

- Un rato después, la secretaria llamó por el intercomunicador, diciendo que se iba a casa si mi padre no necesitaba nada más. Medio alelado, papá le dio permiso para irse y siguió escuchándome, incrédulo pero absolutamente fascinado por lo que estaba contándole. Cuando acabé, mi padre me miraba alucinado.

  • No… no puede ser… No te creo… Te lo has inventado…
  • ¿No me crees después de lo que viste? Hombre de poca fe… Chicas, hacedle una demostración. Enseñadle los piercings a mi padre.
- Y las dos, que siguiendo mis instrucciones se habían vestido con falda y sin ropa interior, se subieron inmediatamente los faldones, dejando sus tetas y coñitos a la vista de mi atónito progenitor.

  • Pero, ¿qué hacéis? ¿Os habéis vuelto todos locos?
  • ¿Locos? El loco eres tú – me reí – Porque hay que estar loco para tener dos pedazos de coños como estos delante y no hacer nada. ¿O no es así?
  • ¿CÓMO?
  • Papá – dije levantándome – He estado follándome a tu mujer durante años y siento decirte que voy a seguir haciéndolo. Pero creo que, en el fondo, te debo algo por ello, así que voy a compensártelo prestándote a estas dos, que harán todo lo que tú quieras.
  • Estás loco.
  • Como te he dicho, loco lo serás tú si no aprovechas esta oportunidad. ¿Quién se resistiría a disfrutar de dos tías como éstas si le surge la ocasión?
  • Jesús, no puedo…
  • Lo que hagas ahora es asunto tuyo. Chicas, hasta las doce de la noche obedecedle en todo lo que os diga. Como no le veo muy por la labor, empezad por una buena mamada.
- Mientras salía del despacho, lo último que vi fue a Rocío, de rodillas frente a mi padre abriéndole la cremallera, mientras él la miraba anonadado. Justo cuando Gloria rodeaba su cuello con las manos y hundía su lengua en su boca, cerré la puerta.

- ¿No te quedaste a verlo?

- No. Estaba muy excitado, no sólo por haber contado mi historia, sino porque siempre me caliento cuando mis chicas obedecen sin rechistar. Tomé nota mental de recompensarlas después por haberse portado tan bien y yo me fui a casa de Kimiko, donde descargué “adrenalina”.

- ¿Y tu padre se las tiró? – pregunté.

- ¿Tú que crees? Según me contaron después las chicas, se resistió sólo hasta que Rocío logró ponérsela dura con la boca. Después fue entusiasmándose y empezó a pedirles cosas, con timidez al principio, pero cada vez con más entusiasmo.

- No es de extrañar – asintió Mario.

Yo también pensaba igual.

- Y luego me dediqué a esperar. Como ya conocía mi secreto, no me corté un pelo en empezar a follarme a las chicas en casa cuando me apetecía, aunque estuviese él por allí. La única que protestó un poco fue Kimiko, que aún no estaba acostumbrada a ese tipo de cosas, por lo que se ganó un par de castigos, pero, en general, fue todo muy morboso y satisfactorio.

- ¿Y tu padre?

- Acojonadísimo. No podía creerse que aquello estuviera pasando. Pero poco a poco, reaccionó tal y como yo esperaba…

- Quiso participar – afirmé.

- Muy lista – me sonrió Jesús – Una tarde reunió el valor suficiente para pedirme que le organizara una nueva sesión, pero esta vez… quería que fuera con Esther.

- ¿TE PIDIÓ PERMISO PARA FOLLARSE A SU PROPIA MUJER? – exclamó Mario con incredulidad.
 
Capítulo 38: La decisión:



(El siguiente capítulo es el último, espero que os haya entretenido esta historia, seguid apoyando a los que suben relatos, para que cada vez hayan más y de más calidad, que es lo que queremos)

- Eso fue lo que hizo. Entiéndelo, él estaba acostumbrado a acostarse con ella como parte de los deberes conyugales y Esther no era… muy participativa. Él, además, había estado siempre un poco intimidado por la belleza y la juventud de su esposa y, de pronto, le surgía la oportunidad de que ella se sometiera y accediera a hacer todas aquellas cosas que nunca se habría atrevido a pedirle. Era demasiado tentador para dejarlo pasar.

- Justo como tú habías calculado – afirmé, haciendo sonreír a Jesús.

- Correcto. Yo le dije que Esther era su mujer y que podía acostarse con ella cuando quisiera. Pero si quería acostarse con Esther, la esclava sexual… No iba a salirle gratis.

- ¿Y él accedió?

- Por supuesto. De hecho, estoy seguro de que él ya lo había previsto. Yo había pensado que lo primero que iba a pedirme era una nueva sesión con Rocío o con Gloria (u otra vez con ambas), pero él se decidió por cumplir las fantasías que había ido forjando a lo largo de los años con su encantadora mujercita.

- ¿Y Esther?

- Obedeció, como la buena putita que está hecha.

No me extrañaba lo más mínimo.

- Y eso no fue lo mejor. Tras algunas sesiones con Esther y con las otras chicas, mi padre empezó a ganar confianza e intentaba que Esther le obedeciera cuando estaban fuera de la alcoba. Como ella se resistía, simplemente me preguntó que cuanto le costaría que ella fuera su esclava las 24 horas del día, no sólo de vez en cuando y yo… le di un precio.

- ¿Le vendiste a tu padre a su propia mujer? – exclamé atónita.

- Precisamente. Aunque eso sí, con una pequeña precisión. Esther seguiría siendo mi esclava a todos los efectos y mis deseos tendrían siempre preferencia sobre los de él. Pero fuera de eso, ella tendría que obedecerle siempre.

- ¿Y Esther estuvo de acuerdo?

- Olvidas que es una sumisa, que obtiene el máximo placer cuando un hombre la usa a su antojo – respondió Jesús mirándome con fijeza, lo que me hizo estremecer por la clara alusión – Ella realmente empezó a disfrutar las sesiones con mi padre, así que no le costó mucho aceptarlo. Además, la otra opción no era tan tentadora.

- ¿La otra opción? – pregunté sin comprender.

- Claro. Si me desobedecía… puerta. Ya no sería una de mis chicas, no querría saber nada más de ella. Y no sólo eso, mi padre se divorciaría de ella por infidelidad. No pasaba nada, le entregaría a alguna de las otras, aunque lo ideal era Esther, que vivía bajo su mismo techo.

Entonces tuve un fogonazo de inspiración. El entendimiento atravesó mi mente y me inundó con intensidad. Di gracias por estar ya en la cama, pues me quedé completamente sin fuerzas de nuevo y me habría derrumbado. Jesús me miraba fijamente, sabedor de que, por fin, la luz se había hecho en mi mente.

- E… entonces eso es lo que haces – dije con voz insegura – Entrenas esclavas sexuales y las vendes al mejor postor. Es lo que has hecho conmigo…

- Exacto, Edurne – respondió Jesús, clavando el último clavo en mi ataúd – Aunque no las vendo “al mejor postor”, sino que las preparo para aquellos que me lo solicitan.

Miré aterrada a Mario, alucinada por las implicaciones de lo que acababa de decir Jesús.

- Mario… tú – acerté a decir.

- No. No fue él – dijo Jesús dejándome todavía más anonada – Pero no precipitemos acontecimientos.

- Pero… entonces – balbuceé espantada - ¿Es que piensas entregarme a algún otro?

- No. No es así. Déjame que siga con la historia. Cuando acabe, tendrás que tomar tu decisión, Edurne. Piensa que eres libre de decidir lo que quieras, no estás atrapada ni nada por el estilo. Si quieres, puedes marcharte ahora mismo, sin rencores, pero creo que deberías esperar hasta el final.

- Está bien.

El corazón había estado a punto de estallarme en el pecho, pero Jesús, como siempre, había sido capaz de tranquilizarme. No tenía lógica alguna, pero a pesar de todos los engaños y las mentiras… seguía confiando en mi Amo.

- La vida en casa se transformó por completo. Mi padre estaba más feliz que nunca y mi relación con él mejoró muchísimo. De vez en cuando, cuando le apetecía desmadrarse, se pagaba una sesioncita con Gloria o Rocío, con lo que ellas se sacaban un dinerillo extra; Kimiko, aunque se la tiró un par de veces, no le gustaba tanto, pues la chica como de verdad disfruta es con el bondage y a papá no le van mucho esos temas.

- Es muy tradicional – bromeó Mario.

- Sí. Y Esther, aunque no me creas, también disfrutó lo suyo. Papá aprendió a tratarla como lo hacía yo y eso era justo lo que a ella le gustaba, por lo que el placer se duplicó. Ahora es puta a todas horas y eso le encanta.

Eso era lo peor, que sí que le creía.

- Durante un tiempo, seguí disfrutando de la situación. Ahora me dedicaba un poquito menos a mi madrastra, pues papá empezó a pasar más tiempo en casa y como deferencia hacia él, me decantaba más por las otras, pero, aún así, me la follaba cada vez que me apetecía. Recuerda el día que la conociste, Edurne, ¿te pareció una mujer amargada o infeliz?

Recordé aquel almuerzo, lo superior que me había sentido a aquella mujer simplemente por pensar que estaba follándome a su hijastro a sus espaldas. Claro, eso fue antes de descubrir que ella llevaba follándoselo mucho más tiempo que yo y de acabar bajo la mesa, compartiendo la verga del muchacho codo con codo. Infeliz no parecía, no…

- Entonces hice un nuevo descubrimiento.

- ¿Cuál?

- Me enteré de que papi era más juguetón de lo que pensaba.

- No te entiendo.

- ¿Recuerdas que te conté que papá me propuso trabajar como profesor ese verano?

- Sí, para Yolanda – asentí viendo por donde iban los tiros.

- Eso es. Y te dije que, aunque inicialmente me negué, al final consiguió convencerme.

- Sí, te dijo que Yoli se había quedado prendada de ti en una boda o no sé qué.

- Todo cierto. Pero también me dijo algo más…

- ¿El qué?

- Me contó que, un par de semanas antes, había llevado a Esther a la oficina y le había ordenado que se acostara con su jefe, Germán, el marido de Natalia.

Me quedé alucinada.

- ¿Cómo?

- Lo que has oído. El viejo le había cogido el tranquillo al asunto y, sabiendo que su amigo Germán era un sátiro de cuidado, le había ofrecido en bandeja a su mujer, a la que llevaba años codiciando. A cambio, había obtenido permiso para follarse a Natalia, a la que le tenía ganas (por razones obvias), pero claro, para eso me necesitaba a mí…

- ¿Entonces…? – traté de hablar sin saber muy bien qué decir.

- Fui contratado como profesor de Yoli para seducir y someter a Natalia, para que su marido hiciera un intercambio de mujeres con mi padre. Pero claro, cuando conocí a Yolanda… tracé mis propios planes.

- Increíble – susurré.

- Y como bien sabes… lo logré.

- Entonces, ¿hiciste con Natalia lo mismo que con Esther? ¿Se la vendiste a su propio marido?

- Exacto – asintió Jesús con su sonrisa lobuna en el rostro – Y de ahí surgió la idea de este club…

- ¿Club? – pregunté sin entender.

- Sí, club. Sus miembros somos los hombres que has conocido hoy aquí. A todos les he vendido una esclava para su placer personal, una mujer sumisa, complaciente y que disfruta satisfaciendo sus más ínfimos caprichos, aunque eso sí, todas siguen a mi completa disposición.

- ¿Y te pagan?

- No. Una vez adquirida la esclava, es suya. El pago es simplemente mi propio disfrute de las mujeres. Además, periódicamente organizamos estas reuniones, una o dos veces al mes. Normalmente aprovechamos el cumpleaños de alguien, que se convierte en el homenajeado, aunque ninguno ha tenido un tributo tan especial como el que hoy me has brindado, Edurne.

No pude evitarlo. Me encogí bajo la sábana de placer, feliz porque mi Amo me hubiera felicitado.

- En estas fiestas todas las chicas están a disposición del que las desee. El único requisito para pertenecer a este club es aportar una chica.

Tragué saliva y traté de serenarme, para poder poner mis ideas en orden.

- ¿Y las máscaras? – pregunté.

- Son en tu honor – intervino Mario – Para evitar que me reconocieras y estropearte la sorpresa.

- A él o a alguno de los otros – dijo Jesús.

- ¿De los otros? ¡Ah, te refieres a Yoshi!

- Bueno, no sólo a él. Veo que le has reconocido.

Aquello me inquietó.

- ¿No sólo a él? ¿A quién mas conozco?

- Recapitula. Conoces a las chicas. Y conoces a alguno de los amos…

- Veamos. Esther con tu padre y Natalia con su marido – dije haciendo cuentas, aunque, realmente, no conocía en persona a ninguno de los dos antes de la fiesta.

- Correcto. Son los dos mayores, los del pelo canoso.

- Viejo verde y tito Luis – dije para mí.

- ¿No adivinas los otros? – dijo Jesús, incitándome.

- No sé – dije pensando en lo que Jesús nos había contado – Espera… el tal Martín…

- Premio. Es el Amo de Rocío. El más callado…

- Timidín – pensé.

- Luego está Yoshi – dije – Pero su esclava, ¿quién es? ¿Le vendiste a Gloria como quería?

- No. Su hermana era mejor opción para él. Es muy flexible y encaja bien su verga. Gloria lo hubiera pasado mal.

- ¿KIMIKO ES LA ESCLAVA DE SU HERMANO? – exclamé atónita.

- Sí, y no sabes lo feliz que es…

No podía creérmelo. Era imposible. Pero sí lo creía.

- ¿Y las otras? Gloria irá contigo pero…

- Te equivocas – dijo Jesús - Gloria no es mi propiedad exclusiva. Me quedé con Yolanda. Me vuelven loco sus tetas.

- No lo entiendo – dije sin saber qué pensar – Entonces el Amo de Gloria, ¿quién es?

- ¿No lo has adivinado? – dijo Jesús, mirándome divertido.

- Ni idea – respondí encogiéndome de hombros.

- Piensa. Recuerda el último día que pasamos juntos.

Lo hice. Rememoré el fin de semana con Jesús y Gloria. El sexo en el salón, la postura de los perros enganchados, el arnés con el que me follé a Gloria… Y la última pieza del puzzle encajó en mi cerebro: la llamada en el móvil.

- ¿SU PADRE? – aullé - ¿VENDISTE A GLORIA A SU PADRE?

- De ahí las máscaras. Podías reconocerle – dijo Jesús simplemente – Al fin y al cabo, es tu vecino.

No podía ser. Aquello era una pesadilla. Estaba mareada. Creí que iba a vomitar.

- No… no puede ser… - gimoteé.

- ¿Que no? Espera a verles follar… Luego me cuentas si disfrutan o no… ¿A estas alturas te asusta el incesto? Pues entonces fliparás cuando veas a Yolanda y a Nati montarse un trío con Germán.

Sentí que me hundía en un pozo, el mareo no se iba. La cabeza me daba vueltas. Quería salir de allí, pero no tenía fuerzas. Los dos hombres me miraban en silencio, inmóviles, sólo observándome. Pensé que iba a desmayarme. Pero no lo hice. Poco a poco fui recuperando el aliento, sintiéndome mejor. Sin decir nada, Mario me alargó su propia copa de coñac y yo la apuré de un golpe, agradeciendo de nuevo su efecto vivificador.

- ¿Te sientes mejor? – dijo Jesús, sin que nada en su tono demostrara que mi estado le preocupara en lo más mínimo.

- Sí – dije asintiendo con la cabeza – Entonces… ¿Ya está? ¿Tengo que decidir si me voy o no?

- Aún no, Edurne – dijo Jesús – Aún queda una historia…

- ¿Cuál?

- La tuya…

Miré a Mario, que me miraba muy serio. Sin decir nada, asentí en silencio y volví a recostarme contra el respaldo de la cama. Y Jesús empezó a hablar.

- Llegaste al instituto hace un par de años y enseguida te convertiste en el centro de atención de los alumnos.

- ¿Por qué? – pregunté estúpidamente.

- Porque estás muy buena – respondió el chico, haciendo que me estremeciera de nuevo.

- Además, te ganaste una merecida fama de perra sin misericordia, lo que te hacía todavía más atractiva. Ya sabes, someter a una zorra de marca mayor como tú… era un desafío.

Me encogí todavía más bajo la sábana.

- Pero no sólo atrajiste la atención de los adolescentes abarrotados de hormonas, hubo también algún adulto que se fijó en ti… Y se obsesionó…

La angustia me embargó, impidiéndome respirar. El pánico se apoderó de mí. Si ese iba a ser mi destino, no creía que fuera a ser capaz…

- A… Armando – gemí entendiendo lo que decía Jesús – Hablas del director… Me has vendido a Armando…

- Yo no te he vendido a nadie. Aún no. – sentenció Jesús – Y a Armando no le entregaría jamás una de mis chicas. El hombre que recibe una de mis esclavas no puede ser un malnacido hijo de puta como ese.

El amor por el Amo retornó en ese momento. No pude evitarlo. Con todo lo que me había hecho… aún le amaba.

- Pero Armando atrajo mi atención hacia ti… Vi lo bella y atractiva que eras… Y decidí que serías mía.

Enrojecí de placer.

- Al principio me propuse simplemente conseguirte, pero, tras conocer a Mario, pensé que quizás estaría interesado en perder una novia… y ganar una esclava.

Miré a Mario, que me observaba con aire satisfecho. Nada de aquello encajaba con la imagen que yo tenía de mi novio, pero no podía negar los hechos, no cuando un rato antes había tenido su polla enterrada en el coño mientras Jesús me enculaba a placer. Prueba irrefutable. El algodón no engaña.

- Puse mis planes en marcha hace unas semanas y salió todo de puta madre.

- ¿Mario lo sabía? – dije señalándole.

- No. En ese momento no.

Me sentí mejor. Al menos mi novio no había participado en mi violación.

- Se enteró poco después.

- ¿Cuándo?

- Si recuerdas, aquella semana regresé en sábado – intervino Mario, siguiendo el hilo de la narración – Y me follaste como nunca antes lo habías hecho. Fue el mejor polvo de mi vida. Y eso quedó grabado en mi memoria. Sabía que te había pasado algo, pero no sabía el qué.

Me sentí avergonzada, porque lo que decía era verdad. Había bastado que me follaran a lo bestia para convertirme en una fiera hambrienta de sexo.

- Un par de días después, el martes siguiente… sucedió algo.

- ¿El qué?

- Por la mañana, mientras estabas en clase… Llamaron al timbre y cuando abrí me topé con Gloria, que venía toda agitada… Yo la conocía de vista del bloque, por lo que, cuando me pidió ayuda, no pude negarme…

- ¿Con Gloria?

- Sí – dijo Jesús – Le ordené que se presentara en tu casa y que se acostara con tu novio.

Empezaba a entender.

- ¿Te follaste a Gloria mientras yo estaba en el instituto? ¿Cómo pudiste? – exclamé inexplicablemente enfadada.

- ¿Quién fue a hablar? – respondió Mario, enojado.

- Edurne, ¿crees que Mario podría resistirse si Gloria intentara seducirle? ¿O alguien?

- Supongo que no – concedí.

- Y según me dijo Gloria, lo intentó – dijo Jesús – Pero ella usó la treta de la jovencita en apuros. Se presentó con la camisa desgarrada y le dijo que unos chicos la habían asaltado en el ascensor, pero que había podido escabullirse antes de que le hicieran anda. Tu novio, todo caballeroso, salió en busca de los agresores, pero claro, no encontró a nadie y cuando regresó…

- Me imagino el resto, gracias – dije un tanto picada.

- ¿Te molesta? – rió Mario, también enfadado – Le dijo la sartén al cazo…

- No, tienes razón. Puedes follar con quien te dé la gana – dije secamente.

- ¿Te molestan los cuernos?

- No tanto como a ti. Yo lo he hecho más veces.

- Eso es lo que tú te crees. Si supieras cuantas veces me he follado a Pili…

- Cabrón.

- Puta.

Jesús se echó a reír.

- Bueno, bueno. ¿Seguimos? No queda mucha historia y yo estoy deseando acabar y unirme a los de ahí fuera. Tanto hablar de folleteo me ha animado y mirad como la tengo ya.

Diciendo esto, Jesús se incorporó de la silla, exhibiendo sin vergüenza su falo completamente erecto. No pude evitarlo, la boca se me secó y deseé intensamente tenerlo entre mis piernas. Ya no me importaba nada la infidelidad de Mario.

- Al día siguiente, Mario partió de nuevo de viaje, lo que yo ya sabía porque se lo había comentado a Gloria después de follársela.

Miré a Mario con desprecio.

- Un par de días después, le vendí tu culo a Armando - dijo Jesús mientras me estremecía con el recuerdo – Y el sábado te presenté a Esther.

- Y yo regresé esa misma mañana. Jesús me contó que, mientras yo te llamaba al móvil, preocupado por no saber donde estabas, tú estabas chupándosela bajo la mesa – dijo Mario en tono de reproche.

- La tarde del domingo puse en marcha mi plan. Me presenté con Gloria en tu casa y ambos fingieron no conocerse. Luego, mientras te follaba en el salón, Gloria se enrollaba en la cocina con Mario, lo justo para distraerle y que no se enterara de lo que pasaba al lado.

- Yo estaba excitadísimo por la situación, metiéndole mano por todos sitios a Gloria, mientras el miedo a que nos pillaras me excitaba todavía más. Soy gilipollas, lo sé.

- Gloria, siguiendo mis instrucciones, se citó para comer con él al día siguiente, pero fui yo el que se presentó en el restaurante, mientras Gloria pasaba el día contigo y te presentaba a las otras chicas.

Recordé aquella memorable jornada. Había sido el día en que había empezado a sumergirme de veras en el mundo de Jesús, a conocer todo lo que le rodeaba. Por lo visto, a Mario le había pasado lo mismo.

Y era cierto, aquel día Mario me había dicho que iba a almorzar con un amigo. Qué cabrito.

- Cuando me vio llegar a mí en vez de a Gloria, se puso blanco como la pared – rió Jesús mirando a Mario.

- ¿Y qué querías? – respondió éste – Pensé que te habías enterado de que me había acostado con tu novia y que venías a montarme un pollo.

- Y la cosa no mejoró cuando te enseñé las grabaciones de móvil que había hecho Gloria mientras follábais.

Entendí completamente los planes de Jesús. Haciendo eso, se aseguraba la atención de Mario y le serviría como seguro para contarle que él me había hecho lo mismo a mí.

- Creí que iba a chantajearme, que iba a pedirme dinero o algo así a cambio de no contarte mi infidelidad – dijo Mario dirigiéndose a mí – Pero no eran esos sus planes.

- Desde luego que no. Cuando estuve seguro de que Mario estaba pendiente de mis palabras, le conté todo lo que habíamos hecho tú y yo en los días anteriores.

Me quedé mirando a Mario en silencio, avergonzada. Pero también excitada por recordar todo lo que habíamos hecho Jesús y yo. Me di cuenta de que tenía los pechos duros y sensibles y mi entrepierna era un charco bajo la sábana. Amparándome en la tela que ocultaba mi desnudez a los ojos de los dos hombres, llevé lentamente una mano a mi empapado coñito y empecé a acariciarlo suavemente, procurando que ellos no se dieran cuenta de lo que hacía. Aunque apuesto a que Jesús lo sabía perfectamente.

- Y no sólo se lo conté, sino que le mostré abundante material audiovisual. Las fotos y los vídeos que te había tomado durante nuestras sesiones.

- ¿Os pusisteis a ver vídeos míos follando en mitad del restaurante? – pregunté indignada.

- No, tras un rato de charla nos fuimos a tu piso, para poder hablar con más libertad.

- ¿Y tú no hiciste nada? – le pregunté a Mario – Te estaban mostrando pruebas de mi infidelidad.

- Y de la mía, no lo olvides. Pero es que, además, Jesús no me había dicho que era él el que salía follándote en los vídeos. En ninguno de ellos se le veía la cara, así que, aunque estaba enfadado, no la tomé con Jesús. En el fondo, seguía pensando que aquello formaba parte de un plan para sacarme dinero.

- Y así era, pero no como tú te imaginabas. Pues bien, aquella ya era demasiada información, así que me marché para que Mario pudiera asimilarla. Eso sí, me llevé todos tus vídeos y fotos, para que no tuviera pruebas con las que acusarte de nada – me dijo Jesús.

- Exacto. Sólo me dejó un DVD con mis vídeos y fotos con Gloria. Abrumado por las circunstancias, lo puse otra vez en el reproductor… y acabé masturbándome mientras lo veía. Esa tarde me costó mucho mirarte a la cara Edurne. Aunque tenía pruebas de que eras una puta, me sentía mal yo, así que te preparé la cena y te esperé… luego, por la noche, mientras me follabas como loca, yo no podía dejar de pensar en lo zorra que eras, en Gloria, en lo que había pasado…

- Por eso fue tan intenso – recordé.

- Así es – asintió él.

- Por la mañana me sentí asqueado conmigo mismo, hipócrita por haber consentido que me arrastraras a tu cama a pesar de saber lo que habías hecho… me sentí débil, así que… seguí las instrucciones que me había dado Jesús.

Jesús retomó el relato, poniendo fin al incómodo silencio que se había producido.

- Mis instrucciones eran que te dijera que volvía a marcharse de viaje el fin de semana, pues había muchas cosas que tenía que ver para entender. Además, lo cité al día siguiente, a la salida del instituto…

- Y yo os vi follando en el aula, Edurne. Y fue entonces cuando lo creí todo. A pesar de los vídeos, a pesar de las pruebas, todavía pensaba que todo aquello era un mal sueño, que no era real, pero cuando te vi gimiendo de placer mientras Jesús te follaba… decidí que iba a vengarme.

- O sea, que cuando fuimos a comer juntos ese día…

- Yo ya había visto en directo el pedazo de puta que estás hecha. Soy buen actor ¿eh?

Joder. Vaya si lo era. Y yo pensando que le había engañado por completo. Me sentí mal por aquello, pero mi inquieta manita entre mis muslos me calmó rápidamente.

- El jueves por la mañana, Edurne, si recuerdas, ni Gloria ni yo aparecimos por clase…

- Es cierto – asentí.

- Lo que hicimos fue reunirnos con tu novio y llevarle a mi casa, donde nos montamos una buena orgía con mi madrastra.

- A esas alturas ya me daba igual todo. Follé con las dos hasta acabar agotado. Nunca me había sentido igual. Imitando a Jesús, no dudé en ordenarles las cosas más sucias que se me ocurrieron… y ellas obedecían en todo. Me sentí poderoso, nunca había experimentado nada igual…

- Y después le expliqué todo lo relativo al club, le hablé del resto de chicas y de los otros hombres… y le pregunté si quería unirse…

- Y yo no dudé, Edurne – dijo Mario mirándome – Sólo de pensar en las posibilidades que se abrían ante mí… Uf. Pero no era solo eso. También deseaba vengarme de ti, a pesar de que yo también había sido infiel, no podía compararse con lo tuyo… y si me convertía en tu dueño…

Me estremecí. Así que era eso. Así era como Jesús lograba que aquellos hombres pagaran por lo que ya poseían. Les ofrecía la posibilidad de vengarse de ellas por haberles humillado.

- Es noche me contaste la patraña del tatuaje y tu amiga Esther. Y fingí creérmelo todo, poniéndome cada vez más caliente al pensar en todo lo que te iba a hacer. Por eso no pude más y me metí en la ducha contigo.

Era cierto. Aquella noche Mario había estado mucho más intenso de lo habitual. Ya sabía por qué.

- El sábado, conforme a las instrucciones recibidas, me largué de casa, fingiendo irme de viaje. Lo que hice fue plantarme en casa de Jesús, donde me presentó a su padre. Me dejó con él para irse a pasar el fin de semana contigo y con Gloria. Bartolomé hizo de cicerone para mí. Me ofreció a su mujer, a la que volví a zumbarme gustoso y después ambos me acompañaron hasta aquí, hasta esta casa, donde conocí a Germán y a su esposa, que también fue puesta a mi disposición. Y aquí he permanecido hasta hoy, aprendiendo todo lo necesario sobre el club.

- ¿Y Yolanda? – pregunté.

- La conocí, aunque no pude catarla. Su Amo es Jesús y sólo podemos disponer de una de las mujeres si su amo nos la ofrece. O en una de estas fiestas… Créeme si te digo que el verla y no poder follármela acabó por decidirme por completo a unirme al club. Ha sido la ostia follarme a su madre en el salón mientras ella veía la tele tranquilamente al lado…

La expresión de pervertido de Mario era casi cómica. Pero yo no me reía.

- ¿Y si me niego a participar? – pregunté - ¿Expulsaréis a Mario del club? Si me voy, no podrá aportar una chica…

- Hoy está aquí como invitado – repuso Jesús – Así que, como todos le hemos ofrecido a nuestras esclavas, podrá disfrutar de la velada como le plazca.

- ¿Y la próxima vez?

- No podrá unirse hasta que yo le consiga una nueva esclava. Pero no creo que vaya a tardar mucho, pues ya tengo un par de objetivos en mente - respondió Jesús mirándome con cierto desprecio.

Aquello me dolió. Dejé de tocarme bajo la sábana.

- Entonces, ¿ya está? – dije con un nudo en la garganta - ¿Eso es todo?

- Sí, Edurne, eso es todo. Ha llegado el momento de elegir. La hora de los cuentos ya ha pasado…

- Y empieza la de las putas… - retrucó Mario sonriendo.

Tras decir esto, Mario se incorporó. No pude evitar mirar su polla, que se había puesto morcillona, lo que me excitó todavía más. Me sentía profundamente insatisfecha, pues todas aquellas revelaciones y tocamientos a escondidas me habían excitado.

- Bueno, amigo, interesantísima historia – dijo mi novio – Pero yo ya no puedo más. Con tu permiso, me voy al salón a disfrutar de la mamada simultánea que me has recomendado antes. Y tú – dijo volviéndose hacia mí – Puedes hacer lo que te parezca bien. Si quieres, lo mandamos todo al carajo, ya no me importa… pero sabes que en el fondo te quiero y que sería un buen amo para ti.

Y me besó suavemente en los labios. Me ruboricé intensamente sin saber por qué. Sentía vergüenza. Mario salió del cuarto, dejándome a solas con Jesús. Pensé que, sin duda, aquello formaba parte del plan que habían trazado los dos hombres, pues la presencia de Jesús era lo que más me enardecía en el mundo. Me costaría decirle que no.

- Yo también me voy, Edurne – me dijo, angustiándome todavía más – Tienes que tomar una decisión. Una vida de infinito placer, sometida a los deseos de Mario y a los míos – dijo haciendo especial hincapié en el “míos” – o una nueva vida, libre de ataduras, que puede ser lo que tú quieras que sea… pero sin poder volver atrás…

- ¿Y si me quedo, sí podría volver atrás? – pregunté con ironía.

- Por supuesto. Olvidas lo que te dije. La única libertad que concedo a mis esclavas es marcharse cuando quieran. Eso sí, ya no pueden volver…

Era verdad. Recordé el momento en que me lo había dicho.

- Bien, me marcho. Tómate el tiempo que quieras y elige una de las dos puertas, la del jardín y la libertad o la del salón, de la sumisión y el placer.

No respondí nada. Jesús se levantó, exhibiendo su poderosa erección con descaro, sin duda para influir en mi ánimo. Caminó lentamente hacia la puerta, mientras mi corazón latía desaforado, pero justo antes de abrirla, se volvió una vez más y me habló.

- Puedo jurarte, Edurne, que si te marchas… te echaré de menos.

Y salió.
 
Capítulo 38: La decisión:



(El siguiente capítulo es el último, espero que os haya entretenido esta historia, seguid apoyando a los que suben relatos, para que cada vez hayan más y de más calidad, que es lo que queremos)

- Eso fue lo que hizo. Entiéndelo, él estaba acostumbrado a acostarse con ella como parte de los deberes conyugales y Esther no era… muy participativa. Él, además, había estado siempre un poco intimidado por la belleza y la juventud de su esposa y, de pronto, le surgía la oportunidad de que ella se sometiera y accediera a hacer todas aquellas cosas que nunca se habría atrevido a pedirle. Era demasiado tentador para dejarlo pasar.

- Justo como tú habías calculado – afirmé, haciendo sonreír a Jesús.

- Correcto. Yo le dije que Esther era su mujer y que podía acostarse con ella cuando quisiera. Pero si quería acostarse con Esther, la esclava sexual… No iba a salirle gratis.

- ¿Y él accedió?

- Por supuesto. De hecho, estoy seguro de que él ya lo había previsto. Yo había pensado que lo primero que iba a pedirme era una nueva sesión con Rocío o con Gloria (u otra vez con ambas), pero él se decidió por cumplir las fantasías que había ido forjando a lo largo de los años con su encantadora mujercita.

- ¿Y Esther?

- Obedeció, como la buena putita que está hecha.

No me extrañaba lo más mínimo.

- Y eso no fue lo mejor. Tras algunas sesiones con Esther y con las otras chicas, mi padre empezó a ganar confianza e intentaba que Esther le obedeciera cuando estaban fuera de la alcoba. Como ella se resistía, simplemente me preguntó que cuanto le costaría que ella fuera su esclava las 24 horas del día, no sólo de vez en cuando y yo… le di un precio.

- ¿Le vendiste a tu padre a su propia mujer? – exclamé atónita.

- Precisamente. Aunque eso sí, con una pequeña precisión. Esther seguiría siendo mi esclava a todos los efectos y mis deseos tendrían siempre preferencia sobre los de él. Pero fuera de eso, ella tendría que obedecerle siempre.

- ¿Y Esther estuvo de acuerdo?

- Olvidas que es una sumisa, que obtiene el máximo placer cuando un hombre la usa a su antojo – respondió Jesús mirándome con fijeza, lo que me hizo estremecer por la clara alusión – Ella realmente empezó a disfrutar las sesiones con mi padre, así que no le costó mucho aceptarlo. Además, la otra opción no era tan tentadora.

- ¿La otra opción? – pregunté sin comprender.

- Claro. Si me desobedecía… puerta. Ya no sería una de mis chicas, no querría saber nada más de ella. Y no sólo eso, mi padre se divorciaría de ella por infidelidad. No pasaba nada, le entregaría a alguna de las otras, aunque lo ideal era Esther, que vivía bajo su mismo techo.

Entonces tuve un fogonazo de inspiración. El entendimiento atravesó mi mente y me inundó con intensidad. Di gracias por estar ya en la cama, pues me quedé completamente sin fuerzas de nuevo y me habría derrumbado. Jesús me miraba fijamente, sabedor de que, por fin, la luz se había hecho en mi mente.

- E… entonces eso es lo que haces – dije con voz insegura – Entrenas esclavas sexuales y las vendes al mejor postor. Es lo que has hecho conmigo…

- Exacto, Edurne – respondió Jesús, clavando el último clavo en mi ataúd – Aunque no las vendo “al mejor postor”, sino que las preparo para aquellos que me lo solicitan.

Miré aterrada a Mario, alucinada por las implicaciones de lo que acababa de decir Jesús.

- Mario… tú – acerté a decir.

- No. No fue él – dijo Jesús dejándome todavía más anonada – Pero no precipitemos acontecimientos.

- Pero… entonces – balbuceé espantada - ¿Es que piensas entregarme a algún otro?

- No. No es así. Déjame que siga con la historia. Cuando acabe, tendrás que tomar tu decisión, Edurne. Piensa que eres libre de decidir lo que quieras, no estás atrapada ni nada por el estilo. Si quieres, puedes marcharte ahora mismo, sin rencores, pero creo que deberías esperar hasta el final.

- Está bien.

El corazón había estado a punto de estallarme en el pecho, pero Jesús, como siempre, había sido capaz de tranquilizarme. No tenía lógica alguna, pero a pesar de todos los engaños y las mentiras… seguía confiando en mi Amo.

- La vida en casa se transformó por completo. Mi padre estaba más feliz que nunca y mi relación con él mejoró muchísimo. De vez en cuando, cuando le apetecía desmadrarse, se pagaba una sesioncita con Gloria o Rocío, con lo que ellas se sacaban un dinerillo extra; Kimiko, aunque se la tiró un par de veces, no le gustaba tanto, pues la chica como de verdad disfruta es con el bondage y a papá no le van mucho esos temas.

- Es muy tradicional – bromeó Mario.

- Sí. Y Esther, aunque no me creas, también disfrutó lo suyo. Papá aprendió a tratarla como lo hacía yo y eso era justo lo que a ella le gustaba, por lo que el placer se duplicó. Ahora es puta a todas horas y eso le encanta.

Eso era lo peor, que sí que le creía.

- Durante un tiempo, seguí disfrutando de la situación. Ahora me dedicaba un poquito menos a mi madrastra, pues papá empezó a pasar más tiempo en casa y como deferencia hacia él, me decantaba más por las otras, pero, aún así, me la follaba cada vez que me apetecía. Recuerda el día que la conociste, Edurne, ¿te pareció una mujer amargada o infeliz?

Recordé aquel almuerzo, lo superior que me había sentido a aquella mujer simplemente por pensar que estaba follándome a su hijastro a sus espaldas. Claro, eso fue antes de descubrir que ella llevaba follándoselo mucho más tiempo que yo y de acabar bajo la mesa, compartiendo la verga del muchacho codo con codo. Infeliz no parecía, no…

- Entonces hice un nuevo descubrimiento.

- ¿Cuál?

- Me enteré de que papi era más juguetón de lo que pensaba.

- No te entiendo.

- ¿Recuerdas que te conté que papá me propuso trabajar como profesor ese verano?

- Sí, para Yolanda – asentí viendo por donde iban los tiros.

- Eso es. Y te dije que, aunque inicialmente me negué, al final consiguió convencerme.

- Sí, te dijo que Yoli se había quedado prendada de ti en una boda o no sé qué.

- Todo cierto. Pero también me dijo algo más…

- ¿El qué?

- Me contó que, un par de semanas antes, había llevado a Esther a la oficina y le había ordenado que se acostara con su jefe, Germán, el marido de Natalia.

Me quedé alucinada.

- ¿Cómo?

- Lo que has oído. El viejo le había cogido el tranquillo al asunto y, sabiendo que su amigo Germán era un sátiro de cuidado, le había ofrecido en bandeja a su mujer, a la que llevaba años codiciando. A cambio, había obtenido permiso para follarse a Natalia, a la que le tenía ganas (por razones obvias), pero claro, para eso me necesitaba a mí…

- ¿Entonces…? – traté de hablar sin saber muy bien qué decir.

- Fui contratado como profesor de Yoli para seducir y someter a Natalia, para que su marido hiciera un intercambio de mujeres con mi padre. Pero claro, cuando conocí a Yolanda… tracé mis propios planes.

- Increíble – susurré.

- Y como bien sabes… lo logré.

- Entonces, ¿hiciste con Natalia lo mismo que con Esther? ¿Se la vendiste a su propio marido?

- Exacto – asintió Jesús con su sonrisa lobuna en el rostro – Y de ahí surgió la idea de este club…

- ¿Club? – pregunté sin entender.

- Sí, club. Sus miembros somos los hombres que has conocido hoy aquí. A todos les he vendido una esclava para su placer personal, una mujer sumisa, complaciente y que disfruta satisfaciendo sus más ínfimos caprichos, aunque eso sí, todas siguen a mi completa disposición.

- ¿Y te pagan?

- No. Una vez adquirida la esclava, es suya. El pago es simplemente mi propio disfrute de las mujeres. Además, periódicamente organizamos estas reuniones, una o dos veces al mes. Normalmente aprovechamos el cumpleaños de alguien, que se convierte en el homenajeado, aunque ninguno ha tenido un tributo tan especial como el que hoy me has brindado, Edurne.

No pude evitarlo. Me encogí bajo la sábana de placer, feliz porque mi Amo me hubiera felicitado.

- En estas fiestas todas las chicas están a disposición del que las desee. El único requisito para pertenecer a este club es aportar una chica.

Tragué saliva y traté de serenarme, para poder poner mis ideas en orden.

- ¿Y las máscaras? – pregunté.

- Son en tu honor – intervino Mario – Para evitar que me reconocieras y estropearte la sorpresa.

- A él o a alguno de los otros – dijo Jesús.

- ¿De los otros? ¡Ah, te refieres a Yoshi!

- Bueno, no sólo a él. Veo que le has reconocido.

Aquello me inquietó.

- ¿No sólo a él? ¿A quién mas conozco?

- Recapitula. Conoces a las chicas. Y conoces a alguno de los amos…

- Veamos. Esther con tu padre y Natalia con su marido – dije haciendo cuentas, aunque, realmente, no conocía en persona a ninguno de los dos antes de la fiesta.

- Correcto. Son los dos mayores, los del pelo canoso.

- Viejo verde y tito Luis – dije para mí.

- ¿No adivinas los otros? – dijo Jesús, incitándome.

- No sé – dije pensando en lo que Jesús nos había contado – Espera… el tal Martín…

- Premio. Es el Amo de Rocío. El más callado…

- Timidín – pensé.

- Luego está Yoshi – dije – Pero su esclava, ¿quién es? ¿Le vendiste a Gloria como quería?

- No. Su hermana era mejor opción para él. Es muy flexible y encaja bien su verga. Gloria lo hubiera pasado mal.

- ¿KIMIKO ES LA ESCLAVA DE SU HERMANO? – exclamé atónita.

- Sí, y no sabes lo feliz que es…

No podía creérmelo. Era imposible. Pero sí lo creía.

- ¿Y las otras? Gloria irá contigo pero…

- Te equivocas – dijo Jesús - Gloria no es mi propiedad exclusiva. Me quedé con Yolanda. Me vuelven loco sus tetas.

- No lo entiendo – dije sin saber qué pensar – Entonces el Amo de Gloria, ¿quién es?

- ¿No lo has adivinado? – dijo Jesús, mirándome divertido.

- Ni idea – respondí encogiéndome de hombros.

- Piensa. Recuerda el último día que pasamos juntos.

Lo hice. Rememoré el fin de semana con Jesús y Gloria. El sexo en el salón, la postura de los perros enganchados, el arnés con el que me follé a Gloria… Y la última pieza del puzzle encajó en mi cerebro: la llamada en el móvil.

- ¿SU PADRE? – aullé - ¿VENDISTE A GLORIA A SU PADRE?

- De ahí las máscaras. Podías reconocerle – dijo Jesús simplemente – Al fin y al cabo, es tu vecino.

No podía ser. Aquello era una pesadilla. Estaba mareada. Creí que iba a vomitar.

- No… no puede ser… - gimoteé.

- ¿Que no? Espera a verles follar… Luego me cuentas si disfrutan o no… ¿A estas alturas te asusta el incesto? Pues entonces fliparás cuando veas a Yolanda y a Nati montarse un trío con Germán.

Sentí que me hundía en un pozo, el mareo no se iba. La cabeza me daba vueltas. Quería salir de allí, pero no tenía fuerzas. Los dos hombres me miraban en silencio, inmóviles, sólo observándome. Pensé que iba a desmayarme. Pero no lo hice. Poco a poco fui recuperando el aliento, sintiéndome mejor. Sin decir nada, Mario me alargó su propia copa de coñac y yo la apuré de un golpe, agradeciendo de nuevo su efecto vivificador.

- ¿Te sientes mejor? – dijo Jesús, sin que nada en su tono demostrara que mi estado le preocupara en lo más mínimo.

- Sí – dije asintiendo con la cabeza – Entonces… ¿Ya está? ¿Tengo que decidir si me voy o no?

- Aún no, Edurne – dijo Jesús – Aún queda una historia…

- ¿Cuál?

- La tuya…

Miré a Mario, que me miraba muy serio. Sin decir nada, asentí en silencio y volví a recostarme contra el respaldo de la cama. Y Jesús empezó a hablar.

- Llegaste al instituto hace un par de años y enseguida te convertiste en el centro de atención de los alumnos.

- ¿Por qué? – pregunté estúpidamente.

- Porque estás muy buena – respondió el chico, haciendo que me estremeciera de nuevo.

- Además, te ganaste una merecida fama de perra sin misericordia, lo que te hacía todavía más atractiva. Ya sabes, someter a una zorra de marca mayor como tú… era un desafío.

Me encogí todavía más bajo la sábana.

- Pero no sólo atrajiste la atención de los adolescentes abarrotados de hormonas, hubo también algún adulto que se fijó en ti… Y se obsesionó…

La angustia me embargó, impidiéndome respirar. El pánico se apoderó de mí. Si ese iba a ser mi destino, no creía que fuera a ser capaz…

- A… Armando – gemí entendiendo lo que decía Jesús – Hablas del director… Me has vendido a Armando…

- Yo no te he vendido a nadie. Aún no. – sentenció Jesús – Y a Armando no le entregaría jamás una de mis chicas. El hombre que recibe una de mis esclavas no puede ser un malnacido hijo de puta como ese.

El amor por el Amo retornó en ese momento. No pude evitarlo. Con todo lo que me había hecho… aún le amaba.

- Pero Armando atrajo mi atención hacia ti… Vi lo bella y atractiva que eras… Y decidí que serías mía.

Enrojecí de placer.

- Al principio me propuse simplemente conseguirte, pero, tras conocer a Mario, pensé que quizás estaría interesado en perder una novia… y ganar una esclava.

Miré a Mario, que me observaba con aire satisfecho. Nada de aquello encajaba con la imagen que yo tenía de mi novio, pero no podía negar los hechos, no cuando un rato antes había tenido su polla enterrada en el coño mientras Jesús me enculaba a placer. Prueba irrefutable. El algodón no engaña.

- Puse mis planes en marcha hace unas semanas y salió todo de puta madre.

- ¿Mario lo sabía? – dije señalándole.

- No. En ese momento no.

Me sentí mejor. Al menos mi novio no había participado en mi violación.

- Se enteró poco después.

- ¿Cuándo?

- Si recuerdas, aquella semana regresé en sábado – intervino Mario, siguiendo el hilo de la narración – Y me follaste como nunca antes lo habías hecho. Fue el mejor polvo de mi vida. Y eso quedó grabado en mi memoria. Sabía que te había pasado algo, pero no sabía el qué.

Me sentí avergonzada, porque lo que decía era verdad. Había bastado que me follaran a lo bestia para convertirme en una fiera hambrienta de sexo.

- Un par de días después, el martes siguiente… sucedió algo.

- ¿El qué?

- Por la mañana, mientras estabas en clase… Llamaron al timbre y cuando abrí me topé con Gloria, que venía toda agitada… Yo la conocía de vista del bloque, por lo que, cuando me pidió ayuda, no pude negarme…

- ¿Con Gloria?

- Sí – dijo Jesús – Le ordené que se presentara en tu casa y que se acostara con tu novio.

Empezaba a entender.

- ¿Te follaste a Gloria mientras yo estaba en el instituto? ¿Cómo pudiste? – exclamé inexplicablemente enfadada.

- ¿Quién fue a hablar? – respondió Mario, enojado.

- Edurne, ¿crees que Mario podría resistirse si Gloria intentara seducirle? ¿O alguien?

- Supongo que no – concedí.

- Y según me dijo Gloria, lo intentó – dijo Jesús – Pero ella usó la treta de la jovencita en apuros. Se presentó con la camisa desgarrada y le dijo que unos chicos la habían asaltado en el ascensor, pero que había podido escabullirse antes de que le hicieran anda. Tu novio, todo caballeroso, salió en busca de los agresores, pero claro, no encontró a nadie y cuando regresó…

- Me imagino el resto, gracias – dije un tanto picada.

- ¿Te molesta? – rió Mario, también enfadado – Le dijo la sartén al cazo…

- No, tienes razón. Puedes follar con quien te dé la gana – dije secamente.

- ¿Te molestan los cuernos?

- No tanto como a ti. Yo lo he hecho más veces.

- Eso es lo que tú te crees. Si supieras cuantas veces me he follado a Pili…

- Cabrón.

- Puta.

Jesús se echó a reír.

- Bueno, bueno. ¿Seguimos? No queda mucha historia y yo estoy deseando acabar y unirme a los de ahí fuera. Tanto hablar de folleteo me ha animado y mirad como la tengo ya.

Diciendo esto, Jesús se incorporó de la silla, exhibiendo sin vergüenza su falo completamente erecto. No pude evitarlo, la boca se me secó y deseé intensamente tenerlo entre mis piernas. Ya no me importaba nada la infidelidad de Mario.

- Al día siguiente, Mario partió de nuevo de viaje, lo que yo ya sabía porque se lo había comentado a Gloria después de follársela.

Miré a Mario con desprecio.

- Un par de días después, le vendí tu culo a Armando - dijo Jesús mientras me estremecía con el recuerdo – Y el sábado te presenté a Esther.

- Y yo regresé esa misma mañana. Jesús me contó que, mientras yo te llamaba al móvil, preocupado por no saber donde estabas, tú estabas chupándosela bajo la mesa – dijo Mario en tono de reproche.

- La tarde del domingo puse en marcha mi plan. Me presenté con Gloria en tu casa y ambos fingieron no conocerse. Luego, mientras te follaba en el salón, Gloria se enrollaba en la cocina con Mario, lo justo para distraerle y que no se enterara de lo que pasaba al lado.

- Yo estaba excitadísimo por la situación, metiéndole mano por todos sitios a Gloria, mientras el miedo a que nos pillaras me excitaba todavía más. Soy gilipollas, lo sé.

- Gloria, siguiendo mis instrucciones, se citó para comer con él al día siguiente, pero fui yo el que se presentó en el restaurante, mientras Gloria pasaba el día contigo y te presentaba a las otras chicas.

Recordé aquella memorable jornada. Había sido el día en que había empezado a sumergirme de veras en el mundo de Jesús, a conocer todo lo que le rodeaba. Por lo visto, a Mario le había pasado lo mismo.

Y era cierto, aquel día Mario me había dicho que iba a almorzar con un amigo. Qué cabrito.

- Cuando me vio llegar a mí en vez de a Gloria, se puso blanco como la pared – rió Jesús mirando a Mario.

- ¿Y qué querías? – respondió éste – Pensé que te habías enterado de que me había acostado con tu novia y que venías a montarme un pollo.

- Y la cosa no mejoró cuando te enseñé las grabaciones de móvil que había hecho Gloria mientras follábais.

Entendí completamente los planes de Jesús. Haciendo eso, se aseguraba la atención de Mario y le serviría como seguro para contarle que él me había hecho lo mismo a mí.

- Creí que iba a chantajearme, que iba a pedirme dinero o algo así a cambio de no contarte mi infidelidad – dijo Mario dirigiéndose a mí – Pero no eran esos sus planes.

- Desde luego que no. Cuando estuve seguro de que Mario estaba pendiente de mis palabras, le conté todo lo que habíamos hecho tú y yo en los días anteriores.

Me quedé mirando a Mario en silencio, avergonzada. Pero también excitada por recordar todo lo que habíamos hecho Jesús y yo. Me di cuenta de que tenía los pechos duros y sensibles y mi entrepierna era un charco bajo la sábana. Amparándome en la tela que ocultaba mi desnudez a los ojos de los dos hombres, llevé lentamente una mano a mi empapado coñito y empecé a acariciarlo suavemente, procurando que ellos no se dieran cuenta de lo que hacía. Aunque apuesto a que Jesús lo sabía perfectamente.

- Y no sólo se lo conté, sino que le mostré abundante material audiovisual. Las fotos y los vídeos que te había tomado durante nuestras sesiones.

- ¿Os pusisteis a ver vídeos míos follando en mitad del restaurante? – pregunté indignada.

- No, tras un rato de charla nos fuimos a tu piso, para poder hablar con más libertad.

- ¿Y tú no hiciste nada? – le pregunté a Mario – Te estaban mostrando pruebas de mi infidelidad.

- Y de la mía, no lo olvides. Pero es que, además, Jesús no me había dicho que era él el que salía follándote en los vídeos. En ninguno de ellos se le veía la cara, así que, aunque estaba enfadado, no la tomé con Jesús. En el fondo, seguía pensando que aquello formaba parte de un plan para sacarme dinero.

- Y así era, pero no como tú te imaginabas. Pues bien, aquella ya era demasiada información, así que me marché para que Mario pudiera asimilarla. Eso sí, me llevé todos tus vídeos y fotos, para que no tuviera pruebas con las que acusarte de nada – me dijo Jesús.

- Exacto. Sólo me dejó un DVD con mis vídeos y fotos con Gloria. Abrumado por las circunstancias, lo puse otra vez en el reproductor… y acabé masturbándome mientras lo veía. Esa tarde me costó mucho mirarte a la cara Edurne. Aunque tenía pruebas de que eras una puta, me sentía mal yo, así que te preparé la cena y te esperé… luego, por la noche, mientras me follabas como loca, yo no podía dejar de pensar en lo zorra que eras, en Gloria, en lo que había pasado…

- Por eso fue tan intenso – recordé.

- Así es – asintió él.

- Por la mañana me sentí asqueado conmigo mismo, hipócrita por haber consentido que me arrastraras a tu cama a pesar de saber lo que habías hecho… me sentí débil, así que… seguí las instrucciones que me había dado Jesús.

Jesús retomó el relato, poniendo fin al incómodo silencio que se había producido.

- Mis instrucciones eran que te dijera que volvía a marcharse de viaje el fin de semana, pues había muchas cosas que tenía que ver para entender. Además, lo cité al día siguiente, a la salida del instituto…

- Y yo os vi follando en el aula, Edurne. Y fue entonces cuando lo creí todo. A pesar de los vídeos, a pesar de las pruebas, todavía pensaba que todo aquello era un mal sueño, que no era real, pero cuando te vi gimiendo de placer mientras Jesús te follaba… decidí que iba a vengarme.

- O sea, que cuando fuimos a comer juntos ese día…

- Yo ya había visto en directo el pedazo de puta que estás hecha. Soy buen actor ¿eh?

Joder. Vaya si lo era. Y yo pensando que le había engañado por completo. Me sentí mal por aquello, pero mi inquieta manita entre mis muslos me calmó rápidamente.

- El jueves por la mañana, Edurne, si recuerdas, ni Gloria ni yo aparecimos por clase…

- Es cierto – asentí.

- Lo que hicimos fue reunirnos con tu novio y llevarle a mi casa, donde nos montamos una buena orgía con mi madrastra.

- A esas alturas ya me daba igual todo. Follé con las dos hasta acabar agotado. Nunca me había sentido igual. Imitando a Jesús, no dudé en ordenarles las cosas más sucias que se me ocurrieron… y ellas obedecían en todo. Me sentí poderoso, nunca había experimentado nada igual…

- Y después le expliqué todo lo relativo al club, le hablé del resto de chicas y de los otros hombres… y le pregunté si quería unirse…

- Y yo no dudé, Edurne – dijo Mario mirándome – Sólo de pensar en las posibilidades que se abrían ante mí… Uf. Pero no era solo eso. También deseaba vengarme de ti, a pesar de que yo también había sido infiel, no podía compararse con lo tuyo… y si me convertía en tu dueño…

Me estremecí. Así que era eso. Así era como Jesús lograba que aquellos hombres pagaran por lo que ya poseían. Les ofrecía la posibilidad de vengarse de ellas por haberles humillado.

- Es noche me contaste la patraña del tatuaje y tu amiga Esther. Y fingí creérmelo todo, poniéndome cada vez más caliente al pensar en todo lo que te iba a hacer. Por eso no pude más y me metí en la ducha contigo.

Era cierto. Aquella noche Mario había estado mucho más intenso de lo habitual. Ya sabía por qué.

- El sábado, conforme a las instrucciones recibidas, me largué de casa, fingiendo irme de viaje. Lo que hice fue plantarme en casa de Jesús, donde me presentó a su padre. Me dejó con él para irse a pasar el fin de semana contigo y con Gloria. Bartolomé hizo de cicerone para mí. Me ofreció a su mujer, a la que volví a zumbarme gustoso y después ambos me acompañaron hasta aquí, hasta esta casa, donde conocí a Germán y a su esposa, que también fue puesta a mi disposición. Y aquí he permanecido hasta hoy, aprendiendo todo lo necesario sobre el club.

- ¿Y Yolanda? – pregunté.

- La conocí, aunque no pude catarla. Su Amo es Jesús y sólo podemos disponer de una de las mujeres si su amo nos la ofrece. O en una de estas fiestas… Créeme si te digo que el verla y no poder follármela acabó por decidirme por completo a unirme al club. Ha sido la ostia follarme a su madre en el salón mientras ella veía la tele tranquilamente al lado…

La expresión de pervertido de Mario era casi cómica. Pero yo no me reía.

- ¿Y si me niego a participar? – pregunté - ¿Expulsaréis a Mario del club? Si me voy, no podrá aportar una chica…

- Hoy está aquí como invitado – repuso Jesús – Así que, como todos le hemos ofrecido a nuestras esclavas, podrá disfrutar de la velada como le plazca.

- ¿Y la próxima vez?

- No podrá unirse hasta que yo le consiga una nueva esclava. Pero no creo que vaya a tardar mucho, pues ya tengo un par de objetivos en mente - respondió Jesús mirándome con cierto desprecio.

Aquello me dolió. Dejé de tocarme bajo la sábana.

- Entonces, ¿ya está? – dije con un nudo en la garganta - ¿Eso es todo?

- Sí, Edurne, eso es todo. Ha llegado el momento de elegir. La hora de los cuentos ya ha pasado…

- Y empieza la de las putas… - retrucó Mario sonriendo.

Tras decir esto, Mario se incorporó. No pude evitar mirar su polla, que se había puesto morcillona, lo que me excitó todavía más. Me sentía profundamente insatisfecha, pues todas aquellas revelaciones y tocamientos a escondidas me habían excitado.

- Bueno, amigo, interesantísima historia – dijo mi novio – Pero yo ya no puedo más. Con tu permiso, me voy al salón a disfrutar de la mamada simultánea que me has recomendado antes. Y tú – dijo volviéndose hacia mí – Puedes hacer lo que te parezca bien. Si quieres, lo mandamos todo al carajo, ya no me importa… pero sabes que en el fondo te quiero y que sería un buen amo para ti.

Y me besó suavemente en los labios. Me ruboricé intensamente sin saber por qué. Sentía vergüenza. Mario salió del cuarto, dejándome a solas con Jesús. Pensé que, sin duda, aquello formaba parte del plan que habían trazado los dos hombres, pues la presencia de Jesús era lo que más me enardecía en el mundo. Me costaría decirle que no.

- Yo también me voy, Edurne – me dijo, angustiándome todavía más – Tienes que tomar una decisión. Una vida de infinito placer, sometida a los deseos de Mario y a los míos – dijo haciendo especial hincapié en el “míos” – o una nueva vida, libre de ataduras, que puede ser lo que tú quieras que sea… pero sin poder volver atrás…

- ¿Y si me quedo, sí podría volver atrás? – pregunté con ironía.

- Por supuesto. Olvidas lo que te dije. La única libertad que concedo a mis esclavas es marcharse cuando quieran. Eso sí, ya no pueden volver…

Era verdad. Recordé el momento en que me lo había dicho.

- Bien, me marcho. Tómate el tiempo que quieras y elige una de las dos puertas, la del jardín y la libertad o la del salón, de la sumisión y el placer.

No respondí nada. Jesús se levantó, exhibiendo su poderosa erección con descaro, sin duda para influir en mi ánimo. Caminó lentamente hacia la puerta, mientras mi corazón latía desaforado, pero justo antes de abrirla, se volvió una vez más y me habló.

- Puedo jurarte, Edurne, que si te marchas… te echaré de menos.

Y salió.
Joder, se marcho o se quedo?
No jodas que tenemos qie imaginarlo....
 
Capítulo final:




Podría mentirles. Podría decirles que me pasé horas decidiendo qué iba a hacer, que las dudas me mantuvieron pegada a aquella cama, tratando de vislumbrar cual sería mi destino en función de la opción escogida. Pero ustedes sabrían que estoy mintiendo. Si han tenido la paciencia de seguir mi relato durante estas cientos de páginas sin duda me conocen ya. Saben la clase de mujer que soy.

En cuanto Jesús salió, salté de bajo las sábanas. Tratando de serenarme, caminé muy erguida hacia el baño y encendí la luz. Me miré en el espejo, repasando mi cuerpo, observando mi piel churreteada de sudor y cosas peores.

Me separé los labios vaginales y me miré la entrepierna, viendo que la mezcla de sudor, flujos y semen había dejado la zona toda pegajosa, así que decidí asearme.

Tenía que estar presentable para empezar mi nueva vida.

Me duché con cuidado de no mojarme el pelo y, tras secarme, volví a ponerme las medias, el liguero y el vestido negro. Las bragas no, pues no las encontré.

Regresé al baño, para acicalarme un poco frente al espejo. Cuando estuve satisfecha, me calcé con los zapatos de tacón y me dirigí hacia una de las puertas, agarrando el pomo con mano temblorosa. Respiré hondo para armarme de valor… y la abrí.

Y mi nueva vida apareció ante mí…

FIN

Por un momento, pensé en terminar aquí la historia. Pero no, si han aguantado hasta el final… merecen saber algo más.

Cuando abrí la puerta, me encontré justo con la escena que me esperaba. La lujuria y el desenfreno campaban a sus anchas por doquier. Mirara donde mirara, sólo veía cuerpos desnudos retorciéndose de placer, frotándose unos contra otros en una interminable danza de pasión.

Todos menos Jesús. El chico estaba sentado en un sillón, mientras una de las chicas, Rocío creo, le estaba practicando una felación.

Cuando mis ojos se encontraron con los suyos, las rodillas me temblaron y tuve que agarrarme a la manija de la puerta para no caerme. Su sonrisa, como siempre, me debilitaba, me prometía cosas que yo ansiaba poseer… océanos de placer inabarcable.

Como pude, me las apañé para mantenerme erguida y caminar unos pasos al interior del salón. Nadie, ni siquiera Mario, que estaba enfrascado en un libidinoso cuerpo a cuerpo con Kimiko, se había percatado de mi presencia. Pero Jesús sí.

- Bienvenida, perrita.

Las rodillas volvieron a flaquearme. Bastó con que volviera a llamarme perrita para hacer que me derritiera. Lo había echado de menos. Pero su voz no tuvo efecto sólo en mí, pues bastaron esas simples palabras para que los demás quedaran libres del hechizo de la lujuria y se dieran cuenta de que había llegado.

Un montón de caras sudorosas me miraban sonrientes, especialmente la de Mario, que veía como el futuro color de rosa se abría ante él. Parecía a punto de gritar de alegría. Eso me tranquilizó. No las había tenido todas consigo, no había estado seguro de si yo iba a claudicar. El único que no había dudado de mí era mi Amo.

Le miré sonriente, con el corazón desbocado atronando en mi pecho. Me sentía feliz por haber tomado esa decisión, sabía que era la correcta. Estaba decidida. Si había que ser una puta para mi Amo… yo sería la mejor. Cuando pasaran 30 años y Jesús ya me hubiera dado la patada por vieja, quería que, cuando estuviera entrenando a alguna jovencita, no pudiera evitar acordarse de mí. Ya lo vería.

De pronto, vi que Gloria se acercaba a mí casi corriendo y se arrojaba en mis brazos, abrazándome. Estaba pringosa de sustancias pegajosas, pero no me importó y le devolví el abrazo. Sabía que se alegraba por mí. Por el rabillo del ojo vi como Kimiko me dirigía una ligera reverencia, saludándome.

- Me alegro tanto de que te hayas unido a nosotras – me dijo Gloria separándose un poco de mí – Lamento haberte engañado, pero era necesario…

- Shisss – la hice callar poniéndole un dedo en los labios – No hay nada que perdonar.

Justo entonces Jesús se puso en pié y, como siempre, todos le prestaron atención.

- Esclavas, saludad a vuestra nueva hermana.

No sabía a qué se refería hasta que Gloria, que seguía ábrazada a mí, acercó su rostro al mío y me dio un tenue beso en los labios.

- Bienvenida número cinco – me dijo mi alumna recordándome mi reciente ascenso en el ranking.

- Gracias número 6 – respondí sonriéndole.

Una a una, todas las chicas se acercaron a mí y me besaron en la boca, mientras lo hombres nos observaban divertidos sirviéndose una copa. Mis ojos les seguían inquietos, calibrando los diferentes grosores y tamaños que exhibían y que sin duda pronto iba a probar. Era curioso, los más mayores mostraban tremendas erecciones, mientras que los jóvenes tenían distintos grados de excitación, lo que me hizo sospechar que por la sala debía haber tráfico de pastillitas azules. Como ven, estaba hecha una experta en pollas… Ya lo he dicho: de entre las putas… la mejor.

Natalia, tan efusiva como siempre, me dio un fortísimo abrazo que me dejó sin resuello al estrecharme contra sus melones. Yolanda, que apenas me conocía (sin contar los masajes de un rato antes), fue la más comedida.

Cuando acabaron, Jesús me dio mi primera orden como esclava de pleno derecho.

- Y ahora, perrita, es hora de que saludes a nuestros amigos.

Me volví entonces hacia Mario. Ya sabía lo que iba a decirle. Mi último acto de rebeldía.

- Mario, quiero que sepas que, a partir de ahora, te obedeceré en todo lo que me ordenes. Sé que me quieres y yo te quiero a ti, así que sé que seremos muy felices juntos si somos capaces de darnos el uno al otro lo que ansiamos. Pero has de saber que jamás te llamaré Amo. Si quieres serás mi Dueño, mi Jefe, mi Propietario… pero Amo sólo tengo uno – dije volviéndome hacia Jesús.

Sé que a Jesús le complacieron mis palabras, lo leí en sus ojos. A Mario en cambio no le gustaron tanto, pues vi brillar la ira en el fondo de su mirada.

- Eso es algo que no me importa, puedes llamarme como te plazca – me dijo mi nuevo dueño – Mientras hagas lo que te digo.

- Y si no lo hago, cumpliré el castigo que decidas – respondí sumisa.

Aquello le gustó más.

- Espero no tener que hacerlo muy a menudo. – dijo - Ahora, como ha dicho Jesús, saluda a mis amigos.

Obediente, me acerqué caminando muy erguida hacia el sofá más próximo, donde reposaba sonriente el marido de Natalia. Sentía la mirada de todos los presentes clavándose en mi piel, pero no me importó, me gustaba ser el centro de atención. Me sentí como en clase, cuando sentía cómo las ávidas miradas de los chicos me desnudaban mentalmente. Ahora podía reconocer que aquello me gustaba.

Cuando estuve junto a Germán, me incliné para besarle.

- Encantada de conocerle, Germán – le dije – Estoy segura de que lo pasaremos muy bien.

Sin embargo, cuando acerqué mi cara para besar su boca sonriente, el vejete me detuvo, mientras yo le miraba extrañada.

- No es ahí donde tienes que besarme niña – dijo riendo – Así no se saluda… Hay que tener mejores modales.

Le entendí perfectamente. Inclinando el cuerpo un poco más, agarré suavemente su erecto pene y lo besé tiernamente en la punta, haciendo que la sonrisa del viejo se ensanchara todavía más.

- Creo que esta puta va a gustarme – exclamó dándome un fuerte cachete en el culo mientras me apartaba de él.

El siguiente fue el padre de Gloria, mi vecino Raúl.

- Cuando nos encontrábamos en el ascensor, nunca se me ocurrió que fuésemos a acabar así – le dije mientras besaba con dulzura su polla.

- Pues a mí se me ocurrió en más de una ocasión – respondió él haciendo reír a los otros.

El siguiente fue Yoshi, cuya polla yo conocía tan bien. A medida que me acercaba, imaginé que esa misma noche acabaría con aquella cosa enterrada en mis entrañas. Iba a estar bien. Ya no tenía miedo ni me impresionaba. Yo iba a ser la reina de las putas.

- Hola Yoshi.

- Bienvenida – dijo él sonriendo.

No me hizo falta agacharme apenas, pues Kimiko, que estaba sentada junto a su hermano, agarró la base de aquella enorme porra y la mantuvo erguida, sosteniéndola apuntando al techo. Le sonreí agradecida mientras depositaba un lujurioso beso en el glande de la gigantesca verga. Hasta la lamí ligeramente.

- Yo no soy tan impresionante – me dijo el siguiente, el padre de Jesús cuando me acerqué para rendir homenaje a su polla.

- Bartolomé, no diga eso. La suya es magnífica. Y además, de no ser por usted ninguno estaríamos aquí ahora.

- ¿Cómo? – exclamó el hombre, extrañado.

- ¡Claro! – reí – ¡Si de sus testículos no hubiera surgido Jesús, probablemente jamás nos habríamos reunido!

Mientras besaba su polla, acaricié dulcemente su escroto con la mano, como agradeciéndole por regalarnos el fruto de su semilla. Bastó aquel simple contacto para que notara cómo su verga se endurecía aún más contra mis labios. Sonreí satisfecha.

Martín era tan tímido como parecía y apenas balbuceó un “bienvenida” mientras besaba su pene. Me sentí feliz por poder intimidar así a un hombre. Los pequeños placeres…

Entonces le tocó el turno a Jesús. El corazón me latía en el pecho. Caminé hacia él, con los ojos clavados en los suyos, diciéndole sin palabras que yo era suya, que lo demás era puro artificio, que todo aquello lo hacía para poder estar con él.

Y él lo sabía.

Sentí una descarga eléctrica cuando besé su idolatrada polla. Me sentí más viva que nunca.

Y entonces me acerqué a Mario.

- De rodillas – me ordenó.

Yo obedecí sin dudar, quedando frente a frente con su morcillona verga.

- Como bien dices, ahora soy tu dueño. Y el saludo tiene que ser… más profundo.

La sutileza no era el punto fuerte de Mario.

Sumisamente separé los labios y absorbí su polla hasta el fondo, hasta que mi rostro quedó empotrado contra su entrepierna. Pude sentir cómo se endurecí rápidamente en mi boca y el pobre Mario no pudo sofocar un gruñido de placer cuando mi lengua empezó a juguetear con su erección. Sonreí mentalmente, pues sabía que, aunque él pudiera ordenarme lo que le diera la gana, yo todavía era capaz de manejarle a mi antojo. Mario había cambiado… pero no era Jesús.

- E… esta bien, puta – balbuceó Mario extrayendo su nabo de entre mis labios – Ahora vamos a ver qué hacemos contigo.

- Lo que te apetezca – respondí sumisa.

- Bien. Antes, mientras estábamos en el cuarto, me has insultado y me has llamado cabrón.

- Lo siento – dije un poco inquieta.

- Y creo que, aunque quizás me lo merecía, debo castigarte por ello.

Mentira. Quería castigarme porque, en el fondo, sabía que yo le pertenecía a Jesús.

- Como tú digas Mario.

- Bien, pues vamos a probar una cosa que me enseñaron este fin de semana. Además, servirá como regalo para todos mis nuevos amigos.

- ¡Buena idea! – exclamó Germán, al parecer entendiendo perfectamente la sugerencia de Mario - ¡Natalia, traed la picota del almacén!

Miré intrigada a Natalia mientras salía al jardín acompañada por tres de las chicas. Me resultó cómico verlas a las cuatro, en pelota picada, caminando de puntillas por el jardín, quejándose del frío. Era normal, en aquel cuarto la cosa estaba que ardía.

Cuando regresaron, comprendí al momento en qué iba a consistir mi castigo.

Entre las cuatro transportaban como podían la susodicha picota. Lo había visto en películas, era un instrumento de tortura medieval, consistente en un cepo con tres orificios, uno grande en el centro y dos más pequeños, uno a cada lado, sujeto sobre unas patas de madera que llegaban hasta el suelo. Lo que se hacía era colocar al reo en el cepo, atrapando el cuello en el agujero central y las manos en los otros, de forma que el prisionero quedaba con los pies en el suelo y el cuerpo inclinado hacia delante, con la cara expuesta para que la gente le arrojara porquerías como castigo, mientras quedaba completamente indefenso. Aunque, en mi caso, no era la cara lo único que iba a quedar expuesto…

Aquel era un modelo indiscutiblemente más moderno y pude observar con alivio que los agujeros estaban forrados para evitar heridas por rozamiento. Porque no había que ser Einstein para saber en qué iba a consistir mi castigo cuando estuviera allí atada. Mario tenía razón, sus amigos iban a tener un bonito regalo.

- ¿Y bien, nena, qué te parece? – me preguntó Mario mirándome sonriente.

- Haré todo lo que me ordenes Mario. Si piensas que merezco un castigo, lo recibiré con obediencia.

- Perfecto.

Natalia y su hija fueron las encargadas de atarme. Mientras la madre separaba la parte superior para ensanchar los orificios y permitirme meter la cabeza y las manos, la hija se aseguraba de que estaba en la posición correcta, para que no me llevara un buen pellizco al cerrar el cepo. Cuando cerraron la madera alrededor de mi cuello y echaron la llave al candado, no pude evitar que la angustia se apoderara de mí y forcejeé un poco intentando sacar las manos. Mi gozo en un pozo.

- Es inútil que te resistas – me dijo Mario, sonriendo al ver mis esfuerzos.

- No me resisto, Mario – respondí serenándome – Quería comprobar que estaba correctamente cerrado para cumplir mi castigo.

Cuando estuve bien sujeta, las chicas colocaron delante de la picota un pequeño banco. Comprendí que se utilizaba por si algún hombre quería usar mi boca, para que pudiese subir en él y ubicar su pene a la altura de mis labios. Habían pensado en todo.

- Bien. Señores, ¡es toda suya! – exclamó mi novio ofreciéndome como tributo a la jauría humana.

Y tuve que reconocer que estaba deseándolo.

Las palabras de Mario fueron el detonante de la acción. Parecía como si el rato que había pasado hasta quedar en el cepo hubiera sido “la pausa que refresca”, como si todo hubiera quedado en suspenso. Pero en cuanto estuve amarrada… se desató la lujuria.

- ¡Con vuestro permiso, voy a ser el primero en clavarme a la nueva! – exclamó Germán levantándose trabajosamente del sofá.

No me sorprendió en absoluto, pues había sentido su mirada codiciosa sobre mi cuerpo desde que entré. Estaba bastante segura que lo del numerito de tener que besarles la polla a todos no formaba parte de ningún ritual del club, sino que se le había ocurrido sobre la marcha al viejo verde. Me caía bien el tipo.

En ese momento, empezó a sonar en la sala una música de ambiente muy suave. No entiendo mucho de música clásica, así que no supe identificar la pieza. Germán, haciéndose el gracioso, empezó a simular que bailaba mientras se aproximaba a mí al son de la melodía, procurando en todo momento que su erecto rabo bamboleara bien a mi vista. Le sonreí.

- Qué bien nos lo vamos a pasar, cariño – me susurró al oído cuando estuvo lo bastante cerca.

- Estoy segura – respondí relamiéndome con voluptuosidad, lo que pareció encantarle.

Rápidamente, rodeó la picota para situarse detrás de mí. Mientras lo hacía, observé que el desenfreno se había apoderado de la sala.

Yoshi estaba follándose a su hermana. Rectifico. Lo que hacía no era follársela exactamente. El japonés se limitó a clavarla por completo en su monumental hombría, de espaldas a él y, haciendo gala de su gran fuerza, empezó a caminar por la habitación con la chica empalada. La expresión completamente ida de Kimiko, con los ojos en blanco y la boca desencajada era para hacer un cuadro.

Mario y Raúl estaban dedicándose a la madre y a la hija, magreando sus enormes globos a placer. Al principio no comprendí qué estaban haciendo, pues mantenían a las chicas una frente a la otra, casi pegadas, mientras ellos manipulaban los melones. Cuando se apartaron un poco, pude ver lo que habían estado haciendo.

Los muy pervertidos habían enganchado los piercings de los pezones de las mujeres entre sí, el de la teta izquierda de Yolanda al de la derecha de Natalia y viceversa. De esta forma, ambas mujeres quedaban prendidas por los senos, sin poder separarse. Rápidamente, los dos hombres se colocaron tras las chicas y las penetraron simultáneamente, empezando a follárselas con brío. Pensé que a ambas debían dolerles los pezones, pero nadie lo diría a tenor de cómo gemían y rebuznaban.

Bartolomé se apoderó de Gloria, la “novia” de su hijo. Ésta dio un gritito y pataleó mientras el hombre la alzaba en volandas, pero la risa de la chica demostraba que sólo estaba jugando. El hombre la arrojó sin muchos miramientos sobre un sofá que estaba junto a la picota, donde la joven rebotó todavía riendo. En menos de un segundo, pude ver de cerca como la erección del padre de mi Amo se hundía hasta el fondo del culito de Gloria, mientras ésta chillaba y fingía resistirse, con el claro fin de enardecer todavía más al hombre, que resoplaba como un toro en celo mientras bombeaba el culo de mi alumna.

Justo entonces noté como Germán, que se había situado a mis espaldas, me levantaba el vestido, dejando expuesta mi intimidad.

- Umm, una zorrita sin bragas… me encanta – le escuché murmurar.

Enseguida incrustó su manaza entre mis muslos, frotando vigorosamente mi vagina. Con habilidad, hundió un dedazo entre los labios, recorriendo toda su longitud, empapándolo de mi humedad. Era bueno y pronto me encontré separando levemente los muslos para dejarle franco el acceso. Él resopló complacido.

- ¡Joder, Mario! – exclamó groseramente - ¡Menudo coño se gasta tu novia! ¡Está ardiendo! ¡Me voy a correr en cuanto se la meta!

Me encantó que dijera esas cosas de mí. Me mojé todavía más.

- ¡Veamos cómo anda de tetas! – dijo, aunque ya las había visto bastante bien durante el nyotaimori.

Diciendo esto, Germán estiró mi vestido para que mis senos escaparan por los lados, mientras dejaba recogida la falda sobre mi espalda, para dejar mi grupa al descubierto. El viejo apretó su entrepierna contra mi trasero, permitiéndome sentir la dureza y el calor de su barra de carne. Apretándose con fuerza, se apoderó de mis colgantes senos con las manos, estrujándolos con ganas. Pronto sus dedos se apoderaron de mis pezones, pellizcándolos con ansia, como si tratara de ordeñarme. Me hizo daño, pero me mordí el labio para ahogar cualquier tipo de queja.

- Fantásticas, tienes unas tetas fantásticas - me susurró sin dejar de tocármelas, lo que me llenó de placer.

Miré entonces hacia Jesús, para comprobar que mi Amo veía lo buena que era su perrita. No me defraudó. A pesar de estar sentado en el otro extremo de la sala, los ojos de Jesús estaban clavados en mí, con su lobuna sonrisa bailando en su rostro. Me sentí feliz.

Contemplé con envidia cómo su madrastra devoraba su polla con ansia. Deseé ocupar su lugar… o si no el de Rocío, que estaba sentada a horcajadas sobre uno de los muslos de Jesús, deslizando las caderas adelante y atrás, frotando libidinosamente su coñito contra la pierna del Amo, como la perra que era.

Y por fin Germán me la metió. Sin muchos miramientos, con fuerza, de un tirón, hasta las bolas… como a mí me gustaba.

No pude reprimir un gemido de placer cuando el nabo del viejo se abrió paso en mi encharcado coño, lo que le encantó a Germán, que me dio un nuevo azote en el trasero. Al parecer al viejo le ponía calentar culitos. Me pregunté cuántas azotainas habría recibido Yolanda de su papi por ser mala, mientras éste soñaba con follarla.

Y el viejo lo hacía bien. Empezó a bombear en mi coño con ganas, a un ritmo bastante intenso, agarrando mis caderas con las manos para dirigir bien las embestidas. Enseguida me encontré con mis tetas bamboleando como campanas, por lo que empezaron a estrellarse una y otra vez contra la madera que me tenía prisionera, produciendo un sonido de golpes sordos que me resultaba excitante.

- Mírate – dije para mí – Follada como una perra por un viejo que no para de estampar tus tetas contra el cepo. Quién te lo hubiera dicho hace un mes…

El pensamiento me hizo sonreír.

- ¡Qué coño tienes, zorra! ¡Cómo aprietas!

Tenía los ojos cerrados, para sentir mejor el placer de los pollazos, concentrándome únicamente en complacer al macho que me montaba, como la buena perrita que era. A pesar de ello, percibí una presencia cerca de mí, lo que me hizo abrir los ojos un poco sobresaltada.

Frente a mí estaba Martín, que no había empezado a participar en el desenfreno del salón. Enseguida averigüé por qué.

- ¡Tú como siempre, Martín! ¡Qué manía con las mamadas! ¡Donde esté un buen coño! – exclamó Germán sin dejar de hundir en mí su estoque.

- Para gustos los colores – le replicó el joven en tono neutro, mientras me dirigía una mirada casi suplicante.

Me hizo gracia que, en medio de aquel desparrame, hubiera alguien capaz de sentirse avergonzado. Le sonreí al chico y me relamí, clavando mis ojos en su polla, como la buena zorrita que era.

No hizo falta más invitación. Martín se encaramó en el banco que habían colocado frente a la picota y colocó su erecto nabo frente a mi boca. Como estaba sujeta, yo no podía hacer nada más que separar los labios para permitir que me la hundiera hasta la garganta y él así lo hizo, haciendo que se me saltaran las lágrimas. No estaba mal armado el tal Martín, no.

Agarrándose al borde de la picota con ambas manos, el chico empezó a follarme la boca con energía, aunque a un ritmo más pausado del que aplicaba Germán en mi coño, pues si no, me habría desencajado la mandíbula.

Así me encontré follada a la vez por la boca y por el coño, aislada del espectáculo que se desarrollaba en la sala, pues el cuerpo de Martín me tapaba la visión. El viejo sabía lo que se hacía y estaba dándome bastante placer, por lo que pronto me encontré al borde del orgasmo. Traté de de retrasarlo, pues si empezaba tan pronto a correrme como una burra no tardaría en quedarme sin fuerzas, así que empecé a apretar el coño y a mover las caderas para ver si lograba acelerar la corrida del viejo, pero aquello le gustó todavía más.

- ¡Así, puta, así, mueve el culo! – aulló azotándome de nuevo. ¡Dios, voy a correrme!

El problema es que yo también lo hice. Qué corrida tan buena me proporcionó el pervertido de Germán. Y la polla de Martín en mi boca había ayudado también sin duda. Mientras me corría, no sé por qué, me acordé de Mariano el conserje y de su polla.

Y Germán también estalló. Sentí como su verga entraba en erupción enterrada en mis entrañas, llenándome, mezclando su semilla con la de los otros dos hombres que ya me habían tomado esa noche. Me encantó.

- ¡Toma, puta, aquí tienes mi leche! – gemía el viejo agarrado a mis caderas como si le fuera la vida en ello, dándome fuertes culetadas que estampaban mis tetas una y otra vez contra la madera. Al día siguiente las tenía moradas.

Cuando Germán alcanzó el paroxismo, Martín aflojó un poco en mi boca, lo justo para dejarme respirar. Alcé como pude los ojos y me encontré con los suyos, que miraban agradecidos cómo su virilidad se perdía entre mis labios.

- Otro tipo simpático – pensé.

Germán se retiró de mi interior resoplando y caminó tambaleándose hasta derrumbarse sobre el sofá más próximo, cosa que ví por el rabillo del ojo, por un hueco que dejaba el cuerpo de Martín, sentándose justo detrás del culo de su amigo Bartolomé, que seguía sodomizando con entusiasmo a la pequeña Gloria.

- Así, dale duro – bromeó dirigiéndose a su empleado.

Al estar de pie, sentí como el semen del viejo escapaba de mi interior y resbalaba por mis muslos, ardiente sobre mi piel. El vestido se había deslizado de mi espalda, volviendo a cubrir mi grupa, aunque estaba segura de que pronto sería alzado por un nuevo comensal. No me equivocaba.

- ¿Ya ha terminado, Germán? ¡Pues ahora me toca a mí!

Me estremecí al reconocer el inconfundible acento de Yoshi, a pesar de no verle debido a que Martín me tapaba casi todo el panorama.

Pero eso acabó enseguida, pues, inesperadamente, Martín entró en erupción. Casi me atraganto, pues su corrida llegó de forma inesperada. Comprendí que todavía me quedaba mucho por aprender en cuestión de pollas, pues había sido incapaz de percibir que aquella estaba a punto de caramelo.

- La corrida silenciosa – pensé en silencio.

Martín, muy solícito, se retiró rápidamente de mi boca, como si le avergonzara haber descargado en mi garganta. Le miré, un poco sorprendida por tantos miramientos y vi que estaba un poquito avergonzado. Juguetona, le saqué la lengua, completamente pringosa por su semen, lo que le hizo enrojecer todavía más, apartándose de mi lado.

Como no me había ordenado otra cosa, escupí el resto de semen que quedaba en mi boca en el suelo, sin tragármelo, aunque una buena parte ya debía estar en mi estómago tras el primer disparo. Sonreí al ver alejarse al tímido Martín, pero la sonrisa murió en mis labios al ver que Yoshi se aproximaba, enarbolando su enorme porra, brillante por los jugos de su hermanita, que yacía desmadejada sobre un sofá, medio inconsciente. La corrida de Martín había hecho que me olvidara de que era su turno.

- ¿Y bien Edurne? – dijo apoyando un codo distraídamente sobre el cepo que me sujetaba - ¿La quieres en el culo o en el coño?

- Eso depende de si quieres o no matarme – respondí descarada.

Él se echó a reír.

- ¡Qué buena aportación han hecho contigo! ¡Seguro que no nos aburriremos!

- ¿Es que antes os aburríais?

- Lo que es seguro, es que ahora mismo tú no vas a aburrirte – siseó.

Mientras decía esto, Yoshi se agarró la verga y empezó a frotarla contra mi indefenso rostro. Si lo llega a hacer con ganas, me deja tuerta Ni siquiera necesitó subirse al banquito… llegaba desde abajo.

Tragué saliva acojonada cuando Yoshi rodeó la picota y le perdí de vista. Había intentado demostrar un aplomo que estaba muy lejos de sentir, así que no pude evitar suplicarle…

- Yoshi, por favor… Ya en serio – gimoteé – No seas bestia.

Me acordaba perfectamente de que aquel pollón había enviado a Gloria al hospital. No quería acabar igual.

- Tranquila, guapa – escuché que me respondía Yoshi – Las primeras veces usaremos esto.

Entonces me enseñó un objeto asomándolo por encima del cepo y poniéndolo frente a mí. Era una especie de “donut” de material blando. Tardé un instante en comprender lo que era, pero me tranquilizó bastante.

Aunque no lo ví, comprendí que Yoshi metió su rabo por el agujero del “donut”. De esa forma, actuaba como tope contra mi trasero y le impedía metérmela por completo. En cuanto estuvo listo, Yoshi me levantó las faldas, dejando mi grupa descubierta, pero a él parecía excitarle más que estuviera desnuda, así que acabó por desabrocharme el cierre que llevaba en la nuca y me libró por completo de la ropa, menos las medias, tacones y liguero.

- Así estás más guapa – oí que me decía.

- Gracias.

- Bonito, tatuaje – dijo deslizando un dedo sobre mi piel - ¿Quién es el genio que te lo ha hecho?

- Muy graciosooooooooo – aullé.

El muy cabrón aprovechó el instante de charla relajada para hundirme su espolón con ganas. Sentí cómo si mi cuerpo se partiera en dos, quedando ambas mitades separadas por una gruesa pared de carne, venas y músculo. Cuerpo cavernoso le llaman. Y una mierda.

- ¡Cabróóóónnnn! ¡Qué haces! ¡Me vas a partir! – exclamé sin darme cuenta ni de lo que decía.

- ¿Me insultas? ¿Así se comporta una zorrita buena? ¡No es eso lo que me habían dicho de ti!

- Pe… perdón – balbuceé – Es que casi me muero… Por favor, ten cuidado…

- Pues, cuando te diga que aún queda un trozo fuera…

Me acojoné. Era cierto. No notaba el “donut” contra mi culo. Faltaba verga por entrar.

- Con cuidado, por favor – supliqué.

Y gracias a Dios Yoshi me hizo caso. Tras la arrancada inicial, fue mucho más delicado para acabar de hundirme el resto. Cuando por fin noté el tacto de la tela del rosco protector me sentí más llena que nunca antes en mi vida. Casi agradecí estar atrapada por el cepo, pues sin su sostén, probablemente me habría derrumbado en el suelo sin fuerzas.

Yoshi permanecía quieto, dejando que mi cuerpo se amoldara al inconmensurable monstruo. Me estremecí al recordar que Kimiko era capaz de admitirlo entero en su cuerpo. Menuda era la japonesa.

Sentía el cuerpo acalambrado y en tensión. No podía respirar. Sin darme cuenta, había alzado los pies del piso, colocándome de puntillas y mantenía los puños apretados, clavándome las uñas en las palmas.

- ¡AAAAAAAAAHHHHH! – gimoteé cuando, muy lentamente, Yoshi extrajo muy despacio una porción de rabo y volvió a hundirlo en mi coño.

Di mentalmente gracias porque el chico parecía contenerse bastante bien, pues empezó a moverse en mi interior muy lentamente y al poco empecé incluso a encontrarle el gusto. No me extrañaba que las chicas que probaban al amiguito de Yoshi no volvieran a repetir. Ahora entendía mejor que el chico participara en todo aquello. Allí no podíamos negarnos.

Me di cuenta entonces de que tenía la boca abierta desde hacía un rato y que los músculos de mi cara estaban en tensión. Pensé que tenía que calmar un poco a Yoshi, que había empezado a acelerar un poco el ritmo. Y se me ocurrió una idea: me eché a reír de forma incontrolada.

- ¿Edurne? – dijo Yoshi medio alucinado - ¿Te has vuelto loca?

- No – respondí – es que me he acordado de algo que me contaron ayer – bromeé.

- ¿Cómo? – resonó la voz incrédula del japonés.

- Sí. Me lo contó la última tía que te follaste. Mientras se la clavabas una y otra vez, ella aullaba: “las bolas, las bolas” y tú le dijiste extrañado: “¿Qué quieres, que te la clave hasta las bolas?” y ella gritó llevándose las manos a la cara: “No, no, las bolas de los ojos que se me saltan”.

Aunque no le veía, no me costó imaginar la cara asombrada de Yoshi, que se había detenido por completo. El que sí que se rió fue Germán, que al estar sentado allí al lado, no se había perdido detalle.

- ¡Mario! – gritó entre risas - ¡Tu zorrita no tiene precio!

Pero Mario estaba muy concentrado en lo que hacía y no se enteró de nada. Al parecer, su compañero Raúl ya había descargado su carga en el coño de Natalia, así que se había retirado del cuarteto. Desde mi posición podía ver su verga todavía erecta asomando de entre sus muslos, sin duda gracias a la magia de las pastillitas azules.

Mario, que no parecía echarle mucho de menos, había obligado a las dos mujeres, madre e hija, a tumbarse en el suelo, todavía enganchadas por los piercings de los pezones y él estaba encima del montón bombeando enloquecido el coño de la jovencita, que le comía con ansia la boca a su madre, que le devolvía los besos con pasión.

Aproveché el breve respiro que me daba Yoshi para volver a buscar a mi Amo con la mirada, pero me dolió que esta vez no me prestara atención, pues estaba concentrado en follarse a Rocío a cuatro patas, mientras Esther tenía incrustada la cara entre sus nalgas, sin duda estimulando el ano de su hijastro con la lengua. Martín, al parecer siguiendo los consejos de Germán, se había ubicado tras la madrastra, follándosela con brío, formando así los cuatro un lujurioso trenecito.

Y entonces Yoshi me volvió a empalar. Y entendí perfectamente a la chica del chiste.

- Jodeeeeeeer – siseé mientras era inundada de polla.

- Tranquila, zorrita, que enseguida acabo.

Y gracias a Dios así fue. Estuvo penetrándome unos minutos más, con calma y procurando no hacerme daño, lo que le agradecí infinitamente. Por fin, sentí como la barra de carne se retiraba de mi interior, dejando mi coño abierto y rezumante.

Yoshi volvió a rodear la picota y a enarbolar sur vergajo frente a mi cara.

- Para ser la primera vez, ya has tenido bastante – dijo – Chúpamela un poco.

Y lo hice agradecida. Como pude, saqué la lengua y me dediqué a lamer y chupar la cabezota de aquella porra. Yoshi gruñía satisfecho por mis cuidados, hasta que se hartó de lametones y me colocó la polla en la mano.

- Acaba con una paja – me ordenó.

Aunque el cepo no me dejaba apenas libertad de movimientos, me las apañé para imprimir a mi muñeca unos hábiles giros que parecían agradar al chico. Cuando se corrió, su polla se estremeció entre mis dedos. Me sentí como los bomberos que no pueden controlar la manguera, con aquella cosa vibrando y dando saltos en mi mano. Por el rabillo del ojo, pude vislumbrar los gruesos disparos de semen que salían por aquella cañería colocada en vertical, que alcanzaban una buena altura hasta volver a caer al suelo, donde impactaban con sonoros palmetazos.

- Bonita fuente – escuché que decía Raúl.

Alcé la mirada sin soltar todavía la rezumante polla de Yoshi, que resoplaba excitado. Raúl, enarbolando su erección, fruto sin duda de la química, se había levantado del sofá y se acercaba a nosotros.

- Parece que me toca a mí – dijo dando una palmada para ponerse manos a la obra.

Vi que llevaba un consolador bajo el brazo, como el que lleva una barra de pan.

- Ni un minuto de respiro – pensé, aunque no dije nada y le sonreí.

El tipo rodeó la picota y se apoderó de mis nalgas, separándolas con rudeza para poder examinar mi coñito a placer.

- ¡Joder, Yoshi, cómo has dejado esto! – exclamó - ¡Parece el túnel del metro!

Cerré los ojos, inquieta. Esperaba que estuviera bromeando.

- Cariño – dijo dirigiéndose a mí – Creo que vamos a probar por el otro lado.

- Como prefieras –asentí un poquito nerviosa.

- ¡Mario! ¿Te importa si enculo a tu zorra?

- Como quieras – respondió mi novio

Me excité. Me encantaba que hablaran así de mí, como un objeto. No me arrepentía de estar allí. Aquella era mi vida.

Miré a Mario y vi que por fin se había corrido, sentándose en el sitio que segundos antes ocupaba Raúl. Vi que se dirigía a Natalia y a su hija, que seguían devorándose en el suelo, aún unidas por los piercings. No escuché lo que les ordenaba, pero ellas obedecieron inmediatamente.

Ayudándose la una a la otra, se incorporaron hasta quedar de rodillas, y siguieron entrelazando sus lenguas, aún enganchadas por los pezones, con la novedad de que también empezaron a masturbarse la una a la otra, frotando voluptuosamente sus coñitos, mientras mi querido novio se excitaba mirando el show.

- Ponemos un poquito de esto por aquí… – canturreó Raúl a mis espaldas.

Sentí cómo su dedo se apoyaba en mi ano y lo frotaba suavemente, extendiendo una sustancia que comprendí debía ser vaselina sexual. Me hizo gracia que el tipo silbara una tonadilla mientras lubricaba mi culo: parecía uno de los enanitos de Blancanieves.

Sólo que aquel enanito se preparaba para darle por el culo a la princesa.

Cuando percibí que Raúl dejaba a un lado el bote de la vaselina, me intranquilicé un tanto, aunque menos que antes, pues ya tenía más experiencia. Además, después del tronco de Yoshi, aquello no era para tanto.

Con cuidado, pero demostrando ser experto en esas lides, el papi de Gloria me la metió por el culo hasta que sus bolas quedaron bien apretadas contra mis nalgas. Me dolió un poco y tuve que apretar los dientes para no pegar un chillido, pero, definitivamente, era cierto que se hacía cada vez más fácil.

Raúl, sobreexcitado, empezó a moverse lentamente en mi culo, incrementando poco a poco el ritmo a medida que iba despendolándose. Afortunadamente, el tipo era bastante considerado y se preocupaba también de que yo lo pasara bien, así que, ni corto ni perezoso, activó el botoncito del vibrador y lo colocó entre mis piernas, haciendo que zumbara entre los labios de mi irritado coñito.

- Aprieta bien las cachas, Edurne – me ordenó – Así no se caerá al suelo.

Y me vi obligada a obedecerle, juntando los muslos al máximo para sostener entre ellos el insidioso juguetito, que no dejaba de agitarse en mi entrepierna. Pero claro, al apretar los músculos de las piernas, también apreté los del ano, que era justo lo que el perverso papá de Gloria pretendía.

- ¡Ostia! ¡Ostia! ¡Ostia! – gimió descontrolado - ¡Cómo aprieta este culo! ¡Esto es la leche!

- ¡Qué cabrón! – pensé yo mientras me mordía los labios, tratando de ahogar el placer que el dichoso aparatejo (y la habilidosa enculada) me estaban proporcionando.

Como pude, abrí los ojos para seguir disfrutando el espectáculo que me ofrecían mis compañeros, que era la mar de erótico. Mario, excitado por el show lésbico materno-filial, se había vuelto a empalmar (pensé que también habría usado las pastillitas, pues él nunca se había mostrado tan brioso) y se había aproximado a las chicas. El muy ladino había ubicado su erección entre las bocas de las dos mujeres, que ahora, a la vez que se morreaban, lamían y ensalivaban la polla de mi afortunado novio. Éste, con los ojos cerrados y la cara alzada hacia el techo, había colocado sus manos sobre las cabezas de las chicas y parecía estar a punto de alcanzar el nirvana, moviendo lentamente las caderas adelante y atrás para que su rabo se deslizara entre los dos juegos de labios. Sonreí.

Martín había logrado desprender a Esther del culo de su hijo, y la había puesto a cabalgarle sobre un sofá. La mujer, toda despendolada, había enterrado sus manos entre sus rubios cabellos y rebotaba como loca sobre la polla del joven.

Gloria, una vez recuperado el aliento por la sodomización, se dirigía, como era de esperar, a donde Jesús estaba follándose a Rocío, sin duda con la esperanza de sustituirla, pero fue interceptada por Yoshi, que la agarró de la cintura y se la cargó al hombro. Los grititos y quejas de Gloria no eran esta vez totalmente fingidos. La comprendí.

Pero Yoshi fue amable y se conformó con una mamada. Sonreí al darme cuenta de que le pedía a la chica que le aplicase el mismo tratamiento que yo le había dado el día que le conocí. Sentada a horcajadas sobre sus muslos, con la verga de Yoshi entre sus labios vaginales como un sándwich, colocando el tronco entre sus tetas y la punta al alcance de la boca. Canela en rama.

Bartolomé y Germán, recuperando fuerzas, charlaban tranquilamente sentados en el sofá, bebiéndose unas copas. De vez en cuando, Germán señalaba hacia mí y su interlocutor asentía.

Mientras miraba, no podía contener los gemidos de placer. Estaba empezando a disfrutar del anal, aunque el maldito vibrador tenía mucha culpa de aquello. Raúl resollaba como una locomotora diesel, bombeando cada vez más frenéticamente en mi retaguardia. Mis tetas empezaron a estrellarse nuevamente contra la madera, pero hasta eso me gustaba.

Por fin estalló en un orgasmo incontrolable que le hizo derrumbarse sobre mi espalda. Si no llego a estar sujeta en la picota, nos habríamos estampado contra el suelo. Por fortuna, tardó poco en recuperarse y me sacó la verga del culo, extrayendo a la vez una buena ración de leche, que cayó al suelo tras de mí junto con el vibrador, pues no pude seguir sosteniéndolo cuando me la sacó.

- U… Un culo estupendo – resolló acariciándome suavemente el rostro tras rodear la picota – Nos esperan tardes memorables…

- Estoy segura – resoplé yo también exhausta.

Pero insatisfecha, pues no me había corrido y había estado a punto. Me sorprendí deseando que algún otro se animara y me diera un buen repaso. Qué puta era.

Pensé que quizás Mario vendría a ocuparse de su esclava, pero mi dueño no estaba por la labor, disfrutando de las atenciones de Yoli y su madre. No era de extrañar. A partir de ese día, podría disfrutar de mí a su antojo, pero no dispondría de las otras tan a menudo.

Miré a mi Amo, por si le apetecía encargarse de su perrita, pero él seguía dale que te pego con Rocío. La muy puta. Cómo la envidié.

Por fortuna, Bartolomé llevaba un rato esperando volver a la acción y, al parecer, quería probarme también.

- Chúpamela un poco – me dijo subiéndose al banquillo.

Y yo lo hice gustosa.

Esta vez el polvo no tuvo mucha historia, pues me corrí enseguida. Bartolomé, a pesar de su entusiasmo, se cansó pronto, así que se retiró sin llegar a correrse, supongo que temeroso de que le diera un infarto, agotado por el enculamiento de Gloria.

Y entonces lo noté. Con un estremecimiento, alcé la mirada y vi que Jesús tenía los ojos clavados en mí. Lo había percibido aún sin verle, sus ojos eran fuego sobre mi piel. Mi coño latió y tuve que apretar con fuerza los muslos, tratando de calmar el volcán que ardía en mis entrañas.

Empezó a caminar hacia mí, con andar majestuoso, abriéndose paso entre los cuerpos entrelazados que se retorcían por todas partes, sin prestarles la más mínima atención. Sólo tenía ojos para mí, haciéndome sonreír como una colegiala.

- Ya ha sido suficiente por hoy, perrita.

Por un instante tuve miedo de que no fuera a follarme tal y como yo anhelaba, pero él se refería a que era suficiente castigo. Me soltó cuidadosamente, abriendo el candado y alzando el cepo para que yo pudiera salir. Me encantó que no le pidiera permiso a Mario para hacerlo: él era el rey allí y yo su perrita sumisa…

- Ven – me dijo tomándome de la mano.

Y yo le seguí, tambaleante pero eufórica, con el corazón atronándome en el pecho. Las demás estaban ocupadas con sus quehaceres y sólo Gloria me dirigió una mirada de envidia mientras seguía masajeando el pollón de Yoshi.

Jesús me condujo hasta el sillón en que había estado sentado, en el fondo de la sala. Claro, aquel era su trono… pero yo quería que me entregara su cetro…

Mi alumno, mi maestro, se sentó en el sillón y yo lo hice en el suelo, a sus pies, apoyando la mejilla en su muslo mientras él me acariciaba el pelo. Le amé con tanta intensidad que me dolió.

- Has estado magnífica, perrita – me susurró.

- Gracias, Amo – le respondí con los ojos brillantes.

- ¿Quieres alguna recompensa? – dijo llenándome de gozo.

- Te quiero a ti.

- Pues ven.

Me ofreció su mano y me ayudó a ponerme en pié. Agarrándose la polla (que para mi alegría había vuelto a endurecerse) por la base, la colocó erguida, indicándome el camino a seguir. Yo simplemente me ubiqué a horcajadas y me empalé en su dureza. Sentí el éxtasis de forma inmediata.

Loca por abrazarle, rodeé su cuello con los brazos y estreché mis pechos contra el suyo. Su piel parecía arder. Sabía que no debía besarle, pues mis labios habían recibido varias pollas durante la noche, aunque deseaba hacerlo desde el fondo de mi alma.

Pero no importaba, me bastaba con estar con él, sentir su pene llenando mi cuerpo, sometiendo mi alma…

No sé cuantas veces me corrí. Los recuerdos de ese momento son difusos. Sé que me hizo cambiar de posición un par de veces, que en cierto momento me hizo volverme de espaldas, bombeándome sin misericordia mientras acariciaba el tatuaje de mi espalda. Disfruté hasta el último momento.

Recuerdo vagamente haber visto a Natalia y a su hija. Sus pezones habían sido liberados pero las colocaron en una postura que me alucinó: tumbadas, boca arriba, con los coñitos muy cerca el uno del otro y empaladas ambas en un consolador como el que habíamos usado Gloria y yo en la postura de los perros enganchados. Para evitar que se separaran, habían atado los muslos de una a la otra y, en cuanto estuvieron sujetas, dos hombres se habían sentado a horcajadas sobre las caras de las mujeres, ubicando sus rabos entre sus senos. De esta forma, los tíos podían follarse sus tetazas mientras las chicas les comían el culo a placer. Sin embargo, estaba tan mareada que no me fijé en quienes fueron los jinetes. Quizás pasaron todos por allí, como habían hecho conmigo.

No recuerdo nada más.

Cuando me recobré, un buen rato después, me di cuenta de que estaba a los pies del sillón de Jesús, desmadejada, sin fuerzas. Miré a mi alrededor y vi que la cosa se había calmado. Las chicas estaban todas dormidas, unas sobre los sofás y otras directamente en el suelo. Rocío estaba tumbada boca abajo en la mesa, donde mil años atrás yo había servido como bandeja para el nyotaimori. Kimiko parecía una muñeca rota, desmayada allí donde su hermano la había arrojado tras el show gimnástico.

Los hombres, en cambio, estaban sentados tranquilamente, charlando y vaciando sus copas. Era cómico ver a aquel grupo, con las vergas aún semi erectas por los efectos de las pastillas, hablando amigablemente de fútbol.

- Hombres… - pensé.

Y sonreí.

- Vaya, la Bella Durmiente ha despertado – exclamó Germán al verme.

Siete pares de ojos masculinos se volvieron hacia mí.

- Entonces… ¿La bautizamos ya? – dijo uno de ellos, no sé quien.

- Vamos, que ya es casi de día y hay que irse a trabajar.

Joder. El trabajo. Me había olvidado. Iba a ser un día muy largo.

- Edurne, ven aquí – me ordenó Mario.

Derrotada y sin fuerzas, fui incapaz de ponerme en pié. Así que me acerqué a ellos a medias gateando, a medias arrastrándome, mientras ellos me miraban divertidos.

No me importaba, pues mi Amo estaba allí, observándome con gesto complacido.

- Esto es algo que vi en una peli el otro día y hemos pensado que sería una buena forma de darte la bienvenida – dijo Germán, el más pervertido de todos.

No entendía ni una palabra. Dejándome allí sentada en el suelo, los hombres se colocaron a mi alrededor. Pensé que iban a hacerme una lluvia dorada, una guarrería de la que me hablaron una vez, lo que hizo que me estremeciera de asco, aunque dispuesta a aceptarlo, pero era otra cosa lo que tenían en mente.

- Vamos preciosa. Ordéñanos.

Ya sabía lo que querían. Como pude, me las apañé para ponerme de rodillas y empezar a ocuparme de las 7 pollas. El tacto de la carne endurecida me devolvió un tanto las fuerzas. Chupaba una un poquito por aquí, pajeaba un par de ellas por allá, parecía una ruleta dando vueltas. Sólo que, parara donde parara, había premio…

Los hombres no permanecían ociosos, pues era imposible que lograra que todos se corrieran, así que se pajeaban para acercarse al orgasmo. Eso me permitió observar los diferentes estilos masturbatorios de todos. Martín se la machacaba a toda velocidad, lo que me hizo pensar en un conejo, no sé por qué. Yoshi era mucho más majestuoso, deslizando ambas manos por su tronco. Germán usaba la izquierda, aunque era diestro…

Todos menos Jesús. Su polla era toda para mí y se lo agradecí mirándole a los ojos. Procuré que no se notara, pero intenté andar siempre cerca de su verga, chupándola, acariciándola… Y si se notaba… me importaba una mierda.

Martín fue el primero en acabar y lo hizo por la espalda, a traición, disparando unos cuantos lechazos en mi nuca y en mi pelo. Yo volví la cara y le sonreí, momento que aprovechó Raúl para descargar directamente en mi cara.

- ¡AAHHHH! ¡PUTA! ¡AQUí TIENES MI LECHE! ¡BÉBETELA!

Y yo, obediente, abrí la boca para recibir su semen.

No sé quien fue el siguiente, pues uno de mis ojos estaba cerrado por un pegote de semen y por el otro veía borroso, pero todos acabaron derramando su semilla sobre mi piel, empapándome.

Pero, de lo que estoy completamente segura, es de que el último fue Jesús. No importó que mi cuerpo estuviera cubierto de lefa, que hasta el último centímetro de mi piel estuviera embadurnado de semen. Cuando mi Amo derramó su simiente sobre mí… lo sentí perfectamente, hirviendo, quemando… puede que hasta quedara una marca sobre mi cutis.

Me corrí……

…………………………………………………………….

Un par de horas después estaba de pie en la cocina, bebiéndome un enorme vaso de zumo que Natalia me había ofrecido. Estaba recién duchada, limpia, con el pelo todavía húmedo sobre la espalda.

Iba vestida con un conjunto de pantalón y camisa que Yoli me había prestado. Me estaba bastante holgado a la altura del pecho, pero me daba igual. Me sentía completamente feliz.

Algunas parejas de amo y esclava ya se habían marchado. Yoshi había tenido que cargar hasta el coche con su hermana, envuelta en una manta, pues estaba demasiado agotada para caminar. Es lo que tiene el empalamiento en verga… que la agota a una.

Natalia, pletórica, me insistía en que llamara al centro y no fuera a trabajar, que me quedara a pasar el día con ellos. Mario iba a quedarse un rato más, pues, agotado, había acabado durmiendo en un dormitorio. Le sonreí agradecida a la tetona anfitriona, pero le dije que no podía ser.

Y la razón era bien sencilla. Ese día tenía clase doble con el grupo de Jesús. Y él iba a asistir.

Me despedí besando cariñosamente a la madre y a la hija. Germán se despidió con un guiño.

Salí de la casa y estiré los músculos voluptuosamente. Empezaba un nuevo día.

Entonces sentí la presencia de Jesús.

Me volví rápidamente y me encontré de frente con el chico apoyado en su flamante coche nuevo, con su sonrisa lobuna adornando su rostro. Las rodillas me temblaron.

- Bueno, perrita – me dijo - Nos vemos en clase.

- E… estupendo Amo – balbuceé.

Entonces, como si se le hubiese ocurrido repentinamente me dijo:

- Oye, he pensado en que estaría bien si me esperas al final de clase. ¿Te parece?

Y se metió en su coche mientras mi corazón bailaba de alegría.

Exultante, observé cómo el joven arrancaba y se alejaba en el auto. Gloria y su padre aparecieron en la puerta, caminando hacia su vehículo. La chica leyó en mi expresión que algo me pasaba y me interrogó con la mirada.

Pero yo no le dije nada. Era mi secreto.

Me despedí con la mano y ella me hizo un gesto indicándome que nos veíamos más tarde. Le sonreí.

Me senté en mi coche, eufórica. Me miré en el retrovisor y contemplé cómo la nueva Edurne me guiñaba un ojo. Le devolví el guiño.

Me aferré al volante y arranqué el coche. Era feliz.

Mi nueva vida se extendía ante mí.

FIN
 
Capítulo final:




Podría mentirles. Podría decirles que me pasé horas decidiendo qué iba a hacer, que las dudas me mantuvieron pegada a aquella cama, tratando de vislumbrar cual sería mi destino en función de la opción escogida. Pero ustedes sabrían que estoy mintiendo. Si han tenido la paciencia de seguir mi relato durante estas cientos de páginas sin duda me conocen ya. Saben la clase de mujer que soy.

En cuanto Jesús salió, salté de bajo las sábanas. Tratando de serenarme, caminé muy erguida hacia el baño y encendí la luz. Me miré en el espejo, repasando mi cuerpo, observando mi piel churreteada de sudor y cosas peores.

Me separé los labios vaginales y me miré la entrepierna, viendo que la mezcla de sudor, flujos y semen había dejado la zona toda pegajosa, así que decidí asearme.

Tenía que estar presentable para empezar mi nueva vida.

Me duché con cuidado de no mojarme el pelo y, tras secarme, volví a ponerme las medias, el liguero y el vestido negro. Las bragas no, pues no las encontré.

Regresé al baño, para acicalarme un poco frente al espejo. Cuando estuve satisfecha, me calcé con los zapatos de tacón y me dirigí hacia una de las puertas, agarrando el pomo con mano temblorosa. Respiré hondo para armarme de valor… y la abrí.

Y mi nueva vida apareció ante mí…

FIN

Por un momento, pensé en terminar aquí la historia. Pero no, si han aguantado hasta el final… merecen saber algo más.

Cuando abrí la puerta, me encontré justo con la escena que me esperaba. La lujuria y el desenfreno campaban a sus anchas por doquier. Mirara donde mirara, sólo veía cuerpos desnudos retorciéndose de placer, frotándose unos contra otros en una interminable danza de pasión.

Todos menos Jesús. El chico estaba sentado en un sillón, mientras una de las chicas, Rocío creo, le estaba practicando una felación.

Cuando mis ojos se encontraron con los suyos, las rodillas me temblaron y tuve que agarrarme a la manija de la puerta para no caerme. Su sonrisa, como siempre, me debilitaba, me prometía cosas que yo ansiaba poseer… océanos de placer inabarcable.

Como pude, me las apañé para mantenerme erguida y caminar unos pasos al interior del salón. Nadie, ni siquiera Mario, que estaba enfrascado en un libidinoso cuerpo a cuerpo con Kimiko, se había percatado de mi presencia. Pero Jesús sí.

- Bienvenida, perrita.

Las rodillas volvieron a flaquearme. Bastó con que volviera a llamarme perrita para hacer que me derritiera. Lo había echado de menos. Pero su voz no tuvo efecto sólo en mí, pues bastaron esas simples palabras para que los demás quedaran libres del hechizo de la lujuria y se dieran cuenta de que había llegado.

Un montón de caras sudorosas me miraban sonrientes, especialmente la de Mario, que veía como el futuro color de rosa se abría ante él. Parecía a punto de gritar de alegría. Eso me tranquilizó. No las había tenido todas consigo, no había estado seguro de si yo iba a claudicar. El único que no había dudado de mí era mi Amo.

Le miré sonriente, con el corazón desbocado atronando en mi pecho. Me sentía feliz por haber tomado esa decisión, sabía que era la correcta. Estaba decidida. Si había que ser una puta para mi Amo… yo sería la mejor. Cuando pasaran 30 años y Jesús ya me hubiera dado la patada por vieja, quería que, cuando estuviera entrenando a alguna jovencita, no pudiera evitar acordarse de mí. Ya lo vería.

De pronto, vi que Gloria se acercaba a mí casi corriendo y se arrojaba en mis brazos, abrazándome. Estaba pringosa de sustancias pegajosas, pero no me importó y le devolví el abrazo. Sabía que se alegraba por mí. Por el rabillo del ojo vi como Kimiko me dirigía una ligera reverencia, saludándome.

- Me alegro tanto de que te hayas unido a nosotras – me dijo Gloria separándose un poco de mí – Lamento haberte engañado, pero era necesario…

- Shisss – la hice callar poniéndole un dedo en los labios – No hay nada que perdonar.

Justo entonces Jesús se puso en pié y, como siempre, todos le prestaron atención.

- Esclavas, saludad a vuestra nueva hermana.

No sabía a qué se refería hasta que Gloria, que seguía ábrazada a mí, acercó su rostro al mío y me dio un tenue beso en los labios.

- Bienvenida número cinco – me dijo mi alumna recordándome mi reciente ascenso en el ranking.

- Gracias número 6 – respondí sonriéndole.

Una a una, todas las chicas se acercaron a mí y me besaron en la boca, mientras lo hombres nos observaban divertidos sirviéndose una copa. Mis ojos les seguían inquietos, calibrando los diferentes grosores y tamaños que exhibían y que sin duda pronto iba a probar. Era curioso, los más mayores mostraban tremendas erecciones, mientras que los jóvenes tenían distintos grados de excitación, lo que me hizo sospechar que por la sala debía haber tráfico de pastillitas azules. Como ven, estaba hecha una experta en pollas… Ya lo he dicho: de entre las putas… la mejor.

Natalia, tan efusiva como siempre, me dio un fortísimo abrazo que me dejó sin resuello al estrecharme contra sus melones. Yolanda, que apenas me conocía (sin contar los masajes de un rato antes), fue la más comedida.

Cuando acabaron, Jesús me dio mi primera orden como esclava de pleno derecho.

- Y ahora, perrita, es hora de que saludes a nuestros amigos.

Me volví entonces hacia Mario. Ya sabía lo que iba a decirle. Mi último acto de rebeldía.

- Mario, quiero que sepas que, a partir de ahora, te obedeceré en todo lo que me ordenes. Sé que me quieres y yo te quiero a ti, así que sé que seremos muy felices juntos si somos capaces de darnos el uno al otro lo que ansiamos. Pero has de saber que jamás te llamaré Amo. Si quieres serás mi Dueño, mi Jefe, mi Propietario… pero Amo sólo tengo uno – dije volviéndome hacia Jesús.

Sé que a Jesús le complacieron mis palabras, lo leí en sus ojos. A Mario en cambio no le gustaron tanto, pues vi brillar la ira en el fondo de su mirada.

- Eso es algo que no me importa, puedes llamarme como te plazca – me dijo mi nuevo dueño – Mientras hagas lo que te digo.

- Y si no lo hago, cumpliré el castigo que decidas – respondí sumisa.

Aquello le gustó más.

- Espero no tener que hacerlo muy a menudo. – dijo - Ahora, como ha dicho Jesús, saluda a mis amigos.

Obediente, me acerqué caminando muy erguida hacia el sofá más próximo, donde reposaba sonriente el marido de Natalia. Sentía la mirada de todos los presentes clavándose en mi piel, pero no me importó, me gustaba ser el centro de atención. Me sentí como en clase, cuando sentía cómo las ávidas miradas de los chicos me desnudaban mentalmente. Ahora podía reconocer que aquello me gustaba.

Cuando estuve junto a Germán, me incliné para besarle.

- Encantada de conocerle, Germán – le dije – Estoy segura de que lo pasaremos muy bien.

Sin embargo, cuando acerqué mi cara para besar su boca sonriente, el vejete me detuvo, mientras yo le miraba extrañada.

- No es ahí donde tienes que besarme niña – dijo riendo – Así no se saluda… Hay que tener mejores modales.

Le entendí perfectamente. Inclinando el cuerpo un poco más, agarré suavemente su erecto pene y lo besé tiernamente en la punta, haciendo que la sonrisa del viejo se ensanchara todavía más.

- Creo que esta puta va a gustarme – exclamó dándome un fuerte cachete en el culo mientras me apartaba de él.

El siguiente fue el padre de Gloria, mi vecino Raúl.

- Cuando nos encontrábamos en el ascensor, nunca se me ocurrió que fuésemos a acabar así – le dije mientras besaba con dulzura su polla.

- Pues a mí se me ocurrió en más de una ocasión – respondió él haciendo reír a los otros.

El siguiente fue Yoshi, cuya polla yo conocía tan bien. A medida que me acercaba, imaginé que esa misma noche acabaría con aquella cosa enterrada en mis entrañas. Iba a estar bien. Ya no tenía miedo ni me impresionaba. Yo iba a ser la reina de las putas.

- Hola Yoshi.

- Bienvenida – dijo él sonriendo.

No me hizo falta agacharme apenas, pues Kimiko, que estaba sentada junto a su hermano, agarró la base de aquella enorme porra y la mantuvo erguida, sosteniéndola apuntando al techo. Le sonreí agradecida mientras depositaba un lujurioso beso en el glande de la gigantesca verga. Hasta la lamí ligeramente.

- Yo no soy tan impresionante – me dijo el siguiente, el padre de Jesús cuando me acerqué para rendir homenaje a su polla.

- Bartolomé, no diga eso. La suya es magnífica. Y además, de no ser por usted ninguno estaríamos aquí ahora.

- ¿Cómo? – exclamó el hombre, extrañado.

- ¡Claro! – reí – ¡Si de sus testículos no hubiera surgido Jesús, probablemente jamás nos habríamos reunido!

Mientras besaba su polla, acaricié dulcemente su escroto con la mano, como agradeciéndole por regalarnos el fruto de su semilla. Bastó aquel simple contacto para que notara cómo su verga se endurecía aún más contra mis labios. Sonreí satisfecha.

Martín era tan tímido como parecía y apenas balbuceó un “bienvenida” mientras besaba su pene. Me sentí feliz por poder intimidar así a un hombre. Los pequeños placeres…

Entonces le tocó el turno a Jesús. El corazón me latía en el pecho. Caminé hacia él, con los ojos clavados en los suyos, diciéndole sin palabras que yo era suya, que lo demás era puro artificio, que todo aquello lo hacía para poder estar con él.

Y él lo sabía.

Sentí una descarga eléctrica cuando besé su idolatrada polla. Me sentí más viva que nunca.

Y entonces me acerqué a Mario.

- De rodillas – me ordenó.

Yo obedecí sin dudar, quedando frente a frente con su morcillona verga.

- Como bien dices, ahora soy tu dueño. Y el saludo tiene que ser… más profundo.

La sutileza no era el punto fuerte de Mario.

Sumisamente separé los labios y absorbí su polla hasta el fondo, hasta que mi rostro quedó empotrado contra su entrepierna. Pude sentir cómo se endurecí rápidamente en mi boca y el pobre Mario no pudo sofocar un gruñido de placer cuando mi lengua empezó a juguetear con su erección. Sonreí mentalmente, pues sabía que, aunque él pudiera ordenarme lo que le diera la gana, yo todavía era capaz de manejarle a mi antojo. Mario había cambiado… pero no era Jesús.

- E… esta bien, puta – balbuceó Mario extrayendo su nabo de entre mis labios – Ahora vamos a ver qué hacemos contigo.

- Lo que te apetezca – respondí sumisa.

- Bien. Antes, mientras estábamos en el cuarto, me has insultado y me has llamado cabrón.

- Lo siento – dije un poco inquieta.

- Y creo que, aunque quizás me lo merecía, debo castigarte por ello.

Mentira. Quería castigarme porque, en el fondo, sabía que yo le pertenecía a Jesús.

- Como tú digas Mario.

- Bien, pues vamos a probar una cosa que me enseñaron este fin de semana. Además, servirá como regalo para todos mis nuevos amigos.

- ¡Buena idea! – exclamó Germán, al parecer entendiendo perfectamente la sugerencia de Mario - ¡Natalia, traed la picota del almacén!

Miré intrigada a Natalia mientras salía al jardín acompañada por tres de las chicas. Me resultó cómico verlas a las cuatro, en pelota picada, caminando de puntillas por el jardín, quejándose del frío. Era normal, en aquel cuarto la cosa estaba que ardía.

Cuando regresaron, comprendí al momento en qué iba a consistir mi castigo.

Entre las cuatro transportaban como podían la susodicha picota. Lo había visto en películas, era un instrumento de tortura medieval, consistente en un cepo con tres orificios, uno grande en el centro y dos más pequeños, uno a cada lado, sujeto sobre unas patas de madera que llegaban hasta el suelo. Lo que se hacía era colocar al reo en el cepo, atrapando el cuello en el agujero central y las manos en los otros, de forma que el prisionero quedaba con los pies en el suelo y el cuerpo inclinado hacia delante, con la cara expuesta para que la gente le arrojara porquerías como castigo, mientras quedaba completamente indefenso. Aunque, en mi caso, no era la cara lo único que iba a quedar expuesto…

Aquel era un modelo indiscutiblemente más moderno y pude observar con alivio que los agujeros estaban forrados para evitar heridas por rozamiento. Porque no había que ser Einstein para saber en qué iba a consistir mi castigo cuando estuviera allí atada. Mario tenía razón, sus amigos iban a tener un bonito regalo.

- ¿Y bien, nena, qué te parece? – me preguntó Mario mirándome sonriente.

- Haré todo lo que me ordenes Mario. Si piensas que merezco un castigo, lo recibiré con obediencia.

- Perfecto.

Natalia y su hija fueron las encargadas de atarme. Mientras la madre separaba la parte superior para ensanchar los orificios y permitirme meter la cabeza y las manos, la hija se aseguraba de que estaba en la posición correcta, para que no me llevara un buen pellizco al cerrar el cepo. Cuando cerraron la madera alrededor de mi cuello y echaron la llave al candado, no pude evitar que la angustia se apoderara de mí y forcejeé un poco intentando sacar las manos. Mi gozo en un pozo.

- Es inútil que te resistas – me dijo Mario, sonriendo al ver mis esfuerzos.

- No me resisto, Mario – respondí serenándome – Quería comprobar que estaba correctamente cerrado para cumplir mi castigo.

Cuando estuve bien sujeta, las chicas colocaron delante de la picota un pequeño banco. Comprendí que se utilizaba por si algún hombre quería usar mi boca, para que pudiese subir en él y ubicar su pene a la altura de mis labios. Habían pensado en todo.

- Bien. Señores, ¡es toda suya! – exclamó mi novio ofreciéndome como tributo a la jauría humana.

Y tuve que reconocer que estaba deseándolo.

Las palabras de Mario fueron el detonante de la acción. Parecía como si el rato que había pasado hasta quedar en el cepo hubiera sido “la pausa que refresca”, como si todo hubiera quedado en suspenso. Pero en cuanto estuve amarrada… se desató la lujuria.

- ¡Con vuestro permiso, voy a ser el primero en clavarme a la nueva! – exclamó Germán levantándose trabajosamente del sofá.

No me sorprendió en absoluto, pues había sentido su mirada codiciosa sobre mi cuerpo desde que entré. Estaba bastante segura que lo del numerito de tener que besarles la polla a todos no formaba parte de ningún ritual del club, sino que se le había ocurrido sobre la marcha al viejo verde. Me caía bien el tipo.

En ese momento, empezó a sonar en la sala una música de ambiente muy suave. No entiendo mucho de música clásica, así que no supe identificar la pieza. Germán, haciéndose el gracioso, empezó a simular que bailaba mientras se aproximaba a mí al son de la melodía, procurando en todo momento que su erecto rabo bamboleara bien a mi vista. Le sonreí.

- Qué bien nos lo vamos a pasar, cariño – me susurró al oído cuando estuvo lo bastante cerca.

- Estoy segura – respondí relamiéndome con voluptuosidad, lo que pareció encantarle.

Rápidamente, rodeó la picota para situarse detrás de mí. Mientras lo hacía, observé que el desenfreno se había apoderado de la sala.

Yoshi estaba follándose a su hermana. Rectifico. Lo que hacía no era follársela exactamente. El japonés se limitó a clavarla por completo en su monumental hombría, de espaldas a él y, haciendo gala de su gran fuerza, empezó a caminar por la habitación con la chica empalada. La expresión completamente ida de Kimiko, con los ojos en blanco y la boca desencajada era para hacer un cuadro.

Mario y Raúl estaban dedicándose a la madre y a la hija, magreando sus enormes globos a placer. Al principio no comprendí qué estaban haciendo, pues mantenían a las chicas una frente a la otra, casi pegadas, mientras ellos manipulaban los melones. Cuando se apartaron un poco, pude ver lo que habían estado haciendo.

Los muy pervertidos habían enganchado los piercings de los pezones de las mujeres entre sí, el de la teta izquierda de Yolanda al de la derecha de Natalia y viceversa. De esta forma, ambas mujeres quedaban prendidas por los senos, sin poder separarse. Rápidamente, los dos hombres se colocaron tras las chicas y las penetraron simultáneamente, empezando a follárselas con brío. Pensé que a ambas debían dolerles los pezones, pero nadie lo diría a tenor de cómo gemían y rebuznaban.

Bartolomé se apoderó de Gloria, la “novia” de su hijo. Ésta dio un gritito y pataleó mientras el hombre la alzaba en volandas, pero la risa de la chica demostraba que sólo estaba jugando. El hombre la arrojó sin muchos miramientos sobre un sofá que estaba junto a la picota, donde la joven rebotó todavía riendo. En menos de un segundo, pude ver de cerca como la erección del padre de mi Amo se hundía hasta el fondo del culito de Gloria, mientras ésta chillaba y fingía resistirse, con el claro fin de enardecer todavía más al hombre, que resoplaba como un toro en celo mientras bombeaba el culo de mi alumna.

Justo entonces noté como Germán, que se había situado a mis espaldas, me levantaba el vestido, dejando expuesta mi intimidad.

- Umm, una zorrita sin bragas… me encanta – le escuché murmurar.

Enseguida incrustó su manaza entre mis muslos, frotando vigorosamente mi vagina. Con habilidad, hundió un dedazo entre los labios, recorriendo toda su longitud, empapándolo de mi humedad. Era bueno y pronto me encontré separando levemente los muslos para dejarle franco el acceso. Él resopló complacido.

- ¡Joder, Mario! – exclamó groseramente - ¡Menudo coño se gasta tu novia! ¡Está ardiendo! ¡Me voy a correr en cuanto se la meta!

Me encantó que dijera esas cosas de mí. Me mojé todavía más.

- ¡Veamos cómo anda de tetas! – dijo, aunque ya las había visto bastante bien durante el nyotaimori.

Diciendo esto, Germán estiró mi vestido para que mis senos escaparan por los lados, mientras dejaba recogida la falda sobre mi espalda, para dejar mi grupa al descubierto. El viejo apretó su entrepierna contra mi trasero, permitiéndome sentir la dureza y el calor de su barra de carne. Apretándose con fuerza, se apoderó de mis colgantes senos con las manos, estrujándolos con ganas. Pronto sus dedos se apoderaron de mis pezones, pellizcándolos con ansia, como si tratara de ordeñarme. Me hizo daño, pero me mordí el labio para ahogar cualquier tipo de queja.

- Fantásticas, tienes unas tetas fantásticas - me susurró sin dejar de tocármelas, lo que me llenó de placer.

Miré entonces hacia Jesús, para comprobar que mi Amo veía lo buena que era su perrita. No me defraudó. A pesar de estar sentado en el otro extremo de la sala, los ojos de Jesús estaban clavados en mí, con su lobuna sonrisa bailando en su rostro. Me sentí feliz.

Contemplé con envidia cómo su madrastra devoraba su polla con ansia. Deseé ocupar su lugar… o si no el de Rocío, que estaba sentada a horcajadas sobre uno de los muslos de Jesús, deslizando las caderas adelante y atrás, frotando libidinosamente su coñito contra la pierna del Amo, como la perra que era.

Y por fin Germán me la metió. Sin muchos miramientos, con fuerza, de un tirón, hasta las bolas… como a mí me gustaba.

No pude reprimir un gemido de placer cuando el nabo del viejo se abrió paso en mi encharcado coño, lo que le encantó a Germán, que me dio un nuevo azote en el trasero. Al parecer al viejo le ponía calentar culitos. Me pregunté cuántas azotainas habría recibido Yolanda de su papi por ser mala, mientras éste soñaba con follarla.

Y el viejo lo hacía bien. Empezó a bombear en mi coño con ganas, a un ritmo bastante intenso, agarrando mis caderas con las manos para dirigir bien las embestidas. Enseguida me encontré con mis tetas bamboleando como campanas, por lo que empezaron a estrellarse una y otra vez contra la madera que me tenía prisionera, produciendo un sonido de golpes sordos que me resultaba excitante.

- Mírate – dije para mí – Follada como una perra por un viejo que no para de estampar tus tetas contra el cepo. Quién te lo hubiera dicho hace un mes…

El pensamiento me hizo sonreír.

- ¡Qué coño tienes, zorra! ¡Cómo aprietas!

Tenía los ojos cerrados, para sentir mejor el placer de los pollazos, concentrándome únicamente en complacer al macho que me montaba, como la buena perrita que era. A pesar de ello, percibí una presencia cerca de mí, lo que me hizo abrir los ojos un poco sobresaltada.

Frente a mí estaba Martín, que no había empezado a participar en el desenfreno del salón. Enseguida averigüé por qué.

- ¡Tú como siempre, Martín! ¡Qué manía con las mamadas! ¡Donde esté un buen coño! – exclamó Germán sin dejar de hundir en mí su estoque.

- Para gustos los colores – le replicó el joven en tono neutro, mientras me dirigía una mirada casi suplicante.

Me hizo gracia que, en medio de aquel desparrame, hubiera alguien capaz de sentirse avergonzado. Le sonreí al chico y me relamí, clavando mis ojos en su polla, como la buena zorrita que era.

No hizo falta más invitación. Martín se encaramó en el banco que habían colocado frente a la picota y colocó su erecto nabo frente a mi boca. Como estaba sujeta, yo no podía hacer nada más que separar los labios para permitir que me la hundiera hasta la garganta y él así lo hizo, haciendo que se me saltaran las lágrimas. No estaba mal armado el tal Martín, no.

Agarrándose al borde de la picota con ambas manos, el chico empezó a follarme la boca con energía, aunque a un ritmo más pausado del que aplicaba Germán en mi coño, pues si no, me habría desencajado la mandíbula.

Así me encontré follada a la vez por la boca y por el coño, aislada del espectáculo que se desarrollaba en la sala, pues el cuerpo de Martín me tapaba la visión. El viejo sabía lo que se hacía y estaba dándome bastante placer, por lo que pronto me encontré al borde del orgasmo. Traté de de retrasarlo, pues si empezaba tan pronto a correrme como una burra no tardaría en quedarme sin fuerzas, así que empecé a apretar el coño y a mover las caderas para ver si lograba acelerar la corrida del viejo, pero aquello le gustó todavía más.

- ¡Así, puta, así, mueve el culo! – aulló azotándome de nuevo. ¡Dios, voy a correrme!

El problema es que yo también lo hice. Qué corrida tan buena me proporcionó el pervertido de Germán. Y la polla de Martín en mi boca había ayudado también sin duda. Mientras me corría, no sé por qué, me acordé de Mariano el conserje y de su polla.

Y Germán también estalló. Sentí como su verga entraba en erupción enterrada en mis entrañas, llenándome, mezclando su semilla con la de los otros dos hombres que ya me habían tomado esa noche. Me encantó.

- ¡Toma, puta, aquí tienes mi leche! – gemía el viejo agarrado a mis caderas como si le fuera la vida en ello, dándome fuertes culetadas que estampaban mis tetas una y otra vez contra la madera. Al día siguiente las tenía moradas.

Cuando Germán alcanzó el paroxismo, Martín aflojó un poco en mi boca, lo justo para dejarme respirar. Alcé como pude los ojos y me encontré con los suyos, que miraban agradecidos cómo su virilidad se perdía entre mis labios.

- Otro tipo simpático – pensé.

Germán se retiró de mi interior resoplando y caminó tambaleándose hasta derrumbarse sobre el sofá más próximo, cosa que ví por el rabillo del ojo, por un hueco que dejaba el cuerpo de Martín, sentándose justo detrás del culo de su amigo Bartolomé, que seguía sodomizando con entusiasmo a la pequeña Gloria.

- Así, dale duro – bromeó dirigiéndose a su empleado.

Al estar de pie, sentí como el semen del viejo escapaba de mi interior y resbalaba por mis muslos, ardiente sobre mi piel. El vestido se había deslizado de mi espalda, volviendo a cubrir mi grupa, aunque estaba segura de que pronto sería alzado por un nuevo comensal. No me equivocaba.

- ¿Ya ha terminado, Germán? ¡Pues ahora me toca a mí!

Me estremecí al reconocer el inconfundible acento de Yoshi, a pesar de no verle debido a que Martín me tapaba casi todo el panorama.

Pero eso acabó enseguida, pues, inesperadamente, Martín entró en erupción. Casi me atraganto, pues su corrida llegó de forma inesperada. Comprendí que todavía me quedaba mucho por aprender en cuestión de pollas, pues había sido incapaz de percibir que aquella estaba a punto de caramelo.

- La corrida silenciosa – pensé en silencio.

Martín, muy solícito, se retiró rápidamente de mi boca, como si le avergonzara haber descargado en mi garganta. Le miré, un poco sorprendida por tantos miramientos y vi que estaba un poquito avergonzado. Juguetona, le saqué la lengua, completamente pringosa por su semen, lo que le hizo enrojecer todavía más, apartándose de mi lado.

Como no me había ordenado otra cosa, escupí el resto de semen que quedaba en mi boca en el suelo, sin tragármelo, aunque una buena parte ya debía estar en mi estómago tras el primer disparo. Sonreí al ver alejarse al tímido Martín, pero la sonrisa murió en mis labios al ver que Yoshi se aproximaba, enarbolando su enorme porra, brillante por los jugos de su hermanita, que yacía desmadejada sobre un sofá, medio inconsciente. La corrida de Martín había hecho que me olvidara de que era su turno.

- ¿Y bien Edurne? – dijo apoyando un codo distraídamente sobre el cepo que me sujetaba - ¿La quieres en el culo o en el coño?

- Eso depende de si quieres o no matarme – respondí descarada.

Él se echó a reír.

- ¡Qué buena aportación han hecho contigo! ¡Seguro que no nos aburriremos!

- ¿Es que antes os aburríais?

- Lo que es seguro, es que ahora mismo tú no vas a aburrirte – siseó.

Mientras decía esto, Yoshi se agarró la verga y empezó a frotarla contra mi indefenso rostro. Si lo llega a hacer con ganas, me deja tuerta Ni siquiera necesitó subirse al banquito… llegaba desde abajo.

Tragué saliva acojonada cuando Yoshi rodeó la picota y le perdí de vista. Había intentado demostrar un aplomo que estaba muy lejos de sentir, así que no pude evitar suplicarle…

- Yoshi, por favor… Ya en serio – gimoteé – No seas bestia.

Me acordaba perfectamente de que aquel pollón había enviado a Gloria al hospital. No quería acabar igual.

- Tranquila, guapa – escuché que me respondía Yoshi – Las primeras veces usaremos esto.

Entonces me enseñó un objeto asomándolo por encima del cepo y poniéndolo frente a mí. Era una especie de “donut” de material blando. Tardé un instante en comprender lo que era, pero me tranquilizó bastante.

Aunque no lo ví, comprendí que Yoshi metió su rabo por el agujero del “donut”. De esa forma, actuaba como tope contra mi trasero y le impedía metérmela por completo. En cuanto estuvo listo, Yoshi me levantó las faldas, dejando mi grupa descubierta, pero a él parecía excitarle más que estuviera desnuda, así que acabó por desabrocharme el cierre que llevaba en la nuca y me libró por completo de la ropa, menos las medias, tacones y liguero.

- Así estás más guapa – oí que me decía.

- Gracias.

- Bonito, tatuaje – dijo deslizando un dedo sobre mi piel - ¿Quién es el genio que te lo ha hecho?

- Muy graciosooooooooo – aullé.

El muy cabrón aprovechó el instante de charla relajada para hundirme su espolón con ganas. Sentí cómo si mi cuerpo se partiera en dos, quedando ambas mitades separadas por una gruesa pared de carne, venas y músculo. Cuerpo cavernoso le llaman. Y una mierda.

- ¡Cabróóóónnnn! ¡Qué haces! ¡Me vas a partir! – exclamé sin darme cuenta ni de lo que decía.

- ¿Me insultas? ¿Así se comporta una zorrita buena? ¡No es eso lo que me habían dicho de ti!

- Pe… perdón – balbuceé – Es que casi me muero… Por favor, ten cuidado…

- Pues, cuando te diga que aún queda un trozo fuera…

Me acojoné. Era cierto. No notaba el “donut” contra mi culo. Faltaba verga por entrar.

- Con cuidado, por favor – supliqué.

Y gracias a Dios Yoshi me hizo caso. Tras la arrancada inicial, fue mucho más delicado para acabar de hundirme el resto. Cuando por fin noté el tacto de la tela del rosco protector me sentí más llena que nunca antes en mi vida. Casi agradecí estar atrapada por el cepo, pues sin su sostén, probablemente me habría derrumbado en el suelo sin fuerzas.

Yoshi permanecía quieto, dejando que mi cuerpo se amoldara al inconmensurable monstruo. Me estremecí al recordar que Kimiko era capaz de admitirlo entero en su cuerpo. Menuda era la japonesa.

Sentía el cuerpo acalambrado y en tensión. No podía respirar. Sin darme cuenta, había alzado los pies del piso, colocándome de puntillas y mantenía los puños apretados, clavándome las uñas en las palmas.

- ¡AAAAAAAAAHHHHH! – gimoteé cuando, muy lentamente, Yoshi extrajo muy despacio una porción de rabo y volvió a hundirlo en mi coño.

Di mentalmente gracias porque el chico parecía contenerse bastante bien, pues empezó a moverse en mi interior muy lentamente y al poco empecé incluso a encontrarle el gusto. No me extrañaba que las chicas que probaban al amiguito de Yoshi no volvieran a repetir. Ahora entendía mejor que el chico participara en todo aquello. Allí no podíamos negarnos.

Me di cuenta entonces de que tenía la boca abierta desde hacía un rato y que los músculos de mi cara estaban en tensión. Pensé que tenía que calmar un poco a Yoshi, que había empezado a acelerar un poco el ritmo. Y se me ocurrió una idea: me eché a reír de forma incontrolada.

- ¿Edurne? – dijo Yoshi medio alucinado - ¿Te has vuelto loca?

- No – respondí – es que me he acordado de algo que me contaron ayer – bromeé.

- ¿Cómo? – resonó la voz incrédula del japonés.

- Sí. Me lo contó la última tía que te follaste. Mientras se la clavabas una y otra vez, ella aullaba: “las bolas, las bolas” y tú le dijiste extrañado: “¿Qué quieres, que te la clave hasta las bolas?” y ella gritó llevándose las manos a la cara: “No, no, las bolas de los ojos que se me saltan”.

Aunque no le veía, no me costó imaginar la cara asombrada de Yoshi, que se había detenido por completo. El que sí que se rió fue Germán, que al estar sentado allí al lado, no se había perdido detalle.

- ¡Mario! – gritó entre risas - ¡Tu zorrita no tiene precio!

Pero Mario estaba muy concentrado en lo que hacía y no se enteró de nada. Al parecer, su compañero Raúl ya había descargado su carga en el coño de Natalia, así que se había retirado del cuarteto. Desde mi posición podía ver su verga todavía erecta asomando de entre sus muslos, sin duda gracias a la magia de las pastillitas azules.

Mario, que no parecía echarle mucho de menos, había obligado a las dos mujeres, madre e hija, a tumbarse en el suelo, todavía enganchadas por los piercings de los pezones y él estaba encima del montón bombeando enloquecido el coño de la jovencita, que le comía con ansia la boca a su madre, que le devolvía los besos con pasión.

Aproveché el breve respiro que me daba Yoshi para volver a buscar a mi Amo con la mirada, pero me dolió que esta vez no me prestara atención, pues estaba concentrado en follarse a Rocío a cuatro patas, mientras Esther tenía incrustada la cara entre sus nalgas, sin duda estimulando el ano de su hijastro con la lengua. Martín, al parecer siguiendo los consejos de Germán, se había ubicado tras la madrastra, follándosela con brío, formando así los cuatro un lujurioso trenecito.

Y entonces Yoshi me volvió a empalar. Y entendí perfectamente a la chica del chiste.

- Jodeeeeeeer – siseé mientras era inundada de polla.

- Tranquila, zorrita, que enseguida acabo.

Y gracias a Dios así fue. Estuvo penetrándome unos minutos más, con calma y procurando no hacerme daño, lo que le agradecí infinitamente. Por fin, sentí como la barra de carne se retiraba de mi interior, dejando mi coño abierto y rezumante.

Yoshi volvió a rodear la picota y a enarbolar sur vergajo frente a mi cara.

- Para ser la primera vez, ya has tenido bastante – dijo – Chúpamela un poco.

Y lo hice agradecida. Como pude, saqué la lengua y me dediqué a lamer y chupar la cabezota de aquella porra. Yoshi gruñía satisfecho por mis cuidados, hasta que se hartó de lametones y me colocó la polla en la mano.

- Acaba con una paja – me ordenó.

Aunque el cepo no me dejaba apenas libertad de movimientos, me las apañé para imprimir a mi muñeca unos hábiles giros que parecían agradar al chico. Cuando se corrió, su polla se estremeció entre mis dedos. Me sentí como los bomberos que no pueden controlar la manguera, con aquella cosa vibrando y dando saltos en mi mano. Por el rabillo del ojo, pude vislumbrar los gruesos disparos de semen que salían por aquella cañería colocada en vertical, que alcanzaban una buena altura hasta volver a caer al suelo, donde impactaban con sonoros palmetazos.

- Bonita fuente – escuché que decía Raúl.

Alcé la mirada sin soltar todavía la rezumante polla de Yoshi, que resoplaba excitado. Raúl, enarbolando su erección, fruto sin duda de la química, se había levantado del sofá y se acercaba a nosotros.

- Parece que me toca a mí – dijo dando una palmada para ponerse manos a la obra.

Vi que llevaba un consolador bajo el brazo, como el que lleva una barra de pan.

- Ni un minuto de respiro – pensé, aunque no dije nada y le sonreí.

El tipo rodeó la picota y se apoderó de mis nalgas, separándolas con rudeza para poder examinar mi coñito a placer.

- ¡Joder, Yoshi, cómo has dejado esto! – exclamó - ¡Parece el túnel del metro!

Cerré los ojos, inquieta. Esperaba que estuviera bromeando.

- Cariño – dijo dirigiéndose a mí – Creo que vamos a probar por el otro lado.

- Como prefieras –asentí un poquito nerviosa.

- ¡Mario! ¿Te importa si enculo a tu zorra?

- Como quieras – respondió mi novio

Me excité. Me encantaba que hablaran así de mí, como un objeto. No me arrepentía de estar allí. Aquella era mi vida.

Miré a Mario y vi que por fin se había corrido, sentándose en el sitio que segundos antes ocupaba Raúl. Vi que se dirigía a Natalia y a su hija, que seguían devorándose en el suelo, aún unidas por los piercings. No escuché lo que les ordenaba, pero ellas obedecieron inmediatamente.

Ayudándose la una a la otra, se incorporaron hasta quedar de rodillas, y siguieron entrelazando sus lenguas, aún enganchadas por los pezones, con la novedad de que también empezaron a masturbarse la una a la otra, frotando voluptuosamente sus coñitos, mientras mi querido novio se excitaba mirando el show.

- Ponemos un poquito de esto por aquí… – canturreó Raúl a mis espaldas.

Sentí cómo su dedo se apoyaba en mi ano y lo frotaba suavemente, extendiendo una sustancia que comprendí debía ser vaselina sexual. Me hizo gracia que el tipo silbara una tonadilla mientras lubricaba mi culo: parecía uno de los enanitos de Blancanieves.

Sólo que aquel enanito se preparaba para darle por el culo a la princesa.

Cuando percibí que Raúl dejaba a un lado el bote de la vaselina, me intranquilicé un tanto, aunque menos que antes, pues ya tenía más experiencia. Además, después del tronco de Yoshi, aquello no era para tanto.

Con cuidado, pero demostrando ser experto en esas lides, el papi de Gloria me la metió por el culo hasta que sus bolas quedaron bien apretadas contra mis nalgas. Me dolió un poco y tuve que apretar los dientes para no pegar un chillido, pero, definitivamente, era cierto que se hacía cada vez más fácil.

Raúl, sobreexcitado, empezó a moverse lentamente en mi culo, incrementando poco a poco el ritmo a medida que iba despendolándose. Afortunadamente, el tipo era bastante considerado y se preocupaba también de que yo lo pasara bien, así que, ni corto ni perezoso, activó el botoncito del vibrador y lo colocó entre mis piernas, haciendo que zumbara entre los labios de mi irritado coñito.

- Aprieta bien las cachas, Edurne – me ordenó – Así no se caerá al suelo.

Y me vi obligada a obedecerle, juntando los muslos al máximo para sostener entre ellos el insidioso juguetito, que no dejaba de agitarse en mi entrepierna. Pero claro, al apretar los músculos de las piernas, también apreté los del ano, que era justo lo que el perverso papá de Gloria pretendía.

- ¡Ostia! ¡Ostia! ¡Ostia! – gimió descontrolado - ¡Cómo aprieta este culo! ¡Esto es la leche!

- ¡Qué cabrón! – pensé yo mientras me mordía los labios, tratando de ahogar el placer que el dichoso aparatejo (y la habilidosa enculada) me estaban proporcionando.

Como pude, abrí los ojos para seguir disfrutando el espectáculo que me ofrecían mis compañeros, que era la mar de erótico. Mario, excitado por el show lésbico materno-filial, se había vuelto a empalmar (pensé que también habría usado las pastillitas, pues él nunca se había mostrado tan brioso) y se había aproximado a las chicas. El muy ladino había ubicado su erección entre las bocas de las dos mujeres, que ahora, a la vez que se morreaban, lamían y ensalivaban la polla de mi afortunado novio. Éste, con los ojos cerrados y la cara alzada hacia el techo, había colocado sus manos sobre las cabezas de las chicas y parecía estar a punto de alcanzar el nirvana, moviendo lentamente las caderas adelante y atrás para que su rabo se deslizara entre los dos juegos de labios. Sonreí.

Martín había logrado desprender a Esther del culo de su hijo, y la había puesto a cabalgarle sobre un sofá. La mujer, toda despendolada, había enterrado sus manos entre sus rubios cabellos y rebotaba como loca sobre la polla del joven.

Gloria, una vez recuperado el aliento por la sodomización, se dirigía, como era de esperar, a donde Jesús estaba follándose a Rocío, sin duda con la esperanza de sustituirla, pero fue interceptada por Yoshi, que la agarró de la cintura y se la cargó al hombro. Los grititos y quejas de Gloria no eran esta vez totalmente fingidos. La comprendí.

Pero Yoshi fue amable y se conformó con una mamada. Sonreí al darme cuenta de que le pedía a la chica que le aplicase el mismo tratamiento que yo le había dado el día que le conocí. Sentada a horcajadas sobre sus muslos, con la verga de Yoshi entre sus labios vaginales como un sándwich, colocando el tronco entre sus tetas y la punta al alcance de la boca. Canela en rama.

Bartolomé y Germán, recuperando fuerzas, charlaban tranquilamente sentados en el sofá, bebiéndose unas copas. De vez en cuando, Germán señalaba hacia mí y su interlocutor asentía.

Mientras miraba, no podía contener los gemidos de placer. Estaba empezando a disfrutar del anal, aunque el maldito vibrador tenía mucha culpa de aquello. Raúl resollaba como una locomotora diesel, bombeando cada vez más frenéticamente en mi retaguardia. Mis tetas empezaron a estrellarse nuevamente contra la madera, pero hasta eso me gustaba.

Por fin estalló en un orgasmo incontrolable que le hizo derrumbarse sobre mi espalda. Si no llego a estar sujeta en la picota, nos habríamos estampado contra el suelo. Por fortuna, tardó poco en recuperarse y me sacó la verga del culo, extrayendo a la vez una buena ración de leche, que cayó al suelo tras de mí junto con el vibrador, pues no pude seguir sosteniéndolo cuando me la sacó.

- U… Un culo estupendo – resolló acariciándome suavemente el rostro tras rodear la picota – Nos esperan tardes memorables…

- Estoy segura – resoplé yo también exhausta.

Pero insatisfecha, pues no me había corrido y había estado a punto. Me sorprendí deseando que algún otro se animara y me diera un buen repaso. Qué puta era.

Pensé que quizás Mario vendría a ocuparse de su esclava, pero mi dueño no estaba por la labor, disfrutando de las atenciones de Yoli y su madre. No era de extrañar. A partir de ese día, podría disfrutar de mí a su antojo, pero no dispondría de las otras tan a menudo.

Miré a mi Amo, por si le apetecía encargarse de su perrita, pero él seguía dale que te pego con Rocío. La muy puta. Cómo la envidié.

Por fortuna, Bartolomé llevaba un rato esperando volver a la acción y, al parecer, quería probarme también.

- Chúpamela un poco – me dijo subiéndose al banquillo.

Y yo lo hice gustosa.

Esta vez el polvo no tuvo mucha historia, pues me corrí enseguida. Bartolomé, a pesar de su entusiasmo, se cansó pronto, así que se retiró sin llegar a correrse, supongo que temeroso de que le diera un infarto, agotado por el enculamiento de Gloria.

Y entonces lo noté. Con un estremecimiento, alcé la mirada y vi que Jesús tenía los ojos clavados en mí. Lo había percibido aún sin verle, sus ojos eran fuego sobre mi piel. Mi coño latió y tuve que apretar con fuerza los muslos, tratando de calmar el volcán que ardía en mis entrañas.

Empezó a caminar hacia mí, con andar majestuoso, abriéndose paso entre los cuerpos entrelazados que se retorcían por todas partes, sin prestarles la más mínima atención. Sólo tenía ojos para mí, haciéndome sonreír como una colegiala.

- Ya ha sido suficiente por hoy, perrita.

Por un instante tuve miedo de que no fuera a follarme tal y como yo anhelaba, pero él se refería a que era suficiente castigo. Me soltó cuidadosamente, abriendo el candado y alzando el cepo para que yo pudiera salir. Me encantó que no le pidiera permiso a Mario para hacerlo: él era el rey allí y yo su perrita sumisa…

- Ven – me dijo tomándome de la mano.

Y yo le seguí, tambaleante pero eufórica, con el corazón atronándome en el pecho. Las demás estaban ocupadas con sus quehaceres y sólo Gloria me dirigió una mirada de envidia mientras seguía masajeando el pollón de Yoshi.

Jesús me condujo hasta el sillón en que había estado sentado, en el fondo de la sala. Claro, aquel era su trono… pero yo quería que me entregara su cetro…

Mi alumno, mi maestro, se sentó en el sillón y yo lo hice en el suelo, a sus pies, apoyando la mejilla en su muslo mientras él me acariciaba el pelo. Le amé con tanta intensidad que me dolió.

- Has estado magnífica, perrita – me susurró.

- Gracias, Amo – le respondí con los ojos brillantes.

- ¿Quieres alguna recompensa? – dijo llenándome de gozo.

- Te quiero a ti.

- Pues ven.

Me ofreció su mano y me ayudó a ponerme en pié. Agarrándose la polla (que para mi alegría había vuelto a endurecerse) por la base, la colocó erguida, indicándome el camino a seguir. Yo simplemente me ubiqué a horcajadas y me empalé en su dureza. Sentí el éxtasis de forma inmediata.

Loca por abrazarle, rodeé su cuello con los brazos y estreché mis pechos contra el suyo. Su piel parecía arder. Sabía que no debía besarle, pues mis labios habían recibido varias pollas durante la noche, aunque deseaba hacerlo desde el fondo de mi alma.

Pero no importaba, me bastaba con estar con él, sentir su pene llenando mi cuerpo, sometiendo mi alma…

No sé cuantas veces me corrí. Los recuerdos de ese momento son difusos. Sé que me hizo cambiar de posición un par de veces, que en cierto momento me hizo volverme de espaldas, bombeándome sin misericordia mientras acariciaba el tatuaje de mi espalda. Disfruté hasta el último momento.

Recuerdo vagamente haber visto a Natalia y a su hija. Sus pezones habían sido liberados pero las colocaron en una postura que me alucinó: tumbadas, boca arriba, con los coñitos muy cerca el uno del otro y empaladas ambas en un consolador como el que habíamos usado Gloria y yo en la postura de los perros enganchados. Para evitar que se separaran, habían atado los muslos de una a la otra y, en cuanto estuvieron sujetas, dos hombres se habían sentado a horcajadas sobre las caras de las mujeres, ubicando sus rabos entre sus senos. De esta forma, los tíos podían follarse sus tetazas mientras las chicas les comían el culo a placer. Sin embargo, estaba tan mareada que no me fijé en quienes fueron los jinetes. Quizás pasaron todos por allí, como habían hecho conmigo.

No recuerdo nada más.

Cuando me recobré, un buen rato después, me di cuenta de que estaba a los pies del sillón de Jesús, desmadejada, sin fuerzas. Miré a mi alrededor y vi que la cosa se había calmado. Las chicas estaban todas dormidas, unas sobre los sofás y otras directamente en el suelo. Rocío estaba tumbada boca abajo en la mesa, donde mil años atrás yo había servido como bandeja para el nyotaimori. Kimiko parecía una muñeca rota, desmayada allí donde su hermano la había arrojado tras el show gimnástico.

Los hombres, en cambio, estaban sentados tranquilamente, charlando y vaciando sus copas. Era cómico ver a aquel grupo, con las vergas aún semi erectas por los efectos de las pastillas, hablando amigablemente de fútbol.

- Hombres… - pensé.

Y sonreí.

- Vaya, la Bella Durmiente ha despertado – exclamó Germán al verme.

Siete pares de ojos masculinos se volvieron hacia mí.

- Entonces… ¿La bautizamos ya? – dijo uno de ellos, no sé quien.

- Vamos, que ya es casi de día y hay que irse a trabajar.

Joder. El trabajo. Me había olvidado. Iba a ser un día muy largo.

- Edurne, ven aquí – me ordenó Mario.

Derrotada y sin fuerzas, fui incapaz de ponerme en pié. Así que me acerqué a ellos a medias gateando, a medias arrastrándome, mientras ellos me miraban divertidos.

No me importaba, pues mi Amo estaba allí, observándome con gesto complacido.

- Esto es algo que vi en una peli el otro día y hemos pensado que sería una buena forma de darte la bienvenida – dijo Germán, el más pervertido de todos.

No entendía ni una palabra. Dejándome allí sentada en el suelo, los hombres se colocaron a mi alrededor. Pensé que iban a hacerme una lluvia dorada, una guarrería de la que me hablaron una vez, lo que hizo que me estremeciera de asco, aunque dispuesta a aceptarlo, pero era otra cosa lo que tenían en mente.

- Vamos preciosa. Ordéñanos.

Ya sabía lo que querían. Como pude, me las apañé para ponerme de rodillas y empezar a ocuparme de las 7 pollas. El tacto de la carne endurecida me devolvió un tanto las fuerzas. Chupaba una un poquito por aquí, pajeaba un par de ellas por allá, parecía una ruleta dando vueltas. Sólo que, parara donde parara, había premio…

Los hombres no permanecían ociosos, pues era imposible que lograra que todos se corrieran, así que se pajeaban para acercarse al orgasmo. Eso me permitió observar los diferentes estilos masturbatorios de todos. Martín se la machacaba a toda velocidad, lo que me hizo pensar en un conejo, no sé por qué. Yoshi era mucho más majestuoso, deslizando ambas manos por su tronco. Germán usaba la izquierda, aunque era diestro…

Todos menos Jesús. Su polla era toda para mí y se lo agradecí mirándole a los ojos. Procuré que no se notara, pero intenté andar siempre cerca de su verga, chupándola, acariciándola… Y si se notaba… me importaba una mierda.

Martín fue el primero en acabar y lo hizo por la espalda, a traición, disparando unos cuantos lechazos en mi nuca y en mi pelo. Yo volví la cara y le sonreí, momento que aprovechó Raúl para descargar directamente en mi cara.

- ¡AAHHHH! ¡PUTA! ¡AQUí TIENES MI LECHE! ¡BÉBETELA!

Y yo, obediente, abrí la boca para recibir su semen.

No sé quien fue el siguiente, pues uno de mis ojos estaba cerrado por un pegote de semen y por el otro veía borroso, pero todos acabaron derramando su semilla sobre mi piel, empapándome.

Pero, de lo que estoy completamente segura, es de que el último fue Jesús. No importó que mi cuerpo estuviera cubierto de lefa, que hasta el último centímetro de mi piel estuviera embadurnado de semen. Cuando mi Amo derramó su simiente sobre mí… lo sentí perfectamente, hirviendo, quemando… puede que hasta quedara una marca sobre mi cutis.

Me corrí……

…………………………………………………………….

Un par de horas después estaba de pie en la cocina, bebiéndome un enorme vaso de zumo que Natalia me había ofrecido. Estaba recién duchada, limpia, con el pelo todavía húmedo sobre la espalda.

Iba vestida con un conjunto de pantalón y camisa que Yoli me había prestado. Me estaba bastante holgado a la altura del pecho, pero me daba igual. Me sentía completamente feliz.

Algunas parejas de amo y esclava ya se habían marchado. Yoshi había tenido que cargar hasta el coche con su hermana, envuelta en una manta, pues estaba demasiado agotada para caminar. Es lo que tiene el empalamiento en verga… que la agota a una.

Natalia, pletórica, me insistía en que llamara al centro y no fuera a trabajar, que me quedara a pasar el día con ellos. Mario iba a quedarse un rato más, pues, agotado, había acabado durmiendo en un dormitorio. Le sonreí agradecida a la tetona anfitriona, pero le dije que no podía ser.

Y la razón era bien sencilla. Ese día tenía clase doble con el grupo de Jesús. Y él iba a asistir.

Me despedí besando cariñosamente a la madre y a la hija. Germán se despidió con un guiño.

Salí de la casa y estiré los músculos voluptuosamente. Empezaba un nuevo día.

Entonces sentí la presencia de Jesús.

Me volví rápidamente y me encontré de frente con el chico apoyado en su flamante coche nuevo, con su sonrisa lobuna adornando su rostro. Las rodillas me temblaron.

- Bueno, perrita – me dijo - Nos vemos en clase.

- E… estupendo Amo – balbuceé.

Entonces, como si se le hubiese ocurrido repentinamente me dijo:

- Oye, he pensado en que estaría bien si me esperas al final de clase. ¿Te parece?

Y se metió en su coche mientras mi corazón bailaba de alegría.

Exultante, observé cómo el joven arrancaba y se alejaba en el auto. Gloria y su padre aparecieron en la puerta, caminando hacia su vehículo. La chica leyó en mi expresión que algo me pasaba y me interrogó con la mirada.

Pero yo no le dije nada. Era mi secreto.

Me despedí con la mano y ella me hizo un gesto indicándome que nos veíamos más tarde. Le sonreí.

Me senté en mi coche, eufórica. Me miré en el retrovisor y contemplé cómo la nueva Edurne me guiñaba un ojo. Le devolví el guiño.

Me aferré al volante y arranqué el coche. Era feliz.

Mi nueva vida se extendía ante mí.

FIN
Maravilloso relato. ¡Muchas gracias por compartirlo con nosotros!
 
Capítulo final:




Podría mentirles. Podría decirles que me pasé horas decidiendo qué iba a hacer, que las dudas me mantuvieron pegada a aquella cama, tratando de vislumbrar cual sería mi destino en función de la opción escogida. Pero ustedes sabrían que estoy mintiendo. Si han tenido la paciencia de seguir mi relato durante estas cientos de páginas sin duda me conocen ya. Saben la clase de mujer que soy.

En cuanto Jesús salió, salté de bajo las sábanas. Tratando de serenarme, caminé muy erguida hacia el baño y encendí la luz. Me miré en el espejo, repasando mi cuerpo, observando mi piel churreteada de sudor y cosas peores.

Me separé los labios vaginales y me miré la entrepierna, viendo que la mezcla de sudor, flujos y semen había dejado la zona toda pegajosa, así que decidí asearme.

Tenía que estar presentable para empezar mi nueva vida.

Me duché con cuidado de no mojarme el pelo y, tras secarme, volví a ponerme las medias, el liguero y el vestido negro. Las bragas no, pues no las encontré.

Regresé al baño, para acicalarme un poco frente al espejo. Cuando estuve satisfecha, me calcé con los zapatos de tacón y me dirigí hacia una de las puertas, agarrando el pomo con mano temblorosa. Respiré hondo para armarme de valor… y la abrí.

Y mi nueva vida apareció ante mí…

FIN

Por un momento, pensé en terminar aquí la historia. Pero no, si han aguantado hasta el final… merecen saber algo más.

Cuando abrí la puerta, me encontré justo con la escena que me esperaba. La lujuria y el desenfreno campaban a sus anchas por doquier. Mirara donde mirara, sólo veía cuerpos desnudos retorciéndose de placer, frotándose unos contra otros en una interminable danza de pasión.

Todos menos Jesús. El chico estaba sentado en un sillón, mientras una de las chicas, Rocío creo, le estaba practicando una felación.

Cuando mis ojos se encontraron con los suyos, las rodillas me temblaron y tuve que agarrarme a la manija de la puerta para no caerme. Su sonrisa, como siempre, me debilitaba, me prometía cosas que yo ansiaba poseer… océanos de placer inabarcable.

Como pude, me las apañé para mantenerme erguida y caminar unos pasos al interior del salón. Nadie, ni siquiera Mario, que estaba enfrascado en un libidinoso cuerpo a cuerpo con Kimiko, se había percatado de mi presencia. Pero Jesús sí.

- Bienvenida, perrita.

Las rodillas volvieron a flaquearme. Bastó con que volviera a llamarme perrita para hacer que me derritiera. Lo había echado de menos. Pero su voz no tuvo efecto sólo en mí, pues bastaron esas simples palabras para que los demás quedaran libres del hechizo de la lujuria y se dieran cuenta de que había llegado.

Un montón de caras sudorosas me miraban sonrientes, especialmente la de Mario, que veía como el futuro color de rosa se abría ante él. Parecía a punto de gritar de alegría. Eso me tranquilizó. No las había tenido todas consigo, no había estado seguro de si yo iba a claudicar. El único que no había dudado de mí era mi Amo.

Le miré sonriente, con el corazón desbocado atronando en mi pecho. Me sentía feliz por haber tomado esa decisión, sabía que era la correcta. Estaba decidida. Si había que ser una puta para mi Amo… yo sería la mejor. Cuando pasaran 30 años y Jesús ya me hubiera dado la patada por vieja, quería que, cuando estuviera entrenando a alguna jovencita, no pudiera evitar acordarse de mí. Ya lo vería.

De pronto, vi que Gloria se acercaba a mí casi corriendo y se arrojaba en mis brazos, abrazándome. Estaba pringosa de sustancias pegajosas, pero no me importó y le devolví el abrazo. Sabía que se alegraba por mí. Por el rabillo del ojo vi como Kimiko me dirigía una ligera reverencia, saludándome.

- Me alegro tanto de que te hayas unido a nosotras – me dijo Gloria separándose un poco de mí – Lamento haberte engañado, pero era necesario…

- Shisss – la hice callar poniéndole un dedo en los labios – No hay nada que perdonar.

Justo entonces Jesús se puso en pié y, como siempre, todos le prestaron atención.

- Esclavas, saludad a vuestra nueva hermana.

No sabía a qué se refería hasta que Gloria, que seguía ábrazada a mí, acercó su rostro al mío y me dio un tenue beso en los labios.

- Bienvenida número cinco – me dijo mi alumna recordándome mi reciente ascenso en el ranking.

- Gracias número 6 – respondí sonriéndole.

Una a una, todas las chicas se acercaron a mí y me besaron en la boca, mientras lo hombres nos observaban divertidos sirviéndose una copa. Mis ojos les seguían inquietos, calibrando los diferentes grosores y tamaños que exhibían y que sin duda pronto iba a probar. Era curioso, los más mayores mostraban tremendas erecciones, mientras que los jóvenes tenían distintos grados de excitación, lo que me hizo sospechar que por la sala debía haber tráfico de pastillitas azules. Como ven, estaba hecha una experta en pollas… Ya lo he dicho: de entre las putas… la mejor.

Natalia, tan efusiva como siempre, me dio un fortísimo abrazo que me dejó sin resuello al estrecharme contra sus melones. Yolanda, que apenas me conocía (sin contar los masajes de un rato antes), fue la más comedida.

Cuando acabaron, Jesús me dio mi primera orden como esclava de pleno derecho.

- Y ahora, perrita, es hora de que saludes a nuestros amigos.

Me volví entonces hacia Mario. Ya sabía lo que iba a decirle. Mi último acto de rebeldía.

- Mario, quiero que sepas que, a partir de ahora, te obedeceré en todo lo que me ordenes. Sé que me quieres y yo te quiero a ti, así que sé que seremos muy felices juntos si somos capaces de darnos el uno al otro lo que ansiamos. Pero has de saber que jamás te llamaré Amo. Si quieres serás mi Dueño, mi Jefe, mi Propietario… pero Amo sólo tengo uno – dije volviéndome hacia Jesús.

Sé que a Jesús le complacieron mis palabras, lo leí en sus ojos. A Mario en cambio no le gustaron tanto, pues vi brillar la ira en el fondo de su mirada.

- Eso es algo que no me importa, puedes llamarme como te plazca – me dijo mi nuevo dueño – Mientras hagas lo que te digo.

- Y si no lo hago, cumpliré el castigo que decidas – respondí sumisa.

Aquello le gustó más.

- Espero no tener que hacerlo muy a menudo. – dijo - Ahora, como ha dicho Jesús, saluda a mis amigos.

Obediente, me acerqué caminando muy erguida hacia el sofá más próximo, donde reposaba sonriente el marido de Natalia. Sentía la mirada de todos los presentes clavándose en mi piel, pero no me importó, me gustaba ser el centro de atención. Me sentí como en clase, cuando sentía cómo las ávidas miradas de los chicos me desnudaban mentalmente. Ahora podía reconocer que aquello me gustaba.

Cuando estuve junto a Germán, me incliné para besarle.

- Encantada de conocerle, Germán – le dije – Estoy segura de que lo pasaremos muy bien.

Sin embargo, cuando acerqué mi cara para besar su boca sonriente, el vejete me detuvo, mientras yo le miraba extrañada.

- No es ahí donde tienes que besarme niña – dijo riendo – Así no se saluda… Hay que tener mejores modales.

Le entendí perfectamente. Inclinando el cuerpo un poco más, agarré suavemente su erecto pene y lo besé tiernamente en la punta, haciendo que la sonrisa del viejo se ensanchara todavía más.

- Creo que esta puta va a gustarme – exclamó dándome un fuerte cachete en el culo mientras me apartaba de él.

El siguiente fue el padre de Gloria, mi vecino Raúl.

- Cuando nos encontrábamos en el ascensor, nunca se me ocurrió que fuésemos a acabar así – le dije mientras besaba con dulzura su polla.

- Pues a mí se me ocurrió en más de una ocasión – respondió él haciendo reír a los otros.

El siguiente fue Yoshi, cuya polla yo conocía tan bien. A medida que me acercaba, imaginé que esa misma noche acabaría con aquella cosa enterrada en mis entrañas. Iba a estar bien. Ya no tenía miedo ni me impresionaba. Yo iba a ser la reina de las putas.

- Hola Yoshi.

- Bienvenida – dijo él sonriendo.

No me hizo falta agacharme apenas, pues Kimiko, que estaba sentada junto a su hermano, agarró la base de aquella enorme porra y la mantuvo erguida, sosteniéndola apuntando al techo. Le sonreí agradecida mientras depositaba un lujurioso beso en el glande de la gigantesca verga. Hasta la lamí ligeramente.

- Yo no soy tan impresionante – me dijo el siguiente, el padre de Jesús cuando me acerqué para rendir homenaje a su polla.

- Bartolomé, no diga eso. La suya es magnífica. Y además, de no ser por usted ninguno estaríamos aquí ahora.

- ¿Cómo? – exclamó el hombre, extrañado.

- ¡Claro! – reí – ¡Si de sus testículos no hubiera surgido Jesús, probablemente jamás nos habríamos reunido!

Mientras besaba su polla, acaricié dulcemente su escroto con la mano, como agradeciéndole por regalarnos el fruto de su semilla. Bastó aquel simple contacto para que notara cómo su verga se endurecía aún más contra mis labios. Sonreí satisfecha.

Martín era tan tímido como parecía y apenas balbuceó un “bienvenida” mientras besaba su pene. Me sentí feliz por poder intimidar así a un hombre. Los pequeños placeres…

Entonces le tocó el turno a Jesús. El corazón me latía en el pecho. Caminé hacia él, con los ojos clavados en los suyos, diciéndole sin palabras que yo era suya, que lo demás era puro artificio, que todo aquello lo hacía para poder estar con él.

Y él lo sabía.

Sentí una descarga eléctrica cuando besé su idolatrada polla. Me sentí más viva que nunca.

Y entonces me acerqué a Mario.

- De rodillas – me ordenó.

Yo obedecí sin dudar, quedando frente a frente con su morcillona verga.

- Como bien dices, ahora soy tu dueño. Y el saludo tiene que ser… más profundo.

La sutileza no era el punto fuerte de Mario.

Sumisamente separé los labios y absorbí su polla hasta el fondo, hasta que mi rostro quedó empotrado contra su entrepierna. Pude sentir cómo se endurecí rápidamente en mi boca y el pobre Mario no pudo sofocar un gruñido de placer cuando mi lengua empezó a juguetear con su erección. Sonreí mentalmente, pues sabía que, aunque él pudiera ordenarme lo que le diera la gana, yo todavía era capaz de manejarle a mi antojo. Mario había cambiado… pero no era Jesús.

- E… esta bien, puta – balbuceó Mario extrayendo su nabo de entre mis labios – Ahora vamos a ver qué hacemos contigo.

- Lo que te apetezca – respondí sumisa.

- Bien. Antes, mientras estábamos en el cuarto, me has insultado y me has llamado cabrón.

- Lo siento – dije un poco inquieta.

- Y creo que, aunque quizás me lo merecía, debo castigarte por ello.

Mentira. Quería castigarme porque, en el fondo, sabía que yo le pertenecía a Jesús.

- Como tú digas Mario.

- Bien, pues vamos a probar una cosa que me enseñaron este fin de semana. Además, servirá como regalo para todos mis nuevos amigos.

- ¡Buena idea! – exclamó Germán, al parecer entendiendo perfectamente la sugerencia de Mario - ¡Natalia, traed la picota del almacén!

Miré intrigada a Natalia mientras salía al jardín acompañada por tres de las chicas. Me resultó cómico verlas a las cuatro, en pelota picada, caminando de puntillas por el jardín, quejándose del frío. Era normal, en aquel cuarto la cosa estaba que ardía.

Cuando regresaron, comprendí al momento en qué iba a consistir mi castigo.

Entre las cuatro transportaban como podían la susodicha picota. Lo había visto en películas, era un instrumento de tortura medieval, consistente en un cepo con tres orificios, uno grande en el centro y dos más pequeños, uno a cada lado, sujeto sobre unas patas de madera que llegaban hasta el suelo. Lo que se hacía era colocar al reo en el cepo, atrapando el cuello en el agujero central y las manos en los otros, de forma que el prisionero quedaba con los pies en el suelo y el cuerpo inclinado hacia delante, con la cara expuesta para que la gente le arrojara porquerías como castigo, mientras quedaba completamente indefenso. Aunque, en mi caso, no era la cara lo único que iba a quedar expuesto…

Aquel era un modelo indiscutiblemente más moderno y pude observar con alivio que los agujeros estaban forrados para evitar heridas por rozamiento. Porque no había que ser Einstein para saber en qué iba a consistir mi castigo cuando estuviera allí atada. Mario tenía razón, sus amigos iban a tener un bonito regalo.

- ¿Y bien, nena, qué te parece? – me preguntó Mario mirándome sonriente.

- Haré todo lo que me ordenes Mario. Si piensas que merezco un castigo, lo recibiré con obediencia.

- Perfecto.

Natalia y su hija fueron las encargadas de atarme. Mientras la madre separaba la parte superior para ensanchar los orificios y permitirme meter la cabeza y las manos, la hija se aseguraba de que estaba en la posición correcta, para que no me llevara un buen pellizco al cerrar el cepo. Cuando cerraron la madera alrededor de mi cuello y echaron la llave al candado, no pude evitar que la angustia se apoderara de mí y forcejeé un poco intentando sacar las manos. Mi gozo en un pozo.

- Es inútil que te resistas – me dijo Mario, sonriendo al ver mis esfuerzos.

- No me resisto, Mario – respondí serenándome – Quería comprobar que estaba correctamente cerrado para cumplir mi castigo.

Cuando estuve bien sujeta, las chicas colocaron delante de la picota un pequeño banco. Comprendí que se utilizaba por si algún hombre quería usar mi boca, para que pudiese subir en él y ubicar su pene a la altura de mis labios. Habían pensado en todo.

- Bien. Señores, ¡es toda suya! – exclamó mi novio ofreciéndome como tributo a la jauría humana.

Y tuve que reconocer que estaba deseándolo.

Las palabras de Mario fueron el detonante de la acción. Parecía como si el rato que había pasado hasta quedar en el cepo hubiera sido “la pausa que refresca”, como si todo hubiera quedado en suspenso. Pero en cuanto estuve amarrada… se desató la lujuria.

- ¡Con vuestro permiso, voy a ser el primero en clavarme a la nueva! – exclamó Germán levantándose trabajosamente del sofá.

No me sorprendió en absoluto, pues había sentido su mirada codiciosa sobre mi cuerpo desde que entré. Estaba bastante segura que lo del numerito de tener que besarles la polla a todos no formaba parte de ningún ritual del club, sino que se le había ocurrido sobre la marcha al viejo verde. Me caía bien el tipo.

En ese momento, empezó a sonar en la sala una música de ambiente muy suave. No entiendo mucho de música clásica, así que no supe identificar la pieza. Germán, haciéndose el gracioso, empezó a simular que bailaba mientras se aproximaba a mí al son de la melodía, procurando en todo momento que su erecto rabo bamboleara bien a mi vista. Le sonreí.

- Qué bien nos lo vamos a pasar, cariño – me susurró al oído cuando estuvo lo bastante cerca.

- Estoy segura – respondí relamiéndome con voluptuosidad, lo que pareció encantarle.

Rápidamente, rodeó la picota para situarse detrás de mí. Mientras lo hacía, observé que el desenfreno se había apoderado de la sala.

Yoshi estaba follándose a su hermana. Rectifico. Lo que hacía no era follársela exactamente. El japonés se limitó a clavarla por completo en su monumental hombría, de espaldas a él y, haciendo gala de su gran fuerza, empezó a caminar por la habitación con la chica empalada. La expresión completamente ida de Kimiko, con los ojos en blanco y la boca desencajada era para hacer un cuadro.

Mario y Raúl estaban dedicándose a la madre y a la hija, magreando sus enormes globos a placer. Al principio no comprendí qué estaban haciendo, pues mantenían a las chicas una frente a la otra, casi pegadas, mientras ellos manipulaban los melones. Cuando se apartaron un poco, pude ver lo que habían estado haciendo.

Los muy pervertidos habían enganchado los piercings de los pezones de las mujeres entre sí, el de la teta izquierda de Yolanda al de la derecha de Natalia y viceversa. De esta forma, ambas mujeres quedaban prendidas por los senos, sin poder separarse. Rápidamente, los dos hombres se colocaron tras las chicas y las penetraron simultáneamente, empezando a follárselas con brío. Pensé que a ambas debían dolerles los pezones, pero nadie lo diría a tenor de cómo gemían y rebuznaban.

Bartolomé se apoderó de Gloria, la “novia” de su hijo. Ésta dio un gritito y pataleó mientras el hombre la alzaba en volandas, pero la risa de la chica demostraba que sólo estaba jugando. El hombre la arrojó sin muchos miramientos sobre un sofá que estaba junto a la picota, donde la joven rebotó todavía riendo. En menos de un segundo, pude ver de cerca como la erección del padre de mi Amo se hundía hasta el fondo del culito de Gloria, mientras ésta chillaba y fingía resistirse, con el claro fin de enardecer todavía más al hombre, que resoplaba como un toro en celo mientras bombeaba el culo de mi alumna.

Justo entonces noté como Germán, que se había situado a mis espaldas, me levantaba el vestido, dejando expuesta mi intimidad.

- Umm, una zorrita sin bragas… me encanta – le escuché murmurar.

Enseguida incrustó su manaza entre mis muslos, frotando vigorosamente mi vagina. Con habilidad, hundió un dedazo entre los labios, recorriendo toda su longitud, empapándolo de mi humedad. Era bueno y pronto me encontré separando levemente los muslos para dejarle franco el acceso. Él resopló complacido.

- ¡Joder, Mario! – exclamó groseramente - ¡Menudo coño se gasta tu novia! ¡Está ardiendo! ¡Me voy a correr en cuanto se la meta!

Me encantó que dijera esas cosas de mí. Me mojé todavía más.

- ¡Veamos cómo anda de tetas! – dijo, aunque ya las había visto bastante bien durante el nyotaimori.

Diciendo esto, Germán estiró mi vestido para que mis senos escaparan por los lados, mientras dejaba recogida la falda sobre mi espalda, para dejar mi grupa al descubierto. El viejo apretó su entrepierna contra mi trasero, permitiéndome sentir la dureza y el calor de su barra de carne. Apretándose con fuerza, se apoderó de mis colgantes senos con las manos, estrujándolos con ganas. Pronto sus dedos se apoderaron de mis pezones, pellizcándolos con ansia, como si tratara de ordeñarme. Me hizo daño, pero me mordí el labio para ahogar cualquier tipo de queja.

- Fantásticas, tienes unas tetas fantásticas - me susurró sin dejar de tocármelas, lo que me llenó de placer.

Miré entonces hacia Jesús, para comprobar que mi Amo veía lo buena que era su perrita. No me defraudó. A pesar de estar sentado en el otro extremo de la sala, los ojos de Jesús estaban clavados en mí, con su lobuna sonrisa bailando en su rostro. Me sentí feliz.

Contemplé con envidia cómo su madrastra devoraba su polla con ansia. Deseé ocupar su lugar… o si no el de Rocío, que estaba sentada a horcajadas sobre uno de los muslos de Jesús, deslizando las caderas adelante y atrás, frotando libidinosamente su coñito contra la pierna del Amo, como la perra que era.

Y por fin Germán me la metió. Sin muchos miramientos, con fuerza, de un tirón, hasta las bolas… como a mí me gustaba.

No pude reprimir un gemido de placer cuando el nabo del viejo se abrió paso en mi encharcado coño, lo que le encantó a Germán, que me dio un nuevo azote en el trasero. Al parecer al viejo le ponía calentar culitos. Me pregunté cuántas azotainas habría recibido Yolanda de su papi por ser mala, mientras éste soñaba con follarla.

Y el viejo lo hacía bien. Empezó a bombear en mi coño con ganas, a un ritmo bastante intenso, agarrando mis caderas con las manos para dirigir bien las embestidas. Enseguida me encontré con mis tetas bamboleando como campanas, por lo que empezaron a estrellarse una y otra vez contra la madera que me tenía prisionera, produciendo un sonido de golpes sordos que me resultaba excitante.

- Mírate – dije para mí – Follada como una perra por un viejo que no para de estampar tus tetas contra el cepo. Quién te lo hubiera dicho hace un mes…

El pensamiento me hizo sonreír.

- ¡Qué coño tienes, zorra! ¡Cómo aprietas!

Tenía los ojos cerrados, para sentir mejor el placer de los pollazos, concentrándome únicamente en complacer al macho que me montaba, como la buena perrita que era. A pesar de ello, percibí una presencia cerca de mí, lo que me hizo abrir los ojos un poco sobresaltada.

Frente a mí estaba Martín, que no había empezado a participar en el desenfreno del salón. Enseguida averigüé por qué.

- ¡Tú como siempre, Martín! ¡Qué manía con las mamadas! ¡Donde esté un buen coño! – exclamó Germán sin dejar de hundir en mí su estoque.

- Para gustos los colores – le replicó el joven en tono neutro, mientras me dirigía una mirada casi suplicante.

Me hizo gracia que, en medio de aquel desparrame, hubiera alguien capaz de sentirse avergonzado. Le sonreí al chico y me relamí, clavando mis ojos en su polla, como la buena zorrita que era.

No hizo falta más invitación. Martín se encaramó en el banco que habían colocado frente a la picota y colocó su erecto nabo frente a mi boca. Como estaba sujeta, yo no podía hacer nada más que separar los labios para permitir que me la hundiera hasta la garganta y él así lo hizo, haciendo que se me saltaran las lágrimas. No estaba mal armado el tal Martín, no.

Agarrándose al borde de la picota con ambas manos, el chico empezó a follarme la boca con energía, aunque a un ritmo más pausado del que aplicaba Germán en mi coño, pues si no, me habría desencajado la mandíbula.

Así me encontré follada a la vez por la boca y por el coño, aislada del espectáculo que se desarrollaba en la sala, pues el cuerpo de Martín me tapaba la visión. El viejo sabía lo que se hacía y estaba dándome bastante placer, por lo que pronto me encontré al borde del orgasmo. Traté de de retrasarlo, pues si empezaba tan pronto a correrme como una burra no tardaría en quedarme sin fuerzas, así que empecé a apretar el coño y a mover las caderas para ver si lograba acelerar la corrida del viejo, pero aquello le gustó todavía más.

- ¡Así, puta, así, mueve el culo! – aulló azotándome de nuevo. ¡Dios, voy a correrme!

El problema es que yo también lo hice. Qué corrida tan buena me proporcionó el pervertido de Germán. Y la polla de Martín en mi boca había ayudado también sin duda. Mientras me corría, no sé por qué, me acordé de Mariano el conserje y de su polla.

Y Germán también estalló. Sentí como su verga entraba en erupción enterrada en mis entrañas, llenándome, mezclando su semilla con la de los otros dos hombres que ya me habían tomado esa noche. Me encantó.

- ¡Toma, puta, aquí tienes mi leche! – gemía el viejo agarrado a mis caderas como si le fuera la vida en ello, dándome fuertes culetadas que estampaban mis tetas una y otra vez contra la madera. Al día siguiente las tenía moradas.

Cuando Germán alcanzó el paroxismo, Martín aflojó un poco en mi boca, lo justo para dejarme respirar. Alcé como pude los ojos y me encontré con los suyos, que miraban agradecidos cómo su virilidad se perdía entre mis labios.

- Otro tipo simpático – pensé.

Germán se retiró de mi interior resoplando y caminó tambaleándose hasta derrumbarse sobre el sofá más próximo, cosa que ví por el rabillo del ojo, por un hueco que dejaba el cuerpo de Martín, sentándose justo detrás del culo de su amigo Bartolomé, que seguía sodomizando con entusiasmo a la pequeña Gloria.

- Así, dale duro – bromeó dirigiéndose a su empleado.

Al estar de pie, sentí como el semen del viejo escapaba de mi interior y resbalaba por mis muslos, ardiente sobre mi piel. El vestido se había deslizado de mi espalda, volviendo a cubrir mi grupa, aunque estaba segura de que pronto sería alzado por un nuevo comensal. No me equivocaba.

- ¿Ya ha terminado, Germán? ¡Pues ahora me toca a mí!

Me estremecí al reconocer el inconfundible acento de Yoshi, a pesar de no verle debido a que Martín me tapaba casi todo el panorama.

Pero eso acabó enseguida, pues, inesperadamente, Martín entró en erupción. Casi me atraganto, pues su corrida llegó de forma inesperada. Comprendí que todavía me quedaba mucho por aprender en cuestión de pollas, pues había sido incapaz de percibir que aquella estaba a punto de caramelo.

- La corrida silenciosa – pensé en silencio.

Martín, muy solícito, se retiró rápidamente de mi boca, como si le avergonzara haber descargado en mi garganta. Le miré, un poco sorprendida por tantos miramientos y vi que estaba un poquito avergonzado. Juguetona, le saqué la lengua, completamente pringosa por su semen, lo que le hizo enrojecer todavía más, apartándose de mi lado.

Como no me había ordenado otra cosa, escupí el resto de semen que quedaba en mi boca en el suelo, sin tragármelo, aunque una buena parte ya debía estar en mi estómago tras el primer disparo. Sonreí al ver alejarse al tímido Martín, pero la sonrisa murió en mis labios al ver que Yoshi se aproximaba, enarbolando su enorme porra, brillante por los jugos de su hermanita, que yacía desmadejada sobre un sofá, medio inconsciente. La corrida de Martín había hecho que me olvidara de que era su turno.

- ¿Y bien Edurne? – dijo apoyando un codo distraídamente sobre el cepo que me sujetaba - ¿La quieres en el culo o en el coño?

- Eso depende de si quieres o no matarme – respondí descarada.

Él se echó a reír.

- ¡Qué buena aportación han hecho contigo! ¡Seguro que no nos aburriremos!

- ¿Es que antes os aburríais?

- Lo que es seguro, es que ahora mismo tú no vas a aburrirte – siseó.

Mientras decía esto, Yoshi se agarró la verga y empezó a frotarla contra mi indefenso rostro. Si lo llega a hacer con ganas, me deja tuerta Ni siquiera necesitó subirse al banquito… llegaba desde abajo.

Tragué saliva acojonada cuando Yoshi rodeó la picota y le perdí de vista. Había intentado demostrar un aplomo que estaba muy lejos de sentir, así que no pude evitar suplicarle…

- Yoshi, por favor… Ya en serio – gimoteé – No seas bestia.

Me acordaba perfectamente de que aquel pollón había enviado a Gloria al hospital. No quería acabar igual.

- Tranquila, guapa – escuché que me respondía Yoshi – Las primeras veces usaremos esto.

Entonces me enseñó un objeto asomándolo por encima del cepo y poniéndolo frente a mí. Era una especie de “donut” de material blando. Tardé un instante en comprender lo que era, pero me tranquilizó bastante.

Aunque no lo ví, comprendí que Yoshi metió su rabo por el agujero del “donut”. De esa forma, actuaba como tope contra mi trasero y le impedía metérmela por completo. En cuanto estuvo listo, Yoshi me levantó las faldas, dejando mi grupa descubierta, pero a él parecía excitarle más que estuviera desnuda, así que acabó por desabrocharme el cierre que llevaba en la nuca y me libró por completo de la ropa, menos las medias, tacones y liguero.

- Así estás más guapa – oí que me decía.

- Gracias.

- Bonito, tatuaje – dijo deslizando un dedo sobre mi piel - ¿Quién es el genio que te lo ha hecho?

- Muy graciosooooooooo – aullé.

El muy cabrón aprovechó el instante de charla relajada para hundirme su espolón con ganas. Sentí cómo si mi cuerpo se partiera en dos, quedando ambas mitades separadas por una gruesa pared de carne, venas y músculo. Cuerpo cavernoso le llaman. Y una mierda.

- ¡Cabróóóónnnn! ¡Qué haces! ¡Me vas a partir! – exclamé sin darme cuenta ni de lo que decía.

- ¿Me insultas? ¿Así se comporta una zorrita buena? ¡No es eso lo que me habían dicho de ti!

- Pe… perdón – balbuceé – Es que casi me muero… Por favor, ten cuidado…

- Pues, cuando te diga que aún queda un trozo fuera…

Me acojoné. Era cierto. No notaba el “donut” contra mi culo. Faltaba verga por entrar.

- Con cuidado, por favor – supliqué.

Y gracias a Dios Yoshi me hizo caso. Tras la arrancada inicial, fue mucho más delicado para acabar de hundirme el resto. Cuando por fin noté el tacto de la tela del rosco protector me sentí más llena que nunca antes en mi vida. Casi agradecí estar atrapada por el cepo, pues sin su sostén, probablemente me habría derrumbado en el suelo sin fuerzas.

Yoshi permanecía quieto, dejando que mi cuerpo se amoldara al inconmensurable monstruo. Me estremecí al recordar que Kimiko era capaz de admitirlo entero en su cuerpo. Menuda era la japonesa.

Sentía el cuerpo acalambrado y en tensión. No podía respirar. Sin darme cuenta, había alzado los pies del piso, colocándome de puntillas y mantenía los puños apretados, clavándome las uñas en las palmas.

- ¡AAAAAAAAAHHHHH! – gimoteé cuando, muy lentamente, Yoshi extrajo muy despacio una porción de rabo y volvió a hundirlo en mi coño.

Di mentalmente gracias porque el chico parecía contenerse bastante bien, pues empezó a moverse en mi interior muy lentamente y al poco empecé incluso a encontrarle el gusto. No me extrañaba que las chicas que probaban al amiguito de Yoshi no volvieran a repetir. Ahora entendía mejor que el chico participara en todo aquello. Allí no podíamos negarnos.

Me di cuenta entonces de que tenía la boca abierta desde hacía un rato y que los músculos de mi cara estaban en tensión. Pensé que tenía que calmar un poco a Yoshi, que había empezado a acelerar un poco el ritmo. Y se me ocurrió una idea: me eché a reír de forma incontrolada.

- ¿Edurne? – dijo Yoshi medio alucinado - ¿Te has vuelto loca?

- No – respondí – es que me he acordado de algo que me contaron ayer – bromeé.

- ¿Cómo? – resonó la voz incrédula del japonés.

- Sí. Me lo contó la última tía que te follaste. Mientras se la clavabas una y otra vez, ella aullaba: “las bolas, las bolas” y tú le dijiste extrañado: “¿Qué quieres, que te la clave hasta las bolas?” y ella gritó llevándose las manos a la cara: “No, no, las bolas de los ojos que se me saltan”.

Aunque no le veía, no me costó imaginar la cara asombrada de Yoshi, que se había detenido por completo. El que sí que se rió fue Germán, que al estar sentado allí al lado, no se había perdido detalle.

- ¡Mario! – gritó entre risas - ¡Tu zorrita no tiene precio!

Pero Mario estaba muy concentrado en lo que hacía y no se enteró de nada. Al parecer, su compañero Raúl ya había descargado su carga en el coño de Natalia, así que se había retirado del cuarteto. Desde mi posición podía ver su verga todavía erecta asomando de entre sus muslos, sin duda gracias a la magia de las pastillitas azules.

Mario, que no parecía echarle mucho de menos, había obligado a las dos mujeres, madre e hija, a tumbarse en el suelo, todavía enganchadas por los piercings de los pezones y él estaba encima del montón bombeando enloquecido el coño de la jovencita, que le comía con ansia la boca a su madre, que le devolvía los besos con pasión.

Aproveché el breve respiro que me daba Yoshi para volver a buscar a mi Amo con la mirada, pero me dolió que esta vez no me prestara atención, pues estaba concentrado en follarse a Rocío a cuatro patas, mientras Esther tenía incrustada la cara entre sus nalgas, sin duda estimulando el ano de su hijastro con la lengua. Martín, al parecer siguiendo los consejos de Germán, se había ubicado tras la madrastra, follándosela con brío, formando así los cuatro un lujurioso trenecito.

Y entonces Yoshi me volvió a empalar. Y entendí perfectamente a la chica del chiste.

- Jodeeeeeeer – siseé mientras era inundada de polla.

- Tranquila, zorrita, que enseguida acabo.

Y gracias a Dios así fue. Estuvo penetrándome unos minutos más, con calma y procurando no hacerme daño, lo que le agradecí infinitamente. Por fin, sentí como la barra de carne se retiraba de mi interior, dejando mi coño abierto y rezumante.

Yoshi volvió a rodear la picota y a enarbolar sur vergajo frente a mi cara.

- Para ser la primera vez, ya has tenido bastante – dijo – Chúpamela un poco.

Y lo hice agradecida. Como pude, saqué la lengua y me dediqué a lamer y chupar la cabezota de aquella porra. Yoshi gruñía satisfecho por mis cuidados, hasta que se hartó de lametones y me colocó la polla en la mano.

- Acaba con una paja – me ordenó.

Aunque el cepo no me dejaba apenas libertad de movimientos, me las apañé para imprimir a mi muñeca unos hábiles giros que parecían agradar al chico. Cuando se corrió, su polla se estremeció entre mis dedos. Me sentí como los bomberos que no pueden controlar la manguera, con aquella cosa vibrando y dando saltos en mi mano. Por el rabillo del ojo, pude vislumbrar los gruesos disparos de semen que salían por aquella cañería colocada en vertical, que alcanzaban una buena altura hasta volver a caer al suelo, donde impactaban con sonoros palmetazos.

- Bonita fuente – escuché que decía Raúl.

Alcé la mirada sin soltar todavía la rezumante polla de Yoshi, que resoplaba excitado. Raúl, enarbolando su erección, fruto sin duda de la química, se había levantado del sofá y se acercaba a nosotros.

- Parece que me toca a mí – dijo dando una palmada para ponerse manos a la obra.

Vi que llevaba un consolador bajo el brazo, como el que lleva una barra de pan.

- Ni un minuto de respiro – pensé, aunque no dije nada y le sonreí.

El tipo rodeó la picota y se apoderó de mis nalgas, separándolas con rudeza para poder examinar mi coñito a placer.

- ¡Joder, Yoshi, cómo has dejado esto! – exclamó - ¡Parece el túnel del metro!

Cerré los ojos, inquieta. Esperaba que estuviera bromeando.

- Cariño – dijo dirigiéndose a mí – Creo que vamos a probar por el otro lado.

- Como prefieras –asentí un poquito nerviosa.

- ¡Mario! ¿Te importa si enculo a tu zorra?

- Como quieras – respondió mi novio

Me excité. Me encantaba que hablaran así de mí, como un objeto. No me arrepentía de estar allí. Aquella era mi vida.

Miré a Mario y vi que por fin se había corrido, sentándose en el sitio que segundos antes ocupaba Raúl. Vi que se dirigía a Natalia y a su hija, que seguían devorándose en el suelo, aún unidas por los piercings. No escuché lo que les ordenaba, pero ellas obedecieron inmediatamente.

Ayudándose la una a la otra, se incorporaron hasta quedar de rodillas, y siguieron entrelazando sus lenguas, aún enganchadas por los pezones, con la novedad de que también empezaron a masturbarse la una a la otra, frotando voluptuosamente sus coñitos, mientras mi querido novio se excitaba mirando el show.

- Ponemos un poquito de esto por aquí… – canturreó Raúl a mis espaldas.

Sentí cómo su dedo se apoyaba en mi ano y lo frotaba suavemente, extendiendo una sustancia que comprendí debía ser vaselina sexual. Me hizo gracia que el tipo silbara una tonadilla mientras lubricaba mi culo: parecía uno de los enanitos de Blancanieves.

Sólo que aquel enanito se preparaba para darle por el culo a la princesa.

Cuando percibí que Raúl dejaba a un lado el bote de la vaselina, me intranquilicé un tanto, aunque menos que antes, pues ya tenía más experiencia. Además, después del tronco de Yoshi, aquello no era para tanto.

Con cuidado, pero demostrando ser experto en esas lides, el papi de Gloria me la metió por el culo hasta que sus bolas quedaron bien apretadas contra mis nalgas. Me dolió un poco y tuve que apretar los dientes para no pegar un chillido, pero, definitivamente, era cierto que se hacía cada vez más fácil.

Raúl, sobreexcitado, empezó a moverse lentamente en mi culo, incrementando poco a poco el ritmo a medida que iba despendolándose. Afortunadamente, el tipo era bastante considerado y se preocupaba también de que yo lo pasara bien, así que, ni corto ni perezoso, activó el botoncito del vibrador y lo colocó entre mis piernas, haciendo que zumbara entre los labios de mi irritado coñito.

- Aprieta bien las cachas, Edurne – me ordenó – Así no se caerá al suelo.

Y me vi obligada a obedecerle, juntando los muslos al máximo para sostener entre ellos el insidioso juguetito, que no dejaba de agitarse en mi entrepierna. Pero claro, al apretar los músculos de las piernas, también apreté los del ano, que era justo lo que el perverso papá de Gloria pretendía.

- ¡Ostia! ¡Ostia! ¡Ostia! – gimió descontrolado - ¡Cómo aprieta este culo! ¡Esto es la leche!

- ¡Qué cabrón! – pensé yo mientras me mordía los labios, tratando de ahogar el placer que el dichoso aparatejo (y la habilidosa enculada) me estaban proporcionando.

Como pude, abrí los ojos para seguir disfrutando el espectáculo que me ofrecían mis compañeros, que era la mar de erótico. Mario, excitado por el show lésbico materno-filial, se había vuelto a empalmar (pensé que también habría usado las pastillitas, pues él nunca se había mostrado tan brioso) y se había aproximado a las chicas. El muy ladino había ubicado su erección entre las bocas de las dos mujeres, que ahora, a la vez que se morreaban, lamían y ensalivaban la polla de mi afortunado novio. Éste, con los ojos cerrados y la cara alzada hacia el techo, había colocado sus manos sobre las cabezas de las chicas y parecía estar a punto de alcanzar el nirvana, moviendo lentamente las caderas adelante y atrás para que su rabo se deslizara entre los dos juegos de labios. Sonreí.

Martín había logrado desprender a Esther del culo de su hijo, y la había puesto a cabalgarle sobre un sofá. La mujer, toda despendolada, había enterrado sus manos entre sus rubios cabellos y rebotaba como loca sobre la polla del joven.

Gloria, una vez recuperado el aliento por la sodomización, se dirigía, como era de esperar, a donde Jesús estaba follándose a Rocío, sin duda con la esperanza de sustituirla, pero fue interceptada por Yoshi, que la agarró de la cintura y se la cargó al hombro. Los grititos y quejas de Gloria no eran esta vez totalmente fingidos. La comprendí.

Pero Yoshi fue amable y se conformó con una mamada. Sonreí al darme cuenta de que le pedía a la chica que le aplicase el mismo tratamiento que yo le había dado el día que le conocí. Sentada a horcajadas sobre sus muslos, con la verga de Yoshi entre sus labios vaginales como un sándwich, colocando el tronco entre sus tetas y la punta al alcance de la boca. Canela en rama.

Bartolomé y Germán, recuperando fuerzas, charlaban tranquilamente sentados en el sofá, bebiéndose unas copas. De vez en cuando, Germán señalaba hacia mí y su interlocutor asentía.

Mientras miraba, no podía contener los gemidos de placer. Estaba empezando a disfrutar del anal, aunque el maldito vibrador tenía mucha culpa de aquello. Raúl resollaba como una locomotora diesel, bombeando cada vez más frenéticamente en mi retaguardia. Mis tetas empezaron a estrellarse nuevamente contra la madera, pero hasta eso me gustaba.

Por fin estalló en un orgasmo incontrolable que le hizo derrumbarse sobre mi espalda. Si no llego a estar sujeta en la picota, nos habríamos estampado contra el suelo. Por fortuna, tardó poco en recuperarse y me sacó la verga del culo, extrayendo a la vez una buena ración de leche, que cayó al suelo tras de mí junto con el vibrador, pues no pude seguir sosteniéndolo cuando me la sacó.

- U… Un culo estupendo – resolló acariciándome suavemente el rostro tras rodear la picota – Nos esperan tardes memorables…

- Estoy segura – resoplé yo también exhausta.

Pero insatisfecha, pues no me había corrido y había estado a punto. Me sorprendí deseando que algún otro se animara y me diera un buen repaso. Qué puta era.

Pensé que quizás Mario vendría a ocuparse de su esclava, pero mi dueño no estaba por la labor, disfrutando de las atenciones de Yoli y su madre. No era de extrañar. A partir de ese día, podría disfrutar de mí a su antojo, pero no dispondría de las otras tan a menudo.

Miré a mi Amo, por si le apetecía encargarse de su perrita, pero él seguía dale que te pego con Rocío. La muy puta. Cómo la envidié.

Por fortuna, Bartolomé llevaba un rato esperando volver a la acción y, al parecer, quería probarme también.

- Chúpamela un poco – me dijo subiéndose al banquillo.

Y yo lo hice gustosa.

Esta vez el polvo no tuvo mucha historia, pues me corrí enseguida. Bartolomé, a pesar de su entusiasmo, se cansó pronto, así que se retiró sin llegar a correrse, supongo que temeroso de que le diera un infarto, agotado por el enculamiento de Gloria.

Y entonces lo noté. Con un estremecimiento, alcé la mirada y vi que Jesús tenía los ojos clavados en mí. Lo había percibido aún sin verle, sus ojos eran fuego sobre mi piel. Mi coño latió y tuve que apretar con fuerza los muslos, tratando de calmar el volcán que ardía en mis entrañas.

Empezó a caminar hacia mí, con andar majestuoso, abriéndose paso entre los cuerpos entrelazados que se retorcían por todas partes, sin prestarles la más mínima atención. Sólo tenía ojos para mí, haciéndome sonreír como una colegiala.

- Ya ha sido suficiente por hoy, perrita.

Por un instante tuve miedo de que no fuera a follarme tal y como yo anhelaba, pero él se refería a que era suficiente castigo. Me soltó cuidadosamente, abriendo el candado y alzando el cepo para que yo pudiera salir. Me encantó que no le pidiera permiso a Mario para hacerlo: él era el rey allí y yo su perrita sumisa…

- Ven – me dijo tomándome de la mano.

Y yo le seguí, tambaleante pero eufórica, con el corazón atronándome en el pecho. Las demás estaban ocupadas con sus quehaceres y sólo Gloria me dirigió una mirada de envidia mientras seguía masajeando el pollón de Yoshi.

Jesús me condujo hasta el sillón en que había estado sentado, en el fondo de la sala. Claro, aquel era su trono… pero yo quería que me entregara su cetro…

Mi alumno, mi maestro, se sentó en el sillón y yo lo hice en el suelo, a sus pies, apoyando la mejilla en su muslo mientras él me acariciaba el pelo. Le amé con tanta intensidad que me dolió.

- Has estado magnífica, perrita – me susurró.

- Gracias, Amo – le respondí con los ojos brillantes.

- ¿Quieres alguna recompensa? – dijo llenándome de gozo.

- Te quiero a ti.

- Pues ven.

Me ofreció su mano y me ayudó a ponerme en pié. Agarrándose la polla (que para mi alegría había vuelto a endurecerse) por la base, la colocó erguida, indicándome el camino a seguir. Yo simplemente me ubiqué a horcajadas y me empalé en su dureza. Sentí el éxtasis de forma inmediata.

Loca por abrazarle, rodeé su cuello con los brazos y estreché mis pechos contra el suyo. Su piel parecía arder. Sabía que no debía besarle, pues mis labios habían recibido varias pollas durante la noche, aunque deseaba hacerlo desde el fondo de mi alma.

Pero no importaba, me bastaba con estar con él, sentir su pene llenando mi cuerpo, sometiendo mi alma…

No sé cuantas veces me corrí. Los recuerdos de ese momento son difusos. Sé que me hizo cambiar de posición un par de veces, que en cierto momento me hizo volverme de espaldas, bombeándome sin misericordia mientras acariciaba el tatuaje de mi espalda. Disfruté hasta el último momento.

Recuerdo vagamente haber visto a Natalia y a su hija. Sus pezones habían sido liberados pero las colocaron en una postura que me alucinó: tumbadas, boca arriba, con los coñitos muy cerca el uno del otro y empaladas ambas en un consolador como el que habíamos usado Gloria y yo en la postura de los perros enganchados. Para evitar que se separaran, habían atado los muslos de una a la otra y, en cuanto estuvieron sujetas, dos hombres se habían sentado a horcajadas sobre las caras de las mujeres, ubicando sus rabos entre sus senos. De esta forma, los tíos podían follarse sus tetazas mientras las chicas les comían el culo a placer. Sin embargo, estaba tan mareada que no me fijé en quienes fueron los jinetes. Quizás pasaron todos por allí, como habían hecho conmigo.

No recuerdo nada más.

Cuando me recobré, un buen rato después, me di cuenta de que estaba a los pies del sillón de Jesús, desmadejada, sin fuerzas. Miré a mi alrededor y vi que la cosa se había calmado. Las chicas estaban todas dormidas, unas sobre los sofás y otras directamente en el suelo. Rocío estaba tumbada boca abajo en la mesa, donde mil años atrás yo había servido como bandeja para el nyotaimori. Kimiko parecía una muñeca rota, desmayada allí donde su hermano la había arrojado tras el show gimnástico.

Los hombres, en cambio, estaban sentados tranquilamente, charlando y vaciando sus copas. Era cómico ver a aquel grupo, con las vergas aún semi erectas por los efectos de las pastillas, hablando amigablemente de fútbol.

- Hombres… - pensé.

Y sonreí.

- Vaya, la Bella Durmiente ha despertado – exclamó Germán al verme.

Siete pares de ojos masculinos se volvieron hacia mí.

- Entonces… ¿La bautizamos ya? – dijo uno de ellos, no sé quien.

- Vamos, que ya es casi de día y hay que irse a trabajar.

Joder. El trabajo. Me había olvidado. Iba a ser un día muy largo.

- Edurne, ven aquí – me ordenó Mario.

Derrotada y sin fuerzas, fui incapaz de ponerme en pié. Así que me acerqué a ellos a medias gateando, a medias arrastrándome, mientras ellos me miraban divertidos.

No me importaba, pues mi Amo estaba allí, observándome con gesto complacido.

- Esto es algo que vi en una peli el otro día y hemos pensado que sería una buena forma de darte la bienvenida – dijo Germán, el más pervertido de todos.

No entendía ni una palabra. Dejándome allí sentada en el suelo, los hombres se colocaron a mi alrededor. Pensé que iban a hacerme una lluvia dorada, una guarrería de la que me hablaron una vez, lo que hizo que me estremeciera de asco, aunque dispuesta a aceptarlo, pero era otra cosa lo que tenían en mente.

- Vamos preciosa. Ordéñanos.

Ya sabía lo que querían. Como pude, me las apañé para ponerme de rodillas y empezar a ocuparme de las 7 pollas. El tacto de la carne endurecida me devolvió un tanto las fuerzas. Chupaba una un poquito por aquí, pajeaba un par de ellas por allá, parecía una ruleta dando vueltas. Sólo que, parara donde parara, había premio…

Los hombres no permanecían ociosos, pues era imposible que lograra que todos se corrieran, así que se pajeaban para acercarse al orgasmo. Eso me permitió observar los diferentes estilos masturbatorios de todos. Martín se la machacaba a toda velocidad, lo que me hizo pensar en un conejo, no sé por qué. Yoshi era mucho más majestuoso, deslizando ambas manos por su tronco. Germán usaba la izquierda, aunque era diestro…

Todos menos Jesús. Su polla era toda para mí y se lo agradecí mirándole a los ojos. Procuré que no se notara, pero intenté andar siempre cerca de su verga, chupándola, acariciándola… Y si se notaba… me importaba una mierda.

Martín fue el primero en acabar y lo hizo por la espalda, a traición, disparando unos cuantos lechazos en mi nuca y en mi pelo. Yo volví la cara y le sonreí, momento que aprovechó Raúl para descargar directamente en mi cara.

- ¡AAHHHH! ¡PUTA! ¡AQUí TIENES MI LECHE! ¡BÉBETELA!

Y yo, obediente, abrí la boca para recibir su semen.

No sé quien fue el siguiente, pues uno de mis ojos estaba cerrado por un pegote de semen y por el otro veía borroso, pero todos acabaron derramando su semilla sobre mi piel, empapándome.

Pero, de lo que estoy completamente segura, es de que el último fue Jesús. No importó que mi cuerpo estuviera cubierto de lefa, que hasta el último centímetro de mi piel estuviera embadurnado de semen. Cuando mi Amo derramó su simiente sobre mí… lo sentí perfectamente, hirviendo, quemando… puede que hasta quedara una marca sobre mi cutis.

Me corrí……

…………………………………………………………….

Un par de horas después estaba de pie en la cocina, bebiéndome un enorme vaso de zumo que Natalia me había ofrecido. Estaba recién duchada, limpia, con el pelo todavía húmedo sobre la espalda.

Iba vestida con un conjunto de pantalón y camisa que Yoli me había prestado. Me estaba bastante holgado a la altura del pecho, pero me daba igual. Me sentía completamente feliz.

Algunas parejas de amo y esclava ya se habían marchado. Yoshi había tenido que cargar hasta el coche con su hermana, envuelta en una manta, pues estaba demasiado agotada para caminar. Es lo que tiene el empalamiento en verga… que la agota a una.

Natalia, pletórica, me insistía en que llamara al centro y no fuera a trabajar, que me quedara a pasar el día con ellos. Mario iba a quedarse un rato más, pues, agotado, había acabado durmiendo en un dormitorio. Le sonreí agradecida a la tetona anfitriona, pero le dije que no podía ser.

Y la razón era bien sencilla. Ese día tenía clase doble con el grupo de Jesús. Y él iba a asistir.

Me despedí besando cariñosamente a la madre y a la hija. Germán se despidió con un guiño.

Salí de la casa y estiré los músculos voluptuosamente. Empezaba un nuevo día.

Entonces sentí la presencia de Jesús.

Me volví rápidamente y me encontré de frente con el chico apoyado en su flamante coche nuevo, con su sonrisa lobuna adornando su rostro. Las rodillas me temblaron.

- Bueno, perrita – me dijo - Nos vemos en clase.

- E… estupendo Amo – balbuceé.

Entonces, como si se le hubiese ocurrido repentinamente me dijo:

- Oye, he pensado en que estaría bien si me esperas al final de clase. ¿Te parece?

Y se metió en su coche mientras mi corazón bailaba de alegría.

Exultante, observé cómo el joven arrancaba y se alejaba en el auto. Gloria y su padre aparecieron en la puerta, caminando hacia su vehículo. La chica leyó en mi expresión que algo me pasaba y me interrogó con la mirada.

Pero yo no le dije nada. Era mi secreto.

Me despedí con la mano y ella me hizo un gesto indicándome que nos veíamos más tarde. Le sonreí.

Me senté en mi coche, eufórica. Me miré en el retrovisor y contemplé cómo la nueva Edurne me guiñaba un ojo. Le devolví el guiño.

Me aferré al volante y arranqué el coche. Era feliz.

Mi nueva vida se extendía ante mí.

FIN
Gracias por todos estos capítulos.
Me has mantenido en vilo y con ganas de que llegase el siguiente.
Una lastima que termine.

Espero que nos deleites con algún otro
 
Muy buen relato!! Me ha mantenido cachondo de principio a fin.

Gracias
 
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