Capítulo 18: La historia de Rocío (Parte 1):
- Bueno. Todo empezó hace un par de años, en el instituto. Rocío estaba en nuestra misma clase.
- ¿En serio? – la interrumpí - ¿Y cómo es que no sigue en vuestro curso?
- Verás, nunca fue muy buena estudiante. Tenía fama de ser bastante busca problemas.
- ¿Esa chica tan tranquila?
- Te lo juro. Tenía compañías bastante malas y en más de una vez la expulsaron temporalmente del centro, una vez por darle una paliza para quitarle el móvil o dinero, o algo así. Otra vez se rumoreó que fue por un asunto de drogas… La pillaron trapicheando en los servicios.
- ¡Joder!
- Era muy conocida en el insti, tanto por lo peligrosa que era como por lo buena que estaba, porque además, se vestía de una forma que revolucionaba bastante a los chicos. Pero claro, ninguno se atrevía a intentar nada con ella, pues siempre se mostraba muy arrogante y despreciativa. A más de uno lo cascó por mirarla de forma que no le gustó.
- ¿En serio? ¿Esa chica? Si parece muy poca cosa.
- Sí, así quedó después de que Jesús terminara con ella…
Un escalofrío me recorrió al escuchar esas palabras.
- Pues eso, que era una quinqui de cuidado hasta que un día tropezó con Jesús.
- ¿Jesús fue a por ella?
- No, no… Lo digo literalmente. En ese tiempo, Jesús no tenía ni el pensamiento de montarse un harén de esclavas. Se acostaba con dos mujeres que hacían todo lo que se le antojaba, ¿para qué quería más? Además, también ligaba bastante y se follaba a toda la que se le ponía a tiro”.
- Ya, claro – asentí.
- Hasta que una mañana… Jesús y Rocío atravesaron la puerta de la clase en direcciones opuestas al mismo tiempo y claro, chocaron.
- ¿Se cayeron?
- No, pero se dieron un buen golpe. Jesús, más inseguro de lo que es ahora, se apresuró a disculparse, pero Rocío cometió el error de enfrentarse a él.
- ¿Qué coño haces, imbécil? – le espetó Rocío a Jesús.
- Perdón. No te había visto.
- Pues ten más cuidado gilipollas.
- La cosa podía haber terminado ahí – continuó Gloria – Pero Rocío tenía ganas de marcha y continuó atacando.
- Vaya, vaya… Tienes cara de no haber cagado esta mañana.
- Jesús nunca me lo ha dicho, pero creo que lo que en realidad le cabreó fue que la gente que había alrededor se riera del comentario de Rocío. Así que no dudó en contestarle.
- En cambio tú sí has desayunado bien esta mañana... Por cierto, tienes una cosa blanca en la comisura de los labios. ¿No has estado antes en el despacho del director?
- La gente se descojonó con la respuesta. Rocío se cabreó, y no estando acostumbrada a que le plantaran cara en el instituto, hizo lo peor que pudo hacer.
- ¿Qué hizo? – pregunté con interés, cautivada por la narración.
- Abofeteó a Jesús.
- ¡¿CÓMO?!
- En serio. Allí delante de todos le dio una torta.
- ¡Madre mía! ¿Y el profesor?
- Todavía no había llegado.
- ¿Y qué pasó?
- En ese momento, nada más. Jesús le miró con desprecio, pero no le devolvió la bofetada.
- Claro, no iba a pegarle a una chica.
- Exacto. De hecho, el respeto que todos sentían por Jesús aumentó mucho, pues le había plantado cara a la macarra de la clase y encima había mantenido el tipo. Quizás la cosa habría acabado ahí, pero Rocío no tuvo bastante y siguió metiéndose con Jesús. Durante los días siguientes, aprovechaba cualquier momento para burlarse de Jesús. Ya sabes, humillarle delante de los demás, insultarle… una vez, cuando iba con un par de amigotes suyos, llegó incluso a tirarle al suelo de un empujón. Hasta que Jesús puso su plan en marcha.
- Cuenta, cuenta – le dije.
- Un viernes, Jesús me dijo que no me marchara. Además, me entregó una bolsa que pesaba bastante para que la guardara en mi taquilla.
- ¿Y qué contenía?
- Le eché un vistazo durante el recreo. Y lo que vi me acojonó al máximo.
- ¿Y qué era?
- Un montón de cosas de sexshop... Consoladores, una mordaza, esposas… pero lo peor de todo era un pedazo de consolador negro de casi medio metro tan grueso como mi brazo – dijo la chica mostrándome su antebrazo.
- ¡Joder! – exclamé.
- Y claro, yo no sabía para quién era, con lo que me pasé el resto de la mañana con el corazón en un puño. Yo pensaba que íbamos a montarnos algún numerito de los nuestros después de clase, por lo que, al ver todas aquellas cosas, me preocupé un montón.
- Lo entiendo.
- Por fin, a última hora, Jesús me indicó que le siguiera y, aunque dudé un segundo, le obedecí. Pero no me esperaba lo que pasó.
- ¿El qué?
- Jesús, me llevó hasta el gimnasio y, cuando entramos, nos dimos de bruces con Rocío, que estaba dentro.
- ¿Y qué hacía allí?
- Al parecer la había citado el director. Que estaba en el ajo. No sé cómo, pero Jesús ya tenía trato con él. Creo que al principio le pasaba vídeos en los que salía follándose a alguna de las alumnas y el director le pagaba, con pasta o con favores…
- Sí, ya lo supongo – asentí rememorando mi escabroso encuentro con él.
- Pues eso. Cuando entramos en el gimnasio no sé quien se sorprendió más, si Rocío o yo. Casi se me cayó la bolsa al suelo.
- Lógico – asentí.
- Sí. Lógico. En cuanto se recuperó de la impresión, Rocío empezó a insultar de nuevo a Jesús, pero, esta vez, vio algo en su mirada que hizo que perdiera la seguridad en sí misma. Empezó a mirar a los lados pensando en cómo salir de allí, pues Jesús no se había movido de la puerta.
- Seguro que se asustó al verse a solas con vosotros.
- Claro. Estaba acostumbrada a ir con sus amiguitos para abusar de la gente. Encontrarse sola era algo nuevo. Tras comprender el asunto, Rocío amagó con marcharse. Jesús, se echó a un lado para dejarla salir, pero entonces hizo algo...
- ¿El qué?
- Cuando pasó a su lado, la agarró por la espalda y le puso en la cara un pañuelo con algo impregnado. Y tras forcejear, Rocío se desmayó en sus brazos.
- ¡Madre mía!
- Yo estaba aterrada, pero Jesús me ordenó que cerrara la puerta. Estaba asustada pero también deseando saber qué iba a pasar. Tras obedecerle, Jesús empezó a darme órdenes.
- Ayúdame a moverla – me indicó.
- Yo, como un autómata, obedecí. Dejé la bolsa con las cosas en el suelo y ayudé a Jesús a arrastrarla al interior del gimnasio. La llevamos hasta donde están los listones esos de madera en la pared que usamos en gimnasia.
- Desnúdala – me ordenó Jesús mientras él regresaba a recoger la bolsa con los artilugios.
- Temblorosa, le obedecí. Estaba shock, aturdida por lo que estaba pasando. Llevaba ya mucho tiempo dedicada a obedecer hasta el más ínfimo de los deseos de Jesús, por lo que hice lo de siempre: acatar sus órdenes.
- Lo entiendo – respondí al recordar cómo yo misma había permitido incluso que un viejo verde me desvirgara el culo por su deseo.
- En cuanto la tuve desnuda, Jesús usó un juego de esposas para atarle las muñecas al listón, para que no pudiera levantarse. Después, con mi ayuda, le sujetamos las piernas con unos grilletes para los tobillos.
- Ya veo – asentí, haciéndome una imagen mental de la escena.
- Pero no se conformó con eso. Además, usó unas ligaduras especiales en las piernas sujetándolas encogidas.
- ¿Para qué?
- Para evitar que pudiera incorporarse. Verás, las cuerdas le permitían como máximo ponerse en cuclillas, pero nunca ponerse de pie. Si a eso le unimos que estaba esposada a la barra más baja de la escalera…
- ¿Y para qué?
- Eso me pregunté yo hasta que ví que Jesús sacaba de la bolsa el descomunal consolador. Primero amordazó a Rocío con una correa con una bolita roja en el centro. ¿Sabes cómo te digo?
- Sí. Como las que salían en Pulp Fiction.
- ¡Eso! Le colocó a Rocío la bola en la boca y le anudó la correa en la cabeza.
- Para que no pidiera ayuda.
- Bingo. Y entonces la despertó.
Un nuevo escalofrío volvió a agitar mi cuerpo.
- Aún puedo recordar la cara de espanto que puso Rocío cuando se dio cuenta de que estaba completamente desnuda y atada. Nos miró con los ojos como platos, forcejeando desesperada con sus ataduras, sin lograr nada.
- Ahora no te metes conmigo, ¿eh? No pareces tan valiente sin los macarras de tus amigos.
- Rocío se puso a llorar – dijo Gloria.
- ¿A que ahora no quieres darme una torta?¡Puta! Por fin estas como mereces. ¡De rodillas y atada como una perra!
- Siguió insultándola, tocándole los pechos y el coño. Rocío se estremecía ante su contacto, aterrorizada por lo que estaba pasando. Cuando se hartó de insultarla, Jesús me hizo ayudarle a poner en práctica lo que tenía en mente.
- ¿Qué hicisteis? – pregunté sobrecogida.
- Jesús la cogió por las caderas desde detrás y la levantó del suelo. Después me dio indicaciones para que fijara el consolador gigante al piso, con una ventosa que tenía en la base para que no se moviera. Rocío, que ya se imaginaba lo que venía a continuación, se debatió en los brazos de Jesús, aunque claro, no podía hacer nada.
Yo también me imaginaba lo que venía después.
- Lentamente, fue haciendo bajar el cuerpo de la chica, mientras yo me encargaba de mantener su coño bien abierto para que fuera empalándose en el consolador. Rocío luchaba mientras sentía cómo el artilugio iba enterrándose en su vagina.
- Por fin, los pies de Rocío tocaron el suelo, con lo que pudo detener la penetración. Aún así, tenía sus buenos catorce o quince centímetros en su interior, lo que hacía que espesos lagrimones resbalaran por sus mejillas. Su cuerpo estaba tenso, en cuclillas sobre el consolador, con el torso inclinado, pues seguía esposada.
- Vaya posturita.
- Ya te digo. Era imposible que aguantara así mucho tiempo y lo sabía, por lo que miraba suplicante a Jesús.
- Pero no se ablandó – concluí.
- Ni un pelo – asintió ella – Yo, en cambio, sentía pena por la chica, pero estaba…
- Extrañamente excitada – continué.
- Exacto – dijo Gloria sonriéndome.
- Te entiendo – dije – Yo me siento así ahora.
- Sabía que lo entenderías. Pues bien, tras mirarla un par de minutos, Jesús me tomó de la mano y me condujo hacia la puerta. No podía creérmelo…
- ¿La dejasteis allí? – exclamé atónita.
- Sí. Cuando Rocío comprendió nuestras intenciones, volvió a agitarse presa del pánico, pero lo único que logró fue empalarse todavía más.
- Por Dios…
- Ahora vamos a comprobar la clase de zorra que estás hecha – le dijo – Tu te has pasado el último mes puteándome todo lo que has podido. Yo soy mejor persona que tú, voy a putearte sólo un par de horas. Nos vemos luego.
- Antes de que cerrara la puerta, eché un último vistazo y pude ver cómo forcejeaba frenéticamente, mirándo con ojos desencajados. Ella gritaba y aullaba, aunque la mordaza evitaba que se oyera nada.
Levanté la vista y vi que Rocío se aproximaba llevando nuestros batidos en una bandeja. Con habilidad, depositó los vasos junto a nosotras, al borde del jacuzzi.
- Justo ahora le estaba contando a Edurne cómo fue tu primera tarde con el Amo – le dijo Gloria - ¿No te importa, ¿verdad?
- Por supuesto que no – respondió Rocío sumisamente.
- ¿No te dolía? – balbuceé.
- Al principio sí. Pero después empezó a gustarme – respondió la chica.
- ¿En serio? – pregunté atónita.
Rocío miró a Gloria, como solicitando permiso para continuar.
- Habla con libertad. No pasa nada.
La muchacha asintió con la mirada y contestó a mi pregunta.
- Me quería morir. Sentí vergüenza, asco, miedo… pero por encima de todo… terror. No sabía qué iba a pasarme. Hasta donde yo sabía, podían dejarme allí hasta el lunes, porque nadie iba a echarme de menos.
- Sí, claro.
- Me sentí desamparada, no sabía lo que iba a pasarme. La vagina me dolía por el consolador, pero pronto empezaron a dolerme mucho más las piernas, por tener que mantenerme de puntillas para evitar que se me clavara más. El tiempo pasaba y yo estaba cada vez más cansada. No podía más, así que tuve más que aceptar que lo único que podía hacer era relajar el cuerpo para tratar de meterme aquella cosa lo máximo posible y poder así arrodillarme en el suelo. Como pude, me empalé al máximo en el consolador. Sudaba a chorros y podía sentir las lágrimas en mis mejillas. Por fin, lo logré y pude quedar arrodillada, aunque claro, eso hacía que el consolador se me clavara hasta el fondo. Tenía hasta calambres en las piernas.
- Dios – siseé.
- Pero fue entonces cuando noté el placer. Me sentía humillada al máximo, pero, extrañamente bien…
No podía creer lo que escuchaba.
- Mientras tanto – la interrumpió Gloria, continuando con su narración - Jesús me llevó a almorzar. Se lo tomó con toda la tranquilidad del mundo, pero yo era un manojo de nervios, sin quitarme de la cabeza lo que le habíamos hecho a Rocío y lo que nos podía pasar si nos pillaban.
- ¿Y Jesús? – pregunté.
- Perfectamente tranquilo. En un par de ocasiones llegó a regañarme para que me tranquilizara. Me aseguró que no iba a pasar nada, que tenía a Rocío calada y pronto iba a tenerla comiendo de la palma de su mano.
- Y qué es lo que vas a hacer con otra chica? ¿Vas a montarte un harén?
- Jesús se me quedó mirando con un extraño brillo en los ojos.
- No es mala idea – me dijo.
- ¿Me estás diciendo que fuiste tú quien le dio la idea del grupo de esclavas? – casi grité.
- Precisamente – dijo Gloria dándole un sorbo al batido – Aunque, tal y como se desarrollaron las cosas, se le habría ocurrido a él solito.
- Sí, en eso tienes razón – asentí.
- Pues bien, después de un par de horas y tras habernos dado un buen paseo, regresamos al instituto. Jesús, que llevaba las llaves en el bolsillo, abrió una puerta de servicio y nos colamos dentro, con cuidado de que nadie nos viera, aunque aquello estaba desierto. Fuimos al gimnasio y Jesús abrió la puerta. Entré rápidamente, para ver cómo se encontraba Rocío…
- ¿Y cómo estaba? – dije mirando a la muchacha.
- Se había desmayado clavada en el consolador. Estaba de rodillas, con el torso pegado al suelo y las manos esposadas. El consolador se había enterrado en su interior mucho más de la mitad, no sé cómo no la partió en dos.
- ¡Fiuuuu! – silbé admirada.
- Junto a su cara, que estaba apoyada en el suelo, se había formado un charco de saliva que resbalaba de su boca por la comisura de los labios, señal de que llevaba un buen rato en coma.
- Joder.
- Pero, el charco era todavía mayor alrededor de la base del consolador – dijo Gloria mirando con ojos brillantes a Rocío.
- Madre mía – dije mirando con los ojos como platos a la chica.
- Te lo juro. La tía se había corrido como una burra allí clavada.
Un tanto avergonzada, Rocío se limitó a asentir con la cabeza.
- ¿Entiendes lo que te digo, Edurne? Jesús había comprendido la clase de golfa que es nuestra querida Rocío y le administró el tratamiento que necesitaba y que más le gustaba, ¿verdad?
Nuevo asentimiento.
- Entonces, Jesús se agachó al lado de Rocío y volvió a despertarla.
- Despierta, zorra… Que ahora empieza lo bueno y no querrás perdértelo.
- Rocío se despertó con la mirada perdida, como si no supiera donde estaba. La saliva seguía escurriéndosele por la comisura de los labios, por un lado de la bolita, dándole un aspecto todavía más desamparado.
- ¿Sabes lo que viene ahora, puta? ¡Mira cómo tienes el coño! ¡Menuda puta! ¡Te has metido un consolador de medio metro sin problemas! ¡Te has corrido!
- Rocío lloraba – decía Gloria mirándola – Pero su expresión había cambiado. Ya no había miedo como antes, parecía más bien… como si estuviera en otro sitio. Me pareció incluso que sonreía, aunque la bola de su boca me impidió estar segura.
- No recuerdo muy bien aquel momento – respondió Rocío – Recuerdo el intenso dolor que sentía en las piernas, pero internamente me sentía… bien.
Yo estaba flipando.
- Entonces, Jesús le dijo:
- Madre mía, qué pedazo de coño de guarra que tienes. ¡Si la meto ahí no me voy ni a enterar, así que vamos a probar por otro sitio!
- Mientras decía esto – dijo Gloria – le separó las nalgas con las manos dejando al aire su ano. Se veía hinchado y mojado, sin duda por el sudor y por la presencia consolador en su vagina y supe lo que se proponía a hacer Jesús.
- Chúpaselo un poco, Gloria – me ordenó- Creo que voy a encularla un rato.
- Como siempre, obedecí. Me arrodillé detrás del culo de Rocío y, separé sus nalgas, le chupé el ano. Lo tenía muy dilatado, por lo que no me costó nada meterle la lengua dentro. Por fortuna, Rocío lo tenía bastante limpito.
- ¿Te gustó? – pregunté a Rocío.
- Sí. Noté cómo su lengua se introducía en mi interior. Seguía llorando de miedo por lo que iba a pasarme, pero también… lo deseaba – respondió la chica.
- ¿Era tu primera vez? – indagué.
- ¿Por el culo? – intervino Gloria en vez de Rocío - ¡Ni de coña! ¡A ésta se la habían follado sus amigos de todas las maneras posibles! ¿No es verdad?
Rocío simplemente asintió, con una leve sonrisilla en los labios.
- Y desde luego Jesús notó que el culito de Rocío estaba ya estrenado.
- ¡Joder, puta! ¿Cuántas veces te han dado por el culo? ¡No voy a tener nada para estrenar!¡Déjalo ya, Gloria, que me muero por meterla!
- Sabiendo por experiencias previas con Esther lo que le apetecía al Amo, abandoné el culito de Rocío y me arrodillé frente a él – dijo Gloria – En un segundo le saqué el nabo de la bragueta, que ya estaba bastante duro, y empecé a chupárselo para acabar de empalmarlo y para ensalivarlo bien. Cuando estuvo a punto, Jesús me apartó de su polla y se colocó detrás de Rocío, que ya no forcejeaba como antes.
- ¿Se la metió con todo aquello metido en el coño? – pregunté incrédula.
- No. Pero no lo hizo gracias a mí – respondió mi alumna.
- ¿Cómo?
- Me di cuenta de que si se la metía con el consolador dentro de la vagina iba a hacerle daño de verdad y así se lo hice notar a Jesús.
- Amo – le dije un tanto insegura – Si se la metes en el culo con ese pedazo de consolador en el coño la vas a partir en dos. Le vas a hacer mucho daño.
- Se lo pensó unos segundos antes de contestar.
- Tienes razón – dijo – No quiero desgraciarla y que luego no me sirva. Sácaselo y desátale las piernas, pero no los tobillos.
- Dando gracias mentalmente, me apresuré a liberar a Rocío de sus ataduras. Las cuerdas le habían dejado fuertes marcas en la piel y Rocío gemía mientras la desataba.
- Es que me dolía un montón – dijo la chica ante la mirada de Gloria – Tenía fortísimos calambres.
- Te entiendo – dije rememorando mi experiencia con cuerdas y directores.
- Estaba completamente agarrotada – siguió Gloria – Tanto que, cuando le solté las piernas, no se sostuvo y se derrumbó, clavándose otro buen palmo de consolador en el coño.
- ¿No te dolió? – pregunté.
- Vi las estrellas. Eso sí, durante un segundo me olvidé de lo mucho que me dolían las piernas – respondió la chica.
- Jesús me hizo darle masajes en las piernas, mientras él se acariciaba distraídamente el falo. Entonces, se lo pensó mejor y se acercó a nosotras. Con habilidad, le quitó a Rocío la mordaza y, antes de que me diera cuenta, la agarró por el pelo, le levantó la cabeza y le metió la polla en la boca hasta el fondo.
- Así no perderé dureza – dijo por toda explicación – Ensalívala bien, que así te entrará más fácilmente en el culo.
- ¿No pensaste en resistirte? – le pregunté a Rocío pensando en la técnica del mordisco en la salchicha.
- No tenía fuerzas… Ni ganas… En aquel momento no lo hubiera admitido de ninguna manera… Pero hoy reconozco que tenía ganas de que me follara de una vez.
- Continúo – dijo Gloria retomando el hilo – Con cuidado, le saqué el consolador del coño, mientras Jesús se movía lentamente en el interior de su boca. A medida que iba saliendo cada centímetro, Rocío gemía y se estremecía levemente, mientras yo contemplaba atónita el increíble trozo de consolador que esta zorra había logrado meterse.
Yo miraba con admiración a la zorra.
- Por fin, salió la punta y, junto con ella, un buen borbotón de flujos del coño de esta guarra, ¿verdad?
- Sí. Cuando salió por completo sentí un mini orgasmo.
- Le di unas cuantas friegas más y, después de que Jesús la sacara de su boca, la ayudé a ponerse de rodillas con la cara pegada al suelo y el culo en pompa. Jesús, majestuosamente, se situó a su grupa y mirándome a los ojos, me indicó que quería que yo hiciera de mamporrera.
- Joder… je, je – reí sin poder evitarlo.
- Pues eso. Le agarré la verga toda pringosa de babas y coloqué la punta en la entrada del culito de la zorrita. ¿Y qué hizo Jesús entonces, chata?
- Me la clavó hasta el fondo de un tirón. Primero metió la punta con cuidado y recuerdo que pensé tontamente que estaba siendo muy delicado. Pero, en cuanto comenzó a entrar el tronco, me dio un viaje que me hizo ver las estrellas. Cuando me quise dar cuenta su ingle estaba apretada contra mis nalgas y su pene me llegaba hasta las tripas. Ni siquiera noté que estaba gritando como loca.
- Digo. Menudo cipotazo – dijo Gloria – Yo ni me lo creía. Lo único que atinaba a pensar era que, si se le ocurría hacerme eso a mí, me mataba fijo. Ésta daba auténticos alaridos mientras Jesús, sonriente, la agarraba de las caderas y empezaba a bombearle el culo. Rocío, desesperada, tironeaba de las esposas y chillaba, mientras el nabo se hundía inmisericorde una y otra vez en su culo.
- Sentí un dolor atroz. Pensaba que me había destrozado el culo. Yo lloraba y le pedía perdón, le rogaba que parase, pero él no hacía caso – dijo Rocío ya inmersa en la narración – Entonces, Jesús llevó una mano hasta mi coño y empezó a frotármelo.
- ¿De qué te quejas, puta? – me gritó - ¡Si estás empapada! ¡No me digas que no te está gustando!
- No me preguntes por qué – dijo Rocío – pero sus palabras me hicieron darme cuenta de que… ¡en el fondo disfrutaba! ¡Me gustaba lo que hacía! Estaba alucinada, no podía creérmelo, así que seguí chillando y pidiéndole que parara, pero, en realidad, ¡no quería que parase!
- Te entiendo – le dije recordando cómo me sentí yo después de que Jesús me follara la primera vez.
- Jesús siguió enculándola un buen rato – continuó Gloria – sobándole las tetas y dándole unos empellones que amenazaban con estrellarla contra la pared. He de reconocer que aquello me había puesto cachondísima, sobre todo desde el momento en que los gritos de ésta comenzaron a menguar y sus gemidos de placer empezaron a subir…
- Me corrí varias veces – siguió Rocío – Aunque yo me esforzaba por disimularlo mordiéndome los labios, pues no quería que se diera cuenta de que estaba disfrutando… pero era inútil, pues él leía en mí como en un libro abierto.
- Te lo pasas bien, ¿eh, puta? ¿Cuántas veces te has corrido ya?
- ¡Ni…ninguna! – mentí - ¡Déjame ya, hijo de puta!
- ¿En serio? ¿Quieres que deje tu culo? ¡Pues va a ser que no!
- Y la verdad es que me alegré de que no parase.
Se produjo entonces una pausa en el relato. Gloria y yo aprovechamos para echar sendos tragos a los batidos, para recobrar el aliento. Amablemente, le ofrecí mi batido a Rocío, que dudó unos segundos hasta que Gloria asintió con la cabeza.
- Gracias, Ama – me dijo la chica.
Tras calmar la sed, nos quedamos mirándonos las unas a las otras unos segundos, hasta que Gloria decidió seguir.
- Por fin, Jesús se corrió a lo bestia. No sólo le llenó el culo hasta el fondo, sino que después se la sacó y se le corrió encima pringándola por completo.
- Sentí como fuego en mis entrañas cuando el Amo se derramó en mi interior. Mi mente se quedó en blanco y volví a correrme simplemente por sentir su semilla dentro de mí. Después noté mareada cómo su semen quemaba mi piel y me sentí feliz… aunque no quería reconocerlo.
- Hi… hijo de puta – sollocé – Ya te has quedado a gusto. Ahora suéltame.
- ¿Por qué? ¿Ya no tienes más ganas de fiesta? ¡Porque yo sí!
- Entonces me dí cuenta de que, a pesar de la monumental corrida, su polla seguía como el mástil de la bandera. No podía creérmelo. Nunca había visto nada así con ninguno de los chicos con que me había acostado.
- Y fueron unos cuantos, ¿verdad, guarra? – la interrumpió Gloria riendo – Aunque hay que reconocer que la semana previa a tu fiestecita Jesús se había abstenido de… usarnos, por lo que iba bien cargado y dispuesto.
- Y es algo que le agradezco profundamente al Amo – dijo Rocío, sumisa.
- Entonces Jesús me indicó que le alcanzase las llaves de las esposas. Lo hice un poco remisa, pues lo que me apetecía era que me dedicase a mí un rato – dijo Gloria – Él debió de notarlo, porque me dijo:
- Te estás portando muy bien, nena. Tienes permiso para masturbarte.
- Tras decirme esto, desató una de las muñecas de Rocío y, con bastante rudeza, la hizo incorporarse…
- Las piernas no me sostenían, de lo contrario habría intentado huir. Aunque quizás no, pues en el fondo deseaba que me maltratara un rato más.
- Estirando sus brazos hacia arriba – siguió Gloria – pasó las esposas por el listón más alto y volvió a atarla, de forma que quedó de pié con los brazos alzados. Como los grilletes le estorbaban, Jesús se arrodilló y la libró de ellos. Supongo que primero pensó en ordenármelo a mí, pero, cuando me miró, yo ya estaba despatarrada en el suelo, con las bragas en los tobillos y pasándome un vibrador por la vulva, mientras observaba sus maniobras, anhelando ser yo la afortunada.
- Siempre he deseado hacer esto – dijo Jesús acercándose a Rocío con la verga en ristre.
- Yo – dijo Rocío – al verle venir, pataleé indefensa, aunque sin mucha convicción. Jesús lo notó, pues me miraba con su típica sonrisa en los labios.
- La conozco bien – asentí.
- Agarrándome por los muslos, apretó su erección contra mi entrepierna y empezó a frotarla. Yo, deseando que me la metiera de una vez, cerré los ojos y aparté la cabeza, pero el Amo tenía ganas de jugar.
- ¿La quieres? – me preguntó sin dejar de frotarla contra mis hinchados labios.
- ¡NO! ¡Suéltame, cabrón! – atiné a decir, aunque me moría por tenerla dentro.
- ¿En serio? – dijo él, juguetón - ¿De veras que no la quieres? Entonces será para otra. ¡Gloria, ven aquí!
- Como un cohete me levanté y corrí hacia el Amo. Me agarró con rudeza y me dio la vuelta, obligándome a inclinarme y a agarrarme a un peldaño de la escalera junto a Rocío. Sin miramientos, como a él le gusta, me la clavó en mi encharcado coño y empezó a follarme. Me corrí a los cinco segundos y si no me derrumbé fue porque él me sostuvo en pié con sus fuertes brazos.
- Deberías ser más sincera – dijo Jesús mirando a Rocío a los ojos - ¿Ves cómo hace Gloria? Como se porta bien obtiene su recompensa. ¿No quieres tú lo mismo?
- N… no – balbuceé.
- Pues tu cuerpo dice otra cosa. ¡Gloria, tócale el coño y dime cómo está!
- Como buenamente pude, solté una mano del peldaño y lo llevé a la entrepierna de Rocío. Efectivamente los jugos resbalaban por la cara interna de los muslos de esta guarra, mientras que su coño estaba caliente y palpitante.
- E… está empapada Amo – gemí mientras él seguía follándome, arrastrándome hacia un nuevo orgasmo.
- ¿Lo ves? – resolló Jesús bombeando con más ganas. ¿Seguro que no la quieres? ¡Sólo tienes que pedirlo!
- Me resistí, aunque sabía que no iba a conseguirlo. Además, el Ama Gloria no dejó en ningún momento de juguetear en mi vagina con sus dedos, por lo que estaba caliente al máximo. Finalmente, me rendí.
- Va… vale… - farfullé.
- ¿Cómo dices? – dijo el Amo.
- Que tú ganas… La quiero…
- ¿El qué quieres? No te entiendo.
- ¡TU POLLA! – aullé - ¡QUIERO TU POLLA! ¡QUIERO QUE ME FOLLES!
- Por desgracia – dijo Gloria – eso era justo lo que Jesús estaba esperando. Sin perder un segundo, me la sacó del coño y se fue a por esta guarra, que ya estaba abierta de patas. En un momento, la tuvo ensartada y empezó a follársela, mientras la muy zorra gemía y chillaba con las piernas anudadas a la cintura de Jesús.
- Me pasó como a Ama Gloria – dijo Rocío - En cuanto me penetró, me llevó al orgasmo. Estaba como loca, nunca me había sentido así. Me encantaba que me insultara, que me llamara guarra, puta… estaba excitadísima. Ya se me había olvidado todo lo que me había hecho, mis amigos, mi novio… todo. Lo único que quería era sentir cómo me follaba… cómo me usaba…
Volví a sentarme en el suelo y cogí el consolador. Entonces me asaltó una duda y cogí el consolador gigante, el de Rocío y, torpemente, me metí la punta en el coño.
- Yo vi cómo el Ama Gloria hacía aquello, y eso me encendió más todavía.
- Sin embargo, al sentir aquella enormidad en mi interior, me di cuenta de que era demasiado para mis posibilidades, así que lo saqué y seguí masturbándome con uno más normalito.
- El Amo hizo que me corriera varias veces – siguió Rocío mirándome – Hasta que finalmente se corrió. Lo hizo directamente en mi interior, sin preocuparse. Tras correrse, me la sacó de dentro, con lo que volví a quedar colgada de las esposas, con los pies en el suelo, mientras sentía cómo su simiente se deslizaba en mi interior y por mis muslos. Él, tranquilamente se tumbó en una colchoneta a echar un pitillo.
- Se quedó allí tumbadito mirándonos – dijo Gloria – A mí machacándome el coño con un consolador y a esta zorra atada, sudorosa y pringada de semen. Cuando me corrí, Jesús me dio un par de minutos para recuperarme y me dijo:
- Gloria, ve a comprar unos cafés y unos bollos.
- Yo obedecí con presteza y salí del gimnasio.
- ¿Y qué pasó mientras estuviste fuera?
- Nada – intervino Rocío – El Amo se echó una cabezadita en la colchoneta, dejándome allí esposada, mientras mi mente trataba de encajar lo que había pasado. No podía creer lo que el Amo me había hecho pero, sobre todo, no podía creer estar deseando que me hiciera mucho más.
Los batidos se habían acabado, así que Rocío fue a por más. Gloria le dio permiso para traerse uno para ella. Durante un rato, no dijimos nada, mientras yo trataba de asimilar lo que me habían contado, representando en mi mente con gran claridad lo que acababan de contarme.
Lo cierto era que, aunque estaba un poco aturdida por la magnitud de lo que acababa de escuchar, me sentía muy excitada, sobre todo por haberlo escuchado todo directamente de labios de la víctima, que confesaba sin tapujos haber disfrutado de aquello.
No podía evitar trazar paralelismos entre la iniciación de Rocío y la mía propia, entendiendo que la chica hubiera sido capaz de disfrutar en una situación como esa pues, al fin y al cabo, a mí me había pasado algo semejante.
Poco después regresó Rocío con las bebidas. Las repartió y volvió a situarse junto a Gloria, reanudando el masaje en sus hombros.
- Por donde iba – dijo Gloria como si la pausa no hubiese existido – Regresé como a la media hora, con cafés y unos croissants que compré por allí cerca. Cuando volví me encontré con Jesús dormido sobre una colchoneta, mientras Rocío, medio desmayada, seguía esposada al listón.
- Me dolían las muñecas por las esposas, pero no lo notaba, pues el coño me latía tan fuerte que tuve que empezar a frotar los muslos intentando darme un poco de placer. Estaba llorando y siseaba por lo bajo maldiciendo al Amo, pero interiormente estaba deseando que se levantara y volviera a follarme – dijo Rocío.
- O sea que, Jesús te había calado bien – dije.
- Sí. Con el tiempo me contó que había percibido mi sumisión observándome con mi pandilla. Yo nunca llevaba la voz cantante, excepto cuando me enfrentaba a gente más débil que yo y siempre que me sintiera respaldada por mis amigos. Creo que por eso me metí tanto con el Amo antes de que me iniciara: porque había tenido miedo de él cuando nos enfrentamos en el aula y esa era una sensación que yo odiaba con toda mi alma. En el fondo, lo que yo quería era que alguien me dijera lo que debía hacer. Y eso lo notaban mis amigos y se aprovechaban de mí.
- Sí – dijo Gloria – En realidad, aunque Rocío era una macarra en el colegio, en su grupo era una piltrafilla y todos hacían con ella lo que querían. Era un juguete sexual. Pero todo eso cambió gracias a Jesús, ¿verdad, Rocío?
- Así es.
Se produjo una nueva pausa hasta que Gloria continuó.
- Desperté a Jesús y nos sentamos a merendar. Ésta – dijo señalando a Rocío – nos insultaba sin entusiasmo. Yo ya no sentía miedo porque fuera a denunciarnos o algo así, sobre todo después de haberla escuchado gemir de gusto y pedirle que se la follara. Comprendí que seguía resistiéndose más porque era lo que se suponía que tenía que hacer.
- Es cierto. Era así – confirmó Rocío.
- Jesús estaba super tranquilo, charlando amigablemente conmigo, haciendo planes para después. Yo pensaba que íbamos a reanudar la sesión de sexo, pues, yo tenía ganas de más, pero Jesús estaba satisfecho, por lo que me conformé. Tras acabar, Jesús me ordenó que recogiera todas las cosas y yo obedecí mientras él se ponía la ropa. Cuando estuvimos listos, me dijo que saliera.
- En ese momento volví a asustarme muchísimo, pues pensé que pretendía dejarme allí atada – dijo Rocío – Pero no era así. Mientras me soltaba, el Amo me dio las primeras instrucciones de nuestra relación:
- Ahora estamos en paz, putilla – me susurró – Puedes hacer lo que te venga en gana. Si quieres ir a denunciarme, no te cortes, aunque te advierto que te tengo grabada suplicando que te follara. Ahora me voy con Gloria a mi casa. Mis padres no regresan hasta el lunes y hoy se ha ganado que me la folle bien. Ésta es mi dirección – dijo dejando caer una tarjeta a mis pies – Si quieres que retomemos donde lo hemos dejado, puedes venir en cualquier momento.
- Una mierda – respondí sin convicción.
- Como tú quieras. Tú te lo pierdes.
- Bastardo – acerté a escupirle.
- Sí, lo que tú quieras – dijo él riendo – Pero eso sí, las putas que entran en mi casa han de venir sin bragas. Así que ya sabes, si quieres volver a disfrutar de mi polla tendrás que venir así. Por cierto, me gustan las minifaldas esas que te pones.
- Tras decirme esto, soltó las esposas y caí al suelo, sin fuerzas. Miré cómo el Amo se alejaba de mí, dirigiéndose a la puerta del gimnasio, sintiendo cómo mi corazón latía desbocado, tratando de resistir el impulso de gritarle que volviera y acabara lo que había empezado… Lo logré a duras penas…
- Jesús, fuera del gimnasio, sonriente como si no hubiera pasado nada. Sorprendiéndome, pues no solía mostrarse muy cariñoso en público, me rodeó los hombros, atrayéndome hacia sí y me dio un beso en el pelo, agradeciéndome.
- Te has portado muy bien– me dijo – Ahora vamos a pasar por tu casa y cogerás ropa para todo el fin de semana. Te vienes a mi casa, que mis padres no están y te quedas hasta el lunes. Te has ganado tu premio.
Se quedaron calladas tras acabar su relato. Yo me sentía bastante caliente por todo aquello e incluso sopesé ordenarle a Rocío que volviera a aplicarme el “tratamiento completo”, pero no me atreví. En vez de eso pregunté:
- ¿Y qué pasó? ¿Fuiste finalmente a casa de Jesús?
- ¿Quieres saber el resto? Te has puesto un poquito cachonda, ¿verdad?
- La verdad es que sí – respondí incorporándome un poco para que mis tetas surgieran del agua y pudieran observar lo duros que estaban mis pezones.
Aquello hizo sonreír a Rocío. Tenía una bonita sonrisa.
- Bueno – dijo Gloria – pues Jesús cumplió lo prometido y se pasó la tarde del viernes follándome. Me lo pasé de puta madre. Por desgracia, esta guarra no aguantó más y el sábado se presentó en casa de Jesús.
- Lo siento, Ama Gloria – dijo Rocío bajando la mirada.
- ¡No seas tonta! – rió Gloria - Sabes perfectamente que me alegro mucho de que te unieras a nosotras…
- Gracias, Ama.
Era obvio que a Gloria Rocío le caía infinitamente mejor que Kimiko. Me juré que averiguaría qué había pasado entre las dos para detestarse.
- Pues eso, estábamos en plena faena en la cama de sus padres cuando el timbre sonó – continuó Gloria – Extrañamente, pues lo habitual era que me ordenase a mí abrir la puerta, Jesús me la sacó y se levantó de la cama, saliendo del dormitorio en pelotas, sudoroso y con la polla como un leño, dejándome confundida y agitada.
- Ya lo supongo – reí.
- Shh, no interrumpas, guarrilla – bromeó Gloria – Escuché cómo la puerta se abría y a Jesús saludando. Oí una voz femenina que respondía, pero claro, yo no sabía quien era porque Jesús no me había dicho nada.
- Comprendo.
- Muerta de curiosidad, me asomé con cuidado a la puerta para ver quien era la visitante y me encontré con ésta, con la falda levantada en el umbral de la puerta, enseñándole el coño a Jesús, para que pudiera comprobar que iba sin bragas.
- ¡Vaya! – exclamé – Así que te rendiste.
- ¡Oh, no! – respondió Rocío – En absoluto fue así.
- ¿En serio?
- Y tanto. Después de que me dejaran sola en el gimnasio, tardé un buen rato en poder vestirme. Medio sonámbula, abandoné el centro. Hundida, pues no tenía más remedio que reconocer que me quedé con ganas de más, me dirigí a mi casa y me encerré en mi cuarto.
- ¿Lloraste? – pregunté, acordándome de mi propia reacción tras mi primer encuentro con Jesús.
- Como una condenada. Me sentía triste, asqueada conmigo misma, pero sobre todo insatisfecha, lo que acentuaba el asco que sentía por mí.
- Te entiendo – afirmé.
- Aunque me repugnaba hacerlo, no tuve más remedio que masturbarme varias veces, tratando de calmar el fuego que ardía en mis entrañas, intentando calmarme lo suficiente para no salir corriendo en busca de la casa del Amo.
- A medida que iba calmándome, la rabia iba creciendo en mi interior. Y cuando llegó la noche, estaba más que decidida a vengarme. La mañana del sábado me sorprendió sin haber pegado ojo. Ni siquiera había tratado de dormir. Completamente decidida, me duché para despejarme la cabeza y me colé en el despacho de mi padre.
- ¿No estaban tus padres?
- No. Estaban fuera – respondió Rocío – Me dejaban sola muy a menudo. Saqué la llave del escritorio de mi padre de su escondite (que yo conocía perfectamente) y abrí el cajón.
- ¿Qué buscabas? – pregunté intrigada.
- La pistola de mi padre.