El BIG BANG de las sensaciones

Es una preciosidad este cuento no infantil para adultos. Sobre todo por como entrelazas pasado y presente, como describes las imágenes, las sensaciones, parecen tan tan reales. Bueno, de hecho dices que la base es real.
Seguro que ya lo sabes o te lo habrán dicho @Mikelo, pero es demasiada sensibilidad como para pasar de largo y no decir ni una palabra.

He querido evitarlo, pero no he podido, prometo que no le he podido evitar. Has hecho que asomen algunas muchas lágrimas, leyendolo. Me resulta tan, tan cercano.

Esperando más. ♥
Agradecida por poder leerte.
💋 💋
 
Es una preciosidad este cuento no infantil para adultos. Sobre todo por como entrelazas pasado y presente, como describes las imágenes, las sensaciones, parecen tan tan reales. Bueno, de hecho dices que la base es real.
Seguro que ya lo sabes o te lo habrán dicho @Mikelo, pero es demasiada sensibilidad como para pasar de largo y no decir ni una palabra.

He querido evitarlo, pero no he podido, prometo que no le he podido evitar. Has hecho que asomen algunas muchas lágrimas, leyendolo. Me resulta tan, tan cercano.

Esperando más. ♥
Agradecida por poder leerte.
💋 💋
Tiene razón @Mira en que es una historia preciosa, que merece comentario. Pero el silencio puede ser una muestra de respeto.
El mío al menos, va por ahí. Intuyo claves que se me escapan, así que prefiero admirar y callar.
💋
 

Érase un corazón de trapo​

Tercera y última parte.

Érase una tarde más de monótona calma. Érase una habitación en un hospital, donde los últimos reflejos dorados de la tarde que atraviesan el cristal del ventanal, se entretienen en el techo jugando traviesos con las primeras sombras inquietas de la noche.
Érase una niña en una cama, encogida entre las sábanas. Tiene los ojos cerrados, está adormecida, pero no duerme. Piensa, dejando pasar el tiempo. Solo la acompañan sus recuerdos.

Hace un rato que la dejaron en ese cuarto, uno de tantos. La trajeron de la unidad de vigilancia intensiva. Ya no está sondada, ya no parece una marioneta colgando de múltiples tubitos.
La memoria se pierde recordando... Está habituada a todo este trajín. A pesar de sus ochos años, ya es ducha en carreras de uniformes blancos, verdes o azules, con su cuerpo menudo y liviano volando siempre de acá para allá, cargada en unos u otros brazos. Y siempre, en todos sitios, al final del viaje, los gorros y las caras embozadas rodeándola y, sobre ellos, una luz cegadora.

No llora ni se queja. Sabe que no le servirá de nada, después de un dolor vendrá otro y con ellos nuevas cicatrices. Poco a poco, sus sentimientos se fueron revistiendo de una coraza que la protege.
Las sombras se apoderan lentamente de la estancia acompañando el reinado de la noche. La niña se voltea hacia el contraluz de la ventana. Nota algo, entreabre los párpados, son rendijas entre las cuales brillan curiosas dos estrellas verdes. Y se abren de par en par. ¡Hay un muñeco en la esquina del hueco del ventanal! Está sentado, la espalda apoyada en el cristal y los brazos en cruz. El corazón le da un brinco y, ella también salta fuera de la cama, pero gritando loca de alegría.

-¡Trapillo! ¿Eres tú? ¡Sí, bieeen!- A un palmo de él se detiene en seco. Se coloca brazos en jarra y con el ceño fruncido, casi pegada su nariz al rostro del muñeco, le riñe.

-Dígame caballerito dónde ha estado todo este tiempo.

-Te dejé solo un momento en el balcón, mientras yo buscaba la merienda y cuando regresé ya no estabas… ¡Jooo!

-¡Eres un muñeco gamberro!

-¿Sabes? Te voy dar un montón capones y te voy... Y te voy a dar un...

Emocionada no puede continuar. Trapillo con el rostro más tiznado que nunca, la observa fijamente con sus ojos pícaros de mirada alegre y su entrañable sonrisa.

-¡Te voy a dar un montón de besos!- le dice entre sollozos, mientras le besa una y mil veces.

Pletórica y feliz, ya gira y gira frenéticamente por la habitación, danzando en compañía de su amigo. La larga bata ya no se arrastra, ahora confundida con su largos cabellos, va dejando una estela de luces de colores, que iluminan la estancia con sus brillos. Por un momento, la noche deja de serlo y el tiempo confundido se detiene, siendo los protagonistas ajenos a su propia magia.

Con la sábana tapándoles la cabeza, dichosa la niña, aprieta con ternura la carita al cuerpo de su especial amigo. La voz, apenas es un murmullo, le narra entusiasmada, nuevas historias fantásticas y maravillosas.
Ya no estará sola, ya no hay penas. Pero de sus ojos, dos lágrimas repletas de nueva vida, se deslizan lentamente por las mejillas para terminar posándose en el pecho de Trapillo. En ese preciso momento, un corazón de trapo comienza de nuevo a latir...

Érase una niña, que plácidamente se adormece, dejándose llevar por el arrullo querido, de un corazón de trapo amigo.
Érase un corazón encantado de trapo, que tararea una canción de cuna, para una adorable y querida niña sin edad...



A la una, la luna
te mece la cuna.
A la dos, el sol
te canta el ruiseñor.
A las tres, la estrella.
Para mi niña bella.
En mi regazo
con mi calor,
duerme mi amor
con mi abrazo.

A las cuatro, el clavel
te suena un cascabel.
A las cinco, la rosa
te vuela la mariposa.
A las seis, la amapola.
Mi niña no está sola
En mi regazo
con mi calor,
duerme mi amor
con mi abrazo.

A las siete, el gato
te cuenta un relato.
A las ocho, el conejo
te mira perplejo.
A las nueve, el can.
Para mi niña el pan.
En mi regazo
con mi calor,
duerme mi amor
con mi abrazo.

A las diez, las hadas
te dejan sus alas.
A las once, la brujita
te lleva a tu camita.
A las doce, los duendes.
Mi niña te duermes.
En mi regazo
con mi calor,
duerme mi amor
con mi abrazo.

Ya termina la nana,
duerme mi niña.
Hasta mañana.
Silencio...

……………..

Ya todos se han ido,
en silencio aparece
con el beso trece,

un corazón amigo.


















 

Érase un corazón de trapo​

Tercera y última parte.

Érase una tarde más de monótona calma. Érase una habitación en un hospital, donde los últimos reflejos dorados de la tarde que atraviesan el cristal del ventanal, se entretienen en el techo jugando traviesos con las primeras sombras inquietas de la noche.
Érase una niña en una cama, encogida entre las sábanas. Tiene los ojos cerrados, está adormecida, pero no duerme. Piensa, dejando pasar el tiempo. Solo la acompañan sus recuerdos.

Hace un rato que la dejaron en ese cuarto, uno de tantos. La trajeron de la unidad de vigilancia intensiva. Ya no está sondada, ya no parece una marioneta colgando de múltiples tubitos.
La memoria se pierde recordando... Está habituada a todo este trajín. A pesar de sus ochos años, ya es ducha en carreras de uniformes blancos, verdes o azules, con su cuerpo menudo y liviano volando siempre de acá para allá, cargada en unos u otros brazos. Y siempre, en todos sitios, al final del viaje, los gorros y las caras embozadas rodeándola y, sobre ellos, una luz cegadora.

No llora ni se queja. Sabe que no le servirá de nada, después de un dolor vendrá otro y con ellos nuevas cicatrices. Poco a poco, sus sentimientos se fueron revistiendo de una coraza que la protege.
Las sombras se apoderan lentamente de la estancia acompañando el reinado de la noche. La niña se voltea hacia el contraluz de la ventana. Nota algo, entreabre los párpados, son rendijas entre las cuales brillan curiosas dos estrellas verdes. Y se abren de par en par. ¡Hay un muñeco en la esquina del hueco del ventanal! Está sentado, la espalda apoyada en el cristal y los brazos en cruz. El corazón le da un brinco y, ella también salta fuera de la cama, pero gritando loca de alegría.

-¡Trapillo! ¿Eres tú? ¡Sí, bieeen!- A un palmo de él se detiene en seco. Se coloca brazos en jarra y con el ceño fruncido, casi pegada su nariz al rostro del muñeco, le riñe.

-Dígame caballerito dónde ha estado todo este tiempo.

-Te dejé solo un momento en el balcón, mientras yo buscaba la merienda y cuando regresé ya no estabas… ¡Jooo!

-¡Eres un muñeco gamberro!

-¿Sabes? Te voy dar un montón capones y te voy... Y te voy a dar un...

Emocionada no puede continuar. Trapillo con el rostro más tiznado que nunca, la observa fijamente con sus ojos pícaros de mirada alegre y su entrañable sonrisa.

-¡Te voy a dar un montón de besos!- le dice entre sollozos, mientras le besa una y mil veces.

Pletórica y feliz, ya gira y gira frenéticamente por la habitación, danzando en compañía de su amigo. La larga bata ya no se arrastra, ahora confundida con su largos cabellos, va dejando una estela de luces de colores, que iluminan la estancia con sus brillos. Por un momento, la noche deja de serlo y el tiempo confundido se detiene, siendo los protagonistas ajenos a su propia magia.

Con la sábana tapándoles la cabeza, dichosa la niña, aprieta con ternura la carita al cuerpo de su especial amigo. La voz, apenas es un murmullo, le narra entusiasmada, nuevas historias fantásticas y maravillosas.
Ya no estará sola, ya no hay penas. Pero de sus ojos, dos lágrimas repletas de nueva vida, se deslizan lentamente por las mejillas para terminar posándose en el pecho de Trapillo. En ese preciso momento, un corazón de trapo comienza de nuevo a latir...

Érase una niña, que plácidamente se adormece, dejándose llevar por el arrullo querido, de un corazón de trapo amigo.
Érase un corazón encantado de trapo, que tararea una canción de cuna, para una adorable y querida niña sin edad...



A la una, la luna
te mece la cuna.
A la dos, el sol
te canta el ruiseñor.
A las tres, la estrella.
Para mi niña bella.
En mi regazo
con mi calor,
duerme mi amor
con mi abrazo.

A las cuatro, el clavel
te suena un cascabel.
A las cinco, la rosa
te vuela la mariposa.
A las seis, la amapola.
Mi niña no está sola
En mi regazo
con mi calor,
duerme mi amor
con mi abrazo.
A las siete, el gato
te cuenta un relato.
A las ocho, el conejo
te mira perplejo.
A las nueve, el can.
Para mi niña el pan.
En mi regazo
con mi calor,
duerme mi amor
con mi abrazo.

A las diez, las hadas
te dejan sus alas.
A las once, la brujita
te lleva a tu camita.
A las doce, los duendes.
Mi niña te duermes.
En mi regazo
con mi calor,
duerme mi amor
con mi abrazo.
Ya termina la nana,
duerme mi niña.
Hasta mañana.
Silencio...

……………..

Ya todos se han ido,
en silencio aparece
con el beso trece,

un corazón amigo.



















Solo se me ocurre una palabra para describir lo que he sentido… maravilloso
 
Coincido con @zhivago.
No lo ha podido resumir mejor.
Todos somos a veces seres sin edad pero pletóricos de sueños e ilusiones. Nos caen los días, las noches, se nos acumulan y con ellos, van apareciendo las responsabilidades, las dificultades, las alegrías... Vamos creciendo y lentamente nos olvidamos de ese niño interior que aún está y quiere jugar con la vida. Y si tenemos la inmensa suerte de coincidir en tiempo y espacio con otro corazón que sepa latir al mismo ritmo que nosotros, no debemos dejarlo escapar.

Sencillamente Maravilloso. ♥
Gracias @Mikelo. 💋 💋
 
Coincido con @zhivago.
No lo ha podido resumir mejor.
Todos somos a veces seres sin edad pero pletóricos de sueños e ilusiones. Nos caen los días, las noches, se nos acumulan y con ellos, van apareciendo las responsabilidades, las dificultades, las alegrías... Vamos creciendo y lentamente nos olvidamos de ese niño interior que aún está y quiere jugar con la vida. Y si tenemos la inmensa suerte de coincidir en tiempo y espacio con otro corazón que sepa latir al mismo ritmo que nosotros, no debemos dejarlo escapar.

Sencillamente Maravilloso. ♥
Gracias @Mikelo. 💋 💋
Esa es la idea, o por lo menos como yo lo veo
 
Big-Bang de comprensiones incomprensibles.

Comprendo la tristeza de la lluvia,
cuando cae mansamente, gota a gota,
lágrimas que se derraman, lentamente,
pues anhelan rozarse con tu cuerpo.

Comprendo el furor de la tormenta,
cuando azota con sus gotas fragorosas,
son postas de tensión reconcentrada,
que en busca de tu piel golpean con saña.

Comprendo la nostalgia de la niebla,
cuando suave, envuelve sus zarcillos,
un velo de humedades silenciosas,
que tapan su miedo a no encontrarte.

Comprendo la potencia del granizo,
cuando a rachas descarga su energía,
caireles de cristal duros y frágiles
que dañan por sentir que sientes algo.

Comprendo, mucho más que cualquier cosa,
la cadencia dulce y triste, de la nieve,
sus copos, volanderos como plumas,
jugando a cubrirte con su piel.
Fantasean con un absurdo imposible,
imaginan tenerte a su meced,
sienten que eres suya para siempre,
mientras mueren al tocarte en su caer.
 

Érase un corazón de trapo​

Tercera y última parte.

Érase una tarde más de monótona calma. Érase una habitación en un hospital, donde los últimos reflejos dorados de la tarde que atraviesan el cristal del ventanal, se entretienen en el techo jugando traviesos con las primeras sombras inquietas de la noche.
Érase una niña en una cama, encogida entre las sábanas. Tiene los ojos cerrados, está adormecida, pero no duerme. Piensa, dejando pasar el tiempo. Solo la acompañan sus recuerdos.

Hace un rato que la dejaron en ese cuarto, uno de tantos. La trajeron de la unidad de vigilancia intensiva. Ya no está sondada, ya no parece una marioneta colgando de múltiples tubitos.
La memoria se pierde recordando... Está habituada a todo este trajín. A pesar de sus ochos años, ya es ducha en carreras de uniformes blancos, verdes o azules, con su cuerpo menudo y liviano volando siempre de acá para allá, cargada en unos u otros brazos. Y siempre, en todos sitios, al final del viaje, los gorros y las caras embozadas rodeándola y, sobre ellos, una luz cegadora.

No llora ni se queja. Sabe que no le servirá de nada, después de un dolor vendrá otro y con ellos nuevas cicatrices. Poco a poco, sus sentimientos se fueron revistiendo de una coraza que la protege.
Las sombras se apoderan lentamente de la estancia acompañando el reinado de la noche. La niña se voltea hacia el contraluz de la ventana. Nota algo, entreabre los párpados, son rendijas entre las cuales brillan curiosas dos estrellas verdes. Y se abren de par en par. ¡Hay un muñeco en la esquina del hueco del ventanal! Está sentado, la espalda apoyada en el cristal y los brazos en cruz. El corazón le da un brinco y, ella también salta fuera de la cama, pero gritando loca de alegría.

-¡Trapillo! ¿Eres tú? ¡Sí, bieeen!- A un palmo de él se detiene en seco. Se coloca brazos en jarra y con el ceño fruncido, casi pegada su nariz al rostro del muñeco, le riñe.

-Dígame caballerito dónde ha estado todo este tiempo.

-Te dejé solo un momento en el balcón, mientras yo buscaba la merienda y cuando regresé ya no estabas… ¡Jooo!

-¡Eres un muñeco gamberro!

-¿Sabes? Te voy dar un montón capones y te voy... Y te voy a dar un...

Emocionada no puede continuar. Trapillo con el rostro más tiznado que nunca, la observa fijamente con sus ojos pícaros de mirada alegre y su entrañable sonrisa.

-¡Te voy a dar un montón de besos!- le dice entre sollozos, mientras le besa una y mil veces.

Pletórica y feliz, ya gira y gira frenéticamente por la habitación, danzando en compañía de su amigo. La larga bata ya no se arrastra, ahora confundida con su largos cabellos, va dejando una estela de luces de colores, que iluminan la estancia con sus brillos. Por un momento, la noche deja de serlo y el tiempo confundido se detiene, siendo los protagonistas ajenos a su propia magia.

Con la sábana tapándoles la cabeza, dichosa la niña, aprieta con ternura la carita al cuerpo de su especial amigo. La voz, apenas es un murmullo, le narra entusiasmada, nuevas historias fantásticas y maravillosas.
Ya no estará sola, ya no hay penas. Pero de sus ojos, dos lágrimas repletas de nueva vida, se deslizan lentamente por las mejillas para terminar posándose en el pecho de Trapillo. En ese preciso momento, un corazón de trapo comienza de nuevo a latir...

Érase una niña, que plácidamente se adormece, dejándose llevar por el arrullo querido, de un corazón de trapo amigo.
Érase un corazón encantado de trapo, que tararea una canción de cuna, para una adorable y querida niña sin edad...



A la una, la luna
te mece la cuna.
A la dos, el sol
te canta el ruiseñor.
A las tres, la estrella.
Para mi niña bella.
En mi regazo
con mi calor,
duerme mi amor
con mi abrazo.

A las cuatro, el clavel
te suena un cascabel.
A las cinco, la rosa
te vuela la mariposa.
A las seis, la amapola.
Mi niña no está sola
En mi regazo
con mi calor,
duerme mi amor
con mi abrazo.
A las siete, el gato
te cuenta un relato.
A las ocho, el conejo
te mira perplejo.
A las nueve, el can.
Para mi niña el pan.
En mi regazo
con mi calor,
duerme mi amor
con mi abrazo.

A las diez, las hadas
te dejan sus alas.
A las once, la brujita
te lleva a tu camita.
A las doce, los duendes.
Mi niña te duermes.
En mi regazo
con mi calor,
duerme mi amor
con mi abrazo.
Ya termina la nana,
duerme mi niña.
Hasta mañana.
Silencio...

……………..

Ya todos se han ido,
en silencio aparece
con el beso trece,

un corazón amigo.



















Disculpe el posteador y creador del cuento por mi llegada tardía,
Con tanto dicho poco puedo aportar al cuento con tal , por lo que me limitaré a escribir lo que sentí al leerlo .
Inicialmente y como cuento ,emoción y misterio , deseaba saber que iba a suceder al igual que centrarme y ubicarme cual era la situación de los protagonistas .
Pronto empaticé con la niña y su muñeco,, alegría cariño y ternura fueron mis sentimientos. Más pronto se tornaron en tristeza y pesadumbre, tentado estuve de no seguir leyendo, de hecho pare por un instante y tuve el deseo de volver el tiempo atrás y no haber empezado a leer.
Soy una persona que no soporta las pérdidas mi propias ni ajenas de gente que me rodea. Y aunque tiene un arreglado final, Para me es agridulce.
Cuento de máxima calidad porque en pocas palabras me hizo sentir bajo la piel de ambos protagonistas , , muñeca y muñeco por así decirlo. Por mi parte no puedo decir nada mejor pues me ha parecido todo tan real como estar viviéndolo.
Gracias por el cuento @Mikelo .
 
Sobre "Érase una vez un corazón de trapo" o Trapillo.

Gracias a todos aquellos que se detuvieron a leerlo. Al fin y al cabo, de momento, somos corazones humanos quienes escribimos y leemos.

Un buen amigo y gran pintor para más señas, respondió a mi pregunta sobre qué había querido transmitir en una de sus obras
"No sé, quizá aquello que tú sientas al verla"
Pues éso mismo digo sobre éste cuento.

Cierto que conlleva un trasfondo de sutil filosofía: la rotura en la madurez de hilo (trapillo) que nos une a nuestra infancia.
Cierto también que esta basado en experiencias, y que tras el personaje de la Niña y de Trapillo existen dos personas reales.
Cierto es que fue el cariño la masa que sirvió para hacer el pan.

A tener en cuenta:
La niña que encontró sobre la barandilla a Trapillo, en ese momento, tenía aproximadamente ocho años.
¿Cómo pudo ser que aquella que aparece al final del cuento, en la mismo habitación del hospital, recupere "su corazón de trapo" tenga la misma edad, si pasaron diez años desde la perdida y el reencuentro?
Ahí esta la clave del cuento¨: La Magia Surrealista

Para mí persona está claro: Son la misma persona.
No debemos ponerle tiempo ni barreras a la imaginación, a nuestro "Corazón de trapo"

Si éste cuento no se entiende, tampoco pasa nada, lo importante es disfrutar con la lectura.
Gracias mil.
 

Sorpresa.

Atiendo al sonido de la llave en la cerradura y, rápidamente, me oculto tras la cortina del ventanal en el salón.
Y espero, con esperanzado regocijo.

El taconeo de tus zapatos, pasando de largo, se dirige al dormitorio; el ruido de las puertas una tras otra, me va informado con puntual precisión del recorrido.
Escucho, lejanos, la descarga de la cisterna e inmediatamente el agua de la ducha.
Y te imagino,
y me imagino...

Momentáneamente se hace el silencio.

El reiterado abrir y cerrar de las puertas me advierte que te acercas. Puedo apreciar tus pisadas, sin duda calzando las cálidas zapatillas nórdicas que te regalé hace unos días tras la vuelta de mi último viaje, y cómo suavemente te vas deslizando y te aproximas.
Me llamas, pronuncias interrogante mi nombre, lo silabeas, ¡ay!, retenido en tus labios; pero no quiero responder, soy sorpresa, y me limito a sonreír.
Pasas casi rozándome y, en ése instante, tu fresca fragancia de mujer me arrebata, un súbito deseo de abrazarme me invade, pero me contengo...

Contenida dicha.

Te asomas a la terraza..., nada.
–Dónde estás…, ya tenías que haber vuelto – comentas en voz baja; excitado muerdo mis los labios para contener la risa y la impaciencia.
Regresas, y de nuevo me rozas, esta vez, con la caricia de tu respiración, y me esfuerzo por contener el súbito impulso del cazador.

Oigo como te mueves por la cocina, seguramente explorando el frigorífico. Espero unos minutos, no sé bien cuántos, quizás un soplo, quizás una eternidad.
Reacciono y, cauteloso abandono la improvisada madriguera, me dirijo allí, en tu busca.
Voy, siguiéndote a través tus rastros: De tu aroma, del susurro de las pisadas y, ahora mismo, del pan recién tostado.
En silencio, muy despacito me voy acercando.

Me detengo bajo el dintel de la puerta, y te encuentro de píe, de espaldas a mí.
En la estancia, casi en penumbra, apareces silueteada por la pálida luz que proyecta un camuflado fluorescente bajo el mueble superior.
Inclinada sobre la encimera de granito, vas untando en las tostadas el paté que tanto nos gusta.

Te contemplo admirado.

Nunca me cansa dibujarte con la mirada.
Deseo ser sólo manos para deslizarme eternamente, sintiéndote, navegando el espacio infinito de tus elegantes piernas, para acabar naufragando mi pasión en la indómita cascada de tus bucles.
Vas medio cubierta con una de mis camisetas, la más grande, la más ajada, también la que más te gusta; dices que huele a mí, y que en mis ausencias permanezco en ella.
Cada vez que te inclinas, por debajo, el intermitente destello blanco de tu braga sencilla y clásica me encandila, y me enciende.

Me relamo.

Doy un paso y luego otro, sólo dos, me detengo, conteniendo la respiración, extiendo mis brazos hacia ti, las yemas de mis dedos van en busca de una cintura sorprendida, ya casi....

-¡Sorpreeesa!...
Hola, cazador cazado ¿Y cuánto tiempo más pensabas estar ahí, detrás del cortinón, como un pasmarote? – Me interrogas divertida.

Giras, salpicándome con el frescor de tu risa. Contemplas mi estupefacto semblante.
Te cuelgas de mi cuello, y siento regalado mi sorprendido paladar, con el sabor del paté (de campaña con crema de higos, y un golpe de angostura), por tu obsequiosa lengua.
Después, con un leve tirón, mi azul albornoz resbala, y tu camiseta vuela, como blanca paloma liberada.

Y después...

Quizás un soplo, quizás una eternidad, de sorprendernos una y otra vez…

Tu voz:
-Alcanza un par de copas en el cielo, amor mío, que ya el cava está frío...
 

Sorpresa.

Atiendo al sonido de la llave en la cerradura y, rápidamente, me oculto tras la cortina del ventanal en el salón.
Y espero, con esperanzado regocijo.

El taconeo de tus zapatos, pasando de largo, se dirige al dormitorio; el ruido de las puertas una tras otra, me va informado con puntual precisión del recorrido.
Escucho, lejanos, la descarga de la cisterna e inmediatamente el agua de la ducha.
Y te imagino,
y me imagino...

Momentáneamente se hace el silencio.

El reiterado abrir y cerrar de las puertas me advierte que te acercas. Puedo apreciar tus pisadas, sin duda calzando las cálidas zapatillas nórdicas que te regalé hace unos días tras la vuelta de mi último viaje, y cómo suavemente te vas deslizando y te aproximas.
Me llamas, pronuncias interrogante mi nombre, lo silabeas, ¡ay!, retenido en tus labios; pero no quiero responder, soy sorpresa, y me limito a sonreír.
Pasas casi rozándome y, en ése instante, tu fresca fragancia de mujer me arrebata, un súbito deseo de abrazarme me invade, pero me contengo...

Contenida dicha.

Te asomas a la terraza..., nada.
–Dónde estás…, ya tenías que haber vuelto – comentas en voz baja; excitado muerdo mis los labios para contener la risa y la impaciencia.
Regresas, y de nuevo me rozas, esta vez, con la caricia de tu respiración, y me esfuerzo por contener el súbito impulso del cazador.

Oigo como te mueves por la cocina, seguramente explorando el frigorífico. Espero unos minutos, no sé bien cuántos, quizás un soplo, quizás una eternidad.
Reacciono y, cauteloso abandono la improvisada madriguera, me dirijo allí, en tu busca.
Voy, siguiéndote a través tus rastros: De tu aroma, del susurro de las pisadas y, ahora mismo, del pan recién tostado.
En silencio, muy despacito me voy acercando.

Me detengo bajo el dintel de la puerta, y te encuentro de píe, de espaldas a mí.
En la estancia, casi en penumbra, apareces silueteada por la pálida luz que proyecta un camuflado fluorescente bajo el mueble superior.
Inclinada sobre la encimera de granito, vas untando en las tostadas el paté que tanto nos gusta.

Te contemplo admirado.

Nunca me cansa dibujarte con la mirada.
Deseo ser sólo manos para deslizarme eternamente, sintiéndote, navegando el espacio infinito de tus elegantes piernas, para acabar naufragando mi pasión en la indómita cascada de tus bucles.
Vas medio cubierta con una de mis camisetas, la más grande, la más ajada, también la que más te gusta; dices que huele a mí, y que en mis ausencias permanezco en ella.
Cada vez que te inclinas, por debajo, el intermitente destello blanco de tu braga sencilla y clásica me encandila, y me enciende.

Me relamo.

Doy un paso y luego otro, sólo dos, me detengo, conteniendo la respiración, extiendo mis brazos hacia ti, las yemas de mis dedos van en busca de una cintura sorprendida, ya casi....

-¡Sorpreeesa!...
Hola, cazador cazado ¿Y cuánto tiempo más pensabas estar ahí, detrás del cortinón, como un pasmarote? – Me interrogas divertida.

Giras, salpicándome con el frescor de tu risa. Contemplas mi estupefacto semblante.
Te cuelgas de mi cuello, y siento regalado mi sorprendido paladar, con el sabor del paté (de campaña con crema de higos, y un golpe de angostura), por tu obsequiosa lengua.
Después, con un leve tirón, mi azul albornoz resbala, y tu camiseta vuela, como blanca paloma liberada.

Y después...

Quizás un soplo, quizás una eternidad, de sorprendernos una y otra vez…

Tu voz:
-Alcanza un par de copas en el cielo, amor mío, que ya el cava está frío...
Degusto tus letras, las paladeo y me relamo. Eres todo un estímulo para los sentidos, las emociones.

Me logran emocionar, excitar, conmover tus escritos. ♥

Besos.
 

Su primer beso.


Anochece, la casa reposa en completa calma. Solamente, y muy de tarde en tarde, el viejo frigorífico interrumpe el silencio dejando oír su asmática respiración.
Más allá, en el exterior, se escucha el tenue soplo del viento.
El desván, a través de los resquicios en la cubierta, quedó impregnado con las últimas fragancias del otoño.

Hasta el día de hoy, sus correrías y travesuras fuera del ático, siempre fueron rigurosamente tuteladas por madre que, en este preciso instante, está muy atareada alimentando a sus dos glotonas hermanitas
Está más que aburrida y, como sabe que en el resto de la morada en ese momento únicamente están ellos, toma la decisión de aventurase sola esta vez.

La planta baja respira la quietud de la penumbra. En el ambiente aún perdura el penetrante aroma del último café.
En el patio, meciéndose, un joven almendro proyecta la sombra su ramaje a través del ventanal, fundiéndola con el dibujo a ganchillo de la cortina, va perfilando nerviosas filigranas sobre el techo y la pared.

Ya en la cocina, permanece atenta, espectadora del caprichoso baile de las sombras.
La puerta que da a la corredera acristalada que enlaza la cocina con el almacén, permanece ligeramente entreabierta. Curiosa mira por la rendija, entre la hoja y el marco. Al final hay otra puerta que está completamente abierta, incluso, si afina un poco la vista, puede vislumbrar al fondo, en la oscuridad, alguna que otra forma.
La curiosidad la devora y, venciendo la núbil inseguridad que la oprime, se dirige, eso sí, con mucha cautela hacia allá. Va dispuesta a descubrir los enigmas, que seguramente se esconden en cada rincón. Qué gran placer siente al pensar que, por fin y por si misma, podrá explorarlo a sus anchas, cómodamente, y sin cortapisa alguno. ¡Cuántos tesoros! Y muy pronto todos ellos estarán a su alcance.

A mitad de la galería, un tenue gemido la paraliza... Despacio se gira, comprueba con alivio, que tan sólo es la fricción de una de las ramas del árbol contra el cristal.
–¡Ay, el castaño!
Las vainas ya se abrieron para ofrecer sus frutos. Al fin podrá degustar su carne deliciosa y tierna. Las únicas que hasta el día de hoy ha probado, son de la temporada anterior. Dulces y muy ricas, pero también muy duras. Madre le explicó que se llaman castañas pilongas.

Situada ya en el umbral del almacén contempla, con entusiasta curiosidad, su grandioso e incógnito espacio. En un instante, la retina fisgona, es capaz de distinguir las formas, pero nerviosa, no logra centrar la vista en un punto concreto. Mira a un lado y a otro, sin tener nada claro por dónde comenzar...

Mas, algo, un ligero movimiento en el techo llama su atención.

Despacito penetra en la oscuridad sin dejar de observarlo.
Colgando por los pies, de una viga de madera, hay una temblorosa y solitaria figura.
Si pensarlo dos veces, decidida, se encarama a lo más alto de las cajas apiladas.
Desde ese privilegiado observatorio, ahora sí que puede apreciarlo con todo detalle...
-¡Ah! ¿No tiene cabeza? ¿Y brazos...? -Se pregunta.
Le chista tímidamente varias veces... ¡Pero nada!
–¡Oye tú, cosa! -Esta vez gritándole.
El ser..., primero asoma su cabecita muy despacio... -¡Oooh! -Después nerviosamente, va desplegando, primero una y luego otra, unas magníficas alas -¡Qué maravilla! - Queda paralizada, contemplándolo con total arrobo.

El murciélago, agita varias veces sus alas, y de pronto se suelta dejándose caer. Ella continua sin poder apenas moverse, atenazada por la emoción. Casi a ras de suelo, retomando el vuelo, pasa tan cerca que, en sus labios, ella siente un tibio y húmedo roce.
La última imagen que ve de él, es su silueta de hermosas alas desplegadas, atravesando la ventana cenital, a contraluz con la luna llena.

Apenas recuperada de la sorpresa, de un sólo salto, se planta en el suelo.
Ya corre loca de contento, gritando y sollozando de alegría.
-¡Mami! ¡Mami! ¡Lo he visto! ¡Lo he visto! ¡Mamita, mí mamita!... ¡Oh, mamaíta, lo he visto!

Presa de júbilo y sin dejar de chillar, como una exhalación, cruza la galería, la cocina, y sube las escaleras a trompicones.
-¡Lo he visto! ¡Lo he visto!

Mamá Ratona que hasta ese momento no había reparado en la ausencia de Ratiña, al escuchar tamaño alboroto, se sobresaltó. Rápidamente acomodó entre unos papeles a sus crías que, satisfechas, ya dormían plácidamente.
Preocupada, se dirige presta al encuentro con su hija. Apenas tuvo tiempo de dar un par de pasos. Allí en la entrada, parada y jadeante ya estaba su hijita, totalmente radiante.

-Pero Ratiña, cariño mío, ¿A qué se debe tanto jaleo?
-Mamita, lo he visto ¡lo he visto! estaba allí, esperándome, en el almacén.
-Ven conmigo corazón, y dime qué es lo has visto… ¡estás tan alborozada!

Ratiña se acerco a su madre y mirándola fijamente a los ojos, henchida de gozo, le dijo:
-¡He visto un ángel!
Seguidamente se abrazó a ella y, al oído le musitó:
-Me ha dejado su beso...


Dedicado a los que saben de la oculta belleza,
y a una "ratita" que supo ver a su propio ángel.


 
Su primer beso.

Anochece, la casa reposa en completa calma. Solamente, y muy de tarde en tarde, el viejo frigorífico interrumpe el silencio dejando oír su asmática respiración.
Más allá, en el exterior, se escucha el tenue soplo del viento.
El desván, a través de los resquicios en la cubierta, quedó impregnado con las últimas fragancias del otoño.

Hasta el día de hoy, sus correrías y travesuras fuera del ático, siempre fueron rigurosamente tuteladas por madre que, en este preciso instante, está muy atareada alimentando a sus dos glotonas hermanitas
Está más que aburrida y, como sabe que en el resto de la morada en ese momento únicamente están ellos, toma la decisión de aventurase sola esta vez.

La planta baja respira la quietud de la penumbra. En el ambiente aún perdura el penetrante aroma del último café.
En el patio, meciéndose, un joven almendro proyecta la sombra su ramaje a través del ventanal, fundiéndola con el dibujo a ganchillo de la cortina, va perfilando nerviosas filigranas sobre el techo y la pared.

Ya en la cocina, permanece atenta, espectadora del caprichoso baile de las sombras.
La puerta que da a la corredera acristalada que enlaza la cocina con el almacén, permanece ligeramente entreabierta. Curiosa mira por la rendija, entre la hoja y el marco. Al final hay otra puerta que está completamente abierta, incluso, si afina un poco la vista, puede vislumbrar al fondo, en la oscuridad, alguna que otra forma.
La curiosidad la devora y, venciendo la núbil inseguridad que la oprime, se dirige, eso sí, con mucha cautela hacia allá. Va dispuesta a descubrir los enigmas, que seguramente se esconden en cada rincón. Qué gran placer siente al pensar que, por fin y por si misma, podrá explorarlo a sus anchas, cómodamente, y sin cortapisa alguno. ¡Cuántos tesoros! Y muy pronto todos ellos estarán a su alcance.

A mitad de la galería, un tenue gemido la paraliza... Despacio se gira, comprueba con alivio, que tan sólo es la fricción de una de las ramas del árbol contra el cristal.
–¡Ay, el castaño!
Las vainas ya se abrieron para ofrecer sus frutos. Al fin podrá degustar su carne deliciosa y tierna. Las únicas que hasta el día de hoy ha probado, son de la temporada anterior. Dulces y muy ricas, pero también muy duras. Madre le explicó que se llaman castañas pilongas.

Situada ya en el umbral del almacén contempla, con entusiasta curiosidad, su grandioso e incógnito espacio. En un instante, la retina fisgona, es capaz de distinguir las formas, pero nerviosa, no logra centrar la vista en un punto concreto. Mira a un lado y a otro, sin tener nada claro por dónde comenzar...

Mas, algo, un ligero movimiento en el techo llama su atención.

Despacito penetra en la oscuridad sin dejar de observarlo.
Colgando por los pies, de una viga de madera, hay una temblorosa y solitaria figura.
Si pensarlo dos veces, decidida, se encarama a lo más alto de las cajas apiladas.
Desde ese privilegiado observatorio, ahora sí que puede apreciarlo con todo detalle...
-¡Ah! ¿No tiene cabeza? ¿Y brazos...? -Se pregunta.
Le chista tímidamente varias veces... ¡Pero nada!
–¡Oye tú, cosa! -Esta vez gritándole.
El ser..., primero asoma su cabecita muy despacio... -¡Oooh! -Después nerviosamente, va desplegando, primero una y luego otra, unas magníficas alas -¡Qué maravilla! - Queda paralizada, contemplándolo con total arrobo.

El murciélago, agita varias veces sus alas, y de pronto se suelta dejándose caer. Ella continua sin poder apenas moverse, atenazada por la emoción. Casi a ras de suelo, retomando el vuelo, pasa tan cerca que, en sus labios, ella siente un tibio y húmedo roce.
La última imagen que ve de él, es su silueta de hermosas alas desplegadas, atravesando la ventana cenital, a contraluz con la luna llena.

Apenas recuperada de la sorpresa, de un sólo salto, se planta en el suelo.
Ya corre loca de contento, gritando y sollozando de alegría.
-¡Mami! ¡Mami! ¡Lo he visto! ¡Lo he visto! ¡Mamita, mí mamita!... ¡Oh, mamaíta, lo he visto!

Presa de júbilo y sin dejar de chillar, como una exhalación, cruza la galería, la cocina, y sube las escaleras a trompicones.
-¡Lo he visto! ¡Lo he visto!

Mamá Ratona que hasta ese momento no había reparado en la ausencia de Ratiña, al escuchar tamaño alboroto, se sobresaltó. Rápidamente acomodó entre unos papeles a sus crías que, satisfechas, ya dormían plácidamente.
Preocupada, se dirige presta al encuentro con su hija. Apenas tuvo tiempo de dar un par de pasos. Allí en la entrada, parada y jadeante ya estaba su hijita, totalmente radiante.

-Pero Ratiña, cariño mío, ¿A qué se debe tanto jaleo?
-Mamita, lo he visto ¡lo he visto! estaba allí, esperándome, en el almacén.
-Ven conmigo corazón, y dime qué es lo has visto… ¡estás tan alborozada!

Ratiña se acerco a su madre y mirándola fijamente a los ojos, henchida de gozo, le dijo:
-¡He visto un ángel!
Seguidamente se abrazó a ella y, al oído le musitó:
-Me ha dejado su beso...


Dedicado a los que saben de la oculta belleza,
y a una "ratita" que supo ver a su propio ángel.

Su primer beso.

Anochece, la casa reposa en completa calma. Solamente, y muy de tarde en tarde, el viejo frigorífico interrumpe el silencio dejando oír su asmática respiración.
Más allá, en el exterior, se escucha el tenue soplo del viento.
El desván, a través de los resquicios en la cubierta, quedó impregnado con las últimas fragancias del otoño.

Hasta el día de hoy, sus correrías y travesuras fuera del ático, siempre fueron rigurosamente tuteladas por madre que, en este preciso instante, está muy atareada alimentando a sus dos glotonas hermanitas
Está más que aburrida y, como sabe que en el resto de la morada en ese momento únicamente están ellos, toma la decisión de aventurase sola esta vez.

La planta baja respira la quietud de la penumbra. En el ambiente aún perdura el penetrante aroma del último café.
En el patio, meciéndose, un joven almendro proyecta la sombra su ramaje a través del ventanal, fundiéndola con el dibujo a ganchillo de la cortina, va perfilando nerviosas filigranas sobre el techo y la pared.

Ya en la cocina, permanece atenta, espectadora del caprichoso baile de las sombras.
La puerta que da a la corredera acristalada que enlaza la cocina con el almacén, permanece ligeramente entreabierta. Curiosa mira por la rendija, entre la hoja y el marco. Al final hay otra puerta que está completamente abierta, incluso, si afina un poco la vista, puede vislumbrar al fondo, en la oscuridad, alguna que otra forma.
La curiosidad la devora y, venciendo la núbil inseguridad que la oprime, se dirige, eso sí, con mucha cautela hacia allá. Va dispuesta a descubrir los enigmas, que seguramente se esconden en cada rincón. Qué gran placer siente al pensar que, por fin y por si misma, podrá explorarlo a sus anchas, cómodamente, y sin cortapisa alguno. ¡Cuántos tesoros! Y muy pronto todos ellos estarán a su alcance.

A mitad de la galería, un tenue gemido la paraliza... Despacio se gira, comprueba con alivio, que tan sólo es la fricción de una de las ramas del árbol contra el cristal.
–¡Ay, el castaño!
Las vainas ya se abrieron para ofrecer sus frutos. Al fin podrá degustar su carne deliciosa y tierna. Las únicas que hasta el día de hoy ha probado, son de la temporada anterior. Dulces y muy ricas, pero también muy duras. Madre le explicó que se llaman castañas pilongas.

Situada ya en el umbral del almacén contempla, con entusiasta curiosidad, su grandioso e incógnito espacio. En un instante, la retina fisgona, es capaz de distinguir las formas, pero nerviosa, no logra centrar la vista en un punto concreto. Mira a un lado y a otro, sin tener nada claro por dónde comenzar...

Mas, algo, un ligero movimiento en el techo llama su atención.

Despacito penetra en la oscuridad sin dejar de observarlo.
Colgando por los pies, de una viga de madera, hay una temblorosa y solitaria figura.
Si pensarlo dos veces, decidida, se encarama a lo más alto de las cajas apiladas.
Desde ese privilegiado observatorio, ahora sí que puede apreciarlo con todo detalle...
-¡Ah! ¿No tiene cabeza? ¿Y brazos...? -Se pregunta.
Le chista tímidamente varias veces... ¡Pero nada!
–¡Oye tú, cosa! -Esta vez gritándole.
El ser..., primero asoma su cabecita muy despacio... -¡Oooh! -Después nerviosamente, va desplegando, primero una y luego otra, unas magníficas alas -¡Qué maravilla! - Queda paralizada, contemplándolo con total arrobo.

El murciélago, agita varias veces sus alas, y de pronto se suelta dejándose caer. Ella continua sin poder apenas moverse, atenazada por la emoción. Casi a ras de suelo, retomando el vuelo, pasa tan cerca que, en sus labios, ella siente un tibio y húmedo roce.
La última imagen que ve de él, es su silueta de hermosas alas desplegadas, atravesando la ventana cenital, a contraluz con la luna llena.

Apenas recuperada de la sorpresa, de un sólo salto, se planta en el suelo.
Ya corre loca de contento, gritando y sollozando de alegría.
-¡Mami! ¡Mami! ¡Lo he visto! ¡Lo he visto! ¡Mamita, mí mamita!... ¡Oh, mamaíta, lo he visto!

Presa de júbilo y sin dejar de chillar, como una exhalación, cruza la galería, la cocina, y sube las escaleras a trompicones.
-¡Lo he visto! ¡Lo he visto!

Mamá Ratona que hasta ese momento no había reparado en la ausencia de Ratiña, al escuchar tamaño alboroto, se sobresaltó. Rápidamente acomodó entre unos papeles a sus crías que, satisfechas, ya dormían plácidamente.
Preocupada, se dirige presta al encuentro con su hija. Apenas tuvo tiempo de dar un par de pasos. Allí en la entrada, parada y jadeante ya estaba su hijita, totalmente radiante.

-Pero Ratiña, cariño mío, ¿A qué se debe tanto jaleo?
-Mamita, lo he visto ¡lo he visto! estaba allí, esperándome, en el almacén.
-Ven conmigo corazón, y dime qué es lo has visto… ¡estás tan alborozada!

Ratiña se acerco a su madre y mirándola fijamente a los ojos, henchida de gozo, le dijo:
-¡He visto un ángel!
Seguidamente se abrazó a ella y, al oído le musitó:
-Me ha dejado su beso...


Dedicado a los que saben de la oculta belleza,
y a una "ratita" que supo ver a su propio ángel.
Preciosa y preciada metáfora hecha cuento, para poder ver con los ojos del alma, la belleza oculta en otra alma. El físico sólo es eso una carcasa que protege la verdadera belleza y hay veces, que nos encontramos con personas que saben liberar esa oculta belleza y potenciarla.

Además se le añade la narrativa tan ilustrativa, con la que logras trasladar y transmitir al lector, hasta ese primer beso de esa "ratita" y hasta quizás, recordar uno mismo, un primer beso dado o recibido.

Muchas gracias @Mikelo por tan maravillosas emociones compartidas.
 
Preciosa y preciada metáfora hecha cuento, para poder ver con los ojos del alma, la belleza oculta en otra alma. El físico sólo es eso una carcasa que protege la verdadera belleza y hay veces, que nos encontramos con personas que saben liberar esa oculta belleza y potenciarla.
Así es.
Y que todo depende del color del cristal con que se mire, eso también.

Realmente la idea surgió de un viejo chiste, un tanto peyorativo.
Con el tiempo fue tomando forma de fabula, intenté darle la vuelta al chiste.
Desde luego que está redactado con segundas intenciones. Cosa ésta que quedará ya por siempre en la intimidad de mis sentimientos.
 
Entre cuento, fabula y relato…
Ahora, rescataré un dueto.
No diré desempolvar, puesto que el pato Secretario mantiene el antiguo Big Bang como los chorros del oro.

Precipicio
Dueto: Gamber Mikelo
2016
Cuando el brillo de una lágrima,
se acerque
al precipicio de un tierno beso,
explosionará en sentimiento.
Se transformará
en intenso susurro de cariño;
apretará el corazón,
embargándolo de dicha,
meciéndolo
con el calor del querer.

Tú,
eres ese precipicio,
de tierno beso.

Te tomo prestadas
unas arrugas
de tus sabanas,
entre ellas habrá algún sueño
que no hayas usado
y en el que yo,
pueda abrigarme

con su lumbre.

Estallan tus palabras,
y cada letra...
galaxia que seduce,
médula del encanto.

Embarga tu armonía,
y cada nota...
sinfonía que remonta,
levedad de un acorde.

Intensas tus lágrimas,
y cada gota...
cristales que brillan,
reflejos de lumbres.
 
Entre cuento, fabula y relato…
Ahora, rescataré un dueto.
No diré desempolvar, puesto que el pato Secretario mantiene el antiguo Big Bang como los chorros del oro.

Precipicio
Dueto: Gamber Mikelo
2016
Cuando el brillo de una lágrima,
se acerque
al precipicio de un tierno beso,
explosionará en sentimiento.
Se transformará
en intenso susurro de cariño;
apretará el corazón,
embargándolo de dicha,
meciéndolo
con el calor del querer.

Tú,
eres ese precipicio,
de tierno beso.

Te tomo prestadas
unas arrugas
de tus sabanas,
entre ellas habrá algún sueño
que no hayas usado
y en el que yo,
pueda abrigarme

con su lumbre.

Estallan tus palabras,
y cada letra...
galaxia que seduce,
médula del encanto.

Embarga tu armonía,
y cada nota...
sinfonía que remonta,
levedad de un acorde.

Intensas tus lágrimas,
y cada gota...
cristales que brillan,
reflejos de lumbres.
Gracias miles @Mikelo. ♥
 
Érase una vez...


En el tiempo en que yo era,
infeliz a mi manera,
feliz a tiempo perdido,
o inconsciente con soberbia,
la vida me sonreía,
(me apuñalaba detrás)
las cosas no me iban mal,
(pues no paraba a pensar)
la edad me las perdonaba,
(para cobrárselas más)
y al cuerpo...le daba igual
(ya llegarán las facturas).

En el tiempo que ahora vivo
feliz a mi modo triste,
infeliz por mis despistes,
con soberbia de sabido,
la vida muestra el colmillo,
(y muerde con dentelladas)
las cosas me van muy bien,
(para lo que puedo ser)
la edad ya no me perdona
(pasa factura al instante,
con intereses mediantes)
y al cuepo... ya ni le da.

Por eso yo estoy aquí,
no vine a contarles penas,
vine a contarles un cuento,
de cuando estaba en la higuera,
tal vez vine a presumir,
de qué tristes son las penas,
o, como gusto creer,
a hacerles pensar un rato,
o mejor, si puede ser,
hacerme su hazmereir,
pues si puedo compartir,
sus risas durante un rato,
el objetivo estará,
más que cumplido, logrado.
 
Última edición:
Érase una vez...


En el tiempo en que yo era,
infeliz a mi manera,
feliz a tiempo perdido,
o inconsciente con soberbia,
la vida me sonreía,
(me apuñalaba detrás)
las cosas no me iban mal,
(pues no paraba a pensar)
la edad me las perdonaba,
(para cobrárselas más)
y al cuerpo...le daba igual
(ya llegarán las facturas).

En el tiempo que ahora vivo
feliz a mi modo triste,
infeliz por mis despistes,
con soberbia de sabido,
la vida muestra el colmillo,
(y muerde con dentelladas)
las cosa me van muy bien,
(para lo que puedo ser)
la edad ya no me perdona
(pasa factura al instante,
con intereses mediantes)
y al cuepo... ya ni le da.

Por eso yo estoy aquí,
no vine a contarles penas,
vine a contarles un cuento,
de cuando estaba en la higuera,
tal vez vine a presumir,
de qué tristes son las penas,
o, como gusto creer,
a hacerles pensar un rato,
o mejor, si puede ser,
hacerme su hazmereir,
pues si puedo compartir,
sus risas durante un rato,
el objetivo estará,
más que cumplido, logrado.
Me encantan los cuentos y más aún, si me los cuentan, como usted lo cuenta. Detrás del uno, el dos y luego le sigue el tres y así, erase una vez. ♥

La vida son sucesiones de momentos, que vamos haciendo recuerdos. Unos más alegres, otros más tristes, pero todos nuestros. Gracias por compartirlos.

💋 💋
 
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