Wolasss chicasss...
Vaya, compruebo que algunasss todavía no llevaisss la marrrca... del biquini o del bañadorrr
Por fin puedo estarrr de nuevo en essste lugarrr
Nada de playassss ni de arrrenasss calientesss. Estosss días fuerrron durrros parrra mi perrrsssona... En parrrte, puésss algo ocurrrió que mi ansssiedad alivió. Osss lo cuento:
Dessspuésss de mucho insistirrr, finalmente, se me otorrrgó la gracia de poderrr sssalirrr del forrrzossso enclaussstramiento. Perrro ocasionalmente, con losss minutosss contadosss.
Sin más compañía “erótica” que la de mis hermanastros, los segundos se convierten en horas y, estas a su vez, en interminables e insufribles días; con la agravante de tener que soportar el insoportable y penetrante olor rancio de la tinta en la
Libreta de Tapas Azules.
Nada que pudiese alegrarme la vista, ni tan siquiera una mísera imagen de unos glúteos de buena moza en los que poder clavar la mirada, y algo más... Nada con lo cual poder ejercitar mis cada vez más entumecidos dedos... ¡Nada!
Tedio y más tedio, suplicio, ansiedad..
El Secretario, a su bola, zambullido entre páginas, buscando la utopía: el viaje, según él, de no sé qué antepasado nuestro.
Mikelo... dormitando, y cuando no, peor aún: Tocando el saxofón entre suspiros.
La temperatura de mi cuerpo iba en aumento, a punto estaba de estallar en llamas y convertir en cenizas el cuaderno... Justo en ese preciso momento, ¡plofff!
Resonó la voz del
Soñador:
-Diablo Cojuelo... ¿Te importa salir a comprar el pan?
-¡Jueeerrr! essso ni ssse pregunta –mascullando mis palabras.
-¿Perdón compañero.? no te oigo bien...
-Vaaale... ¡Oírrr esss obedecerrr!
-Una advertencia: dispones de veintiún minutos para tal cometido.
-Mi-errr-daaa –con un leve susurro, y después elevando la voz:
-¡Tomo nota!
-Toma buena nota, pues un solo minuto de más y, el borrador pasará sobre tu caliente existencia en mis sueños...
-¡Lechesss, que essstoy porrr la laborrr!
Polvo de harina
No necesité buscar mucho. Un delicioso aroma a pan recién cocido, me llevó directamente hasta la tahona. Allí la encontré, tras el mostrador, de espaldas a la entrada. Se movía graciosa mientras colocaba delicadamente panes de atrayentes y suculentas formas.
Ella misma era un enorme pan de apetitosa masa. Generosa en carnes, madura y de piel tan blanca como la harina. Buena, sí, muy buena... seguro que su íntima miga, era de lo mas suculento.
La saludé, y se giró quedándome enfrentada. Educada respondió a mi saludo y, sus ojos castaños se encontraron con el fulgor de los míos. Sonrío tímidamente... Nos entendimos.
Hola... ¿Qué desea señor?
Respondí internamente “tú eres lo que yo deseo” , a continuación, aproximándole mi rostro, sobre el mostrador –Quierrro una barrra de pan de leña y, que essste porrr favorrr, bien tossstada.
Eligió una de dorada corteza, pero algo descascarillada –¿Esta...? ¡Ay, perdón! Está un poco fea... ¿no...?
No ssse preocupe, porrr favorrr, no tiene la menorrr imporrrtancia. Me vale tal cual... Verrrá... lo imporrtante no esss parrra mi perrrsssona la belleza de la corrrteza; lo verrrdaderrramente herrrmossso ssse encuentra en el interiorrr: en sssu masssa buena.
El rostro se le iluminó. Sonrió y, unas finas arrugas adornaron unos ojos que ahora brillaban curiosos. Nos entendíamos cada vez más.
-Pues me alegro. Le aseguro que este pan le encantará...
En el justo momento que depositaba las monedas en su mano abierta, esta se contrajo un instante, el suficiente para apreciar el tacto de sus dedos en la mía.
De mi entrepierna surgió una estimulante sensación, un agradable escalofrío, que tras recorrerme vertiginosamente la columna vertebral, saltó de la nuca, para alojarse en mi garganta.
Al siguiente día, cuando ella me devolvía el cambio, aproveche para rozarla “descuidadamente” la palma de su mano.
De tal manera, sin apenas tiempo, sin articular palabras entre los dos, fue el transcurrir de los días. Con sus sabrosas y bien cocidas barras pan, acompañados de “los hola y los hasta luego” . Repletos de mensajes cada vez más evidentes, de sutiles señales a través de las sonrisas, de los guiños y sobre todo de los sensuales roces... Abiertos los sentidos, saboreándonos. Notando el calor de nuestros cuerpos apenas a dos palmas de distancia.
-Buen día ssseñorrra.
-¡Hola! Buenos días... ¿Lo de siempre verdad?
-Sssi, clarrro... ¡Que pena! El tiempo ssse me agotó. Esssta, esss mi ultima barrra pan.
-Vaya, que rápido pasó, sí.... Bueno, espero que guarde buen recuerdo de...
-¡Ya lo creo! Echarrré de menosss essste pan y essta... -No termine la frase; me incliné sobre el mostrador acercándo mis labios a su mejilla, con el propósito de la despedida... ¡ Y sucedió!
-Espera... – Sonriéndome, se retiró, mirándome de reojo. Después de extraer del cajón una cartulina del tamaño de un folio, se dirigió a la puerta de tienda, cerró por dentro con llave y dejó colgado el cartel:
DISCULPEN LAS MOLESTIAS,
REGRESO EN UNOS MINUTOS.
GRACIAS.
-Ven... –Tiró con apremio de mi mano, arrastrándome tras ella dentro de local anexo donde se ubica el horno.
Me abrazó con sus generosos pechos y, mi pierna se deslizó entre sus muslos, mientras, apretaba con fuerza sus nalgas. Su boca húmeda se apoderó golosa de mis labios.
En un pispás se desnudo de la bata y las bragas. Volviéndose de espaldas a mí, apoyo medio cuerpo sobre varios sacos apilados de la harina. Alzó las caderas, y con la voz cargada de deseo me suplicó: -Móntame... ¡Fóllame ya!
La vulva se me ofreció magnifica y jugosa entre unos imponentes glúteos hermosamente blancos como la harina. Y me arrojé sobre ella, con el pantalón y el calzón apenas bajados.
Todo sucedió muy rápido. Mi ardiente sexo parecía poseer vida propia, entraba y salía sin dar cuartel ni reposo, golpeando cada vez con mayor ansia, sobre aquella magnifica montaña.
Cedían los sacos con cada una de las sacudidas... Su fino polvo, apenas percibido, iba cubriendo nuestro placer.
El tiempo apremiaba. Aprovechando que ella alcanzaba el punto álgido del orgasmo, envestí con furia por ultima vez contra la grupa, clavando mis dedos en sus nalgas. Un alarido sostenido de placer rompió el ritmo de los jadeos, su eco, fue apagándose, perdiéndose por el cálido horno, entre la maquinaria, las bandejas, la masa, los panes, la levadura y los sacos de harina.
Permanecimos tumbados un instante, sin tiempo, abrazados, fundidos en un beso que me supo a la buena masa del pan... Su masa buena.
Y desaparecí... justo en el minuto veintiuno...
En el minuto veintiuno entraba en la
Libreta. Al oírme, el Secretario levantó la vista de los papeles que estaba estudiando y mirándome sobre las gafas observó curioso...
Me señaló con la punta de una de sus plumas –Cojuelo..., llevas en la ropa unas manchas que me parecen de cal...
-Puesss no ¡Errrassste! -Le interrumpí y le precisé – ¡Esss polvo de harrrina!
Me deleito con el rrrecuerrrdo de esssosss díasss... ¡Ay, todo tan rrrápido¡
Todavía en mi rrropa y sobre la piel perrrdurrran lasss marrrcasss de la harrrina y no dessseo sacudirrrmelasss.
Sssonrrrío pensssando en aquellasss otrasss marrrcas: Lasss que ella lleva impresssasss en la memorrria de sssusss nalgasss.... ¡De tan buena masssa!
Ahorrra rrrelajado, essperrro el inmediato rrretorno a nuessstro hogarrr en el Big Bang, al amparrro de las traviesssasss teticasss de nussstra Gamberrr.
Diablo Cojuelo