5
No hicimos caso a su comentario y al apagar tan rápido la linterna no me dio tiempo a reprenderle por lo que había hecho. Pero tengo que reconocer que en cuanto se puso a nuestro lado me dio mucho más morbo y me puse nervioso, y creo que a Silvia le pasó lo mismo, aunque de primeras se guardó las tetas en el vestido.
―No, rubia, ¡no me jodas!, no te las tapes, ¡¡si tienes unas tetas cojonudas!! ―exclamó el mirón tirando de unos de sus tirantes hacia abajo y descubriendo uno de sus pechos.
―¡Aparta, cerdo! ―protestó Silvia colocándose de nuevo el vestido.
―Ey, tío, ni se te ocurra volver a tocar a mi mujer... ―le advertí en medio del polvo levantando el dedo.
Me gustó mucho que Silvia le parara los pies y que entre los dos le pusiéramos en su sitio con determinación, sin embargo, eso no rebajó nuestra calentura y Silvia siguió follándome, solo que ahora incrementando el ritmo.
―¿Te ha gustado que ese cerdo te vea las tetas? ―jadeé en su oído.
―¿Qué...?, nooooo...
―Claro que te gusta..., he notado lo caliente que te ponías, ufffff, Silvia, quiero que te deseé, que vea lo buena que estás ―suspiré tirando de uno de sus tirantes para destaparle un pecho.
―Noooo, para, ¿qué haces? ―me preguntó ella, dejándose hacer.
―Da igual, deja que te vea... no me importa...
―Uf, sigueee, un poquito más...
―Sí, ¿vas a correrte?, yo estoy a punto ―la anuncié ante mi inminente orgasmo.
Estaba orgulloso de follarme a una jaca como Silvia delante del viejo y me tensé para que mi polla se clavara en lo más profundo de su coño. Miré al viejo desafiante con las manos en la cintura de mi mujer, mientras le daba golpes de cadera acompasando mis sacudidas al movimiento de su culo.
―Es mucha hembra para ti la rubia, je, je, je... ―soltó el viejo de repente.
Yo seguí embistiéndola sin dejar de mirarle y bajé el otro tirante de su vestido para que el cabrón viera cómo se le bamboleaban las dos tetas al ritmo de mi follada. El mirón se sacudía la polla frenéticamente y por la velocidad de su mano, a él tampoco le faltaba mucho para terminar.
―¿Has visto cómo me la follo? ¿Vas a correrte ya, cerdo? ―le pregunté intentando vacilarle un poco.
El viejo sonrió y detuvo la paja que se estaba haciendo. Entonces bajó la mano y acarició el muslo de mi mujer, haciendo que los gemidos de Silvia subieran de nivel. Eran increíble, pero con un leve roce el muy cabrón consiguió que mi mujer se volviera loca. O quizás es que yo le estaba llevando al borde del orgasmo con el polvazo que la echaba y el mirón se había vuelto a aprovechar de la situación.
Sí, tenía que ser eso.
No podíamos caer otra vez en la misma trampa y aparté la mano del viejo con decisión, mirándole fijamente.
―Si la vuelves a tocar se acabó, y te quedas con un palmo de narices ―le advertí.
Pero Silvia ajena a lo que pasaba entre el mirón y yo, golpeaba su culo contra mis muslos cada vez con más potencia. Y cuando noté que el orgasmo brotaba de mis pelotas intenté avisarla, y puse las manos en sus caderas para que ralentizara el ritmo.
―Aaaaah, Silvia, paraaaaa... aaaaah, aaaaah... para... un momento, más despacio...
Ella se giró por el lado contrario, para que el viejo no viera su cara de placer, me comió la boca sin dejar de follarme y yo no pude más.
―Aguanta un poco... no te corras ahora... ―me pidió. Pero ya era tarde.
―Silvia, aaaaaah, aaaaaah... no puedoooo, paraaaaa... aaaaah, joderrr, diosss, me corro, me corro.
―Un minuto más... solo un min... ¡¡AHHHHHGGGGG!! ―y un potente gemido salió de su boca sin saber por qué.
Mientras me corría dentro de Silvia no quise mirar al viejo, que ya se estaría imaginando lo que pasaba. Y es que al eyacular dentro de ella le había dado un gustazo tremendo a Silvia y ya nos importó una mierda que la pareja que teníamos delante nos mandara callar.
―Aaaaah, ¡qué rico, mmmmmm! Aaaaah, me estoy derritiendo ―dije dejándome llevar.
―¿Quéeeee?... nooooooooooo, no te corrassss, noooo... AAAAAH... ―volvió a jadear incrementando el ritmo de su cabalgada.
Entonces me di cuenta de lo que sucedía, esos aullidos de placer repentinos de Silvia se debían a las rudas manos del mirón, que le apretaba las tetas, hundiendo sus dedos en la piel, como si se las quisiera hacer estallar. Y cada vez que se las estrujaba mi mujer gritaba completamente extasiada.
―¡¡¡¡AAAAH, AAAAAH, AAAAAH, AAAAAH!!!!
Mi polla deshinchada salió de su coño, aunque Silvia siguió moviéndose intentando follarme y notó mi humedad brotando entre sus piernas y mi pingajo frotándose contra su culo. Entonces se quedó parada dejando que el mirón, con una sonrisa sarcástica, manoseara sus tetas a la vez que se pajeaba con la otra mano.
Intenté apartar sus garras del cuerpo de Silvia, que tenía la respiración acelerada y gemía cada vez que él sobaba sus pechos sin decirle nada, como si no le importara que aquel tío estuviera metiéndola mano delante de mis narices.
―Ey, tío, tranquilo, que a tu mujer le gusta, además, ella me lo permite, ¿no ves que no protesta? ―dijo sin apartar sus manazas de las tetas de Silvia―. Le has dejado a medias, todavía no se ha corrido, je, je, je.
La cosa se estaba poniendo seria.
Y busqué el apoyo de mi mujer, teníamos que hacer un frente común contra aquel cerdo. Ese era el plan inicial y había que reconducir con urgencia la situación.
―¿Qué pasa, Silvia?, ¿no te has corrido?, yo pensé que... que... ―tartamudeé intentando poner un poco de cordura en lo que estaba sucediendo.
―No le hagas caso, ha estado muy bien ―susurró Silvia echándose hacia atrás para darme un beso en la mejilla.
―Es mucha hembra para ti, ya te lo dije la otra vez ―se burló de mí el mirón―. Uf... ¡qué buena está! ¡menudas berzas tiene la rubia! ―exclamó sin dejar de meneársela.
Silvia bajó la mirada y se quedó mirando cómo el viejo se la cascaba delante de nosotros a un ritmo frenético. Yo le aparté la mano de un golpe seco y tiré de los dos tirantes de su vestido hacia arriba, cubriendo los pechos de mi mujer.
Se acabó la función.
Pero el viejo protestó. Eso no entraba en sus planes.
―No, tío, pero, ¿qué haces?, al menos deja que le vea las tetas para hacerme la paja, ella me está mirando la polla, es lo justo, ¿no? ―me pidió bajando un tirante para volver a descubrir una de sus tetas.
―Te he dicho que no la toques...
―Ehhh, ahora no la he tocado a ella, solo el vestido, si veo sus tetas me correré enseguida, ¿no es eso lo que queréis?
Yo fui a taparla de nuevo tirando del tirante, pero esta vez fue Silvia la que me lo impidió.
―¿Qué haces, Silvia? ―pregunté yo sin saber qué pretendía mi mujer.
―Da igual, déjalo, cuanto antes termine mejor... ―dijo ella.
―¿Ves?, anda, haz caso a la rubia... y todos tan contentos... ―intervino el viejo.
―Y a ti, ni se te ocurra volver a tocarme ―le recriminó Silvia.
―Vale, vale, entendido, sin tocar... ―y con todo el cuidado del mundo tiró del otro tirante agarrándolo con dos dedos en forma de pinza y bajándoselo por un lado para destapar su otro pecho.
Ahora Silvia volvía a estar con las dos tetazas al aire.
Y el mirón se las miraba relamiéndose mientras reanudaba su paja. Otra vez me fijé en su polla, que a cada sacudida se le ponía más grande y gorda. Aquella verga no era ni medio normal para un tío de su edad. Debía ser el doble que la mía en cuanto a grosor y cuatro o cinco dedos más larga y en el tronco central se le marcaba una pedazo vena que parecía a punto de explotar.
―¿Te gusta, eh? ―alardeó el mirón cuando sorprendió a mi mujer mirándosela―. Pero, tú no te cortes, rubia, me la puedes tocar si quieres, no me importa, es toda tuya... siento que este inútil te haya dejado a medias y no sepa follarte como dios manda... ―y se soltó la polla apoyándola sobre su tripa.
―No, Silvia, no lo hagas ―le pedí yo―. Ahora deberíamos irnos...
Pero Silvia seguía sentada encima de mí sin moverse y yo no podía hacer nada, el voluminoso cuerpo de mi mujer me tenía medio aplastado contra el asiento.
―Venga, termina ya, y ahora ¿por qué paras? ―le preguntó Silvia al viejo.
―Porque necesito algo más para correrme... no estaría mal si me ayudaras un poco ―dijo subiendo una mano y pellizcando un pezón de mi mujer.
―¡¡Auuuuu, cabrón!!, ¡me has hecho daño!
―¡Que no la toques! ―le amenacé yo en alto.
Y cuando me quise dar cuenta el mirón le había cogido a Silvia por la muñeca guiando la mano de ella hasta su polla.
―Así terminaría muy rápido..., ¿o es que ni tan siquiera puedes conseguir que se corra un pobre viejo como yo? ―la retó él.
Pensé que Silvia se iba a negar, a pesar de lo excitada que se encontraba y lo morboso de la situación, hasta el momento le estaba parando muy bien los pies, además, habíamos hablado de lo que teníamos que hacer si llegábamos hasta este punto, pero ante mi sorpresa, Silvia cerró los dedos sobre su falo, empuñando su erección.
―Mmmmmm, eso es... la echabas de menos, ¿eh?, je, je, je, tranquila, les pasa a todas igual, en cuanto la prueban siempre repiten... ―dijo el viejo en plan fanfarrón.
―Silvia, ¿qué haces?, ¿por qué le agarras la...
―Es para que termine cuanto antes, así nos dejará en paz... ―suspiró Silvia interrumpiendo mi pregunta, con un argumento que no se creía ni ella misma, y empezó a masturbarle lentamente.
El viejo volvió a manosearla, apretando y estrujando sus tetas y de vez en cuando le pellizcaba los pezones. Los gemidos de Silvia fueron subiendo de nivel y sus caderas comenzaron a moverse encima de mí. El ronroneo de su mi mujer, unido al baile de su culo hizo que mi polla recobrara vida de nuevo.
Y al mirar hacia abajo observé la mano de Silvia meneando despacio la poderosa tranca del mirón, le pajeaba agarrándosela con fuerza, como me había hecho antes a mí, pero a un ritmo pausado y continuo.
―Así no me voy a correr en la puta vida, yo no soy como el pichafloja de tu marido, joder... mmmmm, me encanta la carita de cachonda que pones, ¿te gusta mi polla, eh? ―preguntó bajando la mano para comprobar el estado de su coño―. Ahhhgggg, joder, ¡qué puto asco!, no tenías que haber dejado que este se corriera antes... así no te voy a poder follar...
―Tú no te vas a follar a nadie ―aseguré yo con voz firme.
―Eso lo tendrá que decidir la rubia, ¿no? ―dijo el viejo volviendo a subir sus rudas manos y apretando sus pechos―. Anda, ven aquí, zorra, y déjate ya de tonterías ―y agarró con fuerza su cuello tirando hacia abajo, y cuando mi mujer se quiso dar cuenta tenía la polla de ese tío pegada en su mejilla.
―¡¡Suéltame!! ―le gritó mi mujer.
―¡Déjala, cerdo o te parto la cara! ―le amenacé yo mientras mi polla no dejaba de crecer bajo los glúteos de Silvia.
―Es solo hasta que llegue..., y ya te dejo..., con la mano no voy a terminar nunca... ―aseguró el mirón―, ¿en serio no puedes conseguir que un viejo como yo se corra?
El muy cerdo acababa de tocar la tecla exacta. Silvia parecía herida en su orgullo, ningún hombre se había podido resistir a sus encantos y ahora aquel sinvergüenza le acababa de retar. Y a orgullo no la ganaba nadie. Ella misma se inclinó en el regazo del viejo, sin que él volviera a pedírselo.
―Te vas a enterar ―susurró mi mujer furiosa.
―Abre la boca, eso es... ¡¡mmmmmmm!! ―exclamó el mirón cuando mi mujer le pasó la lengua por todo el tronco sin dejar de meneársela con la mano.
A la segunda pasada de arriba abajo por su rabo, el viejo acarició su cuello y ella hizo círculos con la lengua sobre su morado capullo. Por más que Silvia lo deseara iba a ser imposible meterse semejante verga en la boca. Y aun así lo intentó. Con todas sus ganas. Abrió la mandíbula como un tiburón hambriento y cuando cerró los labios sobre esa barra de carne incandescente apenas pudo tragarse el glande.
A mí no había querido chupármela, pero a ese viejo se la comía con devoción. ¡Y yo no salía de mi asombro!
―¡Silvia! ―protesté sabiendo que estaba perdiendo el control de la situación, pero ella no me hizo caso.
Además, mi polla me delataba. Y Silvia se había dado cuenta de que me estaba excitando demasiado todo aquello, pues ya notaba mi erección bajo sus glúteos.
Me quedé unos segundos mirando cómo mi mujer le aplastaba las tetas contra sus muslos y le mamaba la polla a ese señor. Cada poco se la tenía que sacar de la boca para coger aire y aprovechaba para darle golpecitos con la lengua a la vez que se le meneaba y luego se la volvía a introducir tratando al menos de tragarse su capullo al completo, cosa que consiguió un par de veces, inflando sus mofletes de una manera extraña.
El mirón sonrió y acarició su pelo.
―Muy bien, rubia... aaaah, ¡tengo que reconocer que eres muy buena con la boca!, joder, no me la habían comido así en la vida... ―y bajó la mano para acariciarle la cara interna de los muslos.
Esta vez no se conformó con tocarla por encima, tiró de una de sus piernas hacia fuera, abriéndola, para luego, clavar el índice en su coño.
Aquel dedo tenía un grosor casi como el de mi polla y se dispuso a follarla con él. Silvia tensó las caderas y ahogó sus gemidos, luchando por seguir avanzando en su intento de meterse lo máximo posible la verga del mirón en la boca.
―¡Qué asco!, espera un momento, rubia... ―protestó él tirando de su pelo hacia arriba y sacando la mano de su falda―. Vamos al baño, tendrás que limpiarte un poco si quieres que sigamos..., ya no me queda mucho..., creo que lo vas a conseguir... ―y se incorporó del asiento a la vez que se guardaba la polla en los pantalones y después agarraba el brazo de Silvia para levantarla como si fuera una pluma.
―¿Qué haces? ―protestó Silvia.
―Ey, deja a mi mujer, cabrón...
¡¡¡PLAS!!!
Y sin que me lo esperara, y con toda la tranquilidad del mundo, el viejo me soltó un guantazo rápido en la mejilla con el dorso de la mano, haciendo que cayera hacia atrás, mostrándole mi pollita erecta. Me quedé sentado sin atreverme a reaccionar, y él se abalanzó sobre mí.
―¡Cállate ya la boca de una puta vez!
―No, no, no me pegues más, por favor... ―le rogué cuando él volvió a levantar la mano.
―Joder, eres patético, pensé que tenías más cojones, te suelto una cachetada y ya te has meado encima... ―dijo poniéndome la mano sobre el cuello y apretando sin hacer mucha fuerza―. No vamos a pelearnos aquí, ¿no?, anda, guárdate esa cosita, levántate y ven con nosotros... ―me pidió soltándome.
―No vuelvas a tocar a mi marido ―le amenazó Silvia.
―Perdona, es que ya se estaba poniendo un poco pesado...
―No vamos a ir contigo a ninguna parte... ―le dijo mi mujer.
―¿Y vas a dejarme así? ―preguntó mostrando su paquete―, pensé que eras diferente..., especial, pero ya me veo que me he equivocado contigo, ni tan siquiera has conseguido hacer que un pobre viejo como yo se corra...
―Ese es tu problema... ―respondió mi mujer observando el exagerado bulto que se le marcaba bajo los pantalones.
―Vamos, solo van a ser cinco minutos, te lo juro que estoy a punto y además, yo también quiero hacer que disfrutes...
―Silvia, no ―intervine yo viendo en su cara la determinación y el convencimiento, pues había sido herida en su orgullo y ya no iba a parar hasta hacer que se corriera el viejo.
―Ya casi hemos terminado... ―insistió él.
―Joder, de acuerdo, cinco minutos, ehhhh, ni uno más... ―cedió Silvia, que sin duda alguna quería seguir gozando con el pollón de ese tío.
El mirón agarró su mano y tiró de ella para salir del cine con mi mujer, que se dejó llevar a los baños, dispuesta a terminar lo que había empezado. Yo les seguí y llegamos al pasillo del que iban saliendo las distintas salas. El viejo pasó el brazo por la cintura de mi mujer para guiarla, bajando un par de veces la mano, y sobando su trasero por encima del vestido.
―Estás muy buena, rubia... ―dijo soltando un azote sobre el glúteo de Silvia.
―¡Para un poco, aquí no!
Cualquiera podría habernos visto, aun así, Silvia caminó impúdicamente, moviendo las caderas con descaro, y yo les seguí a dos metros de distancia, hasta que llegamos a los baños de los cines.
―Venga, vamos, y tú quédate en la puerta... vigilando... ―me ordenó el viejo―. Hoy está de segurata el Bartolo y como nos pille... este es de los que nos denuncia y llama a la policía..., no querrás que tu mujercita se vea implicado en un escándalo así... ¿verdad?
Y se metió en el baño de hombres abrazando a Silvia de la cintura antes de darle otra cachetada en el culo.
―Tira pa dentro, rubia... y no te preocupes por nada... que ya tenemos a tu marido vigilando... en cuanto te limpies un poco voy a hacer que te corras como te mereces...