El mirón del cine

Aprovechando que mañana sale ya publicado el sexto relato de esta serie, os dejo la primera parte por si alguno no lo ha leído todavía. La verdad es que mi idea principal era escribir solo un relato cortito de El mirón del cine, pero me gustó tanto la historia que poco a poco me fui adentrando en la vida de Silvia y Santi, con relatos cada vez más largos y profundizando en su vida y su relación de pareja y al final voy a terminar escribiendo siete relatos sobre ellos.

Espero que os guste...

Aprovechando que mañana sale ya publicado el sexto relato de esta serie, os dejo la primera parte por si alguno no lo ha leído todavía. La verdad es que mi idea principal era escribir solo un relato cortito de El mirón del cine, pero me gustó tanto la historia que poco a poco me fui adentrando en la vida de Silvia y Santi, con relatos cada vez más largos y profundizando en su vida y su relación de pareja y al final voy a terminar escribiendo siete relatos sobre ellos.

Espero que os guste...
Tremendo relato, me ha puesto a mil. No sabía que con la lectura me podía pegar tan buenas pajas. Gracias
 
4



Tal y como había imaginado, apenas había gente, la peli elegida ya llevaba tiempo en cartelera y no era muy conocida. Eso sí, la sala era muy pequeñita con tan solo una columna de 14 asientos en cada fila. En la parte del medio había una pareja y con el mirón y nosotros en total éramos cinco.

Nos pusimos bien separados de la pareja, por la parte central y el viejo se situó todavía más arriba, para vernos bien, en la última fila, a unos tres metros de nosotros. Intentamos no estar pendientes de él, pero yo sabía que en cuanto se apagaran las luces y comenzara la película iba a acercarse, aunque esta vez lo estaríamos esperando.

¡Todo iba según lo previsto!

A pesar de no hacerle caso, era imposible no pensar en él, a mí me daba cierto morbo estar con mi mujer, sabiendo que ese tío no perdía detalle de nuestros movimientos. Y por fin se apagaron las luces y Silvia y yo nos pusimos a ver la película mientras comíamos las palomitas y bebíamos la coca cola.

La verdad es que pasados veinte minutos, la peli era un auténtico tostón y yo aparté el bol de palomitas para acercarme a Silvia.

―¿Tienes algo...?, no quiere tocarte con estas manazas...

Ella sacó del bolso una toallita húmeda y me limpié las manos con parsimonia, haciéndoselo desear a mi mujer, que ya sabía lo que venía a continuación. Me acerqué a Silvia, apoyando la cabeza en su hombro, después de darle un beso y apartar uno de sus finos tirantes. Mi mujer se lo volvió a colocar, aunque me dejó hacer cuando subí la mano para acariciarle los pechos por encima del vestido.

―¡Joder, qué tetas! ―exclamé sopesándolas y comprobando el peso que tenían.

La oscuridad del cine, las miradas indiscretas hacia su escote de cada tío con el que nos habíamos cruzado en el centro comercial, los primeros toqueteos y saber que el viejo estaba detrás de nosotros, sin perder detalle de lo que hacíamos, nos había ido poniendo calientes poco a poco.

Casi sin darme cuenta ya tenía una buena erección bajo los pantalones y las tetazas de Silvia cada vez estaban más duras y sensibles. Cuando se le escapó el primer gemidito al contacto de mis manos me atreví de nuevo a bajarle el tirante del vestido.

―¡Santi...! ―me rogó Silvia sin decir nada más.

No hacía falta que siguiera suplicando, podía ver en sus ojos lo excitada que se encontraba y estábamos a punto de cruzar una línea de no retorno. Silvia estiró el brazo y comprobó el estado de mi polla, tanteando con sus dedos, y recorriendo todo mi tronco con la palma de la mano.

Me encantaba cuando me la agarraba por encima del pantalón y comenzaba a pajearme así, era una costumbre de nuestra época universitaria y Silvia era una experta en el arte de las caricias sin sacártela. Hacía bailar mi polla sobre su mano con una habilidad especial, abriendo y cerrando el puño y a veces, incluso me gustaba más eso que el contacto directo.

Y con delicadeza deslicé el otro tirante por su hombro, bajándole el vestido para que asomaran sus dos tetas embutidas en un elegante sujetador negro. La dejé así, con los pechos por fuera y ahora fui yo el que la acarició sobre la fina tela de su vestido veraniego, apretando la carnosa piel de sus muslos y moviendo la mano hasta ponerla a la altura de su coño.

En cuanto la metí entre sus piernas Silvia volvió a gemir y me dejó que la masturbara unos minutos. Nos estábamos pajeando mutuamente por encima de la ropa, y durante esos instantes me llegué a olvidar de nuestro pervertido compañero, no así mi mujer, que miró hacia atrás para comprobar que no se había movido de su asiento.

―¿Sigue ahí? ―pregunté a Silvia.
―Sí...
―¡Qué raro que no venga!... pensé que...
―Mejor, no me apetece que ese tío se acerque a nosotros...
―¿Te imaginas que baja ahora y te ve así?..., tienes las tetas casi fuera...
―¡Muy gracioso!... ―dijo Silvia intentando subirse los tirantes del vestido.
―Ni se te ocurra hacerlo, me encanta tenerte de esa manera... ¡no sé por qué me pone tan cachondo!, recuerdo que la otra vez hasta te quitaste el sujetador... ―y tiré de su vestido hacia abajo para descubrir todavía más sus pechos.
―¡Santi... para!
―Me estoy poniendo a mil, ¡qué ganas tengo de que se acerque ese cerdo y demostrarle quién es tu marido.
―Tranquilo, a mí no tienes que demostrarme nada ―susurró Silvia abriéndome los pantalones de un solo tirón.

Mi cuerpo se tensó por completo al sentir los calientes dedos de Silvia agarrándome la polla y sacándola por fuera de los calzones. Ahora me tenía en su mano y comenzó a pajearme despacio, pero apretándola con mucha fuerza.

―Mmmm, Silvia, más despacio...
―Shhhhhhh, déjame a mí...

Y esta vez el que se giró hacia atrás fui yo para comprobar si el mirón seguía allí. No se había movido y se encontraba en su butaca atento a lo que hacíamos, con el pequeño detalle que ¡¡también se la había sacado!!, y se meneaba su enorme verga con extremada lentitud.

Ya no me acordaba del tamaño de la polla de aquel viejo. Joder, desde mi posición se veía un falo grande y ancho y el muy cabrón se la agarró estrangulándola por la base, para mostrármela bien con una perversa sonrisa en la boca.

Me giré rápido con las pulsaciones a mil y Silvia se dio cuenta de que algo sucedía.

―¿Qué pasa? ―me preguntó asustada por la cara que había puesto.

Yo sujeté sus mejillas con las dos manos y le di un beso en la boca. Ella me seguía pajeando, sin prisa, pero sin pausa.

―¡Uf, se la ha sacado! ¡Se está haciendo una paja mientras nos mira! ―expliqué a mi mujer.
―Bueno, con eso ya contábamos, ¿no?
―Ehh, sí, sí, claro...
―¿Tú crees que bajará o solo se va a tocar?
―No lo sé... aunque sinceramente me apetece mucho follarte delante de él...
―¿Follarme? ¿Dónde?... ¿aquí¿, ¡¿en medio del cine?!
―Claro, ¿a eso hemos venido, no?, quiero ponerle los dientes largos, que se muera de envidia viendo cómo te mueves encima de mí, cómo te manoseo esas tetas, ¡que se entere bien que eres mi mujer! ―dije metiendo la cabeza entre sus calientes pechos sin dejar de besárselos―. ¿Estás de acuerdo?
―A mí todo esto me parece absurdo, Santí..., ya te lo he dicho, no sé cómo permitimos que pasara lo de la otra vez... nos dejamos llevar y no tienes nada que demostrarme...
―¡Quítate el sujetador!, ¡quiero que me enseñes las tetas! ―la ordené tirando de su pelo para comerme su cuello, y haciéndola gemir.

Fue la primera vez que se giró la pareja que teníamos delante, pero sinceramente, esos dos nos daban igual. Nosotros solo estábamos pendientes del mirón y de que no se moviera. Entonces Silvia me soltó la polla y pude ver su cara de morbo.

Iba a hacerlo.

Se inclinó hacia delante y pasó las dos manos por su espalda, soltándose el sostén y con mucha habilidad se lo sacó por los brazos y lo metió en el bolso que estaba en el suelo. Luego se subió los tirantes del vestido para cubrirse los pechos que ahora se movían libres bajo la tela.

―Uf, ¿por qué te tapas? ―le pregunté.
―¿Qué quieres, que me quede aquí medio desnuda?
―Por supuesto...

Nos fundimos en un beso húmedo y Silvia reanudó su tarea masturbatoria volviéndome a agarrar la polla. Yo le sobé las tetas por encima del vestido, haciendo que bailaran arriba y abajo, el movimiento de sus tetas bajo la tela era bestial y entonces me di cuenta de que si Silvia seguía pajeándome a ese ritmo no iba a tardar mucho en correrme.

Ahora era mi turno.

―Espera, para..., déjame a mí... ―y detuve su brazo hasta que Silvia me soltó la polla.

Bajé la mano y rocé su tobillo y despacio fui subiendo los dedos sin dejar de tocar su piel por debajo de la falda. Noté cómo se le erizaba el vello al paso de la yema por sus gemelos, por las rodillas, por los muslos... hasta que me topé con sus finas braguitas negras.

Me encantaba acariciarla por debajo de la falda, me daba mucho morbo, y aparté sus braguitas, colando uno de mis dedos entre sus labios vaginales.

―¡Santi... mmmmmm!
―Te gusta esto, ¿eh?, te conozco bien... ―dije introduciéndole un dedo en el coño.

Miré hacia atrás y el mirón seguía en su sitio. Moviendo la mano sobre su rabo sin dejar de observarnos. No era más que un pervertido. Un voyeur que disfrutaba de las maravillosas vistas que le ofrecíamos, mientras Silvia se empezaba a retorcer en el asiento al sentir mi dedo entrando y saliendo de su interior. Echó la cabeza hacia atrás restregando el culo en su butaca y se le escapó otro gemido.

Cuando cerró los ojos y se abandonó al placer que sentía, el viejo me hizo un gesto con el pulgar, como diciéndome que se lo estaba pasando muy bien y yo seguí masturbando a Silvia, mientras retaba a aquel pervertido con la mirada.

No iba a dejarme intimidar como la otra vez.

Me ponía a mil hacerle un dedo a Silvia sin apartar la vista de ese tío, que sonreía socarronamente tocándose la verga. El muy cabrón parecía muy seguro de sí mismo, igual que yo, pero estaba convencido de que desde el incidente en la tienda de animales me había ganado su respeto y ahora ni tan siquiera se atrevería a acercarse a nosotros.

Se iba a tener que conformar con hacerse una paja viendo cómo hacía disfrutar a mi mujer.

Silvia subió un pie en el asiento y tiró de la rodilla hacia fuera, abriéndose de piernas, ahora sí, mi dedo entraba con demasiada facilidad en ella y hasta me pareció poco para ese coño, que me pedía más, hablándome con el lenguaje especial de sus fluidos. Y no me conformé con otro, le metí dos de golpe, para empezar a follármela rápido con tres dedos.

Estaba demasiado excitada, pero no se acababa de soltar del todo, incluso se giró para comprobar que el viejo seguía en su sitio y se quedó unos segundos mirándole. Y cuando lo hizo se encontró al mirón con su pollón en la mano, sacudiéndosela a buen ritmo. De repente, otro gemido salió de su boca y se volvió hacia mí.

―¡No puedo más... estoy a punto! ―susurró en mi oído.
―¿Ya vas a correrte?... mmmmm, espera, todavía no, joder... es muy pronto...

Y yo pensando que debido a la presencia de ese tío Silvia no estaba a gusto, y resultaba que no le faltaba mucho para llegar al orgasmo. Al subir el pie en el asiento su pierna quedó libre por la abertura lateral del vestido, enseñando todo el muslo al mirón mientras se retorcía en la butaca.

―Aaaaah... ¡qué bueno!, sigueee un poco más... ―jadeó Silvia.
―¡Espera, no termines así!, ¡quiero follarte! ―exclamé yo interrumpiendo el movimiento de mi brazo.
―Nooooo, no te pares, ufff... ¡me has dejado a puntito! ―dijo meneando las caderas ella misma para que mis dedos siguieran entrando y saliendo.

Pero yo retiré la mano, dejando su coño abierto, húmedo y palpitando. En cuanto lo hice, sus braguitas volvieron a la posición original y pude ver la cara de decepción de mi mujer.

Tiré de mis pantalones hacia abajo descubriendo mi polla y me la agarré con la mano ofreciéndosela a Silvia, que no lo dudó dos veces cuando vio mi erecto miembro a su lado.

―¿Quieres chupármela?
―Uf, ahora no, ya estoy a punto, Santi...
―Vale, hemos venido aquí a follar, vamos, ven aquí, siéntate encima de mí...

Silvia echó otra ojeada hacia atrás, lo mismo que yo, el mirón seguía en su sitio, y decidida se subió la falda, sentándose en mi regazo, pero de espaldas a mí, y la sujeté por las caderas mientras posaba su imponente trasero sobre mi polla. Es verdad que mi mujer había ganado unos kilos, pero en ese momento su culazo me pareció sublime cuando apareció ante mis ojos, tan solo cubierto por sus finas braguitas.

Se echó hacia atrás y se acomodó mi polla entre sus piernas y cuando ya estábamos listos me la agarré mientras ella se apartaba las braguitas para ponerla a la entrada de su coño. No es que fuera la postura más cómoda del mundo y al primer intento no pude clavársela, haciendo que Silvia se pusiera más nerviosa.

―Vamos, no puedo más... ¡métemela!

Yo me la sujetaba firme, pero desde atrás me costaba hacerlo, ya que mi polla no es que fuera excesivamente grande y además, las braguitas entorpecían mi cometido. Silvia levantó las caderas y descendió suave, soltando un gemido al pensar que ahora sí, se había sentado sobre mi polla, sin embargo, volvió a protestar al darse cuenta de que su coño seguía vacío.

―¿Pero qué haces?, métemela, vamos, quiero que me folles... aaaah...
―Ya voy, pero estate quieta, deja de moverte, que así no puedo..., ¡me estás poniendo nervioso!
―¡Quita, déjame a mí! ―me pidió Silvia agarrándomela con dos dedos a la vez que con la otra mano se apartaba las braguitas.

Y de repente acomodó mi polla a la entrada de su coño y se dejó caer hasta apoyar sus glúteos en mis muslos. Se levantó un poco y repitió la misma operación dos veces más, sintiendo mi caliente verga deslizándose en su interior. Esta vez sí.

Me estaba follando a mi mujer en el cine.

Pasé las manos hacia delante sobando sus tetas y tiré de los dos tirantes para desnudar sus pechos, que comenzaron a botar libres, al ritmo al que Silvia me cabalgaba. Ya me daba igual si el viejo veía desnuda a mi mujer, pues todo mi afán era echarle un polvazo en aquella sala y salir de allí como un puto triunfador.

―¿Te gusta, eh? ―suspiré en su oído mientras Silvia seguía montándome a la vez que ahogaba sus gemidos.

Giró la cabeza y nos fundimos en un morreo húmedo y guarro entremezclando nuestras lenguas. Dejé sus tetas huérfanas de caricias cuando bajé las manos para ponerlas en su cintura y acompañar los movimientos de Silvia sobre mí. Me follaba despacio, disfrutando de ese polvo prohibido delante del mirón.

Parecía que no quería que se terminara y así me lo hizo saber.

―¡No te corras todavía, nene!, aguanta un poco más..., aaaah, ¡qué bueno!
―Uf, lo intento, pero me lo estás poniendo difícil... ¡me estás volviendo loco moviendo el culo así!

Y cuando nos quisimos dar cuenta, ¡el viejo mirón había dejado su asiento!, y descendía sin tan siquiera guardarse la polla. Avanzó unos metros y sin preguntar se sentó justo a nuestro lado. Silvia notó que rozaba con la pierna a alguien y al abrir los ojos se encontró con ese tío allí.

Haciéndose una paja como si fuera lo más normal del mundo.

El viejo se inclinó hacia delante, por la abertura de la falda se le veía todo el muslo a mi mujer, pero no se conformó solo con eso, y encendió un par de segundos la luz del móvil, alumbrando directamente a su coño.

―Vaya, vaya, pero, ¿qué es lo que tenemos aquí? ¿En serio estáis follando?
Uffff
El morbo que le das a tus relatos es bestial y ademas dosificas de tal manera la tensión que te hace especial y ser el número uno.
Gràcies David
 
4



Tal y como había imaginado, apenas había gente, la peli elegida ya llevaba tiempo en cartelera y no era muy conocida. Eso sí, la sala era muy pequeñita con tan solo una columna de 14 asientos en cada fila. En la parte del medio había una pareja y con el mirón y nosotros en total éramos cinco.

Nos pusimos bien separados de la pareja, por la parte central y el viejo se situó todavía más arriba, para vernos bien, en la última fila, a unos tres metros de nosotros. Intentamos no estar pendientes de él, pero yo sabía que en cuanto se apagaran las luces y comenzara la película iba a acercarse, aunque esta vez lo estaríamos esperando.

¡Todo iba según lo previsto!

A pesar de no hacerle caso, era imposible no pensar en él, a mí me daba cierto morbo estar con mi mujer, sabiendo que ese tío no perdía detalle de nuestros movimientos. Y por fin se apagaron las luces y Silvia y yo nos pusimos a ver la película mientras comíamos las palomitas y bebíamos la coca cola.

La verdad es que pasados veinte minutos, la peli era un auténtico tostón y yo aparté el bol de palomitas para acercarme a Silvia.

―¿Tienes algo...?, no quiere tocarte con estas manazas...

Ella sacó del bolso una toallita húmeda y me limpié las manos con parsimonia, haciéndoselo desear a mi mujer, que ya sabía lo que venía a continuación. Me acerqué a Silvia, apoyando la cabeza en su hombro, después de darle un beso y apartar uno de sus finos tirantes. Mi mujer se lo volvió a colocar, aunque me dejó hacer cuando subí la mano para acariciarle los pechos por encima del vestido.

―¡Joder, qué tetas! ―exclamé sopesándolas y comprobando el peso que tenían.

La oscuridad del cine, las miradas indiscretas hacia su escote de cada tío con el que nos habíamos cruzado en el centro comercial, los primeros toqueteos y saber que el viejo estaba detrás de nosotros, sin perder detalle de lo que hacíamos, nos había ido poniendo calientes poco a poco.

Casi sin darme cuenta ya tenía una buena erección bajo los pantalones y las tetazas de Silvia cada vez estaban más duras y sensibles. Cuando se le escapó el primer gemidito al contacto de mis manos me atreví de nuevo a bajarle el tirante del vestido.

―¡Santi...! ―me rogó Silvia sin decir nada más.

No hacía falta que siguiera suplicando, podía ver en sus ojos lo excitada que se encontraba y estábamos a punto de cruzar una línea de no retorno. Silvia estiró el brazo y comprobó el estado de mi polla, tanteando con sus dedos, y recorriendo todo mi tronco con la palma de la mano.

Me encantaba cuando me la agarraba por encima del pantalón y comenzaba a pajearme así, era una costumbre de nuestra época universitaria y Silvia era una experta en el arte de las caricias sin sacártela. Hacía bailar mi polla sobre su mano con una habilidad especial, abriendo y cerrando el puño y a veces, incluso me gustaba más eso que el contacto directo.

Y con delicadeza deslicé el otro tirante por su hombro, bajándole el vestido para que asomaran sus dos tetas embutidas en un elegante sujetador negro. La dejé así, con los pechos por fuera y ahora fui yo el que la acarició sobre la fina tela de su vestido veraniego, apretando la carnosa piel de sus muslos y moviendo la mano hasta ponerla a la altura de su coño.

En cuanto la metí entre sus piernas Silvia volvió a gemir y me dejó que la masturbara unos minutos. Nos estábamos pajeando mutuamente por encima de la ropa, y durante esos instantes me llegué a olvidar de nuestro pervertido compañero, no así mi mujer, que miró hacia atrás para comprobar que no se había movido de su asiento.

―¿Sigue ahí? ―pregunté a Silvia.
―Sí...
―¡Qué raro que no venga!... pensé que...
―Mejor, no me apetece que ese tío se acerque a nosotros...
―¿Te imaginas que baja ahora y te ve así?..., tienes las tetas casi fuera...
―¡Muy gracioso!... ―dijo Silvia intentando subirse los tirantes del vestido.
―Ni se te ocurra hacerlo, me encanta tenerte de esa manera... ¡no sé por qué me pone tan cachondo!, recuerdo que la otra vez hasta te quitaste el sujetador... ―y tiré de su vestido hacia abajo para descubrir todavía más sus pechos.
―¡Santi... para!
―Me estoy poniendo a mil, ¡qué ganas tengo de que se acerque ese cerdo y demostrarle quién es tu marido.
―Tranquilo, a mí no tienes que demostrarme nada ―susurró Silvia abriéndome los pantalones de un solo tirón.

Mi cuerpo se tensó por completo al sentir los calientes dedos de Silvia agarrándome la polla y sacándola por fuera de los calzones. Ahora me tenía en su mano y comenzó a pajearme despacio, pero apretándola con mucha fuerza.

―Mmmm, Silvia, más despacio...
―Shhhhhhh, déjame a mí...

Y esta vez el que se giró hacia atrás fui yo para comprobar si el mirón seguía allí. No se había movido y se encontraba en su butaca atento a lo que hacíamos, con el pequeño detalle que ¡¡también se la había sacado!!, y se meneaba su enorme verga con extremada lentitud.

Ya no me acordaba del tamaño de la polla de aquel viejo. Joder, desde mi posición se veía un falo grande y ancho y el muy cabrón se la agarró estrangulándola por la base, para mostrármela bien con una perversa sonrisa en la boca.

Me giré rápido con las pulsaciones a mil y Silvia se dio cuenta de que algo sucedía.

―¿Qué pasa? ―me preguntó asustada por la cara que había puesto.

Yo sujeté sus mejillas con las dos manos y le di un beso en la boca. Ella me seguía pajeando, sin prisa, pero sin pausa.

―¡Uf, se la ha sacado! ¡Se está haciendo una paja mientras nos mira! ―expliqué a mi mujer.
―Bueno, con eso ya contábamos, ¿no?
―Ehh, sí, sí, claro...
―¿Tú crees que bajará o solo se va a tocar?
―No lo sé... aunque sinceramente me apetece mucho follarte delante de él...
―¿Follarme? ¿Dónde?... ¿aquí¿, ¡¿en medio del cine?!
―Claro, ¿a eso hemos venido, no?, quiero ponerle los dientes largos, que se muera de envidia viendo cómo te mueves encima de mí, cómo te manoseo esas tetas, ¡que se entere bien que eres mi mujer! ―dije metiendo la cabeza entre sus calientes pechos sin dejar de besárselos―. ¿Estás de acuerdo?
―A mí todo esto me parece absurdo, Santí..., ya te lo he dicho, no sé cómo permitimos que pasara lo de la otra vez... nos dejamos llevar y no tienes nada que demostrarme...
―¡Quítate el sujetador!, ¡quiero que me enseñes las tetas! ―la ordené tirando de su pelo para comerme su cuello, y haciéndola gemir.

Fue la primera vez que se giró la pareja que teníamos delante, pero sinceramente, esos dos nos daban igual. Nosotros solo estábamos pendientes del mirón y de que no se moviera. Entonces Silvia me soltó la polla y pude ver su cara de morbo.

Iba a hacerlo.

Se inclinó hacia delante y pasó las dos manos por su espalda, soltándose el sostén y con mucha habilidad se lo sacó por los brazos y lo metió en el bolso que estaba en el suelo. Luego se subió los tirantes del vestido para cubrirse los pechos que ahora se movían libres bajo la tela.

―Uf, ¿por qué te tapas? ―le pregunté.
―¿Qué quieres, que me quede aquí medio desnuda?
―Por supuesto...

Nos fundimos en un beso húmedo y Silvia reanudó su tarea masturbatoria volviéndome a agarrar la polla. Yo le sobé las tetas por encima del vestido, haciendo que bailaran arriba y abajo, el movimiento de sus tetas bajo la tela era bestial y entonces me di cuenta de que si Silvia seguía pajeándome a ese ritmo no iba a tardar mucho en correrme.

Ahora era mi turno.

―Espera, para..., déjame a mí... ―y detuve su brazo hasta que Silvia me soltó la polla.

Bajé la mano y rocé su tobillo y despacio fui subiendo los dedos sin dejar de tocar su piel por debajo de la falda. Noté cómo se le erizaba el vello al paso de la yema por sus gemelos, por las rodillas, por los muslos... hasta que me topé con sus finas braguitas negras.

Me encantaba acariciarla por debajo de la falda, me daba mucho morbo, y aparté sus braguitas, colando uno de mis dedos entre sus labios vaginales.

―¡Santi... mmmmmm!
―Te gusta esto, ¿eh?, te conozco bien... ―dije introduciéndole un dedo en el coño.

Miré hacia atrás y el mirón seguía en su sitio. Moviendo la mano sobre su rabo sin dejar de observarnos. No era más que un pervertido. Un voyeur que disfrutaba de las maravillosas vistas que le ofrecíamos, mientras Silvia se empezaba a retorcer en el asiento al sentir mi dedo entrando y saliendo de su interior. Echó la cabeza hacia atrás restregando el culo en su butaca y se le escapó otro gemido.

Cuando cerró los ojos y se abandonó al placer que sentía, el viejo me hizo un gesto con el pulgar, como diciéndome que se lo estaba pasando muy bien y yo seguí masturbando a Silvia, mientras retaba a aquel pervertido con la mirada.

No iba a dejarme intimidar como la otra vez.

Me ponía a mil hacerle un dedo a Silvia sin apartar la vista de ese tío, que sonreía socarronamente tocándose la verga. El muy cabrón parecía muy seguro de sí mismo, igual que yo, pero estaba convencido de que desde el incidente en la tienda de animales me había ganado su respeto y ahora ni tan siquiera se atrevería a acercarse a nosotros.

Se iba a tener que conformar con hacerse una paja viendo cómo hacía disfrutar a mi mujer.

Silvia subió un pie en el asiento y tiró de la rodilla hacia fuera, abriéndose de piernas, ahora sí, mi dedo entraba con demasiada facilidad en ella y hasta me pareció poco para ese coño, que me pedía más, hablándome con el lenguaje especial de sus fluidos. Y no me conformé con otro, le metí dos de golpe, para empezar a follármela rápido con tres dedos.

Estaba demasiado excitada, pero no se acababa de soltar del todo, incluso se giró para comprobar que el viejo seguía en su sitio y se quedó unos segundos mirándole. Y cuando lo hizo se encontró al mirón con su pollón en la mano, sacudiéndosela a buen ritmo. De repente, otro gemido salió de su boca y se volvió hacia mí.

―¡No puedo más... estoy a punto! ―susurró en mi oído.
―¿Ya vas a correrte?... mmmmm, espera, todavía no, joder... es muy pronto...

Y yo pensando que debido a la presencia de ese tío Silvia no estaba a gusto, y resultaba que no le faltaba mucho para llegar al orgasmo. Al subir el pie en el asiento su pierna quedó libre por la abertura lateral del vestido, enseñando todo el muslo al mirón mientras se retorcía en la butaca.

―Aaaaah... ¡qué bueno!, sigueee un poco más... ―jadeó Silvia.
―¡Espera, no termines así!, ¡quiero follarte! ―exclamé yo interrumpiendo el movimiento de mi brazo.
―Nooooo, no te pares, ufff... ¡me has dejado a puntito! ―dijo meneando las caderas ella misma para que mis dedos siguieran entrando y saliendo.

Pero yo retiré la mano, dejando su coño abierto, húmedo y palpitando. En cuanto lo hice, sus braguitas volvieron a la posición original y pude ver la cara de decepción de mi mujer.

Tiré de mis pantalones hacia abajo descubriendo mi polla y me la agarré con la mano ofreciéndosela a Silvia, que no lo dudó dos veces cuando vio mi erecto miembro a su lado.

―¿Quieres chupármela?
―Uf, ahora no, ya estoy a punto, Santi...
―Vale, hemos venido aquí a follar, vamos, ven aquí, siéntate encima de mí...

Silvia echó otra ojeada hacia atrás, lo mismo que yo, el mirón seguía en su sitio, y decidida se subió la falda, sentándose en mi regazo, pero de espaldas a mí, y la sujeté por las caderas mientras posaba su imponente trasero sobre mi polla. Es verdad que mi mujer había ganado unos kilos, pero en ese momento su culazo me pareció sublime cuando apareció ante mis ojos, tan solo cubierto por sus finas braguitas.

Se echó hacia atrás y se acomodó mi polla entre sus piernas y cuando ya estábamos listos me la agarré mientras ella se apartaba las braguitas para ponerla a la entrada de su coño. No es que fuera la postura más cómoda del mundo y al primer intento no pude clavársela, haciendo que Silvia se pusiera más nerviosa.

―Vamos, no puedo más... ¡métemela!

Yo me la sujetaba firme, pero desde atrás me costaba hacerlo, ya que mi polla no es que fuera excesivamente grande y además, las braguitas entorpecían mi cometido. Silvia levantó las caderas y descendió suave, soltando un gemido al pensar que ahora sí, se había sentado sobre mi polla, sin embargo, volvió a protestar al darse cuenta de que su coño seguía vacío.

―¿Pero qué haces?, métemela, vamos, quiero que me folles... aaaah...
―Ya voy, pero estate quieta, deja de moverte, que así no puedo..., ¡me estás poniendo nervioso!
―¡Quita, déjame a mí! ―me pidió Silvia agarrándomela con dos dedos a la vez que con la otra mano se apartaba las braguitas.

Y de repente acomodó mi polla a la entrada de su coño y se dejó caer hasta apoyar sus glúteos en mis muslos. Se levantó un poco y repitió la misma operación dos veces más, sintiendo mi caliente verga deslizándose en su interior. Esta vez sí.

Me estaba follando a mi mujer en el cine.

Pasé las manos hacia delante sobando sus tetas y tiré de los dos tirantes para desnudar sus pechos, que comenzaron a botar libres, al ritmo al que Silvia me cabalgaba. Ya me daba igual si el viejo veía desnuda a mi mujer, pues todo mi afán era echarle un polvazo en aquella sala y salir de allí como un puto triunfador.

―¿Te gusta, eh? ―suspiré en su oído mientras Silvia seguía montándome a la vez que ahogaba sus gemidos.

Giró la cabeza y nos fundimos en un morreo húmedo y guarro entremezclando nuestras lenguas. Dejé sus tetas huérfanas de caricias cuando bajé las manos para ponerlas en su cintura y acompañar los movimientos de Silvia sobre mí. Me follaba despacio, disfrutando de ese polvo prohibido delante del mirón.

Parecía que no quería que se terminara y así me lo hizo saber.

―¡No te corras todavía, nene!, aguanta un poco más..., aaaah, ¡qué bueno!
―Uf, lo intento, pero me lo estás poniendo difícil... ¡me estás volviendo loco moviendo el culo así!

Y cuando nos quisimos dar cuenta, ¡el viejo mirón había dejado su asiento!, y descendía sin tan siquiera guardarse la polla. Avanzó unos metros y sin preguntar se sentó justo a nuestro lado. Silvia notó que rozaba con la pierna a alguien y al abrir los ojos se encontró con ese tío allí.

Haciéndose una paja como si fuera lo más normal del mundo.

El viejo se inclinó hacia delante, por la abertura de la falda se le veía todo el muslo a mi mujer, pero no se conformó solo con eso, y encendió un par de segundos la luz del móvil, alumbrando directamente a su coño.

―Vaya, vaya, pero, ¿qué es lo que tenemos aquí? ¿En serio estáis follando?
Como siempre un relato fenomenal. Excitante a más no poder y cortado en el punto más emocionante. No nos dejes mucho tiempo en expectativa. Saudiños.
 
5



No hicimos caso a su comentario y al apagar tan rápido la linterna no me dio tiempo a reprenderle por lo que había hecho. Pero tengo que reconocer que en cuanto se puso a nuestro lado me dio mucho más morbo y me puse nervioso, y creo que a Silvia le pasó lo mismo, aunque de primeras se guardó las tetas en el vestido.

―No, rubia, ¡no me jodas!, no te las tapes, ¡¡si tienes unas tetas cojonudas!! ―exclamó el mirón tirando de unos de sus tirantes hacia abajo y descubriendo uno de sus pechos.
―¡Aparta, cerdo! ―protestó Silvia colocándose de nuevo el vestido.
―Ey, tío, ni se te ocurra volver a tocar a mi mujer... ―le advertí en medio del polvo levantando el dedo.

Me gustó mucho que Silvia le parara los pies y que entre los dos le pusiéramos en su sitio con determinación, sin embargo, eso no rebajó nuestra calentura y Silvia siguió follándome, solo que ahora incrementando el ritmo.

―¿Te ha gustado que ese cerdo te vea las tetas? ―jadeé en su oído.
―¿Qué...?, nooooo...
―Claro que te gusta..., he notado lo caliente que te ponías, ufffff, Silvia, quiero que te deseé, que vea lo buena que estás ―suspiré tirando de uno de sus tirantes para destaparle un pecho.
―Noooo, para, ¿qué haces? ―me preguntó ella, dejándose hacer.
―Da igual, deja que te vea... no me importa...
―Uf, sigueee, un poquito más...
―Sí, ¿vas a correrte?, yo estoy a punto ―la anuncié ante mi inminente orgasmo.

Estaba orgulloso de follarme a una jaca como Silvia delante del viejo y me tensé para que mi polla se clavara en lo más profundo de su coño. Miré al viejo desafiante con las manos en la cintura de mi mujer, mientras le daba golpes de cadera acompasando mis sacudidas al movimiento de su culo.

―Es mucha hembra para ti la rubia, je, je, je... ―soltó el viejo de repente.

Yo seguí embistiéndola sin dejar de mirarle y bajé el otro tirante de su vestido para que el cabrón viera cómo se le bamboleaban las dos tetas al ritmo de mi follada. El mirón se sacudía la polla frenéticamente y por la velocidad de su mano, a él tampoco le faltaba mucho para terminar.

―¿Has visto cómo me la follo? ¿Vas a correrte ya, cerdo? ―le pregunté intentando vacilarle un poco.

El viejo sonrió y detuvo la paja que se estaba haciendo. Entonces bajó la mano y acarició el muslo de mi mujer, haciendo que los gemidos de Silvia subieran de nivel. Eran increíble, pero con un leve roce el muy cabrón consiguió que mi mujer se volviera loca. O quizás es que yo le estaba llevando al borde del orgasmo con el polvazo que la echaba y el mirón se había vuelto a aprovechar de la situación.

Sí, tenía que ser eso.

No podíamos caer otra vez en la misma trampa y aparté la mano del viejo con decisión, mirándole fijamente.

―Si la vuelves a tocar se acabó, y te quedas con un palmo de narices ―le advertí.

Pero Silvia ajena a lo que pasaba entre el mirón y yo, golpeaba su culo contra mis muslos cada vez con más potencia. Y cuando noté que el orgasmo brotaba de mis pelotas intenté avisarla, y puse las manos en sus caderas para que ralentizara el ritmo.

―Aaaaah, Silvia, paraaaaa... aaaaah, aaaaah... para... un momento, más despacio...

Ella se giró por el lado contrario, para que el viejo no viera su cara de placer, me comió la boca sin dejar de follarme y yo no pude más.

―Aguanta un poco... no te corras ahora... ―me pidió. Pero ya era tarde.
―Silvia, aaaaaah, aaaaaah... no puedoooo, paraaaaa... aaaaah, joderrr, diosss, me corro, me corro.
―Un minuto más... solo un min... ¡¡AHHHHHGGGGG!! ―y un potente gemido salió de su boca sin saber por qué.

Mientras me corría dentro de Silvia no quise mirar al viejo, que ya se estaría imaginando lo que pasaba. Y es que al eyacular dentro de ella le había dado un gustazo tremendo a Silvia y ya nos importó una mierda que la pareja que teníamos delante nos mandara callar.

―Aaaaah, ¡qué rico, mmmmmm! Aaaaah, me estoy derritiendo ―dije dejándome llevar.
―¿Quéeeee?... nooooooooooo, no te corrassss, noooo... AAAAAH... ―volvió a jadear incrementando el ritmo de su cabalgada.

Entonces me di cuenta de lo que sucedía, esos aullidos de placer repentinos de Silvia se debían a las rudas manos del mirón, que le apretaba las tetas, hundiendo sus dedos en la piel, como si se las quisiera hacer estallar. Y cada vez que se las estrujaba mi mujer gritaba completamente extasiada.

―¡¡¡¡AAAAH, AAAAAH, AAAAAH, AAAAAH!!!!

Mi polla deshinchada salió de su coño, aunque Silvia siguió moviéndose intentando follarme y notó mi humedad brotando entre sus piernas y mi pingajo frotándose contra su culo. Entonces se quedó parada dejando que el mirón, con una sonrisa sarcástica, manoseara sus tetas a la vez que se pajeaba con la otra mano.

Intenté apartar sus garras del cuerpo de Silvia, que tenía la respiración acelerada y gemía cada vez que él sobaba sus pechos sin decirle nada, como si no le importara que aquel tío estuviera metiéndola mano delante de mis narices.

―Ey, tío, tranquilo, que a tu mujer le gusta, además, ella me lo permite, ¿no ves que no protesta? ―dijo sin apartar sus manazas de las tetas de Silvia―. Le has dejado a medias, todavía no se ha corrido, je, je, je.

La cosa se estaba poniendo seria.

Y busqué el apoyo de mi mujer, teníamos que hacer un frente común contra aquel cerdo. Ese era el plan inicial y había que reconducir con urgencia la situación.

―¿Qué pasa, Silvia?, ¿no te has corrido?, yo pensé que... que... ―tartamudeé intentando poner un poco de cordura en lo que estaba sucediendo.
―No le hagas caso, ha estado muy bien ―susurró Silvia echándose hacia atrás para darme un beso en la mejilla.
―Es mucha hembra para ti, ya te lo dije la otra vez ―se burló de mí el mirón―. Uf... ¡qué buena está! ¡menudas berzas tiene la rubia! ―exclamó sin dejar de meneársela.

Silvia bajó la mirada y se quedó mirando cómo el viejo se la cascaba delante de nosotros a un ritmo frenético. Yo le aparté la mano de un golpe seco y tiré de los dos tirantes de su vestido hacia arriba, cubriendo los pechos de mi mujer.

Se acabó la función.

Pero el viejo protestó. Eso no entraba en sus planes.

―No, tío, pero, ¿qué haces?, al menos deja que le vea las tetas para hacerme la paja, ella me está mirando la polla, es lo justo, ¿no? ―me pidió bajando un tirante para volver a descubrir una de sus tetas.
―Te he dicho que no la toques...
―Ehhh, ahora no la he tocado a ella, solo el vestido, si veo sus tetas me correré enseguida, ¿no es eso lo que queréis?

Yo fui a taparla de nuevo tirando del tirante, pero esta vez fue Silvia la que me lo impidió.

―¿Qué haces, Silvia? ―pregunté yo sin saber qué pretendía mi mujer.
―Da igual, déjalo, cuanto antes termine mejor... ―dijo ella.
―¿Ves?, anda, haz caso a la rubia... y todos tan contentos... ―intervino el viejo.
―Y a ti, ni se te ocurra volver a tocarme ―le recriminó Silvia.
―Vale, vale, entendido, sin tocar... ―y con todo el cuidado del mundo tiró del otro tirante agarrándolo con dos dedos en forma de pinza y bajándoselo por un lado para destapar su otro pecho.

Ahora Silvia volvía a estar con las dos tetazas al aire.

Y el mirón se las miraba relamiéndose mientras reanudaba su paja. Otra vez me fijé en su polla, que a cada sacudida se le ponía más grande y gorda. Aquella verga no era ni medio normal para un tío de su edad. Debía ser el doble que la mía en cuanto a grosor y cuatro o cinco dedos más larga y en el tronco central se le marcaba una pedazo vena que parecía a punto de explotar.

―¿Te gusta, eh? ―alardeó el mirón cuando sorprendió a mi mujer mirándosela―. Pero, tú no te cortes, rubia, me la puedes tocar si quieres, no me importa, es toda tuya... siento que este inútil te haya dejado a medias y no sepa follarte como dios manda... ―y se soltó la polla apoyándola sobre su tripa.
―No, Silvia, no lo hagas ―le pedí yo―. Ahora deberíamos irnos...

Pero Silvia seguía sentada encima de mí sin moverse y yo no podía hacer nada, el voluminoso cuerpo de mi mujer me tenía medio aplastado contra el asiento.

―Venga, termina ya, y ahora ¿por qué paras? ―le preguntó Silvia al viejo.
―Porque necesito algo más para correrme... no estaría mal si me ayudaras un poco ―dijo subiendo una mano y pellizcando un pezón de mi mujer.
―¡¡Auuuuu, cabrón!!, ¡me has hecho daño!
―¡Que no la toques! ―le amenacé yo en alto.

Y cuando me quise dar cuenta el mirón le había cogido a Silvia por la muñeca guiando la mano de ella hasta su polla.

―Así terminaría muy rápido..., ¿o es que ni tan siquiera puedes conseguir que se corra un pobre viejo como yo? ―la retó él.

Pensé que Silvia se iba a negar, a pesar de lo excitada que se encontraba y lo morboso de la situación, hasta el momento le estaba parando muy bien los pies, además, habíamos hablado de lo que teníamos que hacer si llegábamos hasta este punto, pero ante mi sorpresa, Silvia cerró los dedos sobre su falo, empuñando su erección.

―Mmmmmm, eso es... la echabas de menos, ¿eh?, je, je, je, tranquila, les pasa a todas igual, en cuanto la prueban siempre repiten... ―dijo el viejo en plan fanfarrón.
―Silvia, ¿qué haces?, ¿por qué le agarras la...
―Es para que termine cuanto antes, así nos dejará en paz... ―suspiró Silvia interrumpiendo mi pregunta, con un argumento que no se creía ni ella misma, y empezó a masturbarle lentamente.

El viejo volvió a manosearla, apretando y estrujando sus tetas y de vez en cuando le pellizcaba los pezones. Los gemidos de Silvia fueron subiendo de nivel y sus caderas comenzaron a moverse encima de mí. El ronroneo de su mi mujer, unido al baile de su culo hizo que mi polla recobrara vida de nuevo.

Y al mirar hacia abajo observé la mano de Silvia meneando despacio la poderosa tranca del mirón, le pajeaba agarrándosela con fuerza, como me había hecho antes a mí, pero a un ritmo pausado y continuo.

―Así no me voy a correr en la puta vida, yo no soy como el pichafloja de tu marido, joder... mmmmm, me encanta la carita de cachonda que pones, ¿te gusta mi polla, eh? ―preguntó bajando la mano para comprobar el estado de su coño―. Ahhhgggg, joder, ¡qué puto asco!, no tenías que haber dejado que este se corriera antes... así no te voy a poder follar...
―Tú no te vas a follar a nadie ―aseguré yo con voz firme.
―Eso lo tendrá que decidir la rubia, ¿no? ―dijo el viejo volviendo a subir sus rudas manos y apretando sus pechos―. Anda, ven aquí, zorra, y déjate ya de tonterías ―y agarró con fuerza su cuello tirando hacia abajo, y cuando mi mujer se quiso dar cuenta tenía la polla de ese tío pegada en su mejilla.
―¡¡Suéltame!! ―le gritó mi mujer.
―¡Déjala, cerdo o te parto la cara! ―le amenacé yo mientras mi polla no dejaba de crecer bajo los glúteos de Silvia.
―Es solo hasta que llegue..., y ya te dejo..., con la mano no voy a terminar nunca... ―aseguró el mirón―, ¿en serio no puedes conseguir que un viejo como yo se corra?

El muy cerdo acababa de tocar la tecla exacta. Silvia parecía herida en su orgullo, ningún hombre se había podido resistir a sus encantos y ahora aquel sinvergüenza le acababa de retar. Y a orgullo no la ganaba nadie. Ella misma se inclinó en el regazo del viejo, sin que él volviera a pedírselo.

―Te vas a enterar ―susurró mi mujer furiosa.
―Abre la boca, eso es... ¡¡mmmmmmm!! ―exclamó el mirón cuando mi mujer le pasó la lengua por todo el tronco sin dejar de meneársela con la mano.

A la segunda pasada de arriba abajo por su rabo, el viejo acarició su cuello y ella hizo círculos con la lengua sobre su morado capullo. Por más que Silvia lo deseara iba a ser imposible meterse semejante verga en la boca. Y aun así lo intentó. Con todas sus ganas. Abrió la mandíbula como un tiburón hambriento y cuando cerró los labios sobre esa barra de carne incandescente apenas pudo tragarse el glande.

A mí no había querido chupármela, pero a ese viejo se la comía con devoción. ¡Y yo no salía de mi asombro!

―¡Silvia! ―protesté sabiendo que estaba perdiendo el control de la situación, pero ella no me hizo caso.

Además, mi polla me delataba. Y Silvia se había dado cuenta de que me estaba excitando demasiado todo aquello, pues ya notaba mi erección bajo sus glúteos.

Me quedé unos segundos mirando cómo mi mujer le aplastaba las tetas contra sus muslos y le mamaba la polla a ese señor. Cada poco se la tenía que sacar de la boca para coger aire y aprovechaba para darle golpecitos con la lengua a la vez que se le meneaba y luego se la volvía a introducir tratando al menos de tragarse su capullo al completo, cosa que consiguió un par de veces, inflando sus mofletes de una manera extraña.

El mirón sonrió y acarició su pelo.

―Muy bien, rubia... aaaah, ¡tengo que reconocer que eres muy buena con la boca!, joder, no me la habían comido así en la vida... ―y bajó la mano para acariciarle la cara interna de los muslos.

Esta vez no se conformó con tocarla por encima, tiró de una de sus piernas hacia fuera, abriéndola, para luego, clavar el índice en su coño.

Aquel dedo tenía un grosor casi como el de mi polla y se dispuso a follarla con él. Silvia tensó las caderas y ahogó sus gemidos, luchando por seguir avanzando en su intento de meterse lo máximo posible la verga del mirón en la boca.

―¡Qué asco!, espera un momento, rubia... ―protestó él tirando de su pelo hacia arriba y sacando la mano de su falda―. Vamos al baño, tendrás que limpiarte un poco si quieres que sigamos..., ya no me queda mucho..., creo que lo vas a conseguir... ―y se incorporó del asiento a la vez que se guardaba la polla en los pantalones y después agarraba el brazo de Silvia para levantarla como si fuera una pluma.
―¿Qué haces? ―protestó Silvia.
―Ey, deja a mi mujer, cabrón...

¡¡¡PLAS!!!

Y sin que me lo esperara, y con toda la tranquilidad del mundo, el viejo me soltó un guantazo rápido en la mejilla con el dorso de la mano, haciendo que cayera hacia atrás, mostrándole mi pollita erecta. Me quedé sentado sin atreverme a reaccionar, y él se abalanzó sobre mí.

―¡Cállate ya la boca de una puta vez!
―No, no, no me pegues más, por favor... ―le rogué cuando él volvió a levantar la mano.
―Joder, eres patético, pensé que tenías más cojones, te suelto una cachetada y ya te has meado encima... ―dijo poniéndome la mano sobre el cuello y apretando sin hacer mucha fuerza―. No vamos a pelearnos aquí, ¿no?, anda, guárdate esa cosita, levántate y ven con nosotros... ―me pidió soltándome.
―No vuelvas a tocar a mi marido ―le amenazó Silvia.
―Perdona, es que ya se estaba poniendo un poco pesado...
―No vamos a ir contigo a ninguna parte... ―le dijo mi mujer.
―¿Y vas a dejarme así? ―preguntó mostrando su paquete―, pensé que eras diferente..., especial, pero ya me veo que me he equivocado contigo, ni tan siquiera has conseguido hacer que un pobre viejo como yo se corra...
―Ese es tu problema... ―respondió mi mujer observando el exagerado bulto que se le marcaba bajo los pantalones.
―Vamos, solo van a ser cinco minutos, te lo juro que estoy a punto y además, yo también quiero hacer que disfrutes...
―Silvia, no ―intervine yo viendo en su cara la determinación y el convencimiento, pues había sido herida en su orgullo y ya no iba a parar hasta hacer que se corriera el viejo.
―Ya casi hemos terminado... ―insistió él.
―Joder, de acuerdo, cinco minutos, ehhhh, ni uno más... ―cedió Silvia, que sin duda alguna quería seguir gozando con el pollón de ese tío.

El mirón agarró su mano y tiró de ella para salir del cine con mi mujer, que se dejó llevar a los baños, dispuesta a terminar lo que había empezado. Yo les seguí y llegamos al pasillo del que iban saliendo las distintas salas. El viejo pasó el brazo por la cintura de mi mujer para guiarla, bajando un par de veces la mano, y sobando su trasero por encima del vestido.

―Estás muy buena, rubia... ―dijo soltando un azote sobre el glúteo de Silvia.
―¡Para un poco, aquí no!

Cualquiera podría habernos visto, aun así, Silvia caminó impúdicamente, moviendo las caderas con descaro, y yo les seguí a dos metros de distancia, hasta que llegamos a los baños de los cines.

―Venga, vamos, y tú quédate en la puerta... vigilando... ―me ordenó el viejo―. Hoy está de segurata el Bartolo y como nos pille... este es de los que nos denuncia y llama a la policía..., no querrás que tu mujercita se vea implicado en un escándalo así... ¿verdad?

Y se metió en el baño de hombres abrazando a Silvia de la cintura antes de darle otra cachetada en el culo.

―Tira pa dentro, rubia... y no te preocupes por nada... que ya tenemos a tu marido vigilando... en cuanto te limpies un poco voy a hacer que te corras como te mereces...
 
Atrás
Top Abajo