El verano con mi tía

Esta noche habrá capítulo 6, hago un adelanto, no será tan explícito como los anteriores, pero tendrá una nueva sorpresa que yo creo que os va a gustar. Tengo el capítulo 6 y 7 acabados. Pero no quiero subirlos todos tan seguidos para que la historia no pierda interés.
Gracias.
 
Capítulo 6: El filo de la noche



El golpe en la puerta aún resonaba en mi cabeza, un eco del torbellino que mi tía y yo habíamos desatado en esta villa. Mi madre estaba al otro lado, su voz firme pero cargada de algo que me ponía los nervios en punta. “Tenemos que hablar de anoche”, había dicho, y esas palabras cortaban el aire denso de la habitación como un cuchillo. Mi tía, con la camiseta a medio poner y la sábana cayendo al suelo, me miró con los ojos abiertos, una mezcla de pánico y esa chispa de desafío que no la abandonaba. Yo, con los pantalones cortos puestos a medias, sentía el corazón en la garganta, pero también ese maldito calor que no me dejaba en paz. El morbo de lo que habíamos hecho, de lo que habíamos visto, de la puerta entreabierta… y ahora, la posibilidad de que mi madre supiera algo, solo lo hacía más intenso.



—Abre —susurró mi tía, su voz temblando pero con un matiz que me decía que ella también estaba atrapada en este juego. Me acerqué a la puerta, mi mano dudando en el pestillo, pero antes de que pudiera girarlo, la puerta se abrió de golpe.



Mi madre estaba allí, en camisón, su cabello suelto cayendo sobre los hombros, sus ojos brillando bajo la luz ámbar que se filtraba desde el pasillo. No dijo nada al principio, solo nos miró, primero a mí, luego a mi tía, y el silencio era tan pesado que podía sentirlo en la piel. La habitación olía a sudor, a deseo, y las sábanas deshechas eran una prueba que no podíamos ocultar.



—Os vi —dijo finalmente, su voz baja, casi un murmullo, pero cargada de una intensidad que me hizo tragar saliva—. Anoche. La puerta no estaba cerrada. Y… no debería decir esto, pero no pude apartar la mirada.



Mi tía soltó un jadeo, sus manos apretando la camiseta contra su pecho, pero no se movió. Yo estaba congelado, mi mente dando vueltas. La imagen de mi madre espiándonos, sus ojos en nosotros mientras nos perdíamos en el calor del momento, me golpeó con una fuerza que no esperaba. Y, maldita sea, no era solo miedo. Era ese morbo retorcido que seguía creciendo, alimentado por la idea de que ella no solo nos había visto, sino que había sentido algo.



—Hermana… —empezó mi tía, su voz temblorosa, pero mi madre levantó una mano para callarla.



—No. No digas nada —dijo, entrando en la habitación y cerrando la puerta detrás de ella. El clic del pestillo resonó como un disparo. Se acercó, sus ojos clavados en mí, y por un instante, vi algo en ellos, no enfado, sino una curiosidad cruda, casi animal. Su mano se movió, rozando mi pecho, bajando lentamente hasta el borde de mis pantalones cortos. Sus dedos, fríos contra mi piel caliente, me tocaron brevemente, un roce fugaz pero firme sobre mi entrepierna que me hizo jadear. Fue rápido, casi imperceptible, pero suficiente para que mi cuerpo reaccionara, el morbo explotando en mi pecho como una bomba.



—Me encantaría tenerte dentro de mi hijo, al igual que haces con mi hermana —susurró mi madre, retrocediendo un paso, sus mejillas enrojecidas, sus ojos brillando con algo que no era solo culpa—. Pero… veros así, tan… desatados, me hizo algo.



Mi tía se levantó, dejando caer la camiseta al suelo, su cuerpo desnudo expuesto sin un ápice de vergüenza. —Si nos viste, entonces sabes lo que sentimos —dijo, su voz firme ahora, desafiante—. Y si te quedaste mirando, es porque tú también lo sentiste.



Mi madre no respondió. Sus ojos pasaron de mi tía a mí, y luego, con un movimiento brusco, se giró hacia la puerta. —No puedo quedarme —dijo, su voz quebrándose—. Tu padre está dormido, pero… no sé cuánto tiempo podemos seguir con esto sin que todo se rompa. Solo… sed discretos.



Y con eso, salió, dejando la puerta entreabierta, como un eco cruel de la noche anterior. Mi tía y yo nos quedamos en silencio, nuestros cuerpos aún vibrando, el aire cargado de lo que acababa de pasar. La habitación parecía más pequeña, las paredes más cercanas, como si la villa misma estuviera conspirando para mantenernos atrapados en este juego.



Mi tía se giró hacia mí, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y deseo. —Tu madre… —empezó, su voz baja, casi un gruñido—. Ella también lo siente. Esto no va a parar.



No respondí. Mi mente estaba enredada en el toque de mi madre, en la forma en que sus ojos habían brillado, en el morbo que nos unía a todos. Pero antes de que pudiéramos decir más, mi tía se levantó, recogiendo un vestido ligero del suelo. —Vamos a cenar fuera —dijo, su tono decidido, como si necesitara salir de esta habitación, de esta villa, para respirar—. Necesitamos despejarnos.



Asentí, aunque el calor en mi cuerpo no se apagaba. Nos vestimos en silencio, pero cuando mi tía se puso el vestido, noté algo: no se puso bragas. La tela ligera se ajustaba a sus caderas, y la idea de que iba así, expuesta bajo esa fina capa de ropa, me encendió de nuevo. Ella me miró, una sonrisa torcida en los labios, como si supiera exactamente lo que estaba pensando.



—No digas nada —dijo, guiñándome un ojo—. Vamos.



Salimos de la villa, dejando atrás la puerta entreabierta y el peso de lo que mi madre había dicho. Caminamos por las calles empedradas de Crema hasta un pequeño restaurante al aire libre, con mesas iluminadas por velas y el aroma de albahaca y vino flotando en el aire. Nos sentamos en una mesa apartada, el bullicio de los comensales amortiguando la tensión que aún llevábamos encima.



El camarero, un tipo joven con ojos oscuros y una sonrisa demasiado confiada, no tardó en fijarse en mi tía. Su vestido, ajustado y ligeramente transparente bajo la luz de las velas, dejaba poco a la imaginación, y él no disimulaba sus miradas. Cuando vino a tomar nuestro pedido, se inclinó más de lo necesario, su voz melosa mientras hablaba con ella.



—Signorina, el vino tinto de la casa es perfecto para una noche como esta —dijo, sus ojos recorriéndola sin pudor—. ¿O prefieres algo más… atrevido?



Mi tía sonrió, inclinándose hacia él, su mano rozando la copa de agua en un gesto que parecía casual pero no lo era. —Atrevido suena bien —dijo, su voz baja, casi un ronroneo—. Sorpréndeme.



El camarero se rió, claramente encantado, y cuando se alejó, mi tía me miró, sus ojos brillando con picardía. —Le gusta el juego —susurró, cruzando las piernas bajo la mesa, el movimiento haciendo que el vestido subiera un poco, recordándome que no llevaba nada debajo—. Y tú… ¿estás celoso?



No respondí, pero el calor en mi pecho era innegable. La idea de que ella, sin bragas, estuviera coqueteando con ese tipo justo después de lo que había pasado con mi madre, era como echar gasolina al fuego. Cada vez que el camarero volvía, con una botella de vino o un plato de pasta, sus ojos se detenían en mi tía, y ella respondía con una sonrisa, un roce de dedos al pasarle la copa, un juego que me ponía al borde.



—¿No te da miedo? —pregunté finalmente, mi voz baja, mientras el camarero se alejaba de nuevo—. Después de lo de mi madre, seguir así… aquí, en público.



Ella se inclinó sobre la mesa, sus labios a centímetros de los míos, el vestido deslizándose ligeramente para revelar más de lo que debería. —Miedo no —dijo, su voz cargada de desafío—. Me pone. Y a ti también, no lo niegues.



No lo negué. El resto de la cena fue un torbellino de miradas, roces y ese morbo que no nos dejaba en paz. Cuando volvimos a la villa, la puerta de la habitación de mis padres estaba cerrada, pero la nuestra… la dejamos entreabierta, como una invitación, un desafío. Y mientras mi tía me empujaba hacia la cama, el recuerdo del camarero, de mi madre, de todo lo que esta villa había desatado, me consumía.



Esto no iba a parar. Y, joder, no quería que parara.

Continuará.

Para este final de capítulo, he decidido dejar una foto de mi tia real, sino gusta puedo dejar de hacerlo, pero me encantaría empezar a dejar fotos como dinámica al final de algunos capítulos.

En este caso dejo una fotito del traje que se ha puesto en la historia, y dejo como salió para esa cena solos.
 

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Capítulo 6: El filo de la noche



El golpe en la puerta aún resonaba en mi cabeza, un eco del torbellino que mi tía y yo habíamos desatado en esta villa. Mi madre estaba al otro lado, su voz firme pero cargada de algo que me ponía los nervios en punta. “Tenemos que hablar de anoche”, había dicho, y esas palabras cortaban el aire denso de la habitación como un cuchillo. Mi tía, con la camiseta a medio poner y la sábana cayendo al suelo, me miró con los ojos abiertos, una mezcla de pánico y esa chispa de desafío que no la abandonaba. Yo, con los pantalones cortos puestos a medias, sentía el corazón en la garganta, pero también ese maldito calor que no me dejaba en paz. El morbo de lo que habíamos hecho, de lo que habíamos visto, de la puerta entreabierta… y ahora, la posibilidad de que mi madre supiera algo, solo lo hacía más intenso.



—Abre —susurró mi tía, su voz temblando pero con un matiz que me decía que ella también estaba atrapada en este juego. Me acerqué a la puerta, mi mano dudando en el pestillo, pero antes de que pudiera girarlo, la puerta se abrió de golpe.



Mi madre estaba allí, en camisón, su cabello suelto cayendo sobre los hombros, sus ojos brillando bajo la luz ámbar que se filtraba desde el pasillo. No dijo nada al principio, solo nos miró, primero a mí, luego a mi tía, y el silencio era tan pesado que podía sentirlo en la piel. La habitación olía a sudor, a deseo, y las sábanas deshechas eran una prueba que no podíamos ocultar.



—Os vi —dijo finalmente, su voz baja, casi un murmullo, pero cargada de una intensidad que me hizo tragar saliva—. Anoche. La puerta no estaba cerrada. Y… no debería decir esto, pero no pude apartar la mirada.



Mi tía soltó un jadeo, sus manos apretando la camiseta contra su pecho, pero no se movió. Yo estaba congelado, mi mente dando vueltas. La imagen de mi madre espiándonos, sus ojos en nosotros mientras nos perdíamos en el calor del momento, me golpeó con una fuerza que no esperaba. Y, maldita sea, no era solo miedo. Era ese morbo retorcido que seguía creciendo, alimentado por la idea de que ella no solo nos había visto, sino que había sentido algo.



—Hermana… —empezó mi tía, su voz temblorosa, pero mi madre levantó una mano para callarla.



—No. No digas nada —dijo, entrando en la habitación y cerrando la puerta detrás de ella. El clic del pestillo resonó como un disparo. Se acercó, sus ojos clavados en mí, y por un instante, vi algo en ellos, no enfado, sino una curiosidad cruda, casi animal. Su mano se movió, rozando mi pecho, bajando lentamente hasta el borde de mis pantalones cortos. Sus dedos, fríos contra mi piel caliente, me tocaron brevemente, un roce fugaz pero firme sobre mi entrepierna que me hizo jadear. Fue rápido, casi imperceptible, pero suficiente para que mi cuerpo reaccionara, el morbo explotando en mi pecho como una bomba.



—Me encantaría tenerte dentro de mi hijo, al igual que haces con mi hermana —susurró mi madre, retrocediendo un paso, sus mejillas enrojecidas, sus ojos brillando con algo que no era solo culpa—. Pero… veros así, tan… desatados, me hizo algo.



Mi tía se levantó, dejando caer la camiseta al suelo, su cuerpo desnudo expuesto sin un ápice de vergüenza. —Si nos viste, entonces sabes lo que sentimos —dijo, su voz firme ahora, desafiante—. Y si te quedaste mirando, es porque tú también lo sentiste.



Mi madre no respondió. Sus ojos pasaron de mi tía a mí, y luego, con un movimiento brusco, se giró hacia la puerta. —No puedo quedarme —dijo, su voz quebrándose—. Tu padre está dormido, pero… no sé cuánto tiempo podemos seguir con esto sin que todo se rompa. Solo… sed discretos.



Y con eso, salió, dejando la puerta entreabierta, como un eco cruel de la noche anterior. Mi tía y yo nos quedamos en silencio, nuestros cuerpos aún vibrando, el aire cargado de lo que acababa de pasar. La habitación parecía más pequeña, las paredes más cercanas, como si la villa misma estuviera conspirando para mantenernos atrapados en este juego.



Mi tía se giró hacia mí, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y deseo. —Tu madre… —empezó, su voz baja, casi un gruñido—. Ella también lo siente. Esto no va a parar.



No respondí. Mi mente estaba enredada en el toque de mi madre, en la forma en que sus ojos habían brillado, en el morbo que nos unía a todos. Pero antes de que pudiéramos decir más, mi tía se levantó, recogiendo un vestido ligero del suelo. —Vamos a cenar fuera —dijo, su tono decidido, como si necesitara salir de esta habitación, de esta villa, para respirar—. Necesitamos despejarnos.



Asentí, aunque el calor en mi cuerpo no se apagaba. Nos vestimos en silencio, pero cuando mi tía se puso el vestido, noté algo: no se puso bragas. La tela ligera se ajustaba a sus caderas, y la idea de que iba así, expuesta bajo esa fina capa de ropa, me encendió de nuevo. Ella me miró, una sonrisa torcida en los labios, como si supiera exactamente lo que estaba pensando.



—No digas nada —dijo, guiñándome un ojo—. Vamos.



Salimos de la villa, dejando atrás la puerta entreabierta y el peso de lo que mi madre había dicho. Caminamos por las calles empedradas de Crema hasta un pequeño restaurante al aire libre, con mesas iluminadas por velas y el aroma de albahaca y vino flotando en el aire. Nos sentamos en una mesa apartada, el bullicio de los comensales amortiguando la tensión que aún llevábamos encima.



El camarero, un tipo joven con ojos oscuros y una sonrisa demasiado confiada, no tardó en fijarse en mi tía. Su vestido, ajustado y ligeramente transparente bajo la luz de las velas, dejaba poco a la imaginación, y él no disimulaba sus miradas. Cuando vino a tomar nuestro pedido, se inclinó más de lo necesario, su voz melosa mientras hablaba con ella.



—Signorina, el vino tinto de la casa es perfecto para una noche como esta —dijo, sus ojos recorriéndola sin pudor—. ¿O prefieres algo más… atrevido?



Mi tía sonrió, inclinándose hacia él, su mano rozando la copa de agua en un gesto que parecía casual pero no lo era. —Atrevido suena bien —dijo, su voz baja, casi un ronroneo—. Sorpréndeme.



El camarero se rió, claramente encantado, y cuando se alejó, mi tía me miró, sus ojos brillando con picardía. —Le gusta el juego —susurró, cruzando las piernas bajo la mesa, el movimiento haciendo que el vestido subiera un poco, recordándome que no llevaba nada debajo—. Y tú… ¿estás celoso?



No respondí, pero el calor en mi pecho era innegable. La idea de que ella, sin bragas, estuviera coqueteando con ese tipo justo después de lo que había pasado con mi madre, era como echar gasolina al fuego. Cada vez que el camarero volvía, con una botella de vino o un plato de pasta, sus ojos se detenían en mi tía, y ella respondía con una sonrisa, un roce de dedos al pasarle la copa, un juego que me ponía al borde.



—¿No te da miedo? —pregunté finalmente, mi voz baja, mientras el camarero se alejaba de nuevo—. Después de lo de mi madre, seguir así… aquí, en público.



Ella se inclinó sobre la mesa, sus labios a centímetros de los míos, el vestido deslizándose ligeramente para revelar más de lo que debería. —Miedo no —dijo, su voz cargada de desafío—. Me pone. Y a ti también, no lo niegues.



No lo negué. El resto de la cena fue un torbellino de miradas, roces y ese morbo que no nos dejaba en paz. Cuando volvimos a la villa, la puerta de la habitación de mis padres estaba cerrada, pero la nuestra… la dejamos entreabierta, como una invitación, un desafío. Y mientras mi tía me empujaba hacia la cama, el recuerdo del camarero, de mi madre, de todo lo que esta villa había desatado, me consumía.



Esto no iba a parar. Y, joder, no quería que parara.

Continuará.

Para este final de capítulo, he decidido dejar una foto de mi tia real, sino gusta puedo dejar de hacerlo, pero me encantaría empezar a dejar fotos como dinámica al final de algunos capítulos.

En este caso dejo una fotito del traje que se ha puesto en la historia, y dejo como salió para esa cena solos.
Ostia con esa tía cualquiera no quiere follar
 
Capítulo 6: El filo de la noche



El golpe en la puerta aún resonaba en mi cabeza, un eco del torbellino que mi tía y yo habíamos desatado en esta villa. Mi madre estaba al otro lado, su voz firme pero cargada de algo que me ponía los nervios en punta. “Tenemos que hablar de anoche”, había dicho, y esas palabras cortaban el aire denso de la habitación como un cuchillo. Mi tía, con la camiseta a medio poner y la sábana cayendo al suelo, me miró con los ojos abiertos, una mezcla de pánico y esa chispa de desafío que no la abandonaba. Yo, con los pantalones cortos puestos a medias, sentía el corazón en la garganta, pero también ese maldito calor que no me dejaba en paz. El morbo de lo que habíamos hecho, de lo que habíamos visto, de la puerta entreabierta… y ahora, la posibilidad de que mi madre supiera algo, solo lo hacía más intenso.



—Abre —susurró mi tía, su voz temblando pero con un matiz que me decía que ella también estaba atrapada en este juego. Me acerqué a la puerta, mi mano dudando en el pestillo, pero antes de que pudiera girarlo, la puerta se abrió de golpe.



Mi madre estaba allí, en camisón, su cabello suelto cayendo sobre los hombros, sus ojos brillando bajo la luz ámbar que se filtraba desde el pasillo. No dijo nada al principio, solo nos miró, primero a mí, luego a mi tía, y el silencio era tan pesado que podía sentirlo en la piel. La habitación olía a sudor, a deseo, y las sábanas deshechas eran una prueba que no podíamos ocultar.



—Os vi —dijo finalmente, su voz baja, casi un murmullo, pero cargada de una intensidad que me hizo tragar saliva—. Anoche. La puerta no estaba cerrada. Y… no debería decir esto, pero no pude apartar la mirada.



Mi tía soltó un jadeo, sus manos apretando la camiseta contra su pecho, pero no se movió. Yo estaba congelado, mi mente dando vueltas. La imagen de mi madre espiándonos, sus ojos en nosotros mientras nos perdíamos en el calor del momento, me golpeó con una fuerza que no esperaba. Y, maldita sea, no era solo miedo. Era ese morbo retorcido que seguía creciendo, alimentado por la idea de que ella no solo nos había visto, sino que había sentido algo.



—Hermana… —empezó mi tía, su voz temblorosa, pero mi madre levantó una mano para callarla.



—No. No digas nada —dijo, entrando en la habitación y cerrando la puerta detrás de ella. El clic del pestillo resonó como un disparo. Se acercó, sus ojos clavados en mí, y por un instante, vi algo en ellos, no enfado, sino una curiosidad cruda, casi animal. Su mano se movió, rozando mi pecho, bajando lentamente hasta el borde de mis pantalones cortos. Sus dedos, fríos contra mi piel caliente, me tocaron brevemente, un roce fugaz pero firme sobre mi entrepierna que me hizo jadear. Fue rápido, casi imperceptible, pero suficiente para que mi cuerpo reaccionara, el morbo explotando en mi pecho como una bomba.



—Me encantaría tenerte dentro de mi hijo, al igual que haces con mi hermana —susurró mi madre, retrocediendo un paso, sus mejillas enrojecidas, sus ojos brillando con algo que no era solo culpa—. Pero… veros así, tan… desatados, me hizo algo.



Mi tía se levantó, dejando caer la camiseta al suelo, su cuerpo desnudo expuesto sin un ápice de vergüenza. —Si nos viste, entonces sabes lo que sentimos —dijo, su voz firme ahora, desafiante—. Y si te quedaste mirando, es porque tú también lo sentiste.



Mi madre no respondió. Sus ojos pasaron de mi tía a mí, y luego, con un movimiento brusco, se giró hacia la puerta. —No puedo quedarme —dijo, su voz quebrándose—. Tu padre está dormido, pero… no sé cuánto tiempo podemos seguir con esto sin que todo se rompa. Solo… sed discretos.



Y con eso, salió, dejando la puerta entreabierta, como un eco cruel de la noche anterior. Mi tía y yo nos quedamos en silencio, nuestros cuerpos aún vibrando, el aire cargado de lo que acababa de pasar. La habitación parecía más pequeña, las paredes más cercanas, como si la villa misma estuviera conspirando para mantenernos atrapados en este juego.



Mi tía se giró hacia mí, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y deseo. —Tu madre… —empezó, su voz baja, casi un gruñido—. Ella también lo siente. Esto no va a parar.



No respondí. Mi mente estaba enredada en el toque de mi madre, en la forma en que sus ojos habían brillado, en el morbo que nos unía a todos. Pero antes de que pudiéramos decir más, mi tía se levantó, recogiendo un vestido ligero del suelo. —Vamos a cenar fuera —dijo, su tono decidido, como si necesitara salir de esta habitación, de esta villa, para respirar—. Necesitamos despejarnos.



Asentí, aunque el calor en mi cuerpo no se apagaba. Nos vestimos en silencio, pero cuando mi tía se puso el vestido, noté algo: no se puso bragas. La tela ligera se ajustaba a sus caderas, y la idea de que iba así, expuesta bajo esa fina capa de ropa, me encendió de nuevo. Ella me miró, una sonrisa torcida en los labios, como si supiera exactamente lo que estaba pensando.



—No digas nada —dijo, guiñándome un ojo—. Vamos.



Salimos de la villa, dejando atrás la puerta entreabierta y el peso de lo que mi madre había dicho. Caminamos por las calles empedradas de Crema hasta un pequeño restaurante al aire libre, con mesas iluminadas por velas y el aroma de albahaca y vino flotando en el aire. Nos sentamos en una mesa apartada, el bullicio de los comensales amortiguando la tensión que aún llevábamos encima.



El camarero, un tipo joven con ojos oscuros y una sonrisa demasiado confiada, no tardó en fijarse en mi tía. Su vestido, ajustado y ligeramente transparente bajo la luz de las velas, dejaba poco a la imaginación, y él no disimulaba sus miradas. Cuando vino a tomar nuestro pedido, se inclinó más de lo necesario, su voz melosa mientras hablaba con ella.



—Signorina, el vino tinto de la casa es perfecto para una noche como esta —dijo, sus ojos recorriéndola sin pudor—. ¿O prefieres algo más… atrevido?



Mi tía sonrió, inclinándose hacia él, su mano rozando la copa de agua en un gesto que parecía casual pero no lo era. —Atrevido suena bien —dijo, su voz baja, casi un ronroneo—. Sorpréndeme.



El camarero se rió, claramente encantado, y cuando se alejó, mi tía me miró, sus ojos brillando con picardía. —Le gusta el juego —susurró, cruzando las piernas bajo la mesa, el movimiento haciendo que el vestido subiera un poco, recordándome que no llevaba nada debajo—. Y tú… ¿estás celoso?



No respondí, pero el calor en mi pecho era innegable. La idea de que ella, sin bragas, estuviera coqueteando con ese tipo justo después de lo que había pasado con mi madre, era como echar gasolina al fuego. Cada vez que el camarero volvía, con una botella de vino o un plato de pasta, sus ojos se detenían en mi tía, y ella respondía con una sonrisa, un roce de dedos al pasarle la copa, un juego que me ponía al borde.



—¿No te da miedo? —pregunté finalmente, mi voz baja, mientras el camarero se alejaba de nuevo—. Después de lo de mi madre, seguir así… aquí, en público.



Ella se inclinó sobre la mesa, sus labios a centímetros de los míos, el vestido deslizándose ligeramente para revelar más de lo que debería. —Miedo no —dijo, su voz cargada de desafío—. Me pone. Y a ti también, no lo niegues.



No lo negué. El resto de la cena fue un torbellino de miradas, roces y ese morbo que no nos dejaba en paz. Cuando volvimos a la villa, la puerta de la habitación de mis padres estaba cerrada, pero la nuestra… la dejamos entreabierta, como una invitación, un desafío. Y mientras mi tía me empujaba hacia la cama, el recuerdo del camarero, de mi madre, de todo lo que esta villa había desatado, me consumía.



Esto no iba a parar. Y, joder, no quería que parara.

Continuará.

Para este final de capítulo, he decidido dejar una foto de mi tia real, sino gusta puedo dejar de hacerlo, pero me encantaría empezar a dejar fotos como dinámica al final de algunos capítulos.

En este caso dejo una fotito del traje que se ha puesto en la historia, y dejo como salió para esa cena solos.
Sin terminar de leer ...ya queremos más
 
Capítulo 7: Bajo el sol y entre corrientes

El amanecer en Crema pintaba la villa con un resplandor dorado, pero el aire entre nosotros seguía cargado, como si la noche anterior hubiera tejido una red invisible que nos mantenía a todos atrapados. La confesión de mi madre, su toque fugaz, el flirteo de mi tía con el camarero, la puerta entreabierta… todo seguía girando en mi cabeza, alimentando ese morbo que no me dejaba en paz. Mi tía, al despertar, me lanzó una mirada que era tanto una promesa como un desafío, su vestido ligero aún arrugado en el suelo, recordándome que había salido sin bragas anoche. Pero no dijimos nada. No hacía falta.

El desayuno fue un ejercicio de normalidad forzada. Mis padres estaban en el patio, charlando sobre el día como si nada hubiera pasado. Mi madre, con un vestido suelto que dejaba entrever sus curvas bajo la luz del sol, parecía más relajada de lo que esperaba, pero sus ojos evitaban los míos. Mi padre, por otro lado, hablaba de la piscina de la villa, sugiriendo que pasáramos la mañana allí. Mi tía asintió, su sonrisa demasiado brillante, y yo sentí un nudo en el estómago, mezcla de anticipación y nervios.

En la piscina, el sol quemaba, reflejándose en el agua cristalina. Mi madre y mi tía estaban en traje de baño, y joder, era imposible no mirar. El bikini de mi madre, azul y ajustado, marcaba cada curva de su cuerpo, y la forma en que se movía, estirándose en una tumbona, era como si supiera que la observábamos. Mi tía, con un traje de baño negro que apenas contenía su figura, se reía y salpicaba agua, pero sus ojos se cruzaban con los míos cada pocos minutos, cargados de esa chispa que me hacía hervir la sangre. Mi padre, sentado a mi lado, también miraba, sus gafas de sol no podían ocultar cómo sus ojos se detenían en mi tía, luego en mi madre, y luego, brevemente, en mí, como si estuviera midiendo algo que no decía.

No pasó nada. Nadie dijo nada fuera de lugar, nadie cruzó ninguna línea. Pero las miradas… las miradas eran un idioma propio. Cada vez que mi tía se inclinaba para recoger una toalla, o mi madre se pasaba una mano por el cabello húmedo, sentía el peso de los ojos de mi padre, y sabía que él sentía los míos. Era como si todos estuviéramos jugando al borde de algo, conteniendo el aliento, esperando que alguien diera el primer paso. Pero no lo hicimos. No allí, no en la piscina, bajo el sol implacable de Crema.

Después de comer, mi padre propuso una actividad para la tarde: kayaking en un río cercano, uno de esos planes que sonaban inocentes pero que, en esta villa, en este viaje, parecían cargados de segundas intenciones. Cuando llegamos al lugar, un guía nos explicó que los kayaks eran para dos personas, y por alguna razón —un error en la reserva, dijo, con una sonrisa que no me convenció— solo había dos kayaks disponibles para nosotros. Mi padre, con una rapidez que me sorprendió, se ofreció a ir con mi tía. “Hace tiempo que no pasamos un rato juntos”, dijo, su tono casual pero con un matiz que no pude descifrar. Eso me dejó con mi madre, y la mirada que ella me lanzó, fugaz pero intensa, me hizo tragar saliva.

Nos subimos a los kayaks, mi madre y yo en uno, mi padre y mi tía en el otro. El río era tranquilo al principio, el agua reflejando los olivos y el cielo azul. Mi madre remaba delante de mí, su espalda moviéndose con cada palada, el bikini aún húmedo de la piscina marcando su piel. No hablamos mucho, pero el silencio estaba cargado, como si ambos supiéramos que lo de anoche —su confesión, su toque— seguía entre nosotros.

Entonces, una corriente más fuerte nos sorprendió. El guía había mencionado que el río tenía tramos traicioneros, pero no esperábamos que nos separara. En un giro del agua, nuestro kayak se desvió por una bifurcación, perdiendo de vista a mi padre y mi tía. Cuando logramos estabilizarnos, estábamos solos, rodeados de vegetación densa, el río más estrecho, el mundo reducido a nosotros dos.

—Parece que estamos atrapados —dijo mi madre, girándose hacia mí. Su voz era suave, pero sus ojos… joder, sus ojos eran los mismos que anoche, brillando con algo que no era solo maternal. Se acercó, el kayak tambaleándose ligeramente, y su mano encontró mi pierna, un roce que no era casual. —No deberíamos estar aquí, solos, después de… lo que pasó.

No respondí. No podía. Su mano subió un poco más, su toque firme, y por un momento, todo se detuvo: el río, el calor, el mundo. Yo no aguanté más, cogí a mi madre de la cara y le planté un beso ahí mismo. Parece que eso es lo que necesitaba ella, porque después de ese beso se lanzó encima de mi y me dio uno mucho más largo. Pudimos bajarnos a un lado del río y dejar el kayak durante unos minutos.

Yo estaba con la entrepierna que me iba a reventar, quería que mi madre se quitara el bikini y ver ese cuerpazo. -Hijo quiero probarte ahora mismo, me tienes totalmente mojada desde anoche- exclamó mi madre. Yo no lo dudé, me senté en el suelo y apoyé mi espalda en una roca, saqué mi pene del pantalón y empecé a masturbarme. Mi madre se quitó la parte de arriba del bikini, y WOW que tetas tan perfectas pensé. Sin mediar palabra mi madre se acercó a mi polla, y dijo: -Hijo hoy toca que me des tu a mi biberón con leche, como yo hacía cuando eras chico-.

Yo no lo podía creer, tenía delante de mi a mi propia madre haciéndome una mamada, se la metía hasta la garganta, como si llevara hambrienta varios días. Yo la cogía del pelo y le ensartaba la boca, no sé por qué, pero necesitaba tenerla como una perra en celo. Yo ya no podía aguantar más, le dije que me iba a correr, y ella no sacó la polla en ningún momento de su boca. Yo exploté completamente dentro, me dieron espasmos y todo.

-Que rica la polla de mi bebé, me darás más leche prontito ¿verdad?-.

+Por supuesto mamita, toda la que quieras-.

Por último nos subimos al kayak. Cuando el río finalmente nos llevó de vuelta al tramo principal, encontramos a mi padre y mi tía esperándonos. Sus rostros estaban encendidos, sus respiraciones agitadas, como si también hubieran tenido su propio momento. Mi tía, con el cabello desordenado y una sonrisa torcida, tenía ese brillo en los ojos que conocía tan bien, el mismo que había visto después de nuestras noches juntos. Mi padre, por su parte, evitaba mirarme directamente, pero la forma en que sus manos temblaban al sujetar el remo me decía todo lo que necesitaba saber.

Nadie dijo nada. El guía nos llevó de vuelta a la orilla, y mientras caminábamos hacia la villa, el sol poniéndose detrás de los olivos, el silencio entre nosotros era más elocuente que cualquier palabra. Mi madre caminaba a mi lado, su hombro rozando el mío, y mi tía, unos pasos adelante, se giró una vez, sus ojos encontrando los míos con una promesa silenciosa. Mi padre, detrás, parecía perdido en sus pensamientos, pero su mirada seguía volviendo a mi tía, a mi madre, a mí.

De vuelta en la villa, la puerta de nuestra habitación quedó entreabierta otra vez, como si la propia Crema estuviera invitándonos a seguir este juego. Y mientras el canto de los grillos llenaba la noche, supe que este viaje, este torbellino de deseos y secretos, no tenía fin.
 
Lectores necesito leeros, yo también me pajeo viendo los comentarios que dejáis, así que me encantaría que comenten cosas y si son morbozas mejor. Espero que sigáis disfrutando de esto.
 
Solamente imaginar lo que habrán hecho el padre y la tía me pone malo. Y el saber que el hijo, pronto entrara por donde salio, más aún.
Pero lo que mas guarro me ponezes saber que todos lo saben,nadie dice nada,todos disfrutan y tienen esa tensión tan interesante. Al final estoy casi convencido que habrá una orgia familiar en toda regla.
Y ahí si que me gustaría saber todoooos los detalles para poderme meter en la situación, tanto como si fuera uno mas de ellos.
Gracias por sacarnos la leche y por sacártela también tú.Este relato se merece una buena deslechada por parte de todos nosotros lectores pajilleros.
 
Lectores necesito leeros, yo también me pajeo viendo los comentarios que dejáis, así que me encantaría que comenten cosas y si son morbozas mejor. Espero que sigáis disfrutando de esto.
Pues yo me hago unas pajas tremendas me corro como si no hubiese un mañana con cada capitulo
 
Solamente imaginar lo que habrán hecho el padre y la tía me pone malo. Y el saber que el hijo, pronto entrara por donde salio, más aún.
Pero lo que mas guarro me ponezes saber que todos lo saben,nadie dice nada,todos disfrutan y tienen esa tensión tan interesante. Al final estoy casi convencido que habrá una orgia familiar en toda regla.
Y ahí si que me gustaría saber todoooos los detalles para poderme meter en la situación, tanto como si fuera uno mas de ellos.
Gracias por sacarnos la leche y por sacártela también tú.Este relato se merece una buena deslechada por parte de todos nosotros lectores pajilleros.
Si hay una orgía familiar habrá todo tipo de detalles del encuentro, del primero hasta el último. Y me pone más cachondo aún saber que te deslechas leyendo, es un placer para mí.
 
Capítulo 7.1: La otra bifurcación. Visión de mi padre y mi tía.

El río se abrió ante nosotros, un espejo verde bajo el sol de Crema, pero mi mente no estaba en el paisaje. La hermana de mi mujer, sentada delante de mí en el kayak, remaba con una calma que contrastaba con la tormenta que llevaba dentro desde anoche. Su bikini negro, aún húmedo de la piscina, se pegaba a su piel, marcando cada curva, y cada movimiento de sus hombros, cada palada, hacía que mis ojos se desviaran, aunque sabía que no debería. Pero joder, después de lo que había pasado en la villa —las puertas entreabiertas, las miradas de mi mujer, el calor de esta maldita ciudad—, ya no sabía dónde estaba la línea.

Ella se giró un momento, su cabello desordenado cayendo sobre un hombro, y me pilló mirándola. Sonrió, una sonrisa que no era solo amistosa, sino algo más oscuro, algo que me recordaba a la noche en que escuchamos esos ruidos desde su habitación. “Sigue remando, cuñado”, dijo, su voz baja, casi un ronroneo, y volvió a mirar al frente, pero la forma en que arqueó la espalda, dejando que el bikini se tensara, no era casual.

El río nos traicionó, o tal vez fue Crema jugando con nosotros otra vez. Una corriente fuerte nos empujó hacia una bifurcación, alejándonos del kayak de mi mujer y mi hijo. No lo vimos venir; un momento estábamos detrás de ellos, y al siguiente, el agua nos llevó por un brazo más estrecho, rodeado de juncos altos y árboles que proyectaban sombras frescas. El kayak se detuvo en una orilla cubierta de musgo, atrapado entre raíces, y el silencio del río se cerró a nuestro alrededor, roto solo por el zumbido de los insectos y el latido de mi corazón en los oídos.

“Vaya mierda de guía”, murmuré, intentando sonar casual, pero mi voz salió más ronca de lo que quería. La tía se rió, una risa suave que me puso la piel de gallina. Se giró en el kayak, enfrentándome, sus piernas rozando las mías en el espacio reducido. Sus ojos, brillando bajo la sombra de los árboles, tenían esa misma chispa que había visto en la piscina, cuando se untaba crema solar sabiendo que todos la mirábamos.

“No es tan malo estar atrapados, ¿verdad?” dijo, inclinándose hacia mí, su mano apoyada en mi rodilla para mantener el equilibrio. El kayak tambaleó, pero ninguno de los dos se movió para estabilizarlo. Su toque, ligero pero firme, era como una chispa, y el recuerdo de los gemidos que escuché anoche, de ella con mi hijo, me golpeó con fuerza. No debería sentir esto, no con la hermana de mi mujer, no después de todo, pero el calor de Crema, el río, esta maldita villa… todo conspiraba contra mí.

“No deberíamos…” empecé, pero mi voz se apagó cuando su mano subió un poco más, sus dedos rozando el borde de mis bermudas. No era un toque inocente, y la forma en que me miró, con los labios entreabiertos, me decía que ella también lo sabía. “No deberíamos” sonaba débil, incluso para mí.

Ella se acercó más, el kayak crujiendo bajo nuestro peso, su aliento cálido contra mi cuello. “Nadie nos ve”, susurró, su voz cargada de algo que no era solo deseo, sino desafío, como si quisiera romper todas las reglas que nos ataban. “Y después de anoche… sé que tú también lo sientes.”

No lo negué. No podía. El morbo de lo que había escuchado, de lo que mi mujer había confesado, de las puertas entreabiertas, estaba ahí, quemándome por dentro. Su mano se movió, un roce más audaz, ella metió la mano dentro de mis bermudas y por fin agarró mi polla. -Quédate tranquilo, vamos a hacer esto rápido-. Exclamó ella.

Me bajó las bermudas, ella hizo su bikini a un lado, y sin preguntar se sentó encima de mi y se metió mi polla de una estacada dentro. Calentito, húmedo, suave y follado por mi hijo. -Hazme lo que quieras- dijo. Aproveché que llevaba mi cámara acuática estilo gopro para grabar aventuras. Le dije si podía grabar este momento, ella me respondió que si, pero nada de que se le viera la cara.

Ella me brincaba encima estando en el kayak, era muy inestable, pero nos daba igual, ella se enganchó a mi, sus uñas clavadas en mi espalda, yo logré entender por qué a mi hijo le gustaba tanto su tia.

-No puedo más, voy a correrme-. Le dije a mi cuñada.

-Córrete dentro como ha hecho tu hijo, no te preocupes por nada, llevo un diu-. Dijo ella.

Yo no pude aguantar más, me vinieron mil pensamientos a la cabeza, los gemidos de mi hijo ensartando a su tía, la follada que le metí a mi mujer mientras ellos nos veían. Y finalmente, llené el coño de mi cuñado, ahora mi hijo y yo éramos compañeros de leche. Apagué la cámara, sin saber si había grabado bien o no, simplemente teniendo ese vídeo ahí como morbo, para una posible paja en un futuro.

Ella se apartó, ajustándose el bikini con una calma que contrastaba con el temblor de mis manos. Su cabello estaba desordenado, sus mejillas enrojecidas, y esa sonrisa torcida en sus labios me decía que no había arrepentimiento en ella. “Mejor volvemos antes de que nos busquen”, dijo, su voz suave pero cargada de complicidad, como si acabáramos de compartir un secreto más en esta villa llena de ellos.

Remamos de vuelta, el kayak cortando el agua en silencio. Cuando encontramos a mi mujer y mi hijo en el tramo principal del río, sus rostros también estaban encendidos, sus miradas esquivas, y supe, sin necesidad de palabras, que ellos también habían tenido su momento. La tía me miró, un destello en sus ojos que era tanto promesa como advertencia, y mientras remábamos hacia la orilla, el sol de Crema quemando sobre nosotros, el peso de lo que habíamos hecho —todos nosotros— se asentó como una sombra que no desaparecería.
 
Capítulo 7.1: La otra bifurcación. Visión de mi padre y mi tía.

El río se abrió ante nosotros, un espejo verde bajo el sol de Crema, pero mi mente no estaba en el paisaje. La hermana de mi mujer, sentada delante de mí en el kayak, remaba con una calma que contrastaba con la tormenta que llevaba dentro desde anoche. Su bikini negro, aún húmedo de la piscina, se pegaba a su piel, marcando cada curva, y cada movimiento de sus hombros, cada palada, hacía que mis ojos se desviaran, aunque sabía que no debería. Pero joder, después de lo que había pasado en la villa —las puertas entreabiertas, las miradas de mi mujer, el calor de esta maldita ciudad—, ya no sabía dónde estaba la línea.

Ella se giró un momento, su cabello desordenado cayendo sobre un hombro, y me pilló mirándola. Sonrió, una sonrisa que no era solo amistosa, sino algo más oscuro, algo que me recordaba a la noche en que escuchamos esos ruidos desde su habitación. “Sigue remando, cuñado”, dijo, su voz baja, casi un ronroneo, y volvió a mirar al frente, pero la forma en que arqueó la espalda, dejando que el bikini se tensara, no era casual.

El río nos traicionó, o tal vez fue Crema jugando con nosotros otra vez. Una corriente fuerte nos empujó hacia una bifurcación, alejándonos del kayak de mi mujer y mi hijo. No lo vimos venir; un momento estábamos detrás de ellos, y al siguiente, el agua nos llevó por un brazo más estrecho, rodeado de juncos altos y árboles que proyectaban sombras frescas. El kayak se detuvo en una orilla cubierta de musgo, atrapado entre raíces, y el silencio del río se cerró a nuestro alrededor, roto solo por el zumbido de los insectos y el latido de mi corazón en los oídos.

“Vaya mierda de guía”, murmuré, intentando sonar casual, pero mi voz salió más ronca de lo que quería. La tía se rió, una risa suave que me puso la piel de gallina. Se giró en el kayak, enfrentándome, sus piernas rozando las mías en el espacio reducido. Sus ojos, brillando bajo la sombra de los árboles, tenían esa misma chispa que había visto en la piscina, cuando se untaba crema solar sabiendo que todos la mirábamos.

“No es tan malo estar atrapados, ¿verdad?” dijo, inclinándose hacia mí, su mano apoyada en mi rodilla para mantener el equilibrio. El kayak tambaleó, pero ninguno de los dos se movió para estabilizarlo. Su toque, ligero pero firme, era como una chispa, y el recuerdo de los gemidos que escuché anoche, de ella con mi hijo, me golpeó con fuerza. No debería sentir esto, no con la hermana de mi mujer, no después de todo, pero el calor de Crema, el río, esta maldita villa… todo conspiraba contra mí.

“No deberíamos…” empecé, pero mi voz se apagó cuando su mano subió un poco más, sus dedos rozando el borde de mis bermudas. No era un toque inocente, y la forma en que me miró, con los labios entreabiertos, me decía que ella también lo sabía. “No deberíamos” sonaba débil, incluso para mí.

Ella se acercó más, el kayak crujiendo bajo nuestro peso, su aliento cálido contra mi cuello. “Nadie nos ve”, susurró, su voz cargada de algo que no era solo deseo, sino desafío, como si quisiera romper todas las reglas que nos ataban. “Y después de anoche… sé que tú también lo sientes.”

No lo negué. No podía. El morbo de lo que había escuchado, de lo que mi mujer había confesado, de las puertas entreabiertas, estaba ahí, quemándome por dentro. Su mano se movió, un roce más audaz, ella metió la mano dentro de mis bermudas y por fin agarró mi polla. -Quédate tranquilo, vamos a hacer esto rápido-. Exclamó ella.

Me bajó las bermudas, ella hizo su bikini a un lado, y sin preguntar se sentó encima de mi y se metió mi polla de una estacada dentro. Calentito, húmedo, suave y follado por mi hijo. -Hazme lo que quieras- dijo. Aproveché que llevaba mi cámara acuática estilo gopro para grabar aventuras. Le dije si podía grabar este momento, ella me respondió que si, pero nada de que se le viera la cara.

Ella me brincaba encima estando en el kayak, era muy inestable, pero nos daba igual, ella se enganchó a mi, sus uñas clavadas en mi espalda, yo logré entender por qué a mi hijo le gustaba tanto su tia.

-No puedo más, voy a correrme-. Le dije a mi cuñada.

-Córrete dentro como ha hecho tu hijo, no te preocupes por nada, llevo un diu-. Dijo ella.

Yo no pude aguantar más, me vinieron mil pensamientos a la cabeza, los gemidos de mi hijo ensartando a su tía, la follada que le metí a mi mujer mientras ellos nos veían. Y finalmente, llené el coño de mi cuñado, ahora mi hijo y yo éramos compañeros de leche. Apagué la cámara, sin saber si había grabado bien o no, simplemente teniendo ese vídeo ahí como morbo, para una posible paja en un futuro.

Ella se apartó, ajustándose el bikini con una calma que contrastaba con el temblor de mis manos. Su cabello estaba desordenado, sus mejillas enrojecidas, y esa sonrisa torcida en sus labios me decía que no había arrepentimiento en ella. “Mejor volvemos antes de que nos busquen”, dijo, su voz suave pero cargada de complicidad, como si acabáramos de compartir un secreto más en esta villa llena de ellos.

Remamos de vuelta, el kayak cortando el agua en silencio. Cuando encontramos a mi mujer y mi hijo en el tramo principal del río, sus rostros también estaban encendidos, sus miradas esquivas, y supe, sin necesidad de palabras, que ellos también habían tenido su momento. La tía me miró, un destello en sus ojos que era tanto promesa como advertencia, y mientras remábamos hacia la orilla, el sol de Crema quemando sobre nosotros, el peso de lo que habíamos hecho —todos nosotros— se asentó como una sombra que no desaparecería.
Siempre dejando la historia en lo mas alto. GRACIAS!!!
 
Capítulo 7.1: La otra bifurcación. Visión de mi padre y mi tía.

El río se abrió ante nosotros, un espejo verde bajo el sol de Crema, pero mi mente no estaba en el paisaje. La hermana de mi mujer, sentada delante de mí en el kayak, remaba con una calma que contrastaba con la tormenta que llevaba dentro desde anoche. Su bikini negro, aún húmedo de la piscina, se pegaba a su piel, marcando cada curva, y cada movimiento de sus hombros, cada palada, hacía que mis ojos se desviaran, aunque sabía que no debería. Pero joder, después de lo que había pasado en la villa —las puertas entreabiertas, las miradas de mi mujer, el calor de esta maldita ciudad—, ya no sabía dónde estaba la línea.

Ella se giró un momento, su cabello desordenado cayendo sobre un hombro, y me pilló mirándola. Sonrió, una sonrisa que no era solo amistosa, sino algo más oscuro, algo que me recordaba a la noche en que escuchamos esos ruidos desde su habitación. “Sigue remando, cuñado”, dijo, su voz baja, casi un ronroneo, y volvió a mirar al frente, pero la forma en que arqueó la espalda, dejando que el bikini se tensara, no era casual.

El río nos traicionó, o tal vez fue Crema jugando con nosotros otra vez. Una corriente fuerte nos empujó hacia una bifurcación, alejándonos del kayak de mi mujer y mi hijo. No lo vimos venir; un momento estábamos detrás de ellos, y al siguiente, el agua nos llevó por un brazo más estrecho, rodeado de juncos altos y árboles que proyectaban sombras frescas. El kayak se detuvo en una orilla cubierta de musgo, atrapado entre raíces, y el silencio del río se cerró a nuestro alrededor, roto solo por el zumbido de los insectos y el latido de mi corazón en los oídos.

“Vaya mierda de guía”, murmuré, intentando sonar casual, pero mi voz salió más ronca de lo que quería. La tía se rió, una risa suave que me puso la piel de gallina. Se giró en el kayak, enfrentándome, sus piernas rozando las mías en el espacio reducido. Sus ojos, brillando bajo la sombra de los árboles, tenían esa misma chispa que había visto en la piscina, cuando se untaba crema solar sabiendo que todos la mirábamos.

“No es tan malo estar atrapados, ¿verdad?” dijo, inclinándose hacia mí, su mano apoyada en mi rodilla para mantener el equilibrio. El kayak tambaleó, pero ninguno de los dos se movió para estabilizarlo. Su toque, ligero pero firme, era como una chispa, y el recuerdo de los gemidos que escuché anoche, de ella con mi hijo, me golpeó con fuerza. No debería sentir esto, no con la hermana de mi mujer, no después de todo, pero el calor de Crema, el río, esta maldita villa… todo conspiraba contra mí.

“No deberíamos…” empecé, pero mi voz se apagó cuando su mano subió un poco más, sus dedos rozando el borde de mis bermudas. No era un toque inocente, y la forma en que me miró, con los labios entreabiertos, me decía que ella también lo sabía. “No deberíamos” sonaba débil, incluso para mí.

Ella se acercó más, el kayak crujiendo bajo nuestro peso, su aliento cálido contra mi cuello. “Nadie nos ve”, susurró, su voz cargada de algo que no era solo deseo, sino desafío, como si quisiera romper todas las reglas que nos ataban. “Y después de anoche… sé que tú también lo sientes.”

No lo negué. No podía. El morbo de lo que había escuchado, de lo que mi mujer había confesado, de las puertas entreabiertas, estaba ahí, quemándome por dentro. Su mano se movió, un roce más audaz, ella metió la mano dentro de mis bermudas y por fin agarró mi polla. -Quédate tranquilo, vamos a hacer esto rápido-. Exclamó ella.

Me bajó las bermudas, ella hizo su bikini a un lado, y sin preguntar se sentó encima de mi y se metió mi polla de una estacada dentro. Calentito, húmedo, suave y follado por mi hijo. -Hazme lo que quieras- dijo. Aproveché que llevaba mi cámara acuática estilo gopro para grabar aventuras. Le dije si podía grabar este momento, ella me respondió que si, pero nada de que se le viera la cara.

Ella me brincaba encima estando en el kayak, era muy inestable, pero nos daba igual, ella se enganchó a mi, sus uñas clavadas en mi espalda, yo logré entender por qué a mi hijo le gustaba tanto su tia.

-No puedo más, voy a correrme-. Le dije a mi cuñada.

-Córrete dentro como ha hecho tu hijo, no te preocupes por nada, llevo un diu-. Dijo ella.

Yo no pude aguantar más, me vinieron mil pensamientos a la cabeza, los gemidos de mi hijo ensartando a su tía, la follada que le metí a mi mujer mientras ellos nos veían. Y finalmente, llené el coño de mi cuñado, ahora mi hijo y yo éramos compañeros de leche. Apagué la cámara, sin saber si había grabado bien o no, simplemente teniendo ese vídeo ahí como morbo, para una posible paja en un futuro.

Ella se apartó, ajustándose el bikini con una calma que contrastaba con el temblor de mis manos. Su cabello estaba desordenado, sus mejillas enrojecidas, y esa sonrisa torcida en sus labios me decía que no había arrepentimiento en ella. “Mejor volvemos antes de que nos busquen”, dijo, su voz suave pero cargada de complicidad, como si acabáramos de compartir un secreto más en esta villa llena de ellos.

Remamos de vuelta, el kayak cortando el agua en silencio. Cuando encontramos a mi mujer y mi hijo en el tramo principal del río, sus rostros también estaban encendidos, sus miradas esquivas, y supe, sin necesidad de palabras, que ellos también habían tenido su momento. La tía me miró, un destello en sus ojos que era tanto promesa como advertencia, y mientras remábamos hacia la orilla, el sol de Crema quemando sobre nosotros, el peso de lo que habíamos hecho —todos nosotros— se asentó como una sombra que no desaparecería.
Bfff me está encantando, ya que has dejado una foto de tu tia, al menos a mí me encantaría ver a tu madre jejejej
 

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