El verano con mi tía

Hacía muchísimo que no me excitaba tanto con una historia y además he podido leer todos los capítulos del tirón. Estoy en el despacho, desnudo de cintura para abajo y pajeándome esperando la corrida que no va a tardar en llegar y seguro que va a ser abundante. Deseando que lleguen las próximas entregas y que todo "degenere" más todavía!!!!
 
jamas haria nada con mi madre... me repugna pensarlo.

Pero me pone mil este relato.
 
Capítulo 8: Bajo las máscaras

El sol de Crema seguía abrasando, como si quisiera quemar los secretos que la villa guardaba en sus sombras. Después del río —el momento con mi madre en el kayak, la mirada de mi tía con ese brillo que delataba lo que había pasado con mi padre—, el aire entre nosotros estaba más cargado que nunca. Nadie hablaba de lo ocurrido, pero los roces, las miradas furtivas, eran un lenguaje que todos entendíamos. Mi tía, al entrar en la villa, me rozó la mano con una sonrisa torcida, y mi madre, al pasar, me miró con unos ojos que no eran solo maternales. Mi padre, más callado de lo habitual, parecía perdido en sus pensamientos, pero sus ojos seguían a mi tía como si compartieran algo que no podía nombrarse.

Esa noche, durante la cena en el patio, mi madre sacó el tema de una invitación que había llegado por la mañana: una fiesta de disfraces al estilo veneciano en una villa cercana, programada para la noche siguiente. “Máscaras, trajes, todo muy… dramático”, dijo, su voz ligera pero con un matiz que me puso en alerta. “Podría ser una noche para olvidar… o para recordar.”

Mi tía alzó una ceja, sus labios curvándose en una sonrisa que era puro desafío. “¿Máscaras? Suena a que podemos ser quienes realmente queremos por una noche.” Su mirada se cruzó con la mía, y el morbo de sus palabras me golpeó como una corriente eléctrica. Mi padre, bebiendo un sorbo de vino, asintió sin decir mucho, pero sus ojos se detuvieron en mi tía un segundo de más, y supe que él también estaba atrapado en este juego.

Decidimos que al día siguiente nos dividiríamos para comprar los disfraces en el pueblo: mi madre y mi tía irían juntas a una boutique de trajes, mientras mi padre y yo buscaríamos los nuestros en otra tienda. La idea de separarnos, después de todo lo que había pasado, me ponía nervioso, pero también me intrigaba. ¿Qué dirían ellas, solas? ¿Qué sabía mi padre, después de su momento con mi tía en el río?

A la mañana siguiente, mi madre y mi tía se fueron temprano, riendo mientras subían al coche, sus vestidos ligeros ondeando bajo el sol de Crema. Mi padre y yo nos quedamos en la villa, el silencio entre nosotros pesado, como si ambos supiéramos que había cosas que no podíamos decir en voz alta. Estaba recogiendo mis cosas para salir cuando mi padre me llamó desde el salón, su voz más baja de lo habitual, con un tono que me puso la piel de gallina.

“Ven un momento”, dijo, sentado en el sofá, su teléfono en la mano, la pantalla oscura pero brillando con la promesa de algo prohibido. Me senté a su lado, mi pulso acelerándose, y cuando giró el teléfono hacia mí, supe que lo que iba a ver cambiaría todo.

Tocó la pantalla, y un video comenzó a reproducirse. La imagen era clara, nítida, como si el sol de Crema hubiera conspirado para capturar cada detalle. Era mi tía, en el kayak, el río reflejando la luz detrás de ella. Su bikini negro estaba desajustado, dejando entrever la curva de su cuerpo, y el movimiento del kayak, lento y rítmico, acompañaba su respiración entrecortada. No se veía todo, pero no hacía falta: la forma en que se movía, la intensidad en su rostro, el murmullo de su voz diciendo algo que no alcanzaba a distinguir… era suficiente. Mi padre lo había grabado, y la calidad era tan buena que cada sombra, cada gota de agua en su piel, era como una invitación a perderse en el momento.

Podía ver a mi tía cabalgando a mi padre, al mismo tiempo que probablemente yo estaba follándome a mi madre.
-¿Te apetece una paja entre colegas?-Dijo mi padre.
-Claro que si- le respondí.
Mi padre se bajó los pantalones y su polla saltó de lo empalmado que estaba, yo hice lo mismo. Se escupió la mano que no sujetaba el movil y empezó a pajearse, yo lo seguí.

-Mira que puta cachonda es tu tia, ahora entiendo por qué te la has estado follando, es igual de guarra que tu madre-.
-Las dos son nuestras guarras papá-.

Yo no podía dejar de mirar la polla de mi padre y el vídeo. Estaba tan caliente que agarré la de polla de mi padre. Y ahí estaba yo, con la polla de mi padre en la mano izquierda, la mía en la derecha y viendo el video porno juntos. Después de un rato mi padre empezó a jadear: Me corro, me voy a correr hijo, sigue dandole.

Y finalmente mi padre empezó a soltar ese rico veneno blanco, su barriga llena de semen, mi mano llena de semen, y viendo eso yo estaba a punto de correrme.

-Me toca a mi papá, voy a correrme.-

Mi padre no dudó ni un segundo, agarro mi polla y empezó a pajearme rápido. Exploté en su mano, finalmente yo también me había corrido y joder, que paja más satisfactoria.

Finalmente, mi padre apagó el teléfono, guardándolo con un movimiento rápido. “No se lo digas a tu madre”, dijo, su voz firme pero temblando ligeramente. “Ni a ella. Esto queda entre nosotros.”

Asentí, el corazón latiéndome con fuerza, el calor del morbo aún quemándome por dentro. Nos levantamos, casi sin mirarnos, nos duchamos y fuimos al pueblo a buscar los disfraces. La tienda estaba llena de máscaras doradas, capas de terciopelo y plumas que parecían sacadas de un sueño. Elegí una máscara negra, sencilla pero misteriosa, mientras mi padre se decidió por una plateada, sus manos aún temblando ligeramente mientras pagaba. No hablamos del video, pero estaba ahí, entre nosotros, como una puerta entreabierta que no podíamos cerrar.

Cuando regresamos a la villa, mi madre y mi tía ya estaban allí, riendo en el patio con bolsas llenas de telas brillantes y máscaras adornadas con plumas. Mi madre me miró, su sonrisa más cálida de lo habitual, y mi tía, al pasar, rozó mi mano con la suya, un gesto que me hizo estremecer. Sus máscaras, colgadas en la mesa, parecían observar, como si supieran lo que todos escondíamos. Mi padre, a mi lado, evitó mirar a mi tía directamente, pero la tensión en su postura lo delataba.

Esa noche, mientras el sol se ponía y nos preparábamos para la fiesta veneciana, la villa vibraba con una energía que no podía ignorar. Las puertas entreabiertas, el video que mi padre y yo habíamos visto, los secretos que todos cargábamos… todo se mezclaba con la promesa de una noche donde las máscaras nos permitirían ser quienes no deberíamos. Y mientras me ponía mi disfraz, ajustando la máscara negra sobre mi rostro, supe que Crema, con su calor y sus sombras, estaba a punto de llevarnos aún más lejos en este juego sin fin.
 
Hacía muchísimo que no me excitaba tanto con una historia y además he podido leer todos los capítulos del tirón. Estoy en el despacho, desnudo de cintura para abajo y pajeándome esperando la corrida que no va a tardar en llegar y seguro que va a ser abundante. Deseando que lleguen las próximas entregas y que todo "degenere" más todavía!!!!
Pues allá vamos con un nuevo capítulo para saciar ese morbo que tienes, me pone cachondo que me digas que sacas leche leyéndome, muchas gracias🤤
 
Te tienes que masturbar leyendo, pero lo mejor de todo es que esta paja se alarga en el tiempo dejandonos cada capítulo en un estado de excitación para empalmar (nunca mejor dicho) con el siguiente capítulo.Buff
 
Capítulo 6: El filo de la noche



El golpe en la puerta aún resonaba en mi cabeza, un eco del torbellino que mi tía y yo habíamos desatado en esta villa. Mi madre estaba al otro lado, su voz firme pero cargada de algo que me ponía los nervios en punta. “Tenemos que hablar de anoche”, había dicho, y esas palabras cortaban el aire denso de la habitación como un cuchillo. Mi tía, con la camiseta a medio poner y la sábana cayendo al suelo, me miró con los ojos abiertos, una mezcla de pánico y esa chispa de desafío que no la abandonaba. Yo, con los pantalones cortos puestos a medias, sentía el corazón en la garganta, pero también ese maldito calor que no me dejaba en paz. El morbo de lo que habíamos hecho, de lo que habíamos visto, de la puerta entreabierta… y ahora, la posibilidad de que mi madre supiera algo, solo lo hacía más intenso.



—Abre —susurró mi tía, su voz temblando pero con un matiz que me decía que ella también estaba atrapada en este juego. Me acerqué a la puerta, mi mano dudando en el pestillo, pero antes de que pudiera girarlo, la puerta se abrió de golpe.



Mi madre estaba allí, en camisón, su cabello suelto cayendo sobre los hombros, sus ojos brillando bajo la luz ámbar que se filtraba desde el pasillo. No dijo nada al principio, solo nos miró, primero a mí, luego a mi tía, y el silencio era tan pesado que podía sentirlo en la piel. La habitación olía a sudor, a deseo, y las sábanas deshechas eran una prueba que no podíamos ocultar.



—Os vi —dijo finalmente, su voz baja, casi un murmullo, pero cargada de una intensidad que me hizo tragar saliva—. Anoche. La puerta no estaba cerrada. Y… no debería decir esto, pero no pude apartar la mirada.



Mi tía soltó un jadeo, sus manos apretando la camiseta contra su pecho, pero no se movió. Yo estaba congelado, mi mente dando vueltas. La imagen de mi madre espiándonos, sus ojos en nosotros mientras nos perdíamos en el calor del momento, me golpeó con una fuerza que no esperaba. Y, maldita sea, no era solo miedo. Era ese morbo retorcido que seguía creciendo, alimentado por la idea de que ella no solo nos había visto, sino que había sentido algo.



—Hermana… —empezó mi tía, su voz temblorosa, pero mi madre levantó una mano para callarla.



—No. No digas nada —dijo, entrando en la habitación y cerrando la puerta detrás de ella. El clic del pestillo resonó como un disparo. Se acercó, sus ojos clavados en mí, y por un instante, vi algo en ellos, no enfado, sino una curiosidad cruda, casi animal. Su mano se movió, rozando mi pecho, bajando lentamente hasta el borde de mis pantalones cortos. Sus dedos, fríos contra mi piel caliente, me tocaron brevemente, un roce fugaz pero firme sobre mi entrepierna que me hizo jadear. Fue rápido, casi imperceptible, pero suficiente para que mi cuerpo reaccionara, el morbo explotando en mi pecho como una bomba.



—Me encantaría tenerte dentro de mi hijo, al igual que haces con mi hermana —susurró mi madre, retrocediendo un paso, sus mejillas enrojecidas, sus ojos brillando con algo que no era solo culpa—. Pero… veros así, tan… desatados, me hizo algo.



Mi tía se levantó, dejando caer la camiseta al suelo, su cuerpo desnudo expuesto sin un ápice de vergüenza. —Si nos viste, entonces sabes lo que sentimos —dijo, su voz firme ahora, desafiante—. Y si te quedaste mirando, es porque tú también lo sentiste.



Mi madre no respondió. Sus ojos pasaron de mi tía a mí, y luego, con un movimiento brusco, se giró hacia la puerta. —No puedo quedarme —dijo, su voz quebrándose—. Tu padre está dormido, pero… no sé cuánto tiempo podemos seguir con esto sin que todo se rompa. Solo… sed discretos.



Y con eso, salió, dejando la puerta entreabierta, como un eco cruel de la noche anterior. Mi tía y yo nos quedamos en silencio, nuestros cuerpos aún vibrando, el aire cargado de lo que acababa de pasar. La habitación parecía más pequeña, las paredes más cercanas, como si la villa misma estuviera conspirando para mantenernos atrapados en este juego.



Mi tía se giró hacia mí, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y deseo. —Tu madre… —empezó, su voz baja, casi un gruñido—. Ella también lo siente. Esto no va a parar.



No respondí. Mi mente estaba enredada en el toque de mi madre, en la forma en que sus ojos habían brillado, en el morbo que nos unía a todos. Pero antes de que pudiéramos decir más, mi tía se levantó, recogiendo un vestido ligero del suelo. —Vamos a cenar fuera —dijo, su tono decidido, como si necesitara salir de esta habitación, de esta villa, para respirar—. Necesitamos despejarnos.



Asentí, aunque el calor en mi cuerpo no se apagaba. Nos vestimos en silencio, pero cuando mi tía se puso el vestido, noté algo: no se puso bragas. La tela ligera se ajustaba a sus caderas, y la idea de que iba así, expuesta bajo esa fina capa de ropa, me encendió de nuevo. Ella me miró, una sonrisa torcida en los labios, como si supiera exactamente lo que estaba pensando.



—No digas nada —dijo, guiñándome un ojo—. Vamos.



Salimos de la villa, dejando atrás la puerta entreabierta y el peso de lo que mi madre había dicho. Caminamos por las calles empedradas de Crema hasta un pequeño restaurante al aire libre, con mesas iluminadas por velas y el aroma de albahaca y vino flotando en el aire. Nos sentamos en una mesa apartada, el bullicio de los comensales amortiguando la tensión que aún llevábamos encima.



El camarero, un tipo joven con ojos oscuros y una sonrisa demasiado confiada, no tardó en fijarse en mi tía. Su vestido, ajustado y ligeramente transparente bajo la luz de las velas, dejaba poco a la imaginación, y él no disimulaba sus miradas. Cuando vino a tomar nuestro pedido, se inclinó más de lo necesario, su voz melosa mientras hablaba con ella.



—Signorina, el vino tinto de la casa es perfecto para una noche como esta —dijo, sus ojos recorriéndola sin pudor—. ¿O prefieres algo más… atrevido?



Mi tía sonrió, inclinándose hacia él, su mano rozando la copa de agua en un gesto que parecía casual pero no lo era. —Atrevido suena bien —dijo, su voz baja, casi un ronroneo—. Sorpréndeme.



El camarero se rió, claramente encantado, y cuando se alejó, mi tía me miró, sus ojos brillando con picardía. —Le gusta el juego —susurró, cruzando las piernas bajo la mesa, el movimiento haciendo que el vestido subiera un poco, recordándome que no llevaba nada debajo—. Y tú… ¿estás celoso?



No respondí, pero el calor en mi pecho era innegable. La idea de que ella, sin bragas, estuviera coqueteando con ese tipo justo después de lo que había pasado con mi madre, era como echar gasolina al fuego. Cada vez que el camarero volvía, con una botella de vino o un plato de pasta, sus ojos se detenían en mi tía, y ella respondía con una sonrisa, un roce de dedos al pasarle la copa, un juego que me ponía al borde.



—¿No te da miedo? —pregunté finalmente, mi voz baja, mientras el camarero se alejaba de nuevo—. Después de lo de mi madre, seguir así… aquí, en público.



Ella se inclinó sobre la mesa, sus labios a centímetros de los míos, el vestido deslizándose ligeramente para revelar más de lo que debería. —Miedo no —dijo, su voz cargada de desafío—. Me pone. Y a ti también, no lo niegues.



No lo negué. El resto de la cena fue un torbellino de miradas, roces y ese morbo que no nos dejaba en paz. Cuando volvimos a la villa, la puerta de la habitación de mis padres estaba cerrada, pero la nuestra… la dejamos entreabierta, como una invitación, un desafío. Y mientras mi tía me empujaba hacia la cama, el recuerdo del camarero, de mi madre, de todo lo que esta villa había desatado, me consumía.



Esto no iba a parar. Y, joder, no quería que parara.

Continuará.

Para este final de capítulo, he decidido dejar una foto de mi tia real, sino gusta puedo dejar de hacerlo, pero me encantaría empezar a dejar fotos como dinámica al final de algunos capítulos.

En este caso dejo una fotito del traje que se ha puesto en la historia, y dejo como salió para esa cena solos.
Ufff!! Es un bombón 😍
 
SORPRESA PARA EL CAPÍTULO 9

¡Buenas a todos!, Primero que nada quería dar gracias por seguir este relato y porque os guste tanto. Para el Capítulo 9, quiero que forméis parte de la historia, para ello si os apetece podéis crear un personaje, el cual esté en una fiesta de disfraces veneciana que será de lo que tratará el siguiente capítulo (¿Tal vez habrá una orgía en esa fiesta? Bueno quien sabe).
Para que podáis tener vuestro personaje dentro de la historia, me gustaría que me hablarais por privado, ahora os doy algunos ejemplos:
  • Nombre del personaje: Un alias evocador, como “El Cuervo Plateado” o “Dama de Sombras”.
  • Apariencia: Descripción de su aspecto, incluyendo máscara o disfraz.
  • Personalidad/Motivaciones: ¿Es seductor, misterioso o provocador? ¿Qué busca en la fiesta?
  • Rol en la historia: ¿Cómo interactúa con el protagonista, la tía, la madre o el padre? ¿Le gustaría follarse a alguno de los cuatro?
  • Detalles adicionales: Un rasgo único, un objeto (por ejemplo, un colgante) o una frase memorable que pueda decir.
  • Cómo se integrará el personaje:
    Los personajes propuestos aparecerán en la fiesta, entre máscaras y un ambiente cargado de deseo. Podrán desencadenar conflictos, revelar secretos o intensificar el juego de la familia. Me aseguraré de que encajen en la atmósfera de Crema y la narrativa.
  • Por qué participar:
    Es una oportunidad para dejar su huella en la historia. Los mensajes privados garantizan anonimato, lo que ayuda a crear más morbo a la historia, así todos los que comentáis normalmente en esta historia podéis tener una fantasía estando en ella.
  • Cómo participar:
    Enviadme un mensaje privado. No se requiere información personal, todo será anónimo. Seleccionaré las ideas que mejor se adapten al Capítulo 9. Y otras las utilizaré más adelante.

    Ejemplo para inspirarse:
    Un personaje como “Sombra Escarlata”: lleva una máscara roja y capa negra, observa al protagonista y susurra “Sé que te follas a tu tía”. ¿Provocará celos en la tía o intriga en la madre?

    Muchas gracias por leerme y espero de verdad que os animéis y os guste esta idea. La fecha limite para enviar tu personaje o tu idea será hasta el día 20/06, para poder empezar a escribir el capítulo 9.
 
Lectores necesito leeros, yo también me pajeo viendo los comentarios que dejáis, así que me encantaría que comenten cosas y si son morbozas mejor. Espero que sigáis disfrutando de esto.
Me pone muy burro imaginar a tu madre comiendote la polla como una perra cachonda hasta llenar su boca de leche caliente. Ya sabes cual es el próximo paso: una buena follada hasta reventar.
 
Capítulo 9: El vals de las máscaras

El crepúsculo en Crema envolvía los viñedos en un resplandor carmesí, como si la ciudad supiera lo que la noche nos deparaba. La villa estaba en calma, pero el aire vibraba con una tensión que nos tenía a todos al borde. Después del video que mi padre me mostró, las risas de mi madre y mi tía planeando sus disfraces, y las miradas que intercambiamos en el patio, la fiesta de disfraces veneciana se sentía como el clímax de algo que llevábamos días construyendo. Una puerta más, entreabierta, lista para ser cruzada.

Me puse la máscara negra, sencilla pero elegante, que dejaba solo mis ojos al descubierto. El traje oscuro, con una capa que rozaba el suelo, me hacía sentir como un desconocido incluso para mí mismo. Mi tía entró en la habitación, su vestido escarlata ceñido al cuerpo como una segunda piel, con una máscara de plumas negras que le daba un aire felino. Sus ojos, brillando tras la máscara, se clavaron en los míos, y su sonrisa fue un destello de peligro.

“Estás… irreconocible”, dijo, su voz baja, acercándose hasta que su perfume me envolvió. “Con las máscaras, esta noche… todo puede pasar.”

Antes de que pudiera responder, mi madre apareció en la puerta, su vestido dorado reluciendo bajo las lámparas, con una máscara blanca de encaje que ocultaba todo menos sus ojos, intensos y desafiantes. “Es hora”, dijo, su tono suave pero cargado de promesas. Mi padre, con su máscara plateada y una capa negra, estaba detrás, su silencio más pesado que cualquier palabra. Nos miramos los cuatro, y el peso de los secretos —el río, el video, las puertas entreabiertas— llenó la habitación como una corriente eléctrica.

Llegamos a la villa vecina al anochecer, un palacio de mármol rodeado de jardines iluminados por antorchas. La música, un vals lento y envolvente, se filtraba desde el interior, mezclándose con risas y susurros. Los invitados, todos enmascarados, se movían como sombras bajo candelabros de cristal, sus disfraces un torbellino de terciopelo, plumas y joyas. Pero había algo en el ambiente, un calor que iba más allá del verano de Crema, una tensión que hacía que cada mirada, cada roce, estuviera cargado de intención. Esta fiesta no era solo un baile. Era un escenario donde los deseos se liberaban, donde las máscaras borraban las reglas del día.

Entramos juntos, pero la multitud pronto nos dispersó. Vi a mi tía deslizarse entre los invitados, su vestido escarlata destacando como una llama. Un hombre con una máscara dorada y capa azul la interceptó, inclinándose para susurrarle algo que la hizo reír, un sonido que me aceleró el pulso. Mi madre, a mi lado, rozó mi brazo, sus dedos deteniéndose más de lo necesario. “Cuidado con lo que buscas esta noche”, murmuró, antes de ser arrastrada por un grupo de mujeres enmascaradas que levantaban copas de vino.

Mi padre se quedó cerca, pero sus ojos seguían a mi tía, y cuando un segundo hombre misterioso, con una máscara negra y una capa bordada con hilos plateados, se acercó a ella, no se movió. Los dos hombres, desconocidos pero con una presencia magnética, parecían saber cómo jugar en este ambiente. El de la máscara dorada tomó la mano de mi tía, guiándola a la pista de baile, mientras el de la máscara negra se inclinó hacia ella, sus palabras inaudibles pero su efecto evidente en la forma en que mi tía arqueó el cuello, respondiendo con una sonrisa.

Mi tía estaba en mitad de la pista, bailando con dos hombres, mientras uno de ellos le estaba tocando el culo, el otro estaba de frente besándole el cuello, mi tia no podía parar de retorcerse, se notaba que esos dos hombres la estaban poniendo muy cachonda y mojada.

Me giré, buscando a mi madre, y la encontré en un rincón del salón, rodeada de velas y cortinas de terciopelo. Un tercer hombre, también enmascarado, le ofrecía una copa, pero sus ojos estaban fijos en mí, como si me invitara a acercarme. Me acerqué, mi corazón latiendo con fuerza, y cuando estuve a su lado, su mano encontró la mía, un toque que era tanto desafío como invitación. “Esto es lo que querías, ¿no?” susurró, su voz amortiguada por la máscara pero inconfundible. El calor de su aliento, la presión de sus dedos, me hicieron olvidar dónde estábamos.

Hola desconocida. -Le dije. Ella sin pensarlo dos veces me besó la boca, su mano bajó hacía mi polla que empezó a ponerse dura al instante. Esta noche vas a darme todo lo que te pida ¿entiendes? -murmuró mi madre-. Por supuesto bella desconocida, todo lo que tu me pidas.

La fiesta se volvió más densa a medida que la noche avanzaba. La música se ralentizó, los candelabros proyectaban sombras que parecían danzar con los invitados. Vi a mi tía en un balcón, el hombre de la máscara dorada a un lado, su mano rozando su cintura, mientras el de la máscara negra se unía, sus movimientos sincronizados, como si compartieran un secreto. Mi padre estaba cerca, observándolos, pero no con enfado, sino con una fascinación que me recordaba al sofá, al video. Me miró, y por un instante, nuestras máscaras no ocultaron lo que sentíamos: un deseo que nos unía a todos en esta danza sin reglas.

Mi padre no podía dejar de mirar como esos dos hombres toqueteaban a mi tia, yo lo veía él con la mano por encima de la ropa restregando su polla, mientras que los otros desconocidos estaban probablemente masturbando a mi tía, y que se estaba restregando como una perra en celo. Parecía que hoy a mi tía la iban a llenar por todos los agujeros al mismo tiempo.

Mi madre me llevó a un pasillo lateral, lejos de la multitud, donde las sombras eran más profundas. “Esta noche no hay límites”, dijo, su voz temblando, sus dedos entrelazados con los míos. La fiesta, con su atmósfera de deseo desatado, parecía haber roto las barreras que nos separaban. El hombre de la máscara negra, que había seguido nuestro camino, se acercó, su presencia como un imán. Mi madre le lanzó una mirada, y su risa, baja y seductora, me hizo preguntarme hasta dónde llegaría esta noche.

Mamá: ¿Vais solo a seguirme o vais a ayudarme?

Máscara negra: ¿cómo podemos ayudarte?

Mamá: Bajaros los pantalones, dejadme que os como la polla a ambos.

Y yo sin decir una palabra me bajé los pantalones, el hombre de la máscara negra también. Mi madre agarró una polla con cada mano, se lanzó con la boca abierta a por la mía, y se ensartó la garganta con ella, estuvo mamándomela un buen rato. Hasta que el hombre de la máscara negra la cogió con fuerza del pelo y le acercó su polla. Hizo que se la comiera entera, yo veía a mi madre y flipaba de lo bien que le estaba comiendo la polla. El hombre no aguantó más y se corrió a chorros dentro de la boca de la putita que me parió, tanto que hizo que se atragantara. Máscara negra se subió las pantalones y se fue. Yo no quería correrme aún, todo esto me estaba poniendo muy cachondo, así que levante a mi madre del suelo y le comí la boca con la leche de otro.

Yo: Nos vemos más tarde mi putita.

Mamá: Cuando tu quieras bebé.

Cuando volví al salón principal, la escena era un remolino de cuerpos y máscaras. Los invitados, algunos en parejas, otros en grupos, se movían con una libertad que solo el anonimato podía permitir. Mi tía, rodeada por los dos hombres misteriosos, bailaba con una intensidad que resonaba con todo lo que esta villa había desatado. Mi padre se acercó a mí, su máscara plateada brillando, y me puso una mano en el hombro. “Esto es Crema”, dijo, su voz baja, casi un murmullo. “Aquí, todo se libera.”

Vámonos al baño hijo, me dijo mi padre.

Por supuesto lo acompañé. Cerramos la puerta, y sin mediar palabra ya sabíamos lo que queríamos, yo me bajé el pantalón y el también, empezamos a masturbarnos mutuamente. Después de un rato yo no podía aguantas mucho más, mi padre ya estaba dando algunos espasmos a punto de correrse también. Y en ese preciso momento, abren la puerta mi madre y mi tía.

¿Es hora de que terminemos todo esto en nuestra casa no creen?. -Dijo mi madre.

Yo: ¿Los cuatro juntos al mismo tiempo sin límites?

Padre: Me gusta la idea.

Tía: Vámonos ya entonces.

Madre: Vamos a acabar estas vacaciones como dios manda.


Y como no, decidimos irnos para nuestra, para poder culminar estas grandes vacaciones.

Continuará…
 
Ufff que ganas de seguir leyendo y conocer los detalles de lo que nos depara este relato
 

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