13
Gilipollas del todo.
El ambiente es relajado en el restaurante asturiano donde Mónica y Fermín celebran el éxito de la redada. Hay alegría no exenta de alivio porque las cosas han salido razonablemente bien. Los datos (especialmente los del lápiz de memoria) y el material incautado son prometedores. Es más que probable que aporten pruebas concluyentes que puedan avalar su esquema de cómo funcionaba Wkm. Todavía hay mucho que analizar, pero como ha dicho en una primera impresión María Isabel Garriga, hay caso.
Fermín aún se muestra pletórico por todo lo ocurrido en su primera acción policial, aunque trata de contenerse ante una divertida Mónica, que se ríe de su euforia. Lo mira con suficiencia desde su veteranía pero evita cachondearse. El hombre se ha ganado el derecho a sentirse importante. El ambiente es propicio para intimar y tras vaciar la primera botella de vino y hacer un pacto de no hablar más de trabajo, el de Hacienda se atreve a preguntar.
- Bueno y ¿cuál es tu historia? ¿Naciste siendo inspectora? Tienes pinta de haber sido la más dura del patio del colegio.
- Pues no te lo vas a creer, pero fui una chica bien hasta los dieciocho años. Aplicada en los estudios, tímida, quienes me conocían dirían que incluso dulce. Seria, eso sí, nunca fui la alegría de la huerta, solo trataba de encajar en el papel que la sociedad me reservaba. Mi padre quería que estudiara medicina o farmacia y, en lo que a mí respecta, estaba dispuesta a esforzarme para conseguirlo. Una buena carrera por si hacía falta tirar de ella, aunque tampoco le importaba demasiado que el título se quedara colgado en una pared si la niña encontraba un buen partido y se casaba. Yo creía estar de acuerdo con todo eso. No me parecía mal. Él no quería de ninguna manera que yo entrara en la policía. Era inspector y hubiera querido llegar a comisario, cosa que no consiguió. Siempre sospeché que para llegar a ese puesto había que valer mucho o bien arrastrarse mucho, a menos que tuvieras las influencias adecuadas. Mi padre era un buen inspector, pero no tengo tan claro que hubiera sido un buen comisario y al parecer sus superiores pensaban igual. En lo que tocaba arrastrarse o a manejar influencias tampoco era de esos, con lo cual nunca consiguió su objetivo. El asunto se le atravesaba bastante lo cual degeneró en un resentimiento y en una cierta dosis de envidia hacia el escalafón y la gente que le rodeaba. Él no quería eso para mí, aparte de que consideraba que ser policía no era adecuado para una chica. Reconozco que era justo porque tampoco lo deseaba para sus hijos varones.
>> Así pues, nada más lejos de mi mente que seguir los pasos de mi padre, sino transitar más bien por el camino que habían diseñado para mí, que me parecía el correcto. También fui correcta al echarme el primer y único novio, Guillermo, un chaval pecoso, rubio y más bajito de que yo. Un poco regordete pero fuerte y guapo. Sus padres eran amigos de mi familia y habíamos coincidido desde pequeños cuando salían juntos e incluso en unas vacaciones. Después de mucho tiempo sin vernos, cuando nos reencontramos nos miramos con otros ojos. No ya como miras a un niño impertinente que quiere hacer rabiar a una chica. Ni como una cría callada y aburrida con la que no te puedes divertir porque no le gusta hacer el cafre ni mancharse el vestido. A mí me cayó bien que el chaval fuera simpático y que se mostrara amable. Tampoco estaba dispuesta a reconocerlo, pero que me mirara las tetas y el culo con deseo también influyó.
>> Yo era un poco ancha de caderas ya desde joven, pero no me consideraba en absoluto gorda. A pesar que tenía unos buenos y voluminosos muslos, estos eran firmes y prietos, puro músculo. No tenía entonces tanto pecho, pero sí muy erguido y con unos pezones que apuntaban al cielo, que se ponían duros y negros cuando me excitaba. Nunca había rebosado simpatía, por entonces era una chica más bien tímida y discreta a la que afectaban mucho las bromas de sus compañeras de clase, siempre dispuestas a alabar a las más guapas y hermosas y a criticar sin piedad o hacer luz de gas a las que no destacaban tanto, señalando cualquier defecto que pudieran tener. Por eso cuando vi el efecto que mi cuerpo ejercía sobre Guillermo me desaté.
>> Todavía era muy joven y muy pava y también muy inexperta, pero me puse al día muy rápido en lo que tocaba a mis obligaciones como novia – continua Mónica - Al principio poco placer físico. El gozo provenía más bien de ver el efecto que causaba en Guillermo. Esa aceleración del pulso, las pupilas dilatadas, la hiperventilación. Ese llegar a un punto donde el chaval perdía el control y acometía con deseo furioso, esos momentos en que parecía capaz de todo, de cualquier cosa con tal de poseerme, pero precisamente por eso, a la vez era tan vulnerable. Me se sentía empoderada, orgullosa, satisfecha de causar ese efecto en él. En principio porque creía que eso es lo que hacía una buena novia, pero luego me di cuenta que no que era por mí, sino por la sensación de poder, porque confirmaba era toda una mujer que nada tenía que envidiar a ninguna de las zorras que estudiaban conmigo y que me miraban con cierta superioridad, pensando que no era lo suficientemente guapa, o hermosa, o femenina, o lista. Así que mi placer consistió en jugar con el placer de mi novio y luego, ya más tarde, vino el placer físico. Pero para eso tuve que prepararme. Guillermo era demasiado convencional y también demasiado inexperto, me hacía más daño que otra cosa en sus intentos por acariciarme o de hacerme llegar al clímax. Yo le decía que estaba bien, incluso alguna vez llegué a fingir un orgasmo. Luego me satisfacía sola en casa con el subidón de recordar lo que había pasado, reconstruyendo las partes que me gustaban y modificando aquellas que resultaban incompletas o erróneas a mi antojo.
>> Ese fue mi primer sexo como mujer, con mi novio masturbándome o a solas post coito. Luego aprendí a disfrutar de esta forma, siempre ayudándome con los dedos y posteriormente conseguía (data mi capacidad mental de auto excitarme y también mi juventud, que las hormonas revueltas hacen milagros) llegar al orgasmo con la penetración.
>> ¿Te estoy escandalizando, Fermín? ¿Demasiado explicito para ti?
- No, no, está bien…me gusta que te desnudes de esa manera.
- Pero te veo inquieto…
- Pues supongo que será porque luego me tocará desvestirme a mí.
- No te preocupes, no te haré daño – responde Mónica con una sonrisa sarcástica.
La jodía es dura, pero eso hace que me atraiga más, piensa Fermín decidido a seguir el juego.
-Íbamos porque te gustaba el efecto que causabas en tu novio…
- Ese es mi fetiche sexual, el que se me quedó desde mis primeras experiencias. Ese ciego embestir de un hombre excitado por mis curvas, por el deseo que sabía que provocaba, me sanaba de los desprecios reales o sospechados que intuía en otras jóvenes. Era una forma de autoafirmarme, de adquirir seguridad en mí misma, de sentirme empoderada que dirían ahora. Y en definitiva, era algo que fuera como fuera, me provocaba placer, placer mental que era la antesala del placer físico. Y eso continuó en mis siguientes relaciones, era algo que siempre me ponía. Todo parecía ir perfecto, todo parecía que era lo correcto, pero a mí lo correcto me suponía simplemente una muesca en la que no encajaba demasiado bien.
Fermín casi la puede oír cavilar, está evocando recuerdos y parece que más que para él, cuenta la historia para ella misma. Tiene la prudencia de no interrumpir y no alterar los tiempos, respetando las pausas que Mónica hace mientras él mismo se sorprende pensando también para sí.
- En mi caso no fue una toma de conciencia ni un cambio gradual, fue todo de golpe.
- ¿Tuviste una iluminación?
- Pues sí, fue como un flash.
- Y ¿en qué consistió ese flash?
- Pues en que hasta entonces me había visto en esa vida, estudiando una carrera de chica bien, teniendo un novio formal, contentándolo a él, contentando a mis padres, contentando a toda la sociedad, ocupando el que se suponía que era mi lugar, pero mira tú por donde el sexo con mi novio lo cambió todo. Me gustaba provocarlo, me gustaba salirme del papel, ser mala, me gustaba… digamos el aspecto sucio del tema.
- Entiendo…
- No, no estoy muy segura de que entiendas - responde ella achinando un poco los ojos – Me veía en esa vida pero de pronto todo eso ya no me interesaba: ni un novio formal, ni estudiar farmacia, ni me parecía importante hacer lo que mis padres esperaban de mí. Digamos que dejó de motivarme.
- Tan de golpe ¿y eso por qué?
- Porque por primera vez pensé en lo que yo quería hacer y no en lo que las demás esperaban de mí. Hasta entonces no se me había ocurrido - dice ella mientras toma un sorbo de vino y mira con ojos ausentes hacia arriba y al fondo de la habitación, como si buscara allí respuestas.
- ¿Y no se te ocurrió otra cosa que entrar en la Policía?
- Pues sí. Un buen día me puse a pensar en serio en lo que sería mi vida y la foto que salió no me gustaba. En realidad me acojonaba, ya sabes, metida en la cocina de casa preparando magdalenas, con una niña pequeña escupiendo el puré encima de la mesa y con una barriga hasta la boca, esperando mi segundo hijo mientras mi marido trabajaba en la calle, bien situado y todo eso, trayendo un buen sueldo a casa pero sin tener que preocuparse de llevarla y con el atractivo panorama de ir a comer con mis suegros o con mis padres cada fin de semana. No entendía como hasta ahora había pensado siquiera que una cosa así podría gustarme, que podría ser mi futuro…
- Quizás porque hasta entonces no habías echado un polvo como Dios manda.
- Pues sí, te doy la razón, igual cualquier otra se hubiera asustado a ver a su novio tan frenético, pero a mí me ponía verlo de esa manera. Y no solo me abrió los ojos acerca de qué era lo que realmente me gustaba sino acerca de a dónde me encaminaba si no hacía algo. Es el lado salvaje, extremo, sórdido si quieres. Ese que me había hecho sentir viva por primera vez. Así que cuando pensé que me gustaría hacer de verdad, mandé a tomar por culo la tranquila vida de familia, el matrimonio de conveniencia y opté por aquello que me ponía, que era igualar o superar a mi padre. Siempre me habían atraído sus historias sobre el cuerpo, sobre que algún día llegaría a ser comisario, sobre sus logros como inspector. Las escuchaba y me encantaban porque claro, el muy cabrón nunca contaba la parte chunga del asunto, ni las mierdas que tenía que ver ni tragar a diario. Entonces sí. De repente lo vi claro. Hacer farmacia me motivaba y me apetecía tanto como que metieran una patada en el higo, pero lo de meterme a policía me pareció entonces la mejor idea del mundo, me ponía hasta cachonda solo de pensar en la cara que iba a poner mi padre cuando se lo dijera.
Mónica hace una pausa y bebe otro sorbo antes de continuar. Ya no duda. Quiere contarlo todo, le apetece soltarlo. Simplemente ordena el resto en su cabeza para darle estructura. No sabe por qué, pero le parece importante que Fermín, además de escucharla, la entienda.
- Nunca estuvo de acuerdo con mi decisión y siempre intentaba que la reconsiderara. Incluso cuando le manifesté que quería presentarme a inspectora.
- ¿Y tú nunca te lo pensaste? Lo de dejarlo, quiero decir.
- Solo cuando mi padre enfermó. Cáncer de páncreas, bastante fulminante. Le prometí que lo dejaría, que sentaría la cabeza, que me buscaría un buen marido y que llevaría una vida tranquila y le traería nietos a mi madre. Lo hice sabiendo que le mentía, pero sin tener ningún remordimiento por ello, simplemente como si estuviera en un interrogatorio con un detenido. Decía lo que había que decir para que las cosas salieran bien. Mi padre me creyó o fingió creerme, el caso es que eso ayudó a que muriera tranquilo.
- Cuando él murió ¿ya eras inspectora?
- No.
- Supongo que hubiera estado orgullosa de ti a pesar de todo.
- A mí también me gusta creerlo.
Fermín asiente. Entiende lo que ella quiere decir. Hay una mezcla de orgullo por haber ganado el desafío que le hizo a su padre, pero también de pesar por haberle llevado la contraria, por haber sido la hija díscola, cabezona, obstinada y mal encarada, demasiado parecida a él, tanto que quizás por eso nunca quiso que siguiera sus pasos. Cuando Mónica pronunció la palabra cáncer hizo un gesto involuntario, como si ella pudiera pensar que el que su padre desarrollara la enfermedad fuera consecuencia de haberse llevado un disgusto. Fermín es más de analizar números y no tanto de analizar personas, pero cree ver la batalla que orgullo, satisfacción, pesar y duelo libran en su interior.
- Bueno ¿y tú qué? que ya está bien hablar de mí.
- Vale, tú eres la policía: hazme un retrato robot.
Mónica entorna los ojos y parece concentrarse unos segundos, no demasiados, antes de contestar.
- Fermín ¡Joder, si es que hasta tienes nombre de inspector de Hacienda! Unos cuarenta años, buen profesional, metódico, insistente, exhaustivo y detallista. Todas cualidades que parece que no se aplican a tus relaciones personales. Me da la impresión de que follas menos que un caracol en un cristal. Toda tu seguridad a la hora de trabajar y toda tu iniciativa no se trasladan luego al plano sentimental. Sé que estás divorciado, supongo que sin hijos. Nunca te he oído hablar de ellos ni atender ninguna llamada del colegio, ni tampoco tienes fotos en tu escritorio. Se te notaba inquieto el otro día en el bar, no eres de los que hacen mucha vida social ni sales a menudo. Te cuesta hacer relaciones, por eso cuando estás con alguna chica te aferras a ella y no la sueltas. No creo que hayas tenido muchas novias, pero seguro que las que has tenido fueron rollos muy intensos, quizá tanto que acababas agobiándolas y terminaban por poner tierra de por medio.
Fermín parpadea incrédulo un par de veces poniéndose repentinamente serio.
- ¿Es eso lo que le pasó a tu mujer?
- ¡Joder con la poli! tiras con bala.
- Tío, yo me desnudado ahora te toca a ti.
- Mira, me jode reconocerlo, pero no te has equivocado demasiado. Eso sí, lo de mi divorcio no fue porque yo fuera muy intenso, más bien al contrario. Fue mi mujer la que se volvió insoportable.
- Algún motivo tendría…
- Claro que sí, que no bajaba la tapa después de mear no te fastidia…
- Venga hombre, no te pongas a la defensiva que solo estamos hablando. Es la primera conversación profunda que tenemos en todos los meses que llevamos juntos.
- No te precipites antes de pedir mi mano.
- Para eso todavía queda mucho, ni siquiera sé si follas bien.
Fermín mueve la cabeza y da un trago largo a la copa de vino. Lo que le jode no es lo mal hablada ni lo entrometida que pueda llegar a ser Mónica, al revés, eso le gusta. Lo que le jode es que es lista como el hambre y tiene razón en casi todo lo que dice.
- Qué quieres que te diga, supongo que tienes razón. Una ruptura no es solo cosa de uno. Yo no era como tú, no esquivaba una vida convencional, la buscaba. Me gusta mi trabajo y le dedico todas las energías. En casa solo pedía tranquilidad, que todo estuviera en orden, un sitio al que poder regresar y descansar.
- ¡Qué bonito! el descanso del guerrero y todas esas mierdas ¿no?
- A ver, que no es exactamente eso, no era de los que volvían a casa y exigían que todo estuviera limpio, tener un plato de comida caliente preparado y a mi mujer esperándome con las zapatillas. Ella no quería trabajar y a mí me parecía bien. Todas sus actividades, las reuniones con las amigas, el pilates, sus manías de redecorar la casa cada dos por tres, todos los entretenimientos que se buscaba… jamás le dije nada. Lo que pasa es que me parecía desproporcionado.
- ¿Desproporcionado?
- Sí, el que siempre me exigiera un esfuerzo y ella no se molestara por entenderme. Era yo constantemente el que tenía que acceder, el que tenía que alterar mis hábitos, el que tenía que ir a donde ella dijera, el que tenía que adecuar los planes y aun así nunca parecía satisfecha. No sé por qué, pero teniendo todo el tiempo libre del mundo parecía que se aburriera y lo que es peor, es que me culpaba a mí.
- A lo mejor lo único que quería era atención.
- Tenía toda la atención.
- Bueno, decirle que si a todo no significa necesariamente comprenderla ¿En la cama todo iba bien?
- Al principio sí, ya sabes, la novedad vuelve a uno más efusivo. Cuando empezamos teníamos veintitantos años, no éramos ya adolescentes pero si lo suficientemente jóvenes como para que se notara el subidón y las ganas. Luego, nuestra relación se volvió más convencional.
- ¿Quieres decir más aburrida?
- Llámalo como quieras, pero nosotros estábamos a gusto.
- Tú estabas a gusto, pero ¿le preguntaste a tu mujer?
- ¿Piensas que soy gilipollas, que no me enteraba de nada? a mí me importaba mi matrimonio.
- Disculpa, no quería ofenderte - dice ella y parece sincera, lo cual calma un poco a Fermín -Lo que sucede es que a veces os cuesta entendernos a las mujeres y nosotras no lo ponemos fácil porque no sabemos o no queremos explicarnos. Igual ella esperaba cosas de ti.
- ¿Qué cosas?
- No lo sé, cada una somos distintas. Yo lo que esperaba de mi novio era esa parte animal, casi bruta que era lo que realmente me ponía, pero nunca me atreví a confesárselo. Hacía como que lo que me importaba era tener una relación seria, formal, encajar en el cliché de buena novia y más adelante de buena esposa y madre. Él todavía no sabe después de tantos años por qué corté. Quizás si se lo hubiera pedido, si se lo hubiera dicho...
- Eso no hubiera cambiado nada, tu novio era como era y confesarle lo que realmente te gustaba quizás solo hubiera conseguido espantarlo y que hubiera sido él quien hubiera largado amarras.
Mónica sonríe.
- ¿Sabes qué?: que tienes razón. Pero volviendo al tema ¿qué crees que esperaba tu mujer de vuestra relación, por qué no se sentía a gusto?
- No lo sé, es posible que ni siquiera se sintiera a gusto consigo misma. Cuando intentábamos tener una conversación profunda ella solo repetía “no me entiendes” y “quiero”, “quiero”, “quiero” … Quiero tener más amigos, quiero cambiar de aires, quiero salir del círculo en el que estamos, quiero viajar… pero cuando hacíamos alguna de esas cosas siempre se quedaba insatisfecha.
- Es posible que el problema no estuviera en lo que os rodeaba sino en vosotros mismos.
- Quizás estés en lo cierto, quizás éramos una pareja demasiado convencional y eso mató nuestra relación.
- Cuando dices que eras demasiado convencional te imagino perfectamente porque supongo que actuabas como en la oficina, con la misma pulcritud, la misma parsimonia, el mismo sistema metódico… seguro que hasta tenías un Excel donde llevabas la contabilidad de los polvos que echabas.
- Qué graciosa…
La forma de decirlo, entre enfadado y avergonzado activa a Mónica.
- Tío, no jodas.
- No jodo.
- ¿En serio? ¿En serio que Llevabas la cuenta de los polvos que echabais?
- Yo no he dicho eso.
- Tampoco me estás diciendo lo contrario ¡venga ya! ¿en serio?
Mónica empieza a descojonarse llamando la atención de las mesas de alrededor. Se pone una servilleta en la boca hasta que se calma mientras Fermín aguanta el chaparrón.
- Fermín ¿de verdad? El caso es que te imagino perfectamente, anotando en las casillas, incluso valorando con colores si ha sido bueno, malo o regular.
- Hostia Mónica ¡Para ya!
- Coño pues cuéntamelo, que si no me voy a poner en lo peor.
- Que sí, que llevaba un recuento.
Ella aplaude riéndose de nuevo.
- Lo sabía, lo sabía.
- A ver, ya me conoces, soy metódico para todo y cuando discuto me gusta apoyarme en datos.
- Claro y tú usaste los datos para demostrarle que follabais poco.
- Yo nunca le recriminaba que folláramos ni poco ni mucho, lo único que no me gustaba es que usara argumentos falaces. Cuando yo decía que no lo hacíamos tanto como antes, ella contestaba que no, así que le presentaba los números que indicaban claramente una tendencia descendente.
- Coño, descendente, como la libido de tu mujer. Me imagino que no hay nada más excitante que tu marido te ponga delante las estadísticas de cuánto follas.
- ¡Qué graciosa eres! pero mira, no fue ese el motivo de nuestra ruptura - dice Fermín intentando cambiar de tercio para salir del embolado donde se ha metido - Simplemente es que no sentíamos ya nada. Me afectaba más un problema que tuviera cualquier compañero o compañera de trabajo de las cosas que ella me contaba al volver a casa. Sentía que todo me frustraba y me irritaba, de modo que me aislaba, y claro, ella respondía intentando llamar todavía más la atención. La cosa se volvió bastante insoportable hasta que decidimos de común acuerdo que lo mejor era separarnos.
- Me alegro de que fuera una separación civilizada…
- Es fácil cuando ya no hay sentimientos. Lo nuestro simplemente se apagó, no tenía sentido gastar energía en reproches, solo ponernos de acuerdo para salvar lo que se pudiera del desastre. Ella obtuvo un buen acuerdo, se quedó con el piso a cambio de asumir la parte de hipoteca que faltaba. Yo me quedé con el coche y poco más. No había hijos de por medio así que tampoco tuvimos que pelear por eso. Supongo que en tu caso fue más difícil.
- No es difícil si no quieres responsabilidades. Yo quería estar con mis hijos y mi marido también, pero sin ocuparse de ellos, así que me bastó con amagar concederle la custodia para que se aviniera a un acuerdo razonable. Cuando pasan una quincena juntos en vacaciones, los tres están locos porque se acabe. A veces les tengo que insistir para que no se vengan unos días antes.
Los dos ríen ante la ocurrencia.
- Y ¿cómo llevas tú el tema del sexo? tienes pinta de follar poco.
- Claro, yo no puedo ir poniéndole por ahí las esposas a nadie para atarlo a la cama como tú. Me voy apañando.
- ¿Eso significa que te masturbas como un mono?
- Casi igual que cuando era adolescente.
De nuevo vuelven a reír. El ambiente es distendido y se presta a confesiones.
- No, en serio, alguna aventurilla habrá.
- Sí, pero pocas, de esas que prefieres que no continúen.
- Habrás pagado alguna vez - dice con malicia.
- No me gusta pagar por eso – responde él poniéndose un poco serio.
- Pero lo has hecho ¿no?
- Alguna vez – consiente Fermín incómodo.
- ¿Y qué tal? ¿valió la pena?
- Deja un regusto amargo que no me agrada, igual que el vino picado.
Intercambian miradas y el funcionario creé detectar cierta aprobación en sus ojos.
- Supongo que tienes razón, pagar por eso no debe dejar buen sabor de boca.
- Para vosotras es fácil. Hasta una marimacho como tú, capaz de romper el brazo a un tipo con una llave de karate, puede follar cuando quiera. Sólo tenéis que tirar la caña y alguno seguro que cae.
- Claro, porque sois unos cabestros que con tal de meterla todo os da igual. No hace falta más que poneros un trapo rojo delante de la cara y envestís. Nosotras somos más selectivas. Pero que podamos follar cuando queramos no significa que podamos hacerlo con quien queremos.
- Vamos Mónica, no me digas que en más de una ocasión si te ha pillado un calentón no has decidido a liarte con lo que tenías a mano. No me creo que seas tan selectiva, al menos en todas y cada una de las ocasiones.
- ¿Qué te crees tú? tengo unos mínimos.
- Seguro que sí.
- Mira, contigo todavía no he follado, por ejemplo.
- Vaya, ese todavía me da esperanzas.
- Pues no te ilusiones demasiado que luego vienen las decepciones – contesta ella mientras vuelve a llenar las dos copas de vino.
Brindan entrechocando las copas. Quizá con demasiada fuerza aunque el cristal aguanta el embate, igual que Fermín, que apuesta por no amilanarse ante la inspectora.
- A ver si emborrachándote consigo algo.
- Tú no puedes emborracharme a mí. Para cuando empiece a darme vueltas la cabeza tú ya estarías en coma. Además, creí que yo no era tu tipo.
- Me gustas por tu forma de ser, yo también soy capaz de seleccionar ¿qué te has creído?
- Me gustas por tu forma de ser es una manera de decirme que no estoy buena ¡serás psicópata hijoputa!
- Joder, mira que eres difícil, no hay por donde entrarte.
- Eso forma parte de mi encanto.
- Ya lo creo.
Cuando terminan de cenar caminan hacia el parking donde tienen los coches. Unos veinte minutos de paseo con el fresco de la noche ayudando a disipar un poco los vapores del alcohol. Ahora marchan en silencio, no un silencio incómodo ni tampoco el silencio de los que ya no tienen nada que decirse, sino ese silencio en el que ambos sopesan posibilidades, analizan sentimientos, deseos, y también consecuencias. En las últimas semanas han estrechado lazos, han traspasado confianzas. El recelo mutuo y la rivalidad profesional de los primeros días dejó paso a una cooperación profesional inevitable y necesaria. Aprendieron a aceptarse y también a respetar, más allá de las bromas que se gastaban o de las pullas que se lanzaban como saetas cuando chocaban. Ahora casi podría decirse que se buscan, que son capaces de tocarse la fibra sensible, de contarse temas personales, de ofrecer el solaz de la escucha el uno al otro ¿Qué quiere decir todo esto? ¿Que simplemente se encuentran bien en compañía o que están listos para buscar otro tipo de desahogo juntos? No es el estilo de Fermín, que solo pisa sobre seguro y no es de los que arriesgan a un malentendido o a una metedura de pata, pero esa noche es diferente, así que se sorprende a sí mismo haciendo la propuesta:
- ¿Quieres que vayamos a un sitio más tranquilo o ya es hora de recogerte?
Lo ha dicho para sorpresa de Mónica sin el tono de cachondeo que él suele emplear cuando se toman confianzas.
- ¿Recogerme? Yo no soy Cenicienta, aun no son ni las once ¿Qué me estás proponiendo exactamente Fermín?
De repente el inspector de hacienda es consciente de que pisa terreno resbaladizo y que no tiene claro cómo se va a tomar Mónica su arrebato, si con humor, o si le va a venir una negativa en forma de hostia con la mano abierta. Porque por la expresión que ha puesto parece que lo de aceptar va a ser que no. En realidad, Mónica está más sorprendida que enfadada. Hasta ahora no se había planteado en absoluto la posibilidad de meterse en la cama con Fermín porque no lo veía ni siquiera como un amante circunstancial. Simplemente no la ponía. Pero la cosa ha ido evolucionando favorablemente y ahora el tipo le cae bien. No tan bien como para tener fantasías sexuales con él, y mira que Mónica le echa fantasía al sexo cuando se auto consuela, pero es cierto que ha ganado muchos puntos. La verdad es que está un poco desconcertada. Quizás si hubiera tenido tiempo de pensarlo, de prepararse, de hacerse el cuerpo... No, la cosa todavía está muy verde, aunque no descarta que si sigue progresando adecuadamente considere su invitación. Pero ahora no es el momento. Y menos cuando su investigación está en este punto. Donde tengas la olla no metas la polla. Fermín se revuelve inquieto. Sospecha que ha metido la pata y finalmente rectifica:
- Oye, no quería molestarte, lo que he dicho ha sido una gilipollez, olvídalo.
- A mí no se me olvida nada.
- Pues entonces mejor hacemos como si no hubiera dicho nada, aunque lo haya dicho.
- De acuerdo, todavía tenemos mucho trabajo por delante así que vamos a centrarnos en lo importante.
- Claro.
Se despiden con un beso en la mejilla. Antes de dirigirse cada uno a su coche Fermín se gira:
- Mónica
- ¿Qué?
- Lo hemos pasado bien esta noche, espero no haberlo estropeado.
- Sí, lo hemos pasado bien - responde con una sonrisa - Hasta mañana.
- Hasta mañana.
Suficiente para desactivar la tensión. No obstante, Fermín masculla por lo bajo mientras se dirige a su vehículo:
- Eres gilipollas, Fermín, gilipollas del todo.