Fantasías sexuales de las españolas 2º parte

Bueno, fin del segundo relato, la semana que viene continuamos con Almudena.

Un saludo.
 
Irene se despertó al amanecer con muchas ganas de mear, la boca pastosa y el cuerpo dolorido por haber dormido a medias sobre la colchoneta y a medias sobre el duro suelo, encima del saco de dormir. Coge su vestido y se lo pone. Va pegajosa, sudada, sucia, lleva las bragas en la mano, los muslos le rozan el coño. Nota el frescor del nuevo día y siente cosquillas al frotarse mientras anda. Llega a la tienda donde Ainara duerme. Toma su toalla, las cosas de aseo, una muda limpia, procurando no despertarla y luego se va a los baños, donde se da una ducha caliente y reparadora, lavándose a conciencia y permaneciendo bajo el chorro un buen rato. Después vuelve a la tienda y se acuesta.

Se despiertan tarde. Están desayunando cuando los chicos se acercan a su tienda y les proponen pillar algo del súper y comer en la playa. Excelente idea, reconocen, porque han desayunado muy tarde y así aprovechan mejor el día. Retozan en el arenal, se bañan, se espabilan, recuperan vitaminas tomando el sol… de momento evitan el alcohol y toman refrescos, agua y zumos. Almuerzan unos bocadillos y sestean bajo las sombrillas.

El día pasa plácido e indolente, recuperando fuerzas. Nadie habla de lo sucedido en la tienda de campaña esa noche, solo algunas miradas cómplices y divertidas, alguna vaga referencia. En el aire flota la intención de repetir aunque nadie lo dice. Los chicos fantasean con incorporar a Ainara a la fiesta nocturna. Ya envalentonados, quieren ampliar el trio a cuarteto pero, a pesar que lo han comentado en el desayuno, no se atreven a hacer ninguna propuesta a las chicas, ya veremos lo que da de sí la salida nocturna. Si ven que las circunstancias son adecuadas lanzaran la invitación.

En un momento dado, Gaby va a una cabina a hacer una llamada telefónica. Sus amigos ya han llegado, son las ocho de la tarde. Les proponen a las chicas que los acompañen a la cita con la pandilla de Torre del Mar. Ellas dudan, están a gusto como están ¿para qué quedar con más gente? pero no quieren parecer unas siesas y aceptan, saben que los andaluces son muy extrovertidos y hacen mucha vida social, de manera que no quieren disgustar a sus amigos nuevos. Al fin y al cabo, para sus conocidos sería hacerles un feo a los otros chicos de Córdoba puesto que ya habían quedado con ellos, ese era el plan.

Esa noche, todos se encuentran en un aparcamiento donde los jóvenes hacen botellón antes de salir de marcha. Ellos toman cerveza, las chicas refrescos exceptuando a Irene y Ainara que se apuntan al alcohol. El primer encuentro es un poco frío, queda en evidencia que parecen grupos de chicas poco compatibles. Las vascas más maduras, lanzadas, aventureras e hippies contrastan con unas dieciochoañeras más aniñadas, más pijitas, muy bien arregladas y pintadas. Son guapas, las cordobesas tienen fama merecida y físicamente las muchachas también valen mucho. Los cuatro amigos se muestran entusiasmados de encontrarse y ponerse al día. Hacen las presentaciones de las nuevas amigas y pronto forman un grupo que se desplaza por los sitios de ambiente para jóvenes que hay en Torre del Mar. Jorge y Gaby Parecen contentos con las nuevas chicas y se integran mejor que ellas, que se sienten más desplazadas. Un poco como el agua y el aceite, que están juntos pero no llegan a disolverse. No hay malos gestos ni malos rollos, todos se muestran amables, se ve que intentan pasárselo bien, pero simplemente es que las vascas no conectan, son de otro mundo. Las cordobesas son correctas, no es que derrochen simpatía pero se muestran amables aunque un poco pijas para su gusto.

Recorren sitios donde suena música pop que a ellas les parece más bien un poco ñoña. Cuando llegan a un lugar y le ponen a Hombres G, ellas salen a bailar entusiasmadas y eso es demasiado ya para Irene y Ainara, que no pueden contener la risa. Incluso es demasiado para Gaby que se encoge de hombros como diciendo: “a ver, es lo que hay”. Ellos no están tan versados en rock radical pero al menos sí que son más rockeros que las nenas. Es precisamente Gabriel quien se da cuenta de que ellas no acaban de estar pasándoselo bien, que están un poco desplazadas y se dedica a prestarles más atención, mientras que Jorge revolotea de un grupo a otro, al parecer muy interesado con una morena cordobesa delgada de pelo largo.

Las dos chicarronas del Norte deciden que prefieren acabar la noche por su cuenta y ponen como excusa que están muy lejos del camping y que conviene ir volviendo. Inmediatamente acompañadas de Gaby tirando de Jorge que, aunque se hace un poco el remolón, finalmente se repliega con ellos formando la misma pandilla de la noche anterior. Las cordobesas se recogerán pronto porque están allí con sus padres y tampoco les permiten andar hasta altas horas de la madrugada. Esto convence también a Jorge de que es mejor emprender la retirada con el grupo.

La situación vuelve a ser tranquila. La tropa reconecta en un garito donde hacen una escala a medio camino y después vuelven a acabar de la playa con un Cuba litro en la mano y encendiendo un nuevo petardo. Parece una repetición de la noche anterior aunque las fichas parecen haberse movido un poco, solo un poco, no lo suficiente para que el resultado sea distinto.

Irene ha tenido tiempo de pensar sobre lo sucedido y no encuentra motivos para arrepentirse, es más, desea una nueva noche de sexo intenso. Los chavales se han portado bien, no se han peleado entre ellos, no han sido desconsiderados, se han preocupado por ella y ha conseguido obtener placer, mucho placer, en una situación en la que además se ha sentido protagonista, algo no muy habitual. Está acostumbrada a las miradas burlonas o condescendientes debido a su físico o a que, precisamente por no estar entre las más deseadas, que los chicos sean bruscos con ella cuando le proponen relaciones. Estos dos se han comportado tanto en la cama como fuera de ella. Nota que conecta y cree que lo de ayer no fue casualidad, salió bien porque los tres pusieron de su parte. Es una buena receta para volver a cocinar un buen pastel, piensa divertida y esperanzada. Sí, lo de ayer le pareció fuerte y todavía le está dando vueltas a como tuvo que estar, no ya para participar, sino para ser la propia impulsora de todo aquello. Lo que ha bebido esta noche le vuelve a dar envite y confianza. Se siente capaz y dispuesta a reclamarles otra noche de atención para ella sola, otra noche de morbo y de sexo. Con cada sorbo que le da al Cuba libre o con cada calada al porro se envalentona todavía más y su euforia crece. Está decidida a repetir.

Observa a Gaby. Su actitud no ha cambiado. Lo ve sentado, conversando con Ainara, pero también dirigiéndole a ella miradas de complicidad. Sabe qué está pensando lo mismo, en repetir esa noche y parece relamerse ante la perspectiva. Si ayer tenía sus dudas (según le ha explicado porque temía que la muchacha se echara atrás, que algo la incomodara o que las cosas pudieran salir mal), hoy ya se le han debido a disipar porque con cada chupito le brillan un poco más los ojos y ella cree saber por qué. Jorge parece algo más distante y también cree adivinar la razón. Es esa morena cordobesa con coleta, pechos pequeños pero firmes, delgada y atractiva. No hay nadie en la pandilla que no se haya dado cuenta de cómo la miraba y de la cara de bobo que se le ponía cuando hablaban. No ha tenido tiempo de comentarlo con Ainara pero su diagnóstico es que se va a comer una mierda como un piano de cola. A la chavala le gusta ser el centro de atención y que se fijen en ella, pero no lo mira a él con el mismo interés. La chica no parece mala gente, pero está segura que solo juega a dejarse querer. De hecho, las pocas miradas de interés que ha tenido iban dirigidas a uno de los dos amigos cordobeses de Gabriel y Jorge. Con él parece congeniar bien, ahí sí podría haber una esperanza de que hubiera tema, pero no con Jorge, concluye. Pero claro, eso él no lo sabe o no se ha dado cuenta y ahora mismo está con ellas, pero con la cabeza en otro sitio.

Luego está Ainara. Se la ve también contenta y distraída, más pizpireta que ayer. Por un momento piensa que quizás se atreva a dar el paso y que esta noche le reclame uno de sus dos amantes para ella, pero sabe que no, la conoce demasiado bien y que esté más tranquila y desenvuelta significa que ya ha tomado una decisión: esta noche se mantendrá al margen y también todas las noches hasta que vuelva a Bilbao. Hasta que no resuelva lo del chico de allí no se acostará con nadie, no han necesitado hablarlo entre ellas para que Irene sepa que esta ha sido su decisión. Así que amiga, vía libre para volver a darte un festín esta noche, piensa divertida. Vamos a cocinar nuevo un sándwich y tú vas a ser la parte más sabrosa. No alcanzan el punto de colocón de la noche anterior, entre otras cosas porque no solo no es necesario ya romper el hielo, sino porque además podría ser contraproducente y todos convienen en retirarse a las tiendas algo más temprano.

Irene acompaña a Ainara a la suya y, previsora esta vez, se lleva artículos de higiene y una muda, así como su esterilla y su saco de dormir. Cuando llega los chicos han despejado la tienda apilando sobre las esquinas lo que pudiera estorbar y montando con sacos y esterillas el tatami donde van a pelear los tres. De repente son conscientes de que la fiesta va a empezar y se quedan repentinamente cortados, silenciosos, sin saber qué decir hasta que una risa contagiosa (la de Gaby) rompe el silencio y los tres acaban riendo.

- Vaya momento para sentir vergüenza ¿no? Después de todo lo de anoche…

Pues sí, vaya momento para cortarse, piensa Irene que antes que esa pequeña situación de vergüenza vaya a más, decide tirar por la directa y sacarse la camiseta. Sus pechos votan fuera, ha dejado el sujetador en su tienda, para qué llevarlo si solo va a estorbar. Las miradas de los chicos, solo las miradas, hacen ya que los pezones se le pongan en punta. Son pezones como pequeñas falanges que cuando se le erizan parecen las ubres de una pequeña ternera. No son redondos y aplastados sino largos y oscuros.

Gabriel, siempre más espabilado y rápido, se hace con ellos chupándolos y enterrando la cara entre las tetas mientras las masajea. Como ya hay confianza, de ahí pasa al cuello y a comerle la boca. No con suaves besos de prueba, a ver qué pasa y cómo reacciona, sino directamente metiéndole la lengua y mordiéndole un labio. Ella responde encendida. Esta vez necesitan menos preliminares, no hay hielo que romper y el solo recuerdo de la noche anterior hace que los tres estén tan dispuestos que puedan pasar directamente a la acción. Irene se saca las bragas dejándose todavía puesta la minifalda vaquera sin dejar de morrearse con Gaby. A tientas, busca a Jorge y tira de su brazo para que meta la mano entre sus muslos. Este lo hace y comprueba que la chica está muy mojada. Sus caricias son algo más torpes y causan alguna molestia a Irene que recuerda que Gaby tenía más experiencia y sabía jugar mejor. Así que, aprovechando un descanso en los besos para poder respirar, le pide que se baje al pilón. Quiere que sea él quien la acaricie íntimamente. Gaby no se enfada, al contrario, se lo toma como un cumplido y se introduce entre sus piernas como la noche anterior para hacerle un masaje con sus dedos, introducirlos, presionar desde dentro y desde fuera y frotar hasta que la chica pone los ojos en blanco. Sigue después con su lengua. Se abre paso entre los labios ascendiendo hasta que llega a su protuberancia de carne que se enrolla alrededor del botón de placer. Cada lengüetazo es una descarga que recorre la espalda y el vientre de Irene ¡Por Dios, qué cosa más rica y que bien lo hace el canalla! Tan rica que no se puede contener y empieza a retorcerse. Esta mojadísima, nota palpitaciones, como si su corazón bombeara desde la vagina y no desde el pecho. Se le agudizan unos sentidos mientras que pierde otros, porque la vista se le oscurece algo y se deforma como si tuviera astigmatismo, las sienes le laten con fuerza y sabe que el orgasmo está al caer. No se contiene, quiere llegar así, es tan rico, tan fuerte, tan intenso…

- No te pares, no te pares, sigue, sigue…- le suplica.

Y el chico cumple, con la boca enterrada en su coño, los dedos dentro y los labios aprisionándole su clítoris hasta que ella estalla. Un grito ronco sale de su garganta, sus piernas se tensan, sus muslos se cierran, levanta el culo como si estuviera poseída, la saliva sale de su boca con otro gemido incontenible, como si le estuvieran dando un electroshock. Luego queda temblorosa, intentando recobrar el control de su cuerpo. Los chicos la dejan reposar entre sorprendidos e incrédulos. Nunca han visto una chica correrse de esa manera. Gaby tiene los dedos y la boca empapados como si le hubieran meado en la cara.

La risa va brotando poco a poco, intentando contenerse, pero luego es una carcajada limpia que los recorre mientras que Irene intenta contenerse y no sumarse hasta que no puede evitarlo.

- Cabrones, no me hagáis reír que lo tengo todo muy sensible.

Después de tanto tiempo, Irene no recuerda muy bien cómo fue la coreografía de esa noche. O mejor dicho, si lo recuerda, pero no la sucesión exacta de posturas y de orgasmos. A pesar de haber bebido menos todo fue como más oscuro, tenían la mente en lo que la tenían y era todo como un sueño en el que se entremezclaban la imaginación y la realidad. Hay cosas de las que está bastante segura. Pero es curioso porque mientras la primera noche lo recuerda todo en sucesión, en la segunda la línea temporal es más difusa. Recuerda sexo más intenso, posturas más atrevidas. Ella a cuatro practicando sexo oral a Gaby mientras Jorge la penetra. Ella arriba llevando el ritmo con la verga de Jorge en su boca. Haciendo el misionero. Tumbada boca abajo mientras la follan desde atrás, la mano bajo su vientre masturbándose. A la vez que se da placer puede tocar la verga que la penetra. Su aullido suena descarnado cuando Jorge se corre y la saca dejándola a medias, pero inmediatamente lo acalla un gemido de satisfacción cuando la verga de Gaby la sustituye ocupando de nuevo su vagina, retomando el placer para llegar ella misma al orgasmo.

Cuando ya están satisfechos y agotados, decide pasar por las duchas, asearse e irse a la tienda con Ainara para amanecer allí. Ella la oye entrar y se limita a echarle una ojeada somnolienta. No necesita preguntar si todo ha ido bien, la cara de cansancio pero a la vez de satisfacción de su amiga lo dice todo, de modo que se da la vuelta, se enrosca en su saco y sigue durmiendo. Mañana será otro día.
Luis lo has repetido 😂😂😂😂😂
 
3. Almudena (contable, 27 años): “Me excito pensando en la idea de que mi novio aparezca por sorpresa en el dormitorio, me agarre por detrás y comience a hacerme el amor de pie con el balcón abierto de par en par. Yo no le veo la cara, pero le siento intensamente, mientras sé que todos los vecinos nos observan y pueden ver las expresiones de placer de mi rostro y cuerpo”.




- Almudena.


“La luz del sol gritaba pero tus párpados trataban de no oír la llamada” ...La canción de Los Secretos le viene a la cabeza a Almudena justo cuando el rayo de luz que se filtra entre las cortinas alcanza su cara y la despierta. Es el sol que calienta su rostro y la cama pero que también molesta en sus retinas que se niegan a abandonar la placidez de la oscuridad, igual que su mente, que intenta seguir en el sueño. Un ligero dolor de cabeza permanece, producto de una noche casi en vela y el cuerpo se resiste a moverse, cansado de revolverse en la cama durante varias horas.


Desde la ventana, un ruido fuerte se filtra hasta sus oídos, molesto y zumbón como un enjambre de moscas ¡Mierda! ¡Justo cuando por fin había entrado en sueño profundo!


Almudena da un par de vueltas, inquieta. Su novio Mariano yace en un lado de la cama (justo en el borde) con un brazo colgando y boca abajo. Seguramente ella lo ha arrinconado de forma inconsciente, moviéndose e incapaz de dormirse. Para colmo, las ganas de orinar terminan de espabilarla. Debe levantarse al baño.


Cuando vuelve, abre con cuidado la puerta de la terraza de la habitación del hotel y se asoma agradeciendo la brisa húmeda que llega del mar. Ese día va a hacer calor, mucho calor, así que procura capturar el poquito fresco que la mañana le ofrece. Tiene una buena vista sobre la piscina del hotel, donde un empleado está con un soplador empujando papeles y vasos de plástico a una esquina para luego recoger el montón. A la derecha, se abre un hueco despejado por donde puede ver el mar y también un trocito de playa.


“La habitación tiene muy buenas vistas”, le dijo la recepcionista ayer por la tarde cuando hicieron el check in. Lo que no le dijo la muy ladina es que también venía con espectáculo incluido. Anoche hubo fiesta en la piscina, bueno en la piscina y por todo el hotel. Tuvieron que esperar una cola bastante larga para registrarse porque estaban asignando habitaciones a todo un autobús de chicas y chicos que venían de viaje de fin de curso. Excitados y alborotados, recién terminado el instituto, se frotaban las manos ante la perspectiva de una semana de marcha en Benidorm. Pero esos eran solo los aficionados: los profesionales ya llevaban allí un par de días. Era temporada alta de turismo inglés, no de los mayores y jubilados que vienen en otoño o en primavera, sino de los jóvenes que aterrizan justo antes de la temporada alta en julio (básicamente la última semana de junio), aprovechando las ofertas, el buen tiempo y la legendaria fama de la localidad alicantina en lo que se refiere a desmadres y fiestukis.


Almudena y Mariano llegaron en plena efervescencia cuando después de haber dormido la mona por la mañana y de haber almorzado, los ingleses se preparaban para hacer su primera salida. El hotel estaba a tope con movimiento de grupos de un lado a otro. Algunos ya habían empezado a beber allí dentro, se oían gritos, risas y conversaciones en voz alta. Nada, un juego de niños comparado con la que se iba a liar unas horas después.


Ella ya había intercambiado alguna mirada y algún comentario con Mariano, básicamente referido a que si lo que buscaban era intimidad y tranquilidad se habían equivocado de sitio. Pero eso no era del todo cierto porque también habían venido buscando algo de fiesta, algo de desmadre, un poco de sal y pimienta para su relación; así que les pareció buena idea irse a Benidorm, donde podrían conjugar algún que otro momento romántico con la playa y el ambiente de marcha.


Anoche tocó el momento romántico. Salieron ya tarde, cenaron y evitando las zonas de marcha que estaban petadas de gente, se tomaron un café y una copa en un local tranquilito cerca del Rincón de Eloy. Como estaban cansados del viaje, esta noche decidieron acostarse pronto, si entendemos por pronto la una de la madrugada. Lo cierto es que para el estándar de Benidorm sí que era temprano.


El hotel estaba más o menos tranquilo todavía a esa hora. Aún tuvieron tiempo de hacer el amor (un polvo normalito) y luego se durmieron hasta aproximadamente a las tres de la mañana, que fue cuando empezaron a oír carreras por el pasillo, música en una de las habitaciones y gritos en la piscina. Las hordas bárbaras habían vuelto al campamento y el hotel se había puesto patas arriba. Conforme iban volviendo grupos, montaban la fiesta en las habitaciones, en los balcones o directamente en la piscina del hotel. Un desmadre incontrolable en el que no le sirvieron de nada las cuatro o cinco llamadas que hicieron a recepción: simplemente estaban desbordados, admitió la chica que hacía el turno de noche. No tardaron en sumarse los chicos y chicas españoles del viaje de fin de curso. Más gritos, más diversión y luego algún que otro enfrentamiento con los ingleses que estaban algo más que cocidos en alcohol. Broncas y jaleos hasta las seis de la mañana en que los españoles finalmente se retiraron del campo, dejándoselo libre a los pocos ingleses que todavía quedaban por allí y que aún seguían recibiendo refuerzos de algún que otro grupo que llegaba de las zonas de marcha todavía a esa hora. Con el repliegue de los españoles, los ingleses empezaron a pelear entre ellos y finalmente, casi al amanecer, el silencio empezó a hacerse sobre el complejo hotelero.


Posiblemente, Almudena era la primera que se levantaba y eso que eran las diez de la mañana. En fin, que vaya panorama que les esperaba para esos cuatro días. Mira hacia el mar y decide que tendrán que cambiar los planes sobre la marcha. Le apetece mucho ir a la playa, hace muchos meses que no la pisa, así que como ya es difícil que pueda recuperar el sueño, aprovecharán para bajar a desayunar ahora que el buffet debe estar tranquilo y luego a la playa, donde alquilarán una hamaca y se tumbarán a la sombra. Seguramente, allí podrá echar una cabezadita después de darse un baño. Sí, le parece buen plan.


Entra y se echa al lado de Mariano acariciándole la espalda y susurrándole al oído para intentar despertarlo. El chico se hace un ovillo, enfurruñado, por fin ha conseguido entrar en sueño profundo y se niega despertarse a pesar del ruido del soplador que entra por la ventana abierta de la terraza.


- Bueno, pues yo bajo a desayunar…


- Vale, vale - le gruñe él tapándose la cabeza con la sábana e intentando (al parecer con éxito), recuperar el sueño.


Almudena se da una ducha, se pone el bikini y sobre él, una camisa amplia y unos shorts. Baja a desayunar y (efectivamente) el buffet está casi desierto. Se suele llenar a primera hora, cuando se juntan los muy madrugadores (que se van de excursión o a la playa muy temprano) y los que llegan de recogida, que todavía no se han acostado y aprovechan para hacer un desayuno fuerte. Pero ahora están allí cuatro gatos. Almudena se aparta un huevo y unas lonchas de bacón, le apetece desayunar intenso, tiene hambre y nunca hace ese tipo de desayuno salvo cuando está en un hotel de vacaciones. Es más bien de tostadas y cafelito o de infusión y fruta, según le pida el cuerpo, pero unas vacaciones son unas vacaciones. Descubre que tiene apetito y se plantea repetir, quizá ahora con alguna salchicha y puré de patatas, pero decide contenerse y opta por croissant y café para rematar. Cuando termine de desayunar se tomará una pastilla para el dolor de cabeza para evitar que vaya a más y luego subirá a ver qué pasa con su novio. Duda que pueda sacarlo de la cama pero, en fin, como plan alternativo, mientras el chico descansa un par de horas y luego desayuna algo, ella tiene pensado ir cogiendo sitio en la playa. Quizás antes dé un paseo por algunas de las tiendas que ha visto en las calles cercanas al hotel.


El plan se cumple, Mariano se hace el remolón y le pide una hora más de sueño y ahí está Almudena, tumbada en la hamaca, después de haberse dado crema y dispuesta a darse un baño de sol. Ahora sí empiezan a parecer unas vacaciones. La playa está a tope pero ella ha tenido el buen tino de invertir unos pocos euros en reservarse su sombrilla, su hamaca y su trocito de arena. En el bolso el móvil y el libro digital por si se aburre, de fondo el rumor del mar y el murmullo de mil conversaciones. El sopor la invade. Intenta mantenerse despierta hasta que llegue su chico pero no lo consigue.


Cuando abre los párpados se encuentra a Mariano sentado a su lado, haciendo chocar dos botellines de cerveza helada. Le sonríe y tras brindar se tumba a su lado.


- ¡Vaya nochecita!


- Sí y lo malo es que me parece que va a ser así todos los días.


- Y ¿qué hacemos? - Pregunta Almudena con indecisión no exenta de cierta inocencia. A pesar de sus veintisiete años, para algunas cosas todavía parece muy cría. Como por ejemplo esperar que ante un problema alguien venga y le dé solución. Igual que cuando pequeña se caía y hacía tiempo hasta que vinieran sus padres a levantarla.


- Tendremos que cambiar nosotros también los horarios - propone Mariano - Nos quedamos hasta tarde en la playa, almorzamos algo por aquí y luego nos echamos la siesta. Así cuando salgamos esta noche nos vamos por ahí de marcha y volvemos también de madrugada. Si no puedes con ellos, únete – concluye su novio.


- ¡Ah, pues vale! - da por bueno ella sin detenerse a considerar demasiado si la solución es buena o no y que implicaciones tiene. Como por ejemplo que Almudena no es de las que se quedan de marcha hasta el amanecer, y que al segundo cubata ya se le van la cabeza y el estómago de viaje a lugares donde habitualmente no tienen costumbre de pasear. Almudena es una chica de tradiciones fijas, la práctica le dice que probar cosas nuevas o sacar los pies del tiesto suele acabar con una mala experiencia. Ella necesita pequeños cambios cada vez. Eso de improvisar o lanzarse a plazas donde nunca antes ha toreado, suele acabar en revolcón por la arena y cornada. En resumen, lo suyo es evolución antes que cambio. Pero evolución lenta, a escala microscópica, que diría alguna de sus intimas que puede reconocer en ella perfectamente a la amiguita de doce años metida en un cuerpo de mujer adulta, como si para algunas cosas el tiempo no hubiera pasado por ella.


Lo cierto es que tardó en madurar. Hay chicas en la pre pubertad que ya son plenamente activas sexualmente. Generalmente se estrenan dándose placer a sí mismas, o cuando en la adolescencia se echan sus primeros novios. No pocas de sus amigas han perdido la virginidad antes de llegar a los dieciocho. Y después de esa edad terminaron por cumplir el rito las que faltaban, apenas se emparejaron con algún chico. Pero mientras algunas ya hacían manitas de adolescentes con sus primeras parejas, ella descubría la masturbación; mientras algunas habían pasado ya por varios novios, ella solo empezó a salir con chicos cuando cumplió la mayoría de edad; mientras que las últimas de su grupo se estrenaban en la cama, ella comenzaba a permitirse caricias con algún muchacho; y solo cuando empezó a salir con Mariano y se prometieron a los dos o tres meses, estas caricias adquirieron intimidad finalmente, desembocando en lo que tenía que pasar.


Algo tuvo que ver seguramente la filiación religiosa de ambos: no en vano se conocieron en un grupo catequista cristiano. Sus familias también eran de los de mantener la tradición y la imagen. Ya sabéis, hija pura e inmaculada hasta la boda o al menos que lo parezca, qué tal y como están los tiempos tampoco es para ponerse del todo exigentes. A ellos casi les bastaba con que la mujer del César pareciera honrada. Pero bueno, eso tampoco lo explica todo porque en su grupo, del que salieron varias parejitas para regocijo de las familias cristianas que componían la comunidad, la mayoría llegaron ya con el precinto quitado al matrimonio y algunas se tuvieron que casar a la carrera al echar la semillita fruto cuando no debía. Que los principios morales están muy bien pero que cuando uno es joven y el cuerpo sigue su naturaleza, es difícil ponerle diques.


En su caso (y quizás también en el de su novio), no le resultaba difícil ajustarse a las normas de moralidad que le venían de fuera porque la tentación no parecía anidar demasiado fuerte en ellos, simplemente sus cuerpos y sus mentes no les reclamaban el contacto carnal con la misma fuerza que a los demás. Cuestión seguramente de madurez sexual, que a cada uno le llega cuando le llega.


Almudena se preguntaba por qué era distinta y no tenía los mismos ímpetus y las mismas necesidades que sus amigas ¿Sería solo porque no había madurado aún el deseo en ella? Lo cierto es que no acababa de entenderlas, sobre todo a aquellas más cercanas, como alguna de las amigas de su círculo y, especialmente, sus compañeras de trabajo, que no dudaban en hacer comentarios muy subidos de tono cuando estaban solas, dedicándoselos a algunos chicos y a lo que les infundían y le provocaban en su mente.


Almudena no se escandalizaba por las brutas que podían llegar a ser o por las barbaridades que podían llegar a decir, ya había aprendido que había gente para todo y que en el tema del sexo a todo el mundo se le iba un poco la cabeza y hacía y decía cosas bastante improcedentes, poniéndose en evidencia. Simplemente es que ella no lo sentía, no tenía esa necesidad y por eso no anteponía como prioritarios los temas de cama al resto de asuntos. Mientras alguna de sus compañeras babeaban por el nuevo becario o sentían la necesidad de contar con pelos y señales todas sus proezas sexuales del fin de semana cuando salían a ligar, ella no tenía otra necesidad más que la de abrazarse a su Mariano si necesitaba un poco de cariño o calor, darse un beso para demostrar que se querían y si les apetecía (que no tenía que ser por necesidad siempre), echar un polvo, por otro lado bastante convencional ¿por qué tenían que inventarse posturas extrañas o alucinantes juegos de cama, si ellos se quedaban bien simplemente con quince minutos de misionero?


Y que no es que ella condicionara a su novio, que Mariano era así no porque Almudena se lo impusiera, sino porque eran almas gemelas y a él tampoco le gustaban los exabruptos, sino la relación tranquila, pausada y tacita a tacita, que tampoco había por qué tomarse las cosas a lo bestia. Almudena se lo planteaba igual que de adolescente: no sentía la necesidad de masturbarse por mucho que sus amigas le contaran las maravillas de frotarse con la almohada o acariciarse con los dedos. Simplemente lo hizo cuando despertó en ella el deseo, cuando llegó el momento ¡qué más da que fuera con 18 años! Cree que el sexo está sobrevalorado. No entiende por qué la gente le da tanta importancia. Que sí, que es una cosa placentera y que da gustito y por supuesto, cuando lo haces con la persona que amas, pues es mucho mejor pero que tampoco es para perder los papeles, ni tenerlo constantemente en la cabeza estorbando todas tus decisiones, todos tus planes.


Almudena sabe que algunas de sus conocidas la miran como un bicho raro, pero si tener la cabeza sobre los hombros y no hacer locuras es ser extraña, pues entonces ella lo es, aunque desde su punto de vista los raros sean los demás.


El programa se cumple y después de una larga siesta, Almudena y Mariano se arreglan para salir a dar una vuelta. Pasean por el casco antiguo, toman unos helados y visitan alguna tienda. Se sorprenden de que las hordas británicas ya estén en la calle bebiendo como descosidos. Algunos se han saltado directamente el trámite de la cena y ya están en la hora feliz, aprovechando el dos por uno en muchos locales. Los españoles, sin embargo, en eso no perdonan. Se cruzan con algunos de los chicos del viaje de fin de curso que vuelven de la playa al hotel para cenar en el buffet (se ve que tienen contratada la pensión completa). Más tarde, tras ducharse y arreglarse, se los empezarán a encontrar por la ciudad.


Ellos vuelven al sitio tranquilo de la noche anterior. Cena romántica bien regada de cerveza y vino que pone un poco piripi a Almudena. Su novio tolera mejor el alcohol, pero también se muestra un poco eufórico. Salen a la calle animados y acaban por dejarse llevar por la muchedumbre a los lugares de marcha. En uno de ellos, una avenida con las aceras llenas de gente agolpándose a las puertas de algunos locales, observan como grupos de chicas inglesas con minifaldas imposibles y escotes bestiales que no dejan nada a la imaginación, van capturando clientes y prácticamente los empujan dentro de los locales dándoles invitaciones con descuento o dos por uno. Miran embobados como las chicas son el gancho para tratar de llenar los locales que se hacen mucha competencia: si algo sobra allí, son sitios donde corra la cerveza y el licor. No reparan en nada y una de ellas coge del brazo a su Mariano sin importarle que vaya en pareja y hablándole en inglés, lo arrastra hacia un garito donde se oye el retumbar sordo de los bajos de un tema musical.


- ¡Ey! - protesta Almudena, consiguiendo solo que otra compañera de la pelandusca la empuje también a ella dentro.


Al local se accede por un pasillo oscuro, pero al fondo la barra está bien iluminada y el salón donde conversa y baila la gente también. Truena Shout de los Tears for Fears. A ellos les suena mucho la canción aunque no saben de quién es. El público (mayoritariamente inglés), vibra y levanta las manos minestras grita


¡Shout! shout, let it all out,


these are the things I can do without,


come on,


I’m talking to you,


come on…


La parejita sonríe por su aterrizaje accidentado, pero aquel sitio les impresiona por el ambiente que hay y por lo que parece un buen criterio a la hora de poner música. Deciden pedirse una cerveza y quedarse un rato. Aunque la mayoría de los que hay dentro son de su edad, la música es de los 80 y de los 90. Se dan cuenta que el ambiente está caldeado, la gente ha bebido mucho y tiene ganas de pasarlo bien. Olor a feromonas, a sudor, contactos contantes con el resto de los parroquianos que en cualquier otra circunstancia resultarían inadecuados o incluso provocadores, pero que allí parece que todo el mundo permite. Pronto se contagian de la euforia colectiva y acaban también bailando en la pista. ¡Qué descoque! piensa Almudena que solo ha visto un ambiente así en las fiestas de fin de año. La verdad es que los chicos superan a las chicas en una proporción de 2 a 1 aproximadamente, pero aunque algunos bailan a su lado, le sonríen y la aplauden, ella no se siente amenazada. A pesar de todo, el ambiente parece estar controlado.


De repente se forma un pequeño barullo. Dos chicas se abren paso hasta el centro de la pista: una de ellas es la que ha empujado a su novio dentro del local. Ahora ejercen funciones de gogós y se ponen a bailar de una forma que al principio es sensual, pero que luego, apenas pasan un par de minutos, se vuelve descaradamente sexual y obscena. Se rozan, se abrazan, se pasan las manos por sus partes magreándose mutuamente las tetas y el culo. El ambiente sube muchos enteros en temperatura y como guinda final, una de ellas le pega un tirón a la otra del escote. Dos grandes ubres saltan fuera y rebotan en el aire alocadamente porque la chica, lejos de enfadarse o hacer el gesto de cubrirse, levanta los brazos y sigue bailando como si no pasara nada. Todos están alrededor y un montón de gargantas masculinas emiten un rugido. Algún brazo y alguna mano incluso se atreven a tocar mientras jalean. La chica sigue como si nada, si acaso más provocativa aún, gira sobre sí misma bailando para que todos puedan verla bien y ya de paso (oficio que tiene la chavala), evitar el manoseo. Pero la cosa sigue calentándose: ahora todos animan a la compañera que hace lo mismo y se suma a la fiesta enseñando dos pechos pequeños pero bonitos. Cuando la cosa ya se empieza a descontrolar, un maromo de dos metros de alto y con dos brazos como bolardos de un aparcamiento, se interpone y abre paso a las chicas que se retiran detrás de la barra antes que la situación se desmadre más.


Tras unos minutos de euforia las aguas vuelven a su cauce y la gente se tranquiliza. Unos chicos le hacen señas a Almudena para que ella también haga su topless, a lo que niega con la cabeza, más divertida que ofendida porque es verdad que allí todo el mundo parece respetar a las clientas, al menos de momento. Mariano y ella no quieren ni imaginar lo que puede ser eso a las tres de la madrugada con la gente totalmente bebida. A ver quién los para....


Deciden que es hora de emigrar y poner la era en otro sitio. Sale y caminan sonriéndose, cómplices y excitados. El ambiente caldeado, la música, la cerveza unida al vino que han tomado durante la cena y el espectáculo de las chicas manoseando y enseñando los pechos en medio de todos aquellos hooligans los ha acelerado, haciendo que sin motivo apresuren el paso mientras comentan con cierta sensación de euforia y exageración al hablar. Encaminan sus pasos a una discoteca no muy lejana que le han recomendado en el hotel. En teoría el ambiente debe ser mayoritariamente español pero se encuentran con que la cosa está fifty fifty. Lo cierto es que hay más espacio y el ambiente está menos cargado que en el pub dónde han estado antes. Existe la oportunidad de alejarse de la pista de baile, incluso de sentarse y poder escuchar la música más tranquilos. Allí cae el primer combinado de whisky con cola para Mariano y Malibú con piña para Almudena.


Pasan un rato observando el local y a la gente. También escuchando música, tampoco es que tengan mucho tema de conversación y con lo alto que está el volumen les cuesta hacerse entender. Al final acaban teniendo contacto con un grupito de chicos y chicas españoles de los que venían en el viaje de fin de curso. Se reconocen del hotel y entablan conversación. Parecen un poco alocados, pero claro, es que son muy jóvenes, más que ellos y también están acelerados por la expectativa de una noche de marcha, alcohol y sexo, aunque posiblemente en la mayoría de los casos solo se cumpla lo del alcohol.


Ellos se integran en el grupito aunque manteniéndose a la expectativa. A Almudena le hacen gracias porque recuerda cuando hace apenas unos pocos años terminó el bachillerato. Circula una nueva ronda y le pide a Mariano que le guarde el segundo Malibú mientras va al aseo. La vejiga no perdona. Aprovecha que van un par de chicas y las tres se mueven en escuadra por la sala, apoyándose unas a otras y esquivando los moscones, tanto nacionales como extranjeros.


Los aseos están situados en una especie de patio cubierto. Hay cola en el de chicas. Mientras esperan, a pocos metros de ellas, una pareja bastante borracha se mete mano. Tienen pinta de extranjeros pero es difícil saber porque la moda Cani se ha impuesto de forma globalizada: rapados, ropa amplia, deportivas, tatuajes y aros en la nariz y las orejas. Como no hablan y tienen el pelo claro, es difícil asegurar su procedencia. No así el desparpajo y las ganas que se tienen, seguramente potenciadas por alguna sustancia en polvo o en pastilla, como dirían en la botica de su pueblo. Las manos se le van al chaval debajo de la falda, que levanta agarrando los dos cachetes de su novia (o de lo que sea, que igual se acaban de conocer y con aquel ambiente desmadrado han puesto la directa, piensa Almudena). Da la impresión de que no lleva bragas pero es solo por la oscuridad, porque cuando afina la vista sí que ve un fino hilo que se pierde entre sus glúteos. La chica lleva tanga, minúsculo, eso sí, tan minúsculo que parece desnuda. Tan pequeño que no tienes ni que bajárselo su pareja, le basta con echarlo al lado con un par de dedos para ganar acceso libre a lo que guardan sus piernas.


Las tres chavalas se dan cuenta de que no es desparpajo ni ganas de provocar lo que tienen esos, sino simple y pura inconsciencia. Están con el subidón, calientes y colocadísimos. Ni les importa que los vean ni probablemente son conscientes de lo que les rodea. Ajenos a sus miradas y a la gente que pasa cerca de ellos, parece que consideran suficiente íntimo aquel rincón un poco oscuro y apartado, donde las lenguas se dan un festival en la boca mientras las manos pasan ahora a la parte delantera. Le mete la mano en el pubis, desapareciendo entre las piernas. La chica se mueve buscando el contacto activamente, tratando de presentar la mejor postura para que la acaricie íntimamente, aquella que provoca el mejor de los roces en su garbancito hinchado y seguramente tembloroso.


Almudena se sorprende a sí misma pensando estas cosas y también sintiéndose excitada cuando una de las chicas que la acompañan dice:


- Fijaos, que ahora le toca a él.


Ahora es ella la que le mete el brazo por la cintura del chándal y comienza una masturbación. Lenta, suave, sin apresurarse. Pero en un momento dado tira de la ropa hacia abajo y el pene aparece completo para sorpresa de las tres. Almudena apenas puede hablar. Las chicas reciben el asunto con risas y alguna incluso hace un comentario, de que le no extraña que la moza esté tan caliente porque el amigo tiene un buen cipote. En la fila de las mujeres se forma cierto alboroto al percatarse de la escena. Algunas aplauden, otras se ríen y hay algún que otro comentario subido de tono. La pareja tarda en reaccionar. Su cabeza está en otro mundo y funciona a otra velocidad mucho más ralentizada. Ella continúa masturbándolo mientras las manos del chaval se pierden entre sus muslos, intentando abarcar la carne joven y prieta.


Almudena aparta la mirada enfurruñada consigo misma, es la mayor del trío y sin embargo parece la más mojigata, sin poder apartar la vista de la escena. Las otras chicas parecen más divertidas que impresionadas, sin embargo, ella no puede retirar los ojos de aquella verga que es como un imán que atrae su atención. Le están haciendo una paja a un tío delante de ella y eso, que en teoría debería provocarle asco y rechazo, la tiene obnubilada. Finalmente, la pareja parece conectar con la realidad y es consciente de que están en el punto de mira de toda la fila de chicas que esperan para entrar al aseo. Las risas, las manos señalando, los aplausos, parece que ahora sí les cortan un poco el rollo y el pavo guarda la verga otra vez dentro del pantalón. Sin prisa, como despidiéndose de su público, se marchan haciendo que las chicas vuelvan la cabeza conforme van recorriendo la hilera hacia el pasillo.


- ¡Vaya tela! - es lo único que se le ocurre comentar a Almudena queriendo aparentar cierto rechazo por el espectáculo, aunque en el fondo todavía no tiene del todo claro que es lo que le provoca, porque la sensación y el cosquilleo que percibe en su sexo e incluso en sus pechos, pasando por ese gusano que le ha bailado en la tripa, es difícil de encasillar.


- Esos estaban más cocidos qué una gamba de Huelva - comenta Carmen, una de las chicas que la acompaña quitándole importancia al asunto.


- Sí, cuando una bebe pierde la vergüenza - comenta sin despeinarse Valeria, la otra chica - Recuerdo una vez que me tiré a un chico en el dormitorio de un albergue. Estábamos haciendo el camino de Santiago unas amigas y conocimos a unos chavales con los que coincidimos en varias etapas. Había uno que me ponía mucho, un irlandés. Una noche se nos fue la mano con una queimada y acabamos liados. Como hacía frío y no teníamos dónde ir, nos lo montamos en el albergue. Aquello era una habitación con veinte camas y él se bajó a mi litera.


- ¿Y lo hiciste delante de todo el mundo? - pregunta Almudena sorprendida


- Bueno, estábamos debajo de una manta, pero sí, acabamos follando. Como estaba oscuro… Con la trompa que llevábamos pensábamos que nadie nos veía, pero la verdad es que cuando nos pusimos manos a la obra, ya dejó de importarnos. Mis amigas me dijeron que vaya espectáculo que dimos esa noche. Ver no se vio mucho porque con el frío que hacía procurábamos mantenernos debajo de la manta, pero oír, decían que se oyó todo.


Almudena se limita a asentir con la cabeza como los muñequitos que antiguamente ponían en los salpicaderos o en la parte de atrás de los coches, y que movían la testa con cada bache. Pero por dentro, quizás sea por el ambiente, quizás por la escena que acaban de vivir o quizás por las copas, nota como algo se remueve en ella. Como si despertara una especie de instinto animal y por primera vez se sintiera excitada ante una imagen o una confesión de este tipo. Todo mezclado con cierto regusto que amarga un poco, preguntándose cómo es posible que aquella nena que acaba de salir del bachillerato pueda contar ya una experiencia como esa. Cuando por fin pueden acceder al baño, más elementos la perturban. En la ristra de lavabos una chica está consumiendo algo de un papel. Lo hace a través de la nariz y luego lame el envoltorio. Al pasar por delante de una de las cabinas, otras dos jóvenes, posiblemente de su misma edad, se meten mano con la puerta abierta. Una de ellas tiene el top bajado y sus pechos asoman. A la vuelta comprueba que siguen a lo suyo y esta vez, en vez de besarse, una de ellas está lamiendo un pecho.


Cuando por fin vuelven donde Mariano y el resto de la pandilla, las chicas resumen toda su experiencia con un “¡vaya ambientazo que hay en los servicios!”. Ella no comenta nada, le parecería un poco improcedente entrar en detalles y tampoco está muy segura de si podría explicarse sin que se le notara que ciertamente ha quedado impresionada. Más que una visita a los servicios, para ella ha sido como un viaje iniciático que ha puesto a prueba su capacidad de reaccionar ante una ligereza sexual y una explicitud que la incómoda. Quizás más adelante, cuando esté a solas con Mariano, pueda sincerarse y explicarle lo que ha visto e incluso el impacto que ha tenido en ella esta noche que se está revelando extrañamente intensa.
 
Al salir de la discoteca son cerca de las cuatro de la mañana. La pandilla de jóvenes cree que todavía es pronto para volver al hotel y las calles donde aún se forma bulla en la zona de ambiente parecen darles la razón. Pero a Almudena le zumban los oídos y lo último que le apetece es meterse en otro garito atestado de gente así que convence a Mariano para volver. Lo hacen andando por el paseo marítimo, dejando el bullicio un poco atrás, aunque todavía se pueden oír nítidos los ruidos de la noche de Benidorm. Al menos en el paseo, una brisa fresca y salada les despeja limpiándoles los pulmones de olor a cerrado y de humo.

La pandilla con la que se han juntado ha estado un rato fumando en la puerta de la discoteca y no precisamente tabaco. Un olor que se les mete en las narices, se les agarra a la garganta y les provocan un ligero dolor de cabeza, aunque ellos no han querido probar. Ernesto, uno de los chicos, les ha regalado un cigarro liado.

- María – comenta con aire entendido - para que lo fuméis luego más tranquilos. Pasaros por la playa que hay un buen ambiente - ha concluido a modo de despedida guiñándoles el ojo.

¿A qué se refería? Desde el paseo se ve algún que otro grupo yendo o viniendo de la línea del mar, que se pierde en la oscuridad, y entre ellos no pocas parejitas que han ido allí a buscar algo de intimidad. Pero la playa aparentemente está tranquila aunque se oye algún grito, alguna risa y rumor de pisadas en la arena.

- Vamos a meter los pies en el mar – exclama lanzada Almudena. Mariano se encoge de hombros y le sonríe.

- Si tú quieres ¡venga!

Con los zapatos en la mano, caminan descalzos hacia la orilla. La luna se refleja en el mar. Su resplandor sobre el agua se difumina en las luces que arroja la ciudad que no duerme. El rumor de las ondas rompiendo aumenta a medida que se acercan al borde de la playa. Es solo eso, un rumor, ahí las olas no parecen tener entidad, levantan apenas un par de cuartas sobre la superficie antes de caer sobre la arena.

Almudena se siente un poco confusa por todo lo que ha vivido. Es tan distinto y tan extraño a su día a día que aún está sorprendida ¿Y por qué no decirlo?: también un poco excitada. Todo aquello le evoca recuerdos que creía enterrados para siempre. Almudena se estremece al contacto con el agua fría que ahora baña sus tobillos. Y sin embargo, aquello no consigue escarchar el fuego que se agita en su vientre, que calienta su estómago y sube hasta su pecho. Se le han puesto los pezones en punta y no parece que sea por el fresco mar.

No muy lejos de ellos y una vez que los ojos se han acostumbrado a la oscuridad, pueden adivinar a un grupo de cuatro o cinco personas. Las risas y las exclamaciones les llegan diáfanas. Gente joven, bastante achispados, pasándoselo bien. Una chica se pone en pie. Ni Mariano ni ella pueden calcular muy bien la edad pero por la voz no parece mucho mayor que ellos. La ven sacarse el vestido, deshacerse del sujetador y correr hacia el agua. Otras dos figuras del grupo se levantan. Son muchachos. Sin poder apartar la mirada, aunque es consciente de que su novio la observa, contempla como se desvisten quedando totalmente desnudos. Desfilan también hacia el agua, donde la chica está metida hasta medio muslo, titubeando. Sin pensárselo dos veces, queriendo hacerse los gallitos, se lanzan de cabeza a las olas salpicándola y provocando que ella grite. Hace fresco pero no parece importarles, su interior bombea calor alimentado por el alcohol consumido y por la situación morbosa. De noche, la chica jugando entre dos muchachos desnudos, porque estos sí que se han quitado todo, rozándose, tocándose, las bragas ya empapadas de agua que se le pegan a la piel como si no llevara nada, los pechos temblando mientras se mueven de un lado a otro, quién sabe si de frío o de ardor.

Almudena siente que le hormiguea el bajo vientre, ese gusano en la tripa que le baila y le provoca cosquillas, una sensación como de sofoco que le sube por el estómago y hace que sus pechos también se pongan sensibles y duros ¿Será a eso a lo que se refieren sus amigas y compañeras?

Caminan un rato más acercándose al hotel. Cuando llegan se sientan sin salir todavía de la arena. A ella le apetece aun seguir oyendo el mar. El rumor de las olas y la suave brisa de madrugada parecen calmar un poco su corazón que se ha puesto a bombear muy fuerte. Almudena no sabe bien por qué, pero todo lo que ha visto la enerva, hace que su cuerpo se prepare.

¿Que se prepare para qué? se pregunta, aunque sabe bien la respuesta.

Una sensación como de febrícula la invade, dejando paso a una tibia y pegajosa humedad que irrumpe en sus bragas y se pega a sus muslos. La boca se le reseca. Es lo que le pasa cuando hace el amor con Mariano. Bueno, no siempre, solo aquellas veces que está especialmente sensible y motivada.

Oyen en pasos sobre la arena: otra pareja se acerca. No hay lugar en aquella playa donde los amantes no busquen refugio. Si eso es una noche cualquiera ¿Cómo será Benidorm un fin de semana?

La parejita se tambalea, vienen contentos y no parece importarles demasiado su presencia. Se acoplan también sobre la arena, apoyados en una pila de hamacas, ocultándose a la vista del paseo que separa el hotel de la playa pero en línea de visión directa con ellos. Apenas les separan unos metros, cosa que no parece importarles lo más mínimo. La chica es rubia, voluminosa y exuberante. Amplias caderas, un culazo que parece un tomate reventón de huerta y pechos generosos. Es joven, posiblemente de su misma edad. A pesar de la abundancia de carne todo está turgente y muy bien puesto. Nalgas y muslos duros, pechos magnos pero erguidos. La piel es muy clara y pecosa, el acento extraño, lo cual significa posiblemente que sea extranjera. Una muchacha en la flor de la vida pasada de alcohol y quizás a dos horas de vuelo de su casa, con un chico en la arena a pie de playa mediterránea ¡Que mejor ocasión para el sexo! barrunta Almudena mientras su cuerpo se vuelve de nuevo extraño y plagado de sensaciones inhabituales.

Mariano también observa de reojo a la parejita. No se dicen nada pero los dos parecen estar pensando lo mismo. En cualquier otra circunstancia el pudor les habría hecho levantarse e irse de allí pero en ese momento deciden quedarse un rato, expectantes y con una curiosidad morbosa porque tienen la impresión de que esos no se van a cortar.

¿Hasta dónde estarán dispuestos a llegar? No tardan mucho en comprobarlo.

Los tirantes del top de la chica hace rato que han caído y este ha bajado a su ombligo. Ella misma libera los pechos y el sostén mientras el muchacho entierra la cara en ellos y se da un festín de boca y dedos, igual que un oso metiendo el hocico en una tarta. La muchacha aprovecha para sacarse las bragas que deja tiradas en la arena. Y así queda dispuesta y abierta a todo lo que venga. Pareciera que va adoptar una posición pasiva pero no es así. Mientras su acompañante se da un banquete mamario, ella lleva la mano a la entrepierna y sin preámbulos ni transición alguna, se frota fuerte haciéndose una paja en toda regla. Las luces del paseo arrojan una tenue claridad que disuelve la sombra que proyecta el montón de hamacas y les permite ver como ella le desabrocha la bragueta al chico y se inclina cubriendo con su pelo el pubis, pero sin que los movimientos de cabeza dejen lugar a dudas sobre la felación que le está practicando.

Almudena y Mariano se pegan el uno al otro como si quisieran resguardarse del fresco nocturno, pero en realidad lo que buscan es el contacto tibio de sus cuerpos. Un ligero estremecimiento les corre por la piel cuando se abrazan.

Unos gemidos llegan hasta ellos y vuelven a fijar su atención en la pareja. Ahora él está sentado, con los pantalones bajados y es la chica la que lo monta, desparramándose sus muslos a ambos lados de las piernas del muchacho. El vestido le tapa el culo, pero no lo suficiente para que cuando se inclina puedan ver dos cachetes grandes y carnosos separados por una raja oscura. Si fuera de día, sin duda podrían observar con todo detalle como su sexo se abre para tragarse la polla del chico. Pero la imaginación es más poderosa y a Almudena le pasa la imagen más algún añadido suyo por la cabeza. Como si lo viera sin ninguna dificultad y en primera fila.

Volviendo a la realidad, dos pechos grandes cuelgan ingrávidos y la boca del chico se dirige a uno de ellos. Los movimientos se hacen más frenéticos, la chica golpea con sus caderas mientras el chaval hace su parte del trabajo, ocupándose de pellizcar y de morder las tetas inabarcables de aquella rubia jamona, que pronto alcanza el orgasmo acompañándolo de grititos, jadeos y expresiones como ¡Fuk me! ¡Oh my God!

Los resuellos y los chillidos arrecian, los muslos prietos llenos de arena, el culo trémulo de la muchacha, blanquecino a la luz de las farolas que llega difuminada, con marcas rojizas de los dedos del joven que se han aferrado y que ambos pueden ver al pasar a su lado. La chica sigue encima, ambos parecen haber terminado e intercambian alientos sin llegar a besarse, como si se estuvieran diciendo palabras muy bajito. No les importa que pasen junto a ellos, ni la chica hace el más mínimo intento de cubrir su culo o sus pechos.

Todos estos sonidos e imágenes los acompañan al volver a la habitación y también cuándo echan un polvo rápido, buscando desahogarse de la calentura acumulada esa noche. Es un polvo excitante pero confuso, pareciera que no aciertan a poner en orden sus deseos ni sus sentimientos. Pasa rápido como un fogonazo y Mariano se queda rápidamente dormido. Son jóvenes pero no están acostumbrados a trasnochar tanto, ni tampoco al alcohol. El cuerpo ha cambiado el biorritmo y les pasa factura. Almudena entra en una somnolencia pesada, queriendo dormir pero sin poder hacerlo. Ha sido una noche tan confusa... Su cerebro, ahora liberado en la oscuridad de la habitación, trata de ordenar las experiencias vividas, buscar un orden, quizás una razón.

Algo se abre paso. Es un recuerdo. Estaba enterrado muy hondo. Almudena muy jovencita, en el campamento de verano. Colonias cristianas en la sierra de Gredos. Lo pasó mal, es la primera vez que se separó de sus padres y no se adaptaba. Se suponía que iba con sus dos primas y que ellas cuidarían de Almudena, pero eran algo mayores y les faltó tiempo para escabullirse a la menor oportunidad, para fumar sus primeros cigarrillos con las compañeras más espabiladas y frescas, para empezar a tontear con chicos. La salvó Petra, una de las jóvenes monitoras, que la adoptó y le dio la atención necesaria para que sobreviviera anímicamente a esos quince días. Los tres primeros se los pasó llorando, pidiendo que vinieran sus padres a recogerla. Al final se quedó por Petra que incluso le permitía dormir en su pequeña cabañita dónde sobraba una cama. Las monitoras dormían por parejas y ella se había quedado impar. Petra era cariñosa, vital y muy descarada. Almudena llegó a pensar que no cuadraba demasiado en una colonia cristiana y más aún, cuando vio el continuo flirteo que tenía con otro de los monitores. Como se había convertido en su sombra y la seguía como un perrito a todos sitios, pudo observar cómo en alguna ocasión se besaban a escondidas. Y también como una noche, ya de madrugada, una sombra se deslizaba a través de la puerta y se metía en la cama de Petra.

- Chissss… no te asustes, es mi novio - la tranquilizó - solo viene a estar un rato conmigo.

Y Almudena se calmaba. Que hubiera un chico fuerte y joven con ellas le daba tranquilidad de manera que no estaba preocupada, pero por otro lado los sonidos que llegaban de la cama vecina le provocaban cierta vergüenza ¿No estarían?...

Evocaciones también de su hermana mayor Malena. Por su condición de ser niña y además la primera, tuvo que soportar un marcaje estricto de sus padres. Nada de salir sola con chicos y recta observancia de las formas. Tan importante era que su pureza no se viera alterada como que la imagen que diera fuera virginal. Pero ya no vivían en el siglo pasado y el tirón de las hormonas resultaba más que evidente, con lo que al final tuvieron que claudicar y permitir que la niña se echara novio. Eso sí, le colocaron a Almudena de carabina. Tenía qué acompañarlos allá donde fueran, especialmente cuando no estaban en público.

Malena, hay que ver... Se llevaban cinco años de diferencia y su relación era tranquila. Si entendemos por tranquila que no discutían pero tampoco estaban en la misma onda. Amor de hermanas pero sin exagerar. Cinco años son más que suficientes para marcar la diferencia y que ambas estuvieran en distintas frecuencias. Tenían un carácter similar, pausado, poco dado a llamar la atención, convencionales y respetuosas con la autoridad paterna por lo cual Almudena pensó que tenía el trabajo hecho. Le parecía una bobada acompañar a su hermana porque no le cabía en la cabeza que pudiera desobedecer a sus padres en algo tan serio como mantenerse pura y casta. Que para eso eran una familia religiosa. Y mira por dónde, resultó qué Malena tenía dos caras como las lentejas. Respetuosa obediente y formal de cara al mundo, pero apasionada, encendida, tentadora, embaucadora contra la autoridad cuándo nadie la veía.

Recuerda como al principio la esquivaban, mandándola a comprar golosinas o refrescos y aprovechaban para besarse y acariciarse. Besos y caricias que se hicieron más intensos y más profundas a medida que cogieron confianza, con una Almudena que asistía como testigo a todo aquello. Lo primero que sintió fue rechazo: no entendía la actitud de su hermana, una actitud tan poco cristiana y tan moralmente reprobable. Ella que había sido un ejemplo para Almudena de repente mostraba un lado oscuro, pecador, casi nauseabundo, que provocaba su rechazo al contemplarlos intercambiar saliva o como se tocaban en sitios prohibidos, aunque fuera por encima de la ropa.

Lo primero que pensó fue echárselo en cara a Malena o incluso en denunciarla a sus padres. Pero algo la detenía siempre. En el último instante se aguantaba el enfado y evitaba el enfrentamiento o la delación. Por el contrario, cada vez ponía más interés en acumular pruebas visuales de su impudicia, cargándose de argumentos para que el día que se enfrentara a ella no hubiera la más mínima posibilidad de réplica. Así, buscaba la forma de espiarlos, de dejarles la suficiente intimidad como si fuera su cómplice, cuando en realidad (según su infantil mentalidad) lo que hacía era tenderles una trampa.

¿Cómo era capaz su hermana de ese comportamiento tan vulgar y sucio?

Almudena se asombra de como de repente, todos esos sentimientos y esas imágenes afloran tan vividas como si acabara de verlas. Quería tenerlas apartadas y olvidadas para siempre y sin embargo ahora salen a la luz, en el duermevela de la alborada en esa habitación de Benidorm. Su mente las ha guardado con total y absoluta fidelidad. Se sorprende y a poco que ha fijado su atención en esos recuerdos, se le vuelven a presentar, no como imágenes amarillentas o en blanco y negro del pasado, sino con todos los colores y los tonos, como si acabara de echar la foto. Su cuerpo se agita como cuando lo recorre un temblor. Ha vuelto a abrir una puerta que lleva muchos años cerrada. Ya no son solo imágenes de su hermana dándose el lote con el novio en el parque o en un rincón oscuro y escondido del portal, sino aprovechando la ausencia de sus padres. Con Almudena a cargo de su hermana y esta última abriéndole la puerta su chico y pidiéndole que no dijera nada, que era solo una visita y que no quería que mamá ni papá se enfadaran. Y luego ellos encerrándose en el cuarto de Malena. Así sucedió en varias ocasiones, tantas como imprudencias cometieron sus padres al dejar la casa sola en la confianza de que la presencia de Almudena era suficiente disuasión para su hermana. Los padres hicieron reforma en el piso y partieron una gran habitación en dos, con un cuartito de baño en medio, facilitándoles una habitación a cada hermana y un aseo compartido. Precisamente en este aseo habían dejado un respiradero por arriba, un hueco para que se pudiera liberar la humedad del baño y a través del cual, Almudena pudo asomarse a espiar. Casi siempre se repetía la misma rutina. Merendaban dulces y golosinas que el chico traía, tratando de ser amable y de conquistarla para atraerse su complicidad. Un rato de juego de mesa o de diversión compartida en la que la dejaban participar y, finalmente, la excusa de que nos vamos a mi habitación a hablar de nuestras cosas. Entonces, la dejaban viendo la tele con el volumen convenientemente alto y se encerraban en el cuarto. Hasta ese momento, todo lo que había hecho su hermana le provocaba rechazo, pero la sensación se volvió ambigua. De hecho, verla en esa situación, oírla jadear, le provocaba sensaciones extrañas y nuevas que la hacían volver al respiradero para espiarla en esos momentos de intimidad. Y así acabó por descubrir que su indignación era en realidad morbo, que su vigilancia era en realidad interés propio y que el rechazo era envidia. Todo esto podía comprobar mientras era testigo de cómo se metían mano en la cama, esta vez por debajo de la ropa, o alguna ocasión directamente sin ella. Aquello ya no eran caricias, eran mucho más. Actos impúdicos, reservados solo para adultos que estuvieran convenientemente unidos por el sacramento del matrimonio. Su hermana, que lo debía tener por edad y madurez más claro que ella, sin embargo, se dejaba arrastrar y hacía cosas ¡Oh, qué cosas!

La veía roja de deseo, con la mirada perdida. No entendía cómo podía abandonarse así, qué es lo que le pasaba. Su carne joven y prieta temblaba al contacto de las manos y del cuerpo del joven. El pecho se levantaba en una respiración entrecortada, la veía incluso sudar. Cosas que por inducción también experimentaba ella y que le impedían apartar a la vista o que dejara de espiarla, pensando que esa era su misión y que hacía lo correcto. Hasta aquella tarde que no pudo engañarse más. El vestido de falsa moral con el que se cubría caía hecho jirones a sus pies al contemplar a su hermana con la falda subida hasta el vientre, abierta obscenamente de piernas, los pechos al aire y abrazada a su novio mientras la embestía.

Ella subida al mueble del baño de puntillas, trataba de mantener el equilibrio. Veía a Malena sofocada, pero a la vez con los ojos vueltos por el éxtasis y el placer. Con la cara contraída en una mueca, pareciera que fuera a llorar y sin embargo lo que hacía era gritar:

- Ah, ah, ah, ah ¡ayyyyyyy!

Aumentaban la cadencia progresivamente hasta que al final rompía con un ¡ay! prolongado y agudo, a la vez que su cara se volvía roja del todo y sus muslos se cerraban en torno a las caderas del chico, juntándose los talones con su culo y apretándolo contra sí. Almudena lo vivió como aquella vez que vio a dos perros copulando, con la misma excitación, curiosidad y a la vez asco. Era algo repugnante pero a la vez hipnótico, repulsivo y atrayente a partes iguales algo que hacía que su mente su cuerpo se bandeara en medio de sentimientos contrapuestos. Recuerda la cara congestionada de su hermana mientras llegaba el orgasmo del chico, apretando y finalmente saliéndose de ella, sentándose en la cama con el pene todavía erecto y brillante. Malena, abiertas aun las piernas, con la mirada perdida en el techo y la respiración agitada. La luz entrando por la ventana, el ambiente pesado y espeso de la siesta, el calor del verano, el olor a flujo fresco y un estremecimiento recorriendo el cuerpo joven de su hermana antes de caer finalmente rendido. Almudena se revuelve en la cama, las imágenes son tan reales como si lo estuviera volviendo a vivir. Es su flujo el que ahora huele. Se mira los dos dedos empapados tras haber estado manoseándose entre las sábanas de lino que le pone su madre, tratando de imitar a su hermana, abrazándose a la almohada como si fuera el novio que todavía no tiene, alcanzando su primer orgasmo mientras se toca con los dedos. Y finalmente, sintiéndose culpable por todo, decidiendo enterrarlo en su memoria para no tener que delatar a Malena y para no tener que delatarse a ella misma, doblando sus asistencias a misa, sus confesiones y las oraciones con las que tocaba purgar su pecado de lujuria. Todo ello enterrado durante años y aparentemente olvidado. Pero ahora, de repente, esa noche le vuelve a la cabeza. Sabe que no es el alcohol, ni la playa, ni estar de vacaciones con su novio, eso lo han hecho otras veces. Lo que ha invocado los antiguos fantasmas han sido las escenas de sexo que ha podido ver en la bacanal que supone la noche de Benidorm.

Ella nunca ha gritado como gritó su hermana, nunca se ha desatado de esa manera. No era decoroso, no era adecuado, era propio de chicas barriobajeras. Ni siquiera en la intimidad con su novio Mariano. Su sexo siempre ha sido contenido, suave, tratando de que predominara el cariño sobre la liviandad y el deseo físico.

Sí, así pensaba ella que debía ser el amor. Pero esa noche algo se ha revuelto en su interior. Recuerda las chicas bañándose desnudas, a la pareja fornicando apoyada en las hamacas, a la joven haciéndole la felación a su novio en los servicios…Esa intensidad física, ese deseo animal que ha visto en los gestos, en las miradas, en los actos, la descoloca igual que la descolocaba su hermana.

¿Hay otra forma de tener sexo? Sin duda. La acaba de ver y la acaba de evocar. Pero ¿puede ella practicarla? ¿La desea? ¿Por qué le tiembla ahora el cuerpo igual que le tembló aquel día subida al mueble del baño mientras observaba a su hermana y al novio?

Almudena no sabe ahora si sueña o no, si está en este mundo o en otra dimensión, solo sabe que siente un calor como no había sentido antes y se va dejando ir. El pecho le quema, los muslos le sudan, su entrepierna se ha empapado. Se toca y tiene la vulva hinchada. Los dedos pellizcan el clítoris igual que en aquellas sesiones masturbatorias de cuando era joven. El clítoris responde duro como un garbanzo, mandándole calambrazos de placer que invaden su vientre y se pierden en lo más hondo de su vagina. Introduce dos dedos y los retira mojados.

No puede más, tira de la sabana y le baja el slip a Mariano. Sin apenas transición se introduce la verga en la boca. Su chico, entre el sueño y la realidad, se estremece. Una chupada profunda, luego otra y luego otra más aún. Voraz, se la mete hasta la campanilla a punto de provocarse una arcada. Mariano se retuerce de placer entre las sábanas, sorprendido pero ya consciente. Ella entierra la mano en su magdalena húmeda frotándose con dureza. La polla de su novio adquiere una consistencia rígida que hasta entonces no había percibido en sus labios. Parece que esté chupando mármol. Continúa mientras él se arquea estremeciéndose y apunto de descargar en su boca, algo impensable hasta ese día pero que de repente a ella la pone muy perra.

¡Dios! ¡Si hasta utiliza expresiones bajunas!

No obstante, Almudena tiene necesidades más urgentes y no quiere que eso ocurra. Se la saca y con los labios y la barbilla todavía llenos de babas le pide a su novio:

- Fóllame, fóllame duro.

Entonces Mariano la retira con brusquedad de la cama, incorporándose y arrastrándola hasta la pared. La pone contra ella y le abre las piernas como si fuera a cachearla. Almudena nota el miembro duro recorrer su perineo en busca de la entrada de la vagina y se moja aún más. Para cuando por fin el glande encuentra el agujero y se introduce, aquello es un festival de flujos que facilitan que se la pueda meter hasta el fondo. La siente mucho y muy dentro en aquella posición, pero ella levanta el culo poniéndose de puntillas para que la follada sea aún más intensa y el pene del chico la frote en el ángulo adecuado. Sabe que cuando esto sucede hay un punto dentro de su coño que le provoca mucho placer.

- ¿No querías que te follara? ¡Pues toma! - dice un Mariano desconocido hasta ese momento también para ella.

- Sí, sí, sí, sí…

Los empujones se vuelven salvajes, los asaltos a su vagina chorreante son cada vez más bruscos. Percibe que tiene los labios hinchados y como el cosquilleo que antecede a su orgasmo ya empieza a recorrerla. Un empujón tras otro se va acercando al balcón y entonces oye la orden de Mariano:

- Abre lo que te voy a follar fuera para que nos vea todo el mundo. Para que vean cómo te corres.

Ella obedece y así ensartada salen a la terraza. Se inclina sobre una barandilla bien abierta de piernas y recibe de nuevo a Mariano en su interior. Se le había salido con un pequeño tropezón al entrar al balcón. La toma por la cintura y de nuevo la vuelve a penetrar como si fueran dos perros en celo.

Se oyen gritos de sorpresa que luego se transforman en entusiasmo. Desde abajo, unos ochenta o noventa trasnochadores que están de fiesta en la piscina, los jalean haciendo palmas y gritando.

Almudena siente mucha humedad correr por sus piernas ¿será Mariano que se está corriendo? No puede verlo, tiene la mirada fija en el frente y abajo en la piscina. Otras parejas se meten también mano, los demás jalean y casi todos tienen la vista puesta en ella. Todo aquello la vuelve loca, sus pechos botan excéntricos con cada empujón que recibe, las manos de su chico se aferran a sus carreras y los envites son cada vez más intensos. De repente, le llega el placer más agudo que ha sentido en su vida. Lo que está haciendo es increíble y en ese momento todo pasa por su cabeza: los comentarios de sus compañeras y amigas más descaradas tras un fin de semana de sexo, la cara de su hermana contrayéndose de placer mientras su novio la folla en el dormitorio, el olor a flujo fresco de su rajita la primera vez que se masturbó, las primeras caricias de su novio, torpes pero excitantes…

La vista se le nubla, las manos asidas a la barandilla, los muslos se tensan y Almudena se corre hasta que las rodillas se doblan del gusto dejándose caer, cogida a los barrotes, los ojos cerrados y la frente contra la baranda, con las sienes latiéndole como si fueran dos tambores de guerra, el coñito encharcado y la verga de su novio aún tiesa golpeándole el coño y llenándoselo de semen que escurre fuera.

Una ovación la aclama y ella sonríe satisfecha mientras los gritos aumentan en volumen, llamándola por su nombre y haciéndole palmas tan alto que finalmente... ¡Almudena se despierta!

Efectivamente, hay ruido fuera, se deben estar montando la fiesta en la piscina como todas las noches. Mira el reloj y ve que son las cinco de la mañana. Mariano duerme plácidamente a su lado. Se lleva la mano al pecho y poniéndola por debajo de su teta nota como el corazón le va a mil por hora, como si en vez de despertarse de un sueño acabara de correr los cien metros lisos. Un rocío pegajoso humedece su entrepierna. Pasa la mano por el sexo y al llegar a su clítoris este reacciona dándole un calambre. Los pezones se le ponen de punta y su garbanzo hinchado emite espasmos electrizantes. Se moja la yema de los dedos en sus propios labios menores y usando el flujo como lubricante, se vuelve a tocar su nódulo. Un goce casi doloroso la visita de nuevo. Tiene toda la vulva hinchada, llena de sangre, preparadas sus terminaciones nerviosas para darle placer. No recuerda haber estado así nunca. Ahora comprende a su hermana, a sus amigas, a sus compañeras. Es como si una revelación divina empezara a inscribir las tablas de la ley del deseo en su cuerpo.

Recuerda el sueño y tiene un arrebato. Se inclina sobre Mariano y le agarra la verga, lo masturba sin muchos miramientos y cuando está erecta, la hace desaparecer en su boca. Chupa con más ansia qué habilidad. Mariano se despierta sin saber muy bien que pasa, pero le gusta tanto lo que le está haciendo su novia que decide dejar las preguntas para más tarde.

Pronto, la base de su pene y los huevos están llenos de saliva y babas. Cuando Almudena considera que ya está a punto de caramelo la saca. Incorporándose, asiente con la cabeza dando su aprobación, se quita las bragas y las tira a la cama. Mariano la mira con ojos como platos, como si no la reconociera.

- Ven.

- Que vaya ¿A dónde?

Almudena parece haber tomado una determinación y, ya sin dudar, lo coge de la mano y tira de él mientras lo lleva desnudo hasta la ventana. Abre el balcón y sale a la pequeña terraza.

- Pero Almu…

- ¡Fóllame!

- ¿Qué?

- Que me folles aquí ¡ahora! - responde impaciente mientras lo agarra de la verga y tira hacia sí de su novio.

Se dan un muerdo apasionado, frotándose uno contra el otro, abrazados, mientras abajo se oyen silbidos, palmas y gente jaleando. Con una mirada encendida, Almudena se da la vuelta, apoya las manos en la baranda y se inclina separando las piernas.

- Tómame.

Mariano ve su culito iluminado por la luz, dos cachetes blancos y redondeados. Abajo sobresale una pequeña mata de pelo que indica que allí está el sexo de su chica, esperándolo, y entonces ya no se cuestiona nada más.

¿Aquello es un sueño o es realidad? ¿Está despierto o aún sigue dormido? al final concluye que nada de eso importa, que si su Almudena se lo pide y lo desea, él no va a ser quien se eche atrás. Acerca el pene entre las nalgas y como diría Aute, “el pie encuentra el pedal, parece que anda suelto Satanás”.

Una ovación en forma de rugido les llega desde la piscina dónde más de cien personas, entre chicos y chicas, los aclaman en un último contacto con la realidad que les pone el vello de punta antes de que pierdan la noción de lo que les rodea y se sumerjan en el placer.

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La próxima entrega, Beatriz, se publicará en la sección de infidelidad debido a su temática, Como ya comenté en la introducción, los relatos referidos a este tema irán en ese apartado.

Un saludo.
 
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