Fantasías sexuales de las españolas 2º parte

La imagen de los hombres copulando en la ducha no se le va de la cabeza. Se conoce y sabe que ya no lo hará nunca. Le ha tocado la fibra, como cuando tu novio acierta y por fin encuentra el clítoris y además da con la forma de adecuada de acariciar. Esas imágenes se van a convertir en una fuerte inagotable de masturbaciones. Recordadas con detalle, reinventadas, combinadas con elementos nuevos que ya irá introduciendo, le van a conseguir multitud de orgasmos. Sonia excitada, Sonia empoderada, se mira al espejo y se gusta por primera vez en mucho tiempo. La imagen que refleja es de una chica hermosa y guapa. Se cuelga un diminuto bolso del hombro, lo justo para llevar las llaves, el móvil y algo de dinero además de la documentación. Sale a la calle. Aún es temprano para cenar aunque tiene hambre, así que decide caminar hacia un bar que le gusta. Allí se sienta en la terraza y se toma una cerveza. Por primera vez en mucho tiempo se siente observada por algunos de los hombres que hay alrededor y le gusta la sensación. Prefiere que mantengan la distancia, no ha salido a buscar un chico, esa noche es para ella. Para sentirse a gusto y bien consigo misma, para hacer planes de futuro, para despegar de nuevo, para replantearse todo. Cuando acaba la cerveza ya ha decidido que va a volver a solicitar el traslado, si no es a Málaga será a Cádiz, a Valencia, a cualquier sitio que tenga mar.

Y ya ha decidido también que, aunque duela, Héctor ha pasado definitivamente a la historia. Su novio ya no cuenta. Desgrana los recuerdos como su madre separaba las lentejas buenas de las malas y se quedaba solo con aquellas que servían para hacer el guiso. Sonia también se quedará con lo bueno de esto, con los recuerdos que la hacen sentirse bien, con los que la ponen cachonda y eliminará los demás. Al menos de su memoria inmediata. Si vienen a su mente no será porque ella los invoque. Y este fin de semana le dirá que sí a sus amigas y volverá a salir con ellas.

Se levanta, a lo tonto ha pasado una hora y algo más. Vuelve caminando hacia su casa pero no le apetece cenar allí, de modo que decide darse un último capricho ese día que está resultando tan prometedor. Hay una pequeña pizzería al lado de su vivienda, unas mesas en una pequeña placita con un jardín. Decide sentarse en una. Corre un poquito de aire y el frescor del césped y los árboles cercanos dan una sensación agradable. Un jazmín perfuma la noche de verano. Le indican una mesita pequeña para ella sola. Pide vino, una botella entera. Si le sobra ya se lo llevará y la terminará en casa, mañana es sábado y no hay que madrugar.

Ya se imagina entre sábanas usando de nuevo el consolador y el satisfyer a la vez ¿cómo no se le había ocurrido antes? si será boba. Y luego el sueño profundo de los borrachos que la hará levantarse con un ligero mareo, pero no le importa. Se sirve la primera copa en espera que le traigan la comida. Por primera vez sale de sus pensamientos y pasea la mirada deseando descubrir el mundo que la rodea, del que ha estado tantas semanas apartada. De repente, los ojos se le abren como platos y un estremecimiento la recorre: tres mesas más allá están sentados el vecino y su pareja.

Charlan animadamente, ajenos a todo, manteniendo las distancias en principio, sin cruzarse gestos de cariño. Los observa un buen rato y parecen dos hombres totalmente heterosexuales. Pero ella no puede evitar verlo desde otra óptica, desde el conocimiento que da el haber visto, el haber sido testigo. Vuelve a contemplar esas bocas besándose, dando besos que son casi bocados, esos muslos musculosos tensándose, los movimientos sensuales pero a la vez enérgicos, los miembros duros y enhiestos. El roce que se vuelve rudo entre los cuerpos, el agua humedeciendo, el jabón corriendo por la piel, salpicándola de espumarajos blancos como si fuera la corrida de un dios con un sexo descomunal. El apareamiento que se vuelve animal, intenso, descarnado, el desahogo final. Los cuerpos en tensión aún abrazados y luego el contraste de la delicadeza con la que se vuelven enjabonar, con la que se asean el uno al otro, con la que se quitan la espuma.

Sonia de nuevo en el mundo, Sonia en Sonia decidida y aventurera, obedece al impulso de levantarse, tomar la botella de vino y la copa y dirigirse a la mesa que ocupan. Las piernas le tiemblan. Mientras camina se pregunta qué diablos está haciendo, siendo ella la primera sorprendida, pero para su asombro no tiene miedo, ni vergüenza, está decidida.

- Hola. Disculpad, me llamo Sonia y no me gusta cenar sola ¿os importa que me siente con vosotros?

Los hombres se miran entre sorprendidos y divertidos: no esperaban algo así.

- Veréis, no soy ninguna loca, soy vecina. Vivo en el siguiente portal al vuestro. No quiero incomodar, simplemente es que me apetecía cenar en compañía y os he reconocido. Si molesto me voy.

Ellos se vuelven a mirar y finalmente su vecino asiente y la invita con un gesto a sentarse.

- Yo me llamo Mario. Él es Benjamín.

Sonia levanta la botella cuando pasa el camarero y pide dos copas más.

- Es mucho vino para mí sola ¿me dejáis que os invite?

Ellos sonríen y una Sonia que ya no puede poner freno a su lengua comienza a hablarles. De todo, de ella, de su trabajo, del momento que está pasando tras su ruptura con Héctor, como si los conociera de toda la vida. Son amables, la escuchan, hacen alguna broma, la animan. Comen con apetito. Los tres piden otra botella.

Sonia frena un poco su incontinencia, su necesidad de hablar y les pregunta, se interesa por ellos y sus profesiones, ríe con ganas cuanto hacen algún chiste. A los postres y tras el segundo chupito de Limonchello se lamenta de que está sola, pero afirma que eso pronto se arreglará. Ellos le dicen que están convencidos, es una chica muy guapa y muy hermosa, pero que ahí no pueden ayudarla, comentan con una leve risa.

- Con nosotros te equivocas - murmura Mario intercambiando una mirada con Benjamín.

Ella sonríe. Sonia alegre, Sonia satisfecha.

- No, no me equivoco - contesta mientras pide la cuenta.


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Próximo relato María, en la sección de infidelidad....

8. María (reponedora de gasolinera, 24 años): “Un intercambio de parejas con mi mejor amiga y su novio es una de esas visiones que de vez en cuando se apodera de mi imaginación. La verdad es que tanto su chico como el mío son estupendos, y creo que estaríamos a gusto. Pero, por ahora, prefiero que siga siendo una fantasía, por si las moscas.”
 
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