La fiesta
—¿No está Dani con vosotros? —preguntó Alba.
—Creo que se iba a casa. Que estaba cansado —dijo Gonzalo.
Pasó junto a Alba para reunirse con el resto de gente que estaba en el salón. Caminaba en un involuntario zig-zag. Marcos, que llegaba detrás, se paró delante de ella, junto a la puerta. El frío de la calle empezaba a hacerse notar y llegaba frotándose las manos.
—Nos ha dicho que no podía con su alma. Que tenía ganas de pillar la cama —dijo encogiéndose de hombros—. Se ha ido solo.
—Vaya, pobre. —Alba cogió el móvil y buscó entre los contactos. —Voy a llamarle.
Celia cerró la puerta y tomó a Alba del brazo.
—Déjalo, mujer. Seguramente pensará que se iba a aburrir y habrá preferido irse a descansar. Si te digo la verdad, en la cena lo he visto un poco… apático, como ausente. Bastante ha hecho el hombre con aguantarnos toda la noche.
Quiso protestar, pero Celia tiró de ella hasta juntarse con el resto en el salón donde se sentaron en sendos sofás.
La casa era un viejo edificio de tamaño considerable aunque de aspecto modesto. El salón, por su parte, tenía unas dimensiones muy generosas. Pertenecía al amigo de Aníbal con el que se había presentado en el bar. Un tal Rocho de apelativo. Muy corpulento; más bien gordo, se podría decir. Eva no lo conocía muy bien aunque sabía que eran íntimos. Había estado todo el tiempo callado dejando que Aníbal llevara la voz cantante. Ahora, en aquel salón, había preferido colocarse alejado del grupo en un sillón situado en una esquina junto al ventanal.
El resto, desparramados por los sofás que rodeaban la mesita de centro, observaban a Aníbal inclinado sobre el mueble bar. Después de trastear un rato, sacó la cabeza y levantó una botella transparente con un dibujo de un esturión en su etiqueta.
—Joder, esta botella de vodka no se compra con un billete verde. —Rocho, sentado en su butacón, sonrió orgulloso—. Hay que acabarla —dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. Que esto una vez abierto pierde las vitaminas.
—Deja el móvil ya, Alba —recriminó Celia intentando quitárselo.
—Un momentito, que le estoy escribiendo a Dani. —Lo alejó de sus garras mientras tecleaba las últimas palabras—. Espera que acabo ya.
Forcejearon brevemente medio en broma hasta que Celia se salió con la suya.
—Ale, a guardar. Se acabaron los mensajitos y se acabaron los novios. —Se llevó el móvil hasta una mesita junto a la entrada—. Ahora estamos a lo que estamos, así que dadme todos vuestros móviles o apagadlos.
Aníbal y algún otro le pasó el suyo para que se lo llevara. Las chicas, por su parte, le ofrecieron sus bolsos que ella volvió a guardar junto a la mesita.
—Venga, a ver a qué sabe esa botella —dijo al volver junto al grupo.
— · —
—Yo nunca… —decía Martina pensativa—. Nunca lo he hecho en la cama de mis padres.
Excepto ella, todos bebieron al unísono. Descomponiendo sus caras a medida que el alcohol de aquel vodka hipercaro bajaba por su esófago arrasando su interior. Las burlas no tardaron en llegar.
—¿Pero qué dices, tía? ¿Nunca? No me jodas.
—Se me ha caído un mito —le decía Gonzalo a Marcos que aguantaba estoico la parte que le tocaba.
Martina se reía a carcajadas. Era la primera vez que no bebía. Eva, que había visto cómo su novio se metía el trago como si fuera agua, tampoco había bebido y sonreía entre tímida y avergonzada, agradecida porque nadie se hubiera dado cuenta de que su vasito siguiera lleno.
Estaba sentada en el apoyabrazos del sillón de Enrico, intentando no desentonar demasiado con aquel grupo que conocía desde hacía casi un año pero con el que todavía no terminaba de tomar confianza suficiente.
—¿Qué queréis? —se defendía Martina— Son mis padres. Me da palo.
—Pero a Marcos no —gritaba León—. Seguro que él se muere por hacértelo allí y le tienes aquí, sufriendo.
Marcos lo fulminó con la mirada, pero no dejó de reír para no hacer ver que se ofendía.
—Aparte de que la cama de los padres es la más grande de la casa —continuó diciendo León— tiene el morbo añadido de ser la cama donde ellos…
El resto lo miró entre la sorpresa y el sonrojo, incluida Lidia, su novia, que lo contemplaba estupefacta.
—¿En serio soy el único al que le da morbo hacerlo en la cama de sus padres?
Nadie se atrevió a secundar su pregunta y desviaron la mirada, incómodos. Y cuando el silencio se hizo tan pesado que casi se empezaba a oír el canto de un grillo Eva se levantó e izó su vaso.
—Yo nunca… nunca he… nunca me ha dado morbo hacerlo en la cama de mis padres.
Fue la primera vez que tomó la voz cantante y todos se giraron para observarla. El sillón donde se encontraban Enrico y ella estaba entre el sofá de Celia y el de Martina. Intentaba aprovechar la oportunidad de aquel silencio para participar y conseguir así formar parte de aquella fiesta o, lo que era lo mismo, formar parte de ellos. Por desgracia, parecía no haberlo conseguido vista la nula reacción del resto. Empezó a lamentar convertirse en el centro de atención cuando León salió al rescate.
—Pues vale —dijo bebiendo su vaso de un trago y deshaciendo la tensión. Enrico, que se había quedado mirando a su novia, se bebió el suyo también, aunque en su caso no tuvo nada que ver con la veracidad de su afirmación.
—Qué coño —dijo Celia, y se tragó el suyo de un solo empujón.
—Qué guarrona —gritó Martina carcajeándose—. Que son tus padres, tía.
—¿Y qué? —contestó— ¿Tú nunca los has oído follar desde tu habitación y has sentido curiosidad por saber qué hacían debajo de las sábanas?
—Ag, eso es asqueroso.
—¿Asqueroso?, ¿en serio? —intervino León con los ojos medio cerrados y sus morritos de haber chupado una ventosa—. En ese caso voy a tener que beber otra vez.
El resto del grupo no paraba de reír. Con un volumen sonoro inversamente proporcional al del contenido de la botella. Celia se encargaba de rellenar los vasos vacíos. Desde que comenzaron el juego había sido en su mayor parte la maestra de ceremonias y vigilaba que todos cumplieran con sus promesas. Levantó el suyo.
—A ver, yo nunca… —Estaba colocada a la derecha de León y Lidia. Los tres sentados en un sofá frente al de Alba y Martina—. Nunca he tenido un novio que me dejara insatisfecha.
Los chicos no bebieron al entender que se refería a novio varón. Aprovechando el tecnicismo para saltarse un trago. El resto de chicas se miraron entre sí preparadas para arremeter con burlas contra la que alzara su chupito. Celia vigilaba los movimientos de cada una sabiéndose la única que, de seguro, no bebería.
Y cuando parecía que nadie iba a dar el paso y las risas nerviosas se iban apagando, Alba levantó su brazo y bebió su chupito. Una algarabía de gritos y carcajadas estalló como una presa que se rompe. Las chicas se tapaban con la mano sus bocas completamente abiertas; los chicos se miraban entre ellos con sonrisas mal disimuladas y miradas de soslayo.
Alba había tenido muchos novios, sin embargo el pensamiento de todos se dirigió a Dani, por lo que la revelación tenía doble morbo.
—No he dicho quién, por si no os habéis dado cuenta —atajó.
Pero el daño ya estaba hecho y la gente cree lo que quiere creer, por lo que las risas y cuchicheos no cesaron. Alba, en su estado más soberbio y altivo ordenó que llenaran su chupito de nuevo. Cuando lo tuvo servido lo levantó sin perder tiempo.
—Yo nunca he estado con dos chicos a la vez.
El impacto fue inmediato. Las risas se apagaron de golpe y fueron sustituidas por exclamaciones de sorpresa nerviosa. Al silencio inicial le siguió un murmullo creciente de expectación. Alba había conseguido lo que se proponía: dejar de ser el centro de atención.
Ahora todas se miraban entre sí menos a ella. Con aquella nueva afirmación había subido el juego un escalón y más de uno se había puesto muy nervioso. En este caso las caras sonrientes de los chicos ya no mostraban la tranquilidad del que observa desde el burladero. Ahora, cada uno de ellos estaba pendiente, sobre todo, de su propia novia y de la reacción que pudiera tener.
Ninguno se movía. Todos esperando que alguna levantara su brazo para lanzarse a por ella en un ataque de risas y burlas. Fue Celia quién elevó su vaso para beber de él, y su sonrisa decía que no se arrepentía en absoluto de su descaro aunque no dejó de mirar a Alba mientras tragaba.
Las chicas, en un nuevo torrente de carcajadas, corearon con picardía. Los chicos con la doble felicidad de imaginársela recibiendo por todos lados y aliviados por saber de la “candidez” de sus novias.
Celia soportó estoica. Más aún, se regodeó y echó en cara al resto su mojigatería y que nunca lo hubieran probado. Solo Aníbal parecía comprenderla. Él fue el único que hizo una defensa del trío, tanto con hombres como con mujeres.
Eva miraba desde su rincón, al resguardo de su novio. Empezaba a no querer estar allí. Tenía toda la pinta de ser de esas fiestas que terminan desmadrándose mucho. Aunque llevaba años intentando romper barreras personales, la timidez con la que había crecido todavía coleaba con fuerza. Intentó mentalizarse para estar a la altura llegado el caso.
Las risas continuaron hasta que Celia volvió a tomar la voz cantante y levantó el brazo, pero esta vez se giró hacia Alba antes de lanzar su afirmación.
—Yo nunca he tonteado con otro delante de las narices de mi novio.
Lo había dicho con media sonrisa en la cara. Sin dejar de mirar en ningún momento a Alba que le devolvía la mirada con estupor. Poco a poco los comentarios y las risas fueron apagándose hasta quedar concentrados en las dos. La afirmación de Celia había sido una nítida acusación y todos esperaban la reacción de Alba.
Casi se podían sentir pasar los segundos como campanadas de una torre cuando, al final y sin perder su gesto adusto, levantó su vaso y lo bebió, reteniendo en su boca el líquido unos segundos antes de dejarlo pasar hacia su estómago.
La ovación fue espectacular. De nuevo Alba podría haber intentado matizarlo y señalar a algún noviete de la adolescencia o de otros tiempos lejanos, pero al igual que antes, en esta guerra de ella contra todos, no se rebajó a dar explicaciones, provocando que la especulación campara a sus anchas.
La situación terminó volviéndose algo tensa. Todos mirando a Alba; Alba mirando a Celia; Celia a Aníbal que a su vez no levantaba los ojos de su vaso con media sonrisa y el gesto de un gentleman que sabe estar a la altura. Intentando abstraerse del foco de atención, pero a su vez avivando las llamas.
Alba se levantó. Cogió la botella y rellenó ella misma su vaso. Y allí, ocupando el centro del círculo de amigos, recibiendo toda la atención, volvió a levantar su chupito. Mantuvo la misma mirada soberbia sobre Celia, pero esta vez se tomó algo más de tiempo en lanzar su proclama. Como si dudara dar un paso demasiado largo.
—Yo nunca… —dijo arrastrando las palabras— me he puesto cachonda con una tía… —hizo una pausa para retener un acceso de hipo— de este grupo.
Las caras de todos se desencajaron. En aquel toma y daca de acusaciones no tan veladas, volvía a destaparse otro vergonzante secreto que hizo las delicias de los chicos. Daba igual quién fuera el objeto de deseo. El daño ya estaba hecho y poco importaba si Celia bebía o no. Aun así, mantenía la sonrisa para no darle la satisfacción de la humillación. Era una sonrisa del tipo: “así que quieres guerra, ¿eh?”
Con lentitud bebió de su vaso y lo dejó sobre la mesa. Esta vez no hubo tantos gritos y aplausos. Celia siempre había sido la “promiscua” del grupo, pero saber que una de ellas estaba en su punto de mira, daba un nuevo enfoque a su amistad.
Y cuando la tensión no podía ser mayor, Enrico se levantó y bebió su vaso de un trago produciendo un desconcierto monumental.
—¡Qué! Lo reconozco. Me pone cachondo una de este grupo.
Las risas estallaron de nuevo y los chicos se dieron cuenta de que todos ellos cumplían con el principio de la afirmación. Bebieron al unísono y con ese gesto las cosas volvieron a su cauce. Poco a poco la situación se fue tornando como al inicio.
Alba se sentó junto a su prima. Ésta comenzó a decirle lo loca que estaba y a intentar que le explicara sobre esos secretillos que ni ella sabía. Se la veía bastante borracha.
—Bueno y… —León tomaba la palabra dirigiéndose a Celia—, ¿quién es esa chica del grupo que te gusta?
—Tú desde luego no, bigotitos.
Nuevas risas, pero esta vez a su costa, por listo.
La botella de vodka se acabó y Rocho, el amigo silencioso de Aníbal, acudió solícito a reponer todo un muestrario de licores. Era un tipo curioso. Cumplía las premisas de un perfecto anfitrión. Poniendo y retirando bebidas de aquella mesita cada vez más atestada de licores. Eva no entendía por qué después se quedaba en el butacón de la esquina opuesta sin participar en la fiesta y sin abrir la boca.
Marcos trataba de atrapar la rodaja de limón de su vaso de tubo, empinándolo para hacerlo caer en su boca. Lo consiguió, pero a costa de que los hielos lo golpearan en la cara. Uno de ellos cayó al suelo. Martina lo estaba mirando.
—Pásame el hielo que te queda. No lo tires —dijo mostrando su bebida que en ese momento empezaba a ser caldo de licor.
Marcos atrapó el hielo que quedaba entre los dientes incisivos. Era un hielo enorme.
—Tfoma, pfásaselo —dijo a Gloria que estaba a su izquierda.
Tenía la barbilla levantada y le ofrecía el hielo en una clara intención de que lo atrapara de la misma forma que él, para hacérselo llegar a Martina de boca en boca.
Marcos estaba sentado entre Gonzalo y ella. Después venían Aníbal, Alba y seguidamente Martina. La gente empezó a corear para que le siguiera el juego.
—Coge, coge, coge, coge —gritaban al unísono.
Gloria miró a su marido que le respondió con un encogimiento de hombros. Se levantó y se acercó a Marcos. Todos observaron cómo sus labios se rozaron intentando atrapar el hielo con el tacto justo para que el gesto no fuera más guarro de lo necesario. Tampoco era plan de propasarse con su marido delante. Cuando se separó de él, y tras escuchar la atronadora ovación, empezaron los problemas.
Un dolor a causa del frío empezó a recorrer sus encías. Abrió los ojos como platos y movió las manos como si estuviera intentando volar. Los demás, viendo su sufrimiento, empezaron a reír y a decir que si se le caía pagaría prenda. De repente la situación se había vuelto muy interesante. Alguno empezó a contar el tiempo que debería aguantar con el cubito antes de pasarlo al siguiente.
Diez, nueve… cantaban a coro, pero sin ninguna prisa. Aníbal, que era el siguiente, se negaba a recibir el hielo hasta que ella cumpliera el tiempo establecido. Gloria cerraba los ojos con fuerza y gemía. Cuando por fin la cuenta llegó a cero se abalanzó con rapidez sobre él. No hubo en esta ocasión titubeo ni decoro. Casi se lo come con hielo y todo. A la porra si sus labios se tocaban.
Gloria apoyaba sus manos en el pecho de Aníbal mientras cabeceaba sobre los labios de él. Gonzalo levantó una ceja y la gente empezó a aullar.
—A ver si te vas a quedar embarazada —gritaba León.
Cuando por fin se soltó y se vio libre de aquel frío infernal, se llevó las manos a la cara en plan Macaulay culkin en “Solo en casa”. Pero enseguida guiñó un ojo a las chicas y empezó a sonreír. Marcos dio una palmada de apoyo en el hombro a Gonzalo.
Eva entendía perfectamente el gesto de Gloria. Seguramente todas querrían intercambiar hielos o cualquier otra cosa con Aníbal. Se preguntó si en algún momento de la noche a ella le tocaría también hacer algo parecido con aquel Adonis.
El juego seguía y Martina era la que más se reía con todo aquello. Fue de las primeras en aplaudir cuando le tocó el turno a Alba para recibir el hielo de labios de Aníbal.
Otra vez la misma tensión, pero en esta ocasión hubo ciertos carraspeos. Eva sabía de la existencia de Alba por boca de Enrico cuando, dos meses atrás, se enteró de que iba a venir. Desde entonces había sido la comidilla de aquel grupo de amigos. Para ellos debió ser alguien muy notable puesto que siempre acababa colándose en sus conversaciones.
En cualquier caso, el tema “Alba” traía aparejado cierto halo de oscurantismo pues ni ella misma sabía exactamente qué sucedió en el pasado con ella, y siempre que preguntaba a su novio, éste contestaba con evasivas.
Miró a la pareja de nuevo. A Aníbal se lo veía ufano, contento con el juego. Ella, por su parte, no lo miraba. Eva sabía del morbo que despertaba aquel cambio de hielo donde todos esperaban en consiguiente morreo entre la chica guapa, el premio gordo del grupo, y el Adonis conquistador.
Y mientras todos coreaban la cuenta atrás, ella esperaba hierática con su típico cruce de brazos y la vista al frente.
—Debería llamar a Dani a ver cómo está —dijo Alba mirando la hora.
—De eso nada —saltó Celia—. Cuando jugamos no hay parejas ni novios, y eso va por todos los que estamos aquí, incluida tú. Te toca jugar y si no ya sabes, pagas prenda.
A Alba se la veía incómoda. Como si pensara que realmente ella era el objeto del juego y no el propio hielo. Aníbal se acercó. Puso las manos en el apoyabrazos del sofá y aproximó la cara. La cuenta iba por el tres y bajando.
—Si no lo coges, pagas prenda —insistió Celia.
Alba se miró de arriba abajo y se descalzó.
—Che, che, che. De eso nada, monada —se adelantó Celia—. Tus sandalias no cuentan como prenda.
Alba la fulminó con la mirada. Solo llevaba el vestido por lo que no podía quitarse nada sin quedar desnuda, algo que todos sabían. Alguno de los chicos se rebulló en su asiento relamiéndose por la efímera posibilidad.
—¿Acaso tienes miedo de ponerte demasiado cachonda? —dijo Aníbal retador.
Se había metido el hielo dentro de la boca abultando uno de los mofletes. Tenía una sonrisa de oreja a oreja, como el macho alfa que corteja a la chica del momento. Alba, con media sonrisa de niña rebelde, lo miró con desdén, pero no le contestó. Entrar en el juego era como sucumbir a él.
Cuando la cuenta llegó al cero tampoco se inmutó. Miró a Martina que respondió encogiéndose de hombros en un claro “por qué no”. Alba cerró los ojos, suspiró y mostró una mueca de “vosotros ganáis”. Después se giró hacia él y acercó su cara con los labios separados preparados para el aterrizaje. Aníbal esperó a que ella se acercara para posar el cubito sobre sus labios. Ella lo hizo sin prisa, ralentizando el momento.
Había asomado una porción muy pequeña de hielo a la vista por lo que Alba tendría que pegar sus labios para poder morderlo. Y quien dice pegar los labios dice darse un buen morreo exploratorio. Alba se separó un poco hacia atrás al haber descubierto su treta. El resto de gente contuvo el aliento. Eva, desde su posición, levantó la cabeza para ver mejor.
Y de repente, sin previo aviso, se abalanzó hasta aplastar su boca contra la de él. Fue un movimiento rápido. Tanto que ni él mismo se lo esperó. Apenas unas décimas de segundo y ya se separaba con el trofeo entre sus labios.
Levantó los brazos en señal de triunfo. Las chicas vitorearon girl power; los chicos lamentaron la mala suerte de un Aníbal que había intentado un plan magnífico; él sonreía y se limpiaba los labios con el dorso de la mano.
—Me has pillado desprevenido. Has tenido suerte de que no se te fuera al suelo.
—Puef que sepfas que sfi sfe hubfiera caídfo la culpfa fería tuya, idiotfa —acusó Alba pletórica.
En el equipo de música sonaba una canción discotequera que había elegido Rocho. Alba comenzó a bailar sentada con las manos en alto, muestra de su triunfo.
Pero tanta alegría se vería truncada cuando, el hielo se resbaló de su boca haciendo que todo el público en general, y el masculino en particular, vitoreasen ante lo que debía ser el pago de una prenda. El grito de Alba fue desgarrador.
Martina se había llevado las manos a la cabeza. Celia fue la primera en reclamar el castigo.
—Lo tenías en la boca. Ahora la culpa es tuya —aulló en un gritó de alegría.
—Eeeeh, esperad. ¡Todavía no se ha caído! —gritó Alba que se había deslizado hacia atrás quedando repantingada sobre el respaldo. El hielo se había quedado atrapado en el canalillo y lo señalaba para que los demás lo vieran, apretando sus tetas con los brazos para fijarlo y que no se moviera.
La gente enmudeció, sobre todo los chicos que vieron cómo ella intentaba volver a recuperarlo con la boca. Estaba comprimiendo sus tetones para conseguir acercar el hielo a sus labios con los morros en forma de U. Era lo más parecido a verla intentando lamerse un pezón. Más de uno cambió de posición para acomodar su erección.
Pero cuando casi lo tenía al alcance, Aníbal se echó encima metiendo su cabeza entre sus tetas, adelantándose a ella y atrapando el cubito con su boca. O al menos intentándolo. Alba gritó como una posesa.
—¡Pero qué haces!
Aníbal no solo no se amedrentó sino que continuó con su pesca incrustando su nariz por dentro de su canalillo. Si ya había sido morbosa la imagen de ella intentando alcanzar con la lengua sus propias tetas, no lo era menos la de Aníbal hociqueándolas. Cuando se separó volvía a tener el hielo en su poder. Lo colocó en uno de sus carrillos haciendo que éste se abultara.
—Si lo quieres, cógelo sin trampas —espetó un Aníbal ufano. Y volvió a enseñarlo entre sus dientes blancos.
Alba se recompuso y se limpió los restos de humedad y saliva de su pecho.
—Paso.
—Pues paga prenda —dijo Celia volviendo a sonreír.
El resto de amigos coreó al unísono. “Prenda, prenda, prenda”.
Aníbal se sentó en su sofá moviendo el cubito de lado a lado de la boca e inflando cada carrillo una y otra vez como el que chupa un caramelo.
—¿En serio no te duelen las encías por el frío? —preguntó Alba con desdén.
—Me duele otra cosa. Y es por el calor.
Eva se atusó el pelo preguntándose con malicia qué le dolería exactamente. El tiempo pasaba y Alba no daba muestras de ceder. Sentada hacia atrás con las piernas estiradas y los tobillos cruzados igual que sus brazos. Todo el mundo coreaba exigiendo que lo recuperara o que pagara una prenda. De nuevo volvió a mirar a su prima en busca de apoyo.
—Venga, Alba, solo es un juego. Qué más te da —dijo arrastrando las palabras.
—Joder, es que… de verdad, ¿eh? —Bufó, pero al final se levantó acercándose al sofá donde estaba Aníbal. —Venga, a ver, pásamelo.
—¿Lo quieres, Albita? pues cógelo.
Todos esperaron a que él, con parsimonia, mostrara el hielo entre los dientes, arrogante, sonriente. Alba acercó la cara a la suya hasta quedar a menos de un palmo. Aníbal, impertérrito, esperaba que volviera a intentar recuperarlo, por lo que esta vez dejó menos volumen fuera de su boca con la clara intención de que ella tuviera que pegarse a fondo si quería atrapar la pieza.
Y lo hizo.
Forcejearon apenas uno o dos segundos en una guerra de bocas con el hielo como trofeo de oro. Cuando se separaron ninguno lo mostró en su boca.
Aníbal asomó el hielo entre sus labios, chulesco, como el niño travieso que enseña el caramelo que escondía bajo la lengua. La había engañado. La gente estalló en aplausos y risas. Alba estaba colorada y con la respiración agitada.
Aníbal en cambio recibía ufano el jolgorio de la gente aún con el trofeo a la vista. Sin previo aviso, Alba se abalanzó de nuevo. Lo cogió de la cabeza con ambas manos y pegó su boca a la de él como antes. Ya no fue un segundo, fueron varios; y ya no eran solo sus labios.
Le estaba dando un morreo en toda regla. Alba introducía la lengua en su boca, explorándola. Los carrillos de Aníbal se inflaban y no por causa del hielo y la respiración desbocaba. La gente aullaba y animaba sin cesar.
Alba luchaba como una pantera, morreándose con él, comiéndoselo. Se echó encima empujándolo hacia atrás, atrapando su cabeza contra el respaldo en una batalla que tenía perdida de antemano.
Eva carraspeó y se ahuecó la camisa. Aquella escena empezaba a darle calor al igual que al resto de chicas y algún que otro chico. Si aquella mujer fuera así para todo, no se podía imaginar cómo serían las noches con Dani.
Dani, el bueno de Dani.
Intentó no pensar en él. Era solo un juego. Aunque en aquel salón la cosa se ponía cada vez más caliente y no había señales de que acabara pronto. Aníbal gimió. Un gemido largo y ahogado y, después, Alba se separó.
Él sonreía, ella no. Ambos con la boca cerrada. La gente intentaba averiguar dónde o, mejor dicho, en qué boca había terminado el cubito. Alba los sacó de dudas cuando enseñó la pieza de hielo entre sus labios.
Las chicas corearon, sobre todo Martina que la abrazó con fuerza desmedida. Ambas se marcaron un baile de la victoria y esta vez Alba cerró bien la boca. Aníbal se llevó un dedo a sus labios y lo retiró con una pequeña mancha de sangre. Sonrió ladino.
—Me has mordido.
Alba le enseñó el dedo corazón y una sonrisa maléfica.
—Te jodes, por cabrón.
Marcos y Gonzalo intercambiaron una mirada. León le daba un codazo a su novia. Eva tenía sensaciones encontradas sobre lo que había visto. El resto de gente… bebía.
—Un momento —Celia levantó las palmas pidiendo una pausa—. Todavía no ha llegado el hielo a su destino. El juego no ha acabado.
El destino era Martina y la tarea sería mucho más sencilla de no ser porque estaba como una cuba y no paraba de reírse a brazo partido. Alba la sentó junto a ella y la tomó de los hombros.
—Venga Martina, coge —dijo acercando la cara y asomando el hielo a los labios.
—Ay, Dios. Qué bueno ha estado. Eres la mejor, primita.
Martina no dejaba de reír y de aplaudir su hazaña.
—Céntrate Martina. Que no se nos caiga, por Dios.
Su prima intentó serenarse, pero el ataque de risa era más fuerte que ella. Parecía no entender la gravedad de lo que pasaba y su estado no ayudaba.
—Pero qué guapa eres —decía acariciando su mejilla—. Eres más guapa que, que, que… que yo qué sé.
—Cógelo, venga. —Volvió a poner el hielo entre sus dientes y acercó más la cara.
—¡Guapa! —volvió a decir—. Oiiiiiii, qué bonita eres. Dame un beso.
Desvió la cara y llevó sus labios a la mejilla haciendo que Alba casi soltara en el aire el cubito. Se echó hacia atrás y volvió a intentar colocarse en línea con su boca. Esta vez Martina hizo el amago de cogerlo, pero un nuevo ataque de risa hizo que la misión quedara abortada. Alba se armó de paciencia y espero a que su prima volviera a relajarse. Cuando vio que conseguía ponerse medianamente seria volvió a acercarle el hielo.
De nuevo Martina rompió a reír a carcajada limpia abriendo la boca de par en par y desentendiéndose del hielo. Alba se estaba poniendo nerviosa, no así el resto de amigos que miraban la escena como el que mira el lanzamiento de un penalti. Y mientras su prima no paraba de reír, ella vio su oportunidad para acabar de una vez con el juego en el que el trofeo estaba siendo ella.
Se abalanzó sobre su boca intentando ensartar el hielo. Por desgracia, Martina la cerró antes de que pudiera conseguirlo y el hielo quedó huérfano entre los labios de las dos. Temiendo que se cayera apretó sus morros contra los de ella. Cuanta más presión de Alba, más resistencia de Martina que no entendía la gravedad de sus acciones.
El hielo se desplazó por un costado hasta quedar alojado entre la mejilla de Alba y la barbilla de su prima.
—Martina, por Dios. Deja ya de reír y coge el puto hielo, joder.
Pero Martina no oía, ni entendía. Solo reía.
Con dificultad y la mirada de todo el grupo fija sobre ellas (sobre todo chicos), consiguió desplazar la cara hasta volver a cogerlo. Esta vez encajó sus labios alrededor de los de Martina tapando por completo su boca. Después, le tapó la nariz con dos dedos.
Martina intentó zafarse echándose hacia atrás hasta quedar tumbada boca arriba en el sofá. Como resultado terminó aprisionada debajo de Alba que había caído sobre ella, cuerpo sobre cuerpo, tetas sobre tetas. De nuevo los chicos notaron la tirantez de la erección. Varios segundos después y viendo que se asfixiaba terminó por abrir su boca en busca de una bocanada de aire. El resultado: El hielo cayó hasta su garganta.
Alba se retiró de ella y dio un manotazo sobre la mesita donde estaban los licores.
—Lo conseguí. Por fin —Estaba exultante. Se puso de pie e hizo de nuevo un baile de la victoria de invención propia consistente en humillantes burlas y diferentes panorámicas de su dedo corazón a algunos integrantes del grupo, sobre todo a Celia y Aníbal. Este último sonreía en silencio, acariciando con la lengua su labio herido.
A Eva aquella pelea le pareció sumamente morbosa, pero se dio cuenta de lo competitiva que era Alba y lo poco que le gustaba perder. Sintió un escalofrío al pensar que alguna vez pudiera tenerla como enemiga.
Mientras tanto, Martina tosía en una mezcla de risa incontenible y atragantamiento. Lidia golpeaba su espalda intentando que escupiera el hielo o que terminara de tragarlo. Cuando por fin cesó su tos, su cara estaba totalmente blanca.
—No me encuentro bien —dijo llevándose una mano a la tripa—. Creo que la última coca-cola me ha revuelto el estómago.
—Vamos un momento afuera —dijo Lidia—. Un poco de aire te vendrá bien.
Rocho se levantó y las acompañó fuera del salón. Cada una se apoyaba en la otra incapaces de caminar en línea recta. Antes de llegar a la puerta de la calle giraron y se metieron en el baño. Unos segundos después se oyó una arcada.
Alba, ya más relajada, levantó su vaso al aire en un brindis hacia Celia. —Te has pasado, cabrona— susurró. Ésta respondió chocando su vidrio y sonriendo con indisimulada malicia.
Gonzalo tiró sin querer una botella al intentar llenar su vaso y cayó botando y dando vueltas. Todos la vieron rodar y girar sobre sí misma. Cuando se paró señalaba a Marcos.
—Te tocó —dijo León dando un bote de su sofá—. Venga, nuevo juego. A pasar prueba.
Marcos quedó momentáneamente descolocado. La gente aulló de alegría y empezaron a proponer retos humillantes. De nada sirvieron sus protestas sobre la falta de rigor a la hora de seleccionar las reglas que lo daban como elegido.
—Que se dé un morreo con Gonzalo, que son muy amiguitos —dijo Gloria.
Todos estallaron en risas menos ellos dos que la miraron con odio contenido.
—A ver, a ver —intervino el propio Marcos—. Si vamos a hacer retos guarros hay que poner unas normas. Nada de chico-chico.
—Sí, hombre. Qué listo —protestó Alba—. Y así te das el lote con alguna de nosotras. Pues vaya mierda de reto. Nada, nada, a cumplir como hemos hecho los demás.
—Eso, eso, Marquitos —azuzó Aníbal—, como hemos hecho los demás.
Alba lo fulminó con la mirada.
—¿Y por qué vas a ser tú la que decida a quién tengo que besar? —le dijo a Gloria.
—Pues al que señale la botella —contestó ella—, pero tú no te libras. Y si toca chico, chico.
Antes de que pudiera replicar, Gloria cogió la botella y la colocó sobre la mesa. Hizo sitio apartando recipientes del centro y la hizo girar con fuerza.
—¡Chico!, ¡chico!, ¡chico! —coreaban las chicas, Eva incluida.
—Y que sea de tornillo —sentenció Celia—. Que se te vea mover la lengua.
—¡Lengua!, ¡lengua!, ¡lengua!
No solo Marcos tragó saliva. Todos, incluido Enrico, que parecía el invitado ausente, se miraron entre sí rebulléndose en su asiento. La botella rodaba apuntando uno a uno. Gonzalo, Marcos, Gloria, Aníbal, Alba, Enrico, Eva, Celia, León…
…Gonzalo.
Ovación general y aplausos… excepto los de Gonzalo y el propio Marcos.
Y mientras el jolgorio de los demás se tornaba en coreografías y cánticos, Marcos se giró hacia su amigo y lo tranquilizó con una palmada en su pantorrilla y un gesto de asentimiento. Quizá fue Gonzalo el que más nervioso se puso. Se movía en su asiento cruzando y descruzando las piernas. Marcos los miraba a todos, tranquilo.
—Pago prenda. —Guiñó un ojo a Gonzalo que de repente rejuveneció cien años.
—¿Cómo que pagas prenda? —Alba estaba indignadísima—. Oye, guapo, los demás hemos jugado lo que nos ha tocado. Así que a darle a la lengua. Hasta que os atragantéis con la saliva del otro.
—Si pago prenda no tengo por qué hacer eso. —Comenzó a desabrocharse la camisa. Debajo llevaba una camiseta blanca de manga corta.
—Pero, pero… —quiso protestar Alba—, llevas kilos de ropa. Joder, así puedes pasarte toda la noche sin hacer pruebas.
—No es mi problema que tú hayas venido vestida solo con un trapo.
—A lo mejor es porque pensaba que íbamos a ir a una playa, tal y como le dijiste a Dani, en lugar de subir hasta este pueblo perdido en el monte a un millón de metros de altitud con un frío del carajo.
—A lo mejor, a lo mejor —se mofó Marcos lanzando su camisa a Celia que a su vez la dejó a un lado—. Gonzalo y yo ya hemos pasado prueba. Ahora que pasen los siguientes.
Eva vio a Alba bufar. Aníbal zanjó la discusión haciendo rotar la botella de nuevo. Las primeras vueltas se sucedieron a una velocidad de vértigo. Poco a poco se fue ralentizando hasta que casi se podía ver pasar por cada uno.
Aníbal, Alba, Enrico, Eva… y giraba y giraba… Celia, León, Gonzalo… en cualquier momento cesaría su movimiento… Marcos, Gloria, Aníbal… y su movimiento cesó señalando al primero de los elegidos.
...Alba.
Clavó la mirada en Aníbal, como si lo hubiera hecho a posta. Él respondió encogiéndose de hombros inocente. Sin perder tiempo, Marcos se agachó y golpeó el vidrio con la mano, disfrutando de la dulce venganza.
—Y el afortunado que recibirá tu húmedo y profundo ósculo con el que limpiarás hasta la última de sus encías será…
La botella volvió a girar, pero esta vez con menos fuerza. Unas interminables vueltas terminaron con el vidrio apuntando a… Eva.
La pobre casi se desmaya. En toda la noche había conseguido pasar casi desapercibida. Ahora tendría que dejarse dar un beso de tornillo con Alba delante de todos y soportar el bochorno. Se puso colorada. Los demás vitorearon, sobre todo los chicos que iban a ver cómo delante de sus ojos iban a darse un lote lésbico aquellos dos pibones. El sueño de todo pajillero. Eva miró a su novio pidiendo apoyo, pero Enrico apenas se inmutó. Por toda respuesta se encogió de hombros como diciendo “el juego es así”. Lamentó que él nunca se preocupara por ella.
Alba seguía con la mirada fija en Aníbal, impertérrita. Tenía las piernas estiradas y los tobillos cruzados. Bebió de su vaso un trago lento y profundo. Lo dejó sobre la mesa y volvió a su cruce de brazos, esta vez mirando sus pies. Eva sintió lástima por Alba. Tenía la impresión de que había estado sola durante toda la noche. Como si todos jugaran en su contra.
Y entonces Celia se giró hacia Eva y empezó a corear su nombre haciendo que los demás la siguieran al compás.
—Eva, Eva, Eva.
Abrumada por la reciente atención masiva y, en contra de lo que le dictaba su sentido del ridículo, se levantó y fue hacia Alba para acabar cuanto antes con la prueba.
—¿A dónde vas tú? —dijo Alba cortante.
—Yo pensaba…
—No me voy a dar un morreo contigo, ¿pero tú de qué vas?
Se quedó de pie sin saber qué hacer. Miró a su novio y luego a Celia, confusa.
—Si te toca, te toca —dijo ésta volviendo la mirada a Alba.
—Pues dáselo tú, que te va ese rollo.
—Venga Albita —intervino Aníbal—, es un juego.
—Eso, eso. Es un juego —dijo León relamiéndose—. Deja que veamos esas boquitas húmedas dándose amor a besitos.
Lo fulminó con la mirada. Después pasó la vista por todos, uno a uno. —Pago prenda.