La invitación de mi jefe

El inicio es prometedor y viendo la imagen de lo que calza Roberto, no cabe duda del final. Esperando con ansia el resto de los acontecimientos. Saudiños.
 
La invitación de mi jefe III

- ¡Estoy tan contenta por ti! Por fin. Te lo mereces, cariño. - Silvia se incorporó sobre la cama y se abalanzó sobre mi rodeándome con los brazos. Me pilló desprevenido haciéndome perder el equilibrio y los dos caímos sobre la cama, ella de espaldas y yo sobre ella. Rápidamente musité una disculpa pensando que le había hecho daño pero en vez de quejarse me empezó a besar con pasión. Notaba sus pechos turgentes apretados contra mi a través de la camisola del pijama que llevaba y sus piernas me rodearon por la cintura.

- ¡Hazme el amor! - me susurró al oído mientras me mordisqueaba el lóbulo de la oreja. No recordaba la última vea que la había visto así pero decidí no perder la oportunidad. Le devolví los besos centrándome en su cuello que sé que es uno de sus puntos débiles. Empezó a gemir de gusto y para mi alegría yo ya notaba la tirantez en mis calzoncillos. Me zafé de ella momentáneamente para ponerme en pié y quitarme los pantalones y la ropa interior de la manera más patosa que pude. Ella hizo lo mismo y mostrándome un coño que estaba evidente y completamente mojado. Miré para abajo contento de ver mi miembro completamente enhiesto y en ese momento me vino un flash de el espeso esperma que aún tenía seco sobre la piel de mi vientre y mi pene.

- ¡¿Porqué tardas tanto?! - casi me gritó completamente abierta de piernas esperando que saltara sobre ella. Hice un esfuerzo por eliminar de mi cabeza las imágenes de esa tarde y gateé sobre la cama para volver a besarla. Sus piernas me volvieron a atrapar y noté como mi miembro se adentraba si ninguna dificultad en el horno entre sus piernas. ¡Dios! ¡Estaba ardiendo! Empecé a moverme suavemente adelante y atrás. Su coño parecía hecho de gelatina, suave, cálida... Notaba la humedad mojando mi miembro y mis testículos. Ella gemía mientras yo le besaba el cuello y los hoyuelos que hacía su clavícula.

- ¡Métemela toda! - Me decía entre gemido y gemido y yo me aplicaba con más ahínco en golpear mi pelvis contra su monte de venus. - ¡Dame más! - Seguía gritando cuando me volvió a rodear con sus piernas para obligarme a follarla más rápido y más fuerte. Parecía como si quisiera que mis pelotas entraran en su vagina. No recordaba haberla visto así antes. - ¡Fóllame! ¡Dame fuerte! - gritaba con la cabeza tirada atrás y los ojos cerrados. La calentura de Silvia me estaba sobrepasando por momentos y el ritmo que me imponía me hacía perder la concentración. Noté mis huevos contrayéndose y un momentáneo endurecimiento en mi pene. Pensé que era demasiado pronto e intenté pensar en algo diferente a pesar de que los gemidos y el hambriento sexo de Silvia lo hacían prácticamente imposible.

Entonces tuve un flash de la imagen de la enorme polla de mi jefe junto a la mía y noté como si unas compuertas se abrieran en mi interior. Cerré los ojos y apreté el esfínter intentando retardar lo que era inevitable y, maldita sea, justo en ese momento Silvia me aparta y me dice “Quiero notarte más, deja que me ponga encima”. “¡No!” le grité yo pero era demasiado tarde. Caí de espaldas sobre la cama y antes de que ella llegara a montarme mi pene erupcionó.

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He de decir que tuve un orgasmo espectacular en el peor momento posible. Sin manos, notando el frío contraste del aire de la habitación en comparación con el ardiente sexo de Silvia, mi pene latió una y otra vez vaciando mis testículos sobre mi barriga. Oí a lo lejos un “Oh” de Silvia pero el mundo se hizo borroso y fui incapaz de moverme. Aún con espasmos y los dedos de los pies rígidos como siempre me pasa cuando me corro, Silvia se sentó sobre mi pene que en un primer momento se deslizó de nuevo dentro de su sexo empapado y empezó a cabalgarme con frenesí moviendo las caderas adelante y atrás.

A pesar del ritmo frenético y del monstruo libidinoso que parecía tener encima, pronto mi miembro empezó a debilitarse y acabó escabulléndose. Silvia no pareció darse cuenta y siguió moviendo las caderas frotando su clítoris contra mi pene aún muy sensible por el reciente orgasmo. Me tenía clavado en la cama apoyándose en mi pecho e intenté aguantar aún cuando empezaba a notar dolor en mi ahora ya maltratado pene.

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Y entonces dejó de respirar. Abrió la boca en un grito silencioso y sus uñas se clavaron en mi cuello. Su cuerpo se hizo pesado y las mejillas se le pintaron de un rojo brillante. Durante un minuto apenas se movió. Un corto espasmo ahora, un escalofrío un poco más tarde. Y cayó sobre mi.

Cuando me desperté la luz entraba por las cortinas entreabiertas. Estaba solo y seguía desnudo, tendido en la cama. Miré abajo y vi mi pene acurrucado en el prepucio. El vello de mi vientre estaba seco y apelmazado con los flujos de tres personas. Necesitaba una ducha. Miré el reloj, aún no eran las 8. Tenía tiempo para ducharme, vestirme, comer algo – me rugían las tripas – y salir corriendo hacia la oficina.

Salí de la ducha como nuevo. Llevaba unos días con la sensación de estar en un coche cuesta abajo y sin frenos pero ahora por fin tenía la cabeza despejada. Silvia estaba en la cocina desayunando. Me había preparado una taza de café y había tostadas, queso de untar y mermelada sobre la mesa. Me acerqué y le dí un beso de buenos días en los labios. Estaba contenta y eso me animó a compartirle mi decisión. No me encontraba nada cómodo co lo que me venía encima en el trabajo y aún menos con mi jefe y esa “idea” suya de echarle la caña a Silvia. No era una decisión fácil pero sabía que todo se pondría en su lugar en unos meses.

- Cariño, he estado pensando… - dije mientras me sentaba y cogía la taza de café.
- ¡Yo también! Sé que la nueva posición implica una mayor responsabilidad, más presión… y quiero que sepas que estaré a tu lado en todo momento. A veces tienes tendencia a agobiarte pero yo sé que se te da muy bien tu trabajo y que no se arrepentirán de haber confiado en ti.
- Gracias, pero…
- Nada de peros, lo digo en serio. Es un momento importante para ti pero también para nosotros. Dejaremos de ir tan ahogados, quizá podamos alquilar un piso más grande, ir de vacaciones a las Galápagos… ¡Oh! ¡Eso me encantaría!
- ¿Galápagos? No sabía que querías ir allí… primera noticia.
- Es que nunca se nos había presentado la ocasión y siempre estás tan preocupado por el dinero… ¿te subirán el sueldo, no?
- Sí, claro, pero…
- ¿Cuánto? Debería ser una buena subida porque depende de ti la suerte de la empresa ahora, ¿no? ¿Tienes el contrato? - Me vino la imagen de mi jefe guardando el contrato cubierto de semen en el cajón de su escritorio… No lo tenía y tampoco habría sido buena idea enseñárselo.
- Está en la oficina, pero casi me doblan el sueldo…
- ¡Oh! ¡Estoy tan contenta por ti! Es lo que siempre habías deseado, que se reconociera tu trabajo, ¿no?
- Sí… claro… - sonreí. De un sorbo me acabé el café. - Bueno… debo ir a la oficina a ponerme al día de la fusión… nos vemos para cenar, ¿ok?
- OK, cariño – Y me plantó un beso con lengua mientras me tocaba el paquete. Le puse cara de sorprendido y se rió.

Salí al recibidor, cogí un jersey por si después hacía más frío, cogí las llaves y salí de casa. Ya en la calle me paré un momento a respirar. Notaba que me faltaba el aliento. Estaba claro que no solo iba cuesta abajo sin frenos. Tampoco estaba yo al volante.
 
La invitación de mi jefe IV

- ¿Has hablado con Silvia?

Estaba tan concentrado analizando las entradas en la hoja de cálculo que no me di cuenta de que mi jefe había entrado en mi despacho. Sin querer se me escapó un agudo grito de sorpresa.

- Jajaja… ¡eres un grititos! En fin, veo estás ocupado, solo quería saber si pudiste hablar con tu mujer de lo que comentamos ayer…​
- No, Sr., cuando llegué a casa ya estaba dormida. - mentí – De todas formas no creo que quiera, Sr., siempre comenta que esas pastillas son un cóctel de hormonas que destrozan el cuerpo.
- ¡Joder José! Vaya decepción macho…
- ¡Lo siento Sr.! - me apresuré a decir mientras mi jefe ponía cara de fastidio. - Pero entenderá que no puedo obligarla a tomarlas si no quiere…
- ¡Tú no podrías obligar ni a una mosca a volar! - Me quedé parado por el duro comentario, se le veía contrariado y sentí un escalofrío recorriendo mi columna vertebral. Esperé sin decir nada a que se calmara un poco. - Perdona por el comentario… cada cual es como es… de todas formas que sepas que eso no cambia nada… solo será más interesante ver qué pasa en el directo, ¿no? - Y me guiñó el ojo…
- No se si entiendo lo que quiere decir, Sr..
- Ya lo entenderás Grititos. - Me dijo mientras se alejaba. En el último instante antes de salir se giró y me dijo: - Por cierto, he invitado al CEO de Futures el fin de semana, así también os conocéis. Al fin y al cabo también será tu jefe en breve… - Y me volvió a guiñar el ojo dejándome boquiabierto.

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Esa noche durante la cena tenía tal lío en la cabeza que a Silvia no le costó mucho darse cuenta de que algo me preocupaba.

- Va, suéltalo – Me dijo por fin.​
- ¿Cómo?
- Se puede ver a un kilómetro que hay algo que te preocupa. Suéltalo.

¿Qué le iba a decir? ¿Qué mi jefe le quería echar la caña? ¿Que me había dicho que mejor que empezase a tomar la píldora anticonceptiva porque él “nunca usa condones”?

- Mi jefe nos ha invitado de nuevo a su casa de campo este fin de semana.​
- ¡Eso es genial! ¿Sois “besties” ahora o qué? - Y me guiñó el ojo igual que había hecho Roberto esa tarde.
- Jaja… muy graciosa. La cosa es que también ha invitado a Sebastián Robles, el CEO de Futures, la empresa con la que nos fusionamos.
- ¿El tío ese que sale en las noticias todos los días? “El divorcio del año”.
- Sí, ese mismo.
- ¡Pero José! ¡Nos codearemos con una de las fortunas más grandes de España!
- Ya, supongo.
- No pareces muy entusiasta…
- Es que… - no me atrevía – será un fin de semana nudista, como el anterior…
- ¡Ah! ¿Eso es lo que te preocupa? - Silvia no parecía especialmente preocupada por ese tema, pero hizo una pausa antes de continuar – ¿Pero... no estuvo tan mal? ¿No?
- Fue raro, ¿no? - Yo la miraba como intentando que estuviera de acuerdo conmigo, sin éxito - ¿A ti no te lo pareció?
- No - contestó convencida – Me pareció muy natural. Y Roberto y Alicia son muy simpáticos.

“Simpático” no sería la palabra con la que yo describiría a mi jefe pero estaba claro que Silvia se había llevado una impresión del fin de semana muy diferente a la mía. Yo estaba prácticamente horrorizado con la perspectiva de volver a estar en pelotas con mi jefe y más con la seguridad de que él no se cortaría un pelo con Silvia esta vez. Que además hubiera invitado al Sr. Robles no ayudaba en absoluto…

- Quizá tengas razón…​
- Claro que sí. Mira, es una gran oportunidad profesional para ti, pero también es una oportunidad para nosotros de socializar con gente diferente… ¡quién sabe qué podría surgir de esto en el futuro! – Nada bueno, seguro, pensé yo…

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El trayecto hasta la casa de campo de mi jefe lo hice en silencio. Al menos yo, porque Silvia no paró de cotillear sobre las últimas noticias del divorcio de Sebastián Robles con Katie Duchamp. Al parecer, la ya ex del CEO de Futures se iba a llevar el total de la indemnización que reclamaban sus abogados después de quedar demostrado que la lista de amantes del Sr. Robles era tan impresionante como su cuenta corriente. Cuando nos plantamos delante de la puerta de la casa a mi me dolía la cabeza de tantos millones de euros, famosas involucradas y, por supuesto, por la anticipación de un nuevo fin de semana con mi jefe…

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Alicia nos abrió la puerta completamente desnuda. Es cierto que la había visto desnuda todo el fin de semana anterior pero no por eso dejó de sorprenderme, sobretodo por la naturalidad con la que nos recibió con un efusivo abrazo a Silvia primero y uno no menos efusivo a mí después al que respondí con decoro apenas posando mis manos sobre la parte superior de su espalda.

Alicia nos informó de que Roberto y Sebastián estaban fuera preparando la barbacoa y nos recomendó que primero fuéramos a la habitación a ponernos “cómodos” antes de salir al jardín. Nos había preparado la misma habitación de la semana anterior. Ya en la habitación yo me dediqué a perder el tiempo mirando el móvil mientras Silvia se desnudaba en el baño de la suite.

- ¿Qué haces aún así? - me dijo cuando salió del baño completamente desnuda.​
- No tenemos prisa, ¿no? Aún tardaremos un rato en comer…
- Pero saben que estamos aquí. Es un poco maleducado hacerles esperar.

Mientras me reprendía me fijé que su vello púbico había desaparecido. Yo siempre había sido de escaso vello corporal, incluso en el pubis apenas me crecía una pelusa fina que mi ropa interior se encargaba de eliminar de forma natural por rozamiento. Silvia era más peluda allí abajo y, aunque normalmente se lo arreglaba corto, ahora estaba completamente rasurada.

- Te has depilado el… - dije sin decir. Ella se miró el pubis.​
- Ah, sí, me fijé que Alicia lo llevaba así y me pareció que quedaba mucho mejor, especialmente si iba a estar... desnuda en público – me pareció que se sonrojaba un poco. - Venga, ¡desnúdate!

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Salí al jardín en cueros luchando contra mi instinto de taparme el pene con las manos e intentando aparentar normalidad. Silvia iba unos pasos por delante, mostrándome su precioso culo blanco, mucho más decidida que yo y ya saludando a nuestros anfitriones.

- ¡Buenos días Roberto!
- ¡Silvia! ¡Qué placer volverte a ver!

A diferencia de mi recatado abrazo a Alicia unos minutos antes, Roberto no tuvo ningún reparo en rodear a mi mujer con sus brazos y aplastarla contra su cuerpo desnudo. Volví a sentir la incomodidad de unos días atrás y ya estaba a punto de apartar la mirada cuando mis ojos se encontraron con los de mi jefe, que me sonreía con una ceja levantada. Entonces vi como su mano derecha bajaba decidida por la espalda de Silvia hasta posarse sobre su culo con una presión firme que hizo que sus dedos su hundieran ligeramente en su glúteo. Noté como mi jefe me seguía mirando y no pude sino levantar la mano a modo de saludo. Me sentí como un estúpido.

Cuando por fin Roberto liberó a Silvia se giró para presentarnos a su otro invitado. Ante nosotros apareció el archifamoso Sebastián Robles, una de las fortunas del reino y, últimamente, portada de las revistas del corazón. El Sr. Robles se acercó a nosotros decididamente, con natural autoconfianza. Era un hombre de unos 50 y pico años, ojos azules, pelo abundante y canoso y sonrisa pícara. Su cara gritaba a los 4 vientos “soy un gigoló”. Pero lo que más me pilló por sorpresa fueron sus tejanos azules y su camisa hawaiana. De pronto me sentí mucho más desnudo si podía ser. Sebastián, con una copa de vino en la mano, se paró primero ante Silvia y le echó un vistazo impúdico de arriba a abajo.

- ¡Pero bueno! ¿Qué tenemos aquí? - dijo sin dejar de mirar a Silvia. - Roberto amigo mío, por una vez estoy al 100% de acuerdo contigo. ¡Menuda belleza! - siguió. Después, por fin, miró a Silvia a los ojos y continuó: - Sebastián Robles, encantado de conocerte.

Dejó la copa de vino sobre la mesa y le dio dos besos a mi mujer, pasando el brazo derecho por su espalda mientras posaba la mano izquierda sobre sus costillas justo debajo de su pecho, tan cerca que éste acabó reposando sobre el antebrazo del prohombre. Al igual que Roberto, Sebastián alargó el abrazo más de lo estrictamente necesario antes de separarse de ella con una sonrisa y mirarme a mi de lado. Como con Silvia me miró de arriba a abajo y se tomó su tiempo antes de acercarse con la mano extendida.

- El famoso José López, supongo… he de decir que no te había imaginado así… - dijo sin dejar de repasarme de manera un tanto humillante. - Es sorprendente... supongo que eres un hombre afortunado… - siguió diciendo de manera un tanto críptica.​
- Sr. Robles, es un placer conocerle. - Me miró de nuevo como si no entendiera lo que yo le decía y se volvió hacia Silvia de nuevo.
- El placer es mío, no lo dudes.

En ese momento un escalofrío me recorrió la columna y noté como se me encogían los testículos. No se si me gustaba el Sr. Robles.

 
La invitación de mi jefe V

La mañana pasó de forma ortopédica. Los hombres nos quedamos junto a la barbacoa mientas las mujeres preparaban el aperitivo dentro de la casa. Mi jefe y mi futuro jefe parecían colegas de toda la vida y no dejaban de hacer bromas, muchas de las cuales yo no pillaba.

Yo hablaba poco pero cada vez que abría la boca el Sr. Robles me miraba como si fuera un extraterrestre. Por supuesto no me atreví a preguntarle la razón por la que no iba desnudo. Aunque hubiera tenido el valor, ¿cómo demonios se pregunta eso?

Cuando la carne estuvo casi al punto y el aperitivo en la mesa decidimos que era el momento de brindar por el encuentro. Yo necesitaba sí o sí comer algo después de 4 copas de vino pero esperé pacientemente el largo brindis de mi jefe. Cuando por fin acabó y ya me abalanzaba sobre las patatas chips el Sr. Robles me detuvo con un carraspeo.

- Antes de sentarnos a comer me gustaría decir algo también. - Me enderecé de nuevo fastidiado y con la cabeza dándome vueltas. El Sr. Robles miró a mi jefe - Esta fusión es el futuro de nuestras dos empresas. Nos lo jugamos todo y solo tenemos un disparo. Mi buen amigo Roberto confía en que José – y se giró hacia mi – es la persona idónea para pilotar este proceso. - No pude evitar ver el escepticismo en su cara. - Esperemos que así lo sea.​
- Claro que sí – añadió mi jefe como para animar.
- Mientras tanto, – siguió el Sr. Robles – más allá de contratos, me gustaría sellar este pacto con un regalo para José y su esplendida esposa Silvia.

Silvia y yo nos miramos sorprendidos mientras el Sr. Robles dejaba la copa sobre la mesa e iba a buscar una bolsa de terciopelo rojo que estaba junto a la entrada del jardín.

- Es un adelanto, una promesa si queréis, de lo que nos espera si tenemos éxito. - Dijo mientras le tendía la bolsa a Silvia. Mi mujer tiró de los cordones que cerraban la bolsa y vació su contenido en la mano. Nos quedamos de piedra. - Las piezas son de titanio, 8 centímetros de largo y 3 y medio de diámetro. La piedra roja es un rubí y la verde una esmeralda. El par está valorado en unos 500.000 euros por lo bajo.

Ni Silvia ni yo fuimos capaces de articular palabra. Sobre la palma de la mano de mi esposa brillaban dos tapones anales metálicos rematados por sendas piedras preciosas. Objetivamente eran realmente excepcionales. Unas joyas.

- Parece que se os ha comido la lengua el gato. - Dijo el Sr. Robles. - Sabed que sería feo rechazar un regalo así. ¡Podría enfadarme! - Rió y se me pusieron los pelos de la nuca de punta.​
- Nuestros invitados están anonadados, Sebastián – intercedió Roberto – Es un regalo extraordinario, ¿verdad que sí cariño? - preguntó a Alicia.
- Extraordinario – repitió Alicia que parecía hiperventilar mirando las “joyas” en la mano de Silvia. - Estoy segura que os quedarán divinas. - Yo miré a Alicia no dando crédito a mis oídos - ¡Esperad! Voy a buscar lubricante. Lo vais a necesitar – Y su bronceado cuerpo desapareció dentro de la casa.
- Alicia siempre pensando en todo – dijo el Sr. Robles – Permitid que os llene las copas, me da la sensación que necesitáis relajaros un poco – siguió con una sonrisa en la boca.

Silvia y yo nos miramos incrédulos. ¿Realmente pretendían que nos “pusiésemos” los regalos? No era capaz de decodificar la expresión de mi mujer, algo a caballo de sorprendida, escandalizada y un punto, quizá, de... ¿excitada?

- Sr. Robles, es un regalo realmente… especial. Estamos sin palabras – dije señalando a Silvia también – e increíblemente agradecidos. Pero quizá… no sea hoy el momento… para estrenarlos, pienso.

El Sr. Robles me miró con falsa cara de sorprendido.

- Me alegro que os guste. Es realmente un regalo especial. Y caro. - Hizo una pausa para dejar claro lo de “caro”. - Mirad, deberías pensar en esas joyas como si fueran un… “contrato”. ¿Entendéis? Y creo que os interesa, y mucho, “firmar” este contrato, ¿no?

No hacía falta ser un genio para entender lo que quería decir… Si quería su bendición a nivel profesional debíamos aceptar su regalo. Y demostrarlo. En ese momento Alicia regresó con un bote de medio litro de lubricante transparente. Me hizo pensar que ella tampoco era ajena a inserciones varias.

- Aquí tenéis el lubricante. Estoy súper contenta por vosotros – Nos dijo Alicia con una sonrisa de oreja a oreja. Realmente estaba contenta por nosotros.​
- No se hable más entonces – dijo el Sr. Robles. Y cogiendo el tapón acabado en el rubí de la mano de Silvia continuó: - Si me permites querida, me gustaría hacer los honores.

¿En serio? No podía ser que esto nos estuviera pasando pero los dos estábamos tan en shock que nos costaba articular palabra alguna. Silvia y yo nos miramos nuevamente y pude ver que en su cabeza también corrían los mismos pensamientos, mezclados con un piso nuevo, el reconocimiento social, la envidia de sus amigas al decirles que había estado comiendo con Sebastián Robles, las Galápagos….

- Quizá… - dije sin saber muy bien como continuar la frase. Todos se me quedaron mirando. Tragué saliva. - Quizá… podría empezar yo, ¿no creen? - Roberto y Sebastián se miraron.​
- Por supuesto, amigo mío. - Dijo entonces el Sr. Robles rompiendo la tensión del momento. - Por favor, acompáñame.

Me dejé guiar hasta el sofá del jardín, una estructura de madera con cojines y apoya brazos que los anfitriones tenían en una esquina de la casa, con vistas a la puesta de sol. Los otros tres nos siguieron, algunos entusiasmados como Alicia, otros anonadados como Silvia. Sin mediar palabra el Sr. Robles hizo que me reclinase sobre el brazo del sofá. Nuevamente sentí que superaba cuotas de exposición ahora con el culo al sol en frente de todos los presentes.

- Vaya – oí la voz del Sr. Robles a mi espalda – tienes un trasero muy… femenino. - Acabó la frase. No supe muy bien como tomármelo.​
- Ya te dije que tenía poco vello, Sebastián. Además, parece un poco cohibido. - y entendí que se refería a mi pene que, muerto de vergüenza, lo notaba escondido en lo más profundo del prepucio. - La joya le quedará perfecta.

Con los ojos cerrados sobre el cojín del sofá del jardín y el culo en pompa podéis imaginar la vergüenza que sentía mientras oía como comentaban mis genitales. Por un momento dudé si levantarme y acabar con esa locura pero en ese momento el Sr. Robles empezó a dejar caer lubricante en abundancia sobre mi entrada trasera e inmediatamente noté el frio metálico del tapón contra mi ano.

- Relajate Grititos, si no te va a hacer daño… - rió mi jefe que parecía estar justo al lado del Sr. Robles. ¿Cómo narices había llegado a esta situación? En casa de mi jefe a punto de que una de las fortunas del país me introdujera un tapón por el recto. Noté que la presión del Sr. Robles crecía y mi esfínter cedía con dificultad. Fuera lo que fuera que debía hacer para “relajarme” debía hacerlo rápido. El tapón continuaba entrando y la sensación era como si me estuviesen metiendo un puño por el culo. Instintivamente abrí más las piernas a la vez que hundía la cara en el cojín y de paso ahogaba el quejido que brotaba de mi garganta. Y entonces el dolor agudo cedió y solo quedó uno más sordo del tapón acomodándose en mi recto.

- ¡Muy bien! No le queda nada mal. - Dijo el Sr. Robles mientras yo intentaba incorporarme adaptándome a la sensación de tener un cuerpo extraño metido en el orto. Sebastián se limpiaba las manos de lubricante con una toalla que Alicia le había proporcionado. Mi jefe sonreía mientras le daba un trago a su copa de vino, con su omnipresente miembro a media asta, como si hubiera disfrutado del espectáculo. Por su parte, Silvia evitó mi mirada, clavando los ojos en el suelo con vergüenza, las manos tapándose la vulva y los pezones endurecidos.

Con dificultad me aparté un par de metros, sintiéndome avergonzado y solo. Por suerte parecía que el resto también se había olvidado de mi momentáneamente.

- Amigo Sebastián, sería un bonito gesto que me permitieras a mi colocar la segunda joya. - Y todos pudimos ver como acompañaba su petición con un guiñó.​
- Por supuesto, amigo mío – contestó el prohombre mientras le daba el segundo tapón y le palmeaba el hombro - ¿Cómo iba a negarte el placer?

Entonces mi jefe le tendió la mano a Silvia y ella se la cogió como si fuera a sacarla a bailar. Cinco segundos más tarde estaba en la misma posición que yo unos instantes antes.

El culo de Silvia es un espectáculo. Lo sé porque yo siempre bato mis récords de precocidad cuando se pone a cuatro patas delante de mi. Apenas consigo meterla, un par de empujones y tengo que sacarla para eyacular. Pero allí al sol, con público, parecía de mármol esculpido. Yo me quedé en segundo plano alucinando con lo que estaba pasando. Quise entender que Silvia había decidido seguir con esa locura por mi, por mi futuro profesional. Aunque la hinchazón en su vulva y el brillo en los labios me hizo dudar si después de todo no estaría excitada por la situación… A pesar de la situación, verla en esa posición me provocó una contracción involuntaria de los testículos y de los músculos del recto sobre el tapón, aumentando la sensación de plenitud y una incipiente trempera.

- Eres perfecta, cariño. - Dijo Roberto palmeando descaradamente el culo expuesto de mi mujer. - Ya verás como te va a gustar. Por tu reacción al ver el regalo entiendo que nunca has usado uno de estos, ¿cierto? - Silvia levantó ligeramente la cabeza del cojín para confirmar con un gesto lo que el mi jefe sospechaba. - Me lo imaginaba, dime, ¿alguna vez te han sodomizado, Silvia? - El silencio y el color subido de sus mejillas fueron suficiente respuesta. Roberto me buscó con la mirada, arqueó una ceja y negó con la cabeza en desaprobación.

Acto seguido quitó el tapón del botellín de lubricante y dejó caer una copiosa cantidad sobre su ano, que resbaló viscosa hasta su vulva desde donde empezó a caer sobre el suelo de la terraza. Entonces Roberto cogió el “regalo” por la base y, antes de posarlo en la entrada del culo de mi mujer, lo pasó por su vulva recogiendo parte del lubricante que caía, aunque presionando levemente para que la punta se hundiese en el sexo de Silvia que se estremeció y gimió sutilmente.

Cuando estuvo sobre el agujero aumentó la presión, el esfínter empezó a dilatarse y la joya comenzó a desaparecer en el agujero del culo de mi mujer. En ese momento mi jefe dio medio paso al frente de manera aparentemente inocente pero con el resultado de que su glande, con su habitual semi-erección, se posó suavemente entre los labios de la vulva de Silvia. Ella reaccionó de la misma manera que había hecho yo un poco antes, separando más las piernas mientras agarraba con fuerza el cojín y gemía con la boca contra la tela.

Roberto presionaba el regalo, introduciéndoselo por el recto con absoluta lentitud, milímetro a milímetro, y su capullo desaparecía también entre los labios henchidos de Silvia. Pero no era una penetración, sinó más bien una caricia, un beso. La ilusión desapareció cuando el tapón alcanzó el máximo diámetro y entonces el cuerpo mi mujer lo chupó hasta que solo la esmeralda quedó visible. Silvia gimió ya sin sutileza alguna y todos pudimos ver como sus piernas temblaron, los labios de su vulva se hincharon súbitamente y su sexo escupió con violencia un chorro de agua que salpicó a Roberto.

- ¡Uau! - Exclamó sorprendido mi jefe apartándose a un lado y todos pudimos ver su vientre y su miembro empapados por el increíble e inesperado orgasmo de mi mujer, que seguía temblando, con la cara hundida en el sofá y los pies de puntillas alzando el culo.​
- Cariño, deja que vaya a buscarte otra toalla – le dijo Alicia inmediatamente desapareciendo de nuevo dentro de la casa.

Roberto entonces se acercó a mi sin importarle que su miembro pringoso se aplastara contra mi vientre.

- Solo ha sido la punta y se ha corrido como una perra. Imagínate cuando se la meta hasta los huevos. - Y me guiñó el ojo antes de desaparecer también dentro de la casa.​
- Me alegro de que os hayan gustado los regalos. - Estaba el Sr. Robles diciéndole a mi esposa mientras la ayudaba a incorporarse aprovechando de paso para agarrar sin pudor su pecho derecho. Silvia no estaba para muchos romances, a duras penas se podía mantener derecha y no puso ninguna resistencia. - No os importará que os tome una foto con los regalos, ¿verdad? - Dijo sacando el móvil del bolsillo del pantalón.

Le hice el relevo al Sr. Robles cogiendo a Silvia por la cintura y nos miramos. Era difícil separar las múltiples emociones que sentíamos en ese momento y ninguno de los dos abrió la boca.

- Giraos por favor. – Nos conminó el Sr. Robles y nos dimos la vuelta sin dejar de mirarnos. - Ahora inclinaos y separad un poco los cachetes... deben verse la joyas en la foto - Los dos nos inclinamos hacia delante mostrando de nuevo nuestros culos a Sebastián Robles, fortuna del reino y portada de las revistas del corazón.

- Te quiero – Me dijo Silvia. Y nos besamos.​

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