La invitación de mi jefe III
- ¡Estoy tan contenta por ti! Por fin. Te lo mereces, cariño. - Silvia se incorporó sobre la cama y se abalanzó sobre mi rodeándome con los brazos. Me pilló desprevenido haciéndome perder el equilibrio y los dos caímos sobre la cama, ella de espaldas y yo sobre ella. Rápidamente musité una disculpa pensando que le había hecho daño pero en vez de quejarse me empezó a besar con pasión. Notaba sus pechos turgentes apretados contra mi a través de la camisola del pijama que llevaba y sus piernas me rodearon por la cintura.
- ¡Hazme el amor! - me susurró al oído mientras me mordisqueaba el lóbulo de la oreja. No recordaba la última vea que la había visto así pero decidí no perder la oportunidad. Le devolví los besos centrándome en su cuello que sé que es uno de sus puntos débiles. Empezó a gemir de gusto y para mi alegría yo ya notaba la tirantez en mis calzoncillos. Me zafé de ella momentáneamente para ponerme en pié y quitarme los pantalones y la ropa interior de la manera más patosa que pude. Ella hizo lo mismo y mostrándome un coño que estaba evidente y completamente mojado. Miré para abajo contento de ver mi miembro completamente enhiesto y en ese momento me vino un flash de el espeso esperma que aún tenía seco sobre la piel de mi vientre y mi pene.
- ¡¿Porqué tardas tanto?! - casi me gritó completamente abierta de piernas esperando que saltara sobre ella. Hice un esfuerzo por eliminar de mi cabeza las imágenes de esa tarde y gateé sobre la cama para volver a besarla. Sus piernas me volvieron a atrapar y noté como mi miembro se adentraba si ninguna dificultad en el horno entre sus piernas. ¡Dios! ¡Estaba ardiendo! Empecé a moverme suavemente adelante y atrás. Su coño parecía hecho de gelatina, suave, cálida... Notaba la humedad mojando mi miembro y mis testículos. Ella gemía mientras yo le besaba el cuello y los hoyuelos que hacía su clavícula.
- ¡Métemela toda! - Me decía entre gemido y gemido y yo me aplicaba con más ahínco en golpear mi pelvis contra su monte de venus. - ¡Dame más! - Seguía gritando cuando me volvió a rodear con sus piernas para obligarme a follarla más rápido y más fuerte. Parecía como si quisiera que mis pelotas entraran en su vagina. No recordaba haberla visto así antes. - ¡Fóllame! ¡Dame fuerte! - gritaba con la cabeza tirada atrás y los ojos cerrados. La calentura de Silvia me estaba sobrepasando por momentos y el ritmo que me imponía me hacía perder la concentración. Noté mis huevos contrayéndose y un momentáneo endurecimiento en mi pene. Pensé que era demasiado pronto e intenté pensar en algo diferente a pesar de que los gemidos y el hambriento sexo de Silvia lo hacían prácticamente imposible.
Entonces tuve un flash de la imagen de la enorme polla de mi jefe junto a la mía y noté como si unas compuertas se abrieran en mi interior. Cerré los ojos y apreté el esfínter intentando retardar lo que era inevitable y, maldita sea, justo en ese momento Silvia me aparta y me dice “Quiero notarte más, deja que me ponga encima”. “¡No!” le grité yo pero era demasiado tarde. Caí de espaldas sobre la cama y antes de que ella llegara a montarme mi pene erupcionó.
He de decir que tuve un orgasmo espectacular en el peor momento posible. Sin manos, notando el frío contraste del aire de la habitación en comparación con el ardiente sexo de Silvia, mi pene latió una y otra vez vaciando mis testículos sobre mi barriga. Oí a lo lejos un “Oh” de Silvia pero el mundo se hizo borroso y fui incapaz de moverme. Aún con espasmos y los dedos de los pies rígidos como siempre me pasa cuando me corro, Silvia se sentó sobre mi pene que en un primer momento se deslizó de nuevo dentro de su sexo empapado y empezó a cabalgarme con frenesí moviendo las caderas adelante y atrás.
A pesar del ritmo frenético y del monstruo libidinoso que parecía tener encima, pronto mi miembro empezó a debilitarse y acabó escabulléndose. Silvia no pareció darse cuenta y siguió moviendo las caderas frotando su clítoris contra mi pene aún muy sensible por el reciente orgasmo. Me tenía clavado en la cama apoyándose en mi pecho e intenté aguantar aún cuando empezaba a notar dolor en mi ahora ya maltratado pene.
Y entonces dejó de respirar. Abrió la boca en un grito silencioso y sus uñas se clavaron en mi cuello. Su cuerpo se hizo pesado y las mejillas se le pintaron de un rojo brillante. Durante un minuto apenas se movió. Un corto espasmo ahora, un escalofrío un poco más tarde. Y cayó sobre mi.
Cuando me desperté la luz entraba por las cortinas entreabiertas. Estaba solo y seguía desnudo, tendido en la cama. Miré abajo y vi mi pene acurrucado en el prepucio. El vello de mi vientre estaba seco y apelmazado con los flujos de tres personas. Necesitaba una ducha. Miré el reloj, aún no eran las 8. Tenía tiempo para ducharme, vestirme, comer algo – me rugían las tripas – y salir corriendo hacia la oficina.
Salí de la ducha como nuevo. Llevaba unos días con la sensación de estar en un coche cuesta abajo y sin frenos pero ahora por fin tenía la cabeza despejada. Silvia estaba en la cocina desayunando. Me había preparado una taza de café y había tostadas, queso de untar y mermelada sobre la mesa. Me acerqué y le dí un beso de buenos días en los labios. Estaba contenta y eso me animó a compartirle mi decisión. No me encontraba nada cómodo co lo que me venía encima en el trabajo y aún menos con mi jefe y esa “idea” suya de echarle la caña a Silvia. No era una decisión fácil pero sabía que todo se pondría en su lugar en unos meses.
- Cariño, he estado pensando… - dije mientras me sentaba y cogía la taza de café.
- ¡Yo también! Sé que la nueva posición implica una mayor responsabilidad, más presión… y quiero que sepas que estaré a tu lado en todo momento. A veces tienes tendencia a agobiarte pero yo sé que se te da muy bien tu trabajo y que no se arrepentirán de haber confiado en ti.
- Gracias, pero…
- Nada de peros, lo digo en serio. Es un momento importante para ti pero también para nosotros. Dejaremos de ir tan ahogados, quizá podamos alquilar un piso más grande, ir de vacaciones a las Galápagos… ¡Oh! ¡Eso me encantaría!
- ¿Galápagos? No sabía que querías ir allí… primera noticia.
- Es que nunca se nos había presentado la ocasión y siempre estás tan preocupado por el dinero… ¿te subirán el sueldo, no?
- Sí, claro, pero…
- ¿Cuánto? Debería ser una buena subida porque depende de ti la suerte de la empresa ahora, ¿no? ¿Tienes el contrato? - Me vino la imagen de mi jefe guardando el contrato cubierto de semen en el cajón de su escritorio… No lo tenía y tampoco habría sido buena idea enseñárselo.
- Está en la oficina, pero casi me doblan el sueldo…
- ¡Oh! ¡Estoy tan contenta por ti! Es lo que siempre habías deseado, que se reconociera tu trabajo, ¿no?
- Sí… claro… - sonreí. De un sorbo me acabé el café. - Bueno… debo ir a la oficina a ponerme al día de la fusión… nos vemos para cenar, ¿ok?
- OK, cariño – Y me plantó un beso con lengua mientras me tocaba el paquete. Le puse cara de sorprendido y se rió.
Salí al recibidor, cogí un jersey por si después hacía más frío, cogí las llaves y salí de casa. Ya en la calle me paré un momento a respirar. Notaba que me faltaba el aliento. Estaba claro que no solo iba cuesta abajo sin frenos. Tampoco estaba yo al volante.