La invitación de mi jefe IV
- ¿Has hablado con Silvia?
Estaba tan concentrado analizando las entradas en la hoja de cálculo que no me di cuenta de que mi jefe había entrado en mi despacho. Sin querer se me escapó un agudo grito de sorpresa.
- Jajaja… ¡eres un grititos! En fin, veo estás ocupado, solo quería saber si pudiste hablar con tu mujer de lo que comentamos ayer…
- No, Sr., cuando llegué a casa ya estaba dormida. - mentí – De todas formas no creo que quiera, Sr., siempre comenta que esas pastillas son un cóctel de hormonas que destrozan el cuerpo.
- ¡Joder José! Vaya decepción macho…
- ¡Lo siento Sr.! - me apresuré a decir mientras mi jefe ponía cara de fastidio. - Pero entenderá que no puedo obligarla a tomarlas si no quiere…
- ¡Tú no podrías obligar ni a una mosca a volar! - Me quedé parado por el duro comentario, se le veía contrariado y sentí un escalofrío recorriendo mi columna vertebral. Esperé sin decir nada a que se calmara un poco. - Perdona por el comentario… cada cual es como es… de todas formas que sepas que eso no cambia nada… solo será más interesante ver qué pasa en el directo, ¿no? - Y me guiñó el ojo…
- No se si entiendo lo que quiere decir, Sr..
- Ya lo entenderás Grititos. - Me dijo mientras se alejaba. En el último instante antes de salir se giró y me dijo: - Por cierto, he invitado al CEO de Futures el fin de semana, así también os conocéis. Al fin y al cabo también será tu jefe en breve… - Y me volvió a guiñar el ojo dejándome boquiabierto.
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Esa noche durante la cena tenía tal lío en la cabeza que a Silvia no le costó mucho darse cuenta de que algo me preocupaba.
- Va, suéltalo – Me dijo por fin.
- ¿Cómo?
- Se puede ver a un kilómetro que hay algo que te preocupa. Suéltalo.
¿Qué le iba a decir? ¿Qué mi jefe le quería echar la caña? ¿Que me había dicho que mejor que empezase a tomar la píldora anticonceptiva porque él “nunca usa condones”?
- Mi jefe nos ha invitado de nuevo a su casa de campo este fin de semana.
- ¡Eso es genial! ¿Sois “
besties” ahora o qué? - Y me guiñó el ojo igual que había hecho Roberto esa tarde.
- Jaja… muy graciosa. La cosa es que también ha invitado a Sebastián Robles, el CEO de Futures, la empresa con la que nos fusionamos.
- ¿El tío ese que sale en las noticias todos los días? “El divorcio del año”.
- Sí, ese mismo.
- ¡Pero José! ¡Nos codearemos con una de las fortunas más grandes de España!
- Ya, supongo.
- No pareces muy entusiasta…
- Es que… - no me atrevía – será un fin de semana nudista, como el anterior…
- ¡Ah! ¿Eso es lo que te preocupa? - Silvia no parecía especialmente preocupada por ese tema, pero hizo una pausa antes de continuar – ¿Pero... no estuvo tan mal? ¿No?
- Fue raro, ¿no? - Yo la miraba como intentando que estuviera de acuerdo conmigo, sin éxito - ¿A ti no te lo pareció?
- No - contestó convencida – Me pareció muy natural. Y Roberto y Alicia son muy simpáticos.
“Simpático” no sería la palabra con la que yo describiría a mi jefe pero estaba claro que Silvia se había llevado una impresión del fin de semana muy diferente a la mía. Yo estaba prácticamente horrorizado con la perspectiva de volver a estar en pelotas con mi jefe y más con la seguridad de que él no se cortaría un pelo con Silvia esta vez. Que además hubiera invitado al Sr. Robles no ayudaba en absoluto…
- Quizá tengas razón…
- Claro que sí. Mira, es una gran oportunidad profesional para ti, pero también es una oportunidad para nosotros de socializar con gente diferente… ¡quién sabe qué podría surgir de esto en el futuro! – Nada bueno, seguro, pensé yo…
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El trayecto hasta la casa de campo de mi jefe lo hice en silencio. Al menos yo, porque Silvia no paró de cotillear sobre las últimas noticias del divorcio de Sebastián Robles con Katie Duchamp. Al parecer, la ya ex del CEO de Futures se iba a llevar el total de la indemnización que reclamaban sus abogados después de quedar demostrado que la lista de amantes del Sr. Robles era tan impresionante como su cuenta corriente. Cuando nos plantamos delante de la puerta de la casa a mi me dolía la cabeza de tantos millones de euros, famosas involucradas y, por supuesto, por la anticipación de un nuevo fin de semana con mi jefe…
Alicia nos abrió la puerta completamente desnuda. Es cierto que la había visto desnuda todo el fin de semana anterior pero no por eso dejó de sorprenderme, sobretodo por la naturalidad con la que nos recibió con un efusivo abrazo a Silvia primero y uno no menos efusivo a mí después al que respondí con decoro apenas posando mis manos sobre la parte superior de su espalda.
Alicia nos informó de que Roberto y Sebastián estaban fuera preparando la barbacoa y nos recomendó que primero fuéramos a la habitación a ponernos “cómodos” antes de salir al jardín. Nos había preparado la misma habitación de la semana anterior. Ya en la habitación yo me dediqué a perder el tiempo mirando el móvil mientras Silvia se desnudaba en el baño de la suite.
- ¿Qué haces aún así? - me dijo cuando salió del baño completamente desnuda.
- No tenemos prisa, ¿no? Aún tardaremos un rato en comer…
- Pero saben que estamos aquí. Es un poco maleducado hacerles esperar.
Mientras me reprendía me fijé que su vello púbico había desaparecido. Yo siempre había sido de escaso vello corporal, incluso en el pubis apenas me crecía una pelusa fina que mi ropa interior se encargaba de eliminar de forma natural por rozamiento. Silvia era más peluda allí abajo y, aunque normalmente se lo arreglaba corto, ahora estaba completamente rasurada.
- Te has depilado el… - dije sin decir. Ella se miró el pubis.
- Ah, sí, me fijé que Alicia lo llevaba así y me pareció que quedaba mucho mejor, especialmente si iba a estar... desnuda en público – me pareció que se sonrojaba un poco. - Venga, ¡desnúdate!
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Salí al jardín en cueros luchando contra mi instinto de taparme el pene con las manos e intentando aparentar normalidad. Silvia iba unos pasos por delante, mostrándome su precioso culo blanco, mucho más decidida que yo y ya saludando a nuestros anfitriones.
- ¡Buenos días Roberto!
- ¡Silvia! ¡Qué placer volverte a ver!
A diferencia de mi recatado abrazo a Alicia unos minutos antes, Roberto no tuvo ningún reparo en rodear a mi mujer con sus brazos y aplastarla contra su cuerpo desnudo. Volví a sentir la incomodidad de unos días atrás y ya estaba a punto de apartar la mirada cuando mis ojos se encontraron con los de mi jefe, que me sonreía con una ceja levantada. Entonces vi como su mano derecha bajaba decidida por la espalda de Silvia hasta posarse sobre su culo con una presión firme que hizo que sus dedos su hundieran ligeramente en su glúteo. Noté como mi jefe me seguía mirando y no pude sino levantar la mano a modo de saludo. Me sentí como un estúpido.
Cuando por fin Roberto liberó a Silvia se giró para presentarnos a su otro invitado. Ante nosotros apareció el archifamoso Sebastián Robles, una de las fortunas del reino y, últimamente, portada de las revistas del corazón. El Sr. Robles se acercó a nosotros decididamente, con natural autoconfianza. Era un hombre de unos 50 y pico años, ojos azules, pelo abundante y canoso y sonrisa pícara. Su cara gritaba a los 4 vientos “soy un gigoló”. Pero lo que más me pilló por sorpresa fueron sus tejanos azules y su camisa hawaiana. De pronto me sentí mucho más desnudo si podía ser. Sebastián, con una copa de vino en la mano, se paró primero ante Silvia y le echó un vistazo impúdico de arriba a abajo.
- ¡Pero bueno! ¿Qué tenemos aquí? - dijo sin dejar de mirar a Silvia. - Roberto amigo mío, por una vez estoy al 100% de acuerdo contigo. ¡Menuda belleza! - siguió. Después, por fin, miró a Silvia a los ojos y continuó: - Sebastián Robles, encantado de conocerte.
Dejó la copa de vino sobre la mesa y le dio dos besos a mi mujer, pasando el brazo derecho por su espalda mientras posaba la mano izquierda sobre sus costillas justo debajo de su pecho, tan cerca que éste acabó reposando sobre el antebrazo del prohombre. Al igual que Roberto, Sebastián alargó el abrazo más de lo estrictamente necesario antes de separarse de ella con una sonrisa y mirarme a mi de lado. Como con Silvia me miró de arriba a abajo y se tomó su tiempo antes de acercarse con la mano extendida.
- El famoso José López, supongo… he de decir que no te había imaginado así… - dijo sin dejar de repasarme de manera un tanto humillante. - Es sorprendente... supongo que eres un hombre afortunado… - siguió diciendo de manera un tanto críptica.
- Sr. Robles, es un placer conocerle. - Me miró de nuevo como si no entendiera lo que yo le decía y se volvió hacia Silvia de nuevo.
- El placer es mío, no lo dudes.
En ese momento un escalofrío me recorrió la columna y noté como se me encogían los testículos. No se si me gustaba el Sr. Robles.