Título: "Marta toma el control (parte 3)".
Me fui a la cama enormemente excitado después de leer el mensaje de Marta en el que me decía que llevaba puestas para dormir las bragas que le había lefado en el restaurante. Ese estado de excitación hizo que aquella noche tuviera un sueño erótico.
A la mañana siguiente le escribí un mensaje a Marta en *****.
- Esta noche tuve un sueño muy excitante.
A media mañana ella me contestó.
- Tu profesora te pone deberes. Quiero una redacción en la que cuentes tu sueño con detalle.
Terminé una tarea urgente en el trabajo y a continuación abrí un archivo Word y empecé a redactar.
INICIO REDACCIÓN:
Título: Un sueño con mi Ama.
"El sueño transcurre en la tienda de animales del Centro Comercial Sambil en la que estuve ayer con mi Ama. Después de buscar un collar para mí y no encontrar uno de su gusto mi Ama se encaminó a la salida de la tienda. Yo seguí sus pasos. Pero de repente la chica del mostrador le preguntó:
- ¿No han encontrado un collar de su gusto?
- Lo que tiene no es el tipo de collar que estaba buscando, respondió mi Ama.
- ¿Pueden acercarse un momento?, dijo la chica.
Mi Ama cambió la dirección de sus pasos para acercarse al mostrador. Yo seguí de nuevo su camino como un perrito faldero.
- Me he dado cuenta que no está buscando un collar para un perro cualquiera, dijo la chica.
- Así es, dijo mi Ama.
Entonces la chica abrió una puerta que había a su espalda y nos invitó a pasar dentro (puertas mágicas que aparecen en los sueños y que te llevan a lugares que recrea la imaginación).
- En el almacén tengo otros collares que creo que pueden ser de su gusto, dijo la chica.
Mi Ama y yo seguimos a la chica atravesando la puerta. En su interior había una pequeña nave con estanterías pegadas a la pared. La chica sacó una caja y se la mostró a mi Ama. Sus ojos se abrieron de felicidad.
- Sí, estos me gustan más.
Seleccionó tres collares de la caja. Uno de color negro, otro marrón y otro azul oscuro.
- Te dejo elegir el que más te guste para mi perro, le dijo mi Ama a la chica.
- A mí me gusta el de color negro, dijo ella.
- Estupendo, dijo mi Ama.
- ¿Podría pedirle una cosa?, preguntó la chica de la tienda.
- Depende de lo que sea, respondió mi Ama.
- Nunca he tenido un perro como el suyo. Pero es una de mis mayores fantasías. ¿Podría probarle yo el collar?, dijo la chica.
- Por supuesto, sin problema, respondió mi Ama.
- ¿Sería posible que su perro se colocara en el suelo desnudo y a cuatro patas?, volvió a preguntar la chica.
Mi Ama, dirigió su mirada hacia mí mientras respondía:
- Esta chica tiene muy buenas ideas. Me gusta. Desnúdate y ponte a cuatro patas para que te pruebe tu collar.
Me desnudé por completo y me puse a cuatro patas. La chica cogió el collar negro de manos de mi Ama. Luego se acercó a mí. Se puso en cuclillas a mi lado y me colocó el collar.
- Le queda perfecto, dijo la chica.
- Así es, afirmó mi Ama.
- Qué perro tan bonito tiene, dijo ella mientras me pasaba su mano por la espalda de forma cariñosa.
- Gracias, respondió mi Ama.
La chica me hizo luego caricias en la cabeza. Me sentía como un perro de verdad siendo acariciado.
De repente se empezaron a escuchar voces al otro lado de la puerta.
- ¿Hola? ¿No hay nadie en la tienda?
Era una voz de mujer.
- ¿Hola? ¿Hola?
Entonces, una mujer se asomó por la puerta del almacén.
- ¡¡Madre mía!! Sandra ven, mira esto, dijo la mujer al ver la escena.
Una segunda mujer se asomó por la puerta.
- ¡¡Pero si es el pajillero del restaurante!!, dijo al verme.
Entonces las reconocí. Eran las dos mujeres que se habían sentado en la mesa de al lado en el restaurante. Las que habían escuchado a mi Ama llamarme pajillero y se habían reído.
- Adelante, podéis pasar, dijo mi Ama, que también las había reconocido.
Las dos mujeres entraron en la nave. Mi polla que estaba en estado morcillona empezó a crecer. La chica de la tienda se dio cuenta de ello.
- Se le está poniendo el rabo tieso, dijo.
- La palabra pajillero le provoca excitación, respondió mi Ama.
De repente, sentí la mano de la chica de la tienda tocando mi polla.
- Cómo me gustaría ser montada por este rabo, dijo la chica.
- ¿Eres perrita?, dijo mi Ama con asombro.
- Me excitan ambos roles pero cuando veo un rabo que me gusta me pone ser montada, respondió ella.
Entonces mi Ama se dirigió a la caja de los collares. Sacó el de color azul oscuro. Miró a la chica de la tienda. Y mientras andaba hacia ella le dijo:
- Ponte de rodillas.
La chica soltó mi polla y se arrodilló. Mi Ama se colocó a su lado y le puso el collar. Luego dijo:
- Perrita, desnúdate y colócate para ser montada por mi perro.
La chica de la tienda obedeció al instante. Se despojó rápidamente de toda su ropa y se colocó a cuatro patas ofreciéndome su retaguardia. Mientras ella se desnudaba sentí que mi polla iba perdiendo dureza. La idea de tener que penetrarla desataba mis miedos.
Miré a mi Ama. De su boca salieron estas palabras:
- Comprueba si esta perrita está en celo. Y si es así móntala.
Me acerqué a la chica de la tienda andando a cuatro patas y hundí mi cara en su culo para olisquear su coño. Su olor era intenso y delicioso. Saqué mi lengua y se lo lamí. Estaba muy jugoso y rico. Un coño en celo. Tenía que montarla pero mi polla había perdido la erección. Coloqué mis manos en su culo para incorporarme. Luego coloqué mis piernas a ambos lados de su cuerpo. Mis manos avanzaron hacia su espalda. Noté como ella separaba sus piernas para facilitarme el camino. Agarré mi polla flácida con la mano derecha. La dirigí hacia la entrada de su coño. Tanteé el agujero de entrada. Pero mi polla no estaba lista y no había forma de lograrlo. Se volvía a repetir el episodio de siempre.
- Ese perro no sabe follar, dijo la mujer de la puerta que se llamaba Sandra.
- Por eso es tan pajillero, respondió su amiga.
Miré a mi Ama. Su rostro transmitía decepción. Volví a intentar la penetración con el mismo resultado negativo. Entonces escuché decir a mi Ama.
- Déjalo y hazte una paja.
Me dejé caer de rodillas en el suelo. Agarré mi polla con la mano derecha y empecé a masturbarme.
- ¿Cómo os llamáis?, preguntó mi Ama a las dos mujeres de la puerta.
- Sandra y Tania, respondió la primera de ellas.
- Humilladle por ser un pajillero, les pidió mi Ama.
No sabía si mi Ama hacía eso por castigo o porque sabía que aquello me excitaba en alto grado. El caso es que mi polla empezó a crecer y ponerse dura.
- Se le está poniendo dura al pajillero, dijo Sandra.
- Pero que guarro eres, dijo Tania.
Mi polla estaba dura de nuevo y mi mano derecha se movía dándome un enorme placer.
- Dale duro, cerdo, dijo Sandra moviendo su puño cerrado arriba y abajo.
Entonces observé como Tania desabrochaba su pantalón y bajaba su cremallera. Luego tiró de él hacia abajo hasta medio muslo. Después hizo lo mismo con sus bragas hasta dejar su coño a la vista. Lo tenía peludito.
- Mira mi coño. ¿Te gusta? Pero no sabes follar. A mí me gustan los hombres que saben follar. No los pajilleros como tú, dijo.
- No te mereces esa buena polla que tienes. No la sabes usar, añadió Sandra.
Ver el coño de Tania me encendió. Es cierto que no sabría follarla pero se lo devoraría. Se lo comería hasta que se muriera de gusto.
Luego mi mirada se trasladó a la chica de la tienda. Se había sentado en el suelo a mirar mi espectáculo onanista. Su mirada me transmitía por un lado lástima pero por otro cariño y ternura. Observé que su mano derecha calmaba su coño en celo jugando con sus dedos de forma discreta.
- Si fueras mi perrito yo te enseñaría a montar, dijo de forma dulce.
Siempre había soñado con ser un macho alfa pero nunca había superado mis miedos a la hora de la penetración. Ese momento de buscar el agujero y no encontrarlo a la primera desencadenaba mi pérdida de erección.
- Córrete pajillero, que no tenemos toda la mañana, escuché decir a Tania.
- ¡Guarro! ¡Cerdo!, decía Sandra.
Mi mano no dejaba de moverse. Cada vez con mayor rapidez porque se acercaba el momento de correrme. Dirigí mi mirada a mi Ama. Me miraba atentamente. Mi corrida iba a ser para ella. Mi Ama. Mi dueña. Mi respiración se agitaba. Mis jadeos iban en aumento. Nuestros ojos se miraban fijamente . Su mente parecía decirme: "saca tu leche para mí". Y eso es lo que estaba a punto de suceder. Instantes después mi polla empezó a correrse. Mi Ama movió su cabeza en señal de asentimiento y su boca dibujó una leve sonrisa de felicidad por ser ella la destinataria de aquella corrida.
- Mira cómo has dejado el suelo, escuché decir a Tania.
- Pero qué guarro eres, añadió Sandra.
- No te preocupes perrito. Yo lo limpiaré, dijo la chica de la tienda de forma dulce."
FIN REDACCIÓN.
Una vez terminé de escribir la redacción la volví a leer entera para hacer algún retoque gramatical y darla por acababa. Luego convertí el documento a pdf y se lo envié a Marta por ***** antes de la hora de comer. Cuando envíe el archivo vi que Marta estaba conectada.
Unos quince minutos más tarde recibí su mensaje de respuesta.
- Por tu culpa voy a ir a visitar a un cliente esta tarde con las bragas mojadas. Conéctate esta noche y hablamos, escribió Marta por *****.
- De acuerdo, a la noche hablamos, escribí como respuesta.
No hice ninguna alusión al comentario de sus bragas mojadas pero me sentí muy halagado de haber conseguido esa reacción en su coño.
Esperé a que todos durmieran en casa para conectarme a *****. Me resultaban enormemente excitantes esos encuentros nocturnos y clandestinos mientras nuestras respectivas parejas dormían plácidamente. Marta ya estaba conectada cuando yo entré a *****.
- Buenas noches, mi Ama. Espero que no lleve mucho esperando, escribí.
Al instante ella contestó.
- No, llevo conectada cinco minutos. Estaba haciendo tiempo leyendo de nuevo tu redacción. Es la tercera vez que la leo. Tienes un gran talento para excitar con tus palabras.
- Me alegro que le guste mi forma de escribir, respondí.
- Y a mí me alegra comprobar que te gustó nuestra última cita. Tanto como para haber soñado con ella y que tu subconsciente la haya interpretado de esa manera tan excitante. Veo que te pone eso de pajearte delante de mujeres que te observan y te dicen cosas humillantes.
- Así es, mi Ama. Aunque nunca he podido experimentar una situación real de ese tipo.
- Y ese miedo a la penetración, ¿es cierto?
- Así es.... reconocí avergonzado.
- ¿Eres sumiso por ese motivo?
- Supongo que es uno de los motivos, respondí.
- ¿Te confieso una cosa? Me he sentido muy identificada con la chica de la tienda de mascotas de tu sueño. En el fondo me excitan ambos roles. Ser Ama es una experiencia nueva para mí que estoy descubriendo gracias a ti. Soy autoritaria en mi trato con ciertas personas, sobre todo a nivel laboral, pero nunca había experimentado este rol a nivel sexual. Mi rol más natural es el de sumisa. Me excita que me monten. Y me gustaría que tú llegaras a hacerlo porque tu polla me encanta. Te enseñaré a follar.
Aquella confesión de Marta me dejó sorprendido. Su rol de Ama no parecía ser el de una principiante. Sabía transmitir su autoridad de una manera extraordinaria. Supuse que sería por ese carácter autoritario que me había comentado.
- Es un honor estar a sus pies. Su rol de Ama es difícilmente mejorable. Me encanta sentir su poder.
Marta empezó a escribir. En la parte de abajo de la pantalla ponía "escribiendo" pero pasaban los segundos y no salía ningún mensaje en mi pantalla. ¿Qué estaría escribiendo? De repente apareció este texto.
- "Has mencionado la palabra mágica: PODER. Quiero el PODER sobre un perro sumiso para el que, incluso sin articular palabra, mis pensamientos sean órdenes, y mis órdenes sean sus deseos. Quiero que mi perro me haga sentir minúscula en tamaño, pero inmensa en cuanto a ese PODER mental que provoca la verdadera sumisión. Quiero el PODER de proporcionarle placer extremo sin límites. Quiero que aunque pudiera lastimarle físicamente, confíe en mí hasta el punto de dejar su vida entre mis manos porque sabe que jamás lo haría. Llegar a ese grado de conexión sería tocar el cielo con las manos. Sería FELICIDAD".
Aquel párrafo me dejó por un lado sin palabras y por otro apesadumbrado.
- No sé si algún día llegaré a ser ese perro que le haga tocar el cielo, escribí como respuesta.
- De momento vas por buen camino y el tiempo dirá hasta donde llega nuestro grado de conexión, respondió Marta.
- Gracias mi Ama.
Se hizo el "silencio" por unos segundos hasta que Marta volvió a escribir.
- Necesito seguir experimentando. ¿Podrías sacar dos horas el próximo martes para vernos?, preguntó.
Aquella proposición me hizo feliz.
- Sí, por supuesto. No hay problema, respondí.
- Estupendo. Esta vez prometo darte bien de comer, contestó ella.
- Mmmm ¿algo rico? ¿En Sambil?, pregunté.
- Sí, algo que te gusta muchísimo. Quedaremos en Sambil pero luego iremos a otro lugar, dijo.
- ¿A otro lugar?, pregunté sorprendido.
- Sí, es una sorpresa. Sólo te pido que confíes en mí.
- Confío plenamente, mi Ama.
La conversación me dejó con una gran duda y curiosidad acerca del lugar al que me llevaría Marta y también una estupenda noticia. Si no había entendido mal su indirecta por fin iba a poder comer su coño. Tenía unas ganas enormes de hacerlo.
Los días fueron pasando hasta la llegada del martes. Confirmamos por la mañana nuestra cita a las dos de la tarde. Como en nuestras citas anteriores pasé toda la mañana inquieto en la oficina y con falta de concentración. Sólo pensaba en probar el coño de Marta.
Llegué cinco minutos antes de las dos. Me dirigí a la puerta principal del centro comercial para esperar la aparición de Marta como habíamos acordado. ¿Cómo haría su aparición en esta ocasión? Miraba a todas las personas que andaban por las cercanías en busca de Marta. Ya eran las dos en punto. Entonces escuché el ruido de un claxon de coche. Busqué de dónde procedía ese ruido y vi que era un coche blanco que había parado a escasos metros de la puerta. Era Marta la que ocupaba el asiento del conductor. Me dirigí al coche. Tenía la ventanilla del copiloto bajada.
- Hola perrito, sube al coche que nos vamos, dijo Marta.
Obedecí y me subí al coche.
- Hola mi Ama, dije al subir.
Me coloqué el cinturón de seguridad y el coche se puso en marcha.
- Siento que sea un coche con poco glamour pero por mi trabajo prefiero que el coche sea pequeño para moverme y sobre todo aparcar con más facilidad, dijo Marta.
- No hay problema mi Ama.
- No vamos lejos. En 15 minutos estaremos en nuestro destino.
- De acuerdo.
De repente sonó una llamada en el manos libres de Marta. Me indicó que necesitaba coger esa llamada por un tema urgente a resolver. Mientras ella iba hablando yo me dediqué a mirar los carteles de la carretera intentando averiguar dónde íbamos. Nuestro destino fue una urbanización de Boadilla del Monte.
Marta aparcó su coche. Nos bajamos.
- Sígueme, dijo.
Comenzó a andar por una acera estrecha. Pasamos un par de puertas de casas. Finalmente se detuvo en la tercera. Llamó al telefonillo. Segundos después la puerta se abrió sin que nadie preguntara quien llamaba. Estaba claro que era alguien que nos estaba esperando. Marta abrió la puerta y entró. Yo la seguí. No tenía ni idea de donde estábamos pero confiaba en ella. Avanzamos por un camino embaldosado con césped a ambos lados. Era una parcela grande. Y muy bonita y bien cuidada todo había que decirlo. El camino acababa en la puerta de acceso a la casa. Cuando llegamos la puerta estaba cerrada. Marta decidió esperar frente a la puerta.
- Ya voy, se escuchó al otro lado de la puerta.
Era una voz femenina así que quien nos estaba esperando era una mujer.
La puerta se abrió. Una mujer madura, de pelo rubio y delgada saludó cariñosamente a Marta.
- Hola guapa, ¿qué tal?, dijo antes de darle dos besos.
- Muy bien, ¿y tú?, respondió Marta.
- Encantada de verte y con muchas ganas de conocer a tu perrito, dijo con voz acaramelada.
La mujer rubia pronunció aquellas palabras mientras recorrió mi cuerpo de arriba a abajo con su mirada. Sentí como me desnudaba con sus ojos. En cuanto la vi supe al instante quien era. La mujer de la foto que Marta me había enseñado en su móvil en el restaurante en nuestra cita anterior. La de veces que había pensado quien sería esa mujer misteriosa. Ahora estaba a punto de averiguarlo. Lo que estaba claro era que ella tenía mucha información sobre mí. Sabía que yo era el perrito de Marta. Me excitó enormemente que me llamara así.
- Te presento a mi amiga Yolanda, dijo Marta.
- Encantado, respondí.
- No sabes las ganas que tenía de conocerte después de todas las cosas que Marta me ha contado de ti, dijo Yolanda.
Se confirmaban mis sospechas de que Marta le había contado muchas cosas sobre mí a aquella amiga.
- No os quedéis en la puerta. Pasad dentro, dijo Yolanda.
Marta comenzó a andar al interior de la casa y yo seguí sus pasos. Cuando pasé junto a Yolanda ella me sonrió y me guiñó un ojo. Me sorprendió que en ningún momento hiciera intención de saludarme con dos besos o un apretón de manos. Supuse que me consideraba de un rango inferior y no era merecedor de ello.
- Tu perro es mucho más guapo de lo que había imaginado, dijo Yolanda mientras cerraba la puerta a nuestras espaldas.
- Ya te dije que te iba a gustar, respondió Marta sin dejar de andar.
Llegamos a un amplio y luminoso salón.
- Ya te podías haber puesto más elegante para recibir a tus invitados, dijo Marta.
Yo también había reparado en ese detalle. Tenía la sensación de que Yolanda llevaba como mucho dos prendas puestas. Se había puesto un vestido de color verde de tirantes de andar por casa que le llegaba un poco por encima de las rodillas y con un poco de escote. No llevaba sujetador porque se le marcaban ligeramente los pezones. Estaba descalza. Y mi única duda era si llevaba bragas. Pero tenía la sensación de que la única prenda que llevaba puesta era ese vestido.
- Ya sabes que me gusta estar cómoda en casa. Así que da gracias a que os he recibido con este vestido puesto.
Aquel comentario confirmaba mis sospechas.
- ¿Has preparado el regalito que te pedí?, preguntó Marta.
- Sí, no te preocupes. Está preparado. Lo he dejado arriba en mi dormitorio. Por eso tardé en abriros la puerta porque estaba bajando de la planta de arriba, contestó Yolanda.
Marta tomó asiento en un gran sofá y Yolanda hizo lo mismo sentándose a su lado. Yo me quedé de pie junto al sofá esperando instrucciones.
- Sé que tienes buena memoria así que imagino que recuerdas a Yolanda, empezó a decir Marta.
- Sí, es la mujer de la foto que me enseñó en el restaurante, respondí.
- Así es perrito. Yolanda es mi mejor amiga. Y he de informarte que ella lo sabe todo de ti. Ha leído todas nuestras conversaciones y ha visto todas tus fotos. Tranquilo porque lo ha visto directamente en mi móvil. En ningún momento le he enviado nada para preservar tu intimidad.
Mi polla reaccionó ante ese comentario de que Yolanda conocía todos mis secretos.
- Sé que eres un pajillero, exhibicionista, perrito sumiso, fetichista de coños y bragas sucias,... Vamos, en resumen, un buen cerdo, ¿verdad?, dijo Yolanda.
- Así es, respondí.
Mi polla se terminó de empalmar ante ese comentario y no pasó desapercibida.
- Se ha puesto cachondo cuando le has llamado pajillero, dijo Marta.
- Ya me he dado cuenta. Tenemos un interesante paquete. Creo que habría que hacer algo al respecto, añadió Yolanda.
- Estoy totalmente de acuerdo. Quítate la camisa, ordenó Marta.
Comencé a desabrochar todos los botones de la camisa uno a uno. Luego me la quité. La dejé caer suavemente al suelo a mi lado.
- Tu turno, le dijo Marta a Yolanda.
- Fuera zapatos y calcetines.
Me agaché para desabrocharme los zapatos. Luego me quité el zapato derecho y después el izquierdo. A continuación me quité los calcetines y los metí dentro de los zapatos.
- Fuera el cinturón y el pantalón, añadió rápidamente Marta.
Desabroché el cinturón y me lo quité. Lo dejé en el suelo encima de la camisa. Después desabroché el botón del pantalón y bajé la cremallera. Tiré del pantalón hacia abajo. Saqué la pierna izquierda y luego la derecha. Doblé rápidamente el pantalón y lo dejé encima de la camisa y el cinturón. Sólo me quedaba el slip. Esa mañana había elegido uno de color negro. La dureza de mi polla era fácilmente visible por el bulto de mi ropa interior.
- Te toca acabar el juego, dijo Marta.
Miré a Yolanda mientras esperaba que me ordenara quitarme la única prenda que me faltaba. Su mirada desprendía lujuria a raudales. De repente, Yolanda se levantó del sofá y se acercó hasta mí sin dejar de mirarme a los ojos. Luego se arrodilló quedando su cara a un palmo de distancia de mi paquete. Levantó su cara y mirándome fijamente a los ojos me dijo:
- Libera tu polla.
Llevé mis dedos a los bordes de mi slip y tiré de la prenda hacia abajo. Mi polla salió como un resorte. Estaba empalmadísimo. Saqué la prenda por los pies. La dejé el suelo.
Observé como Yolanda tenía su mirada clavada en mi polla.
- Es mucho más bonita y apetecible que en las fotos, dijo.
Y luego añadió.
- Te habrás dado cuenta que desde que has entrado en mi casa no he querido tocarte en ningún momento. Seguramente habrás pensado que soy una mala anfitriona pero tenía un motivo. Marta me contó que la primera parte de tu cuerpo que tocó fue esta preciosa polla. Primero con la mano y luego con su boca. Aquello ocurrió en vuestra segunda cita en el probador. Y sentí mucha envidia. Pero hoy tengo la oportunidad de hacerlo yo también. Y no sólo eso sino también de superarlo.
Y dicho eso observé como acercaba su boca a mi polla y dejaba un suave beso en la punta. Luego un lamentón. Y a continuación abriendo la boca atrapó mi polla con sus labios. Y empezó a chupar sin necesidad de usar sus manos. De forma inmediata sentí un enorme placer que me hizo soltar un gemido.
Levanté la vista y miré a Marta. Nuestros ojos
se miraron fijamente durante unos segundos mientras Yolanda seguía chupando mi polla. Decidí mantener la boca cerrada para no gemir pero mi respiración agitada por la nariz no podía ocultar el enorme placer que estaba sintiendo. Marta decidió poner fin a esa escena.
- Ya está bien.
Yolanda obedeció y dejó salir mi polla de su boca. Se puso de pie. Sentí como su mano derecha agarraba mi polla mientras me decía:
- Esto ha sido un aperitivo. Algún día me beberé tu leche.
Luego volvió andando hasta el sofá y se sentó al lado de Marta. Estaba muy excitado por la situación. Yo desnudo y empalmado frente a aquellas dos mujeres vestidas. Sentía unos deseos enormes de masturbarne frente a ellas. Y parece que Marta me estaba leyendo el pensamiento porque dijo:
-Tienes mi permiso para tocarte.
Agarré mi polla con la mano y empecé a pajearme. Me excitaba mucho poder hacerlo delante de Marta y Yolanda.
- No sé cómo aguantas sin follártelo, dijo Yolanda.
- Todo llegará a su debido tiempo, respondió Marta. En esta fase en la que estamos me gusta jugar con él y ayudarle a cumplir sus fantasías. Luego llegará el turno de las mías, añadió.
Me excitó saber los planes de Marta. Me pregunté cuales serían esas fantasías que ella querría cumplir conmigo.
- No es que no me parezca excitante ver cómo se masturba pero le podríamos dar un punto más morboso, dijo Yolanda.
- ¿Alguna sugerencia?, preguntó Marta.
- Pues ya sabemos que es un fetichista de las bragas usadas y que hace de todo con ellas pero ¿habrá hecho cosas similares con su slip usado?, dijo Yolanda.
Noté como a Marta se le encendió la mirada ante aquella pregunta. Como si nunca se le hubiera ocurrido una idea así.
- ¿Alguna vez lo has hecho, perrito?, preguntó Marta.
- No, mi Ama. Nunca, respondí.
- Y siempre hay una primera vez, ¿verdad?
- Así es, mi Ama.
- Pero esta vez lo vamos a hacer de una forma diferente. Yolanda, te cedo el control sobre mi perro para que se pajee con su slip como tú ordenes. Cuando se corra yo volveré a asumir su control , dijo Marta.
- Interesante, esto me va a gustar, respondió Yolanda.
- Y a mí, tengo ganas de ver a Vampirella en acción, añadió Marta.
Debí de poner cara de sorpresa cuando escuché el nombre de Vampirella porque Yolanda dijo:
- ¿Quieres que te cuente quién es Vampirella?
- Sí, me gustaría saber quien es, respondí.
- Pues vas a venir aquí andando como un perrito y te lo cuento, dijo Yolanda.
Me coloqué a cuatro patas. Y empecé a moverme como un perro en dirección a mi nueva Ama.
- Espera perro, traeme tu slip.
Localicé mi slip tirado en el suelo y me dirigí hacia él. Cuando llegué lo cogí con mi mano derecha. Me giré para volver en dirección a Yolanda. Cuando levanté la cabeza para mirarla vi que ella me estaba haciendo un gesto de negación con su dedo índice estirado.
- No, no, no. ¿Tú has visto a algún perro llevar una prenda con su pata?
Inmediatamente me di cuenta de mi error y solté mi slip en el suelo. Tenía claro como debía de hacerlo aunque las palabras de Yolanda me lo confirmaron.
- Con la boca. Eres un perro.
Bajé mi cabeza hacia el suelo y cogí mi slip con mis dientes. Luego caminé a cuatro patas hasta Yolanda y ella cogió la prenda con su mano derecha.
- Muy bien hecho perrito. Ahora te voy a contar quien es Vampirella. Era mi nombre de Ama que usaba hace años cuando me gustaba jugar a dominar a perros sumisos como tú.
Aquello me resultó muy morboso.
- Marta me contó vuestra experiencia en el probador donde ella hizo realidad tu fantasía de disfrutar de las bragas usadas de una mujer bajadas a la altura de sus rodillas. Así que se me ha ocurrido una idea.
Dicho esto Yolanda se puso de pie, cogió mi slip con ambas manos e introdujo sus pies por los agujeros de mi prenda. Primero el pie derecho y luego el izquierdo. Y después subió mi slip hasta la altura de sus rodillas. Ni en mis sueños más bizarros habría imaginado a una mujer con mi slip en semejante situación.
- Disfruta de tu slip como si fuera una de mis bragas, me ordenó Yolanda.
Acerqué mi cabeza entre sus piernas y olí mi slip. Entró por mi nariz el olor de mi polla.
- ¿A que huele?
Era Marta la que había pronunciado esa pregunta. Saqué mi cabeza de entre las piernas de Yolanda para responder a Marta. Entonces mis ojos quedaron impactados al comprobar que Marta había desabrochado el botón de su pantalón, tenía la cremallera bajada y su mano derecha estaba metida por dentro de su ropa. Se estaba masturbando viendo mi escena con Yolanda.
- Huele a polla, respondí.
- ¿Y te gusta o te excita?, siguió preguntando.
- Sí, mucho. El olor a sexo es un excitante.
- ¿Te gusta oler tu mano cuando te pajeas?
- Sí, algunas veces lo hago, confesé.
- Yo también, respondió Marta.
Dicho esto Marta sacó su mano de dentro de su pantalón y la llevó a su nariz. Disfrutó de su aroma íntimo mientras cerraba los ojos. Deseé oler esos dedos también. Cuando Marta abrió los ojos me miró. Nuestras miradas de deseo se quedaron clavadas unos segundos hasta que la voz de Yolanda nos sacó de ese estado.
- No te despistes perro. Después de oler te toca lamer.
Volví a meter mi cabeza entre sus piernas. Coloqué mi mano derecha por debajo de mi slip y lo lamí por su parte interior. Nunca antes lo había hecho.
- ¿Es así como lames unas bragas?, dijo Yolanda.
Tenía razón. Me di cuenta que estaba lamiendo mi slip de forma muy superficial. Así que me imaginé que eran sus bragas y empecé a lamer con ganas y deseo. Pero el problema era que mi slip no tenía sabor. Era como lamer una tela. Le faltaba el sabor rico que si tiene una braga usada. Pero la situación me resultaba de lo más excitante por su grado de humillación. Yo desnudo a cuatro patas como un perro, con mi cabeza metida entre las piernas de Yolanda y lamiendo mi slip usado. Me imaginé a Marta tocándose mirando semejante escena.
- Puedes parar, dijo Yolanda.
Saqué mi cabeza de entre sus piernas. No pude evitar mirar de reojo a Marta. Comprobé que volvía a tener su mano derecha dentro de su pantalón.
Yolanda dejó caer mi slip al suelo y lo sacó por sus pies.
- Voy a mostrarte algo que les gusta mucho a este tipo de perros, dijo Yolanda dirigiéndose a Marta.
A continuación, Yolanda me ordenó que me colocara más cerca de Marta y de espaldas a ella. Imaginé la visión que tendrían en esos momentos los ojos de Marta. Su perro a cuatro patas mostrando su culo y Yolanda de pie a su lado.
- A los perros sumisos les excita enormemente sentirse humillados por sus Amas. Así que toma nota de esto.
En cuanto terminó de decir esas palabras sentí las manos de Yolanda sobre mis nalgas. Y luego noté como las separaba para dejar al descubierto mi agujero anal. En esos momentos Marta y Yolanda estaban mirando mi agujero del culo. Sentí deseos de coger mi polla con la mano de la excitación que sentí de repente. Pero contuve mi instinto pajillero.
- Tiene un agujero grande, comentó Marta.
- ¿Te han follado alguna vez?, preguntó Yolanda sin ningún tipo de pudor.
- No, mi Ama, respondí con total sinceridad.
- Entonces te has metido objetos por el culo, ¿verdad?, siguió preguntando.
- Sí, eso sí, confesé.
Yolanda se colocó en cuclillas de forma que su cara quedó cerca de la mía.
- Ahora después nos vas a contar qué cosas te has metido en el culo. Pero antes voy a comprobar cómo lo tienes de tragón. Abre la boca.
Obedecí su orden. Yolanda metió el dedo corazón de su mano derecha en mi boca.
- Chúpalo bien.
Atrapé el dedo con mis labios y traté de ensalivarlo lo máximo posible porque sabía cual era el siguiente destino de ese dedo.
- Muy bien, dijo Yolanda mientras sacaba su dedo.
Luego añadió.
- Ahora ábrete bien el culo con tus manos.
Apoyé mi cabeza y mi hombro derecho en el suelo para poder levantar mis manos y llevarlas a mis nalgas. Las separé para dejar mi agujero bien a la vista. Yolanda pasó una de sus piernas por encima de mi cuerpo para posteriormente sentarse a horcajadas en la parte baja de mi espalda mirando en dirección a Marta. A continuación sentí su dedo humedecido acariciando mi ano por su zona exterior. Mi cuerpo experimentó un enorme placer. Durante unos segundos ese dedo estuvo moviéndose haciendo círculos en mi zona anal. Finalmente la punta del dedo se detuvo justo a la entrada de mi agujero. Hizo intención de entrar pero se detuvo.
- Por ser el primer día voy a ser buena, dijo Yolanda.
Sentí de forma repentina una gran humedad en mi ano. Su dedo se humeció al instante y se movía por la zona con enorme facilidad. Supuse que Yolanda había dejado caer su saliva sobre mi agujero para lubricarlo. El dedo volvió a colocarse en la entrada. En esta ocasión sentí como se introducía lentamente. En cuanto pasó el esfinter el dedo se metió hasta el fondo con enorme facilidad. No pude reprimir un gemido.
- Te gusta, ¿verdad?, dijo Yolanda mientras movía su dedo dentro de mi culo.
- Sí, mi Ama, respondí intentando reprimir mis jadeos.
- ¿Quieres meterle un dedo tú también?, preguntó a Marta.
- No es por falta de ganas pero no tenemos mucho tiempo. Creo que este perro debe sacarse la leche, respondió Marta.
El dedo de Yolanda salió de mi culo. Se puso en pie y se sentó de nuevo en el sofá.
- Date la vuelta y ponte de rodillas frente a nosotras, dijo Yolanda.
Obedecí su orden.
- Vas a agarrar tu polla y te vas a pajear sin parar hasta sacarte la leche. Y mientras lo haces irás contestando a mis preguntas, añadió Yolanda.
Cogí mi polla con la mano y estaba a punto de empezar a masturbarme cuando Yolanda me hizo parar.
- Espera, no empieces todavía. Recoge tu slip del suelo y ponlo delante de ti. Con la parte interior a la vista. Quiero que te corras dentro de tu slip. Lo mismo que haces cuando te corres en unas bragas.
Me puse a cuatro patas y fui a por mi slip. Lo cogí de nuevo con mis dientes. Volví luego de nuevo a mi sitio y lo dejé en el suelo. Intenté colocarlo con la boca para que quedara su parte interior expuesta. Pero no era fácil.
- Te doy permiso para usar tus manos. Coloca bien tu slip, escuché decir a Yolanda.
- Gracias mi Ama, respondí.
Con ayuda de mis manos coloqué el slip. Luego me quedé de rodillas esperando.
- Puedes empezar. No puedes parar hasta correrte. Y mientras lo haces vas a contarnos que cosas te has metido por el culo.
Agarré mi polla con la mano derecha y empecé a pajearme ante la atenta mirada de Marta y Yolanda.
- Me he metido dedos, rotuladores, zanahorias,... Aunque lo hacía sobre todo de joven. Ahora sólo me meto los dedos algunas veces en la ducha, les confesé.
- ¿Y dónde hacías todo eso?, preguntó Yolanda.
- Casi siempre en mi cuarto mientras "estudiaba". Y algunas veces en el cuarto de baño.
- Así que en vez de estudiar te ponías a guarrear. ¿Nunca te pillaron haciendo esas cosas?
- Tenía cerrojo en mi cuarto. Así que podía hacer lo que quisiera sin riesgo. Compaginaba los ratos de estudio con las pajas, el porno, los chats, el guarreo,... conté mientras mi mano derecha no paraba de moverse.
- ¿Quién era tu fuente de inspiración para tus pajas?, preguntó en esta ocasión Marta.
- Sobre todo mis profesoras, también compañeras de clase. Y cuando empecé a comprar revistas porno en kioskos y sexshops me masturbaba con las fotos que aparecían en ellas. También con las revistas del corazón fantaseando con las famosas que aparecían en ellas.
- Cuéntanos algún secreto que tengas. Algo que nunca hayas contado, preguntó Yolanda en esta ocasión.
Tenía varios secretos que podría haber contado pero me decidí por uno relacionado con la primera pregunta que me había hecho.
- Una vez que estaba solo en casa y muy salido me metí el mango de la escobilla del wc por el culo, confesé.
No me faltaba mucho para correrme.
- Lo que habría dado por verte. ¿Te pajeaste con la escobilla dentro?, siguió indagando Yolanda.
- Sí, respondí.
- ¿Hasta correrte?
Parece que hubiera calculado a la perfección el momento de hacer esa pregunta porque mi corrida era inminente.
- Siiiii, respondí sin poder aguantar un gemido de placer mientras en ese instante la leche empezó a salir de mi polla cayendo dentro de mi slip negro.
La prenda quedó con varias manchas blancas en su interior. Mi corazón latía desbocado.
- Vuelves a ser mi perro. Acércate a mí, dijo Marta.
Me acerqué a Marta andando a cuatro patas. Cuando llegué cerca ella colocó su mano derecha sobre mi cabeza para acariciarme mientras me decía:
- Has sido un perrito muy obediente. Así que te voy a confesar una cosa.
Hizo una pausa que se me hizo interminable.
- Me has puesto muy perra.
Luego se puso de pie. Observé que su pantalón estaba abrochado. Me incorporé para pasar de estar a cuatro patas a estar arrodillado. La miré desde abajo. Desde esa perspectiva la sensación de dominación que transmitía era enorme. Ella vestida y de pie y yo desnudo y arrodillado ante ella. Se aproximó a mí. Su zona más íntima quedó a un palmo de mi cara.
- Huele mi coño. Estoy en celo. Olisquéame como un perro.
No podía creer que me estuviera pidiendo eso. Acerqué mi nariz a su pantalón. Inspiré profundamente. Sentí perfectamente el olor de su coño. Me sentía como un perro oliendo a una perra en celo. Sus manos se colocaron encima de mi cabeza y entonces apretó su coño contra mi nariz. Jamás pensé que la primera parte de mi cuerpo que tocaría su coño sería mi nariz.
- Huéleme.
Inspiré de nuevo de forma profunda. El olor volvió a embriagarme. Volví a escuchar su voz.
- Puedes colocar tus manos en mis piernas.
Coloqué mis manos por la zona trasera de sus muslos. Así podía olerla mejor. Las manos de Marta seguían sobre mi cabeza. Pero ahora no me apretaban contra su cuerpo. Se limitaban a acompañar mis movimientos y acariciar mi pelo con sus dedos.
- Lámeme, fue su siguiente orden.
Aquella situación era enormemente excitante. Saqué mi lengua y comencé a lamer su pantalón por la zona de su coño. Dos prendas más abajo se encontraba el manjar que tanto deseaba probar y saborear. Decidí lamer humedeciendo mi lengua en saliva todo lo posible. Deseaba que mi saliva fuera capaz de traspasar la tela de su pantalón y su braguita y que la sintiera en su coño. Aunque por el olor que sentía en mi nariz aquella zona debía de estar ya rebosante de humedad.
- Ponte de pie, ordenó.
Dejé de lamer y me puse mi pie. Nos quedamos frente a frente a escasos centímetros de distancia. Nuestros ojos se miraron. Se decían mutuamente lo que nuestros cuerpos deseaban.
De repente, Marta llevó sus dedos al botón de su pantalón. Lo desabrochó. Bajó la cremallera. Luego sacó su blusa por la parte de delante y desabrochó los dos botones de abajo. A continuación cogió mi mano derecha con sus dos manos y la colocó en su vientre, justo encima de su ombligo. Me miró a los ojos y me susurró:
- Humedece tus dedos en mi coño.
Aquellas palabras provocaron un estallido de excitación en mi cuerpo. Empecé a mover mi mano lenta y suavemente en dirección descendente sin perder contacto con su piel. La punta de mis dedos hizo camino por debajo de sus bragas y poco a poco fue entrando toda mi mano. El recorrido era todo suavidad con lo que empecé a descartar el tacto de algún indicio de vello púbico. De repente la punta de mis dedos encontró un bultito en su camino. Fue tocarlo y que la boca de Marta emitiera un suspiro de placer. Froté suavemente con mi dedo corazón ese clítoris excitado. Marta pasó sus brazos alrededor de mi cuerpo para abrazarse a mí. Y colocó su cabeza apoyada en mi hombro izquierdo con su boca muy cerca de mi oreja.
- Moja tus dedos, susurró.
Metí mi mano más abajo y enseguida noté una enorme humedad. Mis dedos resbalaban con suma facilidad.
- Qué maravilla, dije.
- Tus dedos si son maravillosos, volvió a susurrar.
No pude resistir la tentación de llevar esos dedos humedecidos de regreso al clítoris. Quizá recibiera un castigo por no pedir permiso pero quería escuchar de nuevo el placer en boca de Marta. Mi dedo corazón empezó a masajear en círculo su clítoris.
- Ohhhhhhhhhh, gimió.
- Mi deseada Ama, tengo tantas ganas de devorar su coño, susurré.
Me di cuenta de que aquella forma de expresar mi enorme deseo no era la apropiada pero mi Ama no dijo nada.
Mis dedos no dejaban de moverse. Habían humedecido por completo su clítoris y resbalaban con suma facilidad. Las caderas de Marta empezaron a moverse al ritmo de mis dedos. Su respiración se hacía cada vez más agitada.
- Yo también lo deseo, mi perrito lamedor. Pero hoy no puede ser, susurró.
Aquello me dejó descolocado. Creía haberla entendido que en la cita de hoy por fin podría sentir su coño en mi boca.
- ¿Por qué mi Ama?, escuché decir a mi boca.
Su respuesta se hizo esperar unos segundos mientras pequeños gemidos acompasados entraban por mi oído.
- Hoy no puede ser...., volvió a repetir.
No quise seguir indagando. Habría algún motivo para ello pero ahora no era el momento de averiguarlo.
De repente, llegaron a mis oídos otros gemidos. Levanté la vista en dirección al sofá y me encontré con una visión maravillosa. Yolanda había subido su vestido a la altura de la cintura. Estaba totalmente abierta de piernas y se masturbaba de forma enérgica observando la escena erótica que le estábamos ofreciendo. Nuestros ojos se miraron fijamente. Pero no dijimos nada. Yolanda llevó sus dedos a su boca y los chupó con lujuria en todo un acto de provocación. Me fijé en su coño. Lo tenía totalmente depilado. Tenía una pinta deliciosa.
- ¿Lo quieres probar?, dijo finalmente Yolanda.
No respondí. Pero aquello hizo reaccionar a Marta que levantó su cabeza de mi hombro y despegó su abrazo de mi cuerpo.
- Prueba el mío, dijo.
Saqué mi mano de dentro de sus bragas. Mis dedos brillaban de la humedad. Los acerqué a mi boca y fui chupando todos los dedos, uno a uno, mientras la miraba a los ojos. Mi lengua detectó el sabor a coño. Ese sabor que me vuelve loco.
- ¿Te gusta?, preguntó Marta.
- Muchísimo, respondí.
- A mí también, añadió.
Justo después de pronunciar esas palabras acercó sus labios a los míos. Aquel beso me pilló totalmente por sorpresa pero pronto nuestros labios se acoplaron y decidimos abrirlos para que jugaran nuestras lenguas. Fue su lengua la que entró dentro de mi boca como en un gesto de mostrar su posición dominante. Durante unos segundos nuestras lenguas jugaron, se frotaron y mezclaron sus salivas. Luego sus labios se separaron de los míos.
- Es hora de que te vistas. Si no se nos hará tarde, dijo con una voz que denotaba cierta desilusión.
¿Por qué motivo no habría querido ir más allá? ¿Sería por Yolanda? Me dirigí hacia donde estaba mi ropa mientras intentaba entender este giro tan brusco.
Cogí mi slip. Ya no se veía la mancha blanca de mi corrida porque la tela de la prenda la había absorbido. Me lo puse. Iba camino de recoger mis pantalones del suelo cuando escuché la voz de Yolanda.
- Perrito, acércate un momento.
Miré a Marta buscando en ella un gesto de aprobación. Ella hizo un leve gesto afirmativo con su cabeza. Me acerqué a Yolanda. Ella bajó su vestido y se sentó al borde del sofá. Colocó su mano derecha sobre mis huevos para palpar la zona húmeda de mi slip.
- La leche que estaba dentro de tus huevos cuando llegaste ahora los humedece por fuera, dijo mientras llevaba su mano a su nariz.
Me excitó que ella buscara el olor de sus dedos y verla disfrutar con ello.
- No sabes lo cachonda que me pone el olor a polla, a huevos,... y sobre todo a semen, continuó diciendo.
Y dicho esto acercó su nariz a mis huevos e inspiró profundamente. Luego alzó la mirada y dijo.
- Algún día haré bajar tu leche por mi garganta. No olvides estas palabras. Ahora puedes seguir vistiéndote. No quiero que tu Ama se enfade contigo por desobedecerla.
Me puse toda la ropa bajo la atenta mirada de las dos mujeres. No podía imaginar estar viviendo algo así y me daba pena que la cita hubiera llegado a su final en cuanto a morbo. Aunque no tardé mucho en darme cuenta que estaba equivocado.
- Le pedí a Yolanda que te preparara un regalito. Pero está en su dormitorio. Sube a la planta de arriba y a ver si lo encuentras, dijo Marta.
- A ver si te gusta. Espero que sí, añadió Yolanda.
Me dirigí a las escaleras y subí a la planta de arriba. Había un pasillo con puertas cerradas o entreabiertas a ambos lados. Y al final del pasillo había otra puerta.
Me asomé a la primera habitación. Era un dormitorio con cama individual. La segunda era un cuarto de baño. La tercera otro dormitorio de cama individual. La cuarta una habitación casi vacía. Sólo quedaba la puerta del fondo del pasillo. Al abrirla apareció ante mis ojos una cama de matrimonio. Y encima de la cama unas braguitas de color negro perfectamente dobladas. No había duda de que aquel era el dormitorio de Yolanda y las bragas el regalito. Saqué el móvil de mi bolsillo e hice una foto a las bragas. Se la envié a Marta por ***** con el siguiente mensaje: "creo que este es el regalito".
La respuesta de Marta no se hizo esperar: "Así es. Disfrútalas. Pero cuando escuches el sonido de los tacones subiendo a la planta de arriba deja las bragas y espera arrodillado".
Desdoblé las bragas en busca de su zona interior. Comprobé que había una pequeña mancha blanquecina. La olí y después la lamí. Supuse que Yolanda no estaba acostumbrada a hacer este tipo de regalos. No tenía nada que ver con las bragas que humedecía Marta. Volví a llevar las bragas a mi nariz en busca del olor a coño. ¿Por qué me gustaba tanto ese olor?
De pronto, empecé a escuchar algo. Era un lejano ruido de tacones. Marta estaba en camino. Doblé las bragas de Yolanda. Iba a dejarlas encima de la cama pero al final decidí meterlas dentro del bolsillo de mi pantalón. El ruido se hacía cada vez más cercano. Aunque era un sonido raro. No tenía la cadencia de otras veces. Me arrodillé para esperar la llegada de Marta. Cada vez estaba más cerca. Avanzaba por el pasillo. En unos segundos aparecería por la puerta. Mi corazón latía enérgicamente.
- Hola perrito, dijo Yolanda.
Aquello no me lo esperaba. Mientras asimilaba este cambio inesperado observé como Yolanda cerraba la puerta de su dormitorio. Luego se giró y se acercó a mí sin dejar de mirarme.
- No sabes cuanto he deseado tenerte aquí desde que Marta me empezó a hablar de ti. ¿Te han gustado mis braguitas?
- Sí, respondí.
Aunque no me atreví a confesarle que Marta feticheaba muchísimo mejor sus bragas. Pero aún así tenía pensado robarle las bragas a Yolanda y llevármelas a casa salvo que se diera cuenta y tuviera que sacarlas de mi bolsillo.
Entonces, sonó un mensaje de ***** en mi móvil.
- Creo que tu Ama te acaba de escribir un mensaje. Tengo curiosidad por saber cuáles son sus deseos. ¿Lees el mensaje?
Cogí el móvil. Abrí la aplicación de ***** y leí el mensaje.
- "Devora el coño de Yolanda. Quiero escuchar sus gemidos desde la planta de abajo".
La orden estaba clara y Yolanda no quería perder el tiempo. Según leí el mensaje vi como subía su vestido por encima de la cintura y acercaba su coño totalmente rasurado a mi cara.
- Perrito, llevo cachonda desde que desperté esta mañana. Necesito correrme.
Sentí el olor de su coño en mi nariz. Ese olor tan excitante y delicioso. Yolanda separó un poco sus piernas y yo hundí mi cara en su zona más íntima. Mi lengua se coló por entre los labios de su raja en busca de su sabor. No tardé en sentirlo en mi boca porque estaba muy húmeda. Coloqué mis manos en la parte posterior de sus muslos para poder comerla mejor. Mi lengua fue en busca de su clítoris. Yolanda colocó su mano derecha sobre mi cabeza. Sus dedos apretaban mi pelo. Con la mano izquierda sujetaba su vestido a la altura de su ombligo. Pronto empecé a escuchar su intensa respiración para luego dar paso a los gemidos. Mi lengua era la culpable de aquello porque se frotaba contra su clítoris. Se movía en todas las direcciones ayudada por la saliva que iba lubricando aquel botón de placer. En un momento dado hundí mi boca entre sus labios vaginales para atrapar suavemente su clítoris con mis labios. Lo succioné a la vez que lo frotaba con la punta de mi lengua.
- Ohhhhhhhhh, gemió Yolanda.
Soltó el vestido que cayó por la gravedad tapando mi cabeza por debajo de él. Luego sentí sus dos manos colocándose sobre mi cabeza para apretarme contra su coño. Liberé su clítoris. Me sujetó la cabeza con sus manos y noté como empezaba a buscar frotarse contra mi boca. Saqué mi lengua y la mantuve dura para darle a ella un punto sobre el que frotar su clítoris para buscar su placer. Empezó a frotarse con ganas. Coloqué mis manos por debajo de su culo para sujetarla porque notaba que pronto iban a dejar de responderle las piernas. A pesar de tener mi cabeza entre sus piernas y bajo su vestido escuchaba sus enormes gemidos. Notaba como usaba mi lengua para apretar su clítoris contra su coxis y recibir inmenso gusto. Y en medio de esa situación mi mente pensaba en Marta. Deseaba que fuera su coño el que disfrutara de esa manera con mi boca. Mi lengua hacia rápidas visitas al interior de mi boca para humedecerse en saliva. Yolanda se estaba masturbando con mi lengua y eso me volvía loco. De repente, paró. Separó su coño de mi boca y levantó su vestido para dejar salir mi cabeza.
- Si sigo me van a empezar a temblar las piernas. Dame un poquito de lengua por detrás.
Yolanda se dio la vuelta. Se volvió a subir el vestido por encima de la cintura y se inclinó hacia delante ofreciéndome su culo. Lo tenía hermoso y muy apetecible.
- Come mi culo, perrito.
Coloqué mis manos sobre sus nalgas y las separé. Apareció ante mis ojos el agujero de su culo. Caí en la cuenta de que la orden de Marta había sido la de devorar el coño de Yolanda. No sabía si lamer ese ojete tendría castigo pero no me podía resistir. Aceptaría el castigo que me impusiera mi Ama. Hundí mi cara entre sus nalgas para pasar mi lengua por su agujero. Mientras lamía iba aplicando saliva con mi lengua para que la zona estuviera bien lubricada.
- Pero qué buena lengua tienes, perro. Mmmmmmmmm
Me separé por un momento para volver a abrir sus nalgas. Luego aproximé de nuevo mi boca apuntando mi lengua en su agujero. Puse mi lengua dura e hice fuerza para hundir la punta dentro de su culo.
- Mmmmm siiii mete tu lengua en mi culo. Fóllamelo.
Usé mi lengua a modo de minipene para hacer movimientos de entrada y salida en su culo. Aunque solo entrara un poco la puntita. Después de estar así unos segundos le pegué un buen lametón a su ojete.
- Necesito correrme, dijo.
Se quitó el vestido y se quedó totalmente desnuda. Luego se subió a su cama, se tumbó boca arriba y se abrió de piernas.
- Ven aquí a terminar tu trabajo, me dijo.
Me descalcé puesto que yo estaba vestido. Subí a su cama. Fui andando a cuatro patas hasta llegar a su altura. Me arrodillé entre sus piernas. Entonces vinieron de nuevo a mi mente las palabras escritas de Marta "quiero escuchar sus gemidos desde la planta de abajo". Me pregunté que estaría haciendo Marta en esos momentos. ¿Seguiría abajo en el sofá? ¿Estaría con la oreja pegada al otro lado de la puerta? ¿Se estaría tocando? Mi cabeza pensaba en Marta. El coño que deseaba era el de Marta. Así que decidí imaginar que ese coño era el de mi Ama. Decidí centrarme en ese coño que tenía delante para empezar a escuchar los gemidos de Yolanda. Quería que llegaran hasta la planta de abajo. Pero antes de empezar a lamer quise hacer algo que me volvía loco. Abrí con mis dedos los labios de su coño para dejar a la vista su zona rosada y su agujero.
- ¿Qué vas a hacer?, preguntó Yolanda extrañada.
Decidí no responder y actuar. Acerqué mi boca a su coño e introduje mi lengua en su interior. Le pegué un buen lametón por dentro. Cuando mi lengua volvió al interior de mi boca estaba llena de jugos. Sentí un intenso sabor a coño antes de tragarlos. Luego acerqué mi boca a su clítoris. Empecé a frotarlo con mi lengua y Yolanda empezó a gemir. Colocó sus manos sobre mi cabeza. Movía mi lengua en todas direcciones. De arriba a abajo, de izquierda a derecha, unas veces con presión, otras más suave,...
- Oh, oh, oh, oh, no pares cabrón. Oh oh oh oh no pares hasta que me corra.
Noté que presa de su excitación el culo de Yolanda se levantaba de la cama al hacer fuerza con los talones. Así que aproveché para colar mis manos por debajo para agarrar su culo y ayudarla en los movimientos convulsivos que estaban próximos a ocurrir. Yo seguía lamiendo su clítoris sin parar. Sus manos apretaban mi cabeza contra su coño. Su cuerpo se movía cada vez de forma más agitada. Sus gemidos iban en aumento de volumen. Sólo quería que Marta los estuviera escuchando abajo para que deseara que comiera su coño. No acababa de entender que estuviera comiendo el coño de su amiga en vez del suyo. El cuerpo de Yolanda empezó a temblar.
- Oh, oh, oh, oh, oh, oh,....
Cerró sus piernas apretando mi cabeza. Su cuerpo seguía temblando. Mis manos agarrando su culo la ayudaban a moverse arriba y abajo. Mi lengua seguía en movimiento. De repente su cuerpo empezó a dar espasmos de placer.
- Oooohhhhhhhhhhhhhhhhhhh
Dejé de mover mi lengua y me aferré a su cuerpo en esos movimientos convulsivos de gozo y disfrute en grado máximo. Mi cabeza estaba apretada entre sus piernas.
De repente, se hizo la paz. Yolanda se dejó caer en la cama y abrió sus piernas. Saqué mi cabeza y me puse de rodillas. Ella volvió a cerrar las piernas y se quedó tumbada de lado. Su respiración seguía agitada.
- Qué lengua tienes perrito. Que suerte ha tenido Marta de encontrarte. Voy a quedarme aquí reposando mi orgasmo.
Bajé de su cama. Me puse los zapatos. Miré a Yolanda.
- Hasta la próxima. Ha sido un placer, dije para despedirme de ella.
- El placer ha sido mío. Espero verte pronto, respondió ella con cara de felicidad.
Me encaminé andando hacia la puerta. Justo cuando iba a abrirla escuché a Yolanda.
- Perrito, dijo.
Me giré para mirarla.
- Me gustas mucho. La próxima vez que subas a esta cama te follaré. Quiero tu polla dentro de mi coño.
Abrí la puerta y salí al pasillo. Bajé a la planta de abajo. Marta estaba sentada en el sofá.
- ¿Yolanda va a bajar?, preguntó.
- No, me dijo que se quería quedar en la cama, respondí.
- Pues vámonos entonces, te llevo de vuelta a tu oficina, dijo.
Marta estaba sería. Salimos de casa de Yolanda sin comentar nada. Subimos al coche. Los dos estábamos en silencio. Pero había un run-run en mi cabeza que necesitaba tener una respuesta.
- Mi Ama, ¿puedo hacerle una pregunta?, dije rompiendo el silencio.
- Sí, por supuesto, respondió Marta.
- En mi cabeza no dejan de resonar sus palabras "hoy no puede ser". Y no dejo de preguntarme cuál fue el motivo.
El silencio volvió a aparecer. Marta se estaba pensando la respuesta o quizá había un motivo que no quería desvelar.
- Hice un trato con Yolanda, respondió finalmente.
- Ah, vaya, ahora entiendo, dije.
Marta siguió hablando.
- A Yolanda le gustas mucho desde que le empecé a hablar de ti, enseñarle nuestras conversaciones de *****, mostrarle tus fotos,... Y se moría de envidia por nuestros tres encuentros anteriores. Le conté que estaba buscando un lugar discreto para poder tener un encuentro más íntimo contigo. Y fue cuando ella me propuso usar su casa. En otra circunstancia me habría prestado su casa sin pedir nada a cambio porque somos muy buenas amigas. Pero en esta ocasión ella deseaba algo. Quería follarte a cambio de prestarnos su casa.
Marta se estaba abriendo como nunca. Me sentí enormemente halagado de saber que deseaba tener un encuentro íntimo conmigo. Dejé que siguiera contando todo lo que necesitaba sacar de su interior.
- Pero yo le dije que eso no. Yo quería ser la primera en eso. Y entonces me dijo que se conformaba con una comida de coño.
Todo empezaba a tener una explicación.
- Después de pensarlo decidí aceptar el trato. Pensé que sería un buen regalo para ti por lo buen perrito que eres. Incluso la idea de pajearte delante de dos mujeres cumpliría tu fantasía CFNM.
Respondí a Marta con total sinceridad.
- No puedo negar que he disfrutado mucho de la experiencia. Pero reconozco que la situación me tenía muy descolocado y confuso. No entendía por qué Yolanda era la primera en hacer ciertas cosas. Pero ahora lo entiendo. Gracias por la explicación.
- Quizá debería habértelo contado antes pero me parecía una sorpresa morbosa. Aunque he de reconocer que no lo he llevado del todo bien. La fantasía en mi cabeza me producía una excitación que luego en la realidad no ha ocurrido.
- ¿Quiere que le confiese una cosa?, dije.
- Sí, dime.
- Es cierto que he comido el coño a Yolanda pero en todo momento imaginé que ese coño era el suyo. Y todo lo que le hice a ella era lo que deseaba hacerle al suyo. Estuvo en mi mente en todo momento.
Marta me sonrió. Aquellas palabras le hicieron sentir mejor. Pocos minutos después aparcó su coche frente al Centro Comercial Sambil.
- Te prometo que en nuestra próxima cita estaremos los dos a solas, dijo.
- ¿Podría hacer una propuesta para nuestra próxima cita?, pregunté.
- ¿Qué se te ha ocurrido?, dijo Marta mostrando una enorme curiosidad.
- Me gustaría pedirle que en nuestra próxima cita se olvide de mis fantasías y haga realidad alguna suya.
- Ayy, mi perrito,.... dijo de forma cariñosa.
Y luego añadió.
- Te aseguro que tengo fantasías muy oscuras.
- Mi Ama, soy su perro. Mi mayor deseo es estar a sus pies y obedecer sus deseos. Salvo el dolor extremo estoy a total disposición para sus fantasías por muy oscuras que sean.
- Jamás te haría un daño extremo.
- Entonces soy suyo para lo que desee.
Marta me miró a los ojos. Su mirada estaba cargada de lujuria. Luego acercó sus labios a los míos dejando un beso dulce y cariñoso. Esa mirada y ese beso eran el reflejo de su personalidad: dulce y cariñosa pero a la vez terriblemente sexual.
- Me muero de ganas de hacerte mía, dijo Marta a modo de despedida.