Mi cuñado y mi ex

Por cierto, por ayudar a vuestra imaginación, ¿os gustaría ver una comparativa de mi ex y mi mujer desnudas? Si esta tercera parte consigue un número aceptable de likes, que vea que hay interés, las “cuelo” como intermedio antes de la cuarta. Y más adelante, si queréis, una foto comparativa entre mi cuñado y yo (que sí, también tengo de él en bolas).

Ahí queda ese “aliciente”, jeje… Y, por supuesto, se agradecen todo tipo de comentarios que animen a seguir escribiendo.

Y ante todo, gracias por leer la historia.
Joder macho, como lo describes, tengo la polla chorreando. Sigue porfa
 
Por cierto, por ayudar a vuestra imaginación, ¿os gustaría ver una comparativa de mi ex y mi mujer desnudas? Si esta tercera parte consigue un número aceptable de likes, que vea que hay interés, las “cuelo” como intermedio antes de la cuarta. Y más adelante, si queréis, una foto comparativa entre mi cuñado y yo (que sí, también tengo de él en bolas).

Ahí queda ese “aliciente”, jeje… Y, por supuesto, se agradecen todo tipo de comentarios que animen a seguir escribiendo.

Y ante todo, gracias por leer la historia.
Morbazo de relato, deseando que continue
 
Que cabron, como me has puesto de cachondo!!!!!

Voy a tener que pajearme viéndote a ti y a tu mujercita 😍😍
 
Espero poder subir hoy la nueva entrega del relato, pero mientras tanto, ahí va la comparativa prometida: Lucía a la izquierda, Anita a la derecha.
 

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Capítulo 4


Lucía y yo apuramos la tarde en la casa con el resto de la familia. Ella estuvo de cháchara con sus primas revisando trastos viejos del desván para una de ellas que estaba embarazada. Yo estuve leyendo un rato y luego me aislé del mundanal ruido enchufándome los cascos para escuchar música. Me acomodé en una hamaca y observé a la familia ir y venir con sus quehaceres. Los miraba, pero en realidad no los veía. En mi mente solo podía visualizar el recuerdo de Anita desnuda años atrás, y de Lucía, también en bolas, dos días antes. Las visualizaba a ambas y se me derretía la boca fantaseando con sus pechos. No sabía cuál me gustaba más, cuál me excitaba más. Aunque, ¿por qué tendría que escoger, después de todo? En las últimas horas le había hecho un dedo a una y le había comido el coño a la otra. Dos verdaderos monumentos de mujer a las que había escuchado disfrutar. Con lo que era mi reflejo en el espejo… ¿qué más podía pedir? Acomodado en la hamaca, escuchaba la música y sonreía mientras miraba a aquellos suegros, tías, primos… y pensaba: “No os imagináis el buen día que estoy echando aquí, familia”.

El personal se fue retirando al caer la tarde para preparar la cena. Como yo me había encargado de la comida para todos, me insistieron en que me quedara tranquilo en el jardín e incluso me acercaron un par de cervezas. Lucía apareció por allí con las primas mientras seguían con los cotilleos, y yo las estudié bien a las dos y me sentí un jugador con suerte: si había tenido una buena pareja ese día, ¿por qué no fantasear con un póquer? Sí, lo admito: soy un salidorro y además tengo una fantasía muy generosa. Un sátiro disfrutón.

Cenamos en el jardín unas tortillas de patatas, empanadas y ensalada. Todo muy rico. Pasadas las diez, ya de noche, el personal comenzó a replegarse, por fin. Buenas noches, hasta mañana, buenas noches… El tío y la tía de Lucía se fueron a la parte delantera del jardín para ver allí una serie en el portátil, y el resto despareció, mi mujer incluida, que se fue con sus primas a ver no sé qué programa de la tele. Así que yo me quedé solo en el jardín, que se sumía en la oscuridad salvo por unos cuantos focos repartidos por el sendero que lo rodeaba y que se encendían al detectar movimiento.

Trasladé mi ubicación al fondo del jardín. Allí se está más tranquilo y llegaba menos claridad desde la calle. Al no haber árboles en esa zona, se podían ver mejor las estrellas. Y además, como desde allí controlaba todo el movimiento, podía sacarme la polla y pajearme al fresco sin problema de que viniera alguien, porque lo vería con el suficiente tiempo como para vestirme.

Así que eso hice. Me preparé un cigarro de “maría”, seleccioné la música adecuada y comencé a meneármela suave, sin prisas, pura terapia zen-sex, mientras recordaba la tacto del coño caliente y húmedo de Anita en la yema de mis dedos y el de Lucía en la punta de mi lengua.

Utilicé saliva para lubricar el capullo dándole bien de tiza al taco. De vez en cuando me dejaba el cigarrillo en los labios y aprovechaba para masajearme los huevos. Era pleno julio pero refrescaba bajo las estrellas. No cabe duda de que podría estar mejor en ese momento, pero os aseguro que mal del todo tampoco estaba. En la gloria, vaya. No recuerdo cuánto tiempo pasó en aquella situación, tal vez una media hora. Hasta que de pronto se encendió a lo lejos el foco de la escalera de la casa alertándome de que alguien salía de esta. Me recompuse el pantalón y me deshice entre las piedras de mi segundo petardo de marihuana. Poco a poco pude intuir la silueta de Lucía acercándose. Me quité los auriculares y me acomodé la polla, aún dura, para recibirla.

-Qué mal te veo, ¿no? -dijo a modo de saludo-. Perdón por molestar.

-Tú nunca molestas, bonita.

-Ya, seguro. Le has estado dando bien, ¿eh?

-¿Cómo? -pregunté, sintiendo que mi erección ya estaba aflojando considerablemente, ayudándome a disimular.

Pero Lucía iba por otro lado. Se llevó dos dedos a los labios, haciendo el gesto de fumar.

-Que te pasas un montón, Alex, aquí apesta mucho a hierba. ¿Y si sale mi padre a dar una vuelta?

-Pues le ofrezco, por si quiere.

-Ya, ya -dijo meneando la cabeza-. Como te digan algo…

-No se lo dicen a tu hermano, que se lleva todo el día colocado de hachís, y me lo van a decir a mí, por dos petarditos.

-Bueno, yo solo sé que no quiero líos.

Me incliné hacia delante y la agarré de las muñecas para atraerla hacia mí. Así, yo quedaba sentado en la hamaca baja y Lucía ante mí, con su cintura a la altura de mi cabeza. Solté sus manos y mandé las mías a sus muslos, colándome enseguida por el interior de su short hasta agarrar sus glúteos. A continuación enterré me cara en su entrepierna mientras soltaba un “Mmmmmmm…”

-Eh, quieto. ¿No tuviste suficiente con lo de esta tarde? -preguntó.

-Ya sabes que yo nunca tengo suficiente.

-Sí, ya lo sé. Me dejas tranquila al ver que eres un tío normal: siempre estás pensando en eso. -Suspiró y fingió una mueca de obligación-. Vamos a ver…

Y según decía esas palabras, se arrodilló sobre el césped, entre mis piernas, y llevó su mano a mi paquete.

-Estamos tranquilos, ¿no?

-Bueno, tranquilo, tranquilo… Recuerda cómo me dejaste esta tarde.

-Ah, es verdad, que ibas a hacer voto de castidad para pringarme bien, como en esos vídeos cerdos que ves. ¿Y lo has cumplido, te has contenido?

Yo sonreí y me alcé de hombros:

-Eso tendrás que comprobarlo tú misma.

Y no había terminado de hablar cuando Lucía agarró ambos lados de mi pantalón para desabotonarlo y meter una mano a continuación. Sacó mi polla, flácida aunque en vías de crecimiento, y se ayudó de la otra mano para sacar también mis huevos y dejarlos sobre la cremallera.

-Bueno, parece medianamente tranquila -dijo.

-La procesión va por dentro -bromeé.

-¿Ah, sí? -respondió, lanzándome una mirada traviesa.

Y al instante inclinó su cuerpo bajando la cabeza para introducirse toda mi polla en la boca.

El mero roce de sus labios, la humedad ardiente de su boca, me hicieron agarrarme a los brazos de la tumbona y exhalar un gemido al tiempo que levantaba ligeramente la cadera, ayudando en el proceso para que todo mi sexo entrara en su boca. Allí la mantuvo Lucía durante un rato, mientras que con su lengua se dedicaba a rodear el capullo y acariciarlo, sacándola a veces más allá de su boca para mimar también parte de mis huevos. En cuestión de segundos mi polla ya estaba en pleno despliegue dentro de su boca. En cuanto ella la notó así, dura y palpitante, apretó ligeramente los labios y su cabeza comenzó a subir y bajar, mientras con su mano izquierda me masajeaba las pelotas.

Me equivocaba: sí que podía estar mejor que como había estado minutos atrás.

Agarré su pelo y lo recogí detrás de su cabeza, aguantando aquella improvisada coleta con mis dos manos mientras su cabeza subía y bajaba, mientras su lengua lamía y su boca salivante succionaba. Cerré los ojos y arqueé aún más el cuerpo gimiendo de placer, decidido a disfrutar del final perfecto de un día para el recuerdo. Mmmmm… ¡qué delicia!

Los manotazos me pillaron por sorpresa. Lucía había lanzado ambas manos contra mis respectivos brazos para liberar su cabeza al tiempo que dejaba mi polla al aire, cimbrando como la antena de un coche.

-Se acabó el trailer -anunció mientras se retiraba la baba de la comisura de los labios en un gesto de indescriptible lascivia.

-¿Cómo que se acabó?

-Como que se acabó, guapo. -Se puso en pie sacudiéndose las rodillas-. Si quieres que complete el trabajito tendrá que ser en la cama, allí cómodos, que estoy hecha polvo.

La miré un instante y fruncí el ceño.

-Ya, no te lo crees ni tú. Tú lo que quieres es maltratarme. ¡Estás hecha una calientapollas! -dije fingiendo fastidio. Lucía hizo una mueca.

-Puede ser. Pero ya sabes lo que hay: si quieres descargar esos huevecitos, tendrás que venirte y prepararte para abrazarme luego bien.

-Joer, tía, con el calor que hace -bromeé.

-Pues ya sabes… -dijo mientras hacía con la mano el gesto de masturbarción.

Dicho eso, se giró y enfiló el sendero de regreso a la casa. Lo hizo andando despacio, recreándose en sus movimientos, consciente de que yo la observaba. Se llevó ambas manos a sus nalgas y las sopesó a conciencia. ¡Tremendo, el culo de mi señora esposa!

Resoplé y me llevé la mano a la polla para devolverla a los gayumbos. La toqué con cuidado, porque la tenía tan dura que parecía una botella de champán a punto de expulsar el corcho con todo lo que saldría detrás. Menudo calentón llevaba acumulado aquel día.

Me puse en pie decidido a descargar como me habían propuesto. Recogí la hamaca y me aseguré de que las colillas de los cigarrillos estaban apagadas antes de arrojarlas a un cubo de latón que usábamos a modo de papelera en esa parte del jardín.

Con todas mis pertenencias ya encima, comencé a andar hacia la casa cuando me sorprendió de pronto un foco encendiéndose. Era el de la verja de la calle. Alguien accedía por la cancela, y solo estaban fuera Dani y Ana. Los vi internarse en el jardín y pasar de largo junto a la casa, cuchicheando. Daban algún traspiés y ahogaban sus risas doblando el cuerpo. Vaya, que le habían dado bien a los botellines.

¿Por qué lo hice? No me lo preguntéis, una reacción automática, supongo, como cuando me “presentaron” a Ana. En lugar de seguir caminando y saludarlos de regreso a la casa, me eché a un lado y me escondí tras los arbustos que rodeaban un viejo almendro. Desde allí los pude ver avanzando hasta la casetilla de la vieja cocina, donde a Dani le gustaba meterse a fumar y a hacer a saber qué más, lejos de los ojos de la familia. Entraron y cerraron la puerta.

Esperé unos segundos antes de comenzar a aproximarme. Fui con sumo cuidado, intentando recordar bien la ubicación de los focos para evitar activar alguno que me delatara. En el interior de la caseta, la pareja había preferido mantenerse a oscuras. Avancé en dirección a la puerta, para evitar ser visto por cualquiera de las dos ventanas, una en cada lateral. Al llegar a la puerta, me agaché, y en cuclillas rodeé con cuidado aquel tosco cubo de ladrillo y cemento para acceder a la ventana lateral que daba al fondo del jardín y no a la casa principal; supuse que si habían abierto alguna ventana, sería aquella, más discreta.

No me equivocaba. Estaba abierta de par en par, ante ella había una vieja y destartalada mesa, y en ella estaba apoyado Dani, de espaldas a la ventana. Estaba abrazado a Ana. Bueno, abrazar no sería el verbo. Se estaban besando mientras él la sobaba a todo lo que le daban sus torpes manos. Bien, besar tal vez tampoco sea el verbo correcto: se estaban comiendo vivos.

Yo estaba asomado lo justo para poder atisbar algo, con la esperanza de que la pasión les durara y Ana no se separara demasiado de él, porque en ese caso tal vez alcanzaría a verme. Aquel peligro desaparecería en breve cuando, sin dejar de besarle, las manos de Ana soltaron la nuca de Dani y comenzaron a bajar por sus brazos. Aunque yo apenas alcanzaba a verla, estaba seguro de que estaba agachándose. Mi cuñado tuvo la amabilidad de confirmarme lo que estaba a punto de pasar:

-Oh, sí, joder, chúpamela.

A continuación, el sonido metálico del cinturón y la cremallera seguidos de un gozoso “Mmmmmmm…”, emitido por Ana.

Lo que siguió a continuación no tuve la necesidad de verlo para que el corazón me empezara a bombear de manera desatada y la polla me diera brincos dentro del pantalón. Dani gemía y Ana soltaba sonidos guturales. Escuchaba su boca salivar y embadurnar la polla de mi cuñado. Este empezó entonces a emplear un lenguaje duro y soez, el que más le pegaba, y que sabía por experiencia que era el que encendía a Anita, hasta el extremo de que solía pedírtelo -“Dime guarradas, cabrón”-; tampoco ella reparaba en perlas lingüísticas.

En este caso todo transcurría sin novedad: ella mamando, él disfrutando y ambos emitiendo sonidos animales que me tenían cardiaco. Hasta que Anita se liberó la boca para decir.

-Mmmm… me encanta tu polla.

-¿Ah, sí?- dijo Dani, con tono de macho consuela-tías.

-Sí, está rica y no es muy grande, perfecta para comer.

Yo no lo veía, pero apuesto a que ahí mi cuñadito cortocircuitó: ¿debía tomarse eso como un halago o como un insulto?

-¿Cómo que no es muy grande?

Escuche el sonido gutural de Ana al sacarse la polla de nuevo de la boca para responder.

-Ay, pobre, que no lo decía con maldads. Es solo que así son más cómodas. Mira la pobre de Silvia. ¿Se llama Silvia?

-¿Quién? Ay, pero si vas a hablar sigue pajeándome, tía.

-Silvia, la novia de tu amigo Ray, el albañil, esa mole.

-Ah, sí, Silvia.

-Pues eso, que mira la pobre.

-¿Qué le pasa?

-Nada, que cuando… espera, una chupadita para mojarla bien. ¡Ughhhh!

-¡Joder…!

-¡Ahhh! Mmm… pues eso, que todas esas tías se han puesto pedísimas…

-No como tú.

-Bueno, todas se han puesto pedísimas, y han empezado a hablar de no sé qué comida que tienen mañana y esta Silvia ha dicho que espera estar mejor de la mandíbula, porque tu amigo Ray… que ya le vale, Raimundo, vaya hombrecitos los de los pueblos… Pues eso, que se la estaba chupando, la forzó para que se la metiera entera en la boca y casi le desencaja la mandíbula. Por lo visto la tiene como un toro.

-Sí, ya, ¿y qué?

-Ah, bueno, que los tíos ya os la habéis visto, del gimnasio y esas cosas, ¿no? Pues eso, que por lo visto tienen un pollón que casi la descoyunta.

-Pero bueno, ¿por qué me hablas de la polla de mi amigo ahora?

-Nada, hijo, Dani, es solo eso, que yo la prefiero pollitas así…

-No digas “pollita”, Ana, coño…

-Bueno, ¡más pequeña, quiero decir! Es lo que les he dicho, que así se chupa sin peligro.

Escuché un ruido brusco y me asomé ligeramente. Dani se había agachado y, agarrando a Ana por los brazos, la puso en pie.

-¿Qué es lo que les has dicho? No me jodas, Ana.

-Anda, me dirás que esas no saben ya como la tienes, porque creo que con más de una has tenido lío. Y hablaban bastante bien de ti, por cierto.

-¿Ah, sí? Ven aquí, te vas a enterar de polla pequeña.

Con un movimiento imprevisto Dani se giró y lanzó a Ana sobre la mesa, obligándola a tumbar su torso sobre esta. Impulsó tanto su cuerpo que por más que intenté ocultarme ella me vio perfectamente. Y tras la sorpresa inicial dibujó la más traviesa de las expresiones. Su cuerpo se zarandeó poco después, mientras Dani le bajaba los pantalones y las bragas. Entonces dio un brinco hacia delante, pero ahogó cualquier gemido. Vinieron luego uno, dos, tres empellones. Y a Dani sí que se le escuchaba gruñir. Entonces Ana me miró, guiñó un ojo y dijo con su voz más inocente.

-¿Me la vas a meter, bonito?

-¡Si serás puta! -bramó Dani. Y las envestidas se volvieron más salvajes, al igual que sus gruñidos.

Ana no dejaba de observarme, ambos envueltos en la oscuridad de la noche. Su boca entreabierta, húmeda, meciéndose a medida que Dani, agarrándola por los brazos, embestía cada vez más deprisa entre gruñidos.

-Ay, si, Dani, eso también me encanta. El pesado de Ray puede por lo visto pasarse 15 o 20 minutos metiéndola. Con lo grande que es, tan animal, tan mala bestia… Yo disfruto más con dos o tres minutos contigo, incluso con uno, ¿verdad? ¿Te corres ya, cariño?

-¡Puta, qué zorra eres! ¡Cómo me pones, zorra, cómo me pones!

-¿Te pone que piense en el macho de tu amigo, en ese albañil bestia y pueblerino con su pollón, destrozándome el coño durante horas? ¿Te imaginas? Y tú sentado enfrente pajeándote esa pollita de niño con dos dedos.

-¡Cabrona! ¡Puta! ¡Me encantada!

A cada bramido, la embestida de Dani era mayor; una mezcla de excitación y rabia. Parecía que iba a acabar sacando a Ana por la ventana de un pollazo.

-Eso es, córrete dentro. Total, con lo poco que te corres no vas a mojarme demasiado. Venga, como un buen nene…

-¡PUTAAAA! ¡JODERRRRR! ¡ME CORRO! ¡AHGGGGG!

Y con tres embestidas finales, lentas y profundas, que hicieron temblar todo el cuerpo de Ana, terminaba aquel espectáculo que yo no hubiera soñado en la más húmeda de mis noches. Anita, la sensual y salvaje Anita, humillaba de mala manera a mi cuñadito llamándolo pichacorta, eyaculador precoz y sexualmente aniñado. Y a él, que iba de macho arrollador por la vida, resulta que todo eso le ponía cachondo. Claro que, ¿qué iba a decir yo, que casi me había corrido en los calzoncillos sin necesidad de tocarme al ver a mi ex, la mujer a la que ansiaba volver a tirarme siendo follada como un animal por aquel tipo que me causaba tanta repulsión?

Antes de retirarse de la ventana, con Dani aún derrumbado sobre su espalda, Anita me lanzó un beso y un gesto con el que me indicaba que me largara de allí. Buen consejo. Con todo el sigilo posible en aquella situación de desconcierto me alejé por el sendero hasta llegar a la casa. Aún había gente levantada viendo la televisión en el salón. Me despedí de ellos de manera automática, por instinto, porque no acababa de coordinar tras todo lo vivido. Entré en el dormitorio y Lucía estaba dejando las gafas sobre un libro dispuesta a apagar la luz.

-Vaya, pensé que ya no venías.

-Yo…

-¿Qué?

-Nada -respondí, y comencé a desvestirme tan rápido como pude.

-Bueno, bueno, ¿y esas prisas? -dijo Lucía, hasta que reparó en mi erección- ¿Y esa cosa?

Me deslicé desnudo en la cama, le agarré la cara y la besé.

-He sido bueno y me he reservado todo el día, pero me tienes a mil y si no me la comes me la voy a tener que menear porque la tengo a reventar.

Antes de terminar de hablar Lucía había agarrado mi polla y la apretaba con fuerza.

-Vaya, sí que está dura. ¡Y caliente! Pobrecito mío, qué bueno es mi niño…

Vestida con un pantalón corto de pijama y una camiseta, Lucía alcanzó una goma de la mesilla y se recogió el pelo. Se colocó sobre mí y comenzó a pesarme el cuello, bajando poco a poco hacia el pecho, el estómago, el vientre y el interior de los muslos. Recaló entonces en la zona hasta entonces omitida.

-Mmmm… Un dulcecito antes de dormir -dijo mientras me agarraba la polla y se la metía en la boca.

¡Oooooh, qué sensación! No sé si alguna vez había acumulado tanta excitación, tanto deseo sexual. Dudaba de no tardar demasiado en correrme -a lo mejor no tan poco como su hermanito-, pero me daba lo mismo. Quería disfrutar de aquel momento. Abrí las piernas y las arqueé un poco, y Lucía lo tomó como una invitación, primero para lamerme los huevos a conciencia y más tarde para hacerme levantar algo más las piernas para llevar la punta de su lengua hasta mi ano, mientras me masajeaba las pelotas con una mano y me pajeaba con la otra.

Vinieron ruidos del pasillo. Eran Dani y Ana que se dirigían a su habitación. Lucía me miró y me hizo una señal de silencio con el dedo antes de volver a mamar. ¡Dios de mi vida! Poco sabía la pobre lo excitante que resultaba para mí que mi mujer me estuviera practicando una felación mientras que mi ex, que acababa de comérsela a su hermano antes de humillarlo, se encerraba con este en su dormitorio, que teníamos pared con pared.

Aquello era demasiado.

-¡Date la vuelta! -dije apartándola con cuidado de mí

-¿Qué?

-Date la vuelta. Quítate la camiseta y túmbate, por favor.

Lucía obedeció. Dejó ante mí sus hermosas tetas bamboleantes y yo me senté sobre su vientre y comencé a pajearme.

-¡Joder, cariño, sí que estás cachondo! -jadeo, encendiéndose ella también hasta el extremo de que metió sus manos bajo el pantalón del pijama y comenzó a tocarse.

Yo me incliné hacia delante, apoyándome en la cama sobre una mano, y seguí meneándome la polla, pajeándola, arriba y abajo, arriba y abajo… ¡Joder, cómo me gustaba el sexo! ¡Qué fantasía estaba viviendo, Dios!

-¡Me corro, cariño! -exclamé, más alto de debido.

-¡Shhhhh! Calla, joder -susurró Lucía sin dejar de mirarme pajeándome sobre ella mientras se tocaba cada vez con más intensidad-. Me corro contigo, qué cachonda me has puesto, ¡me corro contigo!

Hice un esfuerzo por darle tiempo, me incorporé un poco y cambié mi punto de apoyo del colchón a su pecho izquierdo, que comencé a masajear a conciencia.

-¡No aguanto más! -gemí mientras mi polla comenzaba a babear- ¡Me corro!

-Mmmmm… ¡Síiiiii! -gimió Lucía revolviendo su cuerpo debajo del mío -Córrete, ¡Córrete! Yo también, yo también…

El primer disparo de semen le cubrió el pecho derecho, el segundo, el izquierdo, pasando sobre mi mano. El tercero fue el más rotundo, alcanzándole la barbilla y el labio superior y todo el trayecto hasta esa diana. Dos disparos más sobre el estómago, y los estertores, goteando sobre el vientre.

Ambos nos quedamos jadeando en esa posición. Nos dimos unos segundos. Luego yo me dejé caer a su lado en la cama. Cuando el éxtasis comenzó a disiparse, llegaron la conciencia y la culpa.

-¡Eres un idiota! -susurró-. Mira que eres bruto. Se ha debido de enterar toda la casa. ¡Qué vergüenza, Alex!

-Lo siento, yo…

-Sí, ya, que estabas muy cachondo. Pues mira, a partir de ahora prefiero que no me esperes y te pajees lo que te haga falta, porque menudo numerito has montado.

-Yo solo, ¿no?

Al percatarse, Lucía sacó las manos de debajo de su pijama y me lanzó un empujón.

-Anda, déjame en paz. Alcánzame la caja de pañuelos.

Nos limpiamos, volvimos la cama y apagamos la luz. Lucía se acomodó a mi lado y yo la rodeé con mi brazo.

-Buenas noches, cariño -dijo.

-Buenas noches -respondí.

Y me dispuse a cerrar los ojos y descansar tratando de imaginar las posibilidades cósmicas que se presentaban tras lo ocurrido aquel día.
 
Capítulo 4


Lucía y yo apuramos la tarde en la casa con el resto de la familia. Ella estuvo de cháchara con sus primas revisando trastos viejos del desván para una de ellas que estaba embarazada. Yo estuve leyendo un rato y luego me aislé del mundanal ruido enchufándome los cascos para escuchar música. Me acomodé en una hamaca y observé a la familia ir y venir con sus quehaceres. Los miraba, pero en realidad no los veía. En mi mente solo podía visualizar el recuerdo de Anita desnuda años atrás, y de Lucía, también en bolas, dos días antes. Las visualizaba a ambas y se me derretía la boca fantaseando con sus pechos. No sabía cuál me gustaba más, cuál me excitaba más. Aunque, ¿por qué tendría que escoger, después de todo? En las últimas horas le había hecho un dedo a una y le había comido el coño a la otra. Dos verdaderos monumentos de mujer a las que había escuchado disfrutar. Con lo que era mi reflejo en el espejo… ¿qué más podía pedir? Acomodado en la hamaca, escuchaba la música y sonreía mientras miraba a aquellos suegros, tías, primos… y pensaba: “No os imagináis el buen día que estoy echando aquí, familia”.

El personal se fue retirando al caer la tarde para preparar la cena. Como yo me había encargado de la comida para todos, me insistieron en que me quedara tranquilo en el jardín e incluso me acercaron un par de cervezas. Lucía apareció por allí con las primas mientras seguían con los cotilleos, y yo las estudié bien a las dos y me sentí un jugador con suerte: si había tenido una buena pareja ese día, ¿por qué no fantasear con un póquer? Sí, lo admito: soy un salidorro y además tengo una fantasía muy generosa. Un sátiro disfrutón.

Cenamos en el jardín unas tortillas de patatas, empanadas y ensalada. Todo muy rico. Pasadas las diez, ya de noche, el personal comenzó a replegarse, por fin. Buenas noches, hasta mañana, buenas noches… El tío y la tía de Lucía se fueron a la parte delantera del jardín para ver allí una serie en el portátil, y el resto despareció, mi mujer incluida, que se fue con sus primas a ver no sé qué programa de la tele. Así que yo me quedé solo en el jardín, que se sumía en la oscuridad salvo por unos cuantos focos repartidos por el sendero que lo rodeaba y que se encendían al detectar movimiento.

Trasladé mi ubicación al fondo del jardín. Allí se está más tranquilo y llegaba menos claridad desde la calle. Al no haber árboles en esa zona, se podían ver mejor las estrellas. Y además, como desde allí controlaba todo el movimiento, podía sacarme la polla y pajearme al fresco sin problema de que viniera alguien, porque lo vería con el suficiente tiempo como para vestirme.

Así que eso hice. Me preparé un cigarro de “maría”, seleccioné la música adecuada y comencé a meneármela suave, sin prisas, pura terapia zen-sex, mientras recordaba la tacto del coño caliente y húmedo de Anita en la yema de mis dedos y el de Lucía en la punta de mi lengua.

Utilicé saliva para lubricar el capullo dándole bien de tiza al taco. De vez en cuando me dejaba el cigarrillo en los labios y aprovechaba para masajearme los huevos. Era pleno julio pero refrescaba bajo las estrellas. No cabe duda de que podría estar mejor en ese momento, pero os aseguro que mal del todo tampoco estaba. En la gloria, vaya. No recuerdo cuánto tiempo pasó en aquella situación, tal vez una media hora. Hasta que de pronto se encendió a lo lejos el foco de la escalera de la casa alertándome de que alguien salía de esta. Me recompuse el pantalón y me deshice entre las piedras de mi segundo petardo de marihuana. Poco a poco pude intuir la silueta de Lucía acercándose. Me quité los auriculares y me acomodé la polla, aún dura, para recibirla.

-Qué mal te veo, ¿no? -dijo a modo de saludo-. Perdón por molestar.

-Tú nunca molestas, bonita.

-Ya, seguro. Le has estado dando bien, ¿eh?

-¿Cómo? -pregunté, sintiendo que mi erección ya estaba aflojando considerablemente, ayudándome a disimular.

Pero Lucía iba por otro lado. Se llevó dos dedos a los labios, haciendo el gesto de fumar.

-Que te pasas un montón, Alex, aquí apesta mucho a hierba. ¿Y si sale mi padre a dar una vuelta?

-Pues le ofrezco, por si quiere.

-Ya, ya -dijo meneando la cabeza-. Como te digan algo…

-No se lo dicen a tu hermano, que se lleva todo el día colocado de hachís, y me lo van a decir a mí, por dos petarditos.

-Bueno, yo solo sé que no quiero líos.

Me incliné hacia delante y la agarré de las muñecas para atraerla hacia mí. Así, yo quedaba sentado en la hamaca baja y Lucía ante mí, con su cintura a la altura de mi cabeza. Solté sus manos y mandé las mías a sus muslos, colándome enseguida por el interior de su short hasta agarrar sus glúteos. A continuación enterré me cara en su entrepierna mientras soltaba un “Mmmmmmm…”

-Eh, quieto. ¿No tuviste suficiente con lo de esta tarde? -preguntó.

-Ya sabes que yo nunca tengo suficiente.

-Sí, ya lo sé. Me dejas tranquila al ver que eres un tío normal: siempre estás pensando en eso. -Suspiró y fingió una mueca de obligación-. Vamos a ver…

Y según decía esas palabras, se arrodilló sobre el césped, entre mis piernas, y llevó su mano a mi paquete.

-Estamos tranquilos, ¿no?

-Bueno, tranquilo, tranquilo… Recuerda cómo me dejaste esta tarde.

-Ah, es verdad, que ibas a hacer voto de castidad para pringarme bien, como en esos vídeos cerdos que ves. ¿Y lo has cumplido, te has contenido?

Yo sonreí y me alcé de hombros:

-Eso tendrás que comprobarlo tú misma.

Y no había terminado de hablar cuando Lucía agarró ambos lados de mi pantalón para desabotonarlo y meter una mano a continuación. Sacó mi polla, flácida aunque en vías de crecimiento, y se ayudó de la otra mano para sacar también mis huevos y dejarlos sobre la cremallera.

-Bueno, parece medianamente tranquila -dijo.

-La procesión va por dentro -bromeé.

-¿Ah, sí? -respondió, lanzándome una mirada traviesa.

Y al instante inclinó su cuerpo bajando la cabeza para introducirse toda mi polla en la boca.

El mero roce de sus labios, la humedad ardiente de su boca, me hicieron agarrarme a los brazos de la tumbona y exhalar un gemido al tiempo que levantaba ligeramente la cadera, ayudando en el proceso para que todo mi sexo entrara en su boca. Allí la mantuvo Lucía durante un rato, mientras que con su lengua se dedicaba a rodear el capullo y acariciarlo, sacándola a veces más allá de su boca para mimar también parte de mis huevos. En cuestión de segundos mi polla ya estaba en pleno despliegue dentro de su boca. En cuanto ella la notó así, dura y palpitante, apretó ligeramente los labios y su cabeza comenzó a subir y bajar, mientras con su mano izquierda me masajeaba las pelotas.

Me equivocaba: sí que podía estar mejor que como había estado minutos atrás.

Agarré su pelo y lo recogí detrás de su cabeza, aguantando aquella improvisada coleta con mis dos manos mientras su cabeza subía y bajaba, mientras su lengua lamía y su boca salivante succionaba. Cerré los ojos y arqueé aún más el cuerpo gimiendo de placer, decidido a disfrutar del final perfecto de un día para el recuerdo. Mmmmm… ¡qué delicia!

Los manotazos me pillaron por sorpresa. Lucía había lanzado ambas manos contra mis respectivos brazos para liberar su cabeza al tiempo que dejaba mi polla al aire, cimbrando como la antena de un coche.

-Se acabó el trailer -anunció mientras se retiraba la baba de la comisura de los labios en un gesto de indescriptible lascivia.

-¿Cómo que se acabó?

-Como que se acabó, guapo. -Se puso en pie sacudiéndose las rodillas-. Si quieres que complete el trabajito tendrá que ser en la cama, allí cómodos, que estoy hecha polvo.

La miré un instante y fruncí el ceño.

-Ya, no te lo crees ni tú. Tú lo que quieres es maltratarme. ¡Estás hecha una calientapollas! -dije fingiendo fastidio. Lucía hizo una mueca.

-Puede ser. Pero ya sabes lo que hay: si quieres descargar esos huevecitos, tendrás que venirte y prepararte para abrazarme luego bien.

-Joer, tía, con el calor que hace -bromeé.

-Pues ya sabes… -dijo mientras hacía con la mano el gesto de masturbarción.

Dicho eso, se giró y enfiló el sendero de regreso a la casa. Lo hizo andando despacio, recreándose en sus movimientos, consciente de que yo la observaba. Se llevó ambas manos a sus nalgas y las sopesó a conciencia. ¡Tremendo, el culo de mi señora esposa!

Resoplé y me llevé la mano a la polla para devolverla a los gayumbos. La toqué con cuidado, porque la tenía tan dura que parecía una botella de champán a punto de expulsar el corcho con todo lo que saldría detrás. Menudo calentón llevaba acumulado aquel día.

Me puse en pie decidido a descargar como me habían propuesto. Recogí la hamaca y me aseguré de que las colillas de los cigarrillos estaban apagadas antes de arrojarlas a un cubo de latón que usábamos a modo de papelera en esa parte del jardín.

Con todas mis pertenencias ya encima, comencé a andar hacia la casa cuando me sorprendió de pronto un foco encendiéndose. Era el de la verja de la calle. Alguien accedía por la cancela, y solo estaban fuera Dani y Ana. Los vi internarse en el jardín y pasar de largo junto a la casa, cuchicheando. Daban algún traspiés y ahogaban sus risas doblando el cuerpo. Vaya, que le habían dado bien a los botellines.

¿Por qué lo hice? No me lo preguntéis, una reacción automática, supongo, como cuando me “presentaron” a Ana. En lugar de seguir caminando y saludarlos de regreso a la casa, me eché a un lado y me escondí tras los arbustos que rodeaban un viejo almendro. Desde allí los pude ver avanzando hasta la casetilla de la vieja cocina, donde a Dani le gustaba meterse a fumar y a hacer a saber qué más, lejos de los ojos de la familia. Entraron y cerraron la puerta.

Esperé unos segundos antes de comenzar a aproximarme. Fui con sumo cuidado, intentando recordar bien la ubicación de los focos para evitar activar alguno que me delatara. En el interior de la caseta, la pareja había preferido mantenerse a oscuras. Avancé en dirección a la puerta, para evitar ser visto por cualquiera de las dos ventanas, una en cada lateral. Al llegar a la puerta, me agaché, y en cuclillas rodeé con cuidado aquel tosco cubo de ladrillo y cemento para acceder a la ventana lateral que daba al fondo del jardín y no a la casa principal; supuse que si habían abierto alguna ventana, sería aquella, más discreta.

No me equivocaba. Estaba abierta de par en par, ante ella había una vieja y destartalada mesa, y en ella estaba apoyado Dani, de espaldas a la ventana. Estaba abrazado a Ana. Bueno, abrazar no sería el verbo. Se estaban besando mientras él la sobaba a todo lo que le daban sus torpes manos. Bien, besar tal vez tampoco sea el verbo correcto: se estaban comiendo vivos.

Yo estaba asomado lo justo para poder atisbar algo, con la esperanza de que la pasión les durara y Ana no se separara demasiado de él, porque en ese caso tal vez alcanzaría a verme. Aquel peligro desaparecería en breve cuando, sin dejar de besarle, las manos de Ana soltaron la nuca de Dani y comenzaron a bajar por sus brazos. Aunque yo apenas alcanzaba a verla, estaba seguro de que estaba agachándose. Mi cuñado tuvo la amabilidad de confirmarme lo que estaba a punto de pasar:

-Oh, sí, joder, chúpamela.

A continuación, el sonido metálico del cinturón y la cremallera seguidos de un gozoso “Mmmmmmm…”, emitido por Ana.

Lo que siguió a continuación no tuve la necesidad de verlo para que el corazón me empezara a bombear de manera desatada y la polla me diera brincos dentro del pantalón. Dani gemía y Ana soltaba sonidos guturales. Escuchaba su boca salivar y embadurnar la polla de mi cuñado. Este empezó entonces a emplear un lenguaje duro y soez, el que más le pegaba, y que sabía por experiencia que era el que encendía a Anita, hasta el extremo de que solía pedírtelo -“Dime guarradas, cabrón”-; tampoco ella reparaba en perlas lingüísticas.

En este caso todo transcurría sin novedad: ella mamando, él disfrutando y ambos emitiendo sonidos animales que me tenían cardiaco. Hasta que Anita se liberó la boca para decir.

-Mmmm… me encanta tu polla.

-¿Ah, sí?- dijo Dani, con tono de macho consuela-tías.

-Sí, está rica y no es muy grande, perfecta para comer.

Yo no lo veía, pero apuesto a que ahí mi cuñadito cortocircuitó: ¿debía tomarse eso como un halago o como un insulto?

-¿Cómo que no es muy grande?

Escuche el sonido gutural de Ana al sacarse la polla de nuevo de la boca para responder.

-Ay, pobre, que no lo decía con maldads. Es solo que así son más cómodas. Mira la pobre de Silvia. ¿Se llama Silvia?

-¿Quién? Ay, pero si vas a hablar sigue pajeándome, tía.

-Silvia, la novia de tu amigo Ray, el albañil, esa mole.

-Ah, sí, Silvia.

-Pues eso, que mira la pobre.

-¿Qué le pasa?

-Nada, que cuando… espera, una chupadita para mojarla bien. ¡Ughhhh!

-¡Joder…!

-¡Ahhh! Mmm… pues eso, que todas esas tías se han puesto pedísimas…

-No como tú.

-Bueno, todas se han puesto pedísimas, y han empezado a hablar de no sé qué comida que tienen mañana y esta Silvia ha dicho que espera estar mejor de la mandíbula, porque tu amigo Ray… que ya le vale, Raimundo, vaya hombrecitos los de los pueblos… Pues eso, que se la estaba chupando, la forzó para que se la metiera entera en la boca y casi le desencaja la mandíbula. Por lo visto la tiene como un toro.

-Sí, ya, ¿y qué?

-Ah, bueno, que los tíos ya os la habéis visto, del gimnasio y esas cosas, ¿no? Pues eso, que por lo visto tienen un pollón que casi la descoyunta.

-Pero bueno, ¿por qué me hablas de la polla de mi amigo ahora?

-Nada, hijo, Dani, es solo eso, que yo la prefiero pollitas así…

-No digas “pollita”, Ana, coño…

-Bueno, ¡más pequeña, quiero decir! Es lo que les he dicho, que así se chupa sin peligro.

Escuché un ruido brusco y me asomé ligeramente. Dani se había agachado y, agarrando a Ana por los brazos, la puso en pie.

-¿Qué es lo que les has dicho? No me jodas, Ana.

-Anda, me dirás que esas no saben ya como la tienes, porque creo que con más de una has tenido lío. Y hablaban bastante bien de ti, por cierto.

-¿Ah, sí? Ven aquí, te vas a enterar de polla pequeña.

Con un movimiento imprevisto Dani se giró y lanzó a Ana sobre la mesa, obligándola a tumbar su torso sobre esta. Impulsó tanto su cuerpo que por más que intenté ocultarme ella me vio perfectamente. Y tras la sorpresa inicial dibujó la más traviesa de las expresiones. Su cuerpo se zarandeó poco después, mientras Dani le bajaba los pantalones y las bragas. Entonces dio un brinco hacia delante, pero ahogó cualquier gemido. Vinieron luego uno, dos, tres empellones. Y a Dani sí que se le escuchaba gruñir. Entonces Ana me miró, guiñó un ojo y dijo con su voz más inocente.

-¿Me la vas a meter, bonito?

-¡Si serás puta! -bramó Dani. Y las envestidas se volvieron más salvajes, al igual que sus gruñidos.

Ana no dejaba de observarme, ambos envueltos en la oscuridad de la noche. Su boca entreabierta, húmeda, meciéndose a medida que Dani, agarrándola por los brazos, embestía cada vez más deprisa entre gruñidos.

-Ay, si, Dani, eso también me encanta. El pesado de Ray puede por lo visto pasarse 15 o 20 minutos metiéndola. Con lo grande que es, tan animal, tan mala bestia… Yo disfruto más con dos o tres minutos contigo, incluso con uno, ¿verdad? ¿Te corres ya, cariño?

-¡Puta, qué zorra eres! ¡Cómo me pones, zorra, cómo me pones!

-¿Te pone que piense en el macho de tu amigo, en ese albañil bestia y pueblerino con su pollón, destrozándome el coño durante horas? ¿Te imaginas? Y tú sentado enfrente pajeándote esa pollita de niño con dos dedos.

-¡Cabrona! ¡Puta! ¡Me encantada!

A cada bramido, la embestida de Dani era mayor; una mezcla de excitación y rabia. Parecía que iba a acabar sacando a Ana por la ventana de un pollazo.

-Eso es, córrete dentro. Total, con lo poco que te corres no vas a mojarme demasiado. Venga, como un buen nene…

-¡PUTAAAA! ¡JODERRRRR! ¡ME CORRO! ¡AHGGGGG!

Y con tres embestidas finales, lentas y profundas, que hicieron temblar todo el cuerpo de Ana, terminaba aquel espectáculo que yo no hubiera soñado en la más húmeda de mis noches. Anita, la sensual y salvaje Anita, humillaba de mala manera a mi cuñadito llamándolo pichacorta, eyaculador precoz y sexualmente aniñado. Y a él, que iba de macho arrollador por la vida, resulta que todo eso le ponía cachondo. Claro que, ¿qué iba a decir yo, que casi me había corrido en los calzoncillos sin necesidad de tocarme al ver a mi ex, la mujer a la que ansiaba volver a tirarme siendo follada como un animal por aquel tipo que me causaba tanta repulsión?

Antes de retirarse de la ventana, con Dani aún derrumbado sobre su espalda, Anita me lanzó un beso y un gesto con el que me indicaba que me largara de allí. Buen consejo. Con todo el sigilo posible en aquella situación de desconcierto me alejé por el sendero hasta llegar a la casa. Aún había gente levantada viendo la televisión en el salón. Me despedí de ellos de manera automática, por instinto, porque no acababa de coordinar tras todo lo vivido. Entré en el dormitorio y Lucía estaba dejando las gafas sobre un libro dispuesta a apagar la luz.

-Vaya, pensé que ya no venías.

-Yo…

-¿Qué?

-Nada -respondí, y comencé a desvestirme tan rápido como pude.

-Bueno, bueno, ¿y esas prisas? -dijo Lucía, hasta que reparó en mi erección- ¿Y esa cosa?

Me deslicé desnudo en la cama, le agarré la cara y la besé.

-He sido bueno y me he reservado todo el día, pero me tienes a mil y si no me la comes me la voy a tener que menear porque la tengo a reventar.

Antes de terminar de hablar Lucía había agarrado mi polla y la apretaba con fuerza.

-Vaya, sí que está dura. ¡Y caliente! Pobrecito mío, qué bueno es mi niño…

Vestida con un pantalón corto de pijama y una camiseta, Lucía alcanzó una goma de la mesilla y se recogió el pelo. Se colocó sobre mí y comenzó a pesarme el cuello, bajando poco a poco hacia el pecho, el estómago, el vientre y el interior de los muslos. Recaló entonces en la zona hasta entonces omitida.

-Mmmm… Un dulcecito antes de dormir -dijo mientras me agarraba la polla y se la metía en la boca.

¡Oooooh, qué sensación! No sé si alguna vez había acumulado tanta excitación, tanto deseo sexual. Dudaba de no tardar demasiado en correrme -a lo mejor no tan poco como su hermanito-, pero me daba lo mismo. Quería disfrutar de aquel momento. Abrí las piernas y las arqueé un poco, y Lucía lo tomó como una invitación, primero para lamerme los huevos a conciencia y más tarde para hacerme levantar algo más las piernas para llevar la punta de su lengua hasta mi ano, mientras me masajeaba las pelotas con una mano y me pajeaba con la otra.

Vinieron ruidos del pasillo. Eran Dani y Ana que se dirigían a su habitación. Lucía me miró y me hizo una señal de silencio con el dedo antes de volver a mamar. ¡Dios de mi vida! Poco sabía la pobre lo excitante que resultaba para mí que mi mujer me estuviera practicando una felación mientras que mi ex, que acababa de comérsela a su hermano antes de humillarlo, se encerraba con este en su dormitorio, que teníamos pared con pared.

Aquello era demasiado.

-¡Date la vuelta! -dije apartándola con cuidado de mí

-¿Qué?

-Date la vuelta. Quítate la camiseta y túmbate, por favor.

Lucía obedeció. Dejó ante mí sus hermosas tetas bamboleantes y yo me senté sobre su vientre y comencé a pajearme.

-¡Joder, cariño, sí que estás cachondo! -jadeo, encendiéndose ella también hasta el extremo de que metió sus manos bajo el pantalón del pijama y comenzó a tocarse.

Yo me incliné hacia delante, apoyándome en la cama sobre una mano, y seguí meneándome la polla, pajeándola, arriba y abajo, arriba y abajo… ¡Joder, cómo me gustaba el sexo! ¡Qué fantasía estaba viviendo, Dios!

-¡Me corro, cariño! -exclamé, más alto de debido.

-¡Shhhhh! Calla, joder -susurró Lucía sin dejar de mirarme pajeándome sobre ella mientras se tocaba cada vez con más intensidad-. Me corro contigo, qué cachonda me has puesto, ¡me corro contigo!

Hice un esfuerzo por darle tiempo, me incorporé un poco y cambié mi punto de apoyo del colchón a su pecho izquierdo, que comencé a masajear a conciencia.

-¡No aguanto más! -gemí mientras mi polla comenzaba a babear- ¡Me corro!

-Mmmmm… ¡Síiiiii! -gimió Lucía revolviendo su cuerpo debajo del mío -Córrete, ¡Córrete! Yo también, yo también…

El primer disparo de semen le cubrió el pecho derecho, el segundo, el izquierdo, pasando sobre mi mano. El tercero fue el más rotundo, alcanzándole la barbilla y el labio superior y todo el trayecto hasta esa diana. Dos disparos más sobre el estómago, y los estertores, goteando sobre el vientre.

Ambos nos quedamos jadeando en esa posición. Nos dimos unos segundos. Luego yo me dejé caer a su lado en la cama. Cuando el éxtasis comenzó a disiparse, llegaron la conciencia y la culpa.

-¡Eres un idiota! -susurró-. Mira que eres bruto. Se ha debido de enterar toda la casa. ¡Qué vergüenza, Alex!

-Lo siento, yo…

-Sí, ya, que estabas muy cachondo. Pues mira, a partir de ahora prefiero que no me esperes y te pajees lo que te haga falta, porque menudo numerito has montado.

-Yo solo, ¿no?

Al percatarse, Lucía sacó las manos de debajo de su pijama y me lanzó un empujón.

-Anda, déjame en paz. Alcánzame la caja de pañuelos.

Nos limpiamos, volvimos la cama y apagamos la luz. Lucía se acomodó a mi lado y yo la rodeé con mi brazo.

-Buenas noches, cariño -dijo.

-Buenas noches -respondí.

Y me dispuse a cerrar los ojos y descansar tratando de imaginar las posibilidades cósmicas que se presentaban tras lo ocurrido aquel día.
Que bueno!!!! como una piedra leyendo me tienes
 
No sabía cuál me gustaba más, cuál me excitaba más. Aunque, ¿por qué tendría que escoger, después de todo?
me sentí un jugador con suerte: si había tenido una buena pareja ese día, ¿por qué no fantasear con un póquer? Sí, lo admito: soy un salidorro y además tengo una fantasía muy generosa. Un sátiro disfrutón
¡Magistral¡ Esa es la actitud…
Vamos a gozar mucho con un buen varilarguero y dos reales hembras…
 
Me encanta tu historia, y tu forma de contarla.He acabado los capítulos y aquí estoy con la polla durisima
 
Por cierto, por ayudar a vuestra imaginación, ¿os gustaría ver una comparativa de mi ex y mi mujer desnudas? Si esta tercera parte consigue un número aceptable de likes, que vea que hay interés, las “cuelo” como intermedio antes de la cuarta. Y más adelante, si queréis, una foto comparativa entre mi cuñado y yo (que sí, también tengo de él en bolas).

Ahí queda ese “aliciente”, jeje… Y, por supuesto, se agradecen todo tipo de comentarios que animen a seguir escribiendo.

Y ante todo, gracias por leer la historia.
Que morbo de historia!!
 
Imagino que el autor tendra sus motivos, como en la Propuesta, David Lovia...para espaciar la publicación. En mi caso, pierdo el interés y el respecto a la Propuesta he decidido no adquirirlo. Prometia... una pena
 
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