Mi mujer y yo. Su confesión

Te aseguro que yo tengo mis principios y al igual que no me va el rollo de consentidor, tampoco me va el de corneador.
Siempre tengo.mucho respeto por las chicas que tienen novio y nunca intentaría nada.
No voy a hacer lo que a mí no me gustaría que me hicieran.
Se me saltan las lágrimas!.....you are my hero!!!
 
NICO


Un ruido húmedo me despierta.


No me muevo, pero la luz azulada del móvil de Vega ilumina la habitación a medias. Noto el leve temblor de la cama y su respiración entrecortada.


Me excita saber que está despierta, que hace algo sin pensar que la estoy mirando. Dudo si girarme o seguir fingiendo que duermo.


Al final lo hago, despacio.


Vega se da cuenta de que estoy despierto.


—Eres un hijo de puta… —susurra, con la voz entrecortada, a medio camino entre el enfado y el deseo.


No respondo.


La observo.


Su mirada me atraviesa, como si me reprochara algo y al mismo tiempo me invitara a acercarme.


—¿Por qué no me lo contaste? —me dice.


—Porque sabía que ibas a leerlo —respondo.


—Y querías provocarme.


—Quería que pensaras en mí.


Durante unos segundos, ninguno dice nada. Solo se oye la respiración de los dos, densa, irregular.


Hay una distancia mínima entre nosotros, la justa para notar el calor del otro sin tocarlo.


Vega me sostiene la mirada.


—Pues lo has conseguido —dice en voz baja.


Sus palabras se quedan flotando en el aire, como una confesión y una amenaza al mismo tiempo.


Yo apenas respiro.


No sé si acercarme o dejar que sea ella quien dé el siguiente paso.


La habitación sigue en penumbra, y por un momento tengo la sensación de que todo se ha detenido: el tiempo, el aire, incluso la culpa.


Solo quedamos nosotros dos, mirándonos, con todo lo que no decimos latiendo entre los cuerpos.


VEGA


—No —le digo, y el silencio que sigue es más fuerte que cualquier grito.


Él se queda quieto, esperando.


—Hoy no me vas a follar tú.


Lo veo fruncir el ceño, confundido. Su cuerpo sigue en tensión, pero ahora es distinto.


Le sostengo la mirada.


—Hoy no quiero que me toques—añado—. Solo quiero que mires.


Su respiración se vuelve más profunda.


Siento que el poder cambia de lugar, que el deseo ya no es una fuerza que se impone, sino algo que controlo.


No necesito tocarlo.


Solo quiero que entienda que puedo desear y decidir a la vez.


—Léeme —le digo.


Él me observa, sin entender.


—Lo que escribí —añado—. Léelo en voz alta.


Y lo hace.


Su voz suena temblorosa, como si las palabras pesaran más al salir de su boca.


Cada frase que pronuncia parece golpearlo desde dentro.


Cuando termina, dejo que el silencio caiga entre nosotros.


Le miro con calma, sabiendo que esta vez es él quien no sabe qué hacer.


Apago la pantalla del móvil.


El cuarto queda a oscuras.


Solo se escucha su respiración, la mía, y ese ruido invisible que hace el deseo cuando se contiene.


Lo miro y sonrío apenas, con esa calma que sé que le descoloca.


Él sigue de pie, respirando hondo, como si no entendiera qué está pasando.


—diossssss—digo, mientras mi espalda se arquea al sentir como me meto los dedos…—que polla… nunca he sentido una tan gorda…


El silencio que sigue es espeso, casi eléctrico, solo interrumpido por mis jadeos.


Puedo ver cómo se tensa su mandíbula, cómo su pecho se mueve más rápido.


Sus ojos se oscurecen.


—¿Qué has dicho? —pregunta, sin levantar la voz, pero con esa dureza que conozco.


No contesto.


Solo inclino un poco la cabeza, como si no hiciera falta repetirlo.


Sé que le hierve la sangre.


Sé que esa mezcla de rabia y deseo lo domina más que cualquier caricia.


Se acerca.


Su cuerpo proyecta sombra sobre el mío, y aunque no me toca, siento el calor de su presencia, ese peso invisible que siempre me ha podido.


—No vuelvas a decir eso —murmura.


Podría apartarme.


Pero no lo hago.


Mis dedos entrando en mi sexo, mientras sontengo su mirada, notando cómo el aire entre los dos se rompe en pedazos pequeños, ardientes.


No necesitamos tocarnos para saber lo que está ocurriendo.


Todo está ahí: el desafío, la culpa, la atracción que nos empuja a repetir lo que juramos no volver a hacer.


—ahhhhh!…mmmm….tu nunca me has follado así….


¡Ahh! Se me escapa un grito al sentir el peso de Nico sobre mi cuerpo, luego tras dos segundos mirándonos pasa su lengua por mi boca y eso me desarma porque sé lo que va a ocurrir. Me muerde…


Su polla me invade de un golpe tan fuerte que siento que me parto y un primer orgasmo hace que todo mi ser tiemble. Después de eso no recuerdo nada solo que no he podido dejar de correrme y que he vuelto a mearme de gusto.


—Nico —susurró a su lado.—no vuelvas a hacerlo, no dejes que ninguna otra puta te toque la polla…


—cariño era mentira solo quería ponerte cachonda.
 
NICO


Un ruido húmedo me despierta.


No me muevo, pero la luz azulada del móvil de Vega ilumina la habitación a medias. Noto el leve temblor de la cama y su respiración entrecortada.


Me excita saber que está despierta, que hace algo sin pensar que la estoy mirando. Dudo si girarme o seguir fingiendo que duermo.


Al final lo hago, despacio.


Vega se da cuenta de que estoy despierto.


—Eres un hijo de puta… —susurra, con la voz entrecortada, a medio camino entre el enfado y el deseo.


No respondo.


La observo.


Su mirada me atraviesa, como si me reprochara algo y al mismo tiempo me invitara a acercarme.


—¿Por qué no me lo contaste? —me dice.


—Porque sabía que ibas a leerlo —respondo.


—Y querías provocarme.


—Quería que pensaras en mí.


Durante unos segundos, ninguno dice nada. Solo se oye la respiración de los dos, densa, irregular.


Hay una distancia mínima entre nosotros, la justa para notar el calor del otro sin tocarlo.


Vega me sostiene la mirada.


—Pues lo has conseguido —dice en voz baja.


Sus palabras se quedan flotando en el aire, como una confesión y una amenaza al mismo tiempo.


Yo apenas respiro.


No sé si acercarme o dejar que sea ella quien dé el siguiente paso.


La habitación sigue en penumbra, y por un momento tengo la sensación de que todo se ha detenido: el tiempo, el aire, incluso la culpa.


Solo quedamos nosotros dos, mirándonos, con todo lo que no decimos latiendo entre los cuerpos.


VEGA


—No —le digo, y el silencio que sigue es más fuerte que cualquier grito.


Él se queda quieto, esperando.


—Hoy no me vas a follar tú.


Lo veo fruncir el ceño, confundido. Su cuerpo sigue en tensión, pero ahora es distinto.


Le sostengo la mirada.


—Hoy no quiero que me toques—añado—. Solo quiero que mires.


Su respiración se vuelve más profunda.


Siento que el poder cambia de lugar, que el deseo ya no es una fuerza que se impone, sino algo que controlo.


No necesito tocarlo.


Solo quiero que entienda que puedo desear y decidir a la vez.


—Léeme —le digo.


Él me observa, sin entender.


—Lo que escribí —añado—. Léelo en voz alta.


Y lo hace.


Su voz suena temblorosa, como si las palabras pesaran más al salir de su boca.


Cada frase que pronuncia parece golpearlo desde dentro.


Cuando termina, dejo que el silencio caiga entre nosotros.


Le miro con calma, sabiendo que esta vez es él quien no sabe qué hacer.


Apago la pantalla del móvil.


El cuarto queda a oscuras.


Solo se escucha su respiración, la mía, y ese ruido invisible que hace el deseo cuando se contiene.


Lo miro y sonrío apenas, con esa calma que sé que le descoloca.


Él sigue de pie, respirando hondo, como si no entendiera qué está pasando.


—diossssss—digo, mientras mi espalda se arquea al sentir como me meto los dedos…—que polla… nunca he sentido una tan gorda…


El silencio que sigue es espeso, casi eléctrico, solo interrumpido por mis jadeos.


Puedo ver cómo se tensa su mandíbula, cómo su pecho se mueve más rápido.


Sus ojos se oscurecen.


—¿Qué has dicho? —pregunta, sin levantar la voz, pero con esa dureza que conozco.


No contesto.


Solo inclino un poco la cabeza, como si no hiciera falta repetirlo.


Sé que le hierve la sangre.


Sé que esa mezcla de rabia y deseo lo domina más que cualquier caricia.


Se acerca.


Su cuerpo proyecta sombra sobre el mío, y aunque no me toca, siento el calor de su presencia, ese peso invisible que siempre me ha podido.


—No vuelvas a decir eso —murmura.


Podría apartarme.


Pero no lo hago.


Mis dedos entrando en mi sexo, mientras sontengo su mirada, notando cómo el aire entre los dos se rompe en pedazos pequeños, ardientes.


No necesitamos tocarnos para saber lo que está ocurriendo.


Todo está ahí: el desafío, la culpa, la atracción que nos empuja a repetir lo que juramos no volver a hacer.


—ahhhhh!…mmmm….tu nunca me has follado así….


¡Ahh! Se me escapa un grito al sentir el peso de Nico sobre mi cuerpo, luego tras dos segundos mirándonos pasa su lengua por mi boca y eso me desarma porque sé lo que va a ocurrir. Me muerde…


Su polla me invade de un golpe tan fuerte que siento que me parto y un primer orgasmo hace que todo mi ser tiemble. Después de eso no recuerdo nada solo que no he podido dejar de correrme y que he vuelto a mearme de gusto.


—Nico —susurró a su lado.—no vuelvas a hacerlo, no dejes que ninguna otra puta te toque la polla…


—cariño era mentira solo quería ponerte cachonda.
Vega tiene un cierto aire a Alba de LCDI... por lo posesiva y posiblemente destructiva que puede llegar a ser con Nico.
 
NICO

Desde que ascendieron a Vega hace un mes, nuestro día a día se ha vuelto insoportablemente monótono. Entre semana se queda hasta tarde en la oficina; cuando llega, apenas hablamos, cena cualquier cosa frente al portátil y cae rendida en el sofá con la cabeza llena de números y correos. Ya casi ni discutimos: no hay energía ni para eso.


El fin de semana tampoco mejora. Siempre hay algo pendiente —una formación, un informe, una reunión extra— y todo se ha ido volviendo gris, plano, como si nuestra vida hubiera perdido color. Sabía que en algún momento llegaría una etapa así, pero no imaginaba que duraría tanto… ni que me pesaría de esta forma.


Hoy nos habían invitado a una fiesta de Halloween. Ella no quiere venir: dice que está cansada, que tiene trabajo atrasado y que prefiere quedarse en casa. Y yo, que al principio pensaba no ir sin ella, he decidido hacerlo. Estoy harto de la rutina, de verla siempre con el mismo gesto de agotamiento, de sentir que ya no estoy en su cabeza. Ayer me compré un disfraz sin pensarlo demasiado. Me da rabia que no venga, y me extraña: a Vega siempre le ha encantado disfrazarse, perderse un rato en otro personaje. Pero supongo que ahora su personaje es ese… el de la mujer que no tiene tiempo para nada más.


Me miro al espejo del baño con el disfraz medio puesto. Un pantalón negro, una camisa rasgada y un poco de pintura roja en el cuello. No está mal. Me río solo, aunque sin ganas. Me siento un idiota disfrazándome mientras ella sigue encerrada en ese mundo que parece no tener espacio para nadie más.


Desde el salón llega el tecleo constante del ordenador. Tac, tac, tac… Un sonido frío, mecánico, que se ha vuelto parte del paisaje de la casa. Paso por detrás de ella y la veo encorvada sobre la mesa, el pelo recogido a toda prisa, las gafas medio torcidas. Ni siquiera se ha dado cuenta de que llevo media hora preparándome.

—Ya me voy —digo, apoyado en el marco de la puerta.

—Mmm… —responde sin levantar la vista—. No llegues muy tarde.

Ni una sonrisa, ni una mirada. Solo ese tono distraído, como si hablara con un compañero de oficina.

Me acerco un poco más.

—¿Seguro que no quieres venir? Podrías desconectar un rato…

—No puedo, Nico. Mañana tengo que entregar el informe, y si no lo acabo hoy no llego.

Su voz suena cansada, casi vacía. No hay reproche, ni ternura, ni nada. Solo agotamiento. Me quedo un momento en silencio, mirándola. Querría decirle algo, tocarle el hombro, recordarle que también existo, pero sé que no serviría de nada.

Respiro hondo y me alejo. Cojo las llaves, el móvil, el abrigo.

—Vale… pues me voy.

Ella solo asiente con un leve ajá y sigue tecleando.

Cierro la puerta despacio. En el pasillo, el silencio pesa distinto. Me doy cuenta de que hace semanas que no salgo solo, que no me río de verdad, que apenas la reconozco. Y lo peor es que empiezo a no reconocerme a mí tampoco.

La música se escucha desde la esquina, grave, envolvente, como el latido de un corazón cansado. Al entrar, me golpea una mezcla de calor, perfume y risas. El local está decorado con telas negras, calabazas iluminadas y una niebla artificial que se arrastra por el suelo. Las luces cambian de color cada pocos segundos, bañando los disfraces con destellos rojos, verdes, violetas.

Camino despacio entre zombies con copas de plástico, enfermeras de sangre brillante y vampiros que se ríen mostrando colmillos de goma. Todos parecen disfrutar de algo que yo no consigo sentir.

Me sirvo una copa y busco un rincón donde observar sin molestar. La bebida me quema un poco la garganta, y el primer trago me deja un regusto amargo, más por dentro que por fuera. Echo de menos a Vega. No por obligación, sino por costumbre. Por ese simple gesto de tenerla cerca.

—¡Eh, Nico! —una voz familiar me saca del pensamiento. Es David, uno de los del taller—. ¿Vega no ha venido al final?

—No, tenía trabajo. —Lo digo con naturalidad, aunque por dentro me pesa.

Él me da una palmada en el hombro y se ríe—. Pues entonces, tío, te toca pasarlo bien por los dos.

Sonrío, pero la sonrisa me sale floja.

A su lado hay una chica joven, disfrazada de demonio, con unos pequeños cuernos brillantes y un vestido rojo demasiado corto para ser casual. Me suena de la oficina: es la becaria, la he visto varias veces pasar con carpetas y auriculares. Apenas hemos hablado.

—Yo creo que ella se lo pierde —dice, con una sonrisa ladeada.

—¿Perderse esto? —respondo, señalando la pista—. No sé si lo llamaría perderse algo.

Ella se ríe. Tiene esa energía de quien todavía no ha aprendido a cansarse de las noches largas. Hablamos un rato. Es simpática, más suelta de lo que esperaba, y durante unos minutos siento que el peso en el pecho se aligera un poco.

David vuelve a intervenir, medio bromeando, medio en serio:

—Tío, si Vega no ha querido venir, por lo menos que tú te lo pases bien.

La becaria asiente, con un gesto pícaro.

—Exacto. Si no ha querido venir… ella se lo pierde.


Esa frase me da de lleno. Ella se lo pierde.

Por un momento, algo hace clic dentro. No sé si es rabia, orgullo o simple necesidad de sentirme vivo, pero de repente pienso: ¿por qué no?

Bebo otro trago, más largo esta vez. Empiezo a notar el calor subir, la música colarse entre la piel y los pensamientos. Me dejo llevar un poco. La becaria baila, se acerca, me sonríe. No hago nada, pero tampoco me aparto.

Y entonces, entre la gente, la veo.

Una mujer entra despacio, casi flotando entre el humo. El traje negro brilla bajo las luces, ceñido, húmedo de reflejos. La máscara le cubre parte del rostro y las orejas de gata sobresalen sobre el pelo oscuro. La cola se balancea suave, casi hipnótica, mientras camina con la seguridad de quien sabe que todos la están mirando.

El látex parece respirar con ella. Cada movimiento es un desafío, una invitación, un secreto.

Por un instante, todo el ruido desaparece. Solo la miro.

Y no sé por qué, pero siento que ya he visto antes esa forma de caminar.

El ambiente se ha caldeado. Las luces parpadean, los cuerpos se mueven, y el alcohol empieza a disolver la timidez. La música suena cada vez más fuerte, el tipo de ritmo que se siente más en el pecho que en los oídos.

La mujer del traje negro se ha convertido en el centro de todas las miradas. Algunos disimulan, otros no. Su forma de caminar, lenta, precisa, tiene algo magnético. Uno de mis compañeros se inclina hacia mí, señalándola con la copa:

—Madre mía… catwoman…

La becaria ríe y añade, sin pudor:

—Con ese traje hoy la dan y no solo el premio a cachonda del año.

Todos soltamos una carcajada, y justo entonces otro, más pasado de copas, suelta:

—Esa hoy folla, seguro.

Las risas suben de tono. Yo también río, aunque más por reflejo que por ganas. Hay algo incómodo en esa mezcla de deseo y burla, pero me lo guardo.

Sigo observándola. Entre las luces estroboscópicas, la gata se detiene a hablar con un hombre disfrazado de pirata. Él gesticula demasiado, se nota que intenta ligar, pero ella apenas le presta atención. Su postura es otra, más segura, más distante. Al final él se rinde y se aleja.

Ella se gira y busca algo —o a alguien— con la mirada. No parece incómoda, más bien… expectante. A los pocos segundos, otra mujer se le une. Lleva el pelo rubio recogido en dos coletas teñidas de azul y rosa, medias rotas, una sonrisa exagerada. Tardo un segundo en reconocerla: Eli.

Me tenso. ¿Eli? ¿Qué hace aquí? Es amiga de Vega, de las de verdad. No la veo desde hace meses.

¿Y si Vega…?

Niego con la cabeza. No puede ser. Ella se quedó en casa, tenía trabajo.

Dudo si acercarme. Eli me ha visto, estoy casi seguro. Pero antes de que pueda decidir, las dos empiezan a avanzar entre la gente, directo hacia donde estoy.

La luz parpadea. En un destello, catwoman levanta la vista y me mira. Y en esa mirada, breve pero certera, algo dentro de mí se detiene. Esos ojos. Esa forma de sostenerme la mirada, fija, contenida, con un punto de desafío. Esos ojos verdes

Lo sé antes de que mi mente lo acepte: es ella.

El corazón me late fuerte. Me viene de golpe la frase de antes —“esa hoy folla, seguro”— y me recorre una corriente extraña, mitad rabia, mitad excitación.

La cabrona quiere jugar.

Me humedezco los labios sin darme cuenta. El ruido, la gente, la música… todo se vuelve difuso. Solo veo su cuerpo moverse entre el humo, acercándose, con esa media sonrisa que ya no puedo confundir.

Y por primera vez en semanas, me siento completamente despierto.
 
" Desde que ascendieron a Vega hace un mes, nuestro día a día se ha vuelto insoportablemente monótono. Entre semana se queda hasta tarde en la oficina; cuando llega, apenas hablamos, cena cualquier cosa frente al portátil y cae rendida en el sofá con la cabeza llena de números y correos. Ya casi ni discutimos: no hay energía ni para eso."

Sorprendente giro argumental, del paraíso al infierno de la monotonía en sólo unas líneas.
No me creo que a Vega, no le quedase energía para una mirada, una caricia, un beso, un gesto de ternura. O es que Nico exagera, y la necesita más de lo que puede reconocer?... Veremos cómo lo cuenta ella.

Y después... De abnegada ejecutiva con dedicación plena, a diosa felina.
Quién pudiera visualizar ésa imagen de Vega entrando en la fiesta.
 
VEGA

Sé que últimamente no estoy siendo justa con Nico. Desde que me ascendieron, mi cabeza no ha parado ni un solo día. Todo el tiempo estoy pensando en entregas, reuniones, plazos, correos… y aunque intento compensarlo, no llego. Me da rabia, porque él no tiene la culpa, pero cada noche acabo tan cansada que lo último que me queda es energía para nosotros. Y aun así, lo veo ahí, esperando una mirada, una palabra, una caricia… y me duele.

Cuando me habló de la fiesta de Halloween, lo noté ilusionado, como si buscara un respiro, una excusa para romper la rutina. Y fue justo entonces cuando se me ocurrió la idea. Fingir que no quería ir, dejar que se marchara y aparecer después, de sorpresa, disfrazada. Solo para ver su cara, solo para recordarle que no me he olvidado de él.

Al día siguiente, cuando salí de la oficina, pasé por un sexshop y fui directa a la zona de disfraces, quería algo atrevido. No tardé mucho en decidirme. En cuanto vi el traje de negro de látex, lo supe, perfecto para disfrazarme dé catwoman. Ajustado, negro, con ese brillo sutil que dibuja el cuerpo sin dejarlo todo a la vista. La dependienta me llevó al probador con una sonrisa cómplice, y apenas me lo puse… sentí cómo el látex se pegaba a mi piel como una segunda capa.

El material se estiró sobre mis curvas, marcando la línea de mis caderas, la forma de mis muslos, el contorno de mis pechos. Me miré al espejo y no pude evitar sonreír: parecía otra. El reflejo devolvía a una mujer segura, provocadora, casi peligrosa. Me coloqué la máscara con las orejas de gata, me giré despacio y vi cómo el pequeño rabo salía justo por encima de mi culo, moviéndose levemente con cada paso.

—Es perfecto… —murmuré, observándome en el espejo—. Pero, ¿qué ropa interior llevo con esto? Se va a marcar todo.

La dependienta sonrió desde fuera del probador, divertida.

—No se lleva —dijo con naturalidad—. Está hecho para no llevar nada debajo.

Por un segundo me quedé en silencio. Noté cómo el calor me subía por el pecho, mezclando la sorpresa con una chispa de deseo. Asomé la cabeza por la cortina y las dos reímos, sabiendo perfectamente lo que eso significaba.

Me vestí de nuevo con una sonrisa que no me quitaba ni el espejo. Luego vi una máscara negra con ojos de gato, perfecta, también la compré. Salí de la tienda con la bolsa en la mano y el corazón acelerado. Hacía semanas que no me sentía así: viva, ligera, traviesa.

A mitad de calle, algo llama mi atención. Un escaparate iluminado con luces rojas y azules, exageradas, casi teatrales. Me detengo y sonrío. Reconozco el lugar enseguida. Es el mismo sex-shop al que fuimos hace meses, una tarde de curiosidad que acabó siendo algo más. Allí compramos aquel “detalle” que aún guardo en el cajón, el que solo usé una vez.

Por un instante pienso en seguir de largo, pero la curiosidad —y la idea que acaba de cruzárseme por la cabeza— me gana. Empujo la puerta.


El sonido del timbre me recibe junto al olor a incienso y a perfume dulce. Detrás del mostrador está la misma dependienta: joven, alegre, con el pelo recogido en un moño mal hecho y un brillo pícaro en los ojos. Me mira y sonríe, reconociéndome al instante.

—Vaya… si es mi conejita favorita. ¿Qué tal lo pasaste con tu marido? —dice divertida.

No puedo evitar reír. Me ruborizo un poco.

—Lo recuerdo… —respondo bajando la voz—. Digamos que fue… diferente.

Ella ríe conmigo, disfrutando de la confidencia.

—Me alegra oírlo. ¿Y hoy? ¿Otra aventura?


Me acerco al mostrador y apoyo la bolsa del disfraz.


—Sí. Bueno, algo así. Quiero darle una sorpresa a mi marido —digo, y me escucho hablar más despacio, casi con pudor—. Vamos a una fiesta, y… he pensado que podría llevar… algo… que él no espere.


La dependienta ladea la cabeza, divertida.


—¿Algo como lo de la otra vez?


Siento el calor subirme por el cuello. Me muerdo el labio antes de contestar.


—Parecido, pero… distinto. Algo más discreto. Quiero que sea un secreto hasta el final de la noche.


Ella asiente con una sonrisa cómplice, comprendiendo sin necesidad de más palabras.


—Creo que tengo justo lo que buscas —dice, y desaparece unos segundos entre los pasillos.


Mientras espero, miro los estantes llenos de objetos que brillan bajo la luz tenue. Pienso en Nico, en cómo me mirará cuando descubra la sorpresa. Siento una mezcla de nervios y deseo, como si volviera a tener veinte años.


La dependienta vuelve con una pequeña caja entre las manos. La coloca sobre el mostrador con cuidado, como si guardara un secreto.


—Este creo que te va a gustar —dice, y abre la tapa lentamente.


Dentro, sobre un lecho de terciopelo negro, hay un objeto de metal pulido, de líneas suaves, curvas elegantes y un brillo casi hipnótico. La luz cálida del local se refleja en su superficie, devolviendo destellos que parecen respirar.


Por un instante me quedo callada, observándolo. Es discreto, bonito incluso, más pequeño que el que tengo en casa, más sofisticado. Hay algo en su forma que sugiere más de lo que muestra, una promesa silenciosa escondida bajo su brillo.


—Es… perfecto —murmuro, sintiendo que me tiembla un poco la voz.


Levanto la vista hacia la dependienta, dudando antes de preguntar.


—¿Y… crees que podría llevarlo toda la noche? —pregunto en voz baja, casi como si temiera que alguien más pudiera oírme.


Ella sonríe, divertida, apoyándose ligeramente en el mostrador.


—Depende —responde con tono profesional, pero con esa chispa de complicidad que ya reconozco en su mirada—. Si es por la comodidad, no tendrás problema. Si es por la actitud… bueno, eso ya depende de ti.

Suelto una pequeña risa nerviosa.

—Creo que puedo manejarlo —digo, tratando de sonar más segura de lo que estoy.

Mientras ella envuelve la caja, mi mente se escapa unos segundos. Me imagino a mí misma esa noche, caminando entre la gente, sabiendo lo que llevo puesto, sintiendo ese secreto solo mío. Imagino el roce imperceptible, la tensión dulce de no poder olvidarlo ni un instante. Una corriente invisible recorriendo mi cuerpo bajo el traje. La sensación de control… y de vulnerabilidad a la vez.

Me doy cuenta de que sonrío sola cuando ella cierra la tapa.

—No lo dudo —dice, guiñándome un ojo—. —Lo mejor es que nadie sabrá que lo llevas, pero tú sí. Y eso se nota.

Me muerdo el labio sin poder evitarlo. La frase me atraviesa con un cosquilleo.

Asiento, con una sonrisa tímida y el corazón algo más rápido. Pago, guardo la cajita en la bolsa y salgo del local.

El aire frío de la calle me despeja, pero no logra enfriar la idea que me ronda. Camino despacio, con esa mezcla de nervios y deseo flotando bajo la piel. Esta vez no es solo una sorpresa para Nico. También lo es para mí.
 
VEGA

Sé que últimamente no estoy siendo justa con Nico. Desde que me ascendieron, mi cabeza no ha parado ni un solo día. Todo el tiempo estoy pensando en entregas, reuniones, plazos, correos… y aunque intento compensarlo, no llego. Me da rabia, porque él no tiene la culpa, pero cada noche acabo tan cansada que lo último que me queda es energía para nosotros. Y aun así, lo veo ahí, esperando una mirada, una palabra, una caricia… y me duele.

Cuando me habló de la fiesta de Halloween, lo noté ilusionado, como si buscara un respiro, una excusa para romper la rutina. Y fue justo entonces cuando se me ocurrió la idea. Fingir que no quería ir, dejar que se marchara y aparecer después, de sorpresa, disfrazada. Solo para ver su cara, solo para recordarle que no me he olvidado de él.

Al día siguiente, cuando salí de la oficina, pasé por un sexshop y fui directa a la zona de disfraces, quería algo atrevido. No tardé mucho en decidirme. En cuanto vi el traje de negro de látex, lo supe, perfecto para disfrazarme dé catwoman. Ajustado, negro, con ese brillo sutil que dibuja el cuerpo sin dejarlo todo a la vista. La dependienta me llevó al probador con una sonrisa cómplice, y apenas me lo puse… sentí cómo el látex se pegaba a mi piel como una segunda capa.

El material se estiró sobre mis curvas, marcando la línea de mis caderas, la forma de mis muslos, el contorno de mis pechos. Me miré al espejo y no pude evitar sonreír: parecía otra. El reflejo devolvía a una mujer segura, provocadora, casi peligrosa. Me coloqué la máscara con las orejas de gata, me giré despacio y vi cómo el pequeño rabo salía justo por encima de mi culo, moviéndose levemente con cada paso.

—Es perfecto… —murmuré, observándome en el espejo—. Pero, ¿qué ropa interior llevo con esto? Se va a marcar todo.

La dependienta sonrió desde fuera del probador, divertida.

—No se lleva —dijo con naturalidad—. Está hecho para no llevar nada debajo.

Por un segundo me quedé en silencio. Noté cómo el calor me subía por el pecho, mezclando la sorpresa con una chispa de deseo. Asomé la cabeza por la cortina y las dos reímos, sabiendo perfectamente lo que eso significaba.

Me vestí de nuevo con una sonrisa que no me quitaba ni el espejo. Luego vi una máscara negra con ojos de gato, perfecta, también la compré. Salí de la tienda con la bolsa en la mano y el corazón acelerado. Hacía semanas que no me sentía así: viva, ligera, traviesa.

A mitad de calle, algo llama mi atención. Un escaparate iluminado con luces rojas y azules, exageradas, casi teatrales. Me detengo y sonrío. Reconozco el lugar enseguida. Es el mismo sex-shop al que fuimos hace meses, una tarde de curiosidad que acabó siendo algo más. Allí compramos aquel “detalle” que aún guardo en el cajón, el que solo usé una vez.

Por un instante pienso en seguir de largo, pero la curiosidad —y la idea que acaba de cruzárseme por la cabeza— me gana. Empujo la puerta.


El sonido del timbre me recibe junto al olor a incienso y a perfume dulce. Detrás del mostrador está la misma dependienta: joven, alegre, con el pelo recogido en un moño mal hecho y un brillo pícaro en los ojos. Me mira y sonríe, reconociéndome al instante.

—Vaya… si es mi conejita favorita. ¿Qué tal lo pasaste con tu marido? —dice divertida.

No puedo evitar reír. Me ruborizo un poco.

—Lo recuerdo… —respondo bajando la voz—. Digamos que fue… diferente.

Ella ríe conmigo, disfrutando de la confidencia.

—Me alegra oírlo. ¿Y hoy? ¿Otra aventura?


Me acerco al mostrador y apoyo la bolsa del disfraz.


—Sí. Bueno, algo así. Quiero darle una sorpresa a mi marido —digo, y me escucho hablar más despacio, casi con pudor—. Vamos a una fiesta, y… he pensado que podría llevar… algo… que él no espere.


La dependienta ladea la cabeza, divertida.


—¿Algo como lo de la otra vez?


Siento el calor subirme por el cuello. Me muerdo el labio antes de contestar.


—Parecido, pero… distinto. Algo más discreto. Quiero que sea un secreto hasta el final de la noche.


Ella asiente con una sonrisa cómplice, comprendiendo sin necesidad de más palabras.


—Creo que tengo justo lo que buscas —dice, y desaparece unos segundos entre los pasillos.


Mientras espero, miro los estantes llenos de objetos que brillan bajo la luz tenue. Pienso en Nico, en cómo me mirará cuando descubra la sorpresa. Siento una mezcla de nervios y deseo, como si volviera a tener veinte años.


La dependienta vuelve con una pequeña caja entre las manos. La coloca sobre el mostrador con cuidado, como si guardara un secreto.


—Este creo que te va a gustar —dice, y abre la tapa lentamente.


Dentro, sobre un lecho de terciopelo negro, hay un objeto de metal pulido, de líneas suaves, curvas elegantes y un brillo casi hipnótico. La luz cálida del local se refleja en su superficie, devolviendo destellos que parecen respirar.


Por un instante me quedo callada, observándolo. Es discreto, bonito incluso, más pequeño que el que tengo en casa, más sofisticado. Hay algo en su forma que sugiere más de lo que muestra, una promesa silenciosa escondida bajo su brillo.


—Es… perfecto —murmuro, sintiendo que me tiembla un poco la voz.


Levanto la vista hacia la dependienta, dudando antes de preguntar.


—¿Y… crees que podría llevarlo toda la noche? —pregunto en voz baja, casi como si temiera que alguien más pudiera oírme.


Ella sonríe, divertida, apoyándose ligeramente en el mostrador.


—Depende —responde con tono profesional, pero con esa chispa de complicidad que ya reconozco en su mirada—. Si es por la comodidad, no tendrás problema. Si es por la actitud… bueno, eso ya depende de ti.

Suelto una pequeña risa nerviosa.

—Creo que puedo manejarlo —digo, tratando de sonar más segura de lo que estoy.

Mientras ella envuelve la caja, mi mente se escapa unos segundos. Me imagino a mí misma esa noche, caminando entre la gente, sabiendo lo que llevo puesto, sintiendo ese secreto solo mío. Imagino el roce imperceptible, la tensión dulce de no poder olvidarlo ni un instante. Una corriente invisible recorriendo mi cuerpo bajo el traje. La sensación de control… y de vulnerabilidad a la vez.

Me doy cuenta de que sonrío sola cuando ella cierra la tapa.

—No lo dudo —dice, guiñándome un ojo—. —Lo mejor es que nadie sabrá que lo llevas, pero tú sí. Y eso se nota.

Me muerdo el labio sin poder evitarlo. La frase me atraviesa con un cosquilleo.

Asiento, con una sonrisa tímida y el corazón algo más rápido. Pago, guardo la cajita en la bolsa y salgo del local.

El aire frío de la calle me despeja, pero no logra enfriar la idea que me ronda. Camino despacio, con esa mezcla de nervios y deseo flotando bajo la piel. Esta vez no es solo una sorpresa para Nico. También lo es para mí.
 
Lo dejo todo preparado en el baño: el disfraz colgado en la percha, el plug aún dentro de su caja. Me miro en el espejo. Desnuda. Con el pelo aún húmedo de la ducha. Parezco otra, pero sigo siendo yo. Quizás una parte de mí que había olvidado.

Me seco con calma. Luego me siento en el borde de la bañera y abro la caja. El brillo metálico del plug me hace sonreír. Me lo acerco a la cara, como si pudiera olerlo. No lo hago. Solo juego. Lo chupo para lubricarlos un poco y ya siento como me enciendo.

Me apoyo en el lavabo, de lado. Con la otra mano, coloco el plug en la entrada de mi culo. Cierro los ojos. Siento cómo se resiste m… y luego, con una lentitud involuntaria, le deja pasar.

Lo noto entrar, como mi cuerpo lo absorbe. Y no es solo eso: lo siento quedarse.

Me levanto lo siento a cada paso. Camino al armario y tomo el traje. El látex se pega a mi piel con un sonido húmedo y suave. Siento el plug moverse apenas al estirar una pierna. Mmmm, si no tuviera la fiesta me follaba yo sola ahora mismo.

Camino deprisa bajo la lluvia fina. El aire está helado, pero ni lo siento. Cada paso resuena entre mis piernas. El plug se mueve conmigo, como si me recordara lo que estoy haciendo. Lo que me atrevo a hacer, pienso en Nico en la sorpresa que se va a llevar y lo cachondo que se va a poner.

Llego al portal de Eli y respiro hondo antes de tocar el timbre. Al poco, se oye el golpe del resbalón y su voz alegre desde el otro lado.

—¡Sube! Está abierto.

Empujo la puerta y subo los escalones, despacio, notando cómo el látex se estira sobre mis muslos. Cuando llego, ella ya me espera, apoyada en el marco de la puerta con una copa en la mano y una diadema de cuernos torcidos sobre el pelo suelto.

—¿Qué haces tan…?

Se detiene al verme. Me he quitado la capucha y el abrigo gotea sobre el suelo. Bajo la cremallera, despacio, sin decir nada. Cuando deslizo el abrigo de mis hombros y lo dejo caer sobre su perchero, Eli me mira como si no supiera qué decir.

—Hostia…

Su mirada se clava en el traje. Ajustado, negro, brillante. Cada curva marcada. Cada línea siguiendo el cuerpo como si hubiera sido hecho para mí. Bajo esa luz tenue, parezco otra. Alguien más segura. Más peligrosa.

—¿Llevas algo debajo? —pregunta, sin poder evitarlo.

La miro. No sonrío. Solo dejo que sus ojos bajen por mi vientre hasta mis caderas. El traje lo dice todo.

—nada —le digo, casi en un susurro.

Eli parpadea, un poco aturdida.

—Dios… Estás impresionante —responde, dejando la copa a un lado—. No sé qué coño te ha pasado, pero… así, te vas a comer el mundo.

—O que el mundo me coma a mí —le digo, divertida.

Ella ríe. Pero me sigue mirando, como si no acabara de creérselo.

—Vale. Me acojonas un poco. Pero en el buen sentido. Vamos, Catwoman. Esta noche va a ser divertida.

Cojo el abrigo, pero no me lo pongo. No lo necesito. Salimos juntas al frío de la noche. El látex roza la piel. El plug se mueve dentro de mí ano que siento que tiene vida y cada vez estoy más mojada.
 
VEGA

Sé que últimamente no estoy siendo justa con Nico. Desde que me ascendieron, mi cabeza no ha parado ni un solo día. Todo el tiempo estoy pensando en entregas, reuniones, plazos, correos… y aunque intento compensarlo, no llego. Me da rabia, porque él no tiene la culpa, pero cada noche acabo tan cansada que lo último que me queda es energía para nosotros. Y aun así, lo veo ahí, esperando una mirada, una palabra, una caricia… y me duele.

Cuando me habló de la fiesta de Halloween, lo noté ilusionado, como si buscara un respiro, una excusa para romper la rutina. Y fue justo entonces cuando se me ocurrió la idea. Fingir que no quería ir, dejar que se marchara y aparecer después, de sorpresa, disfrazada. Solo para ver su cara, solo para recordarle que no me he olvidado de él.

Al día siguiente, cuando salí de la oficina, pasé por un sexshop y fui directa a la zona de disfraces, quería algo atrevido. No tardé mucho en decidirme. En cuanto vi el traje de negro de látex, lo supe, perfecto para disfrazarme dé catwoman. Ajustado, negro, con ese brillo sutil que dibuja el cuerpo sin dejarlo todo a la vista. La dependienta me llevó al probador con una sonrisa cómplice, y apenas me lo puse… sentí cómo el látex se pegaba a mi piel como una segunda capa.

El material se estiró sobre mis curvas, marcando la línea de mis caderas, la forma de mis muslos, el contorno de mis pechos. Me miré al espejo y no pude evitar sonreír: parecía otra. El reflejo devolvía a una mujer segura, provocadora, casi peligrosa. Me coloqué la máscara con las orejas de gata, me giré despacio y vi cómo el pequeño rabo salía justo por encima de mi culo, moviéndose levemente con cada paso.

—Es perfecto… —murmuré, observándome en el espejo—. Pero, ¿qué ropa interior llevo con esto? Se va a marcar todo.

La dependienta sonrió desde fuera del probador, divertida.

—No se lleva —dijo con naturalidad—. Está hecho para no llevar nada debajo.

Por un segundo me quedé en silencio. Noté cómo el calor me subía por el pecho, mezclando la sorpresa con una chispa de deseo. Asomé la cabeza por la cortina y las dos reímos, sabiendo perfectamente lo que eso significaba.

Me vestí de nuevo con una sonrisa que no me quitaba ni el espejo. Luego vi una máscara negra con ojos de gato, perfecta, también la compré. Salí de la tienda con la bolsa en la mano y el corazón acelerado. Hacía semanas que no me sentía así: viva, ligera, traviesa.

A mitad de calle, algo llama mi atención. Un escaparate iluminado con luces rojas y azules, exageradas, casi teatrales. Me detengo y sonrío. Reconozco el lugar enseguida. Es el mismo sex-shop al que fuimos hace meses, una tarde de curiosidad que acabó siendo algo más. Allí compramos aquel “detalle” que aún guardo en el cajón, el que solo usé una vez.

Por un instante pienso en seguir de largo, pero la curiosidad —y la idea que acaba de cruzárseme por la cabeza— me gana. Empujo la puerta.


El sonido del timbre me recibe junto al olor a incienso y a perfume dulce. Detrás del mostrador está la misma dependienta: joven, alegre, con el pelo recogido en un moño mal hecho y un brillo pícaro en los ojos. Me mira y sonríe, reconociéndome al instante.

—Vaya… si es mi conejita favorita. ¿Qué tal lo pasaste con tu marido? —dice divertida.

No puedo evitar reír. Me ruborizo un poco.

—Lo recuerdo… —respondo bajando la voz—. Digamos que fue… diferente.

Ella ríe conmigo, disfrutando de la confidencia.

—Me alegra oírlo. ¿Y hoy? ¿Otra aventura?


Me acerco al mostrador y apoyo la bolsa del disfraz.


—Sí. Bueno, algo así. Quiero darle una sorpresa a mi marido —digo, y me escucho hablar más despacio, casi con pudor—. Vamos a una fiesta, y… he pensado que podría llevar… algo… que él no espere.


La dependienta ladea la cabeza, divertida.


—¿Algo como lo de la otra vez?


Siento el calor subirme por el cuello. Me muerdo el labio antes de contestar.


—Parecido, pero… distinto. Algo más discreto. Quiero que sea un secreto hasta el final de la noche.


Ella asiente con una sonrisa cómplice, comprendiendo sin necesidad de más palabras.


—Creo que tengo justo lo que buscas —dice, y desaparece unos segundos entre los pasillos.


Mientras espero, miro los estantes llenos de objetos que brillan bajo la luz tenue. Pienso en Nico, en cómo me mirará cuando descubra la sorpresa. Siento una mezcla de nervios y deseo, como si volviera a tener veinte años.


La dependienta vuelve con una pequeña caja entre las manos. La coloca sobre el mostrador con cuidado, como si guardara un secreto.


—Este creo que te va a gustar —dice, y abre la tapa lentamente.


Dentro, sobre un lecho de terciopelo negro, hay un objeto de metal pulido, de líneas suaves, curvas elegantes y un brillo casi hipnótico. La luz cálida del local se refleja en su superficie, devolviendo destellos que parecen respirar.


Por un instante me quedo callada, observándolo. Es discreto, bonito incluso, más pequeño que el que tengo en casa, más sofisticado. Hay algo en su forma que sugiere más de lo que muestra, una promesa silenciosa escondida bajo su brillo.


—Es… perfecto —murmuro, sintiendo que me tiembla un poco la voz.


Levanto la vista hacia la dependienta, dudando antes de preguntar.


—¿Y… crees que podría llevarlo toda la noche? —pregunto en voz baja, casi como si temiera que alguien más pudiera oírme.


Ella sonríe, divertida, apoyándose ligeramente en el mostrador.


—Depende —responde con tono profesional, pero con esa chispa de complicidad que ya reconozco en su mirada—. Si es por la comodidad, no tendrás problema. Si es por la actitud… bueno, eso ya depende de ti.

Suelto una pequeña risa nerviosa.

—Creo que puedo manejarlo —digo, tratando de sonar más segura de lo que estoy.

Mientras ella envuelve la caja, mi mente se escapa unos segundos. Me imagino a mí misma esa noche, caminando entre la gente, sabiendo lo que llevo puesto, sintiendo ese secreto solo mío. Imagino el roce imperceptible, la tensión dulce de no poder olvidarlo ni un instante. Una corriente invisible recorriendo mi cuerpo bajo el traje. La sensación de control… y de vulnerabilidad a la vez.

Me doy cuenta de que sonrío sola cuando ella cierra la tapa.

—No lo dudo —dice, guiñándome un ojo—. —Lo mejor es que nadie sabrá que lo llevas, pero tú sí. Y eso se nota.

Me muerdo el labio sin poder evitarlo. La frase me atraviesa con un cosquilleo.

Asiento, con una sonrisa tímida y el corazón algo más rápido. Pago, guardo la cajita en la bolsa y salgo del local.

El aire frío de la calle me despeja, pero no logra enfriar la idea que me ronda. Camino despacio, con esa mezcla de nervios y deseo flotando bajo la piel. Esta vez no es solo una sorpresa para Nico. También lo es para mí.
Me gusta este punto vista y como has escrito este parte de la historia….

Siempre he pensado que , en general, cuando una mujer se pone algo bajo su ropa,en una cita con una pareja…( ropa interior sexy o algún objeto ,juguete…),
No solo es para provocar a ésta.., si no para provocarse a si misma….
Pensar en la reacción de esa otra persona al descubrir lo que llevas “ escondido”.. te coloca ya en un nivel de excitaciòn y morbo muy interesante..☺️
 
NICO


Eli me ve y abre los brazos, exclamando con sorpresa exagerada:


—¡Nico! ¡Cuánto tiempo! No esperaba verte por aquí.


—Ya ves —respondo, sonriendo—. Decidí venir, aunque fuera un rato.


Nos damos dos besos, y entonces ella pregunta con esa picardía tan suya:


—¿Y Vega? ¿No ha venido contigo?


—No —respondo, con gesto tranquilo—. Tiene trabajo. Se ha quedado en casa.


Eli asiente, pero en sus ojos hay un brillo de juego, como si supiera algo que yo no debería saber. Se gira hacia su acompañante.


—Te presento a una amiga —dice, divertida—. Diana, este es Nico.


Vega da un paso adelante. Su disfraz brilla bajo la luz: el látex negro refleja los destellos de la pista, marcando cada curva como si respirara con ella. Me tiende la mano, y su voz —más grave, más lenta— suena casi nueva:


—Encantada.


—El placer es mío —respondo, alargando la mano también.


Nos damos dos besos, formales en apariencia, pero el roce basta para reconocerla. Su perfume, la calidez de su piel, el temblor leve cuando nuestras mejillas se rozan. Es un saludo, sí, pero también una declaración muda: te he reconocido, sigamos el juego.


Eli sonríe al vernos.


—Diana, este es Nico, un buen amigo mío. Muy formal, muy educado.


—Ah… me gustan los hombres formales —dice Vega, bajando apenas la voz, con una sonrisa que parece inocente pero no lo es.


Eli suelta una risita y yo aprovecho y presento a Vega “Diana”.


—David, te presento a Eli y… —miro a Vega, fingiendo que no sé su nombre— a Diana.


—Encantadas —dice Eli, brindando con su copa.


Vega asiente con una sonrisa comedida, los ojos brillándole bajo la máscara.


—Un placer —dice con ese tono suyo, medido, que parece esconder algo siempre.


Luego presentó a Rebeca, la becaria, Sonríe, y su mirada viaja directa a “Diana”, curiosa, evaluadora. Tarda un segundo en sonreírle también, con esa mezcla de inocencia y desafío de quien sabe el efecto que puede causar.


—Encantada —dice Rebeca, dándole dos besos.


—Igualmente —responde ella, mirándola con esa calma elegante que la vuelve imposible de leer.


Siento la tensión en el aire, sutil pero presente. Rebeca baja la vista apenas un instante, luego vuelve a mirar a Vega y sonríe.


—Bonito disfraz… no debe ser fácil moverse con algo tan ajustado.


Vega ladea la cabeza, sin perder la compostura.


—Depende —responde—. Hay que saber moverse.


Eli se ríe por lo bajo. David levanta las cejas, divertido. Yo intento no mostrar nada, pero noto cómo se me dibuja una sonrisa.


Rebeca me da un ligero codazo.


—Seguro que tú sabes apreciarlo, ¿no, Nico? —dice con un tono medio de broma, medio en serio.


Antes de que responda, Vega interviene.


—¿Ah, sí? ¿Eres de los que se fijan en los disfraces? —pregunta, con una sonrisa que roza la provocación.


—Depende del disfraz —contesto, mirándola sin apartar la vista.


David se ríe y levanta su copa.


—Bueno, bueno… esto empieza a parecer una película.


Las risas se mezclan con la música. La conversación deriva en anécdotas de oficina, historias sin importancia. Eli exagera, David interrumpe, Rebeca pregunta curiosa. Pero entre todo eso, hay otra conversación más silenciosa, solo entre ella y yo.


Cada vez que “Diana” me mira, algo se enciende. Cada palabra suya parece tener un doble sentido, y cada vez que sonríe, lo hace solo lo justo, como si me lanzara una promesa que nadie más puede entender.


En un momento, mientras todos ríen por algo que ha dicho Eli, me inclino un poco hacia ella y le susurro, sin que nadie lo note:


—Tienes un papel muy convincente.


Vega me responde sin mirarme, con esa voz baja que parece acariciar el aire.


—Lo sé. Pero todavía no he llegado a mi mejor escena.


Y sonríe.


Y en ese instante, todo lo demás —la música, la gente, el ruido— deja de importar.


La música sube, las luces cambian de color, y la conversación empieza a dispersarse entre risas y copas vacías. Eli, siempre inquieta, mira su vaso y hace un gesto teatral.


—Esto está seco. Voy a por más, ¿quién quiere?


—Yo me apunto —dice David, levantando la mano de inmediato.


—Perfecto, que los caballeros sigan conversando —añade ella, guiñándome un ojo antes de perderse entre la gente.


Y así, de pronto, nos quedamos los tres: Rebeca, “Diana” y yo.


Rebeca toma un sorbo de su copa, ladeando la cabeza hacia Vega.


—¿Así que te llamas Diana? No te había visto antes por aquí.


—No suelo venir mucho —responde Vega con naturalidad, aunque en su voz hay una cadencia suave, ensayada.


—Qué raro… —dice Rebeca—, con ese traje dudo que pasaras desapercibida.


Vega sonríe, inclinándose apenas hacia ella.


—Digamos que me gusta elegir bien cuándo aparecer.


La frase flota entre las dos, ligera pero cargada. Rebeca se ríe, nerviosa, sin saber si ha sido un cumplido o un desafío.


Yo observo en silencio, divertido. Es fascinante ver cómo Vega domina el juego. Todo lo que dice tiene un doble fondo, y aun así, nadie podría acusarla de nada.


—Y tú, Nico —dice entonces Rebeca, buscando mi atención—, ¿también vienes poco por aquí?


—Últimamente demasiado poco —respondo, con una sonrisa que no sé si va para ella o para la mujer que tengo al lado.


—Eso hay que remediarlo —dice Vega, girándose hacia mí, fingiendo interés—. Las fiestas son más divertidas cuando uno se deja llevar, ¿no crees?


—Depende de quién te acompañe —respondo sin apartar la mirada de la suya.


Ella sonríe apenas, y el silencio posterior dice más que cualquier frase.


Rebeca dice algo sobre el disfraz de Diana.


—No debe de ser cómodo —murmura, como si lo dijera por curiosidad.


Vega —Diana— le devuelve la mirada con una calma que roza la elegancia.


—Depende —responde—. Si sabes llevarlo, es casi perfecto.


Rebeca se aclara la garganta, quizá incómoda, quizá intrigada.


—Voy a buscar a Eli, seguro que necesita ayuda con las copas —dice, aunque su sonrisa la delata: quiere dejar espacio.


—Buena idea —responde Vega con una amabilidad perfecta.


La vemos alejarse. La multitud se la traga entre luces y humo.


Nos quedamos solos. O al menos, eso parece.


Ella da un pequeño paso hacia mí. No lo suficiente como para rozarme, pero sí lo justo para que su perfume vuelva a encontrarme.


—Así que… formal, trabajador, y ahora también fiestero —susurra con un brillo en los ojos—. Me pregunto si habrá algo más que debería saber de ti, Nico.


—Depende —respondo, jugando su mismo tono—. ¿Estás dispuesta a descubrirlo?


Vega sonríe, contenida, como quien guarda un secreto.


—Tal vez.
 
VEGA

Cuando Eli y David se pierden entre la multitud, el aire se espesa cargado de un pulso invisible que late entre nosotras tres. Rebeca finge su amabilidad con una sonrisa tensa, pero sus ojos la delatan: un destello de rabia contenida cada vez que Nico me devora con la mirada. Yo lo noto todo, y me enciende. Esa rivalidad cruda, me recorre la piel como la lengua de una serpiente.


Ella intenta atraparlo con preguntas banales y risitas forzadas, pero cada vez que hablo, él se inclina hacia mí y sus pupilas se dilatan ignorándola por completo. Rebeca aprieta los labios, su pecho sube y baja más rápido bajo ese disfraz de putidiabla que apenas contiene sus tetas. Puedo oler su frustración, un aroma dulce y ácido que se mezcla con el mío propio de excitación. Me excita su envidia; me moja saber que lucha por lo que ya es mío.


Mi traje látex me aprieta como una segunda piel, marca cada curva, con cada respiración siento el roce de la tela en mis pezones, manteniéndolos despiertos y duros marcados contra la tela. Y dentro, mi secreto: el plug hinchado en mi culo, pulsando con cada latido, follándome en silencio. Me humedezco tanto que siento el calor resbalando entre mis muslos, invisible pero real. Pienso en Nico descubriéndolo, en su polla reemplazándolo, y un gemido casi escapa de mi garganta.


Rebeca ataca con un comentario disfrazado de curiosidad, su voz un siseo venenoso:


—No debe de ser cómodo llevar eso puesto toda la noche.


Miro sus ojos, sostengo la mirada un segundo de más, dejando que sienta mi calor.


—Depende —respondo, mi voz ronca, baja—. Puede ser muy excitante.


Sus mejillas arden, su respiración se acelera; veo cómo aprieta los muslos bajo la falda corta, como si mi respuesta la hubiera tocado ahí abajo. Nico nos observa, con su mandíbula tensa, y sé que su mente está follando con una de nosotras… o con las dos. La idea me hace contraerme alrededor del plug, un espasmo que me arranca un jadeo disimulado.


Cuando Rebeca anuncia que va a ayudar a Eli, su voz aguda, crispada, huyendo con la falda ondeando, dejando ver el borde de sus nalgas redondas. No es derrota; es una promesa de guerra sucia.


—Buena idea —respondo, amable, con una sonrisa tranquila.


Él se acerca un poco, apenas un paso, lo suficiente para que su voz me roce.


—¿Vienes a menudo a fiestas como esta, Diana?


Sonrío, chupando la pajita con lengua lenta, imaginando su polla en su lugar.


—Solo cuando quiero que me folle un desconocido.


—Entonces puede que estés de suerte —murmura, su mano rozando mi cintura, dedos hundiénse apenas en el látex


—O yo, con arma que intuyo entre tus piernas.


Me pego más, sintiendo su calor, mi coño palpitando, el plug moviéndose con el roce. Quiero arrodillarme, sacar su polla y tragarla hasta el fondo, susurrarle al oído: “Un plug me está abriendo el culo para ti”. Pero me contengo; la anticipación me moja más.


—¿Sabes lo curioso? —dice, inclinándose apenas hacia mi—. A veces, lo que más nos atrae es lo que creemos no conocer.


—Y a veces —respondo, sin apartarme—, lo que ya conocemos puede sorprendernos otra vez.


Eli y David vuelven, y Rebeca reaparece como una sombra insistente, pegándose a Nico, su cuerpo rozando el suyo. Habla rápido, se nota el alcohol en la voz, presiona sus mini tetas contra su brazo y el escote abierto con los pezones duros bajo la tela roja.


—Vaya, Nico, —dice en tono burlón, acercándose un poco más—. En la oficina pareces tan serio.


Él sonríe sin responder. Tiene ese gesto educado, mitad cortesía mitad defensa, que conozco tan bien. Rebeca lo interpreta como invitación.


—Seguro que contigo las fiestas nunca son aburridas —añade, inclinándose para hablarle al oído. Su voz es más baja, más cargada de intención.


Él sonríe cortés, pero sus ojos vuelven a mí. Rebeca no se rinde: mano en su antebrazo, uñas arañando suave, cadera rozando su erección. Me hierve la sangre de celos calientes, deseo retorcido; imagino lamiendo sus tetas mientras él me folla, o viéndola arrodillada ante nosotros.


—Y tú, Diana —me lanza, ojos desafiantes—, cuídate. Que es peligroso.


—Sé manejarlo —respondo, voz cargada, mirándola fijo—. No tiene pinta de morder si no se lo pides


Eli ríe nerviosa; Rebeca palidece un segundo, pero contraataca, inclinándose para susurrarle a Nico, bajando la mano sutil hacia su muslo. La tensión es eléctrica, palpable; siento su envidia como un dedo en mi clítoris.


La noche se oscurece, las luces están bajas, los cuerpos sudados. Rebeca, borracha de deseo, agarra su brazo:


—Ven, te presento a mis amigos…


Él la mira con cortesía.


—Gracias, pero creo que ya tengo con quién irme.


Sus ojos buscan los míos al decirlo. No hace falta más.


Rebeca sigue su mirada, la encuentra en mí y entiende. Su gesto cambia apenas un segundo, lo justo para que el brillo en su rostro se apague un poco.


—Claro… —dice, con una risa que suena a rendición—. Buenas noches, entonces.


Se marcha con una risa falsa y las nalgas temblando en retirada.


Nico se pega a mí, siento erección dura en mi vientre, su mano en mi culo apretando sutil, y por un momento creo que el plug se sale.


—¿Nos vamos? —Nico pregunta en voz baja.


Asiento, con el coño chorreando y el plug palpitando.
 
...el plug hinchado en mi culo, pulsando con cada latido, follándome en silencio. Me humedezco tanto que siento el calor resbalando entre mis muslos, invisible pero real. Pienso en Nico descubriéndolo, en su polla reemplazándolo, y un gemido casi escapa de mi garganta.

...Nico nos observa, con su mandíbula tensa, y sé que su mente está follando con una de nosotras… o con las dos

...Quiero arrodillarme, sacar su polla y tragarla hasta el fondo, susurrarle al oído: “Un plug me está abriendo el culo para ti”


Nos follas la mente DeRiviaGerald69. :adorar1::cool:
 
El aire de la calle me azota la cara, frío y cortante, pero no enfría el fuego que llevo dentro. Nico camina a mi lado, su mano rozando la mía sin llegar a tomarla, como si aún jugáramos a ser extraños. El látex me aprieta con cada paso, el plug se desliza sutil dentro de mi culo, un roce constante que me hace apretar los muslos y contener un gemido. Estoy tan mojada que siento el calor resbalando, invisible bajo la tela, empapando el interior de mis muslos. Él no lo sabe. Todavía no. Y esa espera me tiene al borde, los pezones duros como balas, el clítoris palpitando con cada latido.


Miro de reojo. Su mandíbula tensa, los ojos oscuros fijos en mí, devorando cada curva que el traje marca. Sabe que lo observo y no disimula. Sonríe, lento, peligroso, como si ya estuviera dentro de mí.


—Nico… —susurro, todavía en personaje, aunque mi voz se quiebra y suena a Vega, no a Diana.


Él no responde. Me gira con un tirón rápido, decidido. Nuestros cuerpos chocan, el látex contra su camisa, y su boca cae sobre la mía como una orden.


No es un beso: es hambre acumulada. Siento las semanas de reuniones interminables, de noches en que llegaba tarde y él ya dormía, de mañanas en que apenas nos cruzábamos con un café en la mano. Todo eso se derrama en su lengua, en la forma en que me aprieta contra él, en el gruñido bajo que le vibra en el pecho.


Intento aferrarme al juego, pero se me escapa. La máscara me raspa la mejilla, el traje se pega a su torso, y su mano en mi espalda baja hasta el borde del látex.


Por un segundo no somos nadie: solo dos cuerpos que se reconocen después de demasiado tiempo.


Cuando se separa, mis ojos siguen cerrados. Respiro su aliento.


—Te he echado de menos —susurra, tan cerca que siento la vibración en mi cuello.


Abro los ojos. Lo miro.


No respondo. Solo lo miro, con una sonrisa que no puedo contener.


Y así, todavía disfrazados, todavía ardiendo, salimos a la calle.


Nico


El aire nocturno huele a asfalto mojado, a perfume barato y a la electricidad que aún crepita en mi piel. Vega —no, Diana— camina delante, y cada paso es un latigazo. El látex negro se le pega como una segunda piel, hundido entre sus nalgas con cada balanceo, marcando el surco perfecto. No es solo un culo: es una promesa que late. Me empalmo tan rápido que duele.


La luz de las farolas resbala por sus curvas, y por un segundo el mundo se reduce a eso: su cuerpo moviéndose, mis ojos siguiéndolo, mi polla exigiendo. No sé si lo hace a propósito, pero cada tacón es un golpe seco en mi pecho. Respiro más lento, acompasando mi pulso al suyo.


Gira la cabeza apenas. Me pilla mirándola. No se sonroja. Sonríe, lenta, sabiendo.


—¿Te gusta mirar, desconocido? —pregunta, voz ronca, como si ya me tuviera dentro.


—Solo cuando hay algo digno de ser mirado —respondo.


—Vaya. Y dime… ¿qué ves? —El tono es una caricia disfrazada de pregunta.


—Veo a alguien que sabe que tiene un culo de vértigo —digo, más bajo, sin poder evitarlo.


Ella se vuelve un poco, lo justo para que nuestros ojos se crucen un instante.


—Quizá solo estoy caminando —responde, con fingida inocencia.


—Y quizá —añado— no hay nada más peligroso que verte caminar.


Ríe despacio, con una risa que suena a terciopelo. Luego vuelve a avanzar, más despacio, como si cada paso fuera una respuesta.


—¿Y ese disfraz tuyo? —le digo, acercándome—. No creo que lo vendan en cualquier tienda.


—Digamos que encontré algo que me hacía sentir distinta.


—Distinta es una palabra modesta. —Mi voz suena un poco más baja—. No he visto nada que te siente mejor.


Ella se encoge de hombros, como restándole importancia, pero el brillo de sus ojos me dice lo contrario.


—¿Sabes? —dice—. Casi pensé que ibas a irte con la otra.


—¿La otra?


—La que llevaba un disfraz de “putidiabla”, que estaba como loca por quitárselo para ti.


—Ah. Rebeca.


—Sí, esa. —Hace una pausa—. Un poco descarada, no ha parado de restregarte sus tetits.


—¿Celos? —pregunto, divertido.


—Curiosidad. —Se encoge de hombros, aunque el brillo en sus ojos la traiciona—. No todos los hombres se resisten tan fácilmente.


—¿Y tú? ¿Qué hubieras hecho en su lugar?


—Depende del premio.


Camina de nuevo. La sigo. Hay algo hipnótico en la forma en que se mueve, como si el cuerpo le obedeciera a otro ritmo.


—Seguro que consiguió que te empalmaras —dice, con media sonrisa.


—Lo consiguió a ratos.


—Lo imaginaba. —Me lanza una mirada rápida a la bragueta, cargada de ironía—. Es difícil competir con tanto entusiasmo.


—¿Competías, Diana? —respondo, sin pensarlo—


—Ganaba sin jugar.


Ella se detiene. El aire entre los dos se tensa. Hay un destello en su mirada, algo entre ternura y fuego.


—Entonces supongo que esta noche tuve suerte —dice.


—O quizá fui yo quien la tuvo.


Nos quedamos así un momento, en mitad de la acera, sin decir nada más. Las luces de un taxi doblan la esquina y tiñen el brillo de su traje con un destello dorado. Ella levanta la mano y, al hacerlo, el gesto parece un desafío.


—¿Vienes o prefieres quedarte mirando? —pregunta, sin dejar de sonreír al ver que miró como sus pezones se marcan en la tela


El coche se detiene frente a nosotros. La puerta se abre. Ella no sube todavía; me observa, esperando mi respuesta pasando su mano por su bajo vientre llegando a su sexo.


VEGA


El taxi huele a cuero y a lluvia reciente. Las luces de la calle se reflejan en el cristal, corren por los asientos y se disuelven en la oscuridad. Me acomodo despacio, intentando que el movimiento no delate que siento el plug apretarse dentro de mi ano. Siento cada detalle: el roce del disfraz, el leve temblor del motor, la presencia de Nico a mi lado y me mojo es una sensación tan placentera que me gustaría dejarme llevar.


No decimos nada. Él me mira de reojo, y aunque la máscara aún cubre parte de mi cara, sé que puede leerme. Siempre lo hace. Me enciendo por dentro sin mover un solo músculo.


Apoyo la cabeza contra el respaldo y miro por la ventanilla. Las luces anaranjadas pasan rápidas, igual que mi respiración. Todo en mí es una mezcla de calma fingida y electricidad. Quiero mantener el control del juego, pero su cercanía me lo pone difícil.


—¿Dónde les llevo? —dice el taxista, con voz grave.


—Hotel Maravilla, en Velázquez —le digo al taxista, sin mirar a Nico. La voz me sale más firme de lo que esperaba.


Él me observa de lado, curioso, como si la elección lo sorprendiera.


Cuando el coche arranca, añado despacio:


—la habitación y el viaje lo pagas tú.


Lo digo sin sonreír, pero mi tono lleva la sonrisa implícita. Sé que lo entiende también el taxista lo ha oído y esa mirada por el retrovisor le delta. En este juego quiero ser una puta a la que nico no sabía que acaban de contratar.


El motor ronronea y el paisaje se vuelve una sucesión de luces que van y vienen. Me recuesto en el asiento, fingiendo indiferencia, aunque cada segundo pesa. La tensión se estira entre los dos como un hilo invisible.


—¿Eres una puta? —me pregunta, con voz baja.


—Solo con los que parecen dispuestos a pagar —respondo.


Nico no replica. Su mirada es constante, sostenida, y cada silencio suyo dice más que cualquier frase.


Me inclino apenas hacia él, lo suficiente para que nuestras sombras se confundan sobre el asiento. Mis palabras salen casi en un susurro, tan suaves que podrían confundirse con un pensamiento:


—No te arrepentirás.


Él sonríe, pero no contesta. Lo sé: está intentando adivinar si lo digo por seguir el papel o por algo más.


Miro por la ventana. Las luces del centro comienzan a mezclarse con las del tráfico, y por un instante me siento flotando entre los dos mundos: el real y el que acabamos de inventar.


El coche da un pequeño salto en un bache. El plug se hunde más; un gemido se me escapa, disfrazado de suspiro.


—¿Cuánto costará el servicio?— me pregunta llevando un mano a mi muslo.


El taxista no pierde detalle y eso me excita aún más…


—Boca son 100 y completo son 300€ .


—¿qué incluye el completo?
 
...el plug hinchado en mi culo, pulsando con cada latido, follándome en silencio. Me humedezco tanto que siento el calor resbalando entre mis muslos, invisible pero real. Pienso en Nico descubriéndolo, en su polla reemplazándolo, y un gemido casi escapa de mi garganta.

...Nico nos observa, con su mandíbula tensa, y sé que su mente está follando con una de nosotras… o con las dos

...Quiero arrodillarme, sacar su polla y tragarla hasta el fondo, susurrarle al oído: “Un plug me está abriendo el culo para ti”


Nos follas la mente DeRiviaGerald69. :adorar1::cool:
"Nos follas la mente".... Brillante!!!!.... @onatrapse 👏👏👏👏
 
Un detalle que puede llegar a ser determinante cuando los juegos puedan no ser juegos, es que ambos han actuado muy diferente cuando han presenciado un riesgo real de ver al otro en brazos de un tercero, con juego de rol y todo, Vega participó activamente en la defensa de su hombre, nunca habría permitido un avance mayor de Rebeca, al menos ahora ha marcado su posición, no así Nico, que no desaprovecha oportunidades para tentar los límites de su mujer.
Esto deja muy claro el papel que cada uno jugaría si deciden probar una relación más abierta. :cool:
 
Atrás
Top Abajo