Mi mujer y yo. Su confesión

Ya lo dije ayer que era un juego muy muy peligroso.
Han jugado con fuego y se han quemado y ha podido pasar algo muy grave.
Espero que hayan aprendido la lección.
 
Juego muy muy peligroso... En la realidad algo así puede tener unas consecuencias mucho peores que las que aquí se relatan.

La realidad ha golpeado a Vega en pleno rostro, le ha robado la inocencia de creer que todo el entorno, era un escenario en el que dar rienda suelta a su imaginación y a sus ganas de experimentar y divertirse.

Vega no es ninguna puta, aunque ella fantaseara con ello. Experimentar en propia carne lo que significa serlo, creo que le ha quitado para siempre, el deseo de volver a incidir en esa fantasía.
La culpa es de Nico, por proponer algo tan peligroso y fuera de lugar.
 
"—Esta vez… —toma aire— quiero que me dejes en un sitio, en la calle, como si fuera de verdad. Solo con una gabardina. Tú das una vuelta. Luego vienes a recogerme. Como si no me conocieras. Como si… fueras uno más.".
La culpa es de Nico, por proponer algo tan peligroso y fuera de lugar.
Creo que la idea surgió de la cabecita loca de Vega, Nico sólo ha hecho lo de siempre, darle el gusto.
 
"—Esta vez… —toma aire— quiero que me dejes en un sitio, en la calle, como si fuera de verdad. Solo con una gabardina. Tú das una vuelta. Luego vienes a recogerme. Como si no me conocieras. Como si… fueras uno más.".

Creo que la idea surgió de la cabecita loca de Vega, Nico sólo ha hecho lo de siempre, darle el gusto.
Ok. Pues me había equivocado.
En cualquier caso esperemos que aprendan la lección.
 
No hay explicaciones posibles. Solo este momento.

Solo este peso en el pecho. Esta lágrima que vuelve a escapar.

—No fue solo un sueño, Nico. Lo tengo dentro. Algo que tocamos… y que aún no sé cómo manejar.


En ese momento me doy cuenta.


La cama no está húmeda solo de sudor.


Un calor traicionero se extiende bajo mis muslos.


Me he vuelto a orinar.


NICO


Han pasado varias semanas.


Y aunque su cuerpo está aquí, conmigo, Vega se ha ido a algún sitio al que yo no sé llegar.


Al principio no lo noté. Seguía riéndose con la misma cadencia suave, me acariciaba por las mañanas, me dejaba su taza medio llena en la encimera como siempre.


Pero luego… vino el silencio. Las pesadillas.


Ese que se instala entre dos personas que aún se aman.


Ese que no suena, pero pesa.


Ahora se encierra más tiempo en el trabajo.


Dice que hay entregas, llamadas, reuniones urgentes.


Y puede que sea cierto. Pero no es por eso.


La miro desde el umbral del salón mientras responde correos. No me ve. O no quiere verme.


Su cuerpo está ahí, perfecto, tenso, eficiente.


Pero su mirada está en otro lado.


En otro tiempo. En otra esquina.


Una noche, cansado de hacerme el que no lo nota, me acerco. Me siento a su lado.


Ella no aparta los ojos del portátil.


—¿Sigues enfadada? —pregunto, despacio.


Ella cierra el portátil. No de golpe. No hay rabia. Solo cansancio.


—No es enfado, Nico. Es otra cosa. Que


—¿Cuál?


—No sé… —se queda callada, y entonces me mira por primera vez en días—. Es como si algo dentro de mí se hubiera roto. Como si no supiera volver.


Trago saliva.


—Sé que no llegué a tiempo.


—No —responde, más firme—. No es solo que no llegaras. Es que yo me metí ahí contigo. Y cuando miré a los lados, no estabas.


—La policía…


—¡Ya lo sé! —me interrumpe, sin gritar—. No te culpo por eso. Te culpo por la idea. Te culpo por haberme seguido el juego sin pararte a pensar si yo, si tú, si nosotros podíamos con eso.


Sus ojos se humedecen, pero no llora.


Y entonces, suelta lo que no esperaba:


—Ese día… sentí que me perdí. Que dejé de respetarme.


Me duele. Porque sé que tiene razón. Porque yo también me perdí. Lo que es peor entiendo que lo que me quiere decir es que sintió que la perdí que no la respete


Y no supe cómo traerla de vuelta.


—Te prometo que no va a volver a pasar —susurro.


Ella me mira con una mezcla de amor y miedo.


—No es eso, Nico. Es que no sé si… si puedo volver a ser la misma.


No digo nada.


Porque en ese momento, sé que lo peor no fue lo que hicimos.


Sino lo que ya no sabemos cómo deshacer.


VEGA


Entro al baño con el automático de siempre: cerrar la puerta, echar el pestillo, soltar el albornoz en el suelo.


Pero hoy, justo cuando voy a entrar, escucho sus pasos acercarse.


Y sin pensarlo, cierro la puerta de golpe.


No con fuerza.


No como quien oculta algo…


Sino como quien protege una herida abierta.


Entonces lo noto. El clic del pestillo no es solo un sonido: es un reflejo.


Una forma de decir “no entres”.


De decir “no mires”.


Me quedo inmóvil frente al espejo, con el corazón acelerado.


¿Desde cuándo hago esto?


Me observo: el vello de los brazos erizado, los pechos apenas cubiertos por mi propia sombra.


Antes no me importaba que me viera así.


Antes me encantaba. Me sentía deseada, viva. Suya.


Pero últimamente…


No sé.


Me escondo.


Como si la desnudez ahora llevara otro peso, como si desvestirme no fuera entrega sino vulnerabilidad.


Paso los dedos por la clavícula, como si eso pudiera explicarme algo. Recuerdo cuando me desnudaba para él sin pensar, sin miedo. Cuando abría el cuerpo como quien abre una promesa.


Ahora incluso en la cama busco las sombras.


Me giro. Apago la luz. No dejo que me toque de frente.


Me miro a los ojos.


No reconozco del todo a la mujer que tengo enfrente.


O quizás sí.


Quizás esa soy yo ahora.


Una versión que aún no sé si me gusta.


Una versión que no sabe si podrá volver a mirarse sin cerrar la puerta.


Al otro lado no oigo nada.


No sé si se ha ido o si espera.


Pero dejo correr el agua y me apoyo en el lavabo, desnuda y en silencio.


Sola con la única mirada que no puedo esquivar: la mía.


NICO


Empujo la puerta con suavidad. No golpeo. No aviso.


Solo entro.


Como he hecho tantas veces.


Como hacíamos antes.


Vega está de pie, de espaldas, frente al armario.


Está desnuda.


Y por un instante, todo se detiene.


Mi mirada se posa en la curva perfecta de su espalda, la sombra leve entre sus omóplatos, el dibujo suave de su piel iluminada por la luz tenue de la habitación.


Siento algo que no es deseo.


O sí, pero entremezclado con nostalgia. Con algo parecido a dolor.


Y entonces, se gira.


Me ve.


Y se tapa.


Rápida. Instintiva. Como si el simple hecho de estar así, frente a mí, fuera un error.


Agarra una camiseta del respaldo de la silla y se la aprieta contra el pecho, cubriéndose sin pensarlo.


—¿No podías avisar? —murmura, sin mirarme, sin acusarme del todo… pero dejando la frase suspendida, como una barrera suave, imposible de saltar.


No me muevo.


Me quedo ahí, en el umbral.


Con una punzada que me atraviesa el pecho, como si esa distancia entre su cuerpo y el mío se hubiera vuelto un desierto.


Antes no había ropa entre nosotros.


Antes no se cubría.


Antes no temía que la viera.


—Perdona —acierto a decir.


Pero la palabra suena hueca.


Pequeña.


Ella se da la vuelta y finge buscar algo en el cajón, como si así pudiera borrar lo que acaba de pasar. Pero yo ya lo he visto.


No solo su cuerpo. He visto el miedo. La desconexión. La grieta.


Y aunque sigo ahí, no sé si acercarme… o si, por primera vez, no tengo permiso.


Seis meses.


Se dice rápido.


Pero vivirlos así, día a día, noche a noche, ha sido como arrastrar los pies en mitad de un pasillo oscuro.


Ya no hacemos el amor y los besos se han ido apagando


Y no porque no la desee. No porque no me queme aún cada centímetro de su piel.


Sino porque ella ya no está.


O no está entera.


Hay algo roto entre nosotros.


No explotó de golpe. No fue un grito ni un portazo.


Fue más sutil.


Se fue desgajando en silencio.


Como cuando algo se enfría sin darte cuenta.


Como cuando tocas a alguien y notas que ha dejado de abrir la puerta por dentro.


Me esfuerzo.


Intento seguir hablándole con los ojos, con mis gestos, con las manos.


Pero todo parece chocar contra un muro suave, invisible, hecho de “no pasa nada” y “estoy cansada” y “todo bien”.


Y lo peor es que yo la conozco. Y sé que no está bien. Que se está guardando algo. Que se ha encerrado en sí misma con llave… y no me ha dejado copia.


A veces, en mitad de la noche, me despierto y la encuentro en el baño.


Sentada en el borde de la bañera, abrazándose las piernas, con la mirada perdida.


No llora.


Pero se ve que algo dentro sí lo hace.


Y yo no sé si acercarme o dejarla sola.


Porque ya no sé qué hacer para no perderla más.
 
Nuestra protagonista está claramente en estado de shock, pasó tanto miedo y tanta vergüenza en la situación vivida, que no es capaz de dejar atrás ése momento y continuar con su vida. Su mente se ha bloqueado en un estado de alerta permanente, y ya no distingue lo que es peligroso y lo que no lo es.

La relación entre el evento y la sexualidad de la pareja, hace que Vega reaccione defensivamente ante cualquier acercamiento de Nico en ése sentido.

La idea fue de Vega, y ella escribió el guión y como debería actuar el personaje que tenía asignado Nico, ante la pregunta de éste de qué ocurriría si algo no salía exactamente como estaba previsto, ella contestó: " habrá que improvisar ". En su confusión Vega culpa parcialmente a Nico, pero lo cierto es que ambos son culpables por su inconsciencia.
En la vida real, nuestra protagonista ya hubiera tenido que recurrir a la asistencia psicológica, aguantar ése estrés durante seis meses sería muy difícil de soportar.

Felicidades al autor por conducirnos por ésta verdadera montaña rusa que va desde el pico más alto de la euforia sensorial , hasta el más profundo pozo del dramatismo emocional.
 
No hay explicaciones posibles. Solo este momento.

Solo este peso en el pecho. Esta lágrima que vuelve a escapar.

—No fue solo un sueño, Nico. Lo tengo dentro. Algo que tocamos… y que aún no sé cómo manejar.


En ese momento me doy cuenta.


La cama no está húmeda solo de sudor.


Un calor traicionero se extiende bajo mis muslos.


Me he vuelto a orinar.


NICO


Han pasado varias semanas.


Y aunque su cuerpo está aquí, conmigo, Vega se ha ido a algún sitio al que yo no sé llegar.


Al principio no lo noté. Seguía riéndose con la misma cadencia suave, me acariciaba por las mañanas, me dejaba su taza medio llena en la encimera como siempre.


Pero luego… vino el silencio. Las pesadillas.


Ese que se instala entre dos personas que aún se aman.


Ese que no suena, pero pesa.


Ahora se encierra más tiempo en el trabajo.


Dice que hay entregas, llamadas, reuniones urgentes.


Y puede que sea cierto. Pero no es por eso.


La miro desde el umbral del salón mientras responde correos. No me ve. O no quiere verme.


Su cuerpo está ahí, perfecto, tenso, eficiente.


Pero su mirada está en otro lado.


En otro tiempo. En otra esquina.


Una noche, cansado de hacerme el que no lo nota, me acerco. Me siento a su lado.


Ella no aparta los ojos del portátil.


—¿Sigues enfadada? —pregunto, despacio.


Ella cierra el portátil. No de golpe. No hay rabia. Solo cansancio.


—No es enfado, Nico. Es otra cosa. Que


—¿Cuál?


—No sé… —se queda callada, y entonces me mira por primera vez en días—. Es como si algo dentro de mí se hubiera roto. Como si no supiera volver.


Trago saliva.


—Sé que no llegué a tiempo.


—No —responde, más firme—. No es solo que no llegaras. Es que yo me metí ahí contigo. Y cuando miré a los lados, no estabas.


—La policía…


—¡Ya lo sé! —me interrumpe, sin gritar—. No te culpo por eso. Te culpo por la idea. Te culpo por haberme seguido el juego sin pararte a pensar si yo, si tú, si nosotros podíamos con eso.


Sus ojos se humedecen, pero no llora.


Y entonces, suelta lo que no esperaba:


—Ese día… sentí que me perdí. Que dejé de respetarme.


Me duele. Porque sé que tiene razón. Porque yo también me perdí. Lo que es peor entiendo que lo que me quiere decir es que sintió que la perdí que no la respete


Y no supe cómo traerla de vuelta.


—Te prometo que no va a volver a pasar —susurro.


Ella me mira con una mezcla de amor y miedo.


—No es eso, Nico. Es que no sé si… si puedo volver a ser la misma.


No digo nada.


Porque en ese momento, sé que lo peor no fue lo que hicimos.


Sino lo que ya no sabemos cómo deshacer.


VEGA


Entro al baño con el automático de siempre: cerrar la puerta, echar el pestillo, soltar el albornoz en el suelo.


Pero hoy, justo cuando voy a entrar, escucho sus pasos acercarse.


Y sin pensarlo, cierro la puerta de golpe.


No con fuerza.


No como quien oculta algo…


Sino como quien protege una herida abierta.


Entonces lo noto. El clic del pestillo no es solo un sonido: es un reflejo.


Una forma de decir “no entres”.


De decir “no mires”.


Me quedo inmóvil frente al espejo, con el corazón acelerado.


¿Desde cuándo hago esto?


Me observo: el vello de los brazos erizado, los pechos apenas cubiertos por mi propia sombra.


Antes no me importaba que me viera así.


Antes me encantaba. Me sentía deseada, viva. Suya.


Pero últimamente…


No sé.


Me escondo.


Como si la desnudez ahora llevara otro peso, como si desvestirme no fuera entrega sino vulnerabilidad.


Paso los dedos por la clavícula, como si eso pudiera explicarme algo. Recuerdo cuando me desnudaba para él sin pensar, sin miedo. Cuando abría el cuerpo como quien abre una promesa.


Ahora incluso en la cama busco las sombras.


Me giro. Apago la luz. No dejo que me toque de frente.


Me miro a los ojos.


No reconozco del todo a la mujer que tengo enfrente.


O quizás sí.


Quizás esa soy yo ahora.


Una versión que aún no sé si me gusta.


Una versión que no sabe si podrá volver a mirarse sin cerrar la puerta.


Al otro lado no oigo nada.


No sé si se ha ido o si espera.


Pero dejo correr el agua y me apoyo en el lavabo, desnuda y en silencio.


Sola con la única mirada que no puedo esquivar: la mía.


NICO


Empujo la puerta con suavidad. No golpeo. No aviso.


Solo entro.


Como he hecho tantas veces.


Como hacíamos antes.


Vega está de pie, de espaldas, frente al armario.


Está desnuda.


Y por un instante, todo se detiene.


Mi mirada se posa en la curva perfecta de su espalda, la sombra leve entre sus omóplatos, el dibujo suave de su piel iluminada por la luz tenue de la habitación.


Siento algo que no es deseo.


O sí, pero entremezclado con nostalgia. Con algo parecido a dolor.


Y entonces, se gira.


Me ve.


Y se tapa.


Rápida. Instintiva. Como si el simple hecho de estar así, frente a mí, fuera un error.


Agarra una camiseta del respaldo de la silla y se la aprieta contra el pecho, cubriéndose sin pensarlo.


—¿No podías avisar? —murmura, sin mirarme, sin acusarme del todo… pero dejando la frase suspendida, como una barrera suave, imposible de saltar.


No me muevo.


Me quedo ahí, en el umbral.


Con una punzada que me atraviesa el pecho, como si esa distancia entre su cuerpo y el mío se hubiera vuelto un desierto.


Antes no había ropa entre nosotros.


Antes no se cubría.


Antes no temía que la viera.


—Perdona —acierto a decir.


Pero la palabra suena hueca.


Pequeña.


Ella se da la vuelta y finge buscar algo en el cajón, como si así pudiera borrar lo que acaba de pasar. Pero yo ya lo he visto.


No solo su cuerpo. He visto el miedo. La desconexión. La grieta.


Y aunque sigo ahí, no sé si acercarme… o si, por primera vez, no tengo permiso.


Seis meses.


Se dice rápido.


Pero vivirlos así, día a día, noche a noche, ha sido como arrastrar los pies en mitad de un pasillo oscuro.


Ya no hacemos el amor y los besos se han ido apagando


Y no porque no la desee. No porque no me queme aún cada centímetro de su piel.


Sino porque ella ya no está.


O no está entera.


Hay algo roto entre nosotros.


No explotó de golpe. No fue un grito ni un portazo.


Fue más sutil.


Se fue desgajando en silencio.


Como cuando algo se enfría sin darte cuenta.


Como cuando tocas a alguien y notas que ha dejado de abrir la puerta por dentro.


Me esfuerzo.


Intento seguir hablándole con los ojos, con mis gestos, con las manos.


Pero todo parece chocar contra un muro suave, invisible, hecho de “no pasa nada” y “estoy cansada” y “todo bien”.


Y lo peor es que yo la conozco. Y sé que no está bien. Que se está guardando algo. Que se ha encerrado en sí misma con llave… y no me ha dejado copia.


A veces, en mitad de la noche, me despierto y la encuentro en el baño.


Sentada en el borde de la bañera, abrazándose las piernas, con la mirada perdida.


No llora.


Pero se ve que algo dentro sí lo hace.


Y yo no sé si acercarme o dejarla sola.


Porque ya no sé qué hacer para no perderla más.
Hay dos Vegas en lucha interna , haciendo un pulso , que dejara a una en el camino , pero no solo a Vega , tambien a todo el entorno , de esa Vega que triunfe dependera la pareja con Nico , al que pone en cuarentena , y "culpa" de su complicidad .
No es una situacion facil para Vega , pero tampoco lo sera para la pareja.
 
No entiendo lo afectada que se ve, ni ese rechazo extremo a Nico, cuando su única culpa es haberle dicho SÍ a sus locuras por enésima vez, Vega definitivamente esconde algo.

El suceso en sí no llega a ser violento, el auto paró frente a ella, el copiloto estiró la mano para acariciar suavemente su muslo hasta tocar su vagina, con los dedos siguió tocando sus labios externos y el clítoris, sin penetrarla, no hubo fuerza ni violencia en el acto, fue cosa de segundos, desde el inicio hizo nada para evitar su contacto, ellos en su papel de puteros y ella en su papel de puta, ninguno se bajó a intimidarla, ella decidió permanecer completamente desnuda al alcance de esa mano, desnuda y excitada, que bien comprobó el putero al sentirla toda mojada.

Para mí lo ocurrido no justifica tal actitud hacia Nico ni su sobre-reacción postraumática, es cierto que existió un riesgo alto que ese hecho escalara a un descontrol con consecuencias irreparables, pero me temo que lo que esconde Vega es que no ve ese riesgo como nosotros, creo que la verdad que teme reconocer es el riesgo que ve en ella misma, a su incapacidad de detenerse cuando el placer y la excitación la dominan, ella sabe lo que habría pasado si sube a ese auto, lo que habria sido capaz de hacer y dejarse hacer, en realidad no culpa a Nico por no cuidarla de esos puteros, lo culpa por no cuidarla de si misma, y eso la tiene aterrorizada.:cool:
 
"Vega creo que la verdad que teme reconocer es el riesgo que ve en ella misma, a su incapacidad de detenerse cuando el placer y la excitación la dominan, ella sabe lo que habría pasado si sube a ese auto, lo que habria sido capaz de hacer y dejarse hacer, en realidad no culpa a Nico por no cuidarla de esos puteros, lo culpa por no cuidarla de si misma, y eso la tiene aterrorizada.:cool:
la lucha de esas dos vegas a la que refiero lo has definido perfectamente ,
 
Hay dos Vegas en lucha interna , haciendo un pulso , que dejara a una en el camino , pero no solo a Vega , tambien a todo el entorno , de esa Vega que triunfe dependera la pareja con Nico , al que pone en cuarentena , y "culpa" de su complicidad .
No es una situacion facil para Vega , pero tampoco lo sera para la pareja.
También pensé en esa posibilidad, que Vega se asustara de sus propios instintos, y que quedara horrorizada ante lo que realmente deseaba. Pero ésto le hubiera ocurrido, si hubiera disfrutado de la experiencia por encima de las expectativas y después con el bajón tuviera una visión más racional de la situación. Pero Vega sólo vio la realidad de la situación a la que se había expuesto, todo lo que había creído se vino abajo ante la crudeza de la verdad. Vega fué como el niño que se lanza por un balcón, soñando con volar como Superman, y que entra en pánico al vivir los efectos de la gravedad.

La superación de un shock postraumático y el reposicionamiento de su sexualidad y su vida afectiva, serán los grandes retos de Vega y Nico.
 
No entiendo lo afectada que se ve, ni ese rechazo extremo a Nico, cuando su única culpa es haberle dicho SÍ a sus locuras por enésima vez, Vega definitivamente esconde algo.

El suceso en sí no llega a ser violento, el auto paró frente a ella, el copiloto estiró la mano para acariciar suavemente su muslo hasta tocar su vagina, con los dedos siguió tocando sus labios externos y el clítoris, sin penetrarla, no hubo fuerza ni violencia en el acto, fue cosa de segundos, desde el inicio hizo nada para evitar su contacto, ellos en su papel de puteros y ella en su papel de puta, ninguno se bajó a intimidarla, ella decidió permanecer completamente desnuda al alcance de esa mano, desnuda y excitada, que bien comprobó el putero al sentirla toda mojada.

Para mí lo ocurrido no justifica tal actitud hacia Nico ni su sobre-reacción postraumática, es cierto que existió un riesgo alto que ese hecho escalara a un descontrol con consecuencias irreparables, pero me temo que lo que esconde Vega es que no ve ese riesgo como nosotros, creo que la verdad que teme reconocer es el riesgo que ve en ella misma, a su incapacidad de detenerse cuando el placer y la excitación la dominan, ella sabe lo que habría pasado si sube a ese auto, lo que habria sido capaz de hacer y dejarse hacer, en realidad no culpa a Nico por no cuidarla de esos puteros, lo culpa por no cuidarla de si misma, y eso la tiene aterrorizada.:cool:
Ella no hubiera subido jamás a ese coche voluntariamente, no se puede tener ése deseo, y al mismo tiempo tener una reacción de pánico absoluto ante la situación, Vega se " meo encima", literalmente de miedo. Nuestro cuerpo no puede segregar al mismo tiempo, el cortisol que provoca una reacción de pánico, y la oxitocina del placer por un deseo o vivencia.
De acuerdo que Vega cree que a Nico le correspondería " tener cerebro" en ése tándem, pero en el fondo los dos son como unos niños jugando a vivir experiencias nuevas.
 
sip!!!....no hay otra salida.
Deseo que así lo vea especialmente Vega y Nico tiendra nque hacer uso masivo de fuerzas y mucho amor para ayudarla.

Nico tiene que dejar que abusen de el dos travestis negros con BBC.

Mira cariño, a mí tambien me pasó, podemos superarlo en equipo XD
 
No entiendo lo afectada que se ve, ni ese rechazo extremo a Nico, cuando su única culpa es haberle dicho SÍ a sus locuras por enésima vez, Vega definitivamente esconde algo.

El suceso en sí no llega a ser violento, el auto paró frente a ella, el copiloto estiró la mano para acariciar suavemente su muslo hasta tocar su vagina, con los dedos siguió tocando sus labios externos y el clítoris, sin penetrarla, no hubo fuerza ni violencia en el acto, fue cosa de segundos, desde el inicio hizo nada para evitar su contacto, ellos en su papel de puteros y ella en su papel de puta, ninguno se bajó a intimidarla, ella decidió permanecer completamente desnuda al alcance de esa mano, desnuda y excitada, que bien comprobó el putero al sentirla toda mojada.

Para mí lo ocurrido no justifica tal actitud hacia Nico ni su sobre-reacción postraumática, es cierto que existió un riesgo alto que ese hecho escalara a un descontrol con consecuencias irreparables, pero me temo que lo que esconde Vega es que no ve ese riesgo como nosotros, creo que la verdad que teme reconocer es el riesgo que ve en ella misma, a su incapacidad de detenerse cuando el placer y la excitación la dominan, ella sabe lo que habría pasado si sube a ese auto, lo que habria sido capaz de hacer y dejarse hacer, en realidad no culpa a Nico por no cuidarla de esos puteros, lo culpa por no cuidarla de si misma, y eso la tiene aterrorizada.:cool:
Uuuaauuuu.....muy buen análisis de Vega. Felicidades apreciado @onatrapse.

"miedo de si misma por no saber si sus deseos más profundos la pueden perder"
...Nico su soporte ,su flotador salvalvidas......buffff........
Seis meses mucho tiempo!
 
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