NICO
Me excita verla escribir: la forma en que sus dedos se mueven sobre el teclado, la concentración en su rostro mientras revive cada recuerdo.
No puedo evitarlo. Acerco la mano y le toco el pecho.
Vega suspira; no deja de escribir, pero su respiración se desordena. Corrige algo en la pantalla y sonríe con picardía.
—Me pone mucho que leas lo que escribo —susurra, sin apartar la vista del monitor.
Sigo sus palabras en la pantalla y empiezo a leer en voz alta lo que va escribiendo.
Mi voz se mezcla con la suya, con el golpeteo suave de las teclas, con la tensión que crece entre los dos.
VEGA
Cuando Nico me empuja sobre la cama y caigo boca abajo, sé lo que viene después.
Siento alivio, porque entre las fotos había alguna demasiado explícita.
Me baja el pantalón y deja al aire mi culo , lo justo para que mi sexo quede expuesto y así quiero que lo sienta. Me recuerda a como me bajaban el pantalón de pequeña para darme un azote o ponerme una inyección. ¿Estos es normal? Me pregunto a mí misma.
Sé que puede ver lo mojada que estoy. Le gritaría “fóllame”, pero no puedo.
Si lo digo, temo que no lo haga…
NICO
—Así que había fotos más fuertes —murmuro, rozando su oído.
—Sí… —responde con voz temblorosa, un suspiro que le tiembla entre los labios.
—¿Qué había en esas fotos? —pregunto más bajo, dejando que mi tono se vuelva grave, casi oscuro.
Ella no dice nada. Mi mano sigue en su piel; la noto tensarse, cerrar los ojos. No contesta, así que aprieto su pezón con suavidad, apenas lo suficiente para arrancarle un gemido.
El silencio se alarga entre nosotros. Puedo oír su respiración acelerada.
—Eran… demasiado fuertes —susurra al fin—. Cosas que entonces me excitaban y ahora… no sé. Fotos en las que… mmm… se me ve el culo… él me fotografiaba desde atrás, mientras me penetraba.
—¿solo eso?
No dejo de acariciarla. Mis dedos bajan despacio, rozando su vientre, buscando su sexo. Sabe que tiene que elegir entre hablar o rendirse.
—Sí…solo se ve como me follaba —responde con voz baja, casi rota
—¿Te daba por el culo?—pregunto
—No, no le dejaba hacerlo por detrás.
Una sonrisa me cruza la cara; su respuesta me excita más. Estoy duro, pero no tengo prisa. Solo quiero verla perder el control, ver hasta dónde puede llegar su deseo.
—¿Solo esa foto? —pregunto, rozando su clítoris con la yema de los dedos.
—No… —gime, mordiéndose el labio para no gemir—. Hay más. De otros días. Se ve cómo follamos, cómo se la chupo… cómo me mira mientras me corro…
—Vaya… todo un álbum —digo con una media sonrisa, mientras el morbo me devora por dentro.
Vega apenas sonríe. Una sonrisa corta, culpable, deliciosa.
—También hay fotos en las que se corrió sobre mí…
Su voz se quiebra un poco al decirlo. Entonces meto un dedo dentro de ella. La humedad me envuelve, caliente, suave, viva. Su cuerpo responde de inmediato.
—¿Dónde? —le pregunto, sin apartar la mirada.
—En las tetas… en la tripa… en la espalda… —responde entrecortada.
—Siempre has sido una guarra —le digo en voz baja, apretando más mis dedos dentro de ella.
—Sí… —susurra—. Lo sé… y me pone serlo.
Su confesión me atraviesa.
La observo: los labios entreabiertos, la respiración entrecortada, el brillo húmedo en sus ojos. No necesito más. La tensión entre los dos es pura electricidad, un pulso que vibra y se enreda entre placer y vergüenza.
Su mano busca la mía, la que la toca, la aprieta contra su sexo mientras con la otra sigue escribiendo en el teclado, torpe, respirando entre suspiros.
Las teclas suenan despacio, una a una, como si cada palabra la rozara por dentro.
El cuarto huele a deseo, a piel caliente.
Y en ese instante, mientras la miro escribir con las mejillas encendidas, sé que no hay nada más excitante que verla recordar y volver a sentirse mía.
Vega
Mmm… solo puedo gemir, rendida a su cuerpo.
Siento el peso de Nico sobre mí, el calor de su piel contra la mía, su respiración en mi cuello y su pene que se abre paso, firme, entre mis piernas.
Me toma con una urgencia que me atraviesa. No hay suavidad, solo hambre, una necesidad antigua que me desarma. Mi espalda se arquea, el aire se llena de jadeos, y el mundo se reduce a ese punto en el que su polla y mi sexo se unen y solo quiero que nunca deje de follarme asi
Me gusta que me domine, que no pida permiso, que me haga suya sin miedo. En su empuje hay poder, pero también deseo, y en esa mezcla encuentro mi libertad.
—No pares… —susurro entre gemidos, con la voz rota.
Él me obedece, su cuerpo me marca con cada envite. Me inunda, me abre, me llena hasta el límite. El calor sube por mi vientre, me incendia. No hay dolor, solo vértigo, solo esa dulce pérdida del control que me arrastra.
Me agarro a las sábanas, muerdo el colchón para no gritar, pero el placer me desborda. Siento cómo mi interior pulsa, húmedo, vivo. No quiero que se detenga. Solo quiero que haga conmigo lo que desee, que me use, que me posea hasta que ya no quede nada más que nosotros.
Le dejo hacer. Le dejo hacer todo lo que quiera conmigo
Su cuerpo acelera el ritmo y el mío responde sin pensar. Cada movimiento se vuelve más profundo, más urgente. Lo siento empujarme desde dentro, empapado, cálido, firme. La fricción es pura electricidad; el aire se espesa, nuestras respiraciones se mezclan, y todo se vuelve sonido y piel.
Mi cuerpo lo reconoce, lo busca, lo necesita. Cada vez que entra, me quiebra un poco más; cada vez que sale, me arranca un gemido que intento ahogar contra la almohada.
La habitación huele a deseo, a sudor, a esa mezcla dulce y salada que nos delata.
Siento sus manos en mis caderas, sujetándome con fuerza. Me empuja una y otra vez, sin compasión, sin pausa. El mundo se disuelve en el vaivén de su cuerpo dentro del mío.
—Nico… —su nombre me sale entre suspiros, entre temblores.
—No pares… —le pido, y apenas reconozco mi propia voz.
Mi vientre se tensa, el calor sube como una ola que no puedo detener. Su respiración cambia; la mía también. Nos reconocemos en ese punto sin retorno, en ese instante donde el placer duele y se confunde con algo más profundo.
Su cuerpo tiembla sobre el mío. Siento cómo me inunda, cómo su calor se mezcla con el mío, y todo se vuelve blanco, líquido, suspendido. El tiempo se detiene.
El silencio que llega después es denso, tierno. Solo el sonido de nuestros cuerpos respirando, aún enlazados.
Me quedo quieta, dejando que el pulso se calme, que la piel recupere el aire. Todavía siento dentro de mí el eco de su deseo, cálido, lento, derramándose.
El silencio que sigue es cálido, denso, perfecto.
Entonces escucho mi nombre: la voz de mi hermana desde el pasillo.
Nos miramos, entre risas y suspiros, intentando recomponernos, los cuerpos aún marcados por lo que acaba de pasar.
Mientras ella entra en la habitación, sonrío con ese secreto que arde bajo mi piel.
Pienso en lo que acaba de ocurrir, siento el semen de Nico salir de mi cuerpo, y una sensación de plenitud me recorre entera.
Mi mente: Dios, hermanita… si supieras lo que acaba de pasar, no podrías imaginarlo. Si supieras que mis bragas está empapada del semen de mi marido, lo que late ahí dentro, todavía húmedo, todavía vivo.
Camino hacia la puerta.
Antes de salir, me inclino y beso a Nico en la mejilla.
—Vamos a comer —le susurro.
Pero en mi cabeza, el pensamiento es otro:
Lo que me comería sería su polla.