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Precioso, tierno y excitanteNICO
Vega duerme. Yo reviso algunos correos electrónicos que me habían quedado pendientes. Mientras los leo, pienso en que dentro de una semana empezarán nuestras vacaciones de verano: una semana en el Camino de Santiago, otra en Cádiz y, por último, París.
Yo habría preferido quedarme en la playa, pero a Vega le hacía ilusión volver a París.
Apago el móvil y lo dejo en la mesilla. En ese momento siento su mano en mi espalda, cálida, suave. Me giro y la veo mirándome; sus ojos brillan en la penumbra.
—¿Qué pasa? —le pregunto.
—Nada… no puedo dormir.
—¿Y eso?
—No sé. Estoy nerviosa.
No se porque estara nerviosa imagino que algo del trabajo pero de repente me cambia de tema…
—¿Al final vamos en metro a cenar?
—Yo creo que sí —le contesto—, tú eres la que me lo dijo.
—¿Tienes sueño? —me pregunta, acariciándome el pecho.
—No mucho, aunque seguro que mañana sí.
—Buenas noches.
Se da la vuelta, y su cuerpo queda pegado al mío.
Entonces lo siento: su culo rozando mi entrepierna.
—¿Qué haces?
—Perdona… no me di cuenta —dice, y una risa traviesa se escapa de su boca antes de volver a presionarse contra mí.
Bajo despacio mi pantalón. Levanto su camiseta. La tela blanca de sus braguitas de algodón resalta contra su piel. Las bajo, y me pregunta:
—¿Qué haces?
—Follarte.
Mi sexo roza sus labios, y enseguida noto su humedad. No dice nada, solo respira más rápido, entregada.
Cuando la penetro, su cuerpo se tensa y luego se relaja, recibiéndome.
—¿Sigo?
—Mmm… sí… pero despacio.
Me muevo apenas, unos centímetros dentro y fuera, con calma. Su respiración se eleva, su cuerpo vibra. Su mano busca mi cabeza y me acaricia el pelo.
Pone una pierna sobre mí y me deja entrar más hondo.
Mis dedos encuentran sus pezones, duros, y los acaricio mientras la otra mano busca su clítoris.
Se estremece. Se le escapa un ah, un mmm… y me susurra:
—Cómo me gusta que me hagas el amor…
Lo dice bajito, y esas palabras lo cambian todo. Me pide ternura, y se la doy.
Sus temblores anuncian el final, y entre suspiros dice que va a correrse.
Me detengo, aún dentro de ella.
—No te has corrido, ¿verdad? —pregunta.
Beso su mejilla, sonrío.
—No te preocupes.
Me muevo un poco más y ella vuelve a estremecerse.
—No imaginas cuánto te quiero… —susurra.
La beso. Nuestras lenguas se encuentran, húmedas, suaves, girando una sobre la otra.
Vuelvo a empujar, esta vez más profundo.
—¿Te gusta?
—Me encanta…
Mis dedos dibujan círculos en su clítoris, lentos. Ella marca el ritmo con sus caderas.
Cuando se gira, mi sexo sale de su cuerpo, y me guía encima de ella.
Abre las piernas, dobla las rodillas, me invita a entrar.
Lo hago. Siento su calor, su humedad, su piel.
La miro: ya no hay lujuria, hay ternura. Su boca entreabierta, sus ojos entornados, el suspiro que se le escapa al sentirme dentro.
Abrazados, jadeando despacio, llegamos al orgasmo.
Fundidos.
En silencio.
Bueno, y a qué hora se alimentan este par de adictos al otro???NICO
Vega duerme. Yo reviso algunos correos electrónicos que me habían quedado pendientes. Mientras los leo, pienso en que dentro de una semana empezarán nuestras vacaciones de verano: una semana en el Camino de Santiago, otra en Cádiz y, por último, París.
Yo habría preferido quedarme en la playa, pero a Vega le hacía ilusión volver a París.
Apago el móvil y lo dejo en la mesilla. En ese momento siento su mano en mi espalda, cálida, suave. Me giro y la veo mirándome; sus ojos brillan en la penumbra.
—¿Qué pasa? —le pregunto.
—Nada… no puedo dormir.
—¿Y eso?
—No sé. Estoy nerviosa.
No se porque estara nerviosa imagino que algo del trabajo pero de repente me cambia de tema…
—¿Al final vamos en metro a cenar?
—Yo creo que sí —le contesto—, tú eres la que me lo dijo.
—¿Tienes sueño? —me pregunta, acariciándome el pecho.
—No mucho, aunque seguro que mañana sí.
—Buenas noches.
Se da la vuelta, y su cuerpo queda pegado al mío.
Entonces lo siento: su culo rozando mi entrepierna.
—¿Qué haces?
—Perdona… no me di cuenta —dice, y una risa traviesa se escapa de su boca antes de volver a presionarse contra mí.
Bajo despacio mi pantalón. Levanto su camiseta. La tela blanca de sus braguitas de algodón resalta contra su piel. Las bajo, y me pregunta:
—¿Qué haces?
—Follarte.
Mi sexo roza sus labios, y enseguida noto su humedad. No dice nada, solo respira más rápido, entregada.
Cuando la penetro, su cuerpo se tensa y luego se relaja, recibiéndome.
—¿Sigo?
—Mmm… sí… pero despacio.
Me muevo apenas, unos centímetros dentro y fuera, con calma. Su respiración se eleva, su cuerpo vibra. Su mano busca mi cabeza y me acaricia el pelo.
Pone una pierna sobre mí y me deja entrar más hondo.
Mis dedos encuentran sus pezones, duros, y los acaricio mientras la otra mano busca su clítoris.
Se estremece. Se le escapa un ah, un mmm… y me susurra:
—Cómo me gusta que me hagas el amor…
Lo dice bajito, y esas palabras lo cambian todo. Me pide ternura, y se la doy.
Sus temblores anuncian el final, y entre suspiros dice que va a correrse.
Me detengo, aún dentro de ella.
—No te has corrido, ¿verdad? —pregunta.
Beso su mejilla, sonrío.
—No te preocupes.
Me muevo un poco más y ella vuelve a estremecerse.
—No imaginas cuánto te quiero… —susurra.
La beso. Nuestras lenguas se encuentran, húmedas, suaves, girando una sobre la otra.
Vuelvo a empujar, esta vez más profundo.
—¿Te gusta?
—Me encanta…
Mis dedos dibujan círculos en su clítoris, lentos. Ella marca el ritmo con sus caderas.
Cuando se gira, mi sexo sale de su cuerpo, y me guía encima de ella.
Abre las piernas, dobla las rodillas, me invita a entrar.
Lo hago. Siento su calor, su humedad, su piel.
La miro: ya no hay lujuria, hay ternura. Su boca entreabierta, sus ojos entornados, el suspiro que se le escapa al sentirme dentro.
Abrazados, jadeando despacio, llegamos al orgasmo.
Fundidos.
En silencio.
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