Mi padre me enseñó a ser un hombre [Historia de Incesto Real entre Padre e Hijo]

Leyendo los primeros capítulos me imaginaba a padre e hijo yendo a debutar y tener sexo con prostitutas, amigas, jovencitas y mayores. Todo con el fin de ensañarle el arte del sexo.
Y derivo en que lo machos de polla grande eran dos gays ocultos que cogen entre ellos.
 
Bueno, más que gays ocultos, en el caso del padre es más bien un tío vacilando de polla gorda, con la mujer, con el hijo, y con quien se le ponga por delante, menudo semental…
 
Yo la ultima parte desearía un extended cut.. me supo a poco 😋
 
Leyendo los primeros capítulos me imaginaba a padre e hijo yendo a debutar y tener sexo con prostitutas, amigas, jovencitas y mayores. Todo con el fin de ensañarle el arte del sexo.
Y derivo en que lo machos de polla grande eran dos gays ocultos que cogen entre ellos.
Quizá si no te adelantaras en sacar conclusiones precipitadas leerás que mi padre me enseñó a disfrutar del sexo con y sin el, pero es más fácil hablar antes de tiempo 😁
 
Jaja, por favor, que siga! Tengo un par de obreros en una tienda debajo de mi casa, padre e hijo. El chaval, unos veintipocos, de gym, y el papá unos 40 largos, con culazo y brazacos de estar en la obra toda la vida… Los dos ahí, currando, sudando, los calzoncillos que se ven cuando se agachan… joer, me recuerdan a los protas de esta historia; me imagino al hijo matándose a pajas toda la noche pensando en su padre en la obra, buaaaah
 
Buuf, chavales… hoy me he fijao bien en la bragueta del papá obrero… ostia qué paquetón!! Debe estar el chaval hasta pegándole pollazos a la almohada por la noche, imaginando que los pega encima de los huevazos gordos de su padre, joder….
 
Buenos días, chavales! Mientras el compañero no continúa su historia, sigo flipando con los obreros, papá e hijo 😀. Ya están trabajando, menuda sudada… cómo deben quedar esos gayumbos, JODER.
 
Buenos días, chavales! Mientras el compañero no continúa su historia, sigo flipando con los obreros, papá e hijo 😀. Ya están trabajando, menuda sudada… cómo deben quedar esos gayumbos, JODER.
Sacale una foto y nos los enseñas
 
Sacale una foto y nos los enseñas
Jajaj…. Pues más o menos así debe estar el padre tumbao en el sofá cuando llegan a casa, antes de la ducha y con esos gayumbos que los va a reventar con las pelotas…
 

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Jaja, como siempre, me uno a la petición, por favor! Ufff, me hace pensar toda esta historia también en mi tío Ramón, alias “tío rabón”, ya os imagináis 🤣🤣
 
Lecciones de un Hombre


La habitación aún olía a sexo. A sudor. A virilidad desatada.

Las sábanas estaban arrugadas, húmedas. Yo yacía el centro de la cama boca arriba, el pecho subiendo y bajando con fuerza. Tenía la piel aún caliente, los labios entreabiertos, los ojos perdidos en el techo. Sentía las piernas flojas, la entrepierna sensible, el cuerpo lleno de una energía nueva, adictiva.

A mi lado, mi padre, mi referente, el hombre de la casa. Desnudo, sin vergüenza, sin urgencia. Me miró de reojo y cuando lo hizo empecé a conversar con él:

—¿Y ahora qué? —pregunté aún jadeando.

Mi padre soltó una carcajada ronca, grave.

—¿Ahora qué, dices? —me contestó mi padre—. Ahora empieza lo bueno, chaval. Lo de antes fue solo… una iniciación.

Al escuchar aquello tragué saliva. No sabía si lo que sentía eran nervios o hambre de más. Mi cuerpo lo pedía. Mi mente no lo entendía del todo, pero algo se había abierto dentro de mi. Algo que no quería cerrar.

—¿Te ha gustado? —preguntó mi padre, girando la cabeza para mirarme directamente.

—Sí… mucho —contesté con un hilo de voz.

Mi padre se inclinó sobre mi, me cogió por la mandíbula con firmeza y me obligó a mirarle a los ojos.

—Mírame bien. Esto no es un jueguecito de críos calientes. Esto es cosa de hombres. Y si vamos a seguir haciendo esto, más te vale que aprendas cómo se comporta un macho. ¿Entendido?

—Sí… —asentí entre excitado y sometido.

Mi padre me soltó mi cara, pero no su mirada.

—No me vengas con dudas de moral ni mierdas. Lo que hicimos está bien si tú lo quieres. No me importa si está bien o mal para el resto del mundo. Lo que importa es que tú has abierto las piernas, me pediste más, y yo te hice un hombre. ¿O no fue así?

Yo bajé la mirada, mordiéndome el labio. Me costaba asumirlo… pero me gustaba escucharlo así.

—Sí, joder…Me ha encantado.

Mi padre sonrió, satisfecho.

—Eso quería oír.


Mi padre se levantó de la cama, caminando desnudo por la habitación con la seguridad de un semental. Era un hombre hecho, curtido, con manos grandes, dedos gruesos, y una voz que vibraba en el estómago cuando hablaba.

Se puso un bóxer apretado y se giró con calma.

—Hoy te voy a llevar a un sitio. Quiero que veas algo. Quiero que aprendas.

—¿A dónde?

—A un sitio donde los hombres como yo nos soltamos la correa. Un local donde las tías se te sientan encima y te piden que las hagas callar con la polla. ¿Has estado alguna vez en uno?

El chico negó con la cabeza, con la boca seca.

—Pues hoy es tu bautizo. No te me rajes.

—¿Y qué vamos a hacer ahí… juntos?

Mi padre se agachó frente a mi, volvió a cogerme la cara con una mano firme y me dijo:

—Yo voy a enseñarte a mirar. A desear. A controlarte. Y si eres valiente… hasta te dejaré participar. Solo quiero que aprendas a moverte como un macho.

En ese momento sentí una punzada en la entrepierna. El morbo se disparó. Mi cuerpo estaba ardiendo otra vez.


—Quiero ir —dijo, firme.

—Buena respuesta —asintió mi padre, dándome una palmada fuerte en el muslo—. Así me gusta. Te estás volviendo hombre.

Poco después mi padre y yo nos preparábamos para ir a aquel lugar lleno de lujuria y deseo, de lucecitas, donde los hombre van cuando no tienen en casa quien les tenga bien servidos, o que simplemente quieren catar otros coños por estar hartos de estar probando años y años el mismo.

Nos pusimos bien guapos y nos montamos en el coche de mi padre.

El motor rugía mientras atravesábamos la carretera. Yo iba en el asiento del copiloto, las piernas separadas, los nervios a flor de piel. Mi padre manejaba con una sola mano, la otra descansaba en su propio muslo, sin prisa, sin filtro.

—¿Estás nervioso? —me preguntó mi padre, con una sonrisa ladeada.

—Un poco.

—Mejor. Eso significa que no eres un trozo de carne sin sangre. Pero escúchame bien: allí dentro, quiero que observes. Mira cómo caminan los tíos, cómo agarran a las tías, cómo les hablan al oído, cómo les ordenan. Olvídate de la culpa. Lo que pasa ahí dentro se queda ahí.

—¿Y tú? ¿Qué harás tú?-le dije a mi padre.

El me miró de reojo.

—Yo disfrutaré. Y tú aprenderás a mirar como se mira una hembra. Como un macho que sabe lo que quiere.

Yo apreté las piernas. El simple tono de voz de mi padre me empalmaba. Su manera de hablar, tan cruda, tan directa, tan sucia… me daban ganas de obedecer en todo.

A lo lejos, apareció un cartel de neón rojo (no diré el nombre del sitio). Una antigua nave industrial reconvertida en club privado, llegamos y aparcamos en la parte trasera.

Mi padre apagó el motor y se giró hacia mi.

—Una última cosa —dijo, serio—. Aquí no eres un chaval. Aquí eres mi sombra. No hables si no te lo digo. No toques si no te doy permiso. Y si te portas bien… quizás, solo quizás, te deje aprovechar la noche.

En ese momento tragué saliva.

—Sí, señor.

Mi padre sonrió de lado, abrió la puerta del coche y salió, acto seguido hice lo mismo y caminando juntos nos acercábamos al lugar, y la noche solo acababa de comenzar.
 
Lecciones de un Hombre


La habitación aún olía a sexo. A sudor. A virilidad desatada.

Las sábanas estaban arrugadas, húmedas. Yo yacía el centro de la cama boca arriba, el pecho subiendo y bajando con fuerza. Tenía la piel aún caliente, los labios entreabiertos, los ojos perdidos en el techo. Sentía las piernas flojas, la entrepierna sensible, el cuerpo lleno de una energía nueva, adictiva.

A mi lado, mi padre, mi referente, el hombre de la casa. Desnudo, sin vergüenza, sin urgencia. Me miró de reojo y cuando lo hizo empecé a conversar con él:

—¿Y ahora qué? —pregunté aún jadeando.

Mi padre soltó una carcajada ronca, grave.

—¿Ahora qué, dices? —me contestó mi padre—. Ahora empieza lo bueno, chaval. Lo de antes fue solo… una iniciación.

Al escuchar aquello tragué saliva. No sabía si lo que sentía eran nervios o hambre de más. Mi cuerpo lo pedía. Mi mente no lo entendía del todo, pero algo se había abierto dentro de mi. Algo que no quería cerrar.

—¿Te ha gustado? —preguntó mi padre, girando la cabeza para mirarme directamente.

—Sí… mucho —contesté con un hilo de voz.

Mi padre se inclinó sobre mi, me cogió por la mandíbula con firmeza y me obligó a mirarle a los ojos.

—Mírame bien. Esto no es un jueguecito de críos calientes. Esto es cosa de hombres. Y si vamos a seguir haciendo esto, más te vale que aprendas cómo se comporta un macho. ¿Entendido?

—Sí… —asentí entre excitado y sometido.

Mi padre me soltó mi cara, pero no su mirada.

—No me vengas con dudas de moral ni mierdas. Lo que hicimos está bien si tú lo quieres. No me importa si está bien o mal para el resto del mundo. Lo que importa es que tú has abierto las piernas, me pediste más, y yo te hice un hombre. ¿O no fue así?

Yo bajé la mirada, mordiéndome el labio. Me costaba asumirlo… pero me gustaba escucharlo así.

—Sí, joder…Me ha encantado.

Mi padre sonrió, satisfecho.

—Eso quería oír.


Mi padre se levantó de la cama, caminando desnudo por la habitación con la seguridad de un semental. Era un hombre hecho, curtido, con manos grandes, dedos gruesos, y una voz que vibraba en el estómago cuando hablaba.

Se puso un bóxer apretado y se giró con calma.

—Hoy te voy a llevar a un sitio. Quiero que veas algo. Quiero que aprendas.

—¿A dónde?

—A un sitio donde los hombres como yo nos soltamos la correa. Un local donde las tías se te sientan encima y te piden que las hagas callar con la polla. ¿Has estado alguna vez en uno?

El chico negó con la cabeza, con la boca seca.

—Pues hoy es tu bautizo. No te me rajes.

—¿Y qué vamos a hacer ahí… juntos?

Mi padre se agachó frente a mi, volvió a cogerme la cara con una mano firme y me dijo:

—Yo voy a enseñarte a mirar. A desear. A controlarte. Y si eres valiente… hasta te dejaré participar. Solo quiero que aprendas a moverte como un macho.

En ese momento sentí una punzada en la entrepierna. El morbo se disparó. Mi cuerpo estaba ardiendo otra vez.


—Quiero ir —dijo, firme.

—Buena respuesta —asintió mi padre, dándome una palmada fuerte en el muslo—. Así me gusta. Te estás volviendo hombre.

Poco después mi padre y yo nos preparábamos para ir a aquel lugar lleno de lujuria y deseo, de lucecitas, donde los hombre van cuando no tienen en casa quien les tenga bien servidos, o que simplemente quieren catar otros coños por estar hartos de estar probando años y años el mismo.

Nos pusimos bien guapos y nos montamos en el coche de mi padre.

El motor rugía mientras atravesábamos la carretera. Yo iba en el asiento del copiloto, las piernas separadas, los nervios a flor de piel. Mi padre manejaba con una sola mano, la otra descansaba en su propio muslo, sin prisa, sin filtro.

—¿Estás nervioso? —me preguntó mi padre, con una sonrisa ladeada.

—Un poco.

—Mejor. Eso significa que no eres un trozo de carne sin sangre. Pero escúchame bien: allí dentro, quiero que observes. Mira cómo caminan los tíos, cómo agarran a las tías, cómo les hablan al oído, cómo les ordenan. Olvídate de la culpa. Lo que pasa ahí dentro se queda ahí.

—¿Y tú? ¿Qué harás tú?-le dije a mi padre.

El me miró de reojo.

—Yo disfrutaré. Y tú aprenderás a mirar como se mira una hembra. Como un macho que sabe lo que quiere.

Yo apreté las piernas. El simple tono de voz de mi padre me empalmaba. Su manera de hablar, tan cruda, tan directa, tan sucia… me daban ganas de obedecer en todo.

A lo lejos, apareció un cartel de neón rojo (no diré el nombre del sitio). Una antigua nave industrial reconvertida en club privado, llegamos y aparcamos en la parte trasera.

Mi padre apagó el motor y se giró hacia mi.

—Una última cosa —dijo, serio—. Aquí no eres un chaval. Aquí eres mi sombra. No hables si no te lo digo. No toques si no te doy permiso. Y si te portas bien… quizás, solo quizás, te deje aprovechar la noche.

En ese momento tragué saliva.

—Sí, señor.

Mi padre sonrió de lado, abrió la puerta del coche y salió, acto seguido hice lo mismo y caminando juntos nos acercábamos al lugar, y la noche solo acababa de comenzar.
Mmm te has quedado en lo mejor jjj
 
LECCIONES DE UN HOMBRE – Parte 2: El Club


El interior del local olía a perfume caro, cuero y cuerpos calientes. Luces rojas, paredes oscuras, música suave pero grave. Todo parecía diseñado para provocar. El ambiente vibraba con miradas intensas, susurros, copas servidas con calma. Las mujeres paseaban con ropa ajustada, vestidos cortos… muchas sin ropa interior. Todo rezumaba sexo. Sexo consentido, buscado, exhibido sin pudor.

Mi padre caminaba con paso firme. Sus botas resonaban en el suelo de madera, marcando el ritmo. Yo lo seguía de cerca, aún nervioso, pero con el pulso acelerado y la sangre caliente.

—No hables —me dijo al oído sin volverse—. Mira, escucha. Aprende.

Yo obedecí a sus órdenes.

Cruzamos una zona con sofás donde varias mujeres se sentaban con las piernas cruzadas, escotes generosos, bocas pintadas de rojo. Algunas miraban a mi padre con muchísimo descaro, una incluso se lamió los labios al ver a mi padre pasar.

—¿Ves esa? —susurró él, sin mirar atrás—. Lleva el pelo recogido, vestido corto, tacones de aguja. Una mujer que sabe lo que quiere. Y si me sigue mirando así, esta noche me la follo como a una perra.

Al escuchar eso tragué saliva, sin dejar de mirar.

—¿Quieres una así para ti? —me pregunto mi padre, girando por fin su cara, con una media sonrisa desafiante.

—Sí —dijo yo casi sin aire.

—Entonces muévete como un hombre. Míralas a los ojos. No te escondas. Demuestra que tienes polla. Que puedes hacerlas gritar.

Seguimos caminando hasta una barra, donde mi padre pidió dos copas de whisky. Mi padre se lo bebió de un trago como si fuera asiduo a ello (en casa prácticamente no bebía nunca). Yo le imité acto seguido (y hubiera preferido que no 🤣) pero quería que mi padre estuviera orgulloso en todos los sentidos.

—Entonces papá, ¿no es la primera vez que vienes aquí, verdad? —le pregunté directamente.

—No no hijo— me contestó mi padre riendo—Quiero a tu madre y eso no se pone en duda, pero llevo años catando distintos coños y ya es costumbre, al final el morbo siempre puede mucho más y eso es algo que quiero que entiendas, no te quedes solo con un coño en tu vida— me afirmo.

Al rato, de estar charlando una mujer se nos acercó. Una mujer de unos cuarenta, morena, de curvas generosas, labios gruesos y vestida de negro. Se movía como una reina, sin prisa, con los tacones marcando el ritmo. Al pasar junto a nosotros detuvo su mirada en mi, me devoró con los ojos, y sonrió como quien elige plato.

Yo me puse muy nervioso ya que era mi primera vez tanto en un lugar así, como ir con mi padre de putas.

—¿Nuevo? —me preguntó sin cortarse.

Yo asentí, tímido. Ella rió suave, con voz ronca.

—¿Y este es tu…? —miró a mi padre, que sonrió de lado.

—Su “tutor”—contestó el. Él está aprendiendo pero tiene madera —dijo, con ese tono de macho que hacía temblar paredes.

—Entonces que aprenda conmigo —dijo la mujer, tomándome la mano y llevándome con ella sin pedir permiso.

Yo miré a mi padre y acto seguido él también me miró con una mirada que decía “disfruta… pero observa”. Me guiñó un ojo, sonrió, y lo perdí de vista.

Aquella mujer me llevaba de la mano como si fuera un crío, caminando por un largo pasillo iluminado con una luz muy tenue y llegando con ella a una sala privada.

Cuando llegamos ella me ordenó que primero (por higiene) me aseara bien, y que después me esperaba en la cama. Así que eso hice. Me encerré en el baño y mientras me duchaba me venían mil cosas a la cabeza, la situación, el estar ahí con mi padre, si mi madre se llegara a enterar, incluso me preguntaba que qué coño hacía yo allí…cuando salí de la ducha me miré al espejo y entonces una ola de morbo y excitación desatada recorrían mi cuerpo, queriendo dejar el listón bien alto “tu polla es mi polla papá” pensé para mi, para acto seguido salir a la habitación a cumplir.

Allí estaba esa hembra esperándome con un cuerpo espectacular como pocas veces he vuelto a ver. Me acerqué a ella y empezó a acariciarme, a palparme, a tocarme a ir bastante directa al grano. La verdad que pensar en aquella situación me la estaba poniendo más dura que nunca, y saber que mi padre estaba a unos metros de mí aún me la ponía más a reventar.

Sus labios se acercaron a los míos en un beso profundo que ni la mejor tía de mi edad me había dado. Seguimos así un buen rato hasta que le dije que tenía el morbo de que fuera obediente en todo lo que yo le dijera. Me dijo que eso estaba asegurado, así que como ya la tenía a mis pies empecé a ordenarle:

—Chúpame la polla anda— le dije.

Como buena obediente ahí que fue y debo decir que, incluso hoy años después, puedo afirmar que esos labios tenían una maestría para la felación que era una locura. Sus labios bien húmedos bajando, sin mucha fuerza pero bien de roce, era como una paja lubricada bien suave pero con la boca. Yo no podía parar de gemir, sabía que si continuaba así bastante más tiempo iba a correrme como un loco, pero yo no quería acabar así.

Después de unos minutos le dije que se pusiera boca arriba que la iba a follar bien follada. Ella me obedeció y puso sus manos sobre su boca para acto seguido empezar a masturbarse y dejarse el coño bien lubricado. Podría haber comido coño, pero estaba tan cerdo que me apetecía clavársela ya, darle bien duro.

Procedí a ponerme el condón y junto a su mirada de deseo llevé mi polla a la entrada de su coño y la metí primero despacio, ella solo dio un respingo con un gemido leve para acto seguido meterla de golpe (su coño así lo permitía). Ella dio un gemido de la hostia, apretando con sus manos mis brazos de lo que acababa de sentir y empecé a empujar sin parar. Nuestros labios se fundían en morreos sin parar mientras mi ritmo seguía acrecentándose, mi polla entraba y salía sin descanso, con un ritmo frenético, haciendo que mis huevos sonaran al chocar con su coño (es algo que siempre me pone cerdisimo).

—Sigue, vamos sigue— me decía ella como una loca.

Sabía que le estaba dando lo suyo y ella no paraba de gemir, yo estaba a 100 y sabía que no duraría mucho más tiempo.

—¿Me puedo correr en tu boca?— le pregunté mientras seguía metiéndola.

—Con condón si— me contestó.

No estaba dispuesto a que mi lefa se desperdiciará en un puto condón.

—Pues entonces en tus tetas.

—Ahí sin problema— me contestó con su cara de zorra.

Seguía dándole y sabía que la corrida vendría pronto, empecé a dar empellones lentos pero firmes y fuertes donde el sonido de mis cojones era bastante perceptible por toda la habitación.

—Me corro, me corro joder.

Aquella tía se puso de rodillas frente a mí poniendo sus tetas bien juntas y esperando a que le diera toda mi leche de hombre.

Llevé al límite el correrme y al sacarme el condón ya empecé a soltar chorros de lefa, lo que provocó que esta cayera en sus tetas, pero también en el suelo y parte de su cuerpo.

Me quedé jadeando, extasiado después de aquello, queriendo dejar el listón bien alto para con mi padre. Aquella señora se levantó del suelo y mirándome guiñándome un ojo me soltó:

—Muy bien chaval muy bien, tu “tutor” estará muy orgulloso de ti.

Me volví a dar una ducha después de aquel polvazo y le di su “agradecimiento” por aquel buen rato que me hizo pasar, para acto seguido salir y volver para buscar a mi padre.

Aquel sitio era muy particular pues también había un rincón donde la gente podía dar rienda suelta a la imaginación y follar aunque hubiera gente, en aquel entonces igual me extrañaba pero hoy sé que también era bastante liberal el lugar.

Cuando volví no se me olvidará jamás la imagen de mi padre bombeándose a otra mujer que no era mi madre, debo decir que se me puso dura no, durísima.

Mi padre tenía entre sus piernas a una tía rubia, alta, con una risa grave, y unos pezones que no se me olvidarán en la vida, perfectos, rosados y que daban ganar de mamar de ahí a todas horas. La tenía tumbada en un diván, y él estaba encima, con el pantalón bajado y el torso desnudo, empujando con fuerza mientras le sujetaba el cuello con una mano.

Evidentemente me quede mirando,se me secó la boca y me ardía la entrepierna otra vez al ver aquel espectáculo.

Mi padre se giró a verme mientras seguía dentro de ella.

—¿Qué pasa, chaval? ¿Te has empalmado otra vez solo de mirar?

Solo pude asentir, casi sin poder hablar.

Mi padre gruñó, sacándosela lentamente de la mujer rubia, ella gimió, pero sonrió.

—¿Y tú, preciosa? ¿Tienes energía para dos?

Ella asintió, sin pestañear.

—Entonces ven aquí —me dijo mi padre—. Es hora de que entiendas lo que es compartir como machos.

No tarde en acercarme temblando de deseo una vez más. Aquella piba se tumbó de nuevo, ahora entre ambos. Mi padre tomó una de sus piernas, se la abrió con fuerza. Yo tomé la otra. Las manos de ambos se encontraron sobre la piel de ella, cálida, húmeda, dispuesta.

—Vas a entrar tú primero —me ordeno mi padre—. Quiero que la llenes. Quiero verte moverte como un macho de verdad. Yo estaré aquí, viéndote, tocándola, hablándole. Y cuando llegue el momento… me toca a mí.

Eso hice, me coloque entre las piernas de la mujer, ella me guiaba con una sonrisa provocadora, estaba durísimo y no me costó nada entrar en ella con un gemido contenido, mientras mi padre se arrodillaba junto a su cabeza, cogiéndola del pelo, susurrándole palabras sucias.

—¿Te gusta cómo te lo mete mi aprendiz, eh? —le decía, roncamente—. Está aprendiendo rápido, ¿verdad? Te gusta sentir cómo te llena ese cuerpo joven…

La tía jadeaba, se retorcía. Yo cada vez me movía con más fuerza, más ritmo. Sentía a mi padre cerca, respirando con él, dominando todo.

—Ahora aparta —dijo de pronto—. Es mi turno.

Me tocó apartarme aunque con dificultad, sudando, temblando. Mi padre se colocó entre sus piernas, tomándola sin más, duro, rápido. La mujer gritó de placer, y yo no podía apartar la vista.

—Tócate —me ordenó—. Mírame. Míranos. Aprende.

Aquella imagen me tenía obsesionado, así que obedecí. Empecé a tocarme, mirándolos, sintiendo cómo mi cuerpo volvía a arder. No había vuelta atrás, estaba dentro de ese mundo. Lo deseaba, lo necesitaba.

Mi padre bombeó como un bestia y después de un buen rato avisaba a aquella mujer de que le iba a preñar pero bueno, terminó, con un gruñido profundo y brutal. Yo me corrí también a la vez dejando todo aquel espacio bien pringado. Después mi padre se giró y mirándome me dijo:

—Así se folla. Así se vive. Así se enseña a ser un hombre.

Yo me quedé quieto, sudoroso, vibrando por dentro.

No dije nada, no hacía falta.

Solo sabía que quería volver.
 
LECCIONES DE UN HOMBRE – Parte 2: El Club


El interior del local olía a perfume caro, cuero y cuerpos calientes. Luces rojas, paredes oscuras, música suave pero grave. Todo parecía diseñado para provocar. El ambiente vibraba con miradas intensas, susurros, copas servidas con calma. Las mujeres paseaban con ropa ajustada, vestidos cortos… muchas sin ropa interior. Todo rezumaba sexo. Sexo consentido, buscado, exhibido sin pudor.

Mi padre caminaba con paso firme. Sus botas resonaban en el suelo de madera, marcando el ritmo. Yo lo seguía de cerca, aún nervioso, pero con el pulso acelerado y la sangre caliente.

—No hables —me dijo al oído sin volverse—. Mira, escucha. Aprende.

Yo obedecí a sus órdenes.

Cruzamos una zona con sofás donde varias mujeres se sentaban con las piernas cruzadas, escotes generosos, bocas pintadas de rojo. Algunas miraban a mi padre con muchísimo descaro, una incluso se lamió los labios al ver a mi padre pasar.

—¿Ves esa? —susurró él, sin mirar atrás—. Lleva el pelo recogido, vestido corto, tacones de aguja. Una mujer que sabe lo que quiere. Y si me sigue mirando así, esta noche me la follo como a una perra.

Al escuchar eso tragué saliva, sin dejar de mirar.

—¿Quieres una así para ti? —me pregunto mi padre, girando por fin su cara, con una media sonrisa desafiante.

—Sí —dijo yo casi sin aire.

—Entonces muévete como un hombre. Míralas a los ojos. No te escondas. Demuestra que tienes polla. Que puedes hacerlas gritar.

Seguimos caminando hasta una barra, donde mi padre pidió dos copas de whisky. Mi padre se lo bebió de un trago como si fuera asiduo a ello (en casa prácticamente no bebía nunca). Yo le imité acto seguido (y hubiera preferido que no 🤣) pero quería que mi padre estuviera orgulloso en todos los sentidos.

—Entonces papá, ¿no es la primera vez que vienes aquí, verdad? —le pregunté directamente.

—No no hijo— me contestó mi padre riendo—Quiero a tu madre y eso no se pone en duda, pero llevo años catando distintos coños y ya es costumbre, al final el morbo siempre puede mucho más y eso es algo que quiero que entiendas, no te quedes solo con un coño en tu vida— me afirmo.

Al rato, de estar charlando una mujer se nos acercó. Una mujer de unos cuarenta, morena, de curvas generosas, labios gruesos y vestida de negro. Se movía como una reina, sin prisa, con los tacones marcando el ritmo. Al pasar junto a nosotros detuvo su mirada en mi, me devoró con los ojos, y sonrió como quien elige plato.

Yo me puse muy nervioso ya que era mi primera vez tanto en un lugar así, como ir con mi padre de putas.

—¿Nuevo? —me preguntó sin cortarse.

Yo asentí, tímido. Ella rió suave, con voz ronca.

—¿Y este es tu…? —miró a mi padre, que sonrió de lado.

—Su “tutor”—contestó el. Él está aprendiendo pero tiene madera —dijo, con ese tono de macho que hacía temblar paredes.

—Entonces que aprenda conmigo —dijo la mujer, tomándome la mano y llevándome con ella sin pedir permiso.

Yo miré a mi padre y acto seguido él también me miró con una mirada que decía “disfruta… pero observa”. Me guiñó un ojo, sonrió, y lo perdí de vista.

Aquella mujer me llevaba de la mano como si fuera un crío, caminando por un largo pasillo iluminado con una luz muy tenue y llegando con ella a una sala privada.

Cuando llegamos ella me ordenó que primero (por higiene) me aseara bien, y que después me esperaba en la cama. Así que eso hice. Me encerré en el baño y mientras me duchaba me venían mil cosas a la cabeza, la situación, el estar ahí con mi padre, si mi madre se llegara a enterar, incluso me preguntaba que qué coño hacía yo allí…cuando salí de la ducha me miré al espejo y entonces una ola de morbo y excitación desatada recorrían mi cuerpo, queriendo dejar el listón bien alto “tu polla es mi polla papá” pensé para mi, para acto seguido salir a la habitación a cumplir.

Allí estaba esa hembra esperándome con un cuerpo espectacular como pocas veces he vuelto a ver. Me acerqué a ella y empezó a acariciarme, a palparme, a tocarme a ir bastante directa al grano. La verdad que pensar en aquella situación me la estaba poniendo más dura que nunca, y saber que mi padre estaba a unos metros de mí aún me la ponía más a reventar.

Sus labios se acercaron a los míos en un beso profundo que ni la mejor tía de mi edad me había dado. Seguimos así un buen rato hasta que le dije que tenía el morbo de que fuera obediente en todo lo que yo le dijera. Me dijo que eso estaba asegurado, así que como ya la tenía a mis pies empecé a ordenarle:

—Chúpame la polla anda— le dije.

Como buena obediente ahí que fue y debo decir que, incluso hoy años después, puedo afirmar que esos labios tenían una maestría para la felación que era una locura. Sus labios bien húmedos bajando, sin mucha fuerza pero bien de roce, era como una paja lubricada bien suave pero con la boca. Yo no podía parar de gemir, sabía que si continuaba así bastante más tiempo iba a correrme como un loco, pero yo no quería acabar así.

Después de unos minutos le dije que se pusiera boca arriba que la iba a follar bien follada. Ella me obedeció y puso sus manos sobre su boca para acto seguido empezar a masturbarse y dejarse el coño bien lubricado. Podría haber comido coño, pero estaba tan cerdo que me apetecía clavársela ya, darle bien duro.

Procedí a ponerme el condón y junto a su mirada de deseo llevé mi polla a la entrada de su coño y la metí primero despacio, ella solo dio un respingo con un gemido leve para acto seguido meterla de golpe (su coño así lo permitía). Ella dio un gemido de la hostia, apretando con sus manos mis brazos de lo que acababa de sentir y empecé a empujar sin parar. Nuestros labios se fundían en morreos sin parar mientras mi ritmo seguía acrecentándose, mi polla entraba y salía sin descanso, con un ritmo frenético, haciendo que mis huevos sonaran al chocar con su coño (es algo que siempre me pone cerdisimo).

—Sigue, vamos sigue— me decía ella como una loca.

Sabía que le estaba dando lo suyo y ella no paraba de gemir, yo estaba a 100 y sabía que no duraría mucho más tiempo.

—¿Me puedo correr en tu boca?— le pregunté mientras seguía metiéndola.

—Con condón si— me contestó.

No estaba dispuesto a que mi lefa se desperdiciará en un puto condón.

—Pues entonces en tus tetas.

—Ahí sin problema— me contestó con su cara de zorra.

Seguía dándole y sabía que la corrida vendría pronto, empecé a dar empellones lentos pero firmes y fuertes donde el sonido de mis cojones era bastante perceptible por toda la habitación.

—Me corro, me corro joder.

Aquella tía se puso de rodillas frente a mí poniendo sus tetas bien juntas y esperando a que le diera toda mi leche de hombre.

Llevé al límite el correrme y al sacarme el condón ya empecé a soltar chorros de lefa, lo que provocó que esta cayera en sus tetas, pero también en el suelo y parte de su cuerpo.

Me quedé jadeando, extasiado después de aquello, queriendo dejar el listón bien alto para con mi padre. Aquella señora se levantó del suelo y mirándome guiñándome un ojo me soltó:

—Muy bien chaval muy bien, tu “tutor” estará muy orgulloso de ti.

Me volví a dar una ducha después de aquel polvazo y le di su “agradecimiento” por aquel buen rato que me hizo pasar, para acto seguido salir y volver para buscar a mi padre.

Aquel sitio era muy particular pues también había un rincón donde la gente podía dar rienda suelta a la imaginación y follar aunque hubiera gente, en aquel entonces igual me extrañaba pero hoy sé que también era bastante liberal el lugar.

Cuando volví no se me olvidará jamás la imagen de mi padre bombeándose a otra mujer que no era mi madre, debo decir que se me puso dura no, durísima.

Mi padre tenía entre sus piernas a una tía rubia, alta, con una risa grave, y unos pezones que no se me olvidarán en la vida, perfectos, rosados y que daban ganar de mamar de ahí a todas horas. La tenía tumbada en un diván, y él estaba encima, con el pantalón bajado y el torso desnudo, empujando con fuerza mientras le sujetaba el cuello con una mano.

Evidentemente me quede mirando,se me secó la boca y me ardía la entrepierna otra vez al ver aquel espectáculo.

Mi padre se giró a verme mientras seguía dentro de ella.

—¿Qué pasa, chaval? ¿Te has empalmado otra vez solo de mirar?

Solo pude asentir, casi sin poder hablar.

Mi padre gruñó, sacándosela lentamente de la mujer rubia, ella gimió, pero sonrió.

—¿Y tú, preciosa? ¿Tienes energía para dos?

Ella asintió, sin pestañear.

—Entonces ven aquí —me dijo mi padre—. Es hora de que entiendas lo que es compartir como machos.

No tarde en acercarme temblando de deseo una vez más. Aquella piba se tumbó de nuevo, ahora entre ambos. Mi padre tomó una de sus piernas, se la abrió con fuerza. Yo tomé la otra. Las manos de ambos se encontraron sobre la piel de ella, cálida, húmeda, dispuesta.

—Vas a entrar tú primero —me ordeno mi padre—. Quiero que la llenes. Quiero verte moverte como un macho de verdad. Yo estaré aquí, viéndote, tocándola, hablándole. Y cuando llegue el momento… me toca a mí.

Eso hice, me coloque entre las piernas de la mujer, ella me guiaba con una sonrisa provocadora, estaba durísimo y no me costó nada entrar en ella con un gemido contenido, mientras mi padre se arrodillaba junto a su cabeza, cogiéndola del pelo, susurrándole palabras sucias.

—¿Te gusta cómo te lo mete mi aprendiz, eh? —le decía, roncamente—. Está aprendiendo rápido, ¿verdad? Te gusta sentir cómo te llena ese cuerpo joven…

La tía jadeaba, se retorcía. Yo cada vez me movía con más fuerza, más ritmo. Sentía a mi padre cerca, respirando con él, dominando todo.

—Ahora aparta —dijo de pronto—. Es mi turno.

Me tocó apartarme aunque con dificultad, sudando, temblando. Mi padre se colocó entre sus piernas, tomándola sin más, duro, rápido. La mujer gritó de placer, y yo no podía apartar la vista.

—Tócate —me ordenó—. Mírame. Míranos. Aprende.

Aquella imagen me tenía obsesionado, así que obedecí. Empecé a tocarme, mirándolos, sintiendo cómo mi cuerpo volvía a arder. No había vuelta atrás, estaba dentro de ese mundo. Lo deseaba, lo necesitaba.

Mi padre bombeó como un bestia y después de un buen rato avisaba a aquella mujer de que le iba a preñar pero bueno, terminó, con un gruñido profundo y brutal. Yo me corrí también a la vez dejando todo aquel espacio bien pringado. Después mi padre se giró y mirándome me dijo:

—Así se folla. Así se vive. Así se enseña a ser un hombre.

Yo me quedé quieto, sudoroso, vibrando por dentro.

No dije nada, no hacía falta.

Solo sabía que quería volver.
doy like y procedo a leer
 
Buah excepcional, lo transmites de manera que se vive!!!! Me encanta y mira que soy reticente a estas historias pero me la leí de golpe!!!! Genial , gracias por compartir ☺️ ☺️
Quiero más!!!!! Hay más????
 
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