Mi sobrina de 18 años y yo (Relato real)

El comienzo fue increíble. Lo que pasó en el baño esas noches es algo imborrable. Y lo que vino después también, pero el morbo de lo que pasó esas madrugadas es incomparable.
Solo espero que al final te la pudieses follar agusto y que esa experiencia os quede a los dos para siempre
 
Muy buenas. Ahora que tengo algo de tiempo, sigo contando la continuación de la historia. Gracias por vuestras palabras, me alegra saber que os está gustando.

...

Tras el increíble momento que había vivido la noche anterior, la mañana siguiente me levanté, además de con una erección superlativa, con ganas de más, de querer ir más allá, de poner a mi sobrina a prueba.
Pero estas ganas de más, que eran como un diablillo hablándome en un oído, chocaban con el angelito que me hablaba en el otro oído diciéndome que no arriesgase, que dejara que las cosas siguieran fluyendo...

En resumen: estaba hecho un lío y tenía un calentón incomparable.

Como todos los días, Teresa no desayunó con nosotros, se quedó remoloneando en la cama.

Asi que, terminado el desayuno, le dijimos a mi sobrina que nos íbamos todos a la playa (estaba a cinco minutos del apartamento) y que ella bajase cuando quisiera. Algo que ella aceptó sin problema, pues estaba acostumbrada a ir más tarde.

Una hora después de llegar nosotros a la playa, lo hizo Teresa. Con la misma mirada de días anteriores, primero a mis ojos y luego a mi paquete.
Yo quería seguir siendo cauto, pero lo que no pude evitar desde ese momento fue devorarla con la mirada, sobre todo cuando se quedó en bikini. Ya me daba igual que tuviera las tetas pequeñas o el culo plano, quería que sintiera mi deseo sin tocarla.

Así que me dediqué la mañana a buscarla con la mirada, sonreírla, guiñarle un ojo... Ella enseguida se ruborizaba y miraba para otro lado, y a mí me encantaba verla así.

Poco antes de las 13 horas abandonamos la playa rumbo a Mercadona (que estaba a unos 20 minutos caminando del apartamento) para hacer la compra de la comida de ese día.
Al pasar a la altura del apartamento para dejar las cosas, Teresa dijo que no le apetecía caminar más y que se quedaba en casa. Le pregunté a mis hijos si querían quedarse con ella, y al decirme que no (preferían ir a comprar para así coger bolsas de patatas fritas y demás), se me iluminó una bombilla y me ofrecí a quedarme en casa yo también para ir poniendo la mesa, haciendo una ensalada, etc.

Todos estuvieron de acuerdo en que era una buena idea, así que mientras mis cuñados, mi mujer y mis hijos iban a Mercadona, yo iba hacia el apartamento con mi sobrina.

Cuento lo que pasó después en cuanto pueda.
 
Muy buenas. Ahora que tengo algo de tiempo, sigo contando la continuación de la historia. Gracias por vuestras palabras, me alegra saber que os está gustando.

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Tras el increíble momento que había vivido la noche anterior, la mañana siguiente me levanté, además de con una erección superlativa, con ganas de más, de querer ir más allá, de poner a mi sobrina a prueba.
Pero estas ganas de más, que eran como un diablillo hablándome en un oído, chocaban con el angelito que me hablaba en el otro oído diciéndome que no arriesgase, que dejara que las cosas siguieran fluyendo...

En resumen: estaba hecho un lío y tenía un calentón incomparable.

Como todos los días, Teresa no desayunó con nosotros, se quedó remoloneando en la cama.

Asi que, terminado el desayuno, le dijimos a mi sobrina que nos íbamos todos a la playa (estaba a cinco minutos del apartamento) y que ella bajase cuando quisiera. Algo que ella aceptó sin problema, pues estaba acostumbrada a ir más tarde.

Una hora después de llegar nosotros a la playa, lo hizo Teresa. Con la misma mirada de días anteriores, primero a mis ojos y luego a mi paquete.
Yo quería seguir siendo cauto, pero lo que no pude evitar desde ese momento fue devorarla con la mirada, sobre todo cuando se quedó en bikini. Ya me daba igual que tuviera las tetas pequeñas o el culo plano, quería que sintiera mi deseo sin tocarla.

Así que me dediqué la mañana a buscarla con la mirada, sonreírla, guiñarle un ojo... Ella enseguida se ruborizaba y miraba para otro lado, y a mí me encantaba verla así.

Poco antes de las 13 horas abandonamos la playa rumbo a Mercadona (que estaba a unos 20 minutos caminando del apartamento) para hacer la compra de la comida de ese día.
Al pasar a la altura del apartamento para dejar las cosas, Teresa dijo que no le apetecía caminar más y que se quedaba en casa. Le pregunté a mis hijos si querían quedarse con ella, y al decirme que no (preferían ir a comprar para así coger bolsas de patatas fritas y demás), se me iluminó una bombilla y me ofrecí a quedarme en casa yo también para ir poniendo la mesa, haciendo una ensalada, etc.

Todos estuvieron de acuerdo en que era una buena idea, así que mientras mis cuñados, mi mujer y mis hijos iban a Mercadona, yo iba hacia el apartamento con mi sobrina.

Cuento lo que pasó después en cuanto pueda.
Un relato genial, me tienes enganchado!
 

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