Lo que más me gusta de darle por el culo es, sin duda, la suma de las pequeñas cosas.
Por supuesto que me dan muchísimo placer el calor ardiente y la angostura aterciopelada de ese culo estrecho, y que la sensación de exprimirte la polla en un agujero tan, tan apretado es increíble, pero hay pequeños detalles, "pequeñas cosas", que hacen que cada anal con ella sea, para mí, una locura - en el mejor de los sentidos.
Por ejemplo, me hace muchísima gracia y me excita especialmente ese mohín como de niña enrabietada que frunce sus labios cuando le digo al oído que quiero follarme su culo. Rara vez, aunque las hay, es ella quien lo pide o lo provoca, así que tengo que ser yo quien por activa o por pasiva, por palabras o por hechos, deje claro que pienso sodomizarla. Cuando se hace evidente ella juega como a protestar, aunque al mismo tiempo menea sus caderas y me frota sus nalgas, colocándose poco a poco en posición, boca abajo o en cuatro.
También me fascina la forma en que agarra sus cachetes con ambas manos y los separa y los junta, despacio, como incitándome, como si titubease y no se decidiese del todo a poner el culo en pompa y dejarme libre acceso.
Otro detalle que me pone a mil por hora es ese momento, ese instante, en que la cabeza de la polla empuja, reventona, firme, y el culito, el ano mismo, parece que sí pero que no, parece que no pero que sí, y se va abriendo pero cuesta mucho... Me la pone durísima escuchar sus gemidos, sus quejidos un poco roncos, sus "cuidado", sus "despacito" apenas susurrados. Me excita al límite cuando tiembla un poquito, y se retuerce muy despacio sin querer escaparse, como acomodándose, como rindiéndose.
Y ya es la gloria cuando finalmente su resistencia se vence, su culo siempre tan prieto acaba de romperse, y la cabeza de mi polla es como si se deslizase dentro sin esfuerzo, pero solo la cabeza, porque cuando pasa su culo vuelve a cerrarse, como una trampa perfecta. Y en ese preciso instante ella a veces lanza un soplido, o suspira, o profiere un "ayyy" bajito y prolongado, y siempre siempre pega un respingo, un sobresalto leve, y si está a cuatro patitas termina posando la cabeza contra el colchón, o si la estoy enculando en la mesa apoya la frente en la ella, o si estamos de pie en la pared coloca la cara de lado en la pared, con los ojos cerrados, respirando un poco más fuerte.
Ese momento, ese repentino estremecimiento, ese quejido, son oro puro. Esos preciosos segundos que pasan desde que su culito es como si se descorchara, hasta que todo su cuerpo parece asumir que la enculada es ya inevitable, valen un puto imperio. Mirar esas nalgas redondas, turgentes, firmes, y ver tu polla sobresaliendo justo ahí, sabiendo que está vez, otra vez, una más, vas a domar y rendir algo que tú y solo tú has disfrutado, me provoca una euforia deliciosa.
Hay más, pero deberán ser contadas en otra ocasión.