Para eso está la familia

Buffff…pobre Silvia, como le habrán dejado la pobre vagina…lo que no sé es cómo pudieron resistirse esos dos desalmados a romperle el culo, violar su boquita y follarse sus tetazas sin compasión…en tu lugar, yo les pondría el culo también, y así ya os vais los 2 para casa bien rellenos como pavos…y la humillación ya es total…🤣🤣
 
Yo volví a la casa por el camino por el que había venido. Cabizbajo y abatido no sabía que me encontraría al llegar a la casa ni cómo lo gestionaría. Después de todos esos años nada había cambiado y Alberto volvía a ganar. Pero esta vez su premio era demasiado grande, su trofeo demasiado caro. Y no solo eso, no solo había presenciado como él abusaba de mi novia, también su padre se había aprovechado de ella. Ambos se la habían follado de forma brutal y sin contención, hasta el fondo y hasta el final. Y el hecho es que había algo raro en lo que había pasado pero en ese momento no podía pensar con claridad.

Cuando llegué a la casa subí directamente a la habitación. No quería encontrarme con nadie. Pero en la habitación estaba Silvia, sentada en la silla junto a la cama. - ¿Dónde estabas? - me preguntó y solo acerté a responderle que había ido a buscarla al campo pero no la había encontrado. Esperé allí plantado esperando que rompiera a llorar, que me explicara el terrible asalto que había sufrido pero en vez de eso pareció aliviada por mi respuesta. - Deberías volver a la cama y descansar. - Y en eso quedó todo. Se puso en pie y me ayudó a desvestirme y meterme en la cama. Después salió de la habitación prometiéndome que volvería en unos minutos con una infusión caliente. Todo eso sin que apenas se le notara el dolor que debía tener en la entrepierna.

Esa noche tampoco fue buena. La fiebre remitió pero el cansancio y las pesadillas me tenían completamente descolocado. Tengo el recuerdo borroso de haberme despertado una de las veces y no estar Silvia a mi lado pero no puedo estar seguro. Por la mañana me desperté notando el Sol en mi cara y una humedad cálida en mi entrepierna. Abrí los ojos y vi a Silvia desnuda junto a mi, con la cabeza apoyada en mi muslo y la boca rodeando mi polla. En seguida me puse a tono y Silvia sonrió diciéndome que parecía que ya me encontraba completamente recuperado. Después se puso a horcajadas sobre mi y descendió hasta que mi polla, guiada por su mano, penetró en su vagina. La noté hirviendo y extremadamente húmeda. Mi pene penetró completamente en su sexo sin resistencia alguna y Silvia empezó a cabalgarme con frenesí. Estaba confundido y sorprendido por la situación pero lo visión de sus pechos rebotando y su sexo mojado y receptivo eran demasiado excitante y no tardé en correrme. Fue un orgasmo reprimido, donde salieron todas las emociones y toda la rabia de los últimos días. Mientras apretaba los labios para evitar que toda la casa se enterase noté como se exprimían mis pelotas, como el semen quemaba el interior de mi pene, como me vaciaba completamente en su sexo. Después me volví a quedar dormido, completamente extasiado.

Al bajar para desayunar me encontré la desagradable sorpresa de ver a Alberto tras la cocina comiendo un trozo de pan con tocino. Mi madre me informó que se había quedado a dormir ya que el día anterior habían acabado muy tarde de trabajar. Me senté en el extremo opuesto de la mesa y mi madre me puso delante un café con leche. - Creo que los dos hemos tenido una noche agotadora… - me dijo Alberto. Le miré sin entender qué quería decir o quizá sin querer entenderlo. Alberto reía sin dejar de mirarme y yo me bebí el café con leche de un trago abrasándome el esófago y salí afuera.
Pues si acabo tarde de trabajar de trabajarse a su mujer
 
Es seguro que Alberto, el primo, pasara la noche inseminando a Silvia, en una relación íntima y secreta que agotó a ambos. Luego, ya entrada la mañana y aprovechando el momento, Silvia buscó la cercanía de su marido, con la intención de encubrir el verdadero origen de un casi seguro embarazo. Así, entre el deseo y la manipulación, teje una coartada perfecta para atribuirle al esposo el hijo bastardo de Alberto o de Paco.

Ahora hay que ver como reacciona el marido cornudo, pero me da a mí, que por un hijo, va a consentir todos los cuernos que haga falta, aunque duelan.
 
Inseminada está... aunque aprovechando que el Pisuerga pasa por Pucela... bombearan Albertotem y su padre todo lo que no está en los escritos. Silvia acabará yonky y se acostumbrará a la abundancia láctea. El cornudo, cornudo es, verificado y comprobado...
 
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Un par de días más tarde volvimos a casa. Silvia se comportaba de manera completamente normal y yo no lograba entenderlo pero no me atrevía a reconocer que había sido espectador pasivo de aquellos dos episodios. Unas semanas más tarde empezó a tener nauseas y vómitos y me confirmó que se le había retrasado la regla. Rápidamente hicimos un test de embarazo y dió positivo. Por fin, después de tantos meses, se había quedado embarazada. Silvia estaba inmensamente feliz y yo me dejaba contagiar de su alegría pero en privado no podía alejar la punzante sospecha sobre la paternidad del niño que Silvia llevaba en su interior. Concluímos que el mágico momento de la concepción había sido ese polvo mañanero después de dos noches de fiebre pero era imposible obviar que la matriz de Silvia había recibido el día anterior aportaciones de semen seguramente mucho más abundantes por parte de Alberto y su padre.

Nueve meses más tarde nació Juan y se parecía muchísimo a mi. Es algo que se dice de todos los recién nacidos pero en el caso de Juan había unanimidad. Incluso una amiga nuestra genetista me confirmó que el lóbulo de la oreja unido era un rasgo heredado del padre y Juan tenía el lóbulo como el mío. Y cosas de la memoria, en ese momento me vino un fogonazo de mi tío Paco cogiéndome en brazos cuando yo era pequeño y recordé que me sorprendió ver cuán grande y colgante era su lóbulo. Y por fin pude relajarme un poco.

Nunca olvidaría lo que había pasado aquel verano pero de alguna forma, el hecho de que fuera mi semilla la que hubiese preñado a Silvia le quitaba trascendencia a todo el episodio. Y conforme fue pasando el tiempo y esa personita fue creciendo aquello se convirtió en un recuerdo lejano, como aquellos que no sabes si realmente has vivido o te lo han contado.

Cuando Juan tenía 5 años se murió mi tío Paco. A pesar de lo humillado que me sentía no pude convencer a mi madre de que no era necesario que yo fuera al entierro. “La familia es la familia”, me dijo y ahí se acabó el asunto. Bajamos del tren y nos esperaba el hermano pequeño de mi padre y de tío Paco en la estación y nos llevó directamente al tanatorio. Mi madre le preguntó cómo había pasado y tío José nos dijo que en la cama. Eso a mi madre le pareció una manera muy tranquila de irse, durmiendo en la propia cama, pero mi tío la corrigió: no, no estaba durmiendo y tampoco estaba en su cama. A buen entendedor pocas palabras bastan.

En el tanatorio mi tío Paco estaba de cuerpo presente. Siempre me ha parecido un espectáculo excesivo pero debíamos presentar nuestras condolencias a la familia y despedirnos del fallecido. Y allí estaba yo, ante el cadáver del hombre de setenta y pico que unos pocos años antes se había tirado a mi novia de forma brutal con la polla más grande que yo haya visto y que me había dado las peores noches de mi vida temiendo que hubiera sido su esperma el que hubiera preñado a Silvia. Pero no, el lóbulo de la oreja le descartaba, ese lóbulo grande y colgante, bajo el que aún se distinguía la marca de una cicatriz…

Rápidamente busqué a mi madre y la arrastré hasta el féretro. - ¿Qué es esa cicatriz? - le dije nervioso. - ¿Eso? Tu tío de joven era muy presumido y no le gustaba como tenía pegados los lóbulos de las orejas, tu padre siempre me contaba que de pequeños le tomaban el pelo porque era el único que los tenía unidos. Un día se cansó y se los rajó con un cuchillo de pelar patatas. - De pronto todos los temores volvieron en una ola de pánico que me dejó congelado. Mi madre se alejó a cotillear con algún conocido y yo tardé una eternidad en salir de la sala donde estaba expuesto el cuerpo de tío Paco. Ya fuera me encontré con Alberto que parecía muy afectado por la muerte de su padre. Él también tenía los lóbulos unidos. Y no sólo él, los dos hijos de tío José también, a pesar de que su padre no los tenía y también el hijo de diez años de mi prima Ana.

¡Por Dios! ¡No podía ser verdad! El hijo de puta de tío Paco, igual que su hijo, se había pasado toda la vida follándose todo lo que se le ponía a tiro dejando un rastro de hijos bastardos. No había tenido reparo en tirarse a su sobrina y tampoco a sus cuñadas. ¡Por favor! ¡Yo mismo podría ser hijo suyo! Estuve a punto de desmayarme… mi hijo… mi propio hijo, quizá fuera en realidad mi hermano…

Al volver a casa removí cielo y tierra para conseguir que me hicieran una prueba de fertilidad. Me peleé con los de la mútua y me hice el loco para que me firmaran el consentimiento, pero es que mi salud mental necesitaba saberlo. El día de la muestra no le dije nada a Silvia. Me sentí fatal cerrado en esa sala beige, con un potecito en la mano y material pornográfico para todos los gustos repartido por la mesa. Temí que me fuera imposible eyacular en esas condiciones pero entonces, mientras me masturbaba, me vino a la mente la escena junto al río. Recordé las descomunales pollas de Alberto y su padre. Yo no había heredado ese rasgo. Durante muchos años había visto las caras de las chicas al ver el falo de Alberto, desde la lujuria más desenfrenada hasta un terror físico. Siempre había tratado de imaginar cómo debía ser tener un instrumento con el que hacerlas sentir llenas hasta lo imposible. Un instrumento que esas chicas recordarían el resto de su vida, cada vez que intentasen volver a sentir esa sensación de plenitud absoluta con alguien menos dotado, alguien como yo. ¿Cómo se debía sentir Silvia? Esa tarde junto al río la había visto sufrir de dolor, pero no luchar, no rechazarlos. Jamás me había comentado nada pero yo lo había notado cada vez que hacíamos el amor, aunque me lo negara a mi mismo. Esa tarde Alberto y su padre habían tomado posesión del sexo de mi novia y yo jamás lo recuperaría. Silvia jamás había vuelto a sentir algo como aquello, jamás había vuelto a notar como las paredes de su sexo se dilataban para acoger aquellos miembros tan hermosos, como todo su cuerpo se había concentrado en notar cada centímetro cúbico de carne que la penetraba, como su matriz se había llenado con el ardiente fruto de sus huevos.

El resultado fue negativo. Mis espermatozoides no eran aptos para concebir.
 
Un par de días más tarde volvimos a casa. Silvia se comportaba de manera completamente normal y yo no lograba entenderlo pero no me atrevía a reconocer que había sido espectador pasivo de aquellos dos episodios. Unas semanas más tarde empezó a tener nauseas y vómitos y me confirmó que se le había retrasado la regla. Rápidamente hicimos un test de embarazo y dió positivo. Por fin, después de tantos meses, se había quedado embarazada. Silvia estaba inmensamente feliz y yo me dejaba contagiar de su alegría pero en privado no podía alejar la punzante sospecha sobre la paternidad del niño que Silvia llevaba en su interior. Concluímos que el mágico momento de la concepción había sido ese polvo mañanero después de dos noches de fiebre pero era imposible obviar que la matriz de Silvia había recibido el día anterior aportaciones de semen seguramente mucho más abundantes por parte de Alberto y su padre.

Nueve meses más tarde nació Juan y se parecía muchísimo a mi. Es algo que se dice de todos los recién nacidos pero en el caso de Juan había unanimidad. Incluso una amiga nuestra genetista me confirmó que el lóbulo de la oreja unido era un rasgo heredado del padre y Juan tenía el lóbulo como el mío. Y cosas de la memoria, en ese momento me vino un fogonazo de mi tío Paco cogiéndome en brazos cuando yo era pequeño y recordé que me sorprendió ver cuán grande y colgante era su lóbulo. Y por fin pude relajarme un poco.

Nunca olvidaría lo que había pasado aquel verano pero de alguna forma, el hecho de que fuera mi semilla la que hubiese preñado a Silvia le quitaba trascendencia a todo el episodio. Y conforme fue pasando el tiempo y esa personita fue creciendo aquello se convirtió en un recuerdo lejano, como aquellos que no sabes si realmente has vivido o te lo han contado.

Cuando Juan tenía 5 años se murió mi tío Paco. A pesar de lo humillado que me sentía no pude convencer a mi madre de que no era necesario que yo fuera al entierro. “La familia es la familia”, me dijo y ahí se acabó el asunto. Bajamos del tren y nos esperaba el hermano pequeño de mi padre y de tío Paco en la estación y nos llevó directamente al tanatorio. Mi madre le preguntó cómo había pasado y tío José nos dijo que en la cama. Eso a mi madre le pareció una manera muy tranquila de irse, durmiendo en la propia cama, pero mi tío la corrigió: no, no estaba durmiendo y tampoco estaba en su cama. A buen entendedor pocas palabras bastan.

En el tanatorio mi tío Paco estaba de cuerpo presente. Siempre me ha parecido un espectáculo excesivo pero debíamos presentar nuestras condolencias a la familia y despedirnos del fallecido. Y allí estaba yo, ante el cadáver del hombre de setenta y pico que unos pocos años antes se había tirado a mi novia de forma brutal con la polla más grande que yo haya visto y que me había dado las peores noches de mi vida temiendo que hubiera sido su esperma el que hubiera preñado a Silvia. Pero no, el lóbulo de la oreja le descartaba, ese lóbulo grande y colgante, bajo el que aún se distinguía la marca de una cicatriz…

Rápidamente busqué a mi madre y la arrastré hasta el féretro. - ¿Qué es esa cicatriz? - le dije nervioso. - ¿Eso? Tu tío de joven era muy presumido y no le gustaba como tenía pegados los lóbulos de las orejas, tu padre siempre me contaba que de pequeños le tomaban el pelo porque era el único que los tenía unidos. Un día se cansó y se los rajó con un cuchillo de pelar patatas. - De pronto todos los temores volvieron en una ola de pánico que me dejó congelado. Mi madre se alejó a cotillear con algún conocido y yo tardé una eternidad en salir de la sala donde estaba expuesto el cuerpo de tío Paco. Ya fuera me encontré con Alberto que parecía muy afectado por la muerte de su padre. Él también tenía los lóbulos unidos. Y no sólo él, los dos hijos de tío José también, a pesar de que su padre no los tenía y también el hijo de diez años de mi prima Ana.

¡Por Dios! ¡No podía ser verdad! El hijo de puta de tío Paco, igual que su hijo, se había pasado toda la vida follándose todo lo que se le ponía a tiro dejando un rastro de hijos bastardos. No había tenido reparo en tirarse a su sobrina y tampoco a sus cuñadas. ¡Por favor! ¡Yo mismo podría ser hijo suyo! Estuve a punto de desmayarme… mi hijo… mi propio hijo, quizá fuera en realidad mi hermano…

Al volver a casa removí cielo y tierra para conseguir que me hicieran una prueba de fertilidad. Me peleé con los de la mútua y me hice el loco para que me firmaran el consentimiento, pero es que mi salud mental necesitaba saberlo. El día de la muestra no le dije nada a Silvia. Me sentí fatal cerrado en esa sala beige, con un potecito en la mano y material pornográfico para todos los gustos repartido por la mesa. Temí que me fuera imposible eyacular en esas condiciones pero entonces, mientras me masturbaba, me vino a la mente la escena junto al río. Recordé las descomunales pollas de Alberto y su padre. Yo no había heredado ese rasgo. Durante muchos años había visto las caras de las chicas al ver el falo de Alberto, desde la lujuria más desenfrenada hasta un terror físico. Siempre había tratado de imaginar cómo debía ser tener un instrumento con el que hacerlas sentir llenas hasta lo imposible. Un instrumento que esas chicas recordarían el resto de su vida, cada vez que intentasen volver a sentir esa sensación de plenitud absoluta con alguien menos dotado, alguien como yo. ¿Cómo se debía sentir Silvia? Esa tarde junto al río la había visto sufrir de dolor, pero no luchar, no rechazarlos. Jamás me había comentado nada pero yo lo había notado cada vez que hacíamos el amor, aunque me lo negara a mi mismo. Esa tarde Alberto y su padre habían tomado posesión del sexo de mi novia y yo jamás lo recuperaría. Silvia jamás había vuelto a sentir algo como aquello, jamás había vuelto a notar como las paredes de su sexo se dilataban para acoger aquellos miembros tan hermosos, como todo su cuerpo se había concentrado en notar cada centímetro cúbico de carne que la penetraba, como su matriz se había llenado con el ardiente fruto de sus huevos.

El resultado fue negativo. Mis espermatozoides no eran aptos para concebir.
Creo que nadie tenía dudas, lo único que dudo es que solo se follara tu mujer entonces, apostaría a que en el funeral buscaron la ocasión
 
Yo lo siento, pero todo lo que no sea mandarla a paseo, solicitar el divorcio y que el niño se lo cuide otro, hablará muy mal de él.
Ella es una zorra que no siquiera ha tenido la decencia de decirle que le ha sido infiel.
Si sigue con ella, a mí me decepcionaría mucho.
 

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