Pedromiguel
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Los chicos llamaron que se quedaban en el club hasta tarde, tenían partido después de
almorzar.
Un problema menos para la tarde. ¡Tarde libre para nosotros!
Seguí a Fernanda al dormitorio.
Se acostó, boca arriba, y yo hice lo mismo a su lado. Cubierta sólo con ese baby doll era la imagen de la sensualidad, la imagen de una mujer seduciendo a su hombre.
Era casi todo transparente, pero no totalmente, dejando adivinar los relieves y las zonas más oscuras. Muy corto, apenas cubría el inicio de sus muslos. Insinuaba que el mínimo movimiento, expondría toda su intimidad a la mirada de quien ella quisiera.
Yo sabía que era muy puta, que venía de coger con dos hombres y de pasar la noche con uno de ellos fuera de casa, mientras que yo, su marido, la esperaba, excitado en casa. Y me encantaba, me excitaba que fuera así y la quería más por eso.
La abracé, besando su cara, buscando su boca. Ella se giró hacia mí y, entreabriendo sus labios, buscó los míos. Nos besamos, primero suave, despacio, y de a poco fuimos adquiriendo pasión, abriendo las bocas, explorando con las lenguas, intercambiando humedad y calor. ¡Sabía tan bien! Y a mí me ilusionaba saber que esa boca que yo besaba había besado a otros el día anterior y aún más, había recibido pollas y leche de macho hacía pocas horas.
Mi polla era ya un fierro de dura, buscando escapar de la tanga femenina que la envolvía. Fernanda la buscó con su mano y la acariciaba por fuera de la ropa. Yo metí mi mano por debajo de su lencería y acaricié su piel desnuda, aún sin bañarse después de dormir con otro. Sus muslos mostraban machucones y pegotes, su concha seguía muy mojada, y con chorros secos alrededor. Un chupón adornaba su labio derecho del coño y otro cubría su tatuaje. Acaricié sus tetas, con sus pezones erguidos, duros, deteniéndome en el machucón que lucía en la teta derecha, resultado de otro chupón apasionado de alguno de los dos.
A mí no me deja marcarla.
Dice que queda mal que su amante vea que coge con otro, aunque sea su marido. Cuando me dijo eso, hace años, ¡se me paró la verga! Aún me acuerdo.
Pero como sabe que a mí me gusta, se deja marcar por sus machos, para ellos y para mí.
Olía a ella, a su perfume de siempre, más otros olores que se mezclaban. A sexo, al perfume de otros hombres. Un poco a sudor y otro poco a leche de polla. Me gustaba así.
Exploré con mi mano su cuerpo, que tanto placer me daba. Acaricié sus muslos, su cintura y agarré sus tetas, acercándola a mí mientras pellizcaba su erguido pezón.
Metí mi boca y lengua, buscando su vagina, para meterme en ella y chupar lo que tuviera para darme.
En eso estaba cuando, de pronto, interrumpió los suspiros, ¡y se acabó!, me agarró la cabeza y me la apretó contra su culo, viniéndose, gritando y empujándome con su pelvis contra mi boca. Me insultaba, me trataba de puto, de cornudo, de marica mientras se retorcía en la cama en un largo, muy largo y fuerte orgasmo.
Finalmente dejó de hablar, me soltó y se aflojó toda. Los brazos me soltaron y se abrieron estirados a los lados. Las piernas rectas y separadas una de la otra. La cabeza extendida, la boca entreabierta y los ojos cerrados. Se serenó y dejó de sacudirse. Yo me separé y la cubrí con mi cuerpo, penetrándola por la concha, que encontré dilatada y lubricada. Mi pija bailaba dentro de ella. Apenas tenía roce de tan abierta y follada que estaba. Fernanda, después del orgasmo, se había aflojado toda, y abierta, se entregaba. La saqué de su concha y se la metí en el culo, bastante más apretado, también lubricado con mi saliva y la leche de Leo. No demoré nada en acabarme, bien adentro, echando litros de leche acumulados en todos estos días, bien dentro de ella. Por fin, después de casi dos días tenía mi descarga, y con quién más quería. Fernanda, mi esposa, mi amiga, mi amante, mi dueña.
Me despertó el teléfono, eran los chicos que pedían que los fuera a buscar su madre. Fernanda dormía. Les dije que iba yo.
Me duché rápidamente, me vestí y salí a buscarlos.
Cuando volvimos Fernanda seguía en la misma posición, dormida profundamente. La dejé descansar, había tenido mucha actividad en las últimas horas.
Bajé a ocuparme de los chicos. Los hice bañarse, cambiarse de ropa, puse la usada a lavar. Luego, viendo la TV, pedimos pizza y cenamos viendo una película. Una noche normal. Fernanda no se despertó hasta la mañana siguiente.
Ese día marcó la vuelta a nuestra normalidad.
Fernanda volvió a salir con sus amigos, y a follar con ellos.
Yo hacía mi vida principalmente de trabajo, familia y club. Jugábamos casi todas las semanas con Juan y seguíamos siendo follamigos, pero era muy raro que yo lo follara, no le gustaba. Supongo que sería por la relación de dominancia, ya que yo sabía que Monica se lo follaba duro con el arnés. Pero a mí me mandaba y me dominaba cómo lo hacía Fernanda. Lo mismo hacía Mónica, su mujer. Yo era el sumiso de todos. A todos obedecía y satisfacía sus gustos.
Mónica ya estaba bastante más suelta y le metía cuernos a Juan, no sólo conmigo sino también con otros. Ya era toda una hotwife. La que, según Juan creía antes, ¡no le gustaba coger! Daba risa.
Conmigo hacía de todo. Últimamente había agarrado la costumbre, cómo Fernanda, de hacerme la paja mientras me contaba sus aventuras con nuevos amantes. Eso a mí me ponía mucho y yo lo disfrutaba. Después descansábamos un rato, charlábamos, tomábamos algo y, si se daba, follábamos otra vez.
Del mantenimiento de mi relación con Mónica, Fernanda estaba al tanto, al igual que de mi vinculación con Juan. A ambos ella los aceptaba y con ambos había tenido sexo varias veces. Nunca con los dos a la vez. Sostenía siempre que los tríos la distraían. Decía que el sexo era de a uno o de a dos.
Esta situación casi ideal duró un buen tiempo, tal vez cerca de dos años. No nos dábamos cuenta de cuan felices éramos.
Después vino otra crisis.
Y para mí, la peor. O al menos, fue la crisis que yo pasé peor.
Fue la más larga y la más frustrante, porque estábamos alejados. Sin complicidad.
Como todo tenía sus partes buenas, y disfruté varias sensaciones nuevas. Pero no estaba tranquilo, y eso era lo peor. Tuve miedo de perderla.
almorzar.
Un problema menos para la tarde. ¡Tarde libre para nosotros!
Seguí a Fernanda al dormitorio.
Se acostó, boca arriba, y yo hice lo mismo a su lado. Cubierta sólo con ese baby doll era la imagen de la sensualidad, la imagen de una mujer seduciendo a su hombre.
Era casi todo transparente, pero no totalmente, dejando adivinar los relieves y las zonas más oscuras. Muy corto, apenas cubría el inicio de sus muslos. Insinuaba que el mínimo movimiento, expondría toda su intimidad a la mirada de quien ella quisiera.
Yo sabía que era muy puta, que venía de coger con dos hombres y de pasar la noche con uno de ellos fuera de casa, mientras que yo, su marido, la esperaba, excitado en casa. Y me encantaba, me excitaba que fuera así y la quería más por eso.
La abracé, besando su cara, buscando su boca. Ella se giró hacia mí y, entreabriendo sus labios, buscó los míos. Nos besamos, primero suave, despacio, y de a poco fuimos adquiriendo pasión, abriendo las bocas, explorando con las lenguas, intercambiando humedad y calor. ¡Sabía tan bien! Y a mí me ilusionaba saber que esa boca que yo besaba había besado a otros el día anterior y aún más, había recibido pollas y leche de macho hacía pocas horas.
Mi polla era ya un fierro de dura, buscando escapar de la tanga femenina que la envolvía. Fernanda la buscó con su mano y la acariciaba por fuera de la ropa. Yo metí mi mano por debajo de su lencería y acaricié su piel desnuda, aún sin bañarse después de dormir con otro. Sus muslos mostraban machucones y pegotes, su concha seguía muy mojada, y con chorros secos alrededor. Un chupón adornaba su labio derecho del coño y otro cubría su tatuaje. Acaricié sus tetas, con sus pezones erguidos, duros, deteniéndome en el machucón que lucía en la teta derecha, resultado de otro chupón apasionado de alguno de los dos.
A mí no me deja marcarla.
Dice que queda mal que su amante vea que coge con otro, aunque sea su marido. Cuando me dijo eso, hace años, ¡se me paró la verga! Aún me acuerdo.
Pero como sabe que a mí me gusta, se deja marcar por sus machos, para ellos y para mí.
Olía a ella, a su perfume de siempre, más otros olores que se mezclaban. A sexo, al perfume de otros hombres. Un poco a sudor y otro poco a leche de polla. Me gustaba así.
Exploré con mi mano su cuerpo, que tanto placer me daba. Acaricié sus muslos, su cintura y agarré sus tetas, acercándola a mí mientras pellizcaba su erguido pezón.
- Dale cornudo, chúpame la concha, pero suavecito, con mucha lengua, con cariño, amor, dame placer, mucho, como sabes vos.
Metí mi boca y lengua, buscando su vagina, para meterme en ella y chupar lo que tuviera para darme.
- Uuuy sí, amor, así. ¿Sentís el gusto a leche?, a coño follado? Meté bien la lengua adentro, mmmmmm sí, sí, uuuu que lindo es esto! ¡¡¡Que mi marido me coma el chocho cogido de ayer!!!, cómo me gusta. Sabés que sos el 3ero que me chupa? ¿Desde ayer? ¿Sentís el gusto de la leche? Porque Claudio me folló dos veces, y Leo más veces, pero Leo también me chupó la leche de Claudio, hahaha, vos querías eso, ¿no? Y después Leo me folló muchas veces, cómo 3 veces en el coño, una en el culo y otra en la boca. Esa fue la última. ¿Me vas a chupar el culo también? Eso me gusta mucho, pero mucho, porque vos sabés que tu mujer es muy puta, ¿te gusta eso no?, que sea muy puta. Jajaja, me cogieron tres tíos ayer, contándote a vos, pero a vos eso te gusta, ¿me querés coger? ¿Me lo vas a meter? ¿No te molesta que venga de follar con otros, verdad que no? Dale, decímelo que me gusta oirte, me gusta que me lo digas.
En eso estaba cuando, de pronto, interrumpió los suspiros, ¡y se acabó!, me agarró la cabeza y me la apretó contra su culo, viniéndose, gritando y empujándome con su pelvis contra mi boca. Me insultaba, me trataba de puto, de cornudo, de marica mientras se retorcía en la cama en un largo, muy largo y fuerte orgasmo.
Finalmente dejó de hablar, me soltó y se aflojó toda. Los brazos me soltaron y se abrieron estirados a los lados. Las piernas rectas y separadas una de la otra. La cabeza extendida, la boca entreabierta y los ojos cerrados. Se serenó y dejó de sacudirse. Yo me separé y la cubrí con mi cuerpo, penetrándola por la concha, que encontré dilatada y lubricada. Mi pija bailaba dentro de ella. Apenas tenía roce de tan abierta y follada que estaba. Fernanda, después del orgasmo, se había aflojado toda, y abierta, se entregaba. La saqué de su concha y se la metí en el culo, bastante más apretado, también lubricado con mi saliva y la leche de Leo. No demoré nada en acabarme, bien adentro, echando litros de leche acumulados en todos estos días, bien dentro de ella. Por fin, después de casi dos días tenía mi descarga, y con quién más quería. Fernanda, mi esposa, mi amiga, mi amante, mi dueña.
Me despertó el teléfono, eran los chicos que pedían que los fuera a buscar su madre. Fernanda dormía. Les dije que iba yo.
Me duché rápidamente, me vestí y salí a buscarlos.
Cuando volvimos Fernanda seguía en la misma posición, dormida profundamente. La dejé descansar, había tenido mucha actividad en las últimas horas.
Bajé a ocuparme de los chicos. Los hice bañarse, cambiarse de ropa, puse la usada a lavar. Luego, viendo la TV, pedimos pizza y cenamos viendo una película. Una noche normal. Fernanda no se despertó hasta la mañana siguiente.
Ese día marcó la vuelta a nuestra normalidad.
Fernanda volvió a salir con sus amigos, y a follar con ellos.
Yo hacía mi vida principalmente de trabajo, familia y club. Jugábamos casi todas las semanas con Juan y seguíamos siendo follamigos, pero era muy raro que yo lo follara, no le gustaba. Supongo que sería por la relación de dominancia, ya que yo sabía que Monica se lo follaba duro con el arnés. Pero a mí me mandaba y me dominaba cómo lo hacía Fernanda. Lo mismo hacía Mónica, su mujer. Yo era el sumiso de todos. A todos obedecía y satisfacía sus gustos.
Mónica ya estaba bastante más suelta y le metía cuernos a Juan, no sólo conmigo sino también con otros. Ya era toda una hotwife. La que, según Juan creía antes, ¡no le gustaba coger! Daba risa.
Conmigo hacía de todo. Últimamente había agarrado la costumbre, cómo Fernanda, de hacerme la paja mientras me contaba sus aventuras con nuevos amantes. Eso a mí me ponía mucho y yo lo disfrutaba. Después descansábamos un rato, charlábamos, tomábamos algo y, si se daba, follábamos otra vez.
Del mantenimiento de mi relación con Mónica, Fernanda estaba al tanto, al igual que de mi vinculación con Juan. A ambos ella los aceptaba y con ambos había tenido sexo varias veces. Nunca con los dos a la vez. Sostenía siempre que los tríos la distraían. Decía que el sexo era de a uno o de a dos.
Esta situación casi ideal duró un buen tiempo, tal vez cerca de dos años. No nos dábamos cuenta de cuan felices éramos.
Después vino otra crisis.
Y para mí, la peor. O al menos, fue la crisis que yo pasé peor.
Fue la más larga y la más frustrante, porque estábamos alejados. Sin complicidad.
Como todo tenía sus partes buenas, y disfruté varias sensaciones nuevas. Pero no estaba tranquilo, y eso era lo peor. Tuve miedo de perderla.