Pedromiguel
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Fernanda
Los primeros tiempos con ella fueron fáciles, sin obligaciones más que gozar. Todo cambió un tiempo después, como un año, cuando empezamos a vernos más seguido y empecé a involucrarme más en su vidda y pretender que me fuera fiel. Releyendo lo que escribí cuando la describí cuando digo que era muy puta pienso que debo agregar muy inteligente. Me entendió y me llevó como quiso.
La conocí en una disco. La vi cuando bailaba sola, se movía muy bien. Recordé que dicen que quien baila bien, folla bien.
Era rubia, delgada, bonita de cara, alta, con buen cuerpo. Tetas chicas, lindas piernas, bien formada toda. Muy divertida. Fumaba todo el tiempo y tomaba mucho, exclusivamente vino blanco. Y así, con un cigarrillo en una mano y una copa en la otra, bailaba, usaba un vestido muy apretado al cuerpo, estampado con verdes y amarillos, largo a los tobillos con un largo corte que llegaba muy alto, tercio superior de muslo. Era tan apretado que seguramente estaba desnuda por debajo, porque no se notaba ningún relieve. Al moverse sacaba toda la pierna izquierda, hasta la parte alta del muslo, por el corte de la falda, por lo apretado que era. Me gustó, y pese a que ella ignoraba a todos los que se le acercaban, yo me fui arrimando hasta que quedamos frente a frente. No nos separamos más esa noche
No follamos, porque estaba en “esos días “, según me dijo. Además, también me dijo que tenía novio, pero que estaba peleada. Me dio su teléfono, y me pidió que la llamara en unos días. Cuando le pregunté por el novio, se rio, se encogió de hombros, olvídate de ese idiota, -me dijo, - y llamáme, - me exigió mientras se iba, después de despedirse con un rápido beso en mi boca. Quedó en mi memoria esos labios húmedos y suaves, tiernos.
Cuando llegué a casa me hice la paja pensando en ella.
Al otro día la llamé. Me invitó a cenar a la casa el viernes, me explicó que era el fin de semana en el que sus hijos estaban con el padre.
El viernes compré una botella de buen vino blanco seco, como el que sabía que le gustaba, y puntualmente, a la hora indicada, con el vino y un ramo de flores, tocaba el timbre.
Estaba muy linda, con un vestido cortito, azul estampado, no muy justo. Le brillaba el pelo, los ojos y sonreía, parecía contenta de verme.
Pasé a la sala, me hizo sentarme en un sillón y me trajo whisky, un vaso y la botella. Al agacharse frente a mí, yo sentado, para poner todo sobre la mesa, el borde del escote del vestido se abre y me muestra totalmente las tetas, desnudas, sin sostén. Se demoró, manteniendo la posición mientras me miraba a la cara, poniendo el vaso sobre la mesa, preguntándome si estaba bien de hielo. Mientras yo miraba, como un idiota, esas lindas tetitas, redonditas, con los pezones largos. Se sonrió, creo que satisfecha con el efecto que había tenido, teniendo bien claro que le había mirado las tetas, mientras se enderezaba.
Después de las charlas habituales, me dijo,
La noche fue excelente, la comida, hecha por ella, estaba muy bien.
Cuando terminamos con el postre y el vino se levantó, me tomó la mano y me llevó al dormitorio. En la puerta se sacó el vestido y quedó con unas bragas diminutas negras, la cola desnuda.
Yo me desnudé por el camino y nos metimos en la cama. Nos abrazamos semidesnudos, con mucha piel en contacto, todo muy agradable. Me buscó la pija sacándola del calzoncillo y, acostándose de piernas abiertas, me llevó a su concha.
- Metémela de una vez, no sabés las ganas que tengo, el hijo de puta de Ernesto ayer me dejó sin acabar, cuando se acabó él me dijo que me fuera, que a las putas hay que tratarlas así. Furiosa me fui, dale, Pedro, vamos, ¡metémela de una vez!
Pero yo volvía a mis orígenes. Se me había bajado y no se recuperaba.
Todo lo que hicimos esa noche para que se pusiera de nuevo dura fue inútil. Como no quería dejarla así, la llevé al orgasmo dos veces chupándole la concha, le encantó, pero los dos nos quedamos con ganas de más. Y por más que ella me dijera que era algo normal, que les pasaba a todos, que no me preocupara, yo no podía dejar de hacerlo.
Al día siguiente llamé a una follamiga y salimos a la noche. Todo funcionó sensacional. No tuve ningún problema con ella. Esa noche la recuerdo especialmente. Se llamaba también Graciela y éramos amigos, ella era libre. Estaba entonces saliendo con un chico menor que ella, de unos 25 años, más o menos como yo entonces. Ella tenía 35 o 40, nunca pude saber bien. Tampoco me importaba demasiado. Era excelente en la cama.
Me contaba Graciela que este amigo de ella lubricaba muchísimo, me decía que le chorreaba la verga cuando estaba en erección, lo que a ella le gustaba mucho para chupársela y para que le diera por el culo. Decía que era muy morboso. Tanto que ese día, mientras estábamos revolcándonos en su cama, se le ocurrió llamarlo e invitarlo a hacer un trío conmigo. Siempre tuvo la idea de verme coger con un hombre, lo hablamos, y era algo que nos excitaba mucho a los dos. Ella tenía un strap on con el que me follaba.
En ese mismo momento lo llamó y le dijo que estaba conmigo, por qué no se venía a jugar los tres. Ella sostenía que en un trío llegaba un momento en que a nadie le importaba con quién estaba, por lo que sería ideal para verme cogido por otro macho. Aunque creía que éste nunca lo haría en frío.
Desgraciadamente no se animó, parece que su idea de un trío era con otra chica, distinto de lo que quería Graciela.
El hecho es que funcioné normal. Al día siguiente llamé a Fernanda y se lo comenté. No le hizo ninguna gracia, y me pidió que fuera al mediodía a su casa.
Me recibió bastante seca, estaba molesta por que hubiera estado con otra. Me lo dijo y le respondí que por el momento éramos libres, que yo supiera. No me contestó, me tomó de la mano y me llevó al dormitorio. Se sacó el vestido que tenía por la cabeza, estaba desnuda por debajo. Me besó muy caliente, con la boca abierta y con lengua, buscándome la pija sobre el pantalón, que desde luego encontró ya dura.
Me desnudé rápidamente y nos metimos en la cama. A los pocos minutos ya estaba dentro de ella. Fue muy bueno. Me pidió que le contara que había hecho anoche, mientras la follaba. Le conté todo, incluso la llamada al amante. Se ve que eso la había calentado, aunque no le gustara.
Era como yo.
Cogimos toda la tarde. Nos chupamos, y los dos acabamos dos veces. Ella me contaba detalles de la follada con su exnovio y compartíamos lo que ambos habíamos hecho.
A partir de esa tarde nos veíamos con frecuencia, pero sin exclusividad. Eso duró unos meses. Luego fuimos aumentando la frecuencia de nuestros encuentros hasta que nos veíamos casi todos los días. Entonces empezaron los problemas. Con esa presencia diaria me parecía normal pretender que no hubiera terceros en nuestra relación, y se suponía que éramos fieles. Al menos yo lo hacía y lo era.
Lo primero que pasó fue que a veces caía en unas depresiones en las que no hablaba casi conmigo y de follar ni hablemos. Nos veíamos, cenábamos juntos, ya en presencia de los chicos y dormíamos juntos varias veces en la semana. Los períodos en los que ella no quería coger eran cada vez más frecuentes y estaba como ida, en otra cosa. A veces duraba así una semana o más. Si estábamos solos un domingo, por ej., y yo quería coger de tarde, en la siesta, se enojaba. ¿Por qué hay que coger los domingos? me decía, enojada. Y dejaba de hablarme.
Cuando yo le reclamaba o me ignoraba, no respondiendo, o me contestaba que era normal. Si le señalaba que hacía una semana, me decía que me preparara porque eso no era nada, podía ser un mes o más. Si le preguntaba que se suponía que hiciera yo, me contestaba que me hiciera la paja y no la jodiera.
Con mi carácter sumiso eso hacía yo. Aceptaba los límites que ella imponía y las condiciones. A veces discutíamos y yo me iba enojado, y al día siguiente no la llamaba. Sufría todo el día, pensando que estaría haciendo, porque ella tampoco me buscaba.
Varias veces en este período aparecieron otros tipos en su vida, y cuando eso pasaba me lo decía. Entonces nos separábamos y yo volvía a mi vida previa. Pero no la pasaba bien. Estaba enamorado, aunque no quisiera aún aceptarlo.
Después sucedía que a la semana o algo así me volvía a llamar, llorando. Me pedía que por favor volviera, que el otro era una porquería, que no lo vería nunca más, que la perdonara, que me extrañaba, etc.
Y yo, ya un buen cornudo, volvía.
Las reconciliaciones eran espectaculares. Follábamos como nunca, me contaba todo lo que había pasado, como era el otro, y que mal se había portado con ella.
Y eso duraba dos o tres semanas para luego volver a repetirse el proceso. A veces sin ningún hombre, otras con uno nuevo o con alguno repetido.
Lo malo para mí era que cuando estaba tomando una nueva rutina, sin ella, y aceptando que esa relación era algo terminado, todo empezaba de nuevo. Quise resistirme, pero no podía, era más fuerte que yo y siempre se salía con la suya.
Y yo era el confidente cuando retornábamos juntos. Me contaba todo, desde cómo había sido con ella, que les decía de mí, hasta como cogían, si era bueno o no en la cama, si tenía la polla grande y cuantas veces podía acabarse en una noche.
Un día, hablando, después de que esta situación se repitiera varias veces, me dijo que si nos casáramos sería diferente. Que así ella se sentía insegura conmigo y hacia los demás.
Entonces me comentó de uno de los novios que reaparecía más frecuentemente que no la quería lo suficiente como para casarse con ella, le decía que no lo hacía porque ella había follado con uno de sus amigos. No soportaba pensar que su esposa hubiera cogido con un amigo.
Y si eso era un problema para él, no lo era para mí.
Realmente tuvo momentos en su vida de una intensa promiscuidad. Me contaba que había veces en que saludaba a alguno en la calle y no se acordaba si se lo había cogido o no. Así me decía, a este no sé de dónde lo conozco, me parece que una vez me lo cogí, ¿está mal que no me acuerde?, ¿no?
Y además en esos períodos follaba con cualquiera que estuviera cerca y dispuesto. Una vez había cogido con un limpiador de la empresa que hacia la limpieza de las oficinas del laboratorio donde trabajaba. El tio parece que les contó a todos, encantado de que una mina como Fernanda hubiera accedido a follar con él.
En la oficina lo supieron todos sus compañeros. Al principio a Fernanda le dio mucha vergüenza, después ya no le importó y se lo cogió varias veces. Era un hombre mayor, 60 años, aparentemente atractivo y simpático, con una verga muy grande que manejaba muy bien. Pero, sin establecer ningún juicio de valor, no era habitual que eso pasara. La inversa, que un hombre se cogiera a una limpiadora, era más frecuente. Prejuicios sociales sí, pero que existen. El hecho es que Fernanda se quedó tarde en la oficina y llegó este hombre a trabajar, se pusieron a conversar y terminaron follando sobre un escritorio. ¡Felizmente a los jefes nunca les llegó el rumor!
Y entonces se me planteó a mí la gran pregunta. ¿Me casaría yo con Fernanda? Mayor que yo, dos hijos, regularmente infiel y con quién teníamos una relación muy tormentosa, con picos muy buenos y otros muy malos. Ella aseguraba que esas infidelidades se terminarían si nos casábamos. Tengo que reconocer que los antecedentes no eran buenos en ese sentido. Pero yo quería creerle.
Y cómo dice el refrán, que tira más un pelo de coño que una yunta de bueyes, me casé. O me cazó, según mis amigos, que decían que yo estaba loco en casarme con ella. No me engañó, yo quise creerle, y fue porque me gustaba, porque no era difícil ver cuál sería el desenlace en ese sentido.
Después, mucho tiempo después, reconozco que yo sabía que pasaría y en realidad era lo que quería. Ser un cornudo consentidor. Me gustaba que follara con otros y me lo contara. Cuando los dos lo entendimos y lo aceptamos todo funcionó muy bien.
Pero eso no fue desde el principio. Tuvimos que reconocerlo y aceptarlo los dos, y no fue sin dolor.
Los primeros tiempos con ella fueron fáciles, sin obligaciones más que gozar. Todo cambió un tiempo después, como un año, cuando empezamos a vernos más seguido y empecé a involucrarme más en su vidda y pretender que me fuera fiel. Releyendo lo que escribí cuando la describí cuando digo que era muy puta pienso que debo agregar muy inteligente. Me entendió y me llevó como quiso.
La conocí en una disco. La vi cuando bailaba sola, se movía muy bien. Recordé que dicen que quien baila bien, folla bien.
Era rubia, delgada, bonita de cara, alta, con buen cuerpo. Tetas chicas, lindas piernas, bien formada toda. Muy divertida. Fumaba todo el tiempo y tomaba mucho, exclusivamente vino blanco. Y así, con un cigarrillo en una mano y una copa en la otra, bailaba, usaba un vestido muy apretado al cuerpo, estampado con verdes y amarillos, largo a los tobillos con un largo corte que llegaba muy alto, tercio superior de muslo. Era tan apretado que seguramente estaba desnuda por debajo, porque no se notaba ningún relieve. Al moverse sacaba toda la pierna izquierda, hasta la parte alta del muslo, por el corte de la falda, por lo apretado que era. Me gustó, y pese a que ella ignoraba a todos los que se le acercaban, yo me fui arrimando hasta que quedamos frente a frente. No nos separamos más esa noche
No follamos, porque estaba en “esos días “, según me dijo. Además, también me dijo que tenía novio, pero que estaba peleada. Me dio su teléfono, y me pidió que la llamara en unos días. Cuando le pregunté por el novio, se rio, se encogió de hombros, olvídate de ese idiota, -me dijo, - y llamáme, - me exigió mientras se iba, después de despedirse con un rápido beso en mi boca. Quedó en mi memoria esos labios húmedos y suaves, tiernos.
Cuando llegué a casa me hice la paja pensando en ella.
Al otro día la llamé. Me invitó a cenar a la casa el viernes, me explicó que era el fin de semana en el que sus hijos estaban con el padre.
El viernes compré una botella de buen vino blanco seco, como el que sabía que le gustaba, y puntualmente, a la hora indicada, con el vino y un ramo de flores, tocaba el timbre.
Estaba muy linda, con un vestido cortito, azul estampado, no muy justo. Le brillaba el pelo, los ojos y sonreía, parecía contenta de verme.
Pasé a la sala, me hizo sentarme en un sillón y me trajo whisky, un vaso y la botella. Al agacharse frente a mí, yo sentado, para poner todo sobre la mesa, el borde del escote del vestido se abre y me muestra totalmente las tetas, desnudas, sin sostén. Se demoró, manteniendo la posición mientras me miraba a la cara, poniendo el vaso sobre la mesa, preguntándome si estaba bien de hielo. Mientras yo miraba, como un idiota, esas lindas tetitas, redonditas, con los pezones largos. Se sonrió, creo que satisfecha con el efecto que había tenido, teniendo bien claro que le había mirado las tetas, mientras se enderezaba.
Después de las charlas habituales, me dijo,
- Tengo que contarte algo, por las dudas que pase algo.
- ¿Por las dudas de que?
- Te cuento, ayer me llamó Ernesto, mi ex. Tanto me pidió que finalmente me hizo ir a su casa a hablar. No entiende lo que es no, quería coger de cualquier manera. Es muy bueno cogiendo, eso no lo discuto, pero no quiero empezar de nuevo con él.
- ¿Y no acepta no?
- No, al final cogimos, bueno, casi me violó, pero tuve que dejar que lo hiciera para poder irme. Le pedí la llave de acá y me la devolvió sin discutir. Pero es tan pesado que no me extrañaría que se apareciera por acá. No le voy a abrir, pero si hizo un duplicado va a entrar. Por favor, no te metas, ni le hables, es muy violento. Dejáme que lo maneje yo, ¿de acuerdo?
- Ok, pero no voy a dejar que te viole.
- Tampoco es que haya sido un sufrimiento, jajaja, casi acabé, me dejó con ganas y todo. Como te dije, coge muy bien, pero mejor no te metas, es muy difícil y fuerte.
- Esperemos que no venga.
- Sí, eso.
La noche fue excelente, la comida, hecha por ella, estaba muy bien.
Cuando terminamos con el postre y el vino se levantó, me tomó la mano y me llevó al dormitorio. En la puerta se sacó el vestido y quedó con unas bragas diminutas negras, la cola desnuda.
Yo me desnudé por el camino y nos metimos en la cama. Nos abrazamos semidesnudos, con mucha piel en contacto, todo muy agradable. Me buscó la pija sacándola del calzoncillo y, acostándose de piernas abiertas, me llevó a su concha.
- Metémela de una vez, no sabés las ganas que tengo, el hijo de puta de Ernesto ayer me dejó sin acabar, cuando se acabó él me dijo que me fuera, que a las putas hay que tratarlas así. Furiosa me fui, dale, Pedro, vamos, ¡metémela de una vez!
Pero yo volvía a mis orígenes. Se me había bajado y no se recuperaba.
Todo lo que hicimos esa noche para que se pusiera de nuevo dura fue inútil. Como no quería dejarla así, la llevé al orgasmo dos veces chupándole la concha, le encantó, pero los dos nos quedamos con ganas de más. Y por más que ella me dijera que era algo normal, que les pasaba a todos, que no me preocupara, yo no podía dejar de hacerlo.
Al día siguiente llamé a una follamiga y salimos a la noche. Todo funcionó sensacional. No tuve ningún problema con ella. Esa noche la recuerdo especialmente. Se llamaba también Graciela y éramos amigos, ella era libre. Estaba entonces saliendo con un chico menor que ella, de unos 25 años, más o menos como yo entonces. Ella tenía 35 o 40, nunca pude saber bien. Tampoco me importaba demasiado. Era excelente en la cama.
Me contaba Graciela que este amigo de ella lubricaba muchísimo, me decía que le chorreaba la verga cuando estaba en erección, lo que a ella le gustaba mucho para chupársela y para que le diera por el culo. Decía que era muy morboso. Tanto que ese día, mientras estábamos revolcándonos en su cama, se le ocurrió llamarlo e invitarlo a hacer un trío conmigo. Siempre tuvo la idea de verme coger con un hombre, lo hablamos, y era algo que nos excitaba mucho a los dos. Ella tenía un strap on con el que me follaba.
En ese mismo momento lo llamó y le dijo que estaba conmigo, por qué no se venía a jugar los tres. Ella sostenía que en un trío llegaba un momento en que a nadie le importaba con quién estaba, por lo que sería ideal para verme cogido por otro macho. Aunque creía que éste nunca lo haría en frío.
Desgraciadamente no se animó, parece que su idea de un trío era con otra chica, distinto de lo que quería Graciela.
El hecho es que funcioné normal. Al día siguiente llamé a Fernanda y se lo comenté. No le hizo ninguna gracia, y me pidió que fuera al mediodía a su casa.
Me recibió bastante seca, estaba molesta por que hubiera estado con otra. Me lo dijo y le respondí que por el momento éramos libres, que yo supiera. No me contestó, me tomó de la mano y me llevó al dormitorio. Se sacó el vestido que tenía por la cabeza, estaba desnuda por debajo. Me besó muy caliente, con la boca abierta y con lengua, buscándome la pija sobre el pantalón, que desde luego encontró ya dura.
Me desnudé rápidamente y nos metimos en la cama. A los pocos minutos ya estaba dentro de ella. Fue muy bueno. Me pidió que le contara que había hecho anoche, mientras la follaba. Le conté todo, incluso la llamada al amante. Se ve que eso la había calentado, aunque no le gustara.
Era como yo.
Cogimos toda la tarde. Nos chupamos, y los dos acabamos dos veces. Ella me contaba detalles de la follada con su exnovio y compartíamos lo que ambos habíamos hecho.
A partir de esa tarde nos veíamos con frecuencia, pero sin exclusividad. Eso duró unos meses. Luego fuimos aumentando la frecuencia de nuestros encuentros hasta que nos veíamos casi todos los días. Entonces empezaron los problemas. Con esa presencia diaria me parecía normal pretender que no hubiera terceros en nuestra relación, y se suponía que éramos fieles. Al menos yo lo hacía y lo era.
Lo primero que pasó fue que a veces caía en unas depresiones en las que no hablaba casi conmigo y de follar ni hablemos. Nos veíamos, cenábamos juntos, ya en presencia de los chicos y dormíamos juntos varias veces en la semana. Los períodos en los que ella no quería coger eran cada vez más frecuentes y estaba como ida, en otra cosa. A veces duraba así una semana o más. Si estábamos solos un domingo, por ej., y yo quería coger de tarde, en la siesta, se enojaba. ¿Por qué hay que coger los domingos? me decía, enojada. Y dejaba de hablarme.
Cuando yo le reclamaba o me ignoraba, no respondiendo, o me contestaba que era normal. Si le señalaba que hacía una semana, me decía que me preparara porque eso no era nada, podía ser un mes o más. Si le preguntaba que se suponía que hiciera yo, me contestaba que me hiciera la paja y no la jodiera.
Con mi carácter sumiso eso hacía yo. Aceptaba los límites que ella imponía y las condiciones. A veces discutíamos y yo me iba enojado, y al día siguiente no la llamaba. Sufría todo el día, pensando que estaría haciendo, porque ella tampoco me buscaba.
Varias veces en este período aparecieron otros tipos en su vida, y cuando eso pasaba me lo decía. Entonces nos separábamos y yo volvía a mi vida previa. Pero no la pasaba bien. Estaba enamorado, aunque no quisiera aún aceptarlo.
Después sucedía que a la semana o algo así me volvía a llamar, llorando. Me pedía que por favor volviera, que el otro era una porquería, que no lo vería nunca más, que la perdonara, que me extrañaba, etc.
Y yo, ya un buen cornudo, volvía.
Las reconciliaciones eran espectaculares. Follábamos como nunca, me contaba todo lo que había pasado, como era el otro, y que mal se había portado con ella.
Y eso duraba dos o tres semanas para luego volver a repetirse el proceso. A veces sin ningún hombre, otras con uno nuevo o con alguno repetido.
Lo malo para mí era que cuando estaba tomando una nueva rutina, sin ella, y aceptando que esa relación era algo terminado, todo empezaba de nuevo. Quise resistirme, pero no podía, era más fuerte que yo y siempre se salía con la suya.
Y yo era el confidente cuando retornábamos juntos. Me contaba todo, desde cómo había sido con ella, que les decía de mí, hasta como cogían, si era bueno o no en la cama, si tenía la polla grande y cuantas veces podía acabarse en una noche.
Un día, hablando, después de que esta situación se repitiera varias veces, me dijo que si nos casáramos sería diferente. Que así ella se sentía insegura conmigo y hacia los demás.
Entonces me comentó de uno de los novios que reaparecía más frecuentemente que no la quería lo suficiente como para casarse con ella, le decía que no lo hacía porque ella había follado con uno de sus amigos. No soportaba pensar que su esposa hubiera cogido con un amigo.
Y si eso era un problema para él, no lo era para mí.
Realmente tuvo momentos en su vida de una intensa promiscuidad. Me contaba que había veces en que saludaba a alguno en la calle y no se acordaba si se lo había cogido o no. Así me decía, a este no sé de dónde lo conozco, me parece que una vez me lo cogí, ¿está mal que no me acuerde?, ¿no?
Y además en esos períodos follaba con cualquiera que estuviera cerca y dispuesto. Una vez había cogido con un limpiador de la empresa que hacia la limpieza de las oficinas del laboratorio donde trabajaba. El tio parece que les contó a todos, encantado de que una mina como Fernanda hubiera accedido a follar con él.
En la oficina lo supieron todos sus compañeros. Al principio a Fernanda le dio mucha vergüenza, después ya no le importó y se lo cogió varias veces. Era un hombre mayor, 60 años, aparentemente atractivo y simpático, con una verga muy grande que manejaba muy bien. Pero, sin establecer ningún juicio de valor, no era habitual que eso pasara. La inversa, que un hombre se cogiera a una limpiadora, era más frecuente. Prejuicios sociales sí, pero que existen. El hecho es que Fernanda se quedó tarde en la oficina y llegó este hombre a trabajar, se pusieron a conversar y terminaron follando sobre un escritorio. ¡Felizmente a los jefes nunca les llegó el rumor!
Y entonces se me planteó a mí la gran pregunta. ¿Me casaría yo con Fernanda? Mayor que yo, dos hijos, regularmente infiel y con quién teníamos una relación muy tormentosa, con picos muy buenos y otros muy malos. Ella aseguraba que esas infidelidades se terminarían si nos casábamos. Tengo que reconocer que los antecedentes no eran buenos en ese sentido. Pero yo quería creerle.
Y cómo dice el refrán, que tira más un pelo de coño que una yunta de bueyes, me casé. O me cazó, según mis amigos, que decían que yo estaba loco en casarme con ella. No me engañó, yo quise creerle, y fue porque me gustaba, porque no era difícil ver cuál sería el desenlace en ese sentido.
Después, mucho tiempo después, reconozco que yo sabía que pasaría y en realidad era lo que quería. Ser un cornudo consentidor. Me gustaba que follara con otros y me lo contara. Cuando los dos lo entendimos y lo aceptamos todo funcionó muy bien.
Pero eso no fue desde el principio. Tuvimos que reconocerlo y aceptarlo los dos, y no fue sin dolor.