Pedromiguel
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Me miraba sonriente, pero no riéndose de mí, sonriente cariñosa, realmente contenta de verme mejor.
Me reí yo también y le estiré mi mano, que tomó con la suya, acariciándome.
Después de esa vez con mi amigo Graciela no me pedía permiso antes de coger con otro. Lo hacía tratando de que no me enterara, como una pareja normal. Era un juego, en el que yo también participaba tratando de descubrirla. Cuando sucedía, nos echábamos unos regios polvos contando la historia.
Eso añadió un nuevo estímulo a nuestra relación sexual, un estímulo bastante poco común. Éramos una pareja abierta pero no abiertamente. Nos encantaba a los dos, porque yo también hacía lo mismo con ella. No le decía nada, que ella se diera cuenta, si podía. Ese nuevo papel, agregar al cornudo consentidor el cornudo ignorante era un grano de pimienta muy estimulante para ambos, aunque parezca raro.
Aprendimos a ser muy perspicaces en notar los signos en el otro que señalaban un polvo sucedido, un engaño ¡o algo por suceder! Me gustaba verla trabajándose a algún nuevo conocido, los dos tratando de que yo no me diera cuenta. Él, desde luego, sin saber nuestro juego. Creía que mi mujer me iba a engañar con él.
A veces no era fácil. Recuerdo una amiga que dormía toda la mañana y trabajaba de tarde hasta las 7 p.m. Tenía que inventar excusas para salir después de esa hora, cuando normalmente estábamos juntos. No valía hacerlo sin engañar. Además, esta chica no sabía de nuestro arreglo y pensaba que éramos una pareja normal. La pena fue que se postergó varias veces y finalmente a ella le salio un trabajo en el exterior y se fue dos años. No la vi más.
Después de un tiempo le agregamos un toque más. Una vez al mes era día de confesión. Ahí nos contábamos lo que habíamos hecho. Pero primero el otro decía lo que había notado, si era verdad, el engañador agregaba detalles y pagaba una prenda. Si uno lo descubría al otro antes también.
A Graciela no le divertía nada que la engañara.
¡Pero le encantaba engañarme! A mí me gustaba todo, aunque creo que lo que más me estimulaba era que me engañara. Verla ligando con alguien, bailando o hablando, verla exhibirse, cuando salía vestida sexy, siempre elegante, nunca ordinaria. Eso me ponía muchísimo y siempre estaba estimulándola a que lo hiciera.
Me reí yo también y le estiré mi mano, que tomó con la suya, acariciándome.
- ¿Entendés que no quise hacerte mal? Pensé que lo íbamos a disfrutar juntos.
- Pero te diste cuenta de que no, que no lo disfrutaba.
- Si, pero entonces ya estaba todo el mal hecho. Ya habíamos cogido. No podía cambiar la historia. No sabía que hacer, y como hago yo casi siempre en la duda, no hice nada. Esperé. Y cuando me preguntaste directamente no te iba a mentir. ¿Me vas a perdonar? No lo cogí más después que me di cuenta de que vos no querías, que no iba a ser algo divertido para compartir.
- ¿Y cogieron muchas veces?
- No te tortures más, Pedro, no importa eso.
- Muchas veces entonces. Decime, dale, necesito saberlo, no imaginarme.
- Bueno, y sí, muchas. No sé cuántas. A ver…me operó en julio…bueno, hace 6 meses, no sé, 20 o 30 veces tal vez.
- Así que todas las semanas.
- Si, una vez por semana seguro, a veces más, dos o tres veces. Cuando ya estaba mejor de las operaciones cogíamos en la oficina y en su casa también. Vos no te diste cuenta de nada. Nosotros seguimos como si no estuviera follando con otro también. ¡Tenía tantas ganas esos días!
- ¿Y no me ibas a decir nada?
- Si no te dabas cuenta, ¿para qué te iba a decir? ¿Para qué pasaras mal? Un día casi te digo, una vez que dijiste “así que Guido al fin no te pudo coger” y yo no dije nada, ni si ni no. Para no mentir. Y pasó. No te diste cuenta de mi omisión.
- Así que follabas con los dos al mismo tiempo. ¿Y él sabía que seguías conmigo?
- Si, él sabía, en realidad no me siento orgullosa de haberlo hecho. Y para serte bien sincera, también follo con los habituales, los tíos que siempre me cogen. Pero me encantó hacerlo, vivía cachonda, con uno y otro y me gustaba hacerlo con ambos bien seguido. Entiendes? El mismo día, la misma mañana, la misma noche, ¡unnnn que bueno!, estoy muy caliente ahora. ¿Me vas a coger después de la cena? ¡Por favor, que sí! ¿Sabés una cosa? Me excitó engañarte, de verdad. No lo descarto para el futuro, hahahaha, cornudito, hahahaha, le estoy tomando el gustito a esto…
Después de esa vez con mi amigo Graciela no me pedía permiso antes de coger con otro. Lo hacía tratando de que no me enterara, como una pareja normal. Era un juego, en el que yo también participaba tratando de descubrirla. Cuando sucedía, nos echábamos unos regios polvos contando la historia.
Eso añadió un nuevo estímulo a nuestra relación sexual, un estímulo bastante poco común. Éramos una pareja abierta pero no abiertamente. Nos encantaba a los dos, porque yo también hacía lo mismo con ella. No le decía nada, que ella se diera cuenta, si podía. Ese nuevo papel, agregar al cornudo consentidor el cornudo ignorante era un grano de pimienta muy estimulante para ambos, aunque parezca raro.
Aprendimos a ser muy perspicaces en notar los signos en el otro que señalaban un polvo sucedido, un engaño ¡o algo por suceder! Me gustaba verla trabajándose a algún nuevo conocido, los dos tratando de que yo no me diera cuenta. Él, desde luego, sin saber nuestro juego. Creía que mi mujer me iba a engañar con él.
A veces no era fácil. Recuerdo una amiga que dormía toda la mañana y trabajaba de tarde hasta las 7 p.m. Tenía que inventar excusas para salir después de esa hora, cuando normalmente estábamos juntos. No valía hacerlo sin engañar. Además, esta chica no sabía de nuestro arreglo y pensaba que éramos una pareja normal. La pena fue que se postergó varias veces y finalmente a ella le salio un trabajo en el exterior y se fue dos años. No la vi más.
Después de un tiempo le agregamos un toque más. Una vez al mes era día de confesión. Ahí nos contábamos lo que habíamos hecho. Pero primero el otro decía lo que había notado, si era verdad, el engañador agregaba detalles y pagaba una prenda. Si uno lo descubría al otro antes también.
A Graciela no le divertía nada que la engañara.
¡Pero le encantaba engañarme! A mí me gustaba todo, aunque creo que lo que más me estimulaba era que me engañara. Verla ligando con alguien, bailando o hablando, verla exhibirse, cuando salía vestida sexy, siempre elegante, nunca ordinaria. Eso me ponía muchísimo y siempre estaba estimulándola a que lo hiciera.