Un trio bisexual en una noche de octubre

Una luz tenue se filtraba entre las cortinas opacas de la habitación del hotel y la vida despertaba poco a poco en la plaza de Santa Ana. El chirriar de los cubos de basura en la acera y el ronroneo de los camiones que hacían el primer reparto rompieron mi sueño y abrí los ojos confundido y desubicado. Ahí estaba yo en esa habitación que aún olía a sexo, desnudo entre los cuerpos de Jaime y Adela, los tres con la piel pegajosa de todo el esperma que habíamos derramado durante la noche.

Me estiré como pude entre ambos, y me incorporé. De pie frente a la desordenada cama les observé a los dos, mis recientes amantes. La polla adorable de Jaime, el coño adorable de Adela. Recordé el enorme placer que me habían dado durante esas horas, a mi polla, a mi boca, a mi culo. Quise dejarles descansar abrazados y fui al baño a ducharme.

El agua cálida golpeaba con fuerza mi aterido cuerpo limpiando los grumos de semen y fluidos que quedaban en mi cara, mis muslos y mis nalgas. Con la mampara cerrada y el ruido del agua cayendo sobre mi cabeza no oí a Adela entrar en la ducha.

- Buenos días – me dijo sonriendo - ¿hay sitio para mí?
 
Adoraba su cuerpo desnudo y lujurioso, y ahí lo tenía otra vez para comenzar el día pegado a sus turgentes tetas de pezones perfectos. Adela entró y pegó su espalda a mi vientre para quedar también ella bajo el foco de la amplia alcachofa cuadrada de la ducha. Tomó mis manos y las colocó sobre sus pechos mientras movía sus caderas contra mi agotado pene. El agua enjabonada con olor a avena nos envolvía a los dos, ocultos tras el vaho de la pantalla que aislaba el plato de la ducha del resto del mundo. Yo tiraba con suavidad de sus pezones y ella canturreaba una vieja canción de The Cure que escuchamos la primera noche que nos acostamos juntos en Lanzarote, mientras movía sus caderas contra mi verga al ritmo de la melodía.

No me importa si los lunes son tristes,
los martes y lo miércoles grises.
No me importa el jueves
si el viernes tengo amor…

No escuchamos a Jaime entrar en el baño y abrir la mampara para meterse con nosotros y abrazar a Adela mientras ella seguía pegada a mi espalda cantando su canción. Mis manos entonces viajaron de los pezones de ella a las nalgas de él, enjabonándolas con dedicación y avanzando con ellas lentamente hacia su ano. Nos abrazábamos así los tres mientras con mi lengua jugaba en el lóbulo de Adela bajo el agua.

Terminamos de ducharnos y Jaime y yo compartimos albornoz, ya que sólo había dos en la habitación. Ya secos y revividos bajamos los tres a la planta baja del hotel para desayunar. La larga sesión sexual nos había dejado hambrientos y el olor de los cruasanes y el café recién hecho resultaban de lo más estimulante.

Era más tarde de lo que pensábamos. Aquella ducha a tres nos había retrasado y Jaime y Adela decidieron dejar la visita al parque del Retiro que tenían programada para la tarde. El salón de desayunos recibía a sus últimos huéspedes y el personal del hotel estaba ya en plena faena mañanera mientras devorábamos cruasanes con mermelada de ciruela.
 
Fue entonces cuando vi a Sandra por primera vez. El luminoso del ascensor que se encontraba en la entrada del salón se encendió y sonó el ping que anunciaba su apertura. Un carrito de limpieza empezó a salir del aparato y tras él una chica preciosa, morena, de unos treinta años y con muchos, muchos kilos de más distribuidos sobre todo por las partes más blandas de su cuerpo. Un templo de carne generosa y lujuriosa que derramaba piel y sensualidad. Sin duda era una chica demasiado gorda para los cánones de nuestro tiempo, pero a mí me pareció fascinante y sexy. Enseguida despertó la serotonina en mi cerebro y la sangre en mi polla. Los grandes labios recién pintados de rojo intenso de su boca movieron escenas tórridas en mi imaginación.

Adela se percató de esa mirada mía que ella tan bien conocía y miró hacia donde yo atendía. Vi cómo los ojos hermosos de mi amiga empezaron a iluminarse. Los dos deseábamos a esa camarera. Jaime, enfrente de nosotros, no tenía alcance visual sobre lo que nosotros admirábamos y continuaba con sus juegos bajo la mesa, acariciando mi bulto con una mano y los muslos de Adela con la otra.

Cuando la camarera maniobró para orientar el carrito de la limpieza hacia el pasillo de la derecha, una de las pequeñas ruedas tropezó con algo y volcó la carga. Fue mi oportunidad para acercarme a esa diosa de la Carne que empezaba a fascinarme. Me levanté de la silla y fui hasta ella para ayudarle a recoger los trastos caídos.

- No, deje, deje – me dijo con un acento del norte que terminó de cautivarme – puedo hacerlo yo.

- No quiero dejarlo. Me gusta ayudarte. En realidad, lo que no quiero dejar es a ti, ¿cómo te llamas?

- Sandra – me dijo clavando sus ojos verdes en mí – pero estoy trabajando, no puedo hablar con clientes.

- Bueno, yo no soy un cliente del hotel. Lo son mis amigos, en esa mesa. Me llamo David y sólo quiero charlar un rato contigo si a ti también te apetece. Podemos tomar un café fuera, en el Café Central. Un rato, volvemos enseguida. Yo invito.

- Hola David – me saludó, tímida y coqueta – la verdad es que tengo ahora un rato libre. Iba a dejar el carrito y fumar un cigarrillo fuera… Vamos, sí, pero te advierto que volveré en cuanto terminemos el café. Dame tiempo para quitarme el delantal y espérame fuera, que no quiero líos.
 
Acaricié ligeramente la robusta mano de Sandra y la dejé marchar con el tacto eléctrico de sus dedos en los míos. Mientras ella avanzaba por el pasillo arrastrando el carrito yo miraba embelesado las enormes caderas de la camarera y las nalgas que rebosaban generosas y se marcaban en el pantalón negro del uniforme que vestía. Adela y Jaime se habían levantado ya de la mesa y me miraban con sorna mientras se acercaban a la zona del ascensor tomados de la mano como dos adolescentes.

- Vamos a la habitación – me dijo Jaime mientras apretaba el botón de subida del elevador - Si tu nueva amiga quiere hacer la estancia, estaremos encantados de recibirla.

Salí a la calle por la puerta principal y caminé los escasos metros que separan el hotel del Café Central, que a esas horas de la mañana conservaba todo su aire de local de jazz pero sin la cantidad de gente que solía frecuentarlo por las noches. Me senté en una pequeña mesa redonda cerca del ventanal y la vi salir de la puerta de empleados del hotel que quedaba en frente del local. Noté que Sandra había hecho algo más que quitarse el delantal. Se había vuelto a perfilar los labios con ese rojo intenso que tanto me excitaba y había añadido algo de rímel a su profunda mirada de tonos verdes. Todo eran señales muy positivas.

- Estás preciosa, Sandra

- Estoy gorda

- Me gustas gorda

- Eso se lo dirás a todas las gordas

- Eso sólo se lo digo a las gordas que tienen esos labios de miel roja y esos ojos de lluvia en el bosque. Y que cuando sonríen me iluminan el día ¿quieres un café?

Ella se sonrojó, pero se sentó agradecida junto a mí. Pidió té verde y tomé su mano con una de las mías mientras le apartaba un rizo rebelde de su cara con la otra.

Nuestra breve cita se demoró por una hora entera bajo la música sensual de la trompeta de Miles Davis. Hablamos de su casa y su novio en el norte, de sus planes para estudiar diseño publicitario, de mi experiencia sexual de la noche anterior con los amigos que ella había visto en el hotel, del semen de Jaime, de la calidez del culo de Adela. Y de lo mucho que yo deseaba ahora halagar cada curva de su voluminoso cuerpo mientras acariciaba con el revés de mis dedos su desnudo brazo. Noté que ella estaba cada vez más receptiva y sensual y que sus pupilas brillaban más. Mi mano dejó de recorrer su brazo y la puse en su mejilla. Acerque mi boca a su boca y la besé, primero muy suavemente y luego con pasión, dejando que mi lengua jugara como una promesa en la humedad de su interior, y con mi otra mano navegando en alguna parte de la zona interior de uno de sus monumentales muslos.

Sandra estaba muy excitada y con la respiración entrecortada y acariciaba mi pecho mientras sentía mi lengua dentro de su boca.

- Tengo que volver, tengo que arreglar las habitaciones… tengo novio… - me dijo

- Ven a hacer nuestra habitación, Sandra – le dije mientras mi mano avanzaba sobre su muslo hasta llegar al borde de su vulva – follaremos tú y yo. O con mis amigos si también te apetece.

Sandra cerró sus muslos aprisionando mi mano sobre su coño, que ya notaba empapado. Respiró con violencia arqueando su espalda y me besó ruidosamente. Se levantó y se dispuso a marcharse.

- No voy a ir, tengo mucho trabajo por hacer – y salió del café.
 
Vi su enorme culo atravesar la puerta de empleados del hotel, pedí la cuenta y salí yo también del Central con el sabor aceitoso de su carmín en mis labios y una mano en el bolsillo intentando contener mi erección.

Subí de nuevo a la habitación de Jaime y Adela. Me habían dejado su segunda tarjeta para abrir la puerta y entré sin más. Ante mí, en el borde de la cama, Adela chupaba la verga de su marido muy despacio mientras le metía el dedo índice en el ano.

- Creí que te habrías ido con la gorda – me dijo Jaime suspirando mientras subía las caderas para facilitar a su mujer el acceso.

- Ahora vendrá a arreglar esta habitación – dije mientras me sentaba en la butaca para contemplarles. Adoraba la cara de placer de Jaime y la técnica divina de Adela.

No habían pasado cinco minutos cuando sonaron dos toc-toc en la puerta y el inconfundible clac que abría la cerradura electrónica de la puerta.

- Servicio de habitaciones, ¿puedo arreglarla ahora o prefieren que venga más tarde? – Era Sandra empujando la puerta, con los labios más pintados aún y más rímel en las pestañas.

- Pasa, cielo, quiero que conozcas a mis amigos – le dije tomándola del brazo mientras Adela, acariciaba el pene completamente erecto de Jaime.

Les presenté mientras me situaba detrás de la camarera y empezaba a masajear su espalda. Adela abandonó el miembro de su marido y, completamente desnuda como estaba, avanzó hasta Sandra, le tomó el cuello con ambas manos y le besó la boca con lascivia. Pensé que eso asustaría a Sandra definitivamente, pero la camarera respondió con pasión y cuando Adela retiraba su lengua de la lasciva boca rojo intenso de Sandra, ésta la persiguió con la suya quedando de nuevo ambas lenguas entrelazadas ya fuera de la boca de Sandra.
 
Mis manos habían bajado de la espalda de nuestra chica de la limpieza hasta sus rebosantes caderas y, bajo su camiseta, acariciaban los pliegues que la carne y la gravedad hacían en su prominente tripa. Besé su nuca y tiré de la remera hacia arriba para sacársela. Ella colaboró subiendo los brazos y descubriendo para nosotros un inmenso sujetador negro de encaje que no conseguía guarecer los enormes pechos, que rebosaban voluptuosos y orgullosos.

Con cierta dificultad desabroché desde atrás el colosal sujetador dejando libres dos inmensas tetas que cayeron suavemente hasta quedar apoyadas en su abdomen, turgentes, golosas, y con unas formidables aureolas rosadas de las que Adela se apoderó con sensualidad con sus manos mientras la lengua de Sandra volvía a buscar su boca.

Dejé a las chicas en sus caricias y me acerqué a la cama donde Jaime permanecía sentado y erecto. Me desnudé, me apoderé de su polla para meterla en mi boca y deleitarme con su dureza suave, húmeda de la saliva de Adela. Él me acariciaba la nuca mientras mi boca lamía su vigoroso pene y mis manos magreaban sus muslos y sus preciosos huevos.
 
Mi lengua jugaba con la boca del glande de Jaime, impregnado de líquidos preseminales, y mi excitación se iba desbocando cuando noté el peso en el colchón de Adela y Sandra, que se habían tumbado a nuestro lado. Adela había liberado las piernas de Sandra de sus pantalones y vi al fin el tremendo culo de nuestra camarera, adornado con una tanguita roja de encaje a juego con sus labios de lujuria.

Volví a dejar la verga de Jaime a cargo de Adela, que se sentó sobre ella y empezó a cabalgarla, y yo me centré en adorar toda la sensual carne de Sandra. Hundí mi cara en sus exorbitantes tetas y acaricié partes de sus caderas que no conseguía abarcar con mis manos.

Encontré la fina tira de su empapado tanga rojo entre las curvas prominentes de sus caderas y tiré de ella para liberar su vagina. Cuando Sandra se dio la vuelta y me mostró su monumental grupa pude ver nítidamente su coño, hasta entonces tapado por los preciosos pliegues de su vientre. Una vulva depilada de grandes labios vaginales que asomaban colgando, incitándome a montarla.

Mi polla estaba a punto de estallar de la excitación que me provocaba su culo en esa posición y la penetré con delicadeza mientras manoseaba sus magníficas caderas. El coño de Sandra estaba completamente mojado y sus flujos vaginales empapaban mis muslos cuando con mi verga en el fondo de su vulva mis muslos se encontraban con los suyos. Sandra gemía como una niña y arqueaba su espalda mientras me anunciaba que se estaba corriendo.
 
El placer que me proporcionaba el interior del coño de Sandra era enorme pero la visión de sus nalgas y el precioso y oscuro ano que asomaba cuando yo apartaba sus cachas me atrapaba. Mojé mi dedo con mi saliva y acaricié la entrada de su esfínter, que se abría a mi caricia. Saqué mi pene de su vulva cuando la chica terminó de correrse y ella protestó con sensualidad. Empapada de sus flujos vaginales como estaba la froté por la hendidura de sus nalgas buscando su ano sin prisas. Sandra se masturbaba y movía su culo para acomodar mejor mi polla dura en su entrada anal. Cuando mi glande entró acariciando lo anillos musculares de su ano me sentí en el paraíso. El paraíso cálido de la carne y la lujuria entre esas enormes y blancas nalgas acogedoras.

Adela, hechizada por la cara de placer de Sandra, dejó de cabalgar la polla de Jaime y se aceró para besar la boca roja de la camarera y apretar sus enormes pezones con sus manos. Jaime trepó por cama hasta situarse bajo Sandra y acercó su preciosa polla erecta a su vagina y jugó con ella en su clítoris antes de penetrarla mientras yo seguía percutiendo su culo al borde del orgasmo.

Jaime y yo estuvimos un rato follando a la vez la vulva y el ano de Sandra acoplando nuestros movimientos dentro de ella. Yo podía sentir la polla de Jaime acariciando la mía a través de los finos tejidos internos que separaban los dos focos de placer de la chica. Jaime y yo nos mirábamos follándonos entre ambos a través de la diosa del sexo y la carne hasta que nos corrimos a la vez dentro de ella llenándola de esperma y provocando otro orgasmo salvaje en Sandra, cuyos gritos de placer quedaban ahogados en la boca y la lengua de Adela.

Nos tumbamos en la cama los cuatro mirando el techo y recuperando poco a poco la respiración y así pasamos una hora más.
 
- Tengo que irme, tengo trabajo, tengo novio… - susurraba Sandra mientras acariciaba de nuevo el interior del coño de Adela. No pudo terminar porque Jaime ya la estaba besando.

La escena hizo que mi ansia sexual se recuperara. La visión del cuerpo tumbado de nuestra camarera, con sus generosas caderas y sus enormes tetas expandidas a ambos lados de su cuerpo y su mano dentro de la henchida vulva de Adela me embrujaban. Le acaricié los pies repasando con mis dedos cada centímetro y subí mi lengua por sus piernas de carne trémula hasta su pubis, casi oculto por los pliegues de su gran tripa. Me encantaba el olor a sexo de su coño y comencé a lamer sus labios de arriba abajo. Sandra abrió sus piernas y su maravilloso coño se abrió para mí. Arrodillado frente a ella, introduje mi lengua dentro de su vagina y con mi dedo acaricié en círculos su clítoris, tan tenso y expuesto que parecía un minúsculo pene erecto. El semen de Jaime aún habitaba el interior de la vulva de Sandra y mi lengua jugaba con él excitándome aún más y empecé a empalmarme de nuevo.

Mientras chupaba el coño de Sandra con devoción noté que alguien empezaba a ejecutar lo mismo en mi culo haciendo que mi polla volviera a su dureza primigenia. El placer que me produjo esa lengua en la apertura de mi ano era indescriptible. El punto más sensible de mi cuerpo acariciado por una resbaladiza lengua que apenas penetraba medio centímetro en él pero que puso en marcha todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo y dilató mi ano inmediatamente. Saqué la lengua de la vulva de Sandra para poder girar la cabeza y ver quién me estaba llevando a esa cima del placer. Vi a Jaime lamiéndome con los ojos semicerrados.
 
- Fóllame ya, Jaime, que no puedo más – le dije mientras volvía la cara a la empapada vagina de Sandra empujado por la mano que ella había puesto en mi nuca.

Jaime se incorporó y situó la punta de su polla en mi esfínter que se abrió abrazándola sin esfuerzo gracias al trabajo que su lengua había realizado previamente en la zona. El placer que la inquebrantable polla de Jaime proporcionaba en mi culo era incluso mayor ahora que la primera vez que me penetró en la noche anterior. Estando a cuatro sobre la cama podía sentir su verga llegando más profundo que la primera vez que lo hicimos y su curvatura hacía que su precioso falo acariciara mi próstata de arriba abajo con sus embestidas, cada vez más fuertes, en mi culo completamente dilatado.

Sentí que podría correrme sin tocarme, pero Adela había tomado posesión de mi polla y la succionaba como sólo ella sabía hacerlo. Jaime aumentó el ritmo de sus embestidas dentro de mi culo y suspiraba cada vez más profundamente hasta que me apretó fuertemente las caderas y con un berrido animal se corrió de nuevo dentro de mí.

En cuanto noté su esperma llenarme por dentro me derramé en la boca de Adela mientras tragaba el semen de Jaime del interior del coño de Sandra.
 
Jaime y Adela habían vuelto a Málaga y Sandra y yo nos veíamos de vez en cuando. A veces solos y a veces con alguna amiga mía a quien Sandra pudiera comer el coño, algo a lo que se había aficionado y que cada vez disfrutaba más.

A finales de mes Sandra y yo teníamos unos días libres y decidimos viajar a su ciudad. Siempre me había gustado Donosti y me pareció una buena oportunidad para volver a pasear por sus calles y sentir la brisa del Cantábrico.

Al no ser días festivos la autovía apenas tenía tráfico y el viaje resultaba muy relajante. Yo conducía y Sandra ocupaba el asiento de copiloto. Medio adormilada, empezó a acariciar su entrepierna mientras canturreaba la vieja canción de Nacha Pop que sonaba en la radio. Desabrochó su cinturón de seguridad para quitarse los pantalones y el tanga negro y liberar su coño para poder acariciarlo mejor. Me encantaba verla así a mi lado, con las piernas abiertas sobre el salpicadero del coche, deslizando dos dedos arriba y debajo de su empapada vulva, acariciando en círculos su prominente clítoris e introduciéndolos finalmente en su vagina mientras me miraba.

- Anda, para y fóllame – me dijo mientras empezaba a abrir mi bragueta.

Lo tomé como una orden y giré a la derecha para meter el coche en una zona de descanso ya completamente empalmado y con mi verga en su mano. Aparqué a la sombra de los pinos y me desabroché el cinturón de seguridad para ponerme sobre ella.

- No, aquí no, que es muy incómodo. Vamos fuera.
 
Salimos ya desnudos del coche y saqué del maletero una manta de algodón que siempre llevaba en mis viajes. La colocamos en el suelo junto a los pinos y me tumbé sobre ella. La visión de Sandra y sus enormes curvas sentándose sobre mí y moviéndose para situar mi polla entre sus empepados labios vaginales me excitaba profundamente. Cuando el calor de su coño apretado envolvió toda mi verga y vi sus colosales tetas bambolearse mientras ella levantaba los brazos y gritaba de placer supe que iba a correrme enseguida.

Llegamos al orgasmo casi a la vez. La compenetración sexual entre Sandra y yo era cada vez más fuerte. Nos quedamos unos minutos así, ella sentada sobre mí. Su coño, mi polla y mi semen unidos mientras bajaba mi erección. En medio de nuestra pasión no nos habíamos percatado de que a nuestro lado había aparcado un camión de matrícula belga y su conductor, con la puerta de la cabina abierta, se estaba masturbando maravillado con la sexualidad prominente del cuerpo de Sandra. Le hicimos gestos para que se acercara, pero justo en ese momento el camionero llegó al clímax, derramó una gran cantidad de esperma y tras un suspiro prolongado decidió volver a arrancar el vehículo e irse, satisfecho, mirándonos por el retrovisor exterior y lanzándonos un beso mientras Sandra se levantaba y acariciaba sus inmensos pezones y le ponía morritos al espejo.
 

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