Fue entonces cuando vi a Sandra por primera vez. El luminoso del ascensor que se encontraba en la entrada del salón se encendió y sonó el ping que anunciaba su apertura. Un carrito de limpieza empezó a salir del aparato y tras él una chica preciosa, morena, de unos treinta años y con muchos, muchos kilos de más distribuidos sobre todo por las partes más blandas de su cuerpo. Un templo de carne generosa y lujuriosa que derramaba piel y sensualidad. Sin duda era una chica demasiado gorda para los cánones de nuestro tiempo, pero a mí me pareció fascinante y sexy. Enseguida despertó la serotonina en mi cerebro y la sangre en mi polla. Los grandes labios recién pintados de rojo intenso de su boca movieron escenas tórridas en mi imaginación.
Adela se percató de esa mirada mía que ella tan bien conocía y miró hacia donde yo atendía. Vi cómo los ojos hermosos de mi amiga empezaron a iluminarse. Los dos deseábamos a esa camarera. Jaime, enfrente de nosotros, no tenía alcance visual sobre lo que nosotros admirábamos y continuaba con sus juegos bajo la mesa, acariciando mi bulto con una mano y los muslos de Adela con la otra.
Cuando la camarera maniobró para orientar el carrito de la limpieza hacia el pasillo de la derecha, una de las pequeñas ruedas tropezó con algo y volcó la carga. Fue mi oportunidad para acercarme a esa diosa de la Carne que empezaba a fascinarme. Me levanté de la silla y fui hasta ella para ayudarle a recoger los trastos caídos.
- No, deje, deje – me dijo con un acento del norte que terminó de cautivarme – puedo hacerlo yo.
- No quiero dejarlo. Me gusta ayudarte. En realidad, lo que no quiero dejar es a ti, ¿cómo te llamas?
- Sandra – me dijo clavando sus ojos verdes en mí – pero estoy trabajando, no puedo hablar con clientes.
- Bueno, yo no soy un cliente del hotel. Lo son mis amigos, en esa mesa. Me llamo David y sólo quiero charlar un rato contigo si a ti también te apetece. Podemos tomar un café fuera, en el Café Central. Un rato, volvemos enseguida. Yo invito.
- Hola David – me saludó, tímida y coqueta – la verdad es que tengo ahora un rato libre. Iba a dejar el carrito y fumar un cigarrillo fuera… Vamos, sí, pero te advierto que volveré en cuanto terminemos el café. Dame tiempo para quitarme el delantal y espérame fuera, que no quiero líos.