Un viaje inesperado

Ron_Artest

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Bueno, abrimos nuevo melón. Después de los dos primeros relatos, esta vez me he decidido por iniciar una historia más “seria” —y lo pongo entre comillas, pues, como ya sabréis quienes hayáis leído algo mío, me encanta la ciencia ficción y las historias de aventuras—. Esta vez me he decantado por viajar al pasado, cuando el mundo aún guardaba secretos y las leyendas y los mitos vivían entre los hombres. Pero bueno, no os voy a explicar mucho más: dejaré que un viejo marinero, curtido por el viento y el salitre de los vastos océanos, os ayude a embarcaros en esta emocionante historia que deseo os guste y que disfrutéis leyendo tanto como yo al imaginarla.

Por último, me gustaría recordar que, como siempre, me guío por la improvisación. No planeo nada más allá del propio presente y dejo que la casualidad escriba el destino de mis personajes. Sin más dilación, parto presto hacia el horizonte… Pues el mañana está lleno de sorpresas y el futuro es misterioso e inabarcable.

Prólogo

Siéntate, y presta atención… que la mar no es amiga de quienes la toman a la ligera. Yo soy testigo de ello y doy fe. Pues he visto más hombres tragados por las olas que estrellas hay en el firmamento, y más naves partidas en dos que tablones hay en este puerto. Lo que voy a contarte no lo hallarás en libros de estudio ni en mapas de salón: son verdades curtidas en sal, forjadas en tormenta, pagadas con la sangre y las vidas de valientes y audaces marineros.

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que el mundo respiraba secretos. No como ahora, que todo está dibujado y medido: cada costa, cada corriente, cada roca que asoma del agua. Pero entonces… Ah! Entonces el horizonte era una promesa y una amenaza al mismo tiempo.

Más allá de lo que el ojo alcanzaba a ver, aguardaban los mayores misterios aún por descubrir: Islas que amanecían y anochecían bajo las olas; mares tan rojos que bebían la luz del sol, reinos de cristal habitados por sirenas; criaturas que podían tragar un navío entero sin dejar rastro. El mar no era camino, muchacho… No! El mar era juez. Y su sentencia no admitía apelación.

Las cartas naúticas de aquellos días eran obras incompletas: donde se acababa lo conocido, comenzaban los monstruos. Dragones, serpientes marinas, calamares con brazos más largos que un mástil. Y no creas que eran sólo dibujos para asustar a los niños; algunos marineros regresaban jurando haberlos visto… y otros, menos afortunados, nunca regresaban. En las tabernas se hablaba de campanas que doblaban bajo el agua para llamar a los muertos, y de vientos capaces de arrancarte la cordura antes que el aliento.

Cada travesía era una apuesta contra la muerte, y la muerte casi siempre ganaba. Pero hubo quienes no se conformaron con vivir en los bordes seguros del mundo conocido. Capitanes con más cicatrices que dientes, tripulaciones que se adentraban donde la brújula perdía el norte y el cielo y el mar parecían conspirar contra ellos. Algunos regresaban con tesoros y relatos imposibles… otros sólo regresaban en las historias que contábamos aquellos a los que Calipso había perdonado la vida.

Yo estuve allí. Vi hombres perder la sombra siguiendo el filo del horizonte… y otros ganarlo todo en un solo viaje. Así que escucha este viejo canto, y grábalo bien en tu memoria, porque quien lo aprende ya no se libra del mar…

“Quien sigue al horizonte,
su sombra ha de perder;
mas gana en los abismos
lo que teme saber.”

Ahora que ya lo sabes… decide si quieres embarcar.

¿Sigues ahí, muchacho? Me alegra… Los incautos, aunque muertos, heredaran la gloria y se volverán parte de la leyenda. Pero no te engañes: puede que no vuelvas entero… o que no vuelvas en absoluto.

Así que ve y prepárate. Ponte un buen jubón de lana, que las noches en alta mar cortan como cuchillas. Un sombrero de ala ancha para el sol, botas que aguanten la humedad, y guantes que no se rindan a la cuerda mojada. No olvides tu navaja, por si la mar te pide pagar con sangre. Lleva un catalejo si quieres ver lo que viene antes de que te alcance, un hatillo de víveres secos y por supuesto unas botellas de ron para engañar al frío y a la soledad. Guarda un trozo de carbón y pergamino, por si sobrevives lo suficiente para escribir tu historia… y un amuleto, aunque no creas en supersticiones, porque allá fuera todo hombre acaba creyendo.

Y cuando tengas todo listo, vuelve aquí. Porque si partes, tarde o temprano oirás hablar de la historia de dos intrepidos aventureros, el relato de una obsesión, la leyenda de un hallazgo que cambiaría para siempre el destino del mundo.

Esta es la historia de una mujer de mirada tan firme como la proa de su navío, que no conoce el miedo ni la rendición; una capitana capaz de leer el viento, engañar a la tormenta y retar a la misma muerte sin parpadear.

Y también es la historia de un hombre, venido de las lejanas tierras de oriente, hijo de sabios y astrónomos, que busca algo más que fortuna: un objeto místico y ancestral, perdido en las entrañas del océano, cuya leyenda ha cruzado los mares y los siglos. Un artefacto que, dicen, puede cambiar el destino de quien lo posea… o condenarlo para siempre.

Dos almas distintas, dos caminos trazados por estrellas diferentes… que el mar, en su capricho, hará chocar. Y ese encuentro, muchacho, no será un viaje cualquiera… será Un viaje inesperado. Y cuando empiece, las olas del mundo entero no volverán a ser jamás las mismas.
 
Un viaje inesperado
Capítulo 1 - El niño que escuchaba al fuego


La noche caía sobre la vasta hacienda de la familia Suryanarayanan como un manto de terciopelo negro tachonado de diamantes. La casa, de altos balcones labrados en piedra y maderas nobles traídas desde el sur, resplandecía bajo la luz cálida de decenas de lámparas de aceite. En el gran salón, los invitados - señores de turbantes enjoyados, damas con saris bordados en hilos de oro y algunos caballeros ingleses de levita y peluca empolvada - brindaban con copas de cristal tallado mientras discutían, en voz baja y con palabras precisas, sobre las últimas observaciones astronómicas y los misterios del firmamento.

Sobre una mesa de ébano, un astrolabio relucía como si aún guardara en su bronce el último rayo de sol. Mapas celestes, desplegados con esmero, servían de excusa para las conversaciones eruditas, y en el aire flotaba el aroma intenso del cardamomo y el sándalo.
  • ¿Dónde está el niño? - preguntó, con voz grave y pausada, el padre de Vihaan, ajustándose la faja bordada con hilos de plata.
Su mirada, aguda como la de un halcón, se posó sobre su esposa, que sonrió con cierto desasosiego.
  • No lo sé, Raghu. Dijo que salía a tomar el aire… pero ya hace rato de eso.
Un murmullo recorrió el grupo de invitados más cercanos, aunque pronto la conversación volvió a las constelaciones y a los cometas.

Mientras tanto, lejos de la fiesta, Vihaan deambulaba por los jardines. El césped húmedo crujía bajo sus pies descalzos y el perfume de jazmines y buganvillas se mezclaba con el olor más áspero de la tierra recién regada. El jardín, inmenso como un pequeño reino, se perdía en la penumbra, donde sólo unas pocas antorchas y braseros combatían la noche.

Desde muy pequeño, alzaba la vista al cielo, imitando a sus padres, guardianes silenciosos de las estrellas. Creía que aquellas luces lejanas no conocían la muerte, y ese pensamiento lo envolvía en una calma profunda. Brillaban mucho antes de que él viniera al mundo, antes de que el hombre aprendiera a llamarse hombre y a caminar erguido… y seguirían allí, inmóviles y pacientes, cuando su voz se apagara y la humanidad fuera solo un eco perdido en el tiempo.

Fue entonces cuando escuchó una voz grave, áspera por los años, que parecía salir de las mismas brasas. La siguió, con el corazón latiendo como un tambor de guerra, hasta encontrar un rincón oculto entre arbustos y palmeras. Allí, junto a una hoguera que chisporroteaba contra el viento nocturno, un viejo sirviente de barba blanca y turbante desteñido estaba sentado sobre un tapiz raído. Sus ojos, encendidos por el reflejo del fuego, parecían conocer secretos que los libros jamás podrían contar.

Vihaan se agachó detrás de un árbol para escuchar. Y se quedó quieto, absorto en las palabras del anciano. Pero algo más captó su atención: junto al fuego, sentados en círculo, había varios niños. Eran hijos de la servidumbre, rostros marcados por la pobreza, cuerpos delgados y ropa raída que apenas los cubría del frío nocturno. Sus ojos brillaban con el reflejo del fuego, pero también con la curiosidad y el hambre de historias que sólo las leyendas pueden saciar. Vihaan, vestido con finas telas y joyas, sintió el peso de su mundo dorado, tan distinto al de aquellos pequeños cuerpos endurecidos por la vida. Se ocultó tras un arbusto, sin querer interrumpir, pero su presencia no pasó desapercibida.

El anciano, con una sonrisa suave y profunda, levantó la mano y habló en voz alta, clara y cálida:
  • Venid, hijos del viento y la tierra, no hay diferencia bajo el abrazo de la noche ni el brillo de esta hoguera.
Vihaan contuvo la respiración. Entonces el anciano añadió, con voz firme y sin titubeos:
  • Y tú, que escondes tus pasos tras las hojas y la sombra, no temas acercarte. Que la curiosidad no conoce estirpes ni linajes. Acércate y únete a nosotros.
El niño, sin dudar, dejó atrás el arbusto y se sentó junto al grupo. El calor del fuego y la acogida del anciano lo envolvieron, borrando por un momento la distancia que la fortuna había impuesto entre él y aquellos niños.

El viejo sirviente palmeó suavemente el suelo para indicar un lugar junto a él y empezó de nuevo:
  • Escuchad bien, pues la historia que os contaré no es solo de dioses, sino del mar y de la vida, del poder y de la traición...
Vihaan supo entonces que esa noche no solo escucharía una leyenda, sino que iniciaría un viaje que lo marcaría para siempre.
  • Muchachos… - dijo el anciano, sin mirarlos, como si hablara al aire o a la noche misma - En el principio, sólo existía Mahadya, el Gran Horizonte, señor de todo cuanto es y será. De su aliento nació la tierra, y de sus lágrimas, el océano.
El fuego crepitó, lanzando chispas que ascendieron como pequeñas estrellas huyendo hacia el cielo.
  • Mahadya tomó por esposa a Suryani, la dama del amanecer, y de su unión nacieron tres hijos. El mayor, Vraj, fuerte como la roca y severo como el monzón. El segundo, Amara, sabia como las aguas profundas y paciente como las mareas. Y el tercero… ah, el tercero… fue Kāmara - dijo bajando la voz - joven como la espuma del mar, travieso como el viento que cambia de rumbo, y capaz de conceder deseos a los mortales.
El anciano tomó un puñado de arena y lo dejó caer lentamente en el fuego, que chisporroteó como si protestara.
  • Pero Kāmara no escuchaba a sus hermanos. Regalaba tesoros, prometía glorias y cumplía caprichos que sólo traían desgracia. Y así fue como, Vraj y Amara decidieron encerrarlo en el Sundra-kalash, el cofre sin tiempo, y lo arrojaron a las aguas más profundas del mundo…
El viejo hizo una pausa, y su mirada se perdió en las llamas.
  • Dicen que aún viaja, de ola en ola, esperando que unas manos imprudentes lo liberen… y entonces, muchachos, el mar entero será su reino.
Vihaan, con los ojos abiertos como platos, sintió que el fuego parecía susurrarle, invitándolo a seguir escuchando. El murmullo de la fiesta, allá en la casa, parecía un mundo lejano.

Aquella historia del Dios Mono que concedía deseos, encerrado en una prisión por sus hermanos y perdido en el vasto océano, lo acompañaría hasta el último suspiro de su vida, convirtiéndose en una auténtica obsesión.

En aquel entonces no lo sabía aún; era apenas un niño escuchando una historia a la luz temblorosa de una hoguera. Pero, dentro de muchos años, la leyenda de Kāmara y el Sundra-kalash seguirían ocupando su memoria, y hasta su propia razón.

Vihaan ya tenía su futuro trazado: la mujer con quien debería casarse, su profesión, el lugar donde viviría. Sin embargo, nada de eso le importaba lo más mínimo. Su mente estaba fija, inquebrantable, en desentrañar cada secreto de aquella historia.

Fue precisamente el acuerdo matrimonial con Nalini lo que empujó a Vihaan a tomar la decisión más crucial de toda su vida.
La primera vez que la vió y supo de su existencia fue durante una elegante recepción en la casa de su familia, entre risas contenidas, joyas que brillaban bajo la luz de los candelabros y el murmullo de conversaciones entre familias de alto linaje.

Nalini, de apenas dieciséis años, destacaba no solo por su belleza serena, sino por una mirada intensa, orgullosa y desafiante, que desmentía la aparente calma de sus movimientos. Su piel clara, tersa como el pétalo de un loto, y sus ojos oscuros parecían contener secretos que ningún niño de su edad debería cargar.

Vihaan la observó de reojo, sin atreverse a cruzar palabra, consciente de que aquella joven, hija de otra familia noble, era la prometida que sus padres ya habían elegido para él.

No hubo saludo ni presentación. Cuando la noticia del compromiso fue anunciada por sus padres, ambos sintieron un choque brutal: dos jóvenes arrojados a un destino impuesto, sin voz ni voto.

Sus miradas se encontraron una vez, fugazmente, llenas de incredulidad y silenciosa rebeldía, como si en ese instante entendieran la injusticia de aquel acuerdo que les robaba la libertad. No era amor lo que los unía, sino la obligación, una tradición tan rígida que aplastaba cualquier resquicio de deseo o voluntad propia.

Vihaan, acostumbrado a buscar respuestas en los cielos y en los libros, se encontró sin ellas en la mirada de Nalini, y supo que ese encuentro sería el preludio de un viaje mucho más tormentoso que cualquiera de sus exploraciones científicas.

Tan cierto como el sol nace por oriente y se oculta por occidente, tan inevitable como Vishnú sostiene el orden del universo con cada una de sus manos, la joven pareja acabó casándose.

Sin demasiadas dificultades, ambos recibieron un hogar propio y un servicio dedicado que los atendería con esmero hasta el fin de sus días. Vihaan se sumergió en sus estudios, mientras, a escondidas de aquel mundo de falsedades y apariencias, seguía indagando en la enigmática leyenda de Kāmara.

Nalini, resignada ante su cruel destino, aguardaba con paciencia una descendencia que parecía negarse a llegar. El sexo entre ellos era más una formalidad que un acto de deseo, cumplía el mismo propósito por el que se habían unido: contentar a sus familias y perpetuar la tradición.

Los años transcurrían y los hijos no llegaban. No les faltaba nada: casa, dinero, comodidades... salvo lo más esencial: el amor.

Vihaan ya había cumplido los veinte, y su vida seguía estancada en aquella carrera a contrarreloj que nunca había pedido correr. ‘¿Cuándo tendréis hijos?’ le espetaban con insistencia, como un martillo implacable. ‘¿Cuándo nos regalaréis nietos?’ añadían, siempre con la sombra de Dharini, la diosa de la procreación y la fertilidad, rondando en sus palabras, una presencia que parecía exigirles una respuesta que ninguno podía dar.

El jóven astrónomo tenía una vida privilegiada que le permitía entregarse a sus estudios del cosmos sin tener que preocuparse por el trabajo. Contaba con una mujer hermosa que lo buscaba cada noche con deseo, aunque por razones ya conocidas, pues su unión era más una danza vacía que un encuentro de almas.

Una noche, después de hacer el amor, Nalini se levantó lentamente de la cama. Su cuerpo desnudo era una sinfonía de curvas delicadas y piel tersa, ligeramente bañada por la luz mortecina de las velas. Sus hombros suaves y firmes se elevaban con cada respiración, y sus manos recorrían con calma el borde del sari que reposaba a su lado.

Con movimientos pausados y elegantes, comenzó a vestirse con el sari de seda color marfil, bordado con hilos dorados que capturaban la luz con cada pliegue. La tela se deslizó sobre su figura, abrazando su cintura estrecha y cubriendo su pecho con la modestia propia de las mujeres de su estatus social.

Una vez vestida, caminó hacia el escritorio de Vihaan dónde este trabajaba sin descanso, dejando un leve aroma a jazmín tras de sí, y contempló los papeles esparcidos.
  • ¿Qué estás leyendo? - preguntó, con curiosidad y un deje de cansancio.
  • La leyenda de Kāmara y el Sundra-kalash, el cofín donde yace encerrado —respondió él, con la mirada fija en las viejas páginas.
  • Ah! Al ver al mono, pensé que era Hanumán - musitó ella, esbozando una sonrisa leve, pero con un filo de reproche en la voz - Pensaba que le rezabas para que te otorgara fuerza y valentía, para que así pudiéramos contentar a nuestras familias.
En su tierra, Hanumán era símbolo de poder, devoción y coraje. Le imploraban protección en las batallas de la vida y valor para superar las pruebas, incluso para bendecir la fertilidad y la prosperidad del hogar. Pero allí estaban ellos, él perdido en viejas leyendas y ella esperando un milagro que nunca llegaba.
  • ¿No conoces la historia de Kāmara acaso? —dijo Vihaan, sin prestar atención al agravio y levantando la cabeza con un brillo intenso en los ojos.
  • ¿Historia dices? - replicó Nalini, apoyando su trasero en el escritorio, con una sonrisa de escepticismo - Dirás leyenda, ¿no?
Intrigada por el fuego que ardía en la mirada de su impuesto marido, permaneció allí, desafiante.
  • No es una leyenda, Nalini... - insistió Vihaan, acercándose un poco más.
  • ¿Cómo? - preguntó ella, entre divertida y escéptica.
  • Que no es una leyenda, como la gente cree...
  • ¡Pero qué sandeces dices! - rió ella, alzando una ceja - No estarás fumando charas o bebiendo alguna de esas pócimas que venden en los bazares, ¿verdad?
Vihaan sonrió negando con la cabeza y comenzó a rebuscar entre sus innumerables papeles desperdigados por el escritorio hasta que, finalmente, encontró lo que buscaba.
  • Mira - le dijo, ofreciéndole un manuscrito envejecido, cuyas páginas amarillentas crujían al tacto - Lo tomé prestado la semana pasada en la biblioteca de la universidad de Calcuta. Allí guardan algunos textos raros y prohibidos, entre ellos colecciones de crónicas antiguas que pocos se atreven a leer.
Nalini sujetó el documento entre sus finas y engalanadas manos, adornadas con delicados anillos de oro y gemas, y se pasó un mechón de pelo detrás de la oreja, intrigada.

El manuscrito narraba un episodio poco conocido de la historia: una batalla naval librada en el siglo XVI en las aguas del Golfo de Bengala, donde un poderoso general indio - cuyo nombre había sido borrado por el tiempo - consiguió lo imposible. Su flota, inferior en número y armamento, se enfrentaba a un enemigo que parecía invencible, una fuerza extranjera que amenazaba con conquistar las costas de su tierra.

Pero la victoria llegó gracias a un artefacto místico, descrito en el texto como un antiguo cofre tallado con símbolos arcanos, cuya apertura desataba un poder desconocido capaz de cambiar el curso de la batalla. Aunque el manuscrito no nombraba directamente a Kāmara, hablaba de un ser encerrado dentro del Sundra-Kalash, un poder que concedía deseos y fuerzas más allá de la comprensión humana, y que sólo podía ser liberado por el más digno.
  • Dicen que aquel artefacto fue la clave para la victoria - murmuró Vihaan - y que desapareció poco después, perdido en las profundidades del océano.
Nalini levantó la mirada, el brillo de la incredulidad mezclado con fascinación en sus ojos.
  • ¿Por qué me miras así? - preguntó Vihaan, su voz cargada de una mezcla de desafío y tristeza.
  • Miro a mi esposo, pero tan solo veo a un niño - respondió Nalini, arrojando el manuscrito sobre la mesa con un gesto que mezclaba cansancio y reproche. Vihaan sintió un nudo en el estómago, preocupado por su estado - Estás perdiendo el tiempo con cuentos y leyendas cuando deberías prestar atención a los asuntos serios de la vida.
  • No lo entiendes, mujer - replicó él con firmeza - No se trata de una leyenda… tengo pruebas. Muchas… Escucha!
Durante años, el jóven astrónomo había recopilado indicios, relatos y documentos dispersos que hablaban, entre susurros, del Sundra-Kalash y su influencia en la historia de su tierra y sus mares.

Por ejemplo, en 1498, en la costa de Malabar, el gobernador local, Raja Krishnadeva, logró repeler una invasión portuguesa gracias a lo que describieron como un “objeto de poder escondido en una caja sagrada”, que inspiró a sus marineros y alteró el curso de la batalla naval de Kozhikode. Las crónicas hablaban de extrañas luces sobre el agua y un canto que levantó la moral de sus tropas.

Más tarde, en 1565, durante la batalla de Talikota, que selló el destino del imperio Vijayanagara, un embajador persa registró en sus memorias la existencia de un cofre legendario, custodiado por sacerdotes en las playas cercanas a Hampi, que podía conceder “favores divinos a quien supiera invocarlos”. Aunque nadie supo de su paradero después del caos, algunos creen que el Sundra-Kalash fue la clave para las victorias temporales de los reyes hindúes.

Y en 1602, poco antes de la era actual, un marinero árabe llamado Farid al-Basri relató en su diario un encuentro con un anciano sabio cerca de la costa de Gujarat. El anciano le habló de un dios joven, travieso y poderoso, encerrado en un cofre místico llamado Sundra-Kalash, que concedía deseos y podía decidir el destino de quienes se atrevieran a buscarlo en alta mar.
  • Todo apunta a que el Sundra-Kalash no solo es real - concluyó Vihaan - sino que su poder y misterio han marcado siglos de historia oculta entre las olas y la arena.
Nalini guardó silencio, mientras sus ojos exploraban la habitación, como buscando algo tangible a lo que aferrarse, pero sus labios se negaban a pronunciar palabras de esperanza.

Conocía a su joven esposo casi como si fuera Savitri, la diosa que ve el destino de los mortales y sus secretos más profundos. Ese fuego en su mirada era la señal indiscutible de que jamás se detendría hasta descubrir si la historia del dios mono Kāmara era realidad o tan solo una leyenda.

La jóven esposa, se levantó del escritorio y se acercó a la ventana. La abrió de par en par, dejando que el aire nocturno de Calcuta entrara en la estancia, invadiendo el hogar con la frescura y el misterio de la noche, y el aroma lejano de las hogueras encendidas en honor a Diwali, la festividad de las luces que iluminaba los corazones y las calles de la ciudad.
  • ¿Y cuándo marcharás? - preguntó ella, mirando las lejanas hogueras titilar como centellas en la oscuridad.
  • ¿A qué te refieres? - respondió Vihaan, con una ligera sombra de evasión.
  • Conozco ese fuego en tu mirada, esposo… lo posees desde que te conocí, y lo seguirás conservando hasta que te mueras - Nalini sabía que jamás desistiría - ¿Cuándo partirás?
Vihaan bajó la mirada, quizás arrepentido por no haber sido el marido que sus padres ni su mujer esperaban. Pero sincero, como siempre.
  • Cuanto antes, mejor…
  • ¿Hacia dónde?
  • Inglaterra…
  • ¿Por qué Inglaterra? ¿Por qué recorrer medio mundo? - preguntó Nalini, con una mezcla de curiosidad y preocupación.
Vihaan suspiró y se acercó a la ventana, mirando también hacia las lejanas luces que anunciaban el Diwali y al mismo tiempo la expansión del imperio británico.

En el siglo XVII, Inglaterra emergía como una potencia naval y comercial sin igual. Su flota de barcos de vela dominaba los océanos, extendiendo el alcance de la Corona británica a los confines del mundo conocido. En aquellas décadas, la Compañía Inglesa de las Indias Orientales se consolidaba como la punta de lanza de un imperio en expansión, transformando la India en un territorio bajo su control efectivo, aunque velado bajo el manto de acuerdos y tratados.

La India, rica en recursos y saberes ancestrales, se convirtió en un objeto de codicia para los invasores. Más allá de la extracción de especias, sedas y metales preciosos, los ingleses se apoderaron de la herencia cultural y científica que había prosperado durante milenios en aquellas tierras. Bibliotecas milenarias, manuscritos sagrados, textos de alquimia, astronomía y mitología fueron saqueados y llevados a Inglaterra, donde se guardaban celosamente en archivos y colecciones privadas.

Entre esos documentos robados se encontraban relatos velados, piezas de un rompecabezas ancestral sobre el dios mono Kāmara y el Sundra-Kalash, un artefacto de poder legendario. El expolio no solo era material, sino también espiritual: arrancar de raíz las raíces del conocimiento para someter a un pueblo a través del olvido y la ignorancia.

Vihaan comprendía que para desentrañar la verdad y recuperar esa historia olvidada, debía atravesar medio mundo y enfrentarse al corazón mismo del imperio que había despojado a su tierra de su memoria. Inglaterra no era solo un destino, sino el epicentro donde convergían las piezas del misterio, custodiadas entre pasillos oscuros y estanterías polvorientas.

Así, aquel joven astrónomo sabía que su viaje no sería una mera travesía científica o aventurera, sino una misión cargada de riesgos y desafíos, donde la historia y la injusticia se entrelazaban en cada ola del mar que debía surcar.

Tres días. Fue lo acordado. Tiempo suficiente para que él preparase su viaje, y para que ella siguiera insistiendo en que la semilla brotara dentro de su vientre. Vihaan vivió aquellos días entre el cansancio extremo y la presión creciente. Durante el día, debía enfrentarse a la burocracia incesante: obtener permisos y visados para salir del territorio, gestionar la documentación con los oficiales de la Compañía de las Indias Orientales y buscar un navío dispuesto a llevarlo a Inglaterra. No era tarea fácil; en el bullicioso puerto de Calcuta, entre el aroma a salitre y especias, negociaba con capitanes y comerciantes, cruzando miradas desconfiadas y estrechando manos sudorosas para asegurar su pasaje en uno de los barcos que surcaban el vasto océano.

Por la noche, sin embargo, debía cumplir con otra obligación, una que la tradición imponía con fuerza: satisfacer a su esposa. Nalini, con la determinación de quien quiere asegurar un futuro, mantenía viva la costumbre ancestral. La joven pareja se entregaba a la exploración de las artes amorosas, practicando todas las posturas del Kamasutra con una mezcla de fervor y ocasional torpeza.

Entre risas contenidas y alguna que otra queja de sus músculos, probaron la “Garuda extendida” - un equilibrio delicado que los dejó al borde del colapso - y la “Tortuga invertida”, que más que placer provocaba mareos. Sin olvidar la “Serpiente enroscada”, que terminó con Vihaan enredado como si hubiera luchado contra una anaconda.

Pero no importaba el cansancio ni las dificultades: cada gesto, cada suspiro, era un ritual que mantenía vivo el vínculo entre ellos, incluso cuando el destino parecía jugar en contra.

Al amanecer del cuarto día, esposa y padres acudieron al puerto para despedir al intrépido explorador. Nalini era la única que conocía el verdadero propósito de su viaje y guardó celosamente aquel secreto ante los padres de Vihaan, quienes ni lo habrían entendido ni, por supuesto, aprobado, pues aquella expedición era tan peligrosa como inaudita.

La despedida fue de pocas palabras, más racional que sentimental. No hubo lágrimas ni pañuelos ondeando al viento, tan solo el deseo firme de que volviera sano y salvo, junto con algunos regalos cuidadosamente escogidos.

Su esposa le entregó un amuleto sagrado, un pequeño Kalash de cobre adornado con filigranas de plata, lleno de agua bendita de un río sagrado y unidas por las hojas de mango, símbolo de buena fortuna y protección según la tradición hinduista. “Llévalo siempre contigo - le dijo - para que las aguas peligrosas no te arrastren y los vientos fríos del mar te sean favorables.”

Los padres, en cambio, haciendo honor a su estatus y clase social, le regalaron un sirviente para que le acompañara y asistiera durante el viaje.
Se llamaba Bhagirath, un hombre de complexión robusta, casi corpulenta, con un turbante impecablemente enrollado sobre su cabeza, un punto carmesí marcado en la frente y un bigote largo y rocambolesco que parecía contar sus propias historias. Pertenecía a la casta Shudra, dedicada tradicionalmente a los servicios y labores de asistencia.

Bhagirath era conocido por su carácter bondadoso y su paciencia infinita, un alma humilde y servicial que no dudaba en ofrecer su ayuda con una sonrisa cálida. Su presencia transmitía tranquilidad, y aunque pocos lo decían en voz alta, todos sabían que aquel hombre de aspecto sencillo era un pilar invisible y firme, un compañero que se volvería indispensable para el joven Vihaan en la aventura que estaba a punto de comenzar.

El barco que aguardaba al jóven aventurero en el puerto de Calcuta era un robusto navío inglés, una fragata de vela pesada y casco ennegrecido por el tiempo y la sal del mar. Sus mástiles altísimos y las velas hinchadas parecían desafiar al cielo despejado, mientras la bandera de la Compañía de las Indias Orientales ondeaba con arrogancia.

La tripulación estaba compuesta en su mayoría por irlandeses, hombres de rostros curtidos y ojos chispeantes, acostumbrados al frío y a las tormentas del Atlántico. Rudos y de pocas palabras, eran también famosos por sus bromas pesadas y su buen humor en medio de la dureza del mar. Decían que un irlandés sin una cerveza y un buen chiste era como un barco sin velas: destinado a quedarse varado. Pero no por ello dejaban de ser feroces en el trabajo, y menos con los extraños a bordo. Transportaban especias, tejidos y mercancías de valor, pero también secretos que no se hablaban en voz alta.

El trayecto prometía ser largo y arduo: casi dos meses atravesando océanos, luchando contra tormentas y mareas, cruzando rutas aún poco exploradas.

La despedida fue fría, tensa, como un adiós envuelto en pragmatismo. No hubo abrazos, ni lágrimas, solo miradas escuetas y manos que se soltaron con una firmeza casi mecánica. Aquellos que observaban desde la orilla guardaban en el pecho una mezcla de esperanza y temor, conscientes del peligro que acechaba más allá del horizonte.

Cuando el barco comenzó a alejarse, cortando las aguas con su proa afilada, el sol comenzaba a despuntar en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y anaranjados.

Vihaan, firme en la cubierta, no podía apartar la mirada del rumbo marcado hacia el infinito. Recordó aquel niño que tantos años atrás escuchaba atento el crepitar del fuego junto a un viejo ciego, y cómo aquella leyenda le había encendido el alma. Así como antaño aquella hoguera iluminaba la noche, el sol del amanecer ahora lo impulsaba a probarse a sí mismo, a vivir la aventura que el destino le había marcado.

El mar se abría ante él, prometiendo misterios y respuestas, y Vihaan sentía el latir de la leyenda ardiendo en su pecho, más vivo que nunca.

Llevaban un par de horas de trayecto y nuestro astrónomo no se había movido de la proa. No podía dejar de mirar el horizonte, que parecía imperturbable, como un sueño al que jamás pudieras alcanzar. A su lado, Bhagirath le atendía en silencio y con cierta devoción, ofreciéndole agua, comida o simplemente protegiéndolo del sol con un parasol de tela; pero Vihaan no respondía. Tan solo podía sonreír, sintiendo por primera vez en su vida que él sujetaba las riendas de su destino. Era libre, por fin.

De repente, la voz ruda de un marinero con marcado acento irlandés rompió sus ensoñaciones.
  • Buenos días, señor…
Un hombre corpulento, curtido por el salitre y el viento, se acercó con paso firme y mirada desafiante. Su rostro tenía cicatrices que hablaban de mil batallas en alta mar, y una barba rojiza que relucía bajo el sol.
  • Vihaan Suryanarayanan, un placer — respondió nuestro protagonista con una leve inclinación de cabeza.
  • ¡Por todo el oro de Escocia! ¿Por qué demonios vosotros, los sepoyes de mierda, tenéis que complicarlo todo siempre?
El científico no supo cómo responder ante aquella ofensa. Era la primera vez que salía de su mundo envuelto en una burbuja de cristal tallada en finos modales. El mundo real le golpeaba en la cara con la misma dureza con que las olas del mar rompían contra la quilla del barco.
  • Perdone… siento si le he ofendido - dijo Vihaan con voz baja pero firme, tratando de mantener la compostura - No estamos acostumbrados a tratar con extranjeros.
  • ¿Por qué no usáis apellidos más normales, como O’Connor, Murphy o Doyle? - replicó el irlandés con tono burlón - algo que todo el mundo pueda pronunciar sin romperse la lengua.
Bhagirath no pudo evitar sonreír al escuchar aquellos extraños nombres mientras pelaba con suave precisión un mango para su señor, sus dedos expertos desprendían la piel amarilla sin desperdiciar ni una gota del dulce jugo.
  • ¿Y tú de qué te ríes, bigotes? - rugió el irlandés, frunciendo el ceño y apretando los puños - ¿Te parece gracioso lo que digo, eh?
Su rostro, curtido por el viento y el sol, se transformó en una máscara de desafío; sus ojos azules centelleaban con una mezcla de ira y diversión. Se acercó un paso más, dejando que el olor salino y el crujir de las maderas del barco llenaran el silencio tenso.
  • Aquí yo no soy el extranjero - dijo el marinero pelirrojo, mostrando amenazante una navaja de hoja corta y afilada, que reflejaba la luz del sol - Así que mucho cuidado, gordo sepoy, ¡si no quieres acabar en el fondo del lecho marino ahora mismo!
Bhagirath apenas se inmutó. Con la calma y precisión de quien ha enfrentado mil tormentas, giró suavemente y, sin apenas esfuerzo, desarmó al irlandés. En un movimiento fluido y casi silencioso, se colocó a su espalda, deslizó el mismo cuchillo con el que pelaba el mango contra la garganta del marinero, susurrándole con voz profunda y serena:
  • Los modales hacen al hombre, pero la paciencia lo hace invencible.
El marinero quedó paralizado, sintiendo la fría hoja rozar su piel, y en ese instante comprendió que había subestimado a aquel sirviente corpulento, que parecía tranquilo, pero guardaba en sí un temple de acero.
  • Mi señor y yo tan solo deseamos disfrutar de un apacible viaje - dijo Bhagirath, mordisqueando el mango con calma- Vamos a estar muchos días juntos en un espacio muy reducido, irlandés. Será mejor para todos que guardemos las formas y nos respetemos mutuamente, ¿no crees?
El marinero tragó saliva, sintiendo el filo del cuchillo rozar su maltrecha y seca piel, y respondió con voz entrecortada:
  • Sí… sí, por supuesto. ¡Lo que usted diga!
  • Bien. Ahora, ¿sería usted tan amable de mostrarnos nuestra cabina? Desearíamos poder descansar, si es posible.
Bhagirath guardó el pequeño cuchillo con un movimiento suave y, sin apartar la mirada del irlandés, comenzó a guiar a Vihaan hacia la oscura y estrecha estancia que les esperaba a bordo.
  • Así que es usted un sepoy - sonrió Vihaan mientras rebuscaba entre el equipaje.
La cabina era pequeña pero funcional, con paredes de madera oscura y un ventanuco que apenas dejaba pasar la luz. Un sencillo escritorio, un baúl gastado y una litera de tablones reforzaban el austero mobiliario, mientras el vaivén del mar hacía que todo pareciera moverse lentamente.

Bhagirath, con su característico turbante y el punto rojo en la frente, se apoyó en la puerta con una leve sonrisa.
  • Así es, mi señor. Aunque esa etapa de mi vida, por fortuna, quedó atrás. Fuí sepoy del ejército de la Compañía de las Indias Orientales - explicó con voz tranquila - Aprendí a manejar la daga y el machete en la frontera del Deccan, donde las luchas eran constantes y la supervivencia una cuestión diaria. La disciplina y la lealtad me enseñaron que el honor reside más en el corazón que en el rango.
Vihaan asintió, impresionado por la calma y temple de su fiel sirviente.
  • Veo que mis padres han elegido cuidadosamente a quien iba a acompañarme en mi viaje - dijo el señor, mirando a su siervo con una mezcla de respeto y cierto alivio.
Bhagirath inclinó ligeramente la cabeza y, con una reverencia pausada pero sincera, deslizó una mano hacia su pecho en señal de compromiso.

- Tan solo estoy aquí para hacer que su vida sea más sencilla, mi señor - respondió con voz firme pero humilde, mostrando la devoción que sentía hacia el apellido Suryanarayanan.​

Vihaan sonrió, apoyando los codos sobre el pequeño escritorio y clavando la mirada en el enorme mostacho del sirviente.
  • Ya lo veo - dijo con tono irónico - Y para salvarme de situaciones complicadas, visto lo visto.
Bhagirath asintió con una sonrisa discreta, sus ojos brillaban bajo el turbante mientras parecía meditar algo importante.
  • Quizás debería avisarle de cómo es la gente en Inglaterra, mi señor y sobre todo de la visión que tienen de nosotros - murmuró con gravedad, como quien conoce bien los caminos que se avecinan.
  • No deniego tu oferta, pues creo que me será de ayuda tu experiencia. Algo en mi interior me dice que eres un pozo de sabiduría, Bhagirath… - dijo Vihaan, esbozando una leve sonrisa que se perdió entre el vaivén del barco.
  • Gracias, señor, me halaga su consideración - respondió el sirviente con humildad, el turbante ladeado y el gran bigote moviéndose ligeramente con su sonrisa.
Vihaan se acercó al diminuto escritorio, que parecía bailar con las olas, y desplegó cuidadosamente sus anotaciones. Sus dedos recorrían con delicadeza los manuscritos antiguos, mientras sus ojos buscaban la esencia de aquello que lo había llevado a partir.
  • Pero antes… ¿Conoces la historia de Kamara y el Sundra-Kalash? - preguntó, su voz baja, casi un susurro, como si temiera despertar algo dormido en el mar.
El sirviente confesó que sí, que conocía aquellas viejas historias que le habían contado de niño junto al fuego. Se acercó al escritorio y empezó a leer los manuscritos con la misma - o incluso mayor - delicadeza que su señor, pasando las páginas como si fueran pétalos frágiles. Vihaan, entusiasmado, trataba de explicarle que todo aquello era real, que su viaje consistía en recopilar más información sobre el paradero de aquel gran poder, y que, con el tiempo, acabaría por encontrarlo. La emoción le tensaba la voz y le iluminaba el rostro como un amanecer en alta mar.

Bhagirath lo escuchaba incrédulo, aunque su expresión, como siempre, mostraba simpatía y aceptación. Cuando Vihaan terminó de hablar, el sirviente permaneció en silencio unos instantes, observando el vaivén del barco como si buscara las palabras adecuadas. Finalmente, se acomodó el turbante, sirvió un pequeño vaso de té especiado y lo dejó suavemente sobre la mesa frente a su señor.
  • Mi señor… no soy quién para juzgar los sueños de un hombre. - Tomó aire y lo soltó despacio, como si dejara ir un pensamiento amargo - Pero incluso los mapas más precisos no muestran las tormentas que aguardan en el horizonte.
Vihaan sostuvo la mirada de Bhagirath mientras las palabras de su sirviente se posaban en su mente como anclas pesadas. La metáfora de las tormentas no se le escapó; entendía que no hablaba solo de vientos y olas, sino de gentes, prejuicios y peligros invisibles que acechaban más allá del mar.

Tomó el vaso de té, lo sostuvo entre las manos y dejó que el calor se filtrara en su piel. Durante un instante recordó los días de su niñez, cuando también él escuchaba historias a la luz de una hoguera, convencido de que todas terminaban bien. Ahora, sin embargo, empezaba a comprender que los relatos más memorables eran aquellos en los que el héroe regresaba cambiado… o no regresaba en absoluto.
  • Bhagirath - dijo finalmente, con una leve sonrisa que ocultaba la tensión de sus pensamientos - si en mi horizonte hay tormentas, espero que tú seas mi brújula.
El sirviente inclinó la cabeza en una reverencia medida, su bigote arqueándose en una sonrisa tranquila.
  • Y yo espero que usted sepa escucharla, mi señor.
Fuera, el golpeteo constante de las olas contra el casco acompañaba el silencio que siguió, como si el propio mar hubiera decidido guardar para sí el resto de la conversación.

Los días a bordo se deslizaron como cuentas en un rosario, cada uno similar al anterior y, sin embargo, distinto en matices. Vihaan y Bhagirath, unidos por un contrato y una despedida breve en el puerto de Calcuta, empezaron a conocerse más allá de la formalidad inicial. Al principio, sus conversaciones eran cortas, casi ceremoniosas; el sirviente siempre hablaba con la cautela de quien mide cada palabra, y el astrónomo mantenía esa cortesía distante propia de su educación.

Pero las largas jornadas en alta mar borraron poco a poco las fronteras. Hubo mañanas en las que Vihaan compartió con él cálculos y anotaciones, y otras en las que escuchó, fascinado, historias del bazar de Benarés o leyendas que el sirviente había heredado de su abuelo. Bhagirath, por su parte, aprendió a interpretar el brillo en los ojos de su señor: cuándo estaba inmerso en sus pensamientos y cuándo, por el contrario, deseaba compañía. El respeto mutuo se convirtió en complicidad, y la complicidad, en una amistad que ninguno habría imaginado.

Los dos meses de travesía fueron un vaivén de olas y confidencias. Entre maniobras y temporales, Vihaan y Bhagirath fueron descubriendo en el otro algo más que la fría formalidad que había marcado su primer encuentro. El respeto impuesto por el contrato se transformó en una amistad serena, como un hilo invisible que se tensaba y afianzaba con cada jornada en alta mar.

El paisaje acompañaba aquel cambio interior. En los primeros días, el cielo aún parecía beber de los colores de la India: amaneceres dorados, tardes que olían a mango y cardamomo, noches cálidas en cubierta bajo constelaciones que Vihaan conocía de memoria. Pero poco a poco, la luz fue perdiendo calor. Las aguas, antes turquesa, se tornaron de un gris profundo. El viento, más cortante, traía olores ajenos: sal fría, algas muertas, madera hinchada por la humedad.

Cuando por fin avistaron Inglaterra, la tierra les recibió con un puerto oscuro y atestado. Navíos mercantes y buques de guerra balanceaban sus mástiles como una foresta de madera y cuerdas. Los estibadores, con las manos ennegrecidas de brea, descargaban barriles de ron, fardos de lana y pescado salado, mientras el relincho de los caballos se mezclaba con el pregón de vendedores y el canto áspero de marineros ebrios. El aire era una mezcla de humo de chimeneas, cuero mojado y el acre olor de la marea baja.

Bajo el cielo plomizo de Bristol, Vihaan sintió ese calor interno que no provenía del clima. Era la misma llama que, de niño, había aprendido a escuchar en el crepitar de una hoguera, aquella que lo empujaba a buscar, a arriesgar, a vivir. No sabía que, a pocas calles del puerto, en un rincón hediondo del barrio marinero, otra persona albergaba un fuego distinto. Un fuego alimentado no por sueños, sino por ron barato y noches interminables.

En una taberna baja, oscura y saturada de humo, la capitana dormía recostada sobre una mesa grasienta, con la frente pegada a un charco de cerveza derramada. Su cabello, enmarañado, caía como un telón sobre su rostro, y el aliento espeso a alcohol era tan fuerte que parecía prender en el aire. A su alrededor, un coro de voces roncas de marineros, risas toscas y discusiones en varios idiomas componían la música del lugar. El suelo pegajoso, las paredes ennegrecidas por el hollín de las lámparas de aceite y el olor a pescado pasado daban testimonio de que allí, la decencia no era bienvenida.

Entre las sombras, un pequeño mono capuchino - de ojos vivaces y manos rápidas - se movía con la agilidad de un ladrón experimentado. Había sido ganado por la capitana en una apuesta a un grupo de gitanos, y desde entonces era su sombra y su cómplice. En silencio, recorría la barra y las mesas, deslizando pequeñas monedas y trozos de pan a su pequeña bolsa de cuero, con la misma naturalidad con la que un marinero respiraba el salitre.

En ese momento, el fuego de Vihaan y el de aquella mujer aún no se conocían, pero ambos ardían, destinados a encontrarse.
El fuego que una vez susurró a Vihaan que debía perseguir sus sueños, ardía también en el corazón de una mujer valiente, decidida a capitanear su propio destino en un mundo dominado por hombres. Ese mismo fuego los impulsaba a ambos, cada uno en su camino, sin que aún supieran que sus llamas estaban destinadas a fundirse. Porque, en ese entrecruzar de destinos y voluntades, comenzaba un viaje inesperado, uno que cambiaría sus vidas para siempre.

Continuará…
 
Interesantísima historia, un poco alejada de sexo y todas esas cosas, lo cual a mí no me importa.
Pues ya mismo se va a cruzar con la que creo que va a ser la mujer que le robe el corazón.
PD: A ver quién tiene cojones de aprenderse el nombre completo del protagonista.
 
Interesantísima historia, un poco alejada de sexo y todas esas cosas, lo cual a mí no me importa.
Pues ya mismo se va a cruzar con la que creo que va a ser la mujer que le robe el corazón.
PD: A ver quién tiene cojones de aprenderse el nombre completo del protagonista.
Jajajaja, estuve un buen rato buscando por internet algun apeyido real hindú. Hasta que encontré el más rocambolesco que había. Habrá sexo, pero quiero introducirlo de forma natural esta vez, no tan forzado como en Colegas o Siren
Además quiero probar con el erotismo y no tanto con el sexo explicito. A veces insinuar es más morboso que describirlo al detalle.
Por otro lado, como ya te dije en ocasiones anteriores, tienes un instinto innato para ver cosas que aun no han sucedido… malidto Sherlock jajajaja

Un saludo compañero! Me alegra que te haya gustado este primer contacto.
 
Capítulo 2 - La niña que heredó un nombre

En el Bristol del siglo XVII, las noches olían a brea, sudor y vino barato. Entre las paredes húmedas y agrietadas de un burdel junto al puerto nació una niña sin nombre, ni apellido. Nunca supo quién era su padre, y en vez de una madre tuvo muchas: mujeres de labios pintados y risas cansadas que la cuidaban a ratos, entre un cliente y otro. Creció aprendiendo a no depender de nadie, a defender lo poco que era suyo con uñas y dientes. Aprendió a correr antes que a hablar, a robar antes que a rezar.

Sus madres nunca supieron - o quizá nunca quisieron - cuidarla. Apenas podían con sus propias vidas, y mucho menos con una niña. Eran mujeres de pocas palabras, sin caricias ni sonrisas, con los ojos cansados y la piel marcada por el alcohol y los abusos, resentidas con un mundo que les había quitado más de lo que les dio. Traían hijos al mundo como un panadero saca el pan del horno: con la fría repetición de un oficio, sin amor ni asombro.

Desde que tuvo memoria, comprendió que nadie vendría a salvarla. Su infancia fue un campo de batalla invisible, una guerra silenciosa donde cada día ganado era una victoria, y cada noche, un respiro prestado. Su escuela fueron las calles embarradas y llenas de ratas, donde el grito de un marinero podía significar tanto una amenaza como una invitación a una buena historia. Allí aprendió que en Bristol no se sobrevivía siendo inocente. La piedad no daba de comer. La astucia sí.

Desde sus primeros pasos, entendió que en aquel mundo salvaje solo sobrevivían los más veloces, los más fuertes, los más astutos. No conocía la amistad, solo la lucha constante contra rivales igual de hambrientos. Si el hambre la mordía, devoraba sin remordimientos; si la sed la consumía, bebía sin dudar; si el frío calaba sus huesos, robaba sin piedad. En esa jungla oscura y despiadada, los escrúpulos eran un lujo mortal que no podía permitirse.

No tenía derecho a soñar, ni siquiera a respirar con calma. Su vida era una carrera frenética contra el tiempo, una huida sin tregua donde la muerte, con su afilada guadaña, navegaba a toda prisa con viento favorable, acechándola cada vez más cerca, paso a paso, sombra a sombra. Antes de aprender a hablar, ya sabía que si no luchaba con uñas y dientes, acabaría desapareciendo una noche cualquiera, en un callejón oscuro y olvidado.

Pero había un lugar donde todo cambiaba: el puerto. Un lugar donde se permitía soñar con un futuro mejor. Entre los crujidos de los mástiles y el olor a sal, sentía algo distinto. Desde un rincón, con los pies descalzos y el cabello enmarañado, miraba los barcos zarpar hacia tierras lejanas. No entendía de cartas náuticas ni de vientos, pero sí de anhelos. Veía en aquellas velas hinchadas promesas de libertad, aventuras y un mundo que no olía a encierro ni a burdel.

Fue allí, entre muelles y mareas, donde empezó a forjarse una certeza: algún día, ella también cruzaría el horizonte. No sabía cómo, ni cuándo… pero lo haría. Y cuando lo lograra, no habría hombre o mujer en la tierra que pudiera mandarla. Su corazón, salvaje y curioso, no latía por lo que tenía, sino por lo que aún no conocía. Y cada ola que rompía contra el muelle parecía llamarla por el nombre que aún no tenía, recordándole que su vida no debía acabar en aquel puerto de sombras, sino comenzar en él.

En el corazón del sórdido puerto de Bristol, donde la noche parecía tragarse toda esperanza, sobrevivía aquella niña sin nombre, flaca como un junco, de ropas remendadas y pies descalzos; hija de las prostitutas que vagaban sin rumbo entre tabernas y callejones oscuros. Sus madres nunca se molestaron en darle un nombre verdadero, como si supieran que aquella niña flaca y desgarbada no duraría mucho en aquel mundo cruel y peligroso. Tan solo la llamaban Red, un apodo nacido del fuego que coronaba su cabeza: rizos rojizos y rebeldes, una llamarada de color en medio de la grisura de la ciudad.

Red creció salvaje y sin control, aprendiendo las lecciones de la vida en las calles sucias y llenas de peligros. El bullicio del puerto, el olor a salitre y a madera vieja, y el crujir de las embarcaciones eran su escuela. Su espíritu inquieto y su insaciable curiosidad la hacían diferente, una niña con los ojos siempre atentos a un horizonte más allá del grisáceo Bristol.

Una noche cualquiera, igual de insignificante que la anterior, cuando el puerto dormía entre sombras y susurros, Red estaba oculta tras unos sacos de lona, observando a un grupo de marineros viejos y borrachos que reían a carcajadas, alzando sus jarras manchadas por el tiempo. De repente, uno de ellos la vio. Sus ojos claros se posaron en aquella niña de rizos como llamas y rostro salpicado de pecas, revelando una mezcla de sorpresa y ternura.
  • Por todos los mares de Irlanda… parece la viva imagen de Grace O’Malley - murmuró, señalándola con un dedo tembloroso.
Los otros se giraron, intrigados y perjudicados por el ron proviniente del caribe. Red, con la curiosidad reflejada en su rostro, dio un paso adelante.
  • ¿Quién es Grace O’Malley? - preguntó con voz pequeña y expectante.
El hombre de barba amarillenta dejó escapar una risa ronca y empezó a contar:
  • Grace O’Malley, la Reina Pirata de Connacht. Una mujer que parió y tomó la espada el mismo día, sin bajarse de cubierta; que comandó barcos y tripulaciones enteras como si fuera su derecho divino. No se arrodilló ante nadie, muchacha… ni siquiera ante la mismísima reina Isabel. Se enfrentó a reyes, navegó mares traicioneros, y nunca permitió que le dijeran qué debía hacer o dónde no podía ir…
Red no pudo evitar sentirse fascinada ante aquella historia. Una mujer pirata que desafiaba al mundo y rompía todas las normas impuestas, era algo completamente inaudito para ella. Hasta entonces, sus referentes femeninos habían sido mujeres de vida dura, atrapadas en la miseria, que vendían su cuerpo por unas pocas monedas. Pero por primera vez en su corta y amarga existencia, encontró un modelo al que admirar, alguien real y poderoso. Sin vacilar, se acercó al grupo de marineros, ansiosa por escuchar más sobre aquella mujer que parecía salida de un sueño y dejó que le relataran cada detalle de la fascinante vida de Grace O’Malley.

Los ojos de Red brillaban con un fuego intenso, igual que el color de su cabello. En ese instante, comprendió que no quería ser como aquellas mujeres que la criaron ni vivir atrapada en la sombra de aquel puerto maloliente. Quería surcar los mares, desafiar al mundo y hacer que su nombre fuera una historia contada en cada taberna, al calor del fuego y las jarras. Sin saberlo aún, aquella noche, comenzó a forjar su destino, inspirada por una leyenda y empujada por un fuego interno invisible pero imparable.

Red se acurrucó más cerca de los cansados hombres, sus ojos reflejando la luz vacilante de las lámparas de aceite. Los marineros, un grupo de viejos lobos de mar con rostros curtidos por el viento y el alcohol, se miraron entre sí y sonrieron con complicidad antes de seguir hablando.
  • Luchó contra los invasores ingleses con la furia de una tormenta - dijo uno, golpeando la mesa con el puño, como si convocara el rugido del mar - Era temida por piratas y nobles por igual. Su nombre era leyenda en cada puerto, desde Galway hasta Bristol.
Otro marinero, con una sonrisa torcida y un solo ojo brillante de nostalgia, añadió mientras inclinaba la cabeza hacia la niña:
  • Se casó dos veces, pero nunca vivió bajo las normas tradicionales. Navegaba con veinte barcos y cientos de hombres, y cobraba “peajes” a los mercaderes incautos que pasaban por sus aguas… o directamente los saqueaba sin piedad. Su base estaba en Clare Island, desde donde dominaba parte del Atlántico. Era tan temida que incluso la marina inglesa evitaba enfrentarse directamente con ella.
  • ¿Y ella era la capitana? - preguntó Red con voz temblorosa, apenas capaz de contener su curiosidad.
Los hombres rieron entre dientes, uno de ellos carraspeó y con voz profunda continuó:
  • Más que capitana, niña. Era la tormenta misma, la que mandaba en esos mares. No se arrodillaba ante reyes ni ante señores. Su palabra era ley. En 1593, uno de sus hijos fue capturado por las autoridades inglesas. Grace, navegó hasta Londres para pedirle personalmente a la reina Isabel que lo liberara. Las dos mujeres, ambas poderosas aunque en mundos muy distintos, se reunieron cara a cara. Grace rehusó arrodillarse ante Isabel, argumentando que ella no se consideraba su súbdita. Finalmente, obtuvo la liberación de su hijo y permiso para seguir comerciando.
El más viejo del grupo, con la mirada perdida en el pasado, afirmó solemnemente:
  • Grace O’Malley, la reina pirata de Irlanda, no era una simple mujer, niña. Sino más bien un huracán con piel de mujer. Era conocida por su ferocidad en batalla, por luchar junto a sus hombres y no temer a la sangre. Hay relatos que dicen que dio a luz en su barco y, el mismo día, dirigió un ataque pirata.
La niña, con el pecho henchido y la mirada iluminada, apenas podía creer que una mujer así hubiese existido, y menos aún que su espíritu pudiera llegar a ella en aquella oscura taberna de Bristol.

De repente, uno de los marineros, un hombre de barba desgreñada y ojos cansados, se acercó a la niña con una media sonrisa y una voz que parecía arrancada del viento y la salitre.
  • ¿Y tú, cómo te llamas? - preguntó, inclinándose ligeramente para mirarla a los ojos.
La niña bajó la mirada, revolviendo nerviosa con los dedos las cuerdas del fardo en el que estaba sentada.
  • Red… - murmuró con voz baja, casi un susurro.
Un viejo lobo de mar, que observaba desde un rincón con expresión severa, frunció el ceño y negó con la cabeza.
  • Red no es un nombre, niña. Eso es solo un apodo - dijo con tono firme pero sin dureza.
Red agachó la cabeza, apenada, mientras sus pies jugueteaban con una piedra pequeña en el suelo, moviéndola nerviosamente de un lado a otro. Pero otro marinero, un hombre jóven de mirada astuta y sonrisa fácil, levantó la voz desde detrás del grupo.
  • Si nadie te ha puesto un nombre, pues hazlo tú misma - dijo con un guiño pícaro - Escoge uno que te dé fuerza, uno que te haga ser temida en todos los puertos del mundo y en alta mar.
Los ojos de Red se levantaron lentamente hacia el grupo, y luego hacia el oscuro y misterioso horizonte que se dibujaba más allá de la taberna. Sus labios se apretaron con determinación, y una luz nueva, valiente, brilló en su mirada.
  • Me llamaré Grace - dijo con voz firme - Grace O’Malley.
Un silencio reverente se apoderó de la taberna, como si el nombre mismo hubiera invocado la tormenta que aquella niña llevaba dentro. Entonces, uno de los marineros rompió la quietud al alzar su jarra de cerveza con un sonoro golpe contra la mesa.
  • ¡Por Grace O’Malley! - brindó con voz ronca y profunda.
Poco a poco, los demás hombres se unieron al brindis, levantando sus jarras y gritando con fuerza, mientras la música comenzaba a brotar de un viejo violín en un rincón, arrastrando con ella un aire festivo y desafiante.

Entre el bullicio, uno de los marineros se acercó a Red y le tendió una jarra pequeña, casi tan grande como ella misma, llena de cerveza espumosa. La niña la miró con ojos grandes, dudosa por un instante, pero luego aceptó la jarra con ambas manos, sorprendida por aquel gesto de camaradería.

Los hombres comenzaron a bailar, tambaleándose al compás, chocando las jarras entre sí, y lanzando risas roncas que se mezclaban con insultos. Gritaban y maldecían a fantasmas de viejas peleas y noches de tormenta.

Red observaba con creciente fascinación cómo aquella pandilla de rudos marineros, con sus rostros curtidos por el sol y la sal, se entregaba a la fiesta como si el mundo pudiera arder sin que ellos se quemaran. El mismo hombre jóven que le había guiñado el ojo antes se acercó con paso firme, levantando su jarra hacia ella con una sonrisa ladeada y los ojos brillantes.
  • Por ti, Grace - dijo, chocando suavemente la jarra contra la suya - Ese nombre es perfecto. Es poderoso, y estoy seguro de que te dará la fuerza que necesitas para seguir adelante.
Red sintió cómo una sonrisa tímida se dibujaba en sus labios por primera vez en mucho tiempo. La calidez del momento, el bullicio y el ruido sordo de la música y la risa se mezclaban en su pecho con un fuego nuevo: la chispa de la esperanza.

Entre las peleas de borrachos que estallaban de vez en cuando, los gritos y las maldiciones, Red supo que, a partir de esa noche, ya no sería solo una niña perdida en las calles sucias de Bristol. Era Grace O’Malley, y el mundo sería su océano.

Avanzaba la noche, más cerca de un nuevo día que del anterior, y la fiesta en la taberna seguía encendida: risas, canciones desafinadas, peleas de borrachos y el tamborileo constante de los vasos sobre la madera. Pero Red, sentada sobre un fardo, comenzó a bostezar, el cansancio pesaba en sus párpados. El bullicio le parecía lejano, como un rumor distante.

El jóven marinero que le había dado la opción de escoger su propio nombre la observó con una sonrisa cómplice y se acercó con suavidad.
  • Ya es hora de que descanses, pequeña. ¿Quieres que te acompañe a casa?
Red asintió sin fuerzas, y cuando él le preguntó dónde vivía, bajó la voz y señaló hacia las calles estrechas y oscuras.
  • Bajo el burdel... allí, en un sótano frío y húmedo.
  • No es lugar para una niña - murmuró para sí mismo, con amargura.
Salieron juntos de la taberna, la noche de Bristol los envolvía con su manto de niebla y sombras. Caminaban entre callejones angostos, bordeados de casas de ladrillo gastado y escaparates rotos, donde el ruido y el olor a humedad eran omnipresentes.

El marinero se detuvo un momento y, mirando a Red con sinceridad, le dijo:
  • He visto cómo te brillan los ojos cuando hablas del mar... y sé que eso es lo que realmente te llama. No puedo llevarte en mi barco todavía, pero puedo enseñarte a navegar. Seré tu mentor, si me lo permites.
Red levantó la mirada, sorprendida por la oferta, y una chispa de esperanza iluminó su rostro.

- ¿De verdad me enseñarías? - preguntó con voz temblorosa, mezclando miedo y emoción.
  • Claro que sí. El mar es para los valientes, y tú tienes ese fuego dentro. Lo puedo ver ahora mismo, Grace O’Malley. Tan solo necesitas alguien que te guíe en tus primeras olas.
El hombre sonrió, y juntos continuaron su camino entre las sombras de Bristol, mientras la promesa de un futuro distinto empezaba a tomar forma en el corazón de la niña.
  • Me llamo Diego de la Vega - dijo, presentándose - Vengo de España, pero no de una familia noble ni de tierras pacíficas. Fui soldado, pero no para obedecer ciegamente órdenes que iban contra mi honor. La tiranía no es para mí.
Red alzó la cabeza, sus ojos llenos de curiosidad y cierta desconfianza.
  • ¿Por qué estás aquí, entonces? - preguntó con cautela.
Diego sonrió con ironía, como si le estuviera contando un secreto que no debía compartir.
  • Escapé de la justicia... o más bien, de la injusticia. Aquí, entre estas calles y estos mares, encontré la libertad que buscaba. No sirvo a ningún rey ni a ningún tirano. Soy pirata porque prefiero mi destino a la cadena de la autoridad.
Red intentó escudriñar más en sus palabras, pero Diego se limitó a encogerse de hombros y mirarla fijamente.
  • Hay cosas que no debo contar... por ahora, pequeña. Pero te prometo que si aceptas, te llevaré a un lugar mejor que ese sótano. No mereces menos, jóven amiga.
La niña dudó, pero algo en la voz de aquel hombre le infundió una esperanza nueva. Tal vez no todo estaba perdido en aquel mundo sucio y peligroso.

- ¿Me llevarás contigo? - susurró.

Diego asintió, una sombra de sonrisa en sus labios.
  • Eso, Grace, depende solo de ti.
  • Sí, por favor - respondió ella, con los ojos brillando de ilusión, sin dejar de ser una niña - Quiero ser la capitana más temida de todos los mares conocidos. Quiero surcar tormentas furiosas, enfrentarme a piratas despiadados y descubrir cada rincón del mundo.
Mientras hablaba, sus manos imaginaban espadas blandiendose en crueles y sangrientas batallas y sus pasos danzaban por la calle, luchando contra monstruos marinos invisibles. Diego andaba y la observaba con una sonrisa amable y una sombra de esperanza en sus ojos.
  • La vida que te ofrezco no será fácil, Grace - dijo con sinceridad - Es un camino duro, lleno de peligros y sacrificios. Pero si estás dispuesta, te daré la oportunidad de cambiar tu destino.
Desde el primer momento, aunque De la Vega apenas conocía a aquella niña, pudo ver en ella algo más allá de la desgracia y la lucha diaria. Algo que nadie en las calles de Bristol había sido capaz de reconocer: la determinación, la valentía y la fuerza necesarias para convertirse en la capitana más temida que jamás haya surcado los siete mares.

Grace aprendió con una voluntad de hierro y esfuerzo constante el arte de navegar. El enigmático español le legó todo su saber, sin reservas ni secretos. Cada amanecer, antes de que el sol pintara el cielo y los gallos cantaran, ella escapaba del sótano del burdel para correr hacia el muelle, ansiosa por enfrentar un nuevo día.

Era una alumna de mente despierta y rápida, que no necesitaba repetir las enseñanzas. Si no entendía cómo manejar con destreza los triquetes o cómo izar las velas en el momento preciso, preguntaba sin miedo, y practicaba una y otra vez hasta que sus manos y su corazón lo sintieran propio.

Cada amanecer que zarpaba en el viejo barco de Diego, una sonrisa iluminaba su rostro al ver cómo se alejaban del gris y sórdido puerto. Y cada atardecer, al volver, su mente ya soñaba con el próximo día, con la libertad del mar y la promesa de nuevas aventuras.

Grace se forjó como mujer en un mundo gobernado por hombres. El mar, el crujir constante del barco, el viento incansable y la sabiduría de los viejos marineros fueron sus únicos compañeros en el camino hacia la madurez. Se ganó el respeto de todos gracias a su esfuerzo inquebrantable, su determinación férrea y un carácter desafiante que nunca conoció la rendición, sin importar el peligro que el destino les pusiera delante. De aquella niña flaca y desarraigada no quedaba rastro alguno. Ahora era una mujer firme y decidida, con cabellos rojos como el fuego y un rostro pecoso, lleno de vida y coraje.

Entonces, ¿por qué ahora yacía tirada sobre la mesa de aquella taberna oscura, con el aliento impregnado de alcohol y su vida marchitándose lentamente? Todo comenzó el día en que, sin previo aviso, Diego de la Vega, su mentor y, de algún modo, el único padre que había conocido, desapareció. Tal como años atrás había llegado a su vida, se esfumó. Envuelto en misterio, sin ofrecer demasiadas explicaciones. Con él se llevó su navío y toda la tripulación, quienes ya eran para Grace parte de su familia.

La partida inesperada la hundió en un abismo profundo, como un ancla que se desliza hasta tocar el oscuro lecho marino. Se había quedado sola otra vez, en un mundo que no le ofrecía respeto, donde ser mujer era más una condena que una bendición. Entonces, se refugió en el alcohol; poco a poco, olvidó el nombre que había heredado y dejó que “Red” volviera a tomar posesión de su vida.

A plena luz del día, el bullicioso puerto de Bristol estaba lleno de actividad y ruido: gritos de los marineros, crujir de cuerdas y olor a salitre y pescado fresco. Entre la multitud, una figura se movía con determinación, sorteando carretas y cajas apiladas. Era Yara, una joven y preciosa mujer cubana, que corría a través del muelle con pasos ágiles y llenos de energía.

Yara había llegado muchos unos años atrás a aquel inmundo puerto lleno de suciedad y pecadores, una joven yoruba con la piel color café y raíces profundas en la tierra taína de su isla natal. Huía del miedo y la opresión que la asfixiaban en Cuba, tras el fracaso de un levantamiento contra los colones españoles, donde su familia fue perseguida y destrozada. Hija de una mujer libre que luchaba contra la esclavitud y la opresión colonial, huyó clandestinamente en un barco hacia Europa. El destino la llevó a Bristol, donde intentaba reconstruir su vida lejos del miedo y la violencia.

Con el corazón lleno de valor y una esperanza que se negaba a morir, había cruzado océanos hasta llegar a aquella jungla de humo, mástiles y vidas rotas, tan distinta a su cálida tierra caribeña. Una noche oscura y fría, mientras caminaba sola por las estrechas y tortuosas calles de aquel laberinto de piedra y sombras, unos hombres la acorralaron en un callejón. Sus intenciones eran claras, y Yara sintió cómo el miedo se enroscaba en su pecho, pero justo cuando la situación parecía desesperada, una figura pelirroja surgió de las sombras.

Red, la niña sin nombre que llevaba el fuego en sus cabellos y la fuerza en su mirada, se plantó frente a ellos sin titubear. Con una voz firme y desafiante, los encaró, y cuando los hombres dudaron, ella alzó un puño con la seguridad de quien no teme a nada ni a nadie. Entre insultos y amenazas, logró que huyeran despavoridos, dejando atrás la oscuridad y el peligro.

Desde esa noche, Yara y Grace fueron inseparables. Dos almas heridas que se encontraron en el caos de aquel puerto embrujado, dos mujeres forjadas por la lucha y la adversidad, que se juraron apoyo y lealtad inquebrantable. Juntas, aprendieron a sobrevivir en un mundo que parecía empeñado en aplastarlas, pero que ellas estaban decididas a conquistar.

Su piel color café brillaba bajo el sol, y su figura curvilínea destacaba entre la grisura del puerto. Llevaba un ligero vestido caribeño de colores vivos que ondeaba con el viento, y un pañuelo anudado en la cabeza que protegía sus rizos del sol. Sus pies descalzos golpeaban el empedrado, mientras su mirada intensa buscaba con urgencia a alguien entre la multitud.

Al llegar a la taberna, empujó la puerta con fuerza, produciendo un estruendo que hizo levantar la vista a todos los marineros dormidos o distraídos. Un viejo gruñón, con la barba encanecida y la voz áspera, murmuró:
  • ¿Calipso? ¿Eres tú?
Yara sonrió con picardía y se dirigió hacia la barra donde el mesero la miraba con indiferencia.
- Buenos días Todd, ¿Has visto a Grace? - preguntó, su voz teñida de necesidad.

El hombre negó con la cabeza, encogiéndose de hombros.
  • A Red dices? No sé dónde se ha metido esa maldita pelirroja, pero si la ves dime que me debe veinte chelines de ron…
Entonces, un pequeño mono capuchino saltó al hombro de Yara. Ella le acarició la barbilla con ternura y le dijo:
  • ¿Gipsy! ¿Cómo estás, pequeño bribón?
El mono chilló juguetón y pareció sonreír. Yara sonriendo le preguntó:
  • ¿Dónde está Grace?, busca a Red, vamos!
Gipsy dio un brinco y comenzó a avanzar entre las mesas, invitándola a seguirlo por la taberna.
A la borracha capitana le costó desperezarse. Su cabeza, atrapada en la neblina del alcohol, vibraba con cada grito de Gipsy, que retumbaban en su cerebro como truenos y tempestades.
  • Red, ¡despierta! - repetía Yara, sacudiéndola con insistencia - ¡Vamos, levántate ya, que tenemos trabajo que hacer!
Pero la pelirroja apenas reaccionaba. Sus ojos entrecerrados luchaban por enfocar, la habitación giraba a su alrededor y la niebla en su mente no la dejaba entender dónde estaba ni qué día era. Lentamente, sus rizos rojizos se apartaron del rostro, revelando una expresión confusa y adormilada.
  • ¿Dónde… estoy? - murmuró con voz ronca, frotándose la cara con las manos temblorosas.
  • En la taberna, idiota - respondió Yara con una sonrisa cómplice, aunque preocupada - Hoy es... bueno, no importa el día. Lo que importa es que te levantes, que no podemos quedarnos aquí dormidas toda la vida.
Grace intentó incorporarse, pero el mundo se movía con ella, y tardó unos segundos en estabilizarse. Entonces, de repente, soltó un eructo estruendoso, más apestoso que todo el pescado podrido del puerto. Gipsy, el capuchino, con una mano en la cara, como si quisiera esconderse del hedor, cayó hacia atrás fingiendo estar muerto.
  • Por el santíssimo Changó! - exclamó Yara, riendo - Eres insoportable, Grace. Pero vamos, que hoy nos espera otro día de lo más interesante.
Mientras Yara ayudaba a su amiga a sacudir la suciedad de su ropa raída y desenredar sus rizos rojizos, la urgencia en su voz se hacía cada vez más palpable. Ambas eran supervivientes de la calle, buscavidas que se ganaban la vida como podían en aquel maldito puerto, dejado de la mano de Dios. Robaban a viajeros despistados, cerraban tratos de dudosa legalidad, timaban a mercaderes y vendían cualquier cosa de la que pudieran sacar beneficio. Lo que hiciera falta para poner comida en la mesa y sobrevivir un día más.
  • Grace, levántate… Vamos! - insistió Yara, sin perder tiempo en rodeos - Hoy no es día para quedarse tirada.
La pelirroja gimió, todavía aturdida, pero la mirada firme de la cubana no admitía discusión.
  • Ha llegado un hombre al puerto - continuó ella - Viene de oriente, y a juzgar por su porte, es rico - sus ojos brillaron, imaginando el tintineo de las monedas - Corre el rumor de que busca alojamiento y un guía para moverse por la ciudad.
Grace parpadeó, desperezándose, tratando de ignorar el peso del alcohol que aún anclaba su cuerpo al suelo. Vihaan era inteligente, sabía que su presencia llamaría la atención, y en aquel barrio donde la ley la dictaban el miedo y la astucia, él representaba una oportunidad. Una puerta abierta hacia algo distinto, algo mejor.

Yara no lo decía en voz alta, pero su instinto lo sabía: quienes se atrevieran a jugar sus cartas con cuidado podrían cambiar su destino, mientras que los que se equivocaran acabarían arrastrados a las profundidades de aquel puerto sucio y despiadado.
Grace respiró hondo, sin entender aún muy bien qué sucedía. Se puso de pie con dificultad y se tocó el hombro derecho dos veces. El capuchino trepó la sucia y arrugada camisa de lino de la capitana y se posó obediente donde ella había indicado.
  • Vamos... - dijo Grace, sin mucho ánimo - Necesito unas monedas para seguir bebiendo y quitarme esta horrible resaca de la cabeza.
La luz del exterior golpeó con fuerza a la capitana, deslumbrándola y dificultándole coordinar sus pasos torpes mientras seguía a su vivaz amiga, que no dejaba de apurarse. Grace avanzaba con la inseguridad de un bebé que da sus primeros pasos, tambaleándose entre sombras y luces, mientras Yara marchaba con agilidad, deteniéndose cada dos por tres, manos en jarra y mirada impaciente que parecía decir: ¡Corre más, joder! ¡Date prisa, que lo perdemos!

Era como si un arcoíris hubiera brotado en medio de aquella gris y húmeda mañana, y ellas persiguieran a un leprechaun imaginario hasta su cofre repleto de oro.

Grace pasó frente al muelle donde Diego de la Vega había amarrado su navío durante tantos años en el pasado, y se detuvo con un suspiro atrapado en la garganta. Ahora otro barco, distinto y ajeno, dominaba aquel amarre, siguiendo corrientes nuevas y caminos lejanos. Un chasquido de reproche escapó de sus labios, teñido de nostalgia amarga. Seguía preguntándose qué habría sido de aquel hombre misterioso, el que le enseñó a surcar los mares y a leer el susurro de los vientos.
  • ¡Graceee! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? ¡Dinerooo! ¡Vamos, maldita sea!
Junto al muelle, Vihaan y Bhagirath apenas habían tenido tiempo de dejar caer sus pesados baúles cuando ya se vieron rodeados por una multitud impaciente de buscavidas y rateros. Los rostros curtidos y miradas calculadoras se apelotonaban, dispuestos a arrancarles hasta la última moneda. El hedor del puerto - mezcla de pescado podrido, humo y sudor - les golpeaba como un muro invisible.

Bhagirath se adelantó con firmeza, sus ojos oscuros chispeando de preocupación. Su enorme bigote tenso como una vela empujada por los vientos. Con voz baja pero decidida intentó abrirse paso entre aquellos rudos y apestosos ingleses.
  • ¡Atrás! - advirtió a un hombre regordete que intentaba arrebatárselo todo - Mi señor no busca problemas, solo un lugar para descansar.
El inglés, con una sonrisa torcida de encias sucias y ennegrecidas, le espetó:
  • ¿Problemas? Aquí todos los tenemos, bigotes. Pero si quieres seguir respirando, será mejor que aflojes las monedas, ¿no crees?
Bhagirath tensó los puños, listo para enfrentarse, mientras Vihaan, con calma, se apartó un poco y cerró los ojos un instante. Respiró hondo, sujetándose los tirantes de su chaqueta inpoluta. El cielo plomizo empezaba a descargar una lluvia espesa que los iva empapando lentamente, pero a pesar de la miseria que le envolvía, el astónomo no podía evitar sonreír. Había algo vibrante en aquel caos gris, en aquel mundo sucio y despiadado que olía a podredumbre y promesas rotas.
  • Esto es vida - pensó, con ganas de explorar, de descubrir cada rincón y secreto de aquella jungla de humo, maderas y hombres endurecidos.
La multitud de buscavidas comenzaba a cerrarse alrededor de los dos hombres de oriente, pero una figura ardiente emergió de entre las sombras del muelle. Grace, con el pecho henchido y la mirada firme y desafiante, apartó a aquellos compatriotas despreciables con un gesto seco, sin contemplaciones. Sus ojos verdes brillaban con la misma intensidad que sus rizos rojizos que el viento agitaba con fuerza. Yara, con una sonrisa traviesa en el rostro, la seguía de cerca, empujándola suavemente como animándola a lanzarse: “¡adelante, hazlo!”.
Desde unos metros atrás, Vihaan observaba con creciente curiosidad aquella escena. Aquella mujer de cabellos como llamas danzantes, que parecía desafiar al mismísimo destino con cada paso, le recordaba la hoguera donde, años atrás, escuchó por primera vez la leyenda de Kāmara y el Sundra-kalash. Quedó mudo ante aquella belleza fuera de lugar, una llama viva en medio del gris y sucio puerto.

Bhagirath habló brevemente con la extraña mujer, intercambiando luego una mirada con su señor. Tras un instante de reflexión, asintió, concediendo permiso para que Grace se acercara.

Con paso firme, ella extendió una mano segura hacia Vihaan y, con voz clara y melodiosa, se presentó:
  • Grace O’Malley - Su sonrisa era a la vez encantadora y sospechosa, como si supiera que ese no era su nombre real, pero que le bastaba para el juego - Puedo ofrecerle alojamiento y guía en esta jungla de mástiles y humo... por un módico precio, claro está.
Vihaan casi quedó sin aliento, paralizado ante aquella mujer de belleza salvaje, ojos brillantes y cabellos que recordaban al fuego en su plenitud. Apenas pudo articular palabra. Aquella imagen lo transportó de nuevo a aquel fuego ancestral y a aquellas historias de poder y misterio.
  • ¿Hablas mi idioma? - preguntó Grace, con un deje de desafío en la voz, sin retirar la mano.
Bhagirath, siempre atento a las señales de su señor, intervino con voz firme pero amable:
  • Discúlpenlo, bellas damas. El viaje ha sido largo y arduo, y está algo mareado. Pronto estará mejor.
Vihaan asintió lentamente, aún tratando de ordenar sus pensamientos y encontrar las palabras que aquella preciosa dama le había arrebatado.
El mar, con sus caprichos insondables, había trazado aquel encuentro inesperado. Como un oleaje imprevisible que cambia el rumbo de un barco en alta mar, el destino había unido a dos extraños de tierras lejanas y vidas dispares. Vihaan, el astrónomo de oriente, y Grace, la hija rebelde de un puerto olvidado, ahora navegaban bajo la misma estrella incierta.

Porque así es la vida en esos mares indómitos: basta un viento mal dado o una corriente mal escogida para que todo cambie en un instante. Un suspiro del océano puede llevarte de la seguridad de la costa a la aventura en lo desconocido, o hundirte en las profundidades del olvido.
Y, a veces, justo cuando todo parece perdido, el mar regala una oportunidad, un encuentro, una mano tendida en la tormenta. Y entonces, solo entonces, la historia puede empezar a reescribirse.

Continuará…
 
Diego de la Vega, el Zorro, usease, Antonio Banderas.
Bueno, ahora en serio, ya se han encontrado y aquí va a nacer poco a poco una, quizás, bella historia de amor con su dosis de aventuras.
 
Diego de la Vega, el Zorro, usease, Antonio Banderas.
Bueno, ahora en serio, ya se han encontrado y aquí va a nacer poco a poco una, quizás, bella historia de amor con su dosis de aventuras.
No había mejor apellido para un pirata español, jeje.
Ya tenemos el trasfondo de los dos personajes principales, ahora empieza la aventura, jeje
 
Capítulo 3 - Bienvenidos a Bristol

La luz del día caía con tonos grises sobre el puerto, mientras Grace y Yara conducían a Vihaan entre las calles estrechas y polvorientas hacia la vieja habitación que ellas llamaban hogar. Era un cubículo ruinoso, con paredes desconchadas y una ventana maltrecha que apenas dejaba filtrar el aire fresco del día. Un refugio humilde, nada que pudiera compararse con la comodidad que Bhagirath había imaginado para su señor.

El sirviente frunció el ceño al entrar en la estancia. El desorden, la suciedad pegajosa en los rincones, las paredes finas y endebles que apenas protegían del frío viento del puerto, lo desconcertaban. De pronto, una rata salió disparada por la habitación, seguida al instante por Gipsy, que emitía gruñidos agudos e incesantes mientras la perseguía con ojos brillantes.
  • Mi señor… usted no merece esto. Hay posadas mejores, con seguridad y comodidades - murmuró Bhagirath, preocupado y con cierto reproche en la voz.
Pero Vihaan, con una sonrisa apacible y una mirada profunda, casi como si traspasara el tiempo, respondió con serenidad
  • Mientras Grace esté aquí, creo que sería capaz de dormir en una guarida de lobos hambrientos si ella me lo pidiera.
Bhagirath suspiró resignado, mientras Grace esbozaba una sonrisa orgullosa y casi desafiante.
Las dos mujeres se miraron cómplices. No entendían del todo aquel extraño extranjero y sus misteriosos propósitos, pero sus ojos decían claramente: “Mientras pagues…”.

Sentados en aquel cuarto austero que apenas contenía el eco de sus voces, Vihaan comenzó a desvelar la razón de su viaje. Bhagirath, mientras tanto, encendía una pequeña hornilla de hierro junto a la ventana, donde calentaba agua para preparar uno de sus tes aromáticos, mezcla de especias traídas desde oriente.
  • Vengo de tierras lejanas, más allá de mares y montañas - dijo Vihaan en voz baja, como si el nombre que estaba a punto de decir, tuviera un poder oculto - Con la misión de encontrar información relevante acerca del Sundra-Kalash. Un objeto antiguo, de valor incalculable, envuelto en leyendas y misterio. Se dice que quien lo posea alcanzará conocimiento y poder sobre fuerzas que superan a cualquier hombre.
Grace y Yara intercambiaron una mirada incrédula. Aquella historia les sonaba a cuentos para engañar a ingenuos viajeros, pero no era su preocupación. Ellas buscaban sobrevivir, y si aquel hombre podía llenar sus bolsillos, estaban dispuestas a escuchar.
  • Inglaterra es un buen lugar para encontrar respuestas -continuó Vihaan- Aquí guardan antiguos manuscritos, mapas y secretos que podrían guiarme hacia mi propósito.
La capitana arqueó una ceja, divertida.
  • Pues si buscas secretos, no creo que aquí te falten… pero suelen ser caros, y a veces conllevan riesgos.
Vihaan sonrió, confiado.
  • El dinero no será problema, Grace. No debes preocuparte. Tan solo necesito a alguien que me mantenga a salvo de las calles de Inglaterra y de sus gentes. Aquí mi fiel y viejo amigo - dijo, tomando la taza de té que le ofrecía Bhagirath - ya me ha advertido acerca de los riesgos.
  • Si hay alguien que pueda mantener tu culo a salvo en las calles de Bristol, esa es Grace - espetó Yara, probando el té con una sorprendida expresión de aprobación - Se conoce la ciudad como la palma de su mano.
Mientras el sol continuaba su lento descenso hacia el horizonte, una silenciosa corriente de posibilidades comenzaba a fluir entre ellos; una mezcla de conocimiento, misterio y algo más que ni Grace ni Yara aún podían comprender del todo.

Entre aquellas cuatro paredes bajo el cielo grisáceo británico, el misterioso y lejano Oriente fue abriéndose paso poco a poco. A la tenue luz de las velas, las mujeres escuchaban cada vez más asombradas las historias que aquel joven, de buena planta, les relataba. Las extrañas leyendas de un Dios Mono encerrado en una prisión y lanzado al océano por sus malvados hermanos se entremezclaban con el aroma embriagador del té especiado con cardamomo, canela y clavo, mientras Bhagirath les ofrecía sin descanso una variedad de frutos y dulces típicos de su tierra natal.

Pasaban entre sus manos jugosos trozos de mango maduro, dorado como el sol de verano, higos secos llenos de dulzura terrosa, dátiles de pulpa carnosa y almendras tostadas. También les ofreció pequeños pasteles de coco, perfumados con agua de rosas y pistachos, y bolitas de azúcar de caña y azafrán, que se deshacían en la boca con un dulzor casi mágico. Todo ello impregnaba el ambiente con una mezcla de sabores, olores y texturas hasta entonces desconocidas para las dos mujeres.
  • Parece que a Gipsy le gustan los mangos - sonrió Vihaan, mientras acariciaba con delicadeza la pequeña cabeza del capuchino, que mordisqueaba feliz un trozo de fruta.
Grace y Yara sonrieron, y sus miradas se cruzaron en un instante. Notaron entonces que Vihaan había perdido el anillo que hacía un momento llevaba en el dedo anular. Sin necesidad de palabras, ambas supieron al instante quién era el culpable: Gipsy, el pequeño ladrón, entrenado por los gitanos para esos menesteres, ya había hecho de las suyas.

Sin que se dieran cuenta, cayó la noche, cargada de secretos y melodías marineras que llenaban las abarrotadas tabernas del puerto. El olor a salitre, tabaco rancio y ron impregnaba el aire, mientras las voces se alzaban en canciones de viejos lobos de mar que hablaban de bellas mujeres esperandolos en puertos lejanos.

Grace condujo a sus dos huéspedes hasta la pequeña habitación donde pasarían la noche. Era un cubículo estrecho y oscuro, con paredes de madera húmeda y astillada, y un suelo frío y duro donde las ratas campaban a sus anchas, sin temor a la presencia humana. Apenas un par de camas desvencijadas y un baúl viejo servían de mobiliario. Bhagirath suspiró pesadamente al ver el lugar, resignado a pasar la noche sobre aquel suelo inhóspito, mientras sus ojos seguían a las pequeñas criaturas que corrían impunemente bajo sus pies.

Antes de cerrar la puerta, Grace les regaló una sonrisa cómplice y dijo:
  • Mañana mismo te llevaré a la biblioteca del Puerto Real, donde podrás robar esos antiguos manuscritos que buscas.
  • No es robar Grace, es más bien recuperar…
  • Quien roba a un ladrón… ya veo! - sonrió la pelirroja.
Vihaan, con un gesto de agradecimiento, suspiró profundamente, mientras lanzaba una mirada a su fiel sirviente. Aquel suspiro tenía algo más, un secreto que solo él y Bhagirath compartían… quizás era amor, o el inicio de algo inesperado.

A medianoche, el astrónomo despertó sobresaltado por los ronquidos retumbantes de su fiel amigo. A pesar de llevar meses durmiendo junto a él, aún no se acostumbraba a aquellos sonidos profundos y constantes. En la penumbra, escuchó las voces suaves de las dos mujeres hablando a lo lejos. La curiosidad pudo más que los modales y salió silenciosamente de la habitación.

En una estancia contigua, Yara lavaba a Grace en un pequeño barreño con agua tibia. Usaba un trozo de jabón de Castilla, simple y eficaz, que hacía espuma entre sus manos morenas mientras frotaba delicadamente la piel cansada de su amiga. El aroma tenue del jabón mezclado con el olor del mar y el humo creaba una atmósfera íntima y casi sagrada. La luz vacilante de una vela proyectaba sombras danzantes en las paredes de madera, mientras Yara canturreaba suavemente, como un ritual para devolver la vida y la dignidad a aquella mujer que parecía haberla perdido.
  • ¿Qué haría yo sin tí?, vieja amiga - susurró la pelirroja, relajada.
La cubana, con las manos firmes y cuidadosas, seguía frotando con delicadeza la piel de Grace. Su voz, fina y melódica, rompia el silencio con una canción en su lengua natal, un canto dirigido a Changó. El protector de los valientes y castigador de los mentirosos. El ritmo suave de sus palabras parecía contener la fuerza de un tambor lejano:
  • Con los santos no debe jugar, con un santo tú puedes vivir y morir, con los santos no debe jugar. Los collares debe respetar, la promesa a cumplir si tú quieres vivir, con los santos no debe jugar. Es mi santo y yo llamo a Changó y también a Yemeyá, Oshún, Obatalá. Es mi santo y yo llamo a Changó…
  • ¿Quiénes son Chago y… los demás? Siempre te escucho nombrarlos en tus canciones… - preguntó Grace, medio adormecida por el calor del agua y la dulce voz de su amiga.
Yara sonrió levemente, sin dejar de enjabonarle los hombros.
  • Changó es el rey del trueno y de la guerra, pero también el dueño de la música y el baile. Yemeyá es madre de todos, dueña de los mares, la que meció al mundo en su vientre. Oshún es la diosa de los ríos, del amor y de la dulzura… pero también sabe castigar cuando no la respetan. Y Obatalá… él es el más sabio, creador de los cuerpos de los hombres, dueño de la paz y de la justicia.
Grace la escuchó en silencio, como si aquellas palabras fueran un conjuro. Yara, al terminar la explicación, vertió un cuenco de agua tibia sobre su espalda, dejándola correr como un pequeño río que borraba la fatiga del día. - ¿Son tus dioses? - preguntó Grace, levantando el brazo para que su amiga le limpiara la axila.
  • No, Grace… - rió la yoruba - no son míos, ni de nadie. Los dioses no son algo que se pueda tener, tan solo puedes reverenciarlos… y desear que sean misericordiosos contigo.
Yara dejó de frotar y la miró con curiosidad.
  • ¿Se puede saber de qué te ríes? - dijo, tirándole un poco de agua a la cara en tono amistoso.
  • Jajaja… de nada, de nada. Es solo que… - Grace la miró fijamente a los ojos - he escuchado demasiadas historias de dioses por hoy, y no quiero ofenderte, pero me parecen creencias absurdas.
  • ¿Lo dices por el indio? ¿Por Vihaan? - Yara frunció el ceño - Sí… a mí también me ha parecido que no está muy cuerdo, que digamos.
  • ¿En serio? - sonrió desafiante la pelirroja - ¿Lo dices tú? ¿La misma que hace un momento estaba rezando a dioses de nombres impronunciables?
La cubana respondió lanzándole agua a la cara de nuevo, esta vez con más fuerza, intentando hundirle la cabeza dentro del barreño. Grace la agarró del vestido y la empujó hacia el agua, entre risas y chapoteos. En ese instante, parecían dos niñas salvajes, como si aquellas chiquillas sin un lugar donde caerse muertas jamás hubieran crecido.
  • Ejem, ejem… - carraspeó Vihaan, asomando la cabeza por la puerta entreabierta - Disculpen que las interrumpa…
Las dos mujeres se quedaron inmóviles. Grace, instintivamente, intentó cubrir sus pechos con un brazo. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Cuánto había visto?
  • ¿Qué quieres? - preguntó Yara, con un tono bastante menos cordial que hace un momento, avanzando hacia la puerta.
  • Perdón, no quería molestar… solo buscaba un sitio donde pasar la noche. Bhagirath… digamos que… no me deja dormir…
Yara lo fulminó con la mirada, pero Grace, aún dentro del barreño, señaló con la cabeza hacia la sala principal. Allí había un viejo diván tapizado con telas raídas y olor a salitre. No era cómodo, pero al menos estaba seco.
  • Puedes dormir ahí - dijo, con una sonrisa ladeada.
Vihaan asintió agradecido, aunque en sus ojos quedaba claro que aquella no había sido su única razón para levantarse.
Yara le cerró la puerta en las narices, sin darle tiempo a decir nada más. Vihaan, sin embargo, alcanzó a mantener la mirada fija en Grace hasta el último instante, con esa expresión atolondrada que la hizo sonreír para sí misma.

La yoruba volvió a sentarse junto al barreño y tomó la esponja de fibras vegetales para seguir con el baño. Grace, todavía con la piel perlada de gotas, cruzó las piernas dentro del agua tibia y soltó, casi en un susurro travieso:
  • Es guapo, ¿no crees?
  • No, no, no… y no. Ni hablar, Red. ¿Me oyes? - respondió Yara, sin mirarla.
  • ¿Pero qué te pasa? Solo digo que es guapo, nada más.
  • Pasa Lorenzo di Rossi, eso pasa.
  • ¡Venga ya, Yara! Jamás me lo perdonarás, ¿verdad?
Yara la miró con condescendencia y cierto reproche, levantándole el otro brazo para seguir limpiando, esta vez con menos suavidad. No podía olvidar aquel asunto. Tenían un plan perfecto para timar al mercader venido de Génova: Yara fingiría ser su esclava recién liberada, y Grace la joven esposa desesperada por reunir dinero para regresar con su familia al otro lado del mar. Entre lágrimas, lisonjas y caricias estratégicas, le sacarían unas cuantas piezas de oro antes de que él zarpara de nuevo.
Pero todo se vino abajo. Grace se dejó encandilar por la voz melosa del italiano, sus modales exquisitos y aquellas manos suaves que nunca habían tocado un cabo de amarre.
  • No sabes controlarte, amiga - dijo Yara, negando con la cabeza - Es ver a un hombre apuesto y se te abren las piernas, como a las putas de tus madres…
  • ¡Oye! - Grace, ofendida pero sonriendo, le dio una cariñosa bofetada en la cara - ¿Por qué dices eso? No es verdad… Soy muy capaz de controlarme.
  • ¿Ah, sí? Veamos… - dijo Yara, con una expresión que se tornó seria de repente.
Su mano empezó a deslizarse lentamente por el torso húmedo de la pelirroja, recorriendo cada curva, hasta perderse bajo el agua tibia y turbia, entre su entrepierna. Grace dejó escapar un suspiro tembloroso cuando la mano de su amiga se deslizó con una caricia que encendió algo en su interior. Sin proponérselo, abrió las piernas bajo el agua tibia. Sus miradas se encontraron, iluminadas por el titilar dorado de las velas.
  • ¿Cuánto hace que no sientes el calor de un hombre? - susurró Yara, acercando sus labios hasta rozar los de la pelirroja.
  • Demasiado… - murmuró Grace, y sus dedos comenzaron a recorrer el hombro desnudo de su amiga, buscando su cuello, sus senos, su entrepierna.
Las risas se apagaron, sustituidas por un silencio cargado de respiraciones entrecortadas de las dos mujeres desnudas y el suave chapoteo del agua en el barreño. Se abrazaban con fuerza, las dos despojadas de sus ropas, frotando sus húmedos muslos entrelazados, mientras se daban placer mutuamente, sin cesar. Afuera, el puerto seguía cantando sus canciones marineras, ajeno al pequeño frenesí de placer que se creaba allí dentro.

En la sala principal, Vihaan permanecía tumbado en el viejo diván, con los ojos muy abiertos, sin saber si lo que escuchaba era un sueño o algo que realmente estaba ocurriendo. A duras penas podía contener la erección que crecía sin parar dentro de sus pantalones de lino. En la otra habitación, Bhagirath seguía sumido en un profundo sueño, con su enorme y estrafalario bigote moviéndose al compás de cada ronquido.

La mañana despuntó con la implacable cadencia de la vida en el puerto de Bristol. Lejanos gritos se mezclaban con el tañido insistente de campanas, mientras embarcaciones se preparaban para surcar las aguas y marineros somnolientos se sacudían la pesada niebla de la resaca, luchando por recuperar el aliento y el sentido de un nuevo día.

Bhagirath irrumpió en el modesto salón principal de aquella morada improvisada, un refugio humilde que las mujeres habían convertido en hogar. Pero su señor, Vihaan, ya llevaba tiempo en pie. Con gesto tranquilo, había preparado té para todos y ahora sostenía una taza entre las manos, recostado contra el marco de la pequeña ventana. Sus ojos se perdían en el amanecer, un horizonte teñido de gris oscuro y brumas marinas, que parecía ocultar promesas y misterios a partes iguales. En ellos brillaba una luz contenida, mezcla de esperanza y ansias por la aventura que aguardaba.
  • Buenos días, señor - musitó Bhagirath mientras se acercaba al hornillo para calentar un poco más el té - Disculpe si anoche mis ronquidos le impidieron descansar.
Vihaan esbozó una sonrisa serena, la voz cálida y firme como una promesa.
  • No hay mal que un sueño ligero no remedie, buen amigo. Observa… - sus ojos se elevaron hacia el cielo - Hoy el día se muestra espléndido, ¿acaso no lo sientes?
El enorme bigote del Shudra, tan rebelde como la misma marea, tembló con un deje de incertidumbre, mientras desde afuera llegaba la sinfonía creciente de la ciudad despertando: gritos, campanas, el traqueteo de carretas y el rumor de mares y mástiles, alzándose hacia el cielo como lanzas argentadas que rozaban las nubes bajas. Humo y polvo flotaban en el aire, mezclándose con la sal y la promesa de un viaje que cambiaría sus destinos.
  • No se ofenda, señor - dijo Bhagirath con una sonrisa amable - pero prefiero mil veces el amanecer de Calcuta. Allí el sol pinta el cielo con tonos dorados y anaranjados, las calles se llenan de colores vivos y aromas que despiertan el alma. La brisa es cálida y el aire está cargado de vida, no como este gris y lánguido despertar que parece absorber toda esperanza.
Vihaan clavó su mirada en el horizonte brumoso y luego volvió a Bhagirath con un brillo en los ojos.
  • Tal vez, buen amigo - respondió - pero hay una belleza oculta en esta melancolía. En la sombra también se forjan las grandes historias, y en la penumbra, los misterios más profundos.
De repente, una puerta se entreabrió y apareció Grace, con su característico cabello rojo fuego recogido en una coleta desordenada. Vestía una chaqueta de cuero gastada, ajustada al cuerpo, que contrastaba con la falda de lino oscuro remangada hasta las rodillas, y unas botas bajas cubiertas de polvo de Bristol. Sus ojos destellaban astucia y determinación.
  • Les prometí llevarlos a la Biblioteca del Puerto Real - dijo, con voz firme - Así que… ¿nos vamos ya a ‘recuperar’ esos documentos?
Vihaan sonrió.
Bhagirath frunció el ceño.
  • No será tan fácil - advirtió - Esa biblioteca estará bajo vigilancia constante. No cualquier extranjero entra sin un permiso especial, y menos alguien como nosotros.
Grace asintió, confiada.
  • Claro que no. Por eso necesitaremos encontrar una manera de conseguir ese permiso. Hay una taberna en esta ciudad donde todo tiene un precio, y si algo sabemos nosotras es cómo movernos en ese ambiente…
Los dos hombres povenientes del lejano oriente no pudieron evitar mostrar cierta admiración hacía aquella peculiar mujer. Todo en ella parecía desprender una seguridad que embriagaba a quien estuviera cerca. El mayor de ellos, no obstante, se mantenía reacio, escéptico y preocupado, pues la experiencia es un grado que no se puede olbidar así como así. En cambio, el más jóven hubiera seguido a aquella diosa de fuego hasta los confines del mundo conocido con una mano delante y otra detrás.

La Biblioteca del Puerto Real se alzaba imponente en una colina que dominaba Bristol, como un guardián silencioso de secretos olvidados. Sus muros de piedra clara reflejaban la tenue luz del día, sus ventanas altas y estrechas daban la impresión de ojos vigilantes, y en su interior reposaban siglos de saber, cuidadosamente custodiados por la Compañía de las Indias Orientales, una entidad poderosa y temida que controlaba el comercio y las rutas hacia tierras lejanas con mano de hierro.

Desde allí, la miseria y el bullicio del puerto parecían cosas de otro mundo. Calles sucias y destartaladas, olor a pescado podrido y madera mojada, los gritos de los marineros y el tintineo de cadenas y aparejos quedaban abajo, ahogados por la distancia y la arrogancia de aquellos muros que separaban al poder de la pobreza.

Grace, Yara y el simpático capuchino, se acercaron con paso seguro pero contenido. Grace llevaba sujeta al cinto una pequeña bolsa con monedas y un par de documentos falsificados que había conseguido en el mercado negro. Yara, con sus cantos y amuletos, mantenía una calma tensa, mientras Gipsy, pequeño y escurridizo, se enroscaba a su hombro, atento a cualquier movimiento.
  • La entrada principal está vigilada - susurró Grace - pero conozco una ruta alternativa. Por allí suelen entrar los sirvientes y algunos mensajeros.
Siguieron un estrecho pasaje trasero, entre callejones sombríos, hasta llegar a una puerta de madera desgastada y con bisagras oxidadas, casi oculta por la enredadera. Grace entregó un pequeño saco con monedas a un hombre que estaba de guardia, un gesto rápido y discreto. Él ladeó la cabeza, revisó los papeles y, sin mediar palabra, abrió la puerta con un chirrido.

Ya dentro, cruzaron el muro interior con rapidez y entraron en la biblioteca. La penumbra dominaba el lugar. Estanterías altas se perdían en la oscuridad, entre pasillos estrechos y olor a pergamino antiguo y cera. Guardias armados patrullaban silenciosos. La tensión era evidente, como si se pudiera cortar con un cuchillo.
  • Con que aquí es donde esconden los secretos de la Compañía - murmuró Yara, su voz apenas un suspiro - !Cuidado con los pasos!
  • Perdón - susurró Vihaan intentando ser más silencioso.
Grace llevó a sus compañeros hacia unas escaleras de madera que crujieron bajo sus pies. Subieron con cautela y llegaron a un piso superior, un altillo oscuro y apartado desde donde se dominaba la vista del salón principal. Abajo, entre las sombras, la biblioteca seguía activa, con guardias atentos que patrullaban entre las estanterías.

Desde el altillo, ocultos en las sombras, observaban con atención el amplio salón. La estancia era un vasto santuario de saber, con altos estantes de madera oscura que se alzaban hasta perderse en las alturas, cargados de pergaminos, códices y volúmenes antiguos, algunos encuadernados en cuero desgastado y otros en finos tejidos bordados. Las paredes estaban adornadas con frescos descoloridos que narraban historias de exploradores y reyes, y los grandes ventanales dejaban filtrar una luz mortecina, que danzaba entre el polvo suspendido en el aire, creando un aura casi sagrada, pero también sombría.

Vihaan, con gestos apenas visible, señalaba discretamente los pergaminos específicos que debían encontrar, sus ojos llenos de una mezcla de esperanza y urgencia
  • Ese - susurró, señalando un grueso manuscrito encuadernado en cuero gastado - Y también aquel, con el sello rojo de la Compañía de las Indias Orientales. Son los que contienen las cartas y registros que necesitamos.
Grace asintió y bajó la vista hacia Gipsy, que esperaba impaciente al lado de sus botas. El pequeño mono no perdió tiempo al ver la señal: con una enorme agilidad, trepó a una columna de marmol que se erguía en el centro del salón, y comenzó a descender de manera casi graciosa, aferrándose con manos y pies, girando la cabeza hacia arriba como para asegurarse de que su dueña lo seguía con la mirada.
  • ¡Cuidado, pequeño acróbata! - murmuró Grace con una sonrisa divertida- Y reduerda, nada de monedas esta vez.
Gipsy se deslizó hacia la mesa señalada, y tras unos segundos de escarbar entre los pergaminos, cogió el primero de los manuscritos correctos. Con el preciado rollo entre sus diminutos dientes, se giró de nuevo hacia arriba, mostrando orgulloso su botín, mientras Grace hacía una señal para que continuara.

Justo cuando parecía que todo iba según lo planeado, el mono no pudo evitar desviar la atención hacia una bolsa tintineante que colgaba del cinturón de un guardia. En un rápido movimiento, arrebató unas monedas con una sonrisa traviesa y las agitó ante la vista de Grace, quien soltó una carcajada contenida.
  • ¡Gipsy, no! - le reprendió entre risas, haciendo gestos con las manos - ¡Eso no es lo que buscamos!
El mono pareció encogerse de hombros con picardía, y luego volvió a centrarse en la tarea, rapidamente listo para traer el siguiente manuscrito que pondría en manos de sus compañeros la llave para descubrir los secretos más ocultos sobre donde poder encontrar el Sundra - Kalash.
Cuando Gipsy volvió a subir con el último manuscrito, Grace se lo entregó a Vihaan, quien le agradeció en un susurro, acompañado de un leve movimiento de cabeza. Se disponían a marcharse con sigilo cuando, de repente, Bhagirath exclamó:
  • ¡Esperad! Señor, mirad…
Vihaan se asomó de nuevo a la barandilla del altillo. Su rostro, que hasta entonces brillaba con la satisfacción de la victoria, cambió al instante: sus puños se apretaron con fuerza, y su mandíbula crujió con rabia contenida.

Allí, justo abajo, estaba él: Sir Reginald Hargrave, el hombre más temido y detestado de Calcuta y de todas las Indias Orientales. Como representante supremo de la Compañía, su presencia era sinónimo de tiranía y opresión. Vestía un levita de paño negro bordado con hilos dorados, que marcaba su alto rango, y un sombrero tricorne perfectamente encajado, reflejando la moda inglesa de la época. A su lado, un hombre de porte igualmente impecable, con uniforme de oficial de la Compañía, pulcramente abotonado y con medallas que brillaban bajo la débil luz.

Ambos sujetaban con mano firme a un anciano indio, desnutrido y claramente maltrecho. Su rostro surcado de arrugas expresaba sabiduría y sufrimiento. Vestía una túnica blanca, simple pero ceremonial, adornada con símbolos hindúes que indicaban su estatus como un sabio sacerdote - sin duda era un brahmán - y llevaba un rudimentario rosario de cuentas de madera alrededor del cuello.

Mientras lo empujaban sin miramientos, hablaban en voz alta, con desprecio:
  • Seguro que este saco de huesos sabrá interpretar los manuscritos, ¿no, señor? - preguntó el segundo al mando, mientras empujaba al anciano con evidente desdén.
  • ¿Lo conoces? - preguntó Grace, sujetándo con firmeza el brazo de Vihaan.
Vihaan negó con la cabeza, pero la ira contenida en su mirada era como un volcán a punto de estallar, un fuego oscuro que se negaba a ser domado.
  • Tenemos que irnos - susurró Yara, con Gipsy encaramado en su hombro, su voz tensa pero decidida - Es demasiado peligroso permanecer aquí.
  • Nos vamos - repitió la capitana, tirando suavemente de la levita del joven astrónomo, intentando arrastrarlo.
  • No - respondió él, con voz seca, firme como el acero.
  • ¿Y entonces a qué esperamos? - Grace lo desafió, clavándole la mirada - Ya tienes lo que viniste a buscar, ¿no es así?
Vihaan se giró lentamente, enfrentándola con una intensidad que hizo saltar chispas entre ambos. En sus pupilas ardía la misma llama indomable, el mismo fuego que impulsaba sus almas rebeldes.
  • No dejaré a un compatriota atrás... jamás - sentenció, su voz cargada de solemnidad y compromiso - Menos en manos de ese desgraciado malnacido.
Grace bajó la vista, sin soltar su brazo. Observó a Sir Reginald, el emblema del poder corrupto, la ambición sin límites, la codicia que devoraba sin piedad a los humildes. Aquel hombre encarnaba la opresión de un mundo donde los ricos saqueaban sin miedo ni castigo, donde la justicia era un lujo reservado solo para ellos.

No guardaba nada personal contra él; más bien, lo que odiaba era lo que representaba. Sir Reginald era la cara visible de un sistema podrido que consumía la esperanza de los pueblos. Por culpa de hombres como él, el mundo se hundía en la desesperanza. La balanza del destino se inclinaba con crueldad, y mientras unos pocos vivían como reyes en sus torres de marfil, miles morían de hambre en las sombras, olvidados y silenciados. Para ella, ese hombre representaba todo lo que está mal en el mundo.
  • Está bien - susurró al fin, su voz más baja, casi un pacto sellado en la penumbra - Pero deberás pagar un precio más alto. Esto es un riesgo extra... ¿lo entiendes?
Vihaan asintió, sin saber aún la tormenta que estaba por desatarse. Ignoraba que aquella mujer guardaba en su interior la ferocidad incandescente del fuego, la sangre hirviente de un pirata temible, una fuerza capaz de enfrentarse a cualquier tirano y quemar los muros de la injusticia.
  • Yara - llamó la capitana con voz cortante.
  • Dime Red… - contestó nerviosa la yoruba, sin apartar la mirada del pasillo que conducía a las escaleras, vigilante a cada sombra que cruzaba.
  • Llévatelos de aquí. Y esperadme fuera.
La cubana asintió con decisión mientras Bhagirath y Vihaan, agachados, se deslizaban hacia la salida. Pero justo cuando Vihaan estaba a punto de bajar las escaleras, lanzó una última mirada a Grace.

Un fuerte silbido chirrió en el aire, afilado y claro. Gipsy, el pequeño mono, corrió hacia ella sin vacilar, con enorme agilidad .
  • Que empiece el baile - dijo Grace con una sonrisa feroz, sacando de su cinturón un pequeño pistolete de chispa y sujentando entre los dientes, un sable corto, reluciente y mortal.
Sin más, Grace saltó con la gracia y destreza de un felino desde el altillo, agarrandose a un candelabro colgando del techo y cayendo en medio del salón principal como un torbellino de fuego y acero. El estruendo de la pólvora llenó el aire, una nube densa y acre que se mezcló con el olor metálico de la sangre y la madera vieja.

Los soldados apenas tuvieron tiempo de reaccionar cuando las balas comenzaron a silbar a su alrededor, derribando a varios de ellos en el acto.
Sir Reginald Hargrave y su segundo al mando se vieron obligados a retroceder, sus rostros blanqueados por el caos que se desataba. Entre gritos de asombro y confusión, intentaron reorganizar a sus hombres, pero la tormenta pirata de aquella mujer de cabellos rojos como el fuego era imparable.

El choque de sables resonó en las paredes de piedra mientras se enfrentaba a los guardias con una ferocidad implacable. Su sable cortaba el aire con precisión letal, desviando ataques y abriendo paso. En medio de la refriega, Gipsy se lanzó contra uno de los soldados, sus pequeñas garras arañando la cara del hombre, que chillaba de dolor. El mono, ágil y salvaje, corría de un lado a otro, deslizandose entre las piernas de los soldados, causando distracción y caos.

El fragor del combate era una danza violenta y despiadada, un torbellino de acero, pólvora y gritos. Y en medio de esa tormenta, Grace brillaba como una estrella oscura, una pirata temible que desafiaba al poder con cada movimiento.

Yara apuró a los dos hombres hindúes con mirada nerviosa pero decidida.
  • ¡Rápido, tenemos que irnos! - les instó, empujándolos hacia la salida.
Los dos sabios intercambiaron una mirada incrédula, susurrándose con desconcierto:
  • Esa inglesa… ¿Está loca? - preguntó Bhagirath.
Pero Yara sólo sonrió con un aire misterioso y respondió con calma:
  • No lo sé… siempre ha sido así.
Sin esperar más, salieron del recinto a toda prisa, la cubana guiándolos con firmeza entre las sombras hasta esconderlos tras las gruesas murallas de la antigua fortaleza que custodiaba el puerto.
  • Quedaros aquí y no llaméis la atención, entendido? Ahora vuelvo.
El ruido de los disparos y los gritos retumbaban dentro de la biblioteca, cada estampido como un trueno lejano que sacudía las piedras. Después de pocos segundos, apareció de nuevo Yara, al mando de un carruaje tirado por dos magníficos caballos de pelaje lustroso y músculos tensos, que frenó en seco delante de los hombres agazapados.
  • ¿No vais a subir o qué? - les dijo, con una sonrisa desafiante en los labios - ¡Vamos! El tiempo apremia, caballeros.
Los dos hombres saltaron dentro y el carruaje avanzó decidido entre soldados uniformados y armados que intentaron detenerlos, lanzando órdenes y bloqueando el paso. Las campanas comenzaron a sonar con fuerza, la voz de alarma resonando en todo Bristol.

Pero Yara no se inmutó. Cerró los ojos un instante, encomendándose a algún dios antiguo y olvidado, mientras sus dedos rozaban un amuleto colgado en su cuello: una pequeña figura tallada en marfil, quizás Changó, o quizás Yemeyá, pudiera ser Oshún o Obatalá. Quien sabe, lo que estaba claro que alguien le ayudaba desde el más allá. Besó el amuleto con fervor y azotó con fuerza a los caballos, instándolos a acelerar con la urgencia de quien huye de la muerte.

Mientras la jóven yoruba corría por las murallas interiores, esquivando balas como si estuviera bendecida por los santos; dentro de la biblioteca, la encarnizada lucha continuaba sin tregua. Grace y el mono parecían competir por quién derribaba más enemigos, en un torbellino de furia y acero. La capitana hacía honor a su maestro, aquel que la había enseñado a blandir la espada y combatir como una tormenta huracanada. Sus movimientos eran precisos y letales, como si la mano invisible de Diego de la Vega guiara su sable, y su espíritu indomable habitara dentro de su cuerpo.
  • ¿Por qué paramos? - gritó Vihaan desde el carruaje, impaciente.
Yara sonrió con complicidad.
Entonces, con un estruendo brutal, el gran ventanal de la biblioteca se rompió en mil pedazos y Grace cayó con agilidad sobre el asiento de atrás del carruaje, llevando en sus brazos al viejo brahmán, aturdido pero sonriendo ante la imponente figura de fuego rojizo que tenía frente a sí. Grace silbó de nuevo y, como salido de las sombras, apareció Gipsy, el pequeño capuchino, con la cara manchada de sangre y una bolsita de cuero colgada al cuello, rebosante de monedas robadas.

Las dos amigas se cruzaron una mirada fugaz, cargada de complicidad, por un instante. ¿Cómo sabía Yara que Grace iba a lanzarse justo por esa ventana, justo en ese momento? Era como si pudieran leerse el pensamiento, como si una conexión invisible y profunda las uniera. Quizás, después de tantos años sobreviviendo juntas en los rincones más oscuros y despiadados de aquella maldita ciudad, habían forjado un vínculo que escapaba a toda explicación humana.

Yara arrancó de nuevo y Grace se sentó a su lado con agilidad, Vihaan y el viejo brahmán intercambiaron una mirada silenciosa. El joven astrónomo inclinó la cabeza en señal de respeto, mientras el anciano sonreía con calma, envolviendo con sus huesudas manos las del muchacho, transmitiéndole una fuerza serena y ancestral.
  • ¡La puerta! - exclamó Grace, señalando con urgencia la entrada principal - ¡Date prisa!
Enfrente, a pocos metros, dos soldados manipulaban con esfuerzo el pesado mecanismo que descendía la enorme reja de hierro forjado, cerrando el portón que daba acceso al patio interior amurallado de la biblioteca.
  • No puedo ir más rápido - respondió Yara, apretando las riendas - Los caballos ya están al límite.
De repente, un soldado inglés, con el rostro inexperto y la mirada temblorosa, apareció junto al carruaje. Los tacones brillantes de sus impecables botas golpeaban sin cesar el flanco de un caballo inquieto, que relinchaba nervioso bajo el peso del jinete. Apuntó con su mosquete directamente hacia Yara, y justo cuando la tensión parecía alcanzar su punto máximo, Bhagirath saltó con sorprendente agilidad desde el carruaje.

Sentándose sobre la espalda del soldado, y con un movimiento suave y fluido, completamente inesperado para alguien de su tamaño y corpulencia, desarmó al hombre y lo lanzó al suelo con un estrépito que reverberó en el aire cargado de urgencia.
Yara y Grace contemplaron asombradas al hombre sosegado y educado, de turbante y bigote exagerado, que ahora se ponía a trabajar con una determinación feroz y un repentino impetu casi insospechable.

Bhagirath clavó la mirada en Yara, su voz firme cortando el aire:
  • Suelta la cincha del caballo derecho, rápido. Desprende la rienda que sujeta al de refuerzo. Agárralo fuerte, que lo voy a enganchar al carruaje por el lado.
La yoruba obedeció sin dudar, soltando las ataduras con manos ágiles. Bhagirath, con fuerza y destreza, tomó las riendas del nuevo caballo y, en un gesto preciso, ajustó la cincha lateral, asegurando que el animal quedara firme junto a los que tiraban el carruaje.
  • Mantén la rienda firme - ordenó - Que no bajen el ritmo, tienen que acoplarse rápido.
Con un brusco tirón, el carruaje volvió a acelerar con la fuerza de tres caballos, mientras la enorme puerta de hierro seguía cayendo lentamente, retumbando por todo el patio.
  • Madre míaaaa! ¡Frena, frena, frenaaa! - gritó Vihaan desde el asiento trasero, la desesperación vibrando en su voz.
Gipsy, se tapó los ojos con ambas manos desde el hombro de Yara, como si quisiera evitar presenciar la inminente colisión.
El carruaje cruzó la puerta justo en el último segundo, dejando atrás el patio amurallado, pero no el peligro. La persecución continuaba, deslizándose hacia los oscuros muelles del puerto, donde el mar y la bruma prometían nuevas pruebas y batallas aún por librar.

El carruaje atravesaba las empedradas calles de Bristol a toda velocidad, haciendo saltar chispas de las herraduras. Yara, con el ceño fruncido, seguía azuzando a los tres corceles negros mientras gritaba a los transeúntes que se apartaran del camino. A su lado, Grace disparaba sin descanso una pistola de chispa de doble cañón, como las que usaban los corsarios del Caribe, intentando mantener a raya a los jinetes de Sir Reginald que se acercaban peligrosamente.

En el asiento trasero, Vihaan se agachaba, murmurando oraciones a Vishnú para que las balas silbantes no le alcanzasen. Debajo de él, protegía al viejo y huesudo brahmán que acababan de rescatar, quien, para desconcierto de todos, sonreía de oreja a oreja como si disfrutara de la persecución. Reía a carcajadas con su boca desdentada, y sus arrugas - marcadas por décadas de sol y sabiduría - se plegaban como un pergamino antiguo.
  • ¿Va usted a disparar, señor Bhagirath? ¿O espera a que se alineen los astros? - gritó Grace, viendo que el hindú apuntaba pero no apretaba el gatillo.
  • La paciencia, señorita O’Malley… - murmuró él, cerrando un ojo - es el mayor maestro.
El mosquete escupió humo y muerte a partes iguales. De un solo disparo, derribó a dos jinetes e hirió a un tercero, que cayó de su montura con un grito ahogado. - ¡Woooow! Es usted una caja de sorpresas, señor Bhagirath. Menuda puntería!
  • Gracias, señorita, se lo agradezco - replicó él, recargando con calma - ¿Cuál es el plan ahora? ¿Hacia dónde vamos?
Las dos amigas soltaron una carcajada mientras el carruaje descendía por las empinadas calles empedradas. Las ruedas chirriaban, el vehículo se sacudía violentamente, lanzando a sus ocupantes de un lado a otro. Los caballos embestían contra puestos del mercado: cestas de pescado volaban por los aires, frutas rodaban cuesta abajo y un vendedor maldecía en galés mientras recogía los restos de su tenderete. Un barril de sidra estalló, dejando un reguero pegajoso por el suelo.
  • Aquí no hay planes, bigotes - le gritó Yara tirando con fuerza de las riendas y una enorme sonrisa en su rostro - ¡En Bristol se improvisa! ¡Yijaaa!
  • Pues espero… - dijo Bhagirath disparando de nuevo y derribando a un jinete que ya casi tocaba el carruaje - que en Bristol los carruajes estén preparados para surcar los mares, porque vamos derechos al agua.
El rostro de Yara se tensó, cambiando bruscamente. A pocos metros, la calle se abría ligeramente y el muelle se desplegaba ante ellos con toda su magnitud: mástiles como bosques, velas secándose al viento, gaviotas graznando sobre un enjambre de marineros.
Grace pensó rápido. Una vez en el muelle no habría salida. O la muerte o la horca… ¿eran esas sus únicas dos opciones?

Entonces lo vio de nuevo. Entre los barcos atracados, el que dormía en el mismo amarre donde tiempo atrás lo hiciera el navío de su viejo mentor, aquel hombre al que llegó a considerar un padre. De la Vega. Su nombre se repetía en su memoria como un capítulo que nunca había logrado cerrar.

En medio del caos, con las ruedas del carruaje retumbando como tambores de batalla y el olor a pólvora aún en el aire, algo la hizo sonreír. Allí, pintado en letras rojas sobre la negra madera del casco, estaba el nombre del navío.

¿Era aquello una burla cruel del destino… o una invitación?

Continuará…
 
Yo intuyo como van a ser las parejas.
La pelirroja Grace con Vihaan y su compañero y fiel escudero con Yara.
50% de acierto amigo. Pero bien lanzado. No te voy a negar que se me ha pasado por la cabeza, por eso.
Para el bueno de Baghirath tengo pensado algo mejor, tengo una idea en mente, pero aun la tengo que perfilar bien.
Además, faltan muchos personajes por aparecer, no voy a hacer spoilers, pero se vienen cositas jaja.
Estoy acabando ahora el capítulo seis jeje.
 
Interesantísima historia, un poco alejada de sexo y todas esas cosas, lo cual a mí no me importa.
Pues ya mismo se va a cruzar con la que creo que va a ser la mujer que le robe el corazón.
PD: A ver quién tiene cojones de aprenderse el nombre completo del protagonista.
Por sanidad disléxica dejémoslo en VS. ;):cool:
 
Por cierto, cada vez que nombras al Dios Mono, lo relaciono con el Rey Mono, aunque nada tenga que ver. Esa peli me encanta y además también sale en la película de animación Ne Zha.
PD: Efectivamente, mí gran hobby es el cine, bastante por encima del fútbol, que más bien es mi sufrimiento.
 
Por cierto, cada vez que nombras al Dios Mono, lo relaciono con el Rey Mono, aunque nada tenga que ver. Esa peli me encanta y además también sale en la película de animación Ne Zha.
PD: Efectivamente, mí gran hobby es el cine, bastante por encima del fútbol, que más bien es mi sufrimiento.
Te prometo que cuando pensaba en un Dios para la historia pensé directamente en Sun Wukong. El Rey Mono del que creo que hablas.
Es un Dios jóven, travieso, repudiado por los otros dioses… lo que pasa que tuve que cambiarle el nombre porque necesitaba que fuera hindú. Pero cada vez que Vihaan lo nombra, me viene a la mente el Rey Mono.
 
Te prometo que cuando pensaba en un Dios para la historia pensé directamente en Sun Wukong. El Rey Mono del que creo que hablas.
Es un Dios jóven, travieso, repudiado por los otros dioses… lo que pasa que tuve que cambiarle el nombre porque necesitaba que fuera hindú. Pero cada vez que Vihaan lo nombra, me viene a la mente el Rey Mono.
A mí esa película me gusta bastante.
 
Capítulo 4 - Nace una leyenda: El ‘Red Viper’

El clima en Bristol cambió sin aviso. El día, que horas antes había lucido radiante, se apagó de golpe. Nubes densas y pesadas se arremolinaron sobre el puerto, borrando el azul del cielo. El sol, oculto tras aquel manto gris, parecía rehuir la ciudad, como si presintiera la fatalidad que estaba por llegar.

La persecución había llegado a su fin. Hasta el final del muelle, y el carruaje que conducía Yara quedó atravesado, bloqueando el paso como una barricada improvisada. Ella y Bhagirath se habían plantado firmes, enfrentándose con fiereza a los hombres de la Compañía de las Indias Orientales que les disparaban sin descanso una mortal y veloz llúvia de muerte. Las balas silbaban, los golpes resonaban, y entre el caos, algunos marineros - hastiados y hartos de los salarios míseros y las condiciones que rozaban la esclavitud - se unieron inesperadamente a la batalla, cubriendo a los fugitivos con su propio fuego.

El puerto era un torbellino de humo, estruendo y gritos. Mercaderes y viajeros corrían despavoridos buscando refugio, mientras puestos de frutas exóticas y telas de seda venidas de oriente se volvían obstáculos improvisados en aquella danza violenta.
Y en medio de aquel pandemonio, Grace permanecía apoyada de espaldas contra el carruaje, cubriéndose del fuego enemigo. Al contrario de sus compañeros, una sonrisa calmada se dibujaba en sus labios. Sus ojos no se fijaban en el peligro inmediato a su espalda, sino en un tesoro mucho más grande que surgía en la penumbra del muelle: el Red Viper.

El bergantín esperaba paciente, como una bestia dormida a punto de despertar. No era un navío pirata al uso, aún no - sus velas, limpias y bien cuidadas, recordaban más a un barco mercante que surcaba rutas comerciales con diligencia y sigilo -, pero su porte era inconfundible: esbelto y firme, diseñado para la velocidad y la resistencia.
Su casco, de madera oscura y pulida, parecía absorber la poca luz que quedaba, reflejando destellos de rojo profundo en las tablas perfectamente encajadas. Dos mástiles se alzaban orgullosos contra el cielo gris, con un aparejo complejo y versátil, listo para capturar cualquier brisa y transformar el viento en poder.

Lo que hacía ese barco aún más especial era el lugar donde reposaba: justo en el mismo muelle donde antaño descansaba el Español Herrante, el legendario navío de Diego de la Vega, a quien Grace había llegado a considerar un padre. La coincidencia no pasó desapercibida para ella.

El nombre del barco - Red Viper- le trajo un recuerdo inmediato: el apodo que había tenido en su infancia, ese mote que la marcó como fuego rojo entre las sombras. Era como si el destino, con una sonrisa irónica, le guiñara un ojo y atara todos sus hilos para que aquel navío estuviera allí, amarrado y esperándola, justo donde debía estar, en el momento preciso.

No era solo un navío, sino una señal, un puente entre su pasado y su futuro que estaba a punto de conquistar. Grace sintió que aquel barco era más que un medio de escape: era la extensión perfecta de su espíritu rebelde y libre, el instrumento con el que escribiría su propia leyenda. El muelle ardía a su alrededor, pero para ella, el horizonte ya comenzaba a abrirse. El Bergantín la esperaba.
  • ¡Maldita sea, Red! - le gritó Yara a pleno pulmón al oído, mientras Gipsy le ayudaba a recargar sus dos pistolas de mano, rápidas y letales en manos expertas - ¡Deja de soñar y ponte a escupir fuego si no quieres acabar durmiendo con los peces!
Grace volvió en sí como si despertara de un sueño profundo. Asomó la mirada por encima del agujereado carruaje. Los enemigos cada vez estaban más cerca. Bhagirath, ha su derecha, seguía luchando con una furia implacable, como si peleara por venganza, castigando a aquellos hombres que habían robado y saqueado los tesoros más preciados de su tierra. Vihaan, por su lado, se escondía de las balas mientras intentaba liberar a los tres caballos negros como el carbón, temiendo que fueran alcanzados por el fuego enemigo. El viejo brahmán seguía sonriendo, como si aquel día fuera lo más emocionante que había vivido en su larga y silenciosa existencia.

Acostumbrada a situaciones donde la vida y la muerte se entrelazan, deshilando el fino hilo que las separa, Grace supo al instante qué hacer. Con un rápido movimiento azotó el lomo de los caballos con un látigo de cuero trenzado, obligándolos a salir disparados hacia el barco. Con un grito firme y claro, indicó a sus compañeros que la siguieran.

- ¡Rápido! Seguidme, hay que huir antes de que sea demasiado tarde.

El grupo la siguió, como si su voz fuera el destino que empujara sus valientes corazones. Comenzaron a correr, sin dudar ni un miserable segundo, hacia el navío. Siguiendo a la valiente pelirroja, la que se convertiría muy pronto, en su capitana.

Yara disparaba con ambas manos, su collar de cuentas de semillas y pequeños amuletos de cobre ondeando al viento, mientras gritaba palabras en yoruba, invocando a santos y espíritus que desde el más allá, protegían su alma. Bhagirath, con su gran espada curva en mano, arrebataba la vida de cualquier insensato que osara interponerse en su camino. Su turbante y su bigote, siempre perfectamente colocados, parecían la misma manifestación de su espiritualidad: calmada y serena, incluso en medio del fragor de la batalla.

Vihaan, agachado y ayudando al viejo brahmán a avanzar, miraba hacia atrás con terror, aún sin entender cómo todo se había desmoronado tan rápido y de forma tan brutal.

Grace tomó el timón con firmeza, la mirada dura y concentrada. El ruido de la batalla y el caos del muelle parecían diluirse a su alrededor mientras dirigía a su improvisada tripulación.
  • Vihaan!, encárgate de soltar las amarras! - ordenó con voz clara - Necesitamos que esos cabos estén sueltos para partir en cuanto estemos a flote!
Vihaan asintió, maniobrando con rapidez para liberar las cuerdas que ataban el bergantín al muelle.
  • Yara! - continuó - vigila la popa y cubre los costados. No dejes que los hombres de la Compañía se acerquen demasiado. Llama a tus Dioses si es necesario, pero mantenerlos a raya!
Yara ya estaba empuñando sus pistolas, su collar tintineando al moverse, lista para el combate.
  • Gipsy! - Grace giró la cabeza hacia el mono - sube a la cofa y desplega las velas! Avisa si ves algo extraño en el horizonte. Necesitamos ojos en las alturas!
El pequeño primate chasqueó la lengua y salió trepando con agilidad.
Grace volvió la vista hacia Bhagirath, que empuñaba su espada curva con serenidad pero con una furia contenida que parecía capaz de detener ejércitos.
  • Bhagirath! - le llamó - defiende la borda, valiente guerrero! Nadie entra en este barco mientras tú estés en él!
El viejo Sepoye asintió solemnemente, situándose en el tablón que daba acceso al navío con una presencia que parecía un muro infranqueable.

Entonces, la mirada llena de determinación de la valiente capitana, se posó en el viejo brahmán que permanecía parado en medio de la borda, sonriendo como si todo aquello fuera un juego.
Grace no pudo evitar fruncir el ceño y le gritó desde el timón:
  • ¡Viejo! ¿Me entiende cuando le hablo?
El brahmán asintió con una sonrisa tranquila, sin dejar de mirar el horizonte.
  • Pues mueve el culo y ponte a trabajar - replicó Grace con tono seco - Ayúda a izar las velas. ¡No vamos a salir de aquí arrastrándonos!
El viejo finalmente se puso en movimiento, sus arrugas se tensaron con concentración mientras se dirigía a la jarcia para comenzar a preparar el bergantín para zarpar.

El Red Viper comenzó a deslizarse lentamente desde el muelle, sus tablas crujiendo bajo la tensión mientras la tripulación aceleraba los preparativos. A su alrededor, Bristol era una zona de guerra: el humo de los disparos teñía el aire de gris, y el estruendo de mosquetes y pistolas rompía el silencio con un ritmo frenético.

Desde la cubierta, Grace sentía el corazón latir con fuerza, sus ojos escudriñando el caos. En tierra, los marineros rebeldes seguían enfrentándose con valentía a los hombres de la Compañía, espada y pistola en mano, sus rostros ardían de rabia por la injusticia y la promesa de libertad. Algunos caían entre gritos y disparos, pero otros resistían con feroz determinación.

Un grupo de mujeres y hombres que habían decidido apoyar a la fugitiva tripulación gritaban y animaban la huida, conscientes de que estaban presenciando algo más que un simple escape: el despertar de un atisbo de esperanza en sus maltrechos corazones.
Los caballos, libres ya de sus ataduras, relinchaban nerviosos mientras Vihaan tiraba de las riendas para calmarlos. Yara, firme en la popa, descargaba fuego sobre los atacantes que osaban acercarse, cada disparo una promesa de protección.

En el Red Viper, las velas comenzaron a desplegarse, izadas con rapidez y precisión gracias a la ayuda del viejo brahmán y la agilidad de Gipsy, que desde la cofa señalaba la retirada de los enemigos.

El viento, como aliado invisible, empujaba suavemente el bergantín fuera del muelle, hacia aguas abiertas. La madera vibraba bajo el oleaje, y la proa cortaba el mar con voracidad, dejando atrás el bullicio, el peligro y la tierra que poco a poco se hacía pequeña en el horizonte.

Grace, desde el timón, lanzó un último vistazo hacia el puerto en llamas, sintiendo una mezcla de triunfo y melancolía. El Red Viper, con su nombre lleno de promesas y viejas heridas, navegaba hacia un destino incierto, bajo la sombra del pasado y la promesa de la libertad.

La jóven capitana murmuró un nombre con una sonrissa en su rostro. Por fin, había cumplido su promesa.

La noche cayó lenta y plácidamente sobre el vasto océano. El mar estaba calmado y el viento soplaba a favor. Los rizos rojizos y ondulados de Grace se balanceaban al compás de la brisa, mientras en sus labios asomaba ese aroma a sal que tanto tiempo había anhelado volver a sentir.

- ¿De qué estarán hablando? - le susurró Yara desde atrás, ofreciéndole un trago de una botella de ron medio vacía.

Grace observó a Vihaan discutir con su sirviente en la proa del barco. Hablaban en voz baja, casi en susurros, y de vez en cuando dirigían miradas hacia las dos mujeres situadas al otro extremo de la cubierta, frente al timón.
  • Habrá que averiguarlo - sonrió Red, dejando que su amiga tomara el mando del timón.
Mientras cruzaba la cubierta mojada para acercarse, no pudo evitar escuchar las últimas palabras de Bhagirath, antes de que la conversación terminara abruptamente al notar su presencia.
  • Por eso, señor, no podemos confiar en esas mujeres...
  • Buenas noches, caballeros. ¿Todo bien? - preguntó la capitana con firmeza y una sonrisa que ocultaba sus verdaderas intenciones.
  • Ah, hola, Grace... sí, todo bien, no te preocupes -respondió Vihaan, esforzándose por sonar amable.
Su sirviente, sin embargo, no parecía compartir esa calma. Aunque guardaba silencio por respeto, su rostro delataba claramente su desconfianza.
  • Señor Bhagirath, veo que usted no opina lo mismo.
  • Deberíamos volver - masculló molesto, mirando en dirección contraria.
  • ¿A Bristol? ¿Volver al puerto? - Grace soltó una carcajada - ¿Ha perdido la cabeza? Un bergantín contra toda la flota de las Indias Orientales… no duraríamos ni dos minutos vivos. Sería como soltar una oveja en una guarida de lobos.
De repente, el bigotudo shudra se giró y la miró directamente a los ojos.
  • Mi señor tiene todas sus pertenencias ahí, junto a las mías, por si no lo recuerda. Y entre ellas están todos sus estudios y apuntes sobre el Sundra-Kalash… años de investigación tirados a la basura porque usted no sabe contenerse - dijo señalando con la mirada al viejo sabio.
  • ¿Cómo dice? Pasó lo que pasó por salvar al viejo saco de huesos y lo hize porque su señor - acentuó esa palabra con tono irónico y burlesco - me lo pidió.
  • ¡Ja! - respondió Bhagirath cruzándose de brazos - Curiosa forma de entender eso de salvar a alguien. Pone en riesgo la vida de cuatro personas por una sola.
Gipsy saltó al hombro de la capitana mostrando los dientes de forma amenazante.
  • Bueno, sí… disculpa, peludo amigo, tienes razón. De cuatro personas y un mono capuchino - murmuró el bigotudo sirviente.
  • ¿Y qué quería que hiciera? ¿Bajar amablemente, hacerle una reverencia a Sir Reginald y pedirle que me entregara a su rehén?
  • No diga estupideces - replicó Bhagirath negando con la cabeza en señal de desaprobación - Podría haber probado otras opciones y no arreglarlo todo sembrando el caos y la destrucción como si fuera el mismísimo Shiva. Debería pensar antes de actuar, su vida sería menos desastrosa.
Grace se puso roja como los mechones de su pelo y alzó el dedo señalándolo con desprecio.
  • ¡No se atreva a juzgarme, señor! ¿Usted sabe algo de mi vida, acaso? No todo el mundo puede permitirse el lujo de ser refinado y educado. Algunas no hemos tenido el privilegio de nacer en una cuna de oro, donde todo nos viene servido.
El sirviente rompió la calma que siempre presidía sus actos y se encaró a la capitana.
  • Si no quiere ser juzgada, no juzgue. Porque usted tampoco tiene la más mínima idea de por lo que he pasado, ¿entendido?
  • ¡Ehh! ¡Basta! Haya paz, por favor - dijo Vihaan separándolos - Los manuscritos no importan, viejo amigo - añadió con una sonrisa tranquila, golpeándose suavemente la sien con un dedo - Tengo esas palabras grabadas en el cerebro como si fueran un tatuaje invisible. Además, los únicos documentos que realmente necesitábamos ya los robamos de la biblioteca. Y el viejo… - miró al brahmán, que contemplaba el oscuro horizonte sin perder esa sonrisa de sabiduría eterna - creo que es la clave para descifrarlos.
Bhagirath, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa, negaba con la cabeza, cada vez más molesto. Su voz sonaba áspera y sin contemplaciones mientras descargaba todo lo que pensaba de aquellas dos mujeres.
  • No se ofenda, señor, pero creo que deberíamos bajarnos en el siguiente puerto que encontremos y separarnos de esas dos ‘señoritas’ - imitó el mismo tono burlesco de Grace - Solo ansían vaciarle los bolsillos para gastárselo en alcohol en una sucia taberna de mala muerte.
  • ¡Maldito bastardo! - gritó Grace, desenfundando su arma con una rapidez feroz, sus ojos chispeando como brasas al rojo vivo.
Pero antes de que el acero pudiera chocar, un fuerte estruendo rompió la calma del silencioso mar, sacudiendo la noche y el corazón de todos.
  • ¿Qué ha sido eso? - preguntó Vihaan, buscando respuestas en los ojos de la capitana.
Bhagirath, con la mano firme sobre la empuñadura de su talwar - una espada curva con la hoja bruñida y gastada por años de batallas - giraba la cabeza de babor a estribor, intentando avistar por dónde podían venir los navíos enemigos.
  • ¡Cálmese! - dijo Grace, rodeándole la muñeca con una mano firme - El ruido viene de la bodega.
Sin perder un segundo, los tres cruzaron la cubierta resbaladiza, zigzagueando entre cabos y barriles, hasta llegar a la puerta situada bajo el puesto de mando, la que conducía a las entrañas del Red Viper. Vihaan, antes de entrar, alzó la vista hacia Yara en el timón: lo sujetaba con ambas manos, su cuerpo balanceándose con el vaivén del mar, mientras tarareaba una melodía espiritual dedicada a algún dios de nombre impronunciable.
  • Yara! - dijo Vihaan, señalando el firmamento - ¿ves aquella luz fija, alta sobre la proa?
  • ¿La que no parpadea tanto como las otras?
  • Sí exacto, es la Estrella Polar. Mantenla siempre un poco a tu izquierda, lo justo para que su reflejo caiga fuera de la línea del bauprés. Así navegaremos directo al oeste.
  • ¿Y si las nubes la esconden?
Vihaan sonrió.
  • Entonces busca a Vega, la que brilla como una joya azulada, y a Altair, que parece querer alcanzarla. Ellas te recordarán dónde está el oeste, aunque el cielo se tape.
Yara apretó los dientes y giró el timón con la precisión de una costurera guiando la aguja. El mar, negro y profundo, parecía abrirse para dejarles pasar. Vihaan asintió con un gesto breve, y sin más palabras empujó la puerta hacia la oscuridad que olía a sal, madera húmeda… y algo más.
El Red Viper por dentro era como una serpiente dispuesta para la guerra: pasillos estrechos, paredes de madera reforzada con hierro, el aroma denso de brea y sal clavándose en la nariz. Entre las vigas, colgaban redes con barriles de pólvora y balas, listos para alimentar los cañones que reposaban en la cubierta baja: ocho piezas de bronce a cada lado, bruñidas y amenazantes, que parecían relamerse ante la idea de escupir fuego.

La bodega principal estaba iluminada por una lámpara de aceite que oscilaba con cada vaivén del barco. El olor golpeó primero: un perfume cálido y profundo, mezcla de roble viejo, turba y un leve toque de miel. Allí, apilados como un tesoro líquido, descansaban decenas de barriles marcados con fuego: "Mac Tíre’s Finest, Single Malt, Aged 18 Years". La madera estaba oscurecida por los viajes y por pequeñas filtraciones del whisky que, como sangre dorada, se deslizaban por las vetas.
  • Esto… - dijo Vihaan con un silbido - debe valer una fortuna.
Bhagirath, aún con gesto incrédulo, se inclinó sobre uno de los barriles que habían caído sobre el suelo, provocando el ruido, como si esperara que le contestara.
  • La pregunta es: ¿a dónde demonios pensaban llevarlo? - murmuró mientras los ponía de pie y los ataba junto al resto de la carga.
Grace ya no escuchaba. Había encontrado un fajo de documentos entre dos barriles, sujetos con un cordel. El albarán estaba escrito en una caligrafía apretada, manchada por salitre. En el apartado de “Remitente” leyó un nombre que le heló un instante la sangre para luego acelerársela: Seamus O’Driscoll, lo conocía de oídas… un irlandés con más delitos que dientes y fama de vender su propia madre si el precio era bueno. En la parte inferior, el destino: Cape Clear Island.

El sonido del dinero, del buen dinero, retumbó en su cabeza como un tambor de guerra.
Vihaan se acercó, curioso, inclinándose para leer el papel.
  • ¿Has descubierto algo?
Grace solo asintió, con una media sonrisa que olía a planes peligrosos. Y sin decir más, subió a cubierta como una ráfaga.
  • ¡Yara! - gritó - ¿Hacia qué rumbo navegamos? ¿Qué estrella sigues?
La joven timonel se encogió de hombros, con Gipsy amarrado sobre el timón, y contestó:
  • No me acuerdo de los nombres de las estrellas que me dijo Vihaan… pero seguimos derechos.
En ese momento salieron Vihaan y Bhagirath de la bodega. El sirviente indio llevaba en la mano una botella recién abierta; el corcho colgaba de sus dedos. Se atrevió a probar un sorbo del elixir dorado, que olía a turba, humo y un toque de manzana asada.
  • Mmm… quema como un demonio, pero calienta el alma - gruñó con aprobación.
Vihaan miró a Grace con calma.
  • Si quieres ir al oeste, vas en buena dirección… aunque no sé si es el destino que tienes en mente.
Grace le respondió con una sonrisa enigmática, tan ambigua que el joven astrónomo no supo si era una promesa, una amenaza… o ambas cosas. Subió con paso firme al puesto de mando y tomó el timón como si fuera el cetro de un trono robado.

Se chupó el dedo índice y lo alzó al aire, ofreciéndolo a la noche cerrada como si negociara con la propia oscuridad.
  • Sopla el Poniente - anunció con voz segura - Si ‘el viejo del mar’ nos sonríe, y nos favorece, mañana al atardecer estaremos viendo las costas de Irlanda.
Desde cubierta, Bhagirath frunció el ceño.
  • ¿Irlanda? - rugió - ¿Qué demonios vamos a hacer ahí?
Grace lo miró de reojo, con una chispa de resentimiento por la discusión anterior, pero también con un brillo voraz en la mirada.
  • Nadar entre montañas de soberanos de oro, bigotes.
Bhagirath soltó una carcajada corta y amarga antes de darle otro trago al elixir dorado. Luego, inclinándose hacia su señor, murmuró en su lengua:
  • ¿Lo ve? A esa mujer solo la mueve el ansia de oro.
Vihaan no respondió. El viento agitaba el cabello rojizo de Grace, y él no podía dejar de verla allí arriba, altiva y luminosa como una reina de los mares, repartiendo órdenes y organizando los turnos para timonear el navío.
Entre Grace, Yara, Vihaan y Bhagirath se turnaban el mando del Red Viper, asegurando que todos pudieran descansar. Al mediodía del segundo día de trayecto, Grace salió a cubierta, bostezando y con un leve cansancio reflejado en sus hombros. El sol alto acariciaba la madera del navío y la brisa salada le revolvía el cabello. Durante un instante, se quedó mirando a Vihaan al timón, con su sonrisa amplia, recibiendo el viento como quien recibe una bendición.

De pronto, un gruñido ronco se escuchó desde la cofa. Gipsy, inquieto, agitaba las garras y lanzaba chillidos cortos. Grace levantó la vista, y el pequeño vigía le hizo señas con los dedos. Sin pensarlo, corrió hacia proa, moviéndose entre cabos y barriles con la agilidad de quien lleva el mar en la sangre.

Apoyó las manos sobre la borda y entornó los ojos para protegerse del sol. Allí, tras un velo de bruma, la isla fue revelándose poco a poco. Acantilados cubiertos de un verde profundo caían a pico sobre un mar que rompía en espuma blanca. Más arriba, manchas de brezo púrpura moteaban el paisaje, y en la cima de todo, orgulloso, un faro blanco se alzaba como un guardián. Gaviotas y alcatraces giraban en círculos sobre la costa, y al fondo, un puñado de casas de piedra con techos de paja parecían encogerse ante la inmensidad del Atlántico.
  • ¿Has visto algo, capitana? - gritó Vihaan desde popa.
  • ¡Tierra a la vista! - contestó ella, sin apartar la mirada - En breves, llegaremos a Irlanda.
Volvió a cruzar la cubierta y tomó los mandos del timón.
  • Puedes descansar, marinero. El último turno lo haré yo.
Vihaan asintió, pero antes de bajar a la cabina, se quedó mirándola en silencio.
  • ¿Sucede algo? - preguntó ella, girándose apenas.
  • ¿Qué tienes previsto hacer cuando lleguemos a tierra?
Grace guardó silencio unos segundos, contemplando el horizonte con media sonrisa.
Dos caminos se abrían ante ella, tan distintos como el día y la noche. Uno le ofrecía la posibilidad de vender la carga y llenarse los bolsillos de oro. El otro, embarcarse junto a aquel extranjero medio loco hacia lo desconocido.

Aquella sensación era nueva para ella: por primera vez en su vida, podía elegir. Hasta entonces, su destino siempre había estado escrito por otros, con un único interrogante: cómo llegaría su final. ¿Sería acuchillada en un callejón mugriento o moriría a golpes tras ser ultrajada?
Ahora, por primera vez, tenía algo que perder y algo que ganar. Y con ello, una pregunta que la quemaba por dentro:¿Qué hacer?, ¿Qué camino escoger?

Su espíritu era bravo e impetuoso, curioso como un gato que nunca deja de explorar, vivaz como un mono jugueteando entre las ramas, y letal como el veneno de una víbora al acecho.
  • Necesitabas un barco y lo he conseguido, ¿verdad?
Vihaan asintió.
  • Pues entonces, también necesitarás una tripulación - añadió, clavando en él sus ojos brillantes - La capitana ya la tienes, loco amigo.
La chispa volvió a encenderse en la mirada del joven astrónomo. Vihaan comprendió entonces que, más allá del dinero y la abundancia, lo que a ella la movía era lo mismo que a él: el ansia de aventuras, de nuevos horizontes… el hambre insaciable de libertad.

El Red Viper se deslizó lentamente hacia el muelle de Cape Clear, un puerto envuelto en niebla y misterio, donde los negocios turbios y las puñaladas a traición se entrelazaban como cadenas oxidadas. Las casas de piedra estaban gastadas por el viento y el salitre, y las tabernas vomitaban humo y risas ásperas en la noche. Allí, la ley era un susurro que pocos respetaban y la moneda se cambiaba con miradas de desconfianza.

Yara, al ver el panorama, murmuró entre dientes palabras en yoruba, pidiendo protección a sus orishas. Sus ojos brillaban con una mezcla de temor y determinación mientras saltaba ágilmente al muelle para empezar a atar las amarras del barco.
Desde cubierta, Grace la silbó con una sonrisa ladeada, y le susurró:
  • ¿Lo has hecho?
  • Sí - respondió Yara, con una mirada llena de picardía que hablaba más que mil palabras.
Al desembarcar, un hombre delgado, con pocos pelos en la cabeza y unas enormes gafas redondas que reflejaban la luz del día, se acercó con papeles arrugados en la mano. Masculló con voz áspera, la boca tan sucia como la ropa que llevaba:
  • El Red Viper, por fin… - dijo, mirando a Grace de arriba abajo - ¿Dónde están los hermanos Cooper?
Grace tardó un instante en responder. Su mente trabajó rápido, buscando una excusa creíble. Ese barco no era suyo; lo había robado. Pero no podía dejar que ese hombre lo supiera.
  • Los hermanos están en el pueblo, arreglando algunos asuntos antes de recoger la nueva carga. Me dejaron al mando para entregar los documentos y asegurar que todo esté en orden para el desembarco.
Bhagirath, a unos metros de distancia, miraba extrañado a Vihaan:
  • ¿Por qué tenemos que ir vestidos así? - preguntó, señalando sus ropas ya gastadas y humildes, muy lejos de las lujosas prendas traídas de la India. El bigotudo no obstante, no había cedido a quitarse el turbante; sus dioses no se lo perdonarían jamás.
Vihaan sólo sonrió, aceptando la incertidumbre del destino con calma.
El hombre de las gafas frunció el ceño y, mirando con recelo a Grace, replicó:
  • Ya veo… Y dígame, ¿cómo está el viejo Cooper?
Grace contestó con naturalidad:
  • Bien, aunque un poco maltrecho. La gota, ya sabe.
  • La gota, ¿verdad? - el hombre dio una patada al suelo, molesto - ¡Halcón! - gritó, dirigiéndose a un tipo gordo y borracho que dormitaba junto a un montón de cuerdas y barriles - ¡Gordo pendenciero, despierta, vamos!
El tuerto se levantó de un salto, erguido y firme, como si el riguroso entrenamiento de la marina aún gobernara sus movimientos. Tenía un parche negro sobre el ojo izquierdo, y un halcón tatuado que asomaba por encima del cuello de su camisa.
  • Ve a buscar al jefe. ¡Rápido!
El gordo desapareció corriendo entre las sombras y los edificios, adentrándose en el pequeño pueblo que parecía latir con vida propia a lo lejos.
  • ¿Algún problema? - preguntó Grace con calma, mirando al hombre de las gafas.
Él sonrió, una sonrisa cruel, semejante a la de una hiena carroñera. El viejo Cooper llevaba años siendo pasto para los gusanos.
En ese instante, la capitana recordó las historias que había escuchado en Bristol sobre Seamus O’Driscoll, el hombre que apodaban “El Perro”. Un tipo conocido por perseguir a sus presas sin descanso, y una vez atrapadas, jamás soltarlas.

De entre las sombras del muelle emergió el temido contrabandista, un hombre que había trepado desde la pobreza con la tenacidad de un lobo hambriento, pero sin perder ese aire desgarbado y torpe que delataba su origen humilde. Alto y delgado, parecía una figura recortada contra la bruma, con una pierna amputada que apenas ocultaba bajo un pantalón remendado y sucio.

De la comisura de sus labios colgaba una pipa humeante que nunca parecía apagarse, como si el humo fuera parte de su sombra.
Su rostro severo estaba marcado por cicatrices del tiempo y la mala vida, con cejas tupidas que se fruncían en una expresión permanente de enfado y dureza. Sus ojos eran como dos brasas ardientes, siempre alertas, evaluando el mundo con la frialdad de un perro de ataque.
  • ¿Qué coño quiere Snatch? Maldito imbécil! - gruñó con voz áspera, dirigiéndose a la hiena, su subordinado, mientras señalaba con la mano el lugar donde se habían reunido - Siempre lo mismo, me llaman constantemente por tonterías cuando podría estar en otra cosa más provechosa.
La hiena se acercó y susurró algo al oído de Seamus. Al instante, el hombre clavó su mirada de hierro en Grace, la joven capitana, como si fuera una presa a punto de ser cazada.
  • ¿Cómo te llamas, muchacha? - le preguntó con tono áspero, casi ladrando.
Grace alzó la barbilla con orgullo y respondió clara y firme:
  • Grace O’Malley, un placer señor!
Los marineros que se habían agrupado alrededor de Seamus, semejantes a cachorros nerviosos alrededor de su madre perra, estallaron en risas burlescas al escuchar aquel nombre. Sin embargo, “El Perro” alzó una mano y lanzó un gruñido corto y seco, un ladrido que ordenó silencio absoluto. La risa se cortó de golpe y el muelle se sumió en un silencio pesado, casi sepulcral.

El Perro dio unos pasos hacia ella, su pata de palo golpeando el muelle con un ritmo seco y lúgubre, como campanas que anuncian la muerte. Su delgada mano sujetaba la pipa humeante, mientras sus ojos ardían con una mezcla de curiosidad y amenaza, escudriñando cada centímetro de Grace, buscando algo oculto tras su mirada.
  • Un nombre peligroso el que llevas, muchacha - musitó, casi susurrando - Feroz, sí… y con muchas historias a sus espaldas. Pero también muy peligroso… - una bocanada densa de humo se deslizó entre ambos, envolviéndolos en un instante de tensión - ¿Tienes lo que hay que tener para llevarlo con orgullo?
Sin dudar, Grace desenvainó su arma con un movimiento ágil y firme, presionándola contra su cuello.
  • Puedo demostrárselo ahora mismo si quieres, Perro! - masculló, dejando que esa llama en sus ojos brillara con toda su fuerza.
Seamus O’Driscoll contempló esa chispa indomable, y una sonrisa torcida se fue dibujando en su rostro desgarbado. Luego rompió a reír, una carcajada profunda y contagiosa que resonó en el muelle. Sus cachorros, sorprendidos y confundidos, comenzaron a guardar sus armas, imitando las carcajadas de su líder, con torpeza y respeto.
  • ¡Snatch! - ordenó - Llévalos a la cantina. Quiero hablar de negocios con esta preciosa mujer.
  • Pero señor… - titubeó el viejo de las gafas.
  • ¡A la cantina ya! - gritó El Perro mientras cojeaba y se alejaba por el muelle, dejando tras de sí un eco amenazante.
Todas las tabernas del mundo son iguales, pensó Grace mientras cruzaban el umbral. Podías estar en la otra punta del mundo y reconocer al instante el olor a sudor, alcohol barato y madera podrida. El estrépito de peleas que explotaban de vez en cuando, el griterío de los borrachos, la música discordante que salía de algún instrumento desafinado. Mujeres que se buscaban la vida ofreciendo sus cuerpos en rincones oscuros, susurros y miradas furtivas que se colaban en el humo espeso. Y en medio de todo eso, la promesa de que cualquier cosa podía pasar, desde una traición hasta una alianza, o una bala perdida.

Grace y O’Driscoll se sentaron en una mesa apartada, en un rincón donde el humo del tabaco se mezclaba con el aroma fuerte del whisky. A unos metros, Vihaan, Bhagirath, Yara, Gipsy y el viejo brahmán contemplaban la escena con la calma de quien sabe que poco pueden hacer y mucho podrían perder. El brahmán observaba su jarra de cerveza con una sonrisa imperturbable, como si el tiempo fuera un rumor lejano para él.
Seamus clavó sus ojos hundidos en la mesa y miró a Grace con su pipa colgando de los labios.
  • ¿Quiénes son esos? - preguntó, señalando hacia la mesa donde estaban sus compañeros.
Grace respondió con firmeza:
  • Son mi tripulación.
El Perro soltó una risa áspera entre bocanadas de humo.
  • Vaya! Veamos… Un moreno enclenque, un gordo con un lunar rojo en la frente y ese estrafalario turbante, una puta del Caribe, un mono famélico y un saco de huesos... - enumeró con desprecio - Ya veo… ¿acaso no encontraste nada mejor, muchacha?
Grace lo miró desafiante, levantó su jarra y en dos tragos la dejó vacía. Golpeó la mesa con fuerza y gritó:
  • ¡Más cerveza! - se limpió los labios con el dorso de la mano y añadió - Deseo comprar una tripulación. Necesito al menos veinte hombres para mi bergantín.
Seamus la estudió en silencio, mientras él se reclinaba en la silla y encendía de una vela su pipa tallada en madera oscura. El humo serpenteaba en el aire dibujando extrañas figuras.
  • ¿Quieres cambiar la carga por una tripulación? - musitó, sin apartar la vista - ¿Acaso… esas son las órdenes que te han dado los hermanos Cooper? Que por cierto… ¿Dónde estarán?
El Perro la observaba fijamente, como si pudiera leerle el alma y conocer cada mentira antes de que escapara de sus labios. Sabia lo que sucedia incluso antes de que sucediese.
  • No hay ningún Cooper, Perro - sonrió Grace, recostándose también en la silla y cruzando los brazos - Lo sabes de sobra... ¿Hay trato o no? No me gusta perder el tiempo, y detesto que me lo hagan perder.
El contrabandista sonrió, una mueca que mostró un atisbo de respeto.
Auqella hermosa chica pecosa, le recordaba a su segunda mujer, Fiona, testaruda y desafiante, sin un ápice de miedo en los ojos. Cuanto la echaba de menos, una terrible desgracia que muriera.
  • El trato es una tripulación… ya! Vamos a ver… diez hombres a cambio de la mitad de las ganancias que saques en alta mar, joven pirata - dijo, exhalando una densa nube de humo mientras se frotaba las manos con satisfacción - Y que no se te olvide ese whisky, es mucho más valioso que el oro en estos tiempos.
Grace negó con la cabeza sin dejar de sonreír, una sonrisa segura, casi desafiante.
  • Veinte hombres - dijo, con voz firme - Los mejores que puedas ofrecerme y, a cambio, el whisky y… tres caballos bien cuidadados - se inclinó un poco hacia Seamus, clavando la mirada en sus ojos.
  • Diez hombres - contraofertó el Perro cada vez más divertido - El whisky y un cuarto de lo que ganes en tus futuros saqueos - sacó una bocanada de humo y se la tiró sobre el rostro - Esa es mi útima oferta, joven pirata.
  • Veinte hombres - insistió la pelirroja cada vez más cerca de aquella pipa humeante - el whisky y la promesa de que no arrancaré esa cabeza huesuda de tu estrecho cuello, Perro!
Seamus estalló en carcajadas, golpeando la mesa con el puño, haciendo temblar la madera.
  • No recuerdo la última vez que alguien me habló así - dijo entre risas roncas - Eres… Eres una mujer fascinante Grace O’Malley, de eso no cabe duda. Está bien, pelirroja, está bien - terminó tendiéndole la mano - Acepto el trato. No quiero acabar decapitado, como si no iba a poder beberme ese magnífico whisky que me trajiste.
  • ¡Parece que hay trato! - exclamó Vihaan, sin apartar la mirada de la mesa donde se miraban Grace y Seamus como dos rivales midiendo fuerzas.
  • Eso parece… - añadió Yara, acariciando su collar bendito con un gesto casi reverente - Veamos las condiciones.
La cubana se movió para dejar que su amiga se sentara junto a ellos. Poco a poco, todos se acercaron al centro de la mesa, formando un corro expectante. Grace comenzó a contar el trato en susurros, midiendo cada palabra, mientras los demás escuchaban atentos.
  • ¿Entonces? ¿Os parece bien? - preguntó Grace, dirigiéndose a la tripulación con firmeza.
  • ¿En serio lo has amenazado, Grace? - dijo Vihaan, sorprendido, con los ojos abiertos de par en par.
Grace asintió sin inmutarse, y les explicó que en Inglaterra los acuerdos se sellaban de esa manera, que era tradición. Vihaan y Bhagirath se miraron con cierto escepticismo, pensando que aquella gente de tez pálida y piel húmeda por la constante lluvia eran, en el mejor de los casos, una panda de incivilizados.
  • ¡Adelante, Grace! Acepta! - sonrió Vihaan, alzando su vaso para iniciar un brindis colectivo.
  • ¡Bien! - la capitana se dio dos suaves golpecitos en el hombro - Gipsy, ¡arriba! - dijo, y el mono corrió a subirse, frotando su nariz contra la mejilla pálida y pecosa de la pelirroja con ternura.
Pero antes de volver con Seamus, la capitana se giró nuevamente. Miró a Bhagirath con una sonrisa pícara y, mientras ponía la palma abierta frente al capuchino, dijo:
  • Por cierto, Vihaan, te ruego que disculpes a mi peludo amigo - Gipsy puso cara triste, casi arrepentida - A veces no puede controlarse, ¿sabes? Está en su naturaleza y además… - el mono dejó caer con cuidado el anillo robado sobre la palma de ella - le vuelven loco los objetos dorados y brillantes. ¿A que sí, pequeño briboncillo?
Dueña y mascota se frotaron las narices con cariño, una pequeña confesión muda entre ellos. Vihaan tomó el anillo, sin haber notado siquiera que lo había perdido: era su anillo de compromiso con Nalini, a quien no había recordado ni por un instante desde que partieron de Calcuta.

Bhagirath clavó su mirada en los ojos de Grace, solemne y tranquilo como siempre. Ella le devolvió la mirada con igual calma. No hicieron falta palabras, pues en ese silencio compartido comprendieron todo lo que querían decirse.

La prometedora pirata y el viejo contrabandista cerraron el trato. Todo estaría listo para el día siguiente. Por lo cúal, debían pasar la noche en Cape Clear, también conocida como la Isla del Perro. El alcohol y las pocas horas de sueño que llevaban arrastrando hicieron mella en la mayoría de ellos, que se entregaron al descanso con sumo placer. Excepto dos: ambos nerviosos, ambos ilusionados, se encontraron en el balcón del piso superior de la taberna, bajo el amparo del cielo estrellado y el vasto mar que prometía aventuras y nuevos comienzos.

Continuará…
 

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