Capítulo 15 - Rumbo a lo desconocido: la Ciudad flotante
La noche era negra como la boca del infierno. El viento del Ártico silbaba entre los mástiles, y el frío mordía los huesos como cuchillas invisibles. La tripulación del Red Viper se apiñaba alrededor de la forja de Yrsa, donde las brasas ardían como un corazón incandescente en medio del hielo. MacFarlane había hecho sonar su voz ronca llamando a todos a cubierta. Nadie protestó. Todos acudieron, temblando más por la incertidumbre que por el frío.
Entonces, apareció la capitana. Su silueta se recortó entre la bruma, la capa de pieles ondeando como un estandarte, el cabello rojo iluminado por las llamas. A su paso, los hombres y mujeres abrieron un pasillo, con respeto y temor reverente. Se colocó en el centro del círculo, bajo el resplandor del fuego.
Su voz tronó, firme, cortando el murmullo del viento:
- Sé lo que se dice. Sé lo que algunos susurran en las sombras de este barco. Dicen que estoy loca, que os llevo a la muerte como un diablo sediento de sangre.
Un silencio pesado cayó sobre la cubierta. Grace dejó que esas palabras pesaran en los pechos de todos, y entonces, con una sonrisa fiera, rugió:
- ¡Y lo soy! Así es! ¡Soy un maldito diablo sediento de sangre… pero solo de la sangre de nuestros enemigos!
Una carcajada recorrió al instante el círculo, rugosa y sincera. Los piratas rieron porque sabían que era verdad. Todos habían visto a su capitana desatar el infierno en batalla. Todos sabían que Grace era un diablo, y que gracias a ello seguían vivos.
Grace levantó el mentón, su voz se volvió aún más solemne:
- Pero entre vosotros… entre los que habéis luchado y sangrado conmigo… entre los que considero amigos, incluso hermanos… jamás seré verdugo. Yo no soy una esclavista. Jamás! Bajo la bandera de la Víbora Roja solo navegan hombres y mujeres libres. ¡Nadie en este barco será encadenado contra su voluntad!
Un murmullo de aprobación creció en la multitud. Grace prosiguió, señalándolos con el dedo, mirándolos uno a uno con la fuerza de su mirada:
- Recordad quiénes sois. Recordad lo que hemos conseguido juntos. ¡Fuimos nosotros quienes abordamos el galeón de las Indias Orientales bajo el fuego de nuestros cañones! ¡Fuimos nosotros quienes sobrevivimos a las Siete Pruebas de Svalbard, cuando todos nos daban por perdedores!
Un rugido de voces se alzó, golpes de botas contra la cubierta, puños cerrados levantados al aire. El calor de la forja parecía crecer con el fervor de sus corazones.
- El que quiera abandonar el Red Viper, que lo haga. - Grace extendió los brazos - Nadie lo impedirá, nadie lo juzgará. Pero aquel que decida quedarse… solo le pido una cosa muy sencilla. ¡Debe confiar en mí como yo confío en cada uno de vosotros!
El clamor fue atronador. Los piratas aplaudieron, gritaron y golpearon el metal de la forja con cuchillos y sables, como si invocaran un juramento de acero y fuego. Entonces, de entre la multitud, una voz solitaria rompió la euforia:
- ¡Lo que vamos a hacer es una locura! ¡Nos llevaís a la muerte, capitana!
- Es cierto! - se unió un segundo - navegamos hacía la nada! Hacía el fin del mundo!
El silencio cayó de golpe. Todos se giraron hacia quienes habían hablado. Dos hombres delgados, curtidos por el salitre y maltratados por el ron dieron un paso adelante con los ojos encendidos.
Grace los señaló con el mentón.
- Tú eres Jensen y tu nombre es Callum, ¿verdad?
- Sí - respondió el hombre, sin temblar - Navegamos con usted desde la Isla del Perro.
Grace los rodeó despacio, caminando en círculos como un depredador midiendo a su presa. Los miró de arriba abajo, cada paso resonando sobre la madera congelada.
- Dime, Callum… ¿temes a la muerte?
El pirata tragó saliva.
- Sí… por supuesto… como todos los hombres presentes en esta helada cubierta.
Grace giró sobre sus talones, y con voz atronadora se dirigió a toda la tripulación:
- ¡Decidme! ¿Teméis vosotros a la muerte?
- ¡NO! - rugieron al unísono, un grito que sacudió las velas y la noche entera.
La capitana volvió frente a los dos susurradores de discordia, sus cabellos rizados eran rojos como la sangre.
- Y tú, Jensen… ¿temes a la muerte?
El hombre sostuvo su mirada unos segundos, y en esos ojos vio llamas, vio determinación, vio el mismo fuego que ardía en los ojos de todos sus compañeros. Miró alrededor: hombres y mujeres con los que había trabajado, peleado, sangrado. Todos irradiaban esa furia compartida.
Entonces bajó la cabeza.
- Quiero… los dos queremos… abandonar.
Una carcajada general estalló, burlona, con insultos y silbidos. Pero Grace levantó la mano, imponiendo silencio de inmediato.
- No os moféis de ellos, pues cada hombre es libre de decidir su propio destino. Así ha sido, y así será mientras yo sea vuestra capitana.
El silencio volvió a caer, respetuoso. Los cobardes se apartaron, con el rostro encendido por la vergüenza, mientras Grace volvía a erguirse en el centro del círculo. La Víbora Roja había hablado. Y ninguno de los que se quedaron dudó jamás de a quién pertenecía su lealtad.
El camarote de la capitana estaba iluminado apenas por la luz temblorosa de una lámpara de aceite. Afuera, el viento ululaba contra los cristales, pero dentro reinaba un calor distinto: el del ron, el de la manta gruesa que los cubría, y el de sus cuerpos entrelazados.
Grace y Vihaan compartían la botella, pasándola de mano en mano como si fuese un pacto silencioso. Ella reía con las mejillas encendidas, y él la miraba con una mezcla de respeto y deseo, los cabellos oscuros cayéndole sobre el rostro.
Vihaan le acarició el hombro, los dedos recorriendo la piel cubierta de pecas, y con voz grave preguntó:
- ¿Qué vas a hacer con Callum y Jensen, mi capitana?
Grace le quitó la botella suavemente, rozando sus nudillos con los suyos, y le dio un trago antes de responder.
- Dejarlos ir… ¿qué otra cosa puedo hacer? - suspiró, dejándose caer contra su pecho - No puedo obligar a un hombre a luchar contra sí mismo. No puedo traicionar mis propios principios.
Vihaan frunció el ceño, jugando con un mechón de su cabello rojizo.
- Ya lo sé. Pero… ¿dónde los dejarás? Estamos en mitad de la nada, Grace.
La pelirroja soltó una carcajada suave, su aliento cálido chocando contra el cuello de él.
- Oh, Vihaan… - dijo, levantando la mirada con una chispa de ironía - No pienso dar media vuelta por unos cobardes. Habrá que pensar algo, ya veremos…
Le pasó la botella de nuevo, acariciando su mano al hacerlo, y entonces añadió en voz más baja:
- Y gracias… por contarme lo del intento de motín. Eres un fiel tripulante…
Vihaan la miró largo rato, los ojos oscuros brillando bajo la tenue luz. Se inclinó y le rozó la mejilla con los labios, un beso delicado, casi reverente.
- Haría todo lo que mi capitana me pidiese - murmuró - sin pensarlo dos veces.
Grace arqueó una ceja, sonriendo con picardía mientras sus dedos jugaban con el borde de la manta.
Él tragó saliva, atrapado por su mirada ardiente.
Grace no le dio tiempo a responder. Lo empujó suavemente contra la cama, desordenándole el cabello con sus manos mientras se inclinaba sobre él. Su risa fue un susurro en la penumbra, cargada de deseo y de sensualidad.
- Entonces, quiero un segundo asalto marinero, ahora mismo.
La botella rodó al suelo, olvidada, mientras las caricias se volvieron más rápidas, más intensas. Afuera rugía el viento, pero dentro del camarote de Grace no había frío, ni miedo, ni dudas. Solo dos almas unidas en el calor del momento, en la certeza de que, al menos esa noche, el mundo era suyo. La mañana del tercer día amanecía gris y helada. El viento entumecía los músculos, pero en el timón del Red Viper, Grace sonreía mientras guiaba las manos de Bum-Bum sobre la rueda. El muchacho, con los ojos brillantes bajo el velo que cubría su rostro, trataba de imitar cada movimiento con una seriedad casi cómica.
- No aprietes tanto, pequeño capitán - rió Grace - El timón es como una dama de alta cuna. Hay que acariciarla con firmeza, sí… pero también con cuidado, con delicadeza.
Mientras tanto, arriba en la cofa, Halcón ‘el tuerto’ estaba envuelto en mantas hasta parecer un saco de patatas con patas. Su único ojo miraba el horizonte con fatiga, pero no tanto como a su eterno competidor. Con el que parecía unirle una relación de amor y odio.
Gipsy había trepado con agilidad hasta la cofa, llevándose entre las patas una bolsita de raciones secas. Halcón lo observó con un gruñido.
- ¡Eh, bribón peludo! Eso es comida para dos. ¡Compártela, o te mando al agua de una patada!
Gipsy se abrazó a la bolsita de cuero, enseñándole los dientes en un chillido agudo.
- ¡Grrrraah! ¡Miiiía! - pareció decir con sus gritos.
- ¡“Mía”, dice el demonio peludo! - Halcón extendió la mano, forcejeando con él - ¡O compartes o juro por la santa virgen del ron que te aso en la sartén!
El capuchino bufó, inflando los carrillos como si entendiera la amenaza.
- ¡Iiiiik! - volvió a gritar negando con la cabeza y mostrando sus diminutos colmillos.
En el forcejeo, la bolsita se desgarró y las raciones cayeron al vacío. Gipsy chilló horrorizado y se lanzó tras ellas, bajando como un rayo por las cuerdas.
- ¡Maldito engendro de Satán! - maldijo el vigía incorporándose para seguirle con la vista. Pero al hacerlo, su único ojo se abrió de par en par.
En el horizonte, más allá de las olas grises, algo emergía. Algo inmenso.
- Capitanaaaaa, a babooooooor, un barcooooo se….
Halcón se quedó mudo de repente, con el parche sobre su ojo muerto levantado, como si necesitara de ambos para creer lo que veía. Era la primera vez en mucho tiempo que su vista certera no estaba segura de lo que estaba viendo.
Desde el timón, Grace lo oyó gritar y luego callar.
- ¡¿Qué demonios sucede allá arriba, Halcón?! - gritó con voz firme, alzando la cabeza.
Pero el vigía no respondió. Seguía clavado, inmóvil, con el viento agitando sus mantas.
- ¡Halcón! - rugió de nuevo Grace.
Al fin, el hombre giró la cabeza despacio, la voz ronca y temblorosa. La duda emergía de sus entrañas ante semejante pesadilla.
- Será mejor que suba usted, mi capitana… - trago saliva, con un brillo extraño en la mirada - Y lo vea con sus propios ojos.
Yara, atenta a la conversación, llegó al timón con el ceño fruncido, justo a tiempo para apartarse cuando Gipsy pasó corriendo chillando, perseguido de cerca por Gláfur que rugía como un poseso persiguiendo a su nuevo y diminuto amigo. Desde la forja, Yrsa levantó su martillo al aire y tronó en su voz grave:
- ¡Mono demonio, yo romper huesos si volver a robar comida!
Yara negó con la cabeza, riendo para sí, y alzó a Bum-Bum en brazos.
- ¿Qué le pasa al tuerto? - preguntó mirando hacia lo alto del mástil.
Grace mantenía los ojos fijos en la cofa.
- No lo sé… - respondió con gravedad - ¿Puedes coger el timón? Voy a subir a ver qué sucede.
- Sí, claro, no te preocupes, hermana. Yo me encargo - La yoruba sonrió con calma, apoyando al niño frente a la rueda.
La capitana no esperó más. Con la agilidad de quien ha trepado más veces que caminado, saltó sobre los cabos tensos, subió por la jarcia, sintiendo el viento helado azotarle el rostro. El crujido de las cuerdas y el latido del barco la acompañaban mientras ascendía.
Arriba, en la cofa, Halcón la esperaba. Su único ojo brillaba con una mezcla de miedo y fascinación. Sin decir palabra, le tendió sus mantas, obligándola a cubrirse contra el frío atroz. Después, casi con solemnidad, le ofreció el catalejo.
- Rumbo noroeste, veinte grados a babor, unas seis millas - dijo en seco, con la precisión de un marinero curtido.
Grace arqueó una ceja, irritada por tener que subir hasta allí.
- Más te vale que esto merezca la pena, Halcón…
Se llevó el catalejo al ojo, enfocó… y de pronto se quedó sin aire. Su boca se abrió lentamente, el pulso en su sien retumbaba.
- ¿Qué… qué demonios es eso? - susurró sin apartar la vista.
- Al principio pensé que era un barco, mi capitana… - contestó Halcón con voz grave - Pero no lo es.
Grace bajó un instante el catalejo, temblando, y lo volvió a alzar.
- Es demasiado grande para ser un barco. Parece… - se detuvo, sin comprender lo que sus ojos estaban viendo - Parece una ciudad.
- Una ciudad flotante… - concluyó Halcón, murmurando como si el aire mismo pudiera quebrarse con esas palabras.
A través del cristal, Grace contempló lo imposible: una urbe entera navegando sobre el mar. Calles y casas de piedra se erguían sobre una base de madera y hierro que crujía como el casco de un navío titánico. Chimeneas humeaban lanzando columnas negras hacia el cielo, como si miles de hogares ardieran en vida propia. Puentes colgaban entre torres inclinadas, y faroles extraños titilaban como luciérnagas azules en la niebla.
El mar se rompía en olas contra los muros bajos que bordeaban la ciudad, pero en lugar de hundirse, aquel coloso flotaba con una quietud antinatural. Sus cimientos se hundían en la espuma como raíces imposibles, y el viento traía ecos lejanos: campanas, voces humanas, y un murmullo incesante que recordaba al latido de un corazón.
Grace sintió un escalofrío en la columna vertebral. Aquello no era obra de carpinteros ni ingenieros. Era algo más. Brujería. Algo que no debía existir.
- Graaaaaceeee! - gritó Yara desde abajo - ¿Qué sucedeeee?
La capitana seguía con el catalejo pegado al ojo, incapaz de apartar la mirada de aquella monstruosidad flotante. El viento le azotaba el rostro, pero no lo sentía. Una ciudad, una maldita ciudad navegando en mitad del océano. Casas humeantes, campanas que sonaban desde ninguna parte, un murmullo de vida que no debía estar allí. Su estómago se encogía como si se encontrara ante un abismo sin fondo.
- Mi capitana… - la voz ronca de Halcón quebró el silencio - ¿Qué hacemos?
Grace pensó como afrontar aquella situación. Su boca estaba seca. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía respuesta.
- …Esquivarlos - dijo finalmente, con un hilo de voz. Pero en ese instante las campanas redoblaron en la lejanía.
- Demasiado tarde - gruñó Halcón, apoyándose en la barandilla de la cofa - Ya nos han visto.
Grace volvió a alzar el catalejo con brusquedad. A lo lejos, tres sombras se desprendían del coloso flotante: tres bergantines ligeros, oscuros y afilados, que cortaban el agua como dagas. Avanzaban rápido, velas negras desplegadas, proas adornadas con mascarones que parecían cráneos deformes.
El corazón de Grace se aceleró. Cerró el catalejo de un golpe, se lo tiró al vigía de vuelta y sin pensarlo dos veces se lanzó al vacío. Sus botas chocaron contra un cabo grueso, se aferró a él con fuerza y descendió a toda velocidad, el viento silbando en sus oídos. Cayó sobre cubierta con la agilidad de una fiera.
Allí estaba MacFarlane, sentado junto al enorme oso polar, acariciándole la piel blanca con aire distraído. Levantó la mirada al ver a su capitana.
- ¿Qué demonios sucede, capitana?
Grace se irguió, el rostro endurecido.
- Alguien viene hacia nosotros. Tres bergantines ¡Debemos virar el rumbo!
Los ojos del contramaestre se encendieron. Se levantó de un salto y rugió con voz de trueno:
- ¡A cubierta, perros de mar! ¡Todos a sus puestos!
Los marineros reaccionaron al instante, como un solo cuerpo.
- ¡Levad las velas de mesana y cazad escotas, quiero esas velas tensas como el acero! - bramó MacFarlane.
- ¡ Yara! Timón a babor, rápido, o nos pasarán por encima! - gritó la capitana - ¡Tú, Bum-Bum, baja y prepara a los hombres. Quiero los cañones listos, ya!, ¡Yrsa, ten lista tu forja, puede que hoy necesitemos hierro caliente en las manos!
Los hombres corrían, ajustaban cabos, recogían velas, el barco entero cobraba vida como un gigante despertando. El crujir de la madera y el chasquido de las cuerdas llenaban el aire helado.
Grace, firme, avanzó hasta el timón. Posó ambas manos sobre la rueda, la madera áspera bajo sus dedos. El Red Viper respondió con un gemido profundo, como si compartiera la tensión de su capitana. Sus ojos se clavaron en el horizonte, donde los tres bergantines enemigos surcaban las aguas directos hacia ellos. Su mandíbula se tensó. El frío ya no importaba.
Estaba lista para luchar.
Yara, que mantenía firme el timón cuando Grace saltó a cubierta. Frunció el ceño al ver el rostro pálido de su capitana.
Grace se plantó frente a ella, aún con el pulso acelerado.
- He visto algo… algo imposible, Yara. Una ciudad… una maldita ciudad flotando en medio del mar.
Yara arqueó una ceja, incrédula.
- ¿Una ciudad flotante? Vaya, ¿acaso has vuelto a beber por la mañana, Grace?
La capitana clavó en ella una mirada tan dura que la sonrisa burlona de Yara se borró al instante. Sus labios se tensaron, y en sus ojos estaba claro que ardía la preocupación.
- No es broma, Yara. Prepárate para lo peor. Se acercan tres navíos de velas negras.
- ¿Piratas? - preguntó la yoruba con voz grave.
- ¡Prepárate! Corre y avisa a los demás - ordenó Grace.
La santera no dudó. Dejó el timón en sus manos y salió disparada hacia la escotilla, descendiendo hacia la cocina, donde Vihaan y Bhagirath aún removían ollas y barriles. Desde lo alto, la voz rasgada de Halcón volvió a desgarrar el aire:
- ¡Se nos echan encimaaaaa!
Grace apretó los dientes y se volvió hacia su tripulación, que ya corría como un enjambre despierto. Se alzó sobre la cubierta y gritó con voz firme, resonante como un cañonazo:
- ¡Hombres y mujeres de la Víbora Roja! ¡Hoy nos prueba el destino! ¡Que vuestras manos trabajen más rápido que el viento, y vuestros brazos sean más duros que el hierro! ¡Recordad que bajo esta bandera no hay esclavos, solo libres que luchan por su vida y su gloria! ¡A los cañones! ¡Quiero veros listos para morder como una manada de lobos antes de que esas sombras toquen nuestra quilla!
Un rugido de voces respondió a su llamado. Los artilleros corrieron hacia las troneras, levantaron las portezuelas de madera y colocaron los cañones en posición. El hierro chirrió sobre los rieles, la pólvora se distribuyó en sacos, las balas rodaban por cubierta en cestas. Yrsa martillaba herrajes para asegurar las cureñas, mientras los grumetes cargaban cubos de agua y arena para sofocar el fuego de la pólvora.
Los marineros veteranos se ataban cuchillos al cinturón y mosquetes a la espalda. El aire se volvió espeso, vibrante, cada respiración impregnada de pólvora y sudor. El crujir de la madera del Red Viper parecía acompañar el latido colectivo de la tripulación, lista para luchar, lista para derramar sangre. Y entonces, en el clímax de la temsión cuando una batalla está a punto de estallar, la voz del vigía volvió a retumbar desde la cofa:
- ¡¡¡Banderaaaa blancaaaaa, mi capitanaaa!!!
Todos alzaron la cabeza. En la proa del bergantín que encabezaba la formación, un hombre agitaba con fuerza una larga tela blanca, ondeándola en el aire gélido. El silencio se esparció sobre cubierta. Los cañoneros se miraron entre sí, los brazos tensos aún sobre las mechas. Los corazones, que un instante antes ardían en furia, dieron un vuelco. Algunos elevaron la vista al cielo, murmurando plegarias a sus dioses, agradecidos por no tentar a la muerte aquel día.
Todos, excepto uno. MacFarlane se mantenía junto a Gláfur, los labios torcidos en una mueca de desagrado. Con un gesto lento, resignado, guardó a Bess e Isobel, sus dagas traicioneras y crueles, de vuelta al cinto. Escupió a un lado y murmuró con rabia contenida:
- Otra vez será, amigo peludo… otra vez será…
El amanecer frío seguía igual de oscuro, pero en los ojos de todos brillaba ahora una mezcla de alivio y desconcierto. Grace no apartaba la vista del horizonte. La bandera blanca ondeaba en la proa del bergantín, pero su instinto le gritaba que desconfiara. Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga.
- Una bandera blanca en manos de un pirata… tiene la misma credibilidad que las promesas de un rico en una taberna - murmuró con desdén.
El viento helado traía el crujir de los mástiles cuando los tres bergantines maniobraron, acercándose al Red Viper hasta situarse a un costado, cerrando el paso como lobos rodeando a una presa. Desde el barco que iba en cabeza, una voz grave y bien proyectada se alzó:
- ¡Solicitamos parlamento! ¡Parlamento con el capitán de la víbora roja!
En ese momento, Bhagirath y Vihaan subieron presurosos al puesto de mando. El astrónomo, con el ceño fruncido y esta vez decidido a entrar en combate, preguntó en voz baja:
- Grace ¿qué hacemos? ¿Debemos fiarnos de estos hombres?
Bhagirath, siempre prudente, añadió con tono preocupado:
- Mi señora… nada bueno llega con una sonrisa y una bandera blanca en alta mar.
Grace inspiró hondo, sus ojos como cuchillas sobre la silueta de los bergantines.
- Es muy probable que sea una trampa - dijo por fin - Así que estad atentos. Que nadie pierda de vista sus armas.
Con un gesto de la mano ordenó:
- ¡Hombres! Preparad los ganchos, bajad las escalas. Que suban, pero mantened los mosquetes cargados. Si intentan un solo movimiento en falso, que el mar beba su sangre.
El Red Viper aminoró la marcha, el velamen se recogió y las cuerdas crujieron mientras las escalas eran arrojadas al costado. Desde uno de los bergantines, una chalupa descendió con cinco figuras a bordo, remando hacia el barco pirata. El aire parecía más denso a cada golpe de remo. Cuando por fin treparon a cubierta, el silencio se adueñó del navío. Todos los ojos estaban puestos en ellos.
Eran cinco hombres asiáticos, inconfundiblemente chinos, vestidos como piratas. Camisas de lino oscuro, amplias chaquetas marineras bordadas con hilos rojos y dorados que representaban dragones y olas, cinturones de cuero cargados de armas: sables curvos, dagas ocultas, pistolas de chispa con incrustaciones de jade. Sus cabezas rapadas en los laterales y largas coletas trenzadas ondeaban con el viento.
El que iba en cabeza dio un paso al frente. Su rostro era afilado, con una sonrisa maliciosa que nunca alcanzaba a sus ojos. Se inclinó apenas, con una cortesía estudiada.
- Buenos días, honorable capitana de la víbora roja - dijo en un inglés correcto, pero con un marcado acento. La voz le chorreaba veneno tras el barniz de educación - Mi nombre es Zheng Bao.
Su sonrisa se ensanchó un poco más, mostrando dientes demasiado perfectos para alguien criado en el mar.
- Vengo en nombre del Hóng Lóng - pronunció lentamente, en chino, dejando que las sílabas resonaran como un trueno - El Dragón Rojo, señor absoluto de la gran ciudad flotante que vos podíes ver con vuestros propios ojos…
Al pronunciar aquel apodo, incluso algunos de sus propios hombres parecieron tensarse, como si invocar ese nombre fuera en sí un acto peligroso. Grace cruzó los brazos, su mirada fija en Zheng Bao. No había sonrisa que pudiera engañarla: aquel hombre estaba entrenado en la mentira tanto como en la guerra.
- Dime pirata… ¿qué es esa monstruosidad que navega sobre el mar? - preguntó, con la voz firme y cautelosa, midiendo cada palabra.
Zheng Bao inclinó la cabeza levemente y sonrió, como si le complaciera la prudencia de la capitana.
- Capitana, eso que usted contempla es Wú jū zhī chéng, la ciudad sin cadenas.
Grace frunció el ceño.
- Ya lo sé que es una ciudad, eso es lo que vi… pero no me digas solo su nombre. ¿Qué clase de brujería permite a una ciudad navegar por el océano?
El chino respiró hondo y empezó a narrar, con calma y un hilo de orgullo en la voz:
- Fue fundada hace más de cincuenta años por nuestro señor, el Dragón Rojo. Él soñaba con un lugar donde los hombres y mujeres pudieran ser libres, donde los piratas no fueran perseguidos ni estuvieran atados a reyes ni a ejércitos. Un refugio seguro, fortificado e inconquistable, donde cada individuo pudiera vivir bajo sus propias reglas y decidir su destino.
Zheng Bao hizo un gesto amplio hacia el horizonte, indicando la silueta de la ciudad flotante.
- Al principio era solo un barco, un galeón enorme construido para transportar a los más valientes y rebeldes. Pero el Dragón Rojo lo fortificó y lo amplió con madera, hierro y piedra, hasta que otros barcos decidieron unirse a él, formando plataformas que se juntaron entre sí. Cada nueva estructura se convirtió en casa, cada cubierta en calle, y con el tiempo, lo que comenzó como un simple navío se transformó en esta ciudad que ve ahora, capaz de surcar el océano como un coloso viviente.
Sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y solemnidad.
- Wú jū zhī chéng no es solo una ciudad. Es un símbolo. Un lugar de libertad que desafía a los imperios, a los reyes y a los que creen que el mundo puede ser controlado con oro y opresión.
Grace lo observó con la boca entreabierta. La magnitud de lo que describía Zheng Bao superaba cualquier lógica que pudiera tener. Un navío que se convirtió en ciudad, una fortaleza flotante, hogar de hombres y mujeres libres… imposible y real al mismo tiempo.
- Y aun así… - dijo ella, tensando la mandíbula y agarrando el mango de su sable - un barco que puede moverse y atacarte, o traicionarte si así lo quisiera… no deja de ser peligroso.
El chino sonrió, afilado y orgulloso.
- Por eso estamos aquí, capitana. No para destruir, sino para hablar. Pero debe saber… - añadió mirando la mano acariciando el arma - que Wú jū zhī chéng protege a sus hijos y castiga a quienes buscan desafiarlos.
Grace respiró hondo, controlando el pulso. Mantener la calma era clave. Debía evaluar, aún sin fiarse de aquel hombre y sus cinco acompañantes, si aquella ciudad era amenaza, aliado o misterio absoluto. Sin dejar de fruncir el ceño, mantuvo sus ojos clavados en Zheng Bao.
- No entiendo… ¿por qué habéis partido en nuestra búsqueda? - preguntó, con voz firme y cargada de desconfianza - Podríais habernos dejado pasar de largo, sin más.
Bao inclinó la cabeza, mostrando una sonrisa calculada, un brillo divertido en los ojos.
- Si usted naveg en esa dirección, capitana, es porque o bien no sabe de navegación… - hizo una pausa, analizando su reacción - o bien se dispone a ir hacía el fin del mundo.
Grace entrecerró los ojos, dejando escapar un leve bufido de impaciencia.
- No es de tú incunbencia hacía donde nos dirijimos - respondió con tono cortante - Contéstame a lo que te pregunto: ¿por qué nos habéis seguido?
Zheng Bao volvió a sonreír, esa sonrisa que no revelaba intención alguna pero que provocaba que todos en cubierta sintieran su presencia como un filo invisible.
- Ah… ya veo que la capitana sabe perfectamente hacia dónde se dirige - dijo, con voz calmada - Entonces no es cuestión de ignorancia, sino de previsión. Y quizás le sea provechoso visitar la ciudad sin cadenas.
Grace arqueó una ceja, alerta, pero sin mostrar miedo.
- ¿Provechoso? - repitió, con un hilo de incredulidad en la voz - ¿Para quién, para mí o para usted?
- Para ambos, capitana - contestó él con naturalidad, mientras sus ojos brillaban con astucia - El Ártico es un lugar peligroso, lleno de hielo y tormentas que pocos han sobrevivido. Seguir hacia allí sin los recursos adecuados, sin mejorar el casco de vuestro navío… es, cuanto menos, imprudente. Pero en nuestra ciudad podrá abituallarse, comerciar, y prepararse para afrontar ese reto.
Grace apretó los labios, evaluando cada palabra, cada matiz de aquella sonrisa traicionera. Mantener la calma era vital, y aun así sentía un hormigueo inquietante: la oferta sonaba conveniente, pero no había lugar para la confianza ciega.
- Tendré en cuenta su sugerencia… - dijo finalmente, con un susurro que podía ser tanto amenaza como promesa - Pero no me tome por ingenua, pirata. Se lo aconsejo por su propio bien.
El chino inclinó la cabeza, satisfecho, mientras la ciudad flotante seguía majestuosa en el horizonte, como un gigante que se movía con voluntad propia. Zheng Bao ladeó la cabeza, mostrando una sonrisa fría y calculadora.
- Esperaré en nuestro navío hasta que tome una decisión - dijo con calma, como si el tiempo fuera suyo. Luego, con la fluidez de una serpiente traicionera, giró sobre sus talones y subió a su bergantín, seguido por los otros cuatro hombres.
La tripulación del Red Viper se agrupó alrededor de Grace, expectante, observando cada gesto, cada reacción de su capitana. Sus ojos brillaban con la mezcla de cansancio y fervor que solo días de travesía helada pueden tallar en un marinero. Grace comenzó a pasearse de un lado a otro de la cubierta, los dedos rozando los cabos, el timón, el hierro de los cañones. Pensaba en voz baja, casi consigo misma:
- Pros… - murmuró - Como dijo Bao, podríamos coger provisiones y quizás información sobre cómo afrontar el reto del Ártico. Además… podría ser un buen lugar para dejar a Callum y Jensen. Contras… - sus ojos se estrecharon, y su mandíbula se tensó - Nunca se debe confiar en un pirata. Jamás.
Respiró hondo, y por un instante dejó que el viento helado azotara su rostro, despejando un poco la mente. Entonces levantó la cabeza, y con voz clara y resonante que rompió el murmullo de la tripulación, gritó:
- ¡Escuchad! - todas las cabezas se volvieron hacia ella - Creo que a todos nos vendría bien el calor de una hoguera, la protección de un techo… y pisar tierra firme.
Señaló con un brazo firme hacia la ciudad flotante, esa monstruosidad de madera y hierro que parecía desafiar la lógica del mundo.
- Si es que así se le puede llamar… - dijo - Nos vendrá bien un descanso antes de adentrarnos en el Ártico. Prepararnos bien y así, Callum y Jensen también podrán dejarnos y seguir con su camino.
Los hombres la miraron, primero con duda, luego intercambiando miradas entre sí. Murmuraron, comentaron en voz baja, y poco a poco fueron asintiendo con la cabeza. Grace respiró hondo, con una mezcla de alivio y decisión en su rostro.
- ¡Pues bien! - exclamó, golpeando suavemente el timón con el puño cerrado - ¡Pongámonos en marcha hacia… hacia… bueno! - miró de nuevo la ciudad flotante - ¡hacia lo que demonios sea eso!
Un murmullo de aprobación recorrió la cubierta, y el Red Viper comenzó a virar, respondiendo a las órdenes de su capitana. Cada marinero se movía con la precisión de quien sabe que la decisión que toman puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. El aire frío y cortante del Ártico parecía menos amenazante frente a la incertidumbre de aquella gigantesca ciudad flotante que ahora se abría ante ellos.
Sucaron las aguas heladas, sus velas tensas, mientras se acercaban a Wú jū zhī chéng. La ciudad se alzaba como un coloso sobre el mar, un laberinto de plataformas de madera, torres improvisadas y mástiles de barcos antiguos fusionados entre sí. Chimeneas humeaban por todos lados, y en el aire flotaba el olor de pólvora, sal y madera quemada. Cada plataforma parecía un barco por derecho propio, y al unirse, formaban una ciudad imposible, viva, que navegaba como un gigante consciente.
La tripulación permanecía en cubierta, observando cómo figuras se movían por las pasarelas y cuerdas de la ciudad. Eran piratas de todas las edades y procedencias: hombres con bandanas, mujeres con pistolas al cinto, tatuajes de dragones y serpientes cubriendo brazos y torsos. Algunos trepaban por mástiles improvisados, otros gritaban órdenes, otros simplemente charlaban, reían o peleaban por una ración de ron. La ciudad respiraba caos, pero un caos ordenado, un código tácito que solo los hombres libres podían entender.
Grace avanzó hacia el borde de la cubierta, observando cada detalle.
- Todos libres… - susurró - Bajo esa bandera, no hay reyes ni leyes. Solo hombres y mujeres que deciden su propio destino.
MacFarlane se situó a su lado, acariciando su cicatriz, con gesto pensativo.
- Algunos de estos tipos no parecen precisamente amistosos, mi capitana - dijo con su voz grave - Mejor mantener los ojos abiertos.
Grace asintió y señaló hacia una pasarela que descendía desde la plataforma principal de la ciudad hacia el Red Viper.
- Que bajen las escalas - ordenó - Subid con cuidado, observadlo todo. Que nadie dispare primero.
Los marineros comenzaron a maniobrar. Ganchos de acero y cuerdas se lanzaron a las plataformas de la ciudad, y las escalas colgaron sobre el agua helada. Cada paso hacia arriba era un recordatorio de que entraban en un territorio donde la ley no existía, solo la fuerza, la astucia y la reputación.
Cuando los primeros hombres del Red Viper pusieron un pie en el monstruo flotante, fueron recibidos por un coro de voces que saludaban, se reían o los observaban con desconfianza. Entre ellos, Zheng Bao los esperaba, caminando con paso firme y una sonrisa que no dejaba ver si era aliado o enemigo. Grace subió al timón improvisado que marcaba la plataforma central, con todos sus hombres a su alrededor. Sus ojos recorrían cada cubierta, cada mástil, cada barco incorporado a la ciudad como si fueran piezas de un rompecabezas.
- Bienvenidos - dijo Shen Bao, su voz resonando sobre el mar y la ciudad - a la ciudad libre, para piratas y rebeldes. Aquí nadie se inclina ante un rey, y nadie puede esclavizar ninguna voluntad.
Los hombres de la Víbora Roja intercambiaron miradas, algunos sonrieron, otros tensaron los músculos. La promesa de libertad y la amenaza de la ley no escrita de la ciudad flotante se mezclaban en el aire helado. La capitana inspiró profundamente. Sabía que cada paso dentro de esa ciudad podía ser un desafío, un aprendizaje… o una trampa mortal. Pero también sabía que allí podrían reabastecerse, aprender y fortalecerse antes del Ártico.
- ¡Adelante! - ordenó - Vamos a ver qué tan hospitalarios son estos piratas libres.
El Red Viper quedaba a merced de la ciudad flotante, mientras su tripulación avanzaba, entre asombro, respeto y el ligero temor que inspira la verdadera libertad. Cuando los primeros marineros pusieron un pie sobre la madera crujiente de Wú jū zhī chéng, dispuestos a explorar, Zheng Bao avanzó con paso firme y se interpuso en su camino. Sus cuatro acompañantes se alinearon a su espalda, manos sobre las armas, ojos brillando en alerta.
- ¡Alto! - exclamó, mostrando esa sonrisa fría y calculadora que ya los había acompañado en toda la travesía - Alto, alto he dicho… antes de que den un solo paso más, deben hablar con el señor Hóng Lóng. Nadie entra en su ciudad sin su permiso.
Yara, que estaba al lado de Grace, soltó una carcajada contenida, ladeando la cabeza y dejando escapar una broma afilada:
- ¿Con que ciudad libre, eh? - dijo, señalando alrededor - Ni siquiera hemos dado dos pasos y ya aparece un “dueño”. Hóng… Hóng Long… ¿en serio? Suena a nombre de gato gordo de jardín, no a señor que gobierna una ciudad flotante.
Zheng Bao parpadeó, sorprendido por el descaro. Su sonrisa se endureció y su mirada se volvió más cortante. Incluso sus hombres se tensaron, agarrando las empuñaduras de sables y pistolas con gesto amenazante.
- ¡Señora! - dijo con voz firme, manteniendo la compostura pero dejando entrever la ira contenida - Nadie puede avanzar sin hablar primero con Hóng Lóng. Nadie.
Grace, con un codazo discreto en las costillas de Yara, la obligó a guardar silencio, aunque aún podía ver la diversión en los ojos de su amiga.
- Está bien. Siento curiosidad… - murmuró Grace, con una mezcla de respeto y fascinación - Tengo ganas de conocer al hombre que ha sido capaz de construir semejante y majestuosa ciudad.
Zheng Bao la observó, sin bajar la guardia, pero ahora con un interés calculado. La capitana del Red Viper no parecía intimidada. Al contrario, su seguridad y su curiosidad brillaban tanto como la madera húmeda y las velas desgastadas de la ciudad flotante.
- Entonces - dijo finalmente - Caminemos con cuidado. Nada de movimientos bruscos. Hóng Lóng no tolera la insolencia…
Grace asintió, con los ojos fijos en la ciudad y en los piratas que la defendían. El aire estaba cargado de tensión, pero también de emoción: aquel encuentro podría marcar el futuro de su travesía hacia el Ártico, o su fin.
- Vosotros quedáis al mando - dijo - Vigilad a los hombres y defendéd el Red Viper. Nadie entra ni sale sin vuestra aprobación.
Vihaan asintió, sonriendo con confianza, mientras Bhagirath inclinaba la cabeza con respeto.
Callum y Jensen, bajaron la mirada, silenciosos, mientras se despedían de sus compañeros. La expresión en los rostros de los marineros era de burla y una leve tristeza, pero nadie osó interponerse.
La capitana avanzó junto a su pequeño grupo: Yara, Bum-Bum, MacFarlane, Yrsa, el oso polar Gláfur, y por supuesto Gipsy, encaramado sobre el lomo del gigante blanco como si fuera un caballo. De repente el viejo sabio saltó del Red Viper y con gran agilidad se acercó a ellos.
- ¿Te unes a nosotros, viejo? - preguntó MacFarlane, mirando a Bishnu.
El anciano sonrió con calma, sus ojos brillando con el fuego de quien ha visto demasiado. Sus palabras llegaron despacio, como la corriente de un río que no sigue cauce recto:
- Ver es recordar y recordar es ver… cómo los barcos del tiempo se entrelazan… cómo los sueños de madera y hierro se alzan, cuando mis huesos aún danzan con la juventud de los vientos que olvidé… - hizo una pausa, ladeando la cabeza - Jóven de espíritu, mis pies caminan entre mareas que ahora solo se susurran. Lo posible es posible solo si el corazón sabe cómo sostenerlo.
Grace arqueó una ceja.
- ¿Acaso estuviste aquí antes?
Bishnu la miró, sin asentir ni negar. Sonrió y añadió con una voz más baja:
- Un círculo es, más nadie comprende su significado. Estar es volver, más volver nunca alcanza a su pasado. Todo es difuso, pero nada es confuso.
Con esas palabras que nadie entendió, comenzaron a seguir a Zheng Bao a través de la ciudad. Cada paso de Gláfur hacía que la gente se apartara con cuidado, murmurando entre ellos; algunos con miedo, otros con respeto, como si no supieran si temer al oso o a la presencia imponente de Yrsa, que andaba a su lado, asombrada e ilusionada.
La ciudad era un laberinto de plataformas de madera unidas por pasarelas, puentes de cuerda y escaleras improvisadas. Las casas estaban construidas a diferentes alturas, con balcones, chimeneas humeantes y mástiles improvisados que servían tanto de puestos de vigía como de señalización. Bandas de piratas se movían de un lado a otro: unos cargaban barriles de ron y provisiones, otros entrenaban con sables, y algunos simplemente observaban a los recién llegados, midiendo su valor.
Calles angostas entre edificios improvisados se mezclaban con plazas abiertas donde pequeños fuegos calentaban el aire, mientras campanas metálicas tintineaban avisando de la llegada de visitantes. Entre el bullicio de gritos, risas y órdenes, se sentía la energía de una ciudad viva, caótica pero gobernada por un código invisible: la libertad absoluta de cada habitante.
En el centro, sobre todas las demás construcciones, se alzaba el palacio de Hóng Lóng. Una estructura de madera y hierro con torres que parecían desafiar la gravedad, coronada por banderas rojas y negras con figuras de dragones bordadas. Desde su altura, dominaba la ciudad flotante, vigilando cada calle, cada plataforma, cada rincón donde la libertad se mezclaba con la ley de los piratas.
Grace contempló cada detalle: los piratas libres que caminaban por las pasarelas, los fuegos, el humo, las chimeneas humeando, y la ciudad que parecía un coloso navegante. Incluso Yrsa, gigante entre humanos diminutos, y Gláfur, el oso polar, parecían aumentar la sensación de asombro y tensión en quienes los rodeaban.
- Así que eso es el palacio del Dragón… - murmuró Grace, con los ojos brillando de fascinación y cautela - Amo y señor de la Ciudad libre...
- ¿Cómo os llamáis capitana? - preguntó el chino delante suyo - Para poder presentaros ante él.
- Mi nombre es Grace… Grace O’Malley - contestó segura de si misma.
Los hombres de Zheng Bao murmuraron algo en su idioma, observando a la jóven capitana con cierto respeto y asombro.
- Un nombre peligroso el que decidieron ponerle sus padres, si me permite la observación…
- No hubo padres… Zheng Bao. Yo decidí mi nombre - el chino quiso preguntar más, asombrado por aquella mujer y curioso por conocer su historia, pero Grace lo interrumpió - así como ahora decido que contar y que callar… ¿entendido?
- Si, por supuesto - sonrió la serpiente - ¿Y sus compañeros? ¿Cómo se llaman?
La capitana ajustó su capa, miró a su grupo y asintió.
- Yo llamar Yrsa Kaldhamarr…
- Ese accento y esos tatuajes… ¿Nórdica verdad?, ¿De dónde viene enorme guerrera?
Yrsa miró a Grace a los ojos y sin poder evitar sonreir contestó.
- Vengo de mar, sus olas ser mi cuna, sus estrellas ser mi techo, su viento ser mi hogar…
- El oso… ¿es suyo?
- ¿Mio? No! - rió a carcajadas la nórdica - Él ser suyo, yo ser mía… solo amigos.
- Yo me llamo MacFarlane! - interrumpió el escocés que empezaba a ponerse nervioso.
- Aaah! Adoro a los escocéses, un pueblo terco y lleno de furia - sonrió el chino - ¿Y su nombre?
- No hay nombre ojos rasgados! Solo MacFarlane - contestó secamente.
- Curioso, ¿por el mismo motivo que su capitana, quizás?
- No! - Macfarlane clavó sus ojos en él, cansado de tantas preguntas - Mi padre era un borracho malnacido que no merece que lleve su nombre, así que lo dejé atrás.
- Vaya… lamento oir eso. Aunque quizás le consuele saber que muchos hombres y mujeres de esta ciudad, pasaron por lo mismo que usted.
- No me consuela una mierda! - escupió el escocés dando la conversación por terminada.
- ¿Y qué hay de usted bella dama? - los ojos de Shen Bao recorieron el cuerpo de Yara como si la desnudaran - Por su aspecto diría que es…
- Soy de Moscovia, capital del Zarato Ruso…
Grace tuvo que contener su carcajada para no estropear la broma de su amiga.
- Ah! Vaya! Jamás lo hubiera adivinado, sinceramente. No se ofenda por favor.
- Para nada… - dijo Yara sonriendo amablemente - Me llamo Yara… diminutivo de Yarashenkova.
- ¿Rusa, dices? - Shen Bao arqueó una ceja, incrédulo.
- Da, da… Yarashenkova Dobrovolodovshkinovich - respondió Yara con solemnidad impostada, arrastrando las sílabas como si fueran piedras - Orgullosa hija de las estepas heladas y de las montañas de… Velikoborodinshtov.
El chino parpadeó, sin saber si lo que había dicho era un nombre o una maldición.
Grace tuvo que girarse para que Zheng Bao no viera que empezaba a llorar por las divertidas ocurrencias de su amiga.
- ¿Cómo ha dicho? ¿Podría repetirlo, por favor? Quiero volver a oir esa musicalidad.
- Dobrovolodovshkinovich! - repitió la yoruba - es un apellido muy común en mi tierra.
- ¿Y el pequeño? ¿Cómo se llama?
Bum-Bum miró al chino con sus ojos abiertos sin entender porqué demonios lo miraba con aquella sonrisa tan tétrica.
- Disculpelo! - dijo Yara - El probrecito es sordo.
- Oh! Lo lamento! ¿Sucedió algo o lo sufre de nacimiento?
- Es mi primo segundo, Boris Grigoropopovshensky, aunque todos le llaman Bum-Bum.
Shen Bao ladeó la cabeza.
- ¿Por qué Bum-Bum?
- Por la sordera, claro - respondió Yara, poniéndose muy seria - La perdió en circunstancias heroicas.
Grace, que escuchaba en silencio intentando aguantar la compostura, sonrio apenas pensando a ver qué locura se inventaba ahora esa mujer…
Yara se inclinó hacia Zheng Bao, como si fuera a compartirle un secreto tremendo:
- Verás, mi primo Boris nació con un oído tan sensible, que podía escuchar caer un copo de nieve a cien leguas de distancia. ¡Un don de los dioses! Pero un día, durante el asedio de Novopetrushkinogradsky, dispararon un cañón a su lado… y claro… ¡bum-bum!
Le dio una palmada en el hombro a Bum-Bum, que soltó una carcajada sin tener ni idea de lo que pasaba.
- El pobre quedó así, medio sordo para siempre - siguió Yara, meneando la cabeza con fingida tragedia - Aunque mi tia me contó que no fue un cañón, sino una pelea con un oso borracho en un mercado de pescado. El oso rugió tan fuerte en su oreja que se le apagó el mundo. ¡Oooooosh! Silencio eterno.
Shen Bao entrecerró los ojos, intentando decidir si aquella historia era verdad o una burla descarada. Bum-Bum, feliz en su ignorancia, seguía riendo como si fuera parte del chiste.
- Así que ahora - remató Yara con solemnidad teatral - cuando le hablas solo escucha bum-bum, por eso el apodo. Un héroe trágico de Rusia.
Grace se tapó la cara con la mano y murmuró entre dientes:
- Algún día nos colgarán por tus cuentos, Yara…
Zheng Bao la observó unos segundos en silencio. Su sonrisa ladeada revelaba que no se había tragado ni una sola palabra, pero decidió seguirles el juego.
- Terrible historia… - dijo con fingida gravedad, acariciándose la barbilla - Una verdadera lástima.
Luego su mirada se deslizó hacia el final del grupo, donde Bishnu avanzaba despacio, apoyado en su bastón, con esa sonrisa apacible que nunca terminaba de inspirar confianza.
- ¿Y usted, anciano? - preguntó con tono cortés pero curioso - ¿Cómo se llama?
El viejo alzó los ojos como si mirara mucho más allá de sus ojos, más allá incluso de la ciudad flotante. Su voz sonó suave y temblorosa, cargada de metáforas imposibles.
- Me han llamado de muchas formas, hijo del dragón… Algunos dicen que soy el eco que persigue al trueno, otros que soy la sombra que se esconde bajo la sombra. Nací con un nombre, lo olvidé con otro, y hoy camino con ninguno. El río no pregunta cómo se llama el mar cuando lo alcanza, y así yo tampoco pregunto quién soy, porque ya lo fui.
Zheng Bao parpadeó, abrió la boca como para insistir… y luego la cerró resignado, haciendo un gesto con la mano.
- Muy bien - murmuró con una media sonrisa cansada - Creo que no necesito saber más.
Yara, incapaz de contenerse, estalló en carcajadas. Bum-Bum, al verla, se unió a la risa sin tener idea del motivo.
El grupo avanzó por pasarelas y escaleras de madera, hasta que finalmente llegaron a la entrada del hogar de Hóng Lóng. A diferencia de lo que cabría esperar, el lugar no era ostentoso; todo parecía mantenerse a flote por un delicado equilibrio casi mágico. Las vigas crujían bajo los pasos, y el aire estaba cargado de vapor cálido que se filtraba desde las bañeras termales, enormes tinas de madera donde hombres y mujeres desnudos se relajaban entre burbujas y risas suaves, ignorando casi por completo a los recién llegados.
Al fondo de la sala, sobre un trono viejo hecho de calaveras de animales marinos, blancas y ennegrecidas por la humedad, estaba Hóng Lóng. Delgado pero fuerte, su cabeza rapada destacaba aún más la cicatriz de un ojo ciego, blanco como el hielo, mientras el otro brillaba con inteligencia y sabiduría. Su perilla de chivo caía hasta sus rodillas, dibujando un contraste con su rostro curtido y elegante a la vez. Sus ropas buscaban la distinción, pero no podían ocultar que aquel hombre era un pirata que había vivido en mares indómitos durante décadas.
Grace y su grupo avanzaban con cuidado, conscientes de que cada mirada de los presentes era desconfiada, cada paso vigilado.
Bao se adelantó un instante, arrodillándose con respeto ante el señor de la ciudad. Su voz, clara y medida, resonó en la sala cargada de vapor:
- Mi señor Hóng Lóng, llega a su presencia la capitana Grace O’Malley al mando del Red Viper.
El Dragón Rojo, sentado en su trono de calaveras blanquecinas, inclinó apenas la cabeza, su ojo avispado brillando con interés. Shen Bao prosiguió, girándose hacia los demás.
- A su lado… está Macfarlane. - El chino dudó un instante, frunciendo el ceño - Un hombre que afirma no tener nombre.
- Si lo tengo pirata! Simplemente no lo respeto…
Macfarlane dio un paso al frente, con el gesto serio y los brazos cruzados, como confirmando aquella extraña declaración. Hóng Lóng arqueó una ceja, divertido.
- Y aquí… Yrsa Kaldhamarr. - Su voz se hizo más grave al nombrarla - Nacida del mar mismo… y que su mejor amigo… - miró de reojo al enorme Gláfur, que resoplaba entre los vapores - es un oso polar.
Un murmullo recorrió la sala, mezcla de sorpresa y temor, al ver cómo la mujer nórdica y la bestia parecían una misma sombra en el umbral.
Shen Bao respiró hondo y continuó:
- La moskovita… Yara…
- Yarashenkova - sonrió la cubana haciendo una reverencia demasiado formal y exagerada.
- Dobro… Dobrovo… - titubeó, intentando repetir los sonidos imposibles de sus apellidos- Yarashenkova Drobo… Drobovo…
- Dobrovolodovshkinovich, si no le importa - corrigió ella, con una sonrisa burlona, inclinando apenas la cabeza hacia Hóng Lóng.
El señor de la ciudad soltó una carcajada breve, entretenido con aquel baile de lenguas.
- Y por último… su sobrino sordo, al que llaman Bum-Bum. - Shen Bao señaló al pequeño, que levantó una mano a modo de saludo, sin comprender demasiado la solemnidad de la situación.
El silencio se alargó un instante cuando el chino, resignado, giró hacia Bishnu. Lo miró largo y tendido, como si buscara al menos un nombre, un dato, un asidero.
- Y este anciano… - empezó con cuidado - ¿cómo debo presentarlo?
El sabio sonrió, enigmático, y respondió con voz baja, arrastrada como si hablara en medio de un sueño:
- Un río no necesita nombre para llegar al mar, ni el viento para atravesar las montañas… ¿Qué soy yo sino ambas cosas, y ninguna?
Zheng Bao cerró los ojos un instante, soltando un leve suspiro de derrota. Se giró hacia su señor y, encogiéndose de hombros, concluyó simplemente:
Hóng Lóng permaneció inmóvil un momento, evaluando a los recién llegados con su único ojo avispado. Luego, lentamente, abrió los brazos y dibujó en el rostro una sonrisa ambigua, que era a la vez acogedora y peligrosa.
- Bienvenidos a la tierra de la libertad - dijo, con voz profunda y resonante, que llenó la sala de vapor y ecos - Estoy encantado de conocer por fin a la famosa Víbora Roja y a su temible tripulación.
Grace respiró hondo, ajustando su capa. Su tripulación la seguía con pasos medidos, conscientes de que estaban entrando en un territorio donde cada gesto y cada mirada podían ser analizados y juzgados.
- ¿Ha oído hablar de nosotros? - preguntó la capitana un tanto desconcertada.
- ¿Qué si he oído hablar? - el Dragón estalló en una carcajada seca y cortante - No se habla de otra cosa en cualquier taberna y en cualquier cubierta del mundo conocido, capitana. Se ha forjado usted un nombre en muy poco tiempo, al parecer.
Hizo una pausa, observando a cada uno con mirada penetrante, midiendo fuerza, carácter y lealtad.
- Permaneced tranquilos - continuó - No debéis preocuparos de nada. Sir Reginald no se atrevería a entrar en mis dominios, a no ser que desee salir de ellos metido en una caja de pino. Me ofrezco a ayudaros en lo que esté en mis manos. La ciudad, su gente y yo mismos estamos a vuestro servicio dentro de lo que la libertad nos permite.
Grace inhaló hondo, percibiendo la combinación de respeto y poder en la presencia de Hóng Lóng. Su tripulación, por su parte, se mantuvo firme, consciente de que cada gesto del señor de la ciudad flotante era importante y cada palabra una prueba de la magnitud de su autoridad y del valor de la libertad que gobernaba su ciudad.
- ¡Joder, Grace! - masculló entre risas Yara - No sabía que fueras tan famosa… hasta eres conocida en la tierra de la libertad - dijo con tono burlesco.
Hóng Lóng, sentado en su trono de calaveras marinas, alzó la mano y señaló con su dedo índice:
- ¡Tú debes ser Yara, la inmortal!
- ¿Inmortal? - preguntó la yoruba, mirando la uña larga y afilada del chino - ¿Es eso lo que dicen de mí?
- Se dicen muchas cosas de ti, bruja - rió Hóng Lóng - Que puedes esquivar las balas y burlar a la propia muerte.
- ¿Sabe qué dicen también? - replicó Yara con una sonrisa traviesa.
- ¿El qué? - preguntó curioso Hóng Lóng.
- Que me muero por una botella de ron y un baño caliente, barbitas.
- ¡Yara! - murmuró Grace, dándole un codazo - ¿Es que quieres que nos maten o qué?
Pero Hóng Lóng estalló en una risa profunda, golpeándose la rodilla con la mano y echando la cabeza hacia atrás, contagiando su hilaridad a todos los presentes. Grace miró a su alrededor, y por un instante su mente viajó al Perro y sus cachorros. En paz descansen, pensó entristecida.
- Está bien, está bien… - dijo finalmente el Dragón, recuperando un poco la compostura - Shàn Bǎo, líng tāmen qù zhùchù, zhàogù tāmen yīqiè suǒ xū.
Luego, dirigiéndose a Grace y a su grupo, añadió:
- Os dejaré unas horas para que podáis descansar, y al anochecer nos reuniremos para cenar…
- Nos gustaría comprar provisiones y conseguir información sobre… - empezó Grace, con tono firme.
- Tranquila, joven capitana, tranquila - la interrumpió Hóng Lóng con una sonrisa amable pero temeraria - Hay tiempo para todo, no te preocupes.
Grace asintió, aunque no del todo convencida, y empezó a seguir a Zheng Bao, preparada para descubrir los secretos de la ciudad flotante. Antes de abandonar la guarida del Dragón Rojo, no obstante, se detuvo un instante y se giró para contemplarlo una última vez. Desde su trono de calaveras, Hóng Lóng los observaba con su único ojo avispado, mientras el otro permanecía ciego y blanco, clavando su mirada en Bishnu. Uno de los hombres que acompañaba a Zheng Bao se inclinó y le susurró algo al oído.
- Yara… - dijo Grace en voz baja.
- Dime —respondió la yoruba, acercándose con paso silencioso.
- Hay que ir con cuidado. Nada de distracciones. No me fio ni un pelo de esta gente.
- Oído, mi capitana… aunque… - Yara miró a Grace con una mezcla de diversión y complicidad.
- ¡Siiiii! - exclamó Grace, con una sonrisa que iluminó su rostro tenso - Puedes tomarte tu ron y darte tu baño.
Yara le dio un rápido beso en la mejilla y apretó el paso, deseando llegar cuanto antes a sus aposentos, a sentir el calor y el alivio de un baño tras días de frío extremo. Grace la siguió, llevando en su mente la vigilancia constante y la curiosidad por todo lo que aún les esperaba en la ciudad, consciente de que cada gesto, cada mirada y cada palabra podrían marcar la diferencia entre la seguridad y el peligro.
Los aposentos estaban cálidos, llenos de vapor que se elevaba desde enormes bañeras de madera, cuidadosamente talladas y reforzadas para flotar sobre la ciudad. La tripulación del Red Viper se sumergió en el agua caliente, dejando atrás sus ropas así como el frío cortante del Ártico. Yrsa, MacFarlane, Grace, Yara y Bum-Bum se acomodaron en las tinas, mientras Gláfur, con cuidado, se introdujo parcialmente en la bañera más grande, el agua cubriendo sus patas y parte de su lomo. Incluso Gipsy, se sentó sobre la espalda del oso, observando curioso cómo se movía el agua a su alrededor.
El vapor mezclado con el aroma de hierbas y aceites exóticos llenaba el aire. Zheng Bao, incansable, se movía entre las tinas ofreciendo comidas y bebidas traídas desde China: frutas secas, dulces de arroz, té aromático y licor de jengibre.
- Dime, Bao - preguntó Yara, inclinándose sobre el borde de la bañera, mientras movía el agua con los dedos - ¿Qué es todo esto? ¿Y esto que huele tan bien? ¿Qué han metido al agua?
Él sonrió, paciente y ceremonioso:
- Eso, joven bruja, son pétalos de loto y hojas de té oolong, infusionadas con esencias de sándalo y jazmín. - Señaló los pequeños recipientes flotando - Y estas frutas, cuidadosamente secadas y bañadas en miel de flores, provienen de Fujian. Todo para que vuestro descanso sea completo y el cuerpo recupere calor y fuerza.
- ¿Y eso que estás ofreciendo? - dijo Yara, tomando un pequeño vaso de licor - ¿Es jengibre?
- Exactamente - asintió Shen Bao - Licor de jengibre fermentado con un toque de canela y miel. Repara los músculos, calma la garganta y activa la circulación.
Yara arqueó una ceja, admirada, y luego preguntó con picardía:
- ¿Me puedes regalar algo para llevármelo de viaje? Algo de esto… - señaló los pequeños frascos de aceites, el licor y las frutas secas.
El chino sonrió con complicidad:
- Por supuesto, joven bruja. Puedo preparar un pequeño paquete con lo esencial. Que os recuerde siempre la ciudad de la libertad, y que vuestro camino hasta el Ártico sea un poco más llevadero.
Yara rió, feliz y satisfecha, mientras el agua caliente envolvía su cuerpo y la del resto de la tripulación. Por un momento, el peligro del mar, el frío y la incertidumbre del Ártico parecían lejanos, sustituidos por el calor del agua, la comida exótica y la promesa de nuevas aventuras.
De repente, un sonido delicado empezó a llenar la sala, flotando entre el vapor de las bañeras y mezclándose con el aroma de loto y jazmín. Era un timbre claro, suave, casi hipnótico, que parecía resonar desde las profundidades mismas de la madera y del agua. Grace frunció el ceño un instante, tratando de identificar el origen, hasta que descubrió a una mujer de pie al fondo de la estancia, junto a un pequeño estrado.
Sostenía con gracia un koto y sus dedos recorrían las cuerdas con una precisión que parecía imposible. Cada nota se deslizaba sobre la piel del agua caliente, como si acariciara suavemente a quienes la escuchaban, apaciguando los corazones de la tripulación y borrando por un momento el miedo a los peligros que acechaban fuera.
Grace apartó de su cara el paño caliente que la cubría y permaneció inmóvil, embobada ante la visión de la mujer. Su porte era elegante, cada movimiento medido y armonioso. El cabello, negro y brillante, estaba recogido con peinetas y adornos delicados, y su rostro maquillado como una máscara tradicional blanca, resaltaba los ojos intensos, llenos de misterio y melancolía.
Zheng Bao se inclinó levemente y habló, su voz respetuosa:
- Mi capitana… permitidme presentaros a Akuma Shinrei. Es la música más habilidosa de Wú jū zhī chéng.
Grace apenas podía apartar los ojos de ella, escuchando cómo cada nota del koto parecía deslizarse sobre su piel y calmar cada fibra de su cuerpo. Incluso Gláfur movió ligeramente la cabeza, como si comprendiera la armonía, y la tripulación se quedó en silencio, sumida en un trance de calma que contrastaba con la tensión de los últimos días.
Tan solo Bishnu se mostró desconfiado. La sonrisa perpetua que habitualmente iluminaba su rostro desapareció, reemplazada por una expresión seria y concentrada. Su mirada recorrió la sala, evaluando cada sombra y cada gesto de Akuma, consciente del significado de su nombre. Sabía que tras aquella armonía y belleza podía esconderse un peligro tan sutil como letal.
Sin embargo, fiel a su naturaleza paciente y sabia, decidió no alterar el momento. Se acomodó en su lugar, respirando con calma, dejando que el silencio y la música fueran sus maestros. Observaba con ojos atentos, aprendiendo de cada nota, de cada pausa, de cada movimiento de la geisha, mientras el vapor y el calor envolvían a la tripulación.
El resto permaneció absorto en la melodía, ajeno a la tensión que Bishnu percibía. Solo él parecía entender que, incluso en la calma más sublime, podía esconderse la amenaza más silenciosa. Y, como siempre, esperaría el momento adecuado para actuar.
Continuará…