Un viaje inesperado

Capítulo 15 - Rumbo a lo desconocido: la Ciudad flotante

La noche era negra como la boca del infierno. El viento del Ártico silbaba entre los mástiles, y el frío mordía los huesos como cuchillas invisibles. La tripulación del Red Viper se apiñaba alrededor de la forja de Yrsa, donde las brasas ardían como un corazón incandescente en medio del hielo. MacFarlane había hecho sonar su voz ronca llamando a todos a cubierta. Nadie protestó. Todos acudieron, temblando más por la incertidumbre que por el frío.

Entonces, apareció la capitana. Su silueta se recortó entre la bruma, la capa de pieles ondeando como un estandarte, el cabello rojo iluminado por las llamas. A su paso, los hombres y mujeres abrieron un pasillo, con respeto y temor reverente. Se colocó en el centro del círculo, bajo el resplandor del fuego.

Su voz tronó, firme, cortando el murmullo del viento:
  • Sé lo que se dice. Sé lo que algunos susurran en las sombras de este barco. Dicen que estoy loca, que os llevo a la muerte como un diablo sediento de sangre.
Un silencio pesado cayó sobre la cubierta. Grace dejó que esas palabras pesaran en los pechos de todos, y entonces, con una sonrisa fiera, rugió:
  • ¡Y lo soy! Así es! ¡Soy un maldito diablo sediento de sangre… pero solo de la sangre de nuestros enemigos!
Una carcajada recorrió al instante el círculo, rugosa y sincera. Los piratas rieron porque sabían que era verdad. Todos habían visto a su capitana desatar el infierno en batalla. Todos sabían que Grace era un diablo, y que gracias a ello seguían vivos.

Grace levantó el mentón, su voz se volvió aún más solemne:
  • Pero entre vosotros… entre los que habéis luchado y sangrado conmigo… entre los que considero amigos, incluso hermanos… jamás seré verdugo. Yo no soy una esclavista. Jamás! Bajo la bandera de la Víbora Roja solo navegan hombres y mujeres libres. ¡Nadie en este barco será encadenado contra su voluntad!
Un murmullo de aprobación creció en la multitud. Grace prosiguió, señalándolos con el dedo, mirándolos uno a uno con la fuerza de su mirada:
  • Recordad quiénes sois. Recordad lo que hemos conseguido juntos. ¡Fuimos nosotros quienes abordamos el galeón de las Indias Orientales bajo el fuego de nuestros cañones! ¡Fuimos nosotros quienes sobrevivimos a las Siete Pruebas de Svalbard, cuando todos nos daban por perdedores!
Un rugido de voces se alzó, golpes de botas contra la cubierta, puños cerrados levantados al aire. El calor de la forja parecía crecer con el fervor de sus corazones.
  • El que quiera abandonar el Red Viper, que lo haga. - Grace extendió los brazos - Nadie lo impedirá, nadie lo juzgará. Pero aquel que decida quedarse… solo le pido una cosa muy sencilla. ¡Debe confiar en mí como yo confío en cada uno de vosotros!
El clamor fue atronador. Los piratas aplaudieron, gritaron y golpearon el metal de la forja con cuchillos y sables, como si invocaran un juramento de acero y fuego. Entonces, de entre la multitud, una voz solitaria rompió la euforia:
  • ¡Lo que vamos a hacer es una locura! ¡Nos llevaís a la muerte, capitana!
  • Es cierto! - se unió un segundo - navegamos hacía la nada! Hacía el fin del mundo!
El silencio cayó de golpe. Todos se giraron hacia quienes habían hablado. Dos hombres delgados, curtidos por el salitre y maltratados por el ron dieron un paso adelante con los ojos encendidos.

Grace los señaló con el mentón.
  • Tú eres Jensen y tu nombre es Callum, ¿verdad?
  • Sí - respondió el hombre, sin temblar - Navegamos con usted desde la Isla del Perro.
Grace los rodeó despacio, caminando en círculos como un depredador midiendo a su presa. Los miró de arriba abajo, cada paso resonando sobre la madera congelada.
  • Dime, Callum… ¿temes a la muerte?
El pirata tragó saliva.
  • Sí… por supuesto… como todos los hombres presentes en esta helada cubierta.
Grace giró sobre sus talones, y con voz atronadora se dirigió a toda la tripulación:
  • ¡Decidme! ¿Teméis vosotros a la muerte?
  • ¡NO! - rugieron al unísono, un grito que sacudió las velas y la noche entera.
La capitana volvió frente a los dos susurradores de discordia, sus cabellos rizados eran rojos como la sangre.
  • Y tú, Jensen… ¿temes a la muerte?
El hombre sostuvo su mirada unos segundos, y en esos ojos vio llamas, vio determinación, vio el mismo fuego que ardía en los ojos de todos sus compañeros. Miró alrededor: hombres y mujeres con los que había trabajado, peleado, sangrado. Todos irradiaban esa furia compartida.
Entonces bajó la cabeza.
  • Quiero… los dos queremos… abandonar.
Una carcajada general estalló, burlona, con insultos y silbidos. Pero Grace levantó la mano, imponiendo silencio de inmediato.
  • No os moféis de ellos, pues cada hombre es libre de decidir su propio destino. Así ha sido, y así será mientras yo sea vuestra capitana.
El silencio volvió a caer, respetuoso. Los cobardes se apartaron, con el rostro encendido por la vergüenza, mientras Grace volvía a erguirse en el centro del círculo. La Víbora Roja había hablado. Y ninguno de los que se quedaron dudó jamás de a quién pertenecía su lealtad.

El camarote de la capitana estaba iluminado apenas por la luz temblorosa de una lámpara de aceite. Afuera, el viento ululaba contra los cristales, pero dentro reinaba un calor distinto: el del ron, el de la manta gruesa que los cubría, y el de sus cuerpos entrelazados.
Grace y Vihaan compartían la botella, pasándola de mano en mano como si fuese un pacto silencioso. Ella reía con las mejillas encendidas, y él la miraba con una mezcla de respeto y deseo, los cabellos oscuros cayéndole sobre el rostro.

Vihaan le acarició el hombro, los dedos recorriendo la piel cubierta de pecas, y con voz grave preguntó:
  • ¿Qué vas a hacer con Callum y Jensen, mi capitana?
Grace le quitó la botella suavemente, rozando sus nudillos con los suyos, y le dio un trago antes de responder.
  • Dejarlos ir… ¿qué otra cosa puedo hacer? - suspiró, dejándose caer contra su pecho - No puedo obligar a un hombre a luchar contra sí mismo. No puedo traicionar mis propios principios.
Vihaan frunció el ceño, jugando con un mechón de su cabello rojizo.
  • Ya lo sé. Pero… ¿dónde los dejarás? Estamos en mitad de la nada, Grace.
La pelirroja soltó una carcajada suave, su aliento cálido chocando contra el cuello de él.
  • Oh, Vihaan… - dijo, levantando la mirada con una chispa de ironía - No pienso dar media vuelta por unos cobardes. Habrá que pensar algo, ya veremos…
Le pasó la botella de nuevo, acariciando su mano al hacerlo, y entonces añadió en voz más baja:
  • Y gracias… por contarme lo del intento de motín. Eres un fiel tripulante…
Vihaan la miró largo rato, los ojos oscuros brillando bajo la tenue luz. Se inclinó y le rozó la mejilla con los labios, un beso delicado, casi reverente.
  • Haría todo lo que mi capitana me pidiese - murmuró - sin pensarlo dos veces.
Grace arqueó una ceja, sonriendo con picardía mientras sus dedos jugaban con el borde de la manta.
  • ¿Todo?
Él tragó saliva, atrapado por su mirada ardiente.
Grace no le dio tiempo a responder. Lo empujó suavemente contra la cama, desordenándole el cabello con sus manos mientras se inclinaba sobre él. Su risa fue un susurro en la penumbra, cargada de deseo y de sensualidad.
  • Entonces, quiero un segundo asalto marinero, ahora mismo.
La botella rodó al suelo, olvidada, mientras las caricias se volvieron más rápidas, más intensas. Afuera rugía el viento, pero dentro del camarote de Grace no había frío, ni miedo, ni dudas. Solo dos almas unidas en el calor del momento, en la certeza de que, al menos esa noche, el mundo era suyo. La mañana del tercer día amanecía gris y helada. El viento entumecía los músculos, pero en el timón del Red Viper, Grace sonreía mientras guiaba las manos de Bum-Bum sobre la rueda. El muchacho, con los ojos brillantes bajo el velo que cubría su rostro, trataba de imitar cada movimiento con una seriedad casi cómica.
  • No aprietes tanto, pequeño capitán - rió Grace - El timón es como una dama de alta cuna. Hay que acariciarla con firmeza, sí… pero también con cuidado, con delicadeza.
Mientras tanto, arriba en la cofa, Halcón ‘el tuerto’ estaba envuelto en mantas hasta parecer un saco de patatas con patas. Su único ojo miraba el horizonte con fatiga, pero no tanto como a su eterno competidor. Con el que parecía unirle una relación de amor y odio.

Gipsy había trepado con agilidad hasta la cofa, llevándose entre las patas una bolsita de raciones secas. Halcón lo observó con un gruñido.
  • ¡Eh, bribón peludo! Eso es comida para dos. ¡Compártela, o te mando al agua de una patada!
Gipsy se abrazó a la bolsita de cuero, enseñándole los dientes en un chillido agudo.
  • ¡Grrrraah! ¡Miiiía! - pareció decir con sus gritos.
  • ¡“Mía”, dice el demonio peludo! - Halcón extendió la mano, forcejeando con él - ¡O compartes o juro por la santa virgen del ron que te aso en la sartén!
El capuchino bufó, inflando los carrillos como si entendiera la amenaza.
  • ¡Iiiiik! - volvió a gritar negando con la cabeza y mostrando sus diminutos colmillos.
En el forcejeo, la bolsita se desgarró y las raciones cayeron al vacío. Gipsy chilló horrorizado y se lanzó tras ellas, bajando como un rayo por las cuerdas.
  • ¡Maldito engendro de Satán! - maldijo el vigía incorporándose para seguirle con la vista. Pero al hacerlo, su único ojo se abrió de par en par.
En el horizonte, más allá de las olas grises, algo emergía. Algo inmenso.
  • Capitanaaaaa, a babooooooor, un barcooooo se….
Halcón se quedó mudo de repente, con el parche sobre su ojo muerto levantado, como si necesitara de ambos para creer lo que veía. Era la primera vez en mucho tiempo que su vista certera no estaba segura de lo que estaba viendo.
Desde el timón, Grace lo oyó gritar y luego callar.
  • ¡¿Qué demonios sucede allá arriba, Halcón?! - gritó con voz firme, alzando la cabeza.
Pero el vigía no respondió. Seguía clavado, inmóvil, con el viento agitando sus mantas.
  • ¡Halcón! - rugió de nuevo Grace.
Al fin, el hombre giró la cabeza despacio, la voz ronca y temblorosa. La duda emergía de sus entrañas ante semejante pesadilla.
  • Será mejor que suba usted, mi capitana… - trago saliva, con un brillo extraño en la mirada - Y lo vea con sus propios ojos.
Yara, atenta a la conversación, llegó al timón con el ceño fruncido, justo a tiempo para apartarse cuando Gipsy pasó corriendo chillando, perseguido de cerca por Gláfur que rugía como un poseso persiguiendo a su nuevo y diminuto amigo. Desde la forja, Yrsa levantó su martillo al aire y tronó en su voz grave:
  • ¡Mono demonio, yo romper huesos si volver a robar comida!
Yara negó con la cabeza, riendo para sí, y alzó a Bum-Bum en brazos.
  • ¿Qué le pasa al tuerto? - preguntó mirando hacia lo alto del mástil.
Grace mantenía los ojos fijos en la cofa.
  • No lo sé… - respondió con gravedad - ¿Puedes coger el timón? Voy a subir a ver qué sucede.
  • Sí, claro, no te preocupes, hermana. Yo me encargo - La yoruba sonrió con calma, apoyando al niño frente a la rueda.
La capitana no esperó más. Con la agilidad de quien ha trepado más veces que caminado, saltó sobre los cabos tensos, subió por la jarcia, sintiendo el viento helado azotarle el rostro. El crujido de las cuerdas y el latido del barco la acompañaban mientras ascendía.

Arriba, en la cofa, Halcón la esperaba. Su único ojo brillaba con una mezcla de miedo y fascinación. Sin decir palabra, le tendió sus mantas, obligándola a cubrirse contra el frío atroz. Después, casi con solemnidad, le ofreció el catalejo.
  • Rumbo noroeste, veinte grados a babor, unas seis millas - dijo en seco, con la precisión de un marinero curtido.
Grace arqueó una ceja, irritada por tener que subir hasta allí.
  • Más te vale que esto merezca la pena, Halcón…
Se llevó el catalejo al ojo, enfocó… y de pronto se quedó sin aire. Su boca se abrió lentamente, el pulso en su sien retumbaba.
  • ¿Qué… qué demonios es eso? - susurró sin apartar la vista.
  • Al principio pensé que era un barco, mi capitana… - contestó Halcón con voz grave - Pero no lo es.
Grace bajó un instante el catalejo, temblando, y lo volvió a alzar.
  • Es demasiado grande para ser un barco. Parece… - se detuvo, sin comprender lo que sus ojos estaban viendo - Parece una ciudad.
  • Una ciudad flotante… - concluyó Halcón, murmurando como si el aire mismo pudiera quebrarse con esas palabras.
A través del cristal, Grace contempló lo imposible: una urbe entera navegando sobre el mar. Calles y casas de piedra se erguían sobre una base de madera y hierro que crujía como el casco de un navío titánico. Chimeneas humeaban lanzando columnas negras hacia el cielo, como si miles de hogares ardieran en vida propia. Puentes colgaban entre torres inclinadas, y faroles extraños titilaban como luciérnagas azules en la niebla.

El mar se rompía en olas contra los muros bajos que bordeaban la ciudad, pero en lugar de hundirse, aquel coloso flotaba con una quietud antinatural. Sus cimientos se hundían en la espuma como raíces imposibles, y el viento traía ecos lejanos: campanas, voces humanas, y un murmullo incesante que recordaba al latido de un corazón.

Grace sintió un escalofrío en la columna vertebral. Aquello no era obra de carpinteros ni ingenieros. Era algo más. Brujería. Algo que no debía existir.
  • Graaaaaceeee! - gritó Yara desde abajo - ¿Qué sucedeeee?
La capitana seguía con el catalejo pegado al ojo, incapaz de apartar la mirada de aquella monstruosidad flotante. El viento le azotaba el rostro, pero no lo sentía. Una ciudad, una maldita ciudad navegando en mitad del océano. Casas humeantes, campanas que sonaban desde ninguna parte, un murmullo de vida que no debía estar allí. Su estómago se encogía como si se encontrara ante un abismo sin fondo.
  • Mi capitana… - la voz ronca de Halcón quebró el silencio - ¿Qué hacemos?
Grace pensó como afrontar aquella situación. Su boca estaba seca. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía respuesta.
  • …Esquivarlos - dijo finalmente, con un hilo de voz. Pero en ese instante las campanas redoblaron en la lejanía.
  • Demasiado tarde - gruñó Halcón, apoyándose en la barandilla de la cofa - Ya nos han visto.
Grace volvió a alzar el catalejo con brusquedad. A lo lejos, tres sombras se desprendían del coloso flotante: tres bergantines ligeros, oscuros y afilados, que cortaban el agua como dagas. Avanzaban rápido, velas negras desplegadas, proas adornadas con mascarones que parecían cráneos deformes.

El corazón de Grace se aceleró. Cerró el catalejo de un golpe, se lo tiró al vigía de vuelta y sin pensarlo dos veces se lanzó al vacío. Sus botas chocaron contra un cabo grueso, se aferró a él con fuerza y descendió a toda velocidad, el viento silbando en sus oídos. Cayó sobre cubierta con la agilidad de una fiera.

Allí estaba MacFarlane, sentado junto al enorme oso polar, acariciándole la piel blanca con aire distraído. Levantó la mirada al ver a su capitana.
  • ¿Qué demonios sucede, capitana?
Grace se irguió, el rostro endurecido.
  • Alguien viene hacia nosotros. Tres bergantines ¡Debemos virar el rumbo!
Los ojos del contramaestre se encendieron. Se levantó de un salto y rugió con voz de trueno:
  • ¡A cubierta, perros de mar! ¡Todos a sus puestos!
Los marineros reaccionaron al instante, como un solo cuerpo.
  • ¡Levad las velas de mesana y cazad escotas, quiero esas velas tensas como el acero! - bramó MacFarlane.
  • ¡ Yara! Timón a babor, rápido, o nos pasarán por encima! - gritó la capitana - ¡Tú, Bum-Bum, baja y prepara a los hombres. Quiero los cañones listos, ya!, ¡Yrsa, ten lista tu forja, puede que hoy necesitemos hierro caliente en las manos!
Los hombres corrían, ajustaban cabos, recogían velas, el barco entero cobraba vida como un gigante despertando. El crujir de la madera y el chasquido de las cuerdas llenaban el aire helado.

Grace, firme, avanzó hasta el timón. Posó ambas manos sobre la rueda, la madera áspera bajo sus dedos. El Red Viper respondió con un gemido profundo, como si compartiera la tensión de su capitana. Sus ojos se clavaron en el horizonte, donde los tres bergantines enemigos surcaban las aguas directos hacia ellos. Su mandíbula se tensó. El frío ya no importaba.
Estaba lista para luchar.

Yara, que mantenía firme el timón cuando Grace saltó a cubierta. Frunció el ceño al ver el rostro pálido de su capitana.
  • ¿Qué pasa, hermana?
Grace se plantó frente a ella, aún con el pulso acelerado.
  • He visto algo… algo imposible, Yara. Una ciudad… una maldita ciudad flotando en medio del mar.
Yara arqueó una ceja, incrédula.
  • ¿Una ciudad flotante? Vaya, ¿acaso has vuelto a beber por la mañana, Grace?
La capitana clavó en ella una mirada tan dura que la sonrisa burlona de Yara se borró al instante. Sus labios se tensaron, y en sus ojos estaba claro que ardía la preocupación.
  • No es broma, Yara. Prepárate para lo peor. Se acercan tres navíos de velas negras.
  • ¿Piratas? - preguntó la yoruba con voz grave.
  • ¡Prepárate! Corre y avisa a los demás - ordenó Grace.
La santera no dudó. Dejó el timón en sus manos y salió disparada hacia la escotilla, descendiendo hacia la cocina, donde Vihaan y Bhagirath aún removían ollas y barriles. Desde lo alto, la voz rasgada de Halcón volvió a desgarrar el aire:
  • ¡Se nos echan encimaaaaa!
Grace apretó los dientes y se volvió hacia su tripulación, que ya corría como un enjambre despierto. Se alzó sobre la cubierta y gritó con voz firme, resonante como un cañonazo:
  • ¡Hombres y mujeres de la Víbora Roja! ¡Hoy nos prueba el destino! ¡Que vuestras manos trabajen más rápido que el viento, y vuestros brazos sean más duros que el hierro! ¡Recordad que bajo esta bandera no hay esclavos, solo libres que luchan por su vida y su gloria! ¡A los cañones! ¡Quiero veros listos para morder como una manada de lobos antes de que esas sombras toquen nuestra quilla!
Un rugido de voces respondió a su llamado. Los artilleros corrieron hacia las troneras, levantaron las portezuelas de madera y colocaron los cañones en posición. El hierro chirrió sobre los rieles, la pólvora se distribuyó en sacos, las balas rodaban por cubierta en cestas. Yrsa martillaba herrajes para asegurar las cureñas, mientras los grumetes cargaban cubos de agua y arena para sofocar el fuego de la pólvora.

Los marineros veteranos se ataban cuchillos al cinturón y mosquetes a la espalda. El aire se volvió espeso, vibrante, cada respiración impregnada de pólvora y sudor. El crujir de la madera del Red Viper parecía acompañar el latido colectivo de la tripulación, lista para luchar, lista para derramar sangre. Y entonces, en el clímax de la temsión cuando una batalla está a punto de estallar, la voz del vigía volvió a retumbar desde la cofa:
  • ¡¡¡Banderaaaa blancaaaaa, mi capitanaaa!!!
Todos alzaron la cabeza. En la proa del bergantín que encabezaba la formación, un hombre agitaba con fuerza una larga tela blanca, ondeándola en el aire gélido. El silencio se esparció sobre cubierta. Los cañoneros se miraron entre sí, los brazos tensos aún sobre las mechas. Los corazones, que un instante antes ardían en furia, dieron un vuelco. Algunos elevaron la vista al cielo, murmurando plegarias a sus dioses, agradecidos por no tentar a la muerte aquel día.

Todos, excepto uno. MacFarlane se mantenía junto a Gláfur, los labios torcidos en una mueca de desagrado. Con un gesto lento, resignado, guardó a Bess e Isobel, sus dagas traicioneras y crueles, de vuelta al cinto. Escupió a un lado y murmuró con rabia contenida:
  • Otra vez será, amigo peludo… otra vez será…
El amanecer frío seguía igual de oscuro, pero en los ojos de todos brillaba ahora una mezcla de alivio y desconcierto. Grace no apartaba la vista del horizonte. La bandera blanca ondeaba en la proa del bergantín, pero su instinto le gritaba que desconfiara. Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga.
  • Una bandera blanca en manos de un pirata… tiene la misma credibilidad que las promesas de un rico en una taberna - murmuró con desdén.
El viento helado traía el crujir de los mástiles cuando los tres bergantines maniobraron, acercándose al Red Viper hasta situarse a un costado, cerrando el paso como lobos rodeando a una presa. Desde el barco que iba en cabeza, una voz grave y bien proyectada se alzó:
  • ¡Solicitamos parlamento! ¡Parlamento con el capitán de la víbora roja!
En ese momento, Bhagirath y Vihaan subieron presurosos al puesto de mando. El astrónomo, con el ceño fruncido y esta vez decidido a entrar en combate, preguntó en voz baja:
  • Grace ¿qué hacemos? ¿Debemos fiarnos de estos hombres?
Bhagirath, siempre prudente, añadió con tono preocupado:
  • Mi señora… nada bueno llega con una sonrisa y una bandera blanca en alta mar.
Grace inspiró hondo, sus ojos como cuchillas sobre la silueta de los bergantines.
  • Es muy probable que sea una trampa - dijo por fin - Así que estad atentos. Que nadie pierda de vista sus armas.
Con un gesto de la mano ordenó:
  • ¡Hombres! Preparad los ganchos, bajad las escalas. Que suban, pero mantened los mosquetes cargados. Si intentan un solo movimiento en falso, que el mar beba su sangre.
El Red Viper aminoró la marcha, el velamen se recogió y las cuerdas crujieron mientras las escalas eran arrojadas al costado. Desde uno de los bergantines, una chalupa descendió con cinco figuras a bordo, remando hacia el barco pirata. El aire parecía más denso a cada golpe de remo. Cuando por fin treparon a cubierta, el silencio se adueñó del navío. Todos los ojos estaban puestos en ellos.

Eran cinco hombres asiáticos, inconfundiblemente chinos, vestidos como piratas. Camisas de lino oscuro, amplias chaquetas marineras bordadas con hilos rojos y dorados que representaban dragones y olas, cinturones de cuero cargados de armas: sables curvos, dagas ocultas, pistolas de chispa con incrustaciones de jade. Sus cabezas rapadas en los laterales y largas coletas trenzadas ondeaban con el viento.

El que iba en cabeza dio un paso al frente. Su rostro era afilado, con una sonrisa maliciosa que nunca alcanzaba a sus ojos. Se inclinó apenas, con una cortesía estudiada.
  • Buenos días, honorable capitana de la víbora roja - dijo en un inglés correcto, pero con un marcado acento. La voz le chorreaba veneno tras el barniz de educación - Mi nombre es Zheng Bao.
Su sonrisa se ensanchó un poco más, mostrando dientes demasiado perfectos para alguien criado en el mar.
  • Vengo en nombre del Hóng Lóng - pronunció lentamente, en chino, dejando que las sílabas resonaran como un trueno - El Dragón Rojo, señor absoluto de la gran ciudad flotante que vos podíes ver con vuestros propios ojos…
Al pronunciar aquel apodo, incluso algunos de sus propios hombres parecieron tensarse, como si invocar ese nombre fuera en sí un acto peligroso. Grace cruzó los brazos, su mirada fija en Zheng Bao. No había sonrisa que pudiera engañarla: aquel hombre estaba entrenado en la mentira tanto como en la guerra.
  • Dime pirata… ¿qué es esa monstruosidad que navega sobre el mar? - preguntó, con la voz firme y cautelosa, midiendo cada palabra.
Zheng Bao inclinó la cabeza levemente y sonrió, como si le complaciera la prudencia de la capitana.
  • Capitana, eso que usted contempla es Wú jū zhī chéng, la ciudad sin cadenas.
Grace frunció el ceño.
  • Ya lo sé que es una ciudad, eso es lo que vi… pero no me digas solo su nombre. ¿Qué clase de brujería permite a una ciudad navegar por el océano?
El chino respiró hondo y empezó a narrar, con calma y un hilo de orgullo en la voz:
  • Fue fundada hace más de cincuenta años por nuestro señor, el Dragón Rojo. Él soñaba con un lugar donde los hombres y mujeres pudieran ser libres, donde los piratas no fueran perseguidos ni estuvieran atados a reyes ni a ejércitos. Un refugio seguro, fortificado e inconquistable, donde cada individuo pudiera vivir bajo sus propias reglas y decidir su destino.
Zheng Bao hizo un gesto amplio hacia el horizonte, indicando la silueta de la ciudad flotante.
  • Al principio era solo un barco, un galeón enorme construido para transportar a los más valientes y rebeldes. Pero el Dragón Rojo lo fortificó y lo amplió con madera, hierro y piedra, hasta que otros barcos decidieron unirse a él, formando plataformas que se juntaron entre sí. Cada nueva estructura se convirtió en casa, cada cubierta en calle, y con el tiempo, lo que comenzó como un simple navío se transformó en esta ciudad que ve ahora, capaz de surcar el océano como un coloso viviente.
Sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y solemnidad.
  • Wú jū zhī chéng no es solo una ciudad. Es un símbolo. Un lugar de libertad que desafía a los imperios, a los reyes y a los que creen que el mundo puede ser controlado con oro y opresión.
Grace lo observó con la boca entreabierta. La magnitud de lo que describía Zheng Bao superaba cualquier lógica que pudiera tener. Un navío que se convirtió en ciudad, una fortaleza flotante, hogar de hombres y mujeres libres… imposible y real al mismo tiempo.
  • Y aun así… - dijo ella, tensando la mandíbula y agarrando el mango de su sable - un barco que puede moverse y atacarte, o traicionarte si así lo quisiera… no deja de ser peligroso.
El chino sonrió, afilado y orgulloso.
  • Por eso estamos aquí, capitana. No para destruir, sino para hablar. Pero debe saber… - añadió mirando la mano acariciando el arma - que Wú jū zhī chéng protege a sus hijos y castiga a quienes buscan desafiarlos.
Grace respiró hondo, controlando el pulso. Mantener la calma era clave. Debía evaluar, aún sin fiarse de aquel hombre y sus cinco acompañantes, si aquella ciudad era amenaza, aliado o misterio absoluto. Sin dejar de fruncir el ceño, mantuvo sus ojos clavados en Zheng Bao.
  • No entiendo… ¿por qué habéis partido en nuestra búsqueda? - preguntó, con voz firme y cargada de desconfianza - Podríais habernos dejado pasar de largo, sin más.
Bao inclinó la cabeza, mostrando una sonrisa calculada, un brillo divertido en los ojos.
  • Si usted naveg en esa dirección, capitana, es porque o bien no sabe de navegación… - hizo una pausa, analizando su reacción - o bien se dispone a ir hacía el fin del mundo.
Grace entrecerró los ojos, dejando escapar un leve bufido de impaciencia.
  • No es de tú incunbencia hacía donde nos dirijimos - respondió con tono cortante - Contéstame a lo que te pregunto: ¿por qué nos habéis seguido?
Zheng Bao volvió a sonreír, esa sonrisa que no revelaba intención alguna pero que provocaba que todos en cubierta sintieran su presencia como un filo invisible.
  • Ah… ya veo que la capitana sabe perfectamente hacia dónde se dirige - dijo, con voz calmada - Entonces no es cuestión de ignorancia, sino de previsión. Y quizás le sea provechoso visitar la ciudad sin cadenas.
Grace arqueó una ceja, alerta, pero sin mostrar miedo.
  • ¿Provechoso? - repitió, con un hilo de incredulidad en la voz - ¿Para quién, para mí o para usted?
  • Para ambos, capitana - contestó él con naturalidad, mientras sus ojos brillaban con astucia - El Ártico es un lugar peligroso, lleno de hielo y tormentas que pocos han sobrevivido. Seguir hacia allí sin los recursos adecuados, sin mejorar el casco de vuestro navío… es, cuanto menos, imprudente. Pero en nuestra ciudad podrá abituallarse, comerciar, y prepararse para afrontar ese reto.
Grace apretó los labios, evaluando cada palabra, cada matiz de aquella sonrisa traicionera. Mantener la calma era vital, y aun así sentía un hormigueo inquietante: la oferta sonaba conveniente, pero no había lugar para la confianza ciega.
  • Tendré en cuenta su sugerencia… - dijo finalmente, con un susurro que podía ser tanto amenaza como promesa - Pero no me tome por ingenua, pirata. Se lo aconsejo por su propio bien.
El chino inclinó la cabeza, satisfecho, mientras la ciudad flotante seguía majestuosa en el horizonte, como un gigante que se movía con voluntad propia. Zheng Bao ladeó la cabeza, mostrando una sonrisa fría y calculadora.
  • Esperaré en nuestro navío hasta que tome una decisión - dijo con calma, como si el tiempo fuera suyo. Luego, con la fluidez de una serpiente traicionera, giró sobre sus talones y subió a su bergantín, seguido por los otros cuatro hombres.
La tripulación del Red Viper se agrupó alrededor de Grace, expectante, observando cada gesto, cada reacción de su capitana. Sus ojos brillaban con la mezcla de cansancio y fervor que solo días de travesía helada pueden tallar en un marinero. Grace comenzó a pasearse de un lado a otro de la cubierta, los dedos rozando los cabos, el timón, el hierro de los cañones. Pensaba en voz baja, casi consigo misma:
  • Pros… - murmuró - Como dijo Bao, podríamos coger provisiones y quizás información sobre cómo afrontar el reto del Ártico. Además… podría ser un buen lugar para dejar a Callum y Jensen. Contras… - sus ojos se estrecharon, y su mandíbula se tensó - Nunca se debe confiar en un pirata. Jamás.
Respiró hondo, y por un instante dejó que el viento helado azotara su rostro, despejando un poco la mente. Entonces levantó la cabeza, y con voz clara y resonante que rompió el murmullo de la tripulación, gritó:
  • ¡Escuchad! - todas las cabezas se volvieron hacia ella - Creo que a todos nos vendría bien el calor de una hoguera, la protección de un techo… y pisar tierra firme.
Señaló con un brazo firme hacia la ciudad flotante, esa monstruosidad de madera y hierro que parecía desafiar la lógica del mundo.
  • Si es que así se le puede llamar… - dijo - Nos vendrá bien un descanso antes de adentrarnos en el Ártico. Prepararnos bien y así, Callum y Jensen también podrán dejarnos y seguir con su camino.
Los hombres la miraron, primero con duda, luego intercambiando miradas entre sí. Murmuraron, comentaron en voz baja, y poco a poco fueron asintiendo con la cabeza. Grace respiró hondo, con una mezcla de alivio y decisión en su rostro.
  • ¡Pues bien! - exclamó, golpeando suavemente el timón con el puño cerrado - ¡Pongámonos en marcha hacia… hacia… bueno! - miró de nuevo la ciudad flotante - ¡hacia lo que demonios sea eso!
Un murmullo de aprobación recorrió la cubierta, y el Red Viper comenzó a virar, respondiendo a las órdenes de su capitana. Cada marinero se movía con la precisión de quien sabe que la decisión que toman puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. El aire frío y cortante del Ártico parecía menos amenazante frente a la incertidumbre de aquella gigantesca ciudad flotante que ahora se abría ante ellos.

Sucaron las aguas heladas, sus velas tensas, mientras se acercaban a Wú jū zhī chéng. La ciudad se alzaba como un coloso sobre el mar, un laberinto de plataformas de madera, torres improvisadas y mástiles de barcos antiguos fusionados entre sí. Chimeneas humeaban por todos lados, y en el aire flotaba el olor de pólvora, sal y madera quemada. Cada plataforma parecía un barco por derecho propio, y al unirse, formaban una ciudad imposible, viva, que navegaba como un gigante consciente.

La tripulación permanecía en cubierta, observando cómo figuras se movían por las pasarelas y cuerdas de la ciudad. Eran piratas de todas las edades y procedencias: hombres con bandanas, mujeres con pistolas al cinto, tatuajes de dragones y serpientes cubriendo brazos y torsos. Algunos trepaban por mástiles improvisados, otros gritaban órdenes, otros simplemente charlaban, reían o peleaban por una ración de ron. La ciudad respiraba caos, pero un caos ordenado, un código tácito que solo los hombres libres podían entender.

Grace avanzó hacia el borde de la cubierta, observando cada detalle.
  • Todos libres… - susurró - Bajo esa bandera, no hay reyes ni leyes. Solo hombres y mujeres que deciden su propio destino.
MacFarlane se situó a su lado, acariciando su cicatriz, con gesto pensativo.
  • Algunos de estos tipos no parecen precisamente amistosos, mi capitana - dijo con su voz grave - Mejor mantener los ojos abiertos.
Grace asintió y señaló hacia una pasarela que descendía desde la plataforma principal de la ciudad hacia el Red Viper.
  • Que bajen las escalas - ordenó - Subid con cuidado, observadlo todo. Que nadie dispare primero.
Los marineros comenzaron a maniobrar. Ganchos de acero y cuerdas se lanzaron a las plataformas de la ciudad, y las escalas colgaron sobre el agua helada. Cada paso hacia arriba era un recordatorio de que entraban en un territorio donde la ley no existía, solo la fuerza, la astucia y la reputación.

Cuando los primeros hombres del Red Viper pusieron un pie en el monstruo flotante, fueron recibidos por un coro de voces que saludaban, se reían o los observaban con desconfianza. Entre ellos, Zheng Bao los esperaba, caminando con paso firme y una sonrisa que no dejaba ver si era aliado o enemigo. Grace subió al timón improvisado que marcaba la plataforma central, con todos sus hombres a su alrededor. Sus ojos recorrían cada cubierta, cada mástil, cada barco incorporado a la ciudad como si fueran piezas de un rompecabezas.
  • Bienvenidos - dijo Shen Bao, su voz resonando sobre el mar y la ciudad - a la ciudad libre, para piratas y rebeldes. Aquí nadie se inclina ante un rey, y nadie puede esclavizar ninguna voluntad.
Los hombres de la Víbora Roja intercambiaron miradas, algunos sonrieron, otros tensaron los músculos. La promesa de libertad y la amenaza de la ley no escrita de la ciudad flotante se mezclaban en el aire helado. La capitana inspiró profundamente. Sabía que cada paso dentro de esa ciudad podía ser un desafío, un aprendizaje… o una trampa mortal. Pero también sabía que allí podrían reabastecerse, aprender y fortalecerse antes del Ártico.
  • ¡Adelante! - ordenó - Vamos a ver qué tan hospitalarios son estos piratas libres.
El Red Viper quedaba a merced de la ciudad flotante, mientras su tripulación avanzaba, entre asombro, respeto y el ligero temor que inspira la verdadera libertad. Cuando los primeros marineros pusieron un pie sobre la madera crujiente de Wú jū zhī chéng, dispuestos a explorar, Zheng Bao avanzó con paso firme y se interpuso en su camino. Sus cuatro acompañantes se alinearon a su espalda, manos sobre las armas, ojos brillando en alerta.
  • ¡Alto! - exclamó, mostrando esa sonrisa fría y calculadora que ya los había acompañado en toda la travesía - Alto, alto he dicho… antes de que den un solo paso más, deben hablar con el señor Hóng Lóng. Nadie entra en su ciudad sin su permiso.
Yara, que estaba al lado de Grace, soltó una carcajada contenida, ladeando la cabeza y dejando escapar una broma afilada:
  • ¿Con que ciudad libre, eh? - dijo, señalando alrededor - Ni siquiera hemos dado dos pasos y ya aparece un “dueño”. Hóng… Hóng Long… ¿en serio? Suena a nombre de gato gordo de jardín, no a señor que gobierna una ciudad flotante.
Zheng Bao parpadeó, sorprendido por el descaro. Su sonrisa se endureció y su mirada se volvió más cortante. Incluso sus hombres se tensaron, agarrando las empuñaduras de sables y pistolas con gesto amenazante.
  • ¡Señora! - dijo con voz firme, manteniendo la compostura pero dejando entrever la ira contenida - Nadie puede avanzar sin hablar primero con Hóng Lóng. Nadie.
Grace, con un codazo discreto en las costillas de Yara, la obligó a guardar silencio, aunque aún podía ver la diversión en los ojos de su amiga.
  • Está bien. Siento curiosidad… - murmuró Grace, con una mezcla de respeto y fascinación - Tengo ganas de conocer al hombre que ha sido capaz de construir semejante y majestuosa ciudad.
Zheng Bao la observó, sin bajar la guardia, pero ahora con un interés calculado. La capitana del Red Viper no parecía intimidada. Al contrario, su seguridad y su curiosidad brillaban tanto como la madera húmeda y las velas desgastadas de la ciudad flotante.
  • Entonces - dijo finalmente - Caminemos con cuidado. Nada de movimientos bruscos. Hóng Lóng no tolera la insolencia…
Grace asintió, con los ojos fijos en la ciudad y en los piratas que la defendían. El aire estaba cargado de tensión, pero también de emoción: aquel encuentro podría marcar el futuro de su travesía hacia el Ártico, o su fin.
  • Vosotros quedáis al mando - dijo - Vigilad a los hombres y defendéd el Red Viper. Nadie entra ni sale sin vuestra aprobación.
Vihaan asintió, sonriendo con confianza, mientras Bhagirath inclinaba la cabeza con respeto.
Callum y Jensen, bajaron la mirada, silenciosos, mientras se despedían de sus compañeros. La expresión en los rostros de los marineros era de burla y una leve tristeza, pero nadie osó interponerse.

La capitana avanzó junto a su pequeño grupo: Yara, Bum-Bum, MacFarlane, Yrsa, el oso polar Gláfur, y por supuesto Gipsy, encaramado sobre el lomo del gigante blanco como si fuera un caballo. De repente el viejo sabio saltó del Red Viper y con gran agilidad se acercó a ellos.
  • ¿Te unes a nosotros, viejo? - preguntó MacFarlane, mirando a Bishnu.
El anciano sonrió con calma, sus ojos brillando con el fuego de quien ha visto demasiado. Sus palabras llegaron despacio, como la corriente de un río que no sigue cauce recto:
  • Ver es recordar y recordar es ver… cómo los barcos del tiempo se entrelazan… cómo los sueños de madera y hierro se alzan, cuando mis huesos aún danzan con la juventud de los vientos que olvidé… - hizo una pausa, ladeando la cabeza - Jóven de espíritu, mis pies caminan entre mareas que ahora solo se susurran. Lo posible es posible solo si el corazón sabe cómo sostenerlo.
Grace arqueó una ceja.
  • ¿Acaso estuviste aquí antes?
Bishnu la miró, sin asentir ni negar. Sonrió y añadió con una voz más baja:
  • Un círculo es, más nadie comprende su significado. Estar es volver, más volver nunca alcanza a su pasado. Todo es difuso, pero nada es confuso.
Con esas palabras que nadie entendió, comenzaron a seguir a Zheng Bao a través de la ciudad. Cada paso de Gláfur hacía que la gente se apartara con cuidado, murmurando entre ellos; algunos con miedo, otros con respeto, como si no supieran si temer al oso o a la presencia imponente de Yrsa, que andaba a su lado, asombrada e ilusionada.

La ciudad era un laberinto de plataformas de madera unidas por pasarelas, puentes de cuerda y escaleras improvisadas. Las casas estaban construidas a diferentes alturas, con balcones, chimeneas humeantes y mástiles improvisados que servían tanto de puestos de vigía como de señalización. Bandas de piratas se movían de un lado a otro: unos cargaban barriles de ron y provisiones, otros entrenaban con sables, y algunos simplemente observaban a los recién llegados, midiendo su valor.

Calles angostas entre edificios improvisados se mezclaban con plazas abiertas donde pequeños fuegos calentaban el aire, mientras campanas metálicas tintineaban avisando de la llegada de visitantes. Entre el bullicio de gritos, risas y órdenes, se sentía la energía de una ciudad viva, caótica pero gobernada por un código invisible: la libertad absoluta de cada habitante.

En el centro, sobre todas las demás construcciones, se alzaba el palacio de Hóng Lóng. Una estructura de madera y hierro con torres que parecían desafiar la gravedad, coronada por banderas rojas y negras con figuras de dragones bordadas. Desde su altura, dominaba la ciudad flotante, vigilando cada calle, cada plataforma, cada rincón donde la libertad se mezclaba con la ley de los piratas.

Grace contempló cada detalle: los piratas libres que caminaban por las pasarelas, los fuegos, el humo, las chimeneas humeando, y la ciudad que parecía un coloso navegante. Incluso Yrsa, gigante entre humanos diminutos, y Gláfur, el oso polar, parecían aumentar la sensación de asombro y tensión en quienes los rodeaban.
  • Así que eso es el palacio del Dragón… - murmuró Grace, con los ojos brillando de fascinación y cautela - Amo y señor de la Ciudad libre...
  • ¿Cómo os llamáis capitana? - preguntó el chino delante suyo - Para poder presentaros ante él.
  • Mi nombre es Grace… Grace O’Malley - contestó segura de si misma.
Los hombres de Zheng Bao murmuraron algo en su idioma, observando a la jóven capitana con cierto respeto y asombro.
  • Un nombre peligroso el que decidieron ponerle sus padres, si me permite la observación…
  • No hubo padres… Zheng Bao. Yo decidí mi nombre - el chino quiso preguntar más, asombrado por aquella mujer y curioso por conocer su historia, pero Grace lo interrumpió - así como ahora decido que contar y que callar… ¿entendido?
  • Si, por supuesto - sonrió la serpiente - ¿Y sus compañeros? ¿Cómo se llaman?
La capitana ajustó su capa, miró a su grupo y asintió.
  • Yo llamar Yrsa Kaldhamarr…
  • Ese accento y esos tatuajes… ¿Nórdica verdad?, ¿De dónde viene enorme guerrera?
Yrsa miró a Grace a los ojos y sin poder evitar sonreir contestó.
  • Vengo de mar, sus olas ser mi cuna, sus estrellas ser mi techo, su viento ser mi hogar…
  • El oso… ¿es suyo?
  • ¿Mio? No! - rió a carcajadas la nórdica - Él ser suyo, yo ser mía… solo amigos.
  • Yo me llamo MacFarlane! - interrumpió el escocés que empezaba a ponerse nervioso.
  • Aaah! Adoro a los escocéses, un pueblo terco y lleno de furia - sonrió el chino - ¿Y su nombre?
  • No hay nombre ojos rasgados! Solo MacFarlane - contestó secamente.
  • Curioso, ¿por el mismo motivo que su capitana, quizás?
  • No! - Macfarlane clavó sus ojos en él, cansado de tantas preguntas - Mi padre era un borracho malnacido que no merece que lleve su nombre, así que lo dejé atrás.
  • Vaya… lamento oir eso. Aunque quizás le consuele saber que muchos hombres y mujeres de esta ciudad, pasaron por lo mismo que usted.
  • No me consuela una mierda! - escupió el escocés dando la conversación por terminada.
  • ¿Y qué hay de usted bella dama? - los ojos de Shen Bao recorieron el cuerpo de Yara como si la desnudaran - Por su aspecto diría que es…
  • Soy de Moscovia, capital del Zarato Ruso…
Grace tuvo que contener su carcajada para no estropear la broma de su amiga.
  • Ah! Vaya! Jamás lo hubiera adivinado, sinceramente. No se ofenda por favor.
  • Para nada… - dijo Yara sonriendo amablemente - Me llamo Yara… diminutivo de Yarashenkova.
  • ¿Rusa, dices? - Shen Bao arqueó una ceja, incrédulo.
  • Da, da… Yarashenkova Dobrovolodovshkinovich - respondió Yara con solemnidad impostada, arrastrando las sílabas como si fueran piedras - Orgullosa hija de las estepas heladas y de las montañas de… Velikoborodinshtov.
El chino parpadeó, sin saber si lo que había dicho era un nombre o una maldición.
Grace tuvo que girarse para que Zheng Bao no viera que empezaba a llorar por las divertidas ocurrencias de su amiga.
  • ¿Cómo ha dicho? ¿Podría repetirlo, por favor? Quiero volver a oir esa musicalidad.
  • Dobrovolodovshkinovich! - repitió la yoruba - es un apellido muy común en mi tierra.
  • ¿Y el pequeño? ¿Cómo se llama?
Bum-Bum miró al chino con sus ojos abiertos sin entender porqué demonios lo miraba con aquella sonrisa tan tétrica.
  • Disculpelo! - dijo Yara - El probrecito es sordo.
  • Oh! Lo lamento! ¿Sucedió algo o lo sufre de nacimiento?
  • Es mi primo segundo, Boris Grigoropopovshensky, aunque todos le llaman Bum-Bum.
Shen Bao ladeó la cabeza.
  • ¿Por qué Bum-Bum?
  • Por la sordera, claro - respondió Yara, poniéndose muy seria - La perdió en circunstancias heroicas.
Grace, que escuchaba en silencio intentando aguantar la compostura, sonrio apenas pensando a ver qué locura se inventaba ahora esa mujer…
Yara se inclinó hacia Zheng Bao, como si fuera a compartirle un secreto tremendo:
  • Verás, mi primo Boris nació con un oído tan sensible, que podía escuchar caer un copo de nieve a cien leguas de distancia. ¡Un don de los dioses! Pero un día, durante el asedio de Novopetrushkinogradsky, dispararon un cañón a su lado… y claro… ¡bum-bum!
Le dio una palmada en el hombro a Bum-Bum, que soltó una carcajada sin tener ni idea de lo que pasaba.
  • El pobre quedó así, medio sordo para siempre - siguió Yara, meneando la cabeza con fingida tragedia - Aunque mi tia me contó que no fue un cañón, sino una pelea con un oso borracho en un mercado de pescado. El oso rugió tan fuerte en su oreja que se le apagó el mundo. ¡Oooooosh! Silencio eterno.
Shen Bao entrecerró los ojos, intentando decidir si aquella historia era verdad o una burla descarada. Bum-Bum, feliz en su ignorancia, seguía riendo como si fuera parte del chiste.
  • Así que ahora - remató Yara con solemnidad teatral - cuando le hablas solo escucha bum-bum, por eso el apodo. Un héroe trágico de Rusia.
Grace se tapó la cara con la mano y murmuró entre dientes:
  • Algún día nos colgarán por tus cuentos, Yara…
Zheng Bao la observó unos segundos en silencio. Su sonrisa ladeada revelaba que no se había tragado ni una sola palabra, pero decidió seguirles el juego.
  • Terrible historia… - dijo con fingida gravedad, acariciándose la barbilla - Una verdadera lástima.
Luego su mirada se deslizó hacia el final del grupo, donde Bishnu avanzaba despacio, apoyado en su bastón, con esa sonrisa apacible que nunca terminaba de inspirar confianza.
  • ¿Y usted, anciano? - preguntó con tono cortés pero curioso - ¿Cómo se llama?
El viejo alzó los ojos como si mirara mucho más allá de sus ojos, más allá incluso de la ciudad flotante. Su voz sonó suave y temblorosa, cargada de metáforas imposibles.
  • Me han llamado de muchas formas, hijo del dragón… Algunos dicen que soy el eco que persigue al trueno, otros que soy la sombra que se esconde bajo la sombra. Nací con un nombre, lo olvidé con otro, y hoy camino con ninguno. El río no pregunta cómo se llama el mar cuando lo alcanza, y así yo tampoco pregunto quién soy, porque ya lo fui.
Zheng Bao parpadeó, abrió la boca como para insistir… y luego la cerró resignado, haciendo un gesto con la mano.
  • Muy bien - murmuró con una media sonrisa cansada - Creo que no necesito saber más.
Yara, incapaz de contenerse, estalló en carcajadas. Bum-Bum, al verla, se unió a la risa sin tener idea del motivo.
El grupo avanzó por pasarelas y escaleras de madera, hasta que finalmente llegaron a la entrada del hogar de Hóng Lóng. A diferencia de lo que cabría esperar, el lugar no era ostentoso; todo parecía mantenerse a flote por un delicado equilibrio casi mágico. Las vigas crujían bajo los pasos, y el aire estaba cargado de vapor cálido que se filtraba desde las bañeras termales, enormes tinas de madera donde hombres y mujeres desnudos se relajaban entre burbujas y risas suaves, ignorando casi por completo a los recién llegados.

Al fondo de la sala, sobre un trono viejo hecho de calaveras de animales marinos, blancas y ennegrecidas por la humedad, estaba Hóng Lóng. Delgado pero fuerte, su cabeza rapada destacaba aún más la cicatriz de un ojo ciego, blanco como el hielo, mientras el otro brillaba con inteligencia y sabiduría. Su perilla de chivo caía hasta sus rodillas, dibujando un contraste con su rostro curtido y elegante a la vez. Sus ropas buscaban la distinción, pero no podían ocultar que aquel hombre era un pirata que había vivido en mares indómitos durante décadas.
Grace y su grupo avanzaban con cuidado, conscientes de que cada mirada de los presentes era desconfiada, cada paso vigilado.

Bao se adelantó un instante, arrodillándose con respeto ante el señor de la ciudad. Su voz, clara y medida, resonó en la sala cargada de vapor:
  • Mi señor Hóng Lóng, llega a su presencia la capitana Grace O’Malley al mando del Red Viper.
El Dragón Rojo, sentado en su trono de calaveras blanquecinas, inclinó apenas la cabeza, su ojo avispado brillando con interés. Shen Bao prosiguió, girándose hacia los demás.
  • A su lado… está Macfarlane. - El chino dudó un instante, frunciendo el ceño - Un hombre que afirma no tener nombre.
  • Si lo tengo pirata! Simplemente no lo respeto…
Macfarlane dio un paso al frente, con el gesto serio y los brazos cruzados, como confirmando aquella extraña declaración. Hóng Lóng arqueó una ceja, divertido.
  • Y aquí… Yrsa Kaldhamarr. - Su voz se hizo más grave al nombrarla - Nacida del mar mismo… y que su mejor amigo… - miró de reojo al enorme Gláfur, que resoplaba entre los vapores - es un oso polar.
Un murmullo recorrió la sala, mezcla de sorpresa y temor, al ver cómo la mujer nórdica y la bestia parecían una misma sombra en el umbral.
Shen Bao respiró hondo y continuó:
  • La moskovita… Yara…
  • Yarashenkova - sonrió la cubana haciendo una reverencia demasiado formal y exagerada.
  • Dobro… Dobrovo… - titubeó, intentando repetir los sonidos imposibles de sus apellidos- Yarashenkova Drobo… Drobovo…
  • Dobrovolodovshkinovich, si no le importa - corrigió ella, con una sonrisa burlona, inclinando apenas la cabeza hacia Hóng Lóng.
El señor de la ciudad soltó una carcajada breve, entretenido con aquel baile de lenguas.
  • Y por último… su sobrino sordo, al que llaman Bum-Bum. - Shen Bao señaló al pequeño, que levantó una mano a modo de saludo, sin comprender demasiado la solemnidad de la situación.
El silencio se alargó un instante cuando el chino, resignado, giró hacia Bishnu. Lo miró largo y tendido, como si buscara al menos un nombre, un dato, un asidero.
  • Y este anciano… - empezó con cuidado - ¿cómo debo presentarlo?
El sabio sonrió, enigmático, y respondió con voz baja, arrastrada como si hablara en medio de un sueño:
  • Un río no necesita nombre para llegar al mar, ni el viento para atravesar las montañas… ¿Qué soy yo sino ambas cosas, y ninguna?
Zheng Bao cerró los ojos un instante, soltando un leve suspiro de derrota. Se giró hacia su señor y, encogiéndose de hombros, concluyó simplemente:
  • …El anciano.
Hóng Lóng permaneció inmóvil un momento, evaluando a los recién llegados con su único ojo avispado. Luego, lentamente, abrió los brazos y dibujó en el rostro una sonrisa ambigua, que era a la vez acogedora y peligrosa.
  • Bienvenidos a la tierra de la libertad - dijo, con voz profunda y resonante, que llenó la sala de vapor y ecos - Estoy encantado de conocer por fin a la famosa Víbora Roja y a su temible tripulación.
Grace respiró hondo, ajustando su capa. Su tripulación la seguía con pasos medidos, conscientes de que estaban entrando en un territorio donde cada gesto y cada mirada podían ser analizados y juzgados.
  • ¿Ha oído hablar de nosotros? - preguntó la capitana un tanto desconcertada.
  • ¿Qué si he oído hablar? - el Dragón estalló en una carcajada seca y cortante - No se habla de otra cosa en cualquier taberna y en cualquier cubierta del mundo conocido, capitana. Se ha forjado usted un nombre en muy poco tiempo, al parecer.
Hizo una pausa, observando a cada uno con mirada penetrante, midiendo fuerza, carácter y lealtad.
  • Permaneced tranquilos - continuó - No debéis preocuparos de nada. Sir Reginald no se atrevería a entrar en mis dominios, a no ser que desee salir de ellos metido en una caja de pino. Me ofrezco a ayudaros en lo que esté en mis manos. La ciudad, su gente y yo mismos estamos a vuestro servicio dentro de lo que la libertad nos permite.
Grace inhaló hondo, percibiendo la combinación de respeto y poder en la presencia de Hóng Lóng. Su tripulación, por su parte, se mantuvo firme, consciente de que cada gesto del señor de la ciudad flotante era importante y cada palabra una prueba de la magnitud de su autoridad y del valor de la libertad que gobernaba su ciudad.
  • ¡Joder, Grace! - masculló entre risas Yara - No sabía que fueras tan famosa… hasta eres conocida en la tierra de la libertad - dijo con tono burlesco.
Hóng Lóng, sentado en su trono de calaveras marinas, alzó la mano y señaló con su dedo índice:
  • ¡Tú debes ser Yara, la inmortal!
  • ¿Inmortal? - preguntó la yoruba, mirando la uña larga y afilada del chino - ¿Es eso lo que dicen de mí?
  • Se dicen muchas cosas de ti, bruja - rió Hóng Lóng - Que puedes esquivar las balas y burlar a la propia muerte.
  • ¿Sabe qué dicen también? - replicó Yara con una sonrisa traviesa.
  • ¿El qué? - preguntó curioso Hóng Lóng.
  • Que me muero por una botella de ron y un baño caliente, barbitas.
  • ¡Yara! - murmuró Grace, dándole un codazo - ¿Es que quieres que nos maten o qué?
Pero Hóng Lóng estalló en una risa profunda, golpeándose la rodilla con la mano y echando la cabeza hacia atrás, contagiando su hilaridad a todos los presentes. Grace miró a su alrededor, y por un instante su mente viajó al Perro y sus cachorros. En paz descansen, pensó entristecida.
  • Está bien, está bien… - dijo finalmente el Dragón, recuperando un poco la compostura - Shàn Bǎo, líng tāmen qù zhùchù, zhàogù tāmen yīqiè suǒ xū.
Luego, dirigiéndose a Grace y a su grupo, añadió:
  • Os dejaré unas horas para que podáis descansar, y al anochecer nos reuniremos para cenar…
  • Nos gustaría comprar provisiones y conseguir información sobre… - empezó Grace, con tono firme.
  • Tranquila, joven capitana, tranquila - la interrumpió Hóng Lóng con una sonrisa amable pero temeraria - Hay tiempo para todo, no te preocupes.
Grace asintió, aunque no del todo convencida, y empezó a seguir a Zheng Bao, preparada para descubrir los secretos de la ciudad flotante. Antes de abandonar la guarida del Dragón Rojo, no obstante, se detuvo un instante y se giró para contemplarlo una última vez. Desde su trono de calaveras, Hóng Lóng los observaba con su único ojo avispado, mientras el otro permanecía ciego y blanco, clavando su mirada en Bishnu. Uno de los hombres que acompañaba a Zheng Bao se inclinó y le susurró algo al oído.
  • Yara… - dijo Grace en voz baja.
  • Dime —respondió la yoruba, acercándose con paso silencioso.
  • Hay que ir con cuidado. Nada de distracciones. No me fio ni un pelo de esta gente.
  • Oído, mi capitana… aunque… - Yara miró a Grace con una mezcla de diversión y complicidad.
  • ¡Siiiii! - exclamó Grace, con una sonrisa que iluminó su rostro tenso - Puedes tomarte tu ron y darte tu baño.
Yara le dio un rápido beso en la mejilla y apretó el paso, deseando llegar cuanto antes a sus aposentos, a sentir el calor y el alivio de un baño tras días de frío extremo. Grace la siguió, llevando en su mente la vigilancia constante y la curiosidad por todo lo que aún les esperaba en la ciudad, consciente de que cada gesto, cada mirada y cada palabra podrían marcar la diferencia entre la seguridad y el peligro.

Los aposentos estaban cálidos, llenos de vapor que se elevaba desde enormes bañeras de madera, cuidadosamente talladas y reforzadas para flotar sobre la ciudad. La tripulación del Red Viper se sumergió en el agua caliente, dejando atrás sus ropas así como el frío cortante del Ártico. Yrsa, MacFarlane, Grace, Yara y Bum-Bum se acomodaron en las tinas, mientras Gláfur, con cuidado, se introdujo parcialmente en la bañera más grande, el agua cubriendo sus patas y parte de su lomo. Incluso Gipsy, se sentó sobre la espalda del oso, observando curioso cómo se movía el agua a su alrededor.

El vapor mezclado con el aroma de hierbas y aceites exóticos llenaba el aire. Zheng Bao, incansable, se movía entre las tinas ofreciendo comidas y bebidas traídas desde China: frutas secas, dulces de arroz, té aromático y licor de jengibre.
  • Dime, Bao - preguntó Yara, inclinándose sobre el borde de la bañera, mientras movía el agua con los dedos - ¿Qué es todo esto? ¿Y esto que huele tan bien? ¿Qué han metido al agua?
Él sonrió, paciente y ceremonioso:
  • Eso, joven bruja, son pétalos de loto y hojas de té oolong, infusionadas con esencias de sándalo y jazmín. - Señaló los pequeños recipientes flotando - Y estas frutas, cuidadosamente secadas y bañadas en miel de flores, provienen de Fujian. Todo para que vuestro descanso sea completo y el cuerpo recupere calor y fuerza.
  • ¿Y eso que estás ofreciendo? - dijo Yara, tomando un pequeño vaso de licor - ¿Es jengibre?
  • Exactamente - asintió Shen Bao - Licor de jengibre fermentado con un toque de canela y miel. Repara los músculos, calma la garganta y activa la circulación.
Yara arqueó una ceja, admirada, y luego preguntó con picardía:
  • ¿Me puedes regalar algo para llevármelo de viaje? Algo de esto… - señaló los pequeños frascos de aceites, el licor y las frutas secas.
El chino sonrió con complicidad:
  • Por supuesto, joven bruja. Puedo preparar un pequeño paquete con lo esencial. Que os recuerde siempre la ciudad de la libertad, y que vuestro camino hasta el Ártico sea un poco más llevadero.
Yara rió, feliz y satisfecha, mientras el agua caliente envolvía su cuerpo y la del resto de la tripulación. Por un momento, el peligro del mar, el frío y la incertidumbre del Ártico parecían lejanos, sustituidos por el calor del agua, la comida exótica y la promesa de nuevas aventuras.

De repente, un sonido delicado empezó a llenar la sala, flotando entre el vapor de las bañeras y mezclándose con el aroma de loto y jazmín. Era un timbre claro, suave, casi hipnótico, que parecía resonar desde las profundidades mismas de la madera y del agua. Grace frunció el ceño un instante, tratando de identificar el origen, hasta que descubrió a una mujer de pie al fondo de la estancia, junto a un pequeño estrado.

Sostenía con gracia un koto y sus dedos recorrían las cuerdas con una precisión que parecía imposible. Cada nota se deslizaba sobre la piel del agua caliente, como si acariciara suavemente a quienes la escuchaban, apaciguando los corazones de la tripulación y borrando por un momento el miedo a los peligros que acechaban fuera.

Grace apartó de su cara el paño caliente que la cubría y permaneció inmóvil, embobada ante la visión de la mujer. Su porte era elegante, cada movimiento medido y armonioso. El cabello, negro y brillante, estaba recogido con peinetas y adornos delicados, y su rostro maquillado como una máscara tradicional blanca, resaltaba los ojos intensos, llenos de misterio y melancolía.
Zheng Bao se inclinó levemente y habló, su voz respetuosa:
  • Mi capitana… permitidme presentaros a Akuma Shinrei. Es la música más habilidosa de Wú jū zhī chéng.
Grace apenas podía apartar los ojos de ella, escuchando cómo cada nota del koto parecía deslizarse sobre su piel y calmar cada fibra de su cuerpo. Incluso Gláfur movió ligeramente la cabeza, como si comprendiera la armonía, y la tripulación se quedó en silencio, sumida en un trance de calma que contrastaba con la tensión de los últimos días.

Tan solo Bishnu se mostró desconfiado. La sonrisa perpetua que habitualmente iluminaba su rostro desapareció, reemplazada por una expresión seria y concentrada. Su mirada recorrió la sala, evaluando cada sombra y cada gesto de Akuma, consciente del significado de su nombre. Sabía que tras aquella armonía y belleza podía esconderse un peligro tan sutil como letal.
Sin embargo, fiel a su naturaleza paciente y sabia, decidió no alterar el momento. Se acomodó en su lugar, respirando con calma, dejando que el silencio y la música fueran sus maestros. Observaba con ojos atentos, aprendiendo de cada nota, de cada pausa, de cada movimiento de la geisha, mientras el vapor y el calor envolvían a la tripulación.

El resto permaneció absorto en la melodía, ajeno a la tensión que Bishnu percibía. Solo él parecía entender que, incluso en la calma más sublime, podía esconderse la amenaza más silenciosa. Y, como siempre, esperaría el momento adecuado para actuar.

Continuará…
 
Capítulo 16 - Una voz en la penumbra: ‘La muerte silenciosa’

El vapor denso se arremolinaba en torno a la enorme bañera donde la tripulación del Red Viper se dejaba hundir como si el mar mismo los hubiera tragado. El agua caliente les pesaba en los músculos, arrancándoles suspiros de alivio. El oso Gláfur resoplaba satisfecho, con las orejas gachas, mientras Akuma Shinrei, sentada en un rincón, seguía arrancando notas lánguidas y profundas, esta vez de su shamisen. Aquel sonido, que navegaba entre la seda y el acero, flotaba en el aire como un murmullo del más allá.

Yrsa se removió dentro del agua, acomodando su gigantesco cuerpo, como un glaciar flotando en un diminuto océano. Sus ojos claros, como el hielo, buscaron a la capitana, y con su voz torpe, cargada de ese acento que mordía las palabras, murmuró:
  • Yo querer agradecer una vez más… tú salvar a mí. Si no estar… yo seguir esclava, yo seguir sin mar, seguir en jaula.
Grace la miró con suavidad, apartando un mechón húmedo que se le había pegado a la frente.
  • No tienes que agradecerme nada, Yrsa. - Su voz sonó firme, como si hablara no solo para ella, sino para toda su tripulación - Todo hombre y toda mujer…
  • Bum-Bum! - exclamó el niño sin rostro.
  • Y todo niño, por supuesto - sonrió Grace - debería ser libre para decidir su destino. Ningún ser humano debería tener derecho a encadenar la vida de otro.
Yrsa asintió lentamente, cerrando los ojos como si quisiera grabar esas palabras en su piel.
  • Libre… sí… Libre ser ahora… como viento… nadie poder atrapar viento.
De pronto, Yara soltó una carcajada, el agua salpicando alrededor.
  • ¡Eso mismo! - exclamó con voz grave y risueña - Así se habla hermana! Yo nací en una tierra donde el patrón manda, y el látigo habla. ¡Pero decidí no obedecer a nadie! Ni a reyes, ni a señores, ni a demonios. Si la ley dice “hinca la rodilla”, yo escupo en su cara con desprecio.
Macfarlane, hundido hasta la barbilla en el agua caliente, masculló con su acento ronco y arrastrado:
  • Así es!… y si la mar es la única reina, mejor que no haya leyes más allá de sus olas. Porqué el que sea lo suficientemente insensato como para intentar atarme a sus cadenas, encontrará mi daga, tarde o temprano.
Grace asintió, seria, pero con el brillo de orgullo en la mirada.
  • Eso es lo que nos une, amigos. El mar es libertad, y quien vive de él jamás deberá arrodillarse ante ningún hombre.
Bishnu, que hasta entonces había permanecido en silencio, se inclinó sobre su pecho huesudo apoyandose al borde de la bañera. Una sonrisa enigmática danzó en su rostro arrugado, y su voz se alzó como un cántico lento, lleno de imágenes extrañas:
  • ¿Acaso las plumas preguntan al viento si pueden acariciar? ¿Acaso el fluir entre las rocas avanza con excusas? Incluso la llama, cuando arde, no teme quemar… Así fue siempre, y así será nunca… una certeza que no arrima cadenas, una idea que no deja sombras.
  • Creo que… - Grace empezó a reir - creo que esta vez lo he entendido.
Las risas brotaron sin verguenza entre los compañeros, roto solo por el crujir del agua y las notas etéreas del shamisen. En el rincón, Akuma Shinrei continuaba tocando. Sus dedos se deslizaban con delicadeza por las cuerdas, arrancando sonidos que parecían flotar en el vapor como espíritus invisibles. Su rostro permanecía sereno, inmutable bajo el maquillaje blanco, pero tras los párpados, sus oídos bebían de cada palabra que escuchaba. La música no se interrumpió, ni su gesto cambió, pero en lo más profundo de su mirada oscura brilló, apenas un instante, la chispa de una idea fascinante y peligrosa al mismo tiempo: la libertad…

Zheng Bao, solícito y atento, había hecho traer unas largas pipas ornamentadas, talladas en bambú. No explicó demasiado: tan solo sonrió y dijo que les servirían “para relajar el espíritu”.

Grace fue la primera en tomar una, escéptica al principio. Dio una calada profunda, el humo espeso le llenó la boca y los pulmones, haciéndola toser con rudeza. Luego, sin darse cuenta, una sonrisa extraña se dibujó en su rostro.
  • Demonios!… esto es… esto es como… como navegar entre la niebla espesa, pero sin frío… ¿Qué tipo de extraño tabaco es este Zheng Bao?
Yrsa la imitó. La vikinga aspiró y soltó una risa bronca, que se perdió entre el vapor.
  • ¡Por Odín! - exlamó, con la voz más suave de lo habitual - El agua acraciar piel como… como calor de yunque. ¡Y Gláfur! - rió, señalando a su amigo animal - ¡Mirar! Parecer flotar como pez gordo.
Yara se había acomodado entre los vapores, con los ojos medio cerrados y una sonrisa que no ocultaba el placer. Exhaló un aro de humo que se rompió contra la cara de Macfarlane.
  • Esto no es tabaco, capitana… esto es magia de la buena. El alma se me suelta del cuerpo, lo juro… ¡Mira! - levantó una mano, sorprendida de verla temblar suavemente - Es como si no fuera mía.
Macfarlane, siempre seco y gruñón, dio una larga calada. Se recostó contra el borde de madera, los ojos enrojecidos y entrecerrados.
  • Bah!… no noto nada… - masculló, pero a los pocos segundos empezó a reír, una risa torpe y sincera que no le era propia - Quizá… quizá un poco. ¡Ja! Maldita sea, siento como si el techo se moviera.
Bum-Bum extendió la mano para agarrar una pipa, curioso, pero Yara se la apartó con firmeza.
  • ¡Ni se te ocurra! - le dijo sonriendo - eres demasiado pequeño, quizás cuando crezcas, ¿vale?
El pequeño asintió, obedeciendola, y hundió la cara en el agua, soltando burbujas como un niño travieso. Fue entonces cuando todos miraron a Bishnu. El viejo mantenía la sonrisa tranquila de siempre, pero no había acercado ni un dedo a las pipas.
  • ¿Y tú, viejo? - preguntó Grace, con un hilo de humo escapando de sus labios - ¿No te apetece probar?
Bishnu alzó la mirada, sus ojos brillando como carbones apagados, y habló con aquella voz que parecía surgir de otro tiempo, de otro mundo:
  • El loto que florece en el pantano se embriaga de su propio perfume… y muere sin saber que ya estaba muerto. El humo es un río que arrastra, pero no lleva a ningún puerto. El que bebe de él olvida quién es, y olvida el camino de regreso.
Hubo un silencio breve, roto solo por el eco lejano del shamisen de Akuma. Yara levantó una ceja, confundida.
  • ¿Y eso qué coño significa?
El sabio sonrió más ampliamente y se hundió un poco en el agua, cerrando los ojos como si no hiciera falta responder. Mientras tanto, la música seguía envolviéndolos. Cada nota de Akuma Shinrei se deslizaba por el vapor como un fantasma, haciendo que todo pareciera más lento, más irreal. Grace se quedó mirando la figura de la geisha: su kimono impecable, su rostro blanco e inmutable, los dedos moviéndose con delicadeza sobre las cuerdas. Por un instante, pensó que aquello no era música, sino un conjuro de una poderosa hechicera.

El tiempo dejó de tener sentido. Solo quedaba la sensación cálida del agua, el humo en los pulmones, y la música que parecía latir en sus propios huesos.

La realidad se estiraba como un hilo interminable entre los sueños y la relajación. Grace, medio hundida en el agua, apartó con desgana el paño caliente de su frente y volvió a clavar la vista en la mujer oriental. Ahora parecía flotar más que caminar, su kimono impoluto brillaba con un resplandor húmedo, y las manos que arrancaban la música parecían no pertenecerle.
  • Shen Bao… - murmuró la capitana, con la voz pastosa del humo - ¿Por qué esa mujer viste así?
El chino parpadeó, sorprendido por la pregunta. Se inclinó un poco hacia ella, su tono amable, paciente.
  • No es un disfraz, capitana. Es una geisha.
Grace frunció el ceño, desconcertada.
  • ¿Y qué demonios es eso?
  • Una artista… -explicó él con calma - Dedicada a la música, a la danza, a la conversación. Su vida está consagrada a servir con belleza y armonía.
La capitana negó con la cabeza, con un gesto lento y obstinado.
  • Eso no es vida… es una cadena con flores. Esclavitud maquillada de arte…
Sus palabras se deshicieron en el aire, cada vez más lentas, cada vez más arrastradas. El vapor de los baños la envolvía como un manto y los acordes del shamisen parecían mecerla. Sus párpados, pesados como anclas, empezaron a cerrarse.
  • Esclavitud… - repitió, apenas en un susurro, mientras el mundo se volvía blando y lejano.
No solo Grace se hundía en aquel sopor hipnótico. Todo el grupo se dejó envolver por la misma sensación: el vapor caliente, la música de Akuma Shinrei y la sustancia que les habían ofrecido a fumar se combinaban en un hechizo invisible. La mente y el cuerpo de la tripulación flotaban entre la vigilia y el sueño, como si el tiempo se diluyera y el espacio se transformara. Cada inhalación, cada nota, cada burbuja del agua se mezclaba en un trance sensorial que los alejaba del mundo real, haciéndolos vulnerables y dóciles.

El efecto era absoluto, un estado colectivo donde la ciudad flotante parecía oscilar a su alrededor y la sala de baños se convertía en un reino suspendido entre lo tangible y lo irreal. Nada era fortuito, por supuesto. Todo formaba parte del meticuloso plan de Hong Long.

El Dragón descansaba en su trono de calaveras blanquecinas, reclinado con la barbilla apoyada en la palma de la mano, sus uñas largas tamborileando suavemente contra la madera húmeda. Sus ojos, uno ciego y el otro brillante, punzante como una amenaza, se clavaron en Shen Bao, que permanecía inclinado, con la frente casi tocando el suelo, el sudor resbalando por su nuca.
  • ¿Lo hiciste? - preguntó el Dragón Rojo con voz grave y pausada, tan densa que parecía flotar en el vapor de la sala - ¿Les ofreciste el opio?
Shen Bao tragó saliva y asintió, sin atreverse a levantar la mirada.
  • Sí, mi señor… así lo hice, tal y como ordenasteis.
El ojo vivo de Hong Long se entrecerró, examinando cada temblor del hombre arrodillado.
  • ¿Algún problema del que deba ser informado?
  • Todo está bajo control, mi Dragón. - Su voz titubeó un instante - El oso y el niño nos dieron ciertos problemas, pero conseguimos reducirlos. Y… ese pequeño mono del demonio… - levantó el brazo, mostrando la marca enrojecida de una mordida - El malnacido me atacó con furia.
Hong Long soltó una carcajada breve, seca, como el crujido de un hueso.
  • Dile al curandero que te mire esa herida. A saber qué pestes puede haberte transmitido esa criatura.
El pirata bajó de nuevo la cabeza.
  • Sí, mi señor.
  • ¿Dónde están ahora? - preguntó el Dragón, con voz que no admitía réplica.
  • En las mazmorras, tal y como solicitasteis, mi señor. Cuatro de mis mejores hombres custodian la entrada. Es imposible que escapen.
  • ¿Y el sabio? - su ojo chispeó, mostrando un destello de interés.
  • Os aguarda en vuestros aposentos, mi señor - respondió Shen Bao, esta vez con tono más firme.
  • Bien… - Hong Long se acomodó en su trono, dejando escapar un suspiro lento, como el rugido apagado de un dragón en su cueva - ¿Y el navío? ¿Conseguisteis apoderaros de él?
  • Por supuesto, mi Dragón. Esos dos desertores cedieron fácilmente ante el oro que les ofrecimos. Nos ayudaron a someter al Red Viper, que ahora está en nuestras manos, y el resto de la tripulación bajo llave.
El Dragón Rojo sonrió, revelando unos dientes desiguales y ennegrecidos por el opio.
  • Buen trabajo, Shen Bao, buen trabajo… - alzó una mano, despidiéndolo con un gesto - Ahora vuelve a las mazmorras. Vigila que nadie despierte antes de tiempo. Yo tengo una conversación pendiente con ese sabio.
Shen Bao golpeó el suelo con la frente en una reverencia final, antes de retirarse apresuradamente, como si el aire mismo a los pies de su señor quemara. Hong Long lo siguió con la mirada hasta que la puerta se cerró, y luego, en soledad, dejó escapar una risa baja y peligrosa que se confundió con el rumor del vapor en la sala.

Un murmullo húmedo, el goteo constante del agua filtrándose entre las piedras, y un olor agrio a moho y hierro oxidado rodeaban la mazmorra. Yara sintió primero el frío reptando por su piel, luego unas palmadas torpes y urgentes contra su mejilla.

Un gemido escapó de sus labios resecos mientras los párpados se resistían a abrirse. La cabeza le pesaba como si la hubieran sumergido en plomo. Cada intento de enfocar la vista era un golpe de martillo en las sienes. Las sombras se confundían con las luces trémulas. Finalmente, su mirada borrosa fue captando un rostro muy cerca del suyo. Por un instante, no supo si soñaba o si aquello era parte de una pesadilla.

La piel de su cara estaba surcada de cicatrices profundas, quemaduras que parecían mapas retorcidos de fuego y dolor. El tejido áspero se mezclaba con zonas rojizas, como si las llamas jamás hubiesen terminado de morderlo.
Sus labios estaban ocultos por un pañuelo atado con fuerza, pero sus ojos… esos ojos enormes, oscuros y vivos, temblaban frente a ella. Ojos que Yara había visto antes.

Su respiración se entrecortó, un hilo de voz quebrado salió de su garganta:
  • ¿Bum-Bum…?
El niño asintió lentamente, asustado, las pupilas húmedas brillando a la luz mortecina de una antorcha que chisporroteaba al fondo.

Impulsada por el instinto, Yara intentó incorporarse de golpe, pero el mundo giró en espiral. El mareo la golpeó con violencia y un sonido metálico la detuvo en seco: cadenas tensándose, mordiendo su piel en las muñecas y en los tobillos.

El dolor punzante le devolvió de inmediato la conciencia de su prisión. Apenas pudo contener un gruñido, mordiéndose la lengua. El niño dio un paso atrás, con los ojos muy abiertos, como temiendo que los guardias escucharan, mientras el silencio de la mazmorra se cerraba sobre ellos como un muro.

Yara apretó los dientes, el hierro mordiendo sus muñecas mientras se inclinaba como podía hacia el lado. Susurró entre la oscuridad, apenas un soplo de aire:
  • Grace… despierta… vamos, joder!… despierta ya…
Le dio un par de patadas suaves en la pierna, intentando no hacer sonar demasiado las cadenas. Sus ojos, sin embargo, no se apartaban ni un segundo de los guardias apostados junto a la puerta: dos sombras inmóviles, con lanzas apoyadas en el hombro, iluminados a medias por la luz tenue de una antorcha.

Grace murmuró algo entre sueños, con voz dulce y arrastrada:
  • Vihaan… aún nooo… un poquito más… vengaaa…
Yara arqueó las cejas con incredulidad y miró al niño, haciéndole un gesto rápido con la cabeza. Bum-Bum entendió, y arrastrándose apenas unos centímetros, despacio como un gato temeroso, hundió la mano en la paja del suelo. Con infinita paciencia acercó los dedos al rostro de Grace y empezó a rozarle la nariz con las briznas secas.

La capitana frunció el ceño, resopló, se removió incómoda. Una sensación insoportable la recorrió, como un fuego cosquilleando en sus fosas nasales. De repente abrió los ojos de golpe, incorporándose con brusquedad justo en el instante en que un estornudo se apoderaba de ella.
Pero antes de que el sonido pudiera estallar en la mazmorra, la mano de Yara se posó con fuerza sobre su boca, ahogándolo contra su palma.

Los ojos de ambas se encontraron en la penumbra: la sorpresa en los de Grace, la urgencia en los de Yara. La cubana le llevó un dedo a los labios, indicándole silencio absoluto. El aire quedó suspendido, el chisporroteo de la antorcha parecía un rugido en aquel silencio forzado, y las respiraciones contenidas se mezclaron con el olor rancio del encierro.
  • ¿Qué demonios pasa? - gruñó Grace en voz baja, girando el rostro hacia todos lados, los ojos todavía pesados por el sopor del opio.
  • ¿A ti qué te parece? - susurró Yara, alzando los brazos todo lo que las cadenas le permitían, mostrando los grilletes que le mordían la piel - Ese cabrón nos la ha jugado.
Un susurro burlón se deslizó desde la oscuridad:
  • Curiosa idea de libertad la que tienen en esta ciudad…
  • ¿Escocés? ¿Eres tú? ¿Estás bien? - preguntó Grace, forzando la vista.
  • Estoy bien… - la risa seca de Macfarlane resonó entre las piedras húmedas - Bien encadenado, mi capitana
  • ¿Yrsa? - la capitana volvió la cabeza, buscándola.
  • Sí… - la voz grave de la nórdica respondió desde un rincón - Cadenas atarme… no poder mover.
Grace respiró hondo, tragando saliva.
  • ¿Gipsy, Gláfur….? ¿Y Bishnu? ¿Dónde está el sabio?
El silencio fue tan denso que pareció tragarse la estancia. Ninguna respuesta, solo el goteo lento de agua cayendo desde el techo.
  • ¿Bishnu? - insistió, un poco más alto.
En ese momento, Bum-Bum reptó en la paja hasta llegar a su lado. Su rostro quemado y triste quedó apenas iluminado por un reflejo de la antorcha. Negó con la cabeza, los ojos grandes y temblorosos fijos en los de Grace. La capitana apretó los labios.
  • ¿Por qué nos habrán encerrado? - susurró Yara, dejando que sus pensamientos escaparan en voz alta - ¿Para robarnos? ¿Para quitarnos el barco? ¿Entregarnos a la Compañia, quizás?
Grace sacudió la cabeza con firmeza.
  • No. No es nada de eso.
  • ¿Y entonces? - Yara la miró entre la penumbra, incrédula.
  • Es el Sundra-Kalash - dijo Grace con absoluta seguridad - Tiene que serlo.
  • ¿Qué ser Suncra-Dalash, capitana? - preguntó Yrsa desconcertada.
Grace cerró los ojos un segundo, como si pusiera en orden lo que había sospechado desde hacía tiempo.
  • Sir Reginald tenía al sabio apresado. Con lo que ya sabía de la existencia del tesoro. Y si la Compañía de las Indias Orientales lo sabe… ¿por qué no iban a saberlo estos piratas traicioneros? Hong Long no es ningún idiota. Él va tras el Sundra-Kalash, estoy segura… y sabe que se encuentra en el corazón del Ártico. Toda esta ciudad flotante no es más que una trampa disfrazada de libertad… una prisión que surca el muro blanco esperando el momento de abalanzarse sobre el tesoro.
Yara la miró con los ojos entrecerrados, tragando saliva.
  • Entonces… el Dragón sabe que el viejo es la clave.
  • Exacto - asintió Grace, con la mandíbula apretada - Tenemos que rescatarlo e irnos de aquí.
Un tintineo burlón rompió el silencio, seguido de la voz socarrona del escocés.
  • Genial. ¿Y cómo pretende hacerlo, capitana? - rió Macfarlane, haciendo sonar las cadenas que lo mantenían pegado a la piedra - ¿Quizás si se lo pedimos educadamente a los guardias, vengan a abrirnos las cerraduras?
El silencio se rompió por unos pasos firmes sobre la piedra húmeda que se acercaban, haciendo que todos contuvieran la respiración. Los guardias se apartaron con un golpe seco de lanzas contra el suelo, y la puerta chirrió, abriéndose con un quejido metálico.

Entre la penumbra surgió Shen Bao, su antorcha alzada como un ojo de fuego que iluminaba los muros. La sonrisa que llevaba era un filo torcido, una máscara por fin caída: la serpiente mostraba sus colmillos. El resplandor tembloroso recorrió los rostros encadenados y se detuvo en cada uno como un verdugo midiendo su obra.
  • Espero que todo esté a su agrado - ironizó, con un falso tono de cortesía - ¿Puedo ofrecerles algo más? Quizás más paja en el suelo… o un poco de agua turbia para acompañar su velada.
Antes de que alguien respondiera, Yara se incorporó de un salto, los eslabones de sus cadenas sacudiéndose con violencia. Se lanzó contra él, estirándose hasta casi rozar su rostro.
  • Kúrò ní ojú mi! Arìrà burúkú! Ìbànújẹ yó pa ẹ! - maldició en yoruba, la rabia ardiendo en su garganta. Lanzó un escupitajo que le alcanzó la mejilla, brillando bajo la luz de la antorcha.
Shen Bao se detuvo un instante, se limpió lentamente con el dorso de la mano… y luego rió. Rió fuerte, saboreando la furia en los ojos de la cubana.

Grace, en cambio, se incorporó despacio, con la calma de quien guarda un huracán en su interior. Apretó los puños hasta que los nudillos palidecieron, sus dientes chirriaron bajo la presión de la mandíbula. Se quedó mirándolo, inmóvil, como un filo dispuesto a desgarrar.
  • ¿Y usted, capitana? - murmuró Shen Bao, inclinando la cabeza con sorna - ¿Puedo hacer algo más para que su estancia sea… lo más confortable posible?
Grace sonrió. Una sonrisa fría, despiadada, que no ocultaba la promesa de venganza.
  • Ríe ahora que puedes, sucia rata traicionera. Ríe… porque ya eres hombre muerto.
Las carcajadas de Shen Bao resonaron entre las paredes, como un eco deformado. De pronto, se detuvo en seco, su rostro endurecido como el hierro. Con un movimiento brusco, le cruzó la cara con el dorso de su mano, el golpe resonó secamente en la oscuridad.
  • Jamás volverás a ver la luz del sol, puta!
Un rugido estalló detrás de él. Yrsa se había puesto en pie, tirando de las cadenas con tal furia que los eslabones chirriaron como si fueran a partirse. Su rostro estaba en sombras, pero la luz de la antorcha hacía brillar sus tatuajes faciales como brasas vivientes. Avanzó un paso, los ojos inyectados en furia.

Los dos guardias irrumpieron de inmediato, clavándole las lanzas en hombros y costados, golpeándola con las culatas hasta hacerla caer sobre las rodillas. Un último empujón y la nórdica se desplomó contra la piedra, jadeando, pero aún gruñendo como una fiera encadenada.

Shen Bao no se inmutó. Observó la escena con la serenidad de quien contempla un relajante amanecer. Luego se giró, saliendo de la mazmorra y, con voz grave, dictó su sentencia:
  • Pudrirán sus huesos en esta cárcel. Ya no les queda nada. Ni barco. Ni tripulación. Ni tesoro. Ni tan siquiera libertad.
La puerta se cerró de golpe. El hierro chirrió como un grito ahogado y la antorcha desapareció tras el muro. Solo quedó la oscuridad, espesa, opresiva, que se tragó hasta el último eco de su risa. El silencio volvió. Pero ya no era el mismo. Los ánimos de los prisioneros cayeron con el portazo, como si las cadenas pesaran, ahora, por partida doble.

Al otro lado de la ciudad flotante, en el corazón de su palacio de madera y hierro, Hong Long contemplaba al viejo sabio desde su escritorio.
Su camerino era un santuario de poder y superstición: un espacio amplio y bajo, revestido con paneles de madera lacada en rojo oscuro y oro gastado. La bruma del opio se mezclaba con el aroma de incienso de sándalo, dibujando velos que parecían ocultar y revelar a la vez. De las vigas colgaban linternas de papel pintadas con dragones, sus llamas danzaban proyectando sombras que se retorcían como espíritus cautivos.
El escritorio, tallado en marfil ennegrecido y jade, estaba cubierto de objetos extraños: mapas desplegados con rutas imposibles, brújulas con agujas que giraban sin rumbo, conchas marinas que parecían susurrar, y un cuenco de agua en cuya superficie flotaba una lámpara de loto que nunca se apagaba.
Tras el respaldo de Hong Long colgaba un biombo de seda, bordado con la figura de un dragón serpenteante que parecía moverse con el parpadeo de la luz. Dos figuras femeninas parecían jugar entre ellas cariñosamente, mientras compartían una pipa. Bajo ese telón de misterio, el pirata observaba al anciano sabio, sentado frente a él, encadenado a una silla de madera de ébano. Los ojos de Hong Long brillaban como carbones encendidos, mezcla de fascinación y curiosidad. Sus dedos largos tamborileaban sobre el escritorio, acompañados por el murmullo lejano de música que vibraba en lo profundo de la ciudad flotante, como si la misma bestia marina sobre la que reposaban respirase bajo sus pies.

Era un camerino, sí, pero también un altar donde Hong Long oficiaba sus pactos con la oscuridad y con el destino. El Dragón Rojo reclinó su espalda en el sillón de marfil ennegrecido. La llama de la lámpara de loto proyectaba su silueta, haciéndolo parecer aún más diabólico, casi monstruoso. Sus ojos rasgados se estrecharon cuando fijó su mirada en el anciano.
  • Así que ahora te haces llamar Bishnu, ¿no es así, viejo?
El sabio permaneció inmóvil unos segundos, con las manos huesudas descansando sobre las rodillas. Solo ladeó la cabeza, dejando que una sonrisa enigmática deslizara los pliegues de su rostro.
  • Un nombre… es apenas una hoja en el río. El agua corre, la hoja cambia de orilla, pero el río… siempre sigue siendo río.
Hong Long chasqueó la lengua, divertido y molesto a la vez.
  • Curioso. Recuerdo muy bien la última vez que nos vimos. Yo era apenas un muchacho, con más ambición que cicatrices. Pero tú… - lo señaló con un dedo largo, como una garra - no has cambiado en nada. Es como si el tiempo te hubiera olvidado. Solo tu voz es distinta.
Bishnu cerró los ojos, como si escuchara dentro de sí el eco de un recuerdo lejano.
  • El cambio no pertenece a un hombre… el cambio es del mundo. El río no es el mismo dos veces, como tampoco lo es el dragón que nada en él. Antes amabas al viento, ahora adoras al metal. Antes eras agua, ahora… eres un pozo sin fondo.
Las palabras golpearon el orgullo de Hong Long, que se incorporó de golpe, el biombo de seda con el dragón dorado ondeó tras él como si respondiera a su furia.
  • ¡Lo encontraste, verdad! - sus ojos ardían como brasas encendidas - No hay otra explicación. Nadie puede desafiar a los años. ¡Dime! ¿Dónde? ¿Dónde está el cofre del Dios Mono?
El anciano abrió los ojos lentamente. Su mirada era tan serena que resultaba insultante.
  • El hombre no busca al don… es el don quien escoge al hombre. Como el loto que nace en el pantano, no es el barro quien decide la flor.
Hong Long golpeó la mesa con el puño. Los mapas y brújulas saltaron. Su voz estalló como un trueno:
  • Ta mā de! gǒu niáng yǎng de! hún dàn!
La lámpara de loto tembló. El pirata se inclinó sobre el sabio, los dientes apretados de rabia.
Entonces Bishnu habló en la misma lengua, con un tono tan sereno que parecía un bálsamo frente a la tempestad:
  • Zhìzhě bù chén yú nùhuǒ, yúzhě cái bèi huǒyàn tūnshì. Bǎozàng shǔyú qīngxīn zhī rén, ér fēi kuáng lóng.
El silencio que siguió fue denso, como si toda la ciudad flotante contuviera la respiración.
Hong Long permaneció rígido, la mandíbula tensa, los ojos convertidos en dos rendijas. Durante un instante, la rabia que lo consumía pareció disolverse en perplejidad.
  • Pocos hombres… - dijo al fin, con un hilo de voz incrédulo - muy pocos hombres en este mundo pueden hablar la lengua de mis ancestros.
Bishnu inclinó la cabeza, y en sus ojos brilló un destello imposible de descifrar. Sus labios se movieron despacio, cada palabra surgía como un laberinto de ecos:
  • El río que sabe de todos los caminos, pero no deja que los peces le sigan. Los susurros de los antiguos vuelven, pero nadie escucha lo que dicen.
Hong Long frunció el ceño, sus dedos tamborileando contra la mesa de marfil ennegrecido.
  • ¿Ese fue tu deseo, entonces? - su voz adquirió un filo cortante - ¿Hablar todos los idiomas, los que existen y los que algún día existirán?
El viejo entrecerró los ojos, y su voz emergió como un viento quebrado:

- Las lenguas se doblan sobre sí mismas y yo las nombro todas… pero al intentar hablar, la boca se enreda en la sombra de cada una. Escucho a todos, y a ninguno le llego.

Hong Long meditó un largo momento, hasta que algo cruzó su mente y se erizó. Se levantó, y con las manos enlazadas a la espalda, comenzó a pasearse lentamente por la estancia:
  • Ya veo… - murmuró con un brillo retorcido en los ojos - Es como la leyenda de la Mano del Mono. ¿La conoces, viejo?
Bishnu inclinó levemente la cabeza, dejando escapar un murmullo que más parecía viento entre ramas secas:
  • La mano se ofrece antes de ser vista. El deseo viaja y deja un eco que nunca vuelve. Quien la toca recibe… lo que no esperaba, y aún así, cree entender.
Hong Long lo observó, frunciendo el ceño y apretando los puños.
  • Un talismán maldito, dicen. Concede deseos a aquel que lo posee, pero siempre… siempre con un precio oculto. El oro que se pide llega… pero llega manchado de sangre. El amor que se suplica… llega, pero marchito, muerto en los brazos. - Se detuvo frente al sabio, su sombra alargándose sobre él como la de una colosal serpiente amenazante - Obtienes lo que anhelas, pero lo que amas… se corrompe.
Bishnu permaneció inmóvil, su voz un hilo quebradizo y enigmático:
  • Lo que se busca no siempre espera. El río devuelve piedras, pero nunca las mismas. El sol toca todas las hojas, pero no las ilumina a todas.
Hong Long se tensó, comprendiendo apenas el peso de sus palabras, mientras la calma de Bishnu lo volvía más inquieto que su propia furia. Se inclinó ligeramente hacia adelante, la mirada fija, los ojos brillando con una mezcla de ambición y urgencia:
  • Viejo… quiero que me lleves hasta el Sundra-Kalash - su voz, firme y autoritaria, no admitía discusión - No hay excusas ni dilaciones. Partiremos mañana.
Bishnu levantó un dedo lentamente, como señalando la dirección de un viento que nadie más percibía. Su voz surgió como un eco quebrado entre las paredes húmedas del palacio flotante, cada palabra un laberinto de significados ocultos:
  • El mono observa desde la cima de su árbol invisible. Sus frutos no caen donde los ojos desean, y la rama que sostendría vuestra mano aún no se inclina. Quien lo busca ya camina por mares que vuestra vista no alcanza, y esta estancia… no contiene al que el destino ha señalado.
Hong Long frunció el ceño, pero Bishnu no añadió nada más. Solo sus ojos, profundos como pozos sin fondo, parecían reír ante la frustración del pirata, dejando clara la imposibilidad de doblegar el curso del destino.

“Chik-chik… gnnh… clac-clac… gnnh-chik…”
  • ¡Déjalo ya, Mordisquitos! - gruñó el vigía, su único ojo brillando con impaciencia - ¡No vas a conseguir romperlas!
“Gnnh… chik-chik… clac… gnnh…”

El africano seguía mordiéndose las ataduras, intentando forzarlas con su mandíbula metálica, mientras el resto de la tripulación observaba con tensión el esfuerzo inútil. En medio de aquella oscuridad, Vihaan permanecía sentado, ensangrentado por la reciente pelea por defender el Red Viper. Bhagirath se inclinó a su lado, preocupado, inspeccionando las heridas:
  • Señor… ¿seguro que está bien?, esa herida en su sien sangra demasiado.
Vihaan levantó la mirada, los labios manchados de sangre.
  • No te preocupes, Bhagirath… solo un poco de sangre.
El sirviente frunció el ceño, reconociendo la valentía de su señor:
  • Fue muy valiente al luchar por el barco, señor. Les plantó cara a esos piratas.
  • Bah! - dijo Vihaan, apretando los dientes - ¿De que vale el orgullo estando aquí encerrados?… Además perdimos, he fallado en la defensa, he… traicionado a Grace de algún modo.
O’Neal, uno de los marineros, intervino, su voz grave resonando en la húmeda mazmorra.
  • Ni la propia Víbora Roja habría podido presagiar esto… Jensen y Callum… esos malditos traidores. Los vi contar los sacos de monedas en el muelle justo antes de que los piratas de la ciudad flotante salieran de la bodega.
Halcón ladeó la cabeza, desconfiado, su único ojo observando con dureza:
  • ¿Es cierto eso? Conozco bien a Callum y a Jensen. Pueden ser cobardes, sí… pero traicioneros… nunca.
O’Neal lo miró fijamente, firme:
  • Lo vi con mis propios ojos, tuerto. Los malditos traidores ayudaron a los piratas a colarse dentro del navío. No hay duda.
El silencio volvió a la mazmorra, solo roto por los chik-chik… gnnh… clac-clac… de Mordisquitos, que seguía mordiendo sin descanso. La rabia, la impotencia y la incredulidad llenaban el aire, mientras la tripulación sentía la urgencia de recuperar el Red Viper y reunirse con su capitana.
Halcón, con la mirada perdida entre las sombras húmedas de la mazmorra, susurró con tristeza:
  • ¿Acaso este es el final de los piratas de la Víbora Roja? Hemos perdido nuestro barco… hemos perdido a nuestra capitana… ¿qué más nos queda?
Bhagirath lo miró con firmeza, los ojos brillando entre la penumbra:
  • Precisamente eso nos queda. Nuestra capitana… su fuerza… y su determinación. Esté dónde esté seguro que estará luchando sin descanso.
O’Neal, con voz grave y cargada de inquietud, añadió:
  • Quizás… esté muerta.
Vihaan escupió un hilo de sangre al suelo. Sus manos temblaban, encadenadas, pero su mirada era un fuego que no podía apagarse. Inspiró profundamente, su pecho subiendo y bajando con fuerza, y levantó los brazos, tirando de las cadenas hasta que el metal crujió. La vibración de las cadenas resonó en toda la celda y el eco retumbó en las paredes de piedra, haciendo que la luz de las antorchas danzara y se reflejara sobre los rostros de los prisioneros. Sus ojos recorrieron a cada hombre de la celda, cada rostro cansado y abatido, y su voz rompió el silencio como un trueno.
  • ¡No hay hombre, mujer ni bestia que pueda matar a Grace O’Malley! ¡Mientras ella respire, nosotros seguimos de pie! ¡La Víbora Roja jamás caerá! ¡Y quien lo intente, sentirá nuestra furia!
O’Neal se levantó de golpe, la sangre de su temor reemplazada por un rugido de rabia y determinación. Sus hombros se enderezaron, sus puños se cerraron y la chispa de la esperanza se encendió en sus ojos.
  • ¡Tienes razón, Vihaan! - gruñó O’Neal, los ojos chispeando de rabia - ¡Debería morir fulminado aquí mismo por osar dudar de nuestra capitana tan siquiera un instante! ¡Lucharemos hasta que los mares ardan!
Vihaan alzó la cabeza, la sangre aún goteando de su rostro, y rugió con fuerza:
  • ¡¿Quién está conmigo?!
  • ¡Yo!
  • ¡Yo!
  • ¡Yo! Señor!
Uno a uno, los prisioneros se pusieron de pie. Las cadenas tintineaban, pero ya nadie dudaba. Mordisquitos, con su dentadura de hierro, mordió con furia la cadena que lo aprisionaba. Un chasquido metálico resonó en la mazmorra y, con un último tirón, rompió el metal. Sus brazos se alzaron como un demonio sediento de sangre.

Sin dudarlo, empezó a arrancar las cadenas de sus compañeros. Cada golpe de hierro roto retumbaba como un tambor de guerra. Los hombres rugieron, el miedo convertido en rabia y determinación. La sangre quería ser derramada, los puños deseaban liberarse, y el espíritu de la Víbora Roja renacía con fuerza brutal. La mazmorra se llenó de gritos de guerra, cadenas cayendo al suelo y un rugido coral que prometía venganza. Nadie quedaba inmóvil, nadie dudaba. La rebelión había comenzado, y el corazón de cada prisionero latía al unísono con el de Vihaan: ¡la libertad se ganaría con sangre y muerte si era necesario!

Los guardias se giraron, confiados, viendo al coloso africano encorvar su espalda y tensar cada músculo para arrancar la puerta de barrotes del suelo. Sonrieron, burlones, seguros de que nada podría doblegarlos. Pero entonces un crujido profundo recorrió las visagras; los barrotes vibraron como cuerdas tensadas al límite, y la roca que los mantenía firmes comenzó a ceder, soltando un gruñido de hierro retorcido.

Alzaron sus lanzas, decididos a atravesar al gigante, a detenerlo antes de que la puerta cediera. Pero justo en el instante en que las puntas brillaron en la luz mortecina de la mazmorra, apunto de alcanzar la oscura piel de Mordisquitos, cuatro manos las frenaron con fumeza.
  • Ahoraaaa! - gritó con furia Vihaan.
Sus brazos tiraron a la vez como el empuje de un torbellino: Bhagirath y Vihaan empujaron los cuerpos de los dos guardias contra los hierros, doblándolos como muñecos de trapo. El metal retumbó bajo la fuerza del impacto, haciendo que cayeran al suelo, soltando sus lanzas.

La puerta, liberada por la presión del coloso, cayó con un estruendo ensordecedor sobre los hombres, aplastando sus cuerpos contra el suelo frío. Y entonces Mordisquitos sonrió. Los guardias pidieron misericordia, sin saber que lo último que verían en sus tristes vidas era aquel demonio de dentadura de hierro y furia inhumana, saltando y cayendo con precisión mortal sobre ellos. Los cuerpos fueron aplastados y triturados en un instante, como ramas secas bajo un mazo que no deja resquicio para la vida. La mazmorra se llenó de un eco metálico y de un silencio mortal que anunciaba la victoria de los encadenados.

El eco de los cuerpos aplastados se desvaneció, y un silencio expectante llenó la oscuridad. Pero solo por un instante. Ya que, como un huracán imparable, la tripulación liberada rugió al unísono, un estruendo ensordecedor que hizo vibrar las piedras y estremecer los barrotes de hierro de aquella prisión subterranea.

Vihaan alzó los puños, Bhagirath detrás de él con la mirada consumida por el fuego, y todos los marineros se lanzaron como una marea de acero y furia, sus cadenas cayendo al suelo con un tintineo que parecía anunciar la destrucción que venía. Mordisquitos, convertido en un torbellino de dientes y furia, rompía lo que osaba entrometerse a su paso. Cada golpe, cada empujón, cada grito alimentaba la energía de la rebelión; era un caos incontrolable, una tormenta de rabia y venganza que avanzaba por la mazmorra, arrasando con todo a su paso.

El rugido de la tripulación no solo era sonido: era pura voluntad, era la furia concentrada de hombres que se negaban a ser vencidos, un huracán de muerte y destrucción que anunciaba que nadie, ni celda ni guardia, podría contenerlos por mucho más tiempo. La libertad había despertado, y con ella, la Víbora Roja volvía a alzarse.

Los presos avanzaban por la mazmorra como una tormenta de acero y fuego. Cada enemigo que osaba interponerse era derribado con fuerza brutal; sus armas caían al suelo para ser empuñadas por manos nuevas, transformando cada obstáculo en un instrumento de liberación. Halcón, Vihaan y Bhagirath abrían celdas una tras otra, no solo liberando a sus camaradas, sino a todos los prisioneros que el Dragón había osado encerrar.

Los liberados, al ver la determinación de la tripulación, se unían sin preguntas, sin palabras: desconocidos convertidos en hermanos de batalla bajo la misma bandera de la libertad. Sus pasos resonaban como truenos en los corredores húmedos y oscuros; cada grito de guerra, cada golpe contra el hierro o la madera, reverberaba con la fuerza de un mar embravecido.

El rugido de la tripulación llenaba la mazmorra, un torrente de caos y destrucción que parecía imparable, como si la propia ciudad flotante temblara ante la ira y la determinación de los liberadores. Allí, entre sombras y cadenas rotas, la leyenda de la Víbora Roja se hacía tangible, y la libertad volvía a florecer en cada corazón que había sido sometido.

Yara se incorporó de golpe, su mirada recorriendo la mazmorra.
  • ¿Escuchais eso? - preguntó, la tensión vibrando en su voz.
  • ¡Son gritos de rebelión! - respondió Grace, poniéndose en pie con una sonrisa feroz y los ojos encendidos en llamas - ¡Vihaan, Bhagirath! ¡Están luchando!
Yrsa, Bum-Bum y Macfarlane también se levantaron, sintiendo la llamada, el fuego ardiendo en sus interiores. Macfarlane empezó a gritar, animando a sus compañeros, su voz resonando como un cañón en la oscuridad.

De repente, la puerta de la celda se abrió de golpe. Shen Bao entró con catorce hombres, armados hasta los dientes, llenando la mazmorra de sudor y amenaza. Sus órdenes fueron cortantes: mantener las defensas y matar a cualquiera que intentara acercarse. Sin mediar palabra, sacó una daga y se la presionó contra el cuello de Grace.
  • ¡Te lo dije! - gruñó la capitana, desafiante incluso en ese momento, en presencia de la guadaña - ¡Te dije que eras hombre muerto!
  • ¡Puede que tengas razón, zorra de fuego! - contestó él con una sonrisa cruel - ¡pero tú vendrás conmigo!
Y entonces algo cambió en la atmósfera, algo imperceptible, silencioso, fugaz. Una sombra descendió desde lo alto de la prisión, tan silenciosa que parecía disolverse en el aire. Se movía como el agua, fluida y oscura, un espectro cubierto de telas negras y suaves, sin rostro, sin ojos, sin alma. Antes de que los hombres pudieran darse cuenta de su presencia, el fantasma estaba detrás de Shen Bao. Con un movimiento imposible de seguir por los ojos humanos, cortó su garganta con precisión quirúrjica y le tapó la boca para silenciar su grito. Cuando su cuerpo cayó, lo acompañó suavemente hasta el suelo, como una ola que rompe y se retira en la orilla de un mar calmado, y desapareció antes de que Grace tan siquiera pudiera hablar.
  • ¡Señor, se acercan! ¿Qué hacemos? - preguntó un guardia, su voz cargada de pánico - ¿Señor?
Al darse la vuelta, solo vio a Grace, la sorpresa reflejada en su rostro, mientras la sombra volvía a atacar. Como un río negro deslizándose por la oscuridad, se movió entre los hombres. Sus ataques eran precisos y letales, invisibles a la vista, como si la muerte surgiera de la propia oscuridad. Cada arma que blandía estaba envuelta en un resplandor de acero silencioso: cuchillas que giraban como aletas de tiburón, cadenas cortas con puntas punzantes que recordaban a las colas de serpientes negras, y estrellas diminutas que volaban y desaparecían en un parpadeo. Ninguno de los catorce hombres pudo verla venir.

Los golpes eran fluidos y despiadados: un brazo que se extendía, un salto que parecía desafiar la gravedad, una cuchilla que aparecía de entre la sombra y desaparecía, dejando el cuerpo del enemigo sin vida, sin siquiera un grito. La sombra flotaba, se deslizaba, golpeaba y desaparecía como una corriente de agua negra que arrasa todo a su paso.

Grace observaba, con los ojos abiertos, sin poder apartar la mirada. Cada movimiento era hipnótico, brutal, perfecto. No había miedo, solo la inevitabilidad de la muerte que la sombra traía consigo, y la certeza de que la batalla estaba cambiando de lado en un instante. Los cuerpos de los hombres caían, uno tras otro, y el silencio solo era roto por los susurros de los últimos intentos de resistencia, sofocados antes, incluso, de nacer.

La mazmorra, que hasta hacía un momento parecía un laberinto de desesperación, se transformaba en un escenario donde la libertad empezaba a abrirse camino, guiada por aquella presencia invisible, mortal y sigilosa.

Grace se quedó inmóvil, contemplando la carnicería que el fantasma había dejado tras de sí. Los cuerpos mutilados yacían dispersos por el suelo, sus caras congeladas en un horror petrificado, los ojos abiertos como faros muertos. Extremidades cortadas, torsos desgarrados, sangre manando de cada rincón, impregnando la piedra húmeda y fría. Un olor metálico y espeso de sangre y muerte flotaba en el aire, invadiéndolo todo.
  • ¿Qué tipo de magia negra es esta? - susurró Yara, con los ojos abiertos de par en par, temblando.
Grace tragó saliva, asustada, con la respiración entrecortada, y susurró.
  • No… no ha sido magia… era… era… un… un fantasma.
De repente, una voz surgió de la oscuridad, sin revelar origen ni forma. Fría y profunda, como las profundidades del océano, reverberaba entre las paredes de la mazmorra.
  • ¡De nada! - dijo la voz.
  • ¿Quién… quién eres, demonio? ¿Quién habla? - preguntó Grace, mirando frenéticamente hacia el punto de donde parecía venir su voz.
  • Los pocos que sobreviven despúes de conocerme, me apodan la Muerte Silenciosa…
Grace giró la cabeza; la voz había cambiado de lugar.
  • ¿Qué eres? ¿Eres de este mundo? ¿Quién te envía? - su voz temblaba, mezclando miedo y fascinación.
  • Aunque fui mujer, ahora soy esclava - susurró la voz, viniendo desde otro rincón de la mazmorra - Aunque no lo quiera, pertenezco a este mundo. - su tono se deslizaba entre las sombras, imposible de localizar - Y me envía la esperanza de un futuro mejor, capitana Grace O’Malley.
Grace notó algo a su espalda, entre el diminuto espacio que quedaba entre ella y la pared de roca, vio por un instante los ojos rasgados de la sombra, brillando sin parpadear. En un instante, las cadenas que la aprisionaban cayeron al suelo, liberando también a Yara, Bum-Bum, Macfarlane y Yrsa. Aquella presencia había actuado sin que ellos siquiera se percataran.
  • ¿Por qué nos ayudas? - preguntó Grace, retrocediendo unos pasos, cauta y desconfiada.
  • ¿Y por qué no? - respondió la voz, acercándose como un susurro que se colaba entre los ladrillos de la mazmorra.
Yara dio un paso al frente, intentando interponerse, los puños tensos, temiendo que aquel torbellino de sombras pudiera dañar a su amiga. Pero antes de que pudiera dar un segundo paso, la sombra desapareció. No hubo sonido alguno, ni un leve roce; era como si la misma oscuridad se hubiera ensanchado para protegerla.
  • ¡No te ocultes, demonio! - gritó Yara, intentando localizarla en la penumbra.
  • El viejo, aquel a quien buscáis, lo encontraréis en el palacio de Hong Long. Vuestro navío os esperará en el muelle. No os preocupéis por eso; yo me encargaré.
  • ¿Por qué diablos nos ayudas? - insistió Grace.
  • Solo pido una cosa a cambio… que me llevéis contigo, mujer de fuego.
En ese instante, Vihaan y el resto de la tripulación irrumpieron en la mazmorra. Sus rostros cubiertos de sangre, la respiración agitada, las armas alzadas, el sudor y el polvo cubriendo sus cuerpos. Se detuvieron un momento, sorprendidos, contemplando a Grace y a los demás observando la penumbra, mientras el suelo aún crujía bajo los cadáveres.
  • ¿Qué ha pasado aquí? - preguntó Vihaan, sin comprender nada, con la mirada recorriendo el caos de muerte que se extendía ante ellos.
El silencio se adueñó de la mazmorra un instante, roto solo por la respiración pesada de los sobrevivientes y el goteo de la sangre en la piedra. La esperanza, frágil pero persistente, volvía a encenderse en sus corazones.

Continuará…
 
Perdona que no lo haya visto antes, pero entre los fichajes y el partido del Sevilla he estado entretenido.
Pues grande Vihaan que cada vez es más valiente y ha encabezado la rebelión.
Y muy grande el fantasma que además se irá con ellos.
 
Capítulo 17 - Huída de la Ciudad Flotante: El Tameskalt ‘El fuego que debora’

Los ojos de Grace se iluminaron al ver a sus compañeros con vida, pero sobretodo al ver al astrónomo en medio de la mazmorra, con los pelos alborotados, sudado hasta la médula y la sangre cubriendo sus ropas.
  • ¡Vihaan! ¡Estás vivo! - gritó corriendo hacia él, abrazándolo con todas sus fuerzas.
  • Ha ido de poco esta vez, pero sí… estamos todos bien - respondió él, rodeándola por la cintura y dándole un beso en la frente.
  • ¡Señorita Grace! - la voz grave de Bhagirath interrumpió el momento - Siento interrumpir este emotivo momento pero debemos marchar sin demora. Los hombres de Hong Long no dejan de llegar.
  • ¡Sí, capitana! - añadió Halcón, con el ojo encendido por la furia - ¡Hay que partir ahora, aprovechar la sorpresa!
Grace los miró a todos, uno a uno, como si contase a su tripulación en silencio, asegurándose de que ninguno se había quedado atrás.
  • No podemos irnos sin Bishnu - dijo sin dejar de mirar a su alrrededor.
  • ¡Y Gláfur! - añadió Yrsa, golpeando la pared con el puño - ¡Tampoco estar Gipsy!
  • ¡Demonios, es verdad! - exclamó Grace.
  • ¿Dónde está al sabio? - preguntó Vihaan con urgencia.
Unos pasos retumbaron en los pasillos. Lejos, pero cada vez más cercanos, se escuchaban los gritos de órdenes, el tintinear de las lanzas, el estrépito de botas golpeando la piedra húmeda. Los guardias se acercaban como una manada de lobos, cerrando el cerco.
  • Es una larga historia - gruñó Grace, alzando la voz - ¡No hay tiempo ahora! ¡Debemos organizarnos!
Se enderezó, el cabello rojizo desordenado, con los ojos brillando como brasas. Su voz, firme y poderosa, atravesó el caos de la prisión:
  • ¡Escuchadme todos con atención! Yara, Mordisquitos… vosotros encabezad un grupo hacia el muelle. Recuperad el Red Viper y preparadlo para zarpar. Yrsa, Bum-Bum, Bhagirath… vosotros saquead los almacenes del puerto. Llevad todo lo que pueda hacernos falta para cruzar el Ártico. Halcón, Macfarlane… encontrad a Gláfur y a Gipsy, no dejaremos a ninguno de los nuestros atrás. Vihaan y yo iremos a rescatar a Bishnu.
Los presentes asintieron con determinación. La estrategia estaba clara. Ya no eran un grupo de presos; eran una tripulación con un propósito. Se dispusieron a encontrarse con sus enemigos, pero de repente, entre la multitud de rostros desencajados y llenos de furia, una voz se alzó:

- ¿Y qué hay de nosotros?

Quien preguntó era un hombre bajo, de anchas espaldas, con el pelo negro enmarañado y una barba oscura salpicada de canas. Tenía los ojos oscuros como ascuas y una cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda. Su ropa desgarrada dejaba ver el cuerpo curtido por el sol y la mar. A su lado, otros cinco hombres con aspecto igualmente fiero lo acompañaban.
  • ¿Quién eres tú? - preguntó Grace, frunciendo el ceño.
El hombre sonrió mostrando los dientes, exaltado por la rabia y el ansia de combate.
  • Mi nombre es Rodrigo Cortés, aunque todos me llaman ‘El Ronco’. Nacido en el sur de españa, pirata de profesión… antes de acabar atrapado en esta maldita prisión. Y estos hombres que me acompañan son mis hermanos, no de sangre, pero sí de espíritu. Sería un honor para nosotros, navegar al lado de una tripulación tan aguerrida como la vuestra.
Grace le sostuvo la mirada unos segundos, midiendo la verdad de sus palabras. Finalmente, asintió con una leve sonrisa.
  • Cualquier ayuda es bienvenida en estos momentos, español. Si lo deseas, ven con nosotros. Vihaan y yo te lo agredecemos.
  • ¡A tu lado, capitana! - respondió Cortés, apretando el puño con fuerza.
O’Malley volvió a mirar al resto de los presos liberados. Había hombres y mujeres de todas las procedencias: africanos, árabes, chinos, nórdicos, europeos… un mosaico de forajidos, esclavos y piratas. Todos con los rostros bebiendo de la misma furia que les unía en aquellos momentos.
  • ¡Escuchadme bien! - hizo tronar su voz en la mazmorra, rebotando contra la piedra - El que quiera luchar, que luche. El que prefiera salvar su pellejo, que lo haga. Pero quien quiera navegar a mi lado… que demuestre ahora su valor.
Alzó el brazo y gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
  • ¡Por el Red Viper! ¡Por la libertad!
Un rugido salvaje estalló en la prisión. Hombres y mujeres alzaron sus armas improvisadas - cadenas, dagas, viejas espadas, palos arrancados de las celdas - Cualquier herramienta que pudiera golpear y cortar se empuñaba con firmeza. La tempestad había estallado.
Y entonces, las puertas del pasillo se abrieron con estrépito: una oleada de guardias entró a la carrera. Las lanzas brillaron bajo la tenue luz de las antorchas.

El choque fue brutal. El primer guardia cayó con un tajo en el cuello; otro fue derribado por Bhagirath de un solo golpe. El sonido del hierro contra el hierro llenó el aire, acompañado de gritos, alaridos y el rugir de la tripulación desatada. El suelo húmedo de la mazmorra pronto se tiñó de sangre. Los pasillos estrechos se convirtieron en un campo de batalla. Los rebeldes avanzaban como una avalancha de furia y destrucción, empujando a los soldados hacia atrás, derribando puertas y rejas. Cada victoria se celebraba con un grito, cada herida recibida se ignoraba. El caos reinaba, pero la dirección era clara. Hacía adelante, sin compasión, sin rendición. Y en medio del fragor, la voz de Grace seguía sonando como un faro en la tormenta, guiando a su gente hacia la libertad.

Las mazmorras ardían entre gritos y acero. El eco de los combates se mezclaba con el olor a sangre fresca y humedad añeja. Yara, cubierta de sudor y con los ojos encendidos como carbones, blandía sus cuchillos como una orisha en trance.
  • ¡Maldito sea este laberinto! - gritó, hincando una hoja en la garganta de un guardia que intentó cerrarle el paso. Con un giro arrancó la vida de otro de un tajo seco en el vientre, y antes de que cayera el tercero ya recibía su filo bajo el brazo, cortando tendones y dejándolo desplomarse entre estertores - ¿¡Cómo diablos vamos a encontrar la salida!?
En medio del caos, una carcajada rasposa se elevó como un trueno:
  • ¡Es sencillo, mujer! - rugió Rodrigo Cortés ‘El Ronco’ mientras apartaba a un guardia de un empellón brutal - ¡Solo hay que seguir matando, y abrirnos paso por donde los perros aparezcan!
El español se movía como un espectro entre barrotes y cadenas. Su espada danzaba ligera, demasiado rápida para un hombre de su edad, y cada estocada era un destino cumplido. No necesitaba fuerza desmedida: era agilidad, experiencia y precisión lo que lo hacían letal. Su acero encontraba gargantas como si tuviera sed propia, cortaba venas con la naturalidad de quien pela fruta madura.

Grace, combatiendo a su lado con los cabellos rojos enmarañados y los ojos ardiendo, no pudo evitar soltar entre jadeos:
  • ¿Dónde aprendiste a luchar así, español?
El Ronco estalló en carcajadas, graves y profundas, mientras desarmaba a un enemigo y le rajaba la cara de oreja a oreja. Él y sus hombres segaban vidas como segadores en un campo de trigo al atardecer: cada cuello, una espiga; cada chorro de sangre, la cosecha del acero.
  • ¡Navegamos muchos años al lado del hombre más bravo y temido de nuestra tierra! - bramó con voz de trueno, sus ojos brillando al cruzarse con los de la capitana. Hizo una pausa, atravesando el pecho de un guardia con su hoja y empujándolo hasta clavarle en la pared. Entonces dijo aquel nombre como si invocara a un dios olvidado- Diego de la Vega.
El corazón de Grace se detuvo un instante. Sus pulmones parecieron negarse a tomar aire, y sus ojos se abrieron como si la realidad se quebrara ante ella. El Ronco, arrancando su espada del cadáver aún caliente, rió con gusto:
  • ¡Vaya! Por su cara, capitana, parece que lo conoció bien…
Grace, rabiosa, con los dientes apretados y los brazos manchados de sangre hasta los codos, respondió sin dejar de desgarrar enemigos a su paso:
  • ¡Lo conozco, español! Fue el hombre que me enseñó el camino de la libertad. El marinero que me enseñó a navegar. ¡Mi maestro, al que le debo todo lo que soy!
Rodrigo Cortés rugió otra carcajada mientras derribaba a dos enemigos de un solo tajo.
  • ¡Está claro que lo conoció, mi capitana! Porque eso mismo fue Diego de la Vega para mí… ¡eso y mucho más!
El combate rugía a su alrededor como una tormenta de acero y pólvora. Las mazmorras ya no eran un laberinto: eran el escenario de una marea de sangre que avanzaba inexorable hacia la libertad.

- ¡Al frente! ¡El portón! - bramó Macfarlane con la voz rota de rabia mientras hundía su cuchillo una y otra vez en los riñones de un guardia, arrancándole gemidos agónicos antes de arrojarlo al suelo como un saco de carne. Avanzó hasta colocarse junto a Grace, jadeando con una sonrisa que destilaba locura.- ¡Ya puedo oler el aroma del mar, mi capitana!

O’Malley alzó la vista: ahí estaba, la salida, a poco menos de veinte pasos. Pero el muro de hierro de Hong Long se interponía entre ellos y la salvación. Frente a la puerta les esperaban sus hombres, bien posicionados, aguardando la llegada de los rebeldes. Una primera fila de lanceros firmes como una muralla, lanzas al frente; y detrás, una segunda línea de mosqueteros con las mechas encendidas, dispuestos a escupir muerte.
  • ¡Al suelooooo! - rugió Grace con toda la furia de su garganta.
Los piratas y prisioneros liberados se lanzaron al suelo, buscando refugio tras columnas, cadenas, piedras sueltas… incluso usando los cadáveres aún tibios de sus enemigos como escudos improvisados. Entonces llegó el trueno: el estruendo de los mosquetes reventó las mazmorras, el humo acre llenó el aire, gritos desgarrados cortaron la penumbra. Cuerpos libres volvieron a caer encadenados, esta vez por siempre, en la tierra de los muertos.

Grace apretó los dientes hasta casi romperlos.
  • ¡Ahoraaaa! - bramó, aprovechando el breve instante en que los mosqueteros recargaban.
Los piratas se levantaron como una tormenta, acero en alto, gritos de furia en la garganta, lanzándose sin miedo contra las lanzas que los contenían. El choque fue violento: las picas se clavaban en vientres y pechos, empujando a los primeros, atrapándolos como animales en una jaula de hierro. Los que empujaban detrás no tenían dónde retroceder. Y antes de que pudieran romper la línea enemiga, un segundo trueno de mosquetes retumbó: sangre, gritos, hombres cayendo como espigas cortadas. Incluso Mordisquitos recibió un disparo en la pierna, cayendo de rodillas con un rugido animal de dolor.

Entonces, como una chispa de esperanza, Bum-Bum, pequeño entre gigantes, alzó su tirachinas y lanzó una diminuta bala tintada de color verde que impactó directo en el rostro de un mosquetero. Al romperse, liberó un humo denso que se extendió como una epidemia en el aire. Los guardias comenzaron a toser, cegados, escupiendo sangre entre arcadas.
  • ¡Bien hecho, pequeñoooo! - gritó Yara, mientras degollaba a un guardia con un movimiento tan rápido y elegante que parecía un baile macabro.
  • ¡Apartaaaaaaaad! - bramó Macfarlane.
Los piratas se hicieron a un lado, formando un estrecho pasillo y el escocés, con el torso desnudo, cubierto de sangre hasta los tobillos y los ojos encendidos como llamas eternas de un infierno antiguo, echó a correr entre ellos. Usó la espalda de Mordisquitos como trampolín y, como una bestia desatada, saltó por encima de las lanzas enemigas, cayendo entre la segunda fila de mosqueteros como si fuese un demonio vomitado por el caos.

Allí luchó como un poseso: mordía orejas, arrancaba narices a dentelladas, usaba los mosquetes descargados como garrotes, pateaba entrepiernas y clavaba sus cuchillos en axilas, gargantas, ojos. Su violencia no tenía honor ni estilo: era sucia, traicionera, como la tormenta que revienta las velas y parte el mástil en plena noche. Y allí, en esa retaguardia, sembraba el pánico con carcajadas dementes, manchando el suelo de sangre enemiga.

Grace apretó los puños, su piel erizada por aquella violencia desatada, levantó su espada y rugió con una fuerza que resonó como un trueno en el corazón de todos las que la seguían.
  • ¡Atacaaaaad! ¡No les deis nadaaaaa! ¡Arrebatádselo todooooo!
El grito de la capitana fue el de un león. Siempre luchaba en el frente, nunca retrocedía. Sangraba al lado de los suyos, dispuesta a morir por ellos. Aquel grito no era el de una mujer, no era ni si quiera de este mundo, aquel grito era el brazo que sontenía y empujaba sus almas hacía la victoria.

Yrsa, gritó, escupiendo rabia y fiereza, como una osa salvaje. Avanzaba como un martillo de los dioses, blandiendo una pesada maza. Cada golpe suyo destrozaba cráneos, partía pechos como si fueran cascarones de nuez, derribando de tres en tres a los guardias.

Bhagirath, sereno, implacable, avanzaba como un monje guerrero: cada estocada era limpia, cada tajo preciso, cada enemigo caía con respeto, como si su muerte fuera una ofrenda a sus dioses.

Vihaan, ágil como una pantera, se movía entre lanzas y sables, esquivando, cortando, hiriendo con precisión quirúrgica, su cuerpo convertido en una molesta e inalcancable avispa.

Yara, bailarina de la muerte, giraba sobre sí misma, sus cuchillos describiendo arcos rojos en el aire. Sus movimientos eran tan hermosos como letales, un espectáculo sangriento que dejaba tras de sí un reguero de gargantas abiertas.

Bum-Bum se abrió paso entre ellos, ayudando a levantar a Mordisquitos con un brazo mientras con el otro animaba a los demás. El enorme africano, pese a la pierna herida, rugía con rabia, hundiendo su enorme puño en el cuerpo de cualquiera que se acercara demasiado.

Halcón, frío y calculador, recogía los mosquetes caídos y disparaba sin fallar jamás: cada bala encontraba un ojo, una boca, una nuca. Parecía que los mismo dioses bendicieran su puntería.

Y los españoles de El Ronco, hombro con hombro, eran como una muralla de acero. Rodrigo Cortés encabezaba la formación, su espada deslizándose con elegancia asesina, mientras sus hombres cubrían los flancos y cada paso que daban era otro cadáver que quedaba atrás.

El estruendo era insoportable: hierro contra hierro, gritos, disparos, el olor acre de la pólvora y la sangre. Hasta que, finalmente, tras un último embate brutal, el portón cedió. Una ráfaga de aire fresco golpeó sus rostros. La noche del exterior los recibió con un abrazo de libertad. El rugido de la marea, el crujir de maderas, el lejano canto de las gaviotas. Estaban fuera.

Los piratas del Red Viper y los hombres libres irrumpieron en la ciudad flotante como una tempestad incontrolable, una ola de acero y furia imposible de contener.
  • ¡No bajéis la guardia! —rugió Grace con voz de trueno mientras la sangre se le escurría por la mejilla - ¡Seguid luchando, pues aún no hemos salido de la prisión que es esta maldita ciudad. Cada uno a sus tareas! ¡Nos veremos en el Red Viper, vivos o muertos. Coraje hermanos, que no decaigan los ánimos. Luchaaaad!
Un rugido unánime respondió, los hombres y mujeres alzaron sus armas y se dividieron: unos corriendo hacia los muelles para recuperar el bergantín, otros hacia los almacenes con la fiebre del saqueo, y un tercer grupo dispuestos a liberar a Gláfur y Gipsy.

Grace y Vihaan se cruzaron una mirada: sin palabras, solo un asentimiento. A su lado, los españoles formaban como una muralla, fieros, listos para seguirla hasta el infierno.
  • ¡Grace! - Yara apareció de pronto, la sujetó por el cuello con fuerza, los ojos brillándole como brasas - ¡Ni se te ocurra morir, me oyes!
La capitana sonrió, devolviendole el gesto, sujetándola igual por el cuello, sonrió.
  • No pensaba precisamente hacerlo, amiga.
Juntaron sus frentes, sudor y sangre resbalando por sus rostros.

- Como mueras, ¡te juro que te mataré! - dijo Yara con rabia.

Las dos rompieron en carcajadas, salvajes, como leonas en medio de la masacre. Una carcajada loca y liberadora. Luego se separaron, sin mirar atrás, sin miedo, pero sabiendo que quizás esa fuese la última vez que se verían con vida.

Grace, Vihaan y los españoles avanzaban como un ariete humano a través de la ciudad flotante. No había civiles, no había inocentes en la superficie. Los únicos acababan de ser liberados de las mazmorras. Cada hombre y cada mujer en pie sobre los tablones de madera eran soldados de Hong Long. Lo que Zheng Bao había vendido como un refugio de hombres libres que vivían sin reglas, resultaba ser solo un colosal e irreal feudo de madera bajo el puño de un tirano.

Rodrigo Cortés, con su espada roja de sangre, gritó entre el estruendo:
  • ¡¿A dónde nos llevaís, capitana?!
  • ¡Arriba! ¡Al palacio del Dragón! - contestó Grace, sin frenar ni un segundo.
El español rompió a reír, abriéndose paso a estocadas.
  • ¡Madre santa…! - exclamó en su lengua natal - ¡Aunque apenas la acabo de conozer, debo reconocer que me he enamorado de esa mujer!
Sus compañeros rieron también, apuñalando y disparando sin perder el paso.
  • ¡¿Qué dices, español?! - gritó Grace, atravesando el pecho de un pirata con su espada.
  • ¡Que me he enamorado! - rugió Cortés, hundiendo su acero en una garganta y sacudiéndolo para abrirla de lado a lado - ¡De la furia de mi capitana! ¡Bella y letal, valiente y leal, qué hombre podría resistirse a una mujer así?!
Vihaan, con una risa ronca mientras hundía su espada en un costado de un viejo pirata, exclamó:
  • ¡Le entiendo, señor! ¡Créame que lo entiendo! ¡Es irresistible, dudo… que digo, estoy convencido que no existe mujer igual sobre la faz de la tierra!
Grace resopló, empapada en sangre, decapitando a un enemigo de un tajo brutal.
  • ¡Dejaros de cumplidos, apuestos y fieros guerreros! ¡Este no es el mejor momento para halagos ni bonitas palabras…! - le reventó la cara a un pirata contra el mástil de un barco, hundiendo su cráneo como una calabaza madura - ¡Es momento de matar!
Y matando, se abrieron paso hasta las mismas puertas del palacio del Dragón.
Cuando estaban a punto de irrumpir en el salón principal, un ventanal de la planta superior explotó en mil pedazos. Entre los cristales cayó Bishnu, como un pájaro huesudo, aunque su caída se suavizó con un leve gesto de su mano, hasta tocar el suelo con elegancia imposible.

Los españoles se tensaron, espadas en alto.
  • ¡Esperad! - ordenó Grace, levantando la mano - ¡Es amigo!- Y con una sonrisa feroz, alzó la voz hacia él - ¿Qué tal, viejo?
Bishnu sonrió con la calma de siempre, levantando su bastón. Luego mostró un pesado petate que llevaba colgando del brazo. De su interior asomaban tesoros: la flor de lis de Vihaan, las pistolas sagradas de Yara, Bess e Isobel, las dagas de Macfarlane, el talwar de Bhagirath, el martillo de Yrsa…
  • El río que se retrasa pierde la desembocadura - dijo con voz serena, mirando a Grace - Y el mar no espera al pez que duda.
Grace sonrió, pero la urgencia en su mirada ardía.
  • Viejo… tenemos una conversación pendiente, tu y yo. ¡Se acabó lo de los enigmas y la confusión de tus metáforas! ¿Estamos?
Bishnu inclinó la cabeza, como si escuchara a alguien más hablar por él.
  • Confundir es aceptar lo incomprensible. No es la voluntad de una tormenta arrasar un navió, sino su naturaleza - respondió - el cielo ofrece su ser, los que aguardan sufren su condena.
No hubo más palabras. Con las armas de vuelta en sus manos, partieron hacia los muelles.
En lo alto, Hong Long, con la nariz rota y la boca ensangrentada, se asomó al ventanal, rugiendo como un dragón herido.
  • ¡Malditos perros! ¡Ratas inmundas! ¡Esto no acabará así! Os mataréeeeee!
  • ¡Bésame el culo, sucia rata traidora! - le respondió Grace sin siquiera girarse.
Mientras tanto, en los almacenes, Yrsa, Bhagirath y Bum-Bum trabajaban como condenados.
La nórdica apartaba cajas con manos brutales, buscando solo metal: cadenas, clavos, planchas, todo lo que pudiese fundirse para reforzar el casco del Red Viper. Bhagirath, sereno y práctico, apilaba pieles gruesas, sacos de arroz y granos, carne seca y vasijas de agua dulce. “Primero subsistir, después pelear”, repetía como un mantra.

Bum-Bum, por su lado, con ojos brillantes y manos temblorosas, buscaba solo una cosa: pólvora. Y la encontró, vaya si la encontró. Sacos enteros de pólvora fina, barriles pesados, mechas, incluso frascos con líquidos extraños que probaba abriéndolos y oliendo como un alquimista loco. Llenaba el carro con todo: barriles, saquitos pequeños para granadas, trozos de vidrio para convertir en metralla, aceites inflamables, semillas secas que guardaba como tesoros.
  • ¡S yas ad s-ssawen amanar, yur ad s-ssawen! - reía como un niño feliz, cargando otro saco.
  • ¿Qué decir pequeño hombre? - le preguntó Yrsa curiosa.
  • Tameskalt! Tameskalt! - repetía una y otra vez, dándose más prisa.
Algunos de los hombres ayudaban a cargar, mientras otros se atrincheraban en la entrada, repeliendo a los piratas de Hong Long que empujaban por recuperar su botín. El carro crujía bajo el peso, completamento lleno: metal, comida y pólvora. Todo lo que un barco libre necesitaba para romper cadenas.

No muy lejos de allí, los establos de la ciudad flotante olían a humedad y estiércol. Las tablas de madera, oscuras y desgastadas por el tiempo, crujían bajo el peso de los animales. Había caballos nerviosos, mulas de carga, algunas cabras y hasta un par de bueyes enormes con los cuernos pintados de rojo. Animales que tiraban de carros, que movían mercancías en los muelles, todos ellos inquietos, relinchando y resoplando como si presintieran la violencia que se respiraba en el aire.

Macfarlane pateó un cubo de agua, salpicando el suelo sucio y maldiciendo con furia:
  • ¡Maldito seas, tuerto! Aquí no hay ni rastro de nuestros amigos peludos. ¡Tu idea es tan estúpida como tu cara! - escupió mientras arrancaba de un mordisco un pedazo de carne seca que había colgando de un gancho, masticando rabioso.
Halcón, cruzado de brazos y con gesto ofendido, replicó:
  • ¡Era la opción más lógica! Los animales se guardan en los establos, ¿no? ¿Qué culpa tengo yo de que estos piratas no entiedan de ramaderia? - dijo mientras apartaba con cuidado a una cabra que intentaba morderle la chaqueta.
El escocés dio un paso hacia él, los ojos encendidos por la ira:
  • ¡Eres un idiota! En un establo se guardan caballos u ovejas… ¡no osos y monos, imbécil! - bramó golpeando con el puño un pilar de madera hasta hacer saltar astillas.
Y entonces, la tranquilidad del establo se quebró.
Ambos portones a ambos extremos se abrieron de par en par con un estruendo metálico, y por ellos irrumpieron decenas de hombres armados, cerrando las salidas como una marea oscura. El relincho de los caballos se mezcló con el sonido de los mosquetes cargándose, y el aire se llenó de la amenaza de la muerte.

Halcón tragó saliva, se puso firme, intentó ocultar la barriga hinchándola hacia dentro y levantó los brazos bien alto.
  • ¡Me rindo! - gritó con voz aguda, como si le hubieran pisado un pie.
  • Baja esos brazos, cobarde - rugió Macfarlane, apretando los dientes - ¡Muere como un hombre! Si tuviera aquí a mis dos difuntas mujeres - murmuró, buscando con desesperación sus dagas ausentes en el cinto vacío - otro gallo cantaría…
  • No es momento de hacerse el héroe, escocés - replicó Halcón en voz baja, con los ojos fijos en los cañones que los rodeaban - Aún tenemos muchas historias que contar. Sígueles el juego y pensemos un plan.
Los soldados de Hong Long avanzaron, cerrando el círculo. Un oficial gritó al frente:
  • ¡Rendíos! No hay escapatoria.
Otro, a sus espaldas, ordenó con voz firme:
  • ¡Tirad las armas y poned las manos en la nuca!
Macfarlane y Halcón se miraron un segundo. Y finalmente, los dos se dejaron caer de rodillas, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza. Los mosquetes apuntaban a sus espaldas, las espadas listas para cercenar sus cuellos en sus caras. El silencio pesaba como plomo.

Hasta que una sombra se movió. Silenciosa, enorme, un resplandor blanco en medio de la oscuridad. De entre la penumbra de los establos, emergió Gláfur. Gigantesco, con el pelaje blanco moteado de sangre y polvo, sus ojos eran abismos encendidos de furia. No rugió, no alardeó de su poder. Tan solo avanzó despacio, silencioso, hasta que estuvo lo suficientemente cerca para abalanzarse sobre los soldados con una brutalidad imposible de describir. Un zarpazo arrancó el rostro de uno de ellos en un solo movimiento. El crujido de huesos partiendo heló la sangre de todos los presentes.

Sobre su lomo, como salido de un sueño demente, iba Gipsy, aferrado a los mechones blancos, los ojos desorbitados, gritando como un poseso. Los soldados vacilaron. El miedo se dibujó en sus rostros, y aunque algunos intentaron disparar, sus manos temblaban demasiado. El oso era un demonio hecho carne: aplastaba cráneos con las patas, desgarraba pechos con las garras, arrancaba miembros con la boca. Cada grito de dolor era sofocado por otro aún más atroz.

Macfarlane abrió los ojos como platos.
  • Por mi asqueroso y difunto padre… - susurró, antes de lanzarse de golpe hacia el enemigo, arrebatando un mosquete de las manos de un guardia y reventándole el cráneo a culatazos.
Halcón, aún de rodillas, no dudó un instante. Rodó por el suelo, recogió la espada caída de un soldado y se incorporó, hundiéndola en la tripa del más cercano. Sus labios esbozaron una sonrisa torcida.
Y entonces, el establo entero se convirtió en una masacre.

El oso y el mono abrían brecha entre carne y hueso. El escocés y el tuerto se unieron, luchando espalda contra espalda, como si la locura les hubiera contagiado. El estrépito de mosquetes, los relinchos desesperados de los caballos, los gritos humanos y el rugido animal convirtieron aquel lugar en un escenario irreal, brutal, como si una pesadilla hubiera tomado forma.

Y la sangre empezó a correr como río sobre la paja húmeda.

Mientras tanto, en los muelles, Yara avanzaba al frente, con la espada bañada de sangre y la voz tronando sobre el fragor de la batalla:
  • ¡No dejéis de luchar! ¡Seguid adelante! ¡Por la capitana, por la libertaaaad!
Mordisquitos, con la pierna herida olvidada bajo el peso de la furia, rugía como un demonio. Sus enemigos apenas alcanzaban a ver sus dientes metálicos reluciendo entre la sangre, y sus ojos blancos, abiertos como los de una bestia salida del infierno. Quien lo miraba no alcanzaba a gritar antes de morir.

Los balleneros de Svalbard, endurecidos por mares helados, blandían sus armas como si fueran las lanzas de un ejército de dioses nórdicos. Sus brazos eran truenos, y sus golpes, rayos. Héroes de saga, luchando hasta el último aliento.
De repente, O’Neall gritó, con el rostro desencajado:

- ¡Santera, ahí! ¡El Red Viper!​

Yara miró hacia el horizonte del muelle… y se detuvo de golpe.
Sus ojos se abrieron, su respiración se quebró.
  • Pero… ¿qué… demonios?
Ante ella, el muelle era un cementerio.
Cuerpos apilados sobre las maderas húmedas, sangre corriendo como riachuelos hacia el mar. El olor era insoportable: hierro caliente, vísceras abiertas, extremidades arrancadas de cuajo. Había cadáveres por todos lados, amontonados, descuartizados, pisoteados. Y los cuervos revoloteando alrrededor, dandose un festín. Como si dos ejércitos enteros hubieran chocado y se hubieran aniquilado sin compasión.

Mientras la tripulación del Red Viper luchaban como fieras en medio de aquella carnicería, defendiendo la retaguardia. Yara y Mordisquitos avanzaron despacio, hundiendo las botas en charcos de sangre, apartando cuerpos con las botas. El silencio, roto solo por jadeos y gritos lejanos, era un eco de pesadilla. Cada paso olía a muerte, cada sombra parecía un cadáver que aún respiraba. Mordisquitos gruñó, los dientes manchados de sangre, y con unos gestos ásperos de manos se comunicó con la Santera. Ella lo miró con los ojos abiertos, tensos, y respondió, estremecida:
  • No lo sé grandullón… esto parece obra del diablo.
Entonces, se agachó lentamente, sus dedos rozando los cadáveres. Alzó la mano. Entre sus dedos, brillaba un arma extraña: una estrella metálica con puntas afiladas, ennegrecida por la sangre. Ya había visto algo así, la segunda vez ese día. La Santera se quedó muda un instante, antes de murmurar con un hilo de voz:
  • Ha sido ella… el mismo fantasma que nos liberó en la mazmorra… la muerte silenciosa.
Sobre la cubierta del Red Viper, unos ojos rasgados, fríos como el acero, apenas visibles entre las sombras, observaban a la yoruba sin mostrar expresión alguna. Su alma parecía sellada, incapaz de sentir miedo, ira o compasión. Su nombre era una amenaza: Akuma Shinrei, el demonio fantasma. Quien lo escuchara, sabía que ya estaba muerto. Algunos la llamaban La Muerte Silenciosa, otros simplemente la Parca, el Fin. Cada movimiento suyo era letal, entrenada para ser un arma viviente, un instrumento mortal, precisa y despiadada. Una mujer cuya belleza no pertenecía a este mundo, y aunque hermosa, el último rostro que desearías ver en tu vida. Pero por la gracia del destino y la suerte de Grace y su tripulación, había decidido luchar a su lado.

Los hombres y mujeres de la Víbora Roja no perdieron ni un instante. Tan pronto recuperaron el Red Viper, se lanzaron a trabajar sin descanso bajo las órdenes de la santera, preparándolo todo para zarpar. Mientras tanto, los últimos piratas de Hong Long llegaban en oleadas cada vez más pequeñas y desanimadas, incapaces de frenar la determinación de los liberados.

Al poco rato, Yrsa, Bhagirath y Bum-Bum subieron a cubierta con el resto de hombres y las provisiones saqueadas. La herrera se lanzó a la forja, fundiendo y martillando metal sin descanso, mientras Bum-Bum, a su lado, mezclaba ungüentos y aceites extraños en dos bolas de cañón con prisa pero con precisión. El contramaestre, el vigía y los dos inseparables compañeros peludos se unieron rápidamente, ayudando a cargar el botín en las bodegas y cubriendo la entrada al navío.
  • ¡Maldita sea! ¿Dónde estará Grace? - gruñó Yara, mirando hacia la lejanía con la tensión de quien teme lo peor.
  • Confíe, señorita Yara - contestó Bhagirath, derribando a otro enemigo con su fusil - ¡Vendrá!
  • No me gusta separarme de ella, Bigotes - resopló Yara - Es imprudente… no piensa nunca en las consecuencias de sus actos. Aunque la amo, es un desastre de mujer!
  • Ya! - rió el sirviente - Ya me he dado cuenta, señorita… Por suerte - dijo Bhagirath, abatiendo otro hombre con un disparo preciso - Vihaan está con ella. Se complementan, ¿sabe? Como si uno cubriera las carencias del otro.
  • ¡Santeraaaa mireee! ¡Por ahí vienen, y el viejo viene con ellos! ¡Vamooos Capitanaaaaa! - gritó O’Neal desde la cubierta, señalando una calle que descendía hacía el muelle.
Grace, Vihaan y los españoles se abrian paso entre los piratas enemigos, cada movimiento una danza mortal, cada paso una sentencia de muerte. Bishnu les acompañaba, su bastón girando en el aire, derribando enemigos a su paso, sin arrebatarles la vida. MacFarlane, al verlos avanzar, dio órdenes a los hombres:
  • ¡Arriad los trinquetes! ¡Desplegad el velamen! ¡Cubrid la popa y abrid fuego!
Los mosquetes de los marieneros, elevados desde la popa, descargaron sobre los enemigos, reduciendo los riesgos para los que corrían hacia el bergantín. Con un golpe de remo y la liberación del amarre, el Red Viper comenzó a moverse, cortando la oscuridad de la noche y el agua helada con su proa.

Cada ola golpeaba con fuerza, mientras Grace y los demás corrían y luchaban, esquivando a la muerte de milagro una vez más. Consiguieron saltar a cubierta haciendo que los vítores de victoria se mezclaran con el olor a pólvora y la madera quemada, creando un coro salvaje que anunciaba que la libertad volvía a surcar el mar.

MacFarlane, tomando el timón con sus brazos desnudos y los ojos brillando con la ferocidad de un demonio, se volvió hacia Grace:
  • Recupere el aliento, capitana. Ahora dejadme guiar a esta tripulación de locos por estas aguas.
Desde la cofia, Halcón gritó con voz clara y potente:
  • ¡Se acercan barcos! ¡Decenas!
El estruendo de los cañonazos rompió el silencio de la noche, rasgando la oscuridad y haciendo que cada hombre y mujer a bordo se tensara. Pero la tripulación del Red Viper no vaciló. Cada vela desplegada, cada trinquete arriado, cada orden dada y obedecida era un paso más hacia la libertad, mientras la noche se iluminaba con el fuego y pólvora.
  • Capitanaaaaa! - volvió a gritar el vigía - La ciudad se mueve también, viene a por nosotrooooos!
Debajo de él, amarrada al mástil, Akume Shinrei permanecía entre las sombras. Sus ojos vacíos y fríos vigilaban a la tripulación y a la capitana. Su presencia era un escudo letal que aseguraba que ni un solo enemigo se acercara a Grace sin pagar el precio con sangre.
Mientras MacFarlane controlaba el timón con la fuerza de un demonio y la mirada fija en la línea de flotación de los enemigos, Grace recorría la cubierta a paso rápido, ayudando a los hombres y dando órdenes con voz firme y decidida. Empujaba a los cañoneros, revisaba las mechas de los cañones y ajustaba los cubrepalos de los mosquetes, animando a los hombres con gritos cargados de coraje:
  • ¡Disparad sin miedo! ¡Que cada bala cuente! ¡Esos malnacidos no saben a que se enfrentan! - su voz cortaba el aire como un látigo, haciendo que cada hombre se enderezara y se sintiera capaz de enfrentarse a cualquier enemigo - Debo estar loca, pues no veo a hombres ni mujeres sobre cubierta, solo veo lobos, fieros y hambrientos lobos, enloquecidos por la sangre!

Algunos hombres corrían para reemplazar pólvora, otros ajustaban las velas del trinquete mayor, mientras Grace les empujaba, revisaba sus posiciones y se aseguraba de que nadie se quedara atrás. Sus palabras eran fuego:
  • ¡No cedáis un paso! ¡Que el mar recuerde nuestras hazañas, pues las historias que cuenten una vez muramos nos haran eternos!
Detrás de ella, Bum-Bum le tiraba de la capa, intentando llamar su atención. Grace, tensa por la situación y con los cañonazos estallando cada vez más cerca del navío, se volvió hacía él, seria.

  • No es el momento, pequeño - dijo sin perder el respeto, pero con la firmeza de quien sabe que cada segundo cuenta.
Desde la herrería improvisada en el mástil menor, Yrsa gritó con voz potente y rasgada por el esfuerzo:

  • ¡Escuchar, Grace! ¡No arrepentir!

Grace se agachó y miró a Bum-Bum a los ojos, intentando transmitirle calma y comprensión.
  • ¿Qué sucede, pequeño? ¿Qué es eso tan importante? - preguntó, acariciando con suavidad la cabeza cubierta por el pañuelo del niño.
El muchacho le respondió en su idioma, con la voz llena de entusiasmo y urgencia.
  • Adrar n’tebga, Tameskalt akkin! Igguren aman, nnid ihi!
Grace suspiró, acariciando su diminuto y flaco hombro.
  • No te entiendo, lo siento mucho - dijo con sinceridad - Ahora debo seguir trabajando, animar a los hombres, no hay tiempo que perder.
Pero Bum-Bum no cedió. Su voz se alzó, enfadada y urgente:
  • ¡Bum-Bum, yo quemar! ¡Fuego!
Grace se detuvo en seco, de espaldas al caos que la rodeaba, girándose lentamente. Su sonrisa era serena, casi maternal, pero llena de firmeza:
  • ¿Qué has dicho, pequeño?
  • Capitana, ijja, tameskalt! Aghad n’aman, idrimen... quemar, ay?
Entonces, desde la barandilla de estribor, apoyado con calma y una sonrisa en el rostro, Bishnu intervino.
  • El conocedor de la quemadura desea demostrar su valía - dijo pausadamente, como si estuvieran de paseo en una mañana tranquila de pesca - La llama debería ceder al deseo de quien la crea.
Grace miró al viejo, y luego volvió su atención a Bum-Bum, que se encontraba rebosante de ansiedad y determinación.
  • Está bien, pequeño pirata - dijo finalmente, su voz firme y divertida al mismo tiempo - ¡Hazlo! ¡Demuestra a tu capitana de lo que eres capaz!
  • ¡Bum-Bum! - gritó el niño y salió corriendo, los ojos brillando de entusiasmo, bajo la atenta y orgullosa mirada de Grace, mientras el Red Viper se movía entre la oscuridad del mar, preparando su fuga.
Bum-Bum, con los ojos brillando de determinación, corrió hacia la popa del Red Viper, gesticulando y gritando de forma que Yrsa y Mordisquitos entendieran de inmediato. Necesitaba brazos fuertes y ellos eran los más indicados. Señalaba con insistencia, movía los brazos, saltaba de un pie a otro, indicando la urgencia de su plan. Subió ágilmente hasta el puesto de mando y se acercó a la popa, saltando sobre uno de los cañones que apuntaban hacia la retaguardia y, con las manos pequeñas y rápidas, indicó a Yrsa que colocara la bala de cañón que ella sujetaba en el de la derecha, y a Mordisquitos que hiciera lo mismo con la suya en el de la izquierda.

De puntillas, sobre el cañón, Bum-Bum se asomó sobre la barandilla, haciendo gestos precisos guiaba a la nórdica para que cambiara la trayectoria, ajustando la puntería. Mientras ella asentía y detenía el cañón según sus gestos.
  • ¡Yrsa, Bum-Bum! - gritó el niño con entusiasmo.
La nordica, casi divertida, encendió la mecha del cañón. Bum-Bum saltó al suelo y, con la ayuda de Mordisquitos, empujaron un poco el otro cañón para alinear ambos disparos. El niño contó con los dedos, tenso y concentrado, y volvió a gritar, señalando el segundo cañón.
  • ¡Bum-Bum!
Grace, Yara, Vihaan y Bhagirath se acercaron, expectantes, sin perder detalle de los movimientos del misterioso niño. Incluso MacFarlane, firme al timón, giraba la cabeza de vez en cuando para seguir la maniobra del pequeño artillero.

Finalmente, Bum-Bum hizo un gesto a Mordisquitos para que lo subiera en brazos. Quería observar de cerca el resultado de su obra. La primera bala de cañón salió disparada, pero no hacia los barcos enemigos. Se elevo hacía al cielo, parecía danzar a cámara lenta, suspendida en un instante de tensión. Toda la tripulación se reunió en la popa, conteniendo la respiración, mirando cómo aquel proyectil ascendía hacia el punto más alto del firmamento.

El segundo cañón disparó su bala directamente hacia la primera. Las dos enormes balas se encontraron en el cielo. Cuando la colisión se produjo, la primera bola estalló en infinitas esferas más pequeñas, que giraban y chispeaban en todas direcciones. Entonces, el cielo se iluminó como si un sol oculto hubiera emergido de repente, bañando la cubierta del Red Viper en una luz dorada y cegadora. Grace, se tapó el rostro con el antebrazo, entrecerrando los ojos por la luz. Una llama gigantesca surgió, desplegándose como un ave fénix que abría sus alas sobre el mar. Y cuando tocó la superficie del océano, la magia de Bum-Bum hizo que el fuego no se extinguiera. Al contrario, se expandió, formando un muro de fuego que se elevó varios metros cortando la persecución.

Los primeros barcos enemigos, incapaces de reaccionar, no pudieron evitar atravesar el muro y quedaron instantáneamente atrapados en las llamas, horrorizados y calzinados ante aquella demostración de poder imposible.

Bum-Bum alzó los brazos, celebrando, su risa mezclándose con los gritos de terror de los piratas que caían en el fuego. Las campanas de la ciudad flotante resonaron con un retumbar que pareció hacer temblar al coloso, obligándolo a virar el rumbo, mientras la tripulación del Red Viper miraba con la boca abierta, incapaz de pronunciar palabra ante la magia que acababan de presenciar. Tan solo Bishnu, apoyado en la lejana barandilla, esbozó una sonrisa serena y asintió con la cabeza, como si hubiera esperado aquel milagro desde siempre.

Pasó bastante rato hasta que alguien se atrevió a romper el silencio. El Red Viper se alejaba, dejando atrás a sus enemigos, pero las llamas seguían resplandeciendo en la lejanía, como si pudieran arder eternamente sobre el mar. Fue Halcón, desde la cofa, quien rompió el mutismo, gritando que el enemigo se retiraba, con una euforia que hizo temblar la madera del navío.

De repente, la cubierta se transformó. La música estalló, vibrante y contagiosa, mezclándose con los vítores de la tripulación. El ron corría libre por gargantas sedientas, derramándose en un torrente de júbilo y carcajadas. Bum-Bum saltaba de hombro en hombro, siendo el héroe del día, aplaudiendo y riendo con una alegría que iluminaba sus ojos. Yara, preocupada pero divertida, lo seguía de cerca, riñendo a los marineros que insistían en ofrecerle alcohol al muchacho, como si fuera un adulto.

Vihaan, al lado de Grace, contemplaba la escena con la boca abierta.
  • Jamás en mi vida había visto algo así… - dijo, asombrado - Creo que ha sido lo más alucinante que he visto nunca.
Pero Grace no celebraba. Su mirada estaba clavada en Rodrigo Cortés y el grupo de españoles, que celebraban junto a los demás. Vihaan volteó la cabeza, notando la expresión preocupada y tensa en el rostro de la capitana.
  • ¿Qué ocurre, Grace? ¿Qué te preocupa? - preguntó, acercándose.
  • Tengo que hablar con él - contestó ella, sin apartar la vista.
  • ¿Con Bishnu, dices? Por supuesto, yo también necesito respuestas… Bajemos a tu camarote y…
  • No - interrumpió Grace, apoyando la palma de su mano sobre el pecho de Vihaan y deteniéndolo - Me refiero al español. Necesito respuestas.
Sin añadir palabra, comenzó a andar hacia los españoles. Vihaan, desde atrás, preguntó si quería que la acompañara.
  • No - respondió ella, sin girarse - Es personal.
Mientras la tripulación celebraba en cubierta, cantando, riendo y bailando entre el ron y los vítores, Grace y Rodrigo bajaron por la escalerilla hacia su camarote. La alegría reinaba sobre el Red Viper, pero en el corazón de la capitana, un torbellino de dudas y recuerdos seguían atormentandola. Por fin se enfrentaría a la verdad que la carcomía desde hacía años: por qué Diego de la Vega, su salvador, su mentor, al que casi consideraba un padre, la había abandonado.

Y así, entre la música y la fiesta que parecía eterna, Grace se adentró en la penumbra de su camarote, dispuesta a resolver el misterio que había marcado su vida.

Continuará…
 
Impresionante capitulo, el pequeño Bum Bum es una caja de sorpresas. Aquí todos reparten ostias como panes a su manera, hasta el viejo a la chita callando. La incorporación de la ninja interesante.
Que nos contara Rodrigo Cortes?
Lo sabremos en el próximo capitulo........
 
He leído el capítulo más tenso de lo que ya estoy con el ultimo día con el mercado de fichajes.
 

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