Un viaje inesperado

Capítulo 15 - Rumbo a lo desconocido: la Ciudad flotante

La noche era negra como la boca del infierno. El viento del Ártico silbaba entre los mástiles, y el frío mordía los huesos como cuchillas invisibles. La tripulación del Red Viper se apiñaba alrededor de la forja de Yrsa, donde las brasas ardían como un corazón incandescente en medio del hielo. MacFarlane había hecho sonar su voz ronca llamando a todos a cubierta. Nadie protestó. Todos acudieron, temblando más por la incertidumbre que por el frío.

Entonces, apareció la capitana. Su silueta se recortó entre la bruma, la capa de pieles ondeando como un estandarte, el cabello rojo iluminado por las llamas. A su paso, los hombres y mujeres abrieron un pasillo, con respeto y temor reverente. Se colocó en el centro del círculo, bajo el resplandor del fuego.

Su voz tronó, firme, cortando el murmullo del viento:
  • Sé lo que se dice. Sé lo que algunos susurran en las sombras de este barco. Dicen que estoy loca, que os llevo a la muerte como un diablo sediento de sangre.
Un silencio pesado cayó sobre la cubierta. Grace dejó que esas palabras pesaran en los pechos de todos, y entonces, con una sonrisa fiera, rugió:
  • ¡Y lo soy! Así es! ¡Soy un maldito diablo sediento de sangre… pero solo de la sangre de nuestros enemigos!
Una carcajada recorrió al instante el círculo, rugosa y sincera. Los piratas rieron porque sabían que era verdad. Todos habían visto a su capitana desatar el infierno en batalla. Todos sabían que Grace era un diablo, y que gracias a ello seguían vivos.

Grace levantó el mentón, su voz se volvió aún más solemne:
  • Pero entre vosotros… entre los que habéis luchado y sangrado conmigo… entre los que considero amigos, incluso hermanos… jamás seré verdugo. Yo no soy una esclavista. Jamás! Bajo la bandera de la Víbora Roja solo navegan hombres y mujeres libres. ¡Nadie en este barco será encadenado contra su voluntad!
Un murmullo de aprobación creció en la multitud. Grace prosiguió, señalándolos con el dedo, mirándolos uno a uno con la fuerza de su mirada:
  • Recordad quiénes sois. Recordad lo que hemos conseguido juntos. ¡Fuimos nosotros quienes abordamos el galeón de las Indias Orientales bajo el fuego de nuestros cañones! ¡Fuimos nosotros quienes sobrevivimos a las Siete Pruebas de Svalbard, cuando todos nos daban por perdedores!
Un rugido de voces se alzó, golpes de botas contra la cubierta, puños cerrados levantados al aire. El calor de la forja parecía crecer con el fervor de sus corazones.
  • El que quiera abandonar el Red Viper, que lo haga. - Grace extendió los brazos - Nadie lo impedirá, nadie lo juzgará. Pero aquel que decida quedarse… solo le pido una cosa muy sencilla. ¡Debe confiar en mí como yo confío en cada uno de vosotros!
El clamor fue atronador. Los piratas aplaudieron, gritaron y golpearon el metal de la forja con cuchillos y sables, como si invocaran un juramento de acero y fuego. Entonces, de entre la multitud, una voz solitaria rompió la euforia:
  • ¡Lo que vamos a hacer es una locura! ¡Nos llevaís a la muerte, capitana!
  • Es cierto! - se unió un segundo - navegamos hacía la nada! Hacía el fin del mundo!
El silencio cayó de golpe. Todos se giraron hacia quienes habían hablado. Dos hombres delgados, curtidos por el salitre y maltratados por el ron dieron un paso adelante con los ojos encendidos.

Grace los señaló con el mentón.
  • Tú eres Jensen y tu nombre es Callum, ¿verdad?
  • Sí - respondió el hombre, sin temblar - Navegamos con usted desde la Isla del Perro.
Grace los rodeó despacio, caminando en círculos como un depredador midiendo a su presa. Los miró de arriba abajo, cada paso resonando sobre la madera congelada.
  • Dime, Callum… ¿temes a la muerte?
El pirata tragó saliva.
  • Sí… por supuesto… como todos los hombres presentes en esta helada cubierta.
Grace giró sobre sus talones, y con voz atronadora se dirigió a toda la tripulación:
  • ¡Decidme! ¿Teméis vosotros a la muerte?
  • ¡NO! - rugieron al unísono, un grito que sacudió las velas y la noche entera.
La capitana volvió frente a los dos susurradores de discordia, sus cabellos rizados eran rojos como la sangre.
  • Y tú, Jensen… ¿temes a la muerte?
El hombre sostuvo su mirada unos segundos, y en esos ojos vio llamas, vio determinación, vio el mismo fuego que ardía en los ojos de todos sus compañeros. Miró alrededor: hombres y mujeres con los que había trabajado, peleado, sangrado. Todos irradiaban esa furia compartida.
Entonces bajó la cabeza.
  • Quiero… los dos queremos… abandonar.
Una carcajada general estalló, burlona, con insultos y silbidos. Pero Grace levantó la mano, imponiendo silencio de inmediato.
  • No os moféis de ellos, pues cada hombre es libre de decidir su propio destino. Así ha sido, y así será mientras yo sea vuestra capitana.
El silencio volvió a caer, respetuoso. Los cobardes se apartaron, con el rostro encendido por la vergüenza, mientras Grace volvía a erguirse en el centro del círculo. La Víbora Roja había hablado. Y ninguno de los que se quedaron dudó jamás de a quién pertenecía su lealtad.

El camarote de la capitana estaba iluminado apenas por la luz temblorosa de una lámpara de aceite. Afuera, el viento ululaba contra los cristales, pero dentro reinaba un calor distinto: el del ron, el de la manta gruesa que los cubría, y el de sus cuerpos entrelazados.
Grace y Vihaan compartían la botella, pasándola de mano en mano como si fuese un pacto silencioso. Ella reía con las mejillas encendidas, y él la miraba con una mezcla de respeto y deseo, los cabellos oscuros cayéndole sobre el rostro.

Vihaan le acarició el hombro, los dedos recorriendo la piel cubierta de pecas, y con voz grave preguntó:
  • ¿Qué vas a hacer con Callum y Jensen, mi capitana?
Grace le quitó la botella suavemente, rozando sus nudillos con los suyos, y le dio un trago antes de responder.
  • Dejarlos ir… ¿qué otra cosa puedo hacer? - suspiró, dejándose caer contra su pecho - No puedo obligar a un hombre a luchar contra sí mismo. No puedo traicionar mis propios principios.
Vihaan frunció el ceño, jugando con un mechón de su cabello rojizo.
  • Ya lo sé. Pero… ¿dónde los dejarás? Estamos en mitad de la nada, Grace.
La pelirroja soltó una carcajada suave, su aliento cálido chocando contra el cuello de él.
  • Oh, Vihaan… - dijo, levantando la mirada con una chispa de ironía - No pienso dar media vuelta por unos cobardes. Habrá que pensar algo, ya veremos…
Le pasó la botella de nuevo, acariciando su mano al hacerlo, y entonces añadió en voz más baja:
  • Y gracias… por contarme lo del intento de motín. Eres un fiel tripulante…
Vihaan la miró largo rato, los ojos oscuros brillando bajo la tenue luz. Se inclinó y le rozó la mejilla con los labios, un beso delicado, casi reverente.
  • Haría todo lo que mi capitana me pidiese - murmuró - sin pensarlo dos veces.
Grace arqueó una ceja, sonriendo con picardía mientras sus dedos jugaban con el borde de la manta.
  • ¿Todo?
Él tragó saliva, atrapado por su mirada ardiente.
Grace no le dio tiempo a responder. Lo empujó suavemente contra la cama, desordenándole el cabello con sus manos mientras se inclinaba sobre él. Su risa fue un susurro en la penumbra, cargada de deseo y de sensualidad.
  • Entonces, quiero un segundo asalto marinero, ahora mismo.
La botella rodó al suelo, olvidada, mientras las caricias se volvieron más rápidas, más intensas. Afuera rugía el viento, pero dentro del camarote de Grace no había frío, ni miedo, ni dudas. Solo dos almas unidas en el calor del momento, en la certeza de que, al menos esa noche, el mundo era suyo. La mañana del tercer día amanecía gris y helada. El viento entumecía los músculos, pero en el timón del Red Viper, Grace sonreía mientras guiaba las manos de Bum-Bum sobre la rueda. El muchacho, con los ojos brillantes bajo el velo que cubría su rostro, trataba de imitar cada movimiento con una seriedad casi cómica.
  • No aprietes tanto, pequeño capitán - rió Grace - El timón es como una dama de alta cuna. Hay que acariciarla con firmeza, sí… pero también con cuidado, con delicadeza.
Mientras tanto, arriba en la cofa, Halcón ‘el tuerto’ estaba envuelto en mantas hasta parecer un saco de patatas con patas. Su único ojo miraba el horizonte con fatiga, pero no tanto como a su eterno competidor. Con el que parecía unirle una relación de amor y odio.

Gipsy había trepado con agilidad hasta la cofa, llevándose entre las patas una bolsita de raciones secas. Halcón lo observó con un gruñido.
  • ¡Eh, bribón peludo! Eso es comida para dos. ¡Compártela, o te mando al agua de una patada!
Gipsy se abrazó a la bolsita de cuero, enseñándole los dientes en un chillido agudo.
  • ¡Grrrraah! ¡Miiiía! - pareció decir con sus gritos.
  • ¡“Mía”, dice el demonio peludo! - Halcón extendió la mano, forcejeando con él - ¡O compartes o juro por la santa virgen del ron que te aso en la sartén!
El capuchino bufó, inflando los carrillos como si entendiera la amenaza.
  • ¡Iiiiik! - volvió a gritar negando con la cabeza y mostrando sus diminutos colmillos.
En el forcejeo, la bolsita se desgarró y las raciones cayeron al vacío. Gipsy chilló horrorizado y se lanzó tras ellas, bajando como un rayo por las cuerdas.
  • ¡Maldito engendro de Satán! - maldijo el vigía incorporándose para seguirle con la vista. Pero al hacerlo, su único ojo se abrió de par en par.
En el horizonte, más allá de las olas grises, algo emergía. Algo inmenso.
  • Capitanaaaaa, a babooooooor, un barcooooo se….
Halcón se quedó mudo de repente, con el parche sobre su ojo muerto levantado, como si necesitara de ambos para creer lo que veía. Era la primera vez en mucho tiempo que su vista certera no estaba segura de lo que estaba viendo.
Desde el timón, Grace lo oyó gritar y luego callar.
  • ¡¿Qué demonios sucede allá arriba, Halcón?! - gritó con voz firme, alzando la cabeza.
Pero el vigía no respondió. Seguía clavado, inmóvil, con el viento agitando sus mantas.
  • ¡Halcón! - rugió de nuevo Grace.
Al fin, el hombre giró la cabeza despacio, la voz ronca y temblorosa. La duda emergía de sus entrañas ante semejante pesadilla.
  • Será mejor que suba usted, mi capitana… - trago saliva, con un brillo extraño en la mirada - Y lo vea con sus propios ojos.
Yara, atenta a la conversación, llegó al timón con el ceño fruncido, justo a tiempo para apartarse cuando Gipsy pasó corriendo chillando, perseguido de cerca por Gláfur que rugía como un poseso persiguiendo a su nuevo y diminuto amigo. Desde la forja, Yrsa levantó su martillo al aire y tronó en su voz grave:
  • ¡Mono demonio, yo romper huesos si volver a robar comida!
Yara negó con la cabeza, riendo para sí, y alzó a Bum-Bum en brazos.
  • ¿Qué le pasa al tuerto? - preguntó mirando hacia lo alto del mástil.
Grace mantenía los ojos fijos en la cofa.
  • No lo sé… - respondió con gravedad - ¿Puedes coger el timón? Voy a subir a ver qué sucede.
  • Sí, claro, no te preocupes, hermana. Yo me encargo - La yoruba sonrió con calma, apoyando al niño frente a la rueda.
La capitana no esperó más. Con la agilidad de quien ha trepado más veces que caminado, saltó sobre los cabos tensos, subió por la jarcia, sintiendo el viento helado azotarle el rostro. El crujido de las cuerdas y el latido del barco la acompañaban mientras ascendía.

Arriba, en la cofa, Halcón la esperaba. Su único ojo brillaba con una mezcla de miedo y fascinación. Sin decir palabra, le tendió sus mantas, obligándola a cubrirse contra el frío atroz. Después, casi con solemnidad, le ofreció el catalejo.
  • Rumbo noroeste, veinte grados a babor, unas seis millas - dijo en seco, con la precisión de un marinero curtido.
Grace arqueó una ceja, irritada por tener que subir hasta allí.
  • Más te vale que esto merezca la pena, Halcón…
Se llevó el catalejo al ojo, enfocó… y de pronto se quedó sin aire. Su boca se abrió lentamente, el pulso en su sien retumbaba.
  • ¿Qué… qué demonios es eso? - susurró sin apartar la vista.
  • Al principio pensé que era un barco, mi capitana… - contestó Halcón con voz grave - Pero no lo es.
Grace bajó un instante el catalejo, temblando, y lo volvió a alzar.
  • Es demasiado grande para ser un barco. Parece… - se detuvo, sin comprender lo que sus ojos estaban viendo - Parece una ciudad.
  • Una ciudad flotante… - concluyó Halcón, murmurando como si el aire mismo pudiera quebrarse con esas palabras.
A través del cristal, Grace contempló lo imposible: una urbe entera navegando sobre el mar. Calles y casas de piedra se erguían sobre una base de madera y hierro que crujía como el casco de un navío titánico. Chimeneas humeaban lanzando columnas negras hacia el cielo, como si miles de hogares ardieran en vida propia. Puentes colgaban entre torres inclinadas, y faroles extraños titilaban como luciérnagas azules en la niebla.

El mar se rompía en olas contra los muros bajos que bordeaban la ciudad, pero en lugar de hundirse, aquel coloso flotaba con una quietud antinatural. Sus cimientos se hundían en la espuma como raíces imposibles, y el viento traía ecos lejanos: campanas, voces humanas, y un murmullo incesante que recordaba al latido de un corazón.

Grace sintió un escalofrío en la columna vertebral. Aquello no era obra de carpinteros ni ingenieros. Era algo más. Brujería. Algo que no debía existir.
  • Graaaaaceeee! - gritó Yara desde abajo - ¿Qué sucedeeee?
La capitana seguía con el catalejo pegado al ojo, incapaz de apartar la mirada de aquella monstruosidad flotante. El viento le azotaba el rostro, pero no lo sentía. Una ciudad, una maldita ciudad navegando en mitad del océano. Casas humeantes, campanas que sonaban desde ninguna parte, un murmullo de vida que no debía estar allí. Su estómago se encogía como si se encontrara ante un abismo sin fondo.
  • Mi capitana… - la voz ronca de Halcón quebró el silencio - ¿Qué hacemos?
Grace pensó como afrontar aquella situación. Su boca estaba seca. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía respuesta.
  • …Esquivarlos - dijo finalmente, con un hilo de voz. Pero en ese instante las campanas redoblaron en la lejanía.
  • Demasiado tarde - gruñó Halcón, apoyándose en la barandilla de la cofa - Ya nos han visto.
Grace volvió a alzar el catalejo con brusquedad. A lo lejos, tres sombras se desprendían del coloso flotante: tres bergantines ligeros, oscuros y afilados, que cortaban el agua como dagas. Avanzaban rápido, velas negras desplegadas, proas adornadas con mascarones que parecían cráneos deformes.

El corazón de Grace se aceleró. Cerró el catalejo de un golpe, se lo tiró al vigía de vuelta y sin pensarlo dos veces se lanzó al vacío. Sus botas chocaron contra un cabo grueso, se aferró a él con fuerza y descendió a toda velocidad, el viento silbando en sus oídos. Cayó sobre cubierta con la agilidad de una fiera.

Allí estaba MacFarlane, sentado junto al enorme oso polar, acariciándole la piel blanca con aire distraído. Levantó la mirada al ver a su capitana.
  • ¿Qué demonios sucede, capitana?
Grace se irguió, el rostro endurecido.
  • Alguien viene hacia nosotros. Tres bergantines ¡Debemos virar el rumbo!
Los ojos del contramaestre se encendieron. Se levantó de un salto y rugió con voz de trueno:
  • ¡A cubierta, perros de mar! ¡Todos a sus puestos!
Los marineros reaccionaron al instante, como un solo cuerpo.
  • ¡Levad las velas de mesana y cazad escotas, quiero esas velas tensas como el acero! - bramó MacFarlane.
  • ¡ Yara! Timón a babor, rápido, o nos pasarán por encima! - gritó la capitana - ¡Tú, Bum-Bum, baja y prepara a los hombres. Quiero los cañones listos, ya!, ¡Yrsa, ten lista tu forja, puede que hoy necesitemos hierro caliente en las manos!
Los hombres corrían, ajustaban cabos, recogían velas, el barco entero cobraba vida como un gigante despertando. El crujir de la madera y el chasquido de las cuerdas llenaban el aire helado.

Grace, firme, avanzó hasta el timón. Posó ambas manos sobre la rueda, la madera áspera bajo sus dedos. El Red Viper respondió con un gemido profundo, como si compartiera la tensión de su capitana. Sus ojos se clavaron en el horizonte, donde los tres bergantines enemigos surcaban las aguas directos hacia ellos. Su mandíbula se tensó. El frío ya no importaba.
Estaba lista para luchar.

Yara, que mantenía firme el timón cuando Grace saltó a cubierta. Frunció el ceño al ver el rostro pálido de su capitana.
  • ¿Qué pasa, hermana?
Grace se plantó frente a ella, aún con el pulso acelerado.
  • He visto algo… algo imposible, Yara. Una ciudad… una maldita ciudad flotando en medio del mar.
Yara arqueó una ceja, incrédula.
  • ¿Una ciudad flotante? Vaya, ¿acaso has vuelto a beber por la mañana, Grace?
La capitana clavó en ella una mirada tan dura que la sonrisa burlona de Yara se borró al instante. Sus labios se tensaron, y en sus ojos estaba claro que ardía la preocupación.
  • No es broma, Yara. Prepárate para lo peor. Se acercan tres navíos de velas negras.
  • ¿Piratas? - preguntó la yoruba con voz grave.
  • ¡Prepárate! Corre y avisa a los demás - ordenó Grace.
La santera no dudó. Dejó el timón en sus manos y salió disparada hacia la escotilla, descendiendo hacia la cocina, donde Vihaan y Bhagirath aún removían ollas y barriles. Desde lo alto, la voz rasgada de Halcón volvió a desgarrar el aire:
  • ¡Se nos echan encimaaaaa!
Grace apretó los dientes y se volvió hacia su tripulación, que ya corría como un enjambre despierto. Se alzó sobre la cubierta y gritó con voz firme, resonante como un cañonazo:
  • ¡Hombres y mujeres de la Víbora Roja! ¡Hoy nos prueba el destino! ¡Que vuestras manos trabajen más rápido que el viento, y vuestros brazos sean más duros que el hierro! ¡Recordad que bajo esta bandera no hay esclavos, solo libres que luchan por su vida y su gloria! ¡A los cañones! ¡Quiero veros listos para morder como una manada de lobos antes de que esas sombras toquen nuestra quilla!
Un rugido de voces respondió a su llamado. Los artilleros corrieron hacia las troneras, levantaron las portezuelas de madera y colocaron los cañones en posición. El hierro chirrió sobre los rieles, la pólvora se distribuyó en sacos, las balas rodaban por cubierta en cestas. Yrsa martillaba herrajes para asegurar las cureñas, mientras los grumetes cargaban cubos de agua y arena para sofocar el fuego de la pólvora.

Los marineros veteranos se ataban cuchillos al cinturón y mosquetes a la espalda. El aire se volvió espeso, vibrante, cada respiración impregnada de pólvora y sudor. El crujir de la madera del Red Viper parecía acompañar el latido colectivo de la tripulación, lista para luchar, lista para derramar sangre. Y entonces, en el clímax de la temsión cuando una batalla está a punto de estallar, la voz del vigía volvió a retumbar desde la cofa:
  • ¡¡¡Banderaaaa blancaaaaa, mi capitanaaa!!!
Todos alzaron la cabeza. En la proa del bergantín que encabezaba la formación, un hombre agitaba con fuerza una larga tela blanca, ondeándola en el aire gélido. El silencio se esparció sobre cubierta. Los cañoneros se miraron entre sí, los brazos tensos aún sobre las mechas. Los corazones, que un instante antes ardían en furia, dieron un vuelco. Algunos elevaron la vista al cielo, murmurando plegarias a sus dioses, agradecidos por no tentar a la muerte aquel día.

Todos, excepto uno. MacFarlane se mantenía junto a Gláfur, los labios torcidos en una mueca de desagrado. Con un gesto lento, resignado, guardó a Bess e Isobel, sus dagas traicioneras y crueles, de vuelta al cinto. Escupió a un lado y murmuró con rabia contenida:
  • Otra vez será, amigo peludo… otra vez será…
El amanecer frío seguía igual de oscuro, pero en los ojos de todos brillaba ahora una mezcla de alivio y desconcierto. Grace no apartaba la vista del horizonte. La bandera blanca ondeaba en la proa del bergantín, pero su instinto le gritaba que desconfiara. Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga.
  • Una bandera blanca en manos de un pirata… tiene la misma credibilidad que las promesas de un rico en una taberna - murmuró con desdén.
El viento helado traía el crujir de los mástiles cuando los tres bergantines maniobraron, acercándose al Red Viper hasta situarse a un costado, cerrando el paso como lobos rodeando a una presa. Desde el barco que iba en cabeza, una voz grave y bien proyectada se alzó:
  • ¡Solicitamos parlamento! ¡Parlamento con el capitán de la víbora roja!
En ese momento, Bhagirath y Vihaan subieron presurosos al puesto de mando. El astrónomo, con el ceño fruncido y esta vez decidido a entrar en combate, preguntó en voz baja:
  • Grace ¿qué hacemos? ¿Debemos fiarnos de estos hombres?
Bhagirath, siempre prudente, añadió con tono preocupado:
  • Mi señora… nada bueno llega con una sonrisa y una bandera blanca en alta mar.
Grace inspiró hondo, sus ojos como cuchillas sobre la silueta de los bergantines.
  • Es muy probable que sea una trampa - dijo por fin - Así que estad atentos. Que nadie pierda de vista sus armas.
Con un gesto de la mano ordenó:
  • ¡Hombres! Preparad los ganchos, bajad las escalas. Que suban, pero mantened los mosquetes cargados. Si intentan un solo movimiento en falso, que el mar beba su sangre.
El Red Viper aminoró la marcha, el velamen se recogió y las cuerdas crujieron mientras las escalas eran arrojadas al costado. Desde uno de los bergantines, una chalupa descendió con cinco figuras a bordo, remando hacia el barco pirata. El aire parecía más denso a cada golpe de remo. Cuando por fin treparon a cubierta, el silencio se adueñó del navío. Todos los ojos estaban puestos en ellos.

Eran cinco hombres asiáticos, inconfundiblemente chinos, vestidos como piratas. Camisas de lino oscuro, amplias chaquetas marineras bordadas con hilos rojos y dorados que representaban dragones y olas, cinturones de cuero cargados de armas: sables curvos, dagas ocultas, pistolas de chispa con incrustaciones de jade. Sus cabezas rapadas en los laterales y largas coletas trenzadas ondeaban con el viento.

El que iba en cabeza dio un paso al frente. Su rostro era afilado, con una sonrisa maliciosa que nunca alcanzaba a sus ojos. Se inclinó apenas, con una cortesía estudiada.
  • Buenos días, honorable capitana de la víbora roja - dijo en un inglés correcto, pero con un marcado acento. La voz le chorreaba veneno tras el barniz de educación - Mi nombre es Zheng Bao.
Su sonrisa se ensanchó un poco más, mostrando dientes demasiado perfectos para alguien criado en el mar.
  • Vengo en nombre del Hóng Lóng - pronunció lentamente, en chino, dejando que las sílabas resonaran como un trueno - El Dragón Rojo, señor absoluto de la gran ciudad flotante que vos podíes ver con vuestros propios ojos…
Al pronunciar aquel apodo, incluso algunos de sus propios hombres parecieron tensarse, como si invocar ese nombre fuera en sí un acto peligroso. Grace cruzó los brazos, su mirada fija en Zheng Bao. No había sonrisa que pudiera engañarla: aquel hombre estaba entrenado en la mentira tanto como en la guerra.
  • Dime pirata… ¿qué es esa monstruosidad que navega sobre el mar? - preguntó, con la voz firme y cautelosa, midiendo cada palabra.
Zheng Bao inclinó la cabeza levemente y sonrió, como si le complaciera la prudencia de la capitana.
  • Capitana, eso que usted contempla es Wú jū zhī chéng, la ciudad sin cadenas.
Grace frunció el ceño.
  • Ya lo sé que es una ciudad, eso es lo que vi… pero no me digas solo su nombre. ¿Qué clase de brujería permite a una ciudad navegar por el océano?
El chino respiró hondo y empezó a narrar, con calma y un hilo de orgullo en la voz:
  • Fue fundada hace más de cincuenta años por nuestro señor, el Dragón Rojo. Él soñaba con un lugar donde los hombres y mujeres pudieran ser libres, donde los piratas no fueran perseguidos ni estuvieran atados a reyes ni a ejércitos. Un refugio seguro, fortificado e inconquistable, donde cada individuo pudiera vivir bajo sus propias reglas y decidir su destino.
Zheng Bao hizo un gesto amplio hacia el horizonte, indicando la silueta de la ciudad flotante.
  • Al principio era solo un barco, un galeón enorme construido para transportar a los más valientes y rebeldes. Pero el Dragón Rojo lo fortificó y lo amplió con madera, hierro y piedra, hasta que otros barcos decidieron unirse a él, formando plataformas que se juntaron entre sí. Cada nueva estructura se convirtió en casa, cada cubierta en calle, y con el tiempo, lo que comenzó como un simple navío se transformó en esta ciudad que ve ahora, capaz de surcar el océano como un coloso viviente.
Sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y solemnidad.
  • Wú jū zhī chéng no es solo una ciudad. Es un símbolo. Un lugar de libertad que desafía a los imperios, a los reyes y a los que creen que el mundo puede ser controlado con oro y opresión.
Grace lo observó con la boca entreabierta. La magnitud de lo que describía Zheng Bao superaba cualquier lógica que pudiera tener. Un navío que se convirtió en ciudad, una fortaleza flotante, hogar de hombres y mujeres libres… imposible y real al mismo tiempo.
  • Y aun así… - dijo ella, tensando la mandíbula y agarrando el mango de su sable - un barco que puede moverse y atacarte, o traicionarte si así lo quisiera… no deja de ser peligroso.
El chino sonrió, afilado y orgulloso.
  • Por eso estamos aquí, capitana. No para destruir, sino para hablar. Pero debe saber… - añadió mirando la mano acariciando el arma - que Wú jū zhī chéng protege a sus hijos y castiga a quienes buscan desafiarlos.
Grace respiró hondo, controlando el pulso. Mantener la calma era clave. Debía evaluar, aún sin fiarse de aquel hombre y sus cinco acompañantes, si aquella ciudad era amenaza, aliado o misterio absoluto. Sin dejar de fruncir el ceño, mantuvo sus ojos clavados en Zheng Bao.
  • No entiendo… ¿por qué habéis partido en nuestra búsqueda? - preguntó, con voz firme y cargada de desconfianza - Podríais habernos dejado pasar de largo, sin más.
Bao inclinó la cabeza, mostrando una sonrisa calculada, un brillo divertido en los ojos.
  • Si usted naveg en esa dirección, capitana, es porque o bien no sabe de navegación… - hizo una pausa, analizando su reacción - o bien se dispone a ir hacía el fin del mundo.
Grace entrecerró los ojos, dejando escapar un leve bufido de impaciencia.
  • No es de tú incunbencia hacía donde nos dirijimos - respondió con tono cortante - Contéstame a lo que te pregunto: ¿por qué nos habéis seguido?
Zheng Bao volvió a sonreír, esa sonrisa que no revelaba intención alguna pero que provocaba que todos en cubierta sintieran su presencia como un filo invisible.
  • Ah… ya veo que la capitana sabe perfectamente hacia dónde se dirige - dijo, con voz calmada - Entonces no es cuestión de ignorancia, sino de previsión. Y quizás le sea provechoso visitar la ciudad sin cadenas.
Grace arqueó una ceja, alerta, pero sin mostrar miedo.
  • ¿Provechoso? - repitió, con un hilo de incredulidad en la voz - ¿Para quién, para mí o para usted?
  • Para ambos, capitana - contestó él con naturalidad, mientras sus ojos brillaban con astucia - El Ártico es un lugar peligroso, lleno de hielo y tormentas que pocos han sobrevivido. Seguir hacia allí sin los recursos adecuados, sin mejorar el casco de vuestro navío… es, cuanto menos, imprudente. Pero en nuestra ciudad podrá abituallarse, comerciar, y prepararse para afrontar ese reto.
Grace apretó los labios, evaluando cada palabra, cada matiz de aquella sonrisa traicionera. Mantener la calma era vital, y aun así sentía un hormigueo inquietante: la oferta sonaba conveniente, pero no había lugar para la confianza ciega.
  • Tendré en cuenta su sugerencia… - dijo finalmente, con un susurro que podía ser tanto amenaza como promesa - Pero no me tome por ingenua, pirata. Se lo aconsejo por su propio bien.
El chino inclinó la cabeza, satisfecho, mientras la ciudad flotante seguía majestuosa en el horizonte, como un gigante que se movía con voluntad propia. Zheng Bao ladeó la cabeza, mostrando una sonrisa fría y calculadora.
  • Esperaré en nuestro navío hasta que tome una decisión - dijo con calma, como si el tiempo fuera suyo. Luego, con la fluidez de una serpiente traicionera, giró sobre sus talones y subió a su bergantín, seguido por los otros cuatro hombres.
La tripulación del Red Viper se agrupó alrededor de Grace, expectante, observando cada gesto, cada reacción de su capitana. Sus ojos brillaban con la mezcla de cansancio y fervor que solo días de travesía helada pueden tallar en un marinero. Grace comenzó a pasearse de un lado a otro de la cubierta, los dedos rozando los cabos, el timón, el hierro de los cañones. Pensaba en voz baja, casi consigo misma:
  • Pros… - murmuró - Como dijo Bao, podríamos coger provisiones y quizás información sobre cómo afrontar el reto del Ártico. Además… podría ser un buen lugar para dejar a Callum y Jensen. Contras… - sus ojos se estrecharon, y su mandíbula se tensó - Nunca se debe confiar en un pirata. Jamás.
Respiró hondo, y por un instante dejó que el viento helado azotara su rostro, despejando un poco la mente. Entonces levantó la cabeza, y con voz clara y resonante que rompió el murmullo de la tripulación, gritó:
  • ¡Escuchad! - todas las cabezas se volvieron hacia ella - Creo que a todos nos vendría bien el calor de una hoguera, la protección de un techo… y pisar tierra firme.
Señaló con un brazo firme hacia la ciudad flotante, esa monstruosidad de madera y hierro que parecía desafiar la lógica del mundo.
  • Si es que así se le puede llamar… - dijo - Nos vendrá bien un descanso antes de adentrarnos en el Ártico. Prepararnos bien y así, Callum y Jensen también podrán dejarnos y seguir con su camino.
Los hombres la miraron, primero con duda, luego intercambiando miradas entre sí. Murmuraron, comentaron en voz baja, y poco a poco fueron asintiendo con la cabeza. Grace respiró hondo, con una mezcla de alivio y decisión en su rostro.
  • ¡Pues bien! - exclamó, golpeando suavemente el timón con el puño cerrado - ¡Pongámonos en marcha hacia… hacia… bueno! - miró de nuevo la ciudad flotante - ¡hacia lo que demonios sea eso!
Un murmullo de aprobación recorrió la cubierta, y el Red Viper comenzó a virar, respondiendo a las órdenes de su capitana. Cada marinero se movía con la precisión de quien sabe que la decisión que toman puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. El aire frío y cortante del Ártico parecía menos amenazante frente a la incertidumbre de aquella gigantesca ciudad flotante que ahora se abría ante ellos.

Sucaron las aguas heladas, sus velas tensas, mientras se acercaban a Wú jū zhī chéng. La ciudad se alzaba como un coloso sobre el mar, un laberinto de plataformas de madera, torres improvisadas y mástiles de barcos antiguos fusionados entre sí. Chimeneas humeaban por todos lados, y en el aire flotaba el olor de pólvora, sal y madera quemada. Cada plataforma parecía un barco por derecho propio, y al unirse, formaban una ciudad imposible, viva, que navegaba como un gigante consciente.

La tripulación permanecía en cubierta, observando cómo figuras se movían por las pasarelas y cuerdas de la ciudad. Eran piratas de todas las edades y procedencias: hombres con bandanas, mujeres con pistolas al cinto, tatuajes de dragones y serpientes cubriendo brazos y torsos. Algunos trepaban por mástiles improvisados, otros gritaban órdenes, otros simplemente charlaban, reían o peleaban por una ración de ron. La ciudad respiraba caos, pero un caos ordenado, un código tácito que solo los hombres libres podían entender.

Grace avanzó hacia el borde de la cubierta, observando cada detalle.
  • Todos libres… - susurró - Bajo esa bandera, no hay reyes ni leyes. Solo hombres y mujeres que deciden su propio destino.
MacFarlane se situó a su lado, acariciando su cicatriz, con gesto pensativo.
  • Algunos de estos tipos no parecen precisamente amistosos, mi capitana - dijo con su voz grave - Mejor mantener los ojos abiertos.
Grace asintió y señaló hacia una pasarela que descendía desde la plataforma principal de la ciudad hacia el Red Viper.
  • Que bajen las escalas - ordenó - Subid con cuidado, observadlo todo. Que nadie dispare primero.
Los marineros comenzaron a maniobrar. Ganchos de acero y cuerdas se lanzaron a las plataformas de la ciudad, y las escalas colgaron sobre el agua helada. Cada paso hacia arriba era un recordatorio de que entraban en un territorio donde la ley no existía, solo la fuerza, la astucia y la reputación.

Cuando los primeros hombres del Red Viper pusieron un pie en el monstruo flotante, fueron recibidos por un coro de voces que saludaban, se reían o los observaban con desconfianza. Entre ellos, Zheng Bao los esperaba, caminando con paso firme y una sonrisa que no dejaba ver si era aliado o enemigo. Grace subió al timón improvisado que marcaba la plataforma central, con todos sus hombres a su alrededor. Sus ojos recorrían cada cubierta, cada mástil, cada barco incorporado a la ciudad como si fueran piezas de un rompecabezas.
  • Bienvenidos - dijo Shen Bao, su voz resonando sobre el mar y la ciudad - a la ciudad libre, para piratas y rebeldes. Aquí nadie se inclina ante un rey, y nadie puede esclavizar ninguna voluntad.
Los hombres de la Víbora Roja intercambiaron miradas, algunos sonrieron, otros tensaron los músculos. La promesa de libertad y la amenaza de la ley no escrita de la ciudad flotante se mezclaban en el aire helado. La capitana inspiró profundamente. Sabía que cada paso dentro de esa ciudad podía ser un desafío, un aprendizaje… o una trampa mortal. Pero también sabía que allí podrían reabastecerse, aprender y fortalecerse antes del Ártico.
  • ¡Adelante! - ordenó - Vamos a ver qué tan hospitalarios son estos piratas libres.
El Red Viper quedaba a merced de la ciudad flotante, mientras su tripulación avanzaba, entre asombro, respeto y el ligero temor que inspira la verdadera libertad. Cuando los primeros marineros pusieron un pie sobre la madera crujiente de Wú jū zhī chéng, dispuestos a explorar, Zheng Bao avanzó con paso firme y se interpuso en su camino. Sus cuatro acompañantes se alinearon a su espalda, manos sobre las armas, ojos brillando en alerta.
  • ¡Alto! - exclamó, mostrando esa sonrisa fría y calculadora que ya los había acompañado en toda la travesía - Alto, alto he dicho… antes de que den un solo paso más, deben hablar con el señor Hóng Lóng. Nadie entra en su ciudad sin su permiso.
Yara, que estaba al lado de Grace, soltó una carcajada contenida, ladeando la cabeza y dejando escapar una broma afilada:
  • ¿Con que ciudad libre, eh? - dijo, señalando alrededor - Ni siquiera hemos dado dos pasos y ya aparece un “dueño”. Hóng… Hóng Long… ¿en serio? Suena a nombre de gato gordo de jardín, no a señor que gobierna una ciudad flotante.
Zheng Bao parpadeó, sorprendido por el descaro. Su sonrisa se endureció y su mirada se volvió más cortante. Incluso sus hombres se tensaron, agarrando las empuñaduras de sables y pistolas con gesto amenazante.
  • ¡Señora! - dijo con voz firme, manteniendo la compostura pero dejando entrever la ira contenida - Nadie puede avanzar sin hablar primero con Hóng Lóng. Nadie.
Grace, con un codazo discreto en las costillas de Yara, la obligó a guardar silencio, aunque aún podía ver la diversión en los ojos de su amiga.
  • Está bien. Siento curiosidad… - murmuró Grace, con una mezcla de respeto y fascinación - Tengo ganas de conocer al hombre que ha sido capaz de construir semejante y majestuosa ciudad.
Zheng Bao la observó, sin bajar la guardia, pero ahora con un interés calculado. La capitana del Red Viper no parecía intimidada. Al contrario, su seguridad y su curiosidad brillaban tanto como la madera húmeda y las velas desgastadas de la ciudad flotante.
  • Entonces - dijo finalmente - Caminemos con cuidado. Nada de movimientos bruscos. Hóng Lóng no tolera la insolencia…
Grace asintió, con los ojos fijos en la ciudad y en los piratas que la defendían. El aire estaba cargado de tensión, pero también de emoción: aquel encuentro podría marcar el futuro de su travesía hacia el Ártico, o su fin.
  • Vosotros quedáis al mando - dijo - Vigilad a los hombres y defendéd el Red Viper. Nadie entra ni sale sin vuestra aprobación.
Vihaan asintió, sonriendo con confianza, mientras Bhagirath inclinaba la cabeza con respeto.
Callum y Jensen, bajaron la mirada, silenciosos, mientras se despedían de sus compañeros. La expresión en los rostros de los marineros era de burla y una leve tristeza, pero nadie osó interponerse.

La capitana avanzó junto a su pequeño grupo: Yara, Bum-Bum, MacFarlane, Yrsa, el oso polar Gláfur, y por supuesto Gipsy, encaramado sobre el lomo del gigante blanco como si fuera un caballo. De repente el viejo sabio saltó del Red Viper y con gran agilidad se acercó a ellos.
  • ¿Te unes a nosotros, viejo? - preguntó MacFarlane, mirando a Bishnu.
El anciano sonrió con calma, sus ojos brillando con el fuego de quien ha visto demasiado. Sus palabras llegaron despacio, como la corriente de un río que no sigue cauce recto:
  • Ver es recordar y recordar es ver… cómo los barcos del tiempo se entrelazan… cómo los sueños de madera y hierro se alzan, cuando mis huesos aún danzan con la juventud de los vientos que olvidé… - hizo una pausa, ladeando la cabeza - Jóven de espíritu, mis pies caminan entre mareas que ahora solo se susurran. Lo posible es posible solo si el corazón sabe cómo sostenerlo.
Grace arqueó una ceja.
  • ¿Acaso estuviste aquí antes?
Bishnu la miró, sin asentir ni negar. Sonrió y añadió con una voz más baja:
  • Un círculo es, más nadie comprende su significado. Estar es volver, más volver nunca alcanza a su pasado. Todo es difuso, pero nada es confuso.
Con esas palabras que nadie entendió, comenzaron a seguir a Zheng Bao a través de la ciudad. Cada paso de Gláfur hacía que la gente se apartara con cuidado, murmurando entre ellos; algunos con miedo, otros con respeto, como si no supieran si temer al oso o a la presencia imponente de Yrsa, que andaba a su lado, asombrada e ilusionada.

La ciudad era un laberinto de plataformas de madera unidas por pasarelas, puentes de cuerda y escaleras improvisadas. Las casas estaban construidas a diferentes alturas, con balcones, chimeneas humeantes y mástiles improvisados que servían tanto de puestos de vigía como de señalización. Bandas de piratas se movían de un lado a otro: unos cargaban barriles de ron y provisiones, otros entrenaban con sables, y algunos simplemente observaban a los recién llegados, midiendo su valor.

Calles angostas entre edificios improvisados se mezclaban con plazas abiertas donde pequeños fuegos calentaban el aire, mientras campanas metálicas tintineaban avisando de la llegada de visitantes. Entre el bullicio de gritos, risas y órdenes, se sentía la energía de una ciudad viva, caótica pero gobernada por un código invisible: la libertad absoluta de cada habitante.

En el centro, sobre todas las demás construcciones, se alzaba el palacio de Hóng Lóng. Una estructura de madera y hierro con torres que parecían desafiar la gravedad, coronada por banderas rojas y negras con figuras de dragones bordadas. Desde su altura, dominaba la ciudad flotante, vigilando cada calle, cada plataforma, cada rincón donde la libertad se mezclaba con la ley de los piratas.

Grace contempló cada detalle: los piratas libres que caminaban por las pasarelas, los fuegos, el humo, las chimeneas humeando, y la ciudad que parecía un coloso navegante. Incluso Yrsa, gigante entre humanos diminutos, y Gláfur, el oso polar, parecían aumentar la sensación de asombro y tensión en quienes los rodeaban.
  • Así que eso es el palacio del Dragón… - murmuró Grace, con los ojos brillando de fascinación y cautela - Amo y señor de la Ciudad libre...
  • ¿Cómo os llamáis capitana? - preguntó el chino delante suyo - Para poder presentaros ante él.
  • Mi nombre es Grace… Grace O’Malley - contestó segura de si misma.
Los hombres de Zheng Bao murmuraron algo en su idioma, observando a la jóven capitana con cierto respeto y asombro.
  • Un nombre peligroso el que decidieron ponerle sus padres, si me permite la observación…
  • No hubo padres… Zheng Bao. Yo decidí mi nombre - el chino quiso preguntar más, asombrado por aquella mujer y curioso por conocer su historia, pero Grace lo interrumpió - así como ahora decido que contar y que callar… ¿entendido?
  • Si, por supuesto - sonrió la serpiente - ¿Y sus compañeros? ¿Cómo se llaman?
La capitana ajustó su capa, miró a su grupo y asintió.
  • Yo llamar Yrsa Kaldhamarr…
  • Ese accento y esos tatuajes… ¿Nórdica verdad?, ¿De dónde viene enorme guerrera?
Yrsa miró a Grace a los ojos y sin poder evitar sonreir contestó.
  • Vengo de mar, sus olas ser mi cuna, sus estrellas ser mi techo, su viento ser mi hogar…
  • El oso… ¿es suyo?
  • ¿Mio? No! - rió a carcajadas la nórdica - Él ser suyo, yo ser mía… solo amigos.
  • Yo me llamo MacFarlane! - interrumpió el escocés que empezaba a ponerse nervioso.
  • Aaah! Adoro a los escocéses, un pueblo terco y lleno de furia - sonrió el chino - ¿Y su nombre?
  • No hay nombre ojos rasgados! Solo MacFarlane - contestó secamente.
  • Curioso, ¿por el mismo motivo que su capitana, quizás?
  • No! - Macfarlane clavó sus ojos en él, cansado de tantas preguntas - Mi padre era un borracho malnacido que no merece que lleve su nombre, así que lo dejé atrás.
  • Vaya… lamento oir eso. Aunque quizás le consuele saber que muchos hombres y mujeres de esta ciudad, pasaron por lo mismo que usted.
  • No me consuela una mierda! - escupió el escocés dando la conversación por terminada.
  • ¿Y qué hay de usted bella dama? - los ojos de Shen Bao recorieron el cuerpo de Yara como si la desnudaran - Por su aspecto diría que es…
  • Soy de Moscovia, capital del Zarato Ruso…
Grace tuvo que contener su carcajada para no estropear la broma de su amiga.
  • Ah! Vaya! Jamás lo hubiera adivinado, sinceramente. No se ofenda por favor.
  • Para nada… - dijo Yara sonriendo amablemente - Me llamo Yara… diminutivo de Yarashenkova.
  • ¿Rusa, dices? - Shen Bao arqueó una ceja, incrédulo.
  • Da, da… Yarashenkova Dobrovolodovshkinovich - respondió Yara con solemnidad impostada, arrastrando las sílabas como si fueran piedras - Orgullosa hija de las estepas heladas y de las montañas de… Velikoborodinshtov.
El chino parpadeó, sin saber si lo que había dicho era un nombre o una maldición.
Grace tuvo que girarse para que Zheng Bao no viera que empezaba a llorar por las divertidas ocurrencias de su amiga.
  • ¿Cómo ha dicho? ¿Podría repetirlo, por favor? Quiero volver a oir esa musicalidad.
  • Dobrovolodovshkinovich! - repitió la yoruba - es un apellido muy común en mi tierra.
  • ¿Y el pequeño? ¿Cómo se llama?
Bum-Bum miró al chino con sus ojos abiertos sin entender porqué demonios lo miraba con aquella sonrisa tan tétrica.
  • Disculpelo! - dijo Yara - El probrecito es sordo.
  • Oh! Lo lamento! ¿Sucedió algo o lo sufre de nacimiento?
  • Es mi primo segundo, Boris Grigoropopovshensky, aunque todos le llaman Bum-Bum.
Shen Bao ladeó la cabeza.
  • ¿Por qué Bum-Bum?
  • Por la sordera, claro - respondió Yara, poniéndose muy seria - La perdió en circunstancias heroicas.
Grace, que escuchaba en silencio intentando aguantar la compostura, sonrio apenas pensando a ver qué locura se inventaba ahora esa mujer…
Yara se inclinó hacia Zheng Bao, como si fuera a compartirle un secreto tremendo:
  • Verás, mi primo Boris nació con un oído tan sensible, que podía escuchar caer un copo de nieve a cien leguas de distancia. ¡Un don de los dioses! Pero un día, durante el asedio de Novopetrushkinogradsky, dispararon un cañón a su lado… y claro… ¡bum-bum!
Le dio una palmada en el hombro a Bum-Bum, que soltó una carcajada sin tener ni idea de lo que pasaba.
  • El pobre quedó así, medio sordo para siempre - siguió Yara, meneando la cabeza con fingida tragedia - Aunque mi tia me contó que no fue un cañón, sino una pelea con un oso borracho en un mercado de pescado. El oso rugió tan fuerte en su oreja que se le apagó el mundo. ¡Oooooosh! Silencio eterno.
Shen Bao entrecerró los ojos, intentando decidir si aquella historia era verdad o una burla descarada. Bum-Bum, feliz en su ignorancia, seguía riendo como si fuera parte del chiste.
  • Así que ahora - remató Yara con solemnidad teatral - cuando le hablas solo escucha bum-bum, por eso el apodo. Un héroe trágico de Rusia.
Grace se tapó la cara con la mano y murmuró entre dientes:
  • Algún día nos colgarán por tus cuentos, Yara…
Zheng Bao la observó unos segundos en silencio. Su sonrisa ladeada revelaba que no se había tragado ni una sola palabra, pero decidió seguirles el juego.
  • Terrible historia… - dijo con fingida gravedad, acariciándose la barbilla - Una verdadera lástima.
Luego su mirada se deslizó hacia el final del grupo, donde Bishnu avanzaba despacio, apoyado en su bastón, con esa sonrisa apacible que nunca terminaba de inspirar confianza.
  • ¿Y usted, anciano? - preguntó con tono cortés pero curioso - ¿Cómo se llama?
El viejo alzó los ojos como si mirara mucho más allá de sus ojos, más allá incluso de la ciudad flotante. Su voz sonó suave y temblorosa, cargada de metáforas imposibles.
  • Me han llamado de muchas formas, hijo del dragón… Algunos dicen que soy el eco que persigue al trueno, otros que soy la sombra que se esconde bajo la sombra. Nací con un nombre, lo olvidé con otro, y hoy camino con ninguno. El río no pregunta cómo se llama el mar cuando lo alcanza, y así yo tampoco pregunto quién soy, porque ya lo fui.
Zheng Bao parpadeó, abrió la boca como para insistir… y luego la cerró resignado, haciendo un gesto con la mano.
  • Muy bien - murmuró con una media sonrisa cansada - Creo que no necesito saber más.
Yara, incapaz de contenerse, estalló en carcajadas. Bum-Bum, al verla, se unió a la risa sin tener idea del motivo.
El grupo avanzó por pasarelas y escaleras de madera, hasta que finalmente llegaron a la entrada del hogar de Hóng Lóng. A diferencia de lo que cabría esperar, el lugar no era ostentoso; todo parecía mantenerse a flote por un delicado equilibrio casi mágico. Las vigas crujían bajo los pasos, y el aire estaba cargado de vapor cálido que se filtraba desde las bañeras termales, enormes tinas de madera donde hombres y mujeres desnudos se relajaban entre burbujas y risas suaves, ignorando casi por completo a los recién llegados.

Al fondo de la sala, sobre un trono viejo hecho de calaveras de animales marinos, blancas y ennegrecidas por la humedad, estaba Hóng Lóng. Delgado pero fuerte, su cabeza rapada destacaba aún más la cicatriz de un ojo ciego, blanco como el hielo, mientras el otro brillaba con inteligencia y sabiduría. Su perilla de chivo caía hasta sus rodillas, dibujando un contraste con su rostro curtido y elegante a la vez. Sus ropas buscaban la distinción, pero no podían ocultar que aquel hombre era un pirata que había vivido en mares indómitos durante décadas.
Grace y su grupo avanzaban con cuidado, conscientes de que cada mirada de los presentes era desconfiada, cada paso vigilado.

Bao se adelantó un instante, arrodillándose con respeto ante el señor de la ciudad. Su voz, clara y medida, resonó en la sala cargada de vapor:
  • Mi señor Hóng Lóng, llega a su presencia la capitana Grace O’Malley al mando del Red Viper.
El Dragón Rojo, sentado en su trono de calaveras blanquecinas, inclinó apenas la cabeza, su ojo avispado brillando con interés. Shen Bao prosiguió, girándose hacia los demás.
  • A su lado… está Macfarlane. - El chino dudó un instante, frunciendo el ceño - Un hombre que afirma no tener nombre.
  • Si lo tengo pirata! Simplemente no lo respeto…
Macfarlane dio un paso al frente, con el gesto serio y los brazos cruzados, como confirmando aquella extraña declaración. Hóng Lóng arqueó una ceja, divertido.
  • Y aquí… Yrsa Kaldhamarr. - Su voz se hizo más grave al nombrarla - Nacida del mar mismo… y que su mejor amigo… - miró de reojo al enorme Gláfur, que resoplaba entre los vapores - es un oso polar.
Un murmullo recorrió la sala, mezcla de sorpresa y temor, al ver cómo la mujer nórdica y la bestia parecían una misma sombra en el umbral.
Shen Bao respiró hondo y continuó:
  • La moskovita… Yara…
  • Yarashenkova - sonrió la cubana haciendo una reverencia demasiado formal y exagerada.
  • Dobro… Dobrovo… - titubeó, intentando repetir los sonidos imposibles de sus apellidos- Yarashenkova Drobo… Drobovo…
  • Dobrovolodovshkinovich, si no le importa - corrigió ella, con una sonrisa burlona, inclinando apenas la cabeza hacia Hóng Lóng.
El señor de la ciudad soltó una carcajada breve, entretenido con aquel baile de lenguas.
  • Y por último… su sobrino sordo, al que llaman Bum-Bum. - Shen Bao señaló al pequeño, que levantó una mano a modo de saludo, sin comprender demasiado la solemnidad de la situación.
El silencio se alargó un instante cuando el chino, resignado, giró hacia Bishnu. Lo miró largo y tendido, como si buscara al menos un nombre, un dato, un asidero.
  • Y este anciano… - empezó con cuidado - ¿cómo debo presentarlo?
El sabio sonrió, enigmático, y respondió con voz baja, arrastrada como si hablara en medio de un sueño:
  • Un río no necesita nombre para llegar al mar, ni el viento para atravesar las montañas… ¿Qué soy yo sino ambas cosas, y ninguna?
Zheng Bao cerró los ojos un instante, soltando un leve suspiro de derrota. Se giró hacia su señor y, encogiéndose de hombros, concluyó simplemente:
  • …El anciano.
Hóng Lóng permaneció inmóvil un momento, evaluando a los recién llegados con su único ojo avispado. Luego, lentamente, abrió los brazos y dibujó en el rostro una sonrisa ambigua, que era a la vez acogedora y peligrosa.
  • Bienvenidos a la tierra de la libertad - dijo, con voz profunda y resonante, que llenó la sala de vapor y ecos - Estoy encantado de conocer por fin a la famosa Víbora Roja y a su temible tripulación.
Grace respiró hondo, ajustando su capa. Su tripulación la seguía con pasos medidos, conscientes de que estaban entrando en un territorio donde cada gesto y cada mirada podían ser analizados y juzgados.
  • ¿Ha oído hablar de nosotros? - preguntó la capitana un tanto desconcertada.
  • ¿Qué si he oído hablar? - el Dragón estalló en una carcajada seca y cortante - No se habla de otra cosa en cualquier taberna y en cualquier cubierta del mundo conocido, capitana. Se ha forjado usted un nombre en muy poco tiempo, al parecer.
Hizo una pausa, observando a cada uno con mirada penetrante, midiendo fuerza, carácter y lealtad.
  • Permaneced tranquilos - continuó - No debéis preocuparos de nada. Sir Reginald no se atrevería a entrar en mis dominios, a no ser que desee salir de ellos metido en una caja de pino. Me ofrezco a ayudaros en lo que esté en mis manos. La ciudad, su gente y yo mismos estamos a vuestro servicio dentro de lo que la libertad nos permite.
Grace inhaló hondo, percibiendo la combinación de respeto y poder en la presencia de Hóng Lóng. Su tripulación, por su parte, se mantuvo firme, consciente de que cada gesto del señor de la ciudad flotante era importante y cada palabra una prueba de la magnitud de su autoridad y del valor de la libertad que gobernaba su ciudad.
  • ¡Joder, Grace! - masculló entre risas Yara - No sabía que fueras tan famosa… hasta eres conocida en la tierra de la libertad - dijo con tono burlesco.
Hóng Lóng, sentado en su trono de calaveras marinas, alzó la mano y señaló con su dedo índice:
  • ¡Tú debes ser Yara, la inmortal!
  • ¿Inmortal? - preguntó la yoruba, mirando la uña larga y afilada del chino - ¿Es eso lo que dicen de mí?
  • Se dicen muchas cosas de ti, bruja - rió Hóng Lóng - Que puedes esquivar las balas y burlar a la propia muerte.
  • ¿Sabe qué dicen también? - replicó Yara con una sonrisa traviesa.
  • ¿El qué? - preguntó curioso Hóng Lóng.
  • Que me muero por una botella de ron y un baño caliente, barbitas.
  • ¡Yara! - murmuró Grace, dándole un codazo - ¿Es que quieres que nos maten o qué?
Pero Hóng Lóng estalló en una risa profunda, golpeándose la rodilla con la mano y echando la cabeza hacia atrás, contagiando su hilaridad a todos los presentes. Grace miró a su alrededor, y por un instante su mente viajó al Perro y sus cachorros. En paz descansen, pensó entristecida.
  • Está bien, está bien… - dijo finalmente el Dragón, recuperando un poco la compostura - Shàn Bǎo, líng tāmen qù zhùchù, zhàogù tāmen yīqiè suǒ xū.
Luego, dirigiéndose a Grace y a su grupo, añadió:
  • Os dejaré unas horas para que podáis descansar, y al anochecer nos reuniremos para cenar…
  • Nos gustaría comprar provisiones y conseguir información sobre… - empezó Grace, con tono firme.
  • Tranquila, joven capitana, tranquila - la interrumpió Hóng Lóng con una sonrisa amable pero temeraria - Hay tiempo para todo, no te preocupes.
Grace asintió, aunque no del todo convencida, y empezó a seguir a Zheng Bao, preparada para descubrir los secretos de la ciudad flotante. Antes de abandonar la guarida del Dragón Rojo, no obstante, se detuvo un instante y se giró para contemplarlo una última vez. Desde su trono de calaveras, Hóng Lóng los observaba con su único ojo avispado, mientras el otro permanecía ciego y blanco, clavando su mirada en Bishnu. Uno de los hombres que acompañaba a Zheng Bao se inclinó y le susurró algo al oído.
  • Yara… - dijo Grace en voz baja.
  • Dime —respondió la yoruba, acercándose con paso silencioso.
  • Hay que ir con cuidado. Nada de distracciones. No me fio ni un pelo de esta gente.
  • Oído, mi capitana… aunque… - Yara miró a Grace con una mezcla de diversión y complicidad.
  • ¡Siiiii! - exclamó Grace, con una sonrisa que iluminó su rostro tenso - Puedes tomarte tu ron y darte tu baño.
Yara le dio un rápido beso en la mejilla y apretó el paso, deseando llegar cuanto antes a sus aposentos, a sentir el calor y el alivio de un baño tras días de frío extremo. Grace la siguió, llevando en su mente la vigilancia constante y la curiosidad por todo lo que aún les esperaba en la ciudad, consciente de que cada gesto, cada mirada y cada palabra podrían marcar la diferencia entre la seguridad y el peligro.

Los aposentos estaban cálidos, llenos de vapor que se elevaba desde enormes bañeras de madera, cuidadosamente talladas y reforzadas para flotar sobre la ciudad. La tripulación del Red Viper se sumergió en el agua caliente, dejando atrás sus ropas así como el frío cortante del Ártico. Yrsa, MacFarlane, Grace, Yara y Bum-Bum se acomodaron en las tinas, mientras Gláfur, con cuidado, se introdujo parcialmente en la bañera más grande, el agua cubriendo sus patas y parte de su lomo. Incluso Gipsy, se sentó sobre la espalda del oso, observando curioso cómo se movía el agua a su alrededor.

El vapor mezclado con el aroma de hierbas y aceites exóticos llenaba el aire. Zheng Bao, incansable, se movía entre las tinas ofreciendo comidas y bebidas traídas desde China: frutas secas, dulces de arroz, té aromático y licor de jengibre.
  • Dime, Bao - preguntó Yara, inclinándose sobre el borde de la bañera, mientras movía el agua con los dedos - ¿Qué es todo esto? ¿Y esto que huele tan bien? ¿Qué han metido al agua?
Él sonrió, paciente y ceremonioso:
  • Eso, joven bruja, son pétalos de loto y hojas de té oolong, infusionadas con esencias de sándalo y jazmín. - Señaló los pequeños recipientes flotando - Y estas frutas, cuidadosamente secadas y bañadas en miel de flores, provienen de Fujian. Todo para que vuestro descanso sea completo y el cuerpo recupere calor y fuerza.
  • ¿Y eso que estás ofreciendo? - dijo Yara, tomando un pequeño vaso de licor - ¿Es jengibre?
  • Exactamente - asintió Shen Bao - Licor de jengibre fermentado con un toque de canela y miel. Repara los músculos, calma la garganta y activa la circulación.
Yara arqueó una ceja, admirada, y luego preguntó con picardía:
  • ¿Me puedes regalar algo para llevármelo de viaje? Algo de esto… - señaló los pequeños frascos de aceites, el licor y las frutas secas.
El chino sonrió con complicidad:
  • Por supuesto, joven bruja. Puedo preparar un pequeño paquete con lo esencial. Que os recuerde siempre la ciudad de la libertad, y que vuestro camino hasta el Ártico sea un poco más llevadero.
Yara rió, feliz y satisfecha, mientras el agua caliente envolvía su cuerpo y la del resto de la tripulación. Por un momento, el peligro del mar, el frío y la incertidumbre del Ártico parecían lejanos, sustituidos por el calor del agua, la comida exótica y la promesa de nuevas aventuras.

De repente, un sonido delicado empezó a llenar la sala, flotando entre el vapor de las bañeras y mezclándose con el aroma de loto y jazmín. Era un timbre claro, suave, casi hipnótico, que parecía resonar desde las profundidades mismas de la madera y del agua. Grace frunció el ceño un instante, tratando de identificar el origen, hasta que descubrió a una mujer de pie al fondo de la estancia, junto a un pequeño estrado.

Sostenía con gracia un koto y sus dedos recorrían las cuerdas con una precisión que parecía imposible. Cada nota se deslizaba sobre la piel del agua caliente, como si acariciara suavemente a quienes la escuchaban, apaciguando los corazones de la tripulación y borrando por un momento el miedo a los peligros que acechaban fuera.

Grace apartó de su cara el paño caliente que la cubría y permaneció inmóvil, embobada ante la visión de la mujer. Su porte era elegante, cada movimiento medido y armonioso. El cabello, negro y brillante, estaba recogido con peinetas y adornos delicados, y su rostro maquillado como una máscara tradicional blanca, resaltaba los ojos intensos, llenos de misterio y melancolía.
Zheng Bao se inclinó levemente y habló, su voz respetuosa:
  • Mi capitana… permitidme presentaros a Akuma Shinrei. Es la música más habilidosa de Wú jū zhī chéng.
Grace apenas podía apartar los ojos de ella, escuchando cómo cada nota del koto parecía deslizarse sobre su piel y calmar cada fibra de su cuerpo. Incluso Gláfur movió ligeramente la cabeza, como si comprendiera la armonía, y la tripulación se quedó en silencio, sumida en un trance de calma que contrastaba con la tensión de los últimos días.

Tan solo Bishnu se mostró desconfiado. La sonrisa perpetua que habitualmente iluminaba su rostro desapareció, reemplazada por una expresión seria y concentrada. Su mirada recorrió la sala, evaluando cada sombra y cada gesto de Akuma, consciente del significado de su nombre. Sabía que tras aquella armonía y belleza podía esconderse un peligro tan sutil como letal.
Sin embargo, fiel a su naturaleza paciente y sabia, decidió no alterar el momento. Se acomodó en su lugar, respirando con calma, dejando que el silencio y la música fueran sus maestros. Observaba con ojos atentos, aprendiendo de cada nota, de cada pausa, de cada movimiento de la geisha, mientras el vapor y el calor envolvían a la tripulación.

El resto permaneció absorto en la melodía, ajeno a la tensión que Bishnu percibía. Solo él parecía entender que, incluso en la calma más sublime, podía esconderse la amenaza más silenciosa. Y, como siempre, esperaría el momento adecuado para actuar.

Continuará…
 
Capítulo 16 - Una voz en la penumbra: ‘La muerte silenciosa’

El vapor denso se arremolinaba en torno a la enorme bañera donde la tripulación del Red Viper se dejaba hundir como si el mar mismo los hubiera tragado. El agua caliente les pesaba en los músculos, arrancándoles suspiros de alivio. El oso Gláfur resoplaba satisfecho, con las orejas gachas, mientras Akuma Shinrei, sentada en un rincón, seguía arrancando notas lánguidas y profundas, esta vez de su shamisen. Aquel sonido, que navegaba entre la seda y el acero, flotaba en el aire como un murmullo del más allá.

Yrsa se removió dentro del agua, acomodando su gigantesco cuerpo, como un glaciar flotando en un diminuto océano. Sus ojos claros, como el hielo, buscaron a la capitana, y con su voz torpe, cargada de ese acento que mordía las palabras, murmuró:
  • Yo querer agradecer una vez más… tú salvar a mí. Si no estar… yo seguir esclava, yo seguir sin mar, seguir en jaula.
Grace la miró con suavidad, apartando un mechón húmedo que se le había pegado a la frente.
  • No tienes que agradecerme nada, Yrsa. - Su voz sonó firme, como si hablara no solo para ella, sino para toda su tripulación - Todo hombre y toda mujer…
  • Bum-Bum! - exclamó el niño sin rostro.
  • Y todo niño, por supuesto - sonrió Grace - debería ser libre para decidir su destino. Ningún ser humano debería tener derecho a encadenar la vida de otro.
Yrsa asintió lentamente, cerrando los ojos como si quisiera grabar esas palabras en su piel.
  • Libre… sí… Libre ser ahora… como viento… nadie poder atrapar viento.
De pronto, Yara soltó una carcajada, el agua salpicando alrededor.
  • ¡Eso mismo! - exclamó con voz grave y risueña - Así se habla hermana! Yo nací en una tierra donde el patrón manda, y el látigo habla. ¡Pero decidí no obedecer a nadie! Ni a reyes, ni a señores, ni a demonios. Si la ley dice “hinca la rodilla”, yo escupo en su cara con desprecio.
Macfarlane, hundido hasta la barbilla en el agua caliente, masculló con su acento ronco y arrastrado:
  • Así es!… y si la mar es la única reina, mejor que no haya leyes más allá de sus olas. Porqué el que sea lo suficientemente insensato como para intentar atarme a sus cadenas, encontrará mi daga, tarde o temprano.
Grace asintió, seria, pero con el brillo de orgullo en la mirada.
  • Eso es lo que nos une, amigos. El mar es libertad, y quien vive de él jamás deberá arrodillarse ante ningún hombre.
Bishnu, que hasta entonces había permanecido en silencio, se inclinó sobre su pecho huesudo apoyandose al borde de la bañera. Una sonrisa enigmática danzó en su rostro arrugado, y su voz se alzó como un cántico lento, lleno de imágenes extrañas:
  • ¿Acaso las plumas preguntan al viento si pueden acariciar? ¿Acaso el fluir entre las rocas avanza con excusas? Incluso la llama, cuando arde, no teme quemar… Así fue siempre, y así será nunca… una certeza que no arrima cadenas, una idea que no deja sombras.
  • Creo que… - Grace empezó a reir - creo que esta vez lo he entendido.
Las risas brotaron sin verguenza entre los compañeros, roto solo por el crujir del agua y las notas etéreas del shamisen. En el rincón, Akuma Shinrei continuaba tocando. Sus dedos se deslizaban con delicadeza por las cuerdas, arrancando sonidos que parecían flotar en el vapor como espíritus invisibles. Su rostro permanecía sereno, inmutable bajo el maquillaje blanco, pero tras los párpados, sus oídos bebían de cada palabra que escuchaba. La música no se interrumpió, ni su gesto cambió, pero en lo más profundo de su mirada oscura brilló, apenas un instante, la chispa de una idea fascinante y peligrosa al mismo tiempo: la libertad…

Zheng Bao, solícito y atento, había hecho traer unas largas pipas ornamentadas, talladas en bambú. No explicó demasiado: tan solo sonrió y dijo que les servirían “para relajar el espíritu”.

Grace fue la primera en tomar una, escéptica al principio. Dio una calada profunda, el humo espeso le llenó la boca y los pulmones, haciéndola toser con rudeza. Luego, sin darse cuenta, una sonrisa extraña se dibujó en su rostro.
  • Demonios!… esto es… esto es como… como navegar entre la niebla espesa, pero sin frío… ¿Qué tipo de extraño tabaco es este Zheng Bao?
Yrsa la imitó. La vikinga aspiró y soltó una risa bronca, que se perdió entre el vapor.
  • ¡Por Odín! - exlamó, con la voz más suave de lo habitual - El agua acraciar piel como… como calor de yunque. ¡Y Gláfur! - rió, señalando a su amigo animal - ¡Mirar! Parecer flotar como pez gordo.
Yara se había acomodado entre los vapores, con los ojos medio cerrados y una sonrisa que no ocultaba el placer. Exhaló un aro de humo que se rompió contra la cara de Macfarlane.
  • Esto no es tabaco, capitana… esto es magia de la buena. El alma se me suelta del cuerpo, lo juro… ¡Mira! - levantó una mano, sorprendida de verla temblar suavemente - Es como si no fuera mía.
Macfarlane, siempre seco y gruñón, dio una larga calada. Se recostó contra el borde de madera, los ojos enrojecidos y entrecerrados.
  • Bah!… no noto nada… - masculló, pero a los pocos segundos empezó a reír, una risa torpe y sincera que no le era propia - Quizá… quizá un poco. ¡Ja! Maldita sea, siento como si el techo se moviera.
Bum-Bum extendió la mano para agarrar una pipa, curioso, pero Yara se la apartó con firmeza.
  • ¡Ni se te ocurra! - le dijo sonriendo - eres demasiado pequeño, quizás cuando crezcas, ¿vale?
El pequeño asintió, obedeciendola, y hundió la cara en el agua, soltando burbujas como un niño travieso. Fue entonces cuando todos miraron a Bishnu. El viejo mantenía la sonrisa tranquila de siempre, pero no había acercado ni un dedo a las pipas.
  • ¿Y tú, viejo? - preguntó Grace, con un hilo de humo escapando de sus labios - ¿No te apetece probar?
Bishnu alzó la mirada, sus ojos brillando como carbones apagados, y habló con aquella voz que parecía surgir de otro tiempo, de otro mundo:
  • El loto que florece en el pantano se embriaga de su propio perfume… y muere sin saber que ya estaba muerto. El humo es un río que arrastra, pero no lleva a ningún puerto. El que bebe de él olvida quién es, y olvida el camino de regreso.
Hubo un silencio breve, roto solo por el eco lejano del shamisen de Akuma. Yara levantó una ceja, confundida.
  • ¿Y eso qué coño significa?
El sabio sonrió más ampliamente y se hundió un poco en el agua, cerrando los ojos como si no hiciera falta responder. Mientras tanto, la música seguía envolviéndolos. Cada nota de Akuma Shinrei se deslizaba por el vapor como un fantasma, haciendo que todo pareciera más lento, más irreal. Grace se quedó mirando la figura de la geisha: su kimono impecable, su rostro blanco e inmutable, los dedos moviéndose con delicadeza sobre las cuerdas. Por un instante, pensó que aquello no era música, sino un conjuro de una poderosa hechicera.

El tiempo dejó de tener sentido. Solo quedaba la sensación cálida del agua, el humo en los pulmones, y la música que parecía latir en sus propios huesos.

La realidad se estiraba como un hilo interminable entre los sueños y la relajación. Grace, medio hundida en el agua, apartó con desgana el paño caliente de su frente y volvió a clavar la vista en la mujer oriental. Ahora parecía flotar más que caminar, su kimono impoluto brillaba con un resplandor húmedo, y las manos que arrancaban la música parecían no pertenecerle.
  • Shen Bao… - murmuró la capitana, con la voz pastosa del humo - ¿Por qué esa mujer viste así?
El chino parpadeó, sorprendido por la pregunta. Se inclinó un poco hacia ella, su tono amable, paciente.
  • No es un disfraz, capitana. Es una geisha.
Grace frunció el ceño, desconcertada.
  • ¿Y qué demonios es eso?
  • Una artista… -explicó él con calma - Dedicada a la música, a la danza, a la conversación. Su vida está consagrada a servir con belleza y armonía.
La capitana negó con la cabeza, con un gesto lento y obstinado.
  • Eso no es vida… es una cadena con flores. Esclavitud maquillada de arte…
Sus palabras se deshicieron en el aire, cada vez más lentas, cada vez más arrastradas. El vapor de los baños la envolvía como un manto y los acordes del shamisen parecían mecerla. Sus párpados, pesados como anclas, empezaron a cerrarse.
  • Esclavitud… - repitió, apenas en un susurro, mientras el mundo se volvía blando y lejano.
No solo Grace se hundía en aquel sopor hipnótico. Todo el grupo se dejó envolver por la misma sensación: el vapor caliente, la música de Akuma Shinrei y la sustancia que les habían ofrecido a fumar se combinaban en un hechizo invisible. La mente y el cuerpo de la tripulación flotaban entre la vigilia y el sueño, como si el tiempo se diluyera y el espacio se transformara. Cada inhalación, cada nota, cada burbuja del agua se mezclaba en un trance sensorial que los alejaba del mundo real, haciéndolos vulnerables y dóciles.

El efecto era absoluto, un estado colectivo donde la ciudad flotante parecía oscilar a su alrededor y la sala de baños se convertía en un reino suspendido entre lo tangible y lo irreal. Nada era fortuito, por supuesto. Todo formaba parte del meticuloso plan de Hong Long.

El Dragón descansaba en su trono de calaveras blanquecinas, reclinado con la barbilla apoyada en la palma de la mano, sus uñas largas tamborileando suavemente contra la madera húmeda. Sus ojos, uno ciego y el otro brillante, punzante como una amenaza, se clavaron en Shen Bao, que permanecía inclinado, con la frente casi tocando el suelo, el sudor resbalando por su nuca.
  • ¿Lo hiciste? - preguntó el Dragón Rojo con voz grave y pausada, tan densa que parecía flotar en el vapor de la sala - ¿Les ofreciste el opio?
Shen Bao tragó saliva y asintió, sin atreverse a levantar la mirada.
  • Sí, mi señor… así lo hice, tal y como ordenasteis.
El ojo vivo de Hong Long se entrecerró, examinando cada temblor del hombre arrodillado.
  • ¿Algún problema del que deba ser informado?
  • Todo está bajo control, mi Dragón. - Su voz titubeó un instante - El oso y el niño nos dieron ciertos problemas, pero conseguimos reducirlos. Y… ese pequeño mono del demonio… - levantó el brazo, mostrando la marca enrojecida de una mordida - El malnacido me atacó con furia.
Hong Long soltó una carcajada breve, seca, como el crujido de un hueso.
  • Dile al curandero que te mire esa herida. A saber qué pestes puede haberte transmitido esa criatura.
El pirata bajó de nuevo la cabeza.
  • Sí, mi señor.
  • ¿Dónde están ahora? - preguntó el Dragón, con voz que no admitía réplica.
  • En las mazmorras, tal y como solicitasteis, mi señor. Cuatro de mis mejores hombres custodian la entrada. Es imposible que escapen.
  • ¿Y el sabio? - su ojo chispeó, mostrando un destello de interés.
  • Os aguarda en vuestros aposentos, mi señor - respondió Shen Bao, esta vez con tono más firme.
  • Bien… - Hong Long se acomodó en su trono, dejando escapar un suspiro lento, como el rugido apagado de un dragón en su cueva - ¿Y el navío? ¿Conseguisteis apoderaros de él?
  • Por supuesto, mi Dragón. Esos dos desertores cedieron fácilmente ante el oro que les ofrecimos. Nos ayudaron a someter al Red Viper, que ahora está en nuestras manos, y el resto de la tripulación bajo llave.
El Dragón Rojo sonrió, revelando unos dientes desiguales y ennegrecidos por el opio.
  • Buen trabajo, Shen Bao, buen trabajo… - alzó una mano, despidiéndolo con un gesto - Ahora vuelve a las mazmorras. Vigila que nadie despierte antes de tiempo. Yo tengo una conversación pendiente con ese sabio.
Shen Bao golpeó el suelo con la frente en una reverencia final, antes de retirarse apresuradamente, como si el aire mismo a los pies de su señor quemara. Hong Long lo siguió con la mirada hasta que la puerta se cerró, y luego, en soledad, dejó escapar una risa baja y peligrosa que se confundió con el rumor del vapor en la sala.

Un murmullo húmedo, el goteo constante del agua filtrándose entre las piedras, y un olor agrio a moho y hierro oxidado rodeaban la mazmorra. Yara sintió primero el frío reptando por su piel, luego unas palmadas torpes y urgentes contra su mejilla.

Un gemido escapó de sus labios resecos mientras los párpados se resistían a abrirse. La cabeza le pesaba como si la hubieran sumergido en plomo. Cada intento de enfocar la vista era un golpe de martillo en las sienes. Las sombras se confundían con las luces trémulas. Finalmente, su mirada borrosa fue captando un rostro muy cerca del suyo. Por un instante, no supo si soñaba o si aquello era parte de una pesadilla.

La piel de su cara estaba surcada de cicatrices profundas, quemaduras que parecían mapas retorcidos de fuego y dolor. El tejido áspero se mezclaba con zonas rojizas, como si las llamas jamás hubiesen terminado de morderlo.
Sus labios estaban ocultos por un pañuelo atado con fuerza, pero sus ojos… esos ojos enormes, oscuros y vivos, temblaban frente a ella. Ojos que Yara había visto antes.

Su respiración se entrecortó, un hilo de voz quebrado salió de su garganta:
  • ¿Bum-Bum…?
El niño asintió lentamente, asustado, las pupilas húmedas brillando a la luz mortecina de una antorcha que chisporroteaba al fondo.

Impulsada por el instinto, Yara intentó incorporarse de golpe, pero el mundo giró en espiral. El mareo la golpeó con violencia y un sonido metálico la detuvo en seco: cadenas tensándose, mordiendo su piel en las muñecas y en los tobillos.

El dolor punzante le devolvió de inmediato la conciencia de su prisión. Apenas pudo contener un gruñido, mordiéndose la lengua. El niño dio un paso atrás, con los ojos muy abiertos, como temiendo que los guardias escucharan, mientras el silencio de la mazmorra se cerraba sobre ellos como un muro.

Yara apretó los dientes, el hierro mordiendo sus muñecas mientras se inclinaba como podía hacia el lado. Susurró entre la oscuridad, apenas un soplo de aire:
  • Grace… despierta… vamos, joder!… despierta ya…
Le dio un par de patadas suaves en la pierna, intentando no hacer sonar demasiado las cadenas. Sus ojos, sin embargo, no se apartaban ni un segundo de los guardias apostados junto a la puerta: dos sombras inmóviles, con lanzas apoyadas en el hombro, iluminados a medias por la luz tenue de una antorcha.

Grace murmuró algo entre sueños, con voz dulce y arrastrada:
  • Vihaan… aún nooo… un poquito más… vengaaa…
Yara arqueó las cejas con incredulidad y miró al niño, haciéndole un gesto rápido con la cabeza. Bum-Bum entendió, y arrastrándose apenas unos centímetros, despacio como un gato temeroso, hundió la mano en la paja del suelo. Con infinita paciencia acercó los dedos al rostro de Grace y empezó a rozarle la nariz con las briznas secas.

La capitana frunció el ceño, resopló, se removió incómoda. Una sensación insoportable la recorrió, como un fuego cosquilleando en sus fosas nasales. De repente abrió los ojos de golpe, incorporándose con brusquedad justo en el instante en que un estornudo se apoderaba de ella.
Pero antes de que el sonido pudiera estallar en la mazmorra, la mano de Yara se posó con fuerza sobre su boca, ahogándolo contra su palma.

Los ojos de ambas se encontraron en la penumbra: la sorpresa en los de Grace, la urgencia en los de Yara. La cubana le llevó un dedo a los labios, indicándole silencio absoluto. El aire quedó suspendido, el chisporroteo de la antorcha parecía un rugido en aquel silencio forzado, y las respiraciones contenidas se mezclaron con el olor rancio del encierro.
  • ¿Qué demonios pasa? - gruñó Grace en voz baja, girando el rostro hacia todos lados, los ojos todavía pesados por el sopor del opio.
  • ¿A ti qué te parece? - susurró Yara, alzando los brazos todo lo que las cadenas le permitían, mostrando los grilletes que le mordían la piel - Ese cabrón nos la ha jugado.
Un susurro burlón se deslizó desde la oscuridad:
  • Curiosa idea de libertad la que tienen en esta ciudad…
  • ¿Escocés? ¿Eres tú? ¿Estás bien? - preguntó Grace, forzando la vista.
  • Estoy bien… - la risa seca de Macfarlane resonó entre las piedras húmedas - Bien encadenado, mi capitana
  • ¿Yrsa? - la capitana volvió la cabeza, buscándola.
  • Sí… - la voz grave de la nórdica respondió desde un rincón - Cadenas atarme… no poder mover.
Grace respiró hondo, tragando saliva.
  • ¿Gipsy, Gláfur….? ¿Y Bishnu? ¿Dónde está el sabio?
El silencio fue tan denso que pareció tragarse la estancia. Ninguna respuesta, solo el goteo lento de agua cayendo desde el techo.
  • ¿Bishnu? - insistió, un poco más alto.
En ese momento, Bum-Bum reptó en la paja hasta llegar a su lado. Su rostro quemado y triste quedó apenas iluminado por un reflejo de la antorcha. Negó con la cabeza, los ojos grandes y temblorosos fijos en los de Grace. La capitana apretó los labios.
  • ¿Por qué nos habrán encerrado? - susurró Yara, dejando que sus pensamientos escaparan en voz alta - ¿Para robarnos? ¿Para quitarnos el barco? ¿Entregarnos a la Compañia, quizás?
Grace sacudió la cabeza con firmeza.
  • No. No es nada de eso.
  • ¿Y entonces? - Yara la miró entre la penumbra, incrédula.
  • Es el Sundra-Kalash - dijo Grace con absoluta seguridad - Tiene que serlo.
  • ¿Qué ser Suncra-Dalash, capitana? - preguntó Yrsa desconcertada.
Grace cerró los ojos un segundo, como si pusiera en orden lo que había sospechado desde hacía tiempo.
  • Sir Reginald tenía al sabio apresado. Con lo que ya sabía de la existencia del tesoro. Y si la Compañía de las Indias Orientales lo sabe… ¿por qué no iban a saberlo estos piratas traicioneros? Hong Long no es ningún idiota. Él va tras el Sundra-Kalash, estoy segura… y sabe que se encuentra en el corazón del Ártico. Toda esta ciudad flotante no es más que una trampa disfrazada de libertad… una prisión que surca el muro blanco esperando el momento de abalanzarse sobre el tesoro.
Yara la miró con los ojos entrecerrados, tragando saliva.
  • Entonces… el Dragón sabe que el viejo es la clave.
  • Exacto - asintió Grace, con la mandíbula apretada - Tenemos que rescatarlo e irnos de aquí.
Un tintineo burlón rompió el silencio, seguido de la voz socarrona del escocés.
  • Genial. ¿Y cómo pretende hacerlo, capitana? - rió Macfarlane, haciendo sonar las cadenas que lo mantenían pegado a la piedra - ¿Quizás si se lo pedimos educadamente a los guardias, vengan a abrirnos las cerraduras?
El silencio se rompió por unos pasos firmes sobre la piedra húmeda que se acercaban, haciendo que todos contuvieran la respiración. Los guardias se apartaron con un golpe seco de lanzas contra el suelo, y la puerta chirrió, abriéndose con un quejido metálico.

Entre la penumbra surgió Shen Bao, su antorcha alzada como un ojo de fuego que iluminaba los muros. La sonrisa que llevaba era un filo torcido, una máscara por fin caída: la serpiente mostraba sus colmillos. El resplandor tembloroso recorrió los rostros encadenados y se detuvo en cada uno como un verdugo midiendo su obra.
  • Espero que todo esté a su agrado - ironizó, con un falso tono de cortesía - ¿Puedo ofrecerles algo más? Quizás más paja en el suelo… o un poco de agua turbia para acompañar su velada.
Antes de que alguien respondiera, Yara se incorporó de un salto, los eslabones de sus cadenas sacudiéndose con violencia. Se lanzó contra él, estirándose hasta casi rozar su rostro.
  • Kúrò ní ojú mi! Arìrà burúkú! Ìbànújẹ yó pa ẹ! - maldició en yoruba, la rabia ardiendo en su garganta. Lanzó un escupitajo que le alcanzó la mejilla, brillando bajo la luz de la antorcha.
Shen Bao se detuvo un instante, se limpió lentamente con el dorso de la mano… y luego rió. Rió fuerte, saboreando la furia en los ojos de la cubana.

Grace, en cambio, se incorporó despacio, con la calma de quien guarda un huracán en su interior. Apretó los puños hasta que los nudillos palidecieron, sus dientes chirriaron bajo la presión de la mandíbula. Se quedó mirándolo, inmóvil, como un filo dispuesto a desgarrar.
  • ¿Y usted, capitana? - murmuró Shen Bao, inclinando la cabeza con sorna - ¿Puedo hacer algo más para que su estancia sea… lo más confortable posible?
Grace sonrió. Una sonrisa fría, despiadada, que no ocultaba la promesa de venganza.
  • Ríe ahora que puedes, sucia rata traicionera. Ríe… porque ya eres hombre muerto.
Las carcajadas de Shen Bao resonaron entre las paredes, como un eco deformado. De pronto, se detuvo en seco, su rostro endurecido como el hierro. Con un movimiento brusco, le cruzó la cara con el dorso de su mano, el golpe resonó secamente en la oscuridad.
  • Jamás volverás a ver la luz del sol, puta!
Un rugido estalló detrás de él. Yrsa se había puesto en pie, tirando de las cadenas con tal furia que los eslabones chirriaron como si fueran a partirse. Su rostro estaba en sombras, pero la luz de la antorcha hacía brillar sus tatuajes faciales como brasas vivientes. Avanzó un paso, los ojos inyectados en furia.

Los dos guardias irrumpieron de inmediato, clavándole las lanzas en hombros y costados, golpeándola con las culatas hasta hacerla caer sobre las rodillas. Un último empujón y la nórdica se desplomó contra la piedra, jadeando, pero aún gruñendo como una fiera encadenada.

Shen Bao no se inmutó. Observó la escena con la serenidad de quien contempla un relajante amanecer. Luego se giró, saliendo de la mazmorra y, con voz grave, dictó su sentencia:
  • Pudrirán sus huesos en esta cárcel. Ya no les queda nada. Ni barco. Ni tripulación. Ni tesoro. Ni tan siquiera libertad.
La puerta se cerró de golpe. El hierro chirrió como un grito ahogado y la antorcha desapareció tras el muro. Solo quedó la oscuridad, espesa, opresiva, que se tragó hasta el último eco de su risa. El silencio volvió. Pero ya no era el mismo. Los ánimos de los prisioneros cayeron con el portazo, como si las cadenas pesaran, ahora, por partida doble.

Al otro lado de la ciudad flotante, en el corazón de su palacio de madera y hierro, Hong Long contemplaba al viejo sabio desde su escritorio.
Su camerino era un santuario de poder y superstición: un espacio amplio y bajo, revestido con paneles de madera lacada en rojo oscuro y oro gastado. La bruma del opio se mezclaba con el aroma de incienso de sándalo, dibujando velos que parecían ocultar y revelar a la vez. De las vigas colgaban linternas de papel pintadas con dragones, sus llamas danzaban proyectando sombras que se retorcían como espíritus cautivos.
El escritorio, tallado en marfil ennegrecido y jade, estaba cubierto de objetos extraños: mapas desplegados con rutas imposibles, brújulas con agujas que giraban sin rumbo, conchas marinas que parecían susurrar, y un cuenco de agua en cuya superficie flotaba una lámpara de loto que nunca se apagaba.
Tras el respaldo de Hong Long colgaba un biombo de seda, bordado con la figura de un dragón serpenteante que parecía moverse con el parpadeo de la luz. Dos figuras femeninas parecían jugar entre ellas cariñosamente, mientras compartían una pipa. Bajo ese telón de misterio, el pirata observaba al anciano sabio, sentado frente a él, encadenado a una silla de madera de ébano. Los ojos de Hong Long brillaban como carbones encendidos, mezcla de fascinación y curiosidad. Sus dedos largos tamborileaban sobre el escritorio, acompañados por el murmullo lejano de música que vibraba en lo profundo de la ciudad flotante, como si la misma bestia marina sobre la que reposaban respirase bajo sus pies.

Era un camerino, sí, pero también un altar donde Hong Long oficiaba sus pactos con la oscuridad y con el destino. El Dragón Rojo reclinó su espalda en el sillón de marfil ennegrecido. La llama de la lámpara de loto proyectaba su silueta, haciéndolo parecer aún más diabólico, casi monstruoso. Sus ojos rasgados se estrecharon cuando fijó su mirada en el anciano.
  • Así que ahora te haces llamar Bishnu, ¿no es así, viejo?
El sabio permaneció inmóvil unos segundos, con las manos huesudas descansando sobre las rodillas. Solo ladeó la cabeza, dejando que una sonrisa enigmática deslizara los pliegues de su rostro.
  • Un nombre… es apenas una hoja en el río. El agua corre, la hoja cambia de orilla, pero el río… siempre sigue siendo río.
Hong Long chasqueó la lengua, divertido y molesto a la vez.
  • Curioso. Recuerdo muy bien la última vez que nos vimos. Yo era apenas un muchacho, con más ambición que cicatrices. Pero tú… - lo señaló con un dedo largo, como una garra - no has cambiado en nada. Es como si el tiempo te hubiera olvidado. Solo tu voz es distinta.
Bishnu cerró los ojos, como si escuchara dentro de sí el eco de un recuerdo lejano.
  • El cambio no pertenece a un hombre… el cambio es del mundo. El río no es el mismo dos veces, como tampoco lo es el dragón que nada en él. Antes amabas al viento, ahora adoras al metal. Antes eras agua, ahora… eres un pozo sin fondo.
Las palabras golpearon el orgullo de Hong Long, que se incorporó de golpe, el biombo de seda con el dragón dorado ondeó tras él como si respondiera a su furia.
  • ¡Lo encontraste, verdad! - sus ojos ardían como brasas encendidas - No hay otra explicación. Nadie puede desafiar a los años. ¡Dime! ¿Dónde? ¿Dónde está el cofre del Dios Mono?
El anciano abrió los ojos lentamente. Su mirada era tan serena que resultaba insultante.
  • El hombre no busca al don… es el don quien escoge al hombre. Como el loto que nace en el pantano, no es el barro quien decide la flor.
Hong Long golpeó la mesa con el puño. Los mapas y brújulas saltaron. Su voz estalló como un trueno:
  • Ta mā de! gǒu niáng yǎng de! hún dàn!
La lámpara de loto tembló. El pirata se inclinó sobre el sabio, los dientes apretados de rabia.
Entonces Bishnu habló en la misma lengua, con un tono tan sereno que parecía un bálsamo frente a la tempestad:
  • Zhìzhě bù chén yú nùhuǒ, yúzhě cái bèi huǒyàn tūnshì. Bǎozàng shǔyú qīngxīn zhī rén, ér fēi kuáng lóng.
El silencio que siguió fue denso, como si toda la ciudad flotante contuviera la respiración.
Hong Long permaneció rígido, la mandíbula tensa, los ojos convertidos en dos rendijas. Durante un instante, la rabia que lo consumía pareció disolverse en perplejidad.
  • Pocos hombres… - dijo al fin, con un hilo de voz incrédulo - muy pocos hombres en este mundo pueden hablar la lengua de mis ancestros.
Bishnu inclinó la cabeza, y en sus ojos brilló un destello imposible de descifrar. Sus labios se movieron despacio, cada palabra surgía como un laberinto de ecos:
  • El río que sabe de todos los caminos, pero no deja que los peces le sigan. Los susurros de los antiguos vuelven, pero nadie escucha lo que dicen.
Hong Long frunció el ceño, sus dedos tamborileando contra la mesa de marfil ennegrecido.
  • ¿Ese fue tu deseo, entonces? - su voz adquirió un filo cortante - ¿Hablar todos los idiomas, los que existen y los que algún día existirán?
El viejo entrecerró los ojos, y su voz emergió como un viento quebrado:

- Las lenguas se doblan sobre sí mismas y yo las nombro todas… pero al intentar hablar, la boca se enreda en la sombra de cada una. Escucho a todos, y a ninguno le llego.

Hong Long meditó un largo momento, hasta que algo cruzó su mente y se erizó. Se levantó, y con las manos enlazadas a la espalda, comenzó a pasearse lentamente por la estancia:
  • Ya veo… - murmuró con un brillo retorcido en los ojos - Es como la leyenda de la Mano del Mono. ¿La conoces, viejo?
Bishnu inclinó levemente la cabeza, dejando escapar un murmullo que más parecía viento entre ramas secas:
  • La mano se ofrece antes de ser vista. El deseo viaja y deja un eco que nunca vuelve. Quien la toca recibe… lo que no esperaba, y aún así, cree entender.
Hong Long lo observó, frunciendo el ceño y apretando los puños.
  • Un talismán maldito, dicen. Concede deseos a aquel que lo posee, pero siempre… siempre con un precio oculto. El oro que se pide llega… pero llega manchado de sangre. El amor que se suplica… llega, pero marchito, muerto en los brazos. - Se detuvo frente al sabio, su sombra alargándose sobre él como la de una colosal serpiente amenazante - Obtienes lo que anhelas, pero lo que amas… se corrompe.
Bishnu permaneció inmóvil, su voz un hilo quebradizo y enigmático:
  • Lo que se busca no siempre espera. El río devuelve piedras, pero nunca las mismas. El sol toca todas las hojas, pero no las ilumina a todas.
Hong Long se tensó, comprendiendo apenas el peso de sus palabras, mientras la calma de Bishnu lo volvía más inquieto que su propia furia. Se inclinó ligeramente hacia adelante, la mirada fija, los ojos brillando con una mezcla de ambición y urgencia:
  • Viejo… quiero que me lleves hasta el Sundra-Kalash - su voz, firme y autoritaria, no admitía discusión - No hay excusas ni dilaciones. Partiremos mañana.
Bishnu levantó un dedo lentamente, como señalando la dirección de un viento que nadie más percibía. Su voz surgió como un eco quebrado entre las paredes húmedas del palacio flotante, cada palabra un laberinto de significados ocultos:
  • El mono observa desde la cima de su árbol invisible. Sus frutos no caen donde los ojos desean, y la rama que sostendría vuestra mano aún no se inclina. Quien lo busca ya camina por mares que vuestra vista no alcanza, y esta estancia… no contiene al que el destino ha señalado.
Hong Long frunció el ceño, pero Bishnu no añadió nada más. Solo sus ojos, profundos como pozos sin fondo, parecían reír ante la frustración del pirata, dejando clara la imposibilidad de doblegar el curso del destino.

“Chik-chik… gnnh… clac-clac… gnnh-chik…”
  • ¡Déjalo ya, Mordisquitos! - gruñó el vigía, su único ojo brillando con impaciencia - ¡No vas a conseguir romperlas!
“Gnnh… chik-chik… clac… gnnh…”

El africano seguía mordiéndose las ataduras, intentando forzarlas con su mandíbula metálica, mientras el resto de la tripulación observaba con tensión el esfuerzo inútil. En medio de aquella oscuridad, Vihaan permanecía sentado, ensangrentado por la reciente pelea por defender el Red Viper. Bhagirath se inclinó a su lado, preocupado, inspeccionando las heridas:
  • Señor… ¿seguro que está bien?, esa herida en su sien sangra demasiado.
Vihaan levantó la mirada, los labios manchados de sangre.
  • No te preocupes, Bhagirath… solo un poco de sangre.
El sirviente frunció el ceño, reconociendo la valentía de su señor:
  • Fue muy valiente al luchar por el barco, señor. Les plantó cara a esos piratas.
  • Bah! - dijo Vihaan, apretando los dientes - ¿De que vale el orgullo estando aquí encerrados?… Además perdimos, he fallado en la defensa, he… traicionado a Grace de algún modo.
O’Neal, uno de los marineros, intervino, su voz grave resonando en la húmeda mazmorra.
  • Ni la propia Víbora Roja habría podido presagiar esto… Jensen y Callum… esos malditos traidores. Los vi contar los sacos de monedas en el muelle justo antes de que los piratas de la ciudad flotante salieran de la bodega.
Halcón ladeó la cabeza, desconfiado, su único ojo observando con dureza:
  • ¿Es cierto eso? Conozco bien a Callum y a Jensen. Pueden ser cobardes, sí… pero traicioneros… nunca.
O’Neal lo miró fijamente, firme:
  • Lo vi con mis propios ojos, tuerto. Los malditos traidores ayudaron a los piratas a colarse dentro del navío. No hay duda.
El silencio volvió a la mazmorra, solo roto por los chik-chik… gnnh… clac-clac… de Mordisquitos, que seguía mordiendo sin descanso. La rabia, la impotencia y la incredulidad llenaban el aire, mientras la tripulación sentía la urgencia de recuperar el Red Viper y reunirse con su capitana.
Halcón, con la mirada perdida entre las sombras húmedas de la mazmorra, susurró con tristeza:
  • ¿Acaso este es el final de los piratas de la Víbora Roja? Hemos perdido nuestro barco… hemos perdido a nuestra capitana… ¿qué más nos queda?
Bhagirath lo miró con firmeza, los ojos brillando entre la penumbra:
  • Precisamente eso nos queda. Nuestra capitana… su fuerza… y su determinación. Esté dónde esté seguro que estará luchando sin descanso.
O’Neal, con voz grave y cargada de inquietud, añadió:
  • Quizás… esté muerta.
Vihaan escupió un hilo de sangre al suelo. Sus manos temblaban, encadenadas, pero su mirada era un fuego que no podía apagarse. Inspiró profundamente, su pecho subiendo y bajando con fuerza, y levantó los brazos, tirando de las cadenas hasta que el metal crujió. La vibración de las cadenas resonó en toda la celda y el eco retumbó en las paredes de piedra, haciendo que la luz de las antorchas danzara y se reflejara sobre los rostros de los prisioneros. Sus ojos recorrieron a cada hombre de la celda, cada rostro cansado y abatido, y su voz rompió el silencio como un trueno.
  • ¡No hay hombre, mujer ni bestia que pueda matar a Grace O’Malley! ¡Mientras ella respire, nosotros seguimos de pie! ¡La Víbora Roja jamás caerá! ¡Y quien lo intente, sentirá nuestra furia!
O’Neal se levantó de golpe, la sangre de su temor reemplazada por un rugido de rabia y determinación. Sus hombros se enderezaron, sus puños se cerraron y la chispa de la esperanza se encendió en sus ojos.
  • ¡Tienes razón, Vihaan! - gruñó O’Neal, los ojos chispeando de rabia - ¡Debería morir fulminado aquí mismo por osar dudar de nuestra capitana tan siquiera un instante! ¡Lucharemos hasta que los mares ardan!
Vihaan alzó la cabeza, la sangre aún goteando de su rostro, y rugió con fuerza:
  • ¡¿Quién está conmigo?!
  • ¡Yo!
  • ¡Yo!
  • ¡Yo! Señor!
Uno a uno, los prisioneros se pusieron de pie. Las cadenas tintineaban, pero ya nadie dudaba. Mordisquitos, con su dentadura de hierro, mordió con furia la cadena que lo aprisionaba. Un chasquido metálico resonó en la mazmorra y, con un último tirón, rompió el metal. Sus brazos se alzaron como un demonio sediento de sangre.

Sin dudarlo, empezó a arrancar las cadenas de sus compañeros. Cada golpe de hierro roto retumbaba como un tambor de guerra. Los hombres rugieron, el miedo convertido en rabia y determinación. La sangre quería ser derramada, los puños deseaban liberarse, y el espíritu de la Víbora Roja renacía con fuerza brutal. La mazmorra se llenó de gritos de guerra, cadenas cayendo al suelo y un rugido coral que prometía venganza. Nadie quedaba inmóvil, nadie dudaba. La rebelión había comenzado, y el corazón de cada prisionero latía al unísono con el de Vihaan: ¡la libertad se ganaría con sangre y muerte si era necesario!

Los guardias se giraron, confiados, viendo al coloso africano encorvar su espalda y tensar cada músculo para arrancar la puerta de barrotes del suelo. Sonrieron, burlones, seguros de que nada podría doblegarlos. Pero entonces un crujido profundo recorrió las visagras; los barrotes vibraron como cuerdas tensadas al límite, y la roca que los mantenía firmes comenzó a ceder, soltando un gruñido de hierro retorcido.

Alzaron sus lanzas, decididos a atravesar al gigante, a detenerlo antes de que la puerta cediera. Pero justo en el instante en que las puntas brillaron en la luz mortecina de la mazmorra, apunto de alcanzar la oscura piel de Mordisquitos, cuatro manos las frenaron con fumeza.
  • Ahoraaaa! - gritó con furia Vihaan.
Sus brazos tiraron a la vez como el empuje de un torbellino: Bhagirath y Vihaan empujaron los cuerpos de los dos guardias contra los hierros, doblándolos como muñecos de trapo. El metal retumbó bajo la fuerza del impacto, haciendo que cayeran al suelo, soltando sus lanzas.

La puerta, liberada por la presión del coloso, cayó con un estruendo ensordecedor sobre los hombres, aplastando sus cuerpos contra el suelo frío. Y entonces Mordisquitos sonrió. Los guardias pidieron misericordia, sin saber que lo último que verían en sus tristes vidas era aquel demonio de dentadura de hierro y furia inhumana, saltando y cayendo con precisión mortal sobre ellos. Los cuerpos fueron aplastados y triturados en un instante, como ramas secas bajo un mazo que no deja resquicio para la vida. La mazmorra se llenó de un eco metálico y de un silencio mortal que anunciaba la victoria de los encadenados.

El eco de los cuerpos aplastados se desvaneció, y un silencio expectante llenó la oscuridad. Pero solo por un instante. Ya que, como un huracán imparable, la tripulación liberada rugió al unísono, un estruendo ensordecedor que hizo vibrar las piedras y estremecer los barrotes de hierro de aquella prisión subterranea.

Vihaan alzó los puños, Bhagirath detrás de él con la mirada consumida por el fuego, y todos los marineros se lanzaron como una marea de acero y furia, sus cadenas cayendo al suelo con un tintineo que parecía anunciar la destrucción que venía. Mordisquitos, convertido en un torbellino de dientes y furia, rompía lo que osaba entrometerse a su paso. Cada golpe, cada empujón, cada grito alimentaba la energía de la rebelión; era un caos incontrolable, una tormenta de rabia y venganza que avanzaba por la mazmorra, arrasando con todo a su paso.

El rugido de la tripulación no solo era sonido: era pura voluntad, era la furia concentrada de hombres que se negaban a ser vencidos, un huracán de muerte y destrucción que anunciaba que nadie, ni celda ni guardia, podría contenerlos por mucho más tiempo. La libertad había despertado, y con ella, la Víbora Roja volvía a alzarse.

Los presos avanzaban por la mazmorra como una tormenta de acero y fuego. Cada enemigo que osaba interponerse era derribado con fuerza brutal; sus armas caían al suelo para ser empuñadas por manos nuevas, transformando cada obstáculo en un instrumento de liberación. Halcón, Vihaan y Bhagirath abrían celdas una tras otra, no solo liberando a sus camaradas, sino a todos los prisioneros que el Dragón había osado encerrar.

Los liberados, al ver la determinación de la tripulación, se unían sin preguntas, sin palabras: desconocidos convertidos en hermanos de batalla bajo la misma bandera de la libertad. Sus pasos resonaban como truenos en los corredores húmedos y oscuros; cada grito de guerra, cada golpe contra el hierro o la madera, reverberaba con la fuerza de un mar embravecido.

El rugido de la tripulación llenaba la mazmorra, un torrente de caos y destrucción que parecía imparable, como si la propia ciudad flotante temblara ante la ira y la determinación de los liberadores. Allí, entre sombras y cadenas rotas, la leyenda de la Víbora Roja se hacía tangible, y la libertad volvía a florecer en cada corazón que había sido sometido.

Yara se incorporó de golpe, su mirada recorriendo la mazmorra.
  • ¿Escuchais eso? - preguntó, la tensión vibrando en su voz.
  • ¡Son gritos de rebelión! - respondió Grace, poniéndose en pie con una sonrisa feroz y los ojos encendidos en llamas - ¡Vihaan, Bhagirath! ¡Están luchando!
Yrsa, Bum-Bum y Macfarlane también se levantaron, sintiendo la llamada, el fuego ardiendo en sus interiores. Macfarlane empezó a gritar, animando a sus compañeros, su voz resonando como un cañón en la oscuridad.

De repente, la puerta de la celda se abrió de golpe. Shen Bao entró con catorce hombres, armados hasta los dientes, llenando la mazmorra de sudor y amenaza. Sus órdenes fueron cortantes: mantener las defensas y matar a cualquiera que intentara acercarse. Sin mediar palabra, sacó una daga y se la presionó contra el cuello de Grace.
  • ¡Te lo dije! - gruñó la capitana, desafiante incluso en ese momento, en presencia de la guadaña - ¡Te dije que eras hombre muerto!
  • ¡Puede que tengas razón, zorra de fuego! - contestó él con una sonrisa cruel - ¡pero tú vendrás conmigo!
Y entonces algo cambió en la atmósfera, algo imperceptible, silencioso, fugaz. Una sombra descendió desde lo alto de la prisión, tan silenciosa que parecía disolverse en el aire. Se movía como el agua, fluida y oscura, un espectro cubierto de telas negras y suaves, sin rostro, sin ojos, sin alma. Antes de que los hombres pudieran darse cuenta de su presencia, el fantasma estaba detrás de Shen Bao. Con un movimiento imposible de seguir por los ojos humanos, cortó su garganta con precisión quirúrjica y le tapó la boca para silenciar su grito. Cuando su cuerpo cayó, lo acompañó suavemente hasta el suelo, como una ola que rompe y se retira en la orilla de un mar calmado, y desapareció antes de que Grace tan siquiera pudiera hablar.
  • ¡Señor, se acercan! ¿Qué hacemos? - preguntó un guardia, su voz cargada de pánico - ¿Señor?
Al darse la vuelta, solo vio a Grace, la sorpresa reflejada en su rostro, mientras la sombra volvía a atacar. Como un río negro deslizándose por la oscuridad, se movió entre los hombres. Sus ataques eran precisos y letales, invisibles a la vista, como si la muerte surgiera de la propia oscuridad. Cada arma que blandía estaba envuelta en un resplandor de acero silencioso: cuchillas que giraban como aletas de tiburón, cadenas cortas con puntas punzantes que recordaban a las colas de serpientes negras, y estrellas diminutas que volaban y desaparecían en un parpadeo. Ninguno de los catorce hombres pudo verla venir.

Los golpes eran fluidos y despiadados: un brazo que se extendía, un salto que parecía desafiar la gravedad, una cuchilla que aparecía de entre la sombra y desaparecía, dejando el cuerpo del enemigo sin vida, sin siquiera un grito. La sombra flotaba, se deslizaba, golpeaba y desaparecía como una corriente de agua negra que arrasa todo a su paso.

Grace observaba, con los ojos abiertos, sin poder apartar la mirada. Cada movimiento era hipnótico, brutal, perfecto. No había miedo, solo la inevitabilidad de la muerte que la sombra traía consigo, y la certeza de que la batalla estaba cambiando de lado en un instante. Los cuerpos de los hombres caían, uno tras otro, y el silencio solo era roto por los susurros de los últimos intentos de resistencia, sofocados antes, incluso, de nacer.

La mazmorra, que hasta hacía un momento parecía un laberinto de desesperación, se transformaba en un escenario donde la libertad empezaba a abrirse camino, guiada por aquella presencia invisible, mortal y sigilosa.

Grace se quedó inmóvil, contemplando la carnicería que el fantasma había dejado tras de sí. Los cuerpos mutilados yacían dispersos por el suelo, sus caras congeladas en un horror petrificado, los ojos abiertos como faros muertos. Extremidades cortadas, torsos desgarrados, sangre manando de cada rincón, impregnando la piedra húmeda y fría. Un olor metálico y espeso de sangre y muerte flotaba en el aire, invadiéndolo todo.
  • ¿Qué tipo de magia negra es esta? - susurró Yara, con los ojos abiertos de par en par, temblando.
Grace tragó saliva, asustada, con la respiración entrecortada, y susurró.
  • No… no ha sido magia… era… era… un… un fantasma.
De repente, una voz surgió de la oscuridad, sin revelar origen ni forma. Fría y profunda, como las profundidades del océano, reverberaba entre las paredes de la mazmorra.
  • ¡De nada! - dijo la voz.
  • ¿Quién… quién eres, demonio? ¿Quién habla? - preguntó Grace, mirando frenéticamente hacia el punto de donde parecía venir su voz.
  • Los pocos que sobreviven despúes de conocerme, me apodan la Muerte Silenciosa…
Grace giró la cabeza; la voz había cambiado de lugar.
  • ¿Qué eres? ¿Eres de este mundo? ¿Quién te envía? - su voz temblaba, mezclando miedo y fascinación.
  • Aunque fui mujer, ahora soy esclava - susurró la voz, viniendo desde otro rincón de la mazmorra - Aunque no lo quiera, pertenezco a este mundo. - su tono se deslizaba entre las sombras, imposible de localizar - Y me envía la esperanza de un futuro mejor, capitana Grace O’Malley.
Grace notó algo a su espalda, entre el diminuto espacio que quedaba entre ella y la pared de roca, vio por un instante los ojos rasgados de la sombra, brillando sin parpadear. En un instante, las cadenas que la aprisionaban cayeron al suelo, liberando también a Yara, Bum-Bum, Macfarlane y Yrsa. Aquella presencia había actuado sin que ellos siquiera se percataran.
  • ¿Por qué nos ayudas? - preguntó Grace, retrocediendo unos pasos, cauta y desconfiada.
  • ¿Y por qué no? - respondió la voz, acercándose como un susurro que se colaba entre los ladrillos de la mazmorra.
Yara dio un paso al frente, intentando interponerse, los puños tensos, temiendo que aquel torbellino de sombras pudiera dañar a su amiga. Pero antes de que pudiera dar un segundo paso, la sombra desapareció. No hubo sonido alguno, ni un leve roce; era como si la misma oscuridad se hubiera ensanchado para protegerla.
  • ¡No te ocultes, demonio! - gritó Yara, intentando localizarla en la penumbra.
  • El viejo, aquel a quien buscáis, lo encontraréis en el palacio de Hong Long. Vuestro navío os esperará en el muelle. No os preocupéis por eso; yo me encargaré.
  • ¿Por qué diablos nos ayudas? - insistió Grace.
  • Solo pido una cosa a cambio… que me llevéis contigo, mujer de fuego.
En ese instante, Vihaan y el resto de la tripulación irrumpieron en la mazmorra. Sus rostros cubiertos de sangre, la respiración agitada, las armas alzadas, el sudor y el polvo cubriendo sus cuerpos. Se detuvieron un momento, sorprendidos, contemplando a Grace y a los demás observando la penumbra, mientras el suelo aún crujía bajo los cadáveres.
  • ¿Qué ha pasado aquí? - preguntó Vihaan, sin comprender nada, con la mirada recorriendo el caos de muerte que se extendía ante ellos.
El silencio se adueñó de la mazmorra un instante, roto solo por la respiración pesada de los sobrevivientes y el goteo de la sangre en la piedra. La esperanza, frágil pero persistente, volvía a encenderse en sus corazones.

Continuará…
 
Perdona que no lo haya visto antes, pero entre los fichajes y el partido del Sevilla he estado entretenido.
Pues grande Vihaan que cada vez es más valiente y ha encabezado la rebelión.
Y muy grande el fantasma que además se irá con ellos.
 
Capítulo 17 - Huída de la Ciudad Flotante: El Tameskalt ‘El fuego que debora’

Los ojos de Grace se iluminaron al ver a sus compañeros con vida, pero sobretodo al ver al astrónomo en medio de la mazmorra, con los pelos alborotados, sudado hasta la médula y la sangre cubriendo sus ropas.
  • ¡Vihaan! ¡Estás vivo! - gritó corriendo hacia él, abrazándolo con todas sus fuerzas.
  • Ha ido de poco esta vez, pero sí… estamos todos bien - respondió él, rodeándola por la cintura y dándole un beso en la frente.
  • ¡Señorita Grace! - la voz grave de Bhagirath interrumpió el momento - Siento interrumpir este emotivo momento pero debemos marchar sin demora. Los hombres de Hong Long no dejan de llegar.
  • ¡Sí, capitana! - añadió Halcón, con el ojo encendido por la furia - ¡Hay que partir ahora, aprovechar la sorpresa!
Grace los miró a todos, uno a uno, como si contase a su tripulación en silencio, asegurándose de que ninguno se había quedado atrás.
  • No podemos irnos sin Bishnu - dijo sin dejar de mirar a su alrrededor.
  • ¡Y Gláfur! - añadió Yrsa, golpeando la pared con el puño - ¡Tampoco estar Gipsy!
  • ¡Demonios, es verdad! - exclamó Grace.
  • ¿Dónde está al sabio? - preguntó Vihaan con urgencia.
Unos pasos retumbaron en los pasillos. Lejos, pero cada vez más cercanos, se escuchaban los gritos de órdenes, el tintinear de las lanzas, el estrépito de botas golpeando la piedra húmeda. Los guardias se acercaban como una manada de lobos, cerrando el cerco.
  • Es una larga historia - gruñó Grace, alzando la voz - ¡No hay tiempo ahora! ¡Debemos organizarnos!
Se enderezó, el cabello rojizo desordenado, con los ojos brillando como brasas. Su voz, firme y poderosa, atravesó el caos de la prisión:
  • ¡Escuchadme todos con atención! Yara, Mordisquitos… vosotros encabezad un grupo hacia el muelle. Recuperad el Red Viper y preparadlo para zarpar. Yrsa, Bum-Bum, Bhagirath… vosotros saquead los almacenes del puerto. Llevad todo lo que pueda hacernos falta para cruzar el Ártico. Halcón, Macfarlane… encontrad a Gláfur y a Gipsy, no dejaremos a ninguno de los nuestros atrás. Vihaan y yo iremos a rescatar a Bishnu.
Los presentes asintieron con determinación. La estrategia estaba clara. Ya no eran un grupo de presos; eran una tripulación con un propósito. Se dispusieron a encontrarse con sus enemigos, pero de repente, entre la multitud de rostros desencajados y llenos de furia, una voz se alzó:

- ¿Y qué hay de nosotros?

Quien preguntó era un hombre bajo, de anchas espaldas, con el pelo negro enmarañado y una barba oscura salpicada de canas. Tenía los ojos oscuros como ascuas y una cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda. Su ropa desgarrada dejaba ver el cuerpo curtido por el sol y la mar. A su lado, otros cinco hombres con aspecto igualmente fiero lo acompañaban.
  • ¿Quién eres tú? - preguntó Grace, frunciendo el ceño.
El hombre sonrió mostrando los dientes, exaltado por la rabia y el ansia de combate.
  • Mi nombre es Rodrigo Cortés, aunque todos me llaman ‘El Ronco’. Nacido en el sur de españa, pirata de profesión… antes de acabar atrapado en esta maldita prisión. Y estos hombres que me acompañan son mis hermanos, no de sangre, pero sí de espíritu. Sería un honor para nosotros, navegar al lado de una tripulación tan aguerrida como la vuestra.
Grace le sostuvo la mirada unos segundos, midiendo la verdad de sus palabras. Finalmente, asintió con una leve sonrisa.
  • Cualquier ayuda es bienvenida en estos momentos, español. Si lo deseas, ven con nosotros. Vihaan y yo te lo agredecemos.
  • ¡A tu lado, capitana! - respondió Cortés, apretando el puño con fuerza.
O’Malley volvió a mirar al resto de los presos liberados. Había hombres y mujeres de todas las procedencias: africanos, árabes, chinos, nórdicos, europeos… un mosaico de forajidos, esclavos y piratas. Todos con los rostros bebiendo de la misma furia que les unía en aquellos momentos.
  • ¡Escuchadme bien! - hizo tronar su voz en la mazmorra, rebotando contra la piedra - El que quiera luchar, que luche. El que prefiera salvar su pellejo, que lo haga. Pero quien quiera navegar a mi lado… que demuestre ahora su valor.
Alzó el brazo y gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
  • ¡Por el Red Viper! ¡Por la libertad!
Un rugido salvaje estalló en la prisión. Hombres y mujeres alzaron sus armas improvisadas - cadenas, dagas, viejas espadas, palos arrancados de las celdas - Cualquier herramienta que pudiera golpear y cortar se empuñaba con firmeza. La tempestad había estallado.
Y entonces, las puertas del pasillo se abrieron con estrépito: una oleada de guardias entró a la carrera. Las lanzas brillaron bajo la tenue luz de las antorchas.

El choque fue brutal. El primer guardia cayó con un tajo en el cuello; otro fue derribado por Bhagirath de un solo golpe. El sonido del hierro contra el hierro llenó el aire, acompañado de gritos, alaridos y el rugir de la tripulación desatada. El suelo húmedo de la mazmorra pronto se tiñó de sangre. Los pasillos estrechos se convirtieron en un campo de batalla. Los rebeldes avanzaban como una avalancha de furia y destrucción, empujando a los soldados hacia atrás, derribando puertas y rejas. Cada victoria se celebraba con un grito, cada herida recibida se ignoraba. El caos reinaba, pero la dirección era clara. Hacía adelante, sin compasión, sin rendición. Y en medio del fragor, la voz de Grace seguía sonando como un faro en la tormenta, guiando a su gente hacia la libertad.

Las mazmorras ardían entre gritos y acero. El eco de los combates se mezclaba con el olor a sangre fresca y humedad añeja. Yara, cubierta de sudor y con los ojos encendidos como carbones, blandía sus cuchillos como una orisha en trance.
  • ¡Maldito sea este laberinto! - gritó, hincando una hoja en la garganta de un guardia que intentó cerrarle el paso. Con un giro arrancó la vida de otro de un tajo seco en el vientre, y antes de que cayera el tercero ya recibía su filo bajo el brazo, cortando tendones y dejándolo desplomarse entre estertores - ¿¡Cómo diablos vamos a encontrar la salida!?
En medio del caos, una carcajada rasposa se elevó como un trueno:
  • ¡Es sencillo, mujer! - rugió Rodrigo Cortés ‘El Ronco’ mientras apartaba a un guardia de un empellón brutal - ¡Solo hay que seguir matando, y abrirnos paso por donde los perros aparezcan!
El español se movía como un espectro entre barrotes y cadenas. Su espada danzaba ligera, demasiado rápida para un hombre de su edad, y cada estocada era un destino cumplido. No necesitaba fuerza desmedida: era agilidad, experiencia y precisión lo que lo hacían letal. Su acero encontraba gargantas como si tuviera sed propia, cortaba venas con la naturalidad de quien pela fruta madura.

Grace, combatiendo a su lado con los cabellos rojos enmarañados y los ojos ardiendo, no pudo evitar soltar entre jadeos:
  • ¿Dónde aprendiste a luchar así, español?
El Ronco estalló en carcajadas, graves y profundas, mientras desarmaba a un enemigo y le rajaba la cara de oreja a oreja. Él y sus hombres segaban vidas como segadores en un campo de trigo al atardecer: cada cuello, una espiga; cada chorro de sangre, la cosecha del acero.
  • ¡Navegamos muchos años al lado del hombre más bravo y temido de nuestra tierra! - bramó con voz de trueno, sus ojos brillando al cruzarse con los de la capitana. Hizo una pausa, atravesando el pecho de un guardia con su hoja y empujándolo hasta clavarle en la pared. Entonces dijo aquel nombre como si invocara a un dios olvidado- Diego de la Vega.
El corazón de Grace se detuvo un instante. Sus pulmones parecieron negarse a tomar aire, y sus ojos se abrieron como si la realidad se quebrara ante ella. El Ronco, arrancando su espada del cadáver aún caliente, rió con gusto:
  • ¡Vaya! Por su cara, capitana, parece que lo conoció bien…
Grace, rabiosa, con los dientes apretados y los brazos manchados de sangre hasta los codos, respondió sin dejar de desgarrar enemigos a su paso:
  • ¡Lo conozco, español! Fue el hombre que me enseñó el camino de la libertad. El marinero que me enseñó a navegar. ¡Mi maestro, al que le debo todo lo que soy!
Rodrigo Cortés rugió otra carcajada mientras derribaba a dos enemigos de un solo tajo.
  • ¡Está claro que lo conoció, mi capitana! Porque eso mismo fue Diego de la Vega para mí… ¡eso y mucho más!
El combate rugía a su alrededor como una tormenta de acero y pólvora. Las mazmorras ya no eran un laberinto: eran el escenario de una marea de sangre que avanzaba inexorable hacia la libertad.

- ¡Al frente! ¡El portón! - bramó Macfarlane con la voz rota de rabia mientras hundía su cuchillo una y otra vez en los riñones de un guardia, arrancándole gemidos agónicos antes de arrojarlo al suelo como un saco de carne. Avanzó hasta colocarse junto a Grace, jadeando con una sonrisa que destilaba locura.- ¡Ya puedo oler el aroma del mar, mi capitana!

O’Malley alzó la vista: ahí estaba, la salida, a poco menos de veinte pasos. Pero el muro de hierro de Hong Long se interponía entre ellos y la salvación. Frente a la puerta les esperaban sus hombres, bien posicionados, aguardando la llegada de los rebeldes. Una primera fila de lanceros firmes como una muralla, lanzas al frente; y detrás, una segunda línea de mosqueteros con las mechas encendidas, dispuestos a escupir muerte.
  • ¡Al suelooooo! - rugió Grace con toda la furia de su garganta.
Los piratas y prisioneros liberados se lanzaron al suelo, buscando refugio tras columnas, cadenas, piedras sueltas… incluso usando los cadáveres aún tibios de sus enemigos como escudos improvisados. Entonces llegó el trueno: el estruendo de los mosquetes reventó las mazmorras, el humo acre llenó el aire, gritos desgarrados cortaron la penumbra. Cuerpos libres volvieron a caer encadenados, esta vez por siempre, en la tierra de los muertos.

Grace apretó los dientes hasta casi romperlos.
  • ¡Ahoraaaa! - bramó, aprovechando el breve instante en que los mosqueteros recargaban.
Los piratas se levantaron como una tormenta, acero en alto, gritos de furia en la garganta, lanzándose sin miedo contra las lanzas que los contenían. El choque fue violento: las picas se clavaban en vientres y pechos, empujando a los primeros, atrapándolos como animales en una jaula de hierro. Los que empujaban detrás no tenían dónde retroceder. Y antes de que pudieran romper la línea enemiga, un segundo trueno de mosquetes retumbó: sangre, gritos, hombres cayendo como espigas cortadas. Incluso Mordisquitos recibió un disparo en la pierna, cayendo de rodillas con un rugido animal de dolor.

Entonces, como una chispa de esperanza, Bum-Bum, pequeño entre gigantes, alzó su tirachinas y lanzó una diminuta bala tintada de color verde que impactó directo en el rostro de un mosquetero. Al romperse, liberó un humo denso que se extendió como una epidemia en el aire. Los guardias comenzaron a toser, cegados, escupiendo sangre entre arcadas.
  • ¡Bien hecho, pequeñoooo! - gritó Yara, mientras degollaba a un guardia con un movimiento tan rápido y elegante que parecía un baile macabro.
  • ¡Apartaaaaaaaad! - bramó Macfarlane.
Los piratas se hicieron a un lado, formando un estrecho pasillo y el escocés, con el torso desnudo, cubierto de sangre hasta los tobillos y los ojos encendidos como llamas eternas de un infierno antiguo, echó a correr entre ellos. Usó la espalda de Mordisquitos como trampolín y, como una bestia desatada, saltó por encima de las lanzas enemigas, cayendo entre la segunda fila de mosqueteros como si fuese un demonio vomitado por el caos.

Allí luchó como un poseso: mordía orejas, arrancaba narices a dentelladas, usaba los mosquetes descargados como garrotes, pateaba entrepiernas y clavaba sus cuchillos en axilas, gargantas, ojos. Su violencia no tenía honor ni estilo: era sucia, traicionera, como la tormenta que revienta las velas y parte el mástil en plena noche. Y allí, en esa retaguardia, sembraba el pánico con carcajadas dementes, manchando el suelo de sangre enemiga.

Grace apretó los puños, su piel erizada por aquella violencia desatada, levantó su espada y rugió con una fuerza que resonó como un trueno en el corazón de todos las que la seguían.
  • ¡Atacaaaaad! ¡No les deis nadaaaaa! ¡Arrebatádselo todooooo!
El grito de la capitana fue el de un león. Siempre luchaba en el frente, nunca retrocedía. Sangraba al lado de los suyos, dispuesta a morir por ellos. Aquel grito no era el de una mujer, no era ni si quiera de este mundo, aquel grito era el brazo que sontenía y empujaba sus almas hacía la victoria.

Yrsa, gritó, escupiendo rabia y fiereza, como una osa salvaje. Avanzaba como un martillo de los dioses, blandiendo una pesada maza. Cada golpe suyo destrozaba cráneos, partía pechos como si fueran cascarones de nuez, derribando de tres en tres a los guardias.

Bhagirath, sereno, implacable, avanzaba como un monje guerrero: cada estocada era limpia, cada tajo preciso, cada enemigo caía con respeto, como si su muerte fuera una ofrenda a sus dioses.

Vihaan, ágil como una pantera, se movía entre lanzas y sables, esquivando, cortando, hiriendo con precisión quirúrgica, su cuerpo convertido en una molesta e inalcancable avispa.

Yara, bailarina de la muerte, giraba sobre sí misma, sus cuchillos describiendo arcos rojos en el aire. Sus movimientos eran tan hermosos como letales, un espectáculo sangriento que dejaba tras de sí un reguero de gargantas abiertas.

Bum-Bum se abrió paso entre ellos, ayudando a levantar a Mordisquitos con un brazo mientras con el otro animaba a los demás. El enorme africano, pese a la pierna herida, rugía con rabia, hundiendo su enorme puño en el cuerpo de cualquiera que se acercara demasiado.

Halcón, frío y calculador, recogía los mosquetes caídos y disparaba sin fallar jamás: cada bala encontraba un ojo, una boca, una nuca. Parecía que los mismo dioses bendicieran su puntería.

Y los españoles de El Ronco, hombro con hombro, eran como una muralla de acero. Rodrigo Cortés encabezaba la formación, su espada deslizándose con elegancia asesina, mientras sus hombres cubrían los flancos y cada paso que daban era otro cadáver que quedaba atrás.

El estruendo era insoportable: hierro contra hierro, gritos, disparos, el olor acre de la pólvora y la sangre. Hasta que, finalmente, tras un último embate brutal, el portón cedió. Una ráfaga de aire fresco golpeó sus rostros. La noche del exterior los recibió con un abrazo de libertad. El rugido de la marea, el crujir de maderas, el lejano canto de las gaviotas. Estaban fuera.

Los piratas del Red Viper y los hombres libres irrumpieron en la ciudad flotante como una tempestad incontrolable, una ola de acero y furia imposible de contener.
  • ¡No bajéis la guardia! —rugió Grace con voz de trueno mientras la sangre se le escurría por la mejilla - ¡Seguid luchando, pues aún no hemos salido de la prisión que es esta maldita ciudad. Cada uno a sus tareas! ¡Nos veremos en el Red Viper, vivos o muertos. Coraje hermanos, que no decaigan los ánimos. Luchaaaad!
Un rugido unánime respondió, los hombres y mujeres alzaron sus armas y se dividieron: unos corriendo hacia los muelles para recuperar el bergantín, otros hacia los almacenes con la fiebre del saqueo, y un tercer grupo dispuestos a liberar a Gláfur y Gipsy.

Grace y Vihaan se cruzaron una mirada: sin palabras, solo un asentimiento. A su lado, los españoles formaban como una muralla, fieros, listos para seguirla hasta el infierno.
  • ¡Grace! - Yara apareció de pronto, la sujetó por el cuello con fuerza, los ojos brillándole como brasas - ¡Ni se te ocurra morir, me oyes!
La capitana sonrió, devolviendole el gesto, sujetándola igual por el cuello, sonrió.
  • No pensaba precisamente hacerlo, amiga.
Juntaron sus frentes, sudor y sangre resbalando por sus rostros.

- Como mueras, ¡te juro que te mataré! - dijo Yara con rabia.

Las dos rompieron en carcajadas, salvajes, como leonas en medio de la masacre. Una carcajada loca y liberadora. Luego se separaron, sin mirar atrás, sin miedo, pero sabiendo que quizás esa fuese la última vez que se verían con vida.

Grace, Vihaan y los españoles avanzaban como un ariete humano a través de la ciudad flotante. No había civiles, no había inocentes en la superficie. Los únicos acababan de ser liberados de las mazmorras. Cada hombre y cada mujer en pie sobre los tablones de madera eran soldados de Hong Long. Lo que Zheng Bao había vendido como un refugio de hombres libres que vivían sin reglas, resultaba ser solo un colosal e irreal feudo de madera bajo el puño de un tirano.

Rodrigo Cortés, con su espada roja de sangre, gritó entre el estruendo:
  • ¡¿A dónde nos llevaís, capitana?!
  • ¡Arriba! ¡Al palacio del Dragón! - contestó Grace, sin frenar ni un segundo.
El español rompió a reír, abriéndose paso a estocadas.
  • ¡Madre santa…! - exclamó en su lengua natal - ¡Aunque apenas la acabo de conozer, debo reconocer que me he enamorado de esa mujer!
Sus compañeros rieron también, apuñalando y disparando sin perder el paso.
  • ¡¿Qué dices, español?! - gritó Grace, atravesando el pecho de un pirata con su espada.
  • ¡Que me he enamorado! - rugió Cortés, hundiendo su acero en una garganta y sacudiéndolo para abrirla de lado a lado - ¡De la furia de mi capitana! ¡Bella y letal, valiente y leal, qué hombre podría resistirse a una mujer así?!
Vihaan, con una risa ronca mientras hundía su espada en un costado de un viejo pirata, exclamó:
  • ¡Le entiendo, señor! ¡Créame que lo entiendo! ¡Es irresistible, dudo… que digo, estoy convencido que no existe mujer igual sobre la faz de la tierra!
Grace resopló, empapada en sangre, decapitando a un enemigo de un tajo brutal.
  • ¡Dejaros de cumplidos, apuestos y fieros guerreros! ¡Este no es el mejor momento para halagos ni bonitas palabras…! - le reventó la cara a un pirata contra el mástil de un barco, hundiendo su cráneo como una calabaza madura - ¡Es momento de matar!
Y matando, se abrieron paso hasta las mismas puertas del palacio del Dragón.
Cuando estaban a punto de irrumpir en el salón principal, un ventanal de la planta superior explotó en mil pedazos. Entre los cristales cayó Bishnu, como un pájaro huesudo, aunque su caída se suavizó con un leve gesto de su mano, hasta tocar el suelo con elegancia imposible.

Los españoles se tensaron, espadas en alto.
  • ¡Esperad! - ordenó Grace, levantando la mano - ¡Es amigo!- Y con una sonrisa feroz, alzó la voz hacia él - ¿Qué tal, viejo?
Bishnu sonrió con la calma de siempre, levantando su bastón. Luego mostró un pesado petate que llevaba colgando del brazo. De su interior asomaban tesoros: la flor de lis de Vihaan, las pistolas sagradas de Yara, Bess e Isobel, las dagas de Macfarlane, el talwar de Bhagirath, el martillo de Yrsa…
  • El río que se retrasa pierde la desembocadura - dijo con voz serena, mirando a Grace - Y el mar no espera al pez que duda.
Grace sonrió, pero la urgencia en su mirada ardía.
  • Viejo… tenemos una conversación pendiente, tu y yo. ¡Se acabó lo de los enigmas y la confusión de tus metáforas! ¿Estamos?
Bishnu inclinó la cabeza, como si escuchara a alguien más hablar por él.
  • Confundir es aceptar lo incomprensible. No es la voluntad de una tormenta arrasar un navió, sino su naturaleza - respondió - el cielo ofrece su ser, los que aguardan sufren su condena.
No hubo más palabras. Con las armas de vuelta en sus manos, partieron hacia los muelles.
En lo alto, Hong Long, con la nariz rota y la boca ensangrentada, se asomó al ventanal, rugiendo como un dragón herido.
  • ¡Malditos perros! ¡Ratas inmundas! ¡Esto no acabará así! Os mataréeeeee!
  • ¡Bésame el culo, sucia rata traidora! - le respondió Grace sin siquiera girarse.
Mientras tanto, en los almacenes, Yrsa, Bhagirath y Bum-Bum trabajaban como condenados.
La nórdica apartaba cajas con manos brutales, buscando solo metal: cadenas, clavos, planchas, todo lo que pudiese fundirse para reforzar el casco del Red Viper. Bhagirath, sereno y práctico, apilaba pieles gruesas, sacos de arroz y granos, carne seca y vasijas de agua dulce. “Primero subsistir, después pelear”, repetía como un mantra.

Bum-Bum, por su lado, con ojos brillantes y manos temblorosas, buscaba solo una cosa: pólvora. Y la encontró, vaya si la encontró. Sacos enteros de pólvora fina, barriles pesados, mechas, incluso frascos con líquidos extraños que probaba abriéndolos y oliendo como un alquimista loco. Llenaba el carro con todo: barriles, saquitos pequeños para granadas, trozos de vidrio para convertir en metralla, aceites inflamables, semillas secas que guardaba como tesoros.
  • ¡S yas ad s-ssawen amanar, yur ad s-ssawen! - reía como un niño feliz, cargando otro saco.
  • ¿Qué decir pequeño hombre? - le preguntó Yrsa curiosa.
  • Tameskalt! Tameskalt! - repetía una y otra vez, dándose más prisa.
Algunos de los hombres ayudaban a cargar, mientras otros se atrincheraban en la entrada, repeliendo a los piratas de Hong Long que empujaban por recuperar su botín. El carro crujía bajo el peso, completamento lleno: metal, comida y pólvora. Todo lo que un barco libre necesitaba para romper cadenas.

No muy lejos de allí, los establos de la ciudad flotante olían a humedad y estiércol. Las tablas de madera, oscuras y desgastadas por el tiempo, crujían bajo el peso de los animales. Había caballos nerviosos, mulas de carga, algunas cabras y hasta un par de bueyes enormes con los cuernos pintados de rojo. Animales que tiraban de carros, que movían mercancías en los muelles, todos ellos inquietos, relinchando y resoplando como si presintieran la violencia que se respiraba en el aire.

Macfarlane pateó un cubo de agua, salpicando el suelo sucio y maldiciendo con furia:
  • ¡Maldito seas, tuerto! Aquí no hay ni rastro de nuestros amigos peludos. ¡Tu idea es tan estúpida como tu cara! - escupió mientras arrancaba de un mordisco un pedazo de carne seca que había colgando de un gancho, masticando rabioso.
Halcón, cruzado de brazos y con gesto ofendido, replicó:
  • ¡Era la opción más lógica! Los animales se guardan en los establos, ¿no? ¿Qué culpa tengo yo de que estos piratas no entiedan de ramaderia? - dijo mientras apartaba con cuidado a una cabra que intentaba morderle la chaqueta.
El escocés dio un paso hacia él, los ojos encendidos por la ira:
  • ¡Eres un idiota! En un establo se guardan caballos u ovejas… ¡no osos y monos, imbécil! - bramó golpeando con el puño un pilar de madera hasta hacer saltar astillas.
Y entonces, la tranquilidad del establo se quebró.
Ambos portones a ambos extremos se abrieron de par en par con un estruendo metálico, y por ellos irrumpieron decenas de hombres armados, cerrando las salidas como una marea oscura. El relincho de los caballos se mezcló con el sonido de los mosquetes cargándose, y el aire se llenó de la amenaza de la muerte.

Halcón tragó saliva, se puso firme, intentó ocultar la barriga hinchándola hacia dentro y levantó los brazos bien alto.
  • ¡Me rindo! - gritó con voz aguda, como si le hubieran pisado un pie.
  • Baja esos brazos, cobarde - rugió Macfarlane, apretando los dientes - ¡Muere como un hombre! Si tuviera aquí a mis dos difuntas mujeres - murmuró, buscando con desesperación sus dagas ausentes en el cinto vacío - otro gallo cantaría…
  • No es momento de hacerse el héroe, escocés - replicó Halcón en voz baja, con los ojos fijos en los cañones que los rodeaban - Aún tenemos muchas historias que contar. Sígueles el juego y pensemos un plan.
Los soldados de Hong Long avanzaron, cerrando el círculo. Un oficial gritó al frente:
  • ¡Rendíos! No hay escapatoria.
Otro, a sus espaldas, ordenó con voz firme:
  • ¡Tirad las armas y poned las manos en la nuca!
Macfarlane y Halcón se miraron un segundo. Y finalmente, los dos se dejaron caer de rodillas, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza. Los mosquetes apuntaban a sus espaldas, las espadas listas para cercenar sus cuellos en sus caras. El silencio pesaba como plomo.

Hasta que una sombra se movió. Silenciosa, enorme, un resplandor blanco en medio de la oscuridad. De entre la penumbra de los establos, emergió Gláfur. Gigantesco, con el pelaje blanco moteado de sangre y polvo, sus ojos eran abismos encendidos de furia. No rugió, no alardeó de su poder. Tan solo avanzó despacio, silencioso, hasta que estuvo lo suficientemente cerca para abalanzarse sobre los soldados con una brutalidad imposible de describir. Un zarpazo arrancó el rostro de uno de ellos en un solo movimiento. El crujido de huesos partiendo heló la sangre de todos los presentes.

Sobre su lomo, como salido de un sueño demente, iba Gipsy, aferrado a los mechones blancos, los ojos desorbitados, gritando como un poseso. Los soldados vacilaron. El miedo se dibujó en sus rostros, y aunque algunos intentaron disparar, sus manos temblaban demasiado. El oso era un demonio hecho carne: aplastaba cráneos con las patas, desgarraba pechos con las garras, arrancaba miembros con la boca. Cada grito de dolor era sofocado por otro aún más atroz.

Macfarlane abrió los ojos como platos.
  • Por mi asqueroso y difunto padre… - susurró, antes de lanzarse de golpe hacia el enemigo, arrebatando un mosquete de las manos de un guardia y reventándole el cráneo a culatazos.
Halcón, aún de rodillas, no dudó un instante. Rodó por el suelo, recogió la espada caída de un soldado y se incorporó, hundiéndola en la tripa del más cercano. Sus labios esbozaron una sonrisa torcida.
Y entonces, el establo entero se convirtió en una masacre.

El oso y el mono abrían brecha entre carne y hueso. El escocés y el tuerto se unieron, luchando espalda contra espalda, como si la locura les hubiera contagiado. El estrépito de mosquetes, los relinchos desesperados de los caballos, los gritos humanos y el rugido animal convirtieron aquel lugar en un escenario irreal, brutal, como si una pesadilla hubiera tomado forma.

Y la sangre empezó a correr como río sobre la paja húmeda.

Mientras tanto, en los muelles, Yara avanzaba al frente, con la espada bañada de sangre y la voz tronando sobre el fragor de la batalla:
  • ¡No dejéis de luchar! ¡Seguid adelante! ¡Por la capitana, por la libertaaaad!
Mordisquitos, con la pierna herida olvidada bajo el peso de la furia, rugía como un demonio. Sus enemigos apenas alcanzaban a ver sus dientes metálicos reluciendo entre la sangre, y sus ojos blancos, abiertos como los de una bestia salida del infierno. Quien lo miraba no alcanzaba a gritar antes de morir.

Los balleneros de Svalbard, endurecidos por mares helados, blandían sus armas como si fueran las lanzas de un ejército de dioses nórdicos. Sus brazos eran truenos, y sus golpes, rayos. Héroes de saga, luchando hasta el último aliento.
De repente, O’Neall gritó, con el rostro desencajado:

- ¡Santera, ahí! ¡El Red Viper!​

Yara miró hacia el horizonte del muelle… y se detuvo de golpe.
Sus ojos se abrieron, su respiración se quebró.
  • Pero… ¿qué… demonios?
Ante ella, el muelle era un cementerio.
Cuerpos apilados sobre las maderas húmedas, sangre corriendo como riachuelos hacia el mar. El olor era insoportable: hierro caliente, vísceras abiertas, extremidades arrancadas de cuajo. Había cadáveres por todos lados, amontonados, descuartizados, pisoteados. Y los cuervos revoloteando alrrededor, dandose un festín. Como si dos ejércitos enteros hubieran chocado y se hubieran aniquilado sin compasión.

Mientras la tripulación del Red Viper luchaban como fieras en medio de aquella carnicería, defendiendo la retaguardia. Yara y Mordisquitos avanzaron despacio, hundiendo las botas en charcos de sangre, apartando cuerpos con las botas. El silencio, roto solo por jadeos y gritos lejanos, era un eco de pesadilla. Cada paso olía a muerte, cada sombra parecía un cadáver que aún respiraba. Mordisquitos gruñó, los dientes manchados de sangre, y con unos gestos ásperos de manos se comunicó con la Santera. Ella lo miró con los ojos abiertos, tensos, y respondió, estremecida:
  • No lo sé grandullón… esto parece obra del diablo.
Entonces, se agachó lentamente, sus dedos rozando los cadáveres. Alzó la mano. Entre sus dedos, brillaba un arma extraña: una estrella metálica con puntas afiladas, ennegrecida por la sangre. Ya había visto algo así, la segunda vez ese día. La Santera se quedó muda un instante, antes de murmurar con un hilo de voz:
  • Ha sido ella… el mismo fantasma que nos liberó en la mazmorra… la muerte silenciosa.
Sobre la cubierta del Red Viper, unos ojos rasgados, fríos como el acero, apenas visibles entre las sombras, observaban a la yoruba sin mostrar expresión alguna. Su alma parecía sellada, incapaz de sentir miedo, ira o compasión. Su nombre era una amenaza: Akuma Shinrei, el demonio fantasma. Quien lo escuchara, sabía que ya estaba muerto. Algunos la llamaban La Muerte Silenciosa, otros simplemente la Parca, el Fin. Cada movimiento suyo era letal, entrenada para ser un arma viviente, un instrumento mortal, precisa y despiadada. Una mujer cuya belleza no pertenecía a este mundo, y aunque hermosa, el último rostro que desearías ver en tu vida. Pero por la gracia del destino y la suerte de Grace y su tripulación, había decidido luchar a su lado.

Los hombres y mujeres de la Víbora Roja no perdieron ni un instante. Tan pronto recuperaron el Red Viper, se lanzaron a trabajar sin descanso bajo las órdenes de la santera, preparándolo todo para zarpar. Mientras tanto, los últimos piratas de Hong Long llegaban en oleadas cada vez más pequeñas y desanimadas, incapaces de frenar la determinación de los liberados.

Al poco rato, Yrsa, Bhagirath y Bum-Bum subieron a cubierta con el resto de hombres y las provisiones saqueadas. La herrera se lanzó a la forja, fundiendo y martillando metal sin descanso, mientras Bum-Bum, a su lado, mezclaba ungüentos y aceites extraños en dos bolas de cañón con prisa pero con precisión. El contramaestre, el vigía y los dos inseparables compañeros peludos se unieron rápidamente, ayudando a cargar el botín en las bodegas y cubriendo la entrada al navío.
  • ¡Maldita sea! ¿Dónde estará Grace? - gruñó Yara, mirando hacia la lejanía con la tensión de quien teme lo peor.
  • Confíe, señorita Yara - contestó Bhagirath, derribando a otro enemigo con su fusil - ¡Vendrá!
  • No me gusta separarme de ella, Bigotes - resopló Yara - Es imprudente… no piensa nunca en las consecuencias de sus actos. Aunque la amo, es un desastre de mujer!
  • Ya! - rió el sirviente - Ya me he dado cuenta, señorita… Por suerte - dijo Bhagirath, abatiendo otro hombre con un disparo preciso - Vihaan está con ella. Se complementan, ¿sabe? Como si uno cubriera las carencias del otro.
  • ¡Santeraaaa mireee! ¡Por ahí vienen, y el viejo viene con ellos! ¡Vamooos Capitanaaaaa! - gritó O’Neal desde la cubierta, señalando una calle que descendía hacía el muelle.
Grace, Vihaan y los españoles se abrian paso entre los piratas enemigos, cada movimiento una danza mortal, cada paso una sentencia de muerte. Bishnu les acompañaba, su bastón girando en el aire, derribando enemigos a su paso, sin arrebatarles la vida. MacFarlane, al verlos avanzar, dio órdenes a los hombres:
  • ¡Arriad los trinquetes! ¡Desplegad el velamen! ¡Cubrid la popa y abrid fuego!
Los mosquetes de los marieneros, elevados desde la popa, descargaron sobre los enemigos, reduciendo los riesgos para los que corrían hacia el bergantín. Con un golpe de remo y la liberación del amarre, el Red Viper comenzó a moverse, cortando la oscuridad de la noche y el agua helada con su proa.

Cada ola golpeaba con fuerza, mientras Grace y los demás corrían y luchaban, esquivando a la muerte de milagro una vez más. Consiguieron saltar a cubierta haciendo que los vítores de victoria se mezclaran con el olor a pólvora y la madera quemada, creando un coro salvaje que anunciaba que la libertad volvía a surcar el mar.

MacFarlane, tomando el timón con sus brazos desnudos y los ojos brillando con la ferocidad de un demonio, se volvió hacia Grace:
  • Recupere el aliento, capitana. Ahora dejadme guiar a esta tripulación de locos por estas aguas.
Desde la cofia, Halcón gritó con voz clara y potente:
  • ¡Se acercan barcos! ¡Decenas!
El estruendo de los cañonazos rompió el silencio de la noche, rasgando la oscuridad y haciendo que cada hombre y mujer a bordo se tensara. Pero la tripulación del Red Viper no vaciló. Cada vela desplegada, cada trinquete arriado, cada orden dada y obedecida era un paso más hacia la libertad, mientras la noche se iluminaba con el fuego y pólvora.
  • Capitanaaaaa! - volvió a gritar el vigía - La ciudad se mueve también, viene a por nosotrooooos!
Debajo de él, amarrada al mástil, Akume Shinrei permanecía entre las sombras. Sus ojos vacíos y fríos vigilaban a la tripulación y a la capitana. Su presencia era un escudo letal que aseguraba que ni un solo enemigo se acercara a Grace sin pagar el precio con sangre.
Mientras MacFarlane controlaba el timón con la fuerza de un demonio y la mirada fija en la línea de flotación de los enemigos, Grace recorría la cubierta a paso rápido, ayudando a los hombres y dando órdenes con voz firme y decidida. Empujaba a los cañoneros, revisaba las mechas de los cañones y ajustaba los cubrepalos de los mosquetes, animando a los hombres con gritos cargados de coraje:
  • ¡Disparad sin miedo! ¡Que cada bala cuente! ¡Esos malnacidos no saben a que se enfrentan! - su voz cortaba el aire como un látigo, haciendo que cada hombre se enderezara y se sintiera capaz de enfrentarse a cualquier enemigo - Debo estar loca, pues no veo a hombres ni mujeres sobre cubierta, solo veo lobos, fieros y hambrientos lobos, enloquecidos por la sangre!

Algunos hombres corrían para reemplazar pólvora, otros ajustaban las velas del trinquete mayor, mientras Grace les empujaba, revisaba sus posiciones y se aseguraba de que nadie se quedara atrás. Sus palabras eran fuego:
  • ¡No cedáis un paso! ¡Que el mar recuerde nuestras hazañas, pues las historias que cuenten una vez muramos nos haran eternos!
Detrás de ella, Bum-Bum le tiraba de la capa, intentando llamar su atención. Grace, tensa por la situación y con los cañonazos estallando cada vez más cerca del navío, se volvió hacía él, seria.

  • No es el momento, pequeño - dijo sin perder el respeto, pero con la firmeza de quien sabe que cada segundo cuenta.
Desde la herrería improvisada en el mástil menor, Yrsa gritó con voz potente y rasgada por el esfuerzo:

  • ¡Escuchar, Grace! ¡No arrepentir!

Grace se agachó y miró a Bum-Bum a los ojos, intentando transmitirle calma y comprensión.
  • ¿Qué sucede, pequeño? ¿Qué es eso tan importante? - preguntó, acariciando con suavidad la cabeza cubierta por el pañuelo del niño.
El muchacho le respondió en su idioma, con la voz llena de entusiasmo y urgencia.
  • Adrar n’tebga, Tameskalt akkin! Igguren aman, nnid ihi!
Grace suspiró, acariciando su diminuto y flaco hombro.
  • No te entiendo, lo siento mucho - dijo con sinceridad - Ahora debo seguir trabajando, animar a los hombres, no hay tiempo que perder.
Pero Bum-Bum no cedió. Su voz se alzó, enfadada y urgente:
  • ¡Bum-Bum, yo quemar! ¡Fuego!
Grace se detuvo en seco, de espaldas al caos que la rodeaba, girándose lentamente. Su sonrisa era serena, casi maternal, pero llena de firmeza:
  • ¿Qué has dicho, pequeño?
  • Capitana, ijja, tameskalt! Aghad n’aman, idrimen... quemar, ay?
Entonces, desde la barandilla de estribor, apoyado con calma y una sonrisa en el rostro, Bishnu intervino.
  • El conocedor de la quemadura desea demostrar su valía - dijo pausadamente, como si estuvieran de paseo en una mañana tranquila de pesca - La llama debería ceder al deseo de quien la crea.
Grace miró al viejo, y luego volvió su atención a Bum-Bum, que se encontraba rebosante de ansiedad y determinación.
  • Está bien, pequeño pirata - dijo finalmente, su voz firme y divertida al mismo tiempo - ¡Hazlo! ¡Demuestra a tu capitana de lo que eres capaz!
  • ¡Bum-Bum! - gritó el niño y salió corriendo, los ojos brillando de entusiasmo, bajo la atenta y orgullosa mirada de Grace, mientras el Red Viper se movía entre la oscuridad del mar, preparando su fuga.
Bum-Bum, con los ojos brillando de determinación, corrió hacia la popa del Red Viper, gesticulando y gritando de forma que Yrsa y Mordisquitos entendieran de inmediato. Necesitaba brazos fuertes y ellos eran los más indicados. Señalaba con insistencia, movía los brazos, saltaba de un pie a otro, indicando la urgencia de su plan. Subió ágilmente hasta el puesto de mando y se acercó a la popa, saltando sobre uno de los cañones que apuntaban hacia la retaguardia y, con las manos pequeñas y rápidas, indicó a Yrsa que colocara la bala de cañón que ella sujetaba en el de la derecha, y a Mordisquitos que hiciera lo mismo con la suya en el de la izquierda.

De puntillas, sobre el cañón, Bum-Bum se asomó sobre la barandilla, haciendo gestos precisos guiaba a la nórdica para que cambiara la trayectoria, ajustando la puntería. Mientras ella asentía y detenía el cañón según sus gestos.
  • ¡Yrsa, Bum-Bum! - gritó el niño con entusiasmo.
La nordica, casi divertida, encendió la mecha del cañón. Bum-Bum saltó al suelo y, con la ayuda de Mordisquitos, empujaron un poco el otro cañón para alinear ambos disparos. El niño contó con los dedos, tenso y concentrado, y volvió a gritar, señalando el segundo cañón.
  • ¡Bum-Bum!
Grace, Yara, Vihaan y Bhagirath se acercaron, expectantes, sin perder detalle de los movimientos del misterioso niño. Incluso MacFarlane, firme al timón, giraba la cabeza de vez en cuando para seguir la maniobra del pequeño artillero.

Finalmente, Bum-Bum hizo un gesto a Mordisquitos para que lo subiera en brazos. Quería observar de cerca el resultado de su obra. La primera bala de cañón salió disparada, pero no hacia los barcos enemigos. Se elevo hacía al cielo, parecía danzar a cámara lenta, suspendida en un instante de tensión. Toda la tripulación se reunió en la popa, conteniendo la respiración, mirando cómo aquel proyectil ascendía hacia el punto más alto del firmamento.

El segundo cañón disparó su bala directamente hacia la primera. Las dos enormes balas se encontraron en el cielo. Cuando la colisión se produjo, la primera bola estalló en infinitas esferas más pequeñas, que giraban y chispeaban en todas direcciones. Entonces, el cielo se iluminó como si un sol oculto hubiera emergido de repente, bañando la cubierta del Red Viper en una luz dorada y cegadora. Grace, se tapó el rostro con el antebrazo, entrecerrando los ojos por la luz. Una llama gigantesca surgió, desplegándose como un ave fénix que abría sus alas sobre el mar. Y cuando tocó la superficie del océano, la magia de Bum-Bum hizo que el fuego no se extinguiera. Al contrario, se expandió, formando un muro de fuego que se elevó varios metros cortando la persecución.

Los primeros barcos enemigos, incapaces de reaccionar, no pudieron evitar atravesar el muro y quedaron instantáneamente atrapados en las llamas, horrorizados y calzinados ante aquella demostración de poder imposible.

Bum-Bum alzó los brazos, celebrando, su risa mezclándose con los gritos de terror de los piratas que caían en el fuego. Las campanas de la ciudad flotante resonaron con un retumbar que pareció hacer temblar al coloso, obligándolo a virar el rumbo, mientras la tripulación del Red Viper miraba con la boca abierta, incapaz de pronunciar palabra ante la magia que acababan de presenciar. Tan solo Bishnu, apoyado en la lejana barandilla, esbozó una sonrisa serena y asintió con la cabeza, como si hubiera esperado aquel milagro desde siempre.

Pasó bastante rato hasta que alguien se atrevió a romper el silencio. El Red Viper se alejaba, dejando atrás a sus enemigos, pero las llamas seguían resplandeciendo en la lejanía, como si pudieran arder eternamente sobre el mar. Fue Halcón, desde la cofa, quien rompió el mutismo, gritando que el enemigo se retiraba, con una euforia que hizo temblar la madera del navío.

De repente, la cubierta se transformó. La música estalló, vibrante y contagiosa, mezclándose con los vítores de la tripulación. El ron corría libre por gargantas sedientas, derramándose en un torrente de júbilo y carcajadas. Bum-Bum saltaba de hombro en hombro, siendo el héroe del día, aplaudiendo y riendo con una alegría que iluminaba sus ojos. Yara, preocupada pero divertida, lo seguía de cerca, riñendo a los marineros que insistían en ofrecerle alcohol al muchacho, como si fuera un adulto.

Vihaan, al lado de Grace, contemplaba la escena con la boca abierta.
  • Jamás en mi vida había visto algo así… - dijo, asombrado - Creo que ha sido lo más alucinante que he visto nunca.
Pero Grace no celebraba. Su mirada estaba clavada en Rodrigo Cortés y el grupo de españoles, que celebraban junto a los demás. Vihaan volteó la cabeza, notando la expresión preocupada y tensa en el rostro de la capitana.
  • ¿Qué ocurre, Grace? ¿Qué te preocupa? - preguntó, acercándose.
  • Tengo que hablar con él - contestó ella, sin apartar la vista.
  • ¿Con Bishnu, dices? Por supuesto, yo también necesito respuestas… Bajemos a tu camarote y…
  • No - interrumpió Grace, apoyando la palma de su mano sobre el pecho de Vihaan y deteniéndolo - Me refiero al español. Necesito respuestas.
Sin añadir palabra, comenzó a andar hacia los españoles. Vihaan, desde atrás, preguntó si quería que la acompañara.
  • No - respondió ella, sin girarse - Es personal.
Mientras la tripulación celebraba en cubierta, cantando, riendo y bailando entre el ron y los vítores, Grace y Rodrigo bajaron por la escalerilla hacia su camarote. La alegría reinaba sobre el Red Viper, pero en el corazón de la capitana, un torbellino de dudas y recuerdos seguían atormentandola. Por fin se enfrentaría a la verdad que la carcomía desde hacía años: por qué Diego de la Vega, su salvador, su mentor, al que casi consideraba un padre, la había abandonado.

Y así, entre la música y la fiesta que parecía eterna, Grace se adentró en la penumbra de su camarote, dispuesta a resolver el misterio que había marcado su vida.

Continuará…
 
Impresionante capitulo, el pequeño Bum Bum es una caja de sorpresas. Aquí todos reparten ostias como panes a su manera, hasta el viejo a la chita callando. La incorporación de la ninja interesante.
Que nos contara Rodrigo Cortes?
Lo sabremos en el próximo capitulo........
 
Capítulo 18 - El muro blanco espera: Las ansiadas respuestas, por fin llegan

Grace y Rodrigo se sentaban frente a frente. Entre ambos solo se interponía la pesada mesa del camarote de la capitana, abarrotada de mapas, cartas náuticas, pergaminos y restos de cera de velas consumidas. El español, relajado y sonriente, observaba distraído un mapa desplegado, mientras la inglesa lo estudiaba en silencio, con los codos apoyados en los reposabrazos y la barbilla sostenida por una mano.
  • ¿Y bien? - rompió él el silencio, alzando la vista con una media sonrisa - ¿De qué quería hablarme, capitana?
Grace tardó unos instantes en responder. Pesaba su mirada con cautela, intentando ordenar el torbellino de pensamientos en su cabeza.
  • ¿Bebe? - dijo al fin, abriendo el cajón de su escritorio.
  • ¿Acaso hay marinero que pueda sobrevivir al mar sin licor? - rió Rodrigo, arqueando una ceja.
Grace sacó su botella de Arrack de Ceilán junto a dos vasos toscos, de madera. El español se incorporó en la silla, sorprendido.
  • ¿Arrack? - exclamó divertido - ¿Pretende emborracharme, capitana?
  • El licor es para mí, no para usted - respondió ella con seriedad - No resulta fácil hablar de ciertas cosas… y menos con un desconocido.
Rodrigo arqueó una ceja.

  • Ah… ya entiendo. Es por De la Vega, ¿me equivoco?
Grace, sin responder de inmediato, sirvió los dos vasos, tapó la botella y le deslizó uno.
  • Salud, capitana.
  • Salud.
Rodrigo bebió de un trago y de inmediato empezó a toser.
  • ¡Madre santa! - rió secándose el sudor de la frente - ¡Había olvidado cómo quema este demonio de licor!
Grace sonrió apenas, removiendo el arrack en su vaso antes de hablar:
  • Era apenas una niña cuando conocí a Diego. Conocerlo me ofreció una salida a mi vida… a lo que era antes…
  • Típico de él - rió el español, bebiendo otro sorbo.
  • ¿A qué te refieres?
  • Cuando me encontró a mí, yo estaba a punto de ser fusilado por desacato y traición.
Grace lo miró con suspicacia.
  • ¿Encontró?
  • ¿Cómo dice?
  • Has dicho que “te encontró”. ¿Por qué?
Rodrigo parpadeó y luego fingió indiferencia.
  • Es una forma de hablar, capitana: encontrar, conocer… no tiene importancia.
Pero Grace lo sostuvo con la mirada. Su tono ligero chocaba con la gravedad del de ella.
  • Sí que la tiene para mí.
  • ¿Por qué, si se puede saber?
  • Porque jamás creí que fuera casualidad cruzarme con él. Diego llegó a mi vida en el momento justo, cuando más lo necesitaba. Siempre sentí que él me encontró, no que yo lo conociera.
Rodrigo se movió en la silla. Un gesto leve, pero suficiente para que Grace lo captara. Estaba incomodo.

  • A veces - dijo él, forzando la voz tranquila - la desesperación nos hace creer que los sucesos tienen un destino escrito. Pero créame, capitana: no hay destino alguno. Solo coincidencias.
Grace sonrió con ironía.
  • Puede que tengas razón, “Ronco”. ¿Quién sabe? ¿Otro trago?
  • Por supuesto, capitana.
Ella sirvió de nuevo y, mientras lo hacía, prosiguió:
  • Dime, ¿cómo acabaste en esa celda? ¿Viajabas con Diego cuando te apresaron?
Rodrigo asintió.
  • Así fue. Topamos con la ciudad flotante cerca de las costas del Cantábrico. Ese chino malnacido trabaja con la Compañía de las Indias Orientales: seduce a piratas con sueños de libertad… y luego los vende a Sir Reginald, que paga bien por sus cabezas.
Brindaron de nuevo.
  • ¿Hace mucho de eso?
  • Difícil decirlo, capitana. En la oscuridad de la celda los días se confunden. Solo sé que estuve demasiado tiempo ahí dentro.
  • ¿Y Diego?
  • ¿Qué pasa con él?
  • ¿No lo volviste a ver?
Rodrigo negó con un suspiro.
  • Siguió su camino, capitana. No tenía otra opción.
  • ¿Hacia dónde?
El español soltó una carcajada, sonrojado ya por el licor.
  • ¿Hacia dónde se dirigen todos los piratas, capitana?
  • Depende del pirata, español. Algunos buscan fortuna. Otros aventuras. Muchos solo ansían la libertad del mar.
Rodrigo sonrió, los ojos encendidos por el alcohol y la memoria.
  • Y solo los más valientes, como De la Vega, se atreven a seguir los pasos del dios mono.
El silencio llenó el camarote. Inglesa y español se miraron largamente, intentando descifrarse el uno al otro.
  • Conoces la leyenda, entonces.
  • ¿Leyenda? - rió Rodrigo - Si lo llama así es porque no cree que sea real. Y no se ofenda, capitana, pero… ¿no es ingenuo cruzar el Ártico sin creer en el Sundra-Kalash?
  • No recuerdo haberte dicho que vayamos en su búsqueda…
  • ¿Qué otro motivo podría tener un capitan para adentrarse en el hielo?
  • Ninguno supongo - sonrió Grace - ¿Tú crees que exista?
  • No lo sé. Soy un hombre escéptico. Solo creo en lo que mis ojos ven.
Grace ladeó una sonrisa.
  • Pues no se ofenda, pero usted es tan ingenuo como yo. Navegaba con un hombre que perseguía una leyenda.
Rodrigo asintió lentamente.
  • Sí. Pero aunque no creyera en las historias… sí creía en el hombre que las perseguía. Y con eso me bastaba.
Grace se acomodó en su silla, cruzando las botas y dejándolas sobre la mesa. Su mirada se perdió en el vacío, como si los recuerdos hubieran regresado sin permiso.
  • ¿Puedo hacerle una pregunta, capitana? - dijo Rodrigo, inclinándose hacia ella.
  • Claro. Dispare.
El español la observó con genuina curiosidad.
  • ¿Qué fue exactamente lo que le dijo De la Vega cuando la conoció?
Grace fingió rebuscar en su memoria, aunque aquellas palabras estaban grabadas en su mente como hierro candente en la piel.
  • Me dijo que vio cómo me brillaban los ojos al hablar del mar. Que no podía llevarme aún en su barco, pues solo era una niña… pero que podía enseñarme a navegar. - Hizo una pausa; la nostalgia tensaba su voz - Dijo que, si estaba dispuesta, me daría la oportunidad de cambiar mi destino.
Rodrigo asintió lentamente.
  • ¿Y cumplió su promesa, no es así?
Grace dejó escapar una media sonrisa.
  • Supongo que sí. Lo hizo.
El español se hundió en la silla, soltando una carcajada cansada.
  • Cambiar tu destino… - repitió, divertido - ¡Qué hijo de puta!
Grace lo fulminó con la mirada.

¿Por qué dices eso?​

Rodrigo levantó su vaso, riendo con incredulidad.
  • Porque eso mismo me dijo a mí. Las mismas palabras. Letra por letra.
Grace frunció el ceño. Atando cabos rápidamente.
  • Entonces me das la razón. Él te encontró. Te reclutó… como hizo conmigo.
El español se encogió de hombros.
  • No lo sé, capitana. Descifrar las intenciones de ese hombre es como leer el mar en plena tormenta. Lo único que sé es que me atrapó. Me embrujó con ese maldito misterio suyo y me empujó a seguirlo… como un canto de sirena.
Grace apretó los labios, sus ojos se oscurecieron.
  • Y luego te abandonó - Las palabras le salieron como un cuchillo - Un día cualquiera desaparece, sin decir nada… y te deja sola. Con el corazón vacío.
Rodrigo se irguió de golpe, estampando el puño contra la mesa. El estruendo hizo temblar los mapas y botellas. Su rostro, enrojecido, había perdido toda sonrisa.
  • ¡No le permito que diga eso! - rugió - De la Vega no es ese tipo de hombre. ¡Jamás deja a nadie atrás! ¿Me escucha?
Grace se levantó de golpe, enfrentándolo con el fuego en la mirada.
  • ¡A ti te dejó pudriéndote en una celda, español! ¡Como me dejó a mí pudriéndome en aquel puerto maldito!
  • ¡No entiende nada! - gritó Rodrigo, la voz rota entre furia y desgarro.
  • ¡Entonces ayúdame a entender! - replicó ella, avanzando un paso - Necesito respuestas, Rodrigo. Necesito saber dónde está. Necesito encontrarlo… y preguntarle por qué me abandonó.
El silencio cayó sobre el camarote, espeso como pólvora antes de la chispa. Ambos se sostenían la mirada, respirando agitados, atrapados en una tormenta de lealtad, dolor y traición. El español la miró profundamente, como si quisiera atravesar sus pensamientos y leer su alma. Poco a poco volvió a relajarse, recuperando esa sonrisa perenne que parecía nunca abandonarlo. Se recostó contra el respaldo de la silla y, con voz tranquila, empezó a hablar.
  • Cuando aquel hombre me liberó de la soga, le juré lealtad de por vida. - Rodrigo alzó el vaso y la señaló con un leve gesto de cabeza - Del mismo modo que ahora le juro lealtad a la capitana Grace O’Malley, por haberme liberado del yugo de las cadenas.
Apuró el trago de un sorbo, el sudor deslizándose por su frente.
  • Si quisiera contar todas las aventuras que vivimos juntos, no acabaríamos antes del amanecer. Así que iré al grano. Después de varios meses a bordo del Español Errante, empecé a notar algo extraño en el capitán. Jamás permanecíamos demasiado tiempo en tierra, lo que al principio me parecía normal. Al fin y al cabo, tanto él como yo amábamos surcar el mar… pero con el tiempo la duda empezó a crecer en mí.
Grace no dijo palabra. Lo observaba con la atención de quien espera un secreto largamente guardado.
  • De la Vega moría en tierra… - soltó Rodrigo.
  • ¿A qué te refieres? - preguntó ella, inclinándose hacia adelante.
  • Se marchitaba, capitana. Como una flor privada de agua. Y no solo él. Los hombres que más tiempo llevaban a su lado sufrían lo mismo. Sus pieles morenas perdían color, las arrugas se marcaban en sus frentes, y en sus ojos la vida se apagaba, volviéndose sombríos, casi cadavéricos… Al principio no me atreví a preguntar. Pero una noche, mientras limpiaba la cubierta en soledad, me acerqué al capitán y me atreví a preguntarle. Lo debí de tomar con las guardias bajas, quizá ebrio de ron, porque por primera vez se abrió a mí y me contó la verdad.
  • ¿Qué verdad? - exigió Grace, con los ojos encendidos - ¿Qué te contó?
Rodrigo ladeó la cabeza y sonrió con ironía.

¿Qué sabe acerca del sundra-kalash?​
  • No mucho - confesó Grace, la voz cargada de impaciencia - Que es un dios encerrado, que concede deseos… ¡Dime, qué te contó Diego!
  • Es cierto lo que dice. Concede deseos, sí. Pero al mismo tiempo condena las almas que se atreven a pedir su don. Supongo que esa es la naturaleza de los dioses: jugar con la vida de los mortales.
  • ¡No entiendo nada, español! ¡Explícate!
Rodrigo apoyó los codos en la mesa, inclinado hacia ella.
  • De la Vega surcaba los mares buscando al dios mono. Eso es cierto. Pero… no era la primera vez que lo hacía.
Grace abrió los ojos, incrédula.
  • ¿Cómo? ¿Es eso posible?
  • Difícil. Extremadamente difícil - corrigió Rodrigo, acariciándose la barba canosa - Como buscar una aguja en un pajar del tamaño del océano. Pero no imposible. De la Vega nunca me reveló qué deseo pidió. Pero sí me contó su condena.
Grace contuvo el aliento.

  • Su condena era que no podía alejarse demasiado tiempo del mar. Que estaba obligado a partir, a abandonar tierra firme, si no quería consumirse y morir.
El silencio se instaló en la sala. Grace lo miraba fija, como si quisiera atrapar la verdad en sus ojos. Rodrigo seguía sonriendo, aunque su voz sonaba teñida de tristeza.
  • Ese fue el motivo por el que me dejó en aquella celda. Y estoy convencido de que fue el mismo motivo por el que la dejó a usted en ese puerto.
Grace apretó los puños sobre la mesa.
  • Pero… ¿por qué? ¿Por qué no me llevó con él? ¿Por qué no me lo contó? ¡Hubiera partido con él sin dudarlo ni un segundo!
Rodrigo negó con calma.
  • No lo sé, capitana. No tengo todas las respuestas. Ojalá las tuviera, se lo digo de corazón. Pero ese hombre… - sonrió de medio lado, casi con melancolía - ese hombre era, y espero que aún siga siendo, un misterio insondable.
Tres golpes secos sonaron en la puerta.
Antes de que Grace pudiera contestar, la cabeza de Vihaan se asomó por el marco.
  • Grace, perdona, creo que deberías subir a cubierta…
  • ¡Ahora no, Vihaan, por favor! - lo cortó ella sin apartar los ojos del español.
  • Pero es que…
  • ¡Vihaan, maldita sea! ¡No es buen momento! - gritó con un tono más duro de lo habitual.
El astrónomo asintió, encogiéndose de hombros, y estuvo a punto de cerrar la puerta. Sin embargo, alcanzó a soltar la noticia con voz firme:
  • Nos acercamos al Muro Blanco. Los hombres esperan órdenes de su capitana.
Cerró la puerta. El golpe de la madera resonó en el camarote, seguido de un silencio espeso.
  • ¡Bueno! - exclamó Rodrigo poniéndose en pie, su sonrisa recuperada - Será mejor que suba y eche una mano, mi capitana. Los nuevos tenemos que causar buena impresión.
  • ¡Espera! - Grace alzó una mano - Tengo más preguntas que hacer.
  • Lo sé, mi capitana. - Rodrigo inclinó la cabeza con respeto, aún sonriendo - Tantas preguntas como días de viaje por delante para intentar responderlas…
Con esa sonrisa sincera y casi cariñosa, salió del camarote. La puerta se cerró suavemente tras él, dejándola a solas con sus pensamientos. Grace respiró hondo. Algo había cambiado en su interior: ya no quedaban dudas. La única certeza que se anidaba en su corazón era que perseguir el sundra-kalash era la única forma de volver a encontrarse con Diego de la Vega. Para ella, ese era el auténtico tesoro.

Se levantó de la silla tambaleándose un poco: el arrack empezaba a hacer efecto. Una brisa marina se coló por la ventana, acariciándole el rostro. Fue hasta allí y la cerró con gesto mecánico. Luego se volvió hacia la puerta, dispuesta a salir a cubierta y enfrentar el Muro Blanco junto a su tripulación.

Pero antes de dar el primer paso, una voz resonó en la penumbra del camarote.
Una voz grave. Cercana. Susurrante. Una voz que no debía estar allí.
  • Hola de nuevo, capitana… - dijo, emergiendo de la oscuridad.
  • ¿Quién habla? - gritó Grace, llevando instintivamente la mano al mango de su pistola.
La voz surgió de otro lugar, deslizándose entre las sombras como si perteneciera a un cuerpo etéreo.
  • La misma voz que la liberó de sus cadenas… la misma sombra que acabó con sus enemigos en el muelle… - el susurro cambió de posición, situándose ahora a su espalda - El mismo demonio que viene a exigir su recompensa.
Grace se giró con rapidez, apuntando el cañón hacia la voz. Pero allí no había nadie. De nuevo la voz se alzó, otra vez a su espalda, helándole la sangre.
  • Puede bajar el arma - dijo con una frialdad gélida - Si quisiera matarla, ya estaría muerta. Antes incluso de que pudiera pensar en defenderse.
Grace apretó los labios y, tras un segundo de tensión insoportable, bajó la pistola para guardarla en el cinto. Estaba rígida como un cabo de mesana tirante en plena tormenta.
  • Está bien - murmuró - Pero ¿por qué te ocultas? Muéstrate y hablemos cara a cara.
  • ¿Y cómo sé que puedo fiarme de usted? - preguntó la voz, ahora desde una esquina del camarote.
Grace aguzó la vista. Nada. Aquella presencia era incorpórea, intangible, como si la oscuridad misma se prestara a darle cobijo.
  • Puedes fiarte de mí lo mismo que yo de ti, demonio - replicó la capitana, con una mueca desafiante - No hablo con sombras; me gusta mirar a los ojos cuando trato con alguien.
  • Yo, en cambio… - la voz surgió desde debajo de la cama, grave y profunda - Prefiero mantenerme oculta, observar y estudiar antes de revelar mis intenciones.
Grace arqueó una ceja, y esbozó una media sonrisa.
  • Entiendo. Y reconozco que es una buena estrategia… aunque no es la mía.
Un silencio espeso invadió la estancia. Entonces, la voz descendió del techo, como si colgara invisible de las vigas.
  • Lo sé. Usted es como el mar: abierto, indomable, imposible de contener. Yo, en cambio… soy como la sombra bajo ese mar. Allí donde la luz no llega, donde nadie puede verla.
Grace respiró hondo.
  • Si has venido por tu recompensa, exigela ya y terminemos con esto.
  • Ya se lo dije… - la voz se deslizó por detrás de su oreja, helándole la nuca - Solo pido que me lleve con usted.
  • ¿Por qué? - Grace mantenía la voz firme, aunque un escalofrío le recorría la espalda - ¿Qué demonios buscas en mi barco?
La pausa fue tan densa que el latido de Grace pareció resonar en toda la estancia.

- Libertad… - susurró Akuma Shinrei, con un tono más aterrador que un grito - Y venganza.

Grace apretó los puños a un costado, y cuando habló, su voz llevaba la calma de una tormenta que ya descargó todo su furor.
  • Libertad…, esa palabra es como el viento en alta mar: limpia, inmensa, capaz de llenar las velas y llevarte a cualquier horizonte. La libertad alimenta el alma, la hace crecer, la eleva. Pero la venganza… - sus ojos se oscurecieron un instante - la venganza es distinta. Es como un ancla clavada en el corazón: crees que te mantiene firme, pero lo único que hace es hundirte más y más en las profundidades. Y cuando te das cuenta, ya no hay luz, ni aire, ni esperanza. Solo rabia y vacío.
Un silencio denso llenó el camarote, roto solo por el crujir de la madera bajo la brisa nocturna.
Entonces la voz respondió, fría y profunda, como el rumor de un mar abisal.
  • Se equivoca, capitana. La venganza no es un ancla… es un fuego. Arde, sí, consume, también… pero ilumina el camino en la oscuridad, calienta cuando la esperanza se enfría, y da fuerzas cuando la libertad no basta para mantenerse en pie. La libertad es un sueño frágil, un espejismo que los poderosos siempre roban a los débiles. La venganza, en cambio, no te la pueden arrebatar. Es la única certeza en un mundo de sombras.
Grace entrecerró los ojos, tensa, como si quisiera ver en las tinieblas el rostro que hablaba.
  • Un fuego… - repitió en un murmullo - Sí… pero hasta el fuego más brillante termina reduciendo todo a cenizas.
La voz calló por un instante, como si meditara sus palabras. Después, apenas un susurro serpenteó entre las sombras y volvió, más baja, más áspera, como si viniera cargada de siglos de dolor.
  • ¿Cenizas…? Yo conozco demasiado bien las cenizas, capitana. Nací entre ellas.
Las sombras parecieron encogerse a su alrededor mientras la voz, invisible, empezaba a narrar.
  • Era apenas una niña cuando las Compañías de las Indias Orientales llegaron a las costas de Nagasaki como si el mundo entero les perteneciera. Mi aldea los recibió con hospitalidad, con respeto… pero cuando se negaron a doblegarse ante su avaricia, las llamas lo devoraron todo. Casas, templos, familias enteras reducidas a polvo y humo. A mis padres los ejecutaron como si fueran insectos. A mí… me dejaron huérfana, sin nombre, sin futuro.
Un suspiro oscuro atravesó el camarote, erizando la piel de Grace.
  • Aún no era mujer cuando me deshonraron. Y cuando finalmente lo fui, me encadenaron a la servidumbre, tratándome como un objeto de placer para hombres con más poder que alma. Quisieron educarme en las artes: danza, poesía, el dominio del shamisen, la ceremonia del té, el arte de sonreír mientras por dentro te mueres. Me enseñaron a inclinarme, a servir, a complacer, como si quisieran moldearme con las manos frías de un alfarero, convirtiéndome en una vasija dócil, vacía, quebradiza.
La voz se endureció, cobrando filo.
  • Pero jamás lograron quebrarme. Bajo cada reverencia aprendida, bajo cada palabra dulce que me obligaban a pronunciar, escondía un juramento: nunca sería su esclava. Ni de Sir Reginald, ni de ningún hombre.
El silencio volvió a pesar en el camarote, aunque ya no era vacío: era denso, cargado de memoria y furia contenida. La voz se deslizó de nuevo, más cercana, más grave, como si la confesión fuera arrancada de lo más profundo de su alma.
  • Mientras fingía obedecer, me disfrazaba bajo aquel traje de servidumbre. Ellos me veían inclinada, dócil, aprendiendo a bailar y a tocar para su diversión… pero en secreto, cada noche, aprendía algo más antiguo y más oscuro. Me adentré en los caminos prohibidos de los shinobi.
La sombra se movió como un susurro en la penumbra.
  • Aunque muchos los consideren así, los shinobis no somos simples asesinos, capitana. Somos sombras encarnadas. Nos entrenamos en silencio, en el arte de desaparecer entre la bruma, de movernos sin dejar huella. Pasamos días enteros colgados de los acantilados, semanas en bosques helados con nada más que nuestras manos desnudas. Aprendemos a envenenar con una aguja y a matar con un dedo. El dolor es nuestro alimento, la oscuridad, nuestra aliada. Si caes, mueres; si sobrevives, renaces como algo nuevo. Yo… sobreviví.
El aire se tensó en el camarote. Grace tragó saliva, fascinada y horrorizada a la vez.
  • Me juré a mí misma que algún día llevaría a cabo mi venganza. Esa promesa… esa llama de odio, fue lo único que mantuvo mi corazón latiendo hasta hoy.
Un silencio cargado de significado se apoderó de la habitación. Entonces Grace, como si un recuerdo súbito la golpeara, exclamó con asombro.
  • ¡Eres tú! La mujer hermosa de los baños… la que tocaba aquel extraño instrumento con tanta habilidad… Akuma Shinrei.
Por primera vez, la voz rió. Una risa seca, fría.
  • No. Aquella mujer no existe. Solo era un disfraz, una ilusión creada para engañar a los hombres y arrancarles secretos. La verdadera Akuma es esta.
La penumbra del camarote pareció desgarrarse. De la oscuridad emergió una figura humana, como si se despojara de una segunda piel. Grace dio un paso atrás, instintivamente llevándose la mano a su cinto. Frente a ella apareció una mujer de baja estatura, delgada y esbelta, cada músculo tensado como si fuese acero templado. Iba cubierta por una vestimenta negra. Ropajes ajustados, sin un solo adorno que pudiera hacer ruido, telas pensadas para confundirse con la noche. Solo sus ojos rasgados y penetrantes, brillando como cuchillas en la penumbra, quedaban al descubierto. La mirada de un depredador paciente, mortal.

La verdadera Akuma Shinrei había salido de las sombras.
De repente, la puerta del camarote se abrió de golpe y Yara irrumpió, con el aliento aún agitado por la carrera.
  • ¡Grace! ¿Qué demonios haces? ¡Vamos! Todos te están esperando arriba.
Grace permaneció inmóvil, como clavada al suelo, la mirada fija en la penumbra que llenaba la habitación.
  • ¡Pero qué demonios haces ahí parada! - gritó Yara mientras se acercaba - ¡Ufff! Apestas a alcohol - dijo pasando a su lado y frunciendo el ceño - ¿Y qué haces con la ventana abierta? ¡Vas a congelarte de frío!
  • Yara… - susurró Grace, sin mover un solo músculo.
  • ¿Qué te pasa? ¡Estás rarísima! - insistió la cubana, la preocupación surcando su rostro.
  • Está aquí… - dijo Grace con voz baja, casi temblorosa.
  • ¿Quién? - preguntó la yoruba confundida.
  • Akuma Shinrei - dijo Grace, su voz apenas un hilo - La muerte silenciosa, Yara… la sombra que nos liberó en las mazmorras.
  • ¿Aquí en el barco? - replicó la santera, sacando ambas pistolas bendecidas y apuntando hacia la oscuridad, sus ojos buscando cualquier movimiento.
Grace asintió, sus pupilas dilatadas por el terror y la fascinación.
  • ¿Dónde? ¿Dónde está? - preguntó Yara, con la tensión acumulándose en cada palabra.
  • Ni lo intentes - respondió Grace, posando una mano sobre el hombro de su amiga para detenerla - Solo la verás si ella así lo desea…
Un silencio pesado llenó el camarote. La brisa marina agitaba las cortinas y el aroma del arrack aún flotaba en el aire, mezclándose con el misterio que envolvía cada sombra. Grace y Yara empezaron a caminar hacía la cubierta. La noche era oscura, solo se escuchaba el crujir de la madera bajo sus botas y el murmullo del mar. Grace hablaba en voz baja, como contándole un secreto a Yara. Sus historias se mezclaban atropeyadas y confusas, entremezclando lo que acaba de descubrir sobre De la Vega y el encontronazo con la asesina silenciosa.

Yara la miraba sorprendida, sin entender del todo lo que Grace decía, pero captando la fuerza y la determinación que emanaba de la capitana y de aquellos dos fantasmas que parecían atormentarla.

Cuando llegaron a cubierta, la tripulación ya estaba reunida, expectante. Bhagirath subió a un pequeño estrado improvisado, y su voz profunda resonó en la noche.
  • ¡Atención, marineros de la Víbora Roja! ¡Hoy celebramos a nuestra capitana, Grace O’Malley!
Hubo una exclamación conjunta, acompañada de gritos y botellas de ron alzadas. El sirviente pidió silencio. Luego, lentamente, empezó a enumerar las gestas de la valiente capitana, una a una.
  • Cuando el galeón nos atrapó en alta mar, ¿quién fue la valiente que nos hinchó el corazón de valor y nos llevó a la victoria?
  • ¡La Víbora Rojaaa! - gritaron todos, el rugido de la tripulación elevándose sobre las olas.
  • Cuando aquel horrible esclavista quiso llevarse a Bum-Bum, ¿quién lo impidió?
  • ¡La Víbora Rojaaa!
  • Cuando nos enfrentamos a las siete pruebas de Svalbard, ¿quién nos enseñó a no temer y a luchar unidos?
  • ¡La Víbora Rojaaa!
  • Cuando el Dragón Rojo nos quiso robar la libertad, ¿quién lo desafió y lo venció?
  • ¡La Víbora Rojaaa!
El rugido de la tripulación llenaba el aire, un huracán de voces y fuerza, orgullo y lealtad. Grace cerró los ojos un instante, dejando que el sonido y la energía de sus hombres y mujeres la recorrieran. Sentía la sombra de Akuma presente, invisible, pero cercana, como un recordatorio silencioso de que la verdadera lucha apenas comenzaba.
  • Cuando…
  • Alto! Para Bhagirath, te lo ruego - interrumpió Grace alzando la mano.
  • Pero mi capitana…
Grace sonrió. No estaba molesta, pero sabía muy bien que esos méritos no eran exclusivos, algunos no eran ni tan solo de ella.
  • Escuchadme, lobos de mar - dijo con voz clara - Todo lo que hemos conseguido, cada victoria, cada hombre y mujer que hemos liberado… no lo habría logrado yo sola. Porque un capitán no vale nada sin su tripulación.
Un murmullo de aprobación recorrió la cubierta. Grace alzó una jarra de ron y la levantó bien alto.
  • Así que brindemos - exclamó - Pero esta vez por los auténticos héroes. Brindemos por vosotros, por los intrépidos piratas del Red Viper!
Las jarras chocaron, el ron se derramó, y la cubierta se llenó de risas, canciones y gritos eufóricos. Los tambores improvisados comenzaron a sonar, alguien sacó un violín y las voces se elevaron como un canto de guerra. Grace esperó un instante, dejó que la fiesta prendiera como fuego en pólvora, y entonces alzó la voz por encima del jolgorio.
  • ¡Pero escuchadme bien! - rugió - Por muchas batallas que hayamos librado, por muchos peligros que hayamos sorteado… ¡la verdadera batalla acaba de empezar!
El silencio fue inmediato, como si el mar mismo contuviera la respiración.
  • Surcar el Ártico, señores! - continuó Grace, con una chispa indomable en la mirada - puede que sea lo último que hagamos, pero… será la hazaña por la que nos recordarán para siempre.
Un rugido ensordecedor recorrió la cubierta. Las copas se alzaron otra vez, los pies golpearon la madera, las gargantas se deshicieron en vítores. La música volvió, más frenética, más salvaje. Pero entre risas y cantos, cada corazón latía con un peso oculto. Porque allí, en la lejanía, emergiendo de la oscuridad como un gigante dormidoel muro blanco se alzaba en toda su gloria: inmenso, imponente, eterno. Una muralla de hielo que parecía mirar con ojos de muerte a los valientes que osaban desafiarlo.

Y entre la euforia y el miedo, la tripulación supo que esa noche marcaría el inicio de una travesía legendaria.
La noche avanzaba sin descanso y la cubierta ardía en vida: gritos, cantos, tambores, violines desafinados y el ron corriendo como un río desbordado. La tripulación celebraba su huida, desafiando la fría noche del Ártico como si no existiera un mañana.

Pero apartada de aquel torbellino de euforia, Grace se apoyaba en la barandilla cerca del puesto de mando, el viento azotándole el rostro, los ojos fijos en la sombra que emergía a lo lejos. El muro. Inmenso. Implacable.
El crujido del timón la sacó de sus pensamientos. Macfarlane, firme y extrañamente relajado, la observaba de reojo con su rostro curtido y sereno.
  • No quita los ojos de él, ¿eh, capitana? - dijo con voz grave.
Grace esbozó una sonrisa cansada.
  • Es difícil hacerlo… parece como si ese monstruo nos observara a nosotros.
El viejo marinero rió, pero sin alegría.
  • No lo parece. Nos observa de verdad. Eso de ahí delante no es solo hielo. Es una frontera. Para los hombres de mar, es como mirar a los ojos a un dios antiguo, uno que no olvida ni perdona.
Grace frunció el ceño, sin apartar la mirada del resplandor blanco que se erguía en el horizonte, como si partiera el mundo en dos.
  • Un dios de hielo… - susurró - Majestuoso y terrible.
  • Así es! - respondió Macfarlane - Majestuoso, terrible… y hambriento. Ese muro se ha tragado más barcos de los que podría contar con mis viejas manos. Y cada vez que llega otro loco a desafiarlo, él espera paciente, porque sabe que tarde o temprano caerán.
Grace inspiró hondo. El ron todavía le quemaba la garganta, pero la visión del muro le helaba la sangre.
  • Entonces tendremos que ser los primeros en atravesarlo - dijo con firmeza - Y que sea el mundo entero quien tiemble al recordar que el Red Viper se atrevió a mirar a ese dios a los ojos… y no bajó la mirada.
Macfarlane sonrió, y durante un instante, sus enorme cicatriz pareció encenderse.
  • Así se habla, capitana. Que los diablos del hielo tomen nota, porque esta noche comienza una historia que ni siquiera ellos podrán enterrar bajo la nieve.
El viento sopló más fuerte, arrastrando risas, cantos y el golpeteo de botas contra la cubierta. Pero sobre aquel estruendo, el muro blanco seguía alzandose silencioso, eterno, como un juramento de muerte y gloria. Se herguia en el horizonte como un dios de hielo. Bajo la luz pálida de la luna, era mucho más que una simple pared. Era una catedral colosal tallada por la eternidad. Sus laderas se levantaban a cientos de metros, con grietas azules que parecían venas fosforescentes y torres naturales que recordaban a fortalezas abandonadas. Cada bloque crujía con un eco profundo, como si respirara en la distancia.

Grace lo contemplaba en silencio, fascinada y aterrada a la vez.
  • Es como si el mundo terminara aquí - murmuró, con un hilo de voz - Como si nadie pudiera ir más allá.
Macfarlane, siempre firme al timón, soltó un bufido.
  • Y en parte es verdad. Muchos lo intentaron. Ninguno volvió.
Grace se giró hacia él, el rostro endurecido.
  • Dime, Macfarlane… ¿tienes alguna idea de cómo atravesar semejante monstruo?
El viejo marinero la miró largo rato antes de responder, y su voz salió grave, cargada de años de navegación a sus espaldas.
  • He estudiado las cartas náuticas y he preguntado a los balleneros también, pues ellos conocen mejor que nadie estos mares… Hay un punto, una entrada capitana. Una grieta en la muralla, al noroeste. Los nórdicos la llaman “la Boca del Gigante”. Parece un río helado que se abre camino entre los glaciares.
Grace apretó la barandilla con fuerza, siguiendo con la mirada aquella línea imaginaria hacia el norte oscuro.
  • ¿Y hasta dónde se adentra?
Macfarlane se encogió de hombros, el gesto resignado, casi solemne.
  • Nadie lo sabe con certeza. Nadie ha llegado tan lejos como para contarlo.
El silencio se hizo pesado entre ambos, roto solo por los gritos de fiesta de la tripulación y el crujir de los mástiles bajo el viento. Grace clavó los ojos en la muralla blanca, que parecía palpitar bajo la luna. Allí estaba la frontera de los vivos y los muertos. Allí empezaba la verdadera hazaña.

Dejó escapar un suspiro largo, empañado en la bruma helada. El muro blanco parecía no tener fin, un gigante dormido que bloqueaba el horizonte. Su mente voló hacia el Sundra Kalash, ese tesoro imposible, ese mito que había empujado a tantos a la locura. Para ella, sin embargo, no era solo un artefacto o una promesa de gloria. Era el hilo que la unía a Diego de la Vega. Seguir al Sundra Kalash era, en el fondo, seguir a Diego. Y en aquel instante supo que ambos destinos estaban fundidos en uno solo: encontrar al tesoro era encontrarlo a él.
  • Grace… hola. ¿Va todo bien?
La voz suave de Vihaan la sacó de su trance. El astrónomo se acercaba despacio, con las manos entrelazadas a la espalda, los ojos oscuros fijos en ella. Había estado un buen rato observándola en silencio, respetando su recogimiento. Ella seguía inmóvil, con la vista perdida en el blanco gélido del fin del mundo.

Grace giró la cabeza, la sonrisa cansada y sincera.
  • Vihaan… lo siento por haberte gritado antes. No debía haberlo hecho.
Él negó con la cabeza, quitándole importancia.
  • No pienses más en eso, Grace. Lo único que me preocupa es que estés bien. Y si en algún momento quisieras hablar… sabes que puedes contar conmigo.
Grace lo miró con ternura, y dando un paso hacia él, alzó una mano para acariciarle el cabello con suavidad.
  • Hablar estaría bien… pero quizás más tarde. Antes… - sus labios se curvaron en una media sonrisa, pícara y vulnerable a la vez - ¿qué te parece si bajamos a mi camarote? Me vendría bien el calor de la cama, y no pensar en nada durante unas horas.
El corazón de Vihaan golpeó como un tambor en su pecho. Una calidez comenzó a recorrerlo, un fuego extraño que parecía capaz de derretir aquella muralla infinita de hielo. Los labios carnosos de Grace se acercaban cada vez más, el mundo entero reducido a ese instante suspendido.
Pero justo antes de perder el control, una sonrisa familiar surgió por detrás de su hombro.
  • ¿Anciano? - exclamó Grace, abriendo los ojos y apartándose un poco - ¿Qué haces aquí?
Bishnu estaba allí, con esa sonrisa suya, enigmática y traviesa.
Vihaan inclinó apenas la cabeza hacia el oído de Grace y susurró con ironía.
  • Precisamente quería hablarte de esto… Debe de haber bebido demasiado ron… porque ahora se le entiende perfectamente cuando habla.
El Red Viper avanzaba lento frente a la muralla de hielo. El navío entero parecía una cáscara de nuez al lado de aquella fortaleza blanca que se alzaba hacia el cielo, tan colosal que las estrellas parecían apoyarse sobre ella. Las luces de los faroles apenas arañaban la superficie helada, devolviendo destellos azules y plateados que hacían del muro un espejo infinito.

Grace se apoyó en la barandilla, con el rostro aún encendido por la emoción. A su lado, Vihaan no apartaba los ojos del horizonte. Y enfrente de ambos, arrastrando una risita entrecortada, apareció Bishnu con la botella de ron bajo el brazo. El anciano tenía el rostro iluminado por una felicidad infantil.

Grace, divertida, lo miró de arriba abajo.
  • ¿Y bien, anciano? ¿Cómo está mi filósofo favorito?
Bishnu le respondió con un sonoro ¡hip! que lo hizo reír solo.
  • Me encuentro… embriagado y feliz - dijo alzando un dedo, como si diera un sermón - Con el corazón ligero y el espíritu deseoso de enfrentar… ¡hip!… nuevas aventuras.
Grace y Vihaan se miraron al mismo tiempo y rompieron a sonreír. Por primera vez entendían con claridad las palabras del anciano. Y su hipo contagioso los hizo reír todavía más. Entre carcajadas, las manos de ambos se buscaron y se entrelazaron con fuerza.
  • Rodrigo Cortés me habló de algo… - dijo Grace, bajando la voz como si compartiera un secreto con ambos - El Sundra-Kalash. Dijo que aquel dios mono concede deseos… pero también impone una maldición.
Vihaan arqueó las cejas, sorprendido.
  • ¿Y eso es cierto?
Bishnu rió entre dientes, luego se tomó un trago de ron y respondió con un brillo extraño en los ojos.
  • Los dioses… ¡hip!… juegan a ser eternos. En su inmortalidad pierden el valor de la vida. Para ellos, nosotros… los mostalss… no somos más que juguetes que se rompen y se olvidan. Conceder un deseo… ¡hip!… y cargarlo con una maldición no es crueldad, es simplemente su naturaleza.
Grace lo miró fijamente, intrigada.
  • ¿Y tú cómo sabes tanto acerca del Sundra-Kalash?
El anciano apoyó la espalda contra la barandilla, como si las palabras fueran a salir de lo más profundo de su memoria.
  • Nací en un lugar pequeño, en la India rural, donde la tierra seca apenas daba para alimentar una boca más… - su voz se hizo más lenta, más grave - Mis padres… pobres y agotados, no pudieron hacerse cargo de mí. Así que me dejaron en manos de los sabios de un santuario. Hombres viejos, barbudos, envueltos en telas tan gastadas como las piedras donde rezaban. Allí aprendí a leer los Vedas, a escuchar la música del viento en los templos, a meditar sin alimento durante días enteros. - Hizo una pausa, mirando la noche que los escoltaba - Ellos me enseñaron que el conocimiento era más poderoso que la espada, y que el tiempo… ¡hip!… era un río que nunca se detenía, pero sí podía ser comprendido.
Sus ojos se humedecieron, aunque la sonrisa no desapareció.
  • Fue allí, entre oraciones y silencios, donde escuché por primera vez el nombre del Sundra-Kalash. Los sabios hablaban de él como de una chispa divina: capaz de encender la grandeza o de reducir un alma a cenizas.
Grace y Vihaan lo escuchaban sin interrumpir, embelesados. El muro de hielo, inmenso e impenetrable, parecía ahora un testigo silencioso de aquellas confesiones que mezclaban el frío de la eternidad con el calor de la memoria humana.

Bishnu había dado la espalda al muro. Para él, aquella muralla imponente parecía no existir, como si su pequeñez frente a la eternidad de las aguas fuese más importante. Sus ojos, brillantes por el ron y la memoria, se perdían en la noche oscura sobre el mar infinito.
  • Un día… - siguió con voz profunda, acariciando las palabras como si fuesen cuentas de un rosario - llegó un destacamento militar al santuario. Soldados de acero y orgullo, que servían al gran emperador Akbar, el Magnífico… ¡hip!
Vihaan dio un paso atrás, incrédulo, y casi gritó:
  • ¿Has dicho Akbar? ¿El mismo Akbar que gobernó el Imperio mongol?
El anciano asintió despacio, sin perder la sonrisa serena.
  • Él mismo. Un hombre de visión… ¡hip!… un emperador que unió reinos con su ingenio y su espada. Que dio a los hombres leyes más justas, que hizo de la diversidad su mayor fuerza.
Vihaan abrió los ojos con sorpresa, y luego rompió en una carcajada nerviosa.
  • Eso es imposible… ¿me oyes, viejo? ¡Imposible! Si eso fuera cierto, tú tendrías más de... ¿Qué edad tenías cuando sucedió eso?
Grace, alertada por el tono de Vihaan, se giró hacia Bishnu.
  • ¿De qué hablas, anciano? ¿Qué sucede aquí?
Bishnu se encogió de hombros, como quien contempla un recuerdo demasiado lejano para medirlo con el calendario de los hombres.
  • El tiempo… es un río que no se detiene, jóven capitana… ¡hip!… y yo hace mucho que dejé de contar las estaciones. No recuerdo qué edad tenía. Quizás un niño, quizás ya un hombre… quizás las dos cosas.
Vihaan negó con la cabeza, irónico, aunque la risa se le cortaba en la garganta.
  • Claro, claro… normal que no lo recuerdes. Porque, si no estás mintiendo, anciano… ¡tienes más de doscientos años encima!
El viento helado sopló con fuerza, como subrayando aquellas palabras imposibles. El muro blanco seguía allí, inconmensurable, pero en ese instante los dos sintieron que el verdadero misterio no era lo que aguardaba tras el hielo, sino el hombre que sonreía frente a ellos como si cargara siglos en los hombros.

Grace, astuta y rápida como siempre, le sostuvo la mirada con determinación.
  • No miente, Vihaan. Dice la verdad. - Su voz fue firme, como si leyera en las arrugas del anciano la historia de un siglo perdido - Lo encontraste, ¿cierto? Encontraste el Sundra Kalash, y le pediste la inmortalidad.
Bishnu no respondió de inmediato. Dio un largo trago, y luego alzó el rostro hacia la luna. La luz plateada se reflejaba en sus pupilas cansadas, como si contuvieran océanos enteros.
  • Partí con Akbar el Magnífico… ¡hip! - comenzó, su voz era un susurro cargado de recuerdos - Serví en su navío, no como guerrero, sino como guía espiritual. Yo… le ofrecía mi consejo, mis plegarias, mis visiones. Era joven, pero ya había bebido de las fuentes del conocimiento en el santuario de los sabios.
El anciano hizo una pausa, acariciando con los dedos el borde de su botella.
  • Navegamos durante años… por mares infinitos, enfrentando tormentas que parecían querer tragarnos enteros, luchando contra monstruos de agua y hombres de acero. El hambre, las enfermedades, la desesperación… todo nos acosaba. Y aun así, seguíamos adelante. Porque buscábamos el tesoro de Kāmara, el dios mono. El preciado cofre que concede un deseo… ¡hip!… el Sundra-Kalash.
Grace no apartaba los ojos de él, embelesada por la narración. Vihaan, en cambio, se inclinó hacia adelante, ansioso.
  • ¿Y lo encontrasteis? ¿Dónde? - preguntó con la respiración acelerada - Si conoces su paradero… podríamos ir directamente hacia allí.
Bishnu sonrió, esa sonrisa suya que parecía mitad ternura y mitad burla, y soltó un breve ¡hip! antes de contestar.
  • Ah, juventud… siempre queriendo correr antes de aprender a andar. - Sacudió la cabeza, mirando a Vihaan como un padre a un hijo impaciente - El Sundra-Kalash jamás descansa en las mismas aguas una vez ha sido hallado. El dios es travieso, y juega a las escondidas.
El anciano señaló el horizonte, donde el mar y la oscuridad se confundían.
  • Su patio de recreo es el vasto océano… y sus reglas son sencillas: “encontradme, y pedid... Y después, mirad cómo vuelvo a perderme en la inmensidad.”
Un silencio pesado cayó sobre la cubierta. El viento del norte aullaba, pero ninguno de los tres parecía escucharlo. Grace apretó la mano de Vihaan, y por un instante hasta la muralla de hielo pareció menos temible que el destino que habían puesto en marcha.

Bishnu tomó aire, la mirada perdida en algún recuerdo remoto, y murmuró con voz grave y arrastrada:
  • La primera vez que lo vi fue… ¡hip!
  • ¿La primera? - Grace lo interrumpió, abriendo mucho los ojos - ¿Pero cuántas malditas veces lo has encontrado, viejo?
El anciano no contestó. Tan solo giró la cabeza hacia ella y sonrió con una dulzura desconcertante, como si guardara para sí secretos imposibles de imaginar.
  • Lo hallé al sur del inmenso continente africano. - Su voz se volvió casi un canto - Una tormenta súbita, despiadada, nos partió en dos. Los vientos aullaban como demonios y las olas devoraban barcos enteros. Toda la flota de Akbar desapareció en cuestión de horas. - Sus ojos se nublaron por un instante - Se llevó consigo a hombres valientes… incluso al propio conquistador.
Guardó silencio, apretando con fuerza el vaso. Luego, una chispa de luz se encendió en sus pupilas, como si reviviera aquel instante.
  • Yo sobreviví. Por un milagro divino, desperté en una isla diminuta, perdida en mitad del océano. No tenía más de veinte pasos de extremo a extremo, un pedazo de arena olvidado por los mapas. Y allí… allí estaba. - Sonrió, como un niño recordando su primer hallazgo - El cofre. Como si me hubiera estado esperando desde siempre.
Vihaan se inclinó hacia adelante, con los ojos brillando de expectación.
  • ¿Y cómo era? - preguntó ansioso - Lo imagino inmenso, dorado, con joyas incrustadas, resplandeciendo como un tesoro de reyes… algo espectacular.
Bishnu negó con la cabeza, soltando una breve carcajada entrecortada por un ¡hip!
  • No, joven. La forma del cofre depende de los ojos que lo miran. Para mí… era una simple caja de madera, gastada, tirada en el suelo junto a un charco de agua salada. Insignificante, perdida… y sin embargo, más preciosa que todos los tesoros del mundo.
Grace respiró hondo.
  • Y entonces lo abriste, ¿verdad?
  • Así es, capitana. - Asintió lentamente.
  • ¿Y qué pediste? ¿La vida eterna? - Vihaan arqueó las cejas, intrigado.
  • No. - El anciano sacudió la cabeza, con serena convicción - Jamás he sido un hombre ambicioso. Aunque suene arrogante, me considero sabio. Y un sabio nunca desearía la condena de vivir eternamente. - Se tomó una pausa, el rostro iluminado por la luna, y añadió - La eternidad no es un don… es una prisión. El fin de todo valor. Porque ¿qué sentido tiene la vida, si no puede terminar?
Grace y Vihaan intercambiaron una mirada de desconcierto, todavía unidos por la mano.
  • Entonces… ¿qué pediste? - preguntó Grace en voz baja.
Bishnu elevó los ojos al cielo y suspiró.
  • Algo sencillo. Le pedí el don del lenguaje. Quise comprender. Escuchar y entender todas las lenguas del mundo. Y Kamara me lo concedió.
Vihaan frunció el ceño, sin soltar la mano de Grace.
  • ¿Pero por qué eso?
  • Porque es mi naturaleza, jóven astrónomo. - Respondió Bishnu, suave, con el rostro bañado por la luz plateada - Fui educado para aprender, para desentrañar el mundo. Creí que, si podía entender todas las voces, encontraría sabiduría en ellas. Y así fue… pero también llegó mi condena.
Vihaan dejó escapar una sonrisa incrédula.
  • La condena. - repitió con ironía.
  • Correcto, joven. - Bishnu sonrió, llevándose la botella a los labios y bebiendo otro trago - Me concedió el don de comprenderlo todo: hombres y mujeres, susurraran en la lengua que fuera… bestias, espíritus y demonios… incluso entiendo lo que aún no ha sido dicho, lo que aún no se ha escrito ni inventado.
Guardó silencio unos segundos, antes de añadir con un brillo de ironía en la mirada:
  • Pero a cambio… me arrebató la facilidad de hablar. Kamara jugó conmigo. No por odio ni maldad. Solo porque, para los dioses, la vida mortal es un juego, y nosotros… simples piezas en su tablero.
El viento helado golpeó la cubierta, y los tres quedaron en silencio, con la muralla blanca del norte elevándose como un dios dormido frente a ellos. Bishnu comenzó a reírse solo, mirando con ternura la botella de ron entre sus manos.
  • Es curioso… - dijo arrastrando la voz, con el rostro enrojecido por el alcohol - que la solución a mi condena sea tan sencilla como beber este ardiente y cálido brebaje… ¡hip!
  • ¡Es lo que siempre digo, saco de huesos! - bramó Macfarlane desde el timón, con el gorro ladeado y los dientes brillando bajo la luna - ¡El alcohol es la causa y la solución a todos los problemas!
El viejo estalló en carcajadas, levantando la botella hacia el contramaestre a modo de brindis.
  • ¡Por esa gran verdad, hermano del mar! - gritó, y acto seguido dio varios tragos seguidos, echando la cabeza huesuda hacia atrás, hasta casi perder el equilibrio, mientras se alejaba tambaleándose hacia el bullicio de la fiesta, en busca de más.
Grace lo siguió con la mirada, y luego se inclinó hacia Vihaan, que observaba perplejo al anciano.
  • Vi… - susurró - deberías aprovechar ahora. Está más suelto que nunca, podrías sacarle más información.
El astrónomo asintió, frunciendo el ceño.
  • Cierto. - Y alzando la voz, llamó - ¡Bishnu, espere! ¡Quiero preguntarle una última cosa!
El sabio detuvo sus pasos inseguros, girándose con una sonrisa amplia y casi infantil.
  • Tú dirás, joven astrónomo… aprovecha ahora que mi mente está clara y mi lengua sin trabas.
Vihaan tragó saliva.
  • ¿Vamos en buena dirección?
  • Así lo indicaba el manuscrito que encontramos en el interior de la montaña.
  • Pero… - Vihaan frunció aún más el ceño - si estaba en blanco.
Bishnu intentó acercarse a él, tambaleándose peligrosamente.
  • No para mí, joven. - Su voz se suavizó hasta casi un susurro - Recuerda que puedo leer todas las lenguas incluso las que no están escritas. El vacío es ausencia… y al mismo tiempo lo es todo.
Grace dio un paso adelante, atrapada por la oportunidad.

  • Por tu historia he entendido que el Sundra-Kalash está perdido en la inmensidad del océano, y que tú lo encontraste casi por casualidad.
  • Así es, mi capitana. - asintió él, con una reverencia torpe.
  • Entonces… - Grace entrecerró los ojos, clavándole la mirada - ¿por qué lo que hallamos en aquella cueva no era el tesoro? ¿Por qué ahora el dios deja pistas?
Bishnu la miró con ternura, acercándose tambaleante. Alzó una mano temblorosa y le acarició la mejilla, con una suavidad inesperada.
  • No es el dios quien las deja, cabellos de fuego… - murmuró con voz ronca - sino aquel hombre al que llegaste a considerar un padre y el que te rompió el corazón.
Grace sintió que el aire le faltaba, que las palabras se le ahogaban en la garganta. Quiso seguir, preguntarle, arrancarle respuestas antes de que la borrachera lo devolviera a su enigmático lenguaje. Quiso que el viejo siguiera hablando por siempre, revelando cada secreto guardado en su pecho.

Pero entonces, un estruendo de voces quebró la noche. La música cesó de golpe, las botas dejaron de golpear la cubierta, y un rugido colectivo estalló como un trueno:

  • ¡Traidor!
La palabra flotó en la oscuridad como un cuchillo desenvainado, cargada de furia y amenaza.

Continuará…
 
Nos dejaste en lo mejor.
Disparo Oliver Athon y estamos esperando que entre el balón, mira que me cabreaba eso, en el siguiente episodio.
 
Por cierto, no se porque, pero el Español errante me es familiar, pero con uno que le llamaban el holandés errante:
 

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Bueno y que se pegaban 10 capítulos para meter un gol.
Y por no hablar de que el campo parecía que tenía 10 km de largo.
Recuerdo que hace años leí un escrito donde un flipao con demasiado tiempo libre se había tomado la molestia de calcular cuanto media el campo. Tomando en cuenta el tiempo que pasaban corriendo, la velocidad del trote… vaya que lo calculó lo más real posible y tienes razón… los resultados indicaban que el campo media unos 20-25 kilimetros jajajaja
 
Capítulo 19 - Atravesamos la Boca del Gigante: La sombra a la luz de la hoguera
  • ¡Traidor!
  • ¡Sucia rata avariciosa!
  • ¡Eres hombre muerto!
Los gritos estallaban en cubierta como relámpagos en medio de la tormenta, cada voz más fuerte, más furiosa, más ansiosa de sangre. La multitud de piratas se apretaba en un círculo cerrado, con ojos brillando de rabia y las manos tensas sobre las armas.
Grace, seguida de Vihaan, bajó del puesto de mando corriendo, abriéndose paso a empujones entre cuerpos sudorosos y exaltados.
  • ¡Apartaos! - rugió, abriéndose hueco - ¡Dejadme ver qué sucede aquí!
Y entonces lo vio. Mordisquitos, con los brazos como garfios, sujetaba por la espalda a Callum, que se retorcía desesperado. Frente a él, O’Neal le presionaba el filo de una daga contra el cuello.
  • ¡Capitana! - exclamó O’Neal, girándose, con los ojos encendidos de furia - ¡Me he encontrado a este traidor escondido en la bodega cuando bajaba a por más botellas!
Los ojos de Grace se posaron en Callum. Estaba pálido, temblando, con el pecho agitado y las pupilas abiertas como platos.
  • ¿Qué haces aquí, marinero? - preguntó la capitana acercándose lentamente, como si caminara hacia una bestia acorralada - ¿Acaso no deseabas abandonar?
  • Así es… - balbuceó él, intentando apartar el cuello del cuchillo - Pero en cuanto estalló aquella matanza no me quedó otra que esconderme… ¡aquel demonio no me dejó salida!
Un escalofrío recorrió la espalda de Grace. Akuma Shinrei. Estaba segura de que, de algún modo, aquella sombra la acechaba todavía, estaba allí, escuchando, invisible entre las velas y la oscuridad.
  • ¿Y Jensen? - preguntó de golpe, la voz dura.
  • Murió, capitana. Lo vi caer en el muelle… decapitado.
  • ¡Capitana! - rugió O’Neal, apretando más la daga contra la piel de Callum - ¡Este bastardo nos vendió al chino! ¡Lo vi contando las monedas como el mismísimo Judas antes de la emboscada!
  • ¿Es eso cierto? - preguntó Grace, sin apartar sus ojos de los del acusado.
  • ¡Maldito bellaco, mientes! - gritó Callum, desesperado - ¡Jamás vendería a mis compañeros, jamás me oyes!
En ese instante, Halcón, que había descendió de la cofa, se acercó. Sus pasos eran lentos, pero su único ojo no se apartaba de Callum ni un segundo. Llegó hasta él, levantó las pieles que cubrian su cuerpo y arrancó de su cinto una pequeña bolsa de cuero y, sin decir palabra, la volcó en el suelo.

Monedas de oro tintinearon sobre las tablas de la cubierta, brillando bajo la luna.
  • ¡Mira, Grace! - exclamó Yara, recogiendo una entre sus dedos.
La capitana la tomó y la examinó en silencio. En ambos lados resplandecía el sello grabado del Dragón: el emblema inconfundible del señor de la Ciudad Flotante. Los murmullos se alzaron, y O’Neal levantó la voz con el rostro encendido de furia:
  • ¡Juicio pirata! - vociferó - ¡Ya sabemos qué hacer con los traidores! ¡Al palo mayor o a los tiburones!
Los hombres gritaron con aprobación, la rabia colectiva rugía como un animal hambriento. Grace apretó el puño con fuerza, deseando un instante descargar toda la furia sobre Callum. Imaginó las sogas, las quillas, las planchas… mil formas de ajusticiar a un traidor, todas crueles, todas sangrientas, todas apropiadas para quien había vendido la vida de sus hermanos. Pero entonces su mirada se desvió hacia Bishnu. El viejo reía, bebiendo de una nueva botella, ajeno a la tensión, feliz y sosegado como si nada existiera fuera del fuego del ron. Y por un instante, la capitana respiró profundo. Tomó una decisión.
  • ¡Soltadlo! - ordenó con voz firme.
El silencio fue inmediato, cortante. Mordisquitos, con gesto confuso, aflojó el agarre. O’Neal bajó el arma con un gruñido, aunque la rabia seguía hirviendo en sus ojos.
  • Preparen un bote - ordenó Grace, la voz como acero - Un abrigo, provisiones, y que se largue de mi barco.
Sacó la moneda que aún tenía en su mano y, con desprecio, la lanzó a los pies de Callum.
  • Subidlo al bote - dijo con frialdad - Que el mar decida su suerte.
  • ¡Capitana! - bramó O’Neal - ¡Ese bastardo merece morir! ¡Por su culpa casi nos matan, incluso peor, casi nos roban lo único que tenemos: nuestra libertad!
Grace le puso la mano en el hombro. Sonrió, pero era la sonrisa de una fiera cansada de luchar, no de ternura.
  • Tienes razón, marinero. Yo también lo detesto. Pero… - señaló con el mentón a Callum, que era conducido hacia la borda - aunque Judas, este hombre también ha sangrado a nuestro lado. Antes de caer humillado por la traición, fue un hombre libre como tú y como yo. El mar decidirá su suerte, y el destino cumplirá su promesa.
Callum respiró aliviado, creyendo que la vida aún le daba una oportunidad. Pero entonces Grace giró el rostro hacia él. Su mirada era fría, sin rencor ni odio, pero dura como el filo de una espada.
  • Y tú… ¡Callum! - su voz retumbó en cubierta - Espero que vivas eternamente.
Un murmullo helado recorrió a la tripulación. No había maldición más cruel.

Porque la muerte, al fin y al cabo, era un descanso; un abrazo oscuro donde la vergüenza se diluía y la memoria de los hombres acababa por borrarse con el tiempo. Pero vivir… vivir sin honor, vivir eternamente con el estigma de traidor, era cargar con un peso que ni los océanos podían hundir. No habría olvido para él, ni absolución en el fondo del mar. Su condena sería mirar cada amanecer sabiendo que no pertenecía a ningún puerto ni a ninguna tripulación, que hasta los fantasmas le darían la espalda.

El verdadero suplicio no era morir bajo la soga ni sentir los dientes de los tiburones, sino seguir respirando, una y otra vez, con el alma marcada por la humillación. Y en silencio, la tripulación comprendió que Grace no lo había perdonado.

Lo había sentenciado a la peor de las torturas: vivir para siempre como un traidor.
  • Hiciste bien, Grace… - gimió Vihaan entrecortado, el rostro perlado de sudor - Fue una gran lección para los hombres…
  • ¡Calla! - la capitana sonrió, tapándole la boca con la mano - Habla cuando tengas que hablar… y calla cuando tengas que follar.
No le dio tiempo a responder. Le destapó los labios sólo para volver a cubrirlos con su boca, ardiente y húmeda. El crujido de la cama resonó en el camarote mientras sus cuerpos se encontraban con ansia desatada. Gipsy, en su pequeña cesta colgada de la viga, gruñó molesto, dio media vuelta y se cubrió entero con su diminuta manta, como si quisiera protegerse de aquel estrépito.

Quedaban pocas horas para que el sol despuntara en el horizonte. Afuera, algunos dormían ebrios; otros, como los amantes, se rendían al cálido abrazo del deseo.
  • Mañana empezar a trabajar en casco… - dijo Yrsa, jadeante, sentada a horcajadas sobre Bhagirath.
El hindú permanecía erguido en la silla de madera, sujetando su cintura con firmeza, temiendo que aquella vieja silla reventara en cualquier instante bajo el ritmo de la mujer del norte. Sus ojos no podían apartarse de aquellos pechos firmes que se mecían frente a él, salvajes como las olas.
  • ¿Cómo lo vas a hacer? - preguntó con voz grave, conteniendo un gemido - Para reforzar el casco necesitaríamos varar el barco en un astillero…
  • ¡No hacer falta! - gruñó Yrsa, inclinándose hacia él, con la respiración agitada - Yo trabajar en marcha. Mañana tú ver. Aprender en Svalbard… hielo más duro que hierro, yo saber cómo. Ahora… ¡concentrar! Empujar más fuerte…
La silla rechinó bajo el peso de ambos, pero ninguno de los dos parecía dispuesto a detenerse.

Cerca de ellos, otra cabina estaba en penumbra, apenas iluminada por un pequeño candelabro que lanzaba sombras titilantes sobre las paredes de madera. Yara y Mordisquitos se miraban tumbados en la cama, los cuerpos cercanos, el silencio roto solo por la respiración tranquila de Bum-Bum, dormido y seguro entre ellos.
  • Quién me iba a decir a mí - susurró Yara, con una sonrisa suave, acariciando la mano de Mordisquitos - que acabaría encontrando una família en alta mar… Supongo que no es la vida la que nos da familia, grandullón… ni los lazos de sangre ni los nombres escritos en un árbol genealógico. Familia y hogar son aquellos con los que conectas, los que permanecen a tu lado cuando todo parece perdido, los que celebran contigo los momentos de alegría, y los que te sostienen cuando el mundo te cae encima.


Mordisquitos correspondió con una sonrisa cálida, los dientes metálicos contrastando con la ternura de su gesto. Con delicadeza apartó un mechón de cabello de la cara de Yara y depositó un beso suave en su frente. Luego, inclinándose sin hacer ruido, habló con su lenguaje de señas, movimientos fluidos y precisos, cargados de significado.

Yara leyó cada signo, inspirando hondo.
  • Hogar… sí, para mí también lo es. Es la gente que elige estar contigo, que comparte tus miedos y tus sueños, los que te aman sin pedir nada a cambio.
Mordisquitos asintió lentamente, los ojos fijos en los de ella, y le respondió con un gesto lleno de amor, sin palabras, sin sonidos. Todo su corazón se dejó sentir en ese simple acto.

El amanecer iluminaba la boca del gigante: una enorme abertura en el muro de hielo que daba acceso al corazón del Ártico. La inmensidad de la muralla se alzaba colosal a ambos lados del Red Viper, recordando a todos la magnitud del desafío que tenían por delante. Grace, firme al timón, sostenía una taza de té recién preparado por Bhagirath, inhalando el aroma cálido que contrastaba con la gélida bruma que rodeaba el barco. Cada sorbo parecía infundirle claridad y determinación, mientras la luz del alba reflejaba destellos azulados sobre los bloques de hielo que se perdían en la distancia.

Macfarlane recorría la cubierta con pasos largos y decididos, su voz retumbando entre los mástiles y jarcias.
  • ¡Vamos, inútiles! ¡Si no queréis que el mar os trague, moved esos culos como si os persiguiera un demonio! ¡Más rápido, joder, más rápido!
Los marineros corrían de un lado a otro, ajustando velas, tirando cabos y revisando aparejos. El frío mordía sus dedos y la nieve se pegaba a sus capas, pero ninguno se detenía. Los españoles, tercos y determinados, avanzaban con especial decisión; sus ojos brillaban con el deseo de probar su valía, de demostrar que podían ganarse un lugar entre aquella temible tripulación. No había miedo en ellos, solo orgullo y determinación.

De pronto, un fuerte tirón en los cabos llamó la atención de todos. Los balleneros nórdicos habían izado una plataforma de madera, y sobre ella apareció Yrsa, empapada por el helado abrazo del mar. Saltó a cubierta con la energía y fuerza de un huracán, el martillo firme entre sus manos y un puñado de clavos entre los dientes. Sus hombros cargaban láminas de metal, listas para reforzar el casco.

Sin perder tiempo, se acercó a la forja del barco, martillando con precisión las planchas de metal y llenando su cinturón de clavos y materiales. Luego regresó al agua, atada con una cuerda que la mantenía segura, mientras Gláfur, vigilante, se mantenía cerca, atento a que ningún peligro la alcanzara. Yrsa se sumergía en el helado océano, ajustando y asegurando cada lámina con movimientos potentes y precisos, desafiando al frío, a las corrientes y a los animales marinos que se cruzaban en su camino.

Cada zambullida era un desafío al mar y al hielo, pero su destreza y resistencia eran inquebrantables. El casco del Red Viper comenzaba a transformarse, protegido contra la fuerza del Ártico y listo para surcar las aguas traicioneras que se abrían frente a la boca del gigante.
Mientras Grace observaba desde el timón, su mirada se encontraba con la del resto de la tripulación, un equipo unido por la lucha y la valentía, un ejército de almas dispuestas a desafiar al hielo, al mar y a cualquier peligro que se interpusiera en su camino.

Se inclinó sobre la barandilla, observando a Yrsa sumergirse en el gélido océano una y otra vez. Sonrió con picardía y se volvió hacia Bhagirath, que estaba ocupado sirviendo tazas de té para todos, con las manos temblorosas de emoción y nerviosismo.
  • Digame señor - preguntó Grace con voz traviesa - ¿por qué está tan preocupado?
Bhagirath alzó la vista, su bigote moviendose más rápido de lo habitual. Su voz, normalmente medida y serena, traicionada por un hilo de nerviosismo:
  • No es que dude de Yrsa, capitana… ella es fuerte, incansable, más de lo que cualquier hombre podría imaginar. Pero… cada vez que se zambulle, cada golpe de sus brazos contra el agua, cada salto desde la cubierta, no puedo evitar seguirla con la mirada.
Grace arqueó una ceja, divertida.
  • ¿Y eso? ¿Le preocupa que tenga éxito en su trabajo, o que… la acabe peridendo en el mar?
Bhagirath respiró hondo, recogiendo el temple que lo caracterizaba:
  • No dudo de su habilidad, capitana, pero del mar… no me fío ni un pelo de mi bigote.
Grace se inclinó hacia él, con una sonrisa de oreja a oreja y un brillo travieso en los ojos:
  • El amor… - dijo alzando un poco la voz - incluso puede derrotar a los guerreros más valientes y serenos, ¿no cree?
Un coro de risas masculinas estalló entre los marineros que seguían ajustando cabos y asegurando velas. Bhagirath no perdió la compostura, aunque sus ojos brillaban divertidos, y contestó con calma:
  • ¡A hombres y mujeres por igual, capitana!
Grace se ruborizó ligeramente, apartando la mirada mientras los hombres y mujeres reían a carcajadas sin dejar de trabajar. Entre la multitud, sus ojos se cruzaron con los de Vihaan, que observaba todo con la calma de quien calcula cada movimiento astronómico mientras estudia el cielo y la posición de la nave. Sin decir palabra, ambos asintieron con complicidad, compartiendo un momento silencioso en medio del caos de la cubierta.

El Red Viper avanzaba con lentitud, pero con firmeza, hacia la boca del gigante. Ante ellos se alzaba una enorme abertura en el muro colosal de hielo, como si alguien hubiera partido la tierra misma para abrirles el paso hacia lo desconocido. Adentrandose en su garganta, a ambos lados, el hielo sólido se erguía como murallas de piedra, y del techo, trozos de hielo caían de vez en cuando, impactando con brutalidad contra el agua helada, enviando violentas salpicaduras que empapaban a los hombres y desafiaban su equilibrio. El barco parecía diminuto, insignificante frente a aquella fortaleza natural, y cada crujido del hielo se sentía como un rugido, una amenaza que recordaba que habían dejado el mundo conocido atrás, adentrándose donde ningún hombre antes había navegado.

La oscuridad los envolvía, y el frío les mordía la piel con fuerza despiadada. Cada soplo del viento helado atravesaba la ropa y calaba los huesos. A lo lejos, una luz tenue se abría paso entre la negrura, creciendo con cada instante, como un faro que prometía un nuevo mundo al final de aquel paso helado.

Grace apretó con firmeza el timón, los nudillos blancos, decidida a avanzar, a enfrentarse a cualquier desafío que el destino les tuviese preparado. Su mirada recorrió la cubierta: Yara y Bum-Bum preparando nuevos explosivos con manos seguras y rápidas; Macfarlane repartiendo órdenes con la energía y el descaro de siempre; Vihaan y Mordisquitos trabajando sin descanso, midiendo y calculando cada movimiento; Yrsa sumergiéndose en el helado mar, arriesgando su vida para reforzar el casco; Bhagirath ayudando a quien lo necesitara sin pedir nada a cambio; los españoles, tercos y determinados, dejando todo en cada maniobra; los nórdicos, fuertes y rudos, moviéndose con seguridad sobre la cubierta resbaladiza; los marineros del perro, feroces como lobos, atentos a cualquier amenaza; y aquella sombra en forma de mujer que seguía allí, en algún lugar, invisible, silenciosa, vigilante.

Con la cara iluminada por la luz de los candiles y el reflejo del hielo, Grace comprendió algo profundo: a su lado viajaban los hombres y mujeres más aguerridos que el mar hubiese conocido jamás. Por un instante, una sensación de poder absoluto la recorrió. Podía enfrentarse a cualquiera, vencer a cualquiera. Nadie, ni siquiera el destino mismo, podría detenerlos mientras estuvieran juntos. El barco se internó más y más en la boca del gigante, y el mundo conocido quedó atrás. Solo quedaban ellos, el mar helado, el muro titánico, y la certeza de que aquel viaje sería recordado por generaciones.

Halcón estaba encaramado en la cofa, inmóvil como una estatua de hielo. El frío lo había casi petrificado: las estalactitas formadas en sus pestañas crujían al moverse y su aliento escapaba en nubes heladas, haciendo chasquear sus labios rígidos. Cada ráfaga de viento le cortaba la cara, mientras su único ojo intentaba adaptarse a la oscuridad y al brillo cegador que se intuía más adelante. De pronto, la luz al final de la boca del gigante alcanzó su rostro, cegándole por un instante. Parpadeó, y cuando su vista se acostumbró, lo que vio lo dejó sin palabras.

Delante suyo se extendía un mundo que parecía eterno, un desierto blanco que no conocía límites. El hielo y la nieve cubrían todo, ondulando como olas petrificadas, quebradas aquí y allá por grietas profundas y abismos de un azul tan intenso que parecía contener el alma del océano. El horizonte se perdía en un blanco uniforme que se mezclaba con el cielo, y cada reflejo de la luz de la aurora proyectaba destellos plateados sobre la superficie helada, como si el mundo entero brillara con un fuego frío.

Grandes glaciares se alzaban como montañas de cristal, y los témpanos flotantes que se movían lentamente sobre el mar helado parecían islas en un océano de hielo infinito. Cada sonido se amplificaba: el crujir de los bloques de hielo, el choque de las olas contra el casco, el viento que silbaba como un coro espectral. Era un mundo de belleza sobrecogedora y de amenaza palpable, un lugar donde la soledad y la majestuosidad se encontraban, y donde cualquier error podía ser fatal.

Halcón apretó las manos sobre la cuerda que lo sujetaba a la cofa, incapaz de apartar la mirada. Sabía que habían cruzado un umbral: habían dejado atrás el mundo conocido, y se adentraban en la inmensidad del Ártico, un reino de hielo donde solo los más valientes podrían sobrevivir y dejar su marca.

Cuando el Red Viper emergió de la boca del gigante, un silencio reverente se apoderó de la cubierta. Todos quedaron inmóviles, contemplando la inmensidad del Ártico que se extendía frente a ellos. La luz blanca del horizonte reflejaba destellos sobre el hielo, cegando momentáneamente a los marineros y haciendo que los ojos de todos brillaran con una mezcla de asombro y temor.
  • ¡Por los dioses del mar! - exclamó Yara, apoyando las manos sobre la barandilla - Esto… esto no parece real.
Bum-bum, con su pequeño rostro asomando entre las mantas, murmuró:
  • Blancooooo…
Macfarlane, que había estado dando órdenes sin descanso, bajó la voz y quedó boquiabierto. Luego, con un gesto canalla, dijo:
  • ¡Que nadie se duerma ahora! Esto no es un paisaje hermoso, es un infierno blanco que nos va a probar hasta los huesos.
  • ¡Mira esos témpanos! - gritó uno de los españoles, señalando cómo se movían lentamente sobre el mar helado - ¡Parece que nos rodea un ejército de fantasmas!
Yrsa, todavía con el martillo y las planchas sobre la espalda, levantó un puño y chilló:
  • ¡El hielo no parar a nosotros! ¡Yo trabajar, Gláfuuuur!
Grace, apoyada firme en el timón, apretó los dientes y observó el desierto blanco que se extendía ante ellos. Su voz cortó el viento:
  • ¡Aseguraos de cada cabo, de cada vela! Este nuevo mundo no nos va a esperar, y tampoco nos dará tregua.
Bhagirath, asomado a estribor, murmuró en voz baja, admirando la escena:
  • Por siglos que uno pueda vivir, nunca dejará de sorprenderme la inmensidad del mundo…
Vihaan, apoyado a su lado, sonrió y comentó:
  • Nunca imaginé algo así… es como si el mundo hubiera decidido probar nuestra audacia.
  • Pues vamos a demostrarle que somos dignos - respondió Grace, con una chispa de determinación en los ojos - Nadie aquí se rinde, ni ahora ni nunca! Sea lo que sea lo que nos esté esperando, que empieze a temblar, pues los hombres y mujeres libres de la Víbora Roja lo desafían!
Los marineros, inspirados por las palabras de su capitana, comenzaron a reír y gritar, sacudiendo la nieve de sus ropas:
  • ¡Por la vibora rojaaaa!
  • ¡Por la capitanaaaa!
  • ¡Nadie nos detendrá, ni el hielo, ni el mar, ni la muerte misma!
Incluso los españoles, tercos y decididos, se unieron al grito, sus voces retumbando contra los glaciares gigantes. El frío cortaba la piel, pero la adrenalina y la emoción los mantenían calientes, el corazón latiendo con fuerza ante la magnitud del desafío.

El viento silbaba entre los icebergs, el crujir del hielo parecía advertirles, y aun así, el Red Viper siguió su camino, diminuto e insignificante, cruzando la inmensidad blanca, decidida a adentrarse donde ningún hombre antes había navegado. No había descanso para nadie. Avanzaban lentamente, cortando la blancura infinita del Ártico, mientras la tripulación trabajaba sin cesar. Bhagirath, junto a Vihaan y dos jóvenes marineros, subían raciones de comida a cubierta. Los hombres comían con rapidez, alimentando sus cuerpos mientras seguían izando velas y asegurando los cabos, sin permitir que el frío los debilitara.

Al lado de Grace, Macfarlane observaba cada maniobra con ojo crítico, susurrándole consejos:
  • Con delicadeza, capitana, cada viraje debe ser preciso… el hielo no perdona torpezas.
Yrsa, empapada y agotada por sumergirse en el helado mar, aún sujetaba las planchas de metal sobre sus hombros. Bhagirath se acercó a ella con cuidado, llevándole un cuenco con sopa caliente:

  • Descansa un poco, Yrsa - dijo, acariciándole la piel - Debes comer algo y coger calor. Estás fría como el hielo.
  • No parar, ahora trabajar - respondió la vikinga, apenas mirándolo, con esa determinación férrea que la caracterizaba - Glafúr!
El oso polar, empapado, acudió al llamado como un perro adiestrado, corriendo al trote a su lado. Yrsa, en voz baja pero firme, le ordenó en nórdico antiguo:
  • Tak viga, sterk og rask!
El gigante blanco mordió una viga de metal enorme con cuidado y la sostuvo mientras Yrsa se preparaba para sumergirse de nuevo, evaluando la corriente helada. Cuando estuvo lista, con un último gesto de complicidad, el oso la dejó ir y volvió a lanzarse al mar sin dudarlo.
  • No preocupar - sonrió Yrsa a Bhagirath, aun con agua goteando de su cabello - Agua para mí ser como baño caliente para ti. Piel acostumbrada.
Bhagirath sonrió, pero su mirada no ocultaba la preocupación. Aunque la fuerza de la vikinga y su coraje eran admirables, el riesgo constante que enfrentaban en ese mundo blanco y despiadado no lo dejaba tranquilo. Sus ojos seguían cada movimiento suyo, evaluando cada ola, cada corriente, cada trozo de hielo que podía convertirse en una amenaza mortal.

Yrsa se sumergió en las aguas gélidas, sus músculos tensos bajo la presión del frío, cada brazada calculada con precisión. Con el martillo en mano, golpeaba las planchas de hierro sujetas a la proa del Red Viper, doblándolas y fijándolas en su lugar, con cada impacto resonando bajo el agua como un tambor de guerra. Su respiración controlada, sus movimientos casi sobrehumanos. A su lado, Glafúr nadaba con elegante vigilancia, manteniéndose a poca distancia, atento a cualquier sombra o criatura que pudiera amenazarla.

Lo que la nórdica estaba construyendo no era simplemente un refuerzo del casco. Bajo el agua, parecía forjar una especie de cuchilla gigante, un filo colosal capaz de cortar el hielo en dos como si fuera una fruta madura. Cada golpe de martillo, cada giro de plancha, acercaba la pieza a la forma deseada. La sangre de la vikinga hervía con el frío y el esfuerzo, pero su determinación era más fuerte que cualquier temperatura, más implacable que las olas heladas que chocaban contra el casco.

El día avanzaba con una rapidez inquietante, como si el sol, tímido y lejano, no pudiera imponer su ritmo sobre aquel mundo desconocido. La luz se desplazaba con lentitud, proyectando sombras alargadas sobre el hielo, transformando la inmensidad en un lugar aún más inhóspito y solitario.
  • Empieza a anochecer - dijo Macfarlane, su voz grave cortando el viento - Deberíamos parar. Si con el sol la travesía ya es peligrosa, no quiero ni imaginar los riesgos que nos aguardan cuando la luna se apodere del firmamento y naveguemos casi a ciegas.
  • Tienes razón, contramaestre - contestó Grace, con voz firme y decidida - ¡Hombres!
Su grito retumbó sobre la cubierta, un llamado que mezclaba autoridad y urgencia.
  • ¡Amarren los cabos! - ordenó - ¡Pongan las velas a media carga! ¡Frenad el timón y estabilizad el barco! ¡Que nadie se mueva sin indicación!
La tripulación reaccionó de inmediato, las manos curtidas y ágiles trabajando al unísono, asegurando el Red Viper mientras Yrsa, aún bajo el agua, golpeaba el hierro con el mismo rigor, ajena al tiempo que se extinguía en aquel mundo blanco y silencioso. Glafúr vigilaba con paciencia, inmóvil como un centinela, mientras el sol se desvanecía lentamente en el horizonte, dejando que la noche y sus peligros comenzaran a envolverlos.

El Red Viper dejó caer el ancla con un estruendo metálico que retumbó sobre el hielo y el agua helada. La tripulación, exhausta, se permitió por fin un respiro. Yrsa, aunque a regañadientes, fue obligada a dejar el martillo y acercarse a las hogueras improvisadas sobre la cubierta, rodeada por los marineros que respiraban el calor que las llamas desprendían. Nadie bajó a sus camarotes; nadie abandonó la cubierta. El peligro de distraerse, de perder la concentración en aquel mundo blanco y helado, era demasiado grande.

Alrededor del calor de la forja y las hogueras, los hombres y mujeres descansaban, comiendo y bebiendo. Bhagirath trabajaba sin cesar, sirviendo caldos humeantes, pan recién horneado, queso curado y algún aguardiente que calentaba la garganta y el alma. Poco a poco, la noche cubrió el mundo en oscuridad y misterio, y el Red Viper parecía la única luz en medio de la nada, un diminuto suspiro de esperanza en un mundo devastador e indomable.

Grace, sentada sobre una caja, miraba a su tripulación y sonrió. La conversación comenzó a fluir entre ellos, ligera pero curiosa, como una manera de romper la tensión que aún se palpaba en el aire helado.

- ¿Cómo has dicho que se llamaba? - preguntó Macfarlane, devorando un trozo de pan caliente mientras observaba a Grace - ¿Ese dios del que hablaba el saco de huesos?
  • Kamara - intervino Bhagirath, inclinando la cabeza mientras servía un poco de caldo a los marineros - Dios mono… travieso y juguetón, con reglas que los humanos rara vez entienden.
  • Ah! Dioses siempre tener sentido de humor… como Loki - intervino Yrsa, dejando escapar un pequeño sorbo de licor, sus manos aún manchadas de hierro - En mi tierra, dioses eseñar a pelear, a respetar frío y nunca rendir. Thor, Odín… guerreros como nosotros, poder morir como hombres, pero ser poderosos.
  • Interesante - dijo Yara, apoyándose junto a Mordisquitos, que descansaba envuelto entre mantas - Mi gente venera a los orishas. Elegguá abre caminos, Oshún da amor y protección, Shango nos da la fuerza de la tormenta. - Se inclinó hacia el gigante de ébano, que respondió con un gesto silencioso, y Yara tradujo sus gestos a palabras - Él dice que todos los espíritus habitan en las cosas sencillas, el rio, el árbol, los… que significa eso? No te entiendo…
Vihaan se inclinó sobre su cuenco de arroz y especias, moviendo la cabeza pensativo.
  • En mi tradición hindú, los dioses son infinitos, no como los nórdicos. Vishnú preserva, Shiva destruye, y Brahmá crea. Todo es un ciclo, y nuestras vidas… tan solo pequeñas sombras sobre la eternidad. - Miró a Bishnu con complicidad—. ¿Y tú, maestro?
  • Buddha… - respondió el viejo sabio, con sus ojos centelleando, su voz una mezcla de metáforas y enigmas - Anda sin detenerse, fin y comienzo son horizonte y mar. Nada muere pues nada existe. Solo pequeños ecos en la eternidad.
  • Rodrigo! - Grace rio, mirando a los demás, disfrutando de la diversidad de creencias - acercame el ron, por favor. Será necesario si queremos averiguar que dice el anciano.
  • Nosotros los cristianos - contestó Rodrigo acercandole la botella - Nosotros seguimos al Dios del cielo, algunos protestantes, otros católicos. Creo que aún bajo el mismo nombre, cada uno ve el mundo de forma distinta. - Se inclinó hacia Vihaan, sonriendo - Me pregunto si todos estos dioses estarán observándonos, riéndose de nuestra osadía.
  • Seguramente - contestó Macfarlane, con un gesto burlesco - Y no me extrañaría que algunos de los tuyos, nórdica, nos envíen un par de truenos si nos portamos mal.
  • Oh! Confiar en que ellos ver ahora. Nuestro valor - replicó Yrsa, divertida - No solo fuerza, sino locura también…
  • Ya os lo dije! - rió la capitana - Todo el que navegue conmigo debe estar preparado para desafiar a la muerte y reírle a la cara.
  • ¡Ja! - gruñó Mordisquitos, y Yara tradujo suavemente sus gestos. - Él dice que el valor no necesita palabras, solo actos y que tú has demostrado desde el principio llevar el rugido del león en tu interior.
La tripulación sonrió y levantó sus cuencos, brindando por los dioses que los guiaban y por la suerte que aún les sonreía en medio de aquella inmensidad helada. La noche se volvió aún más densa, pero la risa y las conversaciones los mantenían cálidos, unidos y vivos, aunque fuera solo por un instante, en el corazón del Ártico.

Las risas de la tripulación resonaban entre las hogueras, el vapor de los cuencos elevándose en columnas breves que desaparecían en la negrura del Ártico. El calor de la comida y del aguardiente había suavizado las tensiones, y hasta Yrsa sonreía con la boca llena de pan. Pero de repente, un silencio extraño cayó sobre ellos.

Justo cuando alguien reparó en la figura sentada entre las sombras del círculo, el corazón de todos dio un vuelco. Allí estaba, como si hubiera estado desde el principio, sin que nadie la viera entrar. Akume Shinrei. El resplandor de la hoguera iluminó por fin su rostro. No llevaba ya sus ropas shinobi ni el disfraz de geisha con el que ocultaba su verdadera naturaleza. Era bajita, delgada, de porte delicado, pero su musculatura fibrada hablaba de una fuerza ágil y entrenada. Su piel clara parecía aún más pálida bajo la luz anaranjada, y sus rasgos, finos y perfectos, le conferían una belleza casi angelical. Pero tras sus ojos oscuros ardía un fuego perpetuo, un infierno oculto que nadie podría apagar.

Su voz surgió entonces, como un susurro helado, sin calor ni emoción, pero lo bastante clara para que todos la escucharan:
  • Mis dioses no ríen ni protegen. Los kami… - pronunció la palabra con reverencia gélida - …son espíritus que lo habitan todo. El agua que nos congela, el viento que corta como cuchillas, el fuego que os calienta. Algunos son benévolos, otros crueles. No se les suplica. No se les reza. Se les teme.
La tripulación dio un respingo. Macfarlane, el primero en reaccionar, apretó los dientes y desenfundó a Bess e Isobel, apuntándole con furia contenida.
  • ¿Quién demonios eres? - gruñó, tenso como una cuerda lista para romperse - ¿De dónde has salido, fantasma?
Los demás marineros se pusieron en guardia, algunos alzando cuchillos, otros retrocediendo con instinto. La tensión se cortaba como acero.
Grace, sin apartar la vista de la mujer, puso una mano firme sobre el hombro del contramaestre.
  • Amigos… - dijo con una calma fingida, esbozando una media sonrisa que contrastaba con el frío en sus ojos - Os presento a Akuma Shinrei. La muerte silenciosa.
El nombre cayó como una piedra en medio del círculo. Nadie habló al instante. Solo las llamas chisporrotearon, lamiendo el aire helado. Akuma inclinó apenas la cabeza. Su rostro no expresaba ni alegría ni hostilidad. Ni siquiera respeto. Era un rostro vacío, como si las emociones le hubieran sido arrebatadas mucho tiempo atrás.
  • Es un placer - pronunció, con un tono neutro, sin calidez ni burla. Como si esas palabras fueran solo una máscara, un gesto aprendido.
Los marineros la observaban en silencio. Algunos con miedo, otros con curiosidad, y más de uno con el instinto de no apartar la mirada de una criatura que parecía no pertenecer del todo al mundo de los vivos. La tensión era espesa como humo. Nadie parecía atreverse a respirar demasiado fuerte, todos clavaban los ojos en aquella aparición inesperada que parecía hecha de sombras. Hasta que una risa cálida, luminosa como un rayo de sol en medio del hielo, rompió el aire helado.
  • Bienvenida al Red Viper, hermana - dijo Yara, con su sonrisa caribeña, amplia, franca, imposible de marchitar incluso en aquel desierto blanco - No sé quién eres, pero sí sé de lo que eres capaz. Tu obra ya la conozco. Y yo agradezco a mis santos que hayas decidido luchar de nuestro lado.
La tripulación la miró, sorprendida por aquella naturalidad. Y poco a poco, como obedeciendo a la calidez de esa risa, volvieron a sentarse en torno al fuego. Nadie bajó la guardia, eso sí: todas las miradas se mantenían atentas a la japonesa, como si su mera presencia anunciara peligro y muerte.

Grace, que hasta entonces había guardado silencio observándola, inclinó la cabeza y habló:
  • ¿Por qué ahora? - preguntó con firmeza, aunque sin hostilidad - ¿Por qué has decidido mostrarnos tu rostro?
Akuma permanecía medio oculta entre sombras, sentada pero siempre lista, como un animal que no se deja atrapar, los ojos fijos en todos y en nadie al mismo tiempo. Su voz emergió grave, hueca, carente de alma:
  • La primera vez que os vi… fue en los baños de la ciudad flotante. - Hizo una breve pausa, como si reviviera aquella escena en su mente - Escuché vuestras palabras. Hablabais de libertad. De romper cadenas. De algo más grande que vosotros mismos. Entonces decidí ayudaros. Pero debía ganarme un lugar en silencio, hasta estar segura de que cumpliríais vuestras promesas. A cambio, pedí formar parte de vuestra tripulación.
Vihaan, que la estudiaba con ojos agudos, ladeó la cabeza. Su tono fue sereno, pero su curiosidad punzaba como un cuchillo afilado:
  • Si eso deseabas, ¿por qué permanecer en las sombras durante tanto tiempo? ¿Qué te impedía mostrarnos el rostro antes?
Akume giró apenas la cabeza hacia él. Su expresión era un vacío sin fondo, ni rastro de emoción, ni siquiera un destello humano.
  • Porque primero debía estar segura de que erais de fiar. - Sus palabras eran tan firmes como el hielo que los rodeaba - Un barco… aunque esté lleno de sombras… siempre es demasiado pequeño para ocultarse durante mucho tiempo.
Un murmullo recorrió a los hombres, y Macfarlane, que no apartaba la mano de la empuñadura de Isobel, frunció el ceño con desprecio.
  • ¿Y cómo demonios vamos a fiarnos de ti? - escupió - Una sombra que se esconde entre nuestras velas, un fantasma que aparece cuando le da la gana… Eso nunca augura nada bueno.
El aire se tensó de nuevo. Algunos marineros asintieron, recelosos, con el miedo vibrando en los músculos. Pero antes de que las palabras del contramaestre prendieran fuego a la desconfianza, Grace se levantó.
  • Basta. - Su voz, clara y poderosa, acalló a todos - Escuchadme. Akuma Shinrei no es solo una sombra. Es el filo de una daga que el destino le clavó en la carne. Su vida ha sido una historia de venganza… un camino teñido de sangre que ella no eligió, pero que recorrió hasta el final.
Se volvió hacia Macfarlane y los demás, sus ojos ardiendo con la convicción de una capitana que sabe lo que dice.
  • Si hoy está aquí, no es por necesidad. Es por elección. Nadie más que un alma marcada por la oscuridad comprende lo que significa aferrarse a la libertad. Y ese es nuestro camino.
Las palabras flotaron entre las llamas y el hielo. Akuma no reaccionó, ni un gesto, ni un parpadeo. Pero por primera vez, sus ojos se suavizaron apenas, como si en su interior aquellas palabras hubieran sido contadas con demasiada precisión. El fuego crepitaba en medio de la noche helada, cada chispa se elevaba como si desafiara al frío infinito. Fue Rodrigo Cortés quien rompió el silencio esta vez. El español dio un trago largo a su botella de ron, se limpió la boca con el dorso de la mano y habló con voz ronca:
  • Tu nombre ya lo había escuchado antes… - murmuró, mirando a Akuma con sus ojos cansados - En la oscuridad de mi celda, cuando los guardias creían que dormía, hablaban en susurros. “La Muerte Silenciosa”, decían… Yo siempre pensé que eran cuentos, historias de terror para asustar a los hombres. - Sonrió con cierta melancolía, tendiéndole la botella - Si eres capaz de hacer tan solo la mitad de lo que aquellos desgraciados contaban… Pues bienvenida al barco, fantasma.
Akuma apenas movió la cabeza. Con un gesto mínimo de la mano rechazó la botella.
  • Jamás bebo. El alcohol enturbia la mente y roba agilidad al cuerpo. - Su tono era cortante, sin emoción.
  • ¡Bah! - rió Yara, arrebatándole la botella a Cortés. Dio varios tragos seguidos, limpiándose los labios con una carcajada - Entonces dime, sombra… ¿qué clase de magia usaste en aquel muelle? ¿Quién te ayudó a acabar con tantos hombres?
Los ojos de Akuma se clavaron en ella, oscuros como una noche sin luna.

  • Mi único compañero es el entrenamiento. - Su voz no tembló, seca como una sentencia - Y mi única magia… la oscuridad que me protege.
Macfarlane no pudo contenerse. Una carcajada profunda, ruidosa, explotó en su garganta.
  • ¡Ja, ja, ja! ¡No me jodas! ¿Quieres que me crea que una mujer tan delgada y tan bonita acabó con un ejército de hombres ella sola? ¡Imposible!
Las risas del escocés murieron de golpe. Nadie entendió qué había pasado. Ni siquiera el preciso ojo único de Halcón lo había percibido. En un parpadeo, Akuma estaba detrás de Macfarlane, un cuchillo frío apoyado en su garganta, sus ojos rasgados brillando como brasas en la oscuridad.

El contramaestre, instintivamente, buscó a Bess e Isobel en su cinto. Pero no estaban.

  • ¿Buscas esto? - susurró la voz fantasmal de la japonesa, arrojando las dagas al suelo, cerca de la hoguera - demasiado lento escocés.
  • Estás loca ojos rasgados! - murmuró él.
  • Loca? No. Soy lo suficientemente inteligente como pada ocultar una daga bajo mi vestido.
Macfarlane tragó saliva. Nadie respiraba. Nadie se atrevía a moverse. Y, de pronto, allí estaba otra vez: sentada donde había estado desde el principio, cerca del fuego, como si nada hubiese ocurrido. Un silencio reverencial se apoderó del grupo. Nadie se atrevía a hablar, pero todos en su interior dieron las gracias a sus dioses, cada uno a los suyos, porque aquella criatura de sombras había decidido luchar junto a ellos… y no en su contra. El silencio pesaba sobre todos, roto apenas por el chisporroteo del fuego y el crujir del hielo en la distancia. Grace no apartaba la vista de la japonesa. Por primera vez en mucho tiempo, incluso ella, la mujer que había desafiado a medio mundo, sentía un nudo en el estómago.
Se levantó despacio, apoyando una mano en la caja donde se sentaba como si así se diera fuerza. Su voz, cuando habló, sonó firme pero sosegada, con esa mezcla de calma y pasión que la definía.
  • Mientras yo sea capitana del Red Viper, ningún hombre ni ninguna mujer que ansíe la libertad será rechazado - dijo, mirando a cada uno de sus tripulantes, y por último a la japonesa - Aquí no importa el pasado, ni la sangre, ni la sombra en la que cada uno viva. Importa lo que buscamos juntos: romper cadenas, reírnos de los poderosos y desafiar al destino.
Hizo una pausa. El fuego se reflejaba en sus ojos, y por un momento se notaba que hablaba también para sí misma.
  • Así que, Akuma Shinrei… si de verdad quieres navegar con nosotros, si tu filo está al servicio de este barco, eres una de los nuestros. - Sonrió, pero su sonrisa, por más valiente que intentara ser, no pudo ocultar del todo la sombra de miedo que sentía hacia aquella mujer que parecía más espectro que carne.
Shinrei inclinó apenas la cabeza. Sus labios se movieron con un susurro de gratitud:
  • Gracias, capitana. Siento que el destino ha unido nuestros caminos. La seguiré hasta que cumpla mi venganza - Sus ojos se desviaron hacia el escocés - Y… disculpa, viejo. No quería asustarte. O quizás sí…
El contramaestre, todavía con el rubor del susto y la borrachera marcándole el rostro, la miró entrecerrando los ojos y soltó una carcajada ronca.
  • ¡Ja! ¡Creo que me acabo de enamorar, fantasma!
Las carcajadas estallaron entre la tripulación, liberando la tensión como si de pronto todos recordaran que aún eran humanos, que aún podían reír incluso en aquel desierto de hielo. Esta vez no hubieron canciones ni fiestas, pero sí un extraño consuelo. La música suave de un shamisen se alzó entre las llamas: Akuma tocaba con calma, su silueta envuelta en sombras, como si la propia oscuridad respirara a través de sus notas. Era una melodía serena, casi nostálgica, y acompañó a aquellas almas inquietas hasta que el sueño, aunque ligero, fue venciendo la vigilia.

El Red Viper, pequeño y solitario en medio de la nada, brillaba como un farol de esperanza en un mundo que quería tragárselos enteros.

Continuará…
 

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