Un viaje inesperado

Tras las vacaciones desconectado, me toco terminar el proyecto siren y comenzar este.
Ron_Artest, felicidades!!!!!!
Este nuevo relato promete mucho, me esta encantando, aventuras por todos lados y sexo sutil, espero el siguiente capitulo con ansiedad.
Un saludo.
 
Tras las vacaciones desconectado, me toco terminar el proyecto siren y comenzar este.
Ron_Artest, felicidades!!!!!!
Este nuevo relato promete mucho, me esta encantando, aventuras por todos lados y sexo sutil, espero el siguiente capitulo con ansiedad.
Un saludo.
Gracias por las palabras. La verdad que siempre me ha gustado mucho el tema de la pirateria y los misterios del mar. Espero seguir inspirado y traeros nuevas aventuras muy pronto! Un abrazo enorme.
 
Capítulo 10 - Peligro en la oscuridad: Krûlthorak, el corazón de la montaña

Fssshh… fssshh… crk… crk…
¡Vamos, maldita sea!
Fssshh… fssshh…crk… crk…
¡Enciéndete ya!
Fssshh… Fssshh…
Déjame a mí, anda!
Fssshh… Fsshh… crk…
Crk… fshhh… ¡pof!
  • ¡Ya está! - exclamó por fin con alivio, levantando la antorcha prendida - ¡Por fin!
La luz danzante iluminó la bóveda colosal de la gruta. Las sombras se estiraban como gigantes adormecidos, y el eco multiplicaba cada palabra.
  • ¡Madre mía! - dijo Yara, boquiabierta, con los ojos fijos en lo alto - No puedo creer que manos humanas hayan conseguido cavar algo tan… tan…
  • Grande… - murmuró Grace, abrumada, el cuello arqueado hacia atrás.
Vihaan sonrió con un aire satisfecho, orgulloso de poder ver algo en la oscuridad.
  • No tiene por qué ser precisamente obra del hombre - explicó, mientras acercaba la llama de su antorcha a la de Yara para prenderla - A veces la propia erosión del viento crea estos pasillos en la roca… es el trabajo incansable de la naturaleza, siglos tras siglos…
  • ¡Ya! - saltó Yara con ironía, alzando su antorcha hacia lo alto y señalando el relieve - Y esa naturaleza tuya, ¿acaso también sabe esculpir símbolos en la piedra?
Vihaan levantó la vista y su rostro se congeló un instante.
  • No puede ser… - susurró, fascinado - ¿Qué querrán decir esas marcas?
  • Creo que se llaman runas - intervino Grace, con un deje de respeto - Según he escuchado, es como el alfabeto antiguo de los nórdicos.
  • Sí, yo también lo oí alguna vez - asintió Yara con los ojos brillantes de reverencia - Pero la verdadera pregunta es: ¿qué dicen?
Los tres se giraron al escuchar la voz cascada del sabio Vishnu, que se acercaba apoyado en su bastón. Sus palabras resonaron graves, como si la propia gruta las hubiera estado esperando.
  • Antiguas lenguas callan - murmuró - mientras otras despiertan. Lo que no debe alzarse, evitan. Las rocas duermen… pero vigilan.
Un escalofrío recorrió a las dos mujeres.
  • No sé por qué no puedes hablar como el resto del mundo, viejo - refunfuñó Grace, frotándose los brazos entumecidos por el frio - Es un quebradero de cabe… ¡Cuidado!
Agarró a Yara justo a tiempo, evitando que resbalara en una losa húmeda.
  • ¡Vigilad donde pisáis! - rió Vihaan, divertido - El suelo está resbaladizo.
  • ¿Ah, sí? ¡No me digas! - se quejó Yara, sacudiéndose la nieve de las botas - No me había dado cuenta…
Grace empezó a reir sin poder controlarse.
  • Que asco Grace… lo que daría por estar ahora mismo en una playa de mi tierra. Calida y bajo los rayos del sol…
La luz de las antorchas titilaba sobre las runas, que parecían palpitar suavemente como si la piedra respirara con ellos. El aire estaba cargado, denso, casi eléctrico, y cada paso hacia el interior se sentía como una osadía que alguien - o algo - estaba observando desde las sombras
  • ¿Conociste algún nórdico en tus viajes, Grace? - preguntó Vihaan mientras la luz de las antorchas temblaba en los muros de piedra, acompañando sus pasos hacia lo profundo de la montaña.
  • No - contestó ella, con un gesto distraído - Solo escuché historias… en las tabernas, ya sabes.
  • En realidad - rió Yara, echándole un brazo por los hombros - esta es la primera vez que hacemos un viaje de verdad, ¿eh, amiga?
  • ¿Cómo dices? - Vihaan se detuvo en seco y las miró incrédulo - ¿Nunca antes habías navegado? ¿En serio?
  • Bueno… técnicamente no - admitió Grace, adelantándolo con una sonrisa traviesa - Esta es mi primera vez.
  • No, no, no, no… - rió Vihaan, acelerando el paso para alcanzarla - ¡Me estáis tomando el pelo! He visto cómo te manejas en alta mar, Grace. Y no soy un experto, pero está claro que ya habías navegado antes.
  • Sí, lo hice - concedió ella, bajando la mirada un instante - Pero no salí mucho más allá de las costas de Inglaterra.
Un silencio breve, cargado, cayó entre ellos. Grace había recordado aquel nombre que aún le dolía en el pecho.
  • Diego… - susurró, como si hablara para sí misma - Diego me enseñó todo lo que sé.
Vihaan la observó con interés, casi con ternura.
  • Diego… mmm… suena español, ¿verdad?
  • Sí, eso decía… - respondió ella con un deje de nostalgia.
El astrónomo arqueó una ceja, la curiosidad brillando en su rostro.
  • ¿Quién era? ¿Un amigo? ¿Un maestro? ¿Tu padre, quizá? - hizo una pausa, inclinándose hacia ella con una sonrisa inquisitiva - ¿Un amante, tal vez?
Grace se detuvo y lo miró a los ojos, con media sonrisa y un brillo ambiguo en la mirada.
  • Todo eso, supongo… - murmuró con un aire casi melancólico - Excepto lo de amante. No llegamos a tanto.
El eco de sus palabras quedó flotando en la gruta, como si la propia piedra las hubiera escuchado.
  • ¡Vale! ¿Y ahora hacia dónde? - preguntó Yara, deteniéndose frente a una bifurcación que se abría en dos túneles idénticos, oscuros y húmedos.
  • No tengo ni idea, amiga - contestó Grace con un gesto de frustración - Normalmente en los cuentos uno de los caminos parece mejor que el otro, pero esta vez…
  • Los dos son igual de siniestros - terminó la cubana, cruzándose de brazos.
  • Vishnu… ¿alguna idea, viejo enigmático? - preguntó Vihaan, acercándole la antorcha al rostro.
El anciano alzó la cabeza lentamente. Su huesudo rostro emergió de la capucha, iluminado por la luz temblorosa de las llamas. La sombra de una sonrisa se dibujó en sus labios, y cuando habló, su voz retumbó con un eco extraño, como si no solo saliera de su garganta, sino también de la propia roca.
  • Los caminos se disfrazan de elecciones… pero no lo son. Pasado y futuro laten en este instante, entrelazados como un mismo hilo. Lo que habéis de andar fue ya trazado por manos invisibles… forjadores antiguos que decidieron el rumbo. Este u oeste… norte o sur… no existen en realidad. Solo el ahora… y lo que os espera en él.
Un silencio incómodo cayó sobre el grupo. El fuego crujió en la antorcha de Vihaan.
  • Bueno… - murmuró Yara con un escalofrío - me quedo más tranquila, sí… clarísimo todo... estúpido viejo de los demonios…
  • ¿Qué hacemos? - preguntó Grace, con el ceño fruncido.
  • … - el silencio pesó sobre todos, solo interrumpido por el chisporroteo de las antorchas.
  • ¡Vihaan! ¿Me oyes? ¿Qué camino hay que tomar?
El joven se quedó mirando fijamente el suelo húmedo, como si tratara de escuchar algo más allá de lo audible.
  • Creo que lo entiendo…
  • ¿A quién? ¿Al viejo? ¡Venga ya! - bufó Grace incrédula.
  • Que sí, Grace - replicó Vihaan, con una chispa de emoción en la voz - Creo que tiene sentido lo que dice.
Se pasó una mano por la frente, repitiendo en voz baja las palabras del sabio:
  • “Los caminos se disfrazan de elecciones… pasado y futuro laten en este instante… lo que habéis de andar fue ya trazado…”
De repente, se agachó y dejó caer su antorcha en el suelo, observando cómo la llama oscilaba con una corriente invisible.
  • El viento… - susurró.
Se levantó y caminó unos pasos hacia el túnel de la izquierda, repitiendo con voz más clara, casi exaltada:
  • “Este u oeste… norte o sur… no existen. Solo el ahora.”
Cerró los ojos y alzó la cabeza. Un murmullo sutil, apenas un suspiro, le acarició el oído desde el túnel derecho. Se volvió hacia los demás, la mirada iluminada por la certeza.
  • Ya lo entiendo. No se trata de elegir con los ojos… sino de escuchar lo que está vivo ahora mismo. El aire corre por este pasillo - señaló el de la derecha - Si seguimos el viento, nos llevará a nuestro destino.
Grace lo miró de reojo, todavía escéptica.
  • ¿Y si el viento nos lleva directos a una trampa?
  • Entonces, al menos sabremos que es la trampa que nos corresponde - sonrió Vihaan, devolviéndole las mismas palabras de Vishnu, enigmáticas y firmes.
El sabio rió suavemente bajo la capucha, como si aquello confirmara su propia enseñanza.
  • Oye, Vihaan - dijo Yara, caminando a su lado, el paso corto y la antorcha al frente.
  • Dime.
  • Grace me dijo que estuviste casado, ¿verdad?
  • ¡Calla… joder! - susurró Grace, lanzándole una mirada afilada por encima del hombro.
  • Sí - admitió Vihaan tras un silencio, con la voz rebotando en la piedra - En realidad… lo sigo estando.
  • ¿Y cómo es tu mujer? ¿Cómo se llama?
  • Nalini… Se llama Nalini. Significa “flor de loto” - explicó Vihaan con una expresión que evocaba nostálgia - Pura, hermosa, serena… incluso en medio de la adversidad
Yara arqueó una ceja, divertida.
  • ¿Más hermosa que Grace?
  • ¡Oh, venga ya! ¿Quieres hacer el favor de callarte? - saltó la capitana, el color subiendo en sus mejillas.
Vihaan sonrió y clavó los ojos en Grace.
  • No. Ninguna mujer en este mundo puede ser más hermosa que Grace.
  • ¡Dios! Callaos los dos si no queréis que me dé media vuelta - refunfuñó ella, todavía sonrojada.
  • ¿La echas de menos? - insistió Yara, más suave.
  • ¿A quién? ¿A Nalini?
  • Sí. A tu mujer.
Vihaan respiró hondo, mirando las sombras que danzaban en la bóveda.
  • La verdad, Yara, no pienso mucho en ella. Si te soy sincero, creo que esta es la primera vez que la recuerdo desde que marché de Calcuta.
  • ¿No la amas?
  • Menudo interrogatorio, Yara… - refunfuñó Grace - Descansa un poco, haz el favor…
  • Tranquila, Grace, no me importa - dijo Vihaan, sin dureza - Y no… no la amo. Del mismo modo que ella no me ama a mí.
  • Eso es muy triste… - murmuró la cubana, mirando la llama - Vivir sin amor es como llevar fuego en una lámpara apagada: tienes la forma, pero nunca la luz.
Detrás, el sabio sonrió bajo la capucha.
  • ¿Y tú de qué te ríes, si se puede saber, saco de huesos? - le espetó Yara, volviéndose.
  • Quien prende la llama actúa igual - musitó Vishnu, en esa cadencia vieja - Las palabras son ecos en bocas alejadas por el paso del tiempo.
El silencio volvió a ocupar el pasadizo, roto solo por el chisporroteo de las antorchas y el latido del viento en lo profundo.
  • Pobre la mujer que se enamore de este saco de huesos - rió Yara - No hay quien entienda lo que dice…
Siguieron avanzando hasta que perdieron la noción del tiempo. La gruta parecía descender hacia el infinito, envuelta en una oscuridad que lo devoraba todo, como si la montaña estuviera hueca por dentro y ellos no fueran más que diminutas sombras perdidas en sus entrañas.

Las conversaciones, que al principio servían de refugio, se fueron apagando poco a poco. Las palabras se extinguieron como las brasas de un fuego, dejando paso al silencio más sepulcral. Hacía ya mucho que no veían runas talladas ni señales de manos humanas; nada que indicara que alguien hubiera caminado por allí antes.

La oscuridad era omnipresente, sofocante, y daba la sensación de que cuanto más avanzaban más los engullía Isvard, tragándolos como un gigante hambriento. Los intrépidos exploradores se fueron juntando cada vez más, no por el frío ni por la luz de las antorchas, sino por el miedo.
De repente, un soplo gélido recorrió la gruta, una bocanada de viento que hizo bailar las llamas y erizó la piel de todos. Pero no fue el viento lo que les heló la sangre, sino el rugido que lo acompañó: grave, profundo, como el eco de algo antiguo despertando en lo hondo.
  • ¿Qué demonios ha sido ese ruido? - susurró Grace, con el corazón golpeándole en el pecho, temiendo que incluso su voz pudiera despertar a alguien… o a algo.
  • Es el viento solamente… tranquila - respondió Vihaan, aunque su tono delataba lo contrario - No pasa nada.
  • ¿Y si no pasa nada, por qué susurras también?
  • No lo sé… por si acaso, supongo…
  • ¿Por si acaso qué?
Ambos tropezaron de repente con Yara, que se había quedado paralizada en mitad del túnel oscuro, los ojos fijos en la lejanía.
  • Mirad… - murmuró, alzando la antorcha con la mano temblorosa - El Sun…
  • Dra… - continuó Grace, con un hilo de voz cargado de incredulidad.
  • ¡Kalash! - exclamó Vihaan, con el rostro iluminado por una mezcla de emoción y temor reverente.
La palabra reverberó en la gruta como si tuviera vida propia, como si aquel nombre hubiera estado aguardando siglos a ser pronunciado otra vez.
El enorme pasadizo se abría ante ellos, dando lugar a una enorme esplanada que parecía no tener fin. Sus paredes se elevaban como si fueran los muros de una catedral, cinceladas por el viento y el agua… o tal vez por las manos de temibles gigantes. Un pequeño rayo de luz descendía desde el techo, que no se alcanzaba a ver, iluminando tenuemente la majestuosa cueva. Todo parecía el vientre de la inmensa montaña. Justo bajo ese haz de luz, un cofre pequeño brillaba con un resplandor ardiente, como si contuviera un fragmento del mismo sol.
  • ¡Lo conseguimos! - gritó Vihaan - ¡Lo conseguimoooos! - y salió corriendo hacia el cofre.
Corría, y corría, atravesando lo que parecían ser las gigantescas entrañas de la montaña, acercándose cada vez más a su sueño, a su obsesión, a aquello que había ansiado durante tanto tiempo.
  • ¡Vihaaaaaaan! ¡Cuidadooooo! - gritó Grace desde atrás.
Él se giró sin poder borrar la sonrisa de su rostro, viendo a Grace y Yara correr hacia él, con el rostro lleno de preocupación y las manos señalando hacia arriba. Incluso Vishnu avanzaba a paso firme, pero sin la sonrisa que siempre parecía acompañarle.
Vihaan levantó la vista hacia el techo de la cueva y la vio: una roca enorme se desprendía, cayendo a toda velocidad. Con un reflejo que parecía salido del instinto, saltó hacia atrás, apenas esquivando el impacto, salvando su vida por centímetros.
  • Estoy… - comenzó a toser entre el polvo que la caída había levantado - ¡Estoy bien! ¡Ha ido de poco, uff!
Pero sus tres compañeros permanecían paralizados, incapaces de hablar. La roca, tras el golpe contra el suelo, no se detuvo: lentamente comenzó a moverse, como si tuviera voluntad propia, y un rugido profundo resonó en la cueva, estremeciendo la piedra y helando la sangre de los cuatro aventureros.

La roca se levantó lentamente del suelo, como si respirara, y un rugido gutural comenzó a resonar entre las paredes de la inmensa cueva. No era un simple estruendo: parecía un lenguaje antiguo, nacido del corazón mismo de la montaña.
  • “Urrrooo… kkrroo. Krk krk… krroouuu… uuuokkrrr…” - retumbó, cada sílaba un estallido metálico que hacía vibrar la tierra bajo sus pies.
Los cuatro se miraron, incapaces de comprender. El sonido parecía querer formar palabras, pero no eran humanas; cada vocal se alargaba como un lamento y cada consonante golpeaba como martillo sobre piedra.
  • ¿Qué… qué fue eso? - susurró Grace, sin poder quitar los ojos de la roca que temblaba frente a ellos.
  • No lo sé… - murmuró Vihaan, con la antorcha temblando en su mano - Son… palabras, ¿pero de quién?
  • No tiene sentido… - dijo Yara, frunciendo el ceño - Es como… si la propia montaña hablara.
La roca volvió a emitir un sonido:
  • “Uuuukkkrrr… kkrrouu kroooorrrk… krruuokk… uuuuurkroorrr…”
Vishnu permaneció en silencio, observando, su rostro apenas iluminado por la luz vacilante de las antorchas. Su sonrisa parecía más un gesto de entendimiento que de alegría: como si supiera algo que los demás aún no podían descifrar.

Los estallidos resonaban en las paredes, el lenguaje gutural de la piedra los envolvía, y un frío instintivo recorrió la espina dorsal de los cuatro exploradores. No era simplemente una roca: la montaña estaba viva, y estaba intentando comunicarse.

Grace y Yara se aferraron a Vihaan, tirando de él hacia atrás mientras sus pies resbalaban sobre el suelo húmedo de la gruta.
  • ¡Vamos, Vihaan! - gritó Yara, obligándolo a retroceder - ¡No te acerques más!

Vihaan luchaba por despegar su mirada de la piedra, hipnotizado por su rugido gutural que todavía resonaba en sus oídos.
Pero Vishnu, con paso firme, se adelantó. Se bajó la capucha dejando ver su rostro, arrugado y solemne, y apoyó el bastón en el suelo. La voz del sabio, profunda y serena, comenzó a modularse en aquel mismo lenguaje gutural, arrastrando las vocales y golpeando las consonantes como la piedra misma.
  • “Urrrooo… krrouuu… uuuuokkrr…” - susurró Vishnu, y la voz de la roca respondió en un eco ensordecedor.
  • “Kroooorrrk. Kruuuk uoooorrr”
La piedra tembló, vibró, y comenzó a crecer. Sus bordes se alargaron, sus fragmentos se unieron hasta formar brazos macizos, piernas de granito y una cabeza rugosa que emergía del centro. Una figura colosal, casi humana, se erguía ante ellos, respirando con un sonido que retumbaba como un pequeño terremoto.
  • Pero… que demonios - susurró Vihaan, paralizado.
  • No… no puede… - murmuró Grace, sin poder quitar los ojos de la transformación.
  • ¡Qué brujería es esta! - gritó Yara, retrocediendo un paso.
La conversación entre Vishnu y el gigante de roca transcurría calmada y serena, como si hablaran una lengua acostumbrada al paso de los siglos, consciente de que la eternidad los aguardaba. Pero de repente, un estallido cambió todo: el gigante golpeó el suelo con un brazo como un martillo y Vishnu saltó hacia atrás, ágil y silencioso, corriendo de vuelta con los demás, su bastón aún firme en la mano.
  • Se llama Krûlthorak - dijo Vishnu, recuperando el aliento mientras observaban al gigante - Y está sumamente enfadado.
  • ¿Por qué? - preguntó Vihaan, con la voz temblando mientras Krûlthorak avanzaba lentamente hacia ellos, cada paso haciendo temblar la tierra.
  • Sus palabras exactas fueron - sonrió Vishnu - “¿Quién osa despertar al hijo de la montaña de su placentero sueño?” - Se giró, mirando al gigante - Al parecer llevaba más de cuatrocientos años dormido.
Vihaan y Grace casi no podían moverse, como si sus cuerpos se hubieran petrificado, fusionándose con la montaña misma. El miedo los mantenía paralizados.
  • ¡Viejo! - exclamó Yara de repente, rompiendo el silencio - ¡Así me gusta, que hables alto y claro!
Con un rápido movimiento, desenfundó sus dos pistolas y las levantó hacia rozar sus amuletos colgados del cuello, avanzando decidida hacia el gigante colosal de piedra.
  • ¡Yaraaa! ¿Dónde vas? - gritó Grace, pero la cubana ya estaba corriendo, murmurando sus oraciones mientras se preparaba para la batalla.
Grace desenfundó su sable y sacó su pistola, lista para unirse a su valiente amiga. Vihaan hizo lo mismo, desenfundando su Flor de Lys y siguiendo su ejemplo.

Vishnu los observó un segundo, evaluando si aquella carga era valentía pura o simple inconsciencia juvenil. Con un suspiro pesado, se quitó la capa que le cubría, agarró el bastón con firmeza y comenzó a seguirlos, cada paso resonando contra la piedra como un aviso de que, juntos, enfrentarían a Krûlthorak.

El gigante levantó un brazo colosal y golpeó el suelo con un estruendo que hizo temblar a todos. El polvo se levantó en nubes que cegaron momentáneamente a Vihaan, Grace y Yara.
  • ¡Cuidado! - gritó Grace, esquivando un pedazo de roca que salió disparado hacia ellos.
Yara disparó sus pistolas, pero las balas rebotaron contra la superficie del gigante como gotas de lluvia sobre granito.
  • ¡Maldita sea! ¡Nada le hace daño! - gritó Vihaan, saltando lateralmente mientras blandía la Flor de Lys.
Krûlthorak golpeó de nuevo, esta vez con los puños, levantando un muro de polvo y escombros que los hizo retroceder varios pasos. Su rugido gutural retumbaba en la cueva como un trueno perpetuo.
  • ¡Dice que no podemos vencerle con juguetes humanos! - gritó Vishnu, entre cada palabra del gigante que retumbaba como piedras chocando contra las paredes de la cueva.
Grace corrió hacia él, sable en mano, tratando de golpear alguna fisura en sus piernas. La hoja apenas arañó la roca, dejando una marca efímera que desapareció al instante.
  • ¡Es inmortal! - gritó Yara mientras rodaba bajo un golpe que partió el suelo donde segundos antes estaba parada.
Vihaan saltó desde un saliente de roca, intentando embestir al gigante con la Flor de Lys, pero el impacto hizo un sonido sordo, y Krûlthorak ni siquiera se inmutó.
  • ¡Maldita sea! - jadeó Vihaan, retrocediendo.
El gigante volvió a rugir y alzó ambos brazos, levantando grandes rocas arrancadas del suelo que lanzó en ráfaga hacia ellos. Grace y Yara rodaron, esquivando los impactos por centímetros, mientras Vishnu se adelantaba, levantando el bastón y murmurando en esa lengua ancestral, intentando distraer al gigante:
  • “Urrrooo… krouuuck… krrk-urk… tuuuor…”
El gigante lo miró, deteniendo por un instante una roca en el aire con un solo brazo, y luego lanzó un golpe horizontal que hizo que los tres jóvenes rodaran por el suelo de la cueva.
  • ¡Es como luchar contra la roca misma! - gritó Grace, levantándose rápidamente - ¡Nada le hace daño!
Yara rodó bajo otro golpe y disparó de nuevo, esta vez intentando distraerlo para ganar tiempo.
  • ¡No podemos rendirnos ahora! - exclamó Vihaan, esquivando otro puñetazo que levantó escombros a su alrededor - ¡Tenemos que mantenernos en movimiento!
Krûlthorak avanzaba lentamente, cada paso haciendo vibrar la gruta entera, mientras rugía y lanzaba escombros que rebotaban por doquier. Vishnu se mantenía atrás, murmurando en su lengua de piedra, mientras los otros tres se coordinaban, saltando, rodando, atacando con desesperación contra un enemigo que parecía invulnerable.
  • ¡Esto es una locura! - gritó Yara, esquivando una roca gigante - ¡Es la montaña viva!
  • ¡Pues que viva lo que quiera, pero nosotros no nos vamos a rendir! - gritó Vihaan, corriendo de nuevo hacia el gigante, tratando de atraer su atención mientras Grace saltaba desde un lateral.
El monstruo de piedra lanzó un rugido ensordecedor y levantó ambos brazos, intentando atrapar a Vihaan y Grace en un temblor de polvo y piedra que los obligó a retroceder al límite de sus fuerzas.

El combate se convirtió en un caos de movimientos rápidos, saltos imposibles y ataques que apenas arañaban la superficie de la roca viviente. Cada impacto parecía más un choque de fuerzas primordiales que una lucha humana. Mientras Krûlthorak levantaba otra roca para lanzarla, Vishnu alzó su bastón y habló con voz firme, volviendo a pronunciar la lengua ancestral:
  • “Uuoor… kruuukrrr…trukooor…ooorrk”
Vihaan, jadeando y cubriéndose del polvo, frunció el ceño:
  • ¿Qué dice ahora? - gritó mientras esquivaba otra roca que salió disparada hacia él.
Vishnu señaló al brazo derecho del gigante, donde se veía una pequeña grieta que se extendía desde el hombro hasta el codo. Apenas perceptible entre la roca gris, parecía un hilo de sombra moviéndose con cada golpe.
  • ¡Ahí! - gritó Grace, entendiendo de repente - ¡Atacad ahí! Esa grieta… parece ser su punto débil.
Yara rodó bajo un golpe y disparó justo hacia la grieta, haciendo que un chispazo de roca saltara sin más efecto que la distracción.
  • ¡Necesitamos más potencia! - jadeó Vihaan - ¡Coordinación!
Vishnu murmuró otra vez en su lengua, cada palabra resonando como eco de montaña:
  • “Kruuuutrrrr… truuuh… kroln…”
  • Capitanaaaa! Me quedo sin munición! Hay que hacer algo y rápidooooo! - gritó Yara deslizandose de rodillas por el suelo, entre una nube de pólvora.
Los otros entendieron que era el momento de atacar juntos. Grace saltó desde un lateral, sable en alto; Vihaan corrió de frente, Flor de Lys lista; Yara se movió como un relámpago, disparando para mantener distraído al gigante mientras Vishnu hacía gestos con su bastón, invocando vibraciones que resonaban en la roca viva.

El primer golpe de Grace dejó una pequeña marca en la grieta, y Krûlthorak rugió, tambaleándose ligeramente. Vihaan siguió con un tajo fuerte en el mismo punto, mientras Yara disparaba sin cesar, buscando que el gigante bajara la defensa en ese brazo.
  • ¡Sí! ¡Ahí, seguimos ahí! - gritó Grace - ¡Concentrad todas vuestras fuerzas!
Krûlthorak golpeó el suelo furioso, levantando polvo, pero la coordinación humana empezaba a surtir efecto. La grieta se ensanchaba, y por un momento, el gigante parecía vacilar, como si la eternidad misma se tambaleara en esa pequeña línea de sombra.
  • ¡Es ahora o nunca! - gritó Grace, mientras los tres atacaban al mismo tiempo - ¡No le dejéis recuperarse!
La roca gigante lanzó un rugido final, tambaleándose mientras cada ataque coordinado abría la grieta como una herida en la montaña misma. Vishnu levantó su bastón, murmurando la última palabra en ese idioma eterno, y un eco retumbó por toda la cueva, haciendo que Krûlthorak retrocediera, balanceándose sobre sus enormes pies.

El triunfo parecía posible, y por primera vez los exploradores sintieron que podían enfrentarse a la fuerza primordial que era el hijo de la montaña. El gigante rugió y levantó una pierna para aplastar a Vihaan, mientras las piedras bajo sus pies vibraban con un estruendo que hacía temblar la cueva. Vihaan rodó a un lado, jadeando, mientras Yara disparaba sin cesar, y Grace daba vueltas con su sable, buscando cualquier abertura.
  • ¡Vishnu! - gritó la capitana, esquivando un golpe que levantó un pedazo de roca del tamaño de un carro - ¡Necesitamos tu viento! ¡Ahora!
El viejo se detuvo un segundo, mirando a los jóvenes con sus ojos llenos de la calma de los siglos, y luego asintió. Alzó la cabeza, dejando ver su rostro surcado por arrugas, y levantó el bastón hacia el techo de la cueva.
  • “Uuuoor… krk krruck… krooorkk…” - murmuró en la lengua ancestral de las piedras.
De repente, un viento brutal comenzó a levantarse en la cueva, girando entre las piedras y azotando a Krûlthorak con fuerza indomable. Cada golpe de los héroes sobre la grieta se veía amplificado por las ráfagas de viento, que se colaban en la herida de la roca y hacían que se abriera aún más.
  • ¡Eso es! - gritó Grace - ¡No dejéis de atacar!
Vihaan corrió y asestó un tajo poderoso en el brazo herido, mientras Yara lanzaba otra ráfaga de balas, y Grace golpeaba la grieta con precisión quirúrgica. Cada impacto resonaba en la roca, amplificado por el viento que Vishnu controlaba, hasta que un rugido ensordecedor escapó del gigante: Krûlthorak se tambaleaba, luchando por mantenerse firme.
  • ¡Está funcionando! - jadeó Vihaan - ¡Todavía más!
Bishnu alzó su bastón aún más arriba, el viento se convirtió en un torbellino, girando alrededor del gigante, azotando piedras sueltas y obligandolo a retroceder mientras su furia se mezclaba con la confusión.
  • ¡Ahora! - ordenó Grace, con voz firme - ¡Concentrad todos los golpes en la grieta!
Los tres atacantes combinaron todos sus movimientos: el sable de Grace, las balas de Yara y la Flor de Lys de Vihaan. El golpe final, potenciado por el viento, hizo que la grieta se ensanchara y un estruendo sacudiera la cueva, haciendo retroceder a Krûlthorak unos pasos más. El gigante de roca rugió, inestable, mientras por primera vez parecía que la eternidad que lo sostenía empezaba a ceder. Vishnu respiró hondo, manteniendo el viento, y los exploradores supieron que aquel momento era su oportunidad para terminar la batalla.

El sabio alzó la palma de su mano y un rugido de viento se desató en la cueva, envolviendo a Krûlthorak y a los héroes. Con un gesto preciso, lo estanpó contra el suelo impulsando a Yara hacia arriba; ella voló por el aire, girando sobre si misma por encima del gigante, y aterrizando con fluidez sobre su hombro de piedra, gritando enfurezida mientras aferraba sus dos pistolas.
  • ¡Ahora! - gritó Grace, mientras Vihaan corría hacia la mano del gigante.
Ambos se aferraron a los enormes dedos de Krûlthorak, tirando con todas sus fuerzas para abrir la grieta que Vishnu había creado con su viento. Yara disparó sin cesar sobre el brazo, y con cada ráfaga, la roca explotaba en mil guijarros que llovían alrededor, hasta que el brazo gigante se fragmentó y cayó.

Krûlthorak cayó de rodillas, sacudiendo la cueva con un estruendo, murmurando palabras guturales en su lengua ancestral, un hilo de sonido que parecía atravesar los siglos. Antes de que incluso un ser humano caminara sobre la faz de la tierra.
  • ¡Vamos! - gritó Grace - ¡Terminémoslo!
Pero Vishnu alzó la mano y un poderoso torbellino de viento los apartó, obligando a los tres a retroceder.
  • No - dijo con voz firme, mientras la brisa los mantenía a raya - No es necesario matarlo.
Se acercó al gigante de roca, caminando entre fragmentos de piedra flotantes, y habló en su lengua antigua y misteriosa. La conversación era calmada, casi reverente, como si el tiempo no importara y los siglos se plegaran a su alrededor. Krûlthorak bajó la cabeza, emitiendo un último murmullo que sonó a aceptación.

Vishnu se volvió hacia los exploradores, respirando con calma. Ofreciendo una sonrisa amable y cesando el viento que los mantenía paralizados. Se acercó al cofre que brillaba bajo el rayo de luz, lo tomó con cuidado y les dijo:
  • Ya podémos irnos…
Los tres, todavía temblando por la intensidad de la batalla, intercambiaron miradas; el miedo y la adrenalina aún palpitaban en sus venas. El viejo sonreía, sabiendo que lo habían logrado sin tener que destruir aquello que había dormido durante siglos.

El gigante parecía haber mostrado al viejo sabio un pasadizo oculto entre las rocas, protegido con magia ancestral, invisible a los ojos humanos. Mientras cruzaban el vientre de la montaña, los ecos del gigante seguían retumbando, como si percibiera su derrota y no pudiera evitar lamentarla.
  • ¿Por qué le perdonaste la vida, viejo? - preguntó Grace.
  • ¿Eso? - añadió Yara con una sonrisa tranquila - Intentó matarnos.
Bishnu volvió a su aire enigmático, como si nada hubiera pasado.
  • Abrir la puerta es fácil, el camino siempre está ahí, seguro e imperturbable. Mas, ¿quién es digno de escribir sus páginas? Tú, yo… ¿quién? ¿Acaso no son gotas subiendo bajo el mismo cielo? La piedra, piedra debe ser. El sueño guía; nadie debe adelantarse.
  • Sabia reflexión, Vishnu… sabia reflexión -murmuró Vihaan, intentando sonar solemne.
  • ¡Oh, venga ya! Otra vez noooo, por favor - refunfuñó Yara, rodando los ojos.
  • ¿En serio lo has entendido? -preguntó Grace, divertida.
  • No tengo ni la más remota idea de lo que ha dicho… - confesó Vihaan con una sonrisa torpe.
Grace empujó a Vihaan, y los dos estallaron en risas, dejando atrás los lamentos y los ecos del corazón de la montaña. Por primera vez en horas, la tensión cedió y solo quedó la sensación de alivio y la certeza de haber sobrevivido a lo inimaginable.
  • Pero ¿por qué te pones así? - gruñó Halcón, apoyado en la pared de roca mientras miraba el fuego - ¿Acaso no podemos compartir la cofa? ¿Qué problema hay?
  • grrruh-uhhh… uhhrrr! - gritó Gipsy, señalandose su diminuto y peludo cuerpo, lanzando un pequeño salto hacia un lado.
  • Ya lo sé que la capitana te ordenó vigía a ti primero… - continuó Halcón, frotándose la nuca - Pero, ¿por qué te cuesta tanto aceptar que puedan haber dos vigías en vez de uno solo?
  • uhhrrh-uhhh! grrruh! - gruñó el capuchino, golpeando con la cola el suelo y girando sobre sí mismo, balanceando su cuerpo con frustración.
  • ¡Venga ya! - insistió el tuerto - Pero si hacemos buen equipo, ¿o es que acaso no te acuerdas del abordaje al Galeón? Lo hicimos genial los dos juntos.
  • grrrhh-uhhhrr! - resopló Gipsy, colgándose de una piedra boca abajo y mostrando los dientes como queriendo burlarse, luego giró el torso señalando el horizonte con un brazo extendido.
  • Pero ¿acaso es mi culpa? - dijo Halcón, encogiéndose de hombros - Si quieres entrar en batalla, hazlo… nadie te pidió que te quedaras allí arriba conmigo.
  • uhhhrrr-grrhh! uhrrr-huhh! - dió un salto, casi cayéndose, y agarrando una rama encendia de la hoguera empezó a amenazarlo, dejando claro su desacuerdo.
  • Bah! Lo que tú digas, mono antipático - gruñó Halcón cruzandose de brazos -No quiero escucharte más…
En ese momento, el silencio de la cueva se llenó con los ecos del agua cayendo, mientras Halcón y Gipsy esperaban a que Grace y los demás regresaran de la cima. El calor del fuego les recordaba que, aunque la montaña fuera fría y eterna, ahí dentro aún podían tomar un respiro.
De repente, la entrada de la cueva se iluminó con las figuras de Grace, Yara, Vihaan y Vishnu. Halcón y Gipsy corrieron a recibirlos.
  • ¿Me has echado de menos, ladronzuelo? - preguntó Grace, mientras el cariñoso mono se encaramaba ágil a su hombro, abrazándola con sus pequeñas garras.
  • ¡Capitana! ¡Compañeros! Bendito el ojo que os ve! - exclamó el vigía - ¿Lo habéis encontrado? ¿El tesoro, lo encontrasteis?
  • ¡Sí, viejo amigo! ¡Lo encontramos! - sonrió Vihaan, mostrando orgulloso el cofre que había recuperado.
  • ¡Menuda maravilla! ¡Cómo brilla! - susurró, levantando el parche, como si hubiera recuperado la visión en ambos ojos.
Se sentaron todos alrededor del fuego, exhaustos tras la lucha. Grace y Yara relataban cada detalle del enfrentamiento con el gigante, mientras Vihaan dejaba el cofre frente a las llamas y lo observaba en silencio.

Era pequeño, de un dorado intenso, casi líquido bajo la luz del fuego. Su tapa estaba decorada con intrincadas tallas marinas: conchas que capturaban la luz, algas enroscadas que parecían moverse al compás de las llamas, y diminutos peces que parecían nadar eternamente entre los grabados. Cada detalle mostraba la paciencia y el esmero de un artesano que había dedicado su vida a embellecerlo.
  • ¿No lo vas a abrir? - preguntó Grace a su lado.
  • Estoy nervioso - dijo Vihaan con una sonrisa contenida.
  • ¿Qué deseo vas a pedir? ¿Ya lo pensaste?
Vihaan negó con la cabeza, concentrado, y volvió a mirar el Sundra-Kalash. Acercó sus dos manos, sintiendo el calor del metal bajo sus dedos, y levantó lentamente la cerradura. Un resplandor intenso emergió, iluminando su rostro lleno de emoción. Por fin lo había encontrado, después de tantos años. Por fin iba a conocer a Kāmara, el Dios Mono.
  • Pero… que… - Vihaan miró a Grace a los ojos, confundido - ¿Qué demonios significa esto?
Continuará…
 
Bueno, pues encontraron lo que buscaban. Ahora a ver qué contiene el cofre.
Y por otra parte a ver qué pasa con el amigo y sí convence a la mujer de la que se ha enamorado para irse con él.
 
Capítulo 11 - Un alto en el camino: Las siete pruebas de Sbalvard

La apacible y silenciosa cueva que antes era un remanso de paz se tornó de repente en una jauría de gritos y discusiones, como si una manada de lobos se hubiera adueñado de ella.
  • ¡No lo entiendo, la verdad! ¡No tiene sentido alguno! - bramaba Vihaan, andando de un lado a otro, dando patadas al aire, con el rostro encendido de rabia.
  • ¡Cálmate un poco, quieres! - respondió Yara calentandose las manos desde el suelo, su voz también alzada - ¡No vamos a solucionar nada enfadándonos y maldiciendo nuestra suerte!
  • ¿¡Suerte!? ¡Ja! - replicó el astrónomo, deteniéndose para mirarla con ojos desorbitados - ¡Nos jugamos la vida para llegar al cofre, y no una vez, sino varias! - se agachó hasta quedar a su altura, apretando los puños - Escapé de Bristol de milagro, ganastéis al galeón casi de chiripa, sobreviví al frío del norte al límite de mis fuerzas, en Ørsen casi me corta el cuello un maldito esclavista… y luego lo de esta montaña, ¡por no hablar del gigante de roca! - cogió aire, ahogado por sus propias palabras - ¿Y para qué? ¡¿Para nada?!

Se levantó de golpe y lanzó una patada contra la fría pared de la cueva. El eco de su bota contra la roca retumbó en todo el lugar.
  • ¡Si a eso le llamas suerte, es que estás muy desesperada, santera!
  • ¡Oye! ¡Todos hemos sufrido para llegar hasta aquí, no eres el único que lo ha pasado mal! - gritó Yara, levantándose y encarándolo sin miedo.
  • ¡Calmaoooos! - intentó mediar Grace, levantando las manos.
  • ¡Solo digo que no vas a ganar nada maldiciendo tu fortuna! - replicó Yara, mientras Vihaan se apoyaba contra la pared con la frente baja, como agotado - ¡Debemos sentarnos y entender qué dice el manuscrito!
  • ¡Yara! - Vihaan se giró bruscamente hacia ella, con la voz quebrada por la impotencia - ¡El manuscrito no dice nada!
  • ¿Cómo? - preguntó ella, confundida.
  • ¡Está en blanco! ¡No hay nada escrito!
El motivo del enfado del joven indio provenía de su misma ilusión. Al abrirlo, había esperado un milagro: una revelación trascendental, una fuerza misteriosa que lo envolviera, el inicio de algo sagrado. Pero nada de eso ocurrió. Dentro del precioso Sundra-Kalash solo descansaba un pergamino viejo y arrugado. Y al desplegarlo, Vihaan se encontró con la nada. No había símbolos, ni letras, ni siquiera un trazo. Solo vacío.
  • ¡Déjame verlo, viejo! - exclamó Yara, acercándose a Bishnu, que sostenía el pergamino entre sus manos, contemplándolo con calma, incluso sonriendo - ¿Qué clase de cruel broma es esta?
  • ¿Lo ves? - saltó Vihaan, arrebatándole el manuscrito - ¡Es lo que te dije, no tiene sentido! ¿Qué significa esto? ¿Acaso alguien llegó antes que nosotros y lo dejó como burla?
  • Eso es imposible ‘Vi’ - sonrió Grace - ¿Quien demonios iba a jugarse la vida, entrando en la montaña, solo para gastar una broma?
De repente, Bishnu rompió su silencio con aquella voz profunda, casi como si recitara un canto olvidado.
  • La nada, nada es. No obstante… del mismo modo que el mañana se crea, sin existir jamás, un nombre existe por nombrarlo… no por…
  • ¡Ahora no, sabio! - lo cortó Vihaan, dejándose caer al suelo, hundiendo la cara entre las manos - ¡No estoy de humor!
  • Yaaaa, tranquiloooo… - dijo Grace con suavidad, arrodillándose a su lado - Ya verás como todo se arregla. Seguiremos buscando pistas, lo conseguiremos, ya lo verás…
  • Un segundo… - masculló Yara, acercándose al viejo con los ojos entrecerrados - ¡Bishnu! ¿Qué dijiste antes? Repite tus palabras…
El sabio levantó la cabeza lentamente. Sus ojos parecían no mirar su rostro, sino más allá, como si quisiera ver directamente su espíritu y acogerlo en sus finos y huesudos brazos.

Con voz profunda, pausada, repitió:
  • La nada, nada es… No obstante, del mismo modo que el mañana se crea, sin existir jamás, un nombre existe por nombrarlo… no por olvidarlo termina. Mas quien desee cruzar hasta la vida, habrá de caminar sobre el vacío que no es vacío, sino tránsito…
  • ¿Yara? - preguntó Grace, viendo el gesto concentrado de la yoruba, mientras no dejaba de consolar a Vihaan.
Yara apretó los labios, como intentando juntar las piezas de un rompecabezas invisible.
  • Creo… creo que lo entiendo…
  • ¿Lo dices en serio? - preguntó Grace, sin poder evitar demostrar su escepticismo.
  • Escuchad… - dijo Yara, mirando el pergamino en manos del viejo - Cruzar hasta la vida… ¿qué significará eso? Tal vez… no se trata de un lugar, sino de un camino. La nada… el vacío - murmuraba, girando sobre sí misma, atrapada en sus pensamientos - No existe, pero al mismo tiempo sí, pues puede ser nombrado… no termina, la nada no termina… ¡Eso es! - exclamó de pronto, alzando la voz - ¡El Ártico! Eso es… cruzar la nada, el vacío. ¡Debemos cruzar el Ártico!
Vihaan levantó la cabeza de golpe, sus ojos volviendo a brillar con un atisbo de ilusión.
  • ¿Estás segura Yara?
  • Tiene sentido, por eso el pergamino está en blanco. ¿Lo entendéis? - Yara se agachó enfrente del sabio, que seguía observandola, penetrando su alma - ¿Es eso viejo? ¿He acertado?
  • Acertar o errar… mmmm… hijos gemelos salidos del vientre de distintas madres son. Extraños y conocidos al mismo tiempo. Incapazes de existir sin andar sujetos de las manos.
  • ¿Lo véis? Tengo razón!
Grace se quedó mirando a su amiga, sin entender nada, pero incapaz de quitarle la ilusión.
  • ¿Es… es eso posible? - le preguntó Vihaan - Dando por echo que ese es el camino a seguir… ¿Podemos cruzar el Ártico?
Ella sonrió, aunque cansada, y le dio un pequeño empujón amistoso en el hombro.
  • Unos meses atrás te habría dicho que no, que es una locura… pero ahora… - rió suavemente - ahora nada me parece imposible. Aunque… - dijo levantandose con un gruñido - si lo hacemos, si aceptamos el desafío… seremos los primeros en lograrlo.
De repente, un chapoteo irrumpió la calma. Halcón entró en la cueva cruzando la cortina de agua de la cascada, empapado y jadeando.
  • ¡Capitana! ¡Capitana! - gritó con urgencia.
Grace se acercó de inmediato, los sentidos alerta.
  • ¿Qué sucede, vigía?
  • Se acercan unos barcos… - respondió el hombre, todavía recuperando el aliento - Están entrando ahora por el fiordo…
Un cuerno retumbó en la lejanía, profundo y alargado, un sonido que atravesaba la roca como si viniera de otro mundo. Aquel sonido los estremeció, alertaba a la helada isla de que alguien se acercaba y no presagiaba nada bueno.

La capitana salió de la cueva. El aire frío le golpeó el rostro como una bofetada helada y el viento agitó sus cabellos rojizos con furia.
  • ¡Allí! A lo lejos - dijo Halcón, señalando el horizonte que parecía morir tras la retirada del sol.
  • ¡Préstame tu catalejo, rápido! Mis dos ojos no pueden competir con tu visión de ave rapaz.
El vigía se lo desató del cinto. El catalejo estaba como nuevo, a pesar de que lo había llevado colgado durante años; jamás lo había necesitado, pues le era suficiente confiar en su único y solitario ojo.

Grace apuntó el lente hacia la línea gris del horizonte.
  • Balleneros… - murmuró con voz grave, bajando el catalejo - Los hombres han vuelto - Se lo devolvió a Halcón con un gesto seco y entró de nuevo en la cueva - ¡Rápido! Hay que ponerse en marcha, debemos volver a la aldea cuanto antes.
  • ¿Qué sucede? - preguntó Yara, que ya ardía ante la llamada del peligro.
Grace se giró, con la sombra del fuego dibujándole el rostro.
  • Los hombres de Svalbard… vuelven. Y no creo que, precisamente, sientan entusiasmo por ver a piratas en su helada tierra.
Bhagirath llevaba toda la mañana dando vueltas por la cubierta del Red Viper. La madera crujía bajo sus pasos, de tanto repetir el mismo recorrido como un animal enjaulado. La noche anterior, en la taberna, no había sabido cómo franquear el muro de hielo que Yrsa había levantado entre ellos. Ni una palabra, ni una mirada; solo el peso del silencio. Ahora, mientras el frío viento del norte le mordía la cara y el sol se ocultaba tras el firmamento, seguía devanándose los sesos pensando qué decir, qué gesto hacer para apaciguar los ánimos y volver a escribir juntos aquella espontánea e inesperada historia de amor que se había ido gestando casi sin darse cuenta.
  • Han quedado preciosas, ‘Bigotes’. Lo reconozco… - le dijo a su espalda la voz ronca de MacFarlane. El despiadado contramaestre se había detenido junto a la borda, con su cicatriz latiendo en su vieja piel, observando cómo flameaban las velas nuevas bajo el sol pálido del Ártico - Aunque… si le soy sincero, no es muy buena idea si nuestra intención es pasar desapercibidos.
Bhagirath alzó la vista. El espectáculo era tan majestuoso como temerario.

El Red Viper, orgulloso bergantín, ondeaba su primera vela menor, completamente negra, con intrincados detalles rojos en forma de serpientes que se deslizaban como vivas a lo largo de sus costados de lona. La vela mayor era aún más imponente: la misma base oscura, las mismas víboras rojas serpenteando… pero en su centro destacaba una gigantesca calavera. En la cuenca vacía del ojo izquierdo, una enorme serpiente roja emergía, enrollada en sí misma, mostrando sus colmillos y la boca abierta en una amenaza muda que parecía mirar directamente al alma de cualquiera que osara cruzarse con ellos. Un emblema temido, un desafío audaz a todos los navegantes de los siete mares.

Él suspiró, satisfecho por el resultado. Escapando por un momento del recuerdo de aquella mujer que le robaba sus pensamientos y le atormentaba el alma.
  • Pensé que a la capitana le gustaría, señor contramaestre. Un aviso latiendo en el corazón del frío oceano.
MacFarlane masculló una risa seca.
  • Pues más vale que sepamos respaldar lo que gritamos al viento… porque esas velas llaman a la guerra.
Y entonces, como si las nornas del destino estuvieran oyéndolos, sonó el cuerno.
Un bramido profundo, prolongado, nacido de la garganta de hierro de los balleneros. Aquel eco se deslizó por el fiordo como un rugido de monstruo marino, alcanzando cada rincón de la bahía. La tripulación del Red Viper se detuvo en seco: el golpeteo de los martillos cesó, las cuerdas quedaron suspendidas en las manos de los marineros, incluso el viento pareció contener el aliento.

Desde proa, un grito confirmó lo que todos temían.
  • ¡Velas al horizonte!
La tensión, hasta entonces difusa, se hizo carne.
El loco escocés alzó los brazos al cielo grisáceo, como si en lo alto pudiera escuchar la voz de su padre, y gritó con una furia desmedida que erizó la piel de todos los presentes en cubierta. Sin dudar ni un instante, mandó llamar a sus hombres a la batalla.

Bhagirath intentó detenerlo, interponiéndose en su camino con la desesperación de quien sabe que se acerca la desgracia.
  • ¡Espere! - le gritó, sujetándole el brazo - ¡Aún no sabemos qué intenciones traen!
Pero ya era tarde. Desde el horizonte se distinguían las embarcaciones que avanzaban con firmeza. No eran navíos de guerra, sino barcos balleneros, pesados y robustos, con sus cascos manchados de sal y la sangre de los leviatanes cazados. En aquella época, los balleneros eran hombres endurecidos por el mar y el hielo. Armados con arpones y cuchillos largos, pasaban semanas - a veces meses - en travesías brutales, cazando a los colosos del océano. La grasa de las ballenas se convertía en aceite para lámparas, el ámbar gris en perfume y fortuna, los huesos en herramientas y adornos. Cada pieza del animal se vendía, y por ella se mataba. Eran marineros que vivían a camino entre la necesidad y la codicia, que enfrentaban el mar helado y la furia de criaturas gigantescas para arrancarles el último aliento y venderlo en los puertos del mundo.

No eran soldados bien entrenados, ni piratas sedientos de sangre y riqueza. Eran mucho más peligrosos. Su fuerza era la de hombres que cada día apostaban su vida contra la naturaleza. Jugando a ese peligroso juego, dónde las probabilidades de sobrevivir eran ínfimas.
  • No hace falta derramar sangre, MacFarlane - volvió a repetir Bhagirath.
Pero el loco contramaestre ya no atendía a razones. Entre carcajadas, se iba quitando la ropa hasta quedar con el torso desnudo, donde cicatrices antiguas surcaban su piel como mapas de violencia. Acariciaba con ansia a Bess e Isobel, sus dos inseparables puñales, portadores del nombre de sus dos difuntas esposas. Sus filos traicioneros parecían vibrar de emoción en sus manos.

Mientras tanto, Sirius, Rigel y Betelgeuse cavalgaban el hielo, descendiendo de la montaña a toda la velocidad que sus cuerpos oscuros y robustos permitían, la nieve levantándose a su paso como lenguas de fuego blanco.

En la playa helada de Svalbard, MacFarlane, Mordisquitos, Bum-Bum y el resto de la tripulación del Red Viper aguardaban tensos, alineados en silencio. La batalla aún no había comenzado, pero ya respiraban el olor del hierro y la sangre.

Los hombres nórdicos entraban en el pequeño muelle, tirando los cabos para amarrar sus barcos. Eran rudos, altos como Isvard, blancos como el hielo y tan fuertes como el acero de sus armas. Sus ropas de piel estaban endurecidas por el salitre, sus barbas llenas de escarcha y sus miradas, tan afiladas como los arpones que portaban.

El primero en tocar tierra fue el más grande de todos. Su mera silueta imponía silencio. Era un coloso de más de dos metros, con hombros tan anchos como la proa de su navío. La barba, rubia y enmarañada, le caía hasta el pecho, entrelazada con cuentas de hueso y colmillos de foca. Tenía el torso cubierto por un jubón de cuero grueso, lleno de cortes y remiendos, y en la espalda cargaba un hacha tan enorme que parecía haber sido forjada para un gigante. Su piel estaba curtida por el frío, sus ojos azules brillaban con un fulgor casi animal, y cada paso que daba resonaba como un tambor de guerra sobre la escarcha.

Con aire desafiante, avanzó hacia los piratas, y tras de él se reunieron sus hombres, igual de peligrosos y desafiantes, cerrando el círculo que precedía al enfrentamiento inevitable.

Mientras, un bigote bien cuidado corría desesperado atravesando la aldea, incluso más veloz que los cascos de los tres caballos negros, nombrados como estrellas. Los ojos oscuros encima de él, fijos en la forja, brillaban con la explosiva mezcla del miedo y la determinación. Su respiración acelerada hacía honor a su urgencia: cada inhalación era un cuchillo en su pecho, cada exhalación un rugido contenido.

Sabía que apenas quedaban minutos antes de que la playa se tiñera de rojo. No bastaban cuchillos, ni pólvora, ni rezos para evitar lo que estaba a punto de desatarse. Lo único que podía frenar la inminente carnicería era la voz de alguien capaz de navegar entre dos mares, de hablar en dos lenguas, de sostener un puente invisible entre dos mundos muy distintos.

Y ese alguien, lo sabía bien, solo podía hallarse tras la forja, allí donde los martillazos del hierro competían con el rugido del mar y el viento del norte.
  • Yrsa! Yrsa! Rápido! - gritaba Bhagirath intentando recuperar el aliento.
  • Vete - respondió ella sin dejar de golpear el hierro candente.

Él no hizo caso. Entró dentro de la forja sin permiso, avanzando hacia esa enorme mujer como si la urgencia pudiera franquear muros invisibles. Ella levantó la vista, y lo tomó como una ofensa; sus ojos se afilaron, y su cuerpo entero pareció ponerse en guardia.
  • Te necesito… Necesito que vengas conmigo a la playa. Está a punto de suceder algo horrible.
  • Hombres… - masculló Yrsa con una mueca de desprecio - Siempre lo mismo. Pedir, aprovechar de mujeres, luego dejar. Así es, así siempre será.
  • Pero tú puedes detenerlos! - suplicó Bhagirath - Hablas las dos lenguas, podrías interceder, detener la batalla.
  • ¿Ayudar? - dijo apretando con fuerza el mango de su martillo, como si quisiera fundirlo en su mano - ¿Por qué ayudar a ti? Tú no ayudar a mí antes.
Bhagirath, desesperado, se dejó caer de rodillas sobre el suelo ennegrecido de hollín.
  • Yrsa, por lo que más quieras… Morirá gente inocente si no hacemos nada. Los hombres de tu aldea han llegado, y van a luchar contra los míos.
Por un instante, todo quedó en silencio. El crepitar del fuego y los martillazos en el yunque habían sido tan constantes que Yrsa no había escuchado el cuerno resonando en los recovecos del fiordo.
  • ¿Estar… Skarde aquí? - preguntó al fin, con un tono más bajo, casi tembloroso.
  • ¿Quién es Skarde? - murmuró Bhagirath.
Yrsa no respondió. Lo apartó con un empujón que lo lanzó contra un montón de cadenas apiladas y salió decidida al frío exterior, martillo en mano. Sus pasos eran truenos sobre la nieve endurecida.

Skarde era su esposo. El capitán del ballenero más grande de Svalbard, el único hombre lo bastante alto y fuerte como para tener a Yrsa por esposa. Aunque entre ellos no había amor - demasiado hierro, demasiado hielo, demasiada fiereza como para que naciera la ternura - su unión se sustentaba en la supervivencia. Dos gigantes que mantenían, como pilares, en pie a la isla.

Yrsa lo tenía claro: podía detestarlo, incluso odiarlo, pero aquel violento gigante de hielo era el único capaz de sostener a toda Svalbard. Si los hombres morían en batalla, si Skarde caía, aquello sería el fin de la isla entera.
  • Ha! Sýnist sem álfarnir hafi gengit ór skógi til at fagna oss! - rió Skarde con su potente voz.
Sus hombres atrás empezaron a reír, observando lo bajitos que eran los piratas, haciendo gestos y burlándose de ellos. Mordisquitos dio un paso al frente, crujiéndose los nudillos de sus puños y moviendo su cuello, como si calentara antes de la pelea.

El blanco hielo y el negro carbón cruzaron una mirada. Las chispas parecían brotar. La barba escarchada contra los dientes metálicos, el frío contra la noche.
  • Stǫðvaðuuu Skarde! - la voz de Yrsa retumbó en la aldea como si una tormenta estuviera a punto de estallar.
Se acercó al fuerte capitán intentando detenerlo. El matrimonio de gigantes mantuvo una conversación apenas murmurada. Sus palabras cortaban el aire y enfriaban los espíritus de quien los escuchara. Bhagirath los observaba a cierta distancia, intentando averiguar de qué estarían hablando.

De repente el enorme ballenero le cruzó la cara a su mujer, tirándola al suelo con violencia. Y rápidamente sacó su hacha de la espalda al ver que un hombre de tez oscura y estrafalario turbante se acercaba corriendo hacía él, dispuesto a luchar.
  • ¡Bhagirath! - exclamó Vihaan desde la lejanía del bosque, viendo el duelo en la costa - ¡Está en problemas! Rápido Sirius, tenemos que ayudarlo!
El caballo relinchó y acceleró aún más mientras el sirviente, bravo y experimentado guerrero, no cabía duda, intentaba enfrentarse a ese feroz hombre. Pero el vikingo era un muro de hielo: más alto, más fuerte, salvaje como un oso de las nieves. Y sus ataques potentes y rápidos se hacían cada vez más difíciles de frenar.

El fervor de la batalla estalló. Los piratas del Red Viper cargaron contra los balleneros de Svalbard. El choque parecía inevitable: gritos, acero desnudo, pasos hundiéndose en la nieve, respiraciones que se volvían rugidos. Grace, Vihaan y los demás agitaban las riendas de los caballos cada vez con más fuerza, listos y dispuestos a entrar en combate.

Pero sucedió algo inesperado. Algo que lo paralizó todo. Antes de que se vertiera sangre, antes de que alguien llorase a un compañero muerto o un niño tuviera que enterrar a un padre. Una figura apareció en la playa. Envuelta en un halo de misterio. El viento levantaba la nieve a su alrededor como si la tierra misma la presentase. Llevaba una capa oscura, húmeda por la escarcha, y la capucha ocultaba su rostro. Tras ella caminaban dos mujeres, altas, con la frente descubierta y una franja roja pintada sobre sus ojos, como si fuera sangre seca.

No corrieron, no gritaron, no blandieron armas. Simplemente caminaron entre piratas y balleneros como si ninguno pudiera osar tocarlas. Como si solo el respeto que infundían detubieran las armas a su alrrededor.

La mujer de la capucha levantó una mano. Y habló.
Las palabras no eran de aquel tiempo. No eran ni de aquel mundo. Eran antiguas como las piedras de las montañas, susurradas como el viento que las azotaba sin piedad. La lengua era áspera, rota, como el crujir del hielo partiéndose en primavera.

Los nórdicos bajaron sus armas. Uno tras otro. Como si aquellas sílabas hubieran despertado algo que dormía en su sangre.

MacFarlane, en cambio, resistió. Loco de ira, con espuma en la boca, parecía ansiar el sabor de la sangre. Hicieron falta cuatro hombres para sujetarlo, dos de los suyos y dos de los nórdicos, que lo retorcieron hasta hundirlo en la nieve. El escocés rugió como una bestia, pero poco a poco la fuerza de aquel grito se apagó. El respeto, el miedo y el misticismo que rodeaban a aquella mujer misteriosa lograron calmarlo.

Un silencio se extendió por la playa. Solo el mar, respirando con lentas olas bajo el hielo, se atrevía a romperlo.

Yrsa caminó a través de la nieve pisoteada, con el martillo aún en la mano, pero la cabeza baja. Llegó hasta donde Bhagirath y, con un gesto sorprendentemente suave para su tamaño, lo ayudó a levantarse del suelo. Ella tenía la cara marcada por el golpe del gigante Skarde, y él los ojos cargados de preguntas.
  • ¿Qué sucede, Yrsa? - murmuró entre jadeos, aún incrédulo de que todo se hubiera detenido en un instante.
Ella lo miró con seriedad, casi con resignación, y respondió:
  • Tener suerte… - señaló a la luna llena que acababa de aparecer, gobernando solitaria en el cielo - Blótvaka.
Bhagirath parpadeó confundido, sin comprender. Yrsa, viendo su ignorancia, decidió explicarselo lo mejor que pudo, con su voz grave, casi ritual.

Blótvaka era la vigilia de los dioses. Desde antaño, en esas tierras, se ofrecían sacrificios a Ódin y a Freyja. Pero no sacrificos humanos o animales. La festividad se celebraba con el inicio de los juegos de fuerza y resistencia, al nacer la primera luna llena, cuando el sol parecía dormir más tiempo y el hielo reclamaba la tierra. Durante Blótvaka nadie podía matar. Nadie debía manchar la nieve con sangre. Era tiempo de beber juntos, de contar historias y de probar la fuerza en las siete pruebas.
  • Sju Prøvar av Svalbard - sonrió Yrsa, sus fríos ojos brillando con un extraño fulgor - Las siete pruebas.
Bhagirath la escuchaba fascinado, con la respiración aún agitada.
  • ¿Siete pruebas? - preguntó, intentando asimilar la magnitud de aquel rito.
Yrsa asintió lentamente.
  • Sí. Correr encima hielo, levantar piedra de ancestros, nadar en frio mar, lanzar martillo más lejos que viento, resistir hidromiel, mirar ojos de oso sin huir, y… la última - apretó el mango de su martillo - luchar círculo de fuego.
En esa noche, en ese lugar, lo que había comenzado como una inminente masacre se transformaba en algo distinto. No una guerra, sino un desafío. Bhagirath la miró con curiosidad, observando cómo la luna bañaba la piel blanca de Yrsa, dándole un aire casi irreal, como si fuera parte de aquel mismo hielo que pisaban. Después, giró la cabeza para contemplar a su alrededor: los balleneros de Svalbard habían bajado las armas y se mantenían en silencio reverencial, los piratas observaban confusos, incapaces de comprender qué fuerza invisible había detenido la matanza. Tenía tantas preguntas que hacer, y tan poco tiempo.
  • Menuda tontería! - exclamó MacFarlane dando un puñetazo contra la mesa - Levantemos velas y marchemos ahora mismo! ¿Qué demonios nos lo impide?
  • No… - dijo Bhagirath con los brazos cruzados - No podemos romper las reglas, escocés. Si alguien osa desafiar a los dioses, ellos reclamaran nuestra sangre.
  • Dioses! - masculló el contramaestre - No son los nuestros, ellos no tienen poder sobre nuestras almas.
Grace y Vihaan se miraron un momento. En el camarote de la capitana se decidía en ese mismo momento que iban a hacer. MacFarlane y Bhagirath seguían discutiendo, el primero alzando la voz, el segundo manteniendo la compostura.
  • Son sus costumbres, contramaestre. No debemos faltarles al respeto…
  • Tiene razón! - añadió Vihaan - y tampoco hay que tentar a la suerte, ahora mismo necesitamos el apoyo de cualquiera, incluso la de los Dioses extranjeros.
  • ¿Es por ella verdad? ¿Por esa giganta rubia de rostro lleno de runas? Me fijé en como la mirabas la otra noche en la taberna.
  • No es por eso…
  • Y tanto que es por eso! Muchos modales, mucha serenidad. Pero eres como todos nosotros, te tocan el pajarito y pierdes el norte, Bigotes.
  • No se atreva!
La capitana puso orden golpeando la mesa y levantandose con furia, antes de que las palabras llegaran a más.
  • Callaos! Y analizemos la situación un momento… - se volvió a sentar cuando el silencio y la calma se impusieron - ¿Qué es exactamente el Blótkava? ¿Un sacrificio? ¿Un juego? ¿O un pacto con sus dioses?
Bhagirath le sostuvo con la mirada. Sus ojos, oscuros como cuevas, parecían más negros de lo normal, como un abismo hacía las profundidades.
  • Blótvaka significa “el despertar del sacrificio” - explicó - Pero no se ofrece sangre de hombre, ni de animal. Se honra a Ódin, el que cuelga del fresno para arrancar secretos, y a Freyja, la que guarda la semilla de la vida aun en la tierra muerta del invierno. Es una pausa entre el frío y la guerra. Una tregua impuesta por los mismos dioses.
  • ¿Y cómo se honra a esos dioses? - Yara, con Bum-Bum encima de sus rodillas y Mordisquitos a su espalda, inclinó la cabeza, intrigada.
  • Por lo que sé… - contestó el sirviente - Se honra con la fuerza, la resistencia y el ingénio, no con la muerte. Se forman dos equipos que compiten en siete pruebas. La primera de todas es ‘el hielo’: correr descalzo sobre la nieve hasta que la piel arda. La segunda es ‘la piedra de los ancestros’: levantar la roca sagrada frente a todos. La tercera es ‘el mar oscuro’: nadar en las aguas del mar hasta que el frío te muerda los huesos. La cuarta…
  • Sigo pensando que es una tontería, deberíamos…
  • MacFarlane! Por favor… - gritó Grace - Siga Bhagirath, se lo ruego.
  • La cuarta es ‘el Martillo del viento’: arrojarlo lo más lejos que se pueda. La quinta es ‘el cuerno de hidromiel’: beber sin caer, sin defallecer. La sexta es…
Bhagirath tragó saliba, pensando en aquel pueblo extraño que parecía vivir en un mundo donde mito y realidad eran lo mismo.
  • ‘El rostro del oso’: sostener la mirada de la bestia sin huir. Y la séptima y última es ‘el círculo de fuego’: un duelo sin armas que no se detiene hasta que uno de los dos se rinda.
Un momento de silencio se apoderó del camarote. Algunos meditaban, otros cruzaban miradas incrédulas, tan solo la capitana sonreía.
  • Parece divertido…
  • Oh! Venga ya! - gritó MacFarlane - ¿En serio capitana?
  • ¿Por qué no hacerlo? Creo que puede ser una experiencia divertida y una buena historia que contar cuando volvamos a casa.
  • Eso si volvemos… - rió Halcón - algunas de esas pruebas, por no decir todas, parecen cuanto menos bastante peligrosas…
  • ¿Y cúal es el premio? - preguntó Yara imaginandose cofres repletos de oro.
  • ¿Premio? - Bhagirath no supo que contestar - Supongo que… el honor y la fama.
  • Vaya… pensaba en algo más físico, la verdad…
A la capitana le pareció divertido y eso le bastó para aceptar el desafío. Pensó que quizás las fiestas animarian el ánimo de su tripulación, sobretodo el de Vihaan, que seguía bastante tocado por el desecanto sufrido al descubrir el interior del cofre. Quedó claro desde el primer momento que la tripulación del Red Viper se enfrentaría a los hombres de Skarde. Ahora solo quedaba elegir con cuidado quién afrontaría cada prueba.

La noche reinaba sobre el fiordo, pesada como un manto de sombras, y la cama llamaba con presteza a cada uno de ellos. La reunión se disolvió poco a poco y cada cual buscó el calor de su cabina.
  • ¿Se queda, mi señor? - preguntó Bhagirath con calma.
  • Sí, fiel amigo - respondió Vihaan con una sonrisa - Pasaré la noche aquí.
  • Como desee. Buenas noches… y a usted también, mi capitana.
Grace se detuvo un instante, observando cómo Bhagirath se alejaba.
  • ¡Bhagirath, espere!
El hindú se detuvo en el marco de la puerta, sujetándola entreabierta. Grace corrió hacia él y, con un gesto impulsivo, se lanzó a sus brazos. Sus labios apenas rozaron la mejilla curtida del sirviente, pero aquel beso estaba cargado de afecto y gratitud.

- Me han encantado… las velas nuevas, digo - dijo con una chispa en los ojos - Son imponentes, la verdad. Ardo en deseos de desplegarlas en alta mar y saquear como si no existiera un mañana.

Bhagirath inclinó la cabeza con humildad.
  • Gracias, señorita. Le agradezco sus palabras.
  • No… no agradezca nada - replicó ella con una sonrisa traviesa - Es usted un encanto, ¿lo sabía?
El hindú sonrió tímido.
  • Gracias de nuevo. Que pase una buena noche.
Cerró la puerta con suavidad, acompañándola con la mano como si temiera despertarla de un sueño. Pero justo cuando el marco estaba a punto de sellar el silencio, la voz de Grace volvió a detenerlo.
  • ¡Ah! Una cosa más…
Él volvió a alzar las cejas.
  • Usted dirá, mi capitana.
Los labios de Grace se curvaron en una mueca astuta, con ese fuego que la caracterizaba.
  • Quiero conocer a esa mujer rubia y enorme… la que parece haberle robado el corazón.
Bhagirath sintió que la sangre le subía al rostro como un fuego súbito. Sonrió, sin encontrar palabras, y cerró la puerta con un leve gesto, entre avergonzado y divertido.

Detrás de la madera, el eco de las risas y murmullos entre Grace y Vihaan llenó la noche de amor juvenil. El sirviente, ya en la penumbra del pasillo, caminó en silencio con el pecho lleno de un calor extraño, mezcla de vergüenza, gratitud y un anhelo que parecía imposible. El amor había llamado a su corazón de manos de la mujer más extraña y extraordinaria que jamás había conocido. Y además casada con, posiblemente, el hombre más fuerte y salvaje que existía sobre la faz de la tierra.

A la mañana siguiente, la isla helada, bañada por el blanco infinito, parecía otra al amanecer del día siguiente. El frío no había menguado, el viento seguía cortando como cuchillas, pero algo distinto se respiraba en el aire. Svalbard despertaba en fiestas.

La capitana y los seis hombres elegidos para formar su equipo se detuvieron al borde de la aldea, sobre el pequeño muelle. Frente a ellos, el pueblo se había transformado. Los largos postes de madera que sostenían las casas estaban adornados con guirnaldas de pieles teñidas en vivos colores: rojos intensos, azules profundos, verdes que recordaban a los bosques que durante generaciones les habían resguardado. Colgaban también pequeños amuletos tallados en hueso de ballena y colmillos de morsa, que tintineaban con el viento como si el hielo mismo se hubiera puesto a cantar.

En las puertas de las casas ardían braseros, llenos de brea y aceite de pescado, lanzando columnas de humo oscuro al cielo pálido. El olor era fuerte, áspero, pero traía consigo una calidez casi hogareña. Sobre las mesas largas, improvisadas con tablones y barriles, ya se amontonaban cuernos de hidromiel, panes de cebada y carne seca cubierta de sal.

Los hombres y mujeres de Svalbard reían y gritaban, con un entusiasmo que desafiaba al frío. Los más jóvenes corrían entre las casas, jugando a lanzarse bolas de nieve, mientras los ancianos entonaban viejas canciones que hablaban de héroes caídos y mares infinitos. Los guerreros afilaban sus hachas, sí, pero esta vez lo hacían con sonrisas en el rostro, preparandose no para la batalla, sino para las pruebas rituales que estaban por comenzar.

Las mujeres, con trenzas rubias y ropajes de lana gruesa, pintaban sus mejillas con trazos rojos y negros, símbolos de fuerza y fortuna, mientras los hombres se colocaban brazaletes de cobre que tintineaban con cada gesto. Incluso los perros, grandes y peludos, corrían de un lado a otro, arrastrando pequeños trineos cargados de leña o niños que reían a carcajadas.

El contraste era casi irreal: la nieve seguía cayendo, las montañas se alzaban negras y amenazantes, pero en aquel rincón del mundo, la vida parecía vencer a la muerte por unas horas. El hielo se vestía de colores, el silencio de música, y la dureza del norte se disfrazaba, por unos días, de celebración.

Grace se detuvo al frente de los suyos, la nieve crujía bajo sus botas y el viento jugaba con su melena roja como una llamarada contra el hielo. Las carcajadas de algunos hombres, entre ellos Skarde, resonaron cuando los vieron. Se reían de los piratas, señalando la pintura roja que cubría por completo sus rostros.

La capitana no se inmutó. Ni siquiera frunció el ceño. Simplemente sonrió, como quien contempla a un niño burlarse de lo que no entiende. Giró sobre sus talones y los miró uno por uno, con esa mezcla de osadía y determinación que parecía arderle en los ojos. Dio un paso al frente, la nieve crujió bajo sus botas, y habló con firmeza.
  • Que rían si quieren. El rojo siempre ha sido y siempre será nuestro color, y lo llevamos con orgullo!. No es adorno, no es un disfraz!. Es el fuego que arde en nuestras venas y el sello de quienes surcamos el mar bajo la bandera pirata del Red Viper.
Miró a sus hombres, uno a uno, con esos ojos que sabían arder más que cualquier hoguera.
  • Escuchadme bien. No hemos venido aquí como mendigos ni como extraños. Venimos como iguales. Hoy caminaremos entre ellos, y hoy demostraréis quiénes sois en verdad. No con la espada ni con el cañón, sino con vuestra astucia, con vuestro valor y con el espíritu indomable que os ha traído hasta estas tierras lejanas y heladas.
  • Bien dicho Grace! - le dijo Vihaan con su corazón hinchado de valor.
  • Ante mí veo a fieros lobos de mar - alzó la voz, y las montañas devolvieron su eco como si también quisieran escuchar - No hemos surcado océanos ni desafiado tormentas para que el hielo nos congele el espíritu. Estos hombres y mujeres que vamos a enfrentar viven bajo un cielo distinto, hablan con dioses distintos, pero sienten lo mismo que nosotros: hambre, miedo… y orgullo!
Bum-Bum dió unas palmadas, sin entender sus palabras, pero comprendiendo de algún modo lo que decía aquella mujer de cabellos de fuego.
  • Hoy somos más que piratas, que forasteros, que enemigos. Hoy somos historia. Somos los que demostrarán que el mar no solo engendra bestias y naufragios, sino también valor. No importa lo que piensen de nosotros, porque al caer la noche sabrán quién es la tripulación del Red Viper. Y cuando pregunten en los años venideros, dirán que nos mezclamos entre ellos sin doblar la cabeza, que competimos en sus pruebas como iguales… y que ningún hielo pudo con nuestro fuego.
  • Así es hermana! - gritó Yara encendida por las palabras.
Grace sonrió, feroz y desafiante, mientras se desataba el abrigo para dejar ver el rojo de sus pinturas y su indomable corazón.
  • ¡Así que, erguid el cuello, hinchad el pecho, y caminad a mi lado! Si vamos a compartir mesa con vikingos, que sea como lo que somos: piratas y hermanos. Que recuerden por siempre que donde se vea este rojo, el mundo sabrá que ahí late un corazón libre.
  • Así se habla, mi capitana! - rugió el loco escocés - Tres hurras por la Víbora Roja!
Las risas de los vikingos cesaron de golpe. Aquellos gritos amedrentaron incluso sus ánimos inquebrantables. Los piratas, cubiertos de rojo como si vinieran de un baño de sangre, avanzaban hacia la aldea con la determinación de una tormenta que no se puede contener, como lobos que han probado el hierro y el mar y no conocen el miedo. Incluso al gigante Skarde parecieron temblarle las piernas por un instante.

Y entonces la vió. A ella, a la capitana. Al frente de sus seis hombres. Con el rostro pintado, los cabellos rojizos ondeando salvajes al viento, erguida y desafiante. A cada paso parecía crecer, como si el mismísimo Isvard, señor de las montañas heladas, no fuera más que una piedrecita en el camino junto a su sombra.

Pero aquella tensión duró muy poco. Diez minutos después, tanto nórdicos como piratas compartían cuernos de hidromiel y jarras de ron, hombro con hombro alrededor de los braseros, animados por la música de los tambores y las primeras voces que entonaban cantos festivos. El fiordo helado, donde antes solo había tensión y silencio pesado como el acero, vibraba ahora con risas, golpes de jarra, pasos de danza y un aire de tregua sagrada que anunciaba que la fiesta estaba a punto de comenzar.

MacFarlane, con la cara roja y los ojos brillantes de alegría, hablaba con un hombre nórdico de barba trenzada. Ninguno entendía una sola palabra del otro, pero a cada gesto, a cada carcajada, se golpeaban la espalda como si fueran amigos de toda la vida.

Mordisquitos, con sus dientes metálicos reluciendo a la luz de las hogueras, llevaba a Bum-Bum a hombros. El enano agitaba los brazos como un estandarte viviente mientras el africano giraba sobre sí mismo y bailaba alrededor de una enorme estatua de madera tallada con la forma de un majestuoso oso, símbolo del pueblo.

No muy lejos, Yara entretenía a un grupo de niños nórdicos que la miraban con los ojos como platos. Gipsy saltaba sobre sus hombros, daba volteretas y fingía gruñidos exagerados que hacían reír a carcajadas a los pequeños, quienes lo señalaban como si fuese un espíritu del bosque que hubiera cobrado vida.

Halcón, muy serio, se encontró rodeado de mujeres que lo retaban con sonrisas maliciosas. Él, imperturbable, tensaba un arco rústico y acertaba una y otra vez en el centro de las dianas improvisadas, arrancando exclamaciones de sorpresa y murmullos de admiración.

Grace, con la música vibrando en el aire, tomó a Vihaan de las manos y juntos empezaron a bailar. Sus pasos descalzos golpeaban la nieve endurecida, sus risas se mezclaban con los tambores, y durante un instante parecía que ni el frío del Ártico pudiera tocarlos.

Pero Bhagirath, en cambio, no bebía ni reía. Paseaba su mirada entre la multitud, entre los cantos, las danzas y las hogueras. Pero cada vez que creía verla, se encontraba con otra mujer alta, otra cabellera rubia… pero no era ella. Seguía buscándola, con el corazón latiéndole fuerte, a Yrsa, a su amor imposible.
  • ¡Chsst! ¡Bhagi! - así lo llamó, con cariño, con ternura - Eh… aquí, detrás tuyo…
El sirviente se volvió y la vio: oculta tras una puerta de madera, asomando apenas las runas tatuadas en su rostro.
  • ¿Yrsa? - exclamó el hindú.
  • Callar. No girar… - susurró ella.
Bhagirath se acercó de lado, fingiendo que miraba los pendones y los braseros del festejo.
  • No mirar a mí - murmuró ella, sin apartar la vista de la calle - Disimular. Yo escondida…
  • ¿Qué sucede? - preguntó él en el mismo hilo de voz, con la vista al frente, como si allí no pasara nada.
  • Yo ayudar… a ti, a tus amigos.
  • ¿Por qué?
  • Mirar adelante - Le rozó el codo para contenerlo - Pruebas… difíciles para extranjeros. No superar si yo no ayudar.
Bhagirath se apoyó en la pared helada y saludó, como por rutina, a dos mujeres que pasaban con coronas de paja y cuernos de hidromiel. Luego insistió.
  • Pero… ¿por qué me ayudas, Yrsa? No lo entiendo. Pensaba que me odiabas.
Entonces sintió la mano de ella - grande, fría, firme - posarse sobre su hombro.
  • Tú gustar a mí… yo meditar mucho ayer noche - dijo con franqueza torpe - Buen hombre, buen corazón… Y además… yo querer que Skarde, mi marido, perder.
Los tambores retumbaron en la plaza. Un grupo de niños pasó corriendo tras un oso de madera con ruedas. Yrsa retiró la mano, volviendo a las sombras.
  • Primera prueba, cuerno sonar dos veces… - indicó con la barbilla hacia el círculo de menhires al borde del fiordo - Ir allí. No beber hidromiel de Skarde. Mala boca. - Frunció el ceño, buscando la palabra - Trampa. Comer pan negro. Calentar manos. Yo… cerca. Yo mirar.
Bhagirath asintió sin mirarla, tragándose una sonrisa que le nacía sola.
  • Gracias Yrsa, de verdad te lo agradezco.
  • Callar ahora. - La trenza pálida se deslizó tras la puerta - Nosotros ver luego.
Cuando él se volvió a girar, ya no estaba. Solo quedaban el vaho en el aire, el olor a hierro de forja y el latido de los tambores perdiéndose bajo la aurora. Bhagirath respiró hondo. El hielo de Svalbard seguía siendo el mismo, pero por dentro algo se le había encendido. Esa mañana, con el sonido incesante del primer cuerno, empezarían las pruebas… y las víboras rojas no estarían solos.

Continuará…
 
Capítulo 12 - Que empiezen los juegos: Hielo, Roca y Mar

“BRROOOUUHHHMMMMMMMM”
“BRROOOUUHHHMMMMMMMM”

Tal y como había dicho Yrsa, el cuerno sonó dos veces. El estruendo resonó por la aldea, provocando vítores y aplausos de todos los habitantes que se agolpaban alrededor del oso tallado en madera. La misma mujer misteriosa y encapuchada que había detenido la pelea la noche anterior apareció en el centro del círculo, acompañada de sus dos discípulas, que siempre la ayudaban en los rituales.
  • "Heill Óðinn ok Freyja! Vér heiðra hvat dagar og nættr, sol og mån, ok bjóða til leikr ok frið, at engi blóð spillir í dagr, ok at gleði ok drykkja fylli hjarta vor." —dijo, levantando los brazos.
Con un gesto rápido, sus discípulas lanzaron a la vez unos polvos sobre las brasas. El fuego se elevó un instante hasta casi tocar el cielo, haciendo que todos los aldeanos levantaran sus cuernos de hidromiel y repitieran al unísono:
  • "Leikr ok frið!"
  • Bum-Bum! - exclamó Bum-Bum viendo aquel asombroso espectáculo.
Los dos equipos se miraron desafiantes. Grace y sus seis hombres cruzaron miradas tensas contra Skarde y los suyos. La mujer misteriosa comenzó a andar y todos la siguieron, recorriendo el camino al borde del acantilado que llevaba al extremo del fiordo, justo donde Yrsa le había indicado a Bhagirath, justo donde se encontraban los menhires.
  • ¿Estás preparada, amiga? - preguntó Grace, pasando su brazo por encima de Yara.
  • ¡Nací preparada! - respondió ella con seguridad - ¿Hemos averiguado algo más sobre la prueba?
  • Correr sobre el hielo, es lo único que dijo Bhagirath - contestó la capitana, mirando a su derecha el enorme peñasco que caía hacia el mar - Ten cuidado, ¿vale? Si en cualquier momento ves peligro, abandona. No quiero…
  • ¿Abandonar? ¿En serio, Red? ¿Es que acaso no me conoces?
Las dos amigas se abrazaron, deseándose suerte ante lo desconocido.
De repente, Bhagirath se acercó por detrás de ellas, sus ojos negros relucían vida y su turbante enrollado guardaba secretos.
  • Señorita Yara, escuche… - susurró, colocándose entre las dos - La carrera será alrededor del peñasco. Y como indica su nombre, será sobre el hielo. Usted y el corredor del equipo rival deberán recorrer el circuito hasta que uno caiga o abandone. No hay meta, solo rendición. Así que no tenga prisa por llegar primera, tan solo resista en pie.
  • ¿Cómo sabes todo eso, Bigotes? - preguntó Yara sorprendida.
  • Un jugador astuto - sonrió Bhagirath - Jamás revela sus cartas, señorita.
Con un aire misterioso, dejando flotar en el aire las últimas palabras, el sirviente se alejó, dejando a las dos amigas seguir andando con expresiones de confusión y curiosidad.

Cuando llegaron a los menhires, lo que vieron les quitó la respiración: un circuito serpenteante y estrecho se abría entre las rocas. Gran parte del camino corría al borde del acantilado, donde la caída hacia el fiordo prometía vértigo y muerte a cada paso. Después, una pequeña subida rocosa rodeaba el fiordo por arriba antes de volver a descender. Una estrecha apertura en la roca oscura y húmeda marcaba un punto crítico del trayecto, que conducía de nuevo al inicio, formando un recorrido interminable y desafiante. El hielo brillaba bajo la luz del sol, resbaladizo y traicionero, recordándoles que cada paso debía calcularse con precisión.

Yara y Grace intercambiaron una mirada: la prueba estaba a punto de comenzar, y cada instante sería una lucha contra el cansancio, la naturaleza y la propia resistencia.

El resto del grupo las siguió a cierta distancia, observando con tensión cómo los dos equipos se preparaban para enfrentar aquel desafío que parecía más un juego de dioses que un simple circuito sobre el hielo.
Yara se quitó las botas, observando a su rival: una mujer rubia, joven y esbelta, que ya la esperaba en la línea de salida, dando pequeños saltos y mirándola desafiante.
  • ¡Vamos, Yara! ¡Demuéstrale de qué estás hecha! - gritó Grace con todas sus fuerzas.
  • ¡Estamos contigo, Yara! - añadió Vihaan - Tú puedeees! Ánimoooo!
Los nórdicos también gritaban, animando a su corredora. La tensión se podía palpar en el aire, mezclada con el frío cortante. Las olas del helado mar golpeaban con violencia el acantilado, haciendo aún más resbaladizo el estrecho camino cubierto de escarcha sobre el que debían correr.

La corredora nórdica respiró hondo, estirando cada músculo, soplando sobre sus manos entumecidas por el frío. Sus pies desnudos, morados por el hielo, apenas se apoyaban sobre el suelo, ardiendo bajo la mordida helada de aquella tierra que parecía no dar tregua jamás.

Yara se acercó a ella, también descalza. Se ató un pañuelo a la cabeza mientras la observó un instante, como si tratara de descifrar su estrategia, de anticipar cómo afrontaría aquel desafío. Se colocó a su lado y cerró los ojos, escuchando el viento que rugía entre el acantilado, esperando la señal que diera inicio a la mortal carrera.

El silencio era absoluto, roto solo por el golpe de las olas y el crujido del hielo bajo sus pies. Cada respiración parecía resonar en el fiordo. La misteriosa mujer encapuchada levantó el brazo, señal inequívoca de que la carrera iba a dar inicio, mientras Bhagirath permanecía atento, analizando cada gesto de las jóvenes corredoras.

Yara inspiró profundo, cerrando los ojos, besando sus amuletos con devoción, llamando a sus espiritus protectores en la otra parte del mundo, sintiendo cómo el hielo vibraba bajo sus pies. Abrió los ojos, encontró la mirada de su rival y, sin pronunciar palabra, cuando el brazo de la hechicera bajó, dio el primer paso.

El sonido de los pies descalzos golpeando el hielo resonó como un tambor sordo, y la carrera comenzó. Cada movimiento debía ser medido, cada impulso controlado; un resbalón podía significar la derrota o incluso la muerte. Pero Yara avanzaba con determinación, sintiendo el hielo como extensión de su propio cuerpo, el viento como aliado que encendía su concentración.

La nórdica no cedía ni un centímetro. Sus pasos eran ágiles y veloces, más acostumbrados al clima y al terreno, pero Yara percibía en ella la misma mezcla de miedo y precaución que sentía en su propio corazón. No había meta, solo el desafío de mantenerse en pie, de resistir más que la otra, de no ceder ante el frío, la altura y el vértigo que parecía querer tragarlas.

El acantilado se estrechaba a cada paso, el fiordo rugía abajo y cada grieta en el hielo era una amenaza. Pero Yara no dudaba: su cuerpo estaba preparado, su mente concentrada y su alma protegida por la santa bendición de los Orishas. La carrera había comenzado, y nada ni nadie podría detenerla.

Yara avanzaba en cabeza. El primer tramo la llevó bordeando el acantilado, cada paso un riesgo, cada grieta un desafío que exigía equilibrio y concentración. La brisa helada del fiordo golpeaba su rostro, pero su determinación era más fuerte que el viento. Subió la pendiente con agilidad, saltando sobre las rocas resbaladizas, sintiendo cómo el corazón le palpitaba en el pecho y los músculos respondían a cada impulso.

Al llegar a la parte alta del fiordo, corrió por el sendero estrecho que lo cruzaba, con el precipicio a su derecha. Desde allí, comenzó la bajada, el terreno irregular que obligaba a cada corredor a medir sus pasos, a anticipar cada resbalón. Pasó por la pequeña abertura en la roca húmeda, su respiración contenida mientras los ecos del fiordo reverberaban alrededor. Yara lideraba con claridad la primera vuelta, ágil, segura y concentrada.

Cuando pasó frente a los menhires, Grace y su equipo estallaron en aplausos y gritos, animándola con todas sus fuerzas. Vihaan saltaba y agitaba los brazos, mientras Bhagirath sonreía con una mezcla de orgullo y nerviosismo. La energía del público la impulsaba, dándole un nuevo aliento para seguir adelante.

Pero al iniciar la segunda vuelta, la atmósfera cambió. Las siete pruebas no eran solo de fuerza y resistencia; también exigían ingenio, astucia y vigilancia constante. La nórdica comenzó a tramar algo. Sin que Yara se diera cuenta, se colocó a su derecha, apretando el paso, cada vez más cerca. La miró un instante con frialdad y, con un movimiento calculado, empezó a arrinconarla hacia el borde del acantilado.

Yara reaccionó instintivamente, intentando darle un golpe con el hombro. Pero la fuerza y la habilidad de la nórdica la hicieron rebotar peligrosamente, quedando a escasos centímetros del filo.
  • ¡Cuidado! - exclamó Grace, con el corazón en la garganta.
  • ¡Yara! - gritó Vihaan, tensando los músculos, incapaz de intervenir.
Bhagirath se quedó rígido, los ojos oscuros brillando de tensión. Eso había sido sucio. El equipo nórdico, en cambio, reía y aplaudía, celebrando la jugada de su compañera.

Yara dio pequeños saltos con un pie, pero sin detenerse, mientras con el otro buscaba desesperadamente apoyo, al borde del precipicio. El hielo crujía bajo su peso, amenazando con ceder. Estaba a punto de caer por el acantilado, cuando de repente, una fuerte ráfaga de viento la empujó hacia adentro, permitiéndole apoyar ambos pies de nuevo y recuperar momentáneamente el equilibrio.

Vihaan se giró, buscando a alguien entre la multitud. Entonces lo vio. Un poco más alejado, Bishnu estaba allí, sonriéndole, asintiendo levemente y escondiendo su mano mágica bajo la capa. Haciendole saber la certeza de que no estaban solos. Aquello fué un impulso para enfrentar lo que aún estaba por venir.

Ahora, delante iba la nórdica, su figura ágil y decidida avanzando por el hielo resbaladizo. Yara, justo detrás, aceleraba el ritmo, cada paso un desafío, con la intención de alcanzarla. La subida se aproximaba, cada vez más cerca de su rival; su respiración se volvía más profunda, sus músculos ardían, sus pies descalzos sufriían, pero su determinación no flaqueaba.

De repente, la rubia miró hacia atrás. Un instante de astucia calculada: levantó la pierna y le dio una patada directa al pecho. La yoruba se tambaleó hacia atrás, el equilibrio casi perdido, la deshonra de la derrota acechando. Pero antes de caer, sus manos se aferraron a las hierbas secas del borde del camino. Con un tirón, consiguió rehacerse, respirando con fuerza. Sin detenerse, volvió a correr, y su mirada se clavó en su riva,. Algo había cambiado en sus ojos.
  • ¡Zorra de las nieves! - murmuró entre dientes - Me las pagarás.
Ambas continuaron, cruzando el fiordo con el hielo crujiente bajo sus pies, bajando por la pendiente, adentrándose en la cueva oscura y húmeda, sus respiraciones resonando entre las paredes rocosas. La salida apareció y volvieron a pasar frente a los menhires.
  • ¡Oh no! - exclamó Grace, con el corazón en un puño mientras veía a su amiga pasar frente a ellos.
  • ¿Qué sucede? - preguntó Vihaan, inquieto.
  • Esa mirada… ya la he visto antes - respondió Grace, girándose hacia él—. ¡La va a matar!
Comenzaba la tercera vuelta y la carrera se había transformado en una auténtica guerra sobre el hielo. Cada zancada ya no solo buscaba velocidad, sino supervivencia. Yara y la nórdica se rozaban constantemente; empujones que hacían tambalear a ambas, zancadillas calculadas, tirones de pelo que arrancaban gritos y risas nerviosas. Sus respiraciones eran cortas, cargadas de furia y adrenalina.

Los insultos volaban en ambas lenguas, un torrente de palabras desconocidas para unos y comprensibles para otros, mezclando la confusión con el miedo y la excitación. Cada espectador contenía el aliento, sin atreverse a apartar la mirada. Grace gritaba y aplaudía, mientras Vihaan se tensaba con cada movimiento peligroso. Bhagirath observaba con el ceño fruncido, consciente de que la situación podía volverse letal en cualquier momento.

Yara trataba de mantener la calma, concentrándose en el hielo resbaladizo bajo sus pies y en la nórdica que no cedía ni un centímetro. La rubia se volvía cada vez más agresiva: empujones más duros, tirones de cabello, codazos calculados. Yara respondía con igual intensidad, usando cada recurso para no perder ventaja, golpeando con los hombros y deslizándose sobre el hielo cuando era necesario.

Los gritos de ambas se mezclaban con el rugido del mar contra el acantilado. Las olas azotaban el borde del camino, lanzando ráfagas de viento que añadían un peligro extra a cada maniobra. Cada curva se volvía una batalla, cada tramo estrecho un campo de lucha.
Al llegar al borde del acantilado, ambas se miraron de frente, jadeantes, con los ojos llenos de furia y determinación. No había tregua; la tercera vuelta se había convertido en una prueba de ingenio, fuerza y resistencia, pero sobre todo, de pura ferocidad.

Siguieron corriendo y luchando hasta que nadie pudo recordar cuantas veces habían completado el circuito. Incluso la mujer misteriosa y lider espiritual de la aldea miraba atonita a la extranjera de piel oscura, como si fuera incapaz de comprender como podía seguir en pié. La caribeña y la norteña parecían dispuestas a correr eternamente con tal de no perder, hasta que volvieron a entrar en la cueva oscura, que se cerraba sobre ellas como un túnel de sombra y peligro. La nórdica, rápida y feroz, le dio un codazo en la nariz a Yara. El impacto fué tan brutal y antraición que la lanzó contra la roca violentamente, y por un instante pareció que iba a caer, pero recuperó el equilibrio en el último momento, respirando con fuerza, con la sangre manando de su nariz y mezclándose con el frío inponente.

Al salir de la oscuridad, la nórdica ya celebraba, brazos levantados, sonriendo ante los vítores y aplausos de su equipo. Grace y Vihaan saltaban sobre sus pies intentando ver entre los hombros y cabezas del público, y entonces la vieron.

Yara, con el rostro ensangrentado y los ojos brillando como un demonio poseído, corría sobre el hielo con la fuerza y la velocidad de alguien que pareciera correr sobre la arena de las playas de su tierra natal. Se acercó a traición por la espalda y, con un rápido movimiento, le hizo la zancadilla a la nórdica, empujándola al mismo tiempo.

La rubia cayó asustada sobre el suelo resbaladizo, agarrándose desesperada a cualquier cosa que la mantuviera lejos del acantilado mientras se deslizaba sin control hacía el acantilado. Justo cuando parecía que iba a precipitarse hacia la muerte, la mano firme de Yara sujetó su tobillo, evitando el desastre. La nórdica se giró, asustada pero agradecida, y ambas se miraron fijamente durante unos segundos, en un silencio absoluto que hizo contener la respiración al público.

De repente, la local se levantó de golpe, enfrentándose con intensidad, y cuando todo parecía que iba a acabar mal, estallaron en un abrazo, riendo y dándose palmadas en la espalda. El público rugió, y la nórdica levantó el brazo de Yara en señal de victoria, indicando que ella era la ganadora. Ambas se volvieron a abrazar, sonriendo, respirando con fuerza, con la adrenalina aún latiendo en sus venas y la sangre mezclándose con la nieve bajo sus pies.
  • ¡Estoy bien, Grace! Tranquila… de verdad - reía Yara mientras su amiga intentaba limpiarle la sangre que le brotaba de la nariz.
  • ¡Dios santo! - exclamó Halcón arrodillado - ¡Tienes los pies hechos una mierda!
  • ¡Ten! - dijo Vihaan, acercándole un paño caliente - Cúbrelos, antes de que pierda algún dedo.
Yara sonrió, sudada y agotada, y le dio las gracias.
Mordisquitos se acercó a ella, con Bum-Bum sobre sus hombros. Se agachó a su altura y juntaron sus frentes con ternura, mientras se sujetaban las nucas y cerraban los ojos.
  • ¡Ahora te toca a ti, grandullón! - sonrió Yara, haciendo gestos con las manos, hablando aquel lenguaje inventado que solo ellos dos conocían.
Mordisquitos le contestó con el mismo lenguaje, dejando a Bum-Bum en el suelo, que rápidamente empezó a ayudar a Halcón a calentarle los pies. La segunda prueba iba a comenzar en cualquier momento, y el gigante de ébano ya se preparaba. Yara le tiró un unguento en las manos y le ayudó a esparcirlo.

Bhagirath, disimuladamente, se acercó por su espalda y le susurró algo al oído.
  • ¿Qué demonios estará tramando? - preguntó Grace.
  • No tengo ni idea… - contestó Vihaan - Seguramente le esté dando ánimos o deseándole buena suerte.
  • ¿Susurrándoselo a la oreja? No… - negó Grace con la cabeza - Está sacando información de algún lado. Antes de empezar la primera prueba nos advirtió del recorrido, nos aconsejó… Como si supiera de qué iba. Alguien le está ayudando, pero ¿quién?
  • Creo que tengo una ligera idea - sonrió Vihaan, mirando hacia arriba.
Entre unos matorrales, asomaba el cuerpo de una enorme mujer. Demasiado grande para estar oculta, pero lo suficiente para observar sin ser vista del todo.
  • Esa debe ser la mujer de la que hablaba MacFarlane… - sonrió Grace - la que, al parecer, parece haberle robado el corazón.
  • ¿Por qué habrá decidido ayudarle?
  • Amor… quizás.
  • Puede… - Vihaan bajó la mirada y observó de perfil la cara pecosa de Grace y sus cabellos de fuego ondeando al viento - El amor es capaz de mover montañas…
Grace se giró, sus ojos se encontraron y saltaron chispas. Sus labios se acercaron para encontrarse, pero el rugido de los cuernos volvió a sonar, otras dos veces. La segunda prueba estaba punto de empezar.

Si la primera prueba había puesto a examen la resistencia y la concentración de sus participantes, la segunda era un desafío de pura fuerza bruta. El pueblo entero se reunió alrededor de los tres menhires, formando un círculo expectante. El aire estaba cargado de tensión, los murmullos crecían y las apuestas corrían de boca en boca, mientras todos esperaban a que los dos elegidos de cada equipo decidieran cuál piedra levantar.

Había tres: una central, más alta y ancha, y dos menores a sus lados. En todas se distinguían runas grabadas y figuras talladas desde tiempos inmemoriales, como si fuesen testigos eternos de generaciones de campeones que habían intentado lo imposible.

Mordisquitos crujió los nudillos con calma, su sonrisa metálica brillando al sol, mientras fijaba la mirada en su oponente. El nórdico que tenía enfrente era un coloso de otra era: alto, salvaje, con brazos del grosor de troncos y manos tan grandes como cabezas. Su barba enredada y sus ojos claros le daban el porte de un dios antiguo, la fiereza y la determinación de un héroe de saga.

La prueba era sencilla en su planteamiento y brutal en su ejecución: cada jugador debía escoger uno de los tres menhires, agarrarlo por la base y levantarlo sobre el pecho. Ganaría aquel que lograra mantenerlo en alto durante más tiempo.
El local, con una sonrisa confiada, hizo un gesto de cortesía, dejando que el africano eligiera primero.
  • ¡Grandullón! - le gritó Yara, llevándose las manos a la cabeza - ¡¿Pero qué haces?! ¡Ese no!
  • ¡No es momento de hacerse el hombretón, escoge otro! - insistió Grace.
Pero Mordisquitos, con un ademán tranquilo, levantó la mano pidiendo calma. Caminó hasta el centro y apoyó sus manos de ébano en la roca mayor, la colosal. El murmullo del público se convirtió en carcajada. El equipo nórdico rompió en risas, celebrando la victoria incluso antes de que la prueba comenzara.
  • Es imposible que mueva esa roca… - murmuró Grace, negando con la cabeza.
  • No… no lo es - respondió Vihaan, entrecerrando los ojos mientras escudriñaba los menhires - ¿Verdad, fiel amigo?
Bhagirath se encogió de hombros con falsa indiferencia, pero la sonrisa ladeada en su rostro era una respuesta más clara que cualquier palabra.
  • ¿Se puede saber qué está pasando? - insistió Grace, cada vez más irritada - ¿Por qué dices eso? ¿Qué es lo que me estoy perdiendo?
Vihaan bajó la voz, como si temiera que los nórdicos pudieran entenderle, y se inclinó hacia ella:
  • No soy geólogo, pero… fíjate bien. Las piedras pequeñas parecen de granito macizo, densas, hechas para resistir siglos de tormentas. La grande, en cambio… es distinta. Tiene vetas claras, casi porosas. Diría que es toba volcánica, o algo parecido. Mucho volumen, sí, pero menos peso de lo que aparenta.
Grace abrió los ojos, comprendiendo al instante.
  • Así que… parece la más difícil, pero en realidad es la más manejable.
  • Exacto - asintió Vihaan con media sonrisa - Mordisquitos no ha escogido con el ego. Ha escogido con la cabeza.
Los contendientes se colocaron frente a los menhires. El aire se volvió denso, cargado de expectación. Mordisquitos flexionó las rodillas, agachándose hasta que sus enormes manos como palas tocaron la base de la roca central. Su piel relucía bajo el sol, tensada sobre músculos que parecían esculpidos en piedra. Cada fibra de su cuerpo estaba en calma, como un león que aguarda el momento exacto para saltar.

Enfrente, el nórdico escogía una de las piedras menores, de granito compacto. Sus brazos eran columnas, su torso un bloque de fuerza pura, cubierto de cicatrices que hablaban de batallas pasadas. Tenía la fiereza de un dios antiguo, y cuando sus manos rugosas se cerraron sobre la piedra, sus nudillos se pusieron blancos como la escarcha.

El silencio se rompió con el bramido de la voz del pueblo, que exigía que empezaran.
Los dos tiraron a la vez. El africano con un movimiento lento, controlado, levantando con la técnica de alguien que conoce cada centímetro de su propio cuerpo. El nórdico, en cambio, estalló como un trueno, tirando de golpe con violencia, dejando que la rabia y la adrenalina guiasen el ascenso.

Las venas se marcaron en los cuellos de ambos. Mordisquitos apretaba los dientes, su sonrisa metálica temblando bajo el esfuerzo, los bíceps hinchándose como troncos de ébano. El nórdico gruñía con cada tirón, los músculos de sus hombros tensos como cuerdas, la barba empapada de sudor que le corría por la frente.
  • ¡VAMOS, MORDISQUITOS! ¡TÚ PUEDES, GIGANTE! - gritaba Yara, saltando como si fuera ella quien sostuviera la piedra.
  • ¡Hazlo por todos nosotros, hermano! - añadía Grace, con el puño en alto.
Los tripulantes del Red Viper rugían, mezclando voces, creando un estruendo caótico pero lleno de fe. Del otro lado, los nórdicos aullaban al unísono, con un canto ancestral que helaba la sangre.
  • Styrke! Styrke! Styrke! - clamaban, golpeándose el pecho, invocando la fuerza de los dioses antiguos.
El rival rugía con ellos, cada palabra dándole un pulso más de energía, como si el mismísimo Thor empujara junto a sus brazos. El contraste era brutal: técnica contra brutalidad, calma contra furia, un duelo entre África y el Norte en el corazón del hielo.

El tiempo parecía haberse detenido. El fiordo entero contenía la respiración, observando cómo los dos titanes luchaban contra el peso imposible de la piedra ancestral.

El nórdico, con los dientes apretados y la mirada enloquecida, temblaba como un árbol azotado por el viento. El sudor le corría por la frente, sus músculos, tan vastos como montañas, empezaban a fallar. Cada fibra de su cuerpo gritaba pidiendo descanso, pero el orgullo lo mantenía erguido. No podía caer, no mientras todo su pueblo lo observaba. Su honor estaba en juego, y el de los ancestros que lo habían precedido.

Mordisquitos lo veía. Veía esa cara de sufrimiento, la desesperación oculta tras la furia, los ojos claros que se apagaban poco a poco. Y entonces, el africano decidió hacer algo que sería recordado en Sbalvard mientras hubiera voces para cantar.

Inspiró hondo, arqueó la espalda y, con un rugido gutural que retumbó como el trueno de Odín sobre el fiordo, alzó la piedra por encima de su cabeza. El silencio cayó sobre la aldea como un manto. Los gritos se apagaron, los tambores se callaron, hasta las olas parecieron detenerse. Los ojos de los nórdicos se abrieron como si estuvieran presenciando las mismísimas puertas del Valhalla abrirse ante ellos.
El rival, incrédulo, desmoralizado hasta el tuétano, dejó caer su piedra. El estruendo contra la escarcha fue como un eco de derrota. El coloso rubio se desplomó de rodillas, exhausto, hundiendo los dedos en la tierra helada para no caer de bruces.

Pero Mordisquitos no bajaba la roca. Su cuerpo entero temblaba, las venas de sus brazos parecían cuerdas tensadas a punto de reventar, su mandíbula rechinaba de puro dolor. Aun así, mantenía la piedra en lo alto, fusionado con ella, como si fueran una sola cosa. Un dios nacido entre hombres.

La vieja misteriosa levantó su bastón, y con voz solemne anunció la victoria. Pero el gigante no necesitaba proclamación alguna: su gesta hablaba por sí sola. El silencio dio paso al rugido de los piratas y seguidamente al del pueblo. El fiordo entero estalló en un clamor que se expandió como un trueno por las montañas. Mordisquitos seguía allí, inmóvil, con la roca en alto. No era un simple vencedor. Era leyenda.

Entonces, con solemnidad, inclinó la cabeza hacia el cielo, cerró los ojos y dejó escapar un soplo de aire, como si ofreciera su victoria a los dioses de ambos pueblos. Con todo el cuidado del mundo, bajó lentamente la roca hasta posarla en el suelo. No la arrojó, no la dejó caer: la devolvió a la tierra como quien devuelve un corazón sagrado a su altar. El africano avanzó entonces hacia su rival. El nórdico, aún jadeante y de rodillas, alzó la mirada sorprendido al ver la enorme mano tendida frente a él. Dudó un instante, pero luego la agarró con fuerza. Mordisquitos tiró de él y lo puso en pie.

Los dos colosos se miraron a los ojos, y después, en un gesto de respeto mutuo, juntaron sus frentes. El público estalló de nuevo, esta vez no solo por el vencedor, sino por ambos. La vieja levantó su bastón, anunciando el final de la prueba. Pero el gesto de los dos gigantes había dicho mucho más que cualquier palabra. En aquel instante, más que rivales, eran hermanos en la memoria de todos.
  • ¡Dos a cero! - exclamó Grace mientras todos se juntaban alrededor del vencedor - ¡Un buen comienzo!
Las risas, los vítores y las palmadas resonaban todavía en el aire, pero Vihaan permanecía callado, con la vista fija en el mar embravecido. Mientras descendían por el sendero hasta los pies del fiordo, observaba cómo el agua oscura golpeaba una y otra vez las rocas del acantilado. La espuma saltaba como si fueran garras de un animal furioso.

La tercera prueba no iba a medir músculos, ni velocidad. Se trataba de algo más primitivo: la resistencia al frío. Dos oponentes frente al mar despiadado. Entrar en el agua hasta cubrirse el cuello… y aguantar.
La zona escogida era un pequeño hueco entre las rocas, una especie de poza natural donde el oleaje llegaba con menos violencia. Aun así, el mar del norte seguía siendo un enemigo despiadado.
  • ¿Nervioso, señor? - sonrió Bhagirath, acercándose a él.
Vihaan, arrodillado en la orilla, sumergía la mano en el agua. El contacto le arrancó una mueca inmediata, como si miles de agujas se le clavaran en la piel.
  • Bueno… - respondió, girándose hacia su fiel amigo - Digamos que estoy acostumbrado a aguas más templadas, viejo amigo.
Bhagirath se agachó a su lado, fingiendo revisar las correas de su calzado, y se inclinó lo suficiente para hablarle al oído:
  • No luche contra el frío - susurró con voz grave - Es lo que todos intentan y por eso caen rápido. El mar no se domina, señor, se acepta. Respire despacio, deja que el agua se funda con usted. Fue Yrsa quien me dijo esto… y ella conoce estas aguas mejor que nadie.
Vihaan lo miró un instante, sorprendido por la fuente de aquella información, pero no dijo nada. Cerró los ojos, inspiró hondo, y volvió a sumergir la mano. Esta vez no la retiró. El agua era brutal, sí. Pero ahora, en lugar de luchar, simplemente la dejó entrar.

La anciana del pueblo levantó su bastón, y con un gesto solemne indicó que la prueba podía comenzar. El murmullo del público se apagó poco a poco hasta quedar en un silencio expectante, roto solo por el rugido del mar contra las rocas.
Vihaan y su oponente se despojaron de sus ropas, quedándose apenas con un lienzo sujeto a la cintura, lo justo para cubrirse sus partes íntimas. Sus cuerpos, tan distintos, parecían contar dos historias opuestas.

El nórdico, un hombre de torso ancho, piel curtida por el viento del norte y músculos endurecidos por años de faena en el mar y en la nieve, miraba el agua con la seguridad de quien la había conocido desde niño. Sus cicatrices parecían tatuajes del hielo, su barba goteaba sal, y su respiración lenta revelaba calma.

Vihaan, en cambio, era un cuerpo esbelto y fibroso, acostumbrado a climas templados, a la agilidad más que al peso. El contraste era evidente: su piel morena temblaba bajo el viento helado, como si el aire mismo quisiera quebrarla. Sin embargo, en sus ojos ardía esa chispa de obstinación que Grace había aprendido a reconocer.

Los dos entraron al agua al mismo tiempo. El choque fue brutal.
El nórdico descendió hasta el cuello sin titubeo, con la naturalidad de quien se hunde en un lecho familiar. Cerró los ojos y exhaló lentamente, como si el mar fuera una madre que lo recibía en brazos. Vihaan, en cambio, sintió que un millar de cuchillas le atravesaban la piel. El frío le mordía hasta los huesos, cada inspiración era un dolor punzante en el pecho. Recordó el consejo de Bhagirath, y trató de no luchar contra el agua, de aceptarla, de dejar que lo envolviera. Respiró despacio, fijando la mirada en un punto lejano del fiordo, buscando paz en el caos.

Pero por más que lo intentara, el cuerpo no mentía. El temblor en sus músculos lo delataba, sus labios se volvían azulados, y el aire le ardía en los pulmones. El forastero estaba fuera de lugar, jugando en territorio ajeno. El nórdico lo miró de reojo, inmóvil, como una estatua surgida de las aguas. Su rostro no mostraba sufrimiento, solo orgullo. El astrónomo , en cambio, sabía que la balanza no estaba de su lado. Y aunque su voluntad era férrea, el mar del norte no se doblegaba con ella.

El murmullo del público creció, dividido entre la euforia por la resistencia de su guerrero y la sorpresa por ver a aquel extranjero aguantar más de lo esperado. Vihaan seguía ahí, temblando, con la mirada fija en el horizonte. No iba a rendirse, pero el agua parecía que ya había empezado a decidir por él.

El agua helada lo devoraba lentamente. Seguía de pie en el mar embravecido, con el agua cubriéndole hasta el cuello, los labios azules y el temblor recorriendo cada fibra de su cuerpo.
  • ¡Vamos, chico, aguanta! - gritó MacFarlane, con la voz ronca de taberna, golpeando su bota contra el suelo - ¡No dejes que te venza un poco de agua salada!
Grace lo miraba con el corazón en un puño, apretando las manos contra su pecho.
  • ¡Pero lo está matando! ¿No lo ves? ¡Su cuerpo no puede más!
MacFarlane negó con la cabeza, sin apartar la vista de Vihaan.
  • Ese demonio de oriente es más terco que una mula en invierno. Si decide aguantar, lo hará. ¡Confía en él, muchacha!
Grace lo fulminó con la mirada, la voz quebrada por la angustia.
  • ¡No necesito que me dé una lección de terquedad, necesito que siga respirando!
MacFarlane sonrió, casi con orgullo, y escupió al suelo.
  • El chico sabe lo que se juega. No lo hace por él solo… lo hace por todos nosotros.
Grace dio un paso hacia adelante, con lágrimas en los ojos.
  • ¡Lo está haciendo por nosotros y va a morir por nosotros! ¡No pienso permitirlo!
Y sin esperar más, se lanzó al agua helada, el corazón latiéndole con furia. La corriente la golpeó como un muro de piedra, pero nadó con desesperación hasta él. Yara y Mordisquitos corrieron tras ella y, sin dudarlo, se zambulleron también. Entre los tres rodearon a Vihaan, que apenas mantenía los ojos abiertos, resistiéndose incluso entonces a dejar la prueba.
  • ¡Vihaan, basta! - gritó Grace con lágrimas en los ojos - ¡Ya está, ya has demostrado todo!
Él, temblando como una hoja, aún intentaba apartar sus manos.
  • N-no… pu-puedo… ren-ren-rendirme… - susurró entrecortado, la voz quebrada por el frío.
Pero su cuerpo dijo lo contrario. El nórdico, que aún permanecía en pie en el agua como una roca viva, lo observó con respeto. Luego levantó el puño al aire y rugió una palabra en su lengua. El público entero lo imitó, reconociendo en el forastero un valor digno de sus ancestros.

Yara y Mordisquitos sacaron a Vihaan del agua entre aplausos y gritos. La gente del pueblo se arremolinó a su alrededor, cubriéndolo con pieles, frotando sus brazos y ofreciéndole cuencos humeantes de caldo. El calor tardaba en volver, pero no estaba solo.

El nórdico que había sido su rival se acercó, y con solemnidad le tendió la mano. Vihaan, temblando y apenas pudiendo sostenerse, se la estrechó. No hacían falta palabras: el respeto mutuo estaba sellado. Grace, arrodillada a su lado, le sujetaba el rostro con ambas manos, el miedo aún clavado en sus ojos.
  • ¡Eres un insensato, Vihaan! ¿Qué demonios estabas pensando?
Vihaan trató de sonreír, castañeando los dientes.
  • Siento… haberte… preocupado… - dijo en un hilo de voz, antes de dejarse caer contra su hombro, exhausto pero con la dignidad intacta.
Grace lo abrazó con fuerza, cerrando los ojos, mientras alrededor todos lo vitoreaban como si hubiera ganado. La multitud aún rugía con vítores cuando Yara se abrió paso entre ellos. En sus manos traía un cuenco de barro humeante, de donde emanaba un olor intenso a hierbas y resinas. Se arrodilló junto al cuerpo tiritante de Vihaan, apartando suavemente a los que lo rodeaban.
  • Dejad espacio - dijo con firmeza, sin perder la calma.
Grace la miró ansiosa, pero se apartó lo justo para que Yara trabajara. La santera untó sus dedos en el ungüento espeso y verdoso, impregnado de alcanfor y hojas machacadas, y empezó a frotarlo en el pecho y los brazos del indio. El calor de la mezcla se esparció lentamente por su piel helada. Al mismo tiempo, cerró los ojos y comenzó a murmurar en yoruba, su voz baja pero llena de fuerza ancestral:
  • “Òrìṣà, má jẹ́ kí ọkàn rẹ̀ di ìràpadà, gbé inú rẹ̀, gbà á ní àánú.”
La cadencia de su rezo envolvía a todos, como un canto hipnótico. Los tambores invisibles de su pueblo parecían resonar en cada sílaba. Mordisquitos inclinó la cabeza en señal de respeto, y hasta los nórdicos, que no entendían una sola palabra, guardaron silencio.
Vihaan, temblando aún, abrió los ojos apenas un instante. Vio el rostro de Yara sobre él, iluminado por el resplandor de una hogera cercana, y escuchó aquella lengua que no conocía, pero que parecía hablarle directo al alma. Sus labios resecos se movieron con dificultad.
  • ¿Qué… dices…? - susurró.
Yara sonrió suavemente, sin dejar de frotar el ungüento en sus brazos.
  • Le pido a mis dioses que te devuelvan el calor y la fuerza, amigo. No dejarán que mueras aquí, no hoy.
El rezo continuó, las manos firmes y cálidas sobre su piel, y poco a poco los escalofríos se fueron atenuando. La respiración de Vihaan se volvió más pausada, aunque seguía débil. Grace, con lágrimas en los ojos, le acarició el cabello mojado.
  • Gracias, Yara… gracias por salvarlo.
La santera no levantó la vista, pero su voz sonó como un juramento.
  • Mientras yo respire, ninguno de los míos caerá sin que mis dioses luchen por él.
Ya habían completado tres de las siete pruebas. El tímido sol se situaba en su punto más álgido, indicando que llegaba el mediodía. Los nórdicos decidieron hacer un más que merecido descanso y regresar a la aldea para comer y seguir con las celebraciones en el gran salón comunal.

El aroma de los fuegos de leña y el humo de las hogueras se mezclaba con el olor del pescado ahumado, el pan rústico recién horneado y los guisos de carne de reno y ballena que burbujeaban en grandes calderos. Los aldeanos servían hidromiel y cerveza de cebada a todos los presentes, piratas incluidos, y el tintineo de los cuencos y los brindis llenaba el aire de risas y jolgorio. Vihaan, aun temblando por el frío, se acomodó junto a Grace en un banco de madera, cubriéndose con un paño grueso que le ofrecieron. Su cara seguía pálida, pero el calor de la comida y las risas comenzaban a recomponerlo poco a poco.
  • No puedo creer que haya perdido… - murmuró él, dejando caer la cabeza entre las manos
  • ¡Vihaan! ¿Otra vez vas a culparte de todo? ¡Ni siquiera sabes cómo se juegan estas pruebas! - dijo Grace, frunciendo el ceño mientras le golpeaba ligeramente el hombro.
  • Lo sé… lo sé. Solo… quería ganar. Hacer algo memorable, demostrar que… puedo… - susurró él, apenas audible sobre el murmullo del comedor.
  • ¡Memorable lo eres, estúpido! Pero no siempre se trata de ganar. ¿No ves cómo todos nos están aplaudiendo, riendo, disfrutando juntos? Mira a tu alrededor, hombre, ¡esto es armonía! - Grace lo miró fijamente, mientras los nórdicos y piratas compartían cuencos, charlaban y bebían sin importar la diferencia de lenguas o costumbres.
  • Lo sé… lo sé, Grace… pero… me siento inútil. Podría haber hecho más…
  • ¡Bah! Te arriesgaste, resististe, y viste cómo reaccionaron ellos… hasta los nórdicos te respetan. Aprenderás más de esto que de cualquier victoria - replicó ella, suavizando su tono y colocando una mano sobre la suya.
Mientras tanto, Bhagirath observaba en silencio desde un rincón. Sus ojos captaron un gesto que le hirvió la sangre: Yrsa se encontraba al lado de su esposo, Skarde, comiendo en silencio, pero un rápido movimiento de él hacia ella reveló un acto de tensión y violencia innecesaria. Yrsa se apartó rápidamente, con un ademán de defensa, y su expresión endurecida dejó claro que no estaba dispuesta a permitir más humillaciones. Bhagirath frunció el ceño, con la mandíbula apretada, consciente de que esa acción mancillaba la celebración y el espíritu de las pruebas, y tomó nota mental de vigilar la situación.

Bishnu permanecía apoyado en su bastón, al lado del sirviente. Sus ojos oscuros fijos en Yrsa y su esposo, leyendo entre los gestos y la tensión silenciosa que se respiraba en la sala. Sus labios se movieron apenas, pronunciando palabras que parecían flotar, enredándose con el humo y el murmullo de la multitud.
  • En la tierra duerme la osa que arrasa montañas, y en el mar vive el tigre calmado. Aun la sombra del árbol más fuerte se inclina ante la tormenta que conoce su nombre. Una jaula mantiene su puerte abierta, pero el pájaro da la espalda. Sus alas podrían alzarse, pero su espíritu ancla sus patas al metal.
Bhagirath dio un paso adelante, con el ceño fruncido, la incertidumbre apretando su pecho.
  • Sabio… ¿qué puedo hacer yo para ayudarla?
Bishnu lo miró, y su expresión no cambió, como si estuviera viendo más allá de cualquier tiempo o espacio.
  • Preguntas por el río que ya conoces, sirviente… ¿olvidas acaso que quien lo cruza, debe saber que el agua siempre sigue su curso? No existen respuestas para quien no necesita preguntas.
El solemne hindú se quedó en silencio, meditando las palabras del viejo, sintiendo cómo cada frase era una llave que solo el tiempo y la observación podrían abrir. Entinces se acercó con paso medido, silencioso, hasta situarse frente a Grace y Vihaan. Se agachó lentamente, hasta quedar en cuclillas, adoptando un porte solemne y tranquilo que contrastaba con el bullicio de la sala. Sus manos reposaban sobre sus rodillas, y sus ojos oscuros estudiaban a Vihaan con calma.
  • Señor… ¿cómo se encuentra? - preguntó con suavidad, casi reverente.
Vihaan le devolvió la mirada y sonrió, un gesto amistoso que intentaba disimular el agotamiento.
  • Mejor… lo intenté, viejo amigo, seguí tus consejos, pero… contra el mar del norte no pude.
Bhagirath asintió lentamente, y una leve sonrisa iluminó su rostro.
  • Hay enemigos, mi señor, frente a los cuales un hombre solo puede conformarse con arrodillarse si no quiere morir.
Grace se inclinó hacia él, curiosa y un poco impaciente.
  • Por cierto, esos consejos… ¿Quién te los da, Bhagirath?
El sirviente la miró con seriedad, aunque un brillo travieso danzaba en sus ojos.
  • Tengo que pedirle un favor, capitana… - su voz bajó, apenas un susurro que parecía más un juego que una súplica.
Grace escuchó atentamente su petición y al terminar se echó hacia atrás y comenzó a reír a carcajadas, primero contenida, luego sin freno.
  • ¡Pero… Bhagirath! ¡Llevo toda mi vida robando y jamás me he atrevido a robar la esposa a un marido! ¡Y menos a uno tan grande y poderoso como ese! - exclamó, sacudiéndose la cabeza entre risas y señalando al enorme ballenero.
Vihaan, aún recuperándose del frío y el esfuerzo, esbozó una sonrisa divertida, anticipando que la petición de Bhagirath no sería sencilla, pero que probablemente desataría un caos inolvidable. El sirviente se limitó a inclinar la cabeza levemente, con esa calma que escondía su astucia. Todo quedaba implícito: lo que pedía sería un desafío que sólo la audacia de la capitana podría aceptar.
  • ¿La amas? - preguntó Grace, dejando de reír por un instante, pero mirándolo con ternura.
  • ¿Cómo dice? - respondió el sirviente, confundido por la súbita seriedad en su tono.
  • ¡Que si la amais, viejo amigo! - sonrió Vihaan, sujetando la mano de Grace con firmeza.
Bhagirath asintió lentamente, esbozando una sonrisa. Lo que sus palabras no podían decir, sus ojos lo confesaban por él.
  • ¿Y ella te ama a ti? - preguntó Grace, inclinándose un poco hacia él.
  • Eso creo, mi capitana… y eso deseo, con toda mi alma.
Grace pareció meditar un momento, pero su mirada brillaba con diversión; el hidromiel y el ambiente festivo la impulsaban a jugar.
  • ¿Cómo podría negarme yo, una simple pirata, a los designios incontrolables del corazón? - contestó, manteniendo los ojos fijos en los de Vihaan - Pero debemos pensar bien cómo hacerlo. No me gustaría tener que enfrentarme a estos hombres. Debemos trazar un plan…
Continuará…
 
Capítulo 13 - Los juegos deben continuar: destreza, aguante y valor


El descanso entre pruebas no duró demasiado. Apenas lo justo para entrar en calor, saciar el hambre y alegrar el espíritu con el dulce y ardiente hidromiel. Como siempre, la anciana misteriosa - aquella mujer que parecía ser la guía espiritual de la aldea - habló en su lengua, y todos la siguieron hacia la playa, acompañados por el atronador bramido de los cuernos, que retumbaban en el aire gélido de la isla como un presagio.
  • ¿Estás preparado, Halcón? - preguntó Grace a su vigía mientras caminaban entre la multitud.
  • Mi capitana… si supiera a qué demonios voy a enfrentarme, le respondería encantado. Pero vamos a ciegas… - gruñó, entre nervioso y resignado.
  • ¡Yara!
  • ¿Dime, Red?
  • ¿Has visto a Bhagirath? Necesitamos información sobre la prueba, antes de que empieze. Alguna pista, algún consejo que nos pueda ayudar.
  • Voy a buscarlo, no te preocupes…
Yara le estampó un beso rápido y cariñoso en la mejilla y salió corriendo entre la gente, con su andar ligero y decidido. Siguieron caminando dirección a la playa, en silencio. Conteniendo como podían los nervios y la expectación. A lo lejos ya se podía divisar la zona donde se realizaría el siguiente juego.
  • Creo que esa de ahí va a ser mi contrincante - dijo Halcón, señalando discretamente hacia el grupo de Skarde.
Su dedo apuntaba a una mujer joven, rubia, flaca y bajita, que parecía un pájaro perdido entre los fornidos guerreros nórdicos.
  • No parece muy fuerte… - murmuró Grace, frunciendo el ceño, incapaz de entender por qué la habían escogido - Si la prueba se trata en lanzar un martillo lo más lejos posible, diría que lo tenemos ganado.
  • No se trata de eso, capitana…
  • ¡Bhagirath! ¡Por fin! - exclamó Grace al verlo acercarse, dándole unas palmadas en el hombro con alivio - Vamos, valiente guerrero, dinos: ¿en qué consiste la prueba?
  • Según he podido averiguar… - comenzó Bhagirath.
  • Según te ha contado Yrsa - lo interrumpió Grace con una sonrisa traviesa en el rostro.
  • Sí… eso - admitió el sirviente, sonrojándose de nuevo - No se trata de una prueba de fuerza en sí, sino más bien de precisión. Mire…
Bhagirath señaló la pista preparada en la arena. Era un rectángulo alargado, delimitado por piedras de río. En un extremo había una línea marcada en el suelo, donde debían colocarse los participantes para lanzar el martillo. Al otro lado, a varios metros de distancia, se veían tres círculos concéntricos hechos también con piedras, cada uno más pequeño que el anterior. Como una diana rústica y primitiva.
  • Entiendo que gana aquel cuyo martillo quede más cerca del centro, ¿verdad? - dijo Grace, entornando los ojos.
  • Exacto. Cada uno tendrá tres intentos, y cada círculo suma puntos: cuanto más pequeño, más valioso - explicó Bhagirath con calma.
  • ¡Lo tenemos ganado, entonces! - rió la capitana, dándole una palmada en la espalda a su vigía - Halcón tiene la mejor puntería del mundo, ¿no es así?
  • No cante victoria tan pronto, mi capitana - advirtió Bhagirath, adoptando un tono solemne - Mi informante…
  • Yrsa… - sonrió Grace, disfrutando de la incomodidad de su compañero.
  • Sí… ella - asintió, bajando la mirada, incapaz de evitar sonrojarse de nuevo - Me ha dicho que la nórdica elegida es una contrincante temible. Desde que tiene uso de razón, nunca la ha visto perder en esta prueba.
  • Hasta hoy, viejo amigo… hasta hoy - replicó Grace, desafiante - ¿Verdad, vigía?
La capitana le dio una fuerte palmada en el hombro a Halcón. Él esbozó una sonrisa forzada, aunque en su único ojo se reflejaba cierta preocupación. La puntería nunca había sido un problema para él; podía acertar en el centro de una diana incluso en la más cerrada de las noches de tormenta. El verdadero obstáculo estaba en la fuerza: la pista era larga, y él no era precisamente un hombre fornido.

Su rival, en cambio, aunque menuda y flaca, irradiaba dureza. Había algo en la forma en que sus compañeros la animaban - confiados, orgullosos, como si supieran ya el desenlace - que resultaba inquietante. Halcón lo percibió de inmediato. Aquello no iba a ser un reto sencillo… y lo sabía demasiado bien.

La caminata se paró enfrente de la pista y los dos contendientes se situaron frente a frente en la línea de piedras. Halcón, erguido pero en silencio, con su único ojo fijo en la diana al otro extremo del campo. Frente a él, la muchacha nórdica: baja, rubia, de mirada acerada y gesto sereno. No parecía impresionada por el marino extranjero; de hecho, se limitaba a calentar las muñecas y girar los hombros con la calma de quien ya conoce el desenlace.

A cada lado de ambos había un cesto con tres martillos de hierro. Los del equipo nórdico llevaban un pañuelo azul atado al mango, los del Red Viper uno rojo. Era como si los colores hubiesen marcado el destino de esa prueba.
La mujer anciana, que parecía invocar a los dioses con sus cánticos enigmáticos, avanzó hasta situarse entre los dos. Extendió su palma arrugada: en ella descansaba una moneda de plata, con una cara lisa y la otra grabada con una runa.

La joven nórdica señaló la runa sin dudar. La anciana lanzó la moneda al aire. Giró bajo la luz gris del cielo, brilló por un instante y cayó mostrando la runa. La muchacha asintió y, con un destello de ironía en la mirada, murmuró:
  • Lát hinn einauga byrja.
Halcon, entendió que debía empezar él, así que se adelantó un paso y tomó el primer martillo de su cesto, el pañuelo rojo ondeando suavemente ante la brisa marina. Lo sostuvo con ambas manos, sopesando su peso. Suspiró hondo y fijó su ojo en el horizonte, donde la diana lo esperaba: los tres círculos de piedra, cada vez más pequeños, parecían retarlo.

Giró ligeramente el cuerpo. El viento venía lateral, del mar hacia el acantilado. Tendría que corregir la trayectoria. Movió el brazo hacia atrás y adelante, tanteando el ángulo de lanzamiento, como un depredador estudiando el salto preciso antes de atacar. Todo su mundo quedó reducido a un cálculo mental: distancia, peso, viento, parábola.

El silencio fue absoluto. Ni un suspiro entre la multitud. Solo el rumor del oleaje y el graznido de unas gaviotas.
Halcón lanzó.

El martillo salió de su mano surcando el aire con delicadeza. El pañuelo rojo se agitó como la estela de un cometa mientras ascendía en un arco perfecto. Por un instante, pareció flotar suspendido en el cielo gris. Luego cayó, directo y certero, clavándose con elegancia en el centro del círculo más pequeño. Justo en el corazón de la diana.

Hubo un estallido de voces.
  • ¡Por todos los diablos, lo hizo! - gritó MacFarlane, golpeando una mesa imaginaria con el puño
  • ¡Así se lanza! - exclamó Grace, riendo y aplaudiendo.
  • ¡Bien hecho, compañero! - dijo Vihaan con una sonrisa de orgullo sincero.
  • ¡Eso es puntería! - añadió Yara, dando una palmada en el aire.
Gipsy empezó a dar saltitos frenéticos sobre el hombro de la yoruba, chasqueando los dientes y agitándose con pequeños chillidos de celebración. El equipo de Skarde, en cambio, permaneció inmóvil. Ninguno se alteró. Brazos cruzados, semblantes pétreos. No había enfado ni sorpresa en sus ojos. Al contrario, los observaban con una calma condescendiente, como quien ve a un niño mostrar su juguete favorito. Estaban seguros de lo que venía después.

La joven rubia, menuda y aparentemente frágil, no se inmutó. Simplemente se agachó, tomó el primer martillo azul y lo sostuvo con naturalidad. Una leve sonrisa recorrió sus labios.

El verdadero reto apenas acababa de comenzar.

Con seguridad, avanzó con calma. Sus pasos eran ligeros, pero cada uno dejaba la sensación de que el suelo mismo la reconocía como su dueña. Miró el martillo, sopesándolo en la mano con la familiaridad de quien lleva toda la vida haciéndolo. Los nórdicos la observaban en silencio, hasta que uno de ellos, de barba rojiza, murmuró en voz baja, como una plegaria:
  • Hún er styrkr bjarnanna.
Otro, con tono solemne, añadió:
  • Engi maðr hefir sigrað hana.
Skarde, con los brazos cruzados y una media sonrisa, habló sin apartar la vista de la pequeña figura de su campeona:
  • Sjá nú, hvernig örlögin tala.
La muchacha cerró los ojos un instante. Su respiración se acompasó con el viento, como si escuchara voces invisibles que la guiaban. Al abrirlos, su mirada azul centelleó con una ferocidad tranquila. Sin ceremonias ni aspavientos, giró el cuerpo y lanzó.

El martillo azul salió disparado con una violencia brutal, cortando el aire como un trueno seco. El proyectil voló alto y descendió con precisión sobre el círculo más pequeño… pero no solo acertó: el impacto fue tan fuerte que desvió un poco el martillo de Halcón, enterrándolo por completo en la arena, como si quisiera borrar cualquier huella previa. Como si jamás hubiera estado allí.

Un rugido estalló entre los nórdicos.
  • Sigr! Sigr! Hún er ósigrandi!
Las Víboras Rojas guardaron silencio. Grace apretó los dientes, sin poder evitar que su sonrisa orgullosa se torciera en preocupación. Vihaan se quedó inmóvil, con la respiración contenida. Y Halcón, todavía en la línea de piedras, apretó con fuerza el siguiente martillo rojo, consciente de que no luchaba contra una mujer, sino contra una leyenda viviente.

El vigía miró a la mujer junto a él. Había sido una jugada sucia: no solo había acertado, sino que lo había sacado fuera de la zona de mayor puntuación. Mientras sacaba su segundo martillo del cesto, sus miradas se cruzaron como cuchillas.
La joven sonrió con malicia y dijo en su lengua:
  • Komdu, einaugi… sýndu oss hvat þú kannt!
  • Eres una dura contrincante - respondió él con calma, devolviendo la sonrisa - Lo reconozco… pero no me subestimes, nórdica. Estoy bendecido por Calipso.
Entonces, con un gesto solemne, el vigía se levantó el parche y dejó al descubierto la cicatriz que marcaba su rostro. Agarró el martillo con fuerza y contuvo el aliento. Su único ojo se fijó en la diana al horizonte, pero había en su semblante algo inquietante: como si, bajo la piel arrasada y muerta, el ojo perdido aún pudiera ver.

Balanceó el martillo sobre su cabeza y, con una determinación feroz, lo lanzó. La parábola fue más alta y bombeada que la anterior, y al caer se clavó en la arena… justo al lado del de su rival. Tan cerca que parecía como si alguien los hubiese colocado allí con cuidado, sin dejar un solo milímetro de separación.

Los piratas estallaron en aplausos y vítores, celebrando a su vigía.
El marcador quedaba igualado: los dos habían demostrado una puntería perfecta.

La joven nórdica escupió en la arena y murmuró una maldición entre dientes:
  • Hel taki þig, einaugi…
En lugar de alzar el martillo como antes, se agachó en cuclillas. Su cuerpo menudo se tensó como un resorte, y con un rugido lanzó el arma casi a ras del suelo, con furia contenida.
El martillo surcó el aire bajo y pesado, casi rozando la arena de la playa y cuando impactó en el centro de la diana, el golpe fue brutal: la arena estalló hacia arriba y los dos martillos que descansaban en el círculo menor salieron despedidos, rodando fuera de los aros de piedra.
El público rugió. El marcador quedaba en cero para ambos equipos. Todo se decidiría en el último lanzamiento.
  • Inteligente jugada - sonrió Vihaan, con un brillo de admiración en sus ojos - Sabe que el último lanzamiento es suyo y se aprovecha de la ventaja.
Grace se adelantó un paso, los puños cerrados, y gritó con fuerza:
  • ¡Vamos, Halcón! ¡No te vengas abajo! ¡Estamos contigo!
La multitud guardó silencio expectante. Todos los ojos se posaban en el tuerto, que ahora cargaba con el peso del honor de su tripulación.
El vigía se inclinó sobre la línea de piedras, el último martillo pesado en su mano. El sudor le perlaba la frente a pesar del frío gélido de la costa. Sabía en su interior que ya estaba perdido. No porque fuera a fallar, pues tenía la certeza absoluta de que su lanzamiento sería certero, como todos los anteriores, sino porque presentía con la calma de un marinero viejo que su contrincante tampoco erraría. Y ella era la que tenía la ventaja.

Apretó con fuerza el mango envuelto en el pañuelo rojo, respiró hondo y balanceó el martillo con un giro firme del torso. La trayectoria se dibujó en su único ojo, como si el aire mismo obedeciera a su cálculo. Con un rugido sordo lo lanzó, y el martillo surcó los cielos con la elegancia de una flecha imparable.

Antes incluso de que tocara la arena, Halcón se giró hacia su capitana y bajó la cabeza.
  • Perdóneme, mi capitana… he perdido.
Grace lo miró sorprendida. Una sonrisa cálida suavizó su rostro curtido, justo cuando el martillo impactaba en el centro de la diana.
  • ¿Perder? - replicó con dulzura - Has hecho una actuación magnífica. Estoy orgullosa de ti, Halcón. Pase lo que pase, puedes ir con la cabeza alta.
Bum-Bum, sentado sobre los hombros de Mordisquitos para que pudiera ver la competición, le dió dos suaves toques en la cabeza rapada del gigante africano. El coloso lo bajó sin hacer preguntas, y el niño de ojos brillantes cayó ágilmente al suelo.
  • ¿A dónde vas, pequeñajo? - preguntó Yara, extrañada, inclinándose hacia él.
El niño apenas giró la cabeza, una sonrisa pícara en los labios, y contestó con su eterno murmullo:
  • Bum bum…
Y sin más, se escabulló entre las piernas de los aldeanos que ya gritaban y aplaudían, animando a la joven nórdica para que ejecutara el último y decisivo lanzamiento.

La rival del norte avanzó hasta la línea de piedras con paso seguro, el último martillo descansando en sus manos. Sus compañeros la aclamaban, sabiendo que la victoria era suya. Estaba tan confiada que apenas se detuvo a calcular: solo tenía que repetir lo ya hecho, sacar el martillo de Halcón y dejar su nombre inscrito en la gloria de la prueba.
Lo levantó, flexionó las piernas y lanzó con furia. El martillo salió disparado con violencia, recto, preciso… hasta que en mitad del aire algo extraño sucedió. El hierro, que debía describir una parábola limpia, giró de forma antinatural, torciéndose sobre sí mismo como si una mano invisible hubiera alterado su curso.

Con un ruido seco, el martillo se hundió en la arena muy lejos de la diana. Cero puntos.
El silencio cayó sobre la playa. Nadie respiraba. Nadie entendía qué había ocurrido. Ni siquiera la lanzadora, que abrió los ojos desmesuradamente, incrédula, mirando sus manos como si hubieran traicionado su destreza.
  • Hvat… hvat gerðist? - murmuró desconcertada en su lengua.
Los piratas estallaron en un grito de júbilo, levantando los brazos y celebrando la inesperada victoria como si hubieran conquistado un imperio. Gipsy chillaba dando saltos, Mordisquitos rugía de felicidad y Grace abrazaba a Halcón, riéndose como una loca.
Entre el gentío, Yara era la única que no miraba el martillo. Sus ojos atentos habían seguido otra cosa: la pequeña mano chamuscada de Bum-Bum guardando a toda prisa un tirachinas gastado, oculto bajo sus ropajes raídos.

La curandera apartó a un par de aldeanos y encontró al niño justo cuando emergía entre las piernas del público, con esa sonrisa inocente que no engañaba a nadie. Lo alzó en brazos y lo apretó contra sí, frotando con cariño su cabeza cubierta por el pañuelo.
  • ¡Pequeño pirata granuja! - rió en voz baja, entre reproche y ternura - Eso es hacer trampas…
El niño clavó en ella sus ojos traviesos y solo murmuró lo de siempre, como si bastara con eso para justificarse:
  • Bum-bum?
Yara le besó la frente con una carcajada.
  • Así me gusta, bribón. ¡Bien hecho!
Mientras unos celebraban la inesperada victoria y otros todavía trataban de descifrar qué demonios había pasado, un par de mujeres de la aldea ya preparaban la siguiente prueba. Arrastraron hasta la orilla una mesa robusta de roble, gastada por los años pero firme como una roca. La encajaron bien en la arena húmeda, y a su alrededor colocaron dos taburetes enfrentados. Poco después, dos hombres fornidos trajeron un barril enorme, que dejaron caer con un golpe sordo al lado de la mesa. Al abrirlo, un aroma intenso y dulzón de hidromiel fermentado se mezcló con la brisa salada del mar, impregnando el aire con promesas de exceso.
  • ¡Bueno! - dijo Grace, arremangándose con una sonrisa desafiante - ¡Parece que ha llegado mi momento!
  • Supongo que esta vez no necesitará consejos, mi capitana - bromeó Bhagirath, divertido.
Yara se acercó entonces, con Bum-Bum en brazos, apretándolo contra el pecho como si fuera su propio hijo.
  • No hay hombre ni mujer sobre la faz de la tierra capaz de ganarte en un concurso de beber, Grace - dijo con media sonrisa - ¿Verdad, amiga?
  • Así es - respondió la capitana con orgullo - Campeona siete años seguidos en el Flying Pig. Nadie me ha tumbado en la vida.
  • Realmente… - sonrió Bhagirath - lleva en la sangre lo de ser pirata, mi capitana.
El pueblo comenzó a arremolinarse alrededor de la mesa, expectante. La prueba era tan simple como brutal: beber sin descanso hasta que solo quedara uno en pie. Ganaría el último que consiguiera no desplomarse del taburete.

Grace tomó asiento, golpeando con los nudillos el tablero como quien reta a la fortuna. Y entonces, su rival apareció. Una sombra imponente se acercó entre el gentío: Yrsa, la Osa de Hielo, con el ceño adusto y la piel tatuada, arrastrando el taburete como si fuera de juguete. Se dejó caer enfrente de Grace con brusquedad, sin mostrar el más mínimo gesto de cortesía.
  • ¿Tú? ¿En serio? - preguntó Grace arqueando una ceja.
Yrsa la miró con calma, y su voz áspera, apenas en un susurro, resonó como un trueno lejano:
  • Esto no ser Inglaterra… hidromiel peligroso, tu no costumbre. Yo dejar ganar a ti.
Grace clavó sus ojos desafiantes en los de la bestia del norte. Observó los tatuajes que le recorrían el rostro, las manos enormes apoyadas sobre unos brazos capaces de doblar hierro sin herramientas.
  • Ni hablar, amiga del norte - dijo al fin, con una sonrisa que mezclaba orgullo y respeto - Agradezco tu ayuda hasta ahora, de verdad. Pero no quiero trampas ni que te dejes ganar. Vamos a competir tú y yo. ¿Estamos?
Yrsa frunció el ceño, al principio sin comprender por qué esa aguerrida mujer rechazaba un triunfo fácil. Pero luego, poco a poco, sus labios se curvaron en una sonrisa feroz. Asintió con la cabeza, aceptando el desafío. Las dos se entendieron en ese mismo instante: mujeres de fuego y de hielo, tan distintas y tan parecidas al mismo tiempo, pues estaban hechas de la misma pasta. Dos mujeres incapaces de aceptar la caridad cuando lo único que buscaban era la gloria.

El ambiente en la playa se transformó en un auténtico ritual de celebración y desafío. Mientras el sol se alzaba en lo alto, el frío gélido de Svalbard parecía retroceder ante el calor del hidromiel y la excitación del público. Los aldeanos golpeaban tambores con fuerza, creando un ritmo atronador que hacía vibrar la arena y los peñascos cercanos al mar. Cada golpe reverberaba como un latido primitivo, llamando a la fuerza y la valentía.

Los piratas, siguiendo la cadencia, alzaban sus cuernos de madera y bebían de un trago, gritando entre risas y vítores:
  • Bebe! Bebe!
  • Skál! Skál! - replicaban los nórdicos, imitando la tradición ancestral de su lengua, sus voces firmes resonando por todo el fiordo.
Grace y Yrsa, sentadas frente a frente sobre los taburetes, empezaron a beber. El hidromiel, dulce y potente, ardía en sus gargantas y se extendía por sus cuerpo, calentando cada músculo. Sus rostros se enrojecían por la mezcla de esfuerzo, excitación y alcohol. La brisa marina azotaba sus cabellos, pero no lograba enfriarlas; poco a poco, ambas comenzaron a quitarse capas de ropa, dejando que el sol y la intensidad del momento hicieran sudar su piel. Cada sorbo era un desafío, un duelo silencioso de resistencia y voluntad.

A su alrededor, la playa bullía de movimiento. Los aldeanos nórdicos levantaban los cuernos y coreaban en su idioma antiguo:
  • Heill Freyja! Heill Óðinn! Skál til hetjur!
Los piratas respondían con vítores en común:
  • ¡Arriba los corazones! ¡Skál por la Víbora Roja y la dama de hielo!
El público se inclinaba sobre la mesa y los taburetes, observando cada gesto de las competidoras. Cada trago que Grace tomaba era acompañado de un aplauso y un grito; cada sorbo de Yrsa provocaba un murmullo de asombro y admiración. Sus músculos tensos, los gestos de concentración, la manera en que inclinaban la cabeza y apretaban la mandíbula al beber, todo era observado como un espectáculo de fuerza y resistencia humana.

Incluso Bum-Bum, sobre los hombros de Yara, saltaba y aplaudía, animando a la capitana del Red Viper. Yara, riendo, lo alzaba, dejando que sus pequeños pies danzaran en el aire, mientras sus ojos brillaban de orgullo y diversión.

El frío seguía presente, cortante, pero se convertía en un detalle menor ante el calor del desafío y el bullicio festivo de la playa. El aire estaba impregnado de hidromiel, sal, y gritos de aliento. Todos, aldeanos y piratas, estaban atrapados en la intensidad de aquel ritual, conscientes de que estaban presenciando un duelo que iba mucho más allá de la simple prueba de beber: un enfrentamiento de voluntades y de espíritus.

El hidromiel seguía fluyendo sin cesar. Cada sorbo hacía que los músculos se relajaran y el calor recorriera el cuerpo, mezclándose con el enrojecimiento de sus mejillas y el sudor provocado por el esfuerzo y el sol. Sus gestos empezaban a volverse más torpes, sus risas más estruendosas. Cada trago era un pequeño desafío, y cada aplauso del público las empujaba a continuar.

Yrsa inclinó la cabeza hacia atrás, tomando un largo sorbo del cuerno que tenía frente a ella, dejando que el dulce líquido caliente le recorriese la garganta. Grace, con los labios aún húmedos de su propio trago, la miró con una sonrisa traviesa:
  • Nada mal, Yrsa. Y dime… ¿Como planeas sobrevivir a esto? - dijo, su voz teñida de diversión.
Yrsa rió, soltando un bufido de vapor caliente. Sus manos, grandes y firmes, se apoyaban en la mesa mientras levantaba el cuerno para otro sorbo.
  • Yo poder ganar, capitana. Fuerte y dura como montaña - contestó con un hilo de voz más grave por el alcohol - Querer… querer decir algo. Yo tener propuesta. Querer puesto en tripulación tuya.
Grace la miró sorprendida, entre divertida y atónita, mientras el público seguía animando, golpeando los tambores y alzando cuernos de hidromiel:
  • ¿Un puesto? - preguntó - ¿Y qué podrías ofrecer tú al Red Viper, Yrsa?
La nórdica levantó una ceja, la mandíbula firme, y volvió a beber, dejando que su respiración se mezclara con el olor del mar y los gritos:
  • Ver tu barco… estar dañado. Poder reparar. Hacer fuerte, más duro, mejor para el mar.
Grace asintió, animada, pero consciente del peligro:
  • Eso es genial, además necesito un ingeniero en mi barco… pero el mar… no es un lugar seguro. Nuestra ruta es peligrosa, Yrsa. Lo sabes, ¿verdad?
Yrsa apoyó los codos sobre la mesa, inclinándose hacia Grace mientras daba un último trago.
  • No temer nada. Yo valiente. Única cosa temer en vida… - dijo, con la voz teñida de determinación y diversión - vivir en jaula. Nada más asustar a mí.
Grace miró de tú a tú a aquella enorme mujer. Daba la impresión de ser fuerte y hábil. Una mujer decidida, una superviviente. Supuso que las mujeres de esa agreste tierra aprendieron hace tiempo a serlo. Las que no lo hacían morían a merced del frio. Parecía no temer al dolor ni a la muerte. Y sus palabras fueron claras. Solo temía a una jaula. A empuñar sus barrotes hasta que la edad y la costumbre los aceptasen. Y toda opción al valor cediera al recuerdo y al deseo. La capitana lo tuvo claro, lo vió en sus ojos. Era hija del hielo, herrera de Sbalvard, no creía que ese fuese su destino.

Grace soltó una carcajada, levantando su cuerno para un brindis:
  • Entonces, mi feroz amiga del norte… creo que encajarás perfectamente entre los míos.
Los aldeanos y los piratas aplaudieron y gritaron, chocando sus cuernos y acompañando el momento con tambores y vítores. Cada trago siguiente se convirtió en un ritual compartido de alegría y camaradería, mientras Grace y Yrsa seguían bebiendo, riendo y hablando, entrecortadas por el hidromiel y la emoción.

El sol iluminaba sus cabellos y rostros, y a pesar del frío de Svalbard, la playa parecía un horno de vida y celebración. Ambas mujeres, fuertes y testarudas, se enfrentaban en un duelo de resistencia, pero también forjaban un vínculo de respeto y amistad, sellado entre tragos, risas y el rugido del público alrededor.

El hidromiel ya había empezado a hacer efecto en ambas, el enorme barril estaba casi vacío. Sus manos temblaban ligeramente, sus movimientos se volvían torpes, y la risa se les escapaba a carcajadas cada pocos segundos. La playa estaba llena de vítores, tambores retumbando y el aroma a hidromiel mezclándose con la brisa salada del mar. Los espectadores no podían apartar la mirada mientras las dos mujeres, fuertes y orgullosas, seguían bebiendo sin detenerse.

Yrsa, con la voz arrastrada y las mejillas encendidas, dejó caer su cuerno sobre la arena y habló casi arrastrando las palabras:
  • Ya… ya no poder más… - dijo, tambaleándose peligrosamente sobre el taburete.
Grace, tambaleándose también, pero con un hilo de orgullo y diversión en la voz, la sujetó del brazo con fuerza:
  • Eso de “ya no puedo” aquí no se aplica, Yrsa - rió, mientras ambos cuerpos cedían al agotamiento y la ebriedad.
Con un último impulso de coordinación torpe, ambas cayeron al mismo tiempo sobre la arena húmeda de la orilla, agarradas del brazo, riendo entrecortadamente mientras el frío de la playa las abrazaba suavemente. El silencio por saber quien había ganado se transformó en aplausos y vítores ensordecedores: por primera vez en la historia de las siete pruebas, había un empate.

Bhagirath se acercó con calma, ayudando a Yrsa a levantarse y despertándola suavemente, mientras MacFarlane y Vihaan hacían lo mismo con Grace.
  • Esta vez no ha ganado - sonrió Bhagirath, con su porte solemne.
  • Cierto Bigotes, pero tampoco ha perdido - respondió Yara, observando la escena con una mezcla de orgullo y diversión.
El público celebraba, golpeando los tambores y levantando sus cuernos de hidromiel. La brisa fría de Svalbard parecía más cálida gracias a la risa, la camaradería y la increíble hazaña que acababan de presenciar.

Ayudadas por sus compañeros, Yrsa y Grace se levantaron. Y siguiendo a la vieja misteriosa empezaron a caminar hacía el bosque, tambaleándose ligeramente, el mundo dando vueltas en sus cabezas, con risas entrecortadas y miradas cómplices.
  • Sabes, Bhagirath - dijo Grace mientras el hindú ayudaba a mantener el equilibrio de ambas - tu amiga me cae muy bien.
Bhagirath sonrió ante la sinceridad de su capitana.
  • A mí también caer bien, cabello de fuego - respondió Yrsa, todavía riéndose - Tu y yo ser hermanas - dijo agarrandose más fuerte a Vihaan - Hermanas de alcohol - repitió, borrachísima, sin poder contener la risa y agarrándose a ambos hombres para no caer.
MacFarlane, que sujetaba a Grace por el otro brazo, miró al cielo y gritó con su voz potente, dejando que su entusiasmo fuera más grande que la fatiga:
  • ¡Lo sé, padre! Así es el alcohol, la causa y al mismo tiempo la solución a todos los problemas de este maldito mundo.
Los demás piratas rieron a carcajadas, contagiados por la alegría y la extravagancia de sus palabras. Pero las risas disminuyeron poco a poco a medida que el bosque se volvía más denso, las sombras se alargaban y el viento helado movía las ramas con un silbido inquietante. El crujir de las hojas bajo sus pies hacía que la tensión creciera, recordándoles que estaban a punto de enfrentar la sexta prueba: probablemente la más brutal y salvaje de todas.

Un escalofrío recorrió a todos al pensar en lo que les esperaba. La prueba del hombre contra la bestia, diseñada por mentes nórdicas duras y despiadadas: resistir la mirada de un oso sin retroceder, un acto de valor y fuerza solo imaginable para los más tercos e intrépidos. Cada paso los acercaba al corazón del bosque, donde la bestia esperaba, silenciosa y amenazante, dispuesta a poner a prueba a quien se atreviera a enfrentarse a ella.

El aire se cargaba de expectación. Cada respiración se mezclaba con el olor a tierra húmeda y pino, mientras los participantes se preparaban, consciente de que esta prueba no sería como las anteriores: aquí no había truco, ni ingenio, ni martillos ni hidromiel. Solo coraje frente a la fuerza indomable de la naturaleza.

El grupo avanzaba por el bosque, sorteando raíces y troncos caídos, hasta que la vegetación empezó a abrirse y ante ellos apareció un claro. En el centro, una pequeña cueva se abría en la base de una montaña cubierta de musgo y escarcha. La boca de la cueva estaba oscura, profunda, y de ella emanaba un silencio pesado, como si la nada misma aguardara dentro.

Yrsa se acercó a Grace y MacFarlane, inclinándose ligeramente para que nadie más los escuchara. Su aliento olía a hidromiel, y su voz, aunque borracha, era firme:
  • Tú hacer prueba? - susurró mirando al escocés- Tener que acercar los dos a la vez a cueva. El primero volver perder.
MacFarlane frunció el ceño, mostrando su cicatriz a la nórdica.
  • He luchado contra un oso antes, gigante de hielo - dijo, con un dejo de orgullo y advertencia - No hay problema.
Yrsa le colocó una mano sobre el brazo, con un gesto que mezclaba autoridad y calma.
  • No temer - dijo Yrsa - oso dormir en cueva amigo mío ser. No hacer daño si yo estar aquí.
El escocés la miró, incrédulo y asombrado a la vez.
  • Es impisible domar a un animal salvaje - murmuró, con tono escéptico.
Yrsa sonrió, dejando entrever su desdén por la duda ajena:
  • No domar. Solo ser amigos. Él libre.
Grace, apoyándose en una rama cercana, con ganas de vomitar, observaba a ambos con una sonrisa traviesa.
  • Todavía no conozco a la bestia - dijo - y apenas te conozco a tí. Pero no sé quién es más salvaje… si el oso o tú, Yrsa.
La nórdica estalló en carcajadas, tan fuertes que hicieron vibrar la quietud del bosque. Tan bruta eran sus formas que golpeó la espalda de Grace con tal fuerza que la capitana estuvo a punto de caer al suelo.

MacFarlane, aun con la sonrisa torcida por la incredulidad y el respeto, dirigió su mirada hacia la cueva. La oscuridad parecía absorber la luz del sol que se colaba entre los árboles. Ningún sonido, ningún movimiento; solo un silencio mortal, denso y profundo, como la antesala de la nada. La tensión se apoderó de todos. Incluso los más experimentados sentían el peso de aquel instante: ahí dentro, la prueba definitiva los aguardaba.

El escocés y su rival nórdico se adelantaron al grupo, avanzando lentamente por la nieve reciente. Cada crujido bajo sus botas resonaba con fuerza en el silencio absoluto del bosque, como un presagio del desafío que les esperaba. A su alrededor, los demás permanecían ocultos, conteniendo la respiración, observando cada paso. No quedaba rastro del bullicio festivo: ni tambores, ni vítores, solo la tensión helada del aire, cargada de expectación.

El contramaestre avanzaba con calma calculada. Cada movimiento era preciso, cada respiración medida, los músculos tensos bajo la ropa gruesa, listos para reaccionar ante cualquier imprevisto. Sus ojos se mantenían fijos en la cueva que se abría ante ellos, la boca negra y silenciosa que parecía tragar la luz y la esperanza.
El nórdico del equipo rival avanzaba con una mezcla de fuerza y concentración. Sus pasos eran firmes, seguros, reflejo de años de entrenamiento y orgullo. Cada músculo parecía preparado para la lucha, y sus ojos claros brillaban con determinación y un atisbo de nerviosismo que ocultaba bajo su fachada de bravura. Su respiración era profunda y controlada, y a cada paso el suelo crujía bajo sus pies, anunciando su llegada.

Los dos se detuvieron a unos metros de la cueva. Sus miradas se encontraron: un silencioso reto, una medición mutua de fuerza y temple. Ninguno habló; cualquier palabra podría romper la delicada tensión del momento. La oscuridad de la cueva parecía más profunda que cualquier sombra imaginable. Detrás, los nórdicos y nórdicas que protegían los límites del claro estaban listos: lanzas y escudos preparados, antorchas alzadas, vigilantes ante cualquier señal de peligro.

Los ojos del público estaban fijos, expectantes, sin un solo ruido que rompiera la quietud.
MacFarlane avanzó un paso más, y su rival lo imitó instintivamente. Ambos midieron la distancia a la entrada de la cueva, evaluando el terreno, el silencio y la respiración del otro. El tiempo se ralentizó, cada segundo parecía durar una eternidad, y la tensión se podía palpar en el aire helado.

Finalmente, se detuvieron justo frente a la cueva. Una sombra dentro parecía moverse levemente, viva y atenta, como si la propia bestia respirara en la oscuridad. Ambos hombres permanecieron inmóviles, estudiándose mutuamente, midiendo fuerzas y voluntades. La prueba estaba a punto de comenzar: hombre contra bestia, orgullo contra naturaleza, fuerza contra instinto, con el respeto y la tensión grabados en cada mirada.

Un rugido profundo retumbó en la oscuridad de la cueva, un aviso que helaba la sangre. Pero ninguno de los dos participantes se movió. El miedo y el nerviosismo estaban presentes en cada fibra de sus cuerpos, pero ninguno estaba dispuesto a retroceder. A sus espaldas, sentían los ojos de todos los presentes, clavados en ellos, juzgando su hombría y valentía.

De repente, de la penumbra surgió la bestia: un oso enorme, blanco como la nieve que cubría el bosque, musculoso y poderoso. Sus ojos salvajes evaluaban a los hombres, mientras su negra nariz olfateaba el aire, detectando cada aroma. Yrsa se puso en pie, sobresaliendo entre los demás espectadores gracias a su altura, y fijó su mirada en el oso, Gláfur ‘El resplandor helado’, su amigo. La bestia la vio, y sin necesidad de palabras, entendió lo que debía hacer.

Escocés y nórdico se quedaron paralizados, como dos estatuas de hielo, sin atreverse siquiera a respirar. El oso avanzó lentamente hacia ellos, su enorme boca a escasos centímetros. Sin previo aviso, se puso de pie sobre sus patas traseras, imponente y temible.

Los dos hombres levantaron la cabeza hacia el cielo, enfrentando el desafío. El nórdico, presa del pánico, retrocedió y salió corriendo hacia el bosque, dejando su orgullo atrás a cambio de su vida. MacFarlane, al contrario, no se movió. Se quedó allí, mirando al oso a los ojos, de tú a tú, y adoptando una postura defensiva, listo para pelear si era necesario.

El oso rugió, un sonido feroz que hizo temblar la nieve bajo sus patas y amedrentar la voluntad de los hombres. La fuerza de la naturaleza más salvaje e indomable rompía la quietud del hielo, hsta que sucedió algo aún más terrorifico. MacFarlane empezó a gritar. El rugido del escocés fue más fuerte, más firme, y más lleno de determinación. Yrsa, con un gesto discreto de la mano, indicó a Gláfur que se tranquilizara. La bestia obedeció, bajando de nuevo a cuatro patas y retrocediendo hacia la cueva, como si entendiera que el hombre había demostrado su valor.

El silencio se apoderó del claro. Durante varios minutos, nadie se movió ni respiró, incapaz de asimilar lo que acababan de presenciar. Jamás, ni siquiera la vieja misteriosa, había visto un acto de valentía comparable en todas las Siete Pruebas.

De repente, un grito estalló entre los espectadores: era Mordisquitos, que corrió hacia MacFarlane vitoreando, y el resto del público lo siguió, celebrando aquel gesto heroico con aplausos y vítores que resonaban entre los árboles y la nieve.
El escocés se giró lentamente, dando la espalda a la cueva, con el pecho hinchado y la mirada firme. No había temor en él. Aquella hazaña quedaría grabada en la memoria de todos, y su nombre en la historia de aquella salvaje y fría isla.

MacFarlane presumió durante unos segundos, aún con la respiración acelerada, mientras el público lo rodeaba. Yrsa se acercó y soltó una carcajada baja, divertida:
  • No sentir tanto orgullo. Si oso ser otro, ya estar muerto - dijo, entre risas, apoyando una mano en su hombro.
El escocés sonrió débilmente, dejando que la adrenalina y la tensión empezaran a aflojarse.
Los piratas no tardaron en acercarse, felicitando a su contramaestre. Vihaan le dio una palmada en la espalda, Grace lo abrazó, y Halcón gritó con entusiasmo:
  • ¡Eso es, así se hace!
MacFarlane se erguía con el pecho henchido, dejando que la victoria se impregnara en cada músculo, sintiéndose más grande que nunca. Incluso algunos hombres nórdicos del equipo rival se acercaron para felicitarlo, con respeto en la mirada y murmullos de admiración en su lengua antigua:
  • Hár gaman!
  • Óðræða maðr!
Pero Skarde, por su lado, permanecía inmóvil, con los brazos cruzados y una expresión de recelo. Sus ojos seguían a Yrsa, evaluando con desconfianza la relación que había surgido entre ella y los extranjeros. La mujer, ajena a sus pensamientos, sonreía a Grace con complicidad.
Bhagirath, que observaba la escena desde un costado, frunció el ceño y apretó los puños. Sintió cómo su sangre hervía ante la mirada de Skarde hacia su mujer. Su mandíbula se tensó. La última y definitiva prueba estaba a punto de comenzar. El círculo de fuego esperaba, una arena marcada por llamas que danzaban y crujían con cada ráfaga de viento gélido. Bhagirath sabía que sería él quien lucharía contra el gigante de hielo, así lo había pedido a su capitana y su determinación era absoluta. Esta vez no solo vencería, sino que no se iria de esa isla sin ella. Costase lo que costase. Y con esa resolución dejó claro que nadie, ni siquiera el hielo y la fuerza de Skarde, se interpondrían entre él y su objetivo.

El pueblo estaba sumido en un ambiente festivo y alegre. La plaza se llenaba alrededor del pilar tallado en forma de oso, que brillaba tenuemente con la luz del atardecer. La música de los tambores y los cuernos nórdicos se mezclaba con las risas y canciones de los piratas.
Grace reía mientras compartía un cuerno de hidromiel con Yara, ambas disfrutando del momento de relax y comentando las pruebas pasadas. MacFarlane y Halcón intercambiaban historias y bromas con los nórdicos más jóvenes, mientras Gipsy saltaba entre los pies de los aldeanos y Bum-Bum corría detrás, riendo y gritando entre la multitud. Mordisquitos observaba en silencio, siempre atento, mientras Bishnu, sentado sobre un tronco a su lado, observaba el movimiento con una sonrisa enigmática, acariciando su bastón y dejando que la música y la celebración llenaran su mirada de satisfacción.

A medida que el sol se escondía tras las montañas y la noche empezaba a adueñarse del cielo, los fuegos se encendían, iluminando la plaza con un resplandor cálido que contrastaba con el frío de la isla. Piratas y nórdicos compartían comida y bebida, levantando sus cuernos al aire y celebrando cada momento. La tensión de las pruebas anteriores quedaba atrás, al menos por un instante.
Vihaan se acercó a su sirviente, agachándose ligeramente y apoyando su mano sobre el hombro de él.
  • Te deseo suerte en el combate amigo - susurró el astronomo con seriedad.
  • Gracias, señor - respondió Bhagirath, con un leve gesto de respeto - Haré lo que deba.
  • Y lo que puedas - rió Vihaan - Ni por muy fría que estuviera el agua del mar, hubiera cambiado mi prueba por la tuya.
El sirviente quiso responder, pero antes de que pudiera, a lo lejos, vio a Skarde y Yrsa discutir acaloradamente. La mujer gritaba algo mientras intentaba alejarse, pero el gigante nórdico la atrapó del brazo y levantó la mano, dispuesto a abofetearla.

Sin dudar, Bhagirath se levantó y cruzó la plaza con paso firme. Llegó justo a tiempo para detener la mano de Skarde antes de que golpeara. Se cruzaron las miradas y un silencio absoluto se apoderó del pueblo.
  • Snúðu þig frá, útlendingur, þetta er ekki mál þitt! - dijo Skarde en nórdico antiguo, con los dientes apretados.
Bhagirath no entendía las palabras, pero sí la intención. Empujó la mano de Skarde hacia abajo con firmeza y, dirigiéndose a Yrsa, le dijo:
  • Traduce lo que digo, porfavor Yrsa.
Se volvió hacia el gigante, con la voz firme y solemne:
  • No entiendo cómo funcionan las cosas aquí en el norte, vuestra cultura, vuestras formas. Pero lo que sí se que un hombre que pega a su mujer, sea de donde sea, no merece el respeto ni el honor de sus dioses.
Yrsa tradujo al nórdico antiguo, mientras Skarde respondía con desdén que no había pedido la opinión de nadie, y menos de un sucio extranjero.
Bhagirath miró a Yrsa a los ojos y continuó:
  • Traduce esto: si gano la prueba, me llevaré algo más que el favor de tus dioses. Me llevaré a tu mujer. Sé que desea partir y conocer el mundo… y además… la amo.
Yrsa quedó muda, sorprendida, pero Bhagirath le indicó con un gesto solemne que debía traducirlo.
El gigante nórdico escuchó a su mujer sin apartar la mirada del hindú, soltando una carcajada desafiante. Bhagirath preguntó qué había dicho. Yrsa respondió, con una sonrisa llena de preocupación.
  • Skarde aceptar… pero decir que si tú perder, él usar a tí como cebo cuando salir a faenar con balleneros.
Bhagirath asintió, aceptando la condición, y tendió la mano a Skarde. El gigante lo miró con desdén, escupió a sus pies y se alejó, gruñendo palabras en nórdico antiguo.
Yrsa quiso traducir, pero Bhagirath le dijo con calma:
  • No hace falta. Ya lo he entendido.
  • Ser peligroso - advirtió ella - Skarde poder matar.
Bhagirath tomó sus manos entre las suyas y, con la mirada serena, respondió:
  • Daría mi vida por ti sin pensarlo ni un segundo. Si he de pagar con ella a cambio de tu libertad, que así sea.
El cuerno sonó dos veces y la plaza quedó poco a poco en un silencio solemne, mientras la noche se asentaba, y todos comprendieron que la última prueba no sería solo una cuestión de fuerza, sino de honor, amor y coraje.

Continuará…
 
Capítulo 14 - La última prueba: El oso contra el tigre

La noche había caído sobre la aldea como un manto de seda oscura. Solo la luna llena y las hogueras mantenían a raya la penumbra, tiñendo de oro y sombras los rostros expectantes. El aire helado olía a humo, sal y tensión.

Los piratas, extranjeros en tierra ajena, miraban con ojos muy abiertos, conscientes de estar siendo testigos de algo más grande que una simple prueba. Grace, de pie junto a Yara, se mantenía en silencio, sus manos crispadas contra el manto de piel que la cubría. Halcón observaba cada detalle con esa quietud inquietante que lo caracterizaba. Mordisquitos, por primera vez en mucho tiempo, no hacía broma alguna. Hasta Bum-Bum y Gipsy habían callado, contagiados por la solemnidad que envolvía la plaza.

De pronto, la Vieja Misteriosa apareció en medio del círculo de tierra batida. La multitud se apartó en cuanto su silueta encorvada surgió entre las sombras. El pilar tallado en forma de oso quedaba justo a su espalda, como si el espíritu del animal la acompañara y la protegiera.

Sus dos ayudantes avanzaron tras ella, cargando dos cántaros llenos de un líquido espeso y oscuro como la brea, quizás sangre o aceite extraído de las ballenas. Con movimientos calculados y ceremoniales, comenzaron a derramarlo en la tierra, dibujando un círculo perfecto que encerraría a los combatientes. El hedor era fuerte, casi metálico, y cuando pasaron cerca de los piratas, Grace inclinó la cabeza con respeto. Sintió cómo el líquido viscoso se extendía cerca de sus pies, marcando el límite entre lo sagrado y lo profano.

En un extremo de la plaza, MacFarlane apoyaba las manos en los hombros de Bhagirath, masajeándolos con fuerza.
  • Hazlo como tú sabes, Bigotes - gruñó el escocés, con la voz ronca pero firme - No hay gigante en la tierra que pueda con tu corazón indomito.
Bhagirath permanecía erguido, inmóvil como una estatua. Sus ojos no se apartaban de Skarde, que esperaba desde el otro extremo del círculo con el ceño fruncido y los dientes apretados, la rabia contenida latiendo en sus venas. Dos mundos opuestos a punto de chocar.

Cuando las dos mujeres terminaron su tarea, se apartaron en silencio y con la cabeza gacha. Entonces la vieja misteriosa se quitó la capucha com delicadeza, dejando al descubierto un rostro consumido por la edad. La piel arrugada parecía roca castigada por mil inviernos, y de sus cuencas emergían dos ojos completamente blancos, ciegos, pero llenos de un conocimiento que trascendía al tiempo y a la propia vida. Elevó los brazos hacía el cielo y habló en su lengua, palabras antiguas que se mezclaban con el viento y parecían rebotar en las paredes congeladas del fiordo. La voz, quebrada y profunda, arrastraba ecos que nadie comprendía del todo, pero que todos sintieron dentro de sus huesos.

Al final de su letanía, bajó los brazos lentamente y giró su rostro hacia los dos contendientes. Con un gesto mínimo, les indicó que entrasen en el círculo. Skarde dio un paso al frente, despojándose de la capa de pieles y mostrando su torso desnudo. Era un hombre enorme, con músculos tallados por la violencia y la supervivencia. Sus cicatrices eran trofeos, su cuerpo un muro de fuerza bruta.

Bhagirath se quitó también su capa, mostrando un físico distinto: no tan vasto ni desmesurado, pero firme, fibroso, templado por la disciplina y la voluntad. Un contraste marcado: la brutalidad contra la determinación.

La anciana se acercó a ambos, inclinándose hacia el primero y susurrándole algo que solo él escuchó. Luego hizo lo mismo con el segundo. Sus palabras eran como un secreto cargado de peso, un juramento que nadie más sabría. Después, salió del círculo con pasos lentos, ceremoniales. Elevó la mano huesuda… y de pronto la dejó caer en una palmada seca, tan fuerte que resonó como un trueno en la plaza. El círculo se encendió de golpe, el líquido oscuro ardiendo en una llamarada que se elevó hacia las estrellas. Los tambores comenzaron a sonar, golpeando con fuerza, marcando un ritmo ancestral que hacía temblar el suelo. Bhagirath cerró los ojos un instante, inspiró hondo y apretó los puños. Al abrirlos, solo había fuego en su mirada. Ya no había vuelta atrás.

El silencio se extendía como una mortaja sobre la aldea. Nadie osaba hablar, ni moverse, ni siquiera respirar demasiado fuerte. Solo los tambores, graves y rítmicos, marcaban el compás de lo inevitable, acompañados por el murmullo constante de las olas del mar al golpear contra las rocas del fiordo.

Dentro del círculo, separados apenas por unos pasos, Bhagirath y Skarde se miraban fijamente. No había insultos, no había bravuconadas. Solo miradas. Dos hombres midiendo su voluntad en un silencio más ensordecedor que cualquier grito de guerra.

Vihaan, al otro lado de las llamas, observaba a su amigo con los ojos muy abiertos. Veía la tensión en sus músculos, el ritmo acelerado de su respiración, el fuego que ardía en sus pupilas. Le recordó a las viejas historias que de niño escuchaba en su hogar, a los relatos de Bhima, el héroe del Mahabharata, firme ante los demonios, imbatible en su temple. En ese instante, Bhagirath no era un simple hombre: era la encarnación de un guerrero legendario en tierras extrañas.

Skarde rompió la quietud primero. Se agachó lentamente, hasta quedar en cuclillas. Bajó la cabeza y cerró los ojos. Con su enorme mano arrancó un puñado de arena helada del suelo, apretándola como si quisiera fundirla en su puño. Murmuró unas palabras, tan bajas que nadie alcanzó a comprenderlas, salvo quizás los dioses a los que invocaba. Después, alzó la vista al cielo y, con un gesto abrupto, lanzó la arena hacia arriba. Los granos brillaron un instante en la luz de las hogueras, como si fueran chispas, antes de perderse en la oscuridad.

Entonces, se levantó con una fuerza repentina y salió disparado contra su rival. Sus pasos eran golpes sobre la tierra helada, cada uno haciendo temblar el suelo como si un animal salvaje hubiera sido liberado. Su rugido desgarró la noche: era el clamor de las bestias marinas, el estrépito de las olas rompiendo contra los acantilados, el hielo crujiendo en los inviernos más crueles. Su cuerpo era furia pura, una avalancha imposible de contener.

Bhagirath, en cambio, no se movió. Permaneció firme, erguido, los puños apretados y la mirada fija en el gigante que se le venía encima. Sabía que era más bajo, más ligero, que no podría competir en fuerza. Su única esperanza era la calma, la disciplina, la concentración que había aprendido en mil días de entrenamiento y meditación. Como el mástil de un navío en medio de la tormenta, debía resistir sin quebrarse.

Las reglas eran claras: el Blótvaka prohibía derramar sangre. El combate era un tributo, no una carnicería. Solo había un objetivo: empujar al otro fuera del círculo sagrado. Era fuerza contra fuerza, voluntad contra voluntad. Pero Bhagirath sabía algo que Skarde no: no todo era fuerza. Y en esa verdad reposaba su oportunidad.

La tripulación del Red Viper contuvo el aliento al ver la embestida del coloso. Mordisquitos apretaba sus dientes metálicos, Grace cerró los puños sobre su regazo, MacFarlane gruñó algo entre dientes pero no se atrevió a romper el silencio. Ninguno se movió, ninguno gritó. El ambiente era demasiado solemne, demasiado sagrado. Sentían que cualquier palabra podría enfurecer al mismísimo Odín.

El choque era inminente.

La bestia nórdica alzó los brazos, extendiendo sus manos enormes para atrapar al hindú. El aire entre ambos se volvió denso, eléctrico, como si el mismo universo contuviera la respiración. Sus rostros quedaron tan cerca que Bhagirath pudo sentir el aliento helado de Skarde, cargado de rabia y fiereza.

Y en ese instante, cuando el golpe parecía inevitable, Bhagirath sonrió.
Una sonrisa tranquila, serena, imposible de comprender en medio de aquel caos.

El hindú desapareció.

Skarde cerró los brazos con toda la furia de un oso en plena embestida, pero solo abrazó el vacío. Su mirada, desorbitada, buscó sin entender cómo su presa se había desvanecido. Se detuvo en seco, jadeante, a apenas un paso de las llamas que marcaban el límite del círculo. El fuego lamió la punta de su barba trenzada, y algunos de los colgantes de hueso y dientes de foca comenzaron a chisporrotear al contacto con el calor.

Un murmullo recorrió el círculo de espectadores. Nadie había visto nada parecido.

Bhagirath emergió detrás de él, ágil y firme, tras haber pasado como una sombra bajo sus piernas. Dio un par de pasos atrás, contemplando aquella espalda ancha, castigada por años de trabajo, guerra y mares helados. Su corazón golpeaba con fuerza, pero no dudó.

Corrió.

Corrió con la determinación de un ariete que derriba la puerta de un castillo. Cada músculo, cada pensamiento, cada recuerdo de su tierra y de su amor lo impulsaron hacia delante. Impactó contra la espalda de Skarde con un golpe brutal, un estruendo seco que sacudió el círculo como si un rayo hubiera caído en la arena.

El gigante se tambaleó.

Su cuerpo, enorme, perdió el equilibrio por un instante. La multitud contuvo el aliento; los ojos de los piratas se abrieron de par en par, creyendo que aquella montaña de carne y músculo iba a desplomarse sobre el fuego.

Pero Skarde no cayó.

Se mantuvo firme, clavado en la tierra como una roca milenaria, como una montaña que nunca había cedido al viento ni a la tormenta. Sus pies, enormes, parecían hundirse en la arena hasta enraizarse en ella. El fuego crepitaba a su lado, quemando la punta de su barba y ennegreciendo algunos abalorios que colgaban de ella, pero su mirada no titubeaba.

Se giró lentamente, buscando con sus ojos azules y feroces a su rival. Una sonrisa malvada se dibujó en sus labios. Era la sonrisa de un hombre que había estado a un paso de la derrota, pero que ahora había despertado con el doble de furia.
Bhagirath retrocedió unos pasos más, manteniendo la distancia, respirando con calma forzada. Sabía que había rozado la gloria, pero también que había despertado algo aún más peligroso. Era consciente de la verdad: en el instante en que aquella bestia lo atrapara entre sus brazos, estaría perdido.

Perdería la prueba. Perdería su honor.
Y lo más importante, perdería a Yrsa.
Por eso no podía dejarse alcanzar.

Por eso debía seguir luchando.

El aire estaba cargado de expectación, una tensión espesa que parecía flotar sobre la arena. Nadie respiraba con normalidad; nadie se atrevía a hablar. Solo el fuego crepitaba y los tambores retumbaban en lo profundo de los pechos, como si fueran los latidos de un dios oculto observando la contienda. El silencio del público era absoluto, y esa ausencia de voces hacía aún más feroz el duelo: todo lo que existía eran los dos hombres en el círculo, y el eco de su choque resonando en los huesos de cada testigo.

Skarde dio un rugido ronco y salió de nuevo al ataque. Esta vez no había contención ni medida: era la furia pura del norte desatada. Corrió más rápido, con el cuerpo inclinado hacia adelante, los músculos tensos como los de un toro desbocado. La arena volaba bajo sus pies, y cada zancada parecía un trueno golpeando contra la tierra helada del fiordo.

Bhagirath esperó el momento exacto. Cuando los brazos del gigante se abrieron como las garras de un oso para encerrarlo en un abrazo letal, giró el torso y escapó de milagro, sintiendo en su piel el roce ardiente del hombro musculado de su rival. El contacto lo sacudió; su turbante se aflojó peligrosamente mientras retrocedía. Volvió a alejarse, con la respiración entrecortada, acomodándose el lienzo con prisa. Pero Skarde no le dio tregua: volvió a abalanzarse con la brutalidad de una tormenta.

El nudo del turbante cedió y la tela cayó al suelo.

Los cabellos de Bhagirath se liberaron, largos, negros y ondulados, cayendo sobre sus hombros como una cascada oscura que brillaba bajo el fuego del círculo. Un murmullo recorrió entre los presentes. No era solo un hombre el que quedaba al descubierto, sino algo más profundo, algo que hasta entonces había permanecido contenido. Enjaulado.

Algo cambió, el hombre quedó atrás, la fiera mostró sus colmillos.

Su rostro se endureció, los músculos de la mandíbula se tensaron bajo el bigote inmóvil, y entre los labios asomaron los dientes, apretados como los colmillos de un depredador. Sus ojos, fijos en Skarde, ardieron en un fuego abrasador, imposible de apagar. Una brisa extraña recorrió el círculo, haciendo que las llamas se inclinaran hacia un lado como si los dioses respondieran al despertar de ese poder.

Skarde era un oso salvaje, pura fuerza bruta, una roca envuelta en carne y rabia.
Pero Bhagirath…

Bhagirath parecía haber desatado en su interior al tigre de Bengala, feroz y elegante, cuya furia dormida por fin encontraba salida.
Yrsa lo miraba entre la multitud. Su pecho se agitaba con una mezcla de respeto y una excitación latente, recordando el calor de las aguas termales, cuando lo había visto sin las cadenas de la contención. El turbante, comprendía ahora, no era un simple adorno ni un símbolo de devoción: era un sello divino, la última barrera que mantenía encarcelado al demonio salvaje que habitaba en él. Y ese sello acababa de romperse.

El círculo ardía como un sol nocturno. Los tambores golpeaban más rápido, más fuerte, como si marcaran el pulso de los dos guerreros. Por fin, la multitud rompió el silencio con gritos y exclamaciones, incapaces de contener la emoción ante la brutalidad que presenciaban.

El oso contra el tigre.

Skarde cargaba de frente, sin miedo al choque, como si cada embestida fuese capaz de arrancar árboles de raíz. Bhagirath esquivaba, se movía en círculos, atacaba en los flancos y retrocedía con la astucia de un felino que conoce las debilidades de su presa. La arena se levantaba bajo sus pies, el fuego lamía sus sombras deformándolas en la tierra, y cada choque arrancaba rugidos y jadeos que se confundían con los tambores y los gritos.

Cualquier paso en falso, un instante de duda, significaría la derrota para cualquiera de los dos.
Los cuerpos se empujaban, se arrastraban, golpeaban cerca de las llamas, tan cerca que el fuego parecía querer decidir por ellos quién sería el vencedor. Skarde era incansable, sus ataques eran como martillazos sobre un yunque, cada vez más feroces y potentes. Bhagirath respondía con la velocidad, con giros imposibles, con estallidos repentinos de fuerza y astucia, sin dejar nunca de moverse.

Pero en un instante, la montaña incansable lo atrapó.

Los brazos de Skarde, gruesos como ramas de roble, se cerraron alrededor del hindú y lo levantaron en el aire. La multitud contuvo la respiración al verlo suspendido, con las llamas reflejadas en su cuerpo desnudo. El gigante avanzó hacia el borde del círculo, dispuesto a arrojarlo fuera. El fuego lamía los talones de Bhagirath, que peleaba como una fiera acorralada.

Entonces rugió.

Un grito inhumano, desgarrador, que atravesó la noche y heló la sangre de todos los presentes. Era la furia de un tigre salvaje, el clamor de un espíritu que no aceptaba la derrota ni la esclavitud. Un grito capaz de someter, por si solo, la voluntad de un ejército entero.
Su cuerpo se sacudió con una fuerza imposible y, contra toda lógica, se liberó del abrazo del coloso. Cayó al suelo de pie, flexionando las rodillas, las llamas acariciando su espalda.

En un latido, se impulsó de nuevo. Saltó a la espalda del gigante, clavando sus brazos alrededor de él con la ferocidad de una mordida. Skarde rugió, trató de sacudirlo, golpearse contra el aire, pero en esa posición su fuerza no tenía la misma ventaja.

Bhagirath acercó sus labios a su oído, su voz grave como una sentencia:
  • Eres un hombre formidable, fiero y decidido. Pero ella será libre esta noche. Jamás volverás a golpearla, jamás volverá a obedecerte.
El nórdico no entendió las palabras pero si la amenaza. Él luchaba por su tradución, por su cultura y su história. En cambio Bhagirath luchaba por amor, un sentimiento tan puro y sagrado que resultaba imposible vencerlo. Un rodillazo brutal golpeó los riñones del nórdico. El coloso, que parecía inquebrantable, cayó de rodillas sobre la arena, gritando de dolor. Bhagirath saltó al suelo, los cabellos oscuros cubriéndole el rostro diabólico, iluminado por el fuego. Skarde, aún con honor, intentó levantarse, decidido a seguir. Eternamente si hubiera sido necesario.

Pero el tigre no le dio tregua. Con una patada devastadora en la espalda lo empujó fuera del círculo.
El pecho del gigante cayó sobre las llamas, que se apagaron bajo su peso como si el hielo de su piel las hubiera sofocado. El estruendo del impacto resonó como un trueno entre las rocas del fiordo.

Un cuerno sonó, fuerte, etéreo, como la voz misma de los dioses.
Y entonces Svalbard entero estalló en gritos.

Nórdicos y piratas cruzaron el círculo, olvidando al derrotado, celebrando solo al vencedor. Bhagirath, el tigre de Bengala, había conquistado el corazón de la isla. No había gloria para los vencidos. La multitud irrumpió en el círculo como un río desbordado. Pasaban junto al cuerpo abatido de Skarde como si fuese parte de la arena, como si nunca hubiese existido. Nadie lo ayudó, nadie lo miró. El coloso yacía a un lado, aún jadeando, con el humo de sus barbas chamuscadas elevándose hacia la noche.

Todos los ojos, todos los brazos, todos los gritos eran para Bhagirath.
El tigre.
El héroe.

Saltaban a su alrededor, lo tocaban, gritaban su nombre como si al pronunciarlo se invocara la fuerza de un dios. Y sin embargo, entre la marea de voces y cuerpos exaltados, Bhagirath buscó y encontró una única mirada: la única que le importaba, la mirada de Yrsa.

Ella permanecía quieta, sola fuera del tumulto, los ojos clavados en él.
Él no celebró, no levantó los brazos, no rugió con la multitud. No buscaba fama, ni gloria.
No quería reconocimientos, tan solo la quería a ella.
Solo sostuvo esa mirada profunda y eterna como el amor verdadero.

Una chispa de esperanza y gratitud cruzó entre ambos. Un silencio compartido en medio del estruendo. No hubo palabras, ni gestos grandilocuentes. Solo un leve asentimiento. Y bastó. Ambos entendieron. Ambos comprendieron.
Grace irrumpió entre los marineros, lo abrazó con fuerza, casi sofocándolo:
  • Has estado impresionante!!!! - gritó con todas sus fuerzas.
Bhagirath sonrió, calmado, con esa serenidad que le era propia tras la tormenta:
  • Gracias por sus palabras mi capitana…
Bishnu apareció entonces, siempre sonriente, extendiéndole su turbante.
Bhagirath lo tomó con reverencia, inclinando la cabeza en señal de agradecimiento. Con movimientos tranquilos volvió a cubrir sus cabellos oscuros, encerrando otra vez a la fiera que dormía bajo su piel.

Vihaan se abrió paso entre el gentío. No necesitó abrazos ni discursos. Solo le ofreció su mano.
  • Sabía que lo conseguirías, viejo amigo. Enhorabuena.
Bhagirath la estrechó con firmeza, devolviéndole una sonrisa de hermano.
Fue entonces cuando la luna se oscureció. Una sombra gigantesca se proyectó sobre ellos. El bullicio se detuvo. Todos se giraron.
Skarde estaba de pie.

Su pecho ennegrecido por las llamas, su piel aún humeante, los puños apretados, el rostro gélido. Avanzó un paso, y por un instante todos contuvieron el aliento, temiendo lo peor: un combate a muerte, sin reglas ni dioses que lo detuvieran, esta vez. Pero el nórdico se detuvo frente a Bhagirath. Su gesto no cambió. Sin decir nada, tendió hacia él su enorme mano, callosa, quemada, pero firme.
El hindú lo miró a los ojos, sostuvo el silencio, y aceptó el apretón.

No hubo palabras, ni gritos, ni alardes. El oso dio media vuelta, alejándose cabizbajo entre las sombras. El tigre, en cambio, permaneció de pie en el centro del círculo, con la multitud aclamándolo, la sonrisa en su rostro y el brillo de los dioses en sus ojos.
La noche de Svalbard ya tenía a su vencedor.
Y Odín sonreía desde el Valhalla.

En el mundo terrenal, los hombres celebraron durante toda la noche, hasta altas horas de la madrugada. El estrépito de los cuernos de hidromiel se confundía con las risas, las hogueras ardían como soles en miniatura, y las canciones se mezclaban entre lenguas distintas, en una hermandad forjada por la victoria y el exceso. Nórdicos y piratas, locales y extranjeros, todos bebieron, cantaron y danzaron hasta caer rendidos sobre la arena húmeda o en las cubiertas de los barcos.

La mañana, sin embargo, llegó como una losa.
Grace abrió los ojos entre la penumbra de su camarote. El mareo era insoportable, la boca le sabía a hierro y humo, y en su cabeza aún retumbaban tambores lejanos. Se giró despacio y encontró a Vihaan, desnudo y dormido como un niño satisfecho, con una sonrisa inconsciente en los labios.

Ella frunció el ceño, aún aturdida, y con un esfuerzo que pareció titánico se levantó. El suelo se le movía bajo los pies. Se vistió como pudo y salió de la estancia tambaleándose. Al llegar a cubierta, la claridad del día la golpeó sin piedad. El tímido sol que intentaba abrirse paso entre las nubes grises le pareció un enemigo cruel. Entrecerró los ojos hasta que, con la vista por fin algo más nítida, los vio: Bhagirath y Yrsa, en la proa del barco, hablando con ternura, riendo suavemente, ajenos a todo lo demás.
  • Buenos días, mi capitana - dijo Bhagirath con una sonrisa franca, inclinando levemente la cabeza - ¿Cómo se encuentra?
  • Mal… - respondió ella, llevándose una mano a la frente - No consigo recordar nada de la noche de ayer…
Yrsa soltó una carcajada breve, como un chasquido de acero alegre.
  • Yo avisar. Hidromiel de Svalbard duro. Demasiado fuerte para ingleses.
Grace quiso replicar, pero apenas abrió la boca un retortijón le cortó la palabra. Se tapó la boca de inmediato, dio media vuelta y salió corriendo hacia estribor. Se inclinó sobre la barandilla y vomitó con todas sus fuerzas, mientras detrás, Bhagirath y Yrsa estallaban en risas cristalinas, cómplices en su nueva intimidad.

Bum-Bum tiró suavemente de los pantalones de Grace.
Ella, aún tambaleante, bajó la cabeza y lo vio allí, inmóvil, el pequeño niño sin rostro. Sus pequeñas manos extendían un cuenco de madera que contenía una mezcla espesa: miel oscura, zumo de frutos rojos fermentados, raíces machacadas y un toque acre de hierbas árticas. Un remedio natural contra la resaca, amargo y dulce a la vez, capaz de despertar el cuerpo y calmar el estómago.
  • Tómatelo, Grace - dijo Yara apareciendo tras él, con su sonrisa luminosa - Te sentará bien… y te arreglará esa cara de perro muerto que llevas.
La capitana la miró con ojos cansados, le dio las gracias y se bebió de un trago aquel brebaje, deseando que el mareo pasara rápido, como un marinero que aguarda que una tormenta se disipe en el horizonte.
  • Hace un día precioso para navegar, ¿no cree, capitana? - tronó la voz de Macfarlane, que se acercaba con paso firme.
  • Tanto como maravilloso… - contestó Grace, mirando el cielo gris y encapotado con una mueca - Y por favor… no grites. Me va a estallar la cabeza.
  • ¡No me extraña, capitana! - rugió el escocés, incapaz de modular su tono - Tal y como bebía ayer noche, parecía decidida a terminar con todas las reservas de hidromiel de la isla.
  • No me acuerdo de nada, si te digo la verdad…
  • Mejor así, capitana. Créame… a veces es mejor olvidar que arrepentirse.
Grace suspiró, apoyándose contra la barandilla.
  • Ya… supongo que llevas razón, escocés. Bien, deberíamos ir preparándonos para la partida.
  • ¿Tenemos destino?
  • Sí… - respondió Yara con calma - Vamos hacia el Ártico. En realidad, lo cruzaremos.
  • ¿¡Al Ártico!? ¡Genial! - rió el contramaestre, como si aquello fuera un juego de niños, aunque la idea rozara la locura - ¿Quiere que me encargue de organizar a los hombres?
  • Sí, me harías un favor enorme. Y pídele a Yrsa que se ponga a trabajar con el casco. Debemos repararlo antes de adentrarnos en el hielo.
  • ¡Así se hará, capitana! - rugió el escocés.
Y, girándose hacia la tripulación, empezó a repartir órdenes como buen pirata.
  • ¡Vosotros dos, a revisar las jarcias, no quiero un cabo suelto cuando sople el viento del norte!
  • ¡Tú, sube esos barriles a bodega, que no quiero perder ni una gota del regalo de los nórdicos!
  • ¡Los demás, a reforzar el timón, que en el hielo será nuestra salvación!
Su voz retumbaba en cubierta, y los hombres se movían con presteza, obedeciendo con disciplina casi militar.
Grace, mientras tanto, volvió a sentir el estómago retorcerse. Se llevó la mano al vientre, mientras Bum-Bum, aún abrazado a su pierna, parecía consolarla con su extraño calor. Yara se apoyó junto a ella, acariciándole un mechón de su cabello rojizo.
  • Tranquila… en unos momentos estarás mejor. ¿Y Vihaan?
  • Durmiendo… - Grace la miró a los ojos - ¿Estás segura, Yara?
  • ¿Segura de qué?
  • De si debemos cruzar el Ártico. Es una locura… nadie lo ha intentado nunca.
  • Nadie que conozcamos, amiga. El mundo es muy grande y misterioso. Seguro que alguien lo intentó antes…
  • ¿Alguien igual de loco que nosotros?
  • Exacto - rió la yoruba - Además, es hacia donde debemos ir. Bishnu ayer se excedió con la bebida, ¿sabes?
  • ¿Ah sí? ¿Y cantó?
  • ¿Que si cantó? Vaya si lo hizo. Creo que no había hablado tan claro en su vida. Ese hombre… - se detubo, con gesto intrigado - sabe mucho más de lo que cuenta.
Mientras ellas conversaban, la tripulación se puso a trabajar con energía. Subieron las provisiones que los nórdicos habían regalado en señal de respeto: carne seca, pieles, barriles de cerveza fuerte, lámparas de aceite y herramientas de hierro. Un grupo de diez balleneros nórdicos se presentó en cubierta. Yrsa, con el martillo en mano, tradujo mientras no dejaba de golpear los tablones del casco.
  • ¡Ofrecer como voluntarios, capitana! - gritó - Decir querer seguir a mujer de cabellos rojos y a su feroz tripulación, para encontrar gloria a su lado.
Grace los miró con seriedad. Eran hombres curtidos por el mar, con brazos como troncos y mirada de acero. Serían un regalo de los dioses. Asintió con firmeza, aceptándolos en su barco sin dudarlo. Cuando todo estuvo listo, el pueblo entero de Svalbard se reunió junto el muelle. Los vítores y despedidas llenaban el aire. Solo Skarde se mantenía aparte, con semblante serio y los brazos cruzados, como una montaña de hielo.

Gapitana y Herrera se acercaron a la anciana ciega, la mujer misteriosa de la isla. Ella tomó las manos de la capitana entre las suyas y le habló en su lengua ancestral.
  • Suerte en viaje, mujer de fuego - tradujo Yrsa con solemnidad - Desear tú encontrar gloria y ganar respeto de dioses. Ofrecer amuleto para que guíe pasos y proteja de malos espíritus.
Grace inclinó la cabeza y la anciana colocó sobre su cuello un collar hecho de colmillos de foca, cuentas de hueso tallado y un fragmento de ámbar que brillaba como fuego atrapado en hielo. Ella sonrió y dio las gracias.
  • Siempre ser bienvenidos a hogar nuestro - continuó Yrsa - Siempre contar con cálido fuego de hogueras y cuernos de hidromiel.
  • Acepto lo primero con gratitud, anciana - rió Grace - De lo segundo creo… - se acarició el estomago - creo que ya he tenido suficiente.
La anciana sonrió mientras la capitana volvía a su barco. Luego susurró algo en su lengua antigua al oído de Yrsa, que sonrió y asintió como si hubiera recibido su bendición. El Red Viper comenzó a zarpar entre vítores y despedidas. El pueblo los aclamaba, y los niños agitaban sus brazos como si despidieran a héroes. Aquel extraño e inesperado grupo, habían demostrado ser auténticos nórdicos, y se habían ganado un lugar en sus corazones de hielo.

De repente, la voz de unos niños rompió el bullicio:
  • Björn! Björnar! - gritaban en nórdico, señalando hacia el bosque.
Al escucharlo, Yrsa dejó caer el martillo y corrió hasta la popa.
  • Gláfuuuuur! - rugió con todas sus fuerzas.
El oso polar apareció entre los árboles. Corría desbocado, arrollando tenderetes, apartando a la gente con su inmensidad blanca. La multitud, aterrada, le abrió paso. Sin detenerse, la bestia se lanzó al mar con un gran chapoteo y empezó a nadar con desesperación hacia el barco.
  • Kom igjen, venn! Skynd deg! - gritaba Yrsa, con lágrimas en los ojos al ver la cabeza del animal surcando las olas.
Bhagirath abandonó su puesto en la arboladura, donde revisaba las velas, y corrió hasta ella. Se inclinó junto a Yrsa, observando cómo el oso trataba de agarrarse al casco con sus garras.
  • ¡Rápido, necesitamos un cabo! - gritó.
Tres de los balleneros reaccionaron al instante. Prepararon una cuerda gruesa y la lanzaron al mar. Con esfuerzo titánico tiraron de ella, y finalmente lograron subir a la cubierta al gigantesco Gláfur, que sacudió su pelaje empapado mientras rugía, arrancando vítores y carcajadas de la tripulación.

Cuando el oso polar por fin pisó la cubierta y rugió con su voz profunda, tanto algunos piratas como algunos balleneros nórdicos cayeron de rodillas, murmurando plegarias en sus lenguas. Las gentes del muelle guardaron silencio, como si hubieran presenciado un prodigio.
Yrsa, con los ojos brillantes de lágrimas, levantó las manos al cielo.
  • Los dioses decidir - gritó - ¡Resplandor helado viajar con nosotros!
El murmullo se convirtió en clamor. Los ancianos del pueblo, incluso Skarde con su rostro severo, inclinaron la cabeza en señal de respeto. Nadie osaría dudar: la mujer del fuego, su tripulación y el Red Viper estaban protegidos. Grace, aún con el estómago revuelto, acarició el húmedo pelaje de Gláfur. El animal la miró con sus ojos oscuros y nobles, como si la aceptara al fin como su nueva manada. En ese instante, la capitana sintió que todo estaba unido: el mar, el hielo, los vientos del norte y el destino.

Mientras el Red Viper se alejaba entre las aguas frías, los gritos de despedida resonaban en el aire.
  • ¡Que los dioses os acompañen!
  • ¡Traed la gloria a estas tierras!
Gritaban los nórdicos en su idioma ancestral. El amuleto de ámbar en el cuello de Grace brilló con un reflejo ardiente, como si confirmara aquella bendición. De repente un trueno sacudió el cielo y una leve y agradable lluvía empezó a caer.
La fama y la gloria la aguardaban en la inmensidad blanca del Ártico.

Mientras el Bergantín se alejaba, la brisa del norte agitaba las velas y el pelaje de Gláfur, Grace se inclinó hacia Yrsa y le preguntó:
  • ¿Qué dicen? ¿Qué cantan?
El silencio se hizo un instante, profundo, cargado de respeto. Entonces, la voz de los aldeanos comenzó a elevarse, primero en susurros, luego en un cántico que retumbaba entre las rocas y la bruma.

"Vindr ok íss fylgja yðr,
Æsir ok Vanir vaka yfir þér.
Dýrð ok hreysti fylki vegur yðr,
Haf ok fjöll vernda yðr á leið.
Stjörnur skína yfir yðr,
Og sálir hetja fylgja yðr á ævi."

Yrsa sonrió, aún con lágrimas en los ojos, y le explicó.
  • Ser oración antigua, palabras de despedida y respeto. Nórdicos llamar a los dioses para que protejan a quienes se van, pero también reconocer a héroes que demostrar valor y honor. Cada palabra significa: “Que vientos del norte guíen, que dioses cuiden, y que gloria os siga siempre”.
Grace escuchaba, fascinada, mientras los sonidos de las voces del pueblo se elevaban por encima de las olas del mar. Incluso sin entender cada matiz de su lengua, sentía la fuerza de la bendición y la solemnidad del momento.
  • Es hermoso - susurró - Nunca había sentido algo así en mi vida.
Yrsa asintió.
  • Así ser Sbalvard. Canciones no solo ser palabras. Ser aliento del hielo, del mar y de dioses que habitan tierra nuestra. Hoy, ellos reconocer tú valía, tuya y de tripulación.
Y mientras la lluvia abrazaba la isla, el cántico continuó, acompañando al Red Viper y a sus héroes hacia el horizonte blanco del Ártico. Grace sintió un escalofrío recorrer su espalda. Nunca había sentido un ritual tan poderoso, tan conectado con la tierra y el mar. La tripulación se arremolinaba alrededor de ellas dos, algunos abrazándose, otros levantando los brazos al cielo, despidiendose de sus nuevos amigos, mientras los vikingos, desde el puerto, asentían respetuosamente, orgullosos de sus invitados extranjero y de los piratas que los habían conquistado a todos con su valor y audacia.

El Red Viper cortó finalmente las aguas del fiordo, avanzando hacia el horizonte. El sol iluminaba la cubierta, las llamas de las antorchas se reflejaban en la madera húmeda, y el cántico seguía flotando, mezclándose con el crujido del barco, el rugido del mar y los latidos de los corazones que se habían convertido en testigos de una leyenda. Bhagirath se inclinó ligeramente hacia Yrsa, intercambiando una mirada que no necesitaba palabras. Todo estaba dicho: habían ganado respeto, habían ganado la libertad y, sobre todo, habían sido bendecidos por la tierra y los dioses.

El viento del norte silbaba entre los cabos y el timón crujía bajo las manos de Grace. El bergantín dejaba atrás las aguas tranquilas del fiordo, abriéndose paso hacia la mar abierta. A su lado, el contramaestre se acomodó la casaca gastada y miró al horizonte, donde el cielo se confundía con un resplandor blanquecino.
  • Así que nos dirigimos hacia el muro blanco… - masculló MacFarlane, con voz grave, mientras mantenía la mirada fija en la bruma del norte.
  • Así es, contramaestre. - Grace no apartó las manos del timón - Ese es nuestro destino.
  • Entiende, capitana, que es una locura lo que pretende hacer, ¿verdad?
  • ¿Llegar al Ártico, dices? - replicó ella con una media sonrisa - He estudiado los mapas de navegación; en menos de tres días alcanzaremos el hielo, y tenemos provisiones de sobra.
MacFarlane se acarició la barba espesa, pensativo, y frunció el ceño.
  • No hablo de llegar… - dijo, bajando el tono, como si compartiera un secreto - Hablo de cruzarlo. ¿Cómo diablos vamos a hacerlo?
  • Pues navegando, escocés. ¿Cómo si no? - respondió Grace con cierta ironía.
Él soltó un resoplido y chasqueó la lengua.
  • Ya… pero, ¿y si no hay agua? ¿Y si todo es hielo sólido? Avanzamos hacia lo desconocido, mi capitana.
Grace alzó la vista hacia el horizonte, donde la neblina se teñía de un fulgor lechoso. Sonrió apenas y apretó con más firmeza la rueda del timón.
  • No sé cómo lo vamos a lograr, MacFarlane. Pero estoy convencida que lo conseguiremos.
El contramaestre soltó una carcajada profunda que retumbó entre las jarcias.
  • No me cabe la menor duda, mi capitana. Ni la menor duda…
El bergantín viró suavemente, dejando atrás los acantilados oscuros del fiordo. Las aguas profundas del Ártico se abrían ante ellos, y la tripulación, sumida en un silencio reverente, supo que navegaban ya hacia el fin del mundo conocido.

Los rumores no tardaron en correr entre la cubierta del Red Viper como el viento helado que arañaba las jarcias. Los marineros murmuraban en voz baja al pasar junto a los toneles y las brasas encendidas: confiaban en su capitana, que ya había logrado lo imposible, pero esta vez… esta vez lo que planeaba era un suicidio.

Aun así, nadie se atrevía a desafiarla de frente. Los hombres se limitaban a lanzarse miradas inquietas mientras las velas se tensaban rumbo al norte. Al amanecer del segundo día, Grace salió a cubierta con una taza humeante entre las manos, el té caliente que Bhagirath le había preparado. La brisa del Ártico le golpeó de inmediato el rostro, arrebatándole el aliento. Subió hasta el puente de mando, donde MacFarlane, con las cejas y la barba cuajadas de escarcha, mantenía el timón firme.
  • Tómese el té tranquila, mi capitana - dijo el escocés, sonriendo a medias, con las manos aferradas a la rueda - Todavía puedo aguantar un rato más. Este maldito frío me mantiene despierto… y joven al mismo tiempo.
Grace le devolvió la sonrisa y le dio un par de palmadas en la espalda. Gipsy se encaramó a su hombro en busca de calor, hundiéndose entre sus cabellos rojizos.
  • ¡Toma, pequeñín! - rió Grace, ofreciéndole un sorbo de la taza.
El animal bebió con cautela, mientras se acurrucaba temblando contra ella. Grace alzó la vista y distinguió a Yara cerca de la barandilla de babor. La mujer sujetaba al pequeño Bum-Bum que señalaba excitado hacia el horizonte.
  • ¡Buenos días pequeñín! ¿Qué has visto? - preguntó Grace, acercándose a ellos y rodeándolos con un brazo.
  • ¡Mira, Red! - exclamó Yara. Señalaba con entusiasmo hacia la inmensidad del mar - ¡Ballenas!
  • Ba-lle-bas! - replicó Bum-Bum muy entusiasmado.
Grace entrecerró los ojos y pudo verlas: una joven pareja de colosos marinos emergía y se hundía con gracia, sus lomos oscuros brillando bajo la primera luz del día. Saltaban, se arqueaban y volvían a golpear el agua como si danzaran. Un espectáculo solemne y alegre a la vez.
  • ¡Formidables criaturas! - dijo Grace, asombrada.
Un viejo ballenero, de rostro ajado por la sal y el frío, murmuró en nórdico, con voz ronca como las bisagras de un barco hundido:
  • Ek myndi eigi segja svá, ef ek þyrfti at berjask við þau.
Grace, Yara y el niño lo miraron sin comprender. Pero Yrsa, la giganta vikinga, apareció en ese momento para traducir. Se había pasado la noche entera reparando las últimas planchas del casco dañado sin descanso, y buscaba a la capitana para contarselo. Con una media sonrisa tradujo:
  • Hrafnkel decir ser criaturas hermosas… siempre que no tener pelear con ellas.
  • ¡Buenos días, Yrsa! - saludó Grace, abrazándola con afecto - ¿Cómo va todo? ¿Te acostumbras ya a la vida en alta mar?
  • Un poco marear, no negar - contestó la mujer, en su peculiar lenguaje - Pero ser feliz… ser libre al fin, gracias…
Grace negó con la cabeza, sonriendo.
  • Creo que soy yo quien tiene que darte las gracias, amiga. He visto el formidable trabajo que hiciste en la cubierta.
Los ojos de Yrsa brillaron como los de una niña ilusionada.
  • ¿De verdad gustar? Yo trabajar duro!
  • Por supuesto que sí… tanto que… - Grace se puso de puntillas para rodear con un brazo el ancho hombro de la giganta - Ven, quiero enseñarte algo.
La condujo hasta la base del mástil menor. Allí, sobre un espacio reforzado con tablones, habían montado una pequeña forja de a bordo: un yunque macizo anclado con grilletes de hierro, un hogar de carbón protegido por planchas de cobre, fuelles improvisados con cuero de cabra y un conjunto de martillos, tenazas y limas perfectamente ordenados.

Yrsa se llevó las manos tatuadas al rostro tatuado. Su expresión, endurecida por el frío y el trabajo, se transformó en pura emoción. Aquello era más valioso que cualquier tesoro: un lugar donde volver a ser herrera.
  • Espero que le saques partido - dijo Grace con orgullo - Bhagirath me contó que eres una forjadora formidable.
La mujer de hielo no respondió. Se abalanzó sobre Grace y la levantó del suelo en un abrazo feroz, mientras la capitana reía y pedía entre carcajadas que la bajara.
  • ¡Yo forjar mejores armas para ti! ¡No fallar, yo jurar! - exclamó dejandola se nuevo sobre cubierta.
Grace, aún entre risas, la contempló mientras ella acariciaba las herramientas con una ternura reverente: pasaba los dedos por el filo de su martillo, recorría con la palma la superficie del yunque, olía el cuero de los fuelles. Era como si tocase viejos recuerdos con cada caricia, como si en cada hierro y cada cicatriz de las herramientas se escondiera un pedazo de su alma.

Abajo, la bodega olía a humo de carbón húmedo, a sal, a especias que habían sobrevivido al largo viaje desde Inglaterra y al fuerte aroma del café recién molido. En el rincón de la cocina, sobre un fogón improvisado con hierro y ladrillos, Bhagirath movía con mano diestra una gran olla de hierro donde hervía avena mezclada con pasas, miel y un toque de cardamomo que había guardado celosamente en un saquito de tela.

Vihaan, con la camisa remangada y gesto de incomodidad, sostenía un cuchillo de cocina como si fuera una daga. Frente a él había un montón de bacalao salado y algunas raíces congeladas de nabo y zanahoria.
  • Con cuidado, señor - dijo Bhagirath sin levantar la vista de la olla - No es una espada, es un cuchillo. Debe cortarlo así… - y con un movimiento rápido demostró cómo hacer rodajas finas y firmes.
Vihaan lo imitó, pero la primera rodaja salió torcida, la segunda se le resbaló de los dedos, y la tercera fue tan gruesa que parecía más un pedazo de leña que una hortaliza.
  • Por los dioses, Bhagirath, ¿cómo puedes hacerlo tan sencillo? - gruñó Vihaan, mirando con recelo el cuchillo, como si lo hubiera traicionado.
Bhagirath sonrió apenas, mientras removía la avena con una cuchara de madera ennegrecida por el fuego.
  • Porque lo llevo haciendo toda la vida, mi señor. Cocinar es paciencia y repetición, no un don. Usted siempre ha tenido criados para estas tareas… es natural que le cueste.
Vihaan dejó caer el cuchillo con un bufido y se pasó la mano por la frente.
  • En los salones de Calcuta jamás me pidieron cortar pescado ni remover gachas, es verdad. ¿Y dime, esto…? - señaló la olla, inclinándose con curiosidad - ¿Es lo que desayunarán nuestros hombres?
  • Sí, señor. Avena dulce con miel y cardamomo. Les dará calor en el cuerpo. También pan duro remojado en grasa, y un poco de café mezclado con achicoria. Si tenemos suerte, podremos freír este bacalao en manteca.
Vihaan, ansioso por ayudar, tomó un trozo de bacalao y lo arrojó directamente a la sartén aún fría, con tal brusquedad que el pescado rebotó y fue a dar al suelo. Gipsy, atento como siempre, apareció de repente y trató de agarrarlo antes de que Bhagirath lo apartara con un gesto severo.
  • ¡Señor! - dijo, reprimiendo la risa - Primero hay que calentar la sartén, luego la manteca, y después el pescado.
Vihaan, rojo de vergüenza, recogió el bacalao y lo miró como si hubiese cometido un sacrilegio.
  • Bhagirath… tal vez el destino no me hizo para estas labores.
El sirviente le puso una mano en el hombro, con respeto.
  • Usted nació para otras cosas, mi señor. Yo estoy aquí para servirle… y, si lo permite, para enseñarle. Hoy falló, mañana aprenderá. Como todo en la vida.
Vihaan lo miró un instante, esbozando una sonrisa sincera, humilde.
  • Quizás tengas razón. Quizás hasta un noble pueda aprender algún día a sostener la cuchara como tu sostienes tu talwar.
Bhagirath soltó una carcajada breve, y volvió a volcar miel en la olla, mientras el dulce aroma se extendía por la cocina, despertando a la tripulación que ya se acercaba atraída por el olor del desayuno. El olor a gachas calientes impregnaba la cocina del Red Viper. Bhagirath, con la calma de quien domina cada gesto, vertía cucharones de avena en cubos de madera para la tripulación. Vihaan, todavía frustrado por su torpe manejo del cuchillo, trataba de sentirse útil acercando platos y ordenando las raciones.
  • Señor - dijo Bhagirath, sin apartar la vista de la olla - le importaría bajar a la bodega y traer el saco de sal que dejamos junto a los toneles. La avena necesita un toque más para quedar en su punto.
Vihaan asintió, encantado de poder colaborar. Salió de la cocina y descendió por la escotilla hacia la penumbra de la bodega. El aire allí era más húmedo y olía a madera mojada, hierro oxidado y vino derramado. Se inclinó para buscar el saco, cuando de repente escuchó unas voces entre las sombras.

Dos marineros se habían refugiado junto a los barriles, hablando en un murmullo que el silencio de la bodega amplificaba.
  • Digo yo que la capitana se ha vuelto loca… - murmuró uno, un hombre huesudo con las manos agrietadas por la sal.
  • Loca del todo - respondió el otro, con voz ronca - Llevarnos al Ártico es condenarnos. Allí no hay gloria ni botín, sólo hielo y muerte.
Vihaan contuvo la respiración, agazapado entre los sacos. El primero prosiguió, con un deje de resentimiento:
  • Los hombres confían en ella, pero esta vez… esta vez no saldremos con vida. ¿Y qué haremos cuando nos falte comida o empezemos a morir de frío? Más de uno empezará a pensar que otro timón nos guiaría mejor…
El segundo calló un instante, como midiendo sus palabras, y luego añadió con un siseo:
  • Un motín sería lo más sensato.
A Vihaan se le heló la sangre. Sujetó con fuerza el saco de sal y retrocedió despacio, procurando no hacer ruido. Su mente noble, formada en la obediencia y el orden, se agitó como un mar embravecido. “¡Un motín! - pensó - ¡Ya lo planean! ¿Tan pronto? Esta nave no puede dividirse, no mientras buscamos el Sundra-Kalash.”

Subió las escaleras con pasos rápidos, intentando ocultar la agitación en su respiración. Al regresar a la cocina dejó el saco de sal sobre la mesa con brusquedad.
  • Aquí está la sal, Bhagirath - dijo, forzando una calma que no sentía.
El sirviente lo observó de reojo, notando la tensión en sus manos.
  • ¿Ocurre algo, señor?
  • Sí… - Vihaan lo miró fijamente, la voz grave - He escuchado palabras peligrosas en la bodega. Hablan de que la capitana ha perdido la razón… de que vamos hacia la muerte… y de motín.
Bhagirath frunció el ceño, pero no dijo nada, dejando que su señor tomara la decisión. Vihaan apretó los labios, resuelto:
  • Debo advertírselo a Grace. Ella tiene que saberlo antes de que esas serpientes siembren la discordia.
Y sin esperar respuesta, salió de la cocina con paso firme, dispuesto a subir al puente de mando y contarle a la capitana lo que había oído en las entrañas de su nave.

Continuará…
 

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