Ron_Artest
Miembro muy activo
- Desde
- 15 Jun 2024
- Mensajes
- 214
- Reputación
- 793
Capítulo 5 - Un pacto es de por vida: El Perro y la Víbora.
Grace no podía dormir. A su lado, su mejor amiga y hermana de aventuras, descansaba profundamente, respirando con la calma de quien se siente segura. Entre ambas, Gipsy mascullaba en sueños, quizá persiguiendo lingotes de oro y diamantes en bruto por algún paraíso selvático imaginario.
En el piso de abajo, el leve murmullo de canciones marineras y voces roncas seguía flotando en el aire, desafiando a la noche y al cansancio.
Con cuidado, la capitana se liberó del brazo que Yara le había echado por encima con ternura. Se incorporó, calzó sus viejas botas y salió al angosto pasillo de madera. Miró a ambos lados. A su derecha, la luz de un farol bañado en ámbar iluminaba la figura del joven astrónomo, apoyado contra la barandilla del balcón, con la mirada perdida en el firmamento.
Sus miradas se enfrentaron: el rojo intenso de ella contra el negro profundo de él. Era como una batalla sangrienta en medio del oscuro océano. Rojo y negro, Fuego y Oscuridad. Sus rostros se acercaban, despacio pero con la certeza de una tempestad inevitable. El latido de ambos era un tambor en sus pechos, sincronizados en ritmo, retumbando cada vez más rápido.
Los labios estaban a un suspiro, cuando…
Bhagirath avanzó hasta colocarse a su lado, aún con las manos detrás, la vista fija en el horizonte.
Frente a la puerta de la taberna, Grace y Yara esperaban. Cada una sostenía una humeante taza de café - un lujo que llegaba de contrabando desde las colonias - apurándolo como quien bebe no por el sabor, sino para espantar el frío de la mañana.
El pueblo se desplegaba como un puñado de casas de piedra esparcidas sin orden. Los caminos embarrados se retorcían entre arbustos y zarzas, y más allá, el bosque se cerraba como un telón oscuro. No era una ciudad como Bristol, con sus muelles ordenados y su bullicio constante; aquí todo era más agreste, más salvaje, como el terco y afilado carácter irlandés de la gente que lo habitaba. Habían muchas famílias y muchos niños. La Isla del Perro no era solamente el avispero donde llegaban a parar todos los hombres de mala reputación, como las malas lenguas decían; era también el hogar de muchos hombres y mujeres que habían decidido empezar una nueva vida, huyendo de la justicia, de las deudas y de la pobreza. Gente ruda y valiente que encaraba el difícil camino hacía la libertad.
Llegaron a lo que parecía un campo de tiro improvisado: una explanada de tierra apisonada, con muñecos de paja al fondo, coronados por sombreros viejos y remendados. En fila, veinte hombres aguardaban, erguidos y en silencio, como si fueran reclutas esperando al coronel de la armada.
Y entonces lo vio. El viejo gordo del muelle, el que se les cruzó el día anterior. Estaba ahí, firme, con su parche en el ojo y un tatuaje de halcón que asomaba por el cuello de su camisa mugrienta.
El Perro intervino desde atrás, con media sonrisa y un tono burlón:
Dejó que su amiga siguiera disfrutando un rato más de las grandes cualidades de aquel imponente africano y, con paso firme, se dirigió hacia O’Driscoll, que limpiaba su pata de palo con un trapo húmedo y sucio.
La mañana era perfecta para navegar. El viento soplaba de barlovento, fresco y constante, y el cielo estaba despejado, extendiéndose como un lienzo azul sin una sola nube. O’Driscoll, con su sonrisa torcida, les había provisto víveres para dos semanas en alta mar y aseguró que guardaría el secreto del robo del Red Viper a toda costa.
Grace palmeó el timón con ambas manos, intentando grabar ese momento en su memoria. Alzó la vista y vio a su tripulación en cubierta, expectante y lista para actuar. Entonces, algo cambió en ella. Su rostro se transformó y comenzó a dar órdenes, rápidas y duras, sin dejar margen a la pereza.
Grace negó con la cabeza, sin dejar de sonreir, pero no dijo nada.
Los cánticos de los marineros a bordo resonaban vibrantes a lo lejos, hablando de mujeres, patria, velas y olores.
Grace se había ganado el respeto de aquel hombre despiadado. Ese apretón de manos era mucho más que un simple trato; era un pacto sellado en la sal y el viento. Entre un Perro y una Víbora. Quizás un acuerdo de no agresión, quizás una promesa silenciosa de auxilio cuando las tormentas arremetieran, o simplemente el reconocimiento profundo entre dos capitanes que conocen el peso del hierro y la soledad del mar.
El Perro llevaba años navegando contra tempestades y enemigos, forjando su nombre a base de desobediencia y furia, arrebatando a los poderosos lo que nunca tendrían la dignidad de compartir. Despiadado, sí. Cruel, por supuestopero. Pero no por placer ni diversión, sino porque la vida misma le había encadenado a esa dureza.
La Víbora, apenas comenzaba a tallar su propio destino entre las olas, a esculpir su leyenda con la fuerza indómita de quien no teme a los abismos. Pero el viejo contrabandista vio en los ojos de ella la misma llama que ardía en la la leyenda de la pirata de sangre irlandesa, la auténtica Grace O’Malley, aquella mujer forjada en el fuego y el acero. Y cuando un marinero curtido en mil batallas, como el Perro, ve esa llama, sabe que más vale tenerla a tu lado, como aliada feroz, antes que tener que cruzarse en su camino y sentir la mordida cruel de su espada.
Por eso sonreía. Pues nadie mejor que él, sabía que hay almas que no pueden ser encadenadas. Debes dejarlas marchar, que surquen los mares en libertad y tan solo esperar que el día en que se cruzen de nuevo los caminos, luchen a tu lado con la fuerza de un leviatán.
En la cabina de Vihaan, iluminada tenuemente por la luz mortecina que se filtraba entre las tablas, él y el anciano repasaban los manuscritos robados a la Compañía de las Indias Orientales. El viejo, frágil y enjuto como un saco de huesos, deslizaba con reverencia la punta de sus dedos sobre las letras gastadas del pergamino, como intentando palpar la esencia misma del pasado que encerraban. Murmuraba en un idioma antiguo, olvidado por el tiempo, sus palabras flotaban entre susurros que parecían un eco lejano de eras perdidas.
Bhagirath se acercó con paso medido y respetuoso, llevando una ración de pan y aceite proviniente de las provisiones cargadas en la Isla del Perro y una taza de té humeante que aún desprendía aroma a especias lejanas.
Vihaan carraspeó y, con una mezcla de respeto y urgencia, pidió permiso para pasar.
Al salir a cubierta, todo seguía igual: hombres más fieros que el hambre trabajando bajo un sol que no daba tregua. Canciones marineras resonaban, evocando tiempos mejores y amores perdidos en puertos lejanos. Parecía que todos danzaban al unísono, mientras una capitana férrea y tenaz gobernaba el navío con mano de hierro.
Luego, sus ojos se posaron en Vihaan, serios y decididos.
- Desde el puerto más lejano de las cálidas tierras de Oriente, hasta las frías tabernas de las costas de Occidente - dijo Grace con voz alegre y animada - hay solo dos maneras para que un hombre ceda... y abra la boca como un libro. Apuntarle a las pelotas con tu pistola… o ahogarlo en algohol… supongo que te decantarás por la segunda, ¿verdad?
Vihaan asintió sonriendo, mostrando que había pensado lo mismo.
Grace rebuscó dentro de un baúl gastado, sus manos hurgando entre paños y frascos hasta que, finalmente, exclamó: - Aquí está!
Se levantó, sosteniendo con reverencia una botella de cristal oscuro, con la etiqueta gastada y apenas legible. La ofreció a Vihaan, que contemplaba absorto el inmenso mapa desplegado sobre la mesa.
Sus miradas se encontraron, profundas, intensas, conscientes de todo lo que había quedado sin decir entre ellos. La tensión creció, palpable, como una ola a punto de romper. Sin mediar palabra, Grace cerró la puerta del camarote con un suave movimiento, asegurándose de que nadie pudiera interrumpirlos esta vez.
Vihaan retiró la botella con delicadeza y la dejó sobre la mesa. Se acercaron lentamente, el calor de sus cuerpos envolviéndolos como un manto. Sus labios, por fin, se encontraron en un beso apasionado, firme y urgente. Las manos exploraban sus curepos con prisas, descubriendo cada rincón, desatando un deseo imposible de contener.
Grace apoyó una rodilla sobre la mesa, entre las cartas náuticas que ya no importaban, y Vihaan acarició su muslo con cierta reverencia. La madera fría contrastaba con la calidez de sus pieles entrelazadas. La respiración se aceleraba, las caricias se volvían más atrevidas, sus cuerpos comunicaban historias de tormentas y calmas, de batallas ganadas y amores furtivos.
Entre susurros y gemidos contenidos, la capitana y el astrónomo se entregaron a la lujúria, dejando que el mundo exterior se desvaneciera y solo quedara ese instante de fuego y pasión.
No muy lejos de ese camarote, a varias millas naúticas de distancia. Un hombre de mirada severa y ambiciosa, observaba el puerto de la Isla del Perro, cada vez más lejos. Permanecía quieto, enfrente del enorme casco de popa de aquella fortaleza naútica, mientras a su espalda sus oficiales preparaban los últimos detalles antes de atacar.
Surcando el mar, tres Galeones inmensos, de cincuenta metros de eslora. Armados con sesenta cañones cada uno y doscientos hombres de tripulación, esperaban ansiosos el momento de la orden, bajo las ondeantes velas de la Compañia de las Indias Orientales.
Grace no podía dormir. A su lado, su mejor amiga y hermana de aventuras, descansaba profundamente, respirando con la calma de quien se siente segura. Entre ambas, Gipsy mascullaba en sueños, quizá persiguiendo lingotes de oro y diamantes en bruto por algún paraíso selvático imaginario.
En el piso de abajo, el leve murmullo de canciones marineras y voces roncas seguía flotando en el aire, desafiando a la noche y al cansancio.
Con cuidado, la capitana se liberó del brazo que Yara le había echado por encima con ternura. Se incorporó, calzó sus viejas botas y salió al angosto pasillo de madera. Miró a ambos lados. A su derecha, la luz de un farol bañado en ámbar iluminaba la figura del joven astrónomo, apoyado contra la barandilla del balcón, con la mirada perdida en el firmamento.
- No puedes dormir, ¿verdad? Yo tampoco - dijo Grace, sonriendo mientras se acercaba a él.
- Me gusta mirar las estrellas - respondió él con serenidad - Con el tiempo, se ha convertido en una especie de obsesión… que tengo desde que era un crío.
- ¿Por qué? - preguntó Grace, apartando un mechón rebelde de su rostro y colocándolo detrás de la oreja.
- No sabría explicarlo con palabras… Es como… es como si me apaciguaran el alma, ¿sabes? El mundo cambia constantemente, gira sin cesar, nunca descansa… pero ellas… - alzó la vista - ellas siempre están ahí. Inamovibles. Pacientes. Eternas.
- Vaya! Para no saber explicarte con palabras, lo has hecho bastante bien - sonrió amablemente la pelirroja - Hablas como un auntentico poeta, ¿Eres consciente?. ¿No te habrás equivocado de profesión? - dijo imitando su gesto y alzando la vista al cielo, sintiendo que el corazón se le encogía ante semejante majestuosidad.
- ¡Ya! Quizás tengas razón… pero en mi tierra, uno no escoge lo que desea ser. Nací con mi futuro escrito, planeado… nunca me preguntaron por mis anhelos, o por mis sueños.
- Eso no sucede solo en tu tierra, Vihaan - dijo, apoyando los brazos sobre la barandilla - Yo también nací con el futuro escrito… quizá no por las mismas razones, pero sí sentenciada a vivir una vida que no había escogido.
- Me alegra haberte conocido, Grace - su voz sonó más baja, como si confesara un secreto - Desde el primer momento que te vi… sentí… sentí una conexión especial. Como si desde que nacimos estuviéramos destinados a encontrarnos algún día.
- Perdóname… - dijo con sincera vergüenza - No pretendía… No quise faltarte al respeto. Lo lamento.
- ¿Ves esa estrella de ahí?
- Vihaan… el cielo está lleno de “esas de ahí”.
- Sigue la línea de esas tres… ¿la ves? Ahora baja un poco, a la izquierda… justo encima de esa nube pequeña. La que brilla ligeramente más que las demás.
- La veo.
- En mi tierra la llamamos Nayani.
- Nayani… - repitió la peliroja - que nombre más bonito.
- Dicen que es el ojo de una antigua diosa del mar. Según la leyenda, observa a los navegantes en la noche para guiar a los que tienen el corazón puro… y confundir a los que viajan con malas intenciones.
- Ese anillo… - dijo, ladeando un poco la cabeza, con una sonrisa que ocultaba más de lo que mostraba - ¿Es de compromiso?
- Sí… estoy casado.
- Me lo imaginaba…
- Pero no fue por amor - añadió enseguida, como queriendo que ella lo supiera - Fue una decisión impuesta. Un pacto entre familias, nada más.
- Amor… - repitió, casi con desprecio - Esa ilusión que se disfraza de eternidad, pero que siempre termina en abandono. Que te deja con un hueco en el pecho y un nombre que ya no puedes pronunciar sin sentir que te ahogas.
- Puede ser eso, sí… - dijo con voz grave - Puede romperte el corazón, hundirte como un navío que choca contra los escollos, incluso hacerte desear la propia muerte.
- Entonces… tampoco crees en el amor?
- Pero - continuó, acercándose apenas - también puede empujar a un hombre a cruzar travesías imposibles, a realizar hazañas que desafían la razón… incluso a retar a los mismísimos dioses si fuera necesario.
- Confundes el amor con el deseo, amigo poeta - replicó con un tono que pretendía sonar burlón, pero que llevaba un matiz que ni ella supo disimular. Se giró para volver al interior de la taberna.
- Espera, Grace - la voz de Vihaan fue un ancla que la detuvo.
Sus miradas se enfrentaron: el rojo intenso de ella contra el negro profundo de él. Era como una batalla sangrienta en medio del oscuro océano. Rojo y negro, Fuego y Oscuridad. Sus rostros se acercaban, despacio pero con la certeza de una tempestad inevitable. El latido de ambos era un tambor en sus pechos, sincronizados en ritmo, retumbando cada vez más rápido.
Los labios estaban a un suspiro, cuando…
- Disculpe, señor - La voz llegó como un cañonazo seco.
- Tiene el baño listo, como había ordenado.
Bhagirath avanzó hasta colocarse a su lado, aún con las manos detrás, la vista fija en el horizonte.
- ¿Puedo hablar con usted un momento, señorita O’Malley?
- Venga, diga lo que tenga que decirme y terminemos de una vez - soltó, casi gritando, con una mezcla de enfado y burla - ¿Qué será ahora? ¿Que solo me interesa el dinero? ¿Que soy una fulana roba esposos? ¿Qué? No se corte, mi estimado señor, sea claro de una vez.
- Quería disculparme con usted.
- ¿Cómo dice? - frunció el ceño, genuinamente sorprendida.
- Verá… después de nuestra discusión, de la que me lamento haberme excedido, la señorita Yara vino a hablar conmigo - Sus manos se movieron con lentitud tras su espalda, como si ordenara sus pensamientos mientras hablaba - Me contó acerca de su pasado… de todo lo que tuvo que sufrir, de las vicisitudes que tuvo que afrontar.
- No me gusta la condescendencia, señor. Nunca he querido causar lástima a nadie. No es precisamente mi estilo.
- No, no es eso, señorita. Lo que quiero decirle… es que yo también fui un niño de la calle. Aunque la edad y el paso del tiempo a veces me hagan olvidarlo - por un momento, su voz perdió la rigidez marcial - Crecí en Calcuta. Jamás conocí a mis padres. Dormía donde podía, unas noche bajo los soportales del mercado, otras en los muelles, a veces incluso en barcos que partían antes de que amaneciera. Robaba fruta, cargaba sacos de arroz por unas monedas, y aprendí rápido que el hambre no espera. Un día, un sargento me reclutó como sepoy. Fue mi salida… y mi condena al mismo tiempo. Tuve que matar a mis compatriotas a cambio de mi propia vida - cuando recordó esa etapa de su vida, unas lágrima cristalinas se formaron dentro de sus ojos - Pero con los años, encontré mi lugar. Dejé las armas para servir… pero nunca, jamás, olvidé de dónde vengo.
- Entiendo por qué hace lo que hace, señorita O’Malley. Yo mismo tuve que hacerlo en el pasado. Eso es lo que quiero decirle. Y además… - bajó un poco la voz - desearía hacer las paces con usted y dejar atrás nuestras desavenencias. Puede contar conmigo, mi señora. Defenderé su honor con mi propia vida.
- No quiero sirvientes a mi lado, Bigotes - sonrió con cariño mientras le sujetaba ambos hombros - Solo fieles amigos dispuestos a combatir hombro con hombro, espalda contra espalda, bajo el fuego de los cañones.
- Lo tendré presente. Ahora, si me disculpa… debo bañar a mi señor.
- Ah, se me olvidaba - dijo Baghirath, girándose con un tono cordial - Si me lo permite, estaría encantado de enseñarle modales. No le vendrían mal ciertos consejos al respecto.
- Allá donde vamos, señor, no creo que necesite aprender a comportarme como una señorita de alta alcurnia…
- Nunca desprecie la oportunidad de aprender, señorita Grace. Está claro que sabe navegar, eso es indiscutible. Pero por muchas tormentas que logre evadir o vientos huracanados que consiga sortear, hay un océano aún más peligroso: el de la alta sociedad.
- ¡Ya! Bueno… me lo pensaré, señor Baghirath. Que pase buena noche.
- Buenas noches, señorita Grace. Que descanse.
Frente a la puerta de la taberna, Grace y Yara esperaban. Cada una sostenía una humeante taza de café - un lujo que llegaba de contrabando desde las colonias - apurándolo como quien bebe no por el sabor, sino para espantar el frío de la mañana.
- Me recuerda a Bristol - murmuró Yara, mirando hacia el muelle.
- ¿El puerto?
- Si, los mercaderes, el ruido, el amanecer… ¿te acuerdas del viejo de los arenques?
- ¿El que nos pilló metiendo piedras en su balanza para que marcara más peso?
- Ese mismo. Se volvió morado de rabia y nos persiguió hasta el callejón de los curtidores.
- Y luego te caíste dentro del barril de tintura azul.
- ¡Por tu culpa!, imbécil.
- Por tu falta de equilibrio, querrás decir.
- ¡Buenos días, preciosas damas de inglaterra! - saludó O’Driscoll con una sonrisa amplia y una reverencia mal interpretada - Preciosa mañana, ¿no creen?
- Síganme, por favor - continuó - seguro que estarán deseando conocer a sus hombres…
El pueblo se desplegaba como un puñado de casas de piedra esparcidas sin orden. Los caminos embarrados se retorcían entre arbustos y zarzas, y más allá, el bosque se cerraba como un telón oscuro. No era una ciudad como Bristol, con sus muelles ordenados y su bullicio constante; aquí todo era más agreste, más salvaje, como el terco y afilado carácter irlandés de la gente que lo habitaba. Habían muchas famílias y muchos niños. La Isla del Perro no era solamente el avispero donde llegaban a parar todos los hombres de mala reputación, como las malas lenguas decían; era también el hogar de muchos hombres y mujeres que habían decidido empezar una nueva vida, huyendo de la justicia, de las deudas y de la pobreza. Gente ruda y valiente que encaraba el difícil camino hacía la libertad.
Llegaron a lo que parecía un campo de tiro improvisado: una explanada de tierra apisonada, con muñecos de paja al fondo, coronados por sombreros viejos y remendados. En fila, veinte hombres aguardaban, erguidos y en silencio, como si fueran reclutas esperando al coronel de la armada.
- Adelante, capitana… - dijo el Perro, apoyándose en una mesa cubierta de armas y munición. Mientras con una mano jugaba con unas balas de mosquete, haciéndolas rodar entre los dedos; con la otra, mantenía la pipa siempre encendida - Observe a su nueva tripulación. Por favor…
Y entonces lo vio. El viejo gordo del muelle, el que se les cruzó el día anterior. Estaba ahí, firme, con su parche en el ojo y un tatuaje de halcón que asomaba por el cuello de su camisa mugrienta.
- Halcón, ¿verdad? - dijo Grace con tono serio - ¿Es así como te llaman?, marinero.
- ¡Si mi capitana! Así me llaman - respondió Halcón, inflando el pecho con orgullo.
- ¿Y cuál es tu labor, Halcón? Dime… ¿Qué puedes aportar a mi navío?
- ¡Soy vigía, mi señora! Y sin querer ser pretencioso, diría que poseo los mejores ojos que podría encontrar en los siete mares.
- Un vigía con un solo ojo… Ya veo.
- Lo perdí hace años, en el Caribe, cerca de Jamaica, en una cruel batalla contra la armada española - contestó Halcón con una sonrisa ladeada - Calipso creyó oportuno arrebatármelo… suponiendo que con uno me bastaba para seguir siendo el mejor vigía que existe.
- Demúestraño entonces. Si tan preciso es tu único ojo…
- Dime qué ves ahí.
- Veo al farero adormilado, capitana. En su mano una botella que esconde como si fuera oro. Whisky escocés, mi capitana, como no podía ser de otro modo, de Bushmills - hizo una pausa, sonriendo. - Y también veo, capitana, que me esperan grandes aventuras a su lado. Sus ojos arden con la misma furia de la mujer de la que lleva su nombre. Ansío desplegar velas y luchar a su lado.
- Me gusta señor Halcón, creo que nos llevaremos bien - le dijo sonriendo.
- Mientras usted mande y yo obedezca, así será. No le quepa duda alguna, mi capitana.
- ¿Y tú, cómo te llamas, marinero? - preguntó Grace.
El Perro intervino desde atrás, con media sonrisa y un tono burlón:
- Nosotros lo llamamos “Mordisquitos”. Es un esclavo liberado de Dahomey, y lo que dice el loco de MacFarlane es cierto: los esclavistas le arrancaron la lengua.
- ¡Por todos los santos! - exclamó la yoruba, con una sonrisa maliciosa hacia su amiga - Menos mal que sólo le cortaron la lengua.
Dejó que su amiga siguiera disfrutando un rato más de las grandes cualidades de aquel imponente africano y, con paso firme, se dirigió hacia O’Driscoll, que limpiaba su pata de palo con un trapo húmedo y sucio.
- ¿Y bien? - preguntó él, con una sonrisa ladeada en los labios.
- Espero que estés bromeando, Perro - replicó Grace, mirando con desdén a aquella panda de ineptos que tenía delante - es esto lo mejor que puedes ofrecerme?
- No subestimes a estos hombres por su apariencia. No es inteligente juzgar un libro por su portada. Conozco a cada uno de ellos, llevan surcando los mares mucho antes de que tú dejaras de mearte en los pantalones, joven capitana.
- Espero que no me estés dando gato por liebre, Perro. No querría tener que volver a tu isla solo para decirte que estabas equivocado.
- Por muy malos que sean, capitana, sin duda son mejores que tu actual tripulación - dijo, señalando con un gesto hacia la lejanía.
- Ya sabes lo que dicen, pelirroja. En el país de los ciegos…
- El tuerto es rey. Ya lo sé - interrumpió Grace con una sonrisa torcida - Está bien, viejo zorro. Está bien… Trato hecho. Les daré una oportunidad. Aunque tú tampoco deberias subestimar a mis hombres, te sorprenderias de lo valiosos que pueden llegar a ser.
La mañana era perfecta para navegar. El viento soplaba de barlovento, fresco y constante, y el cielo estaba despejado, extendiéndose como un lienzo azul sin una sola nube. O’Driscoll, con su sonrisa torcida, les había provisto víveres para dos semanas en alta mar y aseguró que guardaría el secreto del robo del Red Viper a toda costa.
Grace palmeó el timón con ambas manos, intentando grabar ese momento en su memoria. Alzó la vista y vio a su tripulación en cubierta, expectante y lista para actuar. Entonces, algo cambió en ella. Su rostro se transformó y comenzó a dar órdenes, rápidas y duras, sin dejar margen a la pereza.
- ¡Halcon! - llamó, señalando el mástil mayor - Sube a la cofa y vigila bien, que no se nos acerque nadie.
- ¡Sí, mi capitana! - respondió firme el marinero.
- MacFarlane, revisa las cuerdas y asegúrate de que las velas estén listas para izar. Nada de excusas.
- A sus órdenes, capitana - respondió el hombre con voz segura poniendose a trabajar y hablando solo como un auténtico lunático.
- Tú, Mordisquitos - dijo Grace - sube a ese balcón lateral. Necesito que asegures las velas del costado.
Grace negó con la cabeza, sin dejar de sonreir, pero no dijo nada.
- ¡Despierten, panda de vagos y borrachos! - rugió - Esto no es un barco de recreo, ¡esto es el maldito Red Viper, y tenemos que zarpar ya!
- ¡Sí, mi capitana!
- ¡Jensen! - ordenó - Ve al camarote y revisa que las provisiones estén bien almacenadas.
- Enseguida, capitana —contestó el joven.
- ¡O’Neil! - continuó - Limpia la cubierta y prepara las bombas de achique. No quiero sorpresas en mitad del viaje.
- A la orden, mi capitana - dijo el marinero mientras se ponía en marcha.
- Y tú, Callum - llamó - asegúrate que los cabos estén bien amarrados y en buen estado. Cualquier fallo, y nos hundimos.
- No le fallaré, capitana - respondió el hombre con determinación.
- ¡Jefe! ¡Jefe! - repetía alarmado, mientras sujetaba sus gafas sobre el puente de su nariz puntiaguda.
- ¿Qué sucede ahora, viejo imbécil? - contestó O’Driscoll sin desviar la vista, aún fumando su pipa. Con su mirada clavada en el horizonte.
- El whisky… - dijo casi sin aliento - Esa maldita mujer… nos ha timado… los barriles están llenos de agua de mar.
- ¿Me oye, señor? - insistió Snatch con urgencia - ¡Hay que dar la voz de alarma, debemos ir tras ella!
- ¡Calla, imbécil! - le espetó sin mirarlo - Ya sabía que los barriles no tenían whisky, antes incluso de que tus vagos e inútiles hombres los descargaran del barco.
- Pero no lo entiendo, señor - murmuró el cachorro apaleado, recogiendo sus gafas rotas del suelo - ¿No va a hacer nada al respecto?
- Esa mujer… está destinada a hacer grandes cosas. Tiene más pelotas que todos los hombres de esta maldita isla.
- Sé que nos volveremos a ver, Grace O’Malley. No sé cuándo ni cómo, pero nuestros caminos se cruzarán de nuevo. Y quiero que recuerdes que aquí tienes un amigo.
Los cánticos de los marineros a bordo resonaban vibrantes a lo lejos, hablando de mujeres, patria, velas y olores.
Grace se había ganado el respeto de aquel hombre despiadado. Ese apretón de manos era mucho más que un simple trato; era un pacto sellado en la sal y el viento. Entre un Perro y una Víbora. Quizás un acuerdo de no agresión, quizás una promesa silenciosa de auxilio cuando las tormentas arremetieran, o simplemente el reconocimiento profundo entre dos capitanes que conocen el peso del hierro y la soledad del mar.
El Perro llevaba años navegando contra tempestades y enemigos, forjando su nombre a base de desobediencia y furia, arrebatando a los poderosos lo que nunca tendrían la dignidad de compartir. Despiadado, sí. Cruel, por supuestopero. Pero no por placer ni diversión, sino porque la vida misma le había encadenado a esa dureza.
La Víbora, apenas comenzaba a tallar su propio destino entre las olas, a esculpir su leyenda con la fuerza indómita de quien no teme a los abismos. Pero el viejo contrabandista vio en los ojos de ella la misma llama que ardía en la la leyenda de la pirata de sangre irlandesa, la auténtica Grace O’Malley, aquella mujer forjada en el fuego y el acero. Y cuando un marinero curtido en mil batallas, como el Perro, ve esa llama, sabe que más vale tenerla a tu lado, como aliada feroz, antes que tener que cruzarse en su camino y sentir la mordida cruel de su espada.
Por eso sonreía. Pues nadie mejor que él, sabía que hay almas que no pueden ser encadenadas. Debes dejarlas marchar, que surquen los mares en libertad y tan solo esperar que el día en que se cruzen de nuevo los caminos, luchen a tu lado con la fuerza de un leviatán.
En la cabina de Vihaan, iluminada tenuemente por la luz mortecina que se filtraba entre las tablas, él y el anciano repasaban los manuscritos robados a la Compañía de las Indias Orientales. El viejo, frágil y enjuto como un saco de huesos, deslizaba con reverencia la punta de sus dedos sobre las letras gastadas del pergamino, como intentando palpar la esencia misma del pasado que encerraban. Murmuraba en un idioma antiguo, olvidado por el tiempo, sus palabras flotaban entre susurros que parecían un eco lejano de eras perdidas.
Bhagirath se acercó con paso medido y respetuoso, llevando una ración de pan y aceite proviniente de las provisiones cargadas en la Isla del Perro y una taza de té humeante que aún desprendía aroma a especias lejanas.
- ¿Qué dicen los manuscritos, señor? - preguntó, la curiosidad brillando en sus ojos.
- No lo sé, fiel amigo - respondió Vihaan con el ceño fruncido - No consigo descifrarlos. Están escritos en un dialecto oriental, antiquísimo, ininteligible para mi formación científica.
- ¿Y el sabio? ¿Por qué no le pide que los traduzca?
- Ya lo intenté, Bhagirath - musitó Vihaan, con un dejo de frustración y desesperación - Pero no habla. Parece haber hecho un voto de silencio. Llevo intentando que pronuncie palabra desde que partimos del puerto de Bristol, sin éxito alguno.
- Eso es un problema, joven señor. Un grave problema - respondió el Shudra, enrollando las puntas de su majestuoso bigote con gravedad.
- ¡Perdón, por favor! - decía Vihaan mientras sorteaba cuerpos y objetos, esquivando barriles y cajas apiladas, sin perder un segundo.
Vihaan carraspeó y, con una mezcla de respeto y urgencia, pidió permiso para pasar.
- Con permiso - musitó, esperando a que Mordisquitos se apartara para poder continuar su camino hacia la cubierta.
- ¡Nos vemos, Vihaan! - gritó Yara, con una sonrisa traviesa, mientras Mordisquitos la empotraba sin piedad contra la madera ennegrecida del barco.
Al salir a cubierta, todo seguía igual: hombres más fieros que el hambre trabajando bajo un sol que no daba tregua. Canciones marineras resonaban, evocando tiempos mejores y amores perdidos en puertos lejanos. Parecía que todos danzaban al unísono, mientras una capitana férrea y tenaz gobernaba el navío con mano de hierro.
- Ah, hola Vihaan, ¿qué sucede? - preguntó Grace sin dejar de vigilar a sus hombres - ¿Sabemos ya hacia dónde debemos marcar el rumbo?
- Verás, Grace… digo, capitana…
- ¡No seas idiota! Puedes llamarme Grace o Red si así lo prefieres, pero no corras la voz, ¿eh? Tengo una reputación que mantener…
- Está bien, Grace... referente a nuestro destino, verás… tenemos… un pequeño problema.
- ¿Cuál? - de repente Grace gritó a un joven que enredaba torpemente unas cuerdas - ¡Tira esa soga bien, perro perezoso!
- Sí, mi capitana - respondió el tripulante, apurando el nudo.
- Perdona, ¿decías? - volvió a la conversación sin quitarle el ojo al torpe marinero.
- El viejo... no habla - dijo Vihaan con gesto preocupado, frotándose la barbilla.
- ¿No habla porque es mudo o porque no quiere? - Grace volvió a gritar al mismo chico, que ahora casi tropieza con el cabrestante - ¡Concentración, idiota, que aquí no estamos para jugar!
- No creo que sea mudo... lo escuché murmurar hace un momento. Pero hay que hacer algo. No puedo leer los manuscritos, están escritos en un lenguaje tan antiguo que es imposible descifrarlos. El único que puede hacerlo es él.
Luego, sus ojos se posaron en Vihaan, serios y decididos.
- Desde el puerto más lejano de las cálidas tierras de Oriente, hasta las frías tabernas de las costas de Occidente - dijo Grace con voz alegre y animada - hay solo dos maneras para que un hombre ceda... y abra la boca como un libro. Apuntarle a las pelotas con tu pistola… o ahogarlo en algohol… supongo que te decantarás por la segunda, ¿verdad?
Vihaan asintió sonriendo, mostrando que había pensado lo mismo.
- He pensado lo mismo, pero necesitamos algo fuerte, Grace. Un brebaje que le haga hablar sin reservas - respondió - ¿Tienes algo idóneo?
- MacFarlane, toma las riendas del timón y sigue el rumbo marcado - ordenó con autoridad - Vihaan, sígueme a mi camarote. Tengo justo el brebaje que necesitamos para despertar la lengua a ese sabio silencioso.
- ¿Estuvo bien, eh? - dijo la capitana con una sonrisa ladeada - Qué suerte la tuya, Yara.
Grace rebuscó dentro de un baúl gastado, sus manos hurgando entre paños y frascos hasta que, finalmente, exclamó: - Aquí está!
Se levantó, sosteniendo con reverencia una botella de cristal oscuro, con la etiqueta gastada y apenas legible. La ofreció a Vihaan, que contemplaba absorto el inmenso mapa desplegado sobre la mesa.
- ¿Qué es? - preguntó, mientras descorchaba la botella con un gesto firme y vertía un poco en un vaso. Al probarlo, lanzó la cabeza hacia atrás y exclamó - ¡Por Vishnu! Esto levantaría hasta a un muerto de su tumba.
- Se llama Arrack de Ceilán - sonrió Grace, con una chispa de orgullo en la voz - Se destila con la savia fermentada de la flor de palma, en las junglas profundas de las islas del caribe, donde pocos se atreven a llegar. Es raro, potente y puro fuego en líquido. Y sí... podría levantar a los muertos.
Sus miradas se encontraron, profundas, intensas, conscientes de todo lo que había quedado sin decir entre ellos. La tensión creció, palpable, como una ola a punto de romper. Sin mediar palabra, Grace cerró la puerta del camarote con un suave movimiento, asegurándose de que nadie pudiera interrumpirlos esta vez.
Vihaan retiró la botella con delicadeza y la dejó sobre la mesa. Se acercaron lentamente, el calor de sus cuerpos envolviéndolos como un manto. Sus labios, por fin, se encontraron en un beso apasionado, firme y urgente. Las manos exploraban sus curepos con prisas, descubriendo cada rincón, desatando un deseo imposible de contener.
Grace apoyó una rodilla sobre la mesa, entre las cartas náuticas que ya no importaban, y Vihaan acarició su muslo con cierta reverencia. La madera fría contrastaba con la calidez de sus pieles entrelazadas. La respiración se aceleraba, las caricias se volvían más atrevidas, sus cuerpos comunicaban historias de tormentas y calmas, de batallas ganadas y amores furtivos.
- ¿Es verdad lo que cuentan… - decía Grace quitandole la ropa a Vihaan, sin cesar de besarlo - de que los hombres de oriente son tan buenos amantes?
- Ka…kama…Kamasutra! - contestó Vihaan acariciando los pechos de Gracey besando sus pezones.
- ¿Qúe demonios es eso?
- El libro sagrado del sexo, nosotros lo inventamos!
Entre susurros y gemidos contenidos, la capitana y el astrónomo se entregaron a la lujúria, dejando que el mundo exterior se desvaneciera y solo quedara ese instante de fuego y pasión.
No muy lejos de ese camarote, a varias millas naúticas de distancia. Un hombre de mirada severa y ambiciosa, observaba el puerto de la Isla del Perro, cada vez más lejos. Permanecía quieto, enfrente del enorme casco de popa de aquella fortaleza naútica, mientras a su espalda sus oficiales preparaban los últimos detalles antes de atacar.
Surcando el mar, tres Galeones inmensos, de cincuenta metros de eslora. Armados con sesenta cañones cada uno y doscientos hombres de tripulación, esperaban ansiosos el momento de la orden, bajo las ondeantes velas de la Compañia de las Indias Orientales.
- Todo listo Sir Reginald! En cuanto desee… - le dijo el oficial al mando con cierto tono de pavor en sus palabras.