Capítulo 6
El agua caliente caía sobre los hombros desnudos de Paula, creando una cortina de vapor que envolvía el baño. Cerró los ojos y dejó que el chorro golpeara su piel, como si de alguna manera el calor pudiera lavar los pensamientos que la abrumaban. Sabía que esa noche cambiaría todo, que después de lo que estaba por suceder, su vida y su relación con Eduardo jamás volverían a ser las mismas. Y aunque había intentado mantenerse firme en su decisión, no podía evitar que el miedo y la incertidumbre se apoderaran de ella en ese momento tan íntimo. El sonido del agua cayendo era el único ruido en la casa. Paula había estado en silencio la mayor parte del día, evitando a Eduardo lo mejor que podía, como si las palabras que compartieran pudieran desmoronar lo poco que quedaba de su matrimonio. Se concentraba en su rutina, intentando ignorar la mirada de su marido, quien no había dejado de observarla con una mezcla de culpa y deseo velado desde el momento en que supo lo que iba a pasar.
Con las manos temblorosas, Paula comenzó a enjabonarse, recorriendo su cuerpo con lentitud, consciente de cada centímetro de piel que pronto sería tocada por otro hombre. Sentía una extraña mezcla de emociones: repulsión, curiosidad, y una pizca de ansiedad por lo que estaba por venir. A medida que se limpiaba, su mente vagaba hacia lo que Roberto le había dicho en la cena la noche anterior. “Te prometo que vas a disfrutar”, le había asegurado. Las palabras resonaban en su cabeza, y aunque la idea de disfrutar lo que estaba por suceder le resultaba difícil de aceptar, no podía ignorar del todo la posibilidad.
Al salir de la ducha, se envolvió en una toalla y se miró en el espejo. Su reflejo le devolvió una imagen que no reconocía del todo. A pesar de su piel aún húmeda y el rubor en sus mejillas por el calor del baño, había una dureza en sus ojos, una resolución que no estaba allí días atrás. Esta era la Paula que había tomado la decisión de aceptar la oferta de Roberto, la Paula que había decidido que salvar a su familia era más importante que su propio orgullo. Pero aún así, el dolor de lo que estaba por hacer la consumía por dentro. Mientras se secaba el cabello, oyó el suave crujido de la puerta abriéndose. Al girarse, vio a Eduardo de pie en el umbral del baño, observándola. Sus ojos estaban cargados de culpa y algo más oscuro que ella reconocía: deseo. Sabía que Eduardo no podía evitar imaginar lo que estaba a punto de suceder, y en el fondo, esa idea la inquietaba tanto como la propia noche que se avecinaba.
—¿Estás bien? —preguntó Eduardo, con una voz casi apagada, como si no quisiera interrumpir el silencio que se cernía entre ellos.
Paula lo miró durante unos segundos antes de asentir lentamente. No había mucho más que decir en ese momento. Eduardo se acercó un poco más, apoyándose en el marco de la puerta, observando como ella terminaba de secarse y empezaba a aplicar crema en su piel, un ritual cotidiano que esta vez parecía cargado de simbolismo.
—Estás… hermosa —murmuró Eduardo, sin apartar la vista de su cuerpo.
Paula no respondió. Sabía que Eduardo estaba tratando de encontrar algún consuelo en todo aquello, pero no había palabras que pudieran aliviar la situación. Finalmente, Eduardo se giró para salir del baño, dándole a Paula el espacio que necesitaba para prepararse. Con el cuerpo aún caliente por el agua de la ducha, Paula abrió el armario y sacó el conjunto de lencería que había elegido para esa noche. Era negro, con encaje delicado, sensual pero no vulgar. Se lo puso lentamente, cada prenda iba deslizándose por su piel como una caricia. Mientras ajustaba las tiras del sujetador, se preguntó si Roberto se daría cuenta de lo incómoda que se sentía, de lo que le costaba vestirse para él, para alguien que no era su esposo. Cuando terminó de vestirse, se puso frente al espejo y observó su reflejo una vez más. El vestido que había elegido, uno que Eduardo le había regalado hacía unos meses, le quedaba como un guante, realzando su figura sin ser demasiado revelador. Era perfecto para la ocasión: elegante, pero con un toque de sensualidad que no pasaría desapercibido. Al salir del baño, Eduardo estaba sentado en la cama, mirándola con admiración y angustia. Sabía lo que él estaba pensando, y en ese momento, el peso de la noche cayó sobre ellos como una losa.
—No tienes que hacer esto, Paula —dijo Eduardo en voz baja, con una desesperación que no había mostrado hasta entonces—. Si quieres… podemos encontrar otra solución.
Paula lo miró fijamente, sintiendo que la distancia entre ellos se hacía cada vez más grande. Sabía que Eduardo estaba siendo sincero en su arrepentimiento, pero también sabía que esa solución no existía. Lo que estaba por hacer era la única forma de salvar a su familia.
—Ya está decidido, Eduardo —respondió con voz firme—. Esto es lo que tenemos que hacer. Por tu culpa estamos en esta situación y tú tendrás que asumir las consecuencias.
Eduardo asintió, sin decir nada más. No había argumentos que pudieran cambiar lo que estaba por suceder.
Cuando sonó el timbre, Paula sintió como su corazón daba un vuelco. Era el momento. Respiró hondo antes de dirigirse hacia la puerta, con Eduardo siguiéndola en silencio. Al abrir, se encontró con Roberto, impecablemente vestido, sonriendo con esa confianza que siempre había sido su sello personal. Su presencia llenaba la habitación, y aunque Paula se esforzaba por no mostrarlo, la sensación de vulnerabilidad la envolvió de inmediato.
—Buenas noches, Paula —dijo Roberto, extendiendo su mano con un gesto que era a la vez cortés y dominante—. Estás deslumbrante.
—Gracias —respondió Paula con una sonrisa que no se reflejaba en sus ojos, aceptando su mano.
Roberto asintió hacia Eduardo, quien se mantenía en silencio, tenso como una cuerda a punto de romperse.
—Eduardo —dijo Roberto con un tono casi casual—. No te preocupes, esta noche estará en buenas manos.
Paula sintió una punzada de incomodidad al escuchar esas palabras, pero mantuvo la compostura mientras salía por la puerta, con Roberto a su lado. Mientras bajaban las escaleras del edificio, la tensión entre ambos era palpable. Paula sabía que Roberto no iba a forzar nada, pero también sabía que él estaba disfrutando del control que tenía sobre la situación.
Al llegar al restaurante, un lugar discreto pero elegante en el centro de la ciudad, Paula intentó relajarse. Se dijo a sí misma que solo debía soportar unas pocas horas más, y todo terminaría. El ambiente del restaurante, con sus luces tenues y música suave, no hacía más que aumentar la sensación de intimidad, algo que Paula hubiera preferido evitar. Roberto, por su parte, parecía estar en su elemento, manejando la situación con la misma calma calculada que había mostrado desde el principio.
—Espero que estés cómoda, Paula —dijo Roberto mientras se sentaban a la mesa—. Quiero que esta noche sea lo más agradable posible para ambos.
Paula asintió, sintiendo que sus manos sudaban bajo la mesa. Intentó concentrarse en el menú que le habían entregado, pero apenas podía leer las palabras impresas en él. Su mente estaba en otra parte, anticipando lo que vendría después, luchando por mantener la calma. Durante los primeros minutos, la conversación fue superficial: temas triviales sobre el trabajo, sobre la comida. Roberto hacía preguntas casuales, pero cada una de sus palabras estaba cargada de una tensión subyacente que Paula no podía ignorar. Mientras comían, ella notaba como él la observaba, su mirada recorría su cuerpo con un deseo que no se molestaba en ocultar. Y aunque Paula trataba de evitar mirarlo directamente, sabía que Roberto estaba disfrutando de cada segundo.
Finalmente, después de unos minutos que le parecieron eternos, Roberto dejó de lado la charla trivial y se inclinó hacia ella, su tono cambió a algo más íntimo.
—Paula, sé que esto no es fácil para ti —dijo, con una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora—. Pero quiero que entiendas algo. No tienes que tener miedo de esta noche. Lo que vamos a hacer no es solo para saldar una deuda. Quiero que lo disfrutes, y haré todo lo posible para asegurarme de que así sea.
Paula sintió un escalofrío recorrer su espalda. La firmeza en las palabras de Roberto no dejaba lugar a dudas: él esperaba que ella participara activamente, que se entregara a lo que estaba por suceder. Y aunque eso la horrorizaba, también sabía que había accedido a esta situación sabiendo lo que implicaba.
—No quiero que te sientas forzada, Paula —continuó Roberto—. Te lo dije antes, quiero que esta sea una experiencia placentera para ambos. Y créeme cuando te digo que haré todo lo posible para que disfrutes tanto como yo.
Paula tragó saliva, sintiendo que las palabras de Roberto la envolvían, atrapándola en esa tensión que se hacía cada vez más palpable. Sabía que ya no había vuelta atrás. Cuando terminaran la cena, ambos se dirigirían al hotel, y todo lo que había estado temiendo desde el principio finalmente se haría realidad.
Mientras el camarero les traía el postre, Paula se obligó a mantenerse firme. Había tomado una decisión, y estaba decidida a seguir adelante, sin importar cuán humillante o doloroso fuera. Miró a Roberto que la miraba con ojos llenos de deseo y satisfacción, y supo que estaba lista para lo que vendría después, aunque su corazón siguiera latiendo con una mezcla de miedo y resignación.
Capitulo 7
El trayecto al hotel fue breve, pero para Paula, cada segundo dentro del coche junto a Roberto se sintió como una eternidad. El silencio entre ambos era espeso, cargado de una expectativa que la asfixiaba, pero que no podía ignorar. Roberto conducía con la misma calma que había mostrado durante toda la noche, como si supiera exactamente lo que estaba por venir y disfrutara al máximo de esa sensación. Paula, en cambio, se encontraba atrapada en sus propios pensamientos. El rostro de Eduardo aparecía constantemente en su mente, recordándole por qué estaba allí. Pero en el fondo, la imagen que más la perturbaba no era la de su esposo sufriendo por lo que ella estaba a punto de hacer, sino la de él, observándola, excitado por lo que sabía que ocurriría. Recordaba la forma en que Eduardo la había mirado antes de salir de casa, con esos ojos cargados de culpa, pero también con una chispa oscura de deseo que le hacía preguntarse qué parte de él realmente quería detenerla.
El hotel era discreto, elegante sin ser ostentoso, un lugar diseñado para encuentros privados como este. Paula había visto lugares similares en películas o leído sobre ellos en novelas, pero jamás pensó que algún día ella sería la protagonista de una escena como aquella. Al entrar en el vestíbulo, Roberto le rozó la espalda con su mano, guiándola con suavidad pero firmeza, como si ya fuera suya. El ascensor los llevó a la planta superior, y el silencio entre ellos se volvió aún más pesado. Paula podía escuchar su propio corazón latiendo con fuerza en sus oídos, y aunque sabía que Roberto no intentaría nada hasta que estuvieran solos en la habitación, no podía evitar sentir que cada paso la acercaba al precipicio.
Cuando finalmente llegaron a la suite, Roberto abrió la puerta con una calma casi indiferente, como si este fuera un ritual al que estaba acostumbrado. La habitación era amplia, con luces cálidas que bañaban el espacio en un resplandor suave y acogedor. Paula se quedó de pie un momento, observando la cama que ocupaba el centro de la habitación, donde ella sería la protagonista de esa noche.
—Ponte cómoda, Paula —dijo Roberto, su voz era baja y suave, pero cargada de una autoridad implícita.
Ella tragó saliva y dio unos pasos hacia el interior de la habitación, dejando que el sonido de sus tacones sobre la moqueta le recordara que aún estaba en control de sus movimientos, aunque no lo sintiera así. Mientras Roberto cerraba la puerta tras ellos, ella se dirigió hacia la ventana, mirando las luces de la ciudad extendiéndose hacia el horizonte, intentando encontrar en el paisaje algo que le diera una mínima sensación de consuelo. Pero no había escapatoria.
—Te ves tensa —comentó Roberto acercándose lentamente a ella—. No quiero que te sientas así. Esta noche no se trata solo de cumplir con un acuerdo, Paula. Se trata de que ambos disfrutemos.
Paula lo escuchó sin girarse. Sabía que él estaba cerca, podía sentir su presencia a sus espaldas, pero no estaba lista para enfrentarlo directamente. Sabía que, en cuanto se diera la vuelta, todo comenzaría.
—Sé que esto es difícil para ti —continuó Roberto—, pero quiero que entiendas que no tienes por qué temer. Quiero hacerte sentir bien, Paula. Y esta noche, eso es exactamente lo que haré.
Finalmente, Paula giró lentamente sobre sus talones y lo miró. Roberto estaba a solo unos pasos de ella, observándola con esa mirada intensa que la había inquietado desde la primera vez que lo conoció. No había presión en sus palabras, pero la expectativa era innegable.
—Vamos a empezar despacio —dijo Roberto, acercándose aún más.
Paula no dijo nada, pero su respiración se aceleró cuando Roberto levantó una mano y la deslizó suavemente por su brazo, sintiendo la textura de su vestido. Con un movimiento lento y calculado, llevó su mano a la espalda de Paula, buscando el cierre de su vestido. Paula cerró los ojos un momento, tratando de calmar el temblor en sus manos mientras sentía como el cierre bajaba lentamente. Cuando el vestido cayó al suelo, Paula permaneció inmóvil, sintiendo el aire frío de la habitación acariciar su piel desnuda. Estaba de pie frente a Roberto, con solo la lencería negra que había elegido para la ocasión. Sabía que, a pesar de lo que estaba por suceder, había algo en su aspecto que aún controlaba: la forma en que se veía, como se mostraba ante él. Pero esa ilusión de control se desvanecía rápidamente.
—Eres preciosa, Paula —dijo Roberto en un susurro mientras deslizaba sus manos por los hombros de ella, recorriendo la piel suave y bronceada.
Paula abrió los ojos y lo miró directamente, sintiendo una extraña mezcla de humillación y curiosidad. Sabía que en cualquier otro contexto, esa atención habría sido halagadora, pero ahora era un recordatorio de lo que estaba a punto de entregarle.
Roberto se tomó su tiempo, observándola detenidamente mientras sus manos descendían por su espalda, recorriendo la curva de su cintura. Paula apenas se movía, su cuerpo estaba rígido, pero consciente de cada caricia, de cada mirada que él le dedicaba. Finalmente, Roberto se inclinó hacia ella y, con una suavidad sorprendente, comenzó a besar sus labios. Paula sintió el contacto de sus labios, cálidos y seguros, mientras él exploraba lentamente su piel y su lengua jugaba con la de ella. No era como lo había imaginado. Había esperado que fuera más agresivo, que intentara tomar lo que quería sin preámbulos, pero en cambio, Roberto parecía estar disfrutando del hecho de que ella aún no sabía como reaccionar, como si eso le diera aún más poder.
Con cada beso, cada caricia, Paula sentía como la tensión en su cuerpo comenzaba a aflojarse, aunque la incomodidad seguía presente. Cuando Roberto siguió besando su cuello y su hombros llegó a los tirantes de su sujetador, lo deslizó suavemente por sus brazos, y lo desabrochó dejándolo caer al suelo junto con el vestido. En ese momento, Paula recordó las palabras de Roberto durante la cena. “Te prometo que vas a disfrutar”. Y aunque la vergüenza la consumía, una parte de ella se preguntaba si eso era posible. Roberto la miró un momento, disfrutando de la vista de sus tetas desnudas, y luego inclinó la cabeza hacia abajo, besando la curva de una de ellas. Paula cerró los ojos de nuevo, intentando concentrarse en lo que sentía. Sabía que esto no era solo un trámite para saldar la deuda. Roberto estaba determinado a hacer que ella participara activamente, que disfrutara de alguna manera. Y mientras él continuaba besando su cuerpo, Paula comenzó a darse cuenta de que su cuerpo, aunque traicionando sus pensamientos, empezaba a responder.
Roberto la llevó lentamente hacia la cama, sus manos nunca se apartaban de su piel, como si temiera que se escapara si dejaba de tocarla. Paula dejó que él la guiara, sabiendo que la última resistencia que había albergado en su interior se desmoronaba con cada caricia. Cuando sus piernas tocaron el borde de la cama, Roberto la hizo sentarse, y él se arrodilló frente a ella.
—Quiero que te relajes, Paula —dijo Roberto con un susurro.
El silencio en la habitación era casi tangible cuando Paula se dejó caer suavemente sobre la cama, su cuerpo temblaba levemente bajo el contacto de las manos de Roberto. El aire estaba cargado de una tensión eléctrica, una mezcla de deseo, nerviosismo y resignación que llenaba el espacio entre ellos. Roberto se movía con una calma estudiada, como si cada gesto estuviera cuidadosamente calculado para alargar la espera y aumentar la intensidad del momento.
De pie frente a ella, Roberto terminó de desvestirse, mostrando su polla dura y el pubis cubierto de una fina capa de pelo y quedándose completamente expuesto ante los ojos de Paula. A pesar del miedo y la incomodidad que aún sentía, no podía negar la curiosidad que la envolvía. Sabía que no era solo una transacción; Roberto no lo veía de esa manera. Para él, esta era una oportunidad de tener lo que había deseado desde hacía tiempo, y Paula lo sabía.
Cuando Roberto se acercó a la cama, sus manos grandes y firmes recorrieron las curvas de su cuerpo desnudo, deteniéndose en sus tetas. Paula cerró los ojos cuando sintió el primer roce de sus labios en uno de sus pezones, un beso lento, cargado de intención. Roberto tomó su tiempo, su boca exploraba cada rincón de su piel mientras sus manos seguían acariciando su cintura y sus caderas. El calor de su boca se concentró en sus pezones rosados que se endurecían bajo cada lamida, sintiendo la rugosidad de sus areolas y cada suave mordisco que Roberto aplicaba con precisión. Paula, que había mantenido el cuerpo tenso hasta ese momento, comenzó a relajarse poco a poco, permitiendo que su cuerpo respondiera involuntariamente a las atenciones de Roberto. Cada beso, cada caricia, parecía despojarla de una capa más de resistencia, acercándola al punto de no retorno.
—Tienes unas tetas preciosas, Paula —susurró Roberto, su voz era ronca mientras seguía besando y acariciando su piel—. He soñado con esto desde hace tiempo.
El halago la incomodó, pero no podía negar que la forma en que él la tocaba y besaba estaba logrando un efecto en su cuerpo. Paula cerró los ojos con fuerza, intentando evitar que esos pensamientos la consumieran, pero la sensación de los labios de Roberto en sus tetas, la suavidad de sus manos recorriendo su piel, la estaban arrastrando lentamente hacia una corriente de placer que no esperaba. Roberto, viendo como Paula comenzaba a entregarse a las sensaciones, decidió llevar el encuentro a un nivel más íntimo. Se inclinó hacia ella, colocándose entre sus piernas, y comenzó a besarla en el vientre, bajando lentamente hacia el interior de sus muslos. Paula intentó contener un gemido, pero cuando la lengua de Roberto lamió por primera vez la raja de su coño, un suspiro suave escapó de sus labios. El contacto de su boca en su coño la estremeció, y aunque su mente seguía luchando contra lo que estaba sucediendo, su cuerpo ya no le obedecía.
Cada movimiento de la lengua de Roberto parecía diseñado para llevarla al límite. Paula podía sentir como su propio cuerpo comenzaba a traicionarla, respondiendo con más intensidad de lo que hubiera querido admitir. Los gemidos suaves que intentaba reprimir empezaban a hacerse más frecuentes, y cuando Roberto aceleró el ritmo, acariciando sus muslos mientras le chupaba el coño con más fuerza, Paula se arqueó ligeramente sobre la cama, atrapada en una oleada de placer que no pudo evitar. Cuando Roberto finalmente se detuvo, levantó la cabeza para mirarla a los ojos. Paula jadeaba suavemente, su cuerpo aún temblaba por las sensaciones que acababa de experimentar. Pero sabía que lo peor —o quizás lo mejor, en algún nivel que no quería admitir— aún estaba por llegar.
—Ahora quiero que me des lo mismo, Paula —dijo Roberto con una sonrisa suave, pero cargada de deseo—. Quiero que me muestres cuánto disfrutas.
Paula sabía lo que él quería, y aunque una parte de ella seguía resistiéndose, no podía negar que ya había cruzado demasiadas líneas como para volver atrás. Se incorporó lentamente, y sin mirarlo directamente a los ojos, se arrodilló en la cama frente a él. Roberto, aún de pie junto a la cama, observaba cada movimiento con una mirada cargada de satisfacción. Sabía que Paula estaba entregándose a la situación, y la idea de tenerla completamente bajo su control lo excitaba aún más. Cuando ella finalmente llevó su boca hacia su polla venuda y dura, Roberto soltó un suave gemido de placer, dejándose llevar por la sensación de sus labios envolviéndolo.
Paula comenzó despacio, sin prisa, sintiendo como Roberto respondía a cada movimiento de su lengua. Sabía que él estaba disfrutando, y aunque aún sentía la humillación latente en su pecho, una parte de ella estaba resignada a hacerlo lo mejor posible. A medida que aumentaba el ritmo, Roberto apoyó una mano en su cabeza, guiándola con suavidad, pero sin forzarla.
—Eso es, Paula —murmuró entre jadeos—. Así es como me gusta. Cométela bien preciosa.
Los gemidos de Roberto se hicieron más profundos a medida que Paula continuaba, y cuando sintió que él comenzaba a temblar ligeramente, supo que estaba al borde de perder el control. Sin embargo, Roberto se retiró un poco, deteniéndola antes de llegar a correrse.
—Todavía no —dijo con una sonrisa maliciosa—. Quiero hacerlo dentro de ti. —Roberto sabía que si se corría ya no podría disfrutar de la penetración porque él ya no era un chaval y su recuperación tras un orgasmo no era la de antaño—.
Paula lo miró brevemente, sin decir nada, y se tumbó nuevamente en la cama, esperando lo que sabía que vendría. Roberto no tardó en colocarse sobre ella, sus manos recorrían su cuerpo una vez más antes de posicionarse entre sus piernas. Apoyó su capullo en la entrada húmeda y se dispuso a penetrarla. El primer empujón fue lento, casi cuidadoso, como si él quisiera saborear cada segundo del momento. Paula soltó un gemido suave cuando Roberto comenzó a moverse dentro de ella, su cuerpo iba adaptándose a su ritmo. Al principio, las embestidas eran lentas, profundas, cada una enviando ondas de placer que se extendían desde su centro hasta cada rincón de su ser. Pero a medida que Roberto aceleraba el ritmo, Paula comenzó a perderse en las sensaciones, incapaz de controlar los gemidos que escapaban de su boca.
—Mírame —dijo Roberto en un susurro, inclinándose para besar su cuello mientras seguía moviéndose dentro de ella—. Quiero verte disfrutar.
Paula abrió los ojos, encontrándose con la mirada intensa de Roberto mientras él la penetraba con más fuerza. Cada embestida la hacía arquearse sobre la cama, y aunque su mente seguía luchando contra lo que sucedía, su cuerpo se entregaba completamente al placer. Las manos de Roberto volvieron a sus tetas, acariciándolas y apretándolas suavemente mientras aceleraba el ritmo de sus movimientos. Cuando cambió de posición, colocando a Paula de rodillas y acercándose por detrás, el ángulo de penetración cambió, intensificando las sensaciones para ambos. Paula, que apenas podía mantener el control, sintió como el placer se intensificaba con cada nueva embestida, y cuando Roberto agarró su cadera con fuerza, supo que ambos estaban cerca del orgasmo.
El ritmo se volvió frenético. Los gemidos de Paula se mezclaban con los jadeos profundos de Roberto, y cuando sintió que el calor en su interior alcanzaba su punto máximo, no pudo evitar dejarse llevar completamente. El orgasmo la golpeó con una fuerza que no esperaba, su cuerpo convulsionaba de placer mientras Roberto continuaba moviéndose dentro de ella, buscando su propio final. Finalmente, con un último gemido profundo, Roberto alcanzó el clímax, empujándose con fuerza dentro de ella y corriéndose dentro de su coño. Paula sintió el calor de su semen llenándola, y aunque sabía lo que eso significaba, no pudo evitar sentirse aliviada de que todo hubiera terminado.
El silencio que siguió fue pesado, cargado de una mezcla de satisfacción y culpa. Roberto sudoroso se tumbó a su lado, respirando pesadamente, mientras Paula permanecía inmóvil, aún sintiendo los efectos del orgasmo recorrer su cuerpo.
Sabía que la deuda estaba saldada, pero también sabía que nada volvería a ser igual.
Continuará…