taurux
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Woow…. Promete…se llamará “la cuñada
¿Otro matrimonio por los aires?
A la espera quedamos
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Woow…. Promete…se llamará “la cuñada
Exacto pero hay que ser respetuosos, al menos eso creo. Él pensamiento único es muyyyy aburrido y en materia de excitación, más.Es increíble el debate que genera un relato, que no debemos de olvidar que es lo que es. A mi me excita sin entrar en debates morales o de otro tipo. Yo estoy en esta página para excitarme y masturbarme si la ocasión lo requiere.
AménExacto pero hay que ser respetuosos, al menos eso creo. Él pensamiento único es muyyyy aburrido y en materia de excitación, más.
Cuanto más variopinto, mejor, en mi humilde opinión!
Me parece fantástico que haya debate y posturas encontradas. Hay más Eduardos de los que parece, tontos, más que botellines y HDLGP, más del número deseable.
Así que, comamos, bebamos y hoyemos, que decían los antiguos.
Jeje lo puto mismo me pasa a mí con una con la que me pajeo a sacoQue bueno, la cuñada... Yo tengo una cuñada y me cae fatal, es una víbora de cuidado pero a la vez nada me gustaría más que follarla hasta quedar exhausto...![]()
¡Me encanta!... buen feed back. No solo se disfruta y se fantasea con la historia... sino que damos rienda suelta a las pajaritas mentales...hay una página de relato, y cuatro páginas de debate, para que luego digan que en España no se debaten las cosas![]()
Si, sí Nos hacemos pajas normales y también pajas mentales. Esta página es la bomba!!¡Me encanta!... buen feed back. No solo se disfruta y se fantasea con la historia... sino que damos rienda suelta a las pajaritas mentales...
¿quien no se ha imaginado más cosas...?
Gracias por tu aportacion , pero lo has cerrado demasiado rapidoEl sol estaba comenzando a salir cuando Paula se bajó del taxi frente a su casa. Las calles aún estaban en calma, y el aire fresco de la madrugada la envolvió mientras avanzaba lentamente hacia la puerta. Su cuerpo, aunque exhausto, aún conservaba los ecos de lo que había ocurrido horas antes. Cada paso que daba, cada respiración, le recordaba el intenso orgasmo al que había llegado en los brazos de Roberto, un hombre que no era su marido. Sentía una extraña sensación de alivio y vergüenza mientras giraba la llave en la cerradura. La puerta se abrió con un leve chirrido, y al entrar, el silencio en la casa era abrumador. Sabía que Eduardo estaba despierto; lo había sentido desde que el coche se acercó a su calle. Cerró la puerta detrás de ella, con el cuerpo aún temblando ligeramente, no solo por el frío de la madrugada, sino por la tensión de la situación.
Paula dejó caer su bolso sobre la mesa de la entrada y se dirigió al baño. Allí, bajo la luz suave de la mañana, se quedó mirándose en el espejo durante varios minutos, como si intentara reconocer a la mujer que la devolvía la mirada. Su piel, aún enrojecida por el roce de Roberto, le parecía extraña, como si no fuera suya. Los labios, que habían besado los de otro hombre, ahora estaban secos, y sus ojos reflejaban una tristeza que no había sentido antes. Abrió la caja de la pastilla del día después que había comprado de camino a casa. A pesar de sus casi cincuenta años aún podía quedar embarazada porque se retrasaba la menopausia y eso sería un problema mayúsculo. Sus manos temblaban ligeramente mientras sacaba la píldora y la tragaba con un sorbo de agua. Sabía que aquello era un recordatorio de lo que había pasado, un último vestigio de la noche que nunca debería haber ocurrido, pero que ya no podía borrar. Cuando finalmente se dirigió hacia el dormitorio, encontró a Eduardo sentado en la cama, con la espalda rígida y las manos apretadas en su regazo. Había estado esperando su regreso con una mezcla de ansiedad y deseo, sabiendo que el momento de enfrentar la realidad había llegado. Aunque no podía decirlo en voz alta, una parte de él estaba consumida por una necesidad perversa de saber cada detalle, de imaginar lo que había sucedido entre su esposa y su jefe. Paula se detuvo en el umbral de la puerta, observándolo en silencio durante unos segundos antes de entrar en la habitación. Eduardo levantó la vista, y en sus ojos vio una mezcla de emociones que la desconcertaron: culpa, dolor… y algo más que la perturbaba profundamente.
—Estás de vuelta —murmuró Eduardo, como si esas fueran las únicas palabras que pudiera reunir en ese momento.
—Sí —respondió Paula, su voz era baja y cansada. Se acercó a la cama y se sentó a su lado, sin mirarlo directamente—. Ya terminó.
Eduardo asintió, pero no pudo evitar notar la frialdad en sus palabras. Sabía que lo que estaba por preguntar sería doloroso para ambos, pero no podía contenerse. Había pasado toda la noche despierto, consumido por la ansiedad, pero también por una curiosidad retorcida que no podía explicar.
—¿Cómo fue? —preguntó finalmente temblando ligeramente.
Paula cerró los ojos durante un momento, sintiendo como el peso de la pregunta caía sobre sus hombros. Sabía que Eduardo querría detalles, y aunque parte de ella quería negarse a contarle, sabía que, de alguna manera, esto formaba parte de lo que él necesitaba escuchar.
—¿De verdad quieres saberlo? —preguntó Paula en un susurro, volviendo la cabeza hacia él.
Eduardo asintió lentamente, sintiendo como su cuerpo se tensaba ante la expectativa. No quería admitirlo, pero sí, necesitaba saber. Quería escuchar cada palabra, cada detalle, como si al conocer lo que había sucedido pudiera entender mejor lo que sentía. Paula suspiró y, después de unos segundos de silencio, comenzó a hablar, con la voz aún marcada por la fatiga.
—Después de la cena, fuimos al hotel —dijo, evitando mirarlo directamente—. No fue rápido… él se tomó su tiempo. Quería disfrutar su trofeo por llamarme de alguna manera.
Eduardo tragó saliva, sintiendo como el calor subía por su pecho. Cada palabra que Paula pronunciaba se sentía como una puñalada, pero también como una caricia a la parte más oscura de su ser. No podía evitarlo. Las imágenes comenzaron a formarse en su mente, imaginando como Roberto la habría tocado, como ella habría reaccionado. Paula continuó, su voz ahora era más firme, mientras le contaba lo que había sucedido en la habitación del hotel. Cada beso, cada caricia, la forma en que Roberto había tomado el control desde el principio. Eduardo, que había comenzado a respirar más rápido, sintió como su cuerpo respondía involuntariamente a las palabras de su esposa. Era una mezcla extraña de dolor y excitación, y aunque sabía que debería sentirse devastado, no podía evitar el deseo que lo consumía.
—¿Y tú…? —Eduardo se detuvo un momento, el corazón le latía con fuerza—. ¿Disfrutaste?
Paula apretó los labios, sabiendo que esa era la pregunta que Eduardo más temía y más deseaba al mismo tiempo.
—Sí —admitió finalmente, con un hilo de voz—. Sí, disfruté.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Eduardo sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies, pero al mismo tiempo, una ola de excitación lo recorrió. Sabía que era retorcido, sabía que estaba mal, pero la idea de su esposa disfrutando con otro hombre, de verla en ese estado de placer, lo volvía loco.
—Cuéntame más —pidió Eduardo en un susurro, sin poder contenerse.
Paula lo miró por un momento, y aunque sabía que no debería hacerlo, algo en su interior se rompió. Si esto era lo que él quería, si esto era lo que necesitaba para sentirse en control, entonces se lo daría. No había nada más que perder. Se inclinó hacia Eduardo, colocando una mano en su pierna y deslizando lentamente su mano hacia su polla. Eduardo, sorprendido por el gesto, se quedó inmóvil, observando como su esposa comenzaba a tocarlo. La tensión en el aire era palpable, y mientras Paula sacaba la polla de su pantalón y comenzaba a masturbarlo lentamente, continuó hablando, detallando cada momento de la noche que había pasado con Roberto.
—Él fue… cuidadoso al principio —dijo Paula, con una voz cargada de una sensualidad que no pretendía tener—. Se tomó su tiempo besándome, tocándome las tetas. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, Eduardo. Sabía como hacerme sentir…
Eduardo jadeó suavemente mientras sentía la mano de Paula moverse con más firmeza sobre él. Su respiración se volvió irregular y aunque cada palabra que escuchaba lo hería, también lo excitaba más de lo que podía soportar.
—Me besó por todas partes —continuó Paula, con un tono ahora más íntimo—. Mis tetas, mi cuello… y cuando se inclinó entre mis piernas, su lengua… sabía exactamente lo que hacía. No podía resistirlo.
—¿Te comió el coño?
—Claro, y me corrí de gusto.
Los gemidos de Eduardo se hicieron más profundos a medida que Paula seguía hablando, su mano ahora iba moviéndose más rápido. Sabía que estaba cerca de perder el control, pero no podía detenerse. Cada detalle que Paula compartía lo empujaba más cerca del borde, y cuando ella le describió cómo Roberto la había penetrado, como había llegado al clímax con él, Eduardo sintió que finalmente se desmoronaba.
—Él… se corrió dentro de mí —susurró Paula, su voz apenas era un murmullo mientras Eduardo alcanzaba el orgasmo —. Lo sentí, me llenó el coño de leche calentita y me gustó y no pude hacer nada.
El cuerpo de Eduardo se estremeció cuando llegó al orgasmo, su respiración estaba agitada y entrecortada mientras se dejaba llevar por el placer. Paula, que lo había observado en silencio, retiró su mano lentamente y se recostó sobre la cama, con la mirada fija en el techo. El silencio que siguió fue denso, casi opresivo. Ambos sabían que lo que había sucedido en esa habitación no era solo una confesión, ni una simple transacción sexual. Había algo más profundo, algo que había cambiado en su relación para siempre.
Eduardo, aún recuperándose, la miró con ojos llenos de deseo y culpa.
—No quiero que vuelva a pasar —dijo Paula finalmente, con un tono de voz que había cambiado de los susurros al frío y la dureza—. Esto… no se repetirá. Lo hice porque no había otra opción, pero si vuelves a hacerme pasar por algo así, Eduardo… me iré.
Eduardo asintió, incapaz de hablar. Sabía que Paula hablaba en serio, y aunque el placer aún recorría su cuerpo, también sabía que había cruzado una línea que no podía deshacer. El precio que ambos habían pagado esa noche era demasiado alto, y ahora no había vuelta atrás.
El día después de la noche con Roberto, el silencio en la casa de Eduardo y Paula era más denso de lo habitual. Ambos habían hablado lo mínimo esa mañana, como si las palabras pudieran traer de vuelta todo lo que había ocurrido la noche anterior. Paula se levantó tarde, con el cuerpo aún sensible por las experiencias vividas, mientras Eduardo se quedó en la casa más tiempo del habitual, con la mente atrapada en una espiral de culpa, deseo y confusión. Paula no dijo nada mientras se vestía, y aunque ambos compartían el mismo espacio, había una distancia entre ellos que nunca antes había sido tan palpable. La casa que antes parecía ser un refugio de estabilidad y rutina ahora se sentía extrañamente vacía, como si lo que había ocurrido hubiera desgarrado algo en su estructura, dejándola desprovista de esa familiaridad cálida que alguna vez habían compartido. Mientras Paula se ocupaba de las tareas diarias, Eduardo sabía que tenía una última tarea pendiente. El encuentro con Roberto. Sabía que su jefe querría verlo para cerrar el ciclo de lo que había sucedido, para asegurarse de que el acuerdo tácito entre ellos se mantenía. Y aunque Eduardo quería evitar esa conversación, sabía que era inevitable.
El día transcurrió con una calma inquietante. Paula no hablaba más allá de lo necesario, y Eduardo se mantenía en silencio, atrapado en sus propios pensamientos. Había momentos en que intentaba acercarse a ella, ofrecerle una caricia o una palabra amable, pero Paula siempre parecía estar más allá de su alcance, perdida en su propia lucha interna. Ambos sabían que algo se había roto la noche anterior, y aunque intentaran continuar con sus vidas, esa grieta siempre estaría ahí, recordándoles lo que habían hecho. Al caer la tarde, Eduardo recibió un mensaje de Roberto. Era breve, directo, y dejaba claro que debían reunirse para cerrar el tema. Eduardo, con el corazón pesado, dejó a Paula en casa sin decir mucho más que un simple “volveré en un rato”. Paula asintió en silencio, sin mirarlo a los ojos, sabiendo perfectamente adónde iba y por qué. El lugar de la reunión no era la oficina, ni un lugar formal. Roberto había elegido un café discreto, lejos de miradas curiosas, un espacio donde la conversación que iban a tener pasaría desapercibida para los demás. Cuando Eduardo llegó, encontró a Roberto sentado en una mesa al fondo, con una taza de café frente a él y una expresión relajada que contrastaba enormemente con la tensión que Eduardo sentía en su interior.
—Eduardo —dijo Roberto, levantándose brevemente para estrecharle la mano—. Me alegra verte. ¿Qué mujer tienes granuja? —dijo guiñándole un ojo—.
Eduardo se sentó frente a él, sin poder ocultar la incomodidad y la ira que lo consumía. Sabía que Roberto estaba disfrutando de ese último encuentro, como si fuera una última confirmación de su victoria sobre la vida de Eduardo. Aunque la deuda estaba saldada, el precio que ambos habían pagado seguía pesando sobre ellos, y Eduardo sabía que Roberto lo veía como un triunfo personal.
—Quería agradecerte por lo de anoche —continuó Roberto, con esa voz calmada y calculadora que siempre había usado—. Fue… memorable. Tu mujer es maravillosa.
Eduardo sintió una punzada en el estómago al escuchar esas palabras, pero se obligó a mantenerse calmado. No había nada que pudiera hacer en ese momento, y lo sabía.
—No tienes que preocuparte por nada —añadió Roberto, llevándose la taza de café a los labios—. Todo lo que pasó entre Paula y yo queda entre nosotros. Tu secreto está a salvo. Nadie en la empresa ni en ningún sitio lo sabrá. Y la deuda claro está ha quedado saldada aunque cuando quieras jugamos otra partida. —esto lo dijo en tono de broma cargada de veneno pero mirando fijamente a Eduardo con una sonrisa que denotaba superioridad—.
Eduardo asintió, aunque en su mente ahora mismo solo deseaba levantarse y romperle los dientes a ese hijo de puta, por ello la sensación de alivio que esperaba no llegó. Sabía que Roberto cumplía su palabra, pero eso no cambiaba el hecho de que la noche anterior había marcado un antes y un después en su matrimonio. Lo que había sucedido no podía ser borrado ni escondido detrás de promesas de discreción.
—Gracias —dijo Eduardo finalmente, su voz estaba cargada de un cansancio y una amargura que no podía disimular.
Roberto sonrió levemente, como si supiera exactamente lo que Eduardo estaba pensando, pero no dijo nada más. Después de unos minutos más de conversación superficial, Eduardo se levantó para irse, sabiendo que esa sería la última vez que hablaría de lo sucedido con su jefe. Pero mientras se alejaba del café, sintió que el peso de lo que había ocurrido lo seguía como una sombra, y aunque el acuerdo estaba cerrado, la sensación de derrota no lo abandonaba. Incluso se le le pasó por la cabeza darle una paliza a su jefe el día menos pensado, cuando menos se lo esperara, pero rápidamente lo descartó no quería más problemas. Lo que sí haría es buscar otro trabajo no podía seguir allí ni un minuto más viéndole la cara a ese cretino.
Cuando Eduardo volvió a casa, Paula estaba sentada en el sofá, viendo un programa en la televisión, pero su mirada estaba perdida. No lo miró cuando entró, y Eduardo se quedó en el umbral de la puerta por un momento, observándola en silencio. Sabía que lo que había pasado con Roberto no era solo un evento aislado; era algo que había cambiado profundamente su relación.
—Estuve con Roberto —dijo finalmente, rompiendo el silencio.
Paula no respondió al principio. Sus ojos seguían fijos en la pantalla, pero Eduardo sabía que lo había escuchado.
—¿Todo está bien? —preguntó ella después de unos segundos, su voz estaba cargada de una apatía que Eduardo no había escuchado antes en ella.
—Sí —respondió Eduardo, acercándose lentamente—. Todo está bien. No tenemos que preocuparnos por eso.
Paula asintió, pero no dijo nada más. Eduardo se sentó a su lado, y durante unos minutos, el silencio entre ellos fue casi insoportable. Sabían que la conversación que realmente importaba aún no había sucedido, pero ninguno de los dos estaba listo para enfrentarse a ella. Finalmente, Paula fue la primera en romper el silencio.
—No sé si podré seguir así, Eduardo —dijo en un susurro, sus ojos aún seguían fijos en la pantalla—. Lo que pasó… cambió todo. Nuestro pilar fundamental como marido y mujer que es nuestra confianza está dañada y no se si se podrá arreglar.
Eduardo sintió como su corazón se hundía al escuchar esas palabras, aunque sabía que eran verdad. Paula tenía razón. Algo esencial se había roto en su relación, algo que no podía ser reparado con disculpas o promesas vacías.
—Lo sé —respondió Eduardo casi a punto de romper a llorar—. Yo… lo arruiné todo, que imbécil he sido.
Paula finalmente giró la cabeza para mirarlo. En sus ojos había una tristeza profunda, pero también una resignación que dolía aún más. El silencio se instaló de nuevo entre ellos, pero esta vez, había una claridad dolorosa en el aire. Ambos sabían que su matrimonio no volvería a ser lo que había sido. La intimidad que alguna vez compartieron, la confianza, todo eso había quedado manchado por lo que había sucedido con Roberto.
—No quiero perderte, Paula —dijo Eduardo finalmente, con la voz rota por la emoción—. Sé que lo arruiné, pero no quiero que esto sea el final. Nuestros hijos, nosotros mismos, nuestra casa… Voy a buscar otro trabajo, seguir allí se va a convertir en una tortura pero hasta que no lo encuentre no lo dejaré, tendré que aguantar.
Paula lo miró durante un largo momento, como si estuviera considerando sus palabras. Había algo en su mirada que era difícil de descifrar: una mezcla de cansancio, tristeza, pero también algo de esperanza.
—No voy a irme, Eduardo —dijo finalmente, con un tono firme pero suave—. Pero tienes que entender que las cosas no van a ser como antes. Algo se rompió, y no sé si eso se puede arreglar. De ti depende, si te olvidas del juego para siempre no me iré e intentaremos ser fuertes pero si vuelves a jugar, no me quedará más remedio.
Eduardo asintió, sintiendo que cada palabra de Paula era como un golpe directo a su corazón. Sabía que ella tenía razón, pero al menos había una pequeña posibilidad de seguir adelante, aunque fuera de una forma diferente.
—Lo sé —dijo abrazándola y rompiendo a llorar sintiendo que no tenía nada más que ofrecer que esa aceptación.
Paula lo miró durante unos segundos más antes de volver a fijar la vista en la televisión. Eduardo, a su lado, sabía que las cosas habían cambiado para siempre. Su matrimonio seguiría adelante, pero no sería el mismo. La conexión que una vez los unió ahora estaba rota, y aunque ambos seguían bajo el mismo techo, algo esencial en su relación había desaparecido, tal vez para siempre. Mientras la noche avanzaba, ambos permanecieron en silencio, lado a lado en el sofá, mirando la pantalla sin realmente ver lo que pasaba. Era como si ambos estuvieran esperando que el tiempo, de alguna manera, suavizara las grietas que se habían formado entre ellos. Pero en el fondo, ambos sabían que las cicatrices de esa noche con Roberto nunca desaparecerían por completo.
Fin.
Hasta aquí la historia de Paula y Eduardo. Espero que hayáis disfrutado y siga generando debate. Personalmente no me esperaba esos análisis tan profundos de la historia y he de deciros que me ha encantado.
Por supuesto estas historias son totalmente ficticias y solo son para pasar un buen rato leyéndolas.
Próxima “La cuñada”
Gracias por tu aportacion , pero lo has cerrado demasiado rapido![]()
Un final muy RAAC, bastante más realista dejando la incertidumbre del futuro de ese matrimonio, y considerando las cotas del relato cumple lo suficiente el cierre que le ha dado Cjbandolero, sin embargo queda el amargo sabor de la injusticia cometida con Paula, Eduardo y Roberto debieran pagar por el coercitivo acto que la obligaron a cumplir, de diferente forma fue víctima de ambos, y de diferente forma debiesen pagar.Y yo no soy tan negativo con la sensación que queda de un matrimonio roto.
Yo creo que un matrimonio en crisis como este se puede recuperar perfectamente con fuerza de voluntad y amor, y si esto todavía lo hay, solo es cuestión de cambiar y demostrarlo...
Paula es una grandísima mujer que merece mucho la pena.
Si Eduardo tiene alguna neurona, lo que tiene que hacer es recuperar a su mujer con actos, porque cuando tienes algo valioso, lo cuidas y no permites que lo puedas perder.
Así que Eduardo tiene mucho que cambiar para recuperar la pasión perdida por culpa de sus actos.
Joder. Desde luego cada uno tiene una forma radicalmente distinta de ver las cosas.
Yo no voy a ser tan duro con Eduardo, por mucho que haya dejado mucho que desear su comportamiento.
Estaremos atentos.El sol estaba comenzando a salir cuando Paula se bajó del taxi frente a su casa. Las calles aún estaban en calma, y el aire fresco de la madrugada la envolvió mientras avanzaba lentamente hacia la puerta. Su cuerpo, aunque exhausto, aún conservaba los ecos de lo que había ocurrido horas antes. Cada paso que daba, cada respiración, le recordaba el intenso orgasmo al que había llegado en los brazos de Roberto, un hombre que no era su marido. Sentía una extraña sensación de alivio y vergüenza mientras giraba la llave en la cerradura. La puerta se abrió con un leve chirrido, y al entrar, el silencio en la casa era abrumador. Sabía que Eduardo estaba despierto; lo había sentido desde que el coche se acercó a su calle. Cerró la puerta detrás de ella, con el cuerpo aún temblando ligeramente, no solo por el frío de la madrugada, sino por la tensión de la situación.
Paula dejó caer su bolso sobre la mesa de la entrada y se dirigió al baño. Allí, bajo la luz suave de la mañana, se quedó mirándose en el espejo durante varios minutos, como si intentara reconocer a la mujer que la devolvía la mirada. Su piel, aún enrojecida por el roce de Roberto, le parecía extraña, como si no fuera suya. Los labios, que habían besado los de otro hombre, ahora estaban secos, y sus ojos reflejaban una tristeza que no había sentido antes. Abrió la caja de la pastilla del día después que había comprado de camino a casa. A pesar de sus casi cincuenta años aún podía quedar embarazada porque se retrasaba la menopausia y eso sería un problema mayúsculo. Sus manos temblaban ligeramente mientras sacaba la píldora y la tragaba con un sorbo de agua. Sabía que aquello era un recordatorio de lo que había pasado, un último vestigio de la noche que nunca debería haber ocurrido, pero que ya no podía borrar. Cuando finalmente se dirigió hacia el dormitorio, encontró a Eduardo sentado en la cama, con la espalda rígida y las manos apretadas en su regazo. Había estado esperando su regreso con una mezcla de ansiedad y deseo, sabiendo que el momento de enfrentar la realidad había llegado. Aunque no podía decirlo en voz alta, una parte de él estaba consumida por una necesidad perversa de saber cada detalle, de imaginar lo que había sucedido entre su esposa y su jefe. Paula se detuvo en el umbral de la puerta, observándolo en silencio durante unos segundos antes de entrar en la habitación. Eduardo levantó la vista, y en sus ojos vio una mezcla de emociones que la desconcertaron: culpa, dolor… y algo más que la perturbaba profundamente.
—Estás de vuelta —murmuró Eduardo, como si esas fueran las únicas palabras que pudiera reunir en ese momento.
—Sí —respondió Paula, su voz era baja y cansada. Se acercó a la cama y se sentó a su lado, sin mirarlo directamente—. Ya terminó.
Eduardo asintió, pero no pudo evitar notar la frialdad en sus palabras. Sabía que lo que estaba por preguntar sería doloroso para ambos, pero no podía contenerse. Había pasado toda la noche despierto, consumido por la ansiedad, pero también por una curiosidad retorcida que no podía explicar.
—¿Cómo fue? —preguntó finalmente temblando ligeramente.
Paula cerró los ojos durante un momento, sintiendo como el peso de la pregunta caía sobre sus hombros. Sabía que Eduardo querría detalles, y aunque parte de ella quería negarse a contarle, sabía que, de alguna manera, esto formaba parte de lo que él necesitaba escuchar.
—¿De verdad quieres saberlo? —preguntó Paula en un susurro, volviendo la cabeza hacia él.
Eduardo asintió lentamente, sintiendo como su cuerpo se tensaba ante la expectativa. No quería admitirlo, pero sí, necesitaba saber. Quería escuchar cada palabra, cada detalle, como si al conocer lo que había sucedido pudiera entender mejor lo que sentía. Paula suspiró y, después de unos segundos de silencio, comenzó a hablar, con la voz aún marcada por la fatiga.
—Después de la cena, fuimos al hotel —dijo, evitando mirarlo directamente—. No fue rápido… él se tomó su tiempo. Quería disfrutar su trofeo por llamarme de alguna manera.
Eduardo tragó saliva, sintiendo como el calor subía por su pecho. Cada palabra que Paula pronunciaba se sentía como una puñalada, pero también como una caricia a la parte más oscura de su ser. No podía evitarlo. Las imágenes comenzaron a formarse en su mente, imaginando como Roberto la habría tocado, como ella habría reaccionado. Paula continuó, su voz ahora era más firme, mientras le contaba lo que había sucedido en la habitación del hotel. Cada beso, cada caricia, la forma en que Roberto había tomado el control desde el principio. Eduardo, que había comenzado a respirar más rápido, sintió como su cuerpo respondía involuntariamente a las palabras de su esposa. Era una mezcla extraña de dolor y excitación, y aunque sabía que debería sentirse devastado, no podía evitar el deseo que lo consumía.
—¿Y tú…? —Eduardo se detuvo un momento, el corazón le latía con fuerza—. ¿Disfrutaste?
Paula apretó los labios, sabiendo que esa era la pregunta que Eduardo más temía y más deseaba al mismo tiempo.
—Sí —admitió finalmente, con un hilo de voz—. Sí, disfruté.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Eduardo sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies, pero al mismo tiempo, una ola de excitación lo recorrió. Sabía que era retorcido, sabía que estaba mal, pero la idea de su esposa disfrutando con otro hombre, de verla en ese estado de placer, lo volvía loco.
—Cuéntame más —pidió Eduardo en un susurro, sin poder contenerse.
Paula lo miró por un momento, y aunque sabía que no debería hacerlo, algo en su interior se rompió. Si esto era lo que él quería, si esto era lo que necesitaba para sentirse en control, entonces se lo daría. No había nada más que perder. Se inclinó hacia Eduardo, colocando una mano en su pierna y deslizando lentamente su mano hacia su polla. Eduardo, sorprendido por el gesto, se quedó inmóvil, observando como su esposa comenzaba a tocarlo. La tensión en el aire era palpable, y mientras Paula sacaba la polla de su pantalón y comenzaba a masturbarlo lentamente, continuó hablando, detallando cada momento de la noche que había pasado con Roberto.
—Él fue… cuidadoso al principio —dijo Paula, con una voz cargada de una sensualidad que no pretendía tener—. Se tomó su tiempo besándome, tocándome las tetas. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, Eduardo. Sabía como hacerme sentir…
Eduardo jadeó suavemente mientras sentía la mano de Paula moverse con más firmeza sobre él. Su respiración se volvió irregular y aunque cada palabra que escuchaba lo hería, también lo excitaba más de lo que podía soportar.
—Me besó por todas partes —continuó Paula, con un tono ahora más íntimo—. Mis tetas, mi cuello… y cuando se inclinó entre mis piernas, su lengua… sabía exactamente lo que hacía. No podía resistirlo.
—¿Te comió el coño?
—Claro, y me corrí de gusto.
Los gemidos de Eduardo se hicieron más profundos a medida que Paula seguía hablando, su mano ahora iba moviéndose más rápido. Sabía que estaba cerca de perder el control, pero no podía detenerse. Cada detalle que Paula compartía lo empujaba más cerca del borde, y cuando ella le describió cómo Roberto la había penetrado, como había llegado al clímax con él, Eduardo sintió que finalmente se desmoronaba.
—Él… se corrió dentro de mí —susurró Paula, su voz apenas era un murmullo mientras Eduardo alcanzaba el orgasmo —. Lo sentí, me llenó el coño de leche calentita y me gustó y no pude hacer nada.
El cuerpo de Eduardo se estremeció cuando llegó al orgasmo, su respiración estaba agitada y entrecortada mientras se dejaba llevar por el placer. Paula, que lo había observado en silencio, retiró su mano lentamente y se recostó sobre la cama, con la mirada fija en el techo. El silencio que siguió fue denso, casi opresivo. Ambos sabían que lo que había sucedido en esa habitación no era solo una confesión, ni una simple transacción sexual. Había algo más profundo, algo que había cambiado en su relación para siempre.
Eduardo, aún recuperándose, la miró con ojos llenos de deseo y culpa.
—No quiero que vuelva a pasar —dijo Paula finalmente, con un tono de voz que había cambiado de los susurros al frío y la dureza—. Esto… no se repetirá. Lo hice porque no había otra opción, pero si vuelves a hacerme pasar por algo así, Eduardo… me iré.
Eduardo asintió, incapaz de hablar. Sabía que Paula hablaba en serio, y aunque el placer aún recorría su cuerpo, también sabía que había cruzado una línea que no podía deshacer. El precio que ambos habían pagado esa noche era demasiado alto, y ahora no había vuelta atrás.
El día después de la noche con Roberto, el silencio en la casa de Eduardo y Paula era más denso de lo habitual. Ambos habían hablado lo mínimo esa mañana, como si las palabras pudieran traer de vuelta todo lo que había ocurrido la noche anterior. Paula se levantó tarde, con el cuerpo aún sensible por las experiencias vividas, mientras Eduardo se quedó en la casa más tiempo del habitual, con la mente atrapada en una espiral de culpa, deseo y confusión. Paula no dijo nada mientras se vestía, y aunque ambos compartían el mismo espacio, había una distancia entre ellos que nunca antes había sido tan palpable. La casa que antes parecía ser un refugio de estabilidad y rutina ahora se sentía extrañamente vacía, como si lo que había ocurrido hubiera desgarrado algo en su estructura, dejándola desprovista de esa familiaridad cálida que alguna vez habían compartido. Mientras Paula se ocupaba de las tareas diarias, Eduardo sabía que tenía una última tarea pendiente. El encuentro con Roberto. Sabía que su jefe querría verlo para cerrar el ciclo de lo que había sucedido, para asegurarse de que el acuerdo tácito entre ellos se mantenía. Y aunque Eduardo quería evitar esa conversación, sabía que era inevitable.
El día transcurrió con una calma inquietante. Paula no hablaba más allá de lo necesario, y Eduardo se mantenía en silencio, atrapado en sus propios pensamientos. Había momentos en que intentaba acercarse a ella, ofrecerle una caricia o una palabra amable, pero Paula siempre parecía estar más allá de su alcance, perdida en su propia lucha interna. Ambos sabían que algo se había roto la noche anterior, y aunque intentaran continuar con sus vidas, esa grieta siempre estaría ahí, recordándoles lo que habían hecho. Al caer la tarde, Eduardo recibió un mensaje de Roberto. Era breve, directo, y dejaba claro que debían reunirse para cerrar el tema. Eduardo, con el corazón pesado, dejó a Paula en casa sin decir mucho más que un simple “volveré en un rato”. Paula asintió en silencio, sin mirarlo a los ojos, sabiendo perfectamente adónde iba y por qué. El lugar de la reunión no era la oficina, ni un lugar formal. Roberto había elegido un café discreto, lejos de miradas curiosas, un espacio donde la conversación que iban a tener pasaría desapercibida para los demás. Cuando Eduardo llegó, encontró a Roberto sentado en una mesa al fondo, con una taza de café frente a él y una expresión relajada que contrastaba enormemente con la tensión que Eduardo sentía en su interior.
—Eduardo —dijo Roberto, levantándose brevemente para estrecharle la mano—. Me alegra verte. ¿Qué mujer tienes granuja? —dijo guiñándole un ojo—.
Eduardo se sentó frente a él, sin poder ocultar la incomodidad y la ira que lo consumía. Sabía que Roberto estaba disfrutando de ese último encuentro, como si fuera una última confirmación de su victoria sobre la vida de Eduardo. Aunque la deuda estaba saldada, el precio que ambos habían pagado seguía pesando sobre ellos, y Eduardo sabía que Roberto lo veía como un triunfo personal.
—Quería agradecerte por lo de anoche —continuó Roberto, con esa voz calmada y calculadora que siempre había usado—. Fue… memorable. Tu mujer es maravillosa.
Eduardo sintió una punzada en el estómago al escuchar esas palabras, pero se obligó a mantenerse calmado. No había nada que pudiera hacer en ese momento, y lo sabía.
—No tienes que preocuparte por nada —añadió Roberto, llevándose la taza de café a los labios—. Todo lo que pasó entre Paula y yo queda entre nosotros. Tu secreto está a salvo. Nadie en la empresa ni en ningún sitio lo sabrá. Y la deuda claro está ha quedado saldada aunque cuando quieras jugamos otra partida. —esto lo dijo en tono de broma cargada de veneno pero mirando fijamente a Eduardo con una sonrisa que denotaba superioridad—.
Eduardo asintió, aunque en su mente ahora mismo solo deseaba levantarse y romperle los dientes a ese hijo de puta, por ello la sensación de alivio que esperaba no llegó. Sabía que Roberto cumplía su palabra, pero eso no cambiaba el hecho de que la noche anterior había marcado un antes y un después en su matrimonio. Lo que había sucedido no podía ser borrado ni escondido detrás de promesas de discreción.
—Gracias —dijo Eduardo finalmente, su voz estaba cargada de un cansancio y una amargura que no podía disimular.
Roberto sonrió levemente, como si supiera exactamente lo que Eduardo estaba pensando, pero no dijo nada más. Después de unos minutos más de conversación superficial, Eduardo se levantó para irse, sabiendo que esa sería la última vez que hablaría de lo sucedido con su jefe. Pero mientras se alejaba del café, sintió que el peso de lo que había ocurrido lo seguía como una sombra, y aunque el acuerdo estaba cerrado, la sensación de derrota no lo abandonaba. Incluso se le le pasó por la cabeza darle una paliza a su jefe el día menos pensado, cuando menos se lo esperara, pero rápidamente lo descartó no quería más problemas. Lo que sí haría es buscar otro trabajo no podía seguir allí ni un minuto más viéndole la cara a ese cretino.
Cuando Eduardo volvió a casa, Paula estaba sentada en el sofá, viendo un programa en la televisión, pero su mirada estaba perdida. No lo miró cuando entró, y Eduardo se quedó en el umbral de la puerta por un momento, observándola en silencio. Sabía que lo que había pasado con Roberto no era solo un evento aislado; era algo que había cambiado profundamente su relación.
—Estuve con Roberto —dijo finalmente, rompiendo el silencio.
Paula no respondió al principio. Sus ojos seguían fijos en la pantalla, pero Eduardo sabía que lo había escuchado.
—¿Todo está bien? —preguntó ella después de unos segundos, su voz estaba cargada de una apatía que Eduardo no había escuchado antes en ella.
—Sí —respondió Eduardo, acercándose lentamente—. Todo está bien. No tenemos que preocuparnos por eso.
Paula asintió, pero no dijo nada más. Eduardo se sentó a su lado, y durante unos minutos, el silencio entre ellos fue casi insoportable. Sabían que la conversación que realmente importaba aún no había sucedido, pero ninguno de los dos estaba listo para enfrentarse a ella. Finalmente, Paula fue la primera en romper el silencio.
—No sé si podré seguir así, Eduardo —dijo en un susurro, sus ojos aún seguían fijos en la pantalla—. Lo que pasó… cambió todo. Nuestro pilar fundamental como marido y mujer que es nuestra confianza está dañada y no se si se podrá arreglar.
Eduardo sintió como su corazón se hundía al escuchar esas palabras, aunque sabía que eran verdad. Paula tenía razón. Algo esencial se había roto en su relación, algo que no podía ser reparado con disculpas o promesas vacías.
—Lo sé —respondió Eduardo casi a punto de romper a llorar—. Yo… lo arruiné todo, que imbécil he sido.
Paula finalmente giró la cabeza para mirarlo. En sus ojos había una tristeza profunda, pero también una resignación que dolía aún más. El silencio se instaló de nuevo entre ellos, pero esta vez, había una claridad dolorosa en el aire. Ambos sabían que su matrimonio no volvería a ser lo que había sido. La intimidad que alguna vez compartieron, la confianza, todo eso había quedado manchado por lo que había sucedido con Roberto.
—No quiero perderte, Paula —dijo Eduardo finalmente, con la voz rota por la emoción—. Sé que lo arruiné, pero no quiero que esto sea el final. Nuestros hijos, nosotros mismos, nuestra casa… Voy a buscar otro trabajo, seguir allí se va a convertir en una tortura pero hasta que no lo encuentre no lo dejaré, tendré que aguantar.
Paula lo miró durante un largo momento, como si estuviera considerando sus palabras. Había algo en su mirada que era difícil de descifrar: una mezcla de cansancio, tristeza, pero también algo de esperanza.
—No voy a irme, Eduardo —dijo finalmente, con un tono firme pero suave—. Pero tienes que entender que las cosas no van a ser como antes. Algo se rompió, y no sé si eso se puede arreglar. De ti depende, si te olvidas del juego para siempre no me iré e intentaremos ser fuertes pero si vuelves a jugar, no me quedará más remedio.
Eduardo asintió, sintiendo que cada palabra de Paula era como un golpe directo a su corazón. Sabía que ella tenía razón, pero al menos había una pequeña posibilidad de seguir adelante, aunque fuera de una forma diferente.
—Lo sé —dijo abrazándola y rompiendo a llorar sintiendo que no tenía nada más que ofrecer que esa aceptación.
Paula lo miró durante unos segundos más antes de volver a fijar la vista en la televisión. Eduardo, a su lado, sabía que las cosas habían cambiado para siempre. Su matrimonio seguiría adelante, pero no sería el mismo. La conexión que una vez los unió ahora estaba rota, y aunque ambos seguían bajo el mismo techo, algo esencial en su relación había desaparecido, tal vez para siempre. Mientras la noche avanzaba, ambos permanecieron en silencio, lado a lado en el sofá, mirando la pantalla sin realmente ver lo que pasaba. Era como si ambos estuvieran esperando que el tiempo, de alguna manera, suavizara las grietas que se habían formado entre ellos. Pero en el fondo, ambos sabían que las cicatrices de esa noche con Roberto nunca desaparecerían por completo.
Fin.
Hasta aquí la historia de Paula y Eduardo. Espero que hayáis disfrutado y siga generando debate. Personalmente no me esperaba esos análisis tan profundos de la historia y he de deciros que me ha encantado.
Por supuesto estas historias son totalmente ficticias y solo son para pasar un buen rato leyéndolas.
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