Mi mujer y yo. Su confesión

Un detalle que puede llegar a ser determinante cuando los juegos puedan no ser juegos, es que ambos han actuado muy diferente cuando han presenciado un riesgo real de ver al otro en brazos de un tercero, con juego de rol y todo, Vega participó activamente en la defensa de su hombre, nunca habría permitido un avance mayor de Rebeca, al menos ahora ha marcado su posición, no así Nico, que no desaprovecha oportunidades para tentar los límites de su mujer.
Esto deja muy claro el papel que cada uno jugaría si deciden probar una relación más abierta. :cool:
Totalmente de acuerdo
 
Nico


El silencio del taxi se vuelve más denso. Cada palabra de “Diana” parece dejar una estela en el aire. Miro la línea de su cuello, el perfil que el reflejo de las luces dibuja en el cristal. Parece inmóvil, pero sé que no lo está.


—Boca son 100 y completo son 300€ .


Sonrío, sin saber si es por nervios o por pura fascinación. No reconozco a la mujer que tengo al lado, y al mismo tiempo, nunca me ha resultado tan familiar.


—¿qué incluye el completo?—pregunto.


—Boca y coño, me podrás follar como más te guste


Su tono es un equilibrio perfecto entre dulzura y amenaza. Me gusta demasiado.


El motor vibra bajo los pies y el sonido de la ciudad entra por la ventanilla entreabierta. El aire trae el olor de la noche y algo más que no puedo nombrar. La miro. Está serena, mirando hacia delante, pero el leve movimiento de su respiración la delata.


—¿me dejarás que te dé por el culo?—


—eso es un extra y te costará más caro..


Me inclino un poco, lo justo para que mis palabras le lleguen al oído:


—Me gustan jugar duro.


Ella gira la cabeza despacio, con esa media sonrisa que solo aparece cuando está a punto de ganar.


—Perfecto —susurra—. Imaginaba que era tu debilidad, lo llevo preparando toda la noche...


Su frase se queda flotando entre nosotros, suave y peligrosa, como una cuerda que tensa el aire.


No digo nada. No hace falta. Afuera, las luces de la ciudad siguen deslizándose sobre el cristal, pero el mundo se ha reducido al interior de este coche y a la promesa que acaba de pronunciar.


El taxi se detiene frente al hotel. Las luces de la marquesina reflejan destellos dorados sobre el coche y el cristal empañado. “Diana” baja primero, segura, sin mirar atrás.


—vaya hembra… ¿me podrías pasar su teléfono?


Sonrío, le paso el billete.


—Es mi mujer —digo, cerrando la puerta.


El tipo balbucea algo que no oigo.


La puerta giratoria nos envuelve un instante en su movimiento lento, como si el mundo quedara fuera.


El vestíbulo huele a madera pulida y a perfume caro. Hay un silencio tibio, de madrugada. Ella se detiene ante el mostrador y dice su nombre completo y el mio. El recepcionista apenas nos mira; teclea, asiente, entrega la tarjeta.


Mientras firma, la observo. Sus dedos se mueven despacio, casi con ceremonia. El látex aún brilla bajo la luz, pero hay algo nuevo en su mirada: una calma peligrosa, expectante.


El ascensor llega con un sonido suave. Entramos sin hablar. Las puertas se cierran y el espacio se encoge. Su reflejo en el espejo del fondo me mira de frente. Las luces del panel iluminan su perfil, la curva de su boca, la respiración que intenta controlar.


El silencio del ascensor tiene algo eléctrico. No la toco, pero la distancia entre nosotros se ha reducido a un gesto. Ella se apoya contra la pared, cruza las piernas con lentitud y me sostiene la mirada. No sonríe, no necesita hacerlo. Todo lo dice la forma en que respira.


Cuando el ascensor se detiene, el sonido del timbre parece una interrupción demasiado real. Salimos al pasillo. La moqueta amortigua los pasos. Solo se oye el leve roce de la llave en la cerradura.


Abre la puerta y, durante un segundo, antes de encender la luz, solo existe la penumbra y la respiración compartida.


Vega


La puerta se cierra con un clic suave. Durante un instante, el silencio es absoluto. La habitación huele a sábanas limpias y a un perfume ajeno, como si otras historias se hubieran quedado suspendidas aquí.


Camino unos pasos y dejo el bolso sobre la butaca. No me giro, pero sé que Nico me observa. Puedo sentir su mirada en la nuca, en la espalda, en el aire que nos separa.


Me detengo junto a la ventana. Las cortinas están entreabiertas; la ciudad se adivina al otro lado, borrosa y húmeda. Me gusta esa sensación de estar arriba, aislada, con el ruido lejos. Todo parece más lento.


Respiro hondo. El látex aún conserva el calor de mi piel. Me siento ligera y tensa al mismo tiempo. En mi cabeza el juego sigue, aunque no sé quién lleva ahora el control.


—Bonito sitio —dice él detrás de mí, su voz grave, sin acercarse.


—Lo justo —respondo, mirando el reflejo de nuestras siluetas en el cristal—. No hace falta más.


Se queda callado. Sé que me está estudiando, esperando el siguiente movimiento. Me gusta alargar la espera, sentir cómo la tensión se sostiene sola, sin esfuerzo.


Me vuelvo despacio. La habitación parece más pequeña con los dos dentro. Las luces del pasillo se filtran por debajo de la puerta, dibujando una línea dorada sobre la moqueta.


—¿Y ahora? —pregunta.


—Ahora pagame —respondo.


Espero saca la cartera


—para darte por el culo cuánto tengo que pagar.


—500


Doy un paso hacia él. Pero antes de que me acerque más me para con un seco:


—Quítate la máscara y desnúdate.


La orden de Nico no necesita repetirse. Suena tranquila, pero vibra en el aire como una cuerda tensa que hace que vuelva a mojarme.


Respiro hondo. Siento cómo el corazón marca un ritmo que no puedo disimular. Deslizo los dedos hasta el cierre del traje. Clic. El sonido parece enorme en el silencio.


Empiezo a soltarlo despacio. El material se despega con un shhh apenas audible, como un secreto que se abre. El aire fresco toca la piel y me eriza los pezones. La sensación es intensa, contenida.


Siento como se despega de mis pechos que quedan libres y siento la mirada de Nico sobre mis pezones excitados, me hace sentir vulnerable y eso me pone más cachonda me emociona y siento el latido de la sangre en mi clitoris y en mi ano.


Cada centímetro que avanza la tela deja atrás el calor y la ficción del disfraz.


Shhh…


En las caderas me cuesta más despegar la tela quisiera arrancarla quedarme desnuda y ofrecer mi cuerpo al completo, me siento la puta que quería ser indefensa ardiente excitada llena de lujuria que necesita apagar


El material se arruga al caer, una línea negra que se pliega en la alfombra.


Estoy completamente desnuda deseando su cuerpo, deseando que sus manos me recorran y me posean que descubra que mi culo está siendo violado por un juguete que yo misma me he introducido porque se lo que soy; una guarra, una puta que se moja solo con pensar en la polla de ese hombre que hay frente a mi.


Permanezco inmóvil un momento. Oigo el tic-tac lejano de un reloj, el motor del aire acondicionado, mi respiración.


Levanto la vista.


Nico sigue ahí, quieto, con esa calma que impone sin esfuerzo.


Su mirada me atraviesa sin tocarme. Siento algo dentro que se ajusta, como si mi cuerpo respondiera solo al peso de sus ojos.


Me quedo frente a él, sin apartar la mirada. El silencio es tan denso que podría cortarse.


Él no dice nada; no hace falta.


Lo que me produce su autoridad no es miedo, sino una extraña forma de alivio, como si perder el control fuera, por fin, un descanso.


El aire parece vibrar entre los dos.


Suspiro.


—arrodíllate.


No pienso, simplemente obedezco. La sumisión no duele: pesa, y al mismo tiempo libera. Siento el suelo bajo las rodillas y el mundo entero reducido a su voz, a su presencia, a esa espera que arde en silencio. Soy una perra en celo que quiere ser follada.


—No me mires. Baja la cabeza.


Obedezco. Inclino la cabeza y cierro los ojos. El mundo se reduce al sonido de mi respiración.


Siento el pulso en la garganta, en las sienes, en algún lugar más profundo que no sé nombrar. Todo dentro de mí parece latir al mismo ritmo. Incluso puedo sentir el hambre de mi culo tragándose el juguete que llevo puesto… está caliente, sensible, expectante.


La quietud me hace más consciente de todo: el roce del aire sobre los labios de mi sexo húmedos por la excitacion, el latido que se mezcla con el zumbido lejano del aire acondicionado, el perfume de Nico en el ambiente.


Entonces lo oigo. Zzzzip. El sonido de una cremallera que baja despacio. Tan claro que podría dibujarlo en el aire.


El ruido se apaga y queda un silencio nuevo, distinto, cargado. Después, los pasos. Lentos. Medidos. Cada uno más cercano que el anterior.


No lo veo, pero puedo sentir su presencia avanzar, llenar el espacio entre nosotros.


El suelo parece vibrar con cada paso.


Mi respiración se acorta.


Sé que está cerca. Muy cerca.


Siento un trozo de carne caliente y dura roza mis labios. Abro la boca despacio y percibo es sabor peculiar después de toda la noche, cierta amargura que me enloquece junto con su olor a sexo y excitación.


Nico me mira lo noto. No dice nada, solo observa cómo inclinó la cabeza para que pueda ver mis labios rodear su verga, el brillo que deja su humedad en mi boca, la naturalidad con la que disfruto de algo tan simple.


Levanto la vista un segundo; le veo mirarme y, vuelvo a su polla, pero apenas unos segundos y me deja sin ella siento el vacío en mi boca…


No he tenido suficiente. Lo sé y él también lo sabe.


Intento acercarme, buscar un poco más, pero se aparta justo antes. La distancia que deja entre nosotros pesa más que cualquier contacto.


Saco la lengua, como si pudiera atrapar el resto de lo que me niega, pero no llego.


Entonces me toma del brazo con suavidad y me obliga a incorporarme. Su mirada es tranquila, firme; no hay dureza, solo control.


Me besa. Siento su respiración mezclarse con la mía, el calor que sube de golpe, y cuando intento tocarlo, me detiene.


El gesto es breve, pero suficiente para que entienda que el mando no es mío.


Me quedo quieta, con la piel encendida y el corazón acelerado.


No dice nada. No hace falta.


El silencio entre los dos es el verdadero castigo, y también la promesa.
 
...el plug hinchado en mi culo, pulsando con cada latido, follándome en silencio. Me humedezco tanto que siento el calor resbalando entre mis muslos, invisible pero real. Pienso en Nico descubriéndolo, en su polla reemplazándolo, y un gemido casi escapa de mi garganta.

...Nico nos observa, con su mandíbula tensa, y sé que su mente está follando con una de nosotras… o con las dos

...Quiero arrodillarme, sacar su polla y tragarla hasta el fondo, susurrarle al oído: “Un plug me está abriendo el culo para ti”


Nos follas la mente DeRiviaGerald69. :adorar1::cool:
Me ha recordado a stranger things el azota mentes jejej

Gracias por el comentario espero que las continuaciones os gusten y sigáis hasta el final no quiero hacer spoiler pero vienen curvas….
 
NICO


La dejo de pie, desnuda, bajo la luz tenue que le lame la piel como una lengua lenta. Camino alrededor de ella, mis pasos pesados sobre la madera, cada uno un latido que retumba en el silencio. Su espalda se arquea apenas, los omóplatos tensos, la columna una curva perfecta que me llama.


Oigo su respiración: un jadeo corto, entrecortado, que se le escapa por la nariz, como si luchara por no gemir. Sus manos, crispadas a los costados, tiemblan; los nudillos blancos, las uñas clavándose en las palmas.


Paso la mano por su espalda. La piel arde, sudorosa, viva. Bajo por la curva de la cintura, deteniéndome justo donde empieza el culo.


Y entonces…


¡Joder!


Mis dedos chocan con algo frío, duro, incrustado.


Un plug.


En su culo.


El acero brilla, el borde ancho estirando su ano rosado, apretado, palpitante.


El corazón me da un vuelco. La polla se me pone como una piedra, late contra el pantalón, goteando.


Ella respira hondo, un ahhh que se le escapa como un susurro roto.


—¿Te gusta? —susurra, la voz ronca, vibrando en la garganta.


—Estaba deseando que lo descubrieras.


Me quedo quieto unos segundos.


Su ano se contrae alrededor del plug, un tic nervioso, como si el metal la quemara por dentro.


La miro, todavía sin decir nada. No sé si me sorprende más su atrevimiento o la calma con que lo sostiene. La habitación entera parece girar alrededor de ese gesto.





—Así que era esto… —murmuro, la voz grave, casi un gruñido, temblando de excitación.


Ella no se mueve. La respiración se le escapa despacio, como si cada segundo fuera una confesión.


No hay vergüenza en su postura, solo expectación. Una espera casi desafiante.


—Quería hacerte un regalo —dice, sin alzar la voz, pero cada palabra es una caricia en mi polla.


El aire parece más espeso, más cálido. No sé si es por lo que acabo de descubrir o por lo que significa: la entrega total, la confianza, la provocación perfecta.


Doy un paso atrás. La observo. Sus tetas grandes, pesadas, los pezones duros como piedrecitas. El coño depilado, el coño inclasificable, sus labios brillantes, abiertos, goteando. El plug asomando entre sus nalgas


No sé si admirarla o follarla.


Su mirada se cruza con la mía. No hay palabras, solo esa electricidad que nunca desaparece, esa línea invisible que nos mantiene unidos incluso en el silencio.


Siento la tentación de romperla, de acercarme otra vez, pero no lo hago.


Prefiero saborear el momento, la tensión, el dominio compartido que se ha instalado entre los dos.


Pero no he olvidado el juego. Y ella tampoco.


Hay una parte de mí que duda, que se detiene un segundo antes de cruzar el límite. Pero esta noche no hay límites, solo un guion que hemos escrito entre los dos. Ella ha querido esto. Lo ha preparado. Lo ha provocado.


Yo solo cumplo.


Esta noche, he pagado por mi objeto.


Por mi puta.


Así me lo ha pedido. Y así la trato.


Intenta girar la cara. Busca mis ojos. Pero no.


Agarro su mandíbula con fuerza, los dedos hundiéndose en su carne. Le giro la cabeza. No mires. Solo obedece.


Luego apoyo esa misma mano sobre su hombro. Fuerte. Estable. Como si sellara un pacto.


Detrás de ella, en silencio, me dejo llevar.


No hay palabras. Solo respiración.


La suya se acelera.


La mía también.


Ella sabe lo que está pasando. Lo intuye. Lo siente. Lo acepta.


Y eso es lo que me enciende. No el gesto, no el cuerpo, sino la entrega. Y sobre todo saber que toda la noche llevaba el plug en el culo… dios que zorra es y me encanta.


Cierro los ojos un instante.


Escucho su aliento.


Contengo el mío.


Y el chof chof de mi miembro retumba en la habitación mientras me pajeo.


No voy a aguantar mucho más. Lo sé. Lo siento en la forma en que me tiembla la respiración, en el pulso acelerado, en el modo en que todo se reduce a ella.


Me acerco.


Cada paso se siente inevitable.


Y cuando estoy justo detrás, lo noto: el contraste del metal, el frío inesperado, la última provocación.


Su cuerpo es una declaración sin palabras. Su silencio, un grito contenido.


Todo el control que he sostenido hasta ahora empieza a romperse en capas lentas, como si algo dentro de mí se abriera.


No digo nada. Solo respiro. Profundo. Acorde al momento.


La intensidad es demasiada, el juego demasiado real.


Chof chof chof. Más rápido.


No aguanto.


Y entonces ocurre.


Ella no se mueve. Mi lefa sale a chorros, caliente, espesa, llenándole el culo y su espalda, resbalando por sus muslos.


No hay ruido, ni palabra, ni gesto teatral. Solo un instante que lo ocupa todo.


Un vacío, y luego la caída.


La tensión se disuelve, el cuerpo cede, el alma se suspende un segundo en ese punto exacto donde no existe el tiempo.
 
La tarde cae con una luz cálida, dorada, que baña la arena como si fuera un escenario preparado para nosotros. El calor aprieta, pero la brisa marina refresca lo justo. Bajamos por el sendero de las dunas otra vez, con la piel todavía sensible, el recuerdo del spa pegado al cuerpo y esa electricidad que llevamos acumulando desde la mañana.


Vega camina a mi lado con una sonrisa peligrosa, de esas que ya sé lo que significan. Lleva solo su pareo anudado a la cintura y el top del bikini, pero la manera en que se mueve deja claro que está jugando conmigo. Lo noto en su mirada, en cómo me roza con el hombro de vez en cuando, en cómo deja que el aire levante la tela y descubra fugazmente su culo apenas cubierto.


—Estás muy callado… —me dice con picardía, como si quisiera provocarme más.


—Estoy pensando en lo que me hiciste en el jacuzzi… —respondo bajito, acercándome a su oído—. Y en la cara que tenías cuando te corriste ahí, conmigo.


Se muerde el labio, sus ojos brillan, y sé que está igual de encendida que yo.


—Cállate… que me estoy poniendo mala otra vez…


Llegamos a la arena. La playa sigue bastante tranquila, pero con ese punto de vida que da la tarde: alguna pareja paseando por la orilla, dos chicos jugando a las palas, un grupo pequeño más al fondo, risas lejanas. Nada que importe. El mar nos espera brillante, infinito.


Nos quitamos la ropa sin prisa, pero sin darnos tregua tampoco. Vega dobla su pareo y lo guarda en la bolsa, como si le importara mantener el orden en medio de toda esa tensión. Yo me quedo de pie, frente a ella, y mi polla, dura, apunta directa a su cara.


Ella me mira, sonríe con esa picardía que me enloquece y suelta una risita traviesa. Sabe perfectamente lo que quiero, pero aún así me lo pone en bandeja:


—¿Qué, cariño… quieres que te la chupe? —pregunta con voz baja, juguetona, fingiendo inocencia.


—Chúpamela… —respondo, con el tono grave, excitado, dejándome llevar.


Vega la envuelve con su mano, la siente palpitante y caliente en su palma. Me mira desde abajo, los ojos brillando, y susurra con media sonrisa:


—Nos van a ver…


El cosquilleo de esas palabras me enciende aún más. La agarro de la cabeza, enredando los dedos en su pelo, y con un movimiento firme la acerco hacia mí.


—Vamos… chupa —le ordeno en un susurro apretado, mientras acerco su boca a mi polla.


Ella ríe suave, como si disfrutara del juego, abre los labios y recibe mi capullo en su boca. El calor húmedo me atraviesa, su lengua se enrosca y sus ojos me miran mientras lo hace, sabiendo el poder que tiene sobre mí.


El contraste del aire libre, el rumor del mar y su boca caliente en mi polla me ponen al borde de perder el control desde el primer segundo.


Vega está de rodillas sobre la arena, con el mar de fondo, y mi polla entrando y saliendo de su boca. Sus labios húmedos, brillantes, se deslizan por mi capullo, y yo no aguanto más el ritmo dulce. Le agarro fuerte de la cabeza y gruño:


—Te voy a follar la boca.


Ella me mira con esos ojos verdes encendidos, como retándome a que lo haga. No dudo. Empiezo a mover las caderas, lento al principio, después más fuerte, metiendo y sacando mi polla de su garganta. El sonido húmedo de sus succiones se mezcla con el eco del mar, un glup, glup sucio y excitante.


El morbo me supera: le saco la polla de golpe y le doy un par de golpes suaves en la cara, plaf, plaf, marcando mis ganas. Vega sonríe jadeando, con la saliva escurriendo por la barbilla. Me agarra la base y cuando cree que voy a parar, le sujeto la cabeza y la aprieto contra mis huevos.


Se sorprende, suelta un gemido ahogado, pero enseguida chupa y absorbe con fuerza, llenándome de una presión deliciosa. Siento cómo su lengua juega, cómo me lame los huevos mientras me mira desde abajo, entregada, provocadora, guarra y preciosa.


El aire libre, el riesgo de que alguien pudiera vernos y su boca tragándoselo todo me vuelven loco.


Me arrodillo junto a ella, la agarro de la nuca y la beso con fuerza. Su boca está caliente, húmeda, con el sabor inconfundible de mi polla aún en sus labios enrojecidos. Ese sabor me enciende todavía más.


La tumbo sobre la arena, su melena oscura se esparce desordenada mientras me mira con los ojos brillantes de excitación. Sus tetas se estremecen con cada respiración acelerada; las junta con sus manos y me las ofrece, su voz ronca me pide:


—Chúpamelas…


Me inclino y muerdo sus pezones duros, los recorro con la lengua mientras los aprieto entre mis labios. Ella arquea la espalda, gime, su risa nerviosa se mezcla con jadeos urgentes.


Mis dedos bajan, se pierden en su sexo empapado. La noto ardiendo, húmeda, temblando al contacto. Juego con sus pliegues, abro despacio sus labios, froto su clítoris con movimientos circulares. Vega suelta un gemido más profundo, abre las piernas sin pudor, buscando más.


El mar de fondo, el viento sobre nuestros cuerpos desnudos y la arena pegándose a su piel hacen que todo sea más salvaje, más sucio y excitante.


La vuelvo a besar con hambre, mordiéndole el labio, y luego bajo despacio, recorriendo su vientre con la boca hasta quedar entre sus muslos abiertos. El calor de su sexo me envuelve antes siquiera de tocarla.


Me inclino y paso la lengua por toda su raja, desde abajo hasta arriba, saboreándola despacio. El gusto es salado, húmedo, caliente, inconfundible: puro sexo, puro deseo. Aspiro su olor fuerte, excitante, y me pongo más duro solo con eso.


Ella gime suave, hunde los dedos en mi pelo, me empuja contra su coño como si quisiera que desapareciera dentro de ella. Chupo sus labios, su clítoris, los alterno, jugando, lamiendo con avaricia.


De vez en cuando, dejo que mi lengua baje un poco más, hasta rozar su ano. En cuanto lo hago, su cuerpo se estremece, un espasmo involuntario la recorre. Sé que esa zona la vuelve loca, que es sensible, prohibida y excitante a la vez. Lo noto en cómo se aprieta, en cómo suelta un gemido más ronco, más sucio, cada vez que paso por ahí.


El contraste la descontrola: mi lengua en su clítoris, luego en su ano, después en todo su sexo, todo mezclado en un vaivén de placer que la tiene arqueando la espalda y jadeando con la boca abierta, perdida en la sensación.


Me coloco sobre ella, encajado entre sus muslos calientes, y meto las manos bajo sus rodillas. Al sentirlo, Vega se sorprende, pero se deja llevar. Con calma, levanto sus piernas hasta apoyarlas en mis hombros. Su respiración se acelera de golpe; la excita estar tan expuesta, tan abierta para mí.


La miro a los ojos y empujo. La punta de mi polla entra, húmeda, y con un gemido ronco de ella, la hundo hasta el fondo.


—¡Dios…! Está muy gorda… me llegas muy hondo… —jadea, con la voz rota de placer.


Empiezo a embestirla con fuerza, mi cuerpo golpeando contra el suyo. Sus tetas rebotan con cada arremetida, firmes y sudorosas, moviéndose a mi ritmo. Ella se estremece, gime con la respiración entrecortada, hasta que de pronto suelta una risa nerviosa y me empuja con las manos sobre el pecho.


—¡Para…! —ríe, jadeando—. Me estás reventando…


Se desliza ágilmente, cambiando de posición, y mientras se sube encima de mí, con la cara encendida y los labios húmedos, me suelta entre carcajada y jadeo:


—Creí que me la ibas a sacar por la boca…


Sus muslos se aprietan sobre mis caderas y me cabalga con hambre, todavía sonriendo por lo que acaba de decir, excitada y burlona al mismo tiempo.


Vega se aprieta contra mí con fuerza, restregándose, nuestros cuerpos mojados pegados, la piel vibrando en cada roce. De pronto, jadeando contra mi boca, me susurra:


—Hay un tío ahí… pero no para, nos está mirando.


Al principio pienso que bromea, pero escucho claramente pasos sobre la arena húmeda. Giro la cabeza y ahí está: un chaval de veintipocos, delgado, demasiado delgado, con la mano dentro del bañador. Nos observa sin vergüenza, acercándose lo justo para ver mejor.


—Joder… —murmuro, sin dejar de moverme dentro de ella.


Vega no se detiene, al contrario, me clava las uñas en la espalda, se pega aún más y, con la cara encendida, me susurra:


—No pares…


El chico se coloca justo enfrente, mirando sin tapujos. Incluso se inclina un poco, como queriendo ver cómo se la meto.


—Se está poniendo las botas… —le digo entre dientes.


Vega sonríe, húmeda de sudor y mar, los ojos brillando de excitación. —Déjale… que disfrute.


Su tono, su sonrisa, me encienden aún más. —Te pone, ¿eh? —le digo, notando cómo su coño me aprieta más fuerte.


—Mucho… estoy muy cachonda… —jadea, mordiéndose el labio.


La situación me excita más de lo que quiero admitir. No es solo el chaval mirándonos, es verla a ella, sabiendo que le gusta, que se entrega aún más porque alguien la está deseando. El chico sigue ahí, tocándose bajo el bañador, mirándonos como si no existiera nada más.


De pronto, Vega, con la voz ronca y temblando de placer, me suelta:


—Fóllame de espaldas


Se baja de encima de mí y se coloca en la arena, ofreciéndome el culo, arqueando la espalda. Yo me coloco detrás y la penetro de golpe, sintiendo cómo gime fuerte, sabiendo que el chico lo está viendo todo.


Lo miro Ahora se ha bajado el bañador. Su polla cuelga dura, aunque no es nada del otro mundo. Da un paso más cerca, lo justo para mirar mejor. Me tenso, pero no me detengo; Vega me grita de placer y eso me arrastra.


Ella, consciente de todo, se gira a medias, mirándole entre jadeos, y con un gesto de la mano le hace una señal clara: que no se acerque más.


—Mira cómo le pones… —le gruño, con rabia contenida, mientras mi polla entra todo lo que puede en su coño empapado.


Vega sonríe jadeante, esa risa rota de cachonda que me atraviesa entero. Su espalda se arquea, sus tetas tiemblan con cada embestida, y sus gemidos me enloquecen.


Entonces lo escucho: la arena cruje. El chico se mueve otra vez. Está tan cerca que casi oigo su respiración, rápida, caliente. Miro de reojo y lo tengo ahí, a un par de metros, la polla fuera, tiesa, cascándosela sin vergüenza.


Al oido le susurro a Vega:


—Te está poniendo mucho… ¿quieres ponerle más cachondo?


Ella ríe nerviosa, jadeando, y en un gesto descarado sigue de rodillas, pegando su espalda a mi pecho. Mi polla se le sale un instante, pero enseguida vuelvo a metérsela de un empujón. Ella echa los hombros hacia atrás, enseñándole las tetas al chico, mientras su coño queda abierto, tragándome lo entero a mi, a él, ofreciéndole una vista privilegiada.


Él no se mueve, pero no para de cascársela, rápido, frenético. El glande rojo brilla bajo el sol, los dientes apretados, el gesto desencajado por el ansia. Y aún así suelta, con la voz ronca, temblorosa:


—Qué buena está tu novia… estira su brazo intentando agarrar una teta a vega


Mi instinto me tensa, me entran ganas de saltar sobre él, pero Vega no duda ni un segundo:


—No. —jadea, clara, mirándole a los ojos.


Yo sigo dándole con rabia, mi pelvis golpeando su culo, mi mano enredada en su pelo. Ella gime más fuerte, el morbo la consume, el calor la hace temblar. El chico aprieta la polla con furia, sube y baja la mano frenético, los huevos tensos, respiración rota, está a punto de reventar.


—¿Puedo acercarme más? —pide entre gemidos.


Vega con su voz rota, sucia, provocadora:


—Acércate si quieres… pero no me toques.


Su tono es tan morboso que me parte en dos.


De pronto el chico gime, da un par de sacudidas más y estalla. Su semen salta en chorros blancos que caen a la arena, algunos rozando cerca de nosotros. El cabrón gruñe fuerte, con la cara desencajada, hasta exprimir la última gota.


Vega grita, sorprendida, ¡Joder! pero ese grito se convierte en placer puro. Su coño me aprieta de golpe, me estruja con fuerza descontrolada, sus piernas tiemblan y se cierran sobre mí. Se corre convulsionando, arqueándose, intentando tragarse mi polla otra vez.


Yo no aguanto más. Mi polla roza sus muslos empapados y exploto, corriéndome contra su piel caliente, manchándole la parte interna de los muslos. Mi leche se mezcla con sus jugos, chorreando hasta perderse en la arena.


El chico, aún jadeando, se sube el bañador con la mano pringada y sale corriendo por las dunas, sin mirar atrás.


Nos quedamos ahí, jadeando, con la piel pegajosa de sudor, sal y sexo. Vega se deja caer de lado sobre la toalla, medio riendo, medio exhausta. Yo apenas puedo respirar, el corazón aún martilleándome el pecho, con la imagen de ese cabrón corriéndose delante nuestra ardiéndome en la cabeza.


Vega de repente suelta una risa nerviosa:


—¿Lo has visto? …me ha dado en las tetas.


—¿te ha tocado las tetas?


—Nooo


Me incorporo, miro a lo lejos, pero el chico ya no está. Ella antes de limpiarse me enseña sus tetas y veo un resto blanco y húmedo sobre su pecho y su pezon luego se limpia con la toalla, divertida.


Me sorprendo a mí mismo pero al verlo me hace gracia.


—Eres Idota no te rías.— me dice ella también riendo—. ¡Qué cara de salido tenía!


La miro incrédulo, aún excitado, y respondo con media sonrisa torcida:


—¿Y tú? Que estabas súper cachonda…


Ella ríe, mordiéndose el labio mientras se recoloca el pelo mojado.


—Anda… ¿y tú qué? —me lanza la pulla, divertida—.


Me acerco, la miro serio un segundo y al final no aguanto la risa.


—Joder, es que me pone mucho cuando estás tan cachonda…


Ella sonríe, me acaricia la cara con los dedos húmedos y se ríe bajito, cómplice, mientras el sol nos quema la piel y el recuerdo de lo que acaba de pasar se queda suspendido entre los dos, a medio camino entre lo sucio y lo excitante.


Vega se queda dormida en el asiento del copiloto, con el pelo enredado por el viento y la piel aún oliendo a mar y a sexo. La miro de reojo y sonrío. Está preciosa, agotada, tranquila… como si nada hubiera pasado.


Yo, en cambio, no dejo de darle vueltas. Conduzco con las ventanillas bajadas y el aire fresco no logra despejarme del todo. Lo de hoy me ha puesto mucho, demasiado. Ese chico, mirándonos tan cerca, corriéndose a pocos metros, y Vega excitada hasta el límite… ha sido brutal. Pero mientras más lo pienso, más claro veo que estamos jugando con fuego.


Es exhibicionismo, sí. Es morbo, sí. Pero también es un riesgo. Porque hoy fue un chaval salido en una playa casi vacía, y Vega supo frenarle, dejar claro lo que quería y lo que no. ¿Y si la próxima vez alguien no entiende el límite? ¿Y si no respeta el “no”?


El corazón me late fuerte solo de imaginarlo. No quiero verla incómoda, ni mucho menos en peligro. Y, al mismo tiempo, no puedo negar que lo que sentimos los dos fue tan intenso porque él estaba ahí. Es esa contradicción la que me jode: entre el miedo y el deseo.


Sé que Vega lo disfruta, sé que a mí me enciende verla tan cachonda, tan desatada, pero también sé que esto tiene una frontera invisible. Hoy hemos estado a centímetros de cruzarla.


Acaricio el volante con los dedos y respiro hondo. El motor zumba, el cielo empieza a anaranjarse, y yo sigo dándole vueltas: ¿cuánto podemos estirar este juego sin romperlo todo? ¿Hasta dónde se puede llegar sin que deje de ser excitante y empiece a ser peligroso?


Miro otra vez a Vega. Duerme plácida, con una media sonrisa, como si lo supiera todo y no le preocupara nada. Y pienso: quizá sea yo quien tenga que poner los límites, aunque me muera de ganas de volver a repetirlo.


El camino sigue y yo no paro de darle vueltas. No me saco de la cabeza lo que pasó, ni lo que pudo haber pasado. Y me viene otra idea que me aprieta el pecho: ¿qué pasaría si, en lugar de pajeársela delante, ese tío hubiera intentado follársela?


Claro que me excita la fantasía, no voy a mentirme. Muchas veces lo he pensado: verla con otro, verla correrse mientras yo miro, incluso compartirla. Suena morboso, y en la teoría todo es fuego. Pero en la práctica… no estoy tan seguro. Creo que no lo soportaría. Y estoy casi convencido de que ella tampoco.


Porque lo de hoy fue un juego, un límite que tocamos sin cruzarlo. Nos encendió porque sabíamos que era solo eso: él mirando, ella disfrutando conmigo. Pero la idea de otro metiéndose dentro de ella… ahí ya no. Eso es otra cosa. Eso lo rompe todo.


Me froto la frente, como si el viento no bastara para despejarme. Sé que tengo que hablar con Vega. Pero hablar de verdad, no con las manos entre sus piernas ni con la polla dentro, sino con la cabeza fría. Poner palabras a lo que queremos y a lo que no. Porque si dejamos que todo se decida en el calor del momento, un día nos vamos a pasar de la raya.


La miro otra vez: duerme tranquila, la boca entreabierta, la respiración pausada. Parece ajena a mis tormentas. Pero yo sé que ella también piensa, que ella también mide, aunque luego se deje llevar. Y sé que, tarde o temprano, tenemos que hablar.


No para cortar el juego. Al contrario: para poder jugar sin miedo. Para que siga siendo nuestro, sin que nadie más lo pueda joder.
Que importante es esa reflexión que hace Nico….. que importante saber de antemano que limites tiene cada uno y no sobrepasarlos con el calentòn del momento. Eso quizás sea lo difícil.
 
Nico


El silencio del taxi se vuelve más denso. Cada palabra de “Diana” parece dejar una estela en el aire. Miro la línea de su cuello, el perfil que el reflejo de las luces dibuja en el cristal. Parece inmóvil, pero sé que no lo está.


—Boca son 100 y completo son 300€ .


Sonrío, sin saber si es por nervios o por pura fascinación. No reconozco a la mujer que tengo al lado, y al mismo tiempo, nunca me ha resultado tan familiar.


—¿qué incluye el completo?—pregunto.


—Boca y coño, me podrás follar como más te guste


Su tono es un equilibrio perfecto entre dulzura y amenaza. Me gusta demasiado.


El motor vibra bajo los pies y el sonido de la ciudad entra por la ventanilla entreabierta. El aire trae el olor de la noche y algo más que no puedo nombrar. La miro. Está serena, mirando hacia delante, pero el leve movimiento de su respiración la delata.


—¿me dejarás que te dé por el culo?—


—eso es un extra y te costará más caro..


Me inclino un poco, lo justo para que mis palabras le lleguen al oído:


—Me gustan jugar duro.


Ella gira la cabeza despacio, con esa media sonrisa que solo aparece cuando está a punto de ganar.


—Perfecto —susurra—. Imaginaba que era tu debilidad, lo llevo preparando toda la noche...


Su frase se queda flotando entre nosotros, suave y peligrosa, como una cuerda que tensa el aire.


No digo nada. No hace falta. Afuera, las luces de la ciudad siguen deslizándose sobre el cristal, pero el mundo se ha reducido al interior de este coche y a la promesa que acaba de pronunciar.


El taxi se detiene frente al hotel. Las luces de la marquesina reflejan destellos dorados sobre el coche y el cristal empañado. “Diana” baja primero, segura, sin mirar atrás.


—vaya hembra… ¿me podrías pasar su teléfono?


Sonrío, le paso el billete.


—Es mi mujer —digo, cerrando la puerta.


El tipo balbucea algo que no oigo.


La puerta giratoria nos envuelve un instante en su movimiento lento, como si el mundo quedara fuera.


El vestíbulo huele a madera pulida y a perfume caro. Hay un silencio tibio, de madrugada. Ella se detiene ante el mostrador y dice su nombre completo y el mio. El recepcionista apenas nos mira; teclea, asiente, entrega la tarjeta.


Mientras firma, la observo. Sus dedos se mueven despacio, casi con ceremonia. El látex aún brilla bajo la luz, pero hay algo nuevo en su mirada: una calma peligrosa, expectante.


El ascensor llega con un sonido suave. Entramos sin hablar. Las puertas se cierran y el espacio se encoge. Su reflejo en el espejo del fondo me mira de frente. Las luces del panel iluminan su perfil, la curva de su boca, la respiración que intenta controlar.


El silencio del ascensor tiene algo eléctrico. No la toco, pero la distancia entre nosotros se ha reducido a un gesto. Ella se apoya contra la pared, cruza las piernas con lentitud y me sostiene la mirada. No sonríe, no necesita hacerlo. Todo lo dice la forma en que respira.


Cuando el ascensor se detiene, el sonido del timbre parece una interrupción demasiado real. Salimos al pasillo. La moqueta amortigua los pasos. Solo se oye el leve roce de la llave en la cerradura.


Abre la puerta y, durante un segundo, antes de encender la luz, solo existe la penumbra y la respiración compartida.


Vega


La puerta se cierra con un clic suave. Durante un instante, el silencio es absoluto. La habitación huele a sábanas limpias y a un perfume ajeno, como si otras historias se hubieran quedado suspendidas aquí.


Camino unos pasos y dejo el bolso sobre la butaca. No me giro, pero sé que Nico me observa. Puedo sentir su mirada en la nuca, en la espalda, en el aire que nos separa.


Me detengo junto a la ventana. Las cortinas están entreabiertas; la ciudad se adivina al otro lado, borrosa y húmeda. Me gusta esa sensación de estar arriba, aislada, con el ruido lejos. Todo parece más lento.


Respiro hondo. El látex aún conserva el calor de mi piel. Me siento ligera y tensa al mismo tiempo. En mi cabeza el juego sigue, aunque no sé quién lleva ahora el control.


—Bonito sitio —dice él detrás de mí, su voz grave, sin acercarse.


—Lo justo —respondo, mirando el reflejo de nuestras siluetas en el cristal—. No hace falta más.


Se queda callado. Sé que me está estudiando, esperando el siguiente movimiento. Me gusta alargar la espera, sentir cómo la tensión se sostiene sola, sin esfuerzo.


Me vuelvo despacio. La habitación parece más pequeña con los dos dentro. Las luces del pasillo se filtran por debajo de la puerta, dibujando una línea dorada sobre la moqueta.


—¿Y ahora? —pregunta.


—Ahora pagame —respondo.


Espero saca la cartera


—para darte por el culo cuánto tengo que pagar.


—500


Doy un paso hacia él. Pero antes de que me acerque más me para con un seco:


—Quítate la máscara y desnúdate.


La orden de Nico no necesita repetirse. Suena tranquila, pero vibra en el aire como una cuerda tensa que hace que vuelva a mojarme.


Respiro hondo. Siento cómo el corazón marca un ritmo que no puedo disimular. Deslizo los dedos hasta el cierre del traje. Clic. El sonido parece enorme en el silencio.


Empiezo a soltarlo despacio. El material se despega con un shhh apenas audible, como un secreto que se abre. El aire fresco toca la piel y me eriza los pezones. La sensación es intensa, contenida.


Siento como se despega de mis pechos que quedan libres y siento la mirada de Nico sobre mis pezones excitados, me hace sentir vulnerable y eso me pone más cachonda me emociona y siento el latido de la sangre en mi clitoris y en mi ano.


Cada centímetro que avanza la tela deja atrás el calor y la ficción del disfraz.


Shhh…


En las caderas me cuesta más despegar la tela quisiera arrancarla quedarme desnuda y ofrecer mi cuerpo al completo, me siento la puta que quería ser indefensa ardiente excitada llena de lujuria que necesita apagar


El material se arruga al caer, una línea negra que se pliega en la alfombra.


Estoy completamente desnuda deseando su cuerpo, deseando que sus manos me recorran y me posean que descubra que mi culo está siendo violado por un juguete que yo misma me he introducido porque se lo que soy; una guarra, una puta que se moja solo con pensar en la polla de ese hombre que hay frente a mi.


Permanezco inmóvil un momento. Oigo el tic-tac lejano de un reloj, el motor del aire acondicionado, mi respiración.


Levanto la vista.


Nico sigue ahí, quieto, con esa calma que impone sin esfuerzo.


Su mirada me atraviesa sin tocarme. Siento algo dentro que se ajusta, como si mi cuerpo respondiera solo al peso de sus ojos.


Me quedo frente a él, sin apartar la mirada. El silencio es tan denso que podría cortarse.


Él no dice nada; no hace falta.


Lo que me produce su autoridad no es miedo, sino una extraña forma de alivio, como si perder el control fuera, por fin, un descanso.


El aire parece vibrar entre los dos.


Suspiro.


—arrodíllate.


No pienso, simplemente obedezco. La sumisión no duele: pesa, y al mismo tiempo libera. Siento el suelo bajo las rodillas y el mundo entero reducido a su voz, a su presencia, a esa espera que arde en silencio. Soy una perra en celo que quiere ser follada.


—No me mires. Baja la cabeza.


Obedezco. Inclino la cabeza y cierro los ojos. El mundo se reduce al sonido de mi respiración.


Siento el pulso en la garganta, en las sienes, en algún lugar más profundo que no sé nombrar. Todo dentro de mí parece latir al mismo ritmo. Incluso puedo sentir el hambre de mi culo tragándose el juguete que llevo puesto… está caliente, sensible, expectante.


La quietud me hace más consciente de todo: el roce del aire sobre los labios de mi sexo húmedos por la excitacion, el latido que se mezcla con el zumbido lejano del aire acondicionado, el perfume de Nico en el ambiente.


Entonces lo oigo. Zzzzip. El sonido de una cremallera que baja despacio. Tan claro que podría dibujarlo en el aire.


El ruido se apaga y queda un silencio nuevo, distinto, cargado. Después, los pasos. Lentos. Medidos. Cada uno más cercano que el anterior.


No lo veo, pero puedo sentir su presencia avanzar, llenar el espacio entre nosotros.


El suelo parece vibrar con cada paso.


Mi respiración se acorta.


Sé que está cerca. Muy cerca.


Siento un trozo de carne caliente y dura roza mis labios. Abro la boca despacio y percibo es sabor peculiar después de toda la noche, cierta amargura que me enloquece junto con su olor a sexo y excitación.


Nico me mira lo noto. No dice nada, solo observa cómo inclinó la cabeza para que pueda ver mis labios rodear su verga, el brillo que deja su humedad en mi boca, la naturalidad con la que disfruto de algo tan simple.


Levanto la vista un segundo; le veo mirarme y, vuelvo a su polla, pero apenas unos segundos y me deja sin ella siento el vacío en mi boca…


No he tenido suficiente. Lo sé y él también lo sabe.


Intento acercarme, buscar un poco más, pero se aparta justo antes. La distancia que deja entre nosotros pesa más que cualquier contacto.


Saco la lengua, como si pudiera atrapar el resto de lo que me niega, pero no llego.


Entonces me toma del brazo con suavidad y me obliga a incorporarme. Su mirada es tranquila, firme; no hay dureza, solo control.


Me besa. Siento su respiración mezclarse con la mía, el calor que sube de golpe, y cuando intento tocarlo, me detiene.


El gesto es breve, pero suficiente para que entienda que el mando no es mío.


Me quedo quieta, con la piel encendida y el corazón acelerado.


No dice nada. No hace falta.


El silencio entre los dos es el verdadero castigo, y también la promesa.
Desde luego no puede decirse que no tengan autocontrol … llevan toda la noche provocándose y retrasando el momento de dejarse llevar por la excitaciòn que sienten…lo del ascensor sería muy difícil de aguantarse….😆
Estoy deseando saber como se sucederá todo….. y cuando el descubra el plug escondido de Vega…😊
 
NICO


La dejo de pie, desnuda, bajo la luz tenue que le lame la piel como una lengua lenta. Camino alrededor de ella, mis pasos pesados sobre la madera, cada uno un latido que retumba en el silencio. Su espalda se arquea apenas, los omóplatos tensos, la columna una curva perfecta que me llama.


Oigo su respiración: un jadeo corto, entrecortado, que se le escapa por la nariz, como si luchara por no gemir. Sus manos, crispadas a los costados, tiemblan; los nudillos blancos, las uñas clavándose en las palmas.


Paso la mano por su espalda. La piel arde, sudorosa, viva. Bajo por la curva de la cintura, deteniéndome justo donde empieza el culo.


Y entonces…


¡Joder!


Mis dedos chocan con algo frío, duro, incrustado.


Un plug.


En su culo.


El acero brilla, el borde ancho estirando su ano rosado, apretado, palpitante.


El corazón me da un vuelco. La polla se me pone como una piedra, late contra el pantalón, goteando.


Ella respira hondo, un ahhh que se le escapa como un susurro roto.


—¿Te gusta? —susurra, la voz ronca, vibrando en la garganta.


—Estaba deseando que lo descubrieras.


Me quedo quieto unos segundos.


Su ano se contrae alrededor del plug, un tic nervioso, como si el metal la quemara por dentro.


La miro, todavía sin decir nada. No sé si me sorprende más su atrevimiento o la calma con que lo sostiene. La habitación entera parece girar alrededor de ese gesto.





—Así que era esto… —murmuro, la voz grave, casi un gruñido, temblando de excitación.


Ella no se mueve. La respiración se le escapa despacio, como si cada segundo fuera una confesión.


No hay vergüenza en su postura, solo expectación. Una espera casi desafiante.


—Quería hacerte un regalo —dice, sin alzar la voz, pero cada palabra es una caricia en mi polla.


El aire parece más espeso, más cálido. No sé si es por lo que acabo de descubrir o por lo que significa: la entrega total, la confianza, la provocación perfecta.


Doy un paso atrás. La observo. Sus tetas grandes, pesadas, los pezones duros como piedrecitas. El coño depilado, el coño inclasificable, sus labios brillantes, abiertos, goteando. El plug asomando entre sus nalgas


No sé si admirarla o follarla.


Su mirada se cruza con la mía. No hay palabras, solo esa electricidad que nunca desaparece, esa línea invisible que nos mantiene unidos incluso en el silencio.


Siento la tentación de romperla, de acercarme otra vez, pero no lo hago.


Prefiero saborear el momento, la tensión, el dominio compartido que se ha instalado entre los dos.


Pero no he olvidado el juego. Y ella tampoco.


Hay una parte de mí que duda, que se detiene un segundo antes de cruzar el límite. Pero esta noche no hay límites, solo un guion que hemos escrito entre los dos. Ella ha querido esto. Lo ha preparado. Lo ha provocado.


Yo solo cumplo.


Esta noche, he pagado por mi objeto.


Por mi puta.


Así me lo ha pedido. Y así la trato.


Intenta girar la cara. Busca mis ojos. Pero no.


Agarro su mandíbula con fuerza, los dedos hundiéndose en su carne. Le giro la cabeza. No mires. Solo obedece.


Luego apoyo esa misma mano sobre su hombro. Fuerte. Estable. Como si sellara un pacto.


Detrás de ella, en silencio, me dejo llevar.


No hay palabras. Solo respiración.


La suya se acelera.


La mía también.


Ella sabe lo que está pasando. Lo intuye. Lo siente. Lo acepta.


Y eso es lo que me enciende. No el gesto, no el cuerpo, sino la entrega. Y sobre todo saber que toda la noche llevaba el plug en el culo… dios que zorra es y me encanta.


Cierro los ojos un instante.


Escucho su aliento.


Contengo el mío.


Y el chof chof de mi miembro retumba en la habitación mientras me pajeo.


No voy a aguantar mucho más. Lo sé. Lo siento en la forma en que me tiembla la respiración, en el pulso acelerado, en el modo en que todo se reduce a ella.


Me acerco.


Cada paso se siente inevitable.


Y cuando estoy justo detrás, lo noto: el contraste del metal, el frío inesperado, la última provocación.


Su cuerpo es una declaración sin palabras. Su silencio, un grito contenido.


Todo el control que he sostenido hasta ahora empieza a romperse en capas lentas, como si algo dentro de mí se abriera.


No digo nada. Solo respiro. Profundo. Acorde al momento.


La intensidad es demasiada, el juego demasiado real.


Chof chof chof. Más rápido.


No aguanto.


Y entonces ocurre.


Ella no se mueve. Mi lefa sale a chorros, caliente, espesa, llenándole el culo y su espalda, resbalando por sus muslos.


No hay ruido, ni palabra, ni gesto teatral. Solo un instante que lo ocupa todo.


Un vacío, y luego la caída.


La tensión se disuelve, el cuerpo cede, el alma se suspende un segundo en ese punto exacto donde no existe el tiempo.
“ No se si admirarla o follarla”…. Buah!… me ha encantado!!… llevar a tu pareja a ese estado de morbo y excitaciòn me parece lo más!
 
VEGA


Oigo su respiración detrás de mí: irregular, profunda, contenida a duras penas, como un animal que huele la sangre y se obliga a esperar.


Escucho el leve crujido de la madera bajo sus pies, el desplazamiento lento de su cuerpo, como si midiera cada paso para hacerme esperar.


Y esa espera me descompone… y me sostiene.


Dios, cómo me gusta esto.


Me gusta ser suya. Suya en serio.


No como mujer. No como esposa. No como compañera.


Sino como lo que solo yo sé que deseo ser: un objeto de su deseo oscuro, la puta que siempre he sido y siempre he escondido detrás de la mujer que en público se contiene, en la oficina, en las cenas familiares, en las conversaciones correctas, cuando me comporto y contengo.


Sonrío. Todo eso ahora queda fuera y soy la que soy.


La puta. La zorra. La que se moja solo de pensar en él.


Nadie podría imaginar lo puta que realmente soy. Nadie podría sospechar lo que él despierta en mí.


Si supieran… si vieran lo que pienso cuando estoy en una reunión, con la falda ajustada, sonriendo mientras firmo papeles… si supieran que debajo de la mesa me froto el clítoris pensando en su polla, en su semen, en su olor…


Y que ahora, frente a él, solo quiero que me use como un simple objeto de perversión y placer.


Sí, úsame. Rómpeme. Hazme tuya.


A veces pienso qué pasaría si alguien me viera así.


Si supieran. Si alguna vez esta parte mía se filtrara entre reuniones, llamadas, saludos perfectos.


¿Qué dirían? ¿La jefa? ¿La amiga? ¿La hija perfecta?


Si supieran lo que de verdad me estremece.


Chuparle la polla gorda, lamer sus huevos, meterle la lengua en el culo mientras me agarra del pelo, que me retuerza los pezones hasta que duela, que me azote el culo hasta dejarlo rojo, que me meta los dedos en el coño y el culo a la vez, que me folle la boca hasta que me ahogue, que me abra el coño con su polla gruesa y me reviente, que me folle el culo sin piedad, que se corra dentro, en mi cara, en mi boca, que me mee encima si quiere, que me marque, que me use, que me rompa.


Sí, joder, sí. Todo eso. Todo lo que no digo en voz alta. Todo lo que guardo como un secreto sucio, caliente, que me moja cada noche.


Porque en este lugar exacto —sin máscaras, sin control, sin reglas— me siento más viva que nunca.


Aquí no hay fingimiento. Aquí soy yo. La verdadera. La que se corre solo con pensar en ser usada.


Él lo sabe.


Y yo también.


Y entonces…


¡Joder!


Siento su mano detenerse en mi culo. El roce. El frío del plug.


¡Lo ha encontrado!


Un latigazo eléctrico me recorre la columna.


¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!


Mi coño se contrae, gotea, palpita.


¡Dios, qué orgullo!


Lo he hecho. Lo he sorprendido. Lo he vuelto loco.


Un calor brutal me sube desde el vientre, me inunda el pecho, me quema la garganta.


Pensaba que me iba a correr ahí mismo.


El plug me aprieta, me llena, me recuerda que lo he llevado toda la noche, que he estado abierta, preparada, suya.


¡Qué puta soy! ¡Qué regalo perfecto!


Su silencio. Su respiración que se corta.


¡Lo tiene! ¡Lo siente!


Un orgasmo casi me parte en dos. Solo con su sorpresa. Solo con saber que lo he excitado hasta el límite.


¡Mírame, Nico! ¡Mírame y rómpeme!


Sé que se está haciendo una paja. Lo oigo. Lo noto. Lo siento. Lo deseo.


Chof chof chof.


Joder, ese sonido… ese sonido me mata. Me abre. Me moja más.


El sonido húmedo de su mano subiendo y bajando por su polla dura, la piel resbalando, el olor a sexo que llena la habitación.


Huele a él. A su sudor. A su deseo. A mí.


Ardo porque me mira. Porque es un puto cerdo como yo, un pervertido que me da todo lo que necesito.


Él no juzga. Él no pide permiso. Él solo toma. Y yo solo doy.


Lo sé.


Sé que está cerca.


Lo sé por la forma en que cambia el aire, por la tensión que lo envuelve cuando se contiene demasiado.


Esa calma que anticipa el derrumbe.


Va a correrse. Va a marcarme. Va a dejarme llena de él.


Siento su respiración detrás, más densa, más tensa.


Su mano sigue en mi hombro, firme, como si necesitara anclarse para no caer del todo.


Anclate en mí. Cae en mí. Derrúmbate en mí.


Me quedo inmóvil. La cabeza baja. La espalda expuesta. El cuerpo dispuesto.


La calma rara, profunda, de quien sabe que está a punto de romperse.


Sí, rómpeme. Hazme pedazos.


Entonces lo siento.


El temblor leve.


El cambio de ritmo.


La pausa.


El instante que se llena de algo invisible, pero feroz.


Cierro los ojos.


Sí. Ahora. Ahora.


Y ocurre.


Siento el primer escupitajo de leche caliente en la espalda.


Plof.


¡Dios!


Luego otra.


Plof plof.


Caliente. Espesa. Suya.


Resbalando por mi columna, entre mis nalgas, goteando sobre el plug que aún me abre el culo.


Mmmmmmmm Dios me encanta sentir la leche caliente sobre mi cuerpo.


Me marca. Me llena. Me hace suya.


Y me dejo estar.


Y cuando termina —cuando su respiración vuelve a bajar, cuando el mundo se hace de nuevo silencio— yo sigo ahí. Quieta. Entera.


Disfrutando de sentir su semen resbalando por mi piel.


Esto es lo que soy. Esto es lo que quiero. Esto es lo que me hace vivir.


Siento el peso de su cuerpo en mi espalda, su polla aún dura rozando mi culo, y cuando siento como lame mi cara, su lengua recorriendo mi mejilla como un perro, solo quiero que me destroce.


Sí, Nico. Destrózame. Hazme tuya. Para siempre.
 
Nico


Me quedo quieto.


Respiro, hondo, lento.


Como si el aire ahora oliera a sexo y a sumisión. Mi mano sigue en su hombro. Siento el calor de su piel bajo mis dedos. Ha sido todo, todo lo que necesitábamos.


Ella sigue de pie, inmóvil, la cabeza baja.


Podría girarse ahora, mirarme, buscar mis ojos. Pero no lo hace.


Observo su espalda, la línea de su cuello, el leve temblor que aún le recorre los muslos.


Mi semen resbalando por su culo, goteando lento, manchando el plug que aún la abre, esa joya negra clavada en su ano dilatado, brillando con mi corrida.


Sé que lo ha sentido.


Que lo ha vivido como yo.


Que algo en ella se ha abierto, Algo profundo, lo sé porque es mía. Porque es libre de ser quien es conmigo.


Me acerco un paso. Solo uno. Y ella tiembla. Una sacudida mínima, contenida.


Hermosa.


Deslizo mi mano por su espalda muy despacio. Rozo el centro, la curva que me pertenece. Y al llegar a su nuca, la acaricio apenas.


No hablo. No hace falta. Cierro los ojos un segundo. Siento el eco de lo que acaba de pasar. La descarga. El pulso aún acelerado. El temblor que no se ve pero se queda.


Me gusta mirarla así. Entregada desnuda para mi. Que no se cubra. Sumisa


Me gusta esa parte suya que solo existe cuando todo lo demás se cae.


Apoyo la frente en su hombro, respiro su olor, el calor que aún emana de su piel, ese temblor que ya no oculta.


Y entonces, le hablo.


Bajo. Muy bajo.


Cerca de su oído, donde las palabras pesan más.


Seguro que has tragado pollas en baños de oficina, que te han follado el culo en parkings, que te han meado encima mientras te corrías.


No es una pregunta.


Es una afirmación sucia, deliberada, peligrosa.


Y ella… ella tiembla.


Sé lo que hace esa frase en su cuerpo.Sé lo que desata. Lo he visto en sus ojos, en su forma de bajar la cabeza, en cómo respira.


No busco herirla. Solo sacar su parte más oscura. Esa que solo me muestra a mí.


Y ahí, en ese instante cargado de algo que no sabría nombrar, le susurro:


—Ven… vamos a lavarte.— le ofrezco mi mano, abierta, firme.


Y ella la toma. La llevo al baño sin decir nada más.


Las luces son suaves, cálidas. El espejo nos devuelve una imagen que parece de otra realidad:


Ella desnuda, despeinada, con restos de placer en la piel; yo aún vestido, cierro la puerta. Abro el grifo de la ducha.


El vapor empieza a llenar el aire.


El agua cae con un ritmo constante, casi hipnótico.


Y entonces la miro.


—Entra.


Ella asiente.


Y entra.


Vega


El agua cae como una cortina tibia que me envuelve. Me quedo quieta, con la espalda erguida, los brazos a los costados. Y Dios su semen, aún pegajoso, resbalando por mis nalgas, goteando desde mi culo dilatado, mezclándose con el agua. El plug aún dentro, estirándome, recordándome que soy suya.


Siento su presencia antes de que me toque. Es como si el vapor supiera que está detrás, contenido, en silencio, con esa calma que siempre precede a algo.


Sus manos aparecen despacio, sin urgencia. Me mojan primero los hombros, luego el cuello. El agua resbala entre sus dedos, como si también él se estuviera limpiando conmigo. El calor me envuelve, pero no es el de la ducha. Es el de su cuerpo cerca, de su respiración lenta, de esa forma suya de estar y dominar sin una sola palabra.


No me habla. No hace falta.


Pasa la esponja por mi espalda, por mis costillas, por mi pecho y deseo que se detenga, que me retuerza los pezones, que me los pellizque hasta que duela.


Me limpia como si fuera su trofeo, como si al hacerlo me reclamara de nuevo para él. Me lava sin apuro, sin deseo aparente, pero lo siento en cada movimiento: esa mezcla de ternura y autoridad que solo él sabe darme.


Él se agacha un poco, y sus manos se detienen allí, entre mis piernas, limpia mi sexo, y siento sus dedos entre mis labios hinchados, resbaladizos, abriéndome, rozando el clítoris hinchado.


¡Joder, ahí! ¡Tócame ahí!


Mi coño se contrae, gotea, arde


No hay lujuria. Hay algo más profundo.


Me está lavando para volver a usarme.


Su frente roza mi espalda, apenas. Un gesto mínimo, íntimo, de esos que solo él puede hacerme sentir suya de verdad.


Y sus manos pasan por mi culo… se lo ofrezco arqueando la espalda, mostrándole lo que aún está dentro de mí…


Lo abre con las manos, sus dedos fuertes separando mis nalgas, y siento como con sus dedos sujeta la base del plug y suave tira de él, noto como mi ano no cede


¡Joder, cómo me gusta esto!


Sus dedos vuelven a mi coño. Rodean mi clítoris.


¡Sí! ¡Sí!


Separo las piernas. Me arqueo. Me ofrezco como una zorra. Me sostengo en la pared.


—Mmmm… Ahh…


Mi respiración se acelera. Jadeo.


¡Me voy a correr! ¡Solo con esto!


Tira otra vez.


¡Agh!


Mi ano se abre. Duele. Quema.


¡Sí, duele! ¡Dame más!


El plug sale con un plop húmedo.


¡DIOS!


Un alivio brutal. Mi culo abierto, palpitando, el agua y el aire entrando en el agujero.


Lo noto abierto y poco a poco se cierra aunque me gusta la sensación de que no se cierre por completo dejando la puerta abierta.


Me doy cuenta que estoy deseando que me dé por el culo… hace un tiempo me parecería una locura, pero ahora mi culo es una fuente de placer.


—Así está mejor —murmura, con la voz rasgada por dentro.


Me vuelvo un poco, solo para mirarlo. Y ahí está él, arrodillado frente a mí, con las manos aún mojadas, como si se hubiera purificado también al tocarme.


No lo toco. No lo beso. No lo pido.


Porque sé que lo que venga después será lo que él decida.


Y esa certeza…me enciende más que cualquier caricia. Se incorpora. Al caerlo siento su miembro duro rozarme y lo deseo quiero gritarlo quiero que lo haga quiero que la meta en mi culo..


Y entonces, ocurre.


Con una mano agarra mi cadera con la otro noto que busca el objetivo con su cañón, siento su aliento en mi oído


El agua sigue cayendo, tibia, constante. Pero dentro de mí, algo se deshace. Todo mi cuerpo reacciona como si él hubiera pulsado un interruptor invisible.


Las piernas me tiemblan. El aire se vuelve denso en mis pulmones.


—Vas a ganarte esos 500€, zorra…


¡SÍ, JODER! ¡SÍ!


Y lo siento.


¡ME EMBISTE!


Siento cómo me embiste y se mete de golpe en mis entrañas, siento que me lo desgarra con la polla gorda que tiene, gruesa, venosa, abriéndome el culo de un solo empujón brutal, sin lubricante, sin piedad, solo agua y mi propia humedad.


¡Agh!


Un grito ahogado se me escapa, el dolor punzante se mezcla con el placer que me atraviesa como un rayo, mi ano estirándose al límite, quemándome, llenándome hasta el fondo.


El placer llega como una ola silenciosa que me arrastra por dentro sin pedir permiso.


No es un gemido. No es un grito.


Es un temblor profundo, íntimo, que me atraviesa desde el centro hasta la garganta.


Mis muslos se aprietan, mi vientre se contrae, mi coño palpita vacío, chorreando, mis pezones duros rozando el azulejo frío.


Siento cada centímetro de su polla dentro de mí, cada vena, cada pulso, cada latido abriéndome más, reclamándome.


Y yo me rindo.


Completamente.


No hay movimiento. No hay fricción. Solo entrega absoluta a la presencia de ese hombre que me ha tomado sin hacerlo, que me ha poseído la penetracion ha sido solo el final.


Y yo…yo soy suya.


Mis labios se abren un poco, como si fuera a hablar.


Pero no hay palabras.


Solo un suspiro que me escapa, casi un lamento de placer y rendición.


Aún dentro sin moverse, su polla gorda me abre el culo como un puño caliente, y me aprieto contra él sin decirlo, él entiende que necesito más, que necesito que sea duro, que me reviente para sentir a mi hombre.


Y cumple mis deseos.


Me la mete una y otra vez, cada vez más fuerte.


Plas-plas.


Sus caderas chocan contra mis nalgas, el sonido húmedo de carne contra carne retumba en la ducha.


Plas-plas-plas-plas-plas…


Cada embestida me empuja contra la pared, mi coño chorreando, el agua resbalando por mis tetas, mis pezones duros rozando el azulejo frío.


Grito, grito de placer y deseo, jadeo, me retuerzo con la espalda arqueada y mis rodillas dobladas porque apenas puedo sostenerme, sus manos en mis caderas clavándome, su polla entrando y saliendo de mi culo dilatado, estirándome, quemándome, llenándome hasta el fondo.


Siento cada centímetro abriéndome más, mi ano apretando alrededor de su grosor, el dolor y el placer mezclándose en un nudo que me sube por la columna.


—¡Joder, más! ¡Revíentame! —grito, voz rota.


Y él acelera.


Plas-plas-plas-plas-plas-plas…


Rápido. Salvaje.


Mi culo arde, mi coño palpita vacío, mis dedos se clavan en la pared.


Me corro.


Un orgasmo brutal, mi culo contrayéndose alrededor de su polla, mi cuerpo temblando, chorros de mi corrida salpicando mis muslos, mezclándose con el agua.


Y él se corre dentro.


Siento los pulsos.


Su semen caliente llenándome el culo, chorros espesos, inundándome, goteando por mis muslos, resbalando por mi coño, mezclándose con el agua, con mi corrida, con todo.


Sigo temblando. Creo que no voy a poder sentarme en una semana pero no me importa. Él sigue dentro.


Y yo soy suya.





NICO


Ha pasado un mes desde la fiesta de disfraces, Vega parece que ha cogido el ritmo de trabajo y vuelve a ser ella, eso hace que nuestros juegos sean cada vez más atrevidos, pero siempre el mismo formato ella es una prostituta a la que contrato. Al salir del trabajo llegaba a casa y se metía en la piel de una scort a la que yo había contratado, luego decidimos sacar el juego fuera de la casa, ella entra a un bar pide algo y yo me siento a su lado y acordamos un precio y nos vamos a casa o me hace una mamada rapido en un parking o en los baños del bar una paja depende quien sea yo.


Nunca sé hasta dónde va a llegar cuando se queda en silencio, mordiéndose el labio como si la idea que le ronda no pudiera decirse en voz alta.


Estamos en el sofá, la tele encendida sin sonido. Ella lleva solo una camiseta ancha y sus piernas cruzadas sobre las mías. Me está mirando. No como mi mujer. No como mi amante. Me está mirando como “ella”, como esa parte que solo saca conmigo, y cuando lo hace, siempre pasa algo.


—he tenido una idea —dice, de pronto. Su voz es baja, casi un susurro, como si no estuviera segura de poder sostenerlo una vez dicho.


—otro personaje —pregunto, aunque sé perfectamente a qué se refiere.


Asiente. Luego baja la mirada y la vuelve a subir con una sonrisa extraña, mezcla de pudor y fuego.


—Quiero ir más lejos —añade.


No digo nada. Espero. He aprendido a no interrumpir cuando está a punto de saltar al vacío.


—Esta vez… —toma aire— quiero que me dejes en un sitio, en la calle, como si fuera de verdad. Solo con una gabardina. Tú das una vuelta. Luego vienes a recogerme. Como si no me conocieras. Como si… fueras uno más.


Siento un latido frío en la nuca. Me ha descolocado.


—¿Estás segura?


—Sí —responde, sin dudar esta vez—. Me da miedo. Pero me excita más.


—¿Y si pasa alguien?


—No me moveré. No hablaré. Solo miraré a cada coche como si esperara que fuera el tuyo.


Su voz tiembla un poco. Y eso me enciende más que cualquier seguridad.


—¿Y qué pasa si no soy el primero que se detiene?


—Tendré que improvisar.


No puedo dejar de mirarla. La manera en que respira. La forma en que se está exponiendo sin haberse quitado ni una prenda.


Y entonces lo entiendo: no es solo un juego. Es un descenso voluntario. Es confiar en mí hasta el fondo. Es darse… hasta el riesgo.


—Vístete —le digo, al fin—. Ponte la gabardina.


Ella se levanta sin decir nada. Desaparece en el pasillo. Sé que cuando vuelva, ya no será del todo la misma.
 
Si supieran lo que de verdad me estremece.
Chuparle la polla gorda, lamer sus huevos, meterle la lengua en el culo mientras me agarra del pelo, que me retuerza los pezones hasta que duela, que me azote el culo hasta dejarlo rojo, que me meta los dedos en el coño y el culo a la vez, que me folle la boca hasta que me ahogue, que me abra el coño con su polla gruesa y me reviente, que me folle el culo sin piedad, que se corra dentro, en mi cara, en mi boca, que me mee encima si quiere, que me marque, que me use, que me rompa.
Sí, joder, sí. Todo eso. Todo lo que no digo en voz alta. Todo lo que guardo como un secreto sucio, caliente, que me moja cada noche.

...
la verdadera Vega. :cool:
 
...
—he tenido una idea —dice, de pronto. Su voz es baja, casi un susurro, como si no estuviera segura de poder sostenerlo una vez dicho.
—otro personaje —pregunto, aunque sé perfectamente a qué se refiere.
Asiente. Luego baja la mirada y la vuelve a subir con una sonrisa extraña, mezcla de pudor y fuego.
—Quiero ir más lejos —añade.
No digo nada. Espero. He aprendido a no interrumpir cuando está a punto de saltar al vacío.
—Esta vez… —toma aire— quiero que me dejes en un sitio, en la calle, como si fuera de verdad. Solo con una gabardina. Tú das una vuelta. Luego vienes a recogerme. Como si no me conocieras. Como si… fueras uno más.
Siento un latido frío en la nuca. Me ha descolocado.
—¿Estás segura?
—Sí —responde, sin dudar esta vez—. Me da miedo. Pero me excita más.
—¿Y si pasa alguien?
—No me moveré. No hablaré. Solo miraré a cada coche como si esperara que fuera el tuyo.
Su voz tiembla un poco. Y eso me enciende más que cualquier seguridad.
—¿Y qué pasa si no soy el primero que se detiene?
—Tendré que improvisar.
No puedo dejar de mirarla. La manera en que respira. La forma en que se está exponiendo sin haberse quitado ni una prenda.
Y entonces lo entiendo: no es solo un juego. Es un descenso voluntario. Es confiar en mí hasta el fondo. Es darse… hasta el riesgo.
—Vístete —le digo, al fin—. Ponte la gabardina.
Ella se levanta sin decir nada. Desaparece en el pasillo. Sé que cuando vuelva, ya no será del todo la misma.
Me la has dejado más dura que a Nico...morbazo a mil.:cool:
 
...quiero que me dejes en un sitio, en la calle, como si fuera de verdad. Solo con una gabardina. Tú das una vuelta. Luego vienes a recogerme. Como si no me conocieras. Como si… fueras uno más...
—¿Y qué pasa si no soy el primero que se detiene?
—Tendré que improvisar.


Ufff...!!! cuánto daríamos por conocer el sitio y la calle... :unsure::cool:
 
Nico


Me quedo quieto.


Respiro, hondo, lento.


Como si el aire ahora oliera a sexo y a sumisión. Mi mano sigue en su hombro. Siento el calor de su piel bajo mis dedos. Ha sido todo, todo lo que necesitábamos.


Ella sigue de pie, inmóvil, la cabeza baja.


Podría girarse ahora, mirarme, buscar mis ojos. Pero no lo hace.


Observo su espalda, la línea de su cuello, el leve temblor que aún le recorre los muslos.


Mi semen resbalando por su culo, goteando lento, manchando el plug que aún la abre, esa joya negra clavada en su ano dilatado, brillando con mi corrida.


Sé que lo ha sentido.


Que lo ha vivido como yo.


Que algo en ella se ha abierto, Algo profundo, lo sé porque es mía. Porque es libre de ser quien es conmigo.


Me acerco un paso. Solo uno. Y ella tiembla. Una sacudida mínima, contenida.


Hermosa.


Deslizo mi mano por su espalda muy despacio. Rozo el centro, la curva que me pertenece. Y al llegar a su nuca, la acaricio apenas.


No hablo. No hace falta. Cierro los ojos un segundo. Siento el eco de lo que acaba de pasar. La descarga. El pulso aún acelerado. El temblor que no se ve pero se queda.


Me gusta mirarla así. Entregada desnuda para mi. Que no se cubra. Sumisa


Me gusta esa parte suya que solo existe cuando todo lo demás se cae.


Apoyo la frente en su hombro, respiro su olor, el calor que aún emana de su piel, ese temblor que ya no oculta.


Y entonces, le hablo.


Bajo. Muy bajo.


Cerca de su oído, donde las palabras pesan más.


Seguro que has tragado pollas en baños de oficina, que te han follado el culo en parkings, que te han meado encima mientras te corrías.


No es una pregunta.


Es una afirmación sucia, deliberada, peligrosa.


Y ella… ella tiembla.


Sé lo que hace esa frase en su cuerpo.Sé lo que desata. Lo he visto en sus ojos, en su forma de bajar la cabeza, en cómo respira.


No busco herirla. Solo sacar su parte más oscura. Esa que solo me muestra a mí.


Y ahí, en ese instante cargado de algo que no sabría nombrar, le susurro:


—Ven… vamos a lavarte.— le ofrezco mi mano, abierta, firme.


Y ella la toma. La llevo al baño sin decir nada más.


Las luces son suaves, cálidas. El espejo nos devuelve una imagen que parece de otra realidad:


Ella desnuda, despeinada, con restos de placer en la piel; yo aún vestido, cierro la puerta. Abro el grifo de la ducha.


El vapor empieza a llenar el aire.


El agua cae con un ritmo constante, casi hipnótico.


Y entonces la miro.


—Entra.


Ella asiente.


Y entra.


Vega


El agua cae como una cortina tibia que me envuelve. Me quedo quieta, con la espalda erguida, los brazos a los costados. Y Dios su semen, aún pegajoso, resbalando por mis nalgas, goteando desde mi culo dilatado, mezclándose con el agua. El plug aún dentro, estirándome, recordándome que soy suya.


Siento su presencia antes de que me toque. Es como si el vapor supiera que está detrás, contenido, en silencio, con esa calma que siempre precede a algo.


Sus manos aparecen despacio, sin urgencia. Me mojan primero los hombros, luego el cuello. El agua resbala entre sus dedos, como si también él se estuviera limpiando conmigo. El calor me envuelve, pero no es el de la ducha. Es el de su cuerpo cerca, de su respiración lenta, de esa forma suya de estar y dominar sin una sola palabra.


No me habla. No hace falta.


Pasa la esponja por mi espalda, por mis costillas, por mi pecho y deseo que se detenga, que me retuerza los pezones, que me los pellizque hasta que duela.


Me limpia como si fuera su trofeo, como si al hacerlo me reclamara de nuevo para él. Me lava sin apuro, sin deseo aparente, pero lo siento en cada movimiento: esa mezcla de ternura y autoridad que solo él sabe darme.


Él se agacha un poco, y sus manos se detienen allí, entre mis piernas, limpia mi sexo, y siento sus dedos entre mis labios hinchados, resbaladizos, abriéndome, rozando el clítoris hinchado.


¡Joder, ahí! ¡Tócame ahí!


Mi coño se contrae, gotea, arde


No hay lujuria. Hay algo más profundo.


Me está lavando para volver a usarme.


Su frente roza mi espalda, apenas. Un gesto mínimo, íntimo, de esos que solo él puede hacerme sentir suya de verdad.


Y sus manos pasan por mi culo… se lo ofrezco arqueando la espalda, mostrándole lo que aún está dentro de mí…


Lo abre con las manos, sus dedos fuertes separando mis nalgas, y siento como con sus dedos sujeta la base del plug y suave tira de él, noto como mi ano no cede


¡Joder, cómo me gusta esto!


Sus dedos vuelven a mi coño. Rodean mi clítoris.


¡Sí! ¡Sí!


Separo las piernas. Me arqueo. Me ofrezco como una zorra. Me sostengo en la pared.


—Mmmm… Ahh…


Mi respiración se acelera. Jadeo.


¡Me voy a correr! ¡Solo con esto!


Tira otra vez.


¡Agh!


Mi ano se abre. Duele. Quema.


¡Sí, duele! ¡Dame más!


El plug sale con un plop húmedo.


¡DIOS!


Un alivio brutal. Mi culo abierto, palpitando, el agua y el aire entrando en el agujero.


Lo noto abierto y poco a poco se cierra aunque me gusta la sensación de que no se cierre por completo dejando la puerta abierta.


Me doy cuenta que estoy deseando que me dé por el culo… hace un tiempo me parecería una locura, pero ahora mi culo es una fuente de placer.


—Así está mejor —murmura, con la voz rasgada por dentro.


Me vuelvo un poco, solo para mirarlo. Y ahí está él, arrodillado frente a mí, con las manos aún mojadas, como si se hubiera purificado también al tocarme.


No lo toco. No lo beso. No lo pido.


Porque sé que lo que venga después será lo que él decida.


Y esa certeza…me enciende más que cualquier caricia. Se incorpora. Al caerlo siento su miembro duro rozarme y lo deseo quiero gritarlo quiero que lo haga quiero que la meta en mi culo..


Y entonces, ocurre.


Con una mano agarra mi cadera con la otro noto que busca el objetivo con su cañón, siento su aliento en mi oído


El agua sigue cayendo, tibia, constante. Pero dentro de mí, algo se deshace. Todo mi cuerpo reacciona como si él hubiera pulsado un interruptor invisible.


Las piernas me tiemblan. El aire se vuelve denso en mis pulmones.


—Vas a ganarte esos 500€, zorra…


¡SÍ, JODER! ¡SÍ!


Y lo siento.


¡ME EMBISTE!


Siento cómo me embiste y se mete de golpe en mis entrañas, siento que me lo desgarra con la polla gorda que tiene, gruesa, venosa, abriéndome el culo de un solo empujón brutal, sin lubricante, sin piedad, solo agua y mi propia humedad.


¡Agh!


Un grito ahogado se me escapa, el dolor punzante se mezcla con el placer que me atraviesa como un rayo, mi ano estirándose al límite, quemándome, llenándome hasta el fondo.


El placer llega como una ola silenciosa que me arrastra por dentro sin pedir permiso.


No es un gemido. No es un grito.


Es un temblor profundo, íntimo, que me atraviesa desde el centro hasta la garganta.


Mis muslos se aprietan, mi vientre se contrae, mi coño palpita vacío, chorreando, mis pezones duros rozando el azulejo frío.


Siento cada centímetro de su polla dentro de mí, cada vena, cada pulso, cada latido abriéndome más, reclamándome.


Y yo me rindo.


Completamente.


No hay movimiento. No hay fricción. Solo entrega absoluta a la presencia de ese hombre que me ha tomado sin hacerlo, que me ha poseído la penetracion ha sido solo el final.


Y yo…yo soy suya.


Mis labios se abren un poco, como si fuera a hablar.


Pero no hay palabras.


Solo un suspiro que me escapa, casi un lamento de placer y rendición.


Aún dentro sin moverse, su polla gorda me abre el culo como un puño caliente, y me aprieto contra él sin decirlo, él entiende que necesito más, que necesito que sea duro, que me reviente para sentir a mi hombre.


Y cumple mis deseos.


Me la mete una y otra vez, cada vez más fuerte.


Plas-plas.


Sus caderas chocan contra mis nalgas, el sonido húmedo de carne contra carne retumba en la ducha.


Plas-plas-plas-plas-plas…


Cada embestida me empuja contra la pared, mi coño chorreando, el agua resbalando por mis tetas, mis pezones duros rozando el azulejo frío.


Grito, grito de placer y deseo, jadeo, me retuerzo con la espalda arqueada y mis rodillas dobladas porque apenas puedo sostenerme, sus manos en mis caderas clavándome, su polla entrando y saliendo de mi culo dilatado, estirándome, quemándome, llenándome hasta el fondo.


Siento cada centímetro abriéndome más, mi ano apretando alrededor de su grosor, el dolor y el placer mezclándose en un nudo que me sube por la columna.


—¡Joder, más! ¡Revíentame! —grito, voz rota.


Y él acelera.


Plas-plas-plas-plas-plas-plas…


Rápido. Salvaje.


Mi culo arde, mi coño palpita vacío, mis dedos se clavan en la pared.


Me corro.


Un orgasmo brutal, mi culo contrayéndose alrededor de su polla, mi cuerpo temblando, chorros de mi corrida salpicando mis muslos, mezclándose con el agua.


Y él se corre dentro.


Siento los pulsos.


Su semen caliente llenándome el culo, chorros espesos, inundándome, goteando por mis muslos, resbalando por mi coño, mezclándose con el agua, con mi corrida, con todo.


Sigo temblando. Creo que no voy a poder sentarme en una semana pero no me importa. Él sigue dentro.


Y yo soy suya.





NICO


Ha pasado un mes desde la fiesta de disfraces, Vega parece que ha cogido el ritmo de trabajo y vuelve a ser ella, eso hace que nuestros juegos sean cada vez más atrevidos, pero siempre el mismo formato ella es una prostituta a la que contrato. Al salir del trabajo llegaba a casa y se metía en la piel de una scort a la que yo había contratado, luego decidimos sacar el juego fuera de la casa, ella entra a un bar pide algo y yo me siento a su lado y acordamos un precio y nos vamos a casa o me hace una mamada rapido en un parking o en los baños del bar una paja depende quien sea yo.


Nunca sé hasta dónde va a llegar cuando se queda en silencio, mordiéndose el labio como si la idea que le ronda no pudiera decirse en voz alta.


Estamos en el sofá, la tele encendida sin sonido. Ella lleva solo una camiseta ancha y sus piernas cruzadas sobre las mías. Me está mirando. No como mi mujer. No como mi amante. Me está mirando como “ella”, como esa parte que solo saca conmigo, y cuando lo hace, siempre pasa algo.


—he tenido una idea —dice, de pronto. Su voz es baja, casi un susurro, como si no estuviera segura de poder sostenerlo una vez dicho.


—otro personaje —pregunto, aunque sé perfectamente a qué se refiere.


Asiente. Luego baja la mirada y la vuelve a subir con una sonrisa extraña, mezcla de pudor y fuego.


—Quiero ir más lejos —añade.


No digo nada. Espero. He aprendido a no interrumpir cuando está a punto de saltar al vacío.


—Esta vez… —toma aire— quiero que me dejes en un sitio, en la calle, como si fuera de verdad. Solo con una gabardina. Tú das una vuelta. Luego vienes a recogerme. Como si no me conocieras. Como si… fueras uno más.


Siento un latido frío en la nuca. Me ha descolocado.


—¿Estás segura?


—Sí —responde, sin dudar esta vez—. Me da miedo. Pero me excita más.


—¿Y si pasa alguien?


—No me moveré. No hablaré. Solo miraré a cada coche como si esperara que fuera el tuyo.


Su voz tiembla un poco. Y eso me enciende más que cualquier seguridad.


—¿Y qué pasa si no soy el primero que se detiene?


—Tendré que improvisar.


No puedo dejar de mirarla. La manera en que respira. La forma en que se está exponiendo sin haberse quitado ni una prenda.


Y entonces lo entiendo: no es solo un juego. Es un descenso voluntario. Es confiar en mí hasta el fondo. Es darse… hasta el riesgo.


—Vístete —le digo, al fin—. Ponte la gabardina.


Ella se levanta sin decir nada. Desaparece en el pasillo. Sé que cuando vuelva, ya no será del todo la misma.
Para ese tipo de retos se tiene que tener , ademas de mucho autocontrol , tener claro la persona protagonista del reto, donde esta su limite , porque , si la para un tipo que encima pueda parecerle interesante para "jugar" un poco antes que aparezca nico , se puede ir de las manos y vega lo sabe , y hasta diria lo fantasea , y no es la mia una apreciacion tirada a suertes ,la he vivido con una casada conmigo probando sus limites , al final no los tenia ,.o no eran tan claros como supusieron ambos. Ahi queda para reflexion , sin saber que va a acontecer en el siguiente capitulo .El morbo , no mata pero hiere de muerte muchas mas veces de lo que pensamos .
 
Última edición:
VEGA


Oigo su respiración detrás de mí: irregular, profunda, contenida a duras penas, como un animal que huele la sangre y se obliga a esperar.


Escucho el leve crujido de la madera bajo sus pies, el desplazamiento lento de su cuerpo, como si midiera cada paso para hacerme esperar.


Y esa espera me descompone… y me sostiene.


Dios, cómo me gusta esto.


Me gusta ser suya. Suya en serio.


No como mujer. No como esposa. No como compañera.


Sino como lo que solo yo sé que deseo ser: un objeto de su deseo oscuro, la puta que siempre he sido y siempre he escondido detrás de la mujer que en público se contiene, en la oficina, en las cenas familiares, en las conversaciones correctas, cuando me comporto y contengo.


Sonrío. Todo eso ahora queda fuera y soy la que soy.


La puta. La zorra. La que se moja solo de pensar en él.


Nadie podría imaginar lo puta que realmente soy. Nadie podría sospechar lo que él despierta en mí.


Si supieran… si vieran lo que pienso cuando estoy en una reunión, con la falda ajustada, sonriendo mientras firmo papeles… si supieran que debajo de la mesa me froto el clítoris pensando en su polla, en su semen, en su olor…


Y que ahora, frente a él, solo quiero que me use como un simple objeto de perversión y placer.


Sí, úsame. Rómpeme. Hazme tuya.


A veces pienso qué pasaría si alguien me viera así.


Si supieran. Si alguna vez esta parte mía se filtrara entre reuniones, llamadas, saludos perfectos.


¿Qué dirían? ¿La jefa? ¿La amiga? ¿La hija perfecta?


Si supieran lo que de verdad me estremece.


Chuparle la polla gorda, lamer sus huevos, meterle la lengua en el culo mientras me agarra del pelo, que me retuerza los pezones hasta que duela, que me azote el culo hasta dejarlo rojo, que me meta los dedos en el coño y el culo a la vez, que me folle la boca hasta que me ahogue, que me abra el coño con su polla gruesa y me reviente, que me folle el culo sin piedad, que se corra dentro, en mi cara, en mi boca, que me mee encima si quiere, que me marque, que me use, que me rompa.


Sí, joder, sí. Todo eso. Todo lo que no digo en voz alta. Todo lo que guardo como un secreto sucio, caliente, que me moja cada noche.


Porque en este lugar exacto —sin máscaras, sin control, sin reglas— me siento más viva que nunca.


Aquí no hay fingimiento. Aquí soy yo. La verdadera. La que se corre solo con pensar en ser usada.


Él lo sabe.


Y yo también.


Y entonces…


¡Joder!


Siento su mano detenerse en mi culo. El roce. El frío del plug.


¡Lo ha encontrado!


Un latigazo eléctrico me recorre la columna.


¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!


Mi coño se contrae, gotea, palpita.


¡Dios, qué orgullo!


Lo he hecho. Lo he sorprendido. Lo he vuelto loco.


Un calor brutal me sube desde el vientre, me inunda el pecho, me quema la garganta.


Pensaba que me iba a correr ahí mismo.


El plug me aprieta, me llena, me recuerda que lo he llevado toda la noche, que he estado abierta, preparada, suya.


¡Qué puta soy! ¡Qué regalo perfecto!


Su silencio. Su respiración que se corta.


¡Lo tiene! ¡Lo siente!


Un orgasmo casi me parte en dos. Solo con su sorpresa. Solo con saber que lo he excitado hasta el límite.


¡Mírame, Nico! ¡Mírame y rómpeme!


Sé que se está haciendo una paja. Lo oigo. Lo noto. Lo siento. Lo deseo.


Chof chof chof.


Joder, ese sonido… ese sonido me mata. Me abre. Me moja más.


El sonido húmedo de su mano subiendo y bajando por su polla dura, la piel resbalando, el olor a sexo que llena la habitación.


Huele a él. A su sudor. A su deseo. A mí.


Ardo porque me mira. Porque es un puto cerdo como yo, un pervertido que me da todo lo que necesito.


Él no juzga. Él no pide permiso. Él solo toma. Y yo solo doy.


Lo sé.


Sé que está cerca.


Lo sé por la forma en que cambia el aire, por la tensión que lo envuelve cuando se contiene demasiado.


Esa calma que anticipa el derrumbe.


Va a correrse. Va a marcarme. Va a dejarme llena de él.


Siento su respiración detrás, más densa, más tensa.


Su mano sigue en mi hombro, firme, como si necesitara anclarse para no caer del todo.


Anclate en mí. Cae en mí. Derrúmbate en mí.


Me quedo inmóvil. La cabeza baja. La espalda expuesta. El cuerpo dispuesto.


La calma rara, profunda, de quien sabe que está a punto de romperse.


Sí, rómpeme. Hazme pedazos.


Entonces lo siento.


El temblor leve.


El cambio de ritmo.


La pausa.


El instante que se llena de algo invisible, pero feroz.


Cierro los ojos.


Sí. Ahora. Ahora.


Y ocurre.


Siento el primer escupitajo de leche caliente en la espalda.


Plof.


¡Dios!


Luego otra.


Plof plof.


Caliente. Espesa. Suya.


Resbalando por mi columna, entre mis nalgas, goteando sobre el plug que aún me abre el culo.


Mmmmmmmm Dios me encanta sentir la leche caliente sobre mi cuerpo.


Me marca. Me llena. Me hace suya.


Y me dejo estar.


Y cuando termina —cuando su respiración vuelve a bajar, cuando el mundo se hace de nuevo silencio— yo sigo ahí. Quieta. Entera.


Disfrutando de sentir su semen resbalando por mi piel.


Esto es lo que soy. Esto es lo que quiero. Esto es lo que me hace vivir.


Siento el peso de su cuerpo en mi espalda, su polla aún dura rozando mi culo, y cuando siento como lame mi cara, su lengua recorriendo mi mejilla como un perro, solo quiero que me destroce.


Sí, Nico. Destrózame. Hazme tuya. Para siempre.
Nos has metido de lleno en la mente de Vega…..cuantas personas no habrán pensado justamente lo mismo que ella en algún momento…., si pudiese alguien ver realmente quien eres, como eres….y que lo
acepte y le guste….
Por otro lado…, me resulta contradictorio que describas su forma de pensar tan sumisa, querer ser un objeto de disfrute para él, cuando ha sido ella la que ha ideado todo este juego y ha llevado a Nico hasta esta situacion…… puede que su actitud en este momento de la nochd sea de sumisiòn…, pero realmente…, lo es???
 
VEGA


Al principio, estoy nerviosa pero me divierte.


La adrenalina me recorre como un río caliente, todo brilla más, más crudo, más vivo. Me siento ligera, libre, como si esta locura fuera solo un juego que no puede joderme.


Estoy sola en la esquina del polígono industrial, gabardina cerrada, el corazón aporreándome las costillas. Cada coche que pasa me da un latigazo entre las piernas. Algunos ni miran. Otros frenan. Un tío silba. Uno baja la ventanilla y grita ¡tienes que tener el coño como las ovejas!


Me muerdo el labio, le lanzo un beso. Me río. Me siento dueña.


Juego a ser la puta que soy con Nico.


Noto el aire frío en los muslos, la gabardina rozándome el coño empapado.


Otro coche: “¡enséñame algo guapa!”.


Me giro, sonrío. Abro la gabardina un segundo, dejo ver las tetas con mis pezones duros y mi sexo depilado. El aire me muerde la piel y me moja más.


Estoy dentro de mi fantasía.


Entonces aparece otro coche. Oscuro. Viejo. Las luces mal alineadas. Baja la ventanilla y los veo. Dos hombres. Uno conduce, el otro va en el asiento del copiloto. Me observan como si me follaran. Hay algo distinto en sus ojos, algo que no sé nombrar.


—Enséñano un poquillo, que estás muy buenorra —dice uno, con voz rasposa y acento andaluz


Me río, sin perder el tono burlón del juego.


—¿Así tratáis siempre a las chicas?


—A las chicas no, a las putas… —responde el otro, encendiendo un cigarro. El humo se escapa denso y rápido. El olor me golpea con una crudeza que no esperaba.


—Venga, abre la gabardina guapa, que veamos la mercancía —añade el primero, mostrando su sonrisa podrida.


Pienso que si les muestro algo se irán. Solo eso. Un gesto. Un segundo. Me abro la gabardina. El aire me azota las tetas, el coño. Mis labios mayores brillan, hinchados. Recuerdo cuando me dijo el pintor que los tenía como una flor, ahora él los ve y no no creo que piense que son una flor a demás me siento incómoda porque sé que se ven por completo…Sonrío, fingiendo control.


Y entonces lo veo.


Dentro del coche, en el asiento trasero, hay algo. Una sombra. Un movimiento.


No sé qué es exactamente, pero lo suficiente para que todo se desmorone.


Mi sonrisa se borra. Quiero cerrar la gabardina que sigue abierta. No puedo cerrarla. No consigo que los dedos me respondan.


La risa de ellos cambia. Ya no es de juego. Es otra cosa. Más sucia. Más real. Y ahí lo sé.


Algo ha ido muy mal.


El frío me cala los huesos, pero mi cuerpo arde de pánico.


El miedo me toma. Y mi cuerpo, traidor, lo grita.


El del copiloto estira la mano. Lento. Seguro. Como si ya me tuviera.


—Qué piel tan fina… —susurra, voz grasienta.


Sus dedos ásperos, sucios, gordos, me rozan el muslo. Suben.


Primero, un roce leve, justo por encima de la rodilla. La piel se me eriza.


Luego, más arriba.


Siento la aspereza de sus uñas, el olor a tabaco y sudor pegado a su mano.


Sube.Por el interior del muslo.


Lento.


Deliberado.


Cada centímetro es una amenaza.


Llega al borde de mi coño.


Un dedo mugriento roza mis labios mayores, roza mi clítoris hinchado, resbaladizo.


—¡que mojada estás putita!


Me paralizo.


La piel me quema. No de deseo. De terror. De humillación.


Porque ya no controlo nada.


Él ríe al notar mi tensión. La mano sigue, me aprieta con sus dedos los labios juntándolos, moviéndolos, como si fueran un sandwich, explorando, como si ya me hubiera comprado.


—Vamos, no pongas esa cara… ¿no creo que sea la primera vez? —se burla.


El otro se ríe. El humo me ahoga. Olor a sudor, a cerveza, a peligro.


Y entonces ocurre.


El calor.


De pronto. Incontrolable. Humillante.


Siento cómo algo en mi interior cede. La vejiga se suelta.


Un chorro caliente baja por mis muslos.


Lento. Claro.


El Pis sale Meándome encima.


Mis piernas tiemblan. El charco se forma a mis pies, y no puedo hacer nada.


La gabardina sigue abierta. No me muevo. No respiro.


El silencio se rompe con una carcajada seca.


—¡Me ha meado la mano! Joder…


—¿se ha meado? Qué putón, tío… —dice el otro, entre risas.


No puedo hablar. No puedo mirarles.


Solo quiero que acabe. Que alguien me saque de allí. Que aparezca. Que me recoja.


Las piernas no me sostienen.


No sé si tiemblo de frío o de miedo, pero el suelo me llama.


Intento mantenerme erguida, pero el cuerpo ya no me obedece.


Caigo.


Las rodillas golpean el pavimento húmedo por mi orina y el suelo se clava en mis rodillas, el aire se me escapa del pecho. Todo gira un segundo. El olor, la humedad, las luces del coche todavía en mis ojos.


Ellos se ríen. No suena como antes, suena hueco, asqueado.


Uno dice algo que no entiendo y el motor arranca. El ruido se aleja, cada vez más lejano, hasta que solo queda el zumbido de la calle vacía.


Respiro como puedo. Tengo la cabeza baja, los brazos flojos, la vergüenza clavada en la garganta. Vomito…


Y entonces, entre el ruido de mis propios sollozos, escucho otro sonido: un coche que frena de golpe, una puerta que se abre, su voz.


—¡Vega!


Levanto la vista apenas un instante. Lo veo correr hacia mí.


—Nico… —susurro, pero la voz no me sale entera—. Nico, mírame me he meado… tenía mucho miedo…


Vuelvo a decirlo, sin saber por qué, como si repetirlo pudiera borrar todo lo demás.


—Me he meado, Nico…


—¿Dónde estabas? —pregunto, sin reconocer mi propia voz. Suena rota, infantil.


Él me toma entre los brazos. Siento su chaqueta envolviéndome, su olor mezclado con el aire de la calle.


Cierro los ojos. Quisiera que todo se apagara ahí mismo.


Solo me queda una idea, repetida entre sus brazos, entre lágrimas que ya no noto:


—me he meado, Nico… dónde estabas… dónde estabas…


Sus brazos me envuelven como un refugio que llega tarde. Me recoge del suelo con cuidado, como si temiera romper algo que ya está roto.


No puedo mirarlo. Me escondo contra su pecho, me agarro a su ropa. Me tiembla el cuerpo entero.


—Shhh… ya está, ya está…


Su voz me duele más que me consuela.


Quiero decirle que no pasa nada, que estoy bien, que solo ha sido un susto. Pero no puedo mentirle. Ni a él ni a mí.


No ha sido solo un susto.


Algo dentro de mí se ha roto.


No sé si se puede arreglar.


Camina hacia el coche conmigo en brazos. Siento el calor de su piel en la mejilla, el latido acelerado de su corazón bajo mi oído. Huele a él, a hogar, a todo lo que no tuve en esos minutos sola.


Me aprieta un poco más fuerte. No dice nada. Solo camina.


Las luces del coche están encendidas. Me acomoda en el asiento con delicadeza. Cierra la puerta con suavidad, como si cada gesto pudiera hacerme daño.


Yo sigo repitiendo lo mismo, como si fuera lo único que me queda:


—Nico… me he meado…—sollozo—Dónde estabas…Me he meado…


Sus manos me buscan. Me acaricia la cara, me aparta un mechón de pelo mojado de sudor o de miedo, no lo sé. Me mira, pero yo no levanto los ojos.


Siento que si lo hago, me va a ver de verdad.


Y esta noche no quiero que me vea.


El coche avanza en silencio. No hay música. No hay palabras.


Solo el sonido del motor y el roce del mundo contra las ventanillas.


Y mi respiración, que por fin empieza a calmarse. Voy con la cabeza apoyada en el cristal. No quiero mirarle.


No porque le culpe. O quiza si…


Sino porque me da miedo lo que pueda ver en sus ojos.


Me da miedo lo que yo misma soy capaz de sentir.


La ropa me resulta ajena, como si no me perteneciera. Estoy envuelta en la chaqueta de Nico, pero sigo teniendo frío. El tipo de frío que no se va con tela ni con calor.


El frío que queda dentro, donde no se ve.


Cierro los ojos un instante.


Y lo recuerdo todo.


La risa de esos hombres.


El olor dentro del coche.


El humo.


La voz ronca diciendo: “a ver ese bombón, enséñanos un poquito.”


Y yo, creyendo que podría controlarlo, que solo era un juego.


Que si abría la gabardina se irían.


Que si me mostraba valiente, no lo notarían. Que si fingía poder… no tendrían el poder. Pero lo tuvieron.


Y yo…me hice pis.


Me abrí entera y me desmonté por dentro. Lo recuerdo todo. La risa.


El calor entre las piernas. El temblor. La vergüenza.


Y justo entonces, como una aparición, Nico.


“Nico, me he meado.”


Como una niña perdida.


Lo dije una y otra vez, sin saber qué quería decir con eso.


Era mi forma de decir: “tenías que haber estado.” “No podía sola.” “Me rompí.”


No le culpo. O si…


Él no podía saberlo. Solo tardó unos minutos. Pero bastó con eso. Con esos minutos.


Él mantiene las manos en el volante, la mandíbula tensa, los ojos fijos en la carretera.


No dice nada.


Ni una pregunta.


Ni un reproche.


Y ese silencio…


Ese silencio me duele más que cualquier palabra. Cierro los ojos.


Y por primera vez, siento que hemos ido demasiado lejos.


Que hay juegos de los que no se vuelve igual.


Y que, a veces, una fantasía puede volverse contra ti y hacerte sentir menos tú.


O quizá demasiado tú.


No sé quién soy esta noche.


Solo sé que no quiero volver a ser quien era hace una hora.


—¿Puedo…? —mi voz suena baja, temblorosa—. Necesito un momento sola.


Nico no dice nada. Me mira unos segundos, con algo más que preocupación en los ojos. Luego asiente, en silencio, y cierra la puerta del baño detrás de mí.


Me apoyo en el lavabo. Las manos me tiemblan.


No me atrevo a mirarme aún. El grifo gotea. El suelo está frío.


Me meto en la ducha y por más que me restriego no se va la suciedad. Lloro sola austada


Y yo sigo desnuda, envuelta solo en la toalla que Nico me había pasado, como si eso bastara para cubrir todo lo que ha pasado.


Respiro hondo. Una. Dos veces.


Abro los ojos.


Y levanto la mirada hacia el espejo.


Y ahí estoy.


Yo.


Con el pelo revuelto. Las mejillas aún húmedas. La mirada extraviada de alguien que no sabe del todo dónde está.


Y algo más. Hay algo roto que no sé nombrar. No es el miedo.


Es lo que queda cuando el miedo se va y solo queda la vergüenza. El asco


Siento que esa mujer que me devuelve la mirada no soy del todo yo.


O peor aún: quizá sí lo sea.


Y eso es lo que más me duele.


Pensaba que podría manejarlo.


Que era solo un juego.


Que si yo lo decidía, si yo lo planeaba, lo controlaría todo.


Pero la calle no entiende de guiones. Ni el miedo de límites pactados. Me acerco un poco más al espejo.


Me observo los ojos.


Están rojos. Brillantes.


Y de repente, sin querer, me hablo en voz baja:


—¿Qué has hecho?


La frase no lleva juicio. Solo desconcierto.


Es como si algo dentro se hubiera desbordado y no supiera cómo volver a su sitio.


Me aparto un mechón de la cara y me observo la boca.


Los labios secos.


Abro un poco la toalla, como si buscara señales.


Pero no hay marcas visibles.


Solo ese vacío extraño, como si alguien hubiera apagado la luz por dentro.


Cierro los ojos otra vez.


Y sé que no puedo quedarme aquí mucho más.


Nico está fuera.


Y tarde o temprano tendré que abrir la puerta.


Decir algo.


Explicar lo que ni yo entiendo.


Pero aún no.


Un minuto más.


Un minuto más para intentar encontrarme entre los restos de lo que ha sido esta noche.


Abro la puerta despacio.


Nico está sentado al borde de la cama, inclinado hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas. Tiene la mirada clavada en el suelo. Levanta la cabeza en cuanto oye el clic del picaporte.


No sé qué decir.


Él tampoco.


Doy un paso al interior de la habitación. La toalla aún me envuelve. Me siento a su lado, sin tocarlo. Hay algo entre los dos —algo que flota, que pesa, que no se nombra— y que nos separa aunque estemos a medio palmo.


—¿Estás bien? —pregunta por fin, en voz muy baja.


Asiento. Pero no lo estoy.


Y él lo sabe.


Me mira.


—¿Me pasé? —pregunta. Y su voz es una grieta.


Cierro los ojos. Trago saliva.


—No… —respondo—. Fue culpa mía.


Él se mueve un poco, gira el cuerpo hacia mí, pero no me toca.


—No digas eso —dice.


—Es verdad —susurro—. Yo lo propuse. Yo lo quise.


Una lágrima me cae, silenciosa, sin aviso.


No la limpio.


—Pero cuando pasó… no era como lo había imaginado.


—¿El miedo?


Asiento. Otra lágrima.


—No pensé que fuera a sentirme así… tan expuesta. Tan sola. Tan… fuera de mí.


Él extiende la mano, pero no me toca aún. Me deja el gesto cerca, esperando que sea yo quien decida.


—Te fallé —dice.


—No. Fui yo la que no calculó bien.


Nos quedamos callados un rato. Siento que el silencio ya no duele tanto como antes, pero sigue siendo denso. Quisiera poder explicarle lo que me rompió, pero ni yo misma lo sé del todo.


Fue una mezcla. El frío. La risa. El olor del coche. La mano que rozó mi muslo.


El terror.


—Cuando me dejaste, todo era un juego. —Mi voz tiembla, pero sigo—. Y luego… todo se torció tan rápido. Pensé que podrías no llegar. Que me pasaría algo.


—Lo sé.


—Y me dio vergüenza. Pero también… rabia. Porque soy yo quien lo pidió.


—Vega… —murmura—. Te juro que si pudiera dar marcha atrás…


Le miro. Por primera vez desde que abrí la puerta. Sus ojos están llenos. No de culpa.


De amor.


—No quiero que te odies por esto —le digo.


—¿Y tú?


Me inclino. Me dejo caer en su pecho. Él me envuelve con los brazos. Me recoge.


Y por fin me permito llorar.
 
Juego muy muy peligroso... En la realidad algo así puede tener unas consecuencias mucho peores que las que aquí se relatan.

La realidad ha golpeado a Vega en pleno rostro, le ha robado la inocencia de creer que todo el entorno, era un escenario en el que dar rienda suelta a su imaginación y a sus ganas de experimentar y divertirse.

Vega no es ninguna puta, aunque ella fantaseara con ello. Experimentar en propia carne lo que significa serlo, creo que le ha quitado para siempre, el deseo de volver a incidir en esa fantasía.
 
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