Con vuestro permiso os cuento la historia de como Marta, mi mejor amiga (y amor platónico), me vio la polla.
Marta y yo nos conocemos desde el instituto, es una castaña de melena y piernas largas, guapa y con un buen culo, aunque juzgarla sólo por el físico es contar media película, es una chica inteligente, dulce, divertida... en fin, os hacéis a la idea.
Como decía, siempre habíamos sido amigos, y pese que a mi no se me olvidaba que estaba tremenda, teníamos una amistad sincera, aunque supongo que también apoyada por el hecho de tener pareja los dos. Al poco de empezar la universidad coincidió en que los dos nos quedamos solteros, y para mi sorpresa, fue ella quien me dijo que le gustaba, quien me dio el primer beso y demás. Pasamos medio verano enrollándonos en cada esquina cual adolescentes, pero entre mi falta de picardía (anda que no me he dado cabezazos contra la pared por ello) y su timidez (un único novio, una vida sexual, hasta entonces, limitada...) no hicimos nada más que comernos la boca y meternos mano. Sí, podéis reíros.
A las semanas de estar así el hechizo se rompió y decidimos volver a ser amigos, al principio fue un poco extraño pero con el tiempo volvimos a recuperar esa gran confianza mutua y a ser uña y carne, lo cual no quitó algún beso furtivo yendo borrachos seguidos de unas largas conversaciones pidiendonos perdón a la mañana siguiente, unas veces ella, otras yo.
Pasaron un par de años y los dos nos fuimos de Erasmus, ella a Inglaterra y yo a Hungría, como los dos somos muy de estar en pareja, ella se enrolló con un italiano y yo con una belga, muy mona por cierto. En un determinado momento vino a visitarme, supongo que era una excusa tan buena como cualquier otra para visitar Budapest, pero también era una ocasión para vernos y ponernos al día, ya que pasamos de quedar cada semana a estar meses sin saber casi el uno del otro. Yo estaba en una residencia y mi compañero de cuarto estaba de viaje así que se quedaría a dormir conmigo y así se ahorraba un hotel, que éramos estudiantes, había que mirar cada euro.
Bueno, el caso es que llegó y estaba tan guapa como siempre, hicimos lo típico de turistas un par de días, yo haciéndole de guía mientras nos contábamos nuestras vidas. La segunda noche era viernes y decidimos salir con algunos de los amigos del Erasmus, fuimos a los típicos ruin bar, bajando cerveza tras cerveza, Marta le hizo una cobra espectacular a un francés y yo echaba de menos a mi belga, que también andaba fuera esos días. Ya bastante tocados por los litros de cerveza mis colegas se retiraron y nos quedamos ella y yo, nos fuimos hacia una discoteca bastante famosa. Ya en la discoteca seguimos bebiendo, y pasó lo que siempre pasaba cuando bebíamos, volvimos a enrollarnos, volvimos a bailarnos como primates, volví a sobarle el culo mientras me acariciaba el paquete...
El día ya clareaba cuando nos volvimos a la residencia todavía algo tocados, en el tranvía íbamos abrazados, bastante acaramelados (también hacía un frío horrible), pero repitiéndonos muy seriamente que esto no significaba nada, que eramos amigos. Llegamos a la residencia y nos pusimos cómodos: lavarse los dientes, quitarse las lentillas y... quitarse la ropa, en teoría para ponerse el pijama, pero la realidad es que los dos nos quedamos ensimismados, a mi se me marcaba el rabo en los calzones, y a ella el tanga negro que llevaba puesto, por mucho que se lo hubiese palpado toda la noche, era aún mejor en vivo y en directo. Con el alcohol y las ganas nos volvimos a enrollar, le arranqué el sujetador de un tirón y le comí un pezón, y de pronto, como siempre, se apagó el fuego. Le vino el italiano a la cabeza, o el vodka barato, o nuestra amistad, o que se yo, pero paró de golpe y me hizo prometer que, ahora sí, esto se acababa.
A regañadientes nos fuimos a dormir, las camas estaban puestas en paralelo, con una amplia mesilla de noche común y teníamos visión clara el uno del otro. Yo me tumbé intentando olvidarlo, pero con el calentón y el alcohol todo me daba vueltas y era imposible conciliar el sueño. Marta tampoco dormía, estaba con el móvi; y una idea se apoderó de mi mente, tenía que hacerme una paja, así me quitaba el calentón y podría dormir, y con un poco de suerte Marta se animaba.
Se lo enuncié claramente porque no quería malos entendidos, me iba a hacer una paja para dormir, que esperaba que me disculpase. Ella se rió y lo entendí como un "adelante" tácito. Como dormía sólo con el calzón (bendita calefacción) me lo aparté y empecé a pajearme lentamente bajo el edredón con los ojos cerrados. Al rato los abrí y le miré para coger inspiración y para mi sorpresa me estaba mirando fijamente. Nos sonreimos y decidí subir el nivel, aparte el edredón y le dejé ver como me estaba pajeando, el día ya despuntaba y en estos países no hay persianas así que la visión era nítida. Ella tampoco disimuló y miró fijamente mi polla, masajeada reiterativamente por mi mano. Estuve un rato pajeandome ante ella hasta que decidió que, sin duda, la masturbación era una buena idea para dormir, y ella mismo se levantó un poco su piajama de felpa, dejandome ver su abdomen, y metió su mano en su pubis depilado, frotando (intuyo, no llegué a verlo) su clítoris. Sus caras de placer y sus levísimos gemidos me volvían loco y subí el ritmo de la paja hasta acabar masturbandome frenéticamente. Acabamos corriendonos casi simultánemente, ella más comedida (o menos visual) y yo cubriendo mi pecho y parte del edredón de semen caliente. Sin mediar palabra fui a ducharme y al salir de la ducha estaba dormida.
Al día siguiente cuando amanecimos, tras ingerir un ibuprofeno por cabeza, los dos nos juramos no decir nada a nuestros temporales novios europeos y hacer como si aquello jamás hubiese pasado.
Desde ese día, y aún hoy escribiendo esto me preguntó que hubiese pasado si me hubiese metido en su cama en media paja, probablemente un bofetón, pero quizás el mejor polvo de mi vida.