Cuando tenía unos 25 años me depiló durante una temporada una señora de unos 65 años. Era muy profesional y me dejaba muy bien. Las primeras sesiones no pasó nada, me daba algo de vergüenza que me depilase una mujer que podía ser mi abuela. Cuando me acostumbre, empezó a darme morbo, hasta que un día, se entretuvo demasiado y masajeó más de la cuenta. Me empalmé, ella lo agarró, me miró y dijo:
-Hijo mío, cómo se te ha puesto hoy...
Debí sonrojarme y se rio, pero terminó su trabajo y se marchó.
Las siguientes veces, entre el morbo y que ella se detenía a provocarme la erección, siempre terminaba como una piedra. Ella sólo soltaba algún comentario, como "Otra vez se te ha puesto dura...", o "Esto es gloria bendita, chico...", se reía y se marchaba.
Hasta que un día, cuando me empalmé, me miró, sonrió, terminó de depilar, y después siguió meneando hasta que solté todo sobre mi vientre.
-Te habrás quedado a gusto -dijo mientras limpiaba la lefada-. Si a tu novia le gusta la leche, estará contenta. A mí me encanta. Si me pillas con unos años menos...
Cuando le pagué, me anunció que era su última sesión conmigo, que lo dejaba. No volví a verla.