CAPÍTULO 10: CONVERSACIONES INCÓMODAS
Me desperté más temprano de lo que hubiera sido habitual en un domingo después de haber salido el sábado por la noche. Estuve unos escasos minutos en aquel estado mental en el que no sabes si has soñado las imágenes que vuelan por tu mente u ocurrieron de verdad. Me fui desperezando poco a poco y decidí levantarme a desayunar.
En la cocina se encontraba mi madre tomándose un café con su ordenador portátil encima de la mesa. Seguramente estaba repasando cosas del trabajo mientras desayunaba. Cuando me vio me miró con una sonrisa:
-¡Hijito! ¡Buenos días!
-Buenos días, mamá -respondí aún con mucha flojera.
-¿Qué tal el concierto ayer? -me preguntó.
-Bien -dije con mucha prudencia y restando importancia a mi propia respuesta.- Muy bien.
-Ya me lo ha contado Laura -dijo ella con alegría mientras yo me sobresaltaba e inmediatamente intentaba disimular mi nerviosismo.
-Ah... -pronuncié.
-Se ha metido pronto a su cuarto para estudiar -me contó.- No quiere perder ni un segundo.
-De acuerdo -dije seco.- Yo creo que debería hacer lo mismo.
-Vale, cariño -dijo ella.- ¡Mucho ánimo!
Al terminar mi desayuno me fui directamente a mi habitación. Laura se había levantado antes que yo y ya había hablado con mi madre, pero me pareció evidente que no se lo había contado todo. Me resultaba una situación muy incómoda. Hasta que no nos sentáramos con mamá a hablar del tema tendríamos que andar escondiendo algo bastante gordo, y no me parecía buena idea alargarlo demasiado. No sabía si Marta estaba en casa en aquel momento y Laura se había encerrado a estudiar. Me preguntaba hasta cuando estaría en su cuarto y si aprovecharíamos el mínimo rato que tuviéramos con nuestra madre para contarle lo que había sucedido en su coche la noche anterior. A la vez, me daba mucho miedo afrontar una situación así y supuse que a Laura aún más, debido a su carácter a veces cerrado.
Llegó la hora de almorzar. Mi madré nos convocó a voces desde el comedor:
-¡Laura, Robe, a comer!
Me estremecí y tuve un tembleque al sentir que nos íbamos a sentar en la mesa como si nada. Además, no había nombrado a Marta ¿Eso significaba que no estaba en casa? Me fui lentamente al comedor y me puse a poner lo que faltaba en la mesa en modo casi automático. Laura llegó allí mismo unos segundos depués de mi. Miré su rostro y estaba claramente intranquila: tanto o más que yo. Sin decir ni una palabra nos pusimos a comer.
-Marta va a comer con amigas fuera -nos anunció mi madre-, se ha levantado temprano y se ha ido hace unas horas. Así que hoy como con mis dos universitarios aplicados.
-Hum... -dije yo.- No sé si muy aplicado.
-¿Como que no? -preguntó mamá.- ¿No llevas toda la mañana estudiando?
-Bueno... -pronuncié yo.- Hago lo que puedo pero aún me estoy situando con estas asignaturas nuevas.
-Ya veo... -decía mi madre.- Bueno, si se te da la mitad de bien que el bachillerato, estoy tranquila -se giró hacia Laura.- ¿Y qué tal le va a mi primogénita?
Laura seguía callada hasta que tuvo que responder a esa pregunta:
-¿Yo..? Bueno... Supongo que hago lo que puedo y nada más.
-Bueno, hija -contestó nuestra madre.- Quien hace lo que puede no está obligado a nada más.
-Supongo... -contestó Laura volviendo a mirar hacia abajo mientras seguía comiendo.
Y así la comida transcurrió sin mucha más conversación que aquella. Tampoco era un hecho raro, ya que si no estaba Marta no solíamos tener demasiado por decir. Pero yo pensaba que tarde o temprano habría que hablar. Claramente no quería, pero había que hacerlo.
-Voy a buscar algo de fruta para el postre -dijo mi madre al tiempo que se levantaba para ir a la cocina.- Ahora vuelvo.
Miré a mi hermana tan pronto como nuestra madre se fue. Ella me miró a mi. Había terror en sus ojos. Le hice una mirada cómplice e intentamos coger fuerzas y ánimos para cuando nuestra madre volviera a la mesa. Asentí con la cabeza para constatar que había llegado el momento. No fueron más que unos segundos hasta que ella volvió al comedor con tres mandarinas, una para cada uno. Mamá se quedó con la suya y se sentó mientras la comenzaba a pelar.
-Mamá... -dije yo.
-Dime, cielo -dijo casi sin mirarme, mientras la seguía pelando.
-Pues... que... -intenté empezar.
-¿Recuerdas cuando me has preguntado esta mañana sobre el concierto de anoche? -me interrumpió inesperadamente Laura. Mi madre alzó su mirada y mostró más interés en la conversación para responder:
-Sí...
-Te he dicho que muy bien y me he ido pitando a estudiar -recordó Laura.
-Me has dicho que luego me contaríais más -puntualizó mamá. Yo me quedé callado mientras se dirigía de nuevo a mi.- Roberto también ha sido igual de escueto...
-Es que... -mi hermana Laura empezó a decir respirando cada vez más rápido.
-Hijos -dijo nuestra madre con un todo neutro,- tranquilidad. Si tenéis que contar algo, respirad primero.
Y ella se aplicó al cuento. Inspiró profundamente con lentitud. Cuando llenó sus pulmones vi levantarse sus imponentes pechos. Aunque ya no iba tan ligera de ropa como en verano se le adivinaban bien tentadores. Tuve que concentrarme de nuevo en la situación. Mi hermana se había vuelto a quedar muda pero parecía estar meditando sus palabras. Fue mamá la que habló de nuevo, después de suspirar también muy lentamente.
-Hijos, yo también he tenido vuestra edad -empezó.- Y desde mi adultez sé detectar cositas en el hecho de como percibo vuestras expresiones cuando algo fuera de lo común está ocurriendo. Ya veo que tenéis algo que contar...
A mi madre también le temblaba la voz. Un escalofrío me recorría entero porque estaba claro que ella se olía algo, y que también sentía miedo.
-Ayer por la noche... -resurgió de nuevo la voz de Laura.- Interrogué a Roberto.
Me quedé mudo y al borde del ataque de pánico. Mi madre miraba a Laura con estoicismo, pero estoy seguro que por dentro sentía las mismas sensaciones que yo.
-No fue culpa suya, mamá -dijo Laura antes de que pudiéramos contestar.- Casi no me contó nada, de hecho todo lo supuse yo porque llevo semanas preguntándome si ocurre algo fuera de lo habitual. Lo puse entre la espada y la pared.
Mi madre siguió impertérrita.
-Cuando por fin entendí lo que ocurría realmente -continuó Laura,- vi que aquella realidad me daba mucha más "paz" que todas las películas que me hubiera podido montar previamente.
Mi madre bajó su mirada a la mandarina a medio pelar que tenía entre sus dedos.
-Lo siento mucho, Laura -dijo mi madre con una lágrima saliendo tímidamente de su ojo izquierdo.- Nunca hubiera querido preocuparte ni hacerte daño...
-Mamá -dijo mi hermana mientras yo las escuchaba atentamente.- Eso ya lo sé. Solamente quería entenderlo bien.
Mamá siguió pelando la mandarina con nerviosismo.
-Ahora estoy más tranquila -siguió Laura.- No me costó aceptarlo. Aunque me parecía imposible cuando solo lo sospechaba, lo acepté sin más cuando lo confirmé.
Mi madre terminó de pelar su mandarina. Estaba muy callada y claramente no sabía qué decir. Finalmente habló:
-Estoy sin palabras Laura. Temía este momento y ahora ha llegado. Temía que este momento llegara para romper esta familia por mi culpa.
-No, mamá -contesté yo.
-Pienso como Roberto -añadió Laura.- Yo no soy nadie para juzgaros.
Mi madre ya estaba llorando con mucha más intensidad y se notaba su desahogo en cada lágrima. Se iba tranquilizando poco a poco.
-¡Lo siento, Laura! -decía llorando.- ¡Lo siento también por ti, Roberto! No quiero nada malo para vosotros.
-Lo sabemos, mamá -dijo Laura visiblemente emocionada.- Ya os he dicho a los dos que lo entiendo. Que no pasa nada.
-Vaya familia... -dijo mi madre soltando una leve carcajada después del rato llorando.- Damos por buenas cosas bien raras. Por favor Laura, esto no puede saberse.
-Lo sé, mamá -respondió ella con tranquilidad.- Además...
Laura se calló durante unos segundos porque no sabía como seguir.
-Ademas... ¿Qué? -preguntó mamá.
Laura mantuvo su silencio. Así que hablé yo:
-Laura y yo nos enrollamos ayer, mamá.
Fue Laura quien se puso totalmente pálida en un instante, justo después de que yo dijera eso. Mi madre ya no lloraba. De hecho me pareció ver que sonreía muy ligeramente a la vez que se llevaba a la boca un gajo de su mandarina justo después de escuchar la frase. Lo masticó un poco y dijo:
-Me lo podía imaginar.
Y luego se hizo el silencio. No sé cuantos segundos pasaron con Laura y yo mirando al vacío mientras creía que podía oír hasta los sonidos que hacía mamá masticando su mandarina. Se me hizo eterno hasta que ella volvió a hablar mientras ella también miraba al vacío:
-La verdad es que es una noticia que no tengo ni idea de como me deja. No me sorprende, no me enfada, no me alegra, no me entristece... No entiendo por qué, pero me quedo igual.
-Lo siento, mamá -dijo Laura sin saber bien qué más decir.
-No creo que haya nada que perdonar, cielo -le contestó mi madre.- Si me pareciera mal, tampoco estaría en disposición de juzgar en absoluto nada de lo que podáis hacer. Después de lo que hemos hecho tanto mi hermana como yo… -cambió el tono a uno más preocupado.- ¿Usasteis protección?
-Bueno... No, porque solo le hice una mamada… -dijo Laura con sorprendente franqueza queriendo transmitir un tono tranquilizador.
-¡Laura! -dije yo escandalizado.- ¡No hace falta dar detall…
-No pasa nada -dijo nuestra madre sonriendo.- Me alegro que lo pasarais bien. Lo digo de verdad.
Yo no me creía nada de lo que estaba ocurriendo. La verdad es que parecía que mi madre sí que lo decía con total franqueza, pero había algo en su tono que me hizo percatar que todavía le hacía falta tiempo para asimilarlo.
Nuestra madre se levantó de la silla, dio un suspiro que parecía de puro alivio y abrió sus brazos:
-Venid aquí...
Laura y yo nos miramos. Mi hermana tenía una expresión facial de vergüenza pero estaba mucho más calmada, y yo también respiraba un poco más tranquilo. Me acerqué a mamá para abrazarla y Laura hizo lo mismo unos segundos después. Nos rodeó con sus brazos y apoyó su cabeza en donde se juntaban nuestros hombros para decirnos al oído:
-Os quiero mucho, hijos míos. Gracias por contármelo.
Yo no supe qué decir de buenas a primeras, pero finalmente me salió un sincero:
-Nosotros también te queremos.
-Muchísimo -añadió Laura entre más suspiros llenos de sentimientos.
-Deseo que estemos todos bien, y que nadie se haga daño -nos recordó nuestra madre.- Nada más que eso.
-Lo sabemos -respondí yo.
-Pero sois libres -continuó ella.- Vuestra vida es solo vuestra.
-Gracias, mami -susurró Laura.
-Hija... -sonrió mi madre mientras se separaba del abrazo.- Hacía años que no me llamabas así.
Y Laura sonrió. Vi una sonrisa de esas totalmente sinceras y puras. Una de esas que tanto le costaba sacar a Laura. Estaba preciosa.
-Venga, que no os quiero robar más tiempo -dijo mi madre recuperando su tono habitual.- A seguir con vuestra tarde, que seguro que tenéis mejores cosas que hacer.
Y me fui a mi habitación de nuevo. Cuando llegué allí, me senté en la cama y me puse a pensar. ¡Cuantas emociones y que poco el tiempo para procesarlas! Por lo visto, Laura y yo teníamos la plena aprobación de mi madre. ¿Eso significaba que lo mío con mi madre (y con mi tía) también seguía intacto? ¿Y que con Laura podría seguir explorando también esa nueva forma de relacionarnos? Me parecía todo cada vez más loco. Llegué a la conclusión de que el siguiente paso era volver a hablar a solas con Laura, para ver como se sentía ella con todo esto. Seguramente ella se habría puesto a estudiar en su cuarto, por lo que era mala idea ir en aquel momento si no quería molestarla. No sé cuantos minutos pasaron hasta que oí golpes a mi puerta:
-¿Puedo pasar? -era la voz de Laura detrás de ella.
-Uh... -volví a la realidad.- Sí. Adelante.
Abrió la puerta y entró cabizbaja a mi habitación.
-Ey... -me saludó.
-Buenas -le respondí.- ¿Como estás?
-Como si me hubieran disparado desde un cañón y aún no supera donde me voy a estrellar -contestó.- ¿Y tu?
-Un poco igual -dije sonriendo.
-Y voy yo y me pongo a intentar estudiar... -me contó con una risa nerviosa.- Con la cabeza como la tengo.
-Yo tampoco podría -confesé.- Ni siquiera lo he intentado.
-Ya... -dijo.- ¿Quieres hablar?
-Me encantaría -admití.- Me preguntaba cuando podría charlar contigo.
-¿Como lo ves todo? -me pregunto.- Sé sincero, por favor.
Me puse pensativo y me encogí de hombros:
-Bueno... -comencé.- ¿Qué quieres que te diga? Desde el principio esto ya fue para mi lo más surrealista que me podría haber imaginado. Cuanto más avanza la cosa más surrealismo veo, así que no sé si los estándares de lo que es normal ya se rompieron al comienzo y ahora todo es posible, o si realmente cada vez el asunto es más peliagudo.
-Sí... -dijo Laura.- Entiendo.
-Lo que ocurre -seguí.- Es que, más allá de lo de moral de "si está bien o está mal"... ¿Qué hay? ¿Cual sería la parte mala?
Laura levantó la cabeza y vi como me miraba. En aquella ocasión fue ella quien se encogió de hombros.
-Lo que no hay que olvidar es que fuera de esta casa tenemos una vida normal de jóvenes de nuestra edad -sentenció.- Pero dentro de casa, si mamá está de acuerdo...
-Y si tú también lo estás, claro -dije yo con cierta emoción.
-¡Y tú! -se rio ella.
-¿Como no iba a estarlo? -dije bajando yo la cabeza con un leve sonrojo.
-Claro... -dijo ella con aires de suficiencia.- Después de probar una mamada mía, ¿como no ibas a querer más?
Me sonrojé mucho más y la miré directamente con los ojos abiertos y una sonrisa nerviosa. Los dos nos echamos a reír durante un rato. Cuando nuestra risa se apagó, nos quedamos en silencio mirándonos a los ojos. Laura habló de nuevo:
-Bueno, Enano... -dijo mientras caminaba hacia mi, que seguía sentado en mi cama.- Creo que ahora sí que me voy a intentar estudiar -se agachó para acercar su cara a la mía.- Pero me gustaría encontrar pronto algún momento de tranquilidad contigo -dijo justo antes de besarme en los labios.- Para seguir charlando y hacer lo que nos apetezca.
Yo estaba paralizado pero sonreí muy cerca de su cara, a lo que ella respondió de la misma forma. Le devolví el beso antes de contestar.
-Te digo por experiencia que es difícil encontrar estos momentos en una casa donde vivimos cuatro personas... -suspiré.- Pero yo también quiero.
-No hay prisa -dijo Laura, esta vez sonrojándose ella.- Aunque sí hay ganas.
Y se fue de mi habitación. Me quedé solo y seguí en la misma posición durante un buen rato: sentado en mi cama y soñando despierto en lo que podía esperarme pronto.
. . .
Horas después, ya había podido concentrarme un poco en estudiar y me fue bien para poder desconectar de todos los líos mentales que aún se estaban asentando en mi cabeza. Fue antes de la cena que sonó mi teléfono móvil y vi el nombre de tía Isa en mi pantalla, hecho que me cogió desprevenido. Pulsé el botón de descolgar y dije:
-¿Sí?
-¡Pero bueno! -dijo mi tía con una euforia notable.- ¡Si estoy hablando con mi sobrino el triunfador!
-Hola, tía... -contesté balbuceando.- ¿Cómo dices?
-¡Que estoy flipando contigo, Roberto! -me respondió.- Nunca había visto nada así... Y yo misma estoy alucinada de lo que me está encantando enterarme de todo esto.
-Hablas de... -empecé a decir yo en un tono de voz más bajo.
-Así que con Laura en el coche de mamá, ¿eh?
Me quedé callado. De tía Isabel me podía esperar ese tipo de euforia, pero seguía habiendo partes que representaban un terreno desconocido para mi. Bajé todavía más el volumen de mi voz (por si alguien en casa me escuchaba) y dije:
-Bueno... Te lo ha contado mamá, ¿no?
-Lo hemos estado hablando por teléfono largo y tendido -me contó.- Mi conclusión es que ella lo acepta y le parece genial, aunque eso no quita que tenga que hacer su proceso de asimilación. Como todos, supongo.
-Ya... -respondí de forma monosilábica.- ¿Y tú como estás?
-¿Yo? -preguntó tía Isabel con aparente sorpresa.- La verdad es que bien. Muerta de curiosidad por saber más detalles. Te llamé a ti por la confianza que ya nos tenemos, pero también me gustaría hablar con Laura y que se sintiera cómoda pudiendo tratar el tema con normalidad... Al fin y al cabo, también es mi sobrina.
-Bueno, eso como queráis vosotras -respondí yo manteniéndome al margen.
-Oye -me dijo ella.- Mañana es lunes, pero ¿Qué haces después de la uni? ¿Te quieres venir a tomar un café en mi casa y me cuentas todo mejor? Quiero saber de primera mano como estás con tantas emociones nuevas.
-¿Mañana? -dije yo haciendo memoria.- Creo que no tengo nada.
-¡Genial! -dijo tía Isabel.- Yo voy a estar toda la tarde en casita, así que ven a la hora que te apetezca, ¿Vale?
-De acuerdo... -contesté.- Hasta mañana, pues.
-¡Chao! -dijo mi tía con alegría.
-¡Y buenas noches! -concluí.
Colgué y suspiré. Las novedades ya empezaban a ser *** populi. Me vino a la cabeza Marta y pensé en como de inocente debería ser ella para no enterarse de todo cuanto ocurría, y más cuando ya empezábamos a hablarlo entre nosotros como si nada. Mientras pensaba en aquello, oí la voz de mi madre desde el piso de abajo:
-¡A cenar! -gritó.
Cenamos los cuatro habitantes de la casa juntos. Seguí sufriendo por Marta (que había llegado a nuestro hogar durante la tarde) y me preguntaba si las conversaciones durante la cena sonarían sobreactuadas o forzadas, cuando ya eramos mayoría los que estábamos escondiendo secretos inconfesables para la benjamina de la familia. La verdad es que parecía la cena de una familia monoparental normal, con lo cual me sentí aliviado a pesar de estar echando ojeadas a Marta, por si captaba alguna señal de sospecha. No vi nada, a parte de volverme a sorprender por como se le abulataba el ya muy generoso pecho debajo de su jersey.
. . .
El día siguiente transcurrió con bastante tranquilidad, aunque yo me notaba bastante distraído. Me fui a la universidad de Barcelona en tren y presté toda la atención que pude a las clases, aunque tenía la cabeza dando vueltas por otros lares más allá de la facultad. Cuando acabaron, comí y me fui de allí, yendo a la estación para coger el tren de vuelta. Saqué el móvil de mi bolsillo y escribí un sms a mi tía: "Salgo de la uni, podría estar en una horita y algo a tu casa, si te va bien." Ella me envió el siguiente mensaje de respuesta: "¡Vale! Ven cuando quieras

".
Llegué allí a la hora anunciada y llamé al timbre:
-¿Hola? -dijo mi tía por el interfono.
-¡Soy yo! -respondí.
-¡Sube! -dijo antes de que yo oyera el zumbido que indicaba que estaba abriendo la puerta.
Ya en su casa, ella me invitó a pasar. Iba vestida de otoño, con un jersey naranja bastante ancho y unos tejanos azules que le marcaban el culo que daba gusto. Me senté en la mesa como ella me indicó.
-¿Café? ¿Infusión? -me preguntó ella.
-Un te verde para mi -le pedí yo.
-¡Marchando! -me anunció.
Volvió con dos tazas preparadas y se sentó enfrente de mi. Me percaté de que su jersey tenia algo de escote, aunque no muy destacable.
-Bien -dijo ella.- ¿Como estás hoy?
-¿La verdad? -pregunté.- Un poco distraído... La cabeza me da vueltas y no la puedo parar. Desdé que empezó lo de tú y lo de mi madre que no me sentía así.
-¡Normal, corazón! -dijo ella muy comprensiva.- ¿Has podido hablar con Laura hoy?
-Que va -le informé.- Vamos a unis distintas y nos levantamos a horas distintas.
-Entiendo -dijo ella.- Daos tiempo. Sois jóvenes y necesitáis procesar más.
-Supongo -dije yo encogiéndome de hombros.
-La verdad es que algo me dice que Laura agradece esto que está ocurriendo -me dijo tía Isabel.
-Hay que ver lo desanimada que está últimamente... Algo así le va a dar un poco de dopamina, ¡seguro!
-Puede ser... -dije yo con una tímida sonrisa.
-Bueno, ¡cuéntame tú de primera mano como fue! -pidió mi tía con entusiasmo.
Le expliqué con un poco de vergüenza como Laura y yo nos habíamos quedado en el coche en la vuelta del concierto y lo que había ocurrido durante la conversación.
-Así que te llevaste una mamada de tu hermana mayor ¿eh? -dijo mi tía con los ojos llenos de ilusión.- Supongo que le devolviste el favor, ¿no?
-Por supuesto -le dije más cómodo y entre una risa suave.
-¡Bien! Así es como te hemos enseñado tu madre y yo -dijo guiñándome un ojo y sonriendo de la forma más sexy imaginable.- ¿Y qué tal la chupa Laura? Tiene pinta de estar bien entrenada...
-Lo está -dije yo levantando una ceja y sonriendo un poco más.
-Bien, bien... -dijo ella.- Se confirma lo que era sospecha. Yo no he tenido hijas pero mi sobrina mayor ha salido a mi, que yo a su edad también me había comido ya unas cuantas.
-Voy muy atrasado -dije riéndome más.- Yo de momento solo me he comido dos coños. El tuyo y el de mamá. A Laura solamente se lo toqué...
-¡Pues te tendrás que poner al día! -dijo tía Isabel con fingida autoridad.- La próxima vez que tengáis un ratito, empieza con una buena comida de coño y ya verás qué contenta va a estar.
-Vale -le dije a mi tía con determinación y siguiendo con mi sonrisa.- Así lo haré.
-¡Buen chico! -dijo mi tía otra vez recostando un codo en la mesa y aguantándose la cabeza con su mano.
Yo no respondí y seguí con mi sonrisa. La conversación me había dejado un poco más relajado, pero también me habían entrado ciertos calores. Mi tía volvió a hablar después de su pausa con un tono la mar de seductor:
-¿Quieres practicar para la ocasión?
Sonreí todavía más y, aunque bajé un poco la cabeza, clavé mi mirada a la suya. Ella se levantó y me agarró de la mano, llevándome a su cuarto. Hacía semanas que no lo hacía con ella, con lo cual las ganas estaban bastante acumuladas. Una vez llegamos a su habitación, ella se abalanzó sobre mi y me empezó a morrear. Nos abrazamos y mis manos empezaron a recorrer su cuerpo, así como las suyas hacían lo propio con el mío. Nos quitamos la ropa mutuamente hasta que yo me quedé en calzoncillos y ella en un conjunto de lencería negro que ya le había había visto en alguna otra ocasión. Llevando ella unas bragas brasileñas, mis manos empezaron a amasar sus nalgas a placer mientras dirigí mi cara a su canalillo.
Entre respiraciones aceleradas, ella se tumbó en la cama mientras yo me situaba encima de ella, besándola de nuevo con pasión y desenfreno. Mis manos visitaban muchos puntos de su cuerpo: sus caderas, su cintura, sus tetas, su culo, su entrepierna... Mis besos también crearon un recorrido a lo largo de él, que partía desde su boca, pasaba por su cuello, viajaba hasta sus pechos, continuaba hacia su ombligo y llegaba a sus muslos. Allí el calor era más intenso que en cualquiera de las anteriores paradas, y era allí donde residía el destino deseado de mi sinhueso.
Con los dedos de mis manos, agarré su tanga por cada uno de sus lados y empecé a bajarlo lentamente, saboreando el momento. Mi tía me miraba con una sonrisa muy traviesa y unos ojos bien atentos, sin perderse ningún detalle de lo que yo hacía. Cuando vi su coño bien apetitoso me lamí los labios con muchas ganas, ya que llevaba bastante tiempo sin comerme ninguno y me apetecía un montón.
Me tomé mi tiempo, ya que no había ninguna prisa y siempre era buena idea crear cierto desespero en la persona que estaba a punto de complacer. Pensé en Laura, y en como sería tenerla alguna vez allí mismo, en aquella misma situación. Yo querría quedar bien la primera vez, así que debía pensar bien en trabajar ese momento previo. Mi lengua pasó por entre los muslos de mi tía y también por su pubis, empezando a trazar círculos alrededor de él. Bajé hasta su coño pero me detuve antes de llegar al clítoris. Después, me separé un poco y tomé como punto de partida casi el perineo de tía Isabel, justo donde empezaba la parte interior de su raja, para dar un buen lametón que subiría lenta pero intensamente por la entrada de su vagina, hasta llegar por fin al punto con más terminaciones nerviosas de toda aquella zona.
Le propicié muy buenos cuidados a su clítoris, sin olvidar de cambiar mi ritmo y movimiento de vez en cuando para pillarla por sorpresa cada cierto tiempo.
-Oh, Roberto... -dijo con una mezcla de placer y desespero.- Joder, cuanto has aprendido…
Seguí con más intensidad, con toda la intención de hacer que se corriera pronto y fuerte, aunque me reservaba algo para cuando notara que su orgasmo fuera inminente. Cuando sus jadeos eran mucho más exagerados y sus músculos se tensaban al máximo, ella me agarró la cabeza y yo decidí meter dos de mis dedos en su vagina, para buscar su punto G haciendo gancho hacía el mismo punto al que mi lengua estaba trabajando en su placer, pero desde dentro.
-¡OH! ¡DIOS! ¡JODER! -decía ella ya gritando.
Y empezó a temblar. Se corrió de forma casi escandalosa y sus espasmos se notaron tanto visualmente como al tacto de la piel de sus piernas y cintura. La expresión de su cara parecía la de cuando te estás aguantando las ganas de llorar fuertemente, aunque rápidamente pasó a la de éxtasis absoluto, con sus ojos casi en blanco.
Se relajó gradualmente con su respiración apaciguándose segundo a segundo. Me miró y sonrió con cara de maravillada. Me acarició de nuevo la cabeza mientras cerraba sus ojos y su sonrisa de felicidad crecía. Después me dijo, con un hilo de dulce voz:
-¡Eres un crack! Si le haces esto a Laura va a flipar, por mucha experiencia que tenga ella ya.
-Gracias, tía -dije mientras me ponía de rodillas en su cama, quedando delante de ella.- Eso es porque mamá y tu me habéis enseñado genial.
-Porque tenemos que instruir bien al niño de la familia, que por suerte aprende muy ráìdo -me dijo levantando una ceja.- Y también tenemos que cuidarlo…
Y acto seguido me agarró el paquete, que ya había estado morcillón desde antes y se acabó de endurecer en aquel mismo momento. Sentí una sensación de deseo creciente y ella añadió:
-¿Quieres que ahora tu querida tía cuide de ti?
Sonreí con una emoción desbordante, ya que cuando mi tía se sentía agradecida lo demostraba con mucho esmero. Ella continuó poniéndomela más dura con sus caricias a través de mis calzoncillos y yo me abandoné al placer absoluto. Ella se incorporó y vino hacia mi para bajarme la ropa interior y liberar mi polla endurecida. Cuando la vio, fue ella la que se lamió los labios. Después de lamérselos, me la agarró y la empezó a pajearme con mucha tranquilidad, a lo que mi verga respondió poniéndose todavía más dura.
No tardó en empezar sus lametones i besuqueos a lo largo de mi falo, a modo de preámbulo para metérsela en la boca y empezar una de sus precisas y placenteras mamadas. La disfruté como un condenado, notando su lengua dándole a puntos muy concretos de mi polla y sus labios haciendo un roce delicioso con ella. Mi pene era ya de pura roca, lleno de la saliva de la hermana de mi madre.
Un buen rato estuvo así hasta que ella me hizo una propuesta, de nuevo con su sonrisa traviesa:
-¿Te apetece correrte así o me quieres follar el coño un poquito?
Me lo pensé unos segundos ya que todas las opciones me parecían bien. Pero al final me decidí:
-Si quieres te follo un rato, y luego ya vemos como me corro.
-Espléndido -me dijo ella con ganazas.- ¿Me pongo a cuatro patas?
Asentí con una mirada llena de lujuria y procedimos a llevar a cabo ese plan concreto. Cuando se puso a cuatro patas, llevando solamente el sujetador puesto, vi como me ofrecía su increíble culazo, y la entrada de su vagina deseosa de ser penetrada. Me puse rápidamente el preservativo que saqué del cajón de su mesilla (el sitio donde yo ya sabía que ella los guardaba) y le agarré las nalgas para situarme detrás de ella, dirigiéndome directamente a penetrar su mojado agujero.
Entré y, poco a poco, la fui metiendo centímetro a centímetro, a lo que ella reaccionó con un “Uff” de puro gusto. Cuando estuve acomodado le empecé a dar caña. Minuto a minuto me sentí con más ganas de darle cada vez más fuerte, y así lo hice, incrementando bastante la intensidad de sus gemidos. Mi polla estaba bien dura y disfrutona de follarme a mi tía en nuestra posición favorita, solo unos minutos después ya notaba mi corrida inminente.
-Me queda poco, tía… -dije entre jadeos.
-¿Te quieres correr en mi cara? -me propuso.
La idea me puso incluso más cachondo. Quería ver esa imagen.
-Sí… Me encantaría… -respondí como pude.
Esperó a que yo detuviera mis embestidas y se separó de mi. Se giró con mucha habilidad y se sentó delante de mi, mientras me quitaba el preservativo. Me empezó a pajear abriendo su boca justo debajo de mi polla, mientras sacaba su lengua.
-¡Dámelo todo, Robe! -dijo llena de morbo y deseo.- Como también se lo das a tu madre y a tu hermana. Nos encanta tu semen…
Aquellas palabras me mataron y llegué a mi pico de placer y de calentura. Empecé a eyacular con su paja mientras tía Isabel apoyó la punta de mi falo en su propia lengua. Los chorros de leche le entraron en la boca, pero también le pringaron la cara, llegando incluso a su frente. Yo gemí y disfruté de aquella corrida no perdiendo detalle de lo que veían mis ojos. La lengua de mi tía se puso juguetona para que mis espasmos se alargaran lo máximo posible.
Cuando ya había terminado, contemplé su rostro cubierto de mi líquido blanco. Vi somo sonreía, la imagen me pareció increíble y mi satisfacción no podía ser más grande. En medio de esta sonrisa, esa cara de ángel cubierta de semen caliente habló:
-Ay, sobrinito… -dijo mientras me guiñaba un ojo que tenía una gota de esperma peligrosamente cerca, aunque parecía no importarle demasiado.- Como me has puesto la cara con tus ganitas… ¡Me encanta!
Sonreí para expresar bien aquel nivel de satisfacción y respondí:
-A mi también me encanta, tía Isabel.
. . .
Llegué a casa por el atardecer, ya limpio porque que tía Isabel me había dejado ducharme (con ella) en su casa para poder quitarme el sudor después del esfuerzo. Cuando entré, Laura fue la primera persona que me encontré:
-Buenas -me dijo con con su aparente y habitual desinterés.- ¿Qué tal?
-Bien -contesté yo comprendiendo que hacía un esfuerzo por demostrar que realmente sí que ese interés en ser más amable.- Bien ¿Qué tal tú?
-Hasta el coño de estudiar -me respondió ella.- ¿Y tú qué has hecho hoy?
-Bueno… -dije paralizándome.- Vengo de…
-¿Sí?… -dijo ella despertando de nuevo su mirada interrogadora.- Dime…
-Bueno -suspiré yo.- Vengo de casa de tía Isabel.
-Ah… -dijo ella mirando al suelo.- Entiendo.
Me quedé en silencio porque no sabía qué decir.
-Joder, que envidia -dijo sin dar mucha importancia a su propio mensaje y bajando el tono de voz.- Con tanto estrés me vendría genial echar un polvo a mi también.
Seguí sin contestar, aunque en mi mirada se levantaron las ganas de ofrecerle tomar parte en este asunto en cuanto se pudiera. Después ella mismo hizo el geste de mantener el silencio y me hizo una mueca para indicarme que Marta estaba en casa, pronunciando su nombre solo con sus labios sin usar su voz en absoluto. Después se acercó a mi y me susurró al oído:
-He estado pensando.
-¿Sobre qué? -le pregunté con el mismo nivel de susurro.
-Después de todo lo que hemos hablado con mamá -me contó,- creo que os vendría bien quedaros a solas una tarde en casa, que ella vea que aún quieres hacerlo con ella a pesar de lo que ocurrió la otra noche. He pensado en decirle a Marta de ir al cine con ella el miércoles por la tarde, así yo también descansaré de tanto estudiar.
-¿Estás segura? -le dije con sorpresa.
-Sí -asintió con firmeza.- Creo que os irá bien a los dos -concluyó, para luego añadir.- Pero igualmente, si te apetece, buscaremos un momento para nosotros dos. También quiero hacerlo contigo y que me quites ese estrés… Y ya sabes que yo siempre me aseguro que un chico quede bien contento conmigo, así que eso que te vas a llevar.
Me volví a callar y sonreí con timidez.
-De momento fóllate bien a mamá el miércoles -dijo con una sonrisa casi malvada mientras me guiñaba un ojo.- Ya encontraremos otro momento.
. . .
El miércoles llegué de la universidad pasadas las cuatro de la tarde:
-¡Hola! -saludé.- Ya estoy en casa.
-¡Hola, cielo! -dijo la voz de mi madre desde la cocina.
Entré hasta donde estaba ella y la vi vestida con un ancho jersey morado y unos pantalones tejanos. Le dediqué una sonrisa y le fui a dar un abrazo. Ella se fundió conmigo en ese abrazo sincero y me dijo al oído:
-Hijo mío, estamos solos.
-Lo sé -respondí.- Laura…
-Sí -me interrumpió mi madre.- Laura se ha ido al cine con Marta para dejarnos nuestro espacio. Lo cierto es que Marta lo ha agradecido mucho y la he visto muy contenta de que Laura vuelva a hacer planes con ella y contigo para recuperar esa conexión…
-Entonces todos contentos -le sonreí a mi madre separándome un poco del abrazo. Mis ojos se quedaron mirando a los suyos.
-¿Verdad que sí? -dijo mi madre con una sonrisa llena de ilusión.- ¿Qué te apetece hacer?
Sonreí y acerqué mis labios a los suyos para empezarnos a besar apasionadamente. En seguida le quité el jersey ancho y debajo llevaba una camiseta de tirantes para nada ancha, si no que era tan estrecha que parecía que sus tetas iban a rebentarla. Ataqué aquel par de melones con todas las ganas que llevaba acumuladas, con mis manos, mi cara y mi lengua restregándose por el impresionante canalillo que lucían.
Nos subimos al cuarto de mi madre y allí nos seguimos enrollando mientras ella me quitaba la camiseta a la vez que yo hacía lo propio con la suya, revelando un sujetador negro con algo de push up, seguramente para que me volviera aún más loco de lo que ya me volvía cuando le veía las tetas. Me pegué un tremendo festín con ellas, para aprovechar bien el tiempo del que disponíamos y me acabé deshaciendo del sujetador para continuar con mi propósito, al tiempo que ella se las ingeniaba para desabrocharme los pantalones.
Después de quitármelos, también se quitó los suyos, quedando tan solo en unas bragas sencillas de algodón. Fue en aquel momento que empezó a acariciar mi paquete a través de mis calzoncillos y ya empecé a sentir aquel placer que tanto me gusta, con toda la anticipación que conlleva. Me besaba en los labios, en mi cuello y en mi torso, justo para después dirigirse a mi polla y llenarla también de besos después de bajarme los calzoncillos ella misma.
-Tenemos que mimar mucho esa polla -me dijo con una expresión de ilusión entrañable y casi sonrojándose.- Con ella das muchas alegrías a las chicas de tu familia.
-¡Mamá! -me reí nerviosamente.- Eres de lo que no hay.
-Lo sé -dijo justo antes de meterse mi polla en la boca y empezar sus mimos de madre, esas mamadas tan llenas y sentidas de profundo cariño y amor por su hijo. Tardó un par de minutos en sacársela de la boca y agarrarla desde su base para empezar a deslizarla por sus pechos.
-Joder, mamá… -dije entre gemidos.
-Que bien saber lo que te gusta y poder dártelo, hijo -dijo ella con actitud de orgullo.
-Qué bien tener a la mejor madre del mundo -pronuncié lleno de gozo.
-Es lo justo para el mejor hijo -contestó ampliando aún más su sonrisa.
Rápidamente se quitó las bragas y se tumbó en la cama. Aproveché el momento para situar mi cabeza entre sus piernas, ya que era mi momento de hacerla gozar. Le comí el coño a mi manera, empezando con pequeños acercamientos y acabando con lametones muy bien dirigidos a sus partes más receptivas, estaba muy húmeda.
La dejé a un buen punto de deseo por continuar y me incorporé encima de ella, con mi polla bien dura acercándose mucho al sitio que había estado lamiendo segundos atrás. Ella me la agarró para dirigirla a la entrada de su vagina y agradecí mucho el hecho de que, al menos con mi madre lo pudiera hacer sin llevar condón, ya que meterla en aquel agujero mojado y caliente era una auténtica delicia.
Fui entrando poco a poco durante unos segundos de disfrute puro y empecé a follarla. Le comí y le sobé las tetas mientras lo hacía y me puse las botas. No sabía si tardaría mucho en correrme, pero mientras mi polla se endurecía cada vez más en su interior, ella estimuló su clítoris para que su orgasmo llegara antes que el mío, cosa que ocurrió en un momento, cuando todo su cuerpo empezó a temblar mientras yo seguía bombeándola.
Lo cierto es que mi pico de placer estaba también muy cerca y mi madre lo notó justo después de su orgasmo, a lo que me dijo:
-¿Te quieres correr en mis tetas, hijito?
-Sí -contesté entre jadeos.
Y le saqué la polla de su agujero para que ella se pusiera en la posición adecuada con su brazo izquierdo abarcando la parte inferior de sus increíbles berzas, juntándolas y elevándolas (dando una imagen absolutamente fantástica de sus atractivos) y con su mano derecha agarrándome la verga para drenarme por completo. Me pajeó mientras la punta de mi nabo hacía roce con sus pechos y la sensación fue indescriptible. No tarde en empezar a vaciarme:
-Oh… Mamá… ¡OH, MAMÁ! -casi grité.
Le pinté las tetas de blanco, con una corrida larga y contundente, ya que mi última eyaculación había sido dos días antes, en la cara de mi tía. Siguió esparciendo mi propio semen por sus tetas con las gotas que iban saliendo de la punta de mi polla cuando la deslizaba por ellas intentando no dejar ni un rincón sin prigar.
-Hay que ver, hijo -me dijo riéndose.- Ellas te dieron leche durante los primeros años de tu vida y hoy tú les das leche a ellas.
Me reí a carcajada limpia y dije:
-Te quiero, mamá…
-Yo también, hijo -dijo recuperando su ternura habitual.
Nos dimos un beso apasionado mientras recuperábamos nuestro ritmo cardíaco habitual y empezábamos a respirar más pausadamente. Después nos fuimos a la ducha, ya que sus tetas lo necesitaban después de como yo mismo las había dejado.
-¿Sabes? -me dijo enjabonándome el pelo después de minutos de cómodo silencio.- He pensado que lo justo sería…
-¿De qué hablas? -le pregunté lleno de curiosidad.
-Laura hoy ha tenido un gesto bonito tanto con Marta como con nosotros dos -reflexionó.- Está muy bien que nos cuidemos así. Yo también debería llevar a Marta un día de compras, y Laura y tu os quedáis en casa con la excusa que tenéis que estudiar.
-Mamá… -dije.- ¿De verdad?
-Sí, cariño -asintió muy tranquila.- Si esa es nuestra forma de cuidarnos como familia, que así sea.
-Joder -dije yo mientras le enjabonaba las tetas (cosa que ya llevaba un buen rato haciendo).- Gracias… No sé que más decir.
-No hace falta que digas nada, cariño -me dijo de esa forma tan tierna que solo ella sabía hacer.- Solo espero que os lo paséis muy bien y os deis muchos mimos…
-Vale, mamá… -dije emocionado.
-¡Eso sí! -dijo ella con un repentino semblante autoritario.- Tenéis que estudiar igualmente en otros momentos, que las asignaturas no se aprueban solas ¿Eh?
-Vale, mamá -le dije.- Prometido.
-Ese es mi chico -me dijo justo antes de darme un beso en los labios.
CONTINUARÁ...