El verano con mi tía

gendickplus

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**Capítulo 1: El error de la reserva**


El sol de Crema, Italia, bañaba los tejados de tejas rojas y los campos de olivos con un resplandor dorado. Mis padres, siempre apasionados por sus escapadas culturales, habían planeado este viaje con entusiasmo. Yo, con 22 años, no estaba tan convencido de pasar una semana en una ciudad pequeña, pero necesitaba un respiro de la rutina. Lo que no imaginé era que este viaje cambiaría mi forma de ver el mundo… y a mi tía.


Mi tía, hermana de mi madre, venía con nosotros. A sus 46 años, siempre había sido una presencia magnética: ingeniosa, con una risa que llenaba cualquier habitación y unos ojos que parecían guardar historias no contadas. Desde niño le tenía un cariño enorme, pero en los últimos años, nuestras charlas en reuniones familiares se habían vuelto más profundas, más significativas, además a partir de mis 18 años, la empecé a ver más atractiva, recuerdo un fin de semana en la playa con la familia, en la cuál ella vino con su exmarido, y en ese entonces no podía dejar de fijarme en su culo, aunque yo pensé que simplemente era cosa de mi edad.


Yo sabía que acababa de pasar por un divorcio duro; su exmarido la había traicionado, dejándola con el corazón roto y la autoestima hecha pedazos. Él le había dicho, con crueldad, que ya no era sensual, que los años la habían apagado. Pero cuando la vi en el aeropuerto, con su vestido ligero y una sonrisa tímida, supe que estaba equivocado.



Allí la vi, a sus 46 años, una mujer que irradia una sensualidad natural que no necesita alardear para captar todas las miradas. Su cabello rubio, ligeramente ondulado, cae como una cascada suave sobre sus hombros. Ella mide 1,60, una estatura que podría parecer modesta, pero su presencia es imponente. Su figura, esculpida por años de disciplina deportiva, es un equilibrio perfecto entre fuerza y feminidad. Sus nalgas, firmes y bien definidas, se mueven con una gracia que hipnotiza cuando camina, como si cada paso estuviera coreografiado. Sus pechos, aunque no son grandes, tienen una forma sensual, perfectamente proporcionados, que parecen desafiar las inseguridades que su exmarido intentó sembrar en ella. No pude evitar pensar en lo guapa y sexy que estaba, aunque una vez más intenté no darle importancia, al fin y al cabo es mi tía ¿no?.



Llegamos a la villa, una construcción de piedra con un patio lleno de flores. Todo parecía perfecto hasta que la dueña, una anciana de voz melodiosa, nos dio la noticia.



—Signore, signori, lo siento mucho, pero hubo un error con la reserva. Solo tenemos dos habitaciones disponibles.



Mis padres se miraron, y mi madre, siempre práctica, se encogió de hombros.



—No hay problema, tu tía y tú podéis compartir la doble, ¿verdad? Os conocéis de siempre.



Sentí un calor subir por mi nuca. Mi tía, a mi lado, soltó una risita nerviosa, ajustándose las gafas de sol sobre la cabeza.



—Supongo que podemos arreglarnos —dijo, aunque sus ojos se encontraron con los míos por un instante, y no sé si fueron cosas mías, pero su mirada había cambiado a una mirada de deseo.



La habitación era pequeña, con una cama doble que dominaba el espacio, un ventanal con vistas a los campos y una lámpara que proyectaba una luz cálida. Mi tía dejó su maleta en un rincón y se acercó a la ventana, el sol delineando su figura. A pesar de lo que su ex le había hecho creer, había una elegancia natural en ella, en la forma en que movía las manos, en cómo el viento jugaba con su cabello.



—Es hermoso aquí —murmuró, girándose hacia mí—. Aunque no esperaba compartir cuarto contigo.



Me reí, intentando aligerar la tensión.



—No te preocupes, prometo no dejar mi ropa tirada.



-Ella respondió: podemos dejarla tirada juntos.



Yo sentí un calor en mi polla al escuchar eso, ¿a que se refería?, ¿estaba ella también pensando sexualmente en mí?.



Ella sonrió, pero había algo en su mirada, una mezcla de cansancio y anhelo.



Esa noche, tras una cena con mis padres llena de risas y vino local, subimos a la habitación. La tensión era casi tangible. Nos turnamos para usar el baño, y cuando Mi tía salió con una camiseta suelta y el cabello suelto, aún húmedo, y un poco quemada por el sol de Crema, sentí que el aire se volvía más denso. Nos sentamos en la cama, a una distancia prudente, hojeando guías turísticas de Crema que mis padres nos habían dado.



—Sabes —dijo ella de repente, rompiendo el silencio—, después de todo lo que pasó… el divorcio, las cosas que me dijo… no pensé que volvería a sentirme… no sé, viva.



La miré, sorprendido por su confesión. Su voz temblaba ligeramente, pero sus ojos brillaban con una chispa que su ex no había logrado apagar.



—Tía, eres increíble —dije, sin pensarlo demasiado—. No sé cómo alguien pudo hacerte creer lo contrario. Eres… —dudé, buscando la palabra— magnética.



Ella parpadeó, sorprendida, y una sonrisa tímida curvó sus labios.



—¿Magnética? Nadie me ha llamado así en mucho tiempo.



El silencio que siguió fue diferente, cargado de algo nuevo. Nuestras manos se rozaron sobre la guía turística, y el contacto fue como una chispa. Sus dedos eran cálidos, y cuando levanté la vista, sus ojos estaban fijos en mí, su respiración más rápida.



—¿Esto está bien? —susurró, su voz apenas un murmullo, como si temiera romper el momento.



No respondí con palabras. Me incliné hacia ella, lentamente, dándole tiempo para retroceder si quería. Pero no lo hizo. Cuando nuestros labios se encontraron, fue como si el tiempo se detuviera. El beso fue suave al principio, casi tentativo, pero pronto se volvió más profundo, lleno de una intensidad que hablaba de todo lo que ella había reprimido y de lo que yo no me había atrevido a admitir.



Nos separamos, jadeando, y ella soltó una risa suave, apoyando su frente contra la mía.



—No esperaba esto en Crema —dijo, su voz llena de una mezcla de sorpresa y alivio.



Sonreí, mi corazón latiendo con fuerza.



—Ni yo. Pero creo que este error de la reserva es lo mejor que nos ha pasado.



Ella respondió: ¿Hace mucho calor aquí no?, ¿qué tal si nos quitamos la ropa?.



Continuará.
 
**Capítulo 2: La línea cruzada**



El aire en la habitación estaba cargado, pesado, como si el calor de Crema hubiera decidido quedarse atrapado entre esas cuatro paredes. Las palabras de mi tía, “¿Qué tal si nos quitamos la ropa?”, colgaban entre nosotros, no como una broma, sino como un desafío que ninguno de los dos podía ignorar. Sus ojos, fijos en los míos, no tenían la suavidad de antes; había una urgencia en ellos, una necesidad que parecía más grande que ella misma.



—¿Quieres esto? —preguntó, su voz cortante, sin el matiz juguetón de antes. Se acercó, su cuerpo a centímetros del mío, la camiseta suelta apenas ocultando las curvas que ya no podía fingir.



Tragué saliva, mi pulso acelerado. —Sí —dije, sin rodeos, porque mentir ya no tenía sentido.



No hubo preámbulos, no hubo suavidad. Ella se movió primero, tirando de mi camiseta con una fuerza que me tomó por sorpresa. La prenda cayó al suelo, y antes de que pudiera procesarlo, sus manos estaban en mi pecho, empujándome hacia la cama. No era la tía que recordaba de las reuniones familiares; era una mujer que había decidido tomar lo que quería, como si el dolor de su pasado la hubiera empujado a este momento.





Ella tomó la iniciativa, me bajó el pantalón corto, yo no llevaba nada debajo, mi polla salió disparada como un muelle. Mi tía la cogió y directamente se la metió en la boca, empezó a hacerme la mejor mamada de mi vida, llenándome la polla entera de sus babas. Yo cada vez notaba que estaba más cerca de correrme en su boca, así que le dije que ahora era mi turno. Ambos nos levantamos, yo aproveché y le quité la camiseta que llevaba, la puse en 4 en la cama y le quité el tanga que llevaba. No pude evitar olerlo, y pensé: que rico huele el coñito de mi tía. Ahí mismo, clavé mi cara entre sus dos nalgas, empecé a comerme su coñito y su culo depilado sin un pelo, como si eso hubiera sido lo único que había comido en todo el día.



Mi tía empezó a gemir muy fuerte, y yo por miedo a que nos escucharan mis padres paré. Ella me dijo que le metiera mi polla, que necesitaba que la llenara por dentro. Yo no me lo pensé, estaba muy cachondo, el morbo de que estuviera follando con mi tia era muy grande. Me tumbé en la cama, y ella se puso encima de mi, se introdujo mi polla y empezó a cabalgar, notaba cada centímetro de ese espectacular coño, húmedo y estrecho, no me podía creer que mi tía fuese tan guarra de estar follando conmigo sin condón. Mientras me cabalgaba me escupía y me decía que siempre había soñado con follar con un jovencito como yo.



Yo ya no podía más, le dije a mi tía que necesitaba correrme, ella me dijo que estaba a punto, entonces la levanté un poquito y tomé yo el control, agarré ese culo y empecé a bombear dentro de ella con fuerza, empezó a gemir y a decirme que me corriera dentro que ella estaba estaba muy cerca. Finalmente, entre gemidos, sudor y babas ella se corrió, y yo, como buen sobrino que hace caso a su tía me corrí dentro, la mejor sensación de mi vida, tenía a mi tia encima de mi tumbada, con mi polla aun dentro y su coñito lleno de mi leche.



Cuando todo terminó, nos quedamos allí, sudorosos, jadeando, las sábanas enredadas a nuestro alrededor. El silencio era pesado, roto solo por el canto lejano de los grillos fuera de la ventana. Mi tía se sentó en el borde de la cama, su pelo desordenado cayendo sobre su rostro, ocultando sus ojos.



—No digas nada —dijo, su voz baja, casi cortante—. No quiero hablar de esto ahora.



Me quedé callado, mi pecho subiendo y bajando mientras intentaba procesar lo que acababa de pasar. Había cruzado una línea, y aunque una parte de mí sentía el peso de esa decisión, otra parte no podía negar la electricidad que aún corría por mi cuerpo.



Pero yo me di cuenta de algo más, yo recordaba haber cerrado la puerta de nuestra habitación, y al mirar la puerta vi que no estaba del todo cerrada, sino que había un hueco. Pensé: -¿Habrémos hecho mucho ruido?, ¿alguien nos ha espiado?.-



Continuará.
 
Capítulo 3: El filo del morbo



El silencio en la habitación era opresivo, como si el calor de Crema se hubiera solidificado, atrapándonos en una burbuja de sudor y fluidos. Mi tía, sentada en el borde de la cama, tenía el pelo revuelto cubriéndole parte de la caea, su respiración aún agitada después de haber follado a su sobrino. Las sábanas, un desastre a nuestros pies, parecían burlarse de lo que acabábamos de hacer. Mi cuerpo todavía vibraba con la adrenalina del momento, pero mi mente se había detenido en un detalle: la puerta entreabierta.



Estaba seguro de haberla cerrado. Recordaba el clic del pestillo, nítido en mi memoria. Pero ahí estaba, un hueco oscuro en la penumbra, como una invitación al caos. La idea de que alguien —mis padres, quizás— pudiera haber escuchado los gemidos de mi tía, los jadeos que no habíamos contenido, o incluso haber espiado por esa rendija, me golpeó con fuerza. Y, para mi sorpresa, no era solo miedo lo que sentía. Había algo más, un cosquilleo oscuro y prohibido que me aceleraba el pulso. La posibilidad de que nos hubieran visto… me ponía cachondo, pensar que mi padre nos hubiera visto y se pusiera cachondo también, o mi madre que viera como estaba intercambiando fluidos con mi tía.



—Tía… —dije, mi voz baja, casi un gruñido—. La puerta no está cerrada.



Ella giró la cabeza hacia mí, sus ojos abriéndose con un destello de pánico. Se levantó de un salto, aún desnuda, y cruzó la habitación en dos zancadas, cerrando la puerta con un golpe seco. El sonido del pestillo resonó como un disparo en la quietud de la noche. Cuando volvió, su rostro estaba tenso, sus manos temblando mientras buscaba su camiseta en el suelo.



—¿Crees que alguien nos vio? —preguntó, su voz cortante, pero con un matiz de urgencia que delataba su nerviosismo.



Me recosté en la cama, mi pecho subiendo y bajando mientras la miraba. No respondí de inmediato. En mi cabeza, las imágenes de lo que acabábamos de hacer —sus manos guiándome, su cuerpo moviéndose con una intensidad que me había desarmado— se mezclaban con la idea de unos ojos invisibles en la oscuridad. Y, maldita sea, la idea de que mis padres pudieran haber estado ahí, escuchando, observando, hacía que mi sangre corriera más rápido. No era solo el acto con mi tía lo que me había encendido; era el filo de lo prohibido, el riesgo de ser atrapado.



—No lo sé —dije finalmente, mi voz más calmada de lo que sentía—. Pero… si nos vieron, no sé por qué, pero eso me pone más.



Ella se congeló, la camiseta a medio poner, sus ojos clavados en mí. Por un instante, pensé que me reprendería, que me diría que estaba loco. Pero entonces, una sonrisa lenta y peligrosa curvó sus labios. Se acercó, sentándose a mi lado, tan cerca que podía sentir el calor de su piel.



—¿Te excita? —preguntó, su voz baja, casi un susurro, pero con un tono que no era de reproche, sino de curiosidad—. ¿La idea de que alguien nos viera… te pone?



Asentí, sintiendo un calor subir por mi nuca. No había vuelta atrás. —Sí. No sé por qué, pero pensar que mis padres podrían haber estado ahí, escuchando… —Hice una pausa, buscando las palabras—. Es como si lo hiciera todo más intenso.



Ella soltó una risa suave, pero no era la risa cálida de antes. Era algo más oscuro, como si mi confesión hubiera despertado algo en ella también. Se inclinó hacia mí, su mano rozando mi brazo, sus uñas dejando un rastro ligero que me hizo estremecer.



—Eres un desastre —dijo, pero no había juicio en su tono. Sus ojos brillaban, y por un momento, pensé que iba a besarme otra vez. Pero en cambio, se apartó, poniéndose la camiseta del todo y recogiendo su cabello en un moño desordenado.



—No podemos seguir con esto —dijo, aunque sus palabras sonaban más como una pregunta que como una certeza—. Si alguien nos vio… si tus padres saben algo…



No terminó la frase, pero no hacía falta. El peso de la posibilidad colgaba entre nosotros, tan tangible como el calor de la noche. Nos vestimos en silencio, cada crujido de la villa haciéndonos saltar, como si esperáramos que alguien irrumpiera en cualquier momento. Pero nadie vino.



La mañana llegó demasiado rápido. Bajamos al patio para el desayuno, donde mis padres ya estaban sentados, charlando despreocupadamente mientras untaban mermelada en croissants. Mi madre me miró al sentarme, su sonrisa tan cálida como siempre, pero había algo en su mirada —una pausa, un destello— que me hizo preguntarme si sabía más de lo que decía. Mi padre, por otro lado, estaba absorto en un mapa turístico, planeando una visita a una iglesia local.



Mi tía se sentó frente a mí, evitando mi mirada. Hablaba con mis padres, reía incluso, pero sus manos apretaban el asa de la taza de café con fuerza, y cada vez que la puerta de la villa crujía, sus hombros se tensaban. Yo no estaba mucho mejor. Cada ruido, cada mirada de mi madre, me hacía imaginarla en el pasillo anoche, escuchando, viendo. Y, maldita sea, esa imagen solo avivaba el fuego que aún ardía en mí.



Después del desayuno, mis padres propusieron un paseo por los viñedos. —Vamos a aprovechar el día —dijo mi madre, su voz alegre, pero con un matiz que no pude descifrar—. No quiero que os quedéis encerrados en esa habitación todo el tiempo.



El comentario fue casual, pero mi tía y yo intercambiamos una mirada fugaz. ¿Lo sabía? ¿O era solo mi paranoia, alimentada por el morbo que no podía sacudirme? Mientras caminábamos por los senderos rodeados de vides, el sol quemando sobre nosotros, mi tía se quedó rezagada, caminando a mi lado. Sus dedos rozaron los míos, un gesto tan rápido que podría haber sido accidental, pero no lo fue.



—No sé cómo voy a seguir con esto —susurró, su voz apenas audible por encima del zumbido de las cigarras—. Saber que te excita la idea de que nos vieran… me está volviendo loca.



La miré, mi corazón acelerándose. —Entonces, ¿tú también lo sientes? —pregunté, mi voz baja, casi desafiante.



Ella no respondió, pero la forma en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible me dio la respuesta. Antes de que pudiera decir más, mi padre nos llamó desde adelante, su voz rompiendo el momento.



—¡Eh, vosotros dos! ¡No os perdáis!



Seguimos caminando, pero la tensión entre nosotros era palpable, como una cuerda a punto de romperse. La puerta entreabierta, la posibilidad de que alguien supiera, el morbo de lo prohibido… todo eso nos seguía, tan real como el sol de Crema que quemaba nuestra piel. Y supe que, sin importar lo que pasara después, este viaje ya nos había cambiado para siempre.
 
Capítulo 4: Secretos en la noche


El sol de Crema se alzaba implacable, bañando los viñedos en un resplandor dorado que contrastaba con la tensión que aún me apretaba el pecho. El desayuno con mis padres había sido un ejercicio de disimulo, cada mirada de mi madre, cada comentario casual, me hacía preguntarme si sabían algo. La puerta entreabierta de anoche seguía rondando mi cabeza, un recordatorio de lo que mi tía y yo habíamos hecho. Y, maldita sea, la idea de que alguien pudiera haber estado allí, escuchando, viendo, no me dejaba en paz. No porque tuviera miedo, no del todo. Había algo en ese riesgo, en lo prohibido, que me encendía de una manera que no podía explicar.



Mi tía estaba igual de inquieta. Durante el paseo por los viñedos que mis padres insistieron en hacer, apenas habló, sus ojos esquivando los míos. Pero cuando nos quedábamos rezagados, sus dedos rozaban mi mano, un contacto fugaz que decía más que cualquier palabra. “No podemos seguir con esto”, había susurrado en un momento, pero la forma en que me miró, con esa chispa de deseo que no podía ocultar, me decía que ella tampoco quería parar.



Esa noche, la villa estaba silenciosa, salvo por el canto de los grillos y el crujir ocasional de las vigas de madera. Mis padres se habían retirado temprano, diciendo que estaban agotados por el día. Mi tía y yo subimos a nuestra habitación, la misma cama doble esperándonos como un recordatorio de lo que había pasado. Nos movimos con cuidado, como si cualquier ruido pudiera delatarnos. Pero el ambiente estaba cargado, el recuerdo de la noche anterior aún fresco, y la puerta cerrada esta vez no hacía nada para calmar el pulso acelerado que sentía.



—Tía… —empecé, sentándome en la cama mientras ella se quitaba las sandalias, su camiseta suelta cayendo sobre sus hombros—. ¿Y si alguien nos vio anoche? Mis padres, tal vez.



Ella se detuvo, sus manos congeladas por un instante. Luego se giró, su mirada intensa, casi desafiante. —¿Y si lo hicieron? —preguntó, su voz baja, con un matiz que no esperaba—. ¿Te asusta… o te pone cachondo la idea?



Tragué saliva, el calor subiendo por mi nuca, sentí como mi pene se empezaba a poner duro. —Me gusta —admití, mi voz más ronca de lo que pretendía—. No sé por qué, pero pensar que alguien podría saberlo… me pone.



Ella soltó una risa suave, casi peligrosa, y se acercó, sentándose a mi lado. —Eres un desastre, pero eres mi desastre —dijo, mientras sus dedos rozaron mi muslo, un toque que envió una corriente eléctrica por mi cuerpo—. Pero no voy a mentir… yo también lo siento, la idea de que mi hermana y mi cuñado nos vea me pone muy cerda.



Antes de que pudiéramos decir más, un ruido nos hizo callar. Un crujido, no de la villa, sino de algo más cercano. Voces bajas, un murmullo que venía del pasillo. Mi tía y yo nos miramos, el corazón latiéndome en los oídos. Sin decir nada, me levanté y me acerqué a la puerta, abriéndola apenas una rendija. El pasillo estaba oscuro, pero al final, donde estaba la habitación de mis padres, se filtraba un hilo de luz por debajo de su puerta.



—Vamos a mirar —susurró mi tía, apareciendo a mi lado, su aliento cálido contra mi cuello. No sé si fue curiosidad, morbo o una mezcla de ambos, pero no me resistí. Salimos al pasillo, descalzos, moviéndonos como sombras. La puerta de mis padres estaba entreabierta, igual que la nuestra la noche anterior, y el paralelismo me golpeó como un relámpago. El morbo que había sentido al pensar que nos habían visto ahora se multiplicaba, mezclado con una curiosidad que no podía controlar.



Nos acercamos, el suelo frío bajo nuestros pies, y miramos por la rendija. La luz de una lámpara proyectaba sombras en la pared, y lo que vimos me dejó sin aliento. Mis padres estaban en la cama, mi madre con las piernas abiertas al borde de la cama y mi padre de rodillas comiéndole el coño. No lo pude evitar, mi polla se puso dura al instante, mi tía que estaba delante de mi se puso cachonda también. Pegó su culo a mi polla dura, y empezó a moverse de manera sutil. Mientras tanto mi padre ya se había levantado y estaba ensartando a mi madre, podíamos ver desde la puerta como el pollón de mi viejo estaba siendo devorado por el coño que me parió.





No era solo el acto, era la pasión cruda, los susurros entrecortados, los gemidos bajos que escapaban de mi madre. Mi padre la sujetaba con fuerza, sus manos marcando su piel, y ella respondía con una urgencia que parecía desafiar el cansancio que habían mencionado antes.



—Es… intenso —susurró mi tía-, su voz apenas audible, sus ojos fijos en la escena. Luego me miró, y la chispa en su mirada era inconfundible—. ¿Te gusta esto también?



No respondí con palabras. Mi cuerpo hablaba por mí, el calor subiendo, el pulso acelerado. La idea de que estábamos viendo algo tan privado, tan prohibido, era como echar gasolina al fuego que ya ardía entre nosotros. Y el recuerdo de nuestra propia noche, de la puerta entreabierta, solo lo hacía más retorcido. ¿Nos habían visto ellos también? ¿Era esto una especie de eco, un juego de espejos donde todos cruzábamos líneas que no deberíamos?



No sé cuánto tiempo estuvimos allí, atrapados en ese momento, pero un crujido del suelo nos hizo retroceder. Nos deslizamos de vuelta a nuestra habitación, cerrando la puerta con cuidado, nuestros pechos subiendo y bajando como si hubiéramos corrido una maratón. Una vez dentro, mi tía se apoyó contra la pared, su rostro enrojecido, sus ojos aún brillando.



—Esto no debería ponerme así —dijo, su voz temblando, pero no de arrepentimiento. Se acercó, sus manos encontrando mi pecho, empujándome hacia la cama con una urgencia renovada—. Pero lo hace.



No hizo falta más. Nos dejamos caer en la cama, el morbo de lo que acabábamos de ver alimentando cada toque, cada roce. No era solo deseo; era como si hubiéramos abierto una puerta a algo más grande, más peligroso. Sus manos eran firmes, exigentes, y yo respondí con la misma intensidad, el recuerdo de mis padres, de la puerta entreabierta, de nuestra propia transgresión, todo mezclándose en un torbellino que no podíamos parar.



Nos desnudamos ambos, y ahí entendimos que este juego entre nosotros no iba a parar, y menos después de la escena que acabábamos de presenciar.



CONTINUARÁ.
 
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Quiero saber que os está pareciendo, ¿esperáis que pase algo concreto?, ¿os pone la historia?.

Me encantaría saber cositas🤤
 
Quiero saber que os está pareciendo, ¿esperáis que pase algo concreto?, ¿os pone la historia?.

Me encantaría saber cositas🤤
Me tiene muy enganchado .., he pensado que puede pasar de todo, y con todos, y esa idea ufff puede ser súper excitante… me pone mucho esta historia, y estoy deseando leer lo próximo a ver qué pasa..
 
A mi particularmente me pone como una moto!
No sé qué pasará al final pero estoy seguro que me va a gustar si va en la misma linea morbosa...
 

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