Entre los sueños y la realidad....entre las sombras y la luz...

Hoy quiero ser travieso, hoy quiero hacer que tu temperatura suba hasta el punto que sientas que dentro de ti hay un volcán a punto de entrar en erupción, que no puedas controlarlo, con epicentro en el interior de tu vagina. Hoy quiero que sientas que el control de tu fuego interior me lo has cedido, quiero que sientas como te mantengo en ese punto que no sabes ni cuando ni donde, tan solo deseas que ocurra, una y otra vez, que sientas oleadas de placer y que no controles el temblor que te produce tu clímax de placer, hoy quiero que sientas que haré lo necesario para que sientas que soy el hombre que toda mujer necesita en su vida, en sus fantasías, entre sus piernas Hoy quiero que sientas que no hay nada imposible de conseguir ni fantasía que no se pueda hacer realidad....
Hoy deseo subir tanto tu temperatura que nunca más sientas frío, si no, que sientas ganas de mi....

P.D. No es mi forma habitual ni preferente de mostrarme....pero hoy me siento travieso...también tengo la impresión estás imágenes gustan más que las que hago últimamente....

P.D2. En el vídeo parezco paticorto....😵‍💫😵‍💫...mido 180 ..... es por el ángulo de la cámara...😰😰😰😰

 
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LUNES.....

Hay días que cae sobre ti todo el peso de nuestra vida cotidiana, esa en la que tenemos que poner buena cara y buena aptitud cuando realmente por dentro estamos en mil lugares a la vez. Hay días que los compromisos que tenemos se hacen pesados y todo cuesta el doble, he de ser la persona que todo el mundo espera que sea, he de ser resolutivo cuando no tengo todas las respuestas, he de ir al gimnasio porque he de mantener mi forma, he de ir a la universidad porque mi formación ha de ser continuada, todo son compromisos que pesan, hay días que parece que la pendiente cuesta de subirla, hoy está nublado y no veo el sol, no me gustan los días nublados y lluviosos, echo de menos a las personas que ya no están conmigo, echo de menos sus consejos y su comprensión. También a las personas que forman mi vida, ojalá pudiera darles más tiempo de calidad, ojalá no tuviera tantos compromisos en mi día a día.....
Entonces te imagino a ti, te imagino frente a mí y al verte.....al verte todo ese peso se desvanece, porque tú me conoces. Sabes quién soy de verdad y aun así me deseas. Te miro y sé que hoy no seré el caballero, hoy seré el hombre que necesita liberarse en ti, contigo.
Tus ojos me desafían, me invitan. Esa sonrisa apenas contenida me dice que lo estás esperando, que deseas ver qué tan lejos puedo llegar. Y yo, dispuesto a perderme, doy un paso hacia ti. Me dispongo a preguntarte si estás lista para mi, pero tus ojos y tu sonrisa me desarman porque ya sé la respuesta. No necesito palabras; la forma en que me miras lo dice todo, todo lo necesario en ese momento porque esa mirada y esa sonrisa tan bien calculada, no dice todo se guarda un el secreto más intimo, podrías ser la niña buena y dócil o la niña revoltosa que se vuelve una yegua salvaje. Bien por ti, me encanta no saber quién serás.

Te empujo suavemente contra la pared, mi cuerpo bloquea cualquier escape, aunque sé que no quieres huir. Mis manos encuentran tus muñecas, las alzo sobre tu cabeza, y por un momento me detengo, observándote. Quiero que sientas mi deseo, pero también mi necesidad de ti. Mi respiración es pesada, mis ojos buscan los tuyos, y veo en ellos la chispa que me da permiso para seguir.
Mis labios encuentran los tuyos, desesperados, como si buscara en tu boca el alivio que el mundo me niega. Mis manos recorren tu cuerpo con la urgencia de quien teme que el tiempo se agote,
Te desnudo mientras tú arqueas la espalda, entregándote a mí. En ese instante, no hay fuerza sin ternura; no hay dominio sin devoción.
Mi mano firme en tus caderas, siento cómo te entregas completamente a mí, confiando sin reservas. Cada movimiento es una descarga de todo lo que he contenido, de la rabia, del cansancio, del peso del mundo y mis compromisos. Pero te siento a ti y me doy cuenta que no soy solo yo, siento que lo compartimos, que en cada embate hay tanto de ti como de mí. Tú también te descargas sobre mi con la misma rabia, tan solo deseas ceder el control que tienes que tener cada segundo de tu vida, deseas soltar por un momento cada uno de tus compromisos, deseas ser solo tu misma sin más. Tus gemidos no son solo placer; son el eco de lo que siento, de lo que ambos necesitamos.

En un momento de debilidad, mi frente cae sobre tus hombros. Mis manos tiemblan mientras te sostengo, mi pecho sube y baja con fuerza. Y te susurro al oído de forma muy íntima:
- No sé qué haría sin ti.
Y entonces, tus manos buscan las mías, tus dedos entrelazándose con los míos, y entiendo que no estoy solo.
Mis manos tiemblan mientras mis dedos trazan lentamente el contorno de tu rostro. El aire entre nosotros todavía está cargado, como si nuestras emociones no hubieran encontrado suficiente espacio para derramarse.
Tus ojos, fijos en los míos, me desafían aún con esa chispa de entrega que he aprendido a leer tan bien. Respiro hondo, buscando palabras que no sé si quiero decir o que quizás no necesito decir. Entonces lo veo, en tus ojos veo la confianza absoluta e inquebrantable.
- Quiero más- susurras finalmente. Rompiendo el silencio como si acabaras de abrir una puerta que ninguno de los dos se atrevía a tocar. Es una confesión y una orden a la vez, tan suave como firme.
Mis labios apenas pueden esbozar una sonrisa antes de moverme. Mi mano busca en mi bolsillo, un espacio que rara vez tiene la atención necesaria, pero que siempre sabemos que está ahí.
Mis dedos encuentran el trozo de tela suave negro como la noche. Lo saco despacio, sin apartar la mirada de ti. No hay palabras. No las necesitas. Tus manos tiemblan, pero no dudas cuando las alzas frente a mí, ofreciéndote. Mi pecho se tensa ante el peso de lo que acabas de darme. Me detengo un momento, permitiéndome sentirlo. No el control, sino la inmensidad de tu confianza. Y entonces, con la delicadeza de quien sostiene algo frágil pero precioso, deslizo la tela sobre tus ojos.
No hay resistencia. No hay dudas. Solo un suspiro que escapa de tus labios mientras la oscuridad te envuelve y te deja conmigo, solo conmigo. Tus manos descansan ahora a los lados de tu cuerpo, relajadas, como si este momento hubiera puesto fin a toda la tensión acumulada.
Este no era el final de lo que habíamos iniciado. Era solo el comienzo. Mis dedos encuentran los nudos, asegurando con cuidado la tela. Me detengo, estudiándote, como si cada detalle de tu postura y tu respiración me estuvieran contando una historia que todavía estoy aprendiendo a leer. La luz tenue que ilumina la habitación hace que cada línea de tu cuerpo parezca un mapa que quiero explorar y proteger al mismo tiempo. Mi mano acaricia tu mejilla, y cuando inclinas la cabeza hacia mi toque, siento algo más poderoso que el control: la unión de dos almas que han aceptado quiénes son.

Por ahora, me quedo ahí, respirando contigo, dejando que el tiempo se detenga. Pero sé que esto no ha terminado. El mundo que acabamos de abrir nos espera, lleno de territorios desconocidos y límites que juntos aprenderemos a cruzar......
 

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La habitación estaba tranquila, apenas iluminada por la cálida luz de una lámpara al fondo. Ella estaba allí, apoyada contra el marco de la ventana, mirando hacia afuera, pero claramente absorta en sus pensamientos. En su vida cotidiana, esta mujer era un torbellino de responsabilidades: el desayuno de los niños, las tareas escolares, el trabajo y el cansancio acumulado que la abrazaba cada noche. Pero aquí, conmigo, había algo diferente.

—¿En qué piensas? —pregunté mientras llenaba su copa de vino, mi tono suave, sin prisa.

Se giró hacia mí y sonrió, esa sonrisa que guardaba para los momentos en que podía ser simplemente ella misma, sin etiquetas, sin títulos.
—En que a veces... me olvido de quién soy —dijo, casi en un susurro.

Me acerqué, dejando el vino sobre la mesa y posando una mano sobre su mejilla. No respondí de inmediato; quería que sintiera que su confesión no necesitaba ser defendida. Finalmente, hablé:
—Entonces esta noche, recordemos quién eres.
En este momento recuerdo una conversación que tuvimos hace tiempo...
La primera vez que hablamos de sus límites, estábamos en el sofá, compartiendo un café. La conversación surgió de forma inesperada, mientras reíamos por algo insignificante. Yo había hecho un comentario casual sobre lo fascinante que era el equilibrio entre control y confianza, y ella, entre risas, había respondido:

—¿Confianza? Con lo que veo a diario, eso es lo más complicado de entregar.

—Y sin embargo, aquí estamos —le respondí, con una mirada directa.

Se quedó pensativa, sus dedos jugueteando con el asa de la taza. Entonces habló, pero su tono había cambiado. Había seriedad, pero también curiosidad.

—¿Y si pierdo el control? ¿Si no me gusta lo que siento?
Respiré hondo antes de responder, asegurándome de que mis palabras reflejaran la seguridad que quería transmitirle.

—El control siempre será tuyo. Incluso cuando me lo cedas, será tu decisión. Y si alguna vez quieres detenerlo, lo haremos, sin preguntas.

Esa noche no hubo besos ni caricias más allá de nuestras palabras. Pero cuando nos despedimos, vi algo nuevo en sus ojos: una pequeña llama, una curiosidad que aún no había admitido por completo.

De vuelta al presente:

Ella estaba de pie frente a mí ahora, con la copa en la mano y la respiración un poco más rápida de lo habitual. Su mirada tenía algo que antes no había visto: una mezcla de vergüenza y desafío. Me acerqué, despacio, hasta que apenas un suspiro de espacio nos separaba.

—Si en algún momento te sientes incómoda, me lo dices —le recordé, mi voz baja, pero firme.

Ella asintió, pero no parecía querer hablar. Sus ojos me desafiaban, como si esperara que tomara la iniciativa, y a la vez, podía sentir la lucha interna en su interior. Era una mujer acostumbrada a tener el control, a ser la fuerza que sostenía a otros, y aquí estaba, tratando de entregarme ese poder por primera vez.

—Es extraño... —murmuró finalmente, rompiendo el silencio—. Parte de mí siente vergüenza, pero... —Se detuvo, como si las palabras fueran demasiado difíciles de admitir.

—Pero la otra parte quiere saber qué pasa si sigues adelante —completé por ella, con una sonrisa tranquila.
Ella asintió, mordiéndose el labio.
El primer nudo fue suave, casi simbólico, rodeando sus muñecas con una delicadeza que parecía más un abrazo que una atadura. Ella cerró los ojos, y su respiración se hizo más lenta, más profunda.

—¿Cómo te sientes? —pregunté, acercándome a su oído.

—Libre —susurró, sorprendida por su propia respuesta.

Le sonreí, aunque sabía que no podía verlo. Era la misma mujer que, horas antes, había estado corriendo entre tareas, revisando correos y preparando la cena, y ahora, en este momento, se permitía dejar todo atrás. La cuerda no la contenía, la liberaba del peso que cargaba cada día.

Cuando el siguiente nudo estuvo hecho, noté cómo su cuerpo se tensaba por un instante, un reflejo automático de su mente racional. Pero no tardó en relajarse, sus hombros bajando mientras se rendía a la sensación.
—¿Esto es lo que buscabas? —pregunté, mi tono lleno de curiosidad, no de juicio.
—No lo sabía hasta ahora —admitió, su voz cargada de honestidad.
El momento más poderoso no fue el de los nudos ni las palabras, sino el instante en que abrió los ojos y me miró, completamente entregada. No había rastro de vergüenza, solo un brillo en su mirada, una mezcla de agradecimiento y deseo.

—¿Y ahora qué sigue? —preguntó, con una sonrisa traviesa que ocultaba su vulnerabilidad.

Me acerqué y coloqué una mano en su rostro, sosteniéndola con firmeza y suavidad al mismo tiempo.
—Lo que tú decidas.

Su respuesta no llegó en palabras. Fue un suspiro, un asentimiento apenas perceptible, una rendición que llevaba consigo toda la fuerza de una mujer que finalmente había encontrado un espacio donde podía dejarse llevar.

Esa noche no era solo un juego de roles. Era un espacio donde ella podía ser libre de todo lo que la ataba en su día a día. Y yo, afortunado, tenía la responsabilidad de cuidar esa entrega, sabiendo que no era mía por derecho, sino por elección.
 

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El aire era espeso, cargado de expectativa y deseo contenido. Ella estaba allí, recostada sobre la cama, su cuerpo relajado pero alerta, su piel ardiendo con la anticipación de lo que vendría.
Me observó desde su posición, estaba sentado en una butaca, con el torso desnudo y los pantalones desabrochados, mi postura era relajada, pero mi mirada… mi mirada lo decía todo. No tenía prisa. No necesitaba tocarte todavía porque el control estaba en mis ojos, en la forma en la que sentías mi observabacion hacia ti, con absoluta fascinación, como si fueses el espectáculo más cautivador que hubiese visto en mi vida.
Y eso te encendía.
Sentía el pulso en su cuello, en su vientre… entre sus muslos. La piel se le erizaba, no de frío, sino de pura necesidad. No era solo deseo; era el placer de sentirse deseada, de saber que en ese momento su feminidad me tenía atrapado, rendido ante la visión de su cuerpo entregado al placer.
Respiró hondo, sintiendo la calidez que se acumulaba en su vientre. Sus pezones estaban duros bajo la tela de la camiseta, sensibles al roce, pero no los toque. No aún. No porque no quisiera, sino porque quería saborear la espera, la deliciosa tortura de que te sintieras encendida sin un alivio inmediato.
Yo lo sabía. Sabía lo que le hacía mi simple presencia, cómo mi voz grave y controlada la hacía estremecer.
—¿Cómo te sientes? —pregunte, en tono bajo y envolvente.
Ella mordió su labio, sin apartar la mirada de la mia.
—Encendida.
Sonrei de forma disimulada y en ese instante ella supo que no la dejaría salir de esa sensación fácilmente. No sin llevarla al borde, sin hacer que se derritiera por completo.
— No te imaginas cuántas veces he soñado con este momento.....eres preciosa.
Ella se deslizó la camiseta por encima del pecho, dejando su piel desnuda ante mi mirada hambrienta. El deseo en mis ojos era casi tangible, un fuego lento que se avivaba con cada segundo que te contemplaba.
Y entonces ella lo vio en mi… el mismo deseo reflejado, pero con algo más: la admiración que sentía por ella.
Porque no hay nada más hipnótico que una mujer perdida en el placer.
Las mejillas sonrojadas, la piel perlada del calor, los labios entreabiertos por la respiración entrecortada… la feminidad desplegada en su forma más pura, sin inhibiciones ni vergüenza. No había nada más sensual, más poderoso que eso. Y lo sabía.
Por eso me retó.
Deslizó su mano lentamente por su vientre, bajando con calma, sin apartar su mirada desafiante de la mia.
—¿Quieres que me toque? —preguntó, su voz impregnada de seducción.
Yo entrecerre los ojos, mi mandíbula se tenso.
—Quiero que disfrutes.
Ella sonrió antes de obedecer, porque ambas cosas significaban lo mismo.
Y cuando sus dedos finalmente la tocaron, cuando su propio cuerpo se rindió a la necesidad, sentí que era incapaz de mantenerme impasible ante la visión de esta mujer completamente entregada al placer.
Porque una mujer que se conoce a sí misma, que se deja consumir por el deseo sin reservas, es la criatura más sensual y poderosa que existe. Y yo lo sabía.

¿Sorprendida?
 
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Hay momentos en los que el placer de estar vivo se siente con una certeza absoluta.
Como cuando tengo ante mí un par de senos desnudos, los observo, los acaricio, los siento ceder bajo mis manos con su mezcla perfecta de firmeza y suavidad. El calor de la piel, el ritmo pausado de la respiración, la manera en que se amoldan a mis dedos… Todo en ellos me habla de algo más grande que el mero azar biológico. Es un deleite que va más allá del deseo, una fascinación casi reverente.
Pero luego la realidad irrumpe con su brutalidad. Basta con encender la tele y ver las noticias para que esa fe en la armonía del mundo se desvanezca.
Y entonces, cuando el desencanto parece instalarse, una brisa marina me envuelve, una sonata llena el aire con su orden perfecto, y el asombro regresa. Como si el universo se empeñara en recordarme que, pese a todo, la belleza sigue ahí, esperando ser redescubierta.
 

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Hoy quiero ser travieso, hoy quiero hacer que tu temperatura suba hasta el punto que sientas que dentro de ti hay un volcán a punto de entrar en erupción, que no puedas controlarlo, con epicentro en el interior de tu vagina. Hoy quiero que sientas que el control de tu fuego interior me lo has cedido, quiero que sientas como te mantengo en ese punto que no sabes ni cuando ni donde, tan solo deseas que ocurra, una y otra vez, que sientas oleadas de placer y que no controles el temblor que te produce tu clímax de placer, hoy quiero que sientas que haré lo necesario para que sientas que soy el hombre que toda mujer necesita en su vida, en sus fantasías, entre sus piernas Hoy quiero que sientas que no hay nada imposible de conseguir ni fantasía que no se pueda hacer realidad....
Hoy deseo subir tanto tu temperatura que nunca más sientas frío, si no, que sientas ganas de mi....

P.D. No es mi forma habitual ni preferente de mostrarme....pero hoy me siento travieso...también tengo la impresión estás imágenes gustan más que las que hago últimamente....

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Que sensual 😍🔥🔥🔥
 
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