Fantasías sexuales de las españolas 2º parte

16



Las gatas siempre caen de pie.



Fermín llama a la puerta del despacho donde figura serigrafiado el nombre de su jefe, Jesús Carretero. No suele visitarle mucho en su guarida, apenas un par de veces en el último año. Entra sin esperar respuesta, según un protocolo establecido desde hace ya tiempo por el cual Fermín se pasa por el forro la etiqueta. El otro lo mira de reojo como haciéndose el sorprendido cuando en realidad es él mismo quien lo acaba de llamar.

- ¡Hombre Fermín! Pasa - dice levantándose y tendiéndole la mano en otra muestra impostada de aparente afecto. “Como si el muy hijo de puta se alegrara de verme de verdad” piensa el inspector que, no obstante, le aprieta la mano y le devuelve otra sonrisa que le cuesta componer.

Esas hipocresías le tocan los huevos, pero forma parte del ritual entre funcionarios con diferencia de grado y no será Fermín el que se salga del guión.

- Siéntate, tengo que felicitarte por los resultados obtenidos en la colaboración con la UDEF del caso Wkm. Me han pedido desde arriba que te transmita la más efusiva enhorabuena por tu trabajo.

Sí, seguro que desde arriba están entusiasmados” piensa Fermín, aunque se abstiene de soltar la ironía y se limita a asentir con la cabeza.

- Gracias.

- Fermín, tienes una gran trayectoria dentro de la unidad y nada me gustaría más qué promocionarte, pero me temo que no va a poder ser posible.

“Primero la palmadita de la espalda y ahora viene la patada en el culo”, piensa el inspector.

- Vamos a sufrir nuevas reestructuraciones. El departamento prácticamente se disuelve. La gerencia considera que hay que optimizar recursos y centrarnos en la inspección puramente fiscal, que es lo que nos compete, dejando en manos de la UDEF la investigación penal.

- Pero ¿no se trataba de dar apoyo precisamente a la UDEF con expertos de nuestro ministerio?

- Ese apoyo se seguirá prestando, pero digamos que a demanda de la policía, sin necesidad de mantener una unidad operativa entera.

El inspector pone cara de boniato sin poder evitarlo.

- A ver Fermín, yo lo siento tanto como tú. Eres el primero al que adelanto la noticia. Esto no será inmediato, puedes continuar en la unidad un poco más si quieres y luego volver a tu actividad como inspector normal. La otra opción es solicitar un cambio de departamento. Con tu buen desempeño se considerará como prioritaria ¿Hay algún sitio al que te gustaría ir?

“Al coño de tu madre” piensa Fermín, pero una vez más se muerde la lengua.

- Tendría que pensarlo. No tenía nada previsto.

- Pues venga, a darle una vuelta, todavía hay tiempo. Eres un tío competente seguro que cualquier departamento que solicites estará encantado de añadirte a la tripulación.

- ¿Y tú?

- Yo ¿qué?

- Si cierran esto....

- Ah bueno, me han ofrecido una jefatura en el ministerio. Adjunto al departamento de auditorías e informes.

Un chiringuito como la copa de un pino”, piensa Fermín. El muy cabrón se ha buscado un puesto en el que seguramente estará él, una secretaria para ponerle café y un informático para hacer el poco trabajo que le encarguen. La noticia mala es que posiblemente desde ahí ya no subirá más; la buena es que se va a tocar los huevos a dos manos ganando incluso más que donde está ahora. Pase lo que pase, los pelotas y los arrastrados siempre saben colocarse.

- Bueno, pues enhorabuena, si no te importa me vuelvo a mi puesto. Le voy a dar una vuelta al tema del cambio de acoplamiento.

- Claro, dime algo cuando lo sepas.

Fermín sale bufando del despacho. Le gotea el colmillo y si pudiera aplicaría fuego purificador con un lanzallamas dentro de la oficina del gerente.

- ¿Qué pasa, malas noticias?

Se vuelve sorprendido. Mónica está echada en la pared, brazos cruzados, blusa pegada al talle y vaqueros ajustados.

- Vaya, al fin te dignas aparecer por aquí.

- He estado ocupada.

- Seguro que sí.

- ¿Qué ha pasado ahí dentro?

- Todo buenas noticias…

- Pues venga: ponme al día.

- La investigación ha sacado a la luz los trapicheos de la Comunidad y de varios ayuntamientos con Wkm. Por ahí arriba no están demasiado contentos. A los responsables del partido no les gusta que les saquen los colores, así que posiblemente esta sea la última vez que nos dejan hacer nuestro trabajo. Disuelven la unidad.

- Eso ya lo sabía ¿y tú?

- Supongo que los pocos que quedamos vamos a hacer trabajo de inspector raso. Eso sí, me han dado a elegir donde quiero ir a aburrirme. Es su forma de felicitarme. ¿Y a ti? ¿te han dado la enhorabuena, inspectora Pedroso?

- Comisaria Pedroso si no te importa.

- Hay que joderse ¿Estás de broma no?

- En absoluto.

A Fermín se le escapa una sonrisa de cocodrilo, entre admirativa y aparentemente agraviada.

- Las gatas como tú siempre caen de pie ¿no es cierto? Vamos, necesito tomarme un chupito del orujo que guardas en la taquilla.

- Pues venga que estoy metiendo mis cosas en una caja.

Mónica no bromea, sobre su mesa hay una caja donde está guardando todo lo que ha sacado de los cajones y su armario. Toma de la taquilla una botella de licor de hierbas y pone un dedo en dos vasitos de plástico.

- Por la nueva comisaria. Se ve que has tenido más suerte que yo.

- María Isabel me ha dado un buen empujón, ha entregado unos informes excelentes sobre todos nosotros.

- Pues el mío se ve que no ha llegado.

- El tuyo también ha llegado, lo que pasa es que tus jefes son unos gilipollas.

- Mis jefes y los tuyos son los mismos, dependen de responsables políticos que no están nada contentos con que hagamos nuestra labor. La única diferencia es que a ti te quitan de enmedio mediante un ascenso y a mí, simplemente me apartan mandándome a revisar declaraciones. Porque te apartan ¿no?

- No del todo. Sigo en la UDEF y me voy a ocupar de la división de delitos fiscales asociados a evasión de capitales. Tengo que coordinar un nuevo equipo ¿Te apetece venir como asesor?

- Nuestro departamento se liquida y ya no podemos colaborar.

- Existe la posibilidad de colaboración puntual. Podemos reclamar un inspector que nos ayude y podemos reclamarlo con nombre y apellidos. Tenemos tajo, de modo que si pides el traslado dile a tu nuevo jefe que igual va a estar un tiempo sin verte. Eso suponiendo que te quieras venir…

- No sé por qué querría trabajar contigo. No has vuelto a llamarme desde que cenamos juntos.

- Mira que eres rencoroso. He estado ocupada pero estoy dispuesta a cenar de nuevo contigo y a invitar esta vez yo.

- Había pensado en cocinar algo para ti en mi apartamento.

- Suena bien, pero eso eleva las expectativas. Si fallas en la comida igual te quedas sin follar después.

- Me arriesgaré, contigo hay que jugar fuerte. Oye esos vaqueros te hacen culazo.

Mónica se ríe y levanta el vaso de plástico ofreciendo chocar con el de Fermín.

- Entonces ¿te vienes con nosotros?

- No hay mucho que pensar ¿no te parece? - responde mientras brinda.



Sebas está sirviéndose un café. No es que lo entusiasme mucho la máquina de cápsulas que tienen en la oficina, pero al menos es mejor que la que hay en el pasillo, auténtica agua sucia con polvos según su criterio. Se lleva la taza a la nariz y lo huele como un perro perdiguero un rastro, arrugando un poco el morro. En fin, parece decir y con un suspiro le da un sorbo. Últimamente se le hace cuesta arriba el trabajo. Demasiada rutina, demasiado aburrimiento y demasiado imbécil alrededor. Echa de menos a la gente con la que ha trabajado y ya no está. Ahora pareciera que solo quedaran idiotas al mando y funcionarios grises y apagados a su alrededor. Ni el ambiente ni el trabajo se han vuelto muy motivantes.

- ¿Todavía tomas esa mierda?

Sebas se queda con la taza en los labios, sorprendido porque esa voz es de una de las personas que más echa de menos y a la que hace mucho tiempo que no ve. Reconoce al instante a Paloma y antes de darse la vuelta murmura:

- A ver jefa, esto es lo que hay, desde que tú te has ido nadie me saca a desayunar como Dios manda.

- Pues venga, escupe ese veneno que nos vamos a tomar un buen café.

- ¿En serio?

- Claro. Me alegro de verte Sebas.

- Y yo a ti reina.

Los dos se funden en un sentido abrazo que dura bastantes segundos, más de lo que se consideraría formal.

- Oye como aprietas ¿no te habrás ha vuelto heterosexual?

- Eso nunca, pero por una vieja amiga hago un esfuerzo.

- Pues venga, vamos a desayunar antes de que te empalmes.

- Eso podría suceder porque el cuerpo es el cuerpo, pero jamás me llevarás a tu terreno guapa. Cada día que pasa me gustan más los hombres. Eso cuando los encuentro, que últimamente el mercado está fatal.

- Tienes toda la razón, a ese mercado voy yo también y ya no quedan señores como los de antes.

- Alguno habrás pillado, te veo cara de satisfecha ¿Algo que contar?

- Algo hay.

- Pues vamos que entonces ya tenemos tema de conversación.

- Tú también me tienes que poner al día de cómo está esto.

- Esto está cada vez peor, me aburro como una ostra ¿por qué quieres saberlo?

- Hombre, me acabo de incorporar. Tengo que saber cómo está el patio.

Sebas se detiene y la mira fijamente. Paloma detecta un brillo en sus ojos que va desde la incredulidad al deseo que sea cierto.

- No me lo creo ¿La arquitecta de éxito incorporándose a un puesto de vulgar funcionaria...? Creía que esa etapa de tu vida ya la habías superado ¿no estabas instalada en el éxito?

- El éxito es una mierda como un piano de grande, Sebas. Se vive más tranquila entre gente normal, créeme.

- Jamás estaremos de acuerdo en eso, mona, pero a mí, mientras me invites a café, te daré la razón en todo.

- Oye, me han puesto con Pepe Villa. Le he dicho que te quiero como asistente. Espero que no te importe un traslado.

- Bueno, podría hacer como que me resisto un poco pero ya sabes que contigo soy fácil. Además ¿quién te va a aguantar si no yo?

- Pues claro Sebas - dice ella feliz mientras se coge de su brazo y lo aprieta con cariño - ¿Quién si no tú?


FIN
A ver. Entiendo que Fermín y Mónica acaban juntos y se intuye que pueden empezar una relación.
Por otra parte aquí me ha gustado bastante más Paloma y me alegro que tenga un buen final para ella. Lo de la hija no me lo vi venir.
 
A ver. Entiendo que Fermín y Mónica acaban juntos y se intuye que pueden empezar una relación.
Por otra parte aquí me ha gustado bastante más Paloma y me alegro que tenga un buen final para ella. Lo de la hija no me lo vi venir

Jajaja. Lo de la hija ni tú ni nadie podía verlo venir 😀😀😀

Ni tampoco la forma de enlazar a Marta con el italiano, para poder vengarse de él de forma magistral. Se la tenía bien guardada.
 
La verdad es que me ha encantado la venganza. Stefano era un muy mal tipo que merecía terminar mal.
Aparte de a Paloma, a cuantas le habrá jodido la vida? A Marta casi…..

Por otra parte Stefano también era un mero instrumento de una organización más grade. El cumplía su papel y parece que muy bien.

Bueno….. hasta toparse con Paloma 😡😡😡
 
Hola a todos/as.

En este hilo tengo pensado publicar en la segunda serie de relatos de fantasías sexuales de las españolas.

Brevemente explicado para quienes no conozcáis el proyecto se trata de una serie de 30 relatos basados en las confesiones de 30 mujeres españolas a una periodista recogidas en el artículo



A partir de estas breves entrevistas escribí en su día 15 relatos desarrollando libremente cada una de las historias. Están publicadas en el foro amigo que todos conocéis y las podéis encontrar bajo el nombre de Fantasías sexuales de las españolas con mi usuario que es ANT5CONT

Me quedaban pendientes las otras 15 historias. Entre medias escribí la novela Terapia de grupo pero me quedaba pendiente la tarea de finalizar esta serie. He tardado tiempo porque son 15 historias, en total más de 700 páginas y actualmente no me resulta fácil ponerme a escribir por cuestiones personales y de falta de tiempo, pero era un empeño personal: no me gusta dejar las cosas inconclusas y en fin, mas vale tarde que nunca.

No tenía nada claro si iba a publicar aquí o no, generalmente mi página de referencia es TR donde puedo llevar una mejor gestión de los relatos a través de la ficha de autor y donde puedo gestionarlos con más libertad, pero al final y dado de por aquí estáis muchos de los amigos que venimos de la antigua pajilleros y es uno de los pocos foros donde se sigue moviendo el tema de relatos y hablando de los mismos, me he decidido a publicar también aquí simultáneamente las historias, así que podréis encontrarlas en los dos foros. Agradecería mucho que si son de vuestro interés, si os gustan (y si no también, admito cualquier tipo de crítica) comentéis también en la otra página y visitéis también la publicación allí.

Este es el listado de los quince relatos

1. Marta (dependienta, 24 años): “Me encantan los uniformes. Y cuando necesito un extra de excitación pienso que estoy haciéndomelo con dos azafatos de compañías aéreas, luego aparecen vestidos de militares y, por último, se enfundan el traje de bomberos. La repera”.

2. Irene (delineante, 37 años): “Una de mis fantasías de los últimos meses es tener un trío con mis dos últimos ex. Me entrego a ellos por igual sin hacer comparaciones después de que estuve mucho tiempo comparándoles. Y también siento que ellos dejan de comportarse con celos después de que siempre estuvieran compitiendo por mí. Me excita y, a la vez, me deja con la conciencia tranquila”.

3. Almudena (contable, 27 años): “Me excito pensando en la idea de que mi novio aparezca por sorpresa en el dormitorio, me agarre por detrás y comience a hacerme el amor de pie con el balcón abierto de par en par. Yo no le veo la cara, pero le siento intensamente, mientras sé que todos los vecinos nos observan y pueden ver las expresiones de placer de mi rostro y cuerpo”.

4. Beatriz (periodista, 29 años): “Ir de compras con mi pareja y acabar en el probador haciendo un rapidito es una de las cosas que más me pueden poner. Ya conocemos el de Zara y el de Mango”.

5. Alessandra (gestora cultural, 35 años): “Tener sexo con alguien más inexperto, un jovencito universitario, para enseñarle y que se dejara hacer de todo”.

6.
Chus (odontóloga, 40 años): “Pienso mucho en un celador del hospital donde trabaja mi marido: es negro y mi marido me cuenta los chismes que corren acerca de la masculinidad de la que presume. Y, entonces, me imagino que en una de las tardes que me acerco al hospital, me lo encuentro en los pasillos, nos saludamos, flirteamos y, en una de las salas privadas, me seduce hasta demostrarme que, efectivamente, lo que se cuenta de él es cierto”.

7.
Sonia (traductora, 28 años): “Una vez estaba cocinando en casa. La ventana da a un patio de luces al que dan las ventanas del cuarto de baño de los vecinos. En una casa, entró un hombre a la ducha. Después otro. Y me quedé ahí, mirando durante bastante tiempo viendo cómo tenían sexo. Desde entonces, lo recreo en mi imaginación y me excito mucho”.

8. María (reponedora de gasolinera, 24 años): “Un intercambio de parejas con mi mejor amiga y su novio es una de esas visiones que de vez en cuando se apodera de mi imaginación. La verdad es que tanto su chico como el mío son estupendos, y creo que estaríamos a gusto. Pero, por ahora, prefiero que siga siendo una fantasía, por si las moscas.”

9. Diana (esteticista, 36 años): “Lo de tener una relación sexual al aire libre, entre dunas, es el no va más de mis fantasías. La posibilidad de que me vean, pero sobre todo la sensación de sentir el calor, el mar, la arena, el sudor, los jadeos, el cuerpo de mi pareja, el mío… Sin palabras”.

10. Juncal (empresaria, 43 años): “Aunque pueda sonar típica, lo de verme vestida de dominatrix, con látigo y corsé de cuero, es algo que me pone a mil. Y más cuando imagino que a quienes someto son cuatro de los empleados más fornidos que tengo a mi cargo, semidesnudos, cachas y lamiéndome como perrillos”.

11. Lola (artista, 28 años): “Me gustaba fantasear con un cantante que me encantaba. En mi historia, yo iba a uno de sus conciertos, él me veía en la cola para entrar, me cogía de la mano, me llevaba hasta dentro, a los camerinos, me invitaba a una copa y dejaba que viera cómo se cambiaba. Se quedaba en slip y se sentaba enfrente de mí. Y ahí estábamos, simplemente mirándonos. Poco a poco observaba cómo se excitaba y tenía una erección. No pasaba nada más, porque aparecía su mánager diciendo que quedaban minutos para salir a escena. Él se iba a cantar y yo me quedaba ahí, muy excitada”.

12. Cristina (reponedora, 20 años): “Insinuarme a un chico delante de mi novio, mientras estamos tomando una copa en una terraza, por ejemplo. Y cuando voy al baño, él se da cuenta, me sigue y tenemos un rollo pasional mientras mi novio espera fuera”.

13.
Adela (enfermera, 29 años): “Una de las fantasías que me excita, pero que a su vez me da cierto respeto, es que estoy esperando el autobús y se para un coche con un caballero apuesto que se ofrece para llevarme donde quiera. Acepto, subo al auto y en mitad del camino, me propone sexo. Acabamos haciéndolo en la parte trasera del coche de una forma extraordinariamente delicada”.

14. Vicky (administrativa, 21 años): “Me excita imaginar que entro al despacho de mi jefe, aterrorizada porque me ha llamado y creo que los informes que le he pasado están mal o no son de su gusto. Entonces, una vez ahí, él cierra la puerta, me dice que me ponga cómoda, me mira con calma y me sonríe. Se acerca, me acaricia y, sin preguntar, comienza a desabrocharse el cinturón lentamente. Estoy tan excitada y él es tan delicado en sus movimientos y en la forma de proponérmelo, que yo continúo… Lo malo es que cada vez que me llama de verdad, en la realidad, entro a su despacho temblando y debe de pensar que soy una tipa muy rara”.

15. Ana (masajista, 27 años): “Me gustaría, en algún momento, saber qué pasa y qué se siente cuando entras en la ducha del vestuario del gimnasio con otra mujer. De pronto imagino que la sorprendo, entro sin avisar, comienzo a besarla, ella se extraña pero se deja, mientras el agua corre por nuestras cabezas, seguimos besándonos y vamos a más”.

Los publicaré en el mismo orden que vienen aquí y como anécdota os adelanto que el primero (Marta) y el último (Ana) son continuación de dos de los relatos de la primera serie que más gustaron y que más me escribisteis pidiendo la continuación, el de Elena y el de Paloma.

Así que mientras termino de gestionar los derechos de autor y voy subiendo el libro a Amazon (Aquí y en TR podéis leerlo gratuitamente aunque como siempre si queréis colaborar por un módico precio podéis comprarlo cuando esté publicado), si os parece bien para aquellos que no lo hayáis leído y así nos sirve para abrir boca, publico el relato de Paloma. El de Marta, que será el primero de la nueva serie, es continuación de este.

Un saludo a todos y gracias por leer.

Mas información sobre el proyecto en estos post que publique en su día.



Hola a todos/as.

Solo comentar un error en la introducción que afortunadamente me ha corregido Wolverine. El ultimo relato "Ana" será continuación de "Esther" y no de "Elena". Equivocación mía. Es el relato de Elena Barrientos (de ahí mi confusión) y Miguel Calarberche sobre los asesinatos en serie de las Veredillas y mas.

Corrección hecha deciros que hoy TR me ha dado una alegría inesperada: aparezco como autor destacado del día. Gracias a todos/as los que lo hacéis posible con vuestras lecturas, puntuaciones y comentarios.

Un abrazo.
 

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Hola a todos/as.

Solo comentar un error en la introducción que afortunadamente me ha corregido Wolverine. El ultimo relato "Ana" será continuación de "Esther" y no de "Elena". Equivocación mía. Es el relato de Elena Barrientos (de ahí mi confusión) y Miguel Calarberche sobre los asesinatos en serie de las Veredillas y mas.

Corrección hecha deciros que hoy TR me ha dado una alegría inesperada: aparezco como autor destacado del día. Gracias a todos/as los que lo hacéis posible con vuestras lecturas, puntuaciones y comentarios.

Un abrazo.
En hora buena por lo de TR. Siento no poder apoyarte en TR, no estoy registrado ni creo que lo haga.

El relato de Calarberche y compañía, pura novela negra, me gustó muchísimo.
 

-------------- Sonia ----------------​



Sonia melancólica, fija la mirada en el canalón gris que corre paralelo al alero del tejado de enfrente. Remueve una taza de café humeante y parece que estuviera retorciendo sus tripas, que protestan airadas por la falta de algo caliente en su interior.

¡Qué impacientes! - Piensa ella que no tiene prisa porque sabe que cuanto antes desayune, antes le tocará dejar taza y plato en el fregadero a la espera de su regreso, bajar las escaleras y dirigirse a la boca de metro más cercana. Desde ahí, media hora de baile de trajes que envuelven cuerpos sin alma hasta su trabajo ¡Quién va a tener alma a esas horas de la mañana, en las que lo que te pide la vida es retozar entre sábanas tibias y seguir soñando! Sonia sueña con una ventana que dé al mar, a la montaña o a un desierto infinito donde las puestas de sol sean mágicas. Pero lo que tiene es una pared a escasos ocho metros de ladrillo visto, con el canalón de chapa grisácea y las tejas pardas rematándola en lo alto. Se conoce cada mancha, cada hueco, cada cable, cada una de las salamanquesas que en las noches de verano se reúnen en torno al foco que hay prendido a la altura del cuarto piso. Como diría Sabina en su Calle Melancolía, desolado paisaje de antenas y de cables, que ella puede sustituir por ventanas y cables, pero que también le provocan una tristeza infinita. Le recuerdan que la ciudad no es el paraíso que había soñado y que cobra caras las ventajas que le ofrece. En sus horas bajas no puede evitar ponerse pesarosa y esa maldita pared no ayuda. Ojalá pudiera mirar hacia el infinito de una noche estrellada o el horizonte de un cielo azul y ver volar pájaros.

Sonia melancólica se espabila y por fin deja paso a Sonia decidida. Se toma el café con bizcochos y, reconfortada, reúne las fuerzas necesarias para enfrentarse a un nuevo día. Deja su ventana levemente abierta (solo una rajita) y sale de la casa camino del trabajo. Camina el trayecto que la separa de la boca del metro y se deja deslizar por las escaleras mecánicas hasta casi el andén, como si flotara. Unas cuantas personas esperan igual que ella la llegada del cubículo de hierro chirriante dónde se subirán y, con un poco de suerte, hallarán un asiento donde dormitar diez, quince, veinte minutos más. Es demasiado temprano, una hora a la que nadie mira a nadie, donde todos se refugian en sí mismos tratando de acumular fuerzas y (quién sabe), esperanzas para afrontar un nuevo día de trabajo. Sin embargo, ella llama la atención al entrar al vagón. Alguna mirada leve, generalmente por parte de los hombres, sorprendidos de su estatura y buena mano al combinar prendas. Casi todo le queda bien porque Sonia es una chica de casi un metro noventa de altura, con tipo de modelo, muy morena y razonablemente guapa. Daría el pego en cualquier pasarela y lo cierto es que lo intentó, pero ni le gustó aquel mundo ni tampoco hubo suerte.

Sonia se revuelve (recuerdos de la Sonia del pasado), mientras cierra los ojos y se acomoda en uno de los asientos que hace esquina, intentando volver al acogedor vientre del sueño, al menos durante unos minutos para que así se haga el trayecto más corto. A esas horas no le apetece leer ni escuchar música, solo seguir desconectada de la realidad. Y así recuerda como no siempre fue una chica admirada por su físico. Delgada, con poco pecho y muy morena, en el colegio destacaba por encima de sus compañeras y la mayoría de sus compañeros. Le pusieron mote, en realidad, varios: la canija, la jirafa, pero sobre todo la batussi. Aquel fue el apodo más próximo a la adolescencia, el último que tuvo antes de ir al instituto donde aquello ya se difuminó. O quizás es que dejó de importarle. Pero lo cierto es que en aquella época llegó a odiar su cuerpo. Se veía como el patito feo cuando en realidad simplemente era que no encajaba. Recuerda a las compañeras que se metían con ella y como esas risas y ocurrencias se fueron transformando en envidia cuando su cuerpo fue mutando, cuando empezó a vestirse bien y a arreglarse, cuando empezó a llamar la atención de los chicos, cuando la chica delgaducha que parecía mulata transmutó en cisne y se convirtió en una joven espigada, de grandes ojos marrones, pelo muy negro, llamativa piel canela y muslos inacabables. Cuando comenzó a andar con seguridad, a moverse con desenvoltura, a dominar el arte de la pose y la mirada.

Sonia del presente, comprueba con cierto pasmo a aquella Sonia del pasado no tan lejano, que unas veces por diferente y otras por envidia, nunca tuvo verdaderas amigas, a lo sumo conocidas. La función de amigas la tuvieron que hacer sus primas. Pero claro, a las primas no las veía con frecuencia y eso la hacía sentirse sola. Sola en su edad, porque ella siempre se llevó genial con su hermana pequeña. La seguía a todas partes, intentando aprender de ella cada rato que no estaba con otras niñas pequeñas, tratando de compartir todo con Sonia, llenando sus vacíos de chiquilladas, de risas y de juegos. Se acuerda mucho de su hermana. Lo de venirse a la capital a estudiar y después a trabajar las separó, pero siempre la tiene muy presente y hablan casi todos los días. Ella tenía que haberla guiado y enseñado a través de las procelosas aguas de las relaciones con los chicos, los primeros novios, las primeras caricias, la tendría que haber aconsejado, pero solo pudo hacerlo desde la distancia. Cuando su hermana tuvo edad, ella ya se encontraba estudiando en Málaga. A veces piensa que quizás sea su hermana la que le tenga que dar clase a ella, porque ¿qué le iba a contar Sonia de su adolescencia? Poco o nada, hasta que se fue de casa no había tenido contacto con ningún chico.

A ella la instruyeron sus primas, más adelantadas, con más capacidad de sociabilizar, más integradas en sus colegios e institutos. En especial su prima Elsa. Con ella siempre tuvo una relación muy particular, muy íntima. Rememora entre el duermevela y mecida por los vaivenes del metro, los veranos en su casa donde compartían aquellas calurosas y húmedas siestas, preñadas de confesiones, de sueños.

- ¿Tú te tocas?

Trece años tenían y Sonia, la Sonia adolescente, hubiera deseado pasar vergüenza confesando que sí, en vez de tener que revelar que no que sabía a lo que se refería Elsa, porque muchas veces había oído hablar a sus compañeras de clase sobre cómo darse placer una misma, pero ella no lo había practicado. Ni siquiera había sentido aún la llamada de su sexo. Su prima la explico con todo detalle como lo hacía ella y como al mojar sus dedos en la humedad íntima, debía pensar en el chico que le gustaba para que así le llegara el gusto. Pero sus dedos eran torpes y poco entrenados y en su mente no cuajaba ningún posible amante. Bastante preocupación tenía entonces con ella misma como para pensar en tener novios. Trató de imaginarse con su cantante favorito o el actor que tanto le gustaba, pero esos eran sueños improbables y a Sonia solo la ponía en situación aquello que podía llegar a cumplirse, aunque fuera remotamente.

Intentos infructuosos que no llegaban a ningún puerto, como la nave de Ulises perdida en el mar de su inexperiencia y también de su inapetencia, porque para disfrutar del sexo hay que desearlo y ella entonces solo deseaba encajar, ser una chica normal, tener amigos, no verse tan sola aunque estuviera tan rodeada de gente.

- Prueba con la almohada - le sugirió su prima - a mí a veces me funciona.

Y así pasó muchas noches cabalgando el almohadón relleno de algodón. No obtenía su orgasmo, pero la suave tela que lo envolvía le hacía cosquillas y le proporcionaba una suave caricia, así que se acostumbró a tenerlo entre sus piernas y a frotarse lentamente, como quien se acostumbra a rezar una plegaria antes de dormir. Dejaba restos de flujo y de un líquido blancuzco que por la mañana se apresuraba a enjuagar en el baño, para que su madre no lo reconociera como lo que era. Y una noche por fin sucedió. La suave caricia, las cosquillas, transmutaron en algo más intenso. Su mente seguía sin demandar sexo físico más allá de procurarle ensoñaciones de pasión imposibles, pero su cuerpo reaccionó a la caricia metódica, mecánica e insistente a que lo sometía. Notó como sus labios vaginales se hinchaban, como su clítoris se ponía duro irradiando pequeños calambres que la hacía separar su vulva brevemente de la almohada porque las cosquillas se volvían insoportables, pero a la vez la empujaban de nuevo al contacto porque su cuerpo anticipaba que por fin llegaba su primer orgasmo y lo reclamaba, deseándolo, gritándolo, mojándose. De repente ya no mandaba su cerebro, era su vulva la que tomaba el control de su cuerpo y la que le marcaba los pasos a seguir, la que le indicaba el ritmo y el tipo de roce necesario, como si ese conocimiento hubiera estado dentro de ella siempre, esperando a manifestarse. No tuvo que hacer nada más, solo dejarse ir, restregarse contra la almohada como lo haría contra un amante de verdad, hasta que una sacudida la recorrió entera y su pubis estallo de placer que se transmitió a su perineo y hacia el interior de su vagina, provocándole espasmos, haciendo que sus piernas se estiraran cerrándose en torno a la almohada, incapaz de seguir frotando, solo apretando mientras un placer intenso y desconocido la invadía entre compulsiones, haciéndola casi perder el conocimiento. Allí se quedó abrazada a su amante de algodón con funda de tela suave y aterciopelada, jadeando y dejándose llevar como una hoja en un remolino de aire. Esta vez la mancha en la almohada fue grande, dejándola empapada. Sus muslos quedaron húmedos y pegajosos. Tardó en recuperarse, pero recuerda que aquella Sonia adolescente sonrió pensando: ¡ya está, prima! La próxima vez que se encontraran, ella ya sabría hacer lo que hacen las jóvenes para darse placer, ya tendría secretos que intercambiar y eso la hizo sentirse bien.

Sus primeras masturbaciones fueron igual de intensas. Luego, su cuerpo y su mente se acostumbraron y siguió siendo un placer rico, pero ya no tan novedoso. Quizás incluso un poco rutinario. Le faltaba la pasión que sólo descubriría ya como como Sonia mujer cuando conoció a Héctor.

Se pregunta por qué vienen esos recuerdos ahora a su mente y decide dejarse llevar. Recordar es como soñar, da igual, el caso es que los veinte minutos que pasa en el metro lo hace desconectada de lo que la rodea. Y relajada, sin llegar a dormir, pero reposando antes de arribar a su trabajo como traductora.

Algo más de ocho horas después, Sonia hace el trayecto inverso. Recorrido de vuelta tras acabar su jornada laboral que hoy no ha tenido que prolongar. El café y la alegría de disponer de la tarde libre la mantienen espabilada, lejos de la somnolencia de la mañana. Su mente está activa, generando evocaciones nítidas y de nuevo se pregunta a qué viene ahora hacer un repaso de su vida. No lo sabe, pero de alguna forma, pasar revista a los recuerdos le da una sensación de orden que hacía tiempo que no experimentaba. Como si el colocar cada pieza en su sitio, estableciendo una línea desde su adolescencia hasta el día de hoy, le ayudara a comprenderse y también a quererse, si es que acaso las dos cosas no son lo mismo. Y Sonia necesita quererse. Últimamente las cosas no le han ido muy bien. Hace apenas un par de meses perdió la oportunidad de un ascenso porque no quiso trasladarse a Málaga. A ella le apetecía volver a la costa, nuevos aires y más en una ciudad tan cosmopolita y que crece tan rápido. Está harta de Madrid. Es una ciudad insustituible pero también insufrible. Si tienes que vivir y trabajar en ella hay veces que se pone todo muy cuesta arriba. Madrid es para disfrutarla, para acercarte a ella de visita, para divertirte, para perderte si no quieres que te encuentren. Para encontrarte si andas perdido. Pero en pequeñas dosis. Cuatro años de carrera y otros cuatro trabajando, han acabado por poner de los nervios a una Sonia que nunca acabó de encajar del todo allí.

Por eso la de Málaga fue una oportunidad que le dolió perder y, más aún, sabiendo que la rechazó ella misma. El motivo fue un nombre de leyenda: Héctor.

¡Héctor! Su nombre todavía le provoca un cosquilleo en el estómago y un aceleramiento de los latidos que, si antes se transformaba en adrenalina que la hacía activarse, ahora se transforma en vacío en su pecho y en dolor de cabeza que tarda en irse. Porque ya no es su amante, ni su novio, ni su refugio bajo las sábanas, ni su ilusión por continuar en Madrid. Cortaron hace apenas tres semanas. El amor y la oportunidad de ascender se marcharon, pero ella se quedó varada en Madrid, como una sirena en una marisma.

Sí, necesita quererse.... Sonia desengañada, Sonia deprimida, aunque no del todo. La cabeza le dice que ha pasado lo que tenía que pasar. Sabía que tarde o temprano lo suyo con Héctor estaba condenado al fracaso, lo mismo que una vela encendida está condenada a consumirse, pero deseaba tanto apurar cada minuto que pudiera robarle al destino que se hacía la tonta. De la peor forma que una puede hacerse la tonta que es engañándose a sí misma. Por eso, aparte de deprimida y desengañada, está cabreada. Hace dos meses, cuando rechazó el trabajo, ya sabía que lo suyo no iba bien ¿Por qué narices entonces confió en que se iba a arreglar? ¿Por qué creyó que podría prolongarlo indefinidamente?

Tonta, tonta y tonta… ahora podría estar desengañada, pero iniciando una nueva vida en una nueva ciudad a orillas del mar, curando las heridas, porque sí, porque una relación con un chico como Héctor deja heridas. No fue su primer hombre, ni siquiera su primer novio, pero sí es el único por el que ha tenido sentimientos profundos.

Tras su transmutación en cisne las tornas se invirtieron. Su popularidad creció a medida que hizo de su físico su carta de presentación. No de una forma consciente y deliberada, ella simplemente se arreglaba para gustarse a sí misma, para ir a la moda, para ser aceptada, pero era una percha hermosa en la que cualquier cosa que pusiera caía bien. Tenía estilo, aprendió a andar, a moverse, a desfilar como decía su hermana pequeña. Y con ello el inevitable acoso de los chicos que ya la miraban con otros ojos. Las chicas que antes se reían de ella acabaron por reclamarla en sus grupitos cerrados, en una mezcla de envidia y deseo de tener a su lado a una chavala que se estaba volviendo popular por momentos. Nunca fueron verdaderas amigas, Sonia no las tuvo hasta llegar a Madrid. Allí las compañeras de facultad se convirtieron en la familia que no tenía.

Al principio no estaba preparada y rechazaba a todos los chicos, asustada y temerosa de pisar arenas movedizas, lo cual no hizo sino aumentar su popularidad y la atención que estos le dedicaban. Fue al llegar a Madrid cuando decidió que debía probar, que se le pasaba el arroz y que como había sucedido aquella vez con su prima, llegaba la última a los placeres del sexo. No le fue demasiado bien ni tampoco demasiado mal. No hubo grandes historias de amor ni pasión, solo sexo, sexo incómodo a veces por la impericia o el egoísmo de sus amantes, especialmente del primero. Otras veces sexo placentero pero vacío de sentimientos. Los chicos con los que creía que podía congeniar no acababan de gustarle físicamente y los que sí le gustaban no acababa de congeniar con ellos. Tuvo una etapa muy promiscua, sobre todo el primer año. Todo era nuevo para ella y el sexo era una válvula de escape que las chicas que estaban solas y libres en Madrid abrían a menudo, conscientes de que esa etapa pasaría y que al volver a sus ciudades o pueblos, todo sería diferente. Luego, ya más calmada y centrada en sus estudios, seleccionaba con más cuidado a sus posibles compañeros de cama. Casi todos querían repetir, casi todos se volvían insistentes como moscas pegajosas que no te quitas de encima, incapaces de entender sus condiciones o de aceptar que solo eran un simple consuelo y alivio, pero no un proyecto de futuro.

Así hasta que conoció a Héctor. Fue después de terminar de la carrera, en su primer trabajo como traductora en un organismo oficial donde estaba becada. El caso es que el chico, aunque apuesto y buen mozo, no le entró por el ojo a simple vista. Compartió con él muchas horas ya que formaba parte del equipo de trabajo y fue ese goteo de momentos juntos, de detalles, de conexión, de entendimiento en las pequeñas cosas, el que hizo que empezara a sentir por él. En este caso primero vino la conexión, luego las emociones y por último el sexo, que al estar basado sobre sentimientos fue intenso y emocionante. No era tanto lo que hacían en la cama, que se trataba de sexo bastante simple (la misma Sonia había llevado a cabo prácticas mucho más obscenas y radicales), era con quien lo hacía y como cada beso, cada caricia, cada lametón, llevaba asociado un estremecimiento, un calor y un cariño que hasta entonces no había sentido. Es cierto que la novedad se volvió rutina como suele pasar casi siempre. Salvo momentos especiales, el sexo se convirtió en un placer rápido y en desahogo la mayoría de las veces, pero en esos momentos volvían a recuperar la pasión y eso le bastaba a Sonia, consciente de que no se puede vivir como los primeros días de enamorados toda la vida. Las acometidas impacientes, la penetración viva y urgente dio paso a un sexo más calmado pero más intenso y variado. Instruyó a su novio en las caricias íntimas, le enseñó a darle placer, lo que a ella le gustaba y como a ella le gustaba. Solo recurría a masturbarse en momentos de especial calentura y cuando no tenía a Héctor a su lado.

Sonia embelesada, Sonia efervescente, Sonia por primera vez optimista y plena. Esta etapa de Sonia enamorada acaba de finalizar bruscamente, como suelen venir los grandes problemas de la vida: sin avisar, de repente, dejándote noqueada. Ella adora el orden, la estabilidad y por primera vez su yo interior y su yo exterior estaban sincronizados. La vida le sonreía, se sentía joven cuando era realmente joven. Hasta entonces se había sentido niña cuando adolescente, adolescente cuando joven, igual que ahora se siente vieja y abandonada. Se dice asimismo que tampoco es para tanto, que solo ha sido su primera decepción, que tarde o temprano llegará otro amor y que esta vez lo hará para quedarse, para llenarla, para hacerla plena, para alinear definitivamente su vida. Casi todas las chicas que conoce han pasado por situaciones así y todas se recuperan, todas encuentran de nuevo su camino. Eso se dice la Sonia que ya no es la Sonia enamorada, sino la Sonia desengañada.

Pero sigue doliendo. Es ese pinchazo en el costado que no cesa; ese aumento de los latidos del corazón; esas palpitaciones en las sienes que aparecen de repente y la dejan sin aliento, obligándola a respirar hondo y a hacer un esfuerzo por tranquilizarse. La Sonia desengañada quiere salir pronto de ese estado, quitarse ese adjetivo y pasar a una nueva Sonia, pero ¿Cuál? Necesita algo que la ilusione, algo que la tranquilice o quizás algo que la agite para quitarse de encima todos los pensamientos negativos, igual que te sacudes la arena de la playa. Ojalá fuera tan sencillo como pasar la mano por tu piel y desprender los granos ya secos pegados a ella. Ojalá las comeduras de tarro, los recuerdos dolorosos, las incertidumbres y las inseguridades se desplomaran así de fácil de la mente.
 
Vamos a ver cómo va la historia, porque está pur el adelanto que hizo, va a ser poco habitual ya que se supone que se va a liar con 2 hombres que, en principio son homosexuales, aunque quien sabe.
 
Sonia llega a su casa. Desanda el trayecto de la mañana, ensimismada en los recuerdos que la hacen perder de nuevo el contacto con la realidad. El pequeño estudio se le hace grande. Otra vez Sonia melancólica. Se prepara con desgana una ensalada y pone en la sartén un par de lenguados que ha descongelado. Se siente apática. Cuando estaba con Héctor pasó por una etapa en que le gustaba cocinar. Su novio era muy cocinilla y ella trataba de emularlo y sorprenderlo con pequeños platos preparados con todo el esmero de que era capaz. Le gustaba en esa época cocinar para él y también para ella misma. Ahora vuelve a practicar cocina de supervivencia como cuando estaba de estudiante. Cocina de supervivencia, deporte de supervivencia, sexo de supervivencia… todo le resulta mecánico, vacío, desmotivante. Hace poco probó con un satisfacer y (por primera vez en su vida) se hizo con un consolador. Y no ha conseguido que ni uno ni otro la exciten lo suficiente para huir de la rutina. Necesita una motivación que no va a venir en un artefacto mecánico. Hace apenas un mes y medio todo en su vida estaba ordenado, alineado. Respira hondo y cree oler el perfume de Héctor, cree sentir su presencia junto a ella en la cocina, escucha su voz sin necesidad de entender lo que dice. Se calmaba solo con saber que él estaba ahí, a su lado, que todo estaba bien. No, no ha sido una gran historia de amor, no ha sido una pasión desbordante que la consumiera, pero por una puta vez era feliz.

Ahora vuelve a la realidad y lo que huele es al lenguado haciéndose a la plancha, lo que ve es una cocina vacía, lo que siente es desgana de todo. Saca los lenguados, los pone en un plato, aliña la ensalada y se queda de pie como dudando. A veces le pasa que tiene una disociación cognitiva entre el mundo real y lo que le pasa por la cabeza. Y entonces se desconecta. Cierra los ojos y se fuerza a hacer esa cosa que llaman vivir. Aterrizar en la realidad y salir del cómodo refugio de tus pensamientos, sean buenos o malos, pero que al fin y al cabo manejas tú.

Su vista recorre la pared de enfrente como ha hecho cientos de veces. Su horizonte es ese muro de ladrillo y apenas un trozo de cielo azul que puede ver si asoma un poco la cabeza estirando el cuello. De nuevo pasea la vista por los canalones, los cables, las ventanas, como en la película de Alfred Hitchcock, se vuelve voyeur intentando adivinar lo que sucede tras ellas.

Solo tiene buena visión de cuatro de esas ventanas, las dos que tiene enfrente y las dos de la planta de abajo. En la lisa pared no sobresalen balcones ni apenas alféizar. Construcción funcional, sencilla, casi tosca diríamos, que ahorra costes y aprovecha espacio. El metro cuadrado en Madrid no está para dispendios. Del resto de viviendas solo le llega de vez en cuando un haz de luz de las ventanas encendidas por la noche, un brillo y como mucho alguna voz familiar a la que no puede poner cara.

La ventana que está justo enfrente suya y un poco a la izquierda es de una mujer mayor, la única que tiene macetas y cortinas de flores de colores chillones. Vive sola y se asoma mucho, le puede la curiosidad, vicio de las personas mayores que ya no tienen otra cosa que hacer que vivir las vidas de los demás, ya que las suyas están agotadas. Han intercambiado miradas y saludos desde la distancia, saludos un poco aprensivos, como si el poder verse de una ventana a otra hiciera obligatorio el estrechar algún tipo de lazo. Pero es solo eso, una cara a la que saluda cuando sus vistas se cruzan, cuando las dos salen a airear un poco la casa y la vida, así como también la melancolía de vivir solas, no hay más relación que esa. Son perfectas desconocidas que se saludan y ahí acaba todo.

Más a la derecha, otra ventana está cubierta por un estor interior que casi siempre está subido. Es la de un matrimonio joven. Son los que más acaparan su atención porque esa ventana da a la cocina, igual que la suya y hacen mucha vida allí. Es extraño porque a pesar de ser jóvenes y seguramente llevar poco tiempo juntos, apenas se dirigen la palabra. Los ve pasar de un lado a otro casi esquivándose, atentos cada uno a su reparto de tareas. Ha comprobado que cada uno tiene su sitio en la mesa que nunca intercambian, que mientras desayunan o cenan están más pendientes de la tele o del móvil que de ellos. La conversación, construida a través de pequeñas frases o monosílabos. Palabras precisas, las justas para entenderse. Diría que son compañeros de piso más que pareja si no fuera por las discusiones. Ahí hay un contraste inesperado porque esas sí que tienen profundidad, hay abundancia de palabras, de adjetivos, de descripciones. A veces comienzan por algo trivial, como por ejemplo qué se le ha olvidado a quién cuando ha hecho la compra, o cuando van a llamar al fontanero para que les arregle de una vez la cisterna que gotea. Pero enseguida derivan a reproches de más calado. Diríase que se soportan y que a veces por momentos se odian. Nunca los ha visto tener un gesto tierno, cómplice y ya ha abandonado su fantasía de verlos follar sobre la mesa de la cocina. Quizás sea por la habitación, se dice Sonia. La cocina puede ser el lugar que ellos dedican a los desencuentros y a los reproches, igual en el salón funcionan de otra manera, igual en el dormitorio se buscan y se prodigan caricias.

Quizás solo tiene acceso a la parte fea de su vida y se está perdiendo la bonita.

Ese matrimonio la desconcierta porque se los ha encontrado por el barrio, casi siempre juntos y abrazados o cogidos de la mano, creyendo adivinar miradas cómplices entre ellos. Es un misterio que le gustaría resolver. Entre tanto, el canal que ella pone es solo el de la cocina porque es al único que tiene acceso y en él siempre dan la película del enfado.

Sonia se dice que ella no, que no sería así, que lo suyo con Héctor sería una verdadera historia de amor y ellos sí que tendrían sexo en la cocina. Entonces ¿Por qué no lo han hecho durante todos estos años? se pregunta a sí misma con cierto resquemor, siendo consciente de que a veces se han metido mano, pero nunca han culminado entre platos y sartenes. Nota un pequeño nudo en el estómago y cree adivinar la sonrisa irónica en los vecinos, si pudieran a conocer sus pensamientos.

- ¿Qué te creías, que tú ibas a durar más que nosotros? ¿Que todo iba a ser de color de rosa? ¿Que la vida te va a perdonar y va a organizarlo todo para que tus fantasías se cumplan? el matrimonio es duro, chica...

Ella niega con la cabeza, ahora convertida en Sonia No.

- ¡No! si lo nuestro hubiera funcionado, no habría sido así.

Si hubiera funcionado... ¡Que pronto pasa una del convencimiento de que todo va a ir bien a la decepción, al rencor contenido, ese que busca culpables y no los encuentra! Porque no quiere odiar al que aún ama, porque no quiere reconocer que quizás parte de la culpa fue suya, aunque no entienda muy bien el por qué.

Más abajo otra ventana. Es la ventana random, la ventana aleatoria, un piso que ha estado alquilado muchas veces y donde la gente no suele durar mucho tiempo. Ese ha dado poco juego. Voces casi siempre nuevas, acentos distintos, expresiones de muchas partes de España e incluso del mundo. Rostros que no consigue ubicar ni recordar. Una madeja de imágenes, sonidos y gestos que no consigue desenmarañar, en la que no puede poner orden y en la que tampoco ha sucedido nada tan destacable como para fijar un recuerdo, exceptuando el breve paso hace apenas un par de meses de una chica, África. África la llamaba ella, que no es que fuera su nombre. Ella que tan cabreada estaba con los motes, sobre todo los de origen africano como jirafa y batusi. Y mira por dónde, lo que es la vida, ella poniéndole mote a una chica solo porque tenía grandes labios, pelo muy rizado y cardado y piel canela. Y también los ojos, unos ojos de pantera que una vez la miraron desde abajo, indagadores, con un punto de desafío y también con profundidad animal. Como te miraría una pantera desde detrás del cristal de su jaula. Con curiosidad, clasificándote, como si buscara saber si eres un igual o una presa, si eres una rival o eres comida.

La veía a menudo pasar por la cocina o asomarse a la ventana a fumar, casi siempre muy ligera de ropa, en tanga, con camisetas por encima, a veces directamente solo con las bragas. Estaba casi todo el día en casa, solo salía por las noches. A veces acompañada, casi nunca por el mismo hombre.

La Sonia detective, Sonia formulando hipótesis, Sonia acumulando pruebas, Sonia clasificando ideas, acabó llegando a la conclusión de que se trataba de una escort que había alquilado el piso para sus encuentros. Algo le decía que aquella chica vivía del negocio del sexo. No podría demostrarlo ni estar segura pero su breve paso por allí pareció confirmarlo.
 
Ostras, que me lo veo venir.
Ese matrimonio está pasando una crisis porque el marido tiene una aventura con otro hombre. Y eso sí que ya no tendría solución.
 
La última ventana, a la que tiene una visión directa, está abajo a la derecha, justo en el piso de debajo de la parejita. Ese piso tiene una distribución un poco irregular, se ve que hicieron reforma y donde antiguamente estaba la cocina ahora hay un cuarto de baño. Sonia le ha dado muchas vueltas y ha llegado a la conclusión de que ampliaron el aseo y luego tiraron la pared de la cocina para integrarla en el salón, al estilo barra americana.

El piso ha estado mucho tiempo cerrado, hasta que el último año un cartel de se vende adornó la ventana. Parece que al final consiguieron venderlo porque el anuncio desapareció y ella empezó a constatar movimiento. Pudo contemplar como los obreros trabajaban desmontando la bañera e instalando una placa ducha grande, con mamparas de cristal transparente, justamente donde estaba la ventana. Los cierres se cambiaron para instalar cristal translúcido de corredera, con lo que la visión del interior ya se limitó solo a bultos y a formas difusas que podía observar sobre todo por la noche, con la luz encendida y ya una cara nueva que de vez en cuando se asomaba con curiosidad.

Las veces que ha dejado la ventana abierta ha podido comprobar que corresponde a un hombre maduro, aunque no mucho, a punto de llegar a la cuarentena, le calcula Sonia. Moreno, pelo crespo y abundante, corte moderno. Es alguien que se cuida según ha podido comprobar en los últimos días cuando lo sorprende dándose crema, afeitándose o peinándose. Le gusta salir con buen aspecto, nunca se lo ha encontrado en la calle, pero por lo que ha podido ver tiene pinta de ir al gimnasio. Se ha descubierto a sí misma muchas veces pensando en cómo debe ir vestido porque cuando está en el baño siempre está en camiseta, en pijama o simplemente con el torso desnudo. Los músculos definidos, piel morena y depilado, aunque con vello en el pecho, un detalle que por cierto a ella le gusta. Ahí sí le gusta que haya pelo.

Sonia da vueltas con el tenedor a la comida. Últimamente está bastante inapetente. La parte buena es que se le está quedando buen tipo porque come pocas grasas y poca cantidad. Triste consuelo piensa mientras reconoce que era más feliz con esos kilos de más y Héctor a su lado. No se molesta en sentarse, sigue comiendo de pie, asomada a la ventana que es su televisión particular. Total, ya se ha comido medio plato. Terminará de cenar, se dará una ducha y se echará una siesta, es la medicación para su ansiedad y de todas formas no tiene nada mejor que hacer. De repente observa una forma traslúcida tras la ventana de su vecino. El bulto le indica que alguien ha ocupado la bañera. Le hace gracia que quizás haya tenido la misma idea: terminar de almorzar, ducha y para la cama. O quizás la ducha sea antes de comer para estar fresquito recién llegado del trabajo. Tiene más lógica hacerlo así, aunque Sonia prefiere hacerlo después, porque odia que se le pegue el olor a frito, a la plancha o a guisado. Sea como sea ha capturado su atención. Se sirve un vaso de vino bien mediado y se dispone a observar, sin muchas esperanzas de que el juego de sombras y luces le dé más información. Adivina movimientos: el hombre levantando brazos, las manos enjabonando la cabeza, hace calor y el cristal se empaña. Se lo imagina un desnudo entre nubes blancas de rocío caliente, los chorros de la ducha dándole en el pecho y de repente la sorpresa: la ventana se corre expulsando una nube de vapor. Entre algodones de vaho se presiente un brazo fuerte, un hombro moreno, un bíceps definido… se van haciendo cada vez más nítidos a medida que el vapor desaparece.
 
Ahora puede verlo bien desde su ventana. Tiene una línea de visión adecuada, lo ve en diagonal y desde arriba y puede observar el cuerpo completo o casi. A Sonia la cotilla, Sonia la espía, se le erizan los pelos de la nuca, cosa que solo le pasa en muy contadas ocasiones y últimamente, desde que dejó de estar con su novio, nunca. Puede ver el miembro del hombre moverse de un lado a otro mientras se enjabona con la mano. Es grueso y razonablemente largo.

Se queda hipnotizada desde su posición privilegiada, con la altura y el ángulo perfecto para observar como la espuma blanca corre por la piel morena. Se siente extrañamente excitada, o no tan extrañamente, porque quizás eso debiera ser lo normal. Últimamente ha estado como apagada, como insensible a muchas cosas, sin ganas, sin deseo, centrada solo en el problema con Héctor, en la pérdida, en el dolor, en el enfado y no ha tenido tiempo para estimular ni facilitar lo que la hace sentir, lo que la hace disfrutar. Por primera vez en muchos días ha conseguido desconectar de todo el lastre. El vino que está bebiendo le provoca calor y le sabe a alcohol, en su tripa le baila una mariposa al ver que el hombre desnudo pasa las manos por su cuerpo, deslizando los dedos por sus músculos mientras limpia su piel.

A Sonia le gusta. Siempre la han atraído los hombres un poco mayores que ella, no demasiado. Digamos que unos diez más, que es lo que le calcula a aquel tipo, son el límite. Aunque los límites están para romperlos, piensa. Sus ojos cazan todos los detalles, consciente de que la visión será breve y luego tendrá que reconstruirla en su cabeza. Lo hace de forma mecánica, porque este es uno de los recuerdos que almacenará en su mente y está segura que volverá a revisitar muchas veces. Y de repente sucede lo inesperado. Otro brazo que acaricia la espalda. Velludo, grueso, otro bíceps bien marcado, un tatuaje que no alcanza a descifrar en el hombro y de improviso otro cuerpo que se sitúa a la espalda de su vecino. Espalda ancha y fuerte, el cuello más corto, también pelo negro, largo y lacio que se le pega al cuello.

Vaya, vaya con el vecino”, piensa divertida antes que la diversión deje paso a la lujuria, porque no se limitan a enjabonarse, a frotarse la espalda, sino que se giran, se besan, los músculos se entremezclan, brazos, pechos fuertes y poderosos que sin embargo se tocan y se acarician casi con cuidado.

¡Dios, qué inesperado y a la vez que excitante! se dice mientras sus muslos se juntan y nota que se le remueven un poco las tripas. Suele sucederle siempre que el cuerpo se le prepara de golpe y de forma inesperada para el sexo. Cierra un momento los ojos y luego los abre rápidamente, negándose a fantasear cuando tiene la propia fantasía frente a sí misma. Ya lo hará más tarde, ahora debe observar. Teme que la imagen se desvanezca, que de repente un brazo fornido cierre la ventana y todo se acabe, pero eso no sucede. Los dos hombres están demasiado concentrados en su arrebato, como para darse cuenta que la ventana permanece abierta y que hay una línea directa entre sus cuerpos y la cocina de Sonia. Sonia voyeur no puede evitar pasarse la mano por la tripa de forma involuntaria y rozar su pubis mientras ve que, desde atrás, uno de los hombres besa al otro en el cuello. Es un beso duro, animal, casi mordisco. Se frotan, el otro mueve la cintura. Sabe lo que están haciendo, ella misma lo ha practicado con su novio cuando la abrazaba desde atrás: con sus nalgas busca la dureza del hombre, la acaricia, la sitúa en el sitio correcto y luego empuja para metérsela.

Ellos parecen seguir el mismo patrón: besos en el cuello, un brazo fuerte, duro, ciñendo al compañero, la mano que desaparece en sus nalgas para acariciar desde atrás, como si estuviera usando el jabón para lubricar. Una breve separación para apuntar para iniciar la penetración. Al principio suave, lenta, buscando dilatar sin causar dolor. Un cuerpo inclinado hacia adelante, el otro cercando la cintura, un vaivén que se va acelerando hasta volverse frenético, un espasmo, músculos tensos, la espalda que busca el pecho de su compañero, las bocas que se buscan en una postura casi imposible, consiguiendo finalmente el contacto de sus labios y entrelazar sus lenguas. El golpeteo que ella no puede oír desde ahí pero que es capaz casi de sentir, de muslo contra muslo, de nalga contra pubis, sonando a húmedo, a mojado, esparciendo minúsculas pompas de jabón y por fin el éxtasis, el cuerpo que se estira y se contrae, la boca que jadea, el aliento entrecortado, la tensión en los tendones y músculos.

El compañero ha alcanzado el orgasmo pero no se separan, permanecen abrazados mientras el otro lleva su mano hacia el pecho del amigo, del amante, de lo que sea. La mano baja haciendo caricias y se pierde entre sus ingles. Comienza una masturbación facilitada por el jabón. Sin llegar a salir de él lo masturba y Sonia voyeur puede ver como el miembro ha crecido, es un pene grande ahora que lo ve en erección, confirmando su primera impresión. Por un momento se imagina siendo penetrada con él y nota la humedad que invade su coñito.

Por los movimientos cada vez más acelerados y por cómo se contrae su vecino sabe que le está llegando también el orgasmo. Se corre de pie, con las manos estiradas y apoyadas en la pared para darse equilibrio. Permanecen así un minuto largo, prolongando las caricias hasta que finalmente el otro sale de él. Se vuelven a enjabonar y se limpian a conciencia. La ventana permanece en todo momento abierta, como un guiño hacia la Sonia espía que no pierde detalle. Los ve salir de la ducha, la mampara transparente abierta, se secan cada uno con su toalla, metódicos, tranquilos, sin prisa, puede ver los dos penes juntos, el del hombre más fuerte y grande curiosamente más pequeño y delgado. Cuando salen ella se queda allí esperando, a ver si vuelven, sin éxito. Pasan 15 o 20 minutos, deben estar echando la siesta. Le hubiera gustado verlos volver para arreglarse, ponerse guapos para salir, observar si se maquillaban, si se daban crema, si se afeitaban, que ropa se ponían...

Quizás esta noche haya suerte y pueda verlos, se dice mientras decide ir a la cama. Está cansada del madrugón, del trabajo y del calor, pero ahora ya no tiene sueño, le va a costar dormirse después de lo que ha visto. No se molesta en recoger la cocina. Lo deja todo metido en el fregadero y se dirige a su dormitorio mordiendo la manzana que ha elegido como postre. Después se enjuaga la boca sin cepillarse, se mete en la cama y pone el ventilador de techo. Hace calor ¿Hace calor o tiene calor? Quizás las dos cosas: el calor interno y el externo confluyen sobre su piel electrizándola y haciendo que salten chispas.

Su mente recrea una y otra vez las imágenes que ha visto, recordándolas, analizándolas, volviéndolas a crear con detalles a su gusto. De nuevo la lujuria brota en ella, después de muchas semanas que creía haber perdido la capacidad de excitarse hasta ese punto. Todo arde a su alrededor, el ventilador de techo pareciera que aviva el fuego en vez de apagarlo. Se moja, se moja mucho. Su clítoris está hinchado. Se acaricia, se pasa la mano por los pechos pellizcándolos ¿En qué momento se ha quitado el vestido y las bragas? no se ha dado ni cuenta. Se retuerce entre las sábanas, el sudor de su espalda mojándola, la humedad de su sexo empapando los dedos y resbalando por su perineo.

Les gustaría tenerlos allí a los dos en su cama copulando con esa rudeza de la que ha sido testigo, pero a la vez con el tacto de quien se conoce y sabe hasta dónde puede llevar sus instintos. Se los imagina allí, uno sobre otro, adoptando distintas posturas, acariciando, lamiendo, penetrando…

Abre el cajón de la mesita y tantea hasta encontrar el consolador, triste y frío sustituto de Héctor. Lo chupa imaginándose que es la verga de su vecino, gruesa y larga. Le gustaría humedecerla, ponerla resbaladiza, escupirle encima para facilitar la penetración del otro hombre. Es lo que hace con el consolador y luego lo pone entre sus piernas y lo introduce. No necesita tomarse mucho tiempo, está tan mojada que penetra sin dificultad y en apenas un minuto, ya está lo suficientemente dilatada como para metérselo hasta el fondo. Golpea contra el final de su vagina. No es suficiente. El consolador por sí solo no basta, ni siquiera estando tan caliente. El satisfyer tampoco, pero se le ocurre una idea. Toma el succionador, que también lo tiene guardado en el cajón, lo pone en marcha y lo combina con el pene de látex ¡Como no se le había ocurrido antes!

Ahora sí. Poco a poco el estímulo interno y el externo le van provocando un cosquilleo que la enerva, cosquillas que se van transformando en una irradiación de placer que se extiende hasta que las dos coinciden. En un destello de placer, un fogonazo que nubla su cerebro y lo aturde, pasa de repente por su mente la idea de los dos hombres copulando junto a ella. Se imagina introduciéndose entre medias, cabalgando a uno de ellos, esa polla gruesa y morena penetrando en su sexo mientras que ella busca la postura, sentada encima y echándose hacia atrás, para que el otro la pueda estimular con su lengua mientras la follan. Se introduce el dildo muy profundo y pone a tope el satisfyer. El destello de placer se vuelve a repetir y esta vez no remite, sino que se queda ahí durante unos segundos provocándole el mejor orgasmo de su vida. Entiéndase, no es que no disfrutara con Héctor, los orgasmos con la persona que quieres son geniales, pero si hablamos de sexo puro y duro, descargado de cualquier sentimiento, no recuerda haber tenido una corrida como esta. Se queda agotada, sin fuerzas siquiera para apagar el satisfyer que sigue ronroneando. Su vagina expulsa el consolador. A continuación, se queda medio dormida: por fin su mente ha conseguido desconectar, por fin su cuerpo ha alcanzado el placer. Es lo que necesitaba, hacerse un reinicio profundo y por primera vez en los últimos meses duerme como una niña. Cuando se despierta se nota pegajosa. Huele a sexo por todas partes, en sus dedos, en las sábanas manchadas, en el dildo que todavía tiene restos de flujo.

Tiene la boca seca, la sed vuelve rasposa su garganta ¿cuánto ha dormido?

Bebe hasta saciarse. Se acuerda de todo lo que ha visto y de nuevo se vuelve a encender, pero se resiste a masturbarse de nuevo. Se ducha. El agua fresca la espabila. Es tarde, así que decide arreglarse para salir. Se viste y se pinta como si fuera a una cita. Ha decidido ir a cenar fuera, sin recurrir a ninguna de sus amigas para que la acompañe.
 
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