La cena del Idiota

Estoy en el hospital, de visita. En cuanto vuelva a casa lo cuelgo.
Llevo toda la semana fuera y solo he arrancado el PC para colgarlo en el otro lado.
Tampoco pensé que se echara de menos por aquí. Pero tomo nota y procuraré que no se me vuelva a pasar.
Bueno, yo lo leo donde lo publiques primero, me es indiferente, pero ya que lo has empezado aquí estáis bien que lo pintas aquí también.
 
Estoy en el hospital, de visita. En cuanto vuelva a casa lo cuelgo.
Llevo toda la semana fuera y solo he arrancado el PC para colgarlo en el otro lado.
Tampoco pensé que se echara de menos por aquí. Pero tomo nota y procuraré que no se me vuelva a pasar.



Yo también lo leo donde lo publiques, pero me gusta seguir los comentarios por aquí. Son más dinámicos.
 
Cachisssss. Voy por orden.

La apuesta​




El portazo de Eva retumbó con nitidez, pero ninguno reaccionó al sonido. La atención estaba puesta en aquella botella y en la persona a quien apuntaba. Alba, aún con los ojos cerrados, apretaba la mandíbula arrepentida de su última bravuconada, humillar a Aníbal.

Pero había perdido y él ganaba. En realidad, menos ella, todos lo habían hecho. Habían evitado la peor parte, la de utilizar su boca y su lengua para dar sexo oral a alguno de los otros jugadores suicidas. Ahora tocaba decidir quién recibiría la felación… y la victoria de la humillación.

Nadie decía nada, esperando que fuera la propia Alba quien diera el paso e hiciera girar la botella. Pero ella seguía inmóvil. Su cabeza era un hervidero que no dejaba de buscar escapatorias honrosas al gran problema que acababa de plantearse. Se sentó lentamente y se apartó el pelo de la cara con la vista fija en aquella botella traicionera.

—Ahora toca tirar para saber a quién se lo haces —recordó Celia con cautela, sabedora de lo delicado del momento.

Los demás esperaban un movimiento suyo. Nadie se atrevía a forzar la situación. Tácitamente estaban dando tiempo para que lo asimilara.

—Si me señala a mí —dijo por fin Alba—, me libro.

—¿Y eso por qué? —preguntó Celia.

—Porque no me lo puedo hacer a mí misma.

—Pues vuelves a tirar otra vez.

—De eso nada. Si me toca, me toca. Y en ese caso me libro.

Se miraron unos a otros, pero no les quedó más remedio que aceptar a regañadientes. Sabían que esa guerra la tenían perdida si ella se enrocaba en su decisión. Cuando por fin se decidió a girar el vidrió, lo hizo con la fuerza que da la rabia.

Solo quedaban ocho personas, contando con ella, de entre los que saldría el elegido. Uno a uno, la botella los iba señalando todos. Enrico, Celia, León, Gonzalo, Marcos, Gloria, Aníbal… Alba… y vuelta a girar.

Alba se frotaba las manos sin ser consciente. Algún otro, como Marcos, movía el talón con velocidad. Gloria también se revolvía en su sofá pero por otros motivos. No le hacía maldita la gracia que otra se la chupara a su marido. La botella comenzó a ralentizar su velocidad.

Celia, León… y seguía frenando… Gonzalo, Marcos, Gloria… y cuanto más despacio mayores nervios… Aníbal, Alba, Enrico… en cualquier momento se pararía… Celia, León… hasta que por fin, y para sorpresa de todos… Gonzalo.

Alba cerró los ojos otra vez como si no se lo pudiese creer y agachó la cabeza. Había puesto todas sus esperanzas en que la prueba se anulara. Tenía una opción entre ocho y no había resultado. La consecuencia era clara. Debía chuparle la polla a Gonzalo, delante de todos.

Solo Gloria estaba tan decaída como ella. Se había cruzado de brazos y apartado la mirada de su marido que se removía nervioso disimulando mal una risita que no podía ocultar.

—Tampoco tiene por qué hacerlo —dijo ella en un tono de fastidio.

—Si le toca, le toca —recordó Celia para que nadie se saltase las normas.

Gonzalo afirmaba con la cabeza a la vez que ponía cara humilde. Como si aceptara recibir una mamada de Alba porque no tuviera más remedio. En el fondo, todos sabían que era un cabronazo con suerte que no se cambiaría por nadie.

Aníbal tampoco estaba muy contento. Sonreía a los demás para que vieran que perdía con deportividad, pero por dentro había guardado las mismas esperanzas que el resto de chicos de que lo señalase a él.

Alba seguía sin moverse y sin apartar los ojos de la botella. Con la mandíbula tensa y los brazos cruzados. El resto esperaba… y se desesperaba.

—¿Lo haces o qué? Es para hoy —insistía Celia.

—Creo que ya hemos vacilado bastante. La coña llega hasta aquí —contestó Alba.

—¿Cómo que llega hasta aquí? No, no, bonita. Hemos jugado todos, y todos nos la hemos jugado. Tú has perdido. Cumple.

—Que se nos va de las manos, Celia. Que estamos muy pedo y de esto nos vamos a arrepentir mañana.

—Yo no estoy pedo —atajó León—, y la prueba estaba bien clara. Todos hemos sido conscientes de lo que hacíamos. Si me hubiera tocado a mí, sería yo el que se la estaría mamando. Y si a ti no te gusta, imagínate a mí que soy un tío. Que bien clarito lo habías dejado al principio, si tocaba chico, chico. Y me lo hubiera tenido que hacer con él. Pues mira, te ha tocado a ti y has tenido suerte de que no fuera a otra chica. Alégrate de eso. No puedes librarte porque ahora no te guste.

Alba movía la cabeza a un lado y a otro como si no se lo pudiese creer. Se masajeó las sienes intentando pensar en algo.

—No puedo. De verdad que no puedo.

—¿Por qué?, ¿porque te da asco? —preguntó Aníbal escéptico.

—No es eso. No me da asco chupársela, es… a ver… es el marido de Gloria. —La aludida levantó la mirada y asintió corroborando sus palabras—. Y hacerlo delante de todos…

—Es lo que tiene el juego.

—Y luego está Dani.

—Te equivocas —saltó Celia—. Dani no está. Y lo que pasa en el juego se queda en el juego. Todo lo que ocurre entre estas paredes no sale de aquí. Ya lo sabes —puntualizó—. Lo sabemos todos.

Alba miró de reojo a Rocho que se mantenía en silencio en la esquina del salón. Parecía el guardián de las llaves con su pose de estatua de mármol. Pero no era él quien le preocupaba.

—No es eso. Es que… —cogía aire y lo volvía a expirar con fuerza— es que es una pasada, joe. Pero mirad lo que vamos a hacer.

—Lo que vas —puntualizó Celia—. Lo que vas a hacer tú. —Mostró una sonrisa ladina—. Mientras los demás miramos.

Alba la fulminó con la mirada. Ambas sosteniendo la vista fijamente y ambas pensando en lo mismo desde diferentes posiciones. Alba volvía a mover el mentón hacia uno y otro lado. Se notaba que estaba rumiando algo y, viniendo de ella, no podía ser nada bueno.

—No me vais a dejar tirar otra vez la botella.

Celia negó con la cabeza.

—Ni me vais a dejar, al menos —insistió—, rebajar un poco… el nivel de la prueba.

Nueva negativa, y esta vez con sonrisa maliciosa.

—Una mamada —contestó Celia—. Ya lo hemos hablado.

Alba apartó la mirada y la posó en su vaso casi vacío. Tamborileaba con los dedos en el reposabrazos. Todos esperaban que cediese de una vez y realizara la prueba, pero ella seguía cavilando, sin prisa, sin ganas.

—Doble o nada —dijo por fin.

Aníbal se incorporó como si no hubiera oído bien, Celia frunció el ceño. El resto se miraron unos a otros.

—Doble o nada… ¿cómo? ¿A qué te refieres? —Aníbal volvía a animarse.

—Pues eso, que doblo la apuesta.

—¿Y cómo la doblas?, ¿se la chupas a dos tíos si pierdes en una nueva tirada?

—Eh, eh, eh, parad, parad —intervino Celia—. No se va a doblar nada. La prueba se paga y luego, si queréis, se hace otra.

—Espera un poco, Celia, que esto se pone interesante —intermedió Aníbal.

—No —zanjó ella tajante—, si pierde de nuevo va a querer volver a doblar, y luego otra vez, y otra vez, y así hasta que en alguna ocasión gane y entonces se anule la apuesta. Que se la chupe y, luego, ya veremos.

Estaba enfadadísima porque se sentía engañada. Se cruzó de brazos y se recostó hacia atrás dando la conversación por zanjada. Cruzó una pierna sobre la otra para remarcar su enfado.

A Aníbal, en cambio, la proposición de Alba le había sonado como música para sus oídos. Sonrió complaciente y trató de hacerla entrar en razón.

—A ver, voy a proponer una cosa. Lo jugamos a cara o cruz. —hizo una pausa para ver si todos lo escuchaban. Celia movía inquieta la pierna arriba y abajo—. Si ganas tú —dijo dirigiéndose a Alba— te libras de hacer la prueba.

Alba asintió de modo largo pero lento, con cautela, intentando adivinar cuáles serían sus próximas palabras.

—Pero si pierdes… —nueva pausa dramática— además de la mamada tendrás que follar. Y no habrá más oportunidades ni apuestas.

Celia dejó de mover la pierna y sonrió expectante. La propuesta había conseguido, al menos, llamar su atención. Porno duro en directo. Miró a Alba para ver la cara que ponía y si aceptaba. Los demás esperaban lo mismo. Ella guardaba silencio y volvía a mover el mentón a un lado y a otro.

Se lo estaba pensando.

Gonzalo miraba a su mujer de soslayo. Hubiera querido quejarse y parar la apuesta. Tenía asegurada una mamada de Alba y no quería correr un riesgo innecesario que se la arrebatara. Su mujer le devolvía la mirada con el mismo semblante del último cuarto de hora. Decidió no decir nada y permanecer callado.

—¿Aceptas o no? —preguntó Aníbal.

—Me lo estoy pensando. —Dio un trago largo y lento a su bebida—. ¿Cómo tienes pensado que sea la apuesta si pierdo?

—Fácil. Volverás a tirar la botella. Ahí se decidirá a quién le vas a hacer la mamada. —Hizo una pausa dejando que Alba fuera asimilando lo que decía. Ella asentía lentamente con la mirada fija en el vidrio—. Tanto si es chico como si es chica. Es decir, que harás un cunnilingus si toca. —Alba detuvo un momento su movimiento de cabeza y contrajo el rictus antes de asentir una vez más. Más lento, más largo— Mientras lo haces, Gonzalo te follará desde atrás.

Esta vez se quedó estática. Su mentón dejó de moverse. Entrecerró los ojos sin apartar la mirada de la botella. Todos contenían el aliento a la espera de su decisión. Aníbal intercambió una mirada con Gonzalo y le guiñó un ojo.

—Él es quién ha ganado la primera apuesta y el que se juega la mamada, así que le corresponde a él follarte.

Gloria protestó airada. —¿Y por qué tiene que follar Gonzalo? —bufó—. La prueba era que se la chupara. ¿Resulta que ahora va a follar?

Aníbal, a su lado, puso una mano sobre la suya para tranquilizarla.

—Vale, un pequeño cambio —dijo él—. La botella apunta al que te va a follar mientras se la chupas a Gonzalo. Él solo te follara si la botella apunta a una chica. A la que le harás cunnilingus mientras tanto.

Miró a Gloria para obtener su beneplácito. Ella giró la cabeza hacia el otro lado, accediendo a regañadientes. Alba seguía cavilando. Dio un nuevo trago a su bebida. No se la veía del todo segura.

—Si la botella apunta a Gonzalo te lo follaras a él y solo a él —continuó Aníbal—. Lo galoparás sentada a horcajadas sobre sus piernas. —Sonrió—. Y te ahorras una mamada.

Lo dijo como si fuera una buena noticia, como un ofertón de última hora. Alba dio un nuevo sorbo y retuvo el líquido en su boca moviéndolo de un lado a otro antes de tragarlo. Dejó el vaso sobre la mesa.

—Y si me apunta a mí, la prueba se anula.

Celia abrió la boca para protestar, pero una mirada de Aníbal hizo que reculara y volviera a recostarse en su sofá. Alba estaba casi convencida y no quería que nada la disuadiera.

—Vale, pues muy bien —refunfuñó Celia desviando la vista.

Alba intercambió una mirada con Gonzalo con quien se jugaba el todo o nada. Su mirada tan nerviosa como lobuna dejaba muy claro cuánto deseaba disfrutar de su boca o su coño sobre su polla y el miedo de perderlo todo. Ella tamborileaba con sus dedos sobre el reposabrazos de su sofá.

—¿Quién tiene una moneda?

Sonó como un pistoletazo de salida. Todos rebuscaron en sus bolsillos. León se relamía por el placer de esa nueva apuesta en la que, excepto Alba y Gonzalo, nadie podía salir como perdedor.

—¿Te imaginas, Gloria —dijo a su amiga—, que te apunta a ti, y entre tu marido y tú os folláis a Alba? Estaría bien, ¿eh? Un trío.

A Gloria se le encendió la cara y no le lanzó el vaso de milagro. Gonzalo, en cambio, tuvo que cambiar de posición al imaginarse la escena. Todos lo hicieron, de hecho, y se relamieron de gozo. Hubo multitud de miraditas que Alba no vio.

—Aquí tengo una —dijo Aníbal—. ¿Cara o cruz?

Colocó la moneda en la punta de su dedo pulgar que amartilló bajo el índice a la espera de su respuesta. Ella miraba su mano pero no decía nada. Celia la apremió para que eligiera una de las dos caras pero no la sacó de su indecisión. Al final, Aníbal impaciente la lanzó al aire y, al caer, la atrapó entre el dorso de una mano y la palma de la otra, cubriéndola.

—¿Cara o cruz? —repitió.

Alba se masajeó las sienes y expulsó todo el aire de sus pulmones. Seguía sin estar segura. Miró a Aníbal a los ojos intentando adivinar el lado correcto de la moneda. Él, mantenía su pose con media sonrisa. La sonrisa del que no tiene nada que perder.

—Cara —dijo ella por fin.

Aníbal levantó una ceja. —¿Estás segura?

—Sí.

—¿De verdad?, ¿no quieres cambiar? Todavía no he levantado la mano.

—Sí, estoy segura y no, no quiero cambiar.

Aníbal levantó la mano que tapaba la moneda lo justo para verla solo él. Se pasó la lengua por los dientes, abultando su labio superior y sonrió.

—Última oportunidad.

Como única respuesta, Alba se lo quedó mirando con cara de pocos amigos. Aníbal asintió dando por confirmada su elección y destapó la mano por completo mostrando el resultado.

Cruz. Había perdido.

Todos se cuidaron de no mostrar una alegría excesiva que provocara en Alba una estampida, pero en todos ellos se veía una felicidad contenida. Hubo multitud de sonrisas mal disimuladas y los guiños cómplices a espaldas de una Alba que no quitaba la vista de la moneda.

—Ahora toca hacer girar la botella —deslizó Celia.

Aníbal asintió y se la señaló a Alba para que se decidiera a dar el paso. Al no hacer movimiento alguno, Gonzalo tosió con la intención de que despertara de su letargo y reaccionara de una vez. Gloria se dio cuenta y movió la cabeza a un lado y a otro sojuzgándolo.

Pero ella no se decidía y cada vez estaba menos segura de conseguir que la botella terminara apuntándole. Celia decidió dar el paso en su lugar. Tomó la botella, la colocó en su sitio y se preparó para girarla.

—Tiro por ti.

Funcionó porque Alba se levantó con rapidez poniendo una mano sobre el vidrio. Ambas se quedaron sujetando la botella.

—De eso nada. Lo hago yo.

Celia se retiró sin protestar aunque en el fondo se sabía ganadora. Había conseguido lo que quería.

La botella comenzó a girar con fuerza. Alba ardía de rabia. Aún quedaba una posibilidad entre ocho de salir airosa y ese vidrio decidiría su suerte.

Enrico, Celia, León, Gonzalo, Marcos, Gloria, Aníbal… Alba… y vuelta a empezar. Las cabezas de todos giraban al compás de aquel instrumento maquiavélico. Todas menos la de Alba que había cerrado los ojos y apretaba sus puños esperanzada.

Tampoco hubo suerte esta vez.

La botella no la señaló. Tampoco a Gonzalo, por lo que ni tan siquiera hubo pedrea en aquel sorteo. Además de follar, tendría que hacer una mamada.

En esta ocasión, y a diferencia de la primera, todas las chicas (excepto Alba) quedaron satisfechas. Ninguna de ellas tendría que dejarse lamer y además, Gloria no vería a su marido follar con otra.

Entre los chicos hubo uno de entre todos que se encontraba exultante. El afortunado ganador no era otro que Aníbal. Continuaba recostado en su sofá sin disimular su alegría, con los codos apoyados hacia atrás en ademán chulesco.

Alba no apartaba la mirada de la esquiva botella. Sin atreverse a levantar los ojos ni a sostener la mirada de ninguno de sus amigos que ya se conformaban con ver porno en directo. Hubo carraspeos incómodos y miradas cómplices, sobre todo entre Gonzalo y Aníbal que se lo iban a hacer con Alba entre los dos.

—Bueno qué, ¿empezamos? —dijo Aníbal.

Se veía impaciente por cabalgar a aquel bellezón de ojos esmeralda. Sin embargo, ella no terminaba de reaccionar y no soltaba su vaso ya completamente vacío y con los hielos prácticamente derretidos. Lo cogía con fuerza como si fuera el punto de apoyo que la sostendría de caer en aquella depravación.

—Alba, venga —Celia también apremiaba.

—Esto es una locura, chicos —dijo ella en un susurro.

—No empieces. Además lo has propuesto tú.

—Pero es que… ffffffff —soplaba y movía la cabeza a un lado y a otro— tiene que haber otra forma…

—No hay ninguna otra forma, Alba. Mamada y follar. Esa era la apuesta. TU APUESTA.

—Es que ya no es por mí, joe. Está Dani. No le quiero hacer daño.

—¿Tu novio? —preguntó Aníbal con retintín— ¿Que no le quieres hacer daño? Anda ya, si no se va a enterar. Lo que pasa en esta casa se queda en esta casa. Así que ni le va a doler, ni se va a enfadar, porque no va a saber lo que ha pasado aquí.

—Es que… es que… no puedo hacer esto. Sin él delante no. Sería como ponerle los cuernos

—¿Ponerle los cuernos? —preguntó Aníbal—. Venga, Alba. ¿A quién quieres engañar? Llevamos toda la noche jugando a lo mismo aunque le hayamos puesto diferentes nombres y reglas. —Se giró en el sofá para encararse a ella—. Es el mismo juego una y otra vez, y él nunca ha estado presente. Y ahora, cuando llega el momento, ¿te da un ataque de moralina? —levantó la mano en un ademán brusco—. ¡Venga ya! Lo nombras en voz alta y nos recuerdas que existe como excusa para autoengañarte y sentirte menos culpable, pero en el fondo lo deseas. Deseas echar una cana al aire y sentirte libre de él por una vez.

»Si pones tantas pegas es porque necesitas que te empujen. Que sean otros los culpables de tu felonía para que te puedas seguir sintiendo igual de santa y digna que siempre. “Lo hice porque me obligaron. Yo no quería” —dijo con voz de falsete—. Pero te mueres por esa polla, la deseas. Deseas chupársela delante de Gloria aunque no dejes de hacerte la mártir. Reconócelo.

Alba se puso tiesa. Le temblaba el labio inferior. Aníbal había dado donde más dolía. Y no iba a parar.

—Y reconoce que también deseas esta otra —se agarró el paquete por encima del pantalón—. Que te la meta mientras le haces la mamada a Gonzalo; delante de todos; al novio de tu amiga y conmigo detrás follándote a base de bien lo que Dani no te ha follado nunca. Dilo. Di que quieres que follemos de una vez y deja de inventar artimañas.

Aníbal había perdido su pose de gentleman y seguía su verborrea desbocada.

—Tanta apuesta y tanto “doble o nada”. Venga, reconócelo. Quieres que echemos un polvo y no sabes cómo conseguirlo. Quieres mi polla entrando y saliendo de tu coño haciéndote gritar como una perra sin perder tu aura virginal de chica digna.

El discurso había sonado como una bronca. Incluso Celia se había encogido como una florecilla marchita. Los demás se miraban entre sorprendidos y asustados. Por contra, Alba hervía de rabia y sus mandíbulas volvían a apretarse haciendo que los músculos de su cuello se tensaran como cuerdas de guitarra. Pero Aníbal no había acabado aún.

—Eso es lo que temes, que te vean gritando de placer. El placer que el cornudo de tu novio no es capaz de darte. El placer que sabes que solo puedes conseguir conmigo y que tanto deseas.

Alba seguía en tensión, con la frente y los labios fruncidos. El grupo al completo aguantó el aliento esperando la reacción. No sería extraño que se levantara soliviantada por tanto insulto y se largara sin pagar la apuesta. De hecho era lo más probable.

—¿Eso es lo que crees? ¿Que me muero por follar contigo? ¿Y por chupársela a él?

Lo dijo en tono de enfado contenido, retadora. Aníbal sonrió durante unos segundos antes de girarse hacia el resto de amigos consultándolos con la mirada. Algunos, como León o Celia, se encogieron de hombros y levantaron las cejas asintiendo ligeramente. Otros como Gloria o Marcos apartaron la mirada sin atreverse a desmentirlo. Quien más o quien menos lo confirmaba con sus gestos o ademanes.

—Ya veo —dijo ella volviendo a tamborilear con sus dedos sobre el reposabrazos—. Pero yo creo que es al revés.

Aníbal separó las palmas de las manos en alto dando a entender que era la única que opinaba así. Nadie la había apoyado, todos miraban hacia otro lado, estaba sola. Entonces Enrico se levantó y alzó un dedo. Alba agradeció que al menos uno rompiera una lanza por ella.

—Creo que voy a vomitar.

Se llevó la mano a la boca y salió pitando hacia la puerta. Desapareció tras ella dejando silencio y un desasosiego en el estómago de Alba. Pero no agachó la cabeza ni se mostró dolida.

Miró a sus amigos uno a uno con el mismo semblante provocador. De nuevo su mandíbula se movió a un lado y a otro, cavilando, retando. Después, asintió con leves golpes de cabeza, claudicando por fin. Se levantó y se quedó con las manos en jarras unos segundos después de acercarse a Gonzalo y quedarse frente a él.

—Cinco minutos. Lo que habíamos dicho. —Desvió la vista hacia Gloria—. O hasta que se corra. Lo que suceda antes.

Enviaba un mensaje velado, “tu marido me tiene tantas ganas que no va a durar ni cinco”. Después, sin quitar la vista de Aníbal, se arrodilló frente a Gonzalo hasta quedar sentada sobre sus talones. Gonzalo, nervioso, miró a su mujer y al resto de amigos. Alba lo iba a hacer. Por fin había cedido y se prestaba a completar la apuesta. Se la iba a chupar. Se removió en el sofá y carraspeó incómodo. No sabía qué debía hacer. Alba se mantuvo en la misma posición sin moverse un ápice.

—No estarás esperando que sea yo quien te baje los pantalones, ¿no? —dijo ella.

—Ah, sí, sí… perdona.

Se soltó el botón del pantalón y tiró de él hacia abajo encorvando la espalda y levantando el culo del asiento. Después de unos momentos de duda hizo lo mismo con los calzoncillos. Tenía una empalmada de campeonato por lo que su polla saltó como un muelle, rebotando en su vientre al liberarse del elástico. No había duda de que estaba aguardando el momento con ansia. Alba lanzó a Gloria y al resto una mirada cargada de reproche, “¿Quién tiene ganas a quién?”.

Después, silencio.

Se quedó mirando su polla mientras los demás la miraban a ella. Se estaba tomando su tiempo y Gonzalo empezó a ponerse nervioso, sintiéndose el centro de todos con la polla apuntando al techo. De momento era el único que estaba desnudo con la punta de su pene brillante por la lubricación de su fluido preseminal.

Pasaban los segundos y la situación se volvía cada vez más tensa para Gonzalo, sentado con los pantalones por los tobillos y una empalmada vergonzante. Su mujer lo miraba entre el dolor y el desprecio. Los demás, entre la envidia y el desconcierto.

Se preguntó si no sería una maniobra de Alba para ridiculizarlo y, por acto reflejo, se tapó parcialmente la polla. Ella sonrió de medio lado.

—No me jodas, Alba. Has hecho que me bajara los calzoncillos para nada.

—¿Qué pasa? ¿Te molesta? ¿Te repatea que te vean rebajándote y ridiculizándote? Pensaba que te gustaba quedarte con la polla al aire para que todos veamos cómo disfruto de ella.

Gonzalo se puso colorado y miró a Aníbal pidiendo ayuda.

—Alba, tienes que cumplir —salió éste en su defensa.

—Y lo estoy haciendo. Estoy disfrutando de su polla como una perra. ¿No ves mi sonrisa canina?

Gonzalo abrió la boca incrédulo. Le había engañado y empezó a sentirse muy tonto y muy ridículo. Los demás se miraron sin comprender nada. Él bajó una mano hasta su calzoncillo y comenzó a tirar de él para cubrirse. Tenía claro que hoy Alba no iba a mamársela.

—No te pases de lista —advirtió Celia que veía una nueva estratagema para no cumplir con el juego—. Tienes que pagar la apuesta. Se la tienes que chupar.

Alba sonrió y puso una mano sobre la rodilla desnuda de Gonzalo impidiendo que su calzoncillo llegara más arriba.

—A ver, que la vea bien. Que vea lo bonita que es.

Puso la otra mano sobre la otra rodilla y separó ambas. Después se acercó para ver su polla de cerca, incorporándose y levantando el culo de sus talones. En esa posición la polla de Gonzalo quedaba totalmente expuesta con una Alba examinándola como una ginecóloga miope. Se estaba burlando de él y de su indecorosa empalmada. Para más desgracia su erección no disminuía un ápice haciendo la situación más dolorosa.

—Alba. —Aníbal volvía a dar un toque de atención.

—¿Quieres que le dé un besito? —preguntó a Gonzalo, juguetona, desentendiéndose de Aníbal.

Gonzalo la miró a ella y a su polla. No creía que se la fuera a besar aunque sus labios estaban a menos de un palmo. Por miedo a caer en una trampa mantuvo la boca cerrada.

—¿No? ¿No quieres que la bese y sienta su sabor en mis labios? A lo mejor me excito con el sabor a polla.

Éste miró a su mujer que se mordía las uñas con tanta espera y tanta indecisión. Hasta ella empezaba a desear que se la chupara de una vez y acabara aquella tortura.

Las manos de Alba se deslizaron hacia sus ingles acariciándolo con las yemas en el recorrido. Gonzalo cogió aire hasta llenar sus pulmones por completo. Sus dedos se habían quedado a unos centímetros de su pubis lo que le dejó cara de frustración y la respiración agitada. Nueva mirada a su mujer y al resto que, de momento, se mantenían expectantes a las maniobras de ella. Nadie sabía si estaba jugando o disimulaba jugar para pasar la prueba manteniendo el control.

—¿La tienes así de dura cuando lo haces con Gloria?

—Sí, sí, claro —contestó él, solícito como un panoli, haciendo esfuerzos por contener el aire.

Alba sonrió por su necia simpleza y Gloria se puso colorada. Acababa de centrar la atención de todos en la relación sexual entre Gonzalo y su mujer.

—Alba, para —volvió a increpar Aníbal.

—¿Qué? Estoy con los preliminares.

—¿Se la vas a chupar o no?

—Hmmm, parece que te mueres por que se lo haga. ¿Y tú Gonzo? ¿Te mueres porque te la chupe?

Gonzalo no supo qué decir y, de nuevo, miró a Aníbal interrogándolo.

—Alba, deja de marear. Tienes una deuda. Chúpasela de una vez y acabemos. Cinco minutos, lo que hemos hablado.

—¿Y vas a aguantar los cinco minutos? —preguntó sin dejar de mirarlo a los ojos, ignorando deliberadamente a Aníbal.

Su polla dio un pequeño respingo. El brillo de su líquido ocupaba todo su glande. Y no era lo único que brillaba. Su frente estaba empapada de sudor.

—Dime —insistía ella—, ¿aguantarás mientras te la chupo, así, con mi boquita y con mis labios rozando por toda tu gran polla?

—S…Seguro que sí. —Se pasó la lengua por los labios.

Alba deslizó las yemas hasta las ingles y después las desvió alrededor de sus caderas para volver a dejarlas donde estaban al principio cerrando un círculo.

—No sé. No lo tengo claro —ronroneó ella.

Gonzalo notaba el aliento de Alba en su glande cada vez que abría la boca, lo que le hacía sudar y sufrir pequeños espasmos en su cuerpo y en su polla que no dejaba de rezumar líquido preseminal. En cualquier momento podría eyacular si no se tranquilizaba un poco. El resultado era que estaba haciendo el ridículo babeando por Alba como un obseso. Y su mujer lo veía.

—Chúpasela ya, joder, y acaba de una vez —gritó ella enfadada—. Sí, ya hemos visto cómo babea por ti igual que esos imbéciles, ¿Contenta?

—Habla por ti, bonita —rebatió Celia—. Pero sí, que acabe de una vez.

—Alba —Aníbal la llamó serio, casi enfadado—, déjate de rodeos y dale.

Pareció surtir efecto porque se puso tensa y endureció la mirada. Volvió la vista a la polla de Gonzalo y, sin más miramientos, la agarró con una mano.

La cogió con toda la palma, abarcando su perímetro. Gonzalo dio un bote al sentir su tacto. La muñeca subió y bajó una vez, apenas unos centímetros, pero no pudo reprimir que de su garganta saliera un gemido sordo y un largo suspiro. Su mujer cerró los ojos.

—Empieza a contar —dijo Gloria a Celia.

—Todavía no —contestó—. No ha empezado a chuparla.

—¿Quieres que te la chupe, Gonzo? —preguntó melosa.

—Claro, venga, empieza. —Era puro nerviosismo.

—Te mueres porque lo haga, ¿verdad?

Gonzalo miró a su mujer y ésta negó con la cabeza. “No lo digas. No se te ocurra”. Alba pasó el pulgar por el glande, haciendo un pequeño círculo en la punta. Gonzalo puso los ojos en blanco y se mordió los labios.

—Dime, ¿lo haces? ¿Te mueres por que te la mame por encima de todo en este mundo?

No respondió, pero la miró suplicante. No podía decir eso delante de su mujer y del resto de amigos. Ella volvió a pasar el pulgar sobre su glande lo que arrancó otro gemido de placer. Gloria bufaba.

—Sé que te pajeas conmigo. Y que cuando follas con Glori, piensas en mí.

Miró a su mujer de nuevo y negó con la cabeza, nervioso y con unos ojos como platos. Gloria no dijo nada, pero que tuviera que negarlo no lo dejaba en muy buen lugar. Gonzalo estaba al borde del infarto.

Alba se agachó hasta que sus labios tocaron la punta de su polla y la besó. Esta vez Gonzalo dio un brinco y puso las manos a cada lado intentando sujetarse imaginariamente. Le había tocado la polla con los labios y juraría que con la lengua también, como si hubiera sido un pico.

—Ahora —dijo Gloria a Celia que mantenía un reloj en la mano—, empieza el descuento.

—Todavía no —contestó igual de tajante que antes.

Alba levantó la cabeza y miró a Gonzalo que sudaba a mares. —¿Quieres que lo haga de nuevo?

—Sí, joder, hazlo, y chúpala de una vez.

Alba se separó ligeramente y frunció el ceño como si no entendiera o no le gustara lo que acababa de oír. —¿Chuparla? mmmm, no, creo que no me apetece.

Gonzalo puso los ojos como platos. Los demás se removieron en sus asientos. —Venga, joder, hazlo. La tienes que chupar, ¿no?

—Hmmmm, ¿seguro?, ¿tengo que hacerlo?

Comenzó a mover la mano arriba y abajo pajeándolo con suavidad. En cada vaivén rotaba la mano aumentando la fricción. Alba sonreía al verlo tan fuera de sí. Lo manejaba a su antojo con una sola mano, como si fuera un muñeco teledirigido a través de un Joystick. Un Joystick suave y húmedo.

En cada pase se embadurnaba con el líquido transparente de la punta y lo esparcía por el resto de la polla haciendo que ésta brillara en toda su longitud. Gonzalo había abierto las piernas todo lo que su flexibilidad le permitía haciendo que sus huevos se mostraran grandes y oscuros. Alba los atrapó con la otra mano llenando sus dedos con ellos.

—Están muy grandes. Para mí que los tienes llenos de semen. ¿Hace cuánto que no follas?

La mirada que cruzaron su mujer y él fue muy reveladora y no los dejaba en muy buen lugar. Gloria se cruzó de brazos y apartó la mirada. Empezaba a estar más que harta del juego de Alba.

—Dime, ¿hace cuánto?

Gonzalo no iba a responder a esa pregunta, pero su mujer sí que lo hizo.

—Ayer mismo, lista.

Alba ralentizó la paja y se quedó mirando a Gonzalo a los ojos. Poco a poco la paja fue disminuyendo hasta quedar suspendida por completo, con la mano apenas tocando su polla.

—Tres semanas. Llevamos tres semanas sin follar. Sigue —suplicó sumiso—. Venga, no pares. Dale.

Alba retomó la paja y sonrió maliciosa. —Ya decía yo.

—Alba, esto no funciona así —recriminó Aníbal—. No sé a dónde quieres ir ni qué quieres demostrar, pero tienes que hacerle una mamada, no una paja. Si se corre, volverás a empezar, y va a ser peor.

Alba sonrió de nuevo y le lanzó un guiño. Sin previo aviso bajó su cabeza y se introdujo la polla de Gonzalo por completo. Recorrió su longitud hasta que sus labios tocaron el pubis. Gonzalo no tenía una polla pequeña por lo que todos levantaron las cejas cuando vieron alojado aquel pollón totalmente dentro de su boca.

La mantuvo dentro unos segundos antes de sacarla por completo, recorriéndola con la lengua en su retroceso y dejando un brillo de saliva. Alba emitió un pequeño gorjeo. No había dudas, su glande había llegado hasta su garganta… y más allá.

Gonzalo no podía creer lo que acababa de ver (y sentir). Alba le había hecho una Garganta Profunda con una facilidad pasmosa. Su mujer tampoco se lo creía y parpadeaba atónita con la boca abierta. La mirada de vicio de su marido reprochando comparaciones la terminó de matar.

—¿Así? —preguntó Alba inocente.

—Sí, sí, así. Sigue —contestó Gonzalo, aunque la pregunta no había sido para él, sino para Aníbal que miraba tan excitado como enfadado por su actitud rebelde.

—Te gusta, ¿eh? —Ahora sí iba dirigido a él que respiraba a bocanadas—. ¿Cuánto te gusta?

—Mucho, sigue. Venga, chúpala. Vuelve a hacerlo.

Pero Alba había cambiado su actitud y se limitaba a pajearlo despacio mientras se pasaba la lengua por los labios incitándolo.

—¿Cuánto?

La miró sin comprender. Buscaba algo pero no sabía lo que era. Ella lo ayudó mirando a su mujer durante dos segundos.

—Mucho. Más que a nada en este mundo —contestó relamiéndose y culpándose—. Por encima de todo.

El cuello de Gloria estaba tenso y sus mandíbulas apretadas. Alba volvió a metérsela en la boca, pero esta vez solo hasta la mitad. La otra mitad, hasta la base, la ocupó con su mano que lo pajeó mientras su lengua jugaba con su glande. Gonzalo echó la cabeza hacia atrás y emitió un gemido largo y profundo.

De nuevo Alba levantó la cabeza interrumpiendo la mamada y ralentizando la paja.

—¡No!, No pares.

—Hmmm, es que… no sé. No me apetece mucho.

—¡Alba, joder! —Gonzalo empezaba a perder el control—. Sigue chupando, venga. Sigue, hostia.

Alba volvió a lanzar una mirada cargada de intención a la mujer de Gonzalo para, acto seguido, quedarse mirando a Gonzalo con semblante juguetón.

—Venga, no seas cabrona —gemía él— ¿Qué quieres que te diga? ¿Que me muero por que me la chupes? ¿Que me pajeo contigo y que pienso en ti cuando follamos Glori y yo? Pues sí, lo hago. ¿Contenta?

—¿Lo haces? —dijo fingiendo sorpresa— no tenía ni idea.

Sacó la lengua y rozó la punta de su polla mientras mantenía el ritmo de la paja sin apartar los ojos de los suyos.

—¿Y qué más?

—Me pajeo contigo cada día, en la ducha.

Alba comenzó a lamer el glande.

—Y tengo vídeos de tías tetonas que se parecen a ti —continuaba Gonzalo—. Tías como tú, tetonas follando con negros pollones.

Gloria abrió la boca en señal de que había visto esos vídeos sin saber lo que hasta ahora suponían. Alba se introdujo mayor porción de polla haciendo un recorrido más largo en cada sube y baja, hasta llegar a la base donde su nariz se aplastó contra su pubis y la punta de la polla atravesó por su garganta. Cuando la sacó volvió a quedarse mirándolo.

—Quiero follarte desde que te conocí. Montarte como a una perra. —Estaba empezando a perder los nervios… y los papeles—. Pienso en ti cuando follo con Glori. En ti y en tus tetazas. Joder, que son enormes, so puta. Quiero follártelas y quiero follarte a ti. En nuestra cama de matrimonio. Con Gloria mirando cómo taladro tu coño y me corro dentro.

Su mujer los observaba con rabia contenida. Odiando a su marido y odiándola a ella. Le temblaba el labio inferior. Miró a Celia que, inmediatamente, leyó su pensamiento y levantó el reloj para que supiera que ya había puesto el cronómetro en marcha. Quedaban cinco minutos de tortura.

Los chicos cambiaron su posición para acomodar la enorme empalmada que estaban sufriendo. Aunque seguía manteniendo el control, Alba había terminado por ceder al juego y pagar su apuesta a Gonzalo. La lectura final era bien clara.

Estaba haciendo una mamada delante de todos.

Su cabeza subía y bajaba sin cesar. Gonzalo, con los ojos fuertemente cerrados y los labios apretados, hacía esfuerzos por aguantar sin correrse el mayor tiempo posible. A estas alturas le daba igual lo que pensaran de él.

Todos observaban mudos la escena sin creerse del todo lo que estaban viendo. En el fondo ninguno creyó que al final Alba terminara haciendo eso. Aníbal se levantó con sigilo y se colocó de rodillas tras ella.

Llegaba su turno.

Puso las manos en sus caderas y las acarició con ternura. Ella seguía de rodillas con el culo ligeramente en pompa. No notó cómo levantaba su vestido y lo colocaba por encima de la cintura. Su culo perfecto enfundado en unas braguitas azules quedaba al descubierto.

Pasó las palmas suavemente por toda la zona palpándola y disfrutando de la suavidad de su piel. Con delicadeza tiró de los bordes de las braguitas haciendo que, poco a poco, comenzaran a descender. De nuevo hubo ojos como platos.

Pero todo quedó en nada pues Alba dejó de chupar y se sentó sobre sus talones impidiendo que Aníbal la exhibiera más de la cuenta.

—No hemos dicho nada de desnudarme.

—¿Y cómo quieres que folle si no?

—No es mi problema.

Aníbal quedó estupefacto. Alba le estaba haciendo a Gonzalo la mayor mamada de toda su vida pero a él no le dejaba metérsela. Se dio cuenta de que se lo iba a hacer pagar por obligarla a cumplir con la apuesta.

—¡Sigue! —apremió Gonzalo que había visto su mamada interrumpida y no quería que la conversación con Aníbal alargara la pausa.

Visto que Aníbal no decía nada, volvió a su tarea exhibiendo en alto su culo respingón que, de nuevo, quedaba oculto bajo la tela del vestido. Aníbal se pasó un dedo por los labios, dubitativo.

Gloria puso los ojos en blanco e interrogó a Celia con la mirada por el tiempo restante. No quería que su marido estuviera dentro de la boca de Alba ni un segundo más de la cuenta. Celia movió la mano como diciendo “Todavía falta”.

El chup-chup que recibía Gonzalo era cada vez más sonoro, como si quisiera que quedara patente su perversión. Como si quisiera mostrar lo guarra que podía llegar a ser excepto con él. Aníbal miró a Celia intentando que ésta le echara un capote.

—Alba, has apostado follar. No estás cumpliendo con el juego —dijo solícita.

No hubo respuesta y siguió mamando aquella polla, ignorándola por completo. De nuevo Alba se enrocaba en una posición incómoda difícil de solventar. Aníbal se pasó una mano por la frente, nervioso.

Al final decidió dar una vuelta de tuerca y se bajó los pantalones y los calzoncillos mostrando una polla grande como una anaconda. Todos, sobre todo las chicas, abrieron los ojos como búhos. Era la más grande de allí, pero se exponía a quedar en ridículo delante de todos si al final todo quedaba en nada. Al igual que Gonzalo tenía una empalmada de campeonato. Su polla había saltado como un muelle en cuanto se vio liberada y ahora casi tocaba con su barriga.

Se acercó a Alba dando pasitos cortos con las rodillas hasta quedar pegado a ella por detrás y acercó el cipote a su culo. Alba no se movió. La tomó entonces de las caderas como antes, atrayéndola hacia sí para que su polla quedara alojada por fuera del vestido entre sus nalgas. Tampoco se lo impidió.

Con suaves movimientos pélvicos comenzó un extraño baile en el que parecía follársela desde atrás por encima de la ropa. Alba continuó su mamada sin hacerle caso. Envalentonado, continuó su “metesaca” con un poco más de fuerza, dando golpecitos de cadera con cada embestida, lo que provocaba que su cara se viera lanzada hacia el vientre de Gonzalo con cada envite.

Con suavidad fue deslizando el vestido hacia arriba descubriendo poco a poco las braguitas azules con encaje. Centímetro a centímetro, con cada golpe de cadera, con cada pase de sus manos, el vestido terminó alojado en su cintura por segunda vez. Su polla asomaba como un mástil. Las bragas eran ahora la única barrera entre su polla y el coño.

Al haber golpeado continuamente el tronco de su polla entre las nalgas, sus bragas habían quedado embutidas como un tanga, haciendo que su culo se mostrara en mayor esplendor.

Entonces agarró la polla y la empujó hacia abajo, colocándola entre sus piernas, haciendo que su tronco rozara toda la zona de su pubis por fuera de las bragas. Viendo que ella no reaccionaba optó por deslizar la punta hasta donde se ubicaba la entrada de su coño por fuera de la tela y empujó suavemente.

—¿Qué haces? —dijo ella suspendiendo momentáneamente su mamada y poniéndose en alerta.

Aníbal continuó deslizando la polla hacia delante como si esa hubiera sido la intención original llegando hasta el final y dejando su pelvis pegada al culo de ella unos segundos antes de retirarse hacia atrás. Repitió la acción haciendo otra breve parada en la entrada de su coño con la punta de su nabo. Esta vez y las siguientes Alba no protestó.

Pero Aníbal no se iba a consolar follándole las bragas, esa no era la apuesta. Asida por las caderas, y ayudado por sus pulgares, comenzó a empujar la goma de la prenda hacia abajo con la misma lentitud que hasta ahora. Poco a poco, con cada embestida sus manos retrocedían más de la cuenta arrastrando la prenda hacia atrás, como si la desenfundara.

—Estate quieto —protestó Alba que de nuevo interrumpió su tarea y provocando que, tal y como sucedió la vez anterior, Gonzalo frunciera el ceño.

—Tranquila Albita, no estoy haciendo nada —dijo levantando las palmas.

Su cara de enfado no fue más allá y continuó con su tarea mamando aquella polla que le llegaba a la garganta. Sus bragas habían quedado a medio camino, enseñando parte de la raja del culo.

Aníbal retomó su tarea, tanto con la polla como con los pulgares. La acción, por repetitiva, se volvió inofensiva hasta el punto de comenzar a aparecer los primeros indicios de su ano a la vista de todos.

Marcos estiraba el cuello para ver mejor puesto que, sentado en el mismo sofá que Gonzalo, no disponía de visual sobre la parte trasera de Alba.

—¿Quieres que te cambie el sitio? —preguntó Gloria enfadada.

Marcos se encogió rojo de vergüenza y recuperó su posición como espectador pasivo.

Alba seguía a lo suyo por lo que Aníbal no perdió tiempo y continuó intentando el asalto a su coño. Las bragas estaban a medio camino de desaparecer así que volvió a empujarlas hacia abajo. Alba dejó de chupar y se sentó sobre sus talones de nuevo.

—Que no me desnudes, joder. Y deja mis bragas en paz.

—No te pases de lista. Con ellas no te puedo follar. Así que no juegues conmigo. Si no te las bajo yo, lo haces tú, pero te las quitas.

—¿O qué? —retó Alba altiva.

Se quedó descolocado. Con ellas puestas no la podía follar, y lo peor es que si Alba no se dejaba no podría hacer nada. Hasta ahora habían conseguido presionarla para que cumpliera con el juego, pero eso es todo lo que podían hacer. Si no entraba por las buenas, Aníbal se quedaría sin polvo y ya había quedado patente que quien se estaba muriendo por follar era él y no al revés.

—Que no estás siendo justa y que no estás cumpliendo con tu palabra.

Ambos mantenían el pulso de miradas con el ceño fruncido. Él, de rodillas y con la polla completamente tiesa, recordaba al perro que quiere fornicarse a la hembra en celo de la vecina y no deja de gemir y de rascar la puerta de forma patética.

Alba, por el contrario, con la polla de Gonzalo cogida con la mano a forma de báculo, mantenía esa pose de ama dominante no solo de la situación, sino del propio Gonzalo que mantenía la respiración a la espera del desenlace o, más bien, de la reanudación de su tarea que lo había dejado frustrado. Él mismo se encargó de romper el silencio.

—Déjalo ya, Aníbal. Que acabe primero conmigo y luego, si eso… ya lo harás tú.

Aníbal lo quiso matar. Se había puesto en su contra. Miró a Celia pidiendo su ayuda de nuevo, pero esta vez lo único que recibió fue un encogimiento de hombros. De Gloria tampoco iba a esperar gran cosa, no iba a hacer nada que alargara la mamada de su marido. Y León y Marcos le tenían más envidia que compasión. Estaba solo.

Alba sonrió de medio lado, se recolocó las bragas en su sitio y se bajó la falda del vestido estirándolo hacia abajo. Después giró para continuar su tarea que Gonzalo recibió con alivio. Aníbal, tras ella, se quedó con la misma imagen patética de perrillo faldero salido. Era justo eso lo que había buscado ella, no pagar toda la deuda y, de paso, castigarlo por obligarla a rebajarse.

Cuando se dio cuenta de que ella nunca había tenido intención de dejarse follar se lamentó por haber guardado esperanzas. Lo único que había conseguido era que le permitiera frotarse contra sus bragas como premio de consolación.

Y decidió que eso no podía quedar así.

De nuevo la cogió de sus caderas y, como la vez anterior, coló su larga y gruesa polla entre sus piernas, rozando el glande y el resto del tronco por la parte de la tela que cubría su pubis. Una operación que repitió una y otra vez mientras ella permanecía concentrada en la polla de Gonzalo.

A base de frotarse contra ellas, Aníbal había conseguido que se descolgaran ligeramente dejando un hueco entre la tela y su coño. Con suavidad apartó el borde y coló su polla por un lateral consiguiendo un roce directo con el pubis; piel con piel… o con pelo. Alba paró su felación en seco.

—Aníbal, todavía no sé ni por qué he aceptado esta apuesta, pero esta mamada es lo máximo que estoy dispuesta a soportar por esta noche.

—Está bien. Como quieras, mujer. —Pero no se movió.

—Que te quites, joder.

Empujó con el culo hacia atrás para despegarse y soltó la polla de Gonzalo para encararse a Aníbal, lo que provocó su protesta.

—Aníbal, hostia. Para ya y deja que acabe con esto, ¿no? que solo tengo cinco minutos. Luego vas tú.

Aníbal lo miró como a un traidor desagradecido. Solo Gloria estaba más enfadada que él. Señaló su propia polla en completa erección.

—Qué cabrona. ¿Pero tú has visto cómo me tienes? No me puedes dejar así ahora.

—Pues te haces una paja —contestó airada—. Y tú —amenazó a Gonzalo— acaba pronto. ¿Cuánto tiempo llevamos ya?

Celia miró el reloj. —Todavía te queda, bonita.

Suspiró y volvió a meterse la polla en la boca. Aníbal, al igual que el resto, se quedó mirando la escena en silencio y con la polla a punto de reventar. Empezó a meneársela con lentitud arriba y abajo con la mirada puesta en su culo.

Tras unos momentos volvió a pegarse a ella y levantó el vestido volviendo a alojarlo sobre su cintura. Alba saltó como un muelle.

—Ya está bien. Se acabó.

—Oye, tranquilita, ¿eh? Que solo te estoy apartando el vestido. No querrás que me corra sobre él.

Lo miró sin comprender.

—La paja me la hago —aclaró él—, pero al menos me corro sobre tu espalda.

Alba apretó las mandíbulas pero enseguida llegó a la conclusión de que era un buen trato.

Cuando retomó su felación, Aníbal empezó a meneársela tras ella pero tocando su culo con la punta con cada sacudida. Alba no se alteró y él sonrió envalentonado. Poco después empezó a pasar el glande por toda la nalga haciendo círculos cada vez más grandes.

Alba movía el culo hacia los lados intentando evitar el contacto. Aníbal la sujetó por la cadera con una mano y continuó su paja, con la punta de la polla completamente pegada a su nalga derecha y cada vez más cerca del centro donde estaba su ano y su coño.

Bufó, pero continuó chupando. Aníbal repitió la operación de colar su polla entre las piernas y deslizarla al completo por fuera de las bragas, sintiendo el calor que emanaba de su coño. Puso especial empeño en la zona donde debía estar su clítoris, apretando y frotándose contra él, como por casualidad. Dio suaves y largos pases de polla intentando conseguir lo improbable.

Gonzalo había empezado a emitir gemiditos, señal de que su orgasmo estaba muy cerca. Alba aceleró su cadencia viendo el final de su mamada. Aníbal aceleró la suya, apretando sus nalgas a manos llenas y recorriendo toda la superficie obscenamente.

Uno de sus dedos se coló bajo la tela, invadiendo territorio prohibido. Alba notó el tacto sobre la zona próxima a su ano y movió el trasero para pararlo.

Aceleraba la mamada mientras movía la cadera sin cesar. Su boca subía y bajaba de manera hipnótica. Aníbal… simplemente arremetía contra su clítoris.

… y su dedo llegaba cada vez más lejos.

Los demás observaban la escena entre suspiros y sudor. En aquel salón la temperatura había subido diez grados. Marcos y León tenían una empalmada del quince; Gloria, a punto de deshidratarse de los nervios y Celia… sonreía.

Los tres amantes luchaban entre sí por motivos diferentes. Sufriendo y haciendo sufrir. Todos peleando y todos gimiendo, pero de entre todos los gemidos hubo uno que sonó más fuerte que los demás, pero no fue de Gonzalo… ni de Aníbal.

Alba estaba colorada. Quizás por el frotamiento contra sus bragas o puede que por el dedo profanador. Sacó la polla de la boca enfadada más consigo misma que con el resto.

—Bueno, qué, ¿Cuánto tiempo falta?

Movió con fuerza la cadera arriba y abajo intentando deshacerse de un Aníbal que no se soltaba de su culo. Gonzalo tenía la cara como un tomate. Un poquito más y hubiera regado su garganta.

—Ya casi está, tú sigue —respondió Celia.

Cuando Alba retomó su tarea, Aníbal decidió dar una vuelta de tuerca. Apartó ligeramente uno de los lados de la tela con sumo cuidado, e introdujo la polla, deslizándola por completo hasta que su pubis chocó contra su culo.

Con el movimiento de cadera, parecía como si la follara desde atrás, los dos al unísono. Alba llegó incluso a acompasar la mamada de Gonzalo con la cabalgada. La polla entraba en su boca con cada envite de cadera del adonis. Cada vez más sincronizados y cada vez más rápido. Más esfuerzo, más sudor, y más prisa por acabar antes de que el reloj dejara de contar.

Ya no solo se oían gemiditos de Gonzalo, Alba no podía ocultar los suyos por mucho que cerrara los ojos con fuerza y apretara los puños. Se apartó el pelo por detrás de las orejas mostrando una frente perlada de sudor.

—Saca… el dedo —jadeó Alba—. Saca tu puto dedo de mi culo, joder.

—Vale, tranquila —contestó Aníbal.

Manipuló detrás de Alba y se reacomodó la polla. Inmediatamente después la agarró de las caderas para sujetarse mejor. Su cadencia aumentó un poco más y con ella la de Gonzalo y su mamada. El infeliz empezó a resoplar, se iba a correr y, si nada lo impedía, lo iba a hacer en su boca.

Entonces Aníbal separó las piernas de Alba para facilitar su frotamiento pero, al hacerlo, todos vieron que en realidad su polla entraba y salía de su coño. La estaba follando.

Y ella se dejaba.

Todos sonrieron atónitos, incluida Gloria que mostró la suya de medio lado. Comenzó entonces un metesaca brutal. Golpeaba contra su culo provocando un clop-clop característico. León, se relamía viéndola recibir tanta polla y con tanta rapidez. Gonzalo, simplemente se estaba dejando ir. Su orgasmo era inminente. Tomó a Alba de la nuca empujándola al compás. Gloria dio un respingo y miró a Celia, sulfurada.

Ésta comprobó el reloj, más por su requerimiento que por cumplir con el tiempo. Lo observó unos segundos y ahogó un mohín. Después le devolvió la mirada.

—Y… tiempo —dijo.

Inmediatamente, Alba se sacó la polla de Gonzalo. Lo había hecho en el último instante haciendo que éste bramara de frustración. Sin embargo su culo seguía en pompa permitiendo que Aníbal perforara su coño como un poseso. Ella tenía la barbilla levantada y los ojos cerrados disfrutando del placer. Se mordía los labios conteniendo los gemidos a duras penas. Y entonces sucedió algo que extrañó a todos.

Aníbal se salió de ella y dejó de follar. Se sentó sobre sus talones y cruzó los brazos.

—Pero… ¿QUÉ COÑO HACES? —gritó Alba.

Se arrepintió de haberlo dicho en voz alta nada más abrir la boca.

Aníbal la miraba retador. —Con bragas no te puedo follar bien.

Ella le devolvía la mirada con rabia. Tenía las mejillas totalmente enrojecidas y la respiración a tope. Sus pezones estaban como piedras. El muy pérfido la había dejado en evidencia.

—Eres un cabrón.

—Y tú una puta que se muere por mi polla.

Alba abrió la boca para decir algo, pero la cerró de nuevo. Aníbal sonrió.

—Dilo. Di que te mueres por mi polla.

—Estás mal de la cabeza.

—Y tú estás caliente como una perra. Anda, quítate las bragas para que podamos acabar.

Ella negó con la cabeza como si estuviera loco. Se cruzó de brazos y apartó la mirada.

El resto se miraban unos a otros sin saber qué iba a pasar. Y, entonces, hizo algo que los dejó a todos en el sitio. Deslizó sus bragas hasta sacárselas por los pies. Después se las lanzó a Aníbal con furia.

Una amplia sonrisa de triunfo inundó su cara, sin embargo no se movió. Se mantuvo con la misma pose de espera. Alba claudicó todavía más. Volvió a colocarse en la misma posición a cuatro patas ofreciendo, ahora sí, su coño desnudo ante todos.

Aníbal tampoco se movió.

—¡Qué! —instó ella.

Él posó la vista en la polla de Gonzalo. Si las miradas matasen, Alba le asesinaría con la suya.

—Hijo de puta.

—Sí, pero con una polla muy grande. Y te sigues muriendo por ella.

Sus mandíbulas apretadas y la tirantez de su cuello indicaban que no podría odiarlo más. Pero, al final, contra todo pronóstico y contra sí misma, Alba se agachó y retomó su tarea felatoria pese a las protestas de Gloria. Solo entonces Aníbal continuó con la suya.


— · —


Aníbal había levantado el vestido haciendo perfectamente visible, para todos los presentes, su coño desnudo que no dejaba de martillear con su polla. También había bajado sus tirantes haciendo que el vestido quedara recogido sobre las caderas. Podría decirse que estaba prácticamente desnuda.

Sus tetas, enormes, perfectas, excelsas bamboleaban adelante y atrás con cada arremetida mientras mamaba con pasión renovada la polla de Gonzalo. Éste, totalmente fuera de sí, había abierto las piernas por completo apoyándolas en los reposabrazos del sillón. Sus pelotas, hinchadas, oscuras y húmedas se balanceaban al compás de la mamada.

—Cógelas —decía Gonzalo—. Cógemelas y lámelas. Hummm, ooooh, oooooh. Vamos, puta. Hummm, oooh, vamos, joder, sóbame las pelotas.

Gloria, su mujer, asistía indolente a la degradación de su marido y a la humillación que recibía de éste.

—Gonzalo, vale ya. La apuesta ha acabado —Habían pasado más de cinco minutos desde que la cuenta atrás finalizara y aquella orgía no daba signos de terminar. Alba no paraba de mamar y su marido seguía ignorándola.

—Lámeselas, obedece —azuzó Aníbal a la vez que alargaba una mano para hacerse con una de sus tetas.

Marcos se apuntó al festín viendo la sumisión de Alba y asió la otra teta. Palpó con sus dedos el pezón duro y se pasó la lengua por los labios.

—Joder, qué tetazas —decía.

Alba le dio un manotazo para que la soltara. Él torció el gesto, extasiado pero contrariado por lo que veía y le impedía catar. Acto seguido, echó mano de la bragueta.

—Qué coño —dijo para sí.

Se sacó la polla y empezó a pajearse. No iba a volver a verse en una situación tan morbosa como esa. Y, si no conseguía nada con la buenorra de Alba, al menos se haría una paja en su cara.

Gloria, a su lado, puso cara de espanto. Por si no fuera poco ver a su marido corneándola, ahora, su mejor amigo se la pelaba junto a él.

Gonzalo sonrió al verlo sumarse al espectáculo y levantó la cadera para que pudiera apreciar mejor su polla entrando en aquella boca tan húmeda.

—Uffff, colega, cómo la chupa. Ésta sí que sabe.

Su mujer bufó airada. Por detrás, Aníbal seguía galopando como un jinete desbocado, taladrando su coño sin descanso.

—¿Te gusta, puta? —atacaba con inquina—. Dime, ¿te gusta mi polla?

—Ooooh, vete a la mierda, cabrón —dijo ella al cabo de un rato sacando momentáneamente la polla de la boca—. Ooooh, hummmm.

—Contesta. —Ralentizó la follada—. Dilo.

—Síííí, joder, sííí. No pares, no pareees.

—¿Más que la del cornudo de tu novio?

—Sí, ooooh, mucho más.

Alba levantó la barbilla al notar el dedo de Aníbal colarse por su ano. —Ahmmm, ooooh, joder, qué haces —Él sonrió y siguió introduciendo su dedo más adentro— Aaaaummmm, cab-brooonnnn —gimió.

A la follada empezó a acompañarle un suave metesaca a su ano. Dedo y polla entraban con cadencia asimétrica haciendo que ella perdiera el control de cintura para abajo. Aníbal había encontrado su kriptonita.

—Aaaaaah, Diossss, jodeeeeerrrr.

—¿Te hace correrte así tu novio cuando te folla?

—No, él… nunca…

—¿Nunca te folla así?

—Nunca… me corro…

Aníbal sonrió de oreja a oreja al igual que Celia y los otros. Gonzalo, envalentonado con la sumisión de Alba, se atrevió a coger ambas tetas y sobarlas a placer.

—Sóbame los huevos —le dijo.

No le hizo caso, continuando con la mamada que llenaba su boca.

—Hazlo, sóbaselas —apremió Aníbal—. Y lámeselas como una puta.

Sin rechistar, le agarró de las pelotas y las empezó a amasar de igual manera que él hacía con sus tetas. Gloria volvió a bufar.

Marcos, recostado hacia atrás, se la meneaba con rapidez extasiado con la escena tan guarra de Alba con su amigo. La respiración se le cortó cuando notó los dedos de Gloria asirle de la polla.

Tras un instante de duda, terminó apartando su mano, dejando que ella continuara su paja. Miró a Gonzalo que, a su lado, seguía absorto en amasar las tetazas de Alba. Cuando éste se dio cuenta de lo que hacía su mujer, dio un respingo y abrió la boca.

—¡Gloria!, joder.

Su mujer, desafiante, le devolvía la humillación con su mejor amigo. A Gonzalo, entre el deseo y la frustración, no le quedó más remedio que callar.

León y Celia miraban atónitos. Aquello se estaba yendo de madre. Todo el mundo parecía haberse vuelto loco. Frente a ellos, Alba alojaba el enorme mástil de Aníbal hasta el fondo de su coño mientras su culo era castigado con el dedo anular que introducía por completo. Y mientras tanto, mamaba la polla de Gonzalo como si no hubiera un mañana.

Gonzalo, a punto de correrse en cualquier momento, no perdía de vista a su mujer pajeando a su mejor amigo que se dejaba hacer.

—Marcos, joder —le increpaba. Pero éste apartó la vista, no haciendo caso y permitiendo que su mujer lo continuara pajeando.

—Y se la voy a chupar como hace ella contigo —contestó Gloria con rabia.

León se pasó el dorso de la mano por la frente y se giró hacia Celia, a su lado. Ésta adivinó sus intenciones antes de que abriera la boca.

—Ni de coña, vamos —bufó apartándose de él—. Le dices a tu novia.

Durante unos instantes se quedó frustrado. —Pues la paja me la hago.

Se levantó y se bajó los pantalones hasta los tobillos. Su polla apareció inhiesta apuntando al cielo. Avanzó dos pasos caminando como un pingüino hacia Alba y abrió ligeramente las rodillas para facilitar la paja.

—Apártate de mí, puto cerdo —bramó Alba al ver su pene moverse sobre su cabeza. Había interrumpido la mamada para poder hablar.

—Déjala en paz —ordenó Gonzalo, molesto al ver su mamada interrumpida por enésima vez.

León siguió masturbándose. El glande aparecía y desaparecía en su mano. Alargó una mano y le agarró de una teta. Ella le dio un manotazo haciendo que se soltara.

—Mierda, joder —se quejó éste—. A Gonzo bien que le dejas.

—Que te den —contestó ella volviendo a sacarse la polla de la boca. Gonzalo volvió a poner cara de fastidio.

Sin más opción, León continuó la paja sobre su cabeza. Aníbal ya empezaba a dar muestras de estar llegando a su fin y aceleró la follada de su coño y de su culo. Alba recibió al instante la oleada de placer.

—Hummm, ooooh, Dios, Diossss.

Aceleró inconscientemente la paja que hacía en la base de la polla mientras mamada el glande con húmedos pases. Su lengua asomaba por los lados de sus labios empapados de lubricante preseminal. Apretó sus pelotas entre sus dedos provocando que Gonzalo, al límite de su aguante, explotara dentro de su boca. Él seguía con la vista puesta en la mano de su mujer que pajeaba a su amigo. Su orgasmo se truncó cuando vio brotar el semen de Marcos y escurrirse sobre la mano de su mujer.

—Noooh, mierdaaah —protestó—. Marcos, cabrónnnnn, mmmffff.

Marcos, con los ojos en blanco, disfrutaba de los últimos estertores que le propinaba con maestría la mujer de su amigo.

El último en correrse fue León, que descargó sobre la espalda de Alba espesos chorros de blancuzco semen.

Aníbal todavía tardaría un rato más en terminar de follarla. Hasta que quedó desfallecida en el suelo.

Excepto Celia y Gloria, los demás respiraban a bocanadas intentando recuperar el resuello. Aníbal y León recuperaron su sitio desplomándose en sus sofás. Todos los chicos con sus pollas flácidas aún al aire. Celia, divertida, mostró un móvil en alto.

—Uy, parece que tienes algunos wasaps. Creo que son de tu novio.

Alba se llevó tres dedos al puente de la nariz.

—Dani, joder —suspiró—. Mierda.

Fin capítulo XVII
 

¿Me vuelves a querer?​




Dani había escuchado paciente toda la historia con la respiración agotada, como si su cuerpo ya no necesitara ni aire para respirar. Alba, frente a él, echaba chispas por los ojos.

—¿Contento? ¿Es eso lo que querías oír? Pues ahora ya sabes lo que hay.

Le arrancó las bragas que todavía sostenía en las manos y se alejó a grandes zancadas por el paseo de adoquines. Dani se apoyó en el muro que había junto a él y se lamentó por haber acabado la noche de aquella manera.

No había creído ni por un segundo la sarta de mentiras que le había contado. Estaba claro que toda esa historia era solo para castigarlo. Y no es que no se lo mereciera después de la cagada de antes. Prefirió no ir tras ella y dejarla sola. Necesitaba tiempo para que se calmaran los ánimos y también para recomponerse.

Era noche cerrada y no se veía a nadie por la calle. Los únicos acompañantes eran las luces de las farolas del paseo y el ruido de las olas muriendo en el borde de la playa. Decidió volver a casa caminando cerca de las olas.

Cruzó el muro y caminó hasta la orilla con el calzado en la mano. Avanzó hasta que la arena se hizo más firme bajo sus pies a causa de la humedad y después siguió el contorno de la orilla en dirección al pequeño acantilado que había frente a la casa.

Un chico que paseaba a su perro lo saludó levantando su barbilla. Llevaba una capucha que le tapaba la cabeza y unos pantalones cortos por encima de la rodilla.

Aunque caminó a paso lento y con pisadas cortas, se plantó frente a las rocas que subían a casa de Marta antes de lo que deseaba. El tiempo pasa muy despacio cuando no se quiere llegar pronto. Subió por ellas siguiendo el caminito que ascendía sorteando las enormes piedras.

Cuando casi estaba a punto de llegar arriba, se topó con dos chavales apostados entre las rocas. Los saludó con un ademán de cabeza y continuó su ascenso hasta llegar al paseo que daba a la casa.

Llegó a su cuarto. Normalmente, Alba solía dejar la luz de la mesilla de su lado encendida aunque llevara horas durmiendo. Era un acuerdo tácito con el cuál evidenciaba que lo estaba esperando; una señal de que, sin él a su lado, no había acabado el día. Él se encargaba de apagarla cuando se pegaba por detrás, fundiéndose en una única figura y acabando el ciclo.

En esa ocasión, solo había oscuridad.

Se desvistió en silencio y se metió entre las sábanas sin atreverse a tocarla. Por su respiración supo que Alba no dormía y tuvo la certeza de que él tampoco iba a pegar ojo en toda la noche. Intentó distinguirla a través de la oscuridad, intentando adivinar el contorno de su figura bajo las mantas.

—Me lo merezco —dijo al cabo de un rato en voz alta—. Debí ponerme de tu parte en lugar de juzgarte. Querías pasar página por lo que pasó esa noche y yo no te he dejado.

Alba no dijo nada, ni se movió. Dani siguió hablando.

—Tenías razón en lo de que solo quería oír una versión. Estaba tan obsesionado, que me ha costado darme cuenta de que no aceptaría un relato en el que no me hubieras traicionado. No eres tú la que debe dar explicaciones, sino yo el que debe pedir perdón por no estar de tu parte. —Inspiró profundamente—. Y puede que… quizás mi sitio no esté aquí.

Volvió a esperar que ella dijera algo. Se resistía a darse la vuelta sin oír su voz una última vez. Por fin, Alba terminó de romper el muro de silencio.

—No follé con Aníbal, me lo inventé —contestó ella en un susurro—. Tampoco se la chupé a Gonzalo.

Oírselo decir en voz alta fue todo un alivio. La constatación de la certeza.

—El juego transcurrió tal y como te lo he contado hasta la apuesta del doble o nada. Ya sabes lo cabezona e insufrible que soy cuando las cosas no salen como quiero; y lo mala perdedora que he sido siempre, sobre todo cuando voy como una cuba. —Se sorbió los mocos—. Lo había intentado todo para no tener que cumplir, pero no tuve suerte, no era mi noche. Así que, perdida la apuesta, pagué prenda para librarme y pirarme de allí. Utilicé mis bragas. Era lo único que podía usar sin quedar desnuda. A partir de ahí me lo he inventado todo. Se quedaron en silencio. Dani boca arriba y Alba en su lado de la cama, de costado. Notaba que seguía enfadada con él pero ya no estaban a un mundo de distancia. Ella volvió a tomar la palabra.

—Pensabas que se la había chupado a Aníbal. —No lo dijo enfadada, sino con resignación—. Me acusaste delante de todos.

Dani cogió aire y lo soltó con pesar. —Las bragas que tenía en el bolsillo de su pantalón… —empezó a excusarse dubitativo.

—No solo por eso, Dani. —Giró la cabeza hacia él—. Llevas así desde mucho antes.

—Os pasáis todo el tiempo cuchicheando y contándoos secretitos. ¿Qué tengo que pensar de tanto comadreo?

—¿Y qué tengo que pensar yo de ti, que no paras de babear por mi prima? O el rollo ese que te traes con la amiguita tuya esa.

—¡Yo no babeo por tu prima! —respondió herido—. ¿Y con Eva? ¿Por qué dices eso? Es como mi hermana. Ella y yo nunca…

—Has estado a punto de correrte con ella mientras te follaba delante de todos; en mis narices. —Hizo una pequeña pausa—. Ha sido humillante.

Había dado donde más dolía.

—Lo que ha pasado… a ver… —Intentó dar una explicación que no tenía—. No es lo que crees. Te juro que Eva no me atrae.

—¿No? ¿Y quién puso que quería hacértelo con ella en el juego de las confesiones?

—No tengo ni idea, Alba —resopló—, pero no fui yo.

Ella se quedó pensativa.

—Y tampoco puse lo de follarme a la prima de mi novia. No sé quién fue el gracioso, pero te aseguro que yo no, aunque todos lo pensasteis, incluida tú.

Alba movía el mentón a un lado y a otro. —¿Y entonces, cuál fue tu confesión?

Dani se ruborizó por lo que pensó que era una sandez y apartó la mirada. Después, en un susurró, se lo dijo.

—Que mi mayor deseo es casarme con mi novia —y añadió—. Y, aunque todos penséis que es una ñoñez y estemos enfadados por culpa de una noche de mierda, lo sigue siendo.

Alba se quedó con la boca a medio abrir, con unos ojos de cachorro. Mirándolo como si acabara de pedirle matrimonio a la luz de la luna, una noche de otoño en París. Él tenía el corazón en un puño.

—Pero ya solo deseo que no dejes de quererme.

Alba se giró por completo hacia él y lo abrazó. —Ven aquí, anda. Que eres más tonto…

Se quedaron en silencio abrazados, escuchando sus propias respiraciones. A Dani le volvió a latir el corazón. La quería más de lo que podía reconocer. No hubiera soportado tener que estar separado de ella. Si lo hiciera; si por alguna razón hubieran acabado separados, bien porque ella le hubiera engañado, o le hubiera puteado, o sus puñeteros amigos se hubieran metido de por medio, o cualquier cosa que hiciera que nunca más siguieran juntos, sería lo puto peor que le pasara en su vida. Estaba enganchado a ella hasta las cejas. Alba pegó su frente con la de él.

—¿De verdad que lo pensabas en serio? —preguntó ella.

—Todos los días, desde que te conocí. —Y añadió—. Y lo sigo haciendo.

Volvió a abrazarlo con fuerza pegando su cuerpo al de él.

—Siento lo del armario cuando te encerraron. De verdad que no tenía ni idea de lo que iban a hacer. Dijeron que solamente iban a sacarte afuera, nada más. No imaginé que te dejarían encerrado ni que te tirarían a la piscina. —Lo dijo con tono afectado.

—Ya, bueno.

—Fue una putada. Créeme que lo siento de todo corazón. Lo debiste pasar fatal allí dentro. Y no estuve contigo para cuidar de ti.

Nuevo silencio que Dani no se atrevía a romper. Comenzaron a besarse con las ganas contenidas de todo un día de tira y afloja. Por fin empezaba a recomponerse su relación.

—¿Me vuelves a querer? —preguntó él con cautela—. ¿Aunque solo sea un poco?

—Porque me has puesto eso tan bonito, que si no… —contestó melosa.

Volvieron a fundirse en un beso largo y húmedo. Él se llenó las manos con sus tetas que ya venía tiempo echando de menos y clavó su paquete contra ella.

—Oye ¿Y tú, qué pusiste en la tuya?

—No puedo decírtelo. Las confesiones eran anónimas —sonrió con picardía.

—Pero… yo te he dicho la mía.

—Ay, déjalo. No seas alcahuete.

Se quedó con la boca abierta. A lo mejor no quería confesar lo que todo el mundo, incluido él, tenía en mente: “Chupársela a Aníbal delante de mi novio y después follar con él, a solas”. En cualquier caso no protestó. Estaban haciendo las paces y no quería estropearlo. Además, Alba estaba muy receptiva y ya se sabe lo que se dice de las reconciliaciones. Se consoló pensando que lo de Aníbal solo sería una fantasía.


— · —


En la estancia apenas entraba un atisbo de luz por la ventana, lo que dejaba el dormitorio en penumbra. Dani tomó a Alba de su camiseta que utilizaba a modo de pijama y tiró hacia arriba hasta sacársela por la cabeza. Sus tetazas botaron en la semioscuridad del cuarto y atrapó una de ellas con la boca.

Ella gimió como una gata y metió la mano dentro de su calzoncillo haciendo que él, a duras penas, reprimiera un gemido.

—Hummm, jod-derr, qué manos más suaves.

—¿Sabes qué? —susurró ella en su oído—. Lo de esta noche me ha puesto un poco cachonda.

—¿Qué parte? —preguntó levantando una ceja. El estómago le dio una pequeña contracción al recordarla en el armario con Aníbal.

—Ya sabes… lo de Quico…

Se le revolvió el estómago. A él no le había hecho ni puñetera gracia sobarle la polla a un tío.

—Tenías su polla dura en tu mano… mmm.

«Y tú tenías sus huevos al alcance de la tuya», pensó Dani suspicaz.

—Y cuando te desnudaste dentro del armario… mmmm… O delante de todas en casa de mi prima….

—Yo no me desnudé delante de vosotras —respondió ofendido—. Ha sido el puñetero niñato de Cristian. Y lo he pasado fatal, que lo sepas.

—Mmmm, me excita cuando te pones así.

Meneó su polla de arriba abajo, lo que dejó a Dani sin muchas ganas de seguir rebatiendo.

—Parece que tenías ganas, ¿eh? Estás muy rígido por aquí abajo. —Pegó la boca a su oreja y susurró—. No creas que me he olvidado de la supercubana con mamada que te debo.

Casi se corre solo de oírlo. Hacía mucho que había perdido toda esperanza. Se quitó el calzoncillo y lo tiró lejos de la cama.

—Pero primero me lo haces a mí con la boquita, que yo también tengo ganas y llevo mucho aguantándome —atajó ella.

Oír eso lo tranquilizó. Significaba que, durante este tiempo, ella no se había “desahogado” con nadie. Desvió sus besos desde el pezón que llenaba su boca hasta aquel bosquecito oscuro entre sus piernas. Cuando su lengua llegó a él se dio cuenta de que no llevaba bragas y recordó dónde las vio por última vez. Alba pareció adivinar sus pensamientos porque enseguida se adelantó a justificarlo.

—Al final con todo el lío me las he dejado en casa de Glori. A ver si mañana la llamo para que me las busque.

—Yo las vi en la cabeza de Aníbal. A lo mejor tienes que llamarlo a él. Parece que las colecciona.

—Ay, no empieces, anda. Y las otras pues… las cogería por casualidad.

—Yo creo que las cogió para pajearse. —Metió la lengua entre sus pliegues.

—Mmm, Diossss, qué tonto eresss, mmsssigue.

Sabía que cuanto más empeño pusiera mejor sería su recompensa. Comenzó a hacer movimientos circulares con rapidez mientras utilizaba sus manos para acariciarla. Alba se retorcía de placer.

—Sí, sí… no pares… ufffff. Qué bien lo haces.

—¿Mejor que ése en el armario?

Lentamente y sin dejar de disfrutar de la lengua de Dani, Alba levantó la cabeza y apoyó los codos hacia atrás.

—¿Eso es lo que piensas, que Aníbal me lo ha comido mientras estábamos juntos en el armario?

—¿Lo ha hecho? —Había dejado de lamer lo justo para hablar.

—Puede. —Sonreía con malicia. No se había enfadado y, en lugar de eso, le seguía el juego… pero a su manera—. Hasta que tuve que pararle.

—Ah, ¿sí?

—Preferí que me la metiera. Había notado su enorme polla pegada a mi culo cuando me agaché para bajarme las bragas. —Y siguió jugando—. Y la tenía superdura.

Dani levantó una ceja. Ella siguió jugando con él.

—No hay sitio para arrodillarse, ¿sabes? Por eso preferí que me follara de pie. Al fin y al cabo, acababa de darle mis bragas.

Había empezado él, así que no podía quejarse de que ella tratara de mortificarlo. No obstante, hubo una cosa que le llamó la atención. Acababa de imaginar la escena de ella sin bragas pegada a la polla de otro hombre en un cubículo minúsculo y, no supo por qué pero, le excitó. Ella, semidesnuda y vulnerable, ofreciendo sus bragas a un extraño que, a buen seguro, tendría una empalmada de campeonato. Se lo imaginó oliéndolas amparado en la oscuridad que lo cubría.

Sentía celos de Aníbal y la idea de que estuviera cerca de ella le causaba desazón. Sin embargo, esa misma imagen del armario pero siendo deseada por un desconocido le excitó. La de un extraño sin rostro disfrutando de ella o de algo tan efímero y lascivo como el tacto de sus bragas. Metió un dedo en su coño a la vez que movía la lengua haciendo pasadas circulares.

—Así que… Aníbal te folló dentro del armario.

Ella ahogó un nuevo gemido y sonrió. —Claro que no, bobo. Te estaba vacilando, mmmfff, ooooh. —Se mordió el labio retorciéndose de placer.

—Ya lo sé. Yo también bromeaba.

—Pero lo de su polla sí es verdad. —Soltaba hilo y recogía carrete.

—¿Que te la metió?

—No, tonto. Que la tenía dura.

—¿Se la viste?

—No hizo falta… Estábamos pegados… a mi espalda… mmmmffff, ooooh, Diosss. Sigue cariño.

Volvió a lamer con la lengua plana por todo su coño. Se detuvo lo justo para preguntar. —¿Espalda?

—Su polla… a mi espalda… en mi culo… la noté caliente… y dura… qué cabrón, qué bien lo haces… uuuuffff.

Nueva punzada de celos por Aníbal con la imagen de su polla encajada entre las nalgas de su novia. Notándola a través de la fina tela del vestido mientras recogía sus bragas que él terminaría colocando en su cabeza… previo paso por su nariz, seguramente.

—¿Por qué se las diste? ¿Por qué elegiste dar tus bragas a Aníbal?

—¿Y qué querías que le diera? —No lo dijo enfadada, sino con ese toque condescendiente que ponía a veces—. Solo llevaba las bragas debajo del vestido, así que tú me dirás. —Exhaló un suspiro y arqueó la espalda sufriendo un nuevo acceso de placer—. Podía haber elegido el propio vestido, pero si Aníbal hubiera querido cambiar sus pantalones en lugar de la camiseta, habría salido del armario con las tetas al aire.

Dani no había caído en ello aun siendo lo más obvio. Ahora se sentía como un tonto. Su novia se movía más y más. Estaba a punto del orgasmo, fuera de sí y en esa situación en la que podría hacer con ella lo que quisiera.

—Y… ¿cómo la tiene de grande?

Pese a la excitación que le impedía controlar su cuerpo volvió a levantar la cabeza y a apoyarse en los codos. Dio tres grandes bocanadas de aire antes de responder.

—No más que la tuya —le sostuvo la mirada—. ¿Es eso lo que querías saber?

Hablaba dando largas espiraciones, intentando controlar el inminente orgasmo.

—¿En serio? ¿Un tío tan grande como él?

Alba acarició su cabello hundiendo los dedos y empujando su boca contra ella. Echó la cabeza hacia atrás. Empezaba a correrse.

—Msííí, ooooh, ya sabes lo que pasa… uuufff… cuanto más músculo, menos polla… Diosss… sigue, mi amor, sigue. No pares.

La satisfacción que sintió al oírlo fue indescriptible. Quién lo iba a decir. Envalentonado, decidió sacar más ventaja en un terreno que él tenía muy dominado: Su lengua.

Alba tuvo que taparse la cara con la almohada para ahogar sus gritos y no despertar a todo bicho viviente en aquella casa. Cogió también la almohada de Dani, apretando ambas con las dos manos.

Dos minutos después, todo acabó y el silencio fue el único que se dejó notar en aquella habitación. Trepó hasta llegar a su boca que ya volvía a quedar libre y la besó con pasión. Ella recuperaba el resuello con los ojos cerrados y su pecho subiendo y bajando sin cesar. Se giró de costado y Dani hizo la cucharita abrazándola desde atrás. Se quedaron así, descansando, recuperándose.

—Así que… —tanteó al cabo de un rato— te lo has pasado bien con Aníbal, ¿eh?

Ella llevó una mano hacia atrás hasta su mejilla, acariciándolo con la punta de las yemas. —Ya sabes que no. —Lo dijo en tono amable pero tajante—. Solo bromeaba contigo, por el juego.

Se quedó callado. Alba había adivinado por dónde iban sus intenciones.

—Dani, ahí dentro no ha pasado nada —dijo al notar su silencio— y, para que quede claro, Aníbal no me atrae. Te he seguido el rollo porque me estaba corriendo. Y si en ese momento tú me hablas de él y lo metes en el juego…

—Bueno, reconoce que un poquito igual sí te pone. Saliste del armario con un calentón…

—¿Por Aníbal?, vamos hombre. He salido colorada porque ahí dentro hacía calor.

—Ya, pero… es que estabas muy colorada.

—Ya, pero… es que hacía mucho calor, Dani —dijo con retintín—. El sitio era enano y estábamos los dos ahí metidos haciendo contorsionismo. Me estaba asfixiando.

El tono era el suficiente como para saber que debía dejar de insistir. Se quedó pegado a ella, manteniendo su abrazo mientras terminaba de recomponerse. Alba lanzó un hondo suspiro.

—A ver, Aníbal es muy guapo y atractivo —dijo en un tono calmado—. No tienes más que ver cómo le miran las chicas con las que se cruza. Pero también es un engreído y un petulante. Egoísta, ególatra, vanidoso…

Hizo una pausa pensando sus próximas palabras.

—Me hace reír, además de tener una conversación interesante. —Hizo una nueva pausa—. Pero hasta ahí. No hay nada que me interese de él. Y sobre todo, tengo novio, ¿recuerdas?

—Vale, entendido —contestó como un buen alumno—. En ese armario no habéis hecho nada.

—Bueno, tampoco he dicho que él no haya intentado algo. —Guiñó un ojo.

Se quedó con la boca abierta, bromeaba otra vez, ¿no? Después silencio. Pasaron unos minutos antes de que se atreviera a hablar.

—Oye, ¿te importa si mañana usamos el día para nosotros solos? —preguntó cauto. Alba levantó ligeramente la cabeza, extrañada—. No es que tenga nada contra tus amigos —se apresuró a aclarar—, pero… es que todavía no hemos tenido tiempo para estar a solas… tú y yo.

Ella lo pilló a la primera.

—Claro, te lo prometo. Se acabaron las celebraciones y los reencuentros. Mañana tú y yo solos en la piscina, o en la playa si nos invaden los amigos de Cristian.

Oír el nombre de aquel chaval le revolvió el estómago y se alegró de que ella prefiriera mantenerlo alejado. Sonrió para sus adentros aliviado porque por fin las cosas comenzaran a volver a su cauce.

Apretó su abrazo y volvió a aspirar el olor de su pelo. Se mantuvieron en aquella posición que a él le gustaba tanto. En cualquier momento ella se giraría y le daría lo suyo ahora que le llegaba el turno. Quién sabe si también fantasearían con alguna de las amigas de ella mientras él se corría sobre sus pezones. Quizás Gloria, que tenía un buen par de tetas, aunque ¿sería muy osado si comentaba algo de su prima? Besó su hombro desnudo para indicarle que ya estaba preparado para recibir su premio. Volvió a besarla más veces, pero Alba no terminaba de dar el paso.

La tomó de su hombro y tiró de él para girarla y colocarla bocarriba. Ella emitió un pequeño ronquidito. Se había quedado frita y acababa de despertarla. Abrió los ojos medio dormida y resopló.

—Ufff, cariño, estoy muerta. ¿Te importa si seguimos mañana, porfaa?

La miró, frustrado. Tenía la polla a reventar. —Bueno, si te ves tan cansada…

—Ay, gracias, amor —dijo en un susurro dándose la vuelta.

Resignado, solo pudo hacer la cucharilla y encajar la polla a su culo como premio de consolación

—Mañana, sí que sí. Te lo prometo —ronroneó ella.

Fue lo último que dijo antes de volver a caer rendida. Dani también se durmió, pero apuntó mentalmente tener cuidado con Aníbal. Alba había aclarado por qué había llegado sin sus bragas, pero que las guardara él no tenía explicación. De ahora en adelante le tendría vigilado de cerca. Algo le decía que no era de fiar.

Fin capítulo XVIII
 
El subconsciente delata a Alba. Los tios en su relato tienen unos pollones del dos y pone en boca de Aníbal que su novio la deja insatisfecha.
Dani se queda sin cubana y sin mamada sin protestar. Las promesas de Alba se las lleva el viento, primero me lo comes y luego te aguantas, menos mal que habían hecho las paces.
 
Última edición:
Estoy en el hospital, de visita. En cuanto vuelva a casa lo cuelgo.
Llevo toda la semana fuera y solo he arrancado el PC para colgarlo en el otro lado.
Tampoco pensé que se echara de menos por aquí. Pero tomo nota y procuraré que no se me vuelva a pasar.
Espero que la visita al hospi sea que todo va bien, no te preocupes es que nos da la ansiedad y la envidia…😘😘😘
 
Lo había intentado todo para no tener que cumplir, pero no tuve suerte, no era mi noche. Así que, perdida la apuesta, pagué prenda para librarme y pirarme de allí.

No termino de creerme que se librara de cumplir el reto, pagando una prenda. Alba siempre mezcla mentiras con verdades y al final Dani se hace la picha un lío.

—Os pasáis todo el tiempo cuchicheando y contándoos secretitos. ¿Qué tengo que pensar de tanto comadreo?

—¿Y qué tengo que pensar yo de ti, que no paras de babear por mi prima? O el rollo ese que te traes con la amiguita tuya esa.

Contesta con otra pregunta, y así no responde a lo que le ha preguntado Dani.

—Siento lo del armario cuando te encerraron. De verdad que no tenía ni idea de lo que iban a hacer. Dijeron que solamente iban a sacarte afuera, nada más. No imaginé que te dejarían encerrado ni que te tirarían a la piscina. —Lo dijo con tono afectado.

Ya claro, y te fias de tus amigos, que no hacen mas que incumplir reglas que ellos mismos ponen, y prefieres quedarte con Anibal
—Claro, te lo prometo. Se acabaron las celebraciones y los reencuentros. Mañana tú y yo solos en la piscina, o en la playa si nos invaden los amigos de Cristian.
—Mañana, sí que sí. Te lo prometo —ronroneó ella.

Mas promesas para ese mañana que nunca llega.

¿Que nueva putada le prepararán los amigos de Alba?

¿Conseguirá Aníbal someter a su presa?
 
Ninguno de los comportamientos de Alba y Dani tienen que ver cuando comenzó el relato.

Dani se mostraba seguro, con personalidad y ahora es todo un Gilipollas acomplejado e inseguro. Ella, es ahora la verdadera Alba? Cuatro años con Dani y este no se ha dado cuenta de la pajarraca que tiene a su lado?.

Supongo que el relato se basa en la sumisión de Dani en aceptar que es el juguete de los amigos de Alba.

Pésimo.
 
Dani se mostraba seguro, con personalidad y ahora es todo un Gilipollas acomplejado e inseguro.
Pésimo.
Si Dani se mostrara seguro e hiciera lo que cualquier humano haría, el relato solo iba a durar tres capítulos. No crees?
Si embargo, con su actitud, podemos sentír en carnes propias lo injusto y frustrante de cada escena.
Este relato va de eso, DOLOR.

Dolor y más dolor.

Es algo que avisé y queda patente en cada capítulo.

Y, aviso, en el segundo libro (si decides leerlo, que me parece que va a ser que no) vas a encontrar más de lo mismo antes de que la historia gire hacia otros puertos.

En cualquier caso, gracias por tu comentario y el tiempo que has dedicado a leerme.
 
Si Dani se mostrara seguro e hiciera lo que cualquier humano haría, el relato solo iba a durar tres capítulos. No crees?
Si embargo, con su actitud, podemos sentír en carnes propias lo injusto y frustrante de cada escena.
Este relato va de eso, DOLOR.

Dolor y más dolor.

Es algo que avisé y queda patente en cada capítulo.

Y, aviso, en el segundo libro (si decides leerlo, que me parece que va a ser que no) vas a encontrar más de lo mismo antes de que la historia gire hacia otros puertos.

En cualquier caso, gracias por tu comentario y el tiempo que has dedicado a leerme.
En eso llevas razón, no lo voy a leer.

Veo excesivo el goce por la humillación de tu relato.
 
Si Dani se mostrara seguro e hiciera lo que cualquier humano haría, el relato solo iba a durar tres capítulos. No crees?
Si embargo, con su actitud, podemos sentír en carnes propias lo injusto y frustrante de cada escena.
Este relato va de eso, DOLOR.

A. Seneka


Los grandes relatos de infidelidad no consentida siempre van por el mismo camino, con mas o menos humillaciones y con amagos y sospechas hasta que todo se consuma. Cuando uno lee este tipo de relatos ya sabe lo que va a encontrar. Por eso aunque tenga el libro, dosifico los capítulos para evitar ¨sufrir¨ de un tirón, porque dentro de un extraño masoquismo me gusta leer estos relatos.
Ya avisaras cuando salga el siguiente libro.
Gracias
 
Si Dani se mostrara seguro e hiciera lo que cualquier humano haría, el relato solo iba a durar tres capítulos. No crees?
Si embargo, con su actitud, podemos sentír en carnes propias lo injusto y frustrante de cada escena.
Este relato va de eso, DOLOR.

Dolor y más dolor.

Es algo que avisé y queda patente en cada capítulo.

Y, aviso, en el segundo libro (si decides leerlo, que me parece que va a ser que no) vas a encontrar más de lo mismo antes de que la historia gire hacia otros puertos.

En cualquier caso, gracias por tu comentario y el tiempo que has dedicado a leerme.
Pienso que todos nos pasa igual, sufrimos por Dani y todo lo que le pasa, con la esperanza eso sí, que al final, aunque sea muy al final, todo esto valga la pena para el protagonista y liberarse, sea con o sin Alba…..no aceptaría que fuera un cornudo consentidor, pero eso ya es opinión mía. Grandísimo relato si mueve todo esto a su alrededor….
 
Última edición:
Si Dani se mostrara seguro e hiciera lo que cualquier humano haría, el relato solo iba a durar tres capítulos. No crees?
Si embargo, con su actitud, podemos sentír en carnes propias lo injusto y frustrante de cada escena.
Este relato va de eso, DOLOR.

Dolor y más dolor.

Es algo que avisé y queda patente en cada capítulo.

Y, aviso, en el segundo libro (si decides leerlo, que me parece que va a ser que no) vas a encontrar más de lo mismo antes de que la historia gire hacia otros puertos.

En cualquier caso, gracias por tu comentario y el tiempo que has dedicado a leerme.
Cierto... pero la polarización entre Alba y Dani, es, en mi opinión excesiva, a no ser que el amor...!!oh.... el amor ¡¡ ( la admiración, la real hembra que es A...) que siente Dani por ella le mantenga en la ceguera y la inacción absoluta. Los tímidos escarceos que no llevan ( de momento) a ninguna parte y, además encelan a Alba, saben a poco.
 
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