La cena del Idiota

Claro que si Don Antonio, tendré paciencia hasta que usted termine el primer libro..

Presionar?
Pero si ha sido el autor el que ha dicho que ya lo tiene preparado.
 
Asi que en 4 días va a estar publicado el 2º libro? grandisima noticia
 
Mejor esperar a acabar la primera parte, que algunos no la hemos terminado de leer, porque vamos al ritmo del autor. ¿No te parece?

Yo creo que él se refiere a subirlo a Amazon, que lo va a hacer igualmente antes de acabar de subir aqui todos los capitulos que faltan del primer libro.

No creo que esté pidiendo que empiece a poner capitulos aqui del segundo libro sin haber acabado este.
 
Yo creo que él se refiere a subirlo a Amazon, que lo va a hacer igualmente antes de acabar de subir aqui todos los capitulos que faltan del primer libro.

No creo que esté pidiendo que empiece a poner capitulos aqui del segundo libro sin haber acabado este.
Evidentemente

Aquí que se siga el ritmo que quiera el autor y sus lectores.
 
El día 1 de julio.
Aunque no lo creáis, todavía sigo retocando partes 🤦‍♂️🤦‍♂️🤦‍♂️🤦‍♂️.
No lo puedo evitar 🤪🤪🤪.
Respeto tus tiempos, faltaría más.
Pero no entiendo como retocas la novela cuando ya está publicada. Bastaría con subir lo que ya tienes, pienso yo.

Gracias por compartir.
 
Respeto tus tiempos, faltaría más.
Pero no entiendo como retocas la novela cuando ya está publicada. Bastaría con subir lo que ya tienes, pienso yo.

Gracias por compartir.
No, lo que retoco es del segundo libro.
De la primera, de modificar, nada, claro.
Del segundo libro no hay nada publicado (excepto los dos adelantos que hice en el otro hilo).
Sobre todo, hago correcciones de texto.
 
No, lo que retoco es del segundo libro.
De la primera, de modificar, nada, claro.
Del segundo libro no hay nada publicado (excepto los dos adelantos que hice en el otro hilo).
Sobre todo, hago correcciones de texto.
Mil disculpas, pues, por mi comentario.
 

Arenas​


Se despertó sin saber qué hora era. Estiró el brazo hasta el otro lado de la cama y se sorprendió al encontrarla vacía. Se sentó apoyando la espalda en el cabecero y miró el reloj. Eran más de las nueve. Bostezó y se llevó la mano a los huevos. Los notaba algo hinchados y empezaban a dolerle un poco. Se lamentó de que Alba no estuviera allí para que pudiera acabar lo que había dejado pendiente anoche. Para su desgracia la tienda de campaña no tardó en hacer su aparición. Estuvo tentado de hacerse una paja pero finalmente desistió. No se encontraba cómodo haciéndolo en casa ajena.

Se vistió y fue al piso de abajo. Encontró a Alba hablando con su prima en el balancín del jardín trasero, junto a la piscina. Ambas aprovechaban para disfrutar del sol mañanero. No le apetecía ni media verse con Marta después de oírla hablar ayer de la manera que lo hizo. Aunque, por otro lado, tampoco podía hacer otra cosa que acercarse a saludar.

—Hola, chicas, ¿qué tal?

—Ey, churri, ¿ya te has despertado? —Alba lo recibió risueña poniendo una mano a modo de visera para cubrirse del sol—. Te había dejado durmiendo para que descansaras. Me daba pena despertarte.

—Ahora te preparo algo para desayunar —añadió Marta levantándose.

—Gracias, pero no hace falta, de verdad. Luego, si eso, como algo. Tengo el estómago algo revuelto de anoche.

En realidad no quería que lo hiciera porque le resultaba violento que esa mujer se ocupara de él.

—Calla, anda, que tendrás hambre —Pasó un brazo por su cuello y lo besó en la mejilla antes de salir hacia la casa.

Tuvo que hacer un esfuerzo para no limpiarse la cara. La vio alejarse. El mal humor de ayer se había desvanecido y volvía a ser la misma anfitriona simpática y complaciente de siempre. Se quedó pensativo mientras se alejaba.

—Marta… —ella se dio la vuelta para encararlo—, siento lo de ayer —dudó—. En serio. No sabes cuánto lamento haber roto tu vajilla.

Había decidido dar un giro y asumir toda la culpa como acto de honradez. Señalar a otro, por norma, suele parecer un recurso muy ruin y, si ella no había visto con sus propios ojos la realidad de lo que pasó, él no iba a ser capaz de convencerla de lo contrario. Además, tenía la sensación de que Cristian gozaba de cierta licencia de corso con la novia de su padre, por lo que cualquier intento por señalarlo sería contraproducente.

Marta ahogó una mueca de tristeza cerrando los ojos un segundo y movió la mano en el aire. —Nada, olvidado. Son cosas que pueden pasar. Además, en esta vida las cosas importantes no son de cristal.

Dani se mordió la lengua. «Eso ya me lo dejaste claro cuando me valoraste por el tamaño de mi polla», pensó dolido.

Mientras se alejaba, Dani se sentó junto a Alba ocupando el sitio que había quedado libre. Su novia lo abrazó por el cuello y lo besó.

—Gracias por el gesto. Sé que a Marta le ha llegado muy adentro.

—Ahora que sacas el tema… —Levantó una ceja—. Me debes una cubana.

—Oy, Dios, pero qué “tonnnto” eres. —Volvió a besarlo con una sonrisa—. Pero tienes razón, ayer estaba muerta. Lo siento.

Se mantuvieron unos momentos haciéndose arrumacos.

—He pensado que podíamos hacer alguna escapadita. Tú y yo solos —dijo Dani—. Seguro que hay sitios chulos para visitar.

—Uff, es quee… no tengo cuerpo. Mejor nos quedamos aquí, ¿vale? Como dijimos ayer que íbamos a estar de tranquis… yo ya me he hecho a la idea de estar todo el día tirada al sol. Además, así luego en la siesta, te puedo dar eso que te debo.

—En ese caso ya está todo dicho. Día de relax y… siesta.

—Te lo prometo.

—Y a lo mejor, si estamos aquí solos, hasta te atreves a hacer toples y todo.

—Uff, no sé. Que igual viene alguien y sabes que me da palo que me vean. Cristian y sus amigos siempre andan entrando y saliendo y… mira, mejor paso. Casi que mejor cuando ya no esté.

No había más que hablar. Volvieron a abrazarse y a besuquearse en plan parejita empalagosa.

—Oye, se me ocurre que hoy podrías cocinar tú —dijo Alba—. Como se te da tan bien y sabes hacer unas cosas tan ricas… Sería todo un detallazo con Marta.

No le apetecía lo más mínimo liarse toda la mañana cocinando, pero no protestó. En el fondo, Alba había tenido una buena idea. Sería una manera de compensar, en parte, las vacaciones en su casa y, de paso, mantener ocupada la mente.

—He visto que Marta tiene pegada en el frigorífico la lista de la compra. —Alba, la experta confabuladora, trazaba un plan—. Podemos decirle que vamos a hacer algún recado y aprovechamos para hacerle las compras. De paso, cogemos lo que necesites y así nos haces algo rico.

Marta llegó con una bandeja que puso en una mesa adyacente. Estuvieron hablando mientras terminaba su desayuno. Las primas se mecían con un pie cada una fuera del balancín.

—Dani va a hacer unos recados —dijo a su prima a la vez que guiñaba un ojo a su novio—. Se lleva mi coche. Si quieres que te traiga algo…

—¿Tú no vienes? —preguntó al ver que Alba se autoexcluía.

—¿Te importa si me quedo con Marta mientras tú compras eso que buscabas?

Puso los ojos en blanco y Alba sonrió divertida. La niña traviesa que siempre llevaba dentro se la había vuelto a jugar. Le guiñó un ojo y le lanzó un beso.

—Vale, de acuerdo —sonrió resignado—. Yo me encargo. Usted descanse, señora marquesa, no se vaya a herniar.

Se levantó y se metió en la casa para buscar la lista de la compra de Marta. Era un mínimo gesto el que ellos se ocuparan de ese pequeño gasto. Mientras se montaba en el coche iba enumerando la lista de cosas que iba a preparar para comer. «Croquetas de hongos, bocaditos de mozzarella, paté de champiñones y nueces, cebollas moradas rellenas y quizá alguna crema de verdura o una sopa de pescado de mi especialidad como plato principal».

Alba le había indicado cómo llegar al centro donde se encontraban la mayoría de las tiendas. Al ser un pueblo pequeño no disponía de grandes centros comerciales lo que le obligaría a patear un montón de calles.


— · —


La compra se alargó más de lo que había pensado, pero por fin llegaba al coche con la última de las bolsas con los productos elegidos y con las compras de la lista de Marta. Ahora tenía que volver y encerrarse en la cocina para prepararlo todo. Marta iba a flipar cuando probase sus especialidades. El móvil vibró en su bolsillo. Era Alba.

—Dani, me vas a matar. No te enfades mucho, ¿vale?

Se sentó al volante, todavía con los pies fuera del coche, y se llevó la mano a la frente con un mal presentimiento.

—Estoy en el coche con Marcos y Martina. Me llevan con ellos a pasar el día.

—¿Cómo… cómo que a pasar el día?

La voz risueña de Martina sonó de fondo gritando. —Te la hemos secuestrado, Daniiiiiiii. Faltas túúú.

—Ya la oyes a la loca de mi prima. Han venido a buscarnos y… —dudó unos instantes— no he podido decirles que no. Perdóname, ¿vale? Ya sé que teníamos otros planes pero es que… han venido a darnos una sorpresa y… compréndelo.

Dani se frotaba la frente, contrariado. No quería más sorpresas ni más planes. Él solo quería pasar las vacaciones con su novia, tranquilamente. Tripa arriba, sin hacer nada más que dormir y follar.

—Es que… no sé, Alba. Acabo de hacer la compra. Ya lo tengo todo en el coche…

—Ay, lo sé, cari y lo siento de veras. Igual lo podemos dejar para mañana. ¿Te parece?

—Mira, la verdad, no me apetece mucho pasar el día por ahí… —omitió un “con tus putos amigos”.

No es que Marcos y Martina le cayeran mal, al contrario, pero es que después de lo de anoche no podía mirar a la cara a ninguno de ellos. Además, pasaba olímpicamente de que volvieran a marcar su itinerario. Él solo quería estar con Alba. SOLOS.

—Ya, si lo entiendo, pero es que el sitio al que vamos es chulísimo. Es un lago de montaña que lo han acondicionado y lo han dejado superbien. Vamos de camino a recogerte. Te va a encantar, ya lo verás.

Se sentía engañado. Ni que lo hubiera hecho a posta. Intentó negociar con ella un retorno a casa de manera tímida teniendo en cuenta que su prima y su novio iban con ella en el coche y oían la conversación.

No hubo forma.

Tampoco él dio el brazo a torcer. Estaba harto de ser la marioneta de los demás y se negó en redondo a que lo recogieran para ir con ellos o a seguirlos con su coche. En su lugar prefirió quedarse en casa; durmiendo, tomando el sol o lo que fuera. No hubo más que hablar.

Una vez de vuelta en casa, comenzó a guardar las compras en la cocina. Marta entró por su espalda y se topó con él.

—Ah, hola. Estás aquí.

Estaba tan enfadado que le costó responder. —Sí, estoy… guardando unas cosas que he comprado.

—Vaya. —Se quedó en silencio, pensativa—. Creía que estarías con Alba y todos los demás.

Dani se dio la vuelta a cámara lenta. —¿Cómo que “todos”?

—Sí, todos. Ya sabes, Marcos y sus amigos. Y las chicas, claro. Han venido esta mañana a recogeros para hacer una escapadita. Tenían un plan buenísimo. Se ha apuntado hasta Cristian.

«Cristian», repitió mentalmente.

Le explicó que habían ido a un sitio llamado Arenas. Era una zona recreativa, abierta al público desde hacía un par de años y que había adquirido gran afluencia. Había un lago natural rodeado de fina arena que conformaba una especie de playa de interior. También había merenderos con barbacoas para los más domingueros y hasta un establecimiento donde se servían bebidas y algo de picoteo.

—Es muy conocido en esta zona, con mogollón de actividades para hacer. Antes, todo el mundo iba por sus barros medicinales o simplemente a bañarse. Ahora se pueden alquilar hasta canoas; o bicis, si quieres hacer alguna ruta.

A él no le gustaba ninguna de esas cosas (en compañía de sus amigos).

—Hay hasta una calita muy chula que suele estar poco transitada. Mucha gente aprovecha para hacer toples. A lo mejor Alba y las otras chicas… —le guiño un ojo.

«A lo mejor ¿qué? —pensó— ¿Se despelotan?». Le vino a la mente la efímera posibilidad de que su novia acabara con las tetas al aire delante de Aníbal… y de Cristian. Sacudió la cabeza. No, al menos tenía claro que eso no pasaría.

Aunque no obstante…

Marta le miraba entre divertida e intrigada. Sospechó que trataba de ponerlo nervioso. A lo mejor como venganza por su vajilla. O simplemente porque disfrutaba torturándolo. Se alejó de allí decidido a pasar el día tumbado en el jardín, a la bartola. Bajó de su cuarto en pantalón corto para tomar el sol y disfrutar de un día de paz. Al menos hoy no vendría Cristian con sus amigos a tocarle los huevos.

Cristian.

Solo recordar lo cabrón que era ese chaval le revolvía las tripas. «Que le aguanten los amigos de Alba —pensó— a ver cómo se comporta con ellos». Seguro que más de uno se iba a arrepentir de haber llevado a ese niñato. Con sus bromas y sus bajadas de pantalones y su manía de arrimarse más de la cuenta a las novias de los demás.

Abrió los ojos de golpe y sintió una descarga en el estómago. Después, sacudió la cabeza y se relajó de nuevo. «No, ese idiota no va a volver a tener esa suerte. Alba va a estar sin novio a la vista, pero ella ya lo ha calado».

«Pero Aníbal…»

Se sentó y cogió su teléfono. Sonaron varios tonos antes de que descolgaran al otro lado. Oyó la voz de Marcos en lugar de la de su novia.

—Dani, ¿qué pasa, colega?

Su voz se oía distorsionada. Debía haber una cobertura pésima.

—Eh… ¿Marcos?, ¿está Alba por ahí?

—No, ha ido a dar una vuelta con las chicas y se ha dejado el teléfono aquí. ¿Quieres que le diga algo cuando vuelva? —El carraspeo de fondo hacía difícil entenderle.

—No… bueno, sí. Dile que he decidido ir. Total, para estar aquí solo.

—Claro, colega. Vente. Estamos todos.

—Sí, eh… ¿dónde estáis? ¿Cómo se llega hasta allí? —dijo levantando la voz para hacerse oír por encima del ruido de fondo.

—Fácil. Sal del pueblo por la carretera por la que vinisteis el primer día y sigue recto hasta que veas un desvío que pone “Arenas”. No tiene pérdida.

—Vale. ¿Cuánto se tarda, más o menos?

La conexión al otro lado dejó de oírse y, segundos después se cortó.


— · —


Había colocado el móvil en el soporte del salpicadero y buscado la dirección en la aplicación GPS. Aparecía la primera de la lista: Arenas de Sal. «Vamos allá».

Le costó, pero por fin enfiló la carretera que salía del pueblo. Pasados unos kilómetros, durante los cuales no dejó de mirar cada una de las señales que veía, pasó por delante de la gasolinera donde pararon a repostar. Sonrió de medio lado recordando a Javier, el gasolinero guaperas. A lo mejor todavía seguía esperando en la barra con los cafés. «Idiota», pensó.

Poco después el GPS le indicó que tomara un desvío a la derecha. Un letrero oxidado, al borde del camino, rezaba:

ARENAS DE SAL

Puso el intermitente y tomó la carretera que serpenteaba en suave pendiente descendente. Tras un largo recorrido llegó a un puente de piedra que cruzaba un arroyo exiguo. Al otro lado la carretera dio paso a un firme de gravilla muy estrecho que zigzagueaba entre dos casas abandonadas con el tejado hundido. Dani detuvo su coche, confuso. Ese no era el tipo de vía que lleva a un centro turístico.

Comprobó su móvil. La ruta era correcta. Chasqueó la lengua y miró en derredor. Fuera del coche hacía un sol de justicia y no le apetecía perderse por caminos rurales si la ruta estaba equivocada. Decidió llamar a Alba de nuevo. Al igual que antes fue Marcos quien contestó.

—Dime, colega.

—¿No está Alba por ahí?

—Nah, sigue con las chicas. ¿Qué te cuentas?

—He cogido el desvío que pone “Arenas de Sal”, pero temo que el GPS me está intentando llevar por el sitio equivocado porque estoy parado en una carretera de cabras frente a dos casas en ruinas. ¿Podéis venir alguno a buscarme?

—¿Dos casas en ruinas? —La cobertura seguía siendo igual de mala. Marcos se quedó pensando unos segundos— Vas bien, Dani. Sigue “palante”.

—¿En serio? Pero si es una carreterucha de mala muerte. Por aquí no caben dos coches si me cruzo con uno.

Marcos tardaba en responder demasiado. Seguía oyéndose el ruido rasposo de fondo mientras esperaba paciente.

—Nos vemos enseguida, Dani. Siempre hacia arriba. Ya casi estás.

La conexión volvió a perderse y, aunque lo intentó, no volvió a conseguir señal. Decidió hacerle caso y seguir el camino. Quizás era un atajo que conocía la gente del lugar.

Con cuidado, fue ascendiendo curva a curva. Cuanta más altura cogía, más se estrechaba el camino. Hubo un momento en que la gravilla dio paso a un firme de tierra, quedando a su derecha un precipicio cada vez más alto. La fuerte pendiente y la estrechez de la pista le obligaban a conducir en segunda velocidad y todo se complicó cuando el camino se bifurcó en dos.

A la izquierda una curva imposible, repleta de piedras como melones, continuaba el ascenso donde, curiosidad de la vida, había una especie de cabaña de pastores destartalada. La opción de la derecha llevaba a una senda por la que apenas cabía su coche. El GPS indicaba que continuara por la segunda. Optó por hacerle caso, pero, un par de minutos después, tuvo que parar al encontrarse frente a una pared de tierra. Se confirmaban sus más terribles sospechas, esa no era la ruta. Estaba perdido y solo.

Fin de trayecto.

Lo peor vino cuando trató de llamar a su novia. En aquel paraje inhóspito no había cobertura. No le quedaba otra opción que retroceder. Lo malo era que debía hacer todo el recorrido marcha atrás al no haber espacio para dar la vuelta.

Sudando a mares, comenzó el retorno a paso de tortuga, intentando mantener las ruedas lo más alejado posible del borde. El calor era sofocante, aun así apagó el aire acondicionado para mitigar la sobretemperatura del motor que debía estar tan quemado como él.

La rueda trasera derecha se salió del camino, quedando el coche descolgado. Pisó el freno y contuvo el aliento sin moverse ni un milímetro. «Perfecto, ahora estoy atascado al borde de un precipicio».

Salió del coche a cámara lenta, como en las películas en las que el coche va a desplomarse al más mínimo movimiento. De nuevo intentó ponerse en contacto con su novia pero, sin cobertura, fue imposible. Se acabó, llamaría a la grúa, al 112 o al ejército para que lo sacaran de allí. La mala noticia es que para cualquiera de ellos necesitaría el teléfono.

Y no había cobertura.

Tomó la ubicación para enviársela a Alba y que alguno se acercara a buscarlo en cuanto encontrara señal y se dispuso a deshacer todo el camino de vuelta. Lo que había subido durante unos minutos en coche le costó una eternidad descenderlo a pie y, con el sol pegando de pleno, el trayecto fue todo un suplicio.

No consiguió cobertura hasta que tuvo a la vista las dos casas en ruinas. Cerró los ojos y suspiró con resignación. Marcó el número de Alba y esperó el tono. Notaba la boca pastosa y el cuerpo empapado en sudor. Los latidos del corazón golpeaban en sus sienes por el estrés y el calor. Por fin se oyó un chasquido al otro lado de la línea.

“El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura”

Maldijo su suerte.

Se le ocurrió pedir ayuda a emergencias. Desde allí le dijeron que si su vida no corría peligro no irían a buscarlo, pero le pusieron en contacto con una empresa de grúas local. El encargado del servicio le dijo que, si su coche se encontraba en un lugar inaccesible para la grúa, no habría nada qué hacer y le aconsejó que llamara a algún amigo para que fuera a recogerlo.

Derrotado, se sentó a esperar. Tarde o temprano, Marcos, Alba o alguno de los demás, lo echarían en falta y lo llamarían o saldrían a buscarlo. Escribió varios wasaps relatando lo que le había pasado pero ninguno recibía el doble check que confirmaba que estuviera entregado.

Pasaron tres horas.

Durante todo ese tiempo, por su cabeza pasaron todo tipo de pensamientos a cada cual más negro. Se había quedado colgado… otra vez. Y, para mayor desgracia, Aníbal estaba con ella.

Otra vez.

Cuando se cansó de esperar y torturarse, decidió arreglárselas por su cuenta. Estaba claro que solo se tenía a sí mismo.

Volvió al coche caminando bajo el agobiante calor. Cuando llegó, el habitáculo parecía un horno. Muerto de miedo por el estado en equilibrio del coche, se puso al volante, metió la primera y consiguió, con ayuda del control de tracción, volver a meter la rueda en el camino. «Gracias a Dios», pensó. Sudaba a mares y recordó que en ocasiones guardaban una botella de agua en la guantera. Por desgracia esa no era una de esas veces y tan solo había una bolsa de caramelos y chicles. Sin embargo, hubo algo que le llamó la atención.

Bajo la bolsa había una especie de cajita alargada. La extrajo y la sostuvo entre sus manos. Conocía esa cajita. En realidad era un estuche. El mismo donde Alba guardaba su enorme consolador y que tanta desgracia le había causado. Tensó la mandíbula sin llegar a comprender por qué lo había traído y, sobre todo, por qué lo había hecho a escondidas. Si ya estaba enfadado, eso le puso de peor humor. Devolvió el estuche a su sitio y cerró la guantera de un portazo.

Comenzó entonces a retroceder marcha atrás, metro a metro, curva a curva, hasta que por fin, mucho tiempo después, alcanzó las casas en ruinas. «Gracias a Dios».

Una vez allí, volvió a la carretera principal donde tomó la dirección de vuelta a casa de Marta. Había desistido de intentar llegar hasta su novia. A estas alturas, empapado de sudor y polvo, ya solo quería pegarse una buena ducha. Cuando pasó de nuevo por delante de la gasolinera se ocurrió dar un lavado al coche. Estaba en un estado lamentable, como si hubiera corrido el Dakar.

Se acercó a la máquina de autolavado. Un operario no tardó en aparecer. Dani lo reconoció enseguida, era El Granos. Llevaba la gorra levantada y la cara colorada por el calor. Mientras se lavaba su vehículo en la máquina automática se quedaron charlando.

—¿Dónde has metido el coche? Casi no se ve el color de la pintura.

Por el tono y la forma de hablar se dio cuenta de que no lo había reconocido.

—He intentado ir a Arenas. Mi novia está allí con unos amigos, pero no he conseguido llegar.

—Ah, sí. Está muy de moda desde que lo abrieron a los turistas. En esta época se suele poner a tope.

—Pues supongo que irán en helicóptero porque el camino es de pena.

El Granos frunció el ceño extrañado y Dani sintió que debía explicarse.

—El GPS me ha metido por una carretera que hay un poco más adelante, la que desvía a la derecha, pero solo hay un par de casas en ruinas y un caminejo que sube al quinto infierno.

El operario se pellizcaba el labio escuchándolo. —Pero… eso es “Arenas de Sal”. Ahí no hay nada, solo un antiguo pueblo deshabitado. Lo que tú buscas es “Arenas del Rey”.

—¿Cómo?

—Sí, son distintos lugares aunque, si solo dices Arenas, todo el mundo entiende que te refieres al lago. De hecho, creo que nadie de aquí ha estado nunca en La Sal. Tú serás el único de esos pocos que ha recorrido ese camino.

«Menuda mierda», pensó Dani. —¿Y dónde se encuentra el lago?

—Más adelante, a un par de kilómetros, hay un letrero enorme que lo indica. “Arenas del Rey, espacio recreativo”. Es una carretera asfaltada que sale a la izquierda y te lleva hasta el sitio. Ahí estará tu novia.

Dani se concentraba en no empezar a blasfemar a voz en grito.

—Es curioso —dijo el Granos—. Precisamente mi compañero ha cogido el resto del día libre para ir allí cuando han venido a buscarlo unos amigos.

—¿Qué amigos?, ¿qué compañero? —Un presentimiento había recorrido su espina dorsal hasta la nuca. Por acto reflejo miró por encima de la cabeza del Granos buscando a Javier. Recordó que era íntimo de Gonzalo y no verlo le dio mala espina.

—Uno alto jovencito que ha empezado este verano. —Movió la mano en el aire como si no fuera nadie importante.

Pero para Dani sí lo era. Además de Aníbal y Cristian ahora también se sumaba Javier. Con tanto buitre sería difícil que su novia no llegara a casa bien follada.

—Pues es una pena que no hayas llegado a Arenas —dijo el chico de los granos, entusiasmado—. La zona está de flipar. Tienen de todo: tirolinas, pedaletas, barcas de remo… —Enumeraba tocándose los dedos uno a uno—. Hay una zona para darse baños de barro y hasta una calita de arena muy fina que es una pasada. —Bajó la voz y se acercó a su oído—. Es nudista. Y se pone hasta el culo. Yo suelo ir allí solo para mirar —dijo guiñando un ojo.

Se quedó rígido al oírlo, pero volvió a tranquilizarse. «No, Alba no sería capaz, y menos delante de todos sus amigos».

Justo en ese momento, un cochazo de superlujo pasó por delante del surtidor. Era un deportivo descapotable de alta cilindrada con la música a tope. Dani se quedó embobado mirándolo, pero no por lo espectacular de su visión o lo inaccesible de su precio que superaba con creces el sueldo de toda su vida.

Lo que hizo que se tuviera que apoyar para no caerse, fueron las personas que iban dentro. Junto a Aníbal, el conductor de aquel carromato, iba Alba repantingada en el asiento del copiloto con los pies desnudos sobre el salpicadero. Detrás, muy apretujadas en el poco espacio que quedaba, iban Martina y Lidia. Las tres cantaban a pleno pulmón con los brazos en alto al son de la melodía.

El coche desapareció junto con el sonido de la música y de sus voces. Dani y el Granos se quedaron con la vista fija en el lugar por donde se habían esfumado hasta que el siguiente vehículo apareció en su visual.

Era el de Gonzalo y Gloria. En los asientos traseros, su amigo Javier, el gasolinero, y el infame Cristian charlaban animadamente, todos con las ventanillas abiertas.

Hubo un tercer coche que pasó algo después, el de Marcos. Con él iban León (de copiloto), Celia, Enrico y Eva. El grupo al completo.

Cuando por fin pudo reaccionar se encontró con la mirada azorada del operario de los granos. Había reconocido a Alba y, automáticamente, lo había recordado a él y el incidente con Javier. Desvió la mirada justo cuando la máquina de lavado emitía varios pitidos que indicaban que había finalizado.

—Eeh, oye he pensado que no te voy a cobrar este servicio —se rascaba la nuca nervioso—. Total, nos sobraba una ficha y la máquina no la va a contar.

La situación era tan bochornosa y daba tanta pena que hasta le regalaba el lavado del coche. Debía pensar que era un cornudo al que le habían dado la patada. Desapareció dejándolo solo con sus pensamientos.

En realidad no estaba molesto por verla pasándoselo tan bien con Aníbal y el resto del grupo. Ni porque, sin él de por medio, Aníbal hubiera tenido vía libre con ella. O porque se hubieran apuntado a la excursión el baboso de Javier y el idiota de Cristian. Lo que le entristecía y le creaba un gran desasosiego era que no se hubiera acordado de él en todo el día. Que con sus amigos de por medio, él solo era como el acompañamiento de un buen menú; el bufón que la entretiene cuando los demás no lo hacen.

Hasta ahora había pensado que todos los wasaps que ella no había recibido eran culpa de la mala cobertura. Sin embargo, acababa de pasar por delante de él y el doble check continuaba sin aparecer.

Había apagado su móvil.

¿Tan a gusto estaba con sus amigos que lo desconectaba para que nadie la importunara? ¿Incluido él?

La perdía. Lo notaba. Cada día que pasaba Alba estaba más lejos de él. Ya no era como al principio de la relación cuando se buscaban a todas horas o se llamaban con cualquier excusa. Ahora ella empezaba a volar sola. O, mejor dicho, empezaba a volar con ellos.

Reconocía su parte de culpa. Apartarse de los amigos (que eran parte de su vida) también era apartarse de ella. Aun así, le desoló no tener ni un mísero mensaje o alguna llamada perdida. Algo que indicara que le necesitaba y le tenía presente aunque no estuviera.

Tal vez si desaparecía de una vez para siempre, ella terminaría por echarlo de menos en algún momento. Tal vez acabaría con aquella indiferencia con la que lo castigaba. Llevó el coche hasta la salida de la gasolinera. A la izquierda se volvía a su casa, a la de verdad, la que compartía con su novia. Podría apagar el móvil y hacer nueve o diez horas en coche del tirón. Una vez allí se metería en la cama para no levantarse jamás. O mejor, recogería sus cosas y desaparecería para siempre.

Alguien con suficiente amor propio lo haría.

Estuvo parado con el corazón partido por la mitad, sin saber si girar a un lado o a otro. Si la quería más a ella o a sí mismo. El sol ya decaía, haciendo que las sombras del día comenzaran a alargarse más de la cuenta. No tardarían mucho en comenzar a desaparecer.

Giró a la izquierda, a su casa. Se acabó.

Condujo sin prisa. Tenía todo el tiempo del mundo para llegar y despedirse de la que había sido la mejor parte de su vida. Hubiera empezado a llorar si no fuera porque hacía años que había dejado de hacerlo, desde los cinco, concretamente.

Al cabo de unos minutos pasó junto al enorme cartel que desviaba a ARENAS DEL REY y se imaginó al grupo al completo disfrutando de aquel día, juntos, sin él. Llegó a la conclusión de que, desde que los conoció, se había visto en un pulso continuo con ellos. Luchando por ver a quién Alba quería más ¿Significaba su huida, que ellos ganaban?, ¿que habían conseguido separarlos?

Apretaba el volante con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos de la presión, siendo consciente de lo que estaba haciendo: se volvía de allí solo.

La relación entre ellos no iba bien desde antes de llegar. Había comenzado de repente, sin avisar y sin saber por qué. Las conversaciones se empezaron a hacer más cortas. Las risas se fueron apagando. Casi habían dejado de follar.

El viaje a su pueblo paterno se tornó como una terapia para recuperar lo perdido en la última parte de su relación. Sin embargo, nada había salido como pensaba.

Alba se había mostrado arisca y combativa desde el principio. Como si en lugar de su novio fuera el enemigo. No le buscaba, no le llamaba, no se refugiaba en él. De pronto, el nosotros se había convertido en un tú y yo. El encuentro con sus amigos lo había precipitado todo, como un catalizador que acelerara una reacción ya iniciada semanas atrás.

Sus amigos.

Dio tres hondas respiraciones, rumiando, recordando, masticando hiel. Las humillaciones; los desprecios; o sus bromas pesadas. Todo eso, su novia jamás lo hubiera permitido. ¿Qué había cambiado?, ¿Dónde estaba la Alba de la que se enamoró?

Dónde estaba Alba.

Fin capítulo XIX
 
Dani volverá, no hay duda. Frente contra frente Alba le pedirá perdón de nuevo y le dira que su intencion no era ir a la playa nudista y quedarse en pelotas, pero como lo hicieron los demás, ella no iba a ser menos. ¨Creí que estabas bien¨ le dira.
Ya lo he dicho en TD:
Alba promete, promete, pero Dani no mete.
Lo de Marcos ya no es la primera. Quizás quiera vengarse de Dani por tocar las tetas a su novia en la playa.
En este capitulo se demuestra que Alba pasa olímpicamente de Dani.
Nos quedamos que estoy cansada , vamos a comprar. Pero luego vas a comprar solo y yo me voy de juerga nuevamente olvidándome de ti.
Resumen: Dos tetas tiran mas que dos carretas. Y además estará cansada del día que ha pasado en el lago y le dejara sin cubana y sin mamada una vez mas.
Al final echara la culpa a Dani de que ella le sea infiel.
No nos queda mili por sufrir como se decía antiguamente.
 
Sigo insistiendo. Tanta paz llevo como descanso va a dejar está nefasta mujer y muchísimo peor novia.
Tenía que haberse ido a su casa sin pensárselo y que le den a Alba. No vale la pena está mujer. Es una completa impresentable.
 

Arenas​


Se despertó sin saber qué hora era. Estiró el brazo hasta el otro lado de la cama y se sorprendió al encontrarla vacía. Se sentó apoyando la espalda en el cabecero y miró el reloj. Eran más de las nueve. Bostezó y se llevó la mano a los huevos. Los notaba algo hinchados y empezaban a dolerle un poco. Se lamentó de que Alba no estuviera allí para que pudiera acabar lo que había dejado pendiente anoche. Para su desgracia la tienda de campaña no tardó en hacer su aparición. Estuvo tentado de hacerse una paja pero finalmente desistió. No se encontraba cómodo haciéndolo en casa ajena.

Se vistió y fue al piso de abajo. Encontró a Alba hablando con su prima en el balancín del jardín trasero, junto a la piscina. Ambas aprovechaban para disfrutar del sol mañanero. No le apetecía ni media verse con Marta después de oírla hablar ayer de la manera que lo hizo. Aunque, por otro lado, tampoco podía hacer otra cosa que acercarse a saludar.

—Hola, chicas, ¿qué tal?

—Ey, churri, ¿ya te has despertado? —Alba lo recibió risueña poniendo una mano a modo de visera para cubrirse del sol—. Te había dejado durmiendo para que descansaras. Me daba pena despertarte.

—Ahora te preparo algo para desayunar —añadió Marta levantándose.

—Gracias, pero no hace falta, de verdad. Luego, si eso, como algo. Tengo el estómago algo revuelto de anoche.

En realidad no quería que lo hiciera porque le resultaba violento que esa mujer se ocupara de él.

—Calla, anda, que tendrás hambre —Pasó un brazo por su cuello y lo besó en la mejilla antes de salir hacia la casa.

Tuvo que hacer un esfuerzo para no limpiarse la cara. La vio alejarse. El mal humor de ayer se había desvanecido y volvía a ser la misma anfitriona simpática y complaciente de siempre. Se quedó pensativo mientras se alejaba.

—Marta… —ella se dio la vuelta para encararlo—, siento lo de ayer —dudó—. En serio. No sabes cuánto lamento haber roto tu vajilla.

Había decidido dar un giro y asumir toda la culpa como acto de honradez. Señalar a otro, por norma, suele parecer un recurso muy ruin y, si ella no había visto con sus propios ojos la realidad de lo que pasó, él no iba a ser capaz de convencerla de lo contrario. Además, tenía la sensación de que Cristian gozaba de cierta licencia de corso con la novia de su padre, por lo que cualquier intento por señalarlo sería contraproducente.

Marta ahogó una mueca de tristeza cerrando los ojos un segundo y movió la mano en el aire. —Nada, olvidado. Son cosas que pueden pasar. Además, en esta vida las cosas importantes no son de cristal.

Dani se mordió la lengua. «Eso ya me lo dejaste claro cuando me valoraste por el tamaño de mi polla», pensó dolido.

Mientras se alejaba, Dani se sentó junto a Alba ocupando el sitio que había quedado libre. Su novia lo abrazó por el cuello y lo besó.

—Gracias por el gesto. Sé que a Marta le ha llegado muy adentro.

—Ahora que sacas el tema… —Levantó una ceja—. Me debes una cubana.

—Oy, Dios, pero qué “tonnnto” eres. —Volvió a besarlo con una sonrisa—. Pero tienes razón, ayer estaba muerta. Lo siento.

Se mantuvieron unos momentos haciéndose arrumacos.

—He pensado que podíamos hacer alguna escapadita. Tú y yo solos —dijo Dani—. Seguro que hay sitios chulos para visitar.

—Uff, es quee… no tengo cuerpo. Mejor nos quedamos aquí, ¿vale? Como dijimos ayer que íbamos a estar de tranquis… yo ya me he hecho a la idea de estar todo el día tirada al sol. Además, así luego en la siesta, te puedo dar eso que te debo.

—En ese caso ya está todo dicho. Día de relax y… siesta.

—Te lo prometo.

—Y a lo mejor, si estamos aquí solos, hasta te atreves a hacer toples y todo.

—Uff, no sé. Que igual viene alguien y sabes que me da palo que me vean. Cristian y sus amigos siempre andan entrando y saliendo y… mira, mejor paso. Casi que mejor cuando ya no esté.

No había más que hablar. Volvieron a abrazarse y a besuquearse en plan parejita empalagosa.

—Oye, se me ocurre que hoy podrías cocinar tú —dijo Alba—. Como se te da tan bien y sabes hacer unas cosas tan ricas… Sería todo un detallazo con Marta.

No le apetecía lo más mínimo liarse toda la mañana cocinando, pero no protestó. En el fondo, Alba había tenido una buena idea. Sería una manera de compensar, en parte, las vacaciones en su casa y, de paso, mantener ocupada la mente.

—He visto que Marta tiene pegada en el frigorífico la lista de la compra. —Alba, la experta confabuladora, trazaba un plan—. Podemos decirle que vamos a hacer algún recado y aprovechamos para hacerle las compras. De paso, cogemos lo que necesites y así nos haces algo rico.

Marta llegó con una bandeja que puso en una mesa adyacente. Estuvieron hablando mientras terminaba su desayuno. Las primas se mecían con un pie cada una fuera del balancín.

—Dani va a hacer unos recados —dijo a su prima a la vez que guiñaba un ojo a su novio—. Se lleva mi coche. Si quieres que te traiga algo…

—¿Tú no vienes? —preguntó al ver que Alba se autoexcluía.

—¿Te importa si me quedo con Marta mientras tú compras eso que buscabas?

Puso los ojos en blanco y Alba sonrió divertida. La niña traviesa que siempre llevaba dentro se la había vuelto a jugar. Le guiñó un ojo y le lanzó un beso.

—Vale, de acuerdo —sonrió resignado—. Yo me encargo. Usted descanse, señora marquesa, no se vaya a herniar.

Se levantó y se metió en la casa para buscar la lista de la compra de Marta. Era un mínimo gesto el que ellos se ocuparan de ese pequeño gasto. Mientras se montaba en el coche iba enumerando la lista de cosas que iba a preparar para comer. «Croquetas de hongos, bocaditos de mozzarella, paté de champiñones y nueces, cebollas moradas rellenas y quizá alguna crema de verdura o una sopa de pescado de mi especialidad como plato principal».

Alba le había indicado cómo llegar al centro donde se encontraban la mayoría de las tiendas. Al ser un pueblo pequeño no disponía de grandes centros comerciales lo que le obligaría a patear un montón de calles.


— · —


La compra se alargó más de lo que había pensado, pero por fin llegaba al coche con la última de las bolsas con los productos elegidos y con las compras de la lista de Marta. Ahora tenía que volver y encerrarse en la cocina para prepararlo todo. Marta iba a flipar cuando probase sus especialidades. El móvil vibró en su bolsillo. Era Alba.

—Dani, me vas a matar. No te enfades mucho, ¿vale?

Se sentó al volante, todavía con los pies fuera del coche, y se llevó la mano a la frente con un mal presentimiento.

—Estoy en el coche con Marcos y Martina. Me llevan con ellos a pasar el día.

—¿Cómo… cómo que a pasar el día?

La voz risueña de Martina sonó de fondo gritando. —Te la hemos secuestrado, Daniiiiiiii. Faltas túúú.

—Ya la oyes a la loca de mi prima. Han venido a buscarnos y… —dudó unos instantes— no he podido decirles que no. Perdóname, ¿vale? Ya sé que teníamos otros planes pero es que… han venido a darnos una sorpresa y… compréndelo.

Dani se frotaba la frente, contrariado. No quería más sorpresas ni más planes. Él solo quería pasar las vacaciones con su novia, tranquilamente. Tripa arriba, sin hacer nada más que dormir y follar.

—Es que… no sé, Alba. Acabo de hacer la compra. Ya lo tengo todo en el coche…

—Ay, lo sé, cari y lo siento de veras. Igual lo podemos dejar para mañana. ¿Te parece?

—Mira, la verdad, no me apetece mucho pasar el día por ahí… —omitió un “con tus putos amigos”.

No es que Marcos y Martina le cayeran mal, al contrario, pero es que después de lo de anoche no podía mirar a la cara a ninguno de ellos. Además, pasaba olímpicamente de que volvieran a marcar su itinerario. Él solo quería estar con Alba. SOLOS.

—Ya, si lo entiendo, pero es que el sitio al que vamos es chulísimo. Es un lago de montaña que lo han acondicionado y lo han dejado superbien. Vamos de camino a recogerte. Te va a encantar, ya lo verás.

Se sentía engañado. Ni que lo hubiera hecho a posta. Intentó negociar con ella un retorno a casa de manera tímida teniendo en cuenta que su prima y su novio iban con ella en el coche y oían la conversación.

No hubo forma.

Tampoco él dio el brazo a torcer. Estaba harto de ser la marioneta de los demás y se negó en redondo a que lo recogieran para ir con ellos o a seguirlos con su coche. En su lugar prefirió quedarse en casa; durmiendo, tomando el sol o lo que fuera. No hubo más que hablar.

Una vez de vuelta en casa, comenzó a guardar las compras en la cocina. Marta entró por su espalda y se topó con él.

—Ah, hola. Estás aquí.

Estaba tan enfadado que le costó responder. —Sí, estoy… guardando unas cosas que he comprado.

—Vaya. —Se quedó en silencio, pensativa—. Creía que estarías con Alba y todos los demás.

Dani se dio la vuelta a cámara lenta. —¿Cómo que “todos”?

—Sí, todos. Ya sabes, Marcos y sus amigos. Y las chicas, claro. Han venido esta mañana a recogeros para hacer una escapadita. Tenían un plan buenísimo. Se ha apuntado hasta Cristian.

«Cristian», repitió mentalmente.

Le explicó que habían ido a un sitio llamado Arenas. Era una zona recreativa, abierta al público desde hacía un par de años y que había adquirido gran afluencia. Había un lago natural rodeado de fina arena que conformaba una especie de playa de interior. También había merenderos con barbacoas para los más domingueros y hasta un establecimiento donde se servían bebidas y algo de picoteo.

—Es muy conocido en esta zona, con mogollón de actividades para hacer. Antes, todo el mundo iba por sus barros medicinales o simplemente a bañarse. Ahora se pueden alquilar hasta canoas; o bicis, si quieres hacer alguna ruta.

A él no le gustaba ninguna de esas cosas (en compañía de sus amigos).

—Hay hasta una calita muy chula que suele estar poco transitada. Mucha gente aprovecha para hacer toples. A lo mejor Alba y las otras chicas… —le guiño un ojo.

«A lo mejor ¿qué? —pensó— ¿Se despelotan?». Le vino a la mente la efímera posibilidad de que su novia acabara con las tetas al aire delante de Aníbal… y de Cristian. Sacudió la cabeza. No, al menos tenía claro que eso no pasaría.

Aunque no obstante…

Marta le miraba entre divertida e intrigada. Sospechó que trataba de ponerlo nervioso. A lo mejor como venganza por su vajilla. O simplemente porque disfrutaba torturándolo. Se alejó de allí decidido a pasar el día tumbado en el jardín, a la bartola. Bajó de su cuarto en pantalón corto para tomar el sol y disfrutar de un día de paz. Al menos hoy no vendría Cristian con sus amigos a tocarle los huevos.

Cristian.

Solo recordar lo cabrón que era ese chaval le revolvía las tripas. «Que le aguanten los amigos de Alba —pensó— a ver cómo se comporta con ellos». Seguro que más de uno se iba a arrepentir de haber llevado a ese niñato. Con sus bromas y sus bajadas de pantalones y su manía de arrimarse más de la cuenta a las novias de los demás.

Abrió los ojos de golpe y sintió una descarga en el estómago. Después, sacudió la cabeza y se relajó de nuevo. «No, ese idiota no va a volver a tener esa suerte. Alba va a estar sin novio a la vista, pero ella ya lo ha calado».

«Pero Aníbal…»

Se sentó y cogió su teléfono. Sonaron varios tonos antes de que descolgaran al otro lado. Oyó la voz de Marcos en lugar de la de su novia.

—Dani, ¿qué pasa, colega?

Su voz se oía distorsionada. Debía haber una cobertura pésima.

—Eh… ¿Marcos?, ¿está Alba por ahí?

—No, ha ido a dar una vuelta con las chicas y se ha dejado el teléfono aquí. ¿Quieres que le diga algo cuando vuelva? —El carraspeo de fondo hacía difícil entenderle.

—No… bueno, sí. Dile que he decidido ir. Total, para estar aquí solo.

—Claro, colega. Vente. Estamos todos.

—Sí, eh… ¿dónde estáis? ¿Cómo se llega hasta allí? —dijo levantando la voz para hacerse oír por encima del ruido de fondo.

—Fácil. Sal del pueblo por la carretera por la que vinisteis el primer día y sigue recto hasta que veas un desvío que pone “Arenas”. No tiene pérdida.

—Vale. ¿Cuánto se tarda, más o menos?

La conexión al otro lado dejó de oírse y, segundos después se cortó.


— · —


Había colocado el móvil en el soporte del salpicadero y buscado la dirección en la aplicación GPS. Aparecía la primera de la lista: Arenas de Sal. «Vamos allá».

Le costó, pero por fin enfiló la carretera que salía del pueblo. Pasados unos kilómetros, durante los cuales no dejó de mirar cada una de las señales que veía, pasó por delante de la gasolinera donde pararon a repostar. Sonrió de medio lado recordando a Javier, el gasolinero guaperas. A lo mejor todavía seguía esperando en la barra con los cafés. «Idiota», pensó.

Poco después el GPS le indicó que tomara un desvío a la derecha. Un letrero oxidado, al borde del camino, rezaba:

ARENAS DE SAL

Puso el intermitente y tomó la carretera que serpenteaba en suave pendiente descendente. Tras un largo recorrido llegó a un puente de piedra que cruzaba un arroyo exiguo. Al otro lado la carretera dio paso a un firme de gravilla muy estrecho que zigzagueaba entre dos casas abandonadas con el tejado hundido. Dani detuvo su coche, confuso. Ese no era el tipo de vía que lleva a un centro turístico.

Comprobó su móvil. La ruta era correcta. Chasqueó la lengua y miró en derredor. Fuera del coche hacía un sol de justicia y no le apetecía perderse por caminos rurales si la ruta estaba equivocada. Decidió llamar a Alba de nuevo. Al igual que antes fue Marcos quien contestó.

—Dime, colega.

—¿No está Alba por ahí?

—Nah, sigue con las chicas. ¿Qué te cuentas?

—He cogido el desvío que pone “Arenas de Sal”, pero temo que el GPS me está intentando llevar por el sitio equivocado porque estoy parado en una carretera de cabras frente a dos casas en ruinas. ¿Podéis venir alguno a buscarme?

—¿Dos casas en ruinas? —La cobertura seguía siendo igual de mala. Marcos se quedó pensando unos segundos— Vas bien, Dani. Sigue “palante”.

—¿En serio? Pero si es una carreterucha de mala muerte. Por aquí no caben dos coches si me cruzo con uno.

Marcos tardaba en responder demasiado. Seguía oyéndose el ruido rasposo de fondo mientras esperaba paciente.

—Nos vemos enseguida, Dani. Siempre hacia arriba. Ya casi estás.

La conexión volvió a perderse y, aunque lo intentó, no volvió a conseguir señal. Decidió hacerle caso y seguir el camino. Quizás era un atajo que conocía la gente del lugar.

Con cuidado, fue ascendiendo curva a curva. Cuanta más altura cogía, más se estrechaba el camino. Hubo un momento en que la gravilla dio paso a un firme de tierra, quedando a su derecha un precipicio cada vez más alto. La fuerte pendiente y la estrechez de la pista le obligaban a conducir en segunda velocidad y todo se complicó cuando el camino se bifurcó en dos.

A la izquierda una curva imposible, repleta de piedras como melones, continuaba el ascenso donde, curiosidad de la vida, había una especie de cabaña de pastores destartalada. La opción de la derecha llevaba a una senda por la que apenas cabía su coche. El GPS indicaba que continuara por la segunda. Optó por hacerle caso, pero, un par de minutos después, tuvo que parar al encontrarse frente a una pared de tierra. Se confirmaban sus más terribles sospechas, esa no era la ruta. Estaba perdido y solo.

Fin de trayecto.

Lo peor vino cuando trató de llamar a su novia. En aquel paraje inhóspito no había cobertura. No le quedaba otra opción que retroceder. Lo malo era que debía hacer todo el recorrido marcha atrás al no haber espacio para dar la vuelta.

Sudando a mares, comenzó el retorno a paso de tortuga, intentando mantener las ruedas lo más alejado posible del borde. El calor era sofocante, aun así apagó el aire acondicionado para mitigar la sobretemperatura del motor que debía estar tan quemado como él.

La rueda trasera derecha se salió del camino, quedando el coche descolgado. Pisó el freno y contuvo el aliento sin moverse ni un milímetro. «Perfecto, ahora estoy atascado al borde de un precipicio».

Salió del coche a cámara lenta, como en las películas en las que el coche va a desplomarse al más mínimo movimiento. De nuevo intentó ponerse en contacto con su novia pero, sin cobertura, fue imposible. Se acabó, llamaría a la grúa, al 112 o al ejército para que lo sacaran de allí. La mala noticia es que para cualquiera de ellos necesitaría el teléfono.

Y no había cobertura.

Tomó la ubicación para enviársela a Alba y que alguno se acercara a buscarlo en cuanto encontrara señal y se dispuso a deshacer todo el camino de vuelta. Lo que había subido durante unos minutos en coche le costó una eternidad descenderlo a pie y, con el sol pegando de pleno, el trayecto fue todo un suplicio.

No consiguió cobertura hasta que tuvo a la vista las dos casas en ruinas. Cerró los ojos y suspiró con resignación. Marcó el número de Alba y esperó el tono. Notaba la boca pastosa y el cuerpo empapado en sudor. Los latidos del corazón golpeaban en sus sienes por el estrés y el calor. Por fin se oyó un chasquido al otro lado de la línea.

“El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura”

Maldijo su suerte.

Se le ocurrió pedir ayuda a emergencias. Desde allí le dijeron que si su vida no corría peligro no irían a buscarlo, pero le pusieron en contacto con una empresa de grúas local. El encargado del servicio le dijo que, si su coche se encontraba en un lugar inaccesible para la grúa, no habría nada qué hacer y le aconsejó que llamara a algún amigo para que fuera a recogerlo.

Derrotado, se sentó a esperar. Tarde o temprano, Marcos, Alba o alguno de los demás, lo echarían en falta y lo llamarían o saldrían a buscarlo. Escribió varios wasaps relatando lo que le había pasado pero ninguno recibía el doble check que confirmaba que estuviera entregado.

Pasaron tres horas.

Durante todo ese tiempo, por su cabeza pasaron todo tipo de pensamientos a cada cual más negro. Se había quedado colgado… otra vez. Y, para mayor desgracia, Aníbal estaba con ella.

Otra vez.

Cuando se cansó de esperar y torturarse, decidió arreglárselas por su cuenta. Estaba claro que solo se tenía a sí mismo.

Volvió al coche caminando bajo el agobiante calor. Cuando llegó, el habitáculo parecía un horno. Muerto de miedo por el estado en equilibrio del coche, se puso al volante, metió la primera y consiguió, con ayuda del control de tracción, volver a meter la rueda en el camino. «Gracias a Dios», pensó. Sudaba a mares y recordó que en ocasiones guardaban una botella de agua en la guantera. Por desgracia esa no era una de esas veces y tan solo había una bolsa de caramelos y chicles. Sin embargo, hubo algo que le llamó la atención.

Bajo la bolsa había una especie de cajita alargada. La extrajo y la sostuvo entre sus manos. Conocía esa cajita. En realidad era un estuche. El mismo donde Alba guardaba su enorme consolador y que tanta desgracia le había causado. Tensó la mandíbula sin llegar a comprender por qué lo había traído y, sobre todo, por qué lo había hecho a escondidas. Si ya estaba enfadado, eso le puso de peor humor. Devolvió el estuche a su sitio y cerró la guantera de un portazo.

Comenzó entonces a retroceder marcha atrás, metro a metro, curva a curva, hasta que por fin, mucho tiempo después, alcanzó las casas en ruinas. «Gracias a Dios».

Una vez allí, volvió a la carretera principal donde tomó la dirección de vuelta a casa de Marta. Había desistido de intentar llegar hasta su novia. A estas alturas, empapado de sudor y polvo, ya solo quería pegarse una buena ducha. Cuando pasó de nuevo por delante de la gasolinera se ocurrió dar un lavado al coche. Estaba en un estado lamentable, como si hubiera corrido el Dakar.

Se acercó a la máquina de autolavado. Un operario no tardó en aparecer. Dani lo reconoció enseguida, era El Granos. Llevaba la gorra levantada y la cara colorada por el calor. Mientras se lavaba su vehículo en la máquina automática se quedaron charlando.

—¿Dónde has metido el coche? Casi no se ve el color de la pintura.

Por el tono y la forma de hablar se dio cuenta de que no lo había reconocido.

—He intentado ir a Arenas. Mi novia está allí con unos amigos, pero no he conseguido llegar.

—Ah, sí. Está muy de moda desde que lo abrieron a los turistas. En esta época se suele poner a tope.

—Pues supongo que irán en helicóptero porque el camino es de pena.

El Granos frunció el ceño extrañado y Dani sintió que debía explicarse.

—El GPS me ha metido por una carretera que hay un poco más adelante, la que desvía a la derecha, pero solo hay un par de casas en ruinas y un caminejo que sube al quinto infierno.

El operario se pellizcaba el labio escuchándolo. —Pero… eso es “Arenas de Sal”. Ahí no hay nada, solo un antiguo pueblo deshabitado. Lo que tú buscas es “Arenas del Rey”.

—¿Cómo?

—Sí, son distintos lugares aunque, si solo dices Arenas, todo el mundo entiende que te refieres al lago. De hecho, creo que nadie de aquí ha estado nunca en La Sal. Tú serás el único de esos pocos que ha recorrido ese camino.

«Menuda mierda», pensó Dani. —¿Y dónde se encuentra el lago?

—Más adelante, a un par de kilómetros, hay un letrero enorme que lo indica. “Arenas del Rey, espacio recreativo”. Es una carretera asfaltada que sale a la izquierda y te lleva hasta el sitio. Ahí estará tu novia.

Dani se concentraba en no empezar a blasfemar a voz en grito.

—Es curioso —dijo el Granos—. Precisamente mi compañero ha cogido el resto del día libre para ir allí cuando han venido a buscarlo unos amigos.

—¿Qué amigos?, ¿qué compañero? —Un presentimiento había recorrido su espina dorsal hasta la nuca. Por acto reflejo miró por encima de la cabeza del Granos buscando a Javier. Recordó que era íntimo de Gonzalo y no verlo le dio mala espina.

—Uno alto jovencito que ha empezado este verano. —Movió la mano en el aire como si no fuera nadie importante.

Pero para Dani sí lo era. Además de Aníbal y Cristian ahora también se sumaba Javier. Con tanto buitre sería difícil que su novia no llegara a casa bien follada.

—Pues es una pena que no hayas llegado a Arenas —dijo el chico de los granos, entusiasmado—. La zona está de flipar. Tienen de todo: tirolinas, pedaletas, barcas de remo… —Enumeraba tocándose los dedos uno a uno—. Hay una zona para darse baños de barro y hasta una calita de arena muy fina que es una pasada. —Bajó la voz y se acercó a su oído—. Es nudista. Y se pone hasta el culo. Yo suelo ir allí solo para mirar —dijo guiñando un ojo.

Se quedó rígido al oírlo, pero volvió a tranquilizarse. «No, Alba no sería capaz, y menos delante de todos sus amigos».

Justo en ese momento, un cochazo de superlujo pasó por delante del surtidor. Era un deportivo descapotable de alta cilindrada con la música a tope. Dani se quedó embobado mirándolo, pero no por lo espectacular de su visión o lo inaccesible de su precio que superaba con creces el sueldo de toda su vida.

Lo que hizo que se tuviera que apoyar para no caerse, fueron las personas que iban dentro. Junto a Aníbal, el conductor de aquel carromato, iba Alba repantingada en el asiento del copiloto con los pies desnudos sobre el salpicadero. Detrás, muy apretujadas en el poco espacio que quedaba, iban Martina y Lidia. Las tres cantaban a pleno pulmón con los brazos en alto al son de la melodía.

El coche desapareció junto con el sonido de la música y de sus voces. Dani y el Granos se quedaron con la vista fija en el lugar por donde se habían esfumado hasta que el siguiente vehículo apareció en su visual.

Era el de Gonzalo y Gloria. En los asientos traseros, su amigo Javier, el gasolinero, y el infame Cristian charlaban animadamente, todos con las ventanillas abiertas.

Hubo un tercer coche que pasó algo después, el de Marcos. Con él iban León (de copiloto), Celia, Enrico y Eva. El grupo al completo.

Cuando por fin pudo reaccionar se encontró con la mirada azorada del operario de los granos. Había reconocido a Alba y, automáticamente, lo había recordado a él y el incidente con Javier. Desvió la mirada justo cuando la máquina de lavado emitía varios pitidos que indicaban que había finalizado.

—Eeh, oye he pensado que no te voy a cobrar este servicio —se rascaba la nuca nervioso—. Total, nos sobraba una ficha y la máquina no la va a contar.

La situación era tan bochornosa y daba tanta pena que hasta le regalaba el lavado del coche. Debía pensar que era un cornudo al que le habían dado la patada. Desapareció dejándolo solo con sus pensamientos.

En realidad no estaba molesto por verla pasándoselo tan bien con Aníbal y el resto del grupo. Ni porque, sin él de por medio, Aníbal hubiera tenido vía libre con ella. O porque se hubieran apuntado a la excursión el baboso de Javier y el idiota de Cristian. Lo que le entristecía y le creaba un gran desasosiego era que no se hubiera acordado de él en todo el día. Que con sus amigos de por medio, él solo era como el acompañamiento de un buen menú; el bufón que la entretiene cuando los demás no lo hacen.

Hasta ahora había pensado que todos los wasaps que ella no había recibido eran culpa de la mala cobertura. Sin embargo, acababa de pasar por delante de él y el doble check continuaba sin aparecer.

Había apagado su móvil.

¿Tan a gusto estaba con sus amigos que lo desconectaba para que nadie la importunara? ¿Incluido él?

La perdía. Lo notaba. Cada día que pasaba Alba estaba más lejos de él. Ya no era como al principio de la relación cuando se buscaban a todas horas o se llamaban con cualquier excusa. Ahora ella empezaba a volar sola. O, mejor dicho, empezaba a volar con ellos.

Reconocía su parte de culpa. Apartarse de los amigos (que eran parte de su vida) también era apartarse de ella. Aun así, le desoló no tener ni un mísero mensaje o alguna llamada perdida. Algo que indicara que le necesitaba y le tenía presente aunque no estuviera.

Tal vez si desaparecía de una vez para siempre, ella terminaría por echarlo de menos en algún momento. Tal vez acabaría con aquella indiferencia con la que lo castigaba. Llevó el coche hasta la salida de la gasolinera. A la izquierda se volvía a su casa, a la de verdad, la que compartía con su novia. Podría apagar el móvil y hacer nueve o diez horas en coche del tirón. Una vez allí se metería en la cama para no levantarse jamás. O mejor, recogería sus cosas y desaparecería para siempre.

Alguien con suficiente amor propio lo haría.

Estuvo parado con el corazón partido por la mitad, sin saber si girar a un lado o a otro. Si la quería más a ella o a sí mismo. El sol ya decaía, haciendo que las sombras del día comenzaran a alargarse más de la cuenta. No tardarían mucho en comenzar a desaparecer.

Giró a la izquierda, a su casa. Se acabó.

Condujo sin prisa. Tenía todo el tiempo del mundo para llegar y despedirse de la que había sido la mejor parte de su vida. Hubiera empezado a llorar si no fuera porque hacía años que había dejado de hacerlo, desde los cinco, concretamente.

Al cabo de unos minutos pasó junto al enorme cartel que desviaba a ARENAS DEL REY y se imaginó al grupo al completo disfrutando de aquel día, juntos, sin él. Llegó a la conclusión de que, desde que los conoció, se había visto en un pulso continuo con ellos. Luchando por ver a quién Alba quería más ¿Significaba su huida, que ellos ganaban?, ¿que habían conseguido separarlos?

Apretaba el volante con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos de la presión, siendo consciente de lo que estaba haciendo: se volvía de allí solo.

La relación entre ellos no iba bien desde antes de llegar. Había comenzado de repente, sin avisar y sin saber por qué. Las conversaciones se empezaron a hacer más cortas. Las risas se fueron apagando. Casi habían dejado de follar.

El viaje a su pueblo paterno se tornó como una terapia para recuperar lo perdido en la última parte de su relación. Sin embargo, nada había salido como pensaba.

Alba se había mostrado arisca y combativa desde el principio. Como si en lugar de su novio fuera el enemigo. No le buscaba, no le llamaba, no se refugiaba en él. De pronto, el nosotros se había convertido en un tú y yo. El encuentro con sus amigos lo había precipitado todo, como un catalizador que acelerara una reacción ya iniciada semanas atrás.

Sus amigos.

Dio tres hondas respiraciones, rumiando, recordando, masticando hiel. Las humillaciones; los desprecios; o sus bromas pesadas. Todo eso, su novia jamás lo hubiera permitido. ¿Qué había cambiado?, ¿Dónde estaba la Alba de la que se enamoró?

Dónde estaba Alba.

Fin capítulo XIX
El final del capítulo es desgarrador, Dani es consciente de todo lo que le está pasando y siente que está perdiendo a Alba o que ya la ha perdido….merecera la pena seguir sufriendo
 
Última edición:
El final del capítulo es desgarrador, Dani es consciente de todo lo que le está pasando y siente que está perdiendo a Alba o que ya la ha perdido….merecera la pena seguir sufriendo
Tú puedes sentirlo si pierdes algo valioso, pero Alba no lo es.
Estará muy buena y todo eso, pero como persona no vale la pena. Debería haberse largado en ese momento que dudo.
 
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